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    Cada maana, cuando abro los ojos a lo que llaman el nue-vo da, tengo ganas de cerrarlos otra vez y no levantarme de la cama. Pero es necesario. Tengo un marido maravilloso, perdidamente enamora-do de m, dueo de un respetable fondo de inversiones y que

    todos los aos, incluso en contra de su voluntad, figura en la lis-ta de las 300 personas ms ricas de Suiza, segn la revista Bilan. Tengo dos hijos que son mi razn de vivir (como dicen

    mis amigas). Muy temprano debo servirles el desayuno y llevar-los a la escuela, a cinco minutos a pie de casa, donde estudian

    en horario integral, lo que me permite trabajar y ocupar mi tiem-po. Despus de clases, una nana filipina los cuida hasta que mi

    marido y yo llegamos a casa.

    Me gusta mi empleo. Soy una periodista prestigiada en un

    respetable diario que puede ser encontrado en casi todas las

    esquinas de Ginebra, donde vivimos. Una vez por ao viajo de vacaciones con toda la familia,

    generalmente a lugares paradisiacos, con playas maravillosas,

    en ciudades exticas y con una poblacin pobre que nos hace

    sentir todava ms ricos, privilegiados y agradecidos por las ben-diciones que la vida nos ha concedido. Pero todava no me presento. Mucho gusto, mi nombre es

    Linda. Tengo 31 aos, mido 1.75 metros de altura, peso 68 kilos

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    y me visto con las mejores ropas que el dinero puede comprar

    (gracias a la generosidad sin lmites de mi marido). Despierto el

    deseo en los hombres y la envidia en las mujeres.

    Sin embargo, cada maana, cuando abro los ojos a este mun-do ideal con el que todos suean y que pocos pueden conquis-tar, s que el da ser un desastre. Hasta principios de este ao

    yo no cuestionaba nada, slo segua con mi vida, aunque de vez

    en cuando me senta culpable por tener ms de lo que merezco.

    Un bello da, mientras preparaba el desayuno para todos (recuer-do que ya era primavera y las flores comenzaban a despun-tar en nuestro jardn), me pregunt: Entonces, esto es todo?

    No deba haber hecho esa pregunta. Pero la culpa fue de un

    escritor que haba entrevistado la vspera y que, en determinado

    momento, me dijo:

    No tengo el menor inters en ser feliz. Prefiero vivir ena-morado, lo cual es un peligro, pues nunca sabemos qu vamos a encontrar ms adelante.

    Entonces pens: pobrecito. Nunca est satisfecho. Va a morir

    triste y amargado.

    Al da siguiente me di cuenta de que yo no corra riesgo

    alguno. S lo que voy a encontrar ms adelante: otro da exactamen-te igual al anterior. Enamorada? Bien, amo a mi marido, lo que

    es una garanta de que no voy a caer en una depresin por ver-me obligada a vivir con alguien slo por cuestiones financieras,

    por los hijos o por las apariencias. Vivo en el pas ms seguro del mundo, todo en mi vida

    est en orden, soy una buena madre y esposa. Tuve una rgi-da educacin protestante y pretendo transmitirla a mis hijos.

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    No doy ningn paso en falso, porque s que puedo arruinarlo

    todo. Hago todas las cosas con la mxima eficiencia y el mnimo

    involucramiento personal. De joven sufr por amores no corres-pondidos, como cualquier persona normal. Pero desde que me cas, el tiempo se detuvo.

    Hasta que me top con aquel maldito escritor y su respues-ta. Vaya, qu hay de malo en la rutina o el tedio?

    Para ser sincera, absolutamente nada. Slo

    slo el terror secreto de que todo cambie de una hora para

    otra, tomndome completamente desprevenida.

    A partir del momento en que tuve ese pensamiento nefasto,

    durante una maana maravillosa, comenc a asustarme. Esta-ba en condiciones de enfrentar el mundo sola si mi marido

    muriera? S, me respond a m misma, porque su herencia sera

    suficiente para mantener a varias generaciones. Y si yo muriera,

    quin cuidara de mis hijos? Mi adorado marido. Pero l aca-bara casndose con otra, porque es rico, encantador e inteligen-te. Estaran mis hijos en buenas manos?

    Mi primer paso fue intentar responder a todas mis dudas.

    Y mientras ms responda, ms preguntas surgan. Se consegui-r l una amante cuando yo sea vieja? Tendr ya a otra perso-na, porque ya no hacemos el amor como antes? Pensar que

    yo tengo a otra persona, porque no he demostrado mucho inte-rs en los ltimos tres aos?

    Nunca peleamos por celos, y yo crea que eso era estupen-do, pero a partir de aquella maana de primavera comenc

    a sospechar que no pasaba de ser una total falta de amor por

    ambas partes.

    Hice lo posible por no pensar ms en el asunto.

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    Durante una semana, siempre que sala del trabajo, iba

    a comprar algo a la Rue de Rhne. Nada que me interesara

    mucho, pero por lo menos senta que estaba, digamos, cam-biando algo. Necesitando un artculo que no necesitaba antes.

    Descubriendo un electrodomstico que desconoca, aunque sea

    muy difcil que surja una novedad en el reino de los electrodo-msticos. Evitaba entrar a las tiendas para nios, para no echar

    a perder a mis hijos con regalos diarios. Tampoco iba a las tien-das de artculos masculinos, para que mi marido no comenzara

    a sospechar de mi extrema generosidad.

    Cuando llegaba a casa y entraba en el reino encantado de

    mi mundo particular, todo pareca maravilloso durante tres o

    cuatro horas, hasta que todos se iban a dormir. Entonces, la

    pesadilla se fue instalando poco a poco.

    Imagino que la pasin es para los jvenes, y que su ausencia

    debe ser normal a mi edad. No es eso lo que me llena de pavor. Hoy, algunos meses despus, soy una mujer desgarrada

    entre el terror de que todo cambie y el terror de que todo siga

    siendo igual por el resto de mis das. Algunas personas dicen

    que, a medida que se aproxima el verano, comenzamos a tener

    ideas un poco extraas, nos sentimos ms pequeos porque

    pasamos ms tiempo al aire libre y eso nos da la dimensin del

    mundo. El horizonte queda ms distante, ms all de las nubes

    y de las paredes de nuestra casa.

    Puede ser. Pero ya no logro dormir bien y no es por causa del

    calor. Cuando llega la noche y nadie est mirando, todo me da

    pavor: la vida; la muerte; el amor y la falta de l; el hecho de que

    todas las novedades se estn convirtiendo en hbitos; la sensa-cin de que estoy perdiendo los mejores aos de mi vida en una

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    rutina que se repetir hasta que me muera; y el pnico de enfren-tar lo desconocido, por ms excitante y aventurero que sea.

    Naturalmente, procuro consolarme con el sufrimiento ajeno.

    Enciendo la televisin para ver un noticiero cualquiera. Veo

    una infinidad de noticias sobre accidentes, desposedos por fen-menos de la naturaleza, refugiados. Cuntas personas enfermas

    hay en el planeta en este momento? Cuntas estn sufriendo,

    en silencio o a gritos, injusticias y traiciones? Cuntos pobres,

    desempleados o presos existen en el mundo?

    Cambio de canal. Veo una novela o una pelcula y me distrai-go por minutos o por horas. Muero de miedo de que mi marido

    despierte y pregunte: Qu pasa, mi amor?, porque yo tendra

    que responder que todo est bien. Peor sera, como ya sucedi

    dos o tres veces el mes pasado, si cuando nos despertramos l

    decidiera poner su mano en mi muslo, subirla muy despacio y

    comenzar a tocarme. Puedo fingir el orgasmo; ya lo hice muchas

    veces, pero no puedo simplemente decidir humedecerme.

    Tendra que decir que estoy cansadsima y l, sin confesar jams

    que se molest, me dara un beso, se volvera para el otro lado,

    vera las ltimas noticias en su tablet y esperara al da siguiente.

    Y entonces yo rogara para que estuviera cansado, muy cansado.

    Pero no siempre es as. De vez en cuando tengo que tomar

    la iniciativa. No puedo rechazarlo dos noches seguidas, o l aca-bar buscndose una amante, y no quiero perderlo, de ninguna

    manera. Con un poco de masturbacin consigo mojarme antes

    y todo vuelve a la normalidad.

    Todo vuelve a la normalidad significa: nada ser como

    antes, como en la poca en que todava ramos un misterio el

    uno para el otro.

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    Mantener el mismo fuego despus de diez aos de matrimo-nio me parece una aberracin. Y cada vez que finjo placer en el

    sexo, muero un poco por dentro. Un poco? Creo que me estoy

    vaciando ms rpido de lo que pensaba. Mis amigas dicen que tengo suerte, porque les miento dicien-do que hacemos el amor con frecuencia, as como ellas me mienten diciendo que no saben cmo sus maridos consiguen

    mantener el mismo inters. Afirman que en realidad el sexo en

    el matrimonio slo es interesante los cinco primeros aos y que,

    despus de eso, se necesita un poco de fantasa. Cerrar los

    ojos e imaginar que tu vecino est encima de ti, haciendo cosas

    que tu marido jams se atrevera a hacer. Imaginarte siendo

    poseda por l y por tu marido al mismo tiempo, todas las per-versiones posibles y todos los juegos prohibidos.

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    H oy, cuando sal para llevar a los nios al colegio, me que-d mirando a mi vecino. Nunca lo imagin encima de m; prefiero pensar en un joven reportero que trabaja conmigo y

    aparenta un estado permanente de sufrimiento y soledad. Nun-

    ca lo vi intentar seducir a nadie y es justamente ah donde est

    su encanto. Ya todas las mujeres de la redaccin comentaron

    una u otra vez que les gustara cuidar de l, pobrecito. Creo

    que l tiene conciencia de eso y se conforma con ser un sim-

    ple objeto de deseo, nada ms. Tal vez sienta lo mismo que yo:

    un miedo terrible de dar un paso adelante y arruinarlo todo: su

    empleo, su familia, su vida pasada y futura.

    Pero en fin Observ a mi vecino esta maana y sent unas

    enormes ganas de llorar. l estaba lavando su auto y pens:

    Vaya, otra persona igual a mi marido y a m. Un da hare-

    mos lo mismo. Los hijos habrn crecido y se habrn mudado a

    otra ciudad o incluso a otro pas; nosotros estaremos jubilados

    y lavaremos nuestros autos, aunque podamos pagar a alguien

    que lo haga por nosotros. Sin embargo, despus de determinada

    edad, es importante hacer cosas irrelevantes para pasar el tiem-

    po, mostrar a los dems que nuestros cuerpos todava funcionan

    bien, que no perdemos la nocin del dinero y que continuamos

    realizando ciertas tareas con humildad.

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    Un auto limpio no har una gran diferencia para el mundo.

    Pero esa maana era lo nico que le importaba a mi vecino. l

    me dese un excelente da, sonri y volvi a su trabajo, como si

    estuviera cuidando de una escultura de Rodin.

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    Dejo mi auto en un estacionamiento Use el transporte pbli-co hasta el centro! Basta de contaminar el ambiente!, tomo el autobs de siempre y voy mirando las mismas cosas en

    el camino al trabajo. Ginebra parece no haber cambiado nada

    desde que yo era nia: las viejas casas seoriales insisten en per-manecer entre los edificios construidos por algn alcalde loco

    que descubri la nueva arquitectura en los aos cincuenta.

    Siempre que viajo, extrao esto. El tremendo mal gus-to, la falta de grandes torres de vidrio y acero, la ausencia de

    vas rpidas, las races de los rboles reventando el concreto

    de las banquetas y hacindonos tropezar a cada momento, los

    jardines pblicos con misteriosas cerquitas de madera donde

    nace todo tipo de hierba, porque la naturaleza es as En fin,

    una ciudad diferente de todas las otras que se modernizaron y

    perdieron el encanto.

    Aqu todava decimos buenos das al cruzarnos con un

    desconocido por el camino y hasta luego al salir de una tien-da donde compramos una botella de agua mineral, aunque no

    tengamos intencin de volver nunca ms. Todava conversamos

    con extraos en el autobs, aunque el resto del mundo imagine

    que los suizos son discretos y reservados.

    Qu idea ms equivocada! Pero es bueno que piensen as

    de nosotros, porque de esa manera conservaremos nuestro

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    estilo de vida por otros cinco o seis siglos, antes de que las inva-siones brbaras atraviesen los Alpes con sus maravillosos equi-pos electrnicos, sus departamentos de cuartos pequeos y sus

    grandes salas para impresionar a los invitados, sus mujeres exce-sivamente maquilladas, sus hombres que hablan muy alto y

    molestan a los vecinos, y sus adolescentes que se visten con

    rebelda, pero mueren de miedo de lo que sus padres piensan. Dejen que todos piensen que slo producimos queso, choco-late, vacas y relojes. Que crean que existe un banco en cada esqui-na de Ginebra. No estamos ni un poco interesados en cambiar esa

    visin. Somos felices sin las invasiones brbaras. Estamos todos

    armados hasta los dientes como el servicio militar es obligato-rio, cada suizo posee un rifle en casa, pero rara vez se escucha

    hablar de que una persona haya decidido dispararle a otra.

    Hace siglos somos felices sin cambiar nada. Sentimos orgu-llo de haber permanecido neutrales cuando Europa envi a sus

    hijos a guerras sin sentido. Nos alegramos por no tener que

    dar explicaciones a nadie sobre la apariencia poco atractiva de

    Ginebra, con sus cafs de finales del siglo xix y seoras ancianas caminando por la ciudad. Somos felices tal vez sea una afirmacin falsa. Todos son

    felices menos yo, que en este momento sigo hacia el trabajo pen-sando qu hay de equivocado en m.

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    Otro da y otra vez el peridico se esfuerza por encontrar noticias interesantes ms all del acostumbrado accidente automovilstico, el asalto (sin ser a mano armada) o el incendio

    (hacia donde se trasladan decenas de autos con personal alta-

    mente calificado, que inunda un viejo departamento porque el

    humo de un asado olvidado en el horno acab asustando a todo

    el mundo).

    Otro regreso a casa, el placer de cocinar, la mesa puesta y la

    familia reunida en torno a ella, agradeciendo a Dios el alimen-

    to que recibimos. Otra noche en la que, despus de cenar, cada

    uno se va a su rincn: el padre a ayudar a los hijos con la tarea;

    la madre a dejar la cocina limpia, la casa lista, el dinero de la

    empleada, que llegar maana muy temprano.

    Durante esos meses hubo momentos en que me sent muy

    bien. Creo que mi vida tiene sentido, que ese es el papel del ser

    humano en la Tierra. Los nios perciben que su madre est en

    paz, el marido es ms amable y atento, y la casa entera parece

    tener luz propia. Somos el ejemplo de felicidad para el resto de

    la cuadra, de la ciudad, del estado, que aqu llamamos cantn,

    del pas.

    Y de repente, sin ninguna explicacin razonable, entro en la

    regadera y estallo en llanto. Lloro en el bao porque as nadie

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    puede escuchar mis sollozos y hacer la pregunta que tanto detes-

    to escuchar: Todo bien contigo?

    S, por qu no lo estara? Ves algo malo en mi vida?

    Nada.

    Slo la noche que me llena de pavor.

    El da que no me trae ningn entusiasmo.

    Las imgenes felices del pasado y las cosas que podran

    haber sido y no fueron.

    El deseo de aventura jams realizado.

    El terror de no saber lo que pasar con mis hijos.

    Y entonces el pensamiento comienza a girar en torno a las

    cosas negativas, siempre las mismas, como si un demonio estu-

    viera al acecho en un rincn del cuarto, para saltar sobre m

    y decir que eso que yo llamaba felicidad era slo un estado

    pasajero, que no poda durar mucho. Yo siempre lo supe, no?

    Quiero cambiar. Necesito cambiar. Hoy en el trabajo mostr

    ms irritacin de lo normal, slo porque un becario se tard en

    buscar el material que le ped. Yo no soy as, pero poco a poco

    estoy perdiendo el contacto conmigo misma.

    Es una tontera culpar al escritor y a su entrevista. Eso fue

    hace meses. l slo destap la boca de un volcn que puede

    entrar en erupcin en cualquier momento, sembrando muerte

    y destruccin a su alrededor. Si no hubiera sido l, habra sido

    una pelcula, un libro, alguien con quien intercambie dos o tres

    palabras. Imagino que algunas personas pasan aos dejando

    que la presin crezca dentro de ellas, sin siquiera notarlo, y un

    bello da cualquier tontera hace que pierdan la cabeza.

    Entonces dicen: Basta. Ya no quiero ms.

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    Algunas se matan. Otras se divorcian. Hay quienes se van a

    las reas pobres de frica a intentar salvar al mundo.

    Pero yo me conozco. S que mi nica reaccin ser sofocar

    lo que siento, hasta que un cncer me corroa por dentro. Porque

    realmente creo que gran parte de las enfermedades son resulta-do de emociones reprimidas.

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