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Itlnt/n í•i//y la renuncia del che Es inútil conjeturar dónde está o qué le ha ocurrido til Che. El Che no está más en la dirección de la revolu- v.Mti cubana. Su renuncia no es una cuestión personal, sino un he- cho político. La dirección cubana no ha dado a su propio pueblo lu explicación política de este hecho, ni tampoco el Che. Pero detrás de cMtii crisis en la cumbre máxima de la revolución cubana, la cues- tión central que se discute es la misma que en la polémica chino- mivlétlca: cuál es el programa para el avance de la revolución. I.u salida del Che indica que su respuesta no ha podido imponerse «■n el seno de esa dirección. La polémica entre el Che y la tendencia conservadora, pro- M ohcú, en la dirección de la revolución, es antigua. Si ahora ha sa- lido a luz —aun bajo la apariencia de una decisión personal— pro- vocando el retiro del segundo dirigente de Cuba, es porque las fuer- zas que la promovían han acumulado una presión que ya no podía .ser contenida en las discusiones interiores. Esas fuerzas no son Notamente cubanas, sino mundiales. Sin un programa netamente definido y con expresiones confu- íiu . s, el Che representaba en la alta dirección la tendencia revolu- cionaria que se inclinaba hacia la extensión de la revolución a América Latina como vía para consolidar la revolución cubana. MI programa de extender la revolución va unido a la defensa de la Igualdad dentro del propio estado obrero, a la lucha contra los privilegios de la burocracia estatal y partidaria, a la idea de ele- var la producción no a través de la igualdad salarial y los estímulos _ materiales, sino acudiendo al sentimiento y a la conciencia socia- liza de las masas cubanas. La línea del Che chocaba con toda la política interna e inter- nacional de la dirección de la Unión Soviética y con la que sus re- presentantes y partidarios llevaban dentro de Cuba. Se acercaba, *n cambio, a la política de los chinos, y todo el mundo sabía que el :he era "el hombre de los chinos” en la dirección de la revolución. Torta el ala conservadora de la dirección, incluidos los viejos dirí- iciiLeH del PSP*, era hostil a esa línea. Esa ala defiende la política de * coexistencia pacífica, de la “consolidación interna” de la revolu- «**»rll<1n Hop)»lt«t» Popular (comunista) cubano.

Adolfo Gilly, 'La Renuncia Del Che', Arauco, Año VI, No. 69, Octubre 1965, Pp. 2-9

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Itlnt/n í • i//y la renuncia del che

Es inútil conjeturar dónde está o qué le h a ocurrido til Che. El Che no está más en la dirección de la revolu- v.Mti cubana. Su renuncia no es una cuestión personal, sino un he­cho político. La dirección cubana no h a dado a su propio pueblo lu explicación política de este hecho, ni tampoco el Che. Pero detrás de cMtii crisis en la cumbre máxima de la revolución cubana, la cues­tión central que se discute es la misma que en la polémica chino- mivlétlca: cuál es el programa para el avance de la revolución. I.u salida del Che indica que su respuesta no ha podido imponerse «■n el seno de esa dirección.

La polémica entre el Che y la tendencia conservadora, pro- Mohcú, en la dirección de la revolución, es antigua. Si ahora ha sa­lido a luz —aun bajo la apariencia de una decisión personal— pro­vocando el retiro del segundo dirigente de Cuba, es porque las fuer­zas que la promovían h an acumulado una presión que ya no podía .ser contenida en las discusiones interiores. Esas fuerzas no son Notamente cubanas, sino mundiales.

Sin un programa netam ente definido y con expresiones confu- íiu.s, el Che representaba en la alta dirección la tendencia revolu­cionaria que se inclinaba hacia la extensión de la revolución a América Latina como vía para consolidar la revolución cubana. MI programa de extender la revolución va unido a la defensa de la Igualdad dentro del propio estado obrero, a la lucha contra los privilegios de la burocracia estatal y partidaria, a la idea de ele­var la producción no a través de la igualdad salarial y los estímulos

_ materiales, sino acudiendo al sentimiento y a la conciencia socia­liza de las masas cubanas.

La línea del Che chocaba con toda la política in terna e in ter­nacional de la dirección de la Unión Soviética y con la que sus re­presentantes y partidarios llevaban dentro de Cuba. Se acercaba, *n cambio, a la política de los chinos, y todo el mundo sabía que el :he era "el hombre de los chinos” en la dirección de la revolución.Torta el ala conservadora de la dirección, incluidos los viejos dirí-

iciiLeH del PSP*, era hostil a esa línea. Esa ala defiende la política de* coexistencia pacífica, de la “consolidación in terna” de la revolu-

«**»rll<1n Hop)»lt«t» Popular (comunista) cubano.

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«•Ion renunciando a las “aventuras exteriores”, de los estímulos m a­teriales y la desigualdad salarial como incentivo a la producción y, como consecuencia, del respeto al desarrollo progresivo de privi­legios para toda una capa de burócratas dirigentes del estado, y del partido. Tampoco esa ala formula sus objetivos en un progra­ma, por supuesto. Estos se desprenden claramente de su política y de las medidas que proponen y llevan adelante.

Fidel Castro ha llevado constantemente una política de oscila­ción centrista entre ambos extremos. La salida del Che indica que ios marcos para esa oscilación se hacen cada vez más estrechos y que, bajo la presión de la dirección soviética y de las mismas fuer­zas interiores que se apoyan en ella, Fidel Castro ha debido tom ar una decisión. Como hace tiempo ya venía retirándose de la políti­ca de extender la revolución, no le quedaba otro camino en polí­tica interior que el que h a tomado. Sin embargo, la decisión h a sido tom ada con la suficiente ambigüedad como para no enfrentar un choque abierto con las masas cubanas.

El Che se retira, pero se re tira como un héroe. Su línea no ha podido imponerse, pero no ha renegado públicamente de ella. Su renuncia no va dirigida al partido, va dirigida a Fidel. Y Fidel Cas­tro le reitera toda su confianza al mismo tiempo que, en la compo­sición de la más alta dirección, no otorga un peso im portante a los adversarios del Che, sino que se basa en lo que puede definirse como el propio “equipo fidelista”. Símbolo de esta ambigüedad es la de­saparición de “Hoy" —el viejo diario del PSP— como órgano oficial del partido, su sustitución por “G ranm a” —nombre ligado a la “lí­nea de la sierra”— y al mismo tiempo que el cese de Blas Roca co­mo director del órgano del partido, la designación de otro comu­nista del PSP de una generación posterior, Isidro Malmierca, co­mo director del nuevo órgano. Cuando hay tan complicado juego de equilibrios, es porque ninguna tendencia ha podido imponerse de­finitivamente, o porque aún la dirección necesita restablecer un equilibrio y medir las consecuencias de la salida del Che.

El Che tiene un prestigio inmenso en Cuba. Ese prestigio no es del hombre o de sus gestos, sino de la política que él simboliza. ¿Por qué no ha podido imponerla, teniendo detrás esa fuerza? El ala con­servadora y burocrática, aun con todo e] apoyo soviético, es dé- - bil dentro de Cuba, y el pueblo cubano, en la discusión entre Chi- • na y la Unión Soviética, está en su enorme mayoría con la línea china.

El Che no fue derrotado por la debilidad de su posición, sino porj' su fuerza. Tuvo que salir porque las fuerzas interiores que presio­naban y presionan hacia una política revolucionaria en Cuba —es / timuladas por lo que ocurre en Vietnam, en América Latina, en to-J das partes— estaban exigiendo al propio Che dar una batalla pará la cual él no se había preparado. Las masas presionan en Cuba haj cia la línea revolucionaria, pero ai mismo tiempo demandan iijf tervenir para imponerla. El Che se apoyaba en ellas en lo p^

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titrnt, pnro xt> ai-paraba de ellas en lo segundo. Allí estaba la fuer- fcu (|iif Ip permitía hacer declaraciones como el discurso del 25 de ftilMiMi» <’ii Ai'K«íl -aparente detonador de la crisis— y la debilidad <iu«i l»< impedía después imponer en los hechos esa política.

la <üit* y el ala conservadora y burocrática divergían en la po- llllcii Interior y exterior, pero estaban unidos en una concepción <•<11111111: <iue el conflicto debía debatirse y resolverse encerrado en la dirección, para no lesionar la “unidad”. Al aceptar esa regla del Juego, la tendencia del Che automáticamente se colocaba en des­ventaja, renunciaba a emplear su fuerza, que estaba fuera y no drntro del aparato. Encerraba la discusión en el aparato, la debili­dad de la tendencia burocrática se transform aba en fuerza. En cambio, la fuerza en las masas de la tendencia de izquierda se re­flejaba dentro del aparato como debilidad relativa, por el simple he­cho de que la presión de afuera se le volvía intolerable al aparato, la veía como una molestia constante para sus ritmos y sus planes y encam aba esa molestia en la figura del Che. El aparato buscaba entonces sacarse de encima esa presión eliminando a quien a sus ojos la encarnaba en su seno. Cuanto más fuerte era la presión, más* grande la necesidad física del aparato de eliminar el “cuerpo ex­traño”.

Lo que fue derrotado no fue la política del Che, sino su forma de conducir la lucha, encerrado en las cumbres, sin acudir a las m a­sas salvo por alusiones, sin hacer intervenir a las masas. La con­clusión más im portante de la crisis es que la línea que el Che re­presentaba no puede imponerse y avanzar sin la intervención com­pleta de las masas. Y si no avanza, entonces es eliminada por sus adversarios. Aunque las bases y los elementos no son Idénticos, la dinámica del conflicto es similar al que condujo a la eliminación de Ben Bella, cuya fuerza de masas se transform ó también en pe­ligro y en debilidad al no recurrir a ella con una política revolu­cionaria.

El Che sabe de la dirección contra la voluntad de las masas cu­banas. Esta vez en forma más clamorosa que nunca se hace evidente que esa voluntad no tiene los medios políticos para expresarse; no hay soviets o consejos obreros, no hay comités de fábrica, no hay di­recciones sindicales libremente elegidas. El Che aceptó y contribu-

• yó a imponer esa situación. En ella está su salida.Pero basta com parar la salida del Che con la de Escalante para

comprender, no simplemente que Fidel Castro abriga sentimientos diferentes hacia ambos, sino .—muchoi más im portante— que la dirección que se apoyó en las masas para liquidar a Escalante hoy teme enfrentarlas al despedir al Che. En la crisis de Escalante, su oolítica y sus métodos fueron derrotados. En la crisis del Che, sus nétodos lo llevaron a no poder imponer su política, pero a su vez •sta no ha sido condenada ni criticada públicamente.

Sin embargo, todo el discurso de Fidel Castro representa un acer- mlento a la línea de la dirección soviética, aunque no una sum í-

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«Ion a ella. Los insultos a Johnson carecen de importancia política. Lo decisivo, en ese aspecto, es la concesión para la salida de exila­dos, que es una medida de acercamiento a la coexistencia. Pero más .significativo aún es que Fidel Castro haya interpretado la resolu­ción de la Cámara de Representantes proclamando el derecho a intervenir contra toda revolución comunista, como una garantía de que no intervendría en Cuba, donde la revolución ya está en el poder. Es más que un simple juego de palabras de su parte. Es una separación de la suerte de Cuba de la revolución latinoamericana, es un recurso indirecto a la idea del respeto a la coexistencia con un régimen socialista ya establecido y, en consecuencia, es un des­ligamiento de los movimientos revolucionarios latinoamericanos. Como otras veces, esta posición podrá ser corregida mañana. Pero ahí está, en el contexto del discurso donde fija la actual política de la dirección.

Toda la línea del discurso va hacia la “institucionalización” de la revolución. También la autorización a salir de Cuba, a quienes quieran ir a empuñar las armas en la revolución latinoam ericana; bajo la forma de una concesión a la presión de las masas que exige el apoyo a la revolución, lo que se abre es una vía de escape indivi­dual a esa presión. Lo que quiere decir es esto: el estado cubano como tal no se compromete, ni el partido tampoco; el que quiera hacerlo, puede ir por su cuenta y nosotros no nos oponemos. Es una especie de generalización de la “solución Guevara”. Pero está cla­ro que la discusión no era si cada uno puede apoyar o no a la re ­volución, sjno si el gobierno socialista de Cuba, si el estado cuba­no, con todo su peso como tal, iba a ligar su suerte al desarrollo de la revolución mundial y latinoam ericana o se iba a distanciar de ella en su política.

Fidel Castro atacó casi abiertam ente a los chinos al criticar a quienes acusan de “cómplices del imperialismo” a los dirigentes so­viéticos. Pero a su vez se preocupó en destacar su independencia —a la rum ana— con respecto a la Unión Soviética.

La más flagrante y extraordinaria contradicción de todo el dis­curso está en ese punto. Por un lado, afirma el derecho del partido único en Cuba a opinar, a publicar, a dirigir, polemiza extensamen­te —sin identificarlos— contra quienes defienden la pluralidad de partidos, y dice que en Cuba sólo se editará lo que el partido decida y cuando lo decida, y las masas sólo conocerán lo que la dirección quiera y cuando ésta quiera. Y por el otro, afirm a que el marxismo no es un dogma, y que en un mundo como el de hoy pueden haber diferentes interpretaciones del marxismo, que sólo la práctica de­cidirá cuál es la correcta y cuál es la errónea, y que el partido cu­bano respeta el derecho de todos los otros partidos comunistas y países socialistas a tener cada uno su posición y a in terpre tar el marxismo como le parezca. Es decir, niega en lo interno a los cuba­nos el derecho a aplicar el marxismo en forma diferente que Isy dirección y a luchar públicamente por las ideas socialistas que crea?

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i’iiiiri lun, iH'iii en cambio lo lleva al extremo en el exterior, pro- i liininiiilu Inn derechos de los múltiples “intérpretes” del marxismo.

Ktatn un om mui fulla en la lógica de Fidel Castro, sino una expre- oirtn <le ln contradicción de la política de conciliación entre las niMMMn revolucionarias cubanas y la burocracia estatal cubana y «nvlétleti.

No <‘H cu Cuba donde se resolverá el conflicto. La crisis del Che firnulii <iuo el nivel alcanzado por la revolución mundial exigía una definición a la dirección cubana, pero que al mismo tiempo no exis­tían, en el seno de la misma dirección, las fuerzas preparadas para <1 ur una respuesta revolucionaria. El resultado h a sido un compro­miso entre el centro y la derecha, sólo posible tam bién porque la !/.<|UÍerda dentro de esa dirección aceptó el compromiso bajo la for­ma de la renuncia del Che, m ientras otros representantes de esa l.i'iidcncia han quedado con puestos destacados en el nuevo equipo.

Pero sí la crisis duró tanto tiempo, y tuvo que estallar ahora, es porque forma parte integrante de una crisis mundial de la dirección de la revolución, que aparece un día bajo la forma del conflicto chi­no-soviético, otro con la desaparición fulm inante de Ben Bella, más :ülá con el golpe de estado en Indonesia, m ás aquí con la lucha de las guerrillas guatemaltecas del MR-13 contra el Partido Comunis­ta en defensa del programa socialista, ahora en Cuba con la renun­cia del Che.

La descomposición de todas las posiciones sociales del im peria­lismo, más patente que nunca en el sudeste asiático y en toda Asia iiüo escapa a su control, va acompañada por una verdadera lucha de masas por la nueva dirección de la revolución, por el pro­grama de la revolución.

Kn la polémica entre las dos líneas: coexistencia pacífica o revo­lución permanente, ya no son equipos dirigentes o teóricos m ar- xistas los que intervienen; son estados enteros, revoluciones ente- rus manifestaciones de masas que no se expresan en los términos clásicos pero que se expresan a su modo, guiadas por su experien­cia y su intuición revolucionaria. Al contrario m ientras los que aparecen como “teóricos” —los Suslov y los Nemichev— se expresan en términos extraordinariam ente confusos y alejados del marxismo, hay que ir a las formas en que se expresan las m asas para encon­tra r la explicación diáfana de las oscuras discusiones y desapa­riciones en las cumbres. No es una arbitrariedad de la historia, sino un indicio del carácter de la época, en que el marxismo, sin saberlo, lo reconstruyen y lo aplican las masas, no las cátedras uni­versitarias. Es el tránsito para una dirección m arxista y una com-

i prensión m arxista de la revolución mundial de esta época.La renuncia del Che —cualquiera que haya sido su suerte pos­

terior— repercutirá profundam ente en una serie de equipos de la revolución latinoamericana. La política del Che aparecía como el ouente entre la dirección cubana y las guerrillas latinoamericanas, ".se puente se ha roto, y su ruptura es en cierto modo una garantía

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tliulu a Estados Unidos y a la Unión Soviética, es decir a la coexis­tencia pacífica.

1’i‘ro también ese puente se h a roto, porque la concepción guerri­llera “pura” de la dirección cubana ya había llegado a su agota­miento. Ninguna guerrilla “a la cubana”, ninguna ‘‘élite guerrille- m", ha podido imponerse en América Latina. Por el contrario, de­cenas de tentativas de guerrillas han sido exterminadas, más que por la fuerza o la astucia del enemigo, por su propia concepción pura­mente m ilitar “guerrillerista”, de la lucha, su fa lta de programa y de organización política revolucionaria. Fracasadas esas guerrillas «•ii las cuales tan ta esperanza habían puesto los cubanos, una parte de la dirección se replegó a la consolidación dentro de las fronteras, coincidiendo con el ala conservadora. La otra, con el Che como figura visible, quedó en el aire. La renuncia del Che resuelve el conflicto en forma individual, yéndose él por su cuenta a la guerrilla.

Un punto culminante de esta crisis tiene que haber sido la revo­lución dominicana, donde el estado obrero cubano quedó paraliza­do por su propia política, sin apoyar abiertam ente a la revolución, mientras en Cuba había una trem enda presión interior para una política de apoyo activo. Si la crisis era muy anterior a Santo Domingo, indudablemente Santo Domingo precipitó la resolución.

Pero la salida del ala más netam ente “guerrillera” de la direc­ción se produce por un lado, sin que el Che reniegue de su concep­ción, sino que más bien la confirma con los hechos que acompañan su renuncia,"' y por otro, cuando el fracaso de las guerrillas “puras” acompaña en cambio un crecimiento de las nuevas formas de lucha guerrillera en América Latina. La transformación de la concepción de la guerra de guerrillas en América Latina, encabezada por los guatemaltecos, es un hecho creciente. La guerrilla peruana está mucho m ás cerca de la concepción guatemalteca que la cubana. Y en toda América Latina, los rumores subterráneos indican que se aproxima una extensión de las guerrillas que es sólo el prólogo de la inmensa explosión de guerra campesina que se está incubando.

A esa guerra campesina revolucionaria y socialista debía respon­der Cuba. No con armas, sino con un program a adecuado, pues la guerra social no la resuelven primero las armas, sino los objetivos de la lucha. No podía responder con menos del programa socia­lista. Pero esto significaba un paso de una inmensa audacia teó­rica y de una incalculable repercusión en todos los países socialis­tas y en toda la revolución mundial. Nadar entre dos aguas, ya no era posible por el nivel de la marea. La dirección cubana tuvo que replegarse. Sin embargo, la renuncia del Che quiere decir también que el repliegue no es completo y sobre todo que hay fuerzas in ter­nas muy poderosas en Cuba que no aceptan, ni apoyan esa línea.

Todas las tendencias y equipos de la revolución latinoam ericana que veían en el Che un puente hacia Cuba, deberán buscar un nue­vo centro. La discusión sobre el carácter de la revolución latino-

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MHiBtli'iMm m Mhu)|«Mm ii>>i iii hhi’i i IIIii socialista de Guatemala, re- t»lhi hh hhpvm hiMn niM'i’miiio definirse no en torno a hom-M(H. »Imii • iniiMiitiMHM ICnun Iemiendas no desaparecerán, desilu- ■liniHtlM* rom mu lipidio objetivo. Ni la actitud del Che las llama a itmwpHrmmi, dliin iiii'ih bien, a pelear, aunque la pelea más necesaria* iln mayin ppmi ipie podía haber dado el Che era la pelea dentro tlr (Milm, puní <|iu‘ i'l pueblo cubano interviniera y decidiera.

I,n c r l N l M tic la dirección cubana es parte de una serie de crisis mundlulON de dirección, ininterrumpidas, cada vez más aceleradas, i>n cuyo centro está la lucha por el programa de la revolución so­cialista mundial. Allí confluyen la fuerza de la revolución, colonial, de las masas soviéticas, de las masas chinas. Lo de Cuba repercutirá «m la Unión Soviética y en China, no por la importancia individual de los protagonistas, sino porque plantea problemas vivos de to­dos los países socialistas, pone a prueba las políticas, los progra­mas y las ilusiones de las direcciones, estimula a las tendencias re­volucionarias a nuevas conclusiones que las saquen de la lucha de aparatos y las sum erjan en la lucha por el programa.

El fondo último de todos estos acontecimientos es que el nivel de la revolución, simbolizado en Vietnam, exige una intervención inmensamente superior, directa, de las grandes masas en la direc­ción y en el programa de la revolución. Y que la contradicción en­tre el contenido revolucionario del movimiento de masas mundial y la forma conciliadora de los programas y las direcciones hereda­das de otras etapas, está llegando a un punto de estallido en el cual el contenido debe imponer necesariamente su propia forma adecua­da. Lo de Cuba, lo de Argelia, lo de China, lo de Indonesia, son res­quebrajamientos cada vez más agudos que preparan rupturas m u­cho mayores impulsadas desde abajo.

No es la debilidad de la tendencia revolucionaria en las masas cu­banas, sino su fuerza, lo que impuso al Che la necesidad de dar abiertam ente la pelea in terna o retirarse. Optó por retirarse, aún sin capitular. El Che se va —nadie sabe aún si es definitivo—, las masas quedan. El programa que ellas necesitan, queda, es un hecho objetivo. Las fuerzas que luchan por él, quedan. La necesidad obje­tiva las llevará a organizar la lucha en forma independiente del aparato. La salida del Che, si algo demuestra, es la necesidad para la salud del estado obrero de que tenga derecho a existir una opo­sición socialista, a plantear sus alternativas, sus programas y sus soluciones. Negar ese derecho no anula la lucha de tendencias, sino que le da una forma viciosa, encerrada, confusa y tortuosa. La pluralidad de las tendencias, aun en la forma de crisis como ésta, term ina por salir a luz de cualquier modo.

El programa socialista es una unidad inseparable; nadie puede lu­char mucho tiempo por unos puntos y abandonar los otros para evi­ta r choques y disgustos con posibles aliados. La lucha por la revo­lución socialista en los países capitalistas, por la estatlzaclón y pla­nificación de la economía, la revolución agraria, el arm am ento del

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imi'bln. y t;l gobierno obrero-campesino, significa la lucha por la participación de las masas en la dirección de los países socialistas, linr iu Igualdad, contra los privilegios burocráticos y por la unión «Mitre la revolución mundial y los países socialistas. La defensa de

política en los estados obreros, reclama la defensa de la revolu­ción «ociaJista en el resto del mundo.

I’ura las tendencias revolucionarias, no es posible reducir la re­nuncia del Che a sus aspectos dramáticos e individuales. Es necesa­rio .sacar las conclusiones políticas de esta crisis, comprender las inmensas fuerzas revolucionarias que la han obligado a estallar a plena luz e integrarla en las crisis de las direcciones de la revolución mundial, donde la hum anidad se prepara a resolver sus más arduos problemas de esta época. Al no poder someter al Che e imponer la "unidad” dentro de la dirección cubana, al abrirse una nueva crisis nada menos que en la revolución cubana y una nueva discusión so­bre el programa, la línea de la coexistencia en definitiva ha sufrido un revés. El retiro del Che confirma, para aquellas tendencias, la necesidad del programa socialista claro y abierto para esta nueva etapa de la revolución.

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