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PASTORALIA REVISTA DE PASTORAL Nº 55 OURENSE-NOVIEMBRE 2017 Adviento - 2017 “Ven a visitar tu viña” (Sal 79) ¡No nos dejemos robar la esperanza! (EG 92)

Adviento - 2017rutina. La voz de nuestro Pastor nos anima en este caminar y nos ofrece aliento para vencer el cansan-cio, que el paso de los años y el desgaste de la tarea en la “viña

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PASTORALIAREVISTA DE PASTORAL Nº 55 OURENSE-NOVIEMBRE 2017

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“Ven a visitar tu viña”(Sal 79)

¡No nos dejemos robar la esperanza!(EG 92)

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“Salimos a tu encuentro para acompa-ñar, fructificar, vivir y celebrar el Ad-viento en clave sinodal”. D. José Manuel nos hace una invitación a vivir el Adviento preparando los caminos a Dios que viene a nuestro encuentro gri-tando juntos, “¡ven Señor, Jesús!”, y de su mano ca-minar con esperanza en esta nueva etapa sinodal. El autor nos ofrece, a modo de pistas, algunas claves para vivir este Adviento en una perspectiva sinodal.

La liturgia, fuente de espiritualidad samaritana. D. Ramiro, con su habitual maestría, nos invita a descubrir esta dimensión de toda celebración litúrgica. Así nos ayuda a buscar caminos para ir despertando en nuestro pueblo la

conciencia de que la celebración nace de la vida, nos pone ante el misterio de Dios y nos vuelve a la vida para ser samaritanos con un corazón com-pasivo.

La primera carta de Pedro y la compa-sión en la Sagrada Escritura. D. Julio Grande, especialista en Sagrada Escritura, nos ayuda a profundizar en el lema de la Programa-ción Pastoral de este curso: “Tened un corazón com-pasivo”1. Una carta que ofrece seguridad, entusias-mo, alegría y firme esperanza en medio de las difi-cultades. Un mensaje alentador para nuestra Iglesia en medio de las dificultades que podemos encontrar en el camino sinodal y un estilo de vida para afron-tarlas poniendo a Cristo como la piedra angular.

PastoraliaDiócesis de Ourense – Vicarías para la Pastoral y para la Nueva Evangelización

SUMARIO: ¡Ven a visitar tu viña!

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Al inicio del Adviento llega a tus manos un nuevo número de Pastoralia. Esta publicación de las Vicarías para la Pastoral y para la Nueva Evangelización quiere ser un instrumento que nos ayude a poner en marcha la Programación Pastoral en esta etapa sinodal marcada por el trabajo de los grupos sinodales.

Escribo estas líneas cuando nuestra tierra, vestida de luto por la plaga de incendios que la han asolado, escucha en el silencio el grito del alma popular teñida de luto, como sus montes y, lo que es peor, con tantas historias calcinadas detrás de cada casa quemada y de las vidas humanas que el fuego se llevó por delante. En este contexto y con la mirada puesta en el Adviento elevamos nuestra plegaria al cielo haciendo nuestra la súplica del salmista:

“Señor, ven a visitar tu viña / la cepa que tu diestra plantóy que tú hiciste vigorosa, / la han talado y le han prendido fuego” (Sal 79)

Y la confianza en el Dios que viene en ayuda de sus hijos necesitados nos pide que acerquemos nuestro oído al corazón de nuestro pueblo y, en medio de su desolación, renovemos la esperanza escuchando y haciendo propio el grito del papa Francisco en Evangelii Gaudium: “No nos dejemos robar la esperanza” (EG 92). Dios viene en ayuda de nuestra debilidad y nos invita a seguir caminan-do juntos y en la misma dirección.

Este número nos ofrece una serie de colaboraciones que quieren ser luz en la noche, agua en medio del sequedal de una tierra quemada, y despertador de una existencia, a menudo adormilada por la rutina. La voz de nuestro Pastor nos anima en este caminar y nos ofrece aliento para vencer el cansan-cio, que el paso de los años y el desgaste de la tarea en la “viña del Señor” nos pueden producir. Es imprescindible, en estos tiempos, hacer realidad lo que el papa Francisco nos invita: “no caminemos solos” (EG 33), para que no nos venza el desaliento pues, como bien decía Pablo VI, “el problema de como evangelizar es siempre actual porque la manera de evangelizar cambia según los diversos tiempos” (EN 40).

Las tres primeras colaboraciones quieren ser el escenario que nos ayude a situarnos en el marco del Adviento y encontrar en la Liturgia una fuente de espiritualidad samaritana que nos restañe las heridas alentados por la Palabra de Dios en la primera carta de Pedro.

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El segundo bloque nos sitúa en el camino sinodal que matiza toda la Programación Pastoral. Todos los artículos que siguen quieren ser invitación a seguir profundizando en la importancia del Sínodo y ayuda para reflexionar sobre la temática de los Instrumentos de trabajo ampliando su horizonte para avivar la acción socio-caritativa de la acción pastoral parroquial.

“Sínodo es nombre de Iglesia” (III). El camino de la fe: el Concilio de Éfeso, camino hacia Calcedonia. D. Francisco J. Prieto, continúa con su recorrido por el rico camino de si-nodalidad de la Iglesia que va cimentando la fe con firmeza para asegurar la fidelidad a la revelación.

El siguiente bloque de colaboraciones tiene como finalidad ayudarnos a profun-dizar en el trabajo del Sínodo que, en este primer trimestre, aborda el Instrumento de trabajo sobre “La Parroquia: realidad, identidad y perspecti-vas de futuro”. Es indudable que la parroquia en Galicia, sobre todo en el ámbito rural, como bien decía Castelao, “es una de las más pujantes carac-terísticas de nuestra tierra y de ninguna manera se debe prescindir de su existencia”2. No solo en el ámbito religioso sino en el económico, cultural y civil tiene una singularidad específica. Para profun-dizar en su identidad, D. José Antonio Gil Sousa nos presenta una reflexión sobre “La parroquia como comunidad de comunidades. Identidad de la parroquia”.

D. Luis Rodríguez, desde esta identidad, nos invita a situarnos en la línea de Evan-gelii Gaudium superando las inercias y abriendo la comunidad a la misión: “En clave de parroquia misionera, superando la inercia pastoral”.

D. José Pérez Domínguez, partiendo de un breve recorrido por la historia, nos ofrece pistas para una reflexión que nos ayude a dar pasos para renovar “Parroquias para tiempos nuevos”.

En el último bloque de colaboraciones se pretende, continuando la línea sinodal y de la Programación Diocesana, aportar unas re-flexiones que nos ayuden a profundizar en la di-mensión socio-caritativa de la pastoral parroquial. D. Jesús Martínez Carracedo, nos brinda una serie de “Propostas de pastoral da saúde na parro-quia” desde su experiencia de trabajo tanto en el

ámbito parroquial, como hospitalario y Director del Departamento de Pastoral de la Salud de la Confe-rencia Episcopal Española.

El Padre Jesús Torres (CSsR), nos acer-ca la aportación de la Vida Consagrada a la acción caritativa de la Iglesia para visibilizar la actitud samaritana de la evangelización: “Vida Consagrada y servicio a los pobres: visibilizar la actitud samaritana” invitando a la Vida Consagra-da a “salir de los cuarteles de invierno” para hacer real la cercanía del amor de Dios a los descartados de esta sociedad3.

Cerrando este número la aportación de D. Xosé Manuel Domínguez que nos invita a tomar conciencia de los signos de los tiempos pro-pios de esta época que afectan a la familia, “Igle-sia doméstica”, y que piden de nosotros una opción evangelizadora siguiendo las propuestas de Amoris laetitia del papa Francisco: “Familia y signos de los tiempos”.

En medio, con la colaboración del Equipo de Liturgia de la Parroquia de Santiago de las Caldas, que hemos denominado “Cartafol”, se nos ofrecen una serie de recursos que pueden ayu-darnos en la preparación y dinamización de este tiempo de Adviento y Navidad viviéndolo con ma-yor profundidad en orden a abrir nuestro corazón al Dios que viene y planta su tienda entre nosotros.

Y cierra este número la oración por el fru-to del Sínodo para los niños, como una aportación a la pastoral de infancia para contribuir a que los niños de la Catequesis, clase de Religión y Movimientos oren por el fruto del Sínodo al tiempo que, a su nivel, se van implicando en su realización.

Agradecemos la colaboración de cuantos con generosidad y sabiduría habéis hecho posible este nuevo número de Pastoralia y deseamos sirva para impulsar y ayudar a reflexionar sobre la acción pastoral que nuestra Iglesia, con hu-mildad y generosidad de tantos hijos e hijas su-yos, está realizando en medio de nuestro pueblo.

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NOTAS:1 1Pe 3,8.2 A R CASTELAO, Sempre en Galiza, Vigo-1986 pág 108.3 cfr. EG 53.

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Sr. Obispo

Los grupos sinodales son una puerta abierta a la esperanza

El Salmo responsorial que nos ofrece la liturgia de la Palabra del I Domingo de Adviento nos pre-senta un canto sobre el pastor y la viña. En un mo-mento de su desarrollo lírico, después de contem-plar como el Dios del Universo se desvivió por cui-dar al Pueblo de la Antigua Alianza se nos dice: Ven a visitar tu viña (Sal 79, 15). Al meditarlo, justo al comienzo de este tiempo litúrgico, me doy cuenta que la “viña” está presente, con bastante frecuencia en los libros santos. Cuando escribo esto me viene a mi mente la estela que han dejado los últimos in-cendios en nuestra tierra. Han calcinado nuestros montes, campos y huertos, y también arrasaron con la vida de tantos animales; incluso el mismo ser hu-mano ha sido víctima mortal de esos fuegos crimi-nales. Este año la climatología adversa y ahora los incendios, han destrozado muchas plantaciones de vides. Las gentes de nuestro pueblo plantan la viña en la tierra y la cuidan trabajosamente. Pocos culti-vos como la vid son deudores del trabajo delicado y laborioso de los viñadores pero también sufren las variaciones adversas de las estaciones del año. La viña es un cultivo misterioso. Por una parte, es un arbusto pequeño que ni siquiera da mucha sombra, su madera apenas tiene valor, y sus sarmientos son arrojados al fuego, como nos lo recuerda Jesús (Jn 15,6-7); sin embargo, el fruto de la vid alegra el co-razón del hombre y, para nosotros los cristianos, es un signo a través del cual se hace presente la sangre redentora de Jesucristo.

La “viña” es Cristo: Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador (…)Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer

nada (Jn 15, 1-2.5-6). Pero esta alegoría de la viña es tan rica y profunda que el mismo Vaticano II, nos dice que el celestial Agricultor la plantó como viña escogida. La verdadera vid es Cristo, que comuni-ca vida y fecundidad a los sarmientos, que somos nosotros, que permanecemos en Él por medio de la Iglesia, y sin Él nada podemos hacer (Vaticano II, Lumen Gentium, nº 6).

Invito a cada uno de vosotros a descubrirse refle-jado en esa viña. Por ella se desvive el Buen Dios, tanta es su ternura que, sin dejar de ser Dios, se hace pobre, pequeño - se anonada - para enrique-cernos con su pobreza, tal como lo vamos a con-templar al finalizar el tiempo de Adviento. Quisiera que esta realidad nos ayudase a vivir mejor lo que es la comunión en la Iglesia. Así como el sarmiento cuando se separa de la vid se seca y muere, de igual modo, cuando cada uno de nosotros los bautizados, nos separamos de Cristo y de la comunión con la Iglesia, además de quedar aislados, somos infecun-dos y nos morimos solos.

En la Iglesia que peregrina por las tierras de Ou-rense estamos viviendo una experiencia de comu-nión: un Sínodo Diocesano. Podemos tener la certe-za, avalada por la experiencia vivida en otras igle-sias particulares, que esta invitación que el Obispo nos hace a caminar juntos se convierte en un acon-tecimiento que puede marcar nuestras vidas.

En primer lugar vivimos la experiencia de que no estamos solos. A través de los grupos sinodales nos damos cuenta de que hay gente que quiere tra-bajar, salir adelante, que está dispuesta a “lanzar las redes” como nos recordaba el papa Francisco. No es cierto que la Iglesia sea un “negociado” de unos cuantos: obispo, sacerdotes y religiosas, y algunos laicos “clericalizados”. Esa es una caricatura de la Iglesia que algunos, tanto de dentro como de fuera, intentan meter en nuestro corazón para desanimar-nos en el camino apenas emprendido. Sí, tendre-mos dificultades ¿dónde no las hay? La Iglesia es una gran familia numerosa en donde cabemos to-dos, que somos muy distintos, pero esa pluriformi-dad no es un obstáculo sino un aliciente para luchar por vivir mejor la comunión en la misma Fe, en el mismo Señor, en la misma Iglesia. La diversidad de opiniones y matices nos puede ayudar a descubrir la fecundidad y la riqueza de la sabia que circula por toda la viña y por los sarmientos unidos a ella.

Los grupos sinodales, además, tienen otra par-ticularidad: nos ayudarán a aprender o a reem-prender el dinamismo de la oración personal y, sobre todo, comunitaria. En la sociedad del hacer, del valorar a los otros por lo que tienen y no por

El papa Francisco saluda al Obispo al finalizar la canoniza-ción de San Faustino Míguez.

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lo que son, en un mundo tan pragmático y siempre con prisas que no hay tiempo para nada ni para na-die, es bueno que vivamos la experiencia gratuita y gratificante de la oración. El creyente que no reza y solo se contenta con la asistencia a la Eucaristía dominical y festiva, por simple espíritu de cumpli-miento, está a punto de convertirse en un “cristiano en riesgo”. Por eso, tan importante es la oración y, sobre todo, orar en común, tal como se hace al ini-cio de cada reunión de los grupos sinodales. Os rue-go que cuidéis mucho este primer momento porque de ahí obtendréis la fuerza para mirar en la misma dirección, es decir, para mirar a Cristo y buscar su querer sobre nuestra Iglesia. Los grupos sinodales no son una subcomisión para elaborar consignas de francotiradores que quebranten la comunión ecle-sial. El cuidado que pongamos en esos momentos de oración será de capital importancia para el resto de la reunión.

La invitación que el Sínodo Diocesano nos hace a encontrarnos, no es para una reunión más de las muchas que tenemos y a las que vamos: reunión de vecinos, de padres del colegio de los niños, de Cáritas, de catequesis, etc. Es un encuentro que nos ofrece la Iglesia para que nos descubramos cada uno de nosotros como esos “sarmientos” imbrica-dos a la cepa de la vid verdadera de donde nos viene la vida. Los grupos sinodales nos enseñan a vivir mejor la comunión dentro de la Iglesia. Ya casi han pasado cincuenta y tres años de aquel 21 de noviem-bre de 1964 en el que el beato Pablo VI sancionaba aquella bellísima y programática constitución dog-mática Lumem gentium, documento conciliar en el que la Iglesia reflexionaba sobre sí misma, sobre su misterio y su ser de comunión. Algunos todavía no se han enterado.

Los grupos sinodales son cauces para que, desde la misma fe común, nos enriquezcamos no solo apren-diendo cosas nuevas, sino reviviendo y renovando nuestra manera de ser y de actuar en la Iglesia. El papa Francisco nos ha ofrecido un documento pro-gramático que debemos tenerlo presente en nues-tras reflexiones: la exhortación apostólica Evangelii gaudium. Su lectura y estudio nos ayudará a ser y a sentir más en comunión con la Iglesia. Incluso me atrevería a decir que es bueno que lo convirtáis en un texto para vuestra lectura formativo-espiritual.

Os animo mucho a no vivir condicionados ni por los comentarios de algunos, ni por las críticas de “los buenos” que, a veces son las que más duelen. Convenceos de que el Sínodo es una bendición de

Dios para esta Iglesia. Recuerdo que, en una de mis visitas a la Congregación del Clero, le manifesté al cardenal-prefecto que había convocado a toda la Diócesis a un Sínodo; inmediatamente me dio la enhorabuena y me animó a seguir adelante a pesar de las dificultades con las que pudiera encontrarme y, añadió, repitiendo un pensamiento del papa: el camino sinodal es el camino de la Iglesia. Así lo he expresado en mi carta pastoral convocando el Sínodo: Iglesia en camino a “lo esencial” (n. 15).

A los laicos y a las religiosas os pido que recéis mucho por los sacerdotes. Que los animéis a la hora de poner a funcionar los grupos sinodales. Que os sintáis corresponsables de este caminar juntos. Os invito, de manera especial a los que vivís en el ám-bito rural, a ser generosos ¡ya sé que lo sois! Pero en esta ocasión os pido que aquellos que tengáis posi-bilidades, acojáis a los miembros del grupo personal en alguna sala de vuestra casa, quizás en la cocina - en torno a lareira en este tiempo de invierno - imi-tando a los primeros cristianos que se reunían en las casas para rezar, aprender la catequesis y, cuando re-unía condiciones, se celebraba la Eucaristía. Aque-llas domus Ecclesiae siguen siendo hoy un reclamo para la apertura a los otros y para acoger los trabajos de los grupos sinodales. En vuestros hogares se en-cuentran las personas mayores que son tan necesa-rias con sus sacrificios escondidos, sus dolores y sus oraciones; pero también por vuestras casas aparecen los niños y los jóvenes que muchas veces pasan de estas cosa de la Iglesia, porque han recibido algu-nas predisposiciones contra lo religioso y, al veros rezar y reflexionar sobre los diferentes temas que se os proponen, podéis así vivir aquella invitación de ¡lanzad las redes!

El Sínodo Diocesano, a través de los grupos si-nodales, quiere ayudarnos a todos, a mí el prime-ro, a descubrir la belleza de una Iglesia en la que hemos nacido, vivimos y deseamos morir en ella. Una Iglesia que quiere salir para encontrarse con aquellos que se han marchado, se han enfadado, o no quieren tener nada con nosotros. Una Iglesia en salida que muestre un rostro más amable, menos funcionarial, más abierta y atenta a las necesidades de tantos de nuestros conciudadanos que buscan y no encuentran, llaman y no se les abre (EG 27, 46-47). Los grupos sinodales serán una ocasión propi-cia para que desaparezcan las fronteras de nuestras comunidades parroquiales y aprendamos a vivir más en comunión. Los grupos sinodales están lla-mados a crecer y a perdurar en el tiempo y, pase lo que pase, os repito con palabras del papa Francisco: ¡no os dejéis robar la esperanza! (EG 92).

Con afecto se encomienda a vuestras oraciones y os bendice.

J. Leonardo Lemos MontanetBispo de Ourense

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Salimos a tu encuentro para acompañar, fructificar,vivir y celebrar el Adviento en clave sinodal

José Manuel Villar Suárez, OM

Todo comenzó cuando una joven llamada María, de una pequeña aldea llamada Nazaret, aceptó el reto que le propuso Dios de ser la Madre de su Hijo: Jesús, el que un día salvaría a toda la humanidad. María se fía de la palabra de Dios y dice sí a su obra salvadora ( cfr. Lc 1, 26-38, Lc 1,45, Lc 11,27-28) y se entrega totalmente, sin poner trabas, disponible para lo que el Señor decida hacer con ella, confian-do que poniéndose en Sus manos sabrá fructificar. Lo más probable es que, en un principio, se sintiera confusa y asustada, sin entender qué estaba ocu-rriendo en ella, pero el Espíritu de Dios disipó en lo más íntimo de su ser esas dudas y le dejó actuar plenamente.

Otro personaje que no podemos olvidar es José. Tampoco entendería qué estaba pasando en sus vi-das, pero tuvo la inspiración divina de que su pa-pel estaba ahí, acompañando, haciendo de padre terrenal del Salvador, en la retaguardia y sin des-tacar demasiado. A él se le encomendaba la tarea de acompañar y ayudar a fructificar una apuesta de Dios por el hombre... ayudar a que el camino se hiciese realidad.

Adviento es, por tanto, tiempo de espera, de es-peranza, pero no una espera ociosa, de dejar pasar el tiempo sin más; es una espera activa, vigilante, de conversión, en la que hemos de estar ocupados en allanar los caminos al que viene. Y hoy día ¿sa-bemos quién viene y para qué viene? Los cristianos, al menos, debemos saberlo y vivirlo con ilusión, entregados al servicio de los demás y con una gran dosis de generosidad en esa entrega. Ahí debemos poner nuestro “sí”, en la entrega, en la disponibi-lidad, en celebrar con gozo y esperanza, deseando lo mejor para todo el mundo, poniendo de nuestra parte todo lo que tengamos de positivo al servicio de quien nos necesite, al igual que hizo María du-rante toda su vida. Por eso, en este Adviento sinodal queremos poner en marchar el despertador de la es-peranza de tal forma que este Adviento nos ayude a fructificar, amando intensamente este tiempo nuevo que se nos ofrece, abriendo la puerta al Salvador y trabajando juntos para que podamos decir: ¡Ven, Se-ñor, Jesús!, contigo podremos conseguir dibujar el camino nuevo que necesita nuestra familia dioce-sana para ser capaz de responder con generosidad y fidelidad al Evangelio. Un Santo Padre lo dijo bellamente: Cristo es la Palabra de la verdad... el aguijón de salvación (Clemente de Alejandría, El Protréptico). Aguijón de salvación en este tiempo nuevo, tiempo sinodal, donde Cristo es un promo-tor de vida nueva. Su aguijón se clava en cada uno

profunda y dulcemente, tantas veces demasiado acostumbrados y amodorrados, para introducir en nosotros una gracia salvadora, una fuerza supera-dora. ¿Es que la fe adormece o amodorra? No. El Adviento, y especialmente en este tiempo sinodal, nos libera de lo conocido hasta el momento, abre las puertas y las ventanas de nuestras casas, de nuestras sacristías y nuestros refugios, de nuestras costum-bres y nuestros cuarteles de invierno. Este Adviento pretende hacernos testigos valientes, sacarnos de nuestras casillas como lo hizo con Nicodemo o Za-queo; como lo logró con María, la Magdalena y con la Samaritana. La fe en Cristo despierta y estimula.

Desde aquí algunas claves para vivir este Advien-to en clave sinodal:

En primer lugar, tener una mayor conciencia de celebrar la Eucaristía como la expresión suprema de la espera que adelanta la venida del Señor. La vida de fe tiene por centro la Eucaristía de tal forma que en ella se hace realidad aquello del Apóstol: Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz anunciamos la muerte del Señor hasta

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que vuelva (1 Cor 11, 26). Es la Eucaristía el cen-tro, no el lugar dónde se celebra. Lo importante es aprender a buscar nuestro centro de referencia que nos facilita el participar (necesitar) de la Palabra y comulgar el Cuerpo del Señor, de tal forma que nos impulse a vivir de forma nueva nuestra vida de cristianos.

En segundo lugar, el Adviento mira al desenlace final de la Historia: la venida del Señor, su juicio sobre toda iniquidad y la llegada de los cielos nue-vos y la tierra nueva. Este tiempo nuevo se con-vierte en un lugar privilegiado de reconciliación. Es una llamada permanente a la conversión, a salir del pecado, a volver a la gracia. El servicio per-manente de la Penitencia es un adelanto del juicio de Dios sobre el pecado y la vuelta a la santidad de los pecadores, en esa perspectiva escatológica: Cristo tiene que reinar hasta que Dios ponga a sus enemigos como estrado de sus pies ( cfr. Hb 10, 12-13). Llamada poderosa a los ministros ordena-dos para ser capaces de pensar en clave sinodal la nueva forma de ofrecer este sacramento. Tiempo nuevo para ayudar a fructificar a nuestras comuni-dades eclesiales. ¿Será mucho soñar pensar en un lugar “arciprestal” para ofrecer este Sacramento y comprometerse a “esperar”?

En tercer lugar, cuando el Señor vuelva encon-trará a los suyos velando en oración. El Sínodo es una experiencia de oración, esperando que el Señor se manifieste en él para que nos muestre el camino de la evangelización. Una oración que debe romper nuestra rutina. Necesitamos, en este proceso de vela, favorecer la oración personal y litúrgica. Recuperar el clima de Dios que nos ayude a ofrecer lo que el mundo y la sociedad de hoy no pueden ofrecer: es-pacios de silencio, de adoración, de escucha... es-pacios misioneros, expansivos y abiertos… que nos lleven a pensar y decidir con las luces largas del “bien común” y no con las luces cortas del “siempre se ha hecho así”… Como nos dice el papa Francis-co: La reforma de estructuras que exige la conver-sión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorez-ca así la respuesta positiva de todos aquellos a quie-nes Jesús convoca a su amistad (EG 27).

En cuarto lugar, frutos de buenas obras y com-pañía fraterna y apostólica. En esto recibe glo-ria mi Padre en que vayáis y deis mucho fruto ( cfr. Juan 15, 8.16). Cada comunidad parroquial, en este tiempo netamente mariano, debe invocar a la Madre de Dios bendiciendo el fruto de su vien-tre: Jesús. Este Sínodo es ya, para todos los que estamos al servicio de la Iglesia, una inspiración del cielo. El Adviento debe animarnos a hacer rea-lidad la caridad de la acogida y de la compañía

hacia los hermanos como lo hizo María. Esto sig-nifica dar un paso cualitativo hacia Dios: siempre el mismo y siempre nuevo. Ese Dios que, a pesar de lo que digan, nos hace arder el corazón ( cfr. Lc 24, 32).

Y esta es la manera nueva de vivir este Adviento sinodal, porque cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evan-gelio, nos brotan deseos nuevos, caminos inéditos, otras formas de expresión, compromisos diferen-tes... más ganas de vivir. Debemos recordar lo que nos dice el papa Francisco: Mira en lo profundo de tu corazón, mira en lo íntimo de ti mismo y pregún-tate: ¿hay un corazón que desea cosas grandes o un corazón adormecido por las cosas? ¿Tu cora-zón ha conservado la inquietud de la búsqueda o lo has dejado sofocar por las cosas, que terminan por atrofiarlo? (Homilía en la apertura del Capítulo General de los Agustinos).

Imploremos en este tiempo de Adviento a la Vir-gen María, para que nos acompañe en el camino si-nodal de tal forma que sea una ruta segura hacia el Señor y lo vivamos como una venida renovadora del Dios-con-nosotros hacia nuestra Iglesia diocesana. ¡Despertar al mundo! ¡Sean testimonio de un modo distinto de hacer, de actuar, de vivir! Es posible vivir de un modo distinto en este mundo (Papa Francisco).

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La liturgia, fuente de espiritualidad samaritana

Ramiro González Cougil

La Constitución del Concilio Vaticano II sobre la Liturgia (SC) en su artículo 10 dice: “La Liturgia es la cumbre a la que tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza...Por consiguiente, de la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros, como de una fuente, la gracia y con la máxima eficacia se obtiene la santificación de los hombres en Cris-to y la glorificación de Dios, a la que tienden las demás obras de la Iglesia como a su fin”. De este texto y otros textos conciliares (cfr. LG 11; PO 5; UR 15; AA 3) brota claramente que la Liturgia y, sobre todo la Eucaristía, es la fuente por excelencia de la espiritualidad cristiana. En ella todos los que participan fructuosamente encuentran “la primera y más necesaria fuente en la que los fieles beben el espíritu verdaderamente cristiano”(SC 14). De esa participación y del “beber” la más auténtica espiri-tualidad cristiana brota la vida “en Cristo ( cfr. Rm 3, 24; 6, 3;6, 11; 8, 1-2; 8, 39) o en el Espíritu” (cfr. Rm 8, 9; 8, 15; 1 Cor 4,10.14; Ef 2,18; 6, 18). Es la verdadera condición del discípulo de Jesús y del bautizado, crismado y eucaristizado, que avanza hacia el crecimiento y maduración cristiana.

El mismo artículo de SC explica la condición fontal de la Liturgia con esta palabras: “...la liturgia misma impulsa a los fieles a que saciados con los sacramentos pascuales” (los de la Iniciación cris-tiana), sean “concordes en la piedad” (como hijos en el Hijo, se manifiesten hermanos, miembros del Cuerpo de Cristo, unidos a la Cabeza); ruega a Dios que “conserven en su vida lo que recibieron en la fe” (lo recibido en los sacramentos mediante la par-ticipación fructuosa, lo mantengan haciéndolo vida propia “en Cristo”) y “la renovación de la alianza del Señor con los hombres en la Eucaristía encien-de y arrastra a los fieles a la apremiante caridad de Cristo” (la celebración de la Eucaristía es fuego que enciende y arrastra a los bautizados al amor de Cristo que urge, no admite espera) (Cf 2 Cor 5, 14). La Eucaristía ha renovado la alianza vieja del AT. Cristo la hizo nueva en su sangre: en la cruz y en la Eucaristía.

1. ¿Cómo describir la espiritualidad litúrgica?

La espiritualidad litúrgica tiene por finalidad que toda la vida del cristiano esté reglada por el misterio pascual de Cristo, centro y eje de toda celebración litúrgica. Damos la descripción de dos viejos pro-

fesores y extraordinarios maestros de Liturgia. La espiritualidad litúrgica es: “El ejercicio (en cuanto posible) perfecto de la vida cristiana con el que el hombre, regenerado en el bautismo, lleno del Espí-ritu Santo recibido en la confirmación, participan-do en la celebración de la Eucaristía, marca toda su vida de estos tres sacramentos, con la finalidad de crecer, en el cuadro de las celebraciones distri-buidas en el año litúrgico, de una plegaria continua (concretamente plegaria o liturgia de las horas) y de las actividades de la vida diaria, en la santificación por medio de la conformación con Cristo crucifica-do y resucitado, en la esperanza de la realización última, para alabanza de la gloria de Dios”.

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De esta descripción destaquemos los elementos substanciales:

1. La espiritualidad litúrgica arranca de la Ini-ciación Cristiana y de los tres sacramentos que la coronan: Bautismo, Confirmación y Eucaristía.

2. El sujeto humano receptor y también agen-te de la espiritualidad litúrgica es el bauti-zado que se ejercita en la vida cristiana.

3. La vida del bautizado queda marcada por los tres sacramentos de la Iniciación.

4. Esta vida se ordena a crecer en santidad por las celebraciones del Año Litúrgico, por la oración ininterrumpida (Liturgia de las Ho-ras) y las actividades de la vida diaria.

5. La santificación se realiza por medio de la conformación con Cristo crucificado y resucitado, en la esperanza de la culmi-nación, por la venida definitiva de Cristo, para la alabanza de la gloria de Dios.

En la entera historia de la Iglesia está presente la convicción fundamental de que toda la vida cris-tiana (la vida “en Cristo” o “en el Espíritu”) ha de fundamentarse en la Liturgia (R. Guardini, B. Neu-nheuser, Triacca, etc.).

2. Espiritualidad litúrgica samaritanaLa Liturgia hace presente y actualiza el misterio

(misterios) que proclama la Palabra de Dios. La Li-turgia de la Palabra nos ofrece con abundancia mu-chos textos, en los que Cristo se manifiesta como “buen samaritano”. Pensemos en los casos en que Jesús cura a enfermos, lanza demonios de personas que sufren, perdona los pecados, da vista a ciegos, cura a paralíticos y vuelve a la vida a muertos. La Liturgia y, sobre todo la mesa de la Palabra de la Eucaristía, actualiza para la comunidad cristiana estos “mirabilia” en el “hic et nunc, nobis” de la sa-cramentalidad memorial-epiclética. Jesús, en estos textos, sigue actuando hoy su condición samarita-na y salvífica, para toda la comunidad celebrativa que actualiza los misterios. Pero además enciende y arrastra a los fieles a la apremiante caridad (cfr. 2 Cor 5, 14) descrita en la parábola del buen sa-maritano (cfr. Lc 10, 30-37). La espiritualidad que mana de las celebraciones litúrgicas debe configu-rar a los bautizados con los sentimientos y actitudes de Cristo, “buen samaritano”. Además tal configu-ración debe empujarlos a vivir en profundidad el mandamiento del amor al prójimo. Ante el prójimo sufriente o desvalido, todo bautizado debe compa-decerse (padecer con), acercarse (ponerse cerca, no dar un rodeo y pasar de largo), vendarle las heridas, curárselas y preocuparse por su salud total. En esto

manifestará su condición de prójimo del pobre y desvalido. Comportarse como prójimo es practicar “la misericordia con él” (Lc 10, 37). La espiritua-lidad litúrgica que deriva del Cristo pascual en sus misterios (sobre todo de su muerte y resurrección), entregado y en permanente oblatividad “por noso-tros y por nuestra salvación”, debe imitarle en la vida espiritual y en la actuación compasiva y mise-ricordiosa hacia los hermanos.

Esta imitación-seguimiento de Cristo, efecto y fruto divino-humano, debe ser conforme al estilo que el Señor adoptó durante toda su vida, siendo samaritano de los hombres que se acercaron a Él en su vida terrena. Ahora lo sigue haciendo junto al Padre en el cielo ( cfr. Heb 7, 25; 8, 1-2; 9, 24), en la Liturgia divino-humana de la tierra y en la acti-vidad de la Iglesia, su sacramento y su cuerpo aquí en la tierra. La Liturgia comporta siempre el mis-terio del Cristo que ejerce su sacerdocio mediante su cuerpo que es la Iglesia, la acción ritual-sacra-mental que actualiza simbólicamente el misterio. Por fin está la vida que brota del misterio y de la respuesta coherente de la asamblea y se proyecta siempre a la liturgia de las 24 horas del día. En esta liturgia de las 24 horas o liturgia de la vida es donde la espiritualidad cristiana debe mostrarse samarita-na, es decir compasiva y misericordiosa.

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La primera carta de Pedro y la compasión en la Sagrada Escritura

Julio Grande Seara

Tened un corazón compasivo (1 Pe 3,8)

Esta invitación que nos hace la Palabra de Dios como lema de nuestro curso pastoral, la encontramos en la Primera Carta de Pedro, obra de un autor anóni-mo de la segunda gene-ración cristiana, un au-tor que sabe combinar la tradición petrina con la tradición paulina. Pro-bablemente un discípu-lo de Pedro en los años 70-80, que se dirige a comunidades cristianas de Asia Menor, comu-nidades rurales, muy humildes, que necesitan fortalecer sobre todo la comunión fraterna, la solidaridad entre ellos. Es un mensaje de aliento en las adversidades, pues sien-do herederos de la Salvación (1Pe 3-12), estamos llamados a una vida nueva (1Pe 1,13-25) en la que Cristo es la piedra angular y la conducta cristiana un camino de vida haciendo el bien (1Pe 2,4-22) a imagen de Cristo sufriente (1Pe 4).

Es una carta-circular dirigida, no a un individuo particular, sino a una comunidad para ser leída en las asambleas litúrgicas, en la que destacan sobre todo rasgos catequéticos, litúrgicos y abundantes referencias bautismales. Encontramos en 1Pe múl-tiples citas o referencias al A.T., apelando a nume-rosos personajes sin citar textos concretos. Refe-rencias a Noé (1Pe 3,20), Sara y Abraham (3,6), a la construcción de la casa de Dios, el cordero sin mancha, nos hacen entender que el trasfondo de 1Pe sólo puede ser el A.T. También se hallan contactos con el ambiente joánico del Nuevo Testa-mento como la referencia a aquel a quien amamos y en quien creemos sin haberle visto (1Pe 1, 8 / Jn 20,29) o la exhortación a los pastores a ser en hu-milde servicio, guardianes del rebaño que se les ha confiado (1Pe 5,2-3 / Jn 21,15-17; 13,15-17). Por lo que se refiere a su relación con la tradición pau-

lina, se ven contactos con las cartas a Romanos y Efesios pero están ausentes los grandes temas de la justificación por la fe y la polémica de Pablo con la Ley judía. Estamos ante un escrito de madurez que sabe aprovechar todos los aspectos de la tradición judeocristiana que pueden ayudar a iluminar la si-tuación difícil y precaria de comunidades jóvenes y con una personalidad poco definida aún.

El tono de la carta es de seguridad, entusiasmo, alegría y de firme esperanza. Sabe que no es fácil ser cristiano, hay muchos peligros, pero no hay que desanimarse... en Cristo Resucitado la esperanza es plena.Cristología

Jesucristo, predestinado desde la fundación del mundo, no se manifestó plenamente hasta estos úl-timos tiempos (1,20), Jesucristo se halla en la glo-ria y está sentado a la derecha de Dios (3,18), su Espíritu estaba ya en los profetas prediciendo sus sufrimientos y la gloria posterior (3,18b). Gloria quiere decir Victoria, y todos, en Cristo, podemos tener acceso a ella, a la esfera de la Luz (2,9), la Verdad (1,22) y la nueva vida (1,23), más aún, nos espera una herencia en el cielo (1,4).Vida cristiana

Cristo es el fundamento de la comunidad cris-

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tiana, que se sabe elegida. La fe cristiana es una vocación que conlleva una respuesta de amor a quien nos amó primero (2,4.6). La comunidad es exhortada a acercarse a Cristo, piedra viva, a Cris-to resucitado. Los miembros de la comunidad son piedras vivas, templo del Espíritu, constituidos en comunidad sacerdotal para ofrecer víctimas espiri-tuales (la propia vida) agradables a Dios (2,5/ Sal 118/ Is 28,16). Los cristianos tenemos una identi-dad que nos constituye en familia, en comunidad, en pueblo. La vida de Jesús, su sufrimiento, es la base de toda esperanza.

El autor de 1Pe que, se considera a sí mismo co-presbítero en comunión con otros presbíteros de la comunidad (5,1), trata de pastorear el rebaño fomentando actitudes de disponibilidad y genero-sidad, con un acento en el servicio y amor mutuos (4,10-11), desterrando el autoritarismo y el despo-tismo (5,2-3).La compasión cristianaa la luz del A.T.

En la Biblia encontramos una estrecha relación entre misericordia y compasión, a la que se alude con varias voces hebreas y griegas que suelen tra-ducirse por “mostrar m sericordia” y “tener piedad”. Destaca el verbo hebreo “rajam”. Podría-mos decir que su sentido “expresa un profundo y tierno sentimiento de compasión, como el que es suscitado a la vista de la debilidad o del sufrimiento de aquellos que nos son queridos o que necesitan de nuestra ayuda”.

El pasaje del A.T. que mejor nos muestra en qué consiste la compasión de Dios, la compara con los sentimientos de una madre para con su hijo. En Is

49,15 leemos: ¿Puede una madre olvidar a su niño de pecho, no compadecerse del hijo de sus entra-ñas? Aunque ella se olvide, yo nunca te olvidaré. Esta conmovedora descripción destaca la profun-didad de la compasión de Dios hacia su pueblo. La tierna compasión que siente por sus siervos jamás falla y es infinitamente más fuerte que el más entra-ñable afecto imaginable: el que suele tener la ma-dre para con su pequeño (1Pe 3,8).

En este contexto podemos entender el sentido de 1Pe 3,8. Se refiere al estilo de conducta de cada cristiano por ser fiel al nombre que recibimos en el bautismo: “discípulo de Cristo”, reflejo de la com-pasión del Amor que es Dios mismo.

Los creyentes debemos ser de un mismo sentir, comprensivos, compasivos y atentos, lo cual signi-fica, que se espera que seamos humildes y servicia-les, no dominantes en el trato con los demás. Este pasaje nos recuerda el Sermón del Monte donde nos invita a no juzgar a los demás, a hacer siem-pre el bien, a ser veraces y generosos. Si adoptára-mos esta actitud y obráramos de acuerdo con este principio, se disolverían los grupos de resentidos, todas las rivalidades y discusiones que enturbian las relaciones y la convivencia fraternal entre los cristianos. Recordemos que somos representantes, embajadores, del Señor en este mundo.

Bibliografía:La Biblia, La casa de la Biblia (Verbo Divino. Estella, 1993).

Oriol Tuñí – Xavier Alegre, Escritos joánicos y cartas católi-cas (Verbo Divino. Estella, 1995).

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“Sínodo es nombre de Iglesia” (III)El camino de la fe: el Concilio de Éfeso, camino hacia Calcedonia

Francisco José Prieto Fernández

Con los concilios de Nicea (325) y Constanti-nopla (381), el credo de la Iglesia ha quedado for-malmente formulado: la fe en el misterio de Dios, Unidad en la Trinidad, y Trinidad en la Unidad. Un solo Dios que se nos ha mostrado comunión de vida y amor en las personas divinas del Padre, el Hijo que es de la misma naturaleza que el Padre y del Espíritu Santo, que recibe el mismo honor y gloria. Casi un siglo de intensos y sinceros debates que buscaban afirmar la fe verdadera sobre el Dios de Jesucristo tal como este mismo se nos ha dado a conocer y como la Iglesia lo ha celebrado y lo ha anunciado.

Superada la crisis arriana con la afirmación de la divinidad de Jesucristo en el mismo sentido que lo es el Padre, se abría un interrogante teológico, me-jor aún, cristológico, de calado: ¿cómo se articula en la persona del Hijo el hecho de afirmar que es al mismo tiempo Dios y hombre? No es una cuestión baladí. Lo intuyó muy bien Atanasio de Alejandría antes de iniciarse los debates sobre esta cuestión: Si el Hijo solo fuera criatura, el hombre sería so-lamente mortal, por no estar unido a Dios… Si el Hijo no fuera verdadero Dios, el hombre no podía ser divinizado porque estaría unido a una criatu-ra (Discurso contra los Arrianos II, 69-70). He ahí la clave: afecta al núcleo mismo del sentido y de la eficacia de la salvación que el Padre quiso para nosotros por medio de Jesucristo en su muerte y resurrección. Si Cristo es mero hombre, ¿quién nos ha salvado?; si sólo es Dios, ¿qué ha sido salvado? En palabras de Gregorio Nacianceno, lo que no es asumido, no queda curado; mientras que lo que ha sido unido a Dios, eso es lo que se salva (Carta 101, 32).

Desde los inicios del siglo V, los contrastes teo-lógicos, especialmente los referidos a la persona de Cristo (entre alejandrinos y antioquenos) se ha-bían acentuado: el Logos-anthropos de unos y el Logos-sarx de otros. Para un antioqueno la natu-raleza es algo concreto e individual, mientras que para los alejandrinos es algo abstracto poseído por la persona. Los antioquenos señalan la distinción de naturalezas en Cristo acentuando la humanidad, los alejandrinos insisten en la unidad, destacando la divinidad del Logos encarnado. En el fondo, el problema era explicar el modo de la unión: en Ale-jandría se entiende como una fusión-identificación; en Antioquia es una relación-cooperación (unión moral) de naturalezas completas y concretas, en las

que destaca la autonomía de la naturaleza humana hasta hacer de ella un segundo sujeto junto al Lo-gos.

Con estos presupuestos se entiende que Nestorio, patriarca de Constantinopla, subraye la distinción de naturalezas, dos naturalezas completas con su “yo humano” y su “yo divino” (por eso María es sólo Cristotokos), pero sin negar la unidad (nun-ca predicó dos personas en Cristo). Intenta salvar el peligro de división en la cristología antioquena, pero no consigue un correcto concepto teológico: reduce la unidad a algo casi moral (synápheia, con-junción, para evitar que la unión fuese como una mezcla) entre el Verbo y el hombre (Cristo Dios ha-bita en Cristo Hombre, homo assumptus). Por otro lado, Cirilo, patriarca de Alejandría, pone la unidad en primer lugar sin ser capaz de interpretar la dis-tinción (la humanidad por la encarnación es propie-dad, instrumento de la divinidad, del Logos). Habla de “una sola naturaleza” en el sentido de “sustancia individual existente”: expresa la unidad de Cristo, pero deja oscura la distinción. La vía media de am-bas posiciones será Calcedonia (451), aunque hubo un intento previo de conciliación en Éfeso.

Concilio de Éfeso (431)Este concilio fue convocado por el emperador

Teodosio II a petición de Nestorio. Las cartas de citación, enviadas a todos los metropolitanos del imperio de Oriente y a unos pocos obispos de Oc-cidente, convocan el concilio para Pentecostés del 431, un 7 de junio. Había que resolver las dificulta-des provocadas por la enseñanza de Nestorio que, de acuerdo con la cristología antioquena, rechazaba que María fuese llamada Madre de Dios / Theo-tokos y prefería nombrarla Cristotokos / Madre de Cristo. Esto provocó la reacción de Cirilo de Ale-jandría y la condena del papa Celestino de Roma.

Al acercarse el inicio del concilio, había aún mu-chos ausentes, entre ellos los obispos orientales, de orientación doctrinal antioquena y, por tanto, favo-rables a Nestorio. Cuando se supo que estos esta-ban sólo a pocos días de camino de Éfeso, Cirilo decide comenzar el concilio el 22 de junio en la iglesia grande de Éfeso, dedicada a María. La ma-yoría de los obispos presentes, unos 200, eran hos-tiles a Nestorio: Cirilo con unos 50 obispos egip-cios, Memnón de Efeso con otros obispos de Asia Menor recelosos por la primacía de Constantino-pla, y Juvenal de Jerusalén con varios obispos pa-

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lestinenses. Los trabajos empezaron a pesar de las protestas de Candidiano, representante imperial en el concilio que lamentó las irregularidades y pro-puso inútilmente que se esperara a los retrasados.

En una sola sesión, tras la lectura del símbolo niceno y de una amplia documentación sobre la controversia, se aprueba la postura de Cirilo y se condena y depone a Nestorio, que se había nega-do a acudir al aula conciliar. Los obispos orientales llegaron el 24 de junio, e informados de lo sucedi-do, se reunieron presididos por Juan de Antioquia: denunciaron el peligro de apolinarismo (niega que Cristo tenga alma racional y libre: se hace carne pero no hombre) que observaban en los anatematis-mos de Cirilo y declararon depuestos a él y a Mem-nón de Éfeso. Mientras se esperaba la decisión del emperador Teodosio, llegaron con gran retraso los legados del papa Celestino (Arcadio, Proyecto y Felipe), que apoyaron la posición de Cirilo.

El concilio se reúne de nuevo y, el 10 y 11 de ju-lio, los delegados romanos aprueban las decisiones tomadas contra Nestorio. En las sesiones del 16 y 17 de julio se depone a Juan de Antioquia y a otros 34 obispos orientales. Casi al final, el 22 de julio, se estableció que sólo se admita la fórmula de fe ni-cena del 325. A primeros de agosto llega a Éfeso la respuesta de Teodosio. Fue rotundo: aprueba la de-cisión de Nestorio, de Cirilo y de Memnón, rechaza todas las decisiones tomadas y disuelve el concilio.

Acabada bruscamente la asamblea conciliar, se inicia un período de confusión y de tentativas inúti-les de compromiso: Nestorio renuncia a Constanti-nopla y se retira a un monasterio cerca de Antioquia, mientras Cirilo trata de ejercer todo tipo de influen-

cias en la corte. Tras frustrados intentos de concilia-ción, Teodosio disuelve definitivamente el concilio y autoriza a los obispos a volver a sus sedes, a excep-ción de Cirilo. Cuando la carta del emperador llega a Éfeso con tales decisiones, Cirilo ya había partido para Alejandría.

En el 433 se llega a la llamada “Fórmula o Acta de Unión” entre alejandrinos y antioquenos: se acepta el título Theotokos y la unión en el único Cristo de las dos naturalezas sin confusión. Es el verdadero “credo de Éfeso” que culminará en el concilio de Calcedonia. Hay que reconocer que las circunstancias políticas (lucha por la primacía entre Alejandria y Constantinopla), los manejos de Cirilo y la poca prudencia y ductilidad del propio Nesto-rio transformaron a este piadoso monje antioqueno en el impío divisor de Cristo.

¡Qué pena que en este caso fueran tan certeras unas palabras de Gregorio Nacianceno escritas en el 382 tras su penosa experiencia en el concilio de Constantinopla!: “No he visto ningún concilio que tenga un final feliz, o que ponga fin a los males, en vez de aumentarlos. No hay más que enfrentamien-tos continuos y luchas por el poder” (Carta 130, a Procopio). Parafraseando a Agustín de Hipona, po-dríamos decir que la Iglesia, en este intenso y, por momentos, dramático camino por el que fue pro-fundizando la verdad sobre Dios, peregrinó “entre las persecuciones del mundo y las consolaciones de Dios” (La Ciudad de Dios XVIII, 51, 2). A pesar de las cacofonías, la verdad sinfónica de la fe se fue abriendo paso guiada por la providente acción del Espíritu. Los años que llevarán hasta el concilio de Calcedonia (451) serán testigos de ello.

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La parroquia como comunidad de comunidadesIdentidad de la parroquia

José Antonio Gil Sousa

Desde su nacimiento, la parroquia mantiene como su esencia la prolongación de la Iglesia parti-cular y de la Eucaristía episcopal, que se despliega a fin de que la realidad eclesial sea realmente una experiencia concreta. El concilio Vaticano II pone de relieve su estrecha vinculación con la Diócesis. Es célula de la Iglesia local (AA 10), hace visible en su lugar a la Iglesia universal (LG 28), represen-ta a la Iglesia visible extendida por todo el mundo (SC 42), el presbítero hace presente al Obispo en cada congregación local de fieles (PO 5).

Como señala san Juan Pablo II, la comunión eclesial, aun conservando siempre su dimensión universal, encuentra su expresión más visible e in-mediata en la parroquia. Ella es la última localiza-ción de la Iglesia; es, en cierto sentido, la misma Iglesia que vive en las casas de sus hijos y de sus hijas (ChL n.26; cfr. C.I.C. c.515,1). La parroquia no es sólo un territorio, sino ante todo, como sucede en la definición de Iglesia particular, una comuni-dad. Es una célula viva de la Iglesia diocesana. En ella se vive la comunión de fe, de culto y de com-promiso socio-caritativo. Para la mayoría de los bautizados es el lugar y el ámbito en que lo eclesial se hace visible y experimentable. También para la mayoría de los no creyentes es en gran medida la referencia que pueden tener de la Iglesia.

Acerca de la situación de la parroquia, como una de las realizaciones de la Iglesia, afirma el papa Francisco: La parroquia no es una estruc-tura caduca; precisamente porque tiene una gran plasticidad puede tomar formas que requieren la docilidad y creatividad misionera del Pastor y de la comunidad. Aunque ciertamente no es la única institución evangelizadora, si es capaz de refor-marse y adaptarse continuamente, seguirá siendo ‘la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos e hijas’. Esto supone que realmente esté en contacto con los hogares y la vida del pueblo y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos. La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adora-ción y la celebración. A través de todas sus acti-vidades, la parroquia alienta y forma a sus miem-

bros para que sean agentes de evangelización. Es comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío misionero. Pero tene-mos que reconocer que el llamado a la revisión y renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes frutos en orden a que estén todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comu-nión y participación, y se orienten completamente a la misión (EG 28).

Las palabras del papa Francisco ponen de ma-nifiesto que en la parroquia se viven las dimensio-nes eclesiales básicas. La parroquia es presencia eclesial de la escucha y anuncio del Evangelio, de la celebración litúrgica de nuestra fe, del compro-miso caritativo social y de la comunión y corres-ponsabilidad en las diversas tareas. En este sen-tido, la parroquia es comunidad de comunidades. Además, el Papa nos pone en alerta al reconocer que la llamada a la revisión y renovación de las parroquias no ha dado todavía y suficientemente los frutos esperados.

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Perspectivas de futuro en la parroquiaLa posición de la parroquia ha quedado pro-

fundamente alterada en los tiempos recientes. La configuración de la sociedad y el proceso de secu-larización le han hecho perder la función de encua-dramiento. Pero su mayor desafío nace de la misma vida eclesial. La realidad del camino sinodal, que ha emprendido nuestra Diócesis, representa una oportunidad para reflexionar sobre la identidad y perspectivas de futuro de la parroquia. Precisamen-te todo esto está siendo objeto de estudio, de diálo-go y de oración en los grupos sinodales. Es el mo-mento oportuno para redescubrir que la parroquia está llamada a ser: presencia viva y transparente de Cristo, modelo de vivencia eclesial y manifestación auténtica de corresponsabilidad. En este sentido de participación activa de todos los miembros de la parroquia ha de jugar un papel decisivo el minis-terio presbiteral. En efecto, la tarea pastoral del sa-cerdote consiste en conducir a un pleno desarrollo espiritual y eclesial la vida de los fieles que tiene confiados. Se trata de una tarea delicada y compleja que incluye la atención a las personas y a las di-versas vocaciones; la capacidad de coordinar todos los dones y carismas que el Espíritu suscita en la comunidad, examinándolos y valorándolos para la edificación de la Iglesia, siempre en unión con el Obispo.

La parroquia está llamada a ser manifestación de la verdadera vivencia de comunión para la misión.

Comunidad evangelizada y evangelizadora con impulso misionero. Esto conlleva la preocupación permanente por el crecimiento personal y comuni-tario de la fe en todos sus miembros y ser signo testimonial de profetismo, especialmente para los más necesitados. Se necesita, además, implantar una verdadera cultura vocacional. En síntesis, la parroquia es sobre todo una experiencia de fe vivi-da, celebrada y gozosamente trasmitida1.

Todas estas dimensiones de la vida parroquial solo se pueden realizar si en cada uno de los miem-bros de la parroquia están presentes algunas acti-tudes, que brotan de una sincera conversión: del culto al ‘yo’, al sentido comunitario y fraterno; de la incomunicación, a la apertura personal y comu-nitaria; de la obsesión por la eficacia (hacer cosas), a la preocupación por la pedagogía (hacer personas y comunidades); del egoísmo (lo mío), a la genero-sidad de compartir; del protagonismo personal o de mi grupo, al servicio generoso; de la enemistad, en-vidia, recelo y confrontación, a la estima, confianza y cercanía; de la amargura de la crítica sistemática, negativa y destructiva, a la corrección fraterna y ayuda mutua; del miedo al futuro, a la confianza del Espíritu. Todo ello con buena dosis de amor, humor y paciencia: no querer todo de inmediato y a corto plazo.

1 José Leonardo Lemos Montanet, Carta pastoral, Ourense en misión (2015) p.32.

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Cartafol de recursos para vivir un Adviento y Navidad diferentes

AdvientoEl término Adviento viene del latín adventus, es

decir, venida. Es un tiempo en el que se debe pro-fundizar en el misterio de nuestra salvación, que se inicia con el nacimiento de Cristo. Tiempo propicio para la oración, de manera particular la oración en familia, recordando que precisamente Jesús quiso nacer en una familia como la nuestra. Tiempo de crecer en la caridad y en el compartir. Tiempo para contar bendiciones y compartirlas. Tiempo fuerte del año litúrgico que debemos preparar con esmero y delicadeza.

Este tiempo de Adviento requiere una respuesta por nuestra parte. El Señor viene, ¿cuál es nuestra postura? ¡Algo tendremos que hacer!• Colocar en nuestras casas la corona de Advien-

to, elaborándola en familia e invitando a todos los miembros a que sean parte de ella rezando, encendiendo una vela cada uno de los cuatro do-mingos y dejando sus peticiones personales.

• Vivir la liturgia de este tiempo con profundidad preparando bien la Palabra de Dios, las oracio-nes, los momentos de reconciliación y el recuer-do de la Virgen.

• Poner un bonito nacimiento aprovechando para explicar a los niños, a modo de cuento, el relato del nacimiento de Jesús, la llegada de los Magos, la vida en aquellos tiempos.

• Darle otro sentido a nuestras compras navideñas. Comprar con el deseo de compartir con los de-más la alegría de dar.Durante el Adviento son importantes las llama-

das «antífonas de la 0», también llamadas antí-fonas mayores: breves oraciones dirigidas a Jesu-cristo que condensan el espíritu del Adviento y la Navidad y se cantan en Vísperas, antes y después del Magnificat, desde el 17 hasta el 23 de diciem-bre. Son un eco de la profecía de Isaías y todas ellas comienzan por la exclamación admirativa “Oh” ex-presando la sorpresa de la Iglesia ante el misterio de un Dios hecho hombre y van seguidas por los títulos divinos del Verbo encarnado.

Si tú quieres, puedes vivir un Adviento diferente. Sólo tienes que prepararte para encontrar al Dios que viene a visitar su viña. ¿No sabes dónde está? Mira a tu alrededor y verás a personas que convi-ven contigo diariamente y que te encuentras en la calle, ahí está Él. Entra en la iglesia y verás cómo está presente en los sacramentos que se celebran,

sobre todo en la Euca-ristía. Reza y descubri-rás una paz interior. Es Él que está en ti. Real-mente esta Navidad puede ser diferente…Gracias a ti.

NAVIDADNavidad, tiempo de

historias, contadas a lo largo de los siglos para mantener vivas las tradiciones y el re-cuerdo, así como para llenar de colorido e imaginación esta épo-ca especial para todo el mundo. Muchos son los que en Navidad transforman un poco su vida: hay más soli-daridad, rogamos por la paz, nos juntamos en familia y sentimos la presencia de Dios dentro de cada uno.

En Navidad hay mu-chos símbolos y gestos tradicionales que pode-mos tener en cuenta y usar en nuestras casas.

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Bendición del árbol de Navidad: aunque hay quien dice que el árbol es un símbolo no cristiano, en el Bendicional encontramos una oración para bende-cir árboles de Navidad lo que puede recordarnos que Cristo, nacido por nosotros en Belén, es el ver-dadero Árbol de la vida.

Bendito seas, Señor y Padre nuestro,que nos concedes recordar con feen estos días de Navidadlos misterios del nacimiento de Jesucristo.Concédenos,a quienes hemos adornado este árbol y lo hemos embellecido con luces,vivir también a la luzde los ejemplos de la vida santa de tu Hijoy ser enriquecidos con las virtudesque resplandecen en su santa infancia.Gloria a Él por los siglos de los siglos.

Amén.

También los niños pueden hacer una oración ante el Belén:

Jesús, tú has venido a vivir aquí, con nosotros;tú nos quieres mucho.Tú estás aquí, muy cerca de nosotros,con tus padres, con María y con José. Yo también te quiero,y quiero amarte más,y quiero aprender a ser como tú.

Amén.

EpifaníaDentro del tiempo de Navidad celebramos la Epifanía, la segunda Navidad, el día en que contemplamos

cómo la luz que nace en Belén es luz que alcanza a todos los pueblos de la tierra. El Niño que ha nacido es universal, para todos. Los Magos llegan a ver al Niño, a adorarlo. Ellos son los representantes de quienes no pudimos estar allí ese día. Ellos nos invitan a creer.

Bendición del Belén: el Belén no debería faltar en ningún hogar. Es el signo más visible de las fiestas de Navidad. Se puede ir montando durante el Ad-viento y en Nochebuena aprovechar para acostar al Niño en su cuna.

Dios, Padre nuestro: tanto amaste al mundoque nos has entregado a tu único Hijo Jesús,nacido de la Virgen María,para salvarnos y llevarnos a ti.Te pedimos que, con tu bendición, estas imágenes del nacimientonos ayuden a celebrar la Navidad con alegríay a ver a Cristopresente en todos los que necesitan nuestro amor.Te lo pedimos en nombre de Jesúsque vive y reina por los siglos de los siglos.

Amén.

Bendición de la cena de Nochebuena: al ser una noche especial, la bendición de la mesa podría tener un tono distinto a como se hace diariamente.

Gracias, Padre,por esta noche de paz,noche de amor,que tú nos has dado al darnos a tu hijo.Te pedimos que nos bendigas,que bendigas estos alimentosque, dados por tu bondad,vamos a tomary bendigas las manos que los prepararon.Por Cristo, nuestro Señor.

Amén.

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Decálogo para regalar en Navidad

• Prepara tu regalo. Elígelo con tino. Envuélvelo con mimo.

• Entrégalo con cariño. El regalo es algo de ti, no sólo algo tuyo.

• Regala algo no comprado. Prefiere algo hecho por ti a algo comprado.

• Regala palabras personales. Palabras de tu corazón o de la Biblia o de un autor al que admiras.

• Regala algo simbólico. Busca algo significativo que hable de ti y de aquel a quien se lo regalas, según la idea que tienes de él, o lo que esperas o piensas o como le ves.

• Regala algo que no sirva nada más que para eso: de regalo.

• Regala tu presencia. Hazte presente a alguien a quien quieres o a quien lo necesita. Regala presencia, sin ser una carga.

• Regálate algo a ti mismo. Quiérete un poco y regálate eso detrás de lo que andas hace tiempo.

• Regálate tiempo. Que la prisa y el alboroto no puedan con-tigo.

• Déjate regalar. Recibe los regalos como un don y sé agrade-cido. No hace falta nada a cambio. Una palabra, una sonrisa, un gesto bastan.

• No pretendas comprar a nadie con regalos. Da sin esperar nada a cambio.

• Regala, no compres.

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Propósitos para el Año NuevoEs costumbre al finalizar el año, revisar nuestra vida y plantearnos metas y propósitos para el Año Nue-

vo. Aunque nos propongamos firmemente llevarlos a cabo y hacer de ellos un verdadero compromiso, a veces se quedan solo en buenas intenciones. Desde aquí queremos compartir algunos propósitos que nos ayuden, sobre todo, a ser mejores cristianos. Se trata de hacer ciertas cosas y dejar de hacer otras. También de asumir ciertas actitudes y dejar de lado otras tantas.

1. Acercarnos más a Dios.Es importante aumentar nuestro tiempo de oración y participar de manera más cons-ciente en los sacramentos.

2. Confiar más en Dios.Si lees la Biblia a diario, escucharás de Dios las palabras que necesitas. No le exi-jas ni demandes favores, pídele siempre que se haga su voluntad. Este año confía más en Dios, acepta lo que te envía y actúa en consecuencia.

3. Dejar de murmurar y de ver la paja en el ojo ajeno.Casi siempre que nos disgusta algo que ve-mos que otro hace, es porque en el fondo nos disgusta que nosotros hacemos lo mis-mo. Hagámonos el propósito de que, ante la tentación de murmurar, cerrar la boca, ver en nuestro interior y en justicia decidir qué actitud debemos nosotros mismos cambiar, qué debemos dejar de hacer o qué debemos comenzar a hacer.

4. Ser portadores de ayuda y generadores de cambio.A lo largo de este año, hagámonos el fir-me propósito de que cada vez que algo nos parezca malo, pensemos cómo ayudar para corregirlo o cambiarlo y actuemos en con-secuencia. Si nada podemos hacer, mejor no estorbemos.

5. Dejar de ofendernos por todo y de pelear contra todos.Este año hagámonos el propósito de evi-tar pleitos y riñas. Desarrollemos mejor la virtud de la mansedumbre que nos ayuda a dejar de lado la violencia. Además de vivir en paz con los demás, seremos bienaventu-rados y heredaremos la tierra que el Señor nos tiene prometida.

6. Ser limpios de corazón.Este año que comienza, comprometámonos a mantener una diversión sana, conversa-ciones en la línea del respeto y un humor blanco que siempre divierte, sin ofender ni contrariar a nadie.

7. Dar más tiempo a nuestra familia.Este año fijemos bien nuestras prioridades: Dios, familia y trabajo. En ese orden. El resto, Dios nos lo dará por añadidura.

8. Disfrutar más la vida que Dios nos da.Ya basta de quejarnos de todo. Es hora de dejar de encontrarle a todo su lado malo. Acepta con gozo todo lo que Dios te da, agradécelo y alaba al Señor por su bondad. Encuentra la mano de Dios en todo lo que tienes. Así viviremos en paz, llenos de gozo y siendo infinitamente agradecidos a nues-tro Dios.

9. Ser portadores de la bendición de Dios. Hagámonos el propósito este año de ser portadores de las bendiciones de Dios para los demás: con nuestro tiempo, con nuestra ayuda, con nuestras manos, con nuestros la-bios y con nuestros bienes materiales.

10. Tener un corazón compasivo.Miremos nuestra realidad con pasión y sal-gamos al encuentro de los hermanos con entrañas de misericordia para que todo el que se acerque a nosotros se sienta una per-sona amada por Dios. Y que este estilo de vida se vea reflejado en nuestra participa-ción entusiasta en los grupos sinodales para avivar nuestra fe, acrecentar la comunión y ser portadores de esperanza en medio de tanto individualismo y violencia que degra-dan la fraternidad.

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En clave de parroquia misionera, superando la inercia pastoral

Luis Rodríguez Álvarez

A manera de presentaciónEn el siglo XIX, un joven estudiante de la pres-

tigiosa universidad de Oxford estaba haciendo un examen importante de religión. Aquel día, la pre-gunta del examen consistía en escribir, haciendo una exégesis seria, sobre el significado religioso y espiritual del milagro de Jesús en las bodas de Caná, cuando convirtió el agua en vino. Durante dos horas el estudiante se quedó sentado en la aba-rrotada clase mientras sus otros compañeros lle-naban páginas y páginas con largas redacciones e interpretaciones, para demostrar su conocimiento; conocimiento, generalmente repetitivo de lo que el profesor había dicho en sus clases bíblicas. Tanto en Oxford como en otros muchos lugares prima-ba más lo académico-repetitivo que la creatividad personal a la hora de analizar un hecho o aconte-cimiento como aquel milagro de Jesús. El tiempo del examen casi había terminado y este estudiante no había escrito ni una sola palabra. El profesor se acercó a él y le instó a que pusiera algo en el papel antes de entregarlo. El joven Lord Byron simple-mente cogió la pluma y escribió la siguiente frase: El agua se encontró con su Maestro y se sonrojó.

En la vida pastoral de nuestras parroquias se ne-cesita un tratamiento de choque para “convertir” el agua de la apatía, de la dejadez, de la nostalgia paralizante y de las inercias en el vino de la pa-sión evangelizadora y de la propuesta novedosa del Evangelio de Jesucristo. Ese “vino pastoral” que hay que tomarlo a sorbos lentos y degustarlo con delectación y que impulsa a la vida compartida y a la vida iluminada por la fe. En la vida pastoral no hay que darse un hartazgo de actividades, de ga-nas de comerse (de beberse, mejor dicho) el mundo en una tarde de pasión y arrebato evangelizador. El vino pastoral precisa de tiempo, de maduración, de solera, de alquitaración, de silencio, de bodega inte-rior. La vida, la verdadera vida necesita oscuridad, cuidados cautelosos y una luz tenue, no deslumbra-dora, para que al vino no le falte la luz, la Luz.

Nuestras comunidades parroquiales son “viñas pastorales” que hay que cuidar con ilusión erradi-cando la enfermedad de la inercia que fomenta y siembra hábitos que frenan el ímpetu evangelizador.

1. Una parroquia misionera apuesta por la novedad del Evangelio

Una comunidad parroquial propone un anuncio

renovado, dejándose tocar por la permanente no-vedad de Jesucristo. Apuesta así por un anuncio ilusionante que ofrece una “nueva” alegría en la fe y una “nueva” fecundidad evangelizadora des-de lo esencial del mensaje evangélico: Cristo es el Evangelio eterno (Ap 14,6). Desde ahí hace que la propuesta cristiana nunca envejezca: Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescu-ra original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, sig-nos más elocuentes, palabras cargadas de renova-do significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre “nueva” (EG 11).

De ahí la pregunta esencial: ¿es nuestra parro-quia un buen ámbito para las “sorpresas de Dios” o prevalece una rutina monótona que no da lugar a irrupciones nuevas del Espíritu? ¿Será que somos tan cerrados que el Espíritu tiene que sorprender a la gente al margen de nuestras parroquias?

El estilo de las tareas y de la vida parroquial debe ser atrayente, interpelante, testimonial. La misión es como una “pesca” (los llamó para ser “pescado-res de hombres” (Mt 4, 19)), pero sabiendo que la Iglesia no crece por proselitismo, sino por “atrac-ción”, una “atracción” que se gana con el testimo-

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nio y no por las simples palabras. ¿Pescamos en pe-cera o preferimos salir mar abierto? Salir mar aden-tro desestabiliza y descentra nuestros presupuestos, nuestras miradas y nuestros planteamientos. ¿Dón-de nos movemos, con los de siempre o con los más alejados? ¿Qué actitudes de salida fomentamos y alimentamos en nuestras comunidades? ¿Respon-sabilidad misionera o comodidad sedentaria? ¿So-mos comunidades cristianas a las que les duelen los pies de tanto caminar? Tantas veces repetimos: “las puertas están abiertas, que venga quien quiera”. ¿No sería más evangélico decir: “las puertas están abiertas para que salgamos por ellas y testimoniar lo vivido, compartido y celebrado”?

2. En permanente conversiónUna parroquia misionera no puede “salir” con

cara de “parroquia envejecida”. Se sabe Iglesia en salida”, saliendo para atraer, para dar vida, para despertar ilusiones, compartir alegría, renovar es-peranza, recrear utopías, curar heridas, derramar misericordia, tender puentes, avivar el pábilo va-cilante y fortalecer la caña cascada… No es una salida de proselitismo, de amenazas, de castigos, de narcisismo. Por eso no valen evangelizadores “con cara de vinagre” o con “cara de funeral” (EG 10), o “evangelizadores de Cuaresma sin Pascua” (EG 6). Desde una opción misionera, la parroquia no ignora las resistencias al cambio; sabe por ex-periencia que estamos muy acostumbrados a lo que hacemos y nos parece que lo hacemos tan bien que no es necesario cambiar. Aún más, los cambios nos dan miedo, porque con ellos se tambalean nuestras seguridades y tradiciones. No se pueden dejar las cosas como están (EG 25), debemos ser una tierra en constante estado de misión.

Una parroquia misionera es consciente de que la renovación eclesial no puede esperar (EG 26); abandona el cómodo criterio pastoral del siempre se ha hecho así. Intenta dar un golpe de gracia a la rutina y a la inercia paralizantes (EG 33). Sabe por experiencia propia que éste es un cómodo cri-terio pastoral, muchas veces utilizado y manejado como fruto de la pereza y del miedo. De ahí se sien-te invitada a ser audaz y creativa en la tarea de repensar sus objetivos, sus estructuras, su estilo y sus métodos evangelizadores (ibid.). Y rechaza con energía el fariseísmo pastoral, preocupado sólo por la apariencia. Lo describe muy bien el papa Fran-cisco, tomándola del entonces teólogo J. Ratzinger como el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia, en la que aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va gas-tando y degenerando en mezquindad (EG 83). Las consecuencias de esta actitud son descritas de for-ma plástica: Se desarrolla la psicología de la tum-ba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo (ibid.). Una parroquia misionera infunde en sus agentes de pastoral el fervor y la audacia y les ayuda así a vencer la tentación de ser pesimistas quejosos y desencantados que lo único que tienen es una conciencia (anticipada) de derro-ta (EG 85). Una desconfianza ansiosa y centrada en él mismo lleva a que la acción pastoral vaya en progresiva decadencia, se hace rutinaria y pierde toda garra misionera.

Conversión, audacia, creatividad, alegría, mise-ricordia, amor son elementos imprescindibles para que el Señor de la viña pueda seguir haciendo el “milagro” de convertir el agua de nuestras inercias en el vino bueno y saludable del Evangelio, para brindar por el Reino de Dios en esta tierra.

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Parroquias para tiempos nuevosJosé Pérez Domínguez

Introducción Cuando corría el siglo IV, San Martín de Tours

se encuentra con una diócesis en pleno cambio his-tórico y cultural con la invasión bárbara. Era preci-so modernizar la pastoral para atender a las nuevas gentes y para ayudarlas a pensar y a vivir en cristia-no. Con un grupo de amigos funda un monasterio en Ligugé, que irradiará espiritualidad en el lugar; reúne a los sacerdotes en comunidades para for-marlos y para enviarlos a proclamar el Evangelio; crea nuevas parroquias; tiene el valor de empezar de nuevo.

Ya en pleno siglo XX, un dirigente socialista afirmaba en 1983 que a España, después de la pasa-da socialista, no iba a reconocerla ni “la madre que la parió”. Y, en verdad, no hay quien la reconozca. Los viejos tiempos han pasado y nos preguntamos: ¿qué pastoral aplicar para los nuevos tiempos que nos ha tocado vivir? El mundo se mueve por nue-vos areópagos, no por los templos, si no por playas, quedadas, magnos festivales, manifestaciones so-ciales, escraches, deporte de masas, competiciones olímpicas, campeonatos...

Por otro lado, san Juan Pablo II con sus visitas pastorales por todo el mundo marca un nuevo es-tilo de pastoral: encuentro con los jóvenes, con los sacerdotes, con los religiosos, con los seminaristas y con el pueblo de Dios. Atención pastoral por sec-tores y cercanía y arropamiento en la comunidad.

En los albores del siglo XXI, el papa Francisco, en ambiente de postmodernidad, de postverdad, de pensamiento líquido, nos propone una Iglesia en salida, hospital de campaña. Pide a los obispos y sacerdotes que no se sientan dueños del huerto de la Iglesia, que es de todos y al menos el 99% de los miembros de la Iglesia son seglares. Quiere que vivamos en sinodalidad solidaria y participa-tiva. Frente a la teoría como argumento, busca la práctica de la caridad y de la solidaridad como tes-timonio.

¿Qué podemos hacer para caminar en esta nueva línea pastoral? Aquí hacemos algunas propuestas que pretenden ser recursos para la reflexión y el análisis, con vistas a proposiciones operativas que ayuden a renovar nuestra modo de anunciar, cele-brar y vivir la fe.

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Parroquias de ciudad

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Un sacerdote por parroquia, uno o varios diáconos permanentes, equipo de pastoral parroquial.

No multiplicar misas y compaginar hora-rios con los templos limítrofes, celebra-ciones penitenciales en colaboración con las comunidades más cercanas.

Catequistas, visitadores de enfermos y an-cianos, coro parroquial, celebración festi-va del domingo y celebración solemne de la fiesta de la parroquia.

Una o dos novenas del patrono o de algún otro santo de devoción (la devoción popu-lar bien entendida debe favorecer y tender siempre a la celebración litúrgica).

Peregrinaciones a santuarios o a la Cate-dral (mover a los creyentes es fundamen-tal: caminar juntos, sentido de peregrina-ción).

Suprimir cultos en las parroquias más cercanas a la Catedral para participar en algunas celebraciones presididas por el Sr. Obispo y crear comunidad diocesana (Corpus Christi, San Martín, Vigilia Pas-cual, Celebración Penitencial en Cuares-ma, Día de la Iglesia Diocesana...).

Parroquias rurales

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Templos de referencia para la celebración de la Eucaristía dominical.

Celebraciones para niños, para jóvenes, para familias, para mayores en la Unidad de Atención Parroquial (UaP) y prepa-radas a nivel diocesano, para que la uni-formidad sea nota distintiva en todas las UaPs: distribuidas oportunamente a lo lar-go del año.

Celebrar en cada parroquia un tiempo fuerte de preparación y vivencia cristiana: novena del patrono, Cuaresma, Pascua, mes de mayo, mes de octubre, día de los retornados.

Celebración de la Vigilia Pascual de toda la Unidad de Atención Parroquial en un lugar céntrico o en algún santuario. Poco a poco se irá creando costumbre.

Unidades de Atención Parroquial que ha-gan un proyecto de nueva evangelización para la zona o la comarca, compartido por sacerdotes, educadores en la fe, religiosos y miembros de distintos grupos. movi-mientos y asociaciones.

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Todo esto es discutible. Pero conviene que apostemos por el futuro lo antes posible. Estas y otras muchas opciones nos ayudarán a caminar juntos en una Iglesia sinodal diocesana. El Sínodo nos abrirá caminos nuevos. Haremos más propuestas para una próxima entrega.

Conclusión

Lo que debemos conseguir

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Conocer la problemática pastoral que ro-dea a nuestras parroquias en la ciudad y en el mundo rural. Se hizo un estudio socio religioso que puede ayudarnos.

Los sacerdotes no deben celebrar más de tres misas en los centros de referencia pas-toral.

Evitar, en cuanto se pueda, la visión ne-gativa que la sociedad actual tiene del sa-cerdote. La causa es clara: dado lo que ha llovido y sigue lloviendo, el sacerdote es visto como quien “vive del cuento” y del “rollo religioso”. ¿Cómo? Con una vida auténticamente sacerdotal y con verdade-ro celo apostólico.

Laicos cristianos mejor formados y más participativos. Dada la movilidad de las gentes y dado que se ausentan de sus pue-blos a lo largo del curso, es necesario crear una mínima estructura pastoral que permi-ta formar e implicar en la pastoral de zona o de la misma comunidad parroquial a se-glares cualificados.

Lo que debemos evitar

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Las Unidades de Atención Parroquial, en la mayoría de los casos, no se han entendi-do o no quieren entenderse. No consisten en la suma de más o menos parroquias que ha de llevar algún sacerdote.

El sacerdote que actúa sólo para aquello que le necesitan: bautismo, primera co-munión, bodas, entierros, procesiones de subidas y bajadas.

Sacerdotes para muchas parroquias y, por ello, justificados para no implicarse dema-siado en la problemática de sus gentes.

Falta de comunidades celebrativas. Cele-brar en parroquias con mayor número de asistencia y participación.

Sacerdotes que celebran cinco, seis, y has-ta más eucaristías en el mismo día. Justi-fican su actuación en el servicio a prestar a todos, aunque, a la larga, no se valoren sus trabajos.

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Propostas de pastoral da saúde na parroquiaJesús Martínez Carracedo

Nalgunhas ocasións escoito un comentario na boca dalgúns irmáns sacerdotes que sempre me fai plantexar a necesidade dun cambio de estilo pas-toral.

Cando falamos do traballo parroquial ordinario, especialmente no rural, é frecuente escoitar: nas parroquias, pola mañá, non hai traballo ningún, ó que eu acostumo a respostar, como galego: entón, ¿non tés enfermos nin maiores na parroquia?. - Sí, sí que teño, básicamente é o que hai durante a se-mana. - Pois entón penso que tés moito traballo que facer polas mañás, engado.

Este diálogo revela ata qué punto seguimos a pensar na tarefa pastoral dende a clave do templo, dos locais parroquiais, e das persoas que ‘veñen’ a nós. Pero todos sabemos que estamos noutro tem-po social, eclesial e evanxelizador. A invitación a saír (Evangelii Gaudium) chámanos primeiramente a saír dos nosos esquemas mentais-pastorais, pero tamén a saír da comodidade da espera, saír dos lo-cais parroquiais para ‘voltar’, como Xesús, a pisar os camiños da nosa xente, entrar nas súas casas e visitar ás familias.

Saír e achegarse-preocuparse polos enfermos, foron dúas actitudes básicas da vida de Xesús; és-tas marcaron a axenda diaria do Señor, e polo tanto deberían tamén marcar a nosa axenda e ser as nosas actitudes de base.

É verdade que na idiosincrasia galega non é tan fácil que nos abran as portas das casas ó menos ata ter plena confianza. Agora ben, permitídeme que vos suxira un truco: se somos quen de visitar ós enfermos e maiores cando estean no hospital, onde seguramente agradezan a sorpresa da visita, ese

feito será a chave para que cando regresen ás súas casas e voltemos visitalos alí, nos abran as portas de par en par. E non só eles, pois ese feito marcado pola misericordia, será evanxeo vivo para os seus familiares, especialmente para os mozos (aos que non sempre temos acceso na parroquia), pois des-cubrirán un rostro da Igrexa que se preocupa polos seus, de xeito especial cando están enfermos.

¿Qué podemos facer nós? A acción da parroquia ten que inspirarse no primeiro evanxelizador, Xe-sús, que evanxelizou curando: Recorría cidades e aldeas, ensinando nas sinagogas, predicando o Evanxeo do Reino e curando tódalas enfermidades e doenzas (Mt 9,35). Deste xeito, revela o rostro do Pai, pedíndolle ós seus discípulos o mesmo: Na cidade na que entredes e vos reciban... curade ós enfermos que haxa, e dicídelles: O Reino de Deus está perto de vós (Lc 10,8-9). Ésta é, tamén, a nosa tarefa: entrar na cidade, na sociedade, curar ós en-fermos e dende esta acción curadora proclamarlle ó home de hoxe a cercanía de Deus. Pois a parroquia continúa a obra de Xesús e da Igrexa cando nos di: os gozos e esperanzas, as tristuras e angustias dos homes de hoxe, sobre todo dos pobres e de cantos sufren, son á vez gozos e esperanzas, tristuras e an-gustias dos discípulos de Cristo (GS 1).

Accións da parroquia:• Educar para afrontar a enfermidade: educar a

afrontar de forma madura a enfermidade, o sufri-mento, o deterioro físico ou psíquico e a mesma morte, axudándolles a tomar conciencia de que todo isto forma parte da condición humana, e a descubrir como viviu Xesús estas situacións e como a súa vida ilumina estes momentos. Usar,

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para esta tarefa educativa, os medios ó noso al-cance: predicación, catequese, cursiños prema-trimoniais, reunións, celebracións comunitarias cos enfermos, publicacións da parroquia,...

• Acompañar aos enfermos: coidar a nosa presen-za ó lado das persoas cando caen enfermas, para axudarlles a sentir que a comunidade se preocu-pa por elas e a afrontar a enfermidade con realis-mo e paz. A parroquia ten que ofrecer atención, cercanía, presenza, escoita, participación e axu-da concreta ó home nos intres nos que a enfer-midade e o sufrimento poñen a proba, non só a súa confianza na vida, senón tamén a súa mes-ma fe en Deus e no seu amor de Pai (ChL,54). Achegándose tamén ós doentes alonxados e ós non crentes.

• Celebrar os sacramentos cos enfermos: estes son os xestos nos que a parroquia ofrece ó enfermo, de xeito culminante, a gracia salvadora e sana-dora de Cristo. De ahí a necesidade de renovar a celebración dos “sacramentos dos enfermos” buscando o momento máis adecuado, suscitando a participación activa do enfermo, a familia e a parroquia, coidando a riqueza expresiva de cada sacramento, e fomentando no posible a celebra-ción comunitaria:• Un momento crítico na vida, como é a enfer-

midade, pode ser ocasión propicia para oir a chamada de Deus á conversión e ó perdón e celebrala no sacramento da Reconciliación.

• Un xeito de facer palpable a solidaridade fra-terna da parroquia cos enfermos é levarlle a comuñón de modo que poidan participar da Eucaristía.

• A Unción dos Enfermos é o sacramento es-pecífico da enfermidade e non da morte. É a celebración do encontro con Xesús, que tamén hoxe -e de moitas maneras- pasa curándonos.

• Atender aos enfermos máis necesitados: unha parroquia fiel ó espírito de Xesús ten que facer un esforzo por chegar ata estes enfermos ós que ninguén chega e atender ós que ninguén atende. O achegamento preferente ós «últimos», o estilo de atendelos e defendelos é o que da un senso máis evanxélico a todo o que a parroquia fai nes-te campo.

• Axudar á familia dos enfermos: a enfermidade afecta tamén á familia, ás veces profundamen-te. Cambia os seus plans e trastorna o seu ritmo de vida; é fonte de inquietude e dor, de conflic-tos e desequilibrios emocionais e pon a proba os valores sobre os que se asenta. A enfermidade constitúe tamén para ela unha experiencia dolo-rosa e dura. Por outra banda, o papel da familia é fundamental e insustituible: o enfermo necesita o

seu cariño e coidados para sentirse seguro, a súa comprensión e paciencia para non verse coma unha carga ou un estorbo, e necesita a súa com-pañía e apoio para poder afrontar con realismo e paz a enfermidade ou a morte.

• Integrar aos enfermos na comunidade: recuperar o verdadeiro lugar do enfermo na parroquia non só como término do amor e servicio da Igrexa, senon máis ben como suxeto activo e responsa-ble da evanxelización (ChL 54). Unha parroquia na que non se conta cos enfermos e anciáns ou co seu testemuño é unha parroquia enferma. Esta debe coñecer aos enfermos, contar con eles den-tro das súas posibilidades e facelos partícipes da vida e servicios desta.

• Implicar a toda a parroquia: tódolos membros da Igrexa participan desta misión, se ben cada un debe realizala en función do carisma recibido e do ministerio que a Igrexa lle encomende. Deste xeito, é importante ter un equipo parroquial de visita ós enfermos, pero sen esquecer que tódolos cristiáns temos que telos no centro das nosas pre-ocupacións. Haberá que atender, formar, coidar e coordinar ós membros de pastoral da saúde, onde será moi importante contar coa colaboración dos profesionais sanitarios que haxa na parroquia.

• Traballar para que a parroquia sexa fonte de saúde: que sexa unha comunidade sana e cercana aos enfermos, pero tamén para os sanos, axudán-dolles a optar por un estilo de vida sanante, ale-gre, entregado, que promova esperanza e vida.

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Vida Consagrada y servicio a los pobres: visibilizar la actitud samaritana

P. Jesús Torres

Cuando me propusieron realizar esta colabora-ción mi mente no andaba muy lúcida y el primer texto que vino a mi recuerdo fue el texto de Jn 4, 5-43, el de la samaritana. Su encuentro y descu-brimiento con el Jesús Salvador y Mesías desde la cotidianeidad de ir al pozo a por agua.

Después de un tiempo reflexioné un poco más y realmente descubrí que la actitud samaritana esta-ría, más bien, referida al texto de Lc 10, 25-37, esto es, el buen samaritano.

El otro día en la Eucaristía, estaba pensando qué decir y el Evangelio me sorprendió con otro texto de actitud samaritana, Lc 9,51-56. Realmente esta actitud no viene muy bien a lo que pretendemos en esta pequeña reflexión.

No voy a desechar ninguno de los textos y voy a intentar mostrar las actitudes samaritanas desde los dos primeros textos en referencia al servicio de los pobres. Cierto que también haré una pequeña alusión al últimos de ellos.

No por repetitivo y sabido, deja de ser menos cierto que la Vida Consagrada, sobre todo, hace una opción por los pobres, en todas las acepciones de la palabra pobre y hace opción de servirlos de-dicando su vida.

En su propia raíz, además, hace una opción real y fuerte por la pobreza, uno de los consejos evangé-licos que profesa la Vida Consagrada, aparte de los

otros dos consejos obediencia y castidad.Sabido esto, centrémonos en la actitud samari-

tana que la Vida Consagrada ha de mostrar y vivir cada día y en cada momento de su vida.

Aunque más que hablar de una actitud concreta, creo que deberíamos hablar de un conjunto de ac-titudes, que ambos personajes van viviendo y mos-trando, y en hacerlas visibles la Vida Consagrada empeña su vida. Por ello más que actitud debe ser un estilo y una forma de vida para la Vida Consa-grada.

El encuentro que aparece en los dos relatos, el del samaritano y de la samaritana, es una de las ac-titudes que la Vida Consagrada hace posible y real. No se queda en los “cuarteles de invierno”, sino que sale al encuentro del necesitado, para hacerse cercano a él, para conocerlo y hacerse uno con él, para conducirlo a Jesús y para intentar desde el ha-cerse uno con él, poner remedio a su pobreza.

El samaritano encuentra al apaleado y acercán-dose a él intenta poner remedio a su mal, a su po-breza. Cuando él no puede atenderlo más, no se despreocupa de él, sino que pone los medios para que sigan atendiendo a su pobreza.

La samaritana se encuentra con Jesús y desde su necesidad y pobreza, descubre para sí al Mesías y muestra la salvación, remedio de su mal, a su pueblo.

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Dicen que en los lugares donde no llega nadie o donde sucede algo no previsto, la primera que llega es la Iglesia, normalmente representada por la Vida Consagrada. Donde no hay aceptación o descono-cimiento del ideal cristiano allí siempre están ellos o ellas.

Los relatos de los samaritanos nos hablan de actitud de ruptura de las reglas establecidas, de la ruptura de tabúes existentes. La Vida Religiosa, en su deseo de hacer presente a Cristo y en su pobreza como opción, es capaz de romper su “zona de con-fort” y hacer presente la salvación donde no llega nadie. La samaritana hace partícipe a todo su pue-blo del descubrimiento de Jesús, pero antes ha roto todas las reglas escritas y no escritas manteniendo una conversación con Jesús, un judío y además un hombre; el samaritano rompe también las reglas culturales, haciéndose uno con el maltratado, apa-leado y olvidado de todos.

Los consagrados son capaces como el samarita-no, de hacerse uno con los maltratados, apaleados, olvidados y dejados de la mano de Dios porque se lo pide su carisma y se lo pide sobre todo, Dios-Pa-dre de misericordia.

Cuentan y dicen las “malas” lenguas que toda la asistencia social que los estados han ido adquirien-do y prestando con el paso del tiempo, ha pertene-cido y ha sido creada por la Iglesia, especialmente por la Vida Consagrada en sus diferentes carismas, que a lo largo de la historia han descubierto siempre a los más olvidados de la sociedad y, sin embargo, los predilectos de Dios, como le pasó al samaritano en su camino a la ciudad.

Probablemente no sea una actitud como tal, que en ambos casos los protagonistas se encuentran en camino, es decir, no están a la espera de que lo importante les salga al encuentro. Así, la Vida Consagrada está y debe estar en permanente cami-no, no sólo hacia el Reino de Dios, como el resto de cristianos, sino que también se encuentra en el camino de la vida con la gente, con los necesitados

y con las situaciones que le requieren dar un ple-no testimonio de vida y palabra de su opción por los más necesitados, de su ser samaritano en todo tiempo y lugar.

La empatía es una actitud muy demandada en cualquier situación de conflicto que se da en nues-tras vidas: el samaritano fue empático con el asal-tado en mitad del camino. La Vida Consagrada ha de hacer también de la empatía (saber ponerse en el lugar del otro) bandera de sus vidas, pues ha de saber ponerse no sólo en los zapatos de los necesi-tados, sino que ha de aprender a ponerse también los zapatos de Jesús para saber en cada momento cómo Él actuaría, en cada caso y situación, ante los más necesitados, para hacer así cotidiano el Reino de Dios en medio del pueblo.

Lo que nunca debe hacer la Vida Consagrada, ni tampoco ningún cristiano que se precie, es decir no a la venida de Jesús, sobre todo cuando se hace presente en lo más necesitados y olvidados de la sociedad (Lc 9,51-56).

Jesús sigue enviando hermanos y hermanas de-cididos a dar su vida en el servicio, sin tiempo ni lugar, a todos los que son los predilectos de Dios. Que el Espíritu Santo sostenga a todos los herma-nos y hermanas para que sintiéndose samaritanos sirvan con gratuidad a todos los hombres para que el amor de Dios llegue a todos y nos conduzca a la felicidad que el Padre nos tiene prometida.

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Familia y signos de los tiemposXosé Manuel Domínguez Prieto

Signos de los tiemposLos que somos cristianos, los casados y padres

de familia tanto como los sacerdotes y religiosos, hemos de entender que ya no es tiempo para postu-ras ambiguas, tímidas, o débiles. No son tiempos de brazos caídos y rodillas vacilantes sino de definirse y actuar. ¿Cuáles son los signos de los tiempos que hemos de leer para que nos guíen en nuestra ac-ción? Traemos a la vista dos muy evidentes: 1. Mientras que en todo el mundo, sobre todo en

América, Asia y África, lo más preciado que en-tregan los padres a los hijos en la vida es la fe, en Occidente, y de modo concreto en Galicia, los padres están preocupadísimos por entregar todo tipo de medios materiales a sus hijos para que tengan un buen porvenir profesional y, sobre todo, material. Consecuentemente, los cristianos en América, Asia y África han crecido exponen-cialmente, siendo la mayor parte de ellos jóvenes y niños. La Iglesia Católica goza de muy buena salud. Pero en Galicia, nuestros niños y jóvenes pasan el tiempo anestesiados con su teléfono mó-vil, muy ocupados en jugar o ver fútbol, en los videojuegos, en sus whatsapp y en aprender idio-mas. Y nada más. El cultivo de la fe ha quedado reducido, en el mejor de los casos, a unos ritos ocasionales. La indiferencia ante la religión se ha hecho generalizada en las familias. Primero se dejó la Misa un domingo porque el niño entrena-ba. Luego fue el día de la bicicleta. Luego fue la pereza. Y, finalmente, el domingo se desdibujó.

Con ello, todo lo demás. 2. Otro signo de los tiempos que hemos de tener en

cuenta es la convocatoria por nuestro Obispo de un Sínodo diocesano, para avivar la fe, renovar la esperanza y acrecentar el ardor misionero de nuestra Iglesia diocesana, es decir, para retomar la experiencia de Cristo tomando conciencia de la situación en la que estamos para poder volver a anunciar el Evangelio. En este contexto, la pro-gramación diocesana de este curso nos invita a tener un corazón compasivo para acercar a cada persona el Evangelio.

Consecuencias para la familiaAtendiendo a ambos signos, parece urgente re-

pensar cómo estamos viviendo nuestro acerca-miento a las familias, por un lado, y como estamos viviendo en cada familia la experiencia y el anun-cio de Cristo.

El primer aspecto, el del acercamiento del anun-cio a las familias, es tarea de todos. De modo espe-cial, de aquellos llamados por vocación al anuncio del Evangelio. Para ellos, el signo de los tiempos, el papa Francisco lo ha dicho en la Evangelii Gau-dium y lo ha subrayado nuestro obispo sobre todo en Ourense en misión, hace falta salir a las peri-ferias, salir de nuestros cómodos despachos para salir al encuentro de las familias, de los matrimo-nios, de las parejas, incluso de las no casadas, se-paradas o divorciadas. Todos necesitan que se les anuncie el Evangelio y que se les acompañe en sus

dificultades, en sus sufrimientos. El anuncio ha de estar unido al acompañamiento y a tareas de ‘sanación’.

Pero la clave última de esta transmisión de la fe, de este anun-cio y esta experiencia, está en los padres. Es el momento de recor-dar con claridad que lo mejor que se puede entregar a los hijos no es el estudio de idiomas, la for-mación universitaria o las últimas tecnologías. La clave de la vida no es tener claro ‘cómo vivir’ sino ‘para qué vivir’. Y este sentido úl-timo es el que proporciona la fe. Sólo la fe da solidez a la persona y le permite afrontar creativamente la vida en todas sus dimensiones.

Para esto, la clave única está en

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recuperar los padres el sentido de la fe. Pero no una fe conceptual: ni aprender dogmas ni asistir a ritos llena el corazón ni suele suponer ningún aconteci-miento. Lo que urge recuperar es la experiencia de la fe. Sólo lo que se experimenta, cambia la vida. Y experimentar la fe no es otra cosa que darnos los padres y darles a nuestros hijos la oportunidad de hacer experiencia directa de Cristo.

Hacer experiencia de CristoPara hacer experiencia de Cristo, vivo, real, hay

que ‘darle la oportunidad’ de que incida en nuestro corazón. Esto supone algo tan sencillo como querer volver a tener relación con Él, hacerle espacio en la maraña de nuestros ruidos, y recuperar primero la Misa dominical -en familia-, los momentos diarios de oración (de encuentro con Dios en nuestro inte-rior), la lectura frecuente del Evangelio, recuperar el encuentro con Cristo en el sacramento de la Re-conciliación y, sobre todo, en la Eucaristía. Ade-más, es imprescindible, para no caer en un espiri-tualismo individualista, hacer experiencia de Cristo con otros en comunidad. De ahí la importancia de ‘regresar’ a la parroquia, a algún grupo parroquial, a algún movimiento cristiano, a rezar y celebrar la vida con otros cristianos.

Pero a Dios hay que ‘hacerle hueco’ en nuestro corazón, que quizás está habitado por demasiados ídolos. Hemos llenado nuestra casa de teléfonos móviles, de videojuegos y televisiones que nos aís-lan. Hemos llenado nuestras vidas de entrenamien-tos, academias, idiomas, ocios…. La búsqueda del éxito académico y profesional ha sido lo priorita-rio, introduciéndonos en una vorágine que ha im-pedido el silencio y la interioridad. Es el momento de tomar conciencia de estos ídolos que nos habitan y caer en la cuenta de que nuestra debilidad e indi-gencia no la puede sanar sino Dios, y que lo que

puede dar sentido a nuestra vida es el Evangelio. Cuando los padres descubran (o más bien re-

descubran) esto en su vida, atreviéndose a dejar de lado prejuicios, cuando los padres tomen concien-cia de que, en su ser más profundo sus hijos tienen hambre de algo grande con el que llenar su vida, habrá llegado el momento de recuperar la experien-cia de Cristo.

Como experimentar a Cristo en familiaPara que la familia experimente a Cristo, en pri-

mer lugar, los padres han de anunciar a Cristo con toda claridad. También a nuestros hijos adolescen-tes o jóvenes. También a los que llevan años ale-jados de la religión. ¿Cómo? Hablando de Él con naturalidad, retomando el Evangelio como criterio para actuar, a través de las bendiciones en la mesa, recuperando el Domingo como día de fiesta en tor-no a la Eucaristía, volviendo juntos a la parroquia. Para la familia, este es el momento de volver a casa, como nos invita la parábola del hijo pródigo.

Sin duda este anuncio, este contar a nuestros hi-jos lo que hemos experimentado como importante, debe ir unido al propio testimonio, es decir, a que los padres traten de vivir según el Evangelio: que los vean amarse, preocuparse unos de otros (tam-bién de los de fuera), que los vean rezar, que los vean perdonar y agradecer. ¡Que los vean alegres!

Luego, según van creciendo, será el momento de verificar en algún grupo (de parroquia, de pastoral juvenil, de Scouts, de oración, de algún movimien-to) lo que han visto en casa. Es cierto que entre nosotros este tipo de grupos escasean, pero existen. Y también se pueden crear. ¡Ánimo! Y, por último, hace falta orar de corazón, insistentemente, sin can-sarse, por los hijos, por su fe.

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Santos y beatos ourensanosHijos de la Iglesia, hijos de esta tierra

San Faustino Míguez. Un hombre fiel y disponible

El pasado 15 de octubre el papa Francisco cano-nizó en Roma el P. Faustino Míguez (1831-1925), natural de Xamirás (Acevedo del Río - Celanova). Este acontecimiento es un regalo para toda la Igle-sia y, en especial, también para esta Diócesis. Si con motivo de su Beatificación realizada por San Juan Pablo II, el 25 de octubre de 1998, se erigió un monumento conmemorativo en la Catedral de San Martiño de Ourense, ahora, tras su canoni-zación, demos gracias a Dios porque el Señor ha hecho obras grandes en y a través de su vida. Los cristianos debemos agradecer la estela de santidad que los mejores hijos e hijas de la Iglesia nos han dejado como huella del seguimiento de Jesucristo. De hecho, todos estamos llamados a ser santos y esta santidad será siempre para nosotros como un camino y una meta, desde el origen de nuestra vida cristiana hasta la muerte.

San Faustino Míguez aprendió en su familia los elementos fundamentales de su personalidad: la fe en Dios, la oración, la devoción a María, la soli-daridad con los más necesitados y el trabajo. Tras realizar los estudios primarios en la escuela de su pueblo, sintiéndose llamado al sacerdocio, acudió a la preceptoría del Santuario de Nuestra Señora de los Milagros para estudiar Humanidades y Latín. Fue allí donde descubrió su vocación escolapia: ser sacerdote y educador, al estilo de San José de Ca-lasanz.

Dispuesto a responder con fidelidad a la llamada de Dios, en diciembre de 1850 ingresó en el novi-ciado de los Escolapios en Madrid. Tras los años de formación inicial, hizo su votos solemnes como religioso escolapio el 16 de enero de 1853, y en

marzo de 1856, en la parroquia de San Marcos de Madrid, fue ordenado sacerdote. En 1857 fue desti-nado a Guanabacoa (Cuba), donde se manifestaron sus dotes de educador y sus inclinaciones a la bo-tánica y al estudio de las propiedades terapéuticas de las plantas.

En 1860 fue trasladado de nuevo a España y destinado sucesivamente a San Fernando, Getafe, Celanova y Sanlúcar de Barrameda. En 1873 fue nombrado bibliotecario en el Real Monasterio de El Escorial, donde aprovechó para seguir inves-tigando las propiedades curativas de las plantas. Posteriormente, fue enviado a Monforte de Lemos como rector y, en 1879, por segunda vez a Sanlúcar de Barrameda. Y fue en este pueblo gaditano donde San Faustino descubrió la necesidad de formación de las niñas. Y así, impulsado por el Espíritu, ini-ció una nueva obra, la Congregación de Hijas de la Divina Pastora (Instituto Calasancio), dedicada a la educación integral de la infancia y juventud y a la promoción de la mujer. Finalmente, en 1888 fue trasladado a Getafe, donde permaneció hasta su muerte, el 8 de marzo de 1925.

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Testigos valientes de la fe: Sor Do-rinda Sotelo y el P. Benito Paradela

El pasado 11 de noviembre eran beatificados en Madrid por el cardenal Amato, enviado del Papa, 60 miembros de la Familia Vicenciana, nacidos en diversos lugares de España. Son así públicamente reconocidos por la Iglesia como mártires de Cristo. Se trata de 40 Misioneros paúles - 24 sacerdotes y 16 hermanos -, 2 Hijas de la Caridad, 13 laicos de las Asociaciones vicencianas, y, también 5 sacerdo-tes diocesanos de Murcia, asesores de esas Asocia-ciones. Todos dieron su vida por Cristo y durante la persecución de los años treinta del pasado siglo XX en Madrid, Barcelona, Gerona, Valencia y Murcia. Como decía San Vicente de Paúl: Por uno que reciba el martirio vendrán otros muchos; su sangre será como una semilla que dará fruto, y un fruto abundante. Y entre ellos hay dos hijos de esta tierra: una Hija de la Caridad, Sor Dorinda Sotelo (1915-1936), natural de Lodoselo, y un sacerdote paúl, el P. Benito Paradela (1887-1936), nacido en Amoeiro.

Sor Dorinda fue la mayor de cuatro hermanos, en una familia modesta dedicada a las labores del campo. Desde muy niña vio a unas Hermanitas en la iglesia de su pueblo, lo que inspiró el deseo de ser religiosa. El párroco D. Daniel Movilla, cono-ciendo su vocación la encaminó al colegio de las Hijas de la Caridad en Orense y desde allí pasó en 1933 al noviciado. Su padre, asustado del trato que el gobierno republicano venía dando a la religión, hizo todo lo posible para que desistiera de su pro-pósito. Ella se mostró firme en su vocación, cons-ciente del peligro: ‘yo quiero ser religiosa aunque me maten’. Su único destino fue el sanatorio de tuberculosos del Espíritu Santo, en Santa Coloma de Gramanet (Barcelona), donde sirvió a lo enfer-mos tuberculosos durante dos años, entre 1934 y 1936. Al iniciarse la guerra civil, las superioras la invitaron a volverse con su familia, ya que todavía no había emitido los votos, pero se mantuvo firme en sus propósitos. La mataron por su condición de Hija de la Caridad el 24 de octubre de 1936. El ras-go más destacado de su personalidad es el candor, su aspecto angelical, su inocencia, cualidades que

no están reñidas con la responsabilidad, la madurez y el amor al trabajo que demostró.

El P. Benito, tras una brillante carrera en Hor-taleza y Madrid, fue nombrado archivero de la Congregación de los Paúles en junio de 1922, en la casa central de Madrid. Dirigió la revista Ana-les de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad. Destacó como investigador incan-sable, notable historiador y cronista de la Congre-gación, con la finalidad no solo de evangelizar por medio de la pluma, sino también de proporcionar materiales sencillos que pudieran utilizar sus her-manos de Congregación dedicados especialmente a la predicación. En la vida del P. Paradela brilla la integridad de su alma, el amor a la Congrega-ción y la devoción mariana que vivió desde niño en el santuario de los Milagros. Era un hombre de gran paciencia, fortaleza y constancia, sumamente trabajador, prudente, callado, observante, fiel a la regla y al cumplimiento del deber.

Para evitar que se perdiera el archivo de la Con-gregación y la buena biblioteca de la comunidad, imprescindible para la preparación de los misione-ros, antes de agudizarse la persecución religiosa, el P. Benito Paradela fue llevando personalmente los mejores libros y documentos al n.º 4 de la calle de S. Felipe Neri. También se trasladaron allí los fi-cheros y documentos importantes de la provincia. Él mismo se refugió en ese lugar con otros herma-nos de la Congregación y allí permaneció arries-gando su vida. Hacían una vida completamente de recogimiento y estudio. Descubiertos por los perse-guidores, los tuvieron allí retenido, pensando con-seguir noticias del escondite de los otros religiosos a fuerza de torturas. El P. Paradela forma parte del grupo de mártires de Vallecas que entregaron su vida el 23 de octubre de 1936, viernes anterior al domingo de Cristo Rey.

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Oración por el sínodo diocesano(Para la catequesis de infancia)

Padre Dios, mira con cariño a los niños y niñasque formamos parte de la Iglesia en Ourense.

Ayúdanos a conocer mejor a Jesús,nuestro amigo,

para llegar a ser testigos valientes y alegresde su Palabra,

allí donde nos encontremos.

Padre bueno, mándanos tu Espíritupara que nos llene de ilusióny nos anime a trabajar juntos

en el Sínodo Diocesano.

María, Madre de Jesús y Madre nuestra,enséñanos a estar siempre disponibles

para colaborary dejar a un lado nuestra pereza y desgana.

Gracias Padre por contar con nosotrospara trabajar en tu Reino.

Amén.

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“Con la ayuda del Señor, animados por la fuerza que emana de las palabras del papa Francisco, entendemos que el

camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio y que lo que el Señor nos pide,

en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra “Sínodo”. Caminar juntos -laicos, pastores, obispo- es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan

fácil ponerlo en práctica (Alocución, 16 de octubre 2015). Nuestras comunidades adolecen de un fuerte clericalismo.

La eclesiología del Vaticano II, en la que la Iglesia viene comprehendida como misterio, comunión y misión, sigue

siendo un hermoso deseo y una apuesta o un reto de cara al futuro, y sigue siendo una fascinante utopía”

(Leonardo Lemos, Igrexa en camiño “ao esencial” nº 17)