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TU MADRE FUE UNA ARAMEA ERRANTE... 1 -¡Débora¡,¡Débora! ¿dónde estás? ¡Por fin te encuentro! Escóndeme contigo, Simeón y Leví quieren arrancarme del pelo la cinta que tú tejiste para mí y con la que esta mañana has atado mi trenza... Dina, la hija de Lía y Jacob 2 solía venir a mí llorando cada vez que alguno de sus hermanos la zarandeaba o amenazaba con pegarla. Era una niña espigada y despierta que, para desesperación de su madre, tenía unos ojos profundos y chispeantes como los de Raquel y apenas recordaba los rasgos apagados de la propia Lía 3 . Era inquieta y vivaz como Jacob, su padre, y para ella no había mejor premio que sentarse a mi lado mientras yo escardaba la lana recién esquilada y le contaba viejas historias de la familia. Yo había sido la nodriza de su abuela, Rebeca 4 , y aunque ya soy muy vieja y me olvido de casi todo lo que acaba de ocurrir, los antiguos relatos del pasado permanecen intactos en mi memoria. Por eso puedo contarle también cosas de Sara, la madre de Isaac, mi señor, porque aunque no llegué a conocerla, escuché hablar mucho de ella a Abraham, sobre todo cuando volvía de visitar la tumba de su mujer 5 y se sentaba al atardecer en el encinar de Mambré. Pero de esto hace ya muchos años, cuando llegué con mi señora de Aram Naharaim, la ciudad donde ambas nacimos, y desde entonces ha pasado mucho tiempo. Rebeca ha muerto y está también enterrada en Makpelá, la cueva que fue de Efraín el hitita; yo la seguiré pronto y espero el final sirviendo, con las pocas fuerzas que me quedan, en el clan de Labán, el hermano de mi señora, en el que viven también Jacob y sus dos mujeres, Lía y Raquel. Y asisto al nacimiento de sus hijos, lo mismo que le vi nacer a él... Aún sonrío al recordar la fuerza desesperada con que se agarraba al pie de su gemelo, Esaú, como si quisiera adelantársele en el nacimiento... 6 - Anda, Débora,- la curiosidad insaciable de Dina interrumpe siempre la nostalgia de mis recuerdos -, cuéntame otra vez cómo llegaste a Canaán montada en un camello junto a mi abuela Rebeca y cómo se miraron de lejos Isaac y ella y se enamoraron... 7 Son siempre las mismas historias las que ella quiere que le cuente y yo aprovecho cada relato para ir añadiendo otros detalles que conservo en mi memoria y que ella va guardando en la suya como un tesoro precioso. - No,-le digo,- hoy voy a empezar la historia mucho antes: desde que El Sadday llamó a Abrán y Saray, y ellos salieron de Ur de Caldea para dirigirse a la tierra de Canaán... 8 Cogí una ramita de la encina bajo la que estábamos sentadas y fui 1 Para acceder a los personajes de las matriarcas Sara, Rebeca, Lía y Raquel, seguiremos una hermenéutica de la imaginación creativa , recreando la trama narrativa y releyendo los relatos desde el punto de vista de sus protagonistas femeninas."Este tipo de hermenéutica pretende articular interpretaciones liberadoras alternativas que no se fundamenten sobre los dualismos androcéntricos ni sobre las funciones patriarcales del texto. Esto permite abordar el texto bíblico con la ayuda de la imaginación histórica, las amplificaciones narrativas y las recreaciones artísticas."(E.SCHÜSSLER FIORENZA, Pero ella dijo. Prácticas feministas de interpretación bíblica , Madrid 1996,104) 2 Gen 30,21 3 Gen 29,16 4 Gen 35,8 5 Gen 23,19 6 Gen 24,25-26 7 Gen 24, 61-67 8 Gen 11,29-31 1

Aleixandre Dolores -Matriarcas y Testamento de Dina

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Page 1: Aleixandre Dolores -Matriarcas y Testamento de Dina

TU MADRE FUE UNA ARAMEA ERRANTE...1

-¡Débora¡,¡Débora! ¿dónde estás? ¡Por fin te encuentro! Escóndeme contigo, Simeón y Leví quieren arrancarme del pelo la cinta que tú tejiste para mí y con la que esta mañana has atado mi trenza...

Dina, la hija de Lía y Jacob2solía venir a mí llorando cada vez que alguno de sus hermanos la zarandeaba o amenazaba con pegarla. Era una niña espigada y despierta que, para desesperación de su madre, tenía unos ojos profundos y chispeantes como los de Raquel y apenas recordaba los rasgos apagados de la propia Lía3. Era inquieta y vivaz como Jacob, su padre, y para ella no había mejor premio que sentarse a mi lado mientras yo escardaba la lana recién esquilada y le contaba viejas historias de la familia.

Yo había sido la nodriza de su abuela, Rebeca4, y aunque ya soy muy vieja y me olvido de casi todo lo que acaba de ocurrir, los antiguos relatos del pasado permanecen intactos en mi memoria. Por eso puedo contarle también cosas de Sara, la madre de Isaac, mi señor, porque aunque no llegué a conocerla, escuché hablar mucho de ella a Abraham, sobre todo cuando volvía de visitar la tumba de su mujer5 y se sentaba al atardecer en el encinar de Mambré.

Pero de esto hace ya muchos años, cuando llegué con mi señora de Aram Naharaim, la ciudad donde ambas nacimos, y desde entonces ha pasado mucho tiempo. Rebeca ha muerto y está también enterrada en Makpelá, la cueva que fue de Efraín el hitita; yo la seguiré pronto y espero el final sirviendo, con las pocas fuerzas que me quedan, en el clan de Labán, el hermano de mi señora, en el que viven también Jacob y sus dos mujeres, Lía y Raquel. Y asisto al nacimiento de sus hijos, lo mismo que le vi nacer a él... Aún sonrío al recordar la fuerza desesperada con que se agarraba al pie de su gemelo, Esaú, como si quisiera adelantársele en el nacimiento...6

- Anda, Débora,- la curiosidad insaciable de Dina interrumpe siempre la nostalgia de mis recuerdos -, cuéntame otra vez cómo llegaste a Canaán montada en un camello junto a mi abuela Rebeca y cómo se miraron de lejos Isaac y ella y se enamoraron...7

Son siempre las mismas historias las que ella quiere que le cuente y yo aprovecho cada relato para ir añadiendo otros detalles que conservo en mi memoria y que ella va guardando en la suya como un tesoro precioso.

- No,-le digo,- hoy voy a empezar la historia mucho antes: desde que El Sadday llamó a Abrán y Saray, y ellos salieron de Ur de Caldea para dirigirse a la tierra de Canaán...8

Cogí una ramita de la encina bajo la que estábamos sentadas y fui desgajándola sobre el suelo de tierra para representar con palitos a cada personaje de la historia:

- Este es Téraj y estos son sus hijos: Abrán (aún no se llamaba Abraham), Najor y Harán. Este es Lot, el hijo de Harán y la ramita de Harán la pongo tronchada porque murió estando aún en Ur. Estos dos palitos más pequeños que pongo junto a Abrán y Najor son sus mujeres, Saray (entonces se llamaba así) y Milká que era hija de Harán. Las pongo un poco por debajo de Abrán y Najor porque no está bien que las mujeres estén a la misma altura de los hombres, y a Saray la represento también con esta ramita tronchada porque era estéril y no tenía hijos. Fíjate bien en los personajes de esta caravana de nómadas porque sobre cada uno de ellos planea la sombra de la muerte: Najor ha perdido a su hijo Harán, Lot ha perdido a su padre y a Abrán y Saray les amenaza también la muerte porque el seno de Saray está cerrado y para una mujer no tener hijos es como estar muerta en vida.

Dina me miraba gravemente: quizá recordaba lo que había escuchado contar sobre su abuela Rebeca que también había sido estéril;9 y pensaba también seguramente en lo que había oído de labios de Lía, su madre, que no perdía ocasión de jactarse con orgullo de haber

1 Para acceder a los personajes de las matriarcas Sara, Rebeca, Lía y Raquel, seguiremos una hermenéutica de la imaginación creativa, recreando la trama narrativa y releyendo los relatos desde el punto de vista de sus protagonistas femeninas."Este tipo de hermenéutica pretende articular interpretaciones liberadoras alternativas que no se fundamenten sobre los dualismos androcéntricos ni sobre las funciones patriarcales del texto. Esto permite abordar el texto bíblico con la ayuda de la imaginación histórica, las amplificaciones narrativas y las recreaciones artísticas."(E.SCHÜSSLER FIORENZA, Pero ella dijo. Prácticas feministas de interpretación bíblica, Madrid 1996,104)2 Gen 30,21

3 Gen 29,16

4 Gen 35,8

5 Gen 23,19

6 Gen 24,25-26

7 Gen 24, 61-67

8 Gen 11,29-31

9Gen 25,21

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sido la primera en dar hijos a Jacob. - Y, en cambio, mi hermana Raquel,- decía-, se quejaba desesperada ante él: ¡Dame hijos

o me muero! Y Jacob, a pesar de que algunos dicen que la quería más a ella, le contestó con un desabrimiento que yo jamás escuché de su boca: -¿Hago yo las veces de Dios para negarte el fruto del vientre?10

- Y si ninguna de ellas, excepto mi madre, era capaz de tener hijos ¿qué ocurrió?, me preguntó Dina.

- Fue El Sadday quien se acordó de ellas, las visitó y las hizo fecundas. 11 Ni siquiera tu madre engendró a su primogénito, tu hermano Rubén, por su propia capacidad: fue El Sadday mismo quien hizo que su seno fuera capaz de concebir.12 En cuanto a ellas, recuerda lo que te he contado otras veces: Sara intentó dar un hijo a Abraham a través de su esclava Agar, pero Ismael no fue el hijo de la promesa13 y, cuando le anunciaron que iba a ser madre, se sentía ya tan vieja que se echó a reir sólo de imaginarlo;14 Rebeca debió pedir a Isaac que intercediera por ella ante Dios; en cuanto a Raquel, ya conoces su reacción: la vida sin hijos era para ella la peor afrenta, algo peor que la muerte. Por eso intentó dárselos a tu padre a través de su esclava Bilha y vivió atormentada por los celos y llena de rivalidad con tu madre Lía, hasta que el Señor la escuchó y dio a luz a José.15

- Hoy lo estoy entendiendo muy bien, dijo de pronto Dina. Me parece que es como cuando mi madre me manda ir a la fuente: no soy yo quien la hace manar y lo único que puedo hacer es hundir en ella mi cántaro vacío y limpio hasta que se llena de agua. A lo mejor es que El Sadday es como una fuente y sólo quien se acerca a él como un cuenco vacío puede acogerla...

De pronto se levantó, tomó en sus manos la ramita tronchada con la que yo había representado a Sara, la enderezó y se puso a atarla cuidadosamente con la cinta que sujetaba su trenza a la rama baja de la encina de la que yo la había desgajado,

Yo la miraba hacer en silencio y cuando acabó me dijo:- ¿Sabes una cosa, Débora? Me parece que si a esta ramita tronchada y medio seca la

volvemos a unir con la encina (se lo he visto hacer a veces a mi abuelo Labán), a lo mejor le vuelve la vida y echa flores...

Volvió a quedarse pensativa: - Y los hombres ¿cómo lo aprenden?, porque ellos no tienen dentro un vacío que llenar...La pregunta de Dina me dejó desconcertada:- ¿Qué es lo que tienen que aprender?- Pues eso, que la vida es un regalo precioso y que los regalos no te los dan porque te los

mereces sino porque el que te los hace es bueno. Como cuando mi padre Jacob me trajo aquel corderito recién nacido porque yo era la más pequeña de sus hijos...Y yo sé cuánto le gustó verme tan contenta y que le abrazara muchas veces por lo bueno que había sido conmigo...

Y también eso de que las ramas no tienen savia ellas solas, sino que tienen que estar pegadas al árbol para que él se la dé. Y a lo mejor eso es lo que El Sadday quiere que sepamos todos, pero las primeras en aprenderlo han sido Sara y Rebeca y Raquel y ahora ellas tienen que enseñárselo a los demás...

Me quedé callada sin saber qué contestarle. Sus palabras habían roto las compuertas de mi pensamiento y mil ideas nuevas se agolpaban en mi mente: la sola posibilidad de que alguien pudiera aprender algo de las mujeres, y mucho más de la vergüenza de su esterilidad, me resultaba turbador y extraño. Pero, a la vez me preguntaba: ¿resultará entonces que El Sadday escucha, bendice, visita y recuerda al que, como una mujer estéril, sabe que no es capaz de muchas cosas por sí sólo? ¿Tendrán que aprender todos de ellas, también los hombres, a reconocer sus límites y dejarse visitar y llenar de vida por el que es su fuente? ¿Será ese el secreto de la alegría y de la alabanza? ¿Lo habrá hecho así El Sadday con ellas para que aprendieran a bendecirle y a bien-decir de la vida que él les regaló? ¿Nos estarán ellas enseñando que los regalos no se conquistan sino que se acogen, y que sólo la rama que se sabe desprovista de savia se empeña en permanecer unida al árbol del que recibe la vida? ¿Será el gesto de Dina el mismo que hizo El Sadday con aquellas mujeres: enderezarlas y devolverlas a la vida?

10Gen 30,1-211 Gen 18,10; 25,21; 30,2212 Gen 29,3113 Gen 16,1-314 Gen 18,9-1515 Gen 30,3-8; 22-23

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La voz de la niña no me permitió seguir pensando: - Anda, Débora, vente conmigo despacito a la fuente, yo te llevo el cántaro; y por el

camino me cuentas otra vez aquello tan bonito de la risa de Sara...Echamos a andar juntas a mi paso lento y torpe de anciana y yo le iba contando: -... entonces los huéspedes dijeron a Abraham: -Para cuando volvamos a verte, Sara

habrá tenido un hijo. Pero Sara, que estaba escuchando detrás de la puerta de la tienda, se rió por lo bajo al oírlo porque se decía: - Cuando ya estoy seca ¿voy a tener placer con un marido tan viejo? Pero el Señor le dijo: ¿Por qué se ha reído Sara? ¿Hay algo imposible para Dios? 16Pero a nuestra madre Sara le costaba creerse que aún estaba a tiempo de ser madre...

Dina se paró al oírme y me dijo muy seria: - ¿Y tú no crees que se reía porque estaba contenta? Porque tú me has dicho muchas

veces que ella se fiaba del Señor y de sus promesas, aunque no supiera cómo iba a cumplirlas,17 y por eso ahora se le escapaba la alegría al comprobar que él es siempre bueno y fiel. Y es como si se estuviera diciendo a sí misma: ¡Ay Sara, Sara, qué razón tenías de fiarte de El Sadday, qué bien sabías tú que El, aunque tarda, siempre termina por llegar a tiempo... Y por eso se reía...

Seguimos andando en silencio. Y diría que, mientras caminábamos al atardecer por entre las umbrías del encinar, el viento traía hasta nosotras la risa de Sara...

EL VELO DESGARRADO

- Dime una cosa, Débora, pero no me mientas: ¿es verdad, como me repite tantas veces mi padre, que las mujeres tenemos que ser siempre dóciles y sumisas, primero a los padres y hermanos y luego a los maridos? ¿Es verdad que, cuando mis hermanos me pegan o me mandan que les traiga cosas, yo tengo que obedecerles porque para eso soy una niña?

Dina estaba sentada junto a mí y me hablaba mientras jugaba a ponerse sobre la cabeza, como un turbante, el velo que yo guardaba con cuidado porque había pertenecido a su abuela Rebeca y con él se cubrió el rostro cuando vio venir a lo lejos a Isaac, su futuro esposo.

-¿Y a que no sabes lo que dos criados de mi abuelo Labán le decían a Zilpa, la esclava de mi madre, para burlarse de ella porque tiene un genio muy vivo:

Gotera continua en día de chaparróny mujer pendenciera hacen pareja;quien la sujeta, sujeta el viento y recoge aceite en su mano derecha.18

Mujer chillona y charlatanaes corneta que toca a zafarrancho.19

Y también se reían de Bilha que es muy guapa y le decían: Anillo de oro en hocico de cerdo es la belleza en la mujer necia.20

Y más cosas, Débora: ¿es cierto lo que he oído contar por lo bajo, que Abraham obligó a Sara a mentir al Faraón y a Abimélek diciendo que no era su mujer sino su hermana, para que no le hicieran a él nada malo y ella tuvo que irse a vivir bajo su techo? ¿Y que luego Isaac hizo lo mismo con mi abuela Rebeca?21¿Crees tú que ellas no pasarían miedo haciendo eso? ¿Por qué no podían desobedecer a sus maridos? Se lo he preguntado a Jacob, mi padre, pero no sabe contestarme y yo creo que me miente y se ríe por dentro, como si él supiera cosas de las que no quiere que yo me entere...

Cuando Dina tenía el día preguntón, yo la temía más que al viento bochornoso que sube del desierto. Y aquél era uno de esos días. Pero, además de las preguntas de siempre, esta vez había un quiebro de rebeldía en su voz que presagiaba tormenta. Me acordé del día en que vino a mí y me contó entre sollozos lo que le había escuchado a Lía:

- Dice mi madre que a mi hermano Rubén lo llamó así porque el Señor había visto su aflicción, y a Simeón porque la había escuchado, y a Leví porque gracias a él mi padre se uniría a ella, y a Aser por la felicidad de tenerlo..., y a Gad por la suerte que le traía..., y a Zabulón

16 Gen 18,10-14 17 Heb 11,11-1218 Pr 27,1519 Eclo 26,2720 Pr 11,2221 Gen 14,10-20; Gen 20,1-18; Gen 26,6-11

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porque fue un regalo para ella... Y decía lo contenta que se ponía cada vez que daba a luz un varón, pero cuando se puso a hablar de cuando nací yo, sólo dijo como si le diera vergüenza: -También di a luz una hija y la llamé Dina. Y ni siquiera explicó mi nombre ni estaba contenta de que yo naciera...22

Aquel día la consolé como pude y esta vez le dije para ganar tiempo: -¿Te he mentido yo alguna vez, niña mía? Puedes estar segura de que todas las historias

que te cuento, te las digo tal y como las tengo en mi memoria, y ya sabes que la tengo bien firme aunque mis piernas ya no lo estén...

Y me puse a hablarle otra vez de Rebeca, la que había sido a la vez mi señora y casi mi hija, y a contarle cosas que ella me susurraba en la tienda mientras yo trenzaba su pelo, después de hacerme jurar mil veces que no se las repetiría a nadie.

Gracias a ella conocí mejor a Sara que, aunque ya estaba muerta, permanecía viva en el corazón de Isaac que le hablaba de ella a mi señora; más tarde recibí las confidencias de Raquel y Lía, que venían a hablarme de sus amores y desamores por causa de Jacob, y a contarme con malicia las estratagemas que habían inventado para atraerla a su lecho,23o a protestar por la tiranía de Labán, su padre.24

Eran cosas que yo había escuchado también, a lo largo del tiempo, de labios de los jefes del clan, cuando soplaba la brisa de la tarde y nos sentábamos a su alrededor a la puerta de las tiendas. A cada uno de ellos le fui oyendo narrar las antiguas historias de los antepasados: la salida de Abraham y Sara de Ur de Caldea y las promesas de descendencia que les hizo El Sadday;25el nacimiento de Ismael de Agar, la esclava de Sara; los visitantes misteriosos que anunciaron a Abraham y Sara en el encinar de Mambré que pronto tendrían un hijo, el nacimiento de Isaac, el risueño; los celos de Sara por causa de Agar e Ismael y su expulsión al desierto,26la prueba terrible a la que El Sadday los sometió;27 la muerte de Sara y la compra de su tumba; 28 el viaje de Eleazar a Aram Naharayim para buscar esposa a Isaac 29 y la llegada de Rebeca (y yo con ella) a Canaán; el nacimiento de los gemelos Esaú y Jacob, las trampas de éste para suplantar a su hermano y su huida a Padam Aram donde conoció a Raquel y a Lía.30

Desde muy pequeña, Dina se sentaba ya con todos a escuchar las narraciones que ahora transmitía Jacob, y yo temblaba a veces al verla con la frente fruncida y la mirada inquisitiva, dispuesta a interrumpir al narrador si se olvidaba de algún detalle.

Yo le decía siempre que era a mí a quien debía preguntar, porque una niña no debe hablar en público y menos para hacer preguntas impertinentes a su padre.

Para distraerla, me puse a contarle cómo los gemelos que Rebeca llevaba en sus seno se peleaban entre sí y cómo ella se puso a quejarse y a decir:-¿Y para esto he concebido yo?" Entonces fue a consultar al Señor y...-¡Dina, por lo que más quieras, trae acá el velo de tu abuela, que está ya muy gastado con los años y lo vas a romper...!"

- Débora ¿entonces nuestras madres hablaban con El Sadday?, siguió ella sin hacerme caso, tapándose la cara con el velo.

- Pues claro, y él les respondía. Por eso a Rebeca le explicó:Dos naciones hay en tu vientre, dos pueblos se separan en tus entrañas: un pueblo vencerá al otro y el mayor servirá al menor.31

Y también se dirigió a Sara para anunciarle que iba a concebir, y ella acudió a él con el corazón desgarrado cuando de madrugada vio salir a Abraham con Isaac camino del monte Moria. Porque se dio cuenta de que había llegado la hora de parir de nuevo a su hijo y sintió que se le iba la vida en ese segundo parto: ahora tenía que dejar que se rompieran los lazos de posesión con los que aún intentaba retenerlo...

Pero cuando en su segunda noche de insomnio, miró al cielo cuajado de estrellas, supo que ellas estaban allí para decirle que así resplandecían de gozo los ojos de El Sadday, porque

22 Gen 29,32-30,2123 Gen 29,14-1724 Gen 31,15 25 Gen 15,5-6; Gen 17,15-20 26 Gen 21,9-10 27 Gen 22,1-328 Gen 23 29 Gen 24,35-60 30 Gen 29,1-1431 Gen 25,23

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al día siguiente iba a darse a conocer como un Dios de vida y nunca más Abraham y Sara le confundirían con los ídolos de la muerte. Y por eso iba a hacer con ella, con Abraham, con Isaac y su descendencia una alianza con ataduras tan fuertes como las que Abraham había atado a Isaac al altar.32

Y cuando Rebeca temió por la vida de su hijo Jacob, perseguido por Esaú, también desahogó su angustia ante el Señor y El la tranquilizó y le dijo: "No temas, que yo estaré con Jacob, tu hijo, le acompañaré adonde vaya, le haré volver a esta tierra y no lo abandonaré hasta cumplir cuanto te he prometido."33

Y ¡cómo se llenaban sus bocas de cantares cuando se sentían bendecidas por El Sadday, envueltas en su misericordia y recordadas por su gracia!

¿Sabes cuál fue la oración que hizo Sara cuando dio a luz?¡El Señor me ha hecho bailary los que se enteren bailarán conmigo!34

-¿Y por qué esas cosas resulta que sólo las recuerdas tú y se le olvidan a mi padre Jacob, que dice habérselas oído, tal como él las cuenta, a su padre Isaac que, a su vez, se las oyó a Abraham? Cuando tú me cuentas cosas de nuestros antepasados y me dices: "tu madre fue una aramea errante...", yo cierro los ojos y veo a nuestras madres con sus túnicas y sus ceñidores de colores, que entran y salen de sus tiendas, van a la fuente, hablan y se ríen, El Sadday habla con ellas y ellas le responden y le bendicen cantando, le llaman por su nombre y danzan en su presencia...En cambio, cuando es mi padre quien cuenta esas mismas historias, no consigo verlas a ellas, sino que aparecen como sombras grises, como si fueran envueltas en este velo, y apenas puedo ver su mirada ni oír lo que dicen... Además, casi siempre tienen ellas la culpa de las cosas malas que ocurren y El Sadday en vez de dirigirse a ellas, sólo habla a nuestros padres y sólo a ellos les confía sus deseos y sus promesas..."

De pronto, con esa capacidad de cambiar repentinamente que tienen los niños, se levantó de un brinco y acudió saltando al encuentro de Bilha y Zilpa, las esclavas de Raquel y de Lía que volvían del campo cargadas con unos haces de lino. Vi que les hacía dejar en el suelo su carga, les decía:

- Vamos a jugar a que yo me tapo los ojos con el velo y tengo que buscaros a ciegas y a la que coja, me quita el velo y se pone a hacer de ciega con el velo puesto. Y luego lo cogemos de las puntas para hacer más grande el corro y danzamos cantando la canción de Sara:

¡El Señor me ha hecho bailary los que se enteren bailarán conmigo!

Las oí perderse jugando por el bosquecillo de terebintos y me di cuenta, con asombro, de que había dejado de preocuparme que se desgarrara en mil jirones el velo de Rebeca, mi señora.

ADIVINANZAS JUNTO AL POZO

- A ver, Dina, tú que te crees tan lista, ¿a que no sabes cuáles son los cuatro seres más pequeños y más sabios del mundo?

Era Isacar quien se lo preguntaba mientras quitaba con su cuchillo la corteza de un palo que había encontrado en el suelo.

-¡Claro que lo sé!, dijo ella que jugaba a hacer figuritas con el barro húmedo que rodeaba el pozo. Y repitió de memoria:

Las hormigas, pueblo débilque reúne de comer en verano;los tejones, pueblo sin fuerzaque hace madriguera en las peñas; las langostas, que no tienen reyy avanzan todas en formación;las lagartijas que se agarran de la manoy entran en los palacios reales.35

- Venga, ahora tú, Don Sabio, dime lo que dicen las hijas de la sanguijuela.- Dicen "¡Dame, dame!" Y también me sé lo que viene después:

Tres cosas hay insaciables

32 Gen 22,933 Cf.Gen 27,42; 28,1534Gen 21,335Pr 30,24-28

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y una cuarta que no dice "Basta":el Abismo, el vientre estéril,la tierra que no se harta de aguay el fuego que no dice "Basta".36

Pero son cosas que tú no entiendes porque eres muy pequeña y además ya lo dice otro proverbio: Es pegar cascotes enseñar a un necio 37, y mucho más si es una mujer...

Dina estaba comenzando a enfadarse: -¿Pues sabes lo que te digo?:Encuentre yo una osa a quien robaron las crías y no a un estúpido diciendo sandeces.38

y además, para que te enteres, a ti te llaman Ben Dudaim, hijo de las Mandrágoras, porque naciste gracias a que nuestra madre se aprovechó de un antojo que tuvo Raquel...

La cosa estaba subiendo de tono y tuve que intervenir aun sabiendo aquello de que agarra a un perro por las orejas quien se mete en riña ajena.39

- Vamos Isacar ¡deja a tu hermana en paz! Y tú, Dina, a ver si aprendes a aguantarte el genio, que si no van a decir de ti cuando seas mayor:

Mujer quisquillosa es yugo que da sacudidasel que se la lleva agarra un alacrán.40

La cogí de la mano y me llevé bajo del árbol donde me había sentado huyendo del calor de la tarde, pero como la vi tan sombría le dije para distraerla:

-¿Sabes una cosa, Dina? Al escucharte contestándole a tu hermano, me acordaba de aquel otro dicho:

Naranjitas de oro en diseños de platalas palabras pronunciadas a su tiempo.41

- Pero ya ves que para que sean "naranjitas de oro" tienen que ser palabras oportunas, porque las que nacen de la cólera son como limones podridos...

- Ya lo sé, refunfuñó ella, y también me sé éste:Aprietas la leche y sale manteca, aprietas la nariz y sale sangre,

aprietas la ira y salen riñas.42

Yo estaba admirada de su memoria: - ¿Quién te enseña tantos refranes?, le pregunté, porque no podía imaginarme a su

madre Lía ni a Jacob perdiendo tiempo en enseñar a una niña en medio de tantos hermanos varones que acaparaban su atención.

- En cuanto los oigo una vez, ya no se me olvidan, me contestó ella con un cierto orgullo en la voz,- y es que estoy muy atenta cuando hablan los mayores aunque ellos se creen que, como soy pequeña, no me entero. Y ahora te voy a poner tres acertijos y me vuelvo al pozo, a ver si cuando vuelva ya los has adivinado:

Este es el primero: Un carnero en el monte, dos cabritos en una olla, camellos, ovejas y una cordera junto a un pozo ¿quién me cuenta una historia con todo eso?

El segundo es: Uno de nuestros padres perdió su nombre ¿quién se lo devolvió?Y el tercero dice así: En lo más pequeño se esconde lo más grande ¿qué es?

Cuando se fue me quedé sonriendo ante la inocencia de sus acertijos, a la vez que me alegraba la rapidez de su ingenio y la fidelidad de su memoria. La respuesta al primero era fácil: todos en el clan habíamos escuchado mil veces la historia de aquél día en el que nuestro padre Abraham subió hasta lo más alto del monte Moria, aunque estaba hundido en lo más hondo del abismo de la angustia. Y fue allí donde alcanzó la cima más alta del conocimiento de El Sadday y de su confianza en él. Porque aquel día, al ver al carnero trabado en el zarzal, supo para siempre que la vida de su hijo único, al que amaba, y también la de cualquier ser humano era preciosa para nuestro Dios, el que mira y provee sobre cada uno de los seres que ha creado.43

36Pr 30,15-1637Eclo 22,1038Pr 17,1239Pr 26,1740Eclo 26,841Pr 25,1142Pr 30,3343 Gen 21,11-14

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Cuando bajó de nuevo, junto con Isaac y los mozos a Beerseba, donde esperaba Sara hundida en el pozo sin fondo de su dolor, le mostró los cuernos del carnero que había sacrificado en el monte y puso en sus manos, que aún temblaban, las cuerdas con las que había tenido atado a Isaac. Y al atardecer la vieron sentada en la puerta de la tienda, deshaciendo la cuerda y tranzando uno de sus cabos con una cinta color púrpura. Luego se quitó su brazalete de oro y se ciñó en su muñeca la nueva pulsera que se había tejido. Y les dijo con los ojos aún enrojecidos pero con aquella sonrisa tan familiar en ella:

- Otra vez me ha hecho reir El Sadday y esta pulsera me lo recordará para siempre...

Interrumpí mis recuerdos para volver al acertijo de Dina: los camellos junto al pozo no podían ser más que los que trajo Eleazar, el siervo de Abraham, cuando vino a Aram Naharayim en busca de mujer para Isaac. Había hecho un pacto con El Sadday pidiéndole reconocer a la que tenía destinada para ser la esposa de Isaac y, cuando llegó mi señora Rebeca, radiante de belleza con su cántaro al hombro y le ofreció de beber a él y a sus camellos, comprendió que era ella la que esperaba.

Y fue ella más tarde, cuando ya habían crecido sus hijos Esaú y Jacob, la que guisó dos cabritos y cubrió con sus pieles el cuello y los brazos de Jacob, para que su hijo preferido arrancase de un Isaac ciego y envejecido, la bendición que ella sabía por el Señor que le estaba destinada.44

Las ovejas pueden ser las que pastoreaba Raquel cuando llegó al pozo del país de los orientales, aquel día en que comenzó a tejerse entre Jacob y ella, que llevaba el nombre de "la Cordera", una historia de amor tan fuerte que los siete años que él tuvo que estar sirviendo gratis para conseguirla, le parecieron días de tanto como la amaba.

El "nombre perdido" del segundo acertijo me era también fácil de adivinar porque yo misma había participado en la historia: Eleazar nos había contado a Rebeca y a mí durante el largo camino hasta Canaán que Isaac ya no era "el risueño" sino que languidecía de dolor, inconsolable por la muerte de Sara. Y fue así como lo vimos venir a nuestro encuentro, paseando melancólico por los alrededores del pozo de Lajai Roy, en el país del Négeb. Pero cuando vio venir hacia él a mi señora Rebeca que había descendido del camello y se había cubierto con el velo, conocedora del poder seductor de sus ojos, Eleazar y yo nos miramos con complicidad. Y cuando en el silencio de la noche los oímos reir a los dos en la tienda, supimos que Rebeca, mi señora, había traído de muy lejos el nombre perdido por Isaac y le estaba devolviendo la alegría y el deseo de vivir.

La tercera adivinanza en cambio me era más costosa de descifrar: ¿qué podía ser aquello pequeño que escondía lo más grande? Aún estaba dándole vueltas cuando volvió Dina con sus figuras de barro secadas a sol.

- Mira Débora, he hecho con barro idolillos como los que tiene mi abuelo Labán, esos que dice que le traen buena suerte.

- ¡Con esas cosas no se juega, niña, a ver si nos va pasar alguna desgracia!, le dije quitándoselos de las manos.

- Pues no lo entiendo, porque entonces en qué quedamos ¿no es El Sadday nuestro Dios, el que nos bendice, el que se apareció a nuestro padre Abraham y le dijo que era su escudo e hizo una alianza con él? 45 ¿No es él quien prometió a mi padre Jacob: Tu descendencia será como el polvo de la tierra, por ti y por tu descendencia todos los pueblos del mundo serán benditos?46 ¿Y no me decís siempre que El es más grande que los dioses de otros pueblos? Y además, mi tía Raquel también se ríe de los idolillos y dice que cualquier día que esté con sus reglas se va a sentar encima de ellos para que quede claro lo que son: impureza y nadería... 47

Pero venga, que no quiero enfadarme otra vez, ¡dame las respuestas a mis acertijos!

Se las dije y le gustaron mis contestaciones a las dos primeras pero, cuando me vio dudando ante la de lo pequeño y lo grande, me dijo:

- ¡Ay Débora, Débora! que luego me dices a mí que tengo las cosas delante de los ojos y no las veo... Y tú misma me cuentas las cosas y luego ni te acuerdas...Anda que no te habré oído veces hablarme de la cueva de Makpelá y de cómo mi abuelo Abraham se la compró de Efraín el hitita por cuatrocientos siclos de plata enterró allí a Sara. Y también que el Señor le había prometido que le daría un tierra desde el río de Egipto hasta el Río Grande, el Eúfrates. 48

O sea que ese pedacito de tierra tan pequeña, es como aquel puñadito de lentejas que me

44 Gen 27,1-17 45 Gen 15.1; 17,246 Gen 28,1447 Gen 31,17-19.33-3548 Gen 15,18

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enseñaste a plantar un día y que dieron tallos muy altos y luego se cargaron de vainas llenas de semillas. Pues lo mismo que en cada lenteja se escondían otras cien, también en la tumba de Sara debe estar oculta toda esa tierra que nos ha prometido el El Sadday.

Y ahora ya no es adivinanza, sino una pregunta que tengo: ¿crees tú que nuestras madres eran sabias? Porque el otro día mis hermanos mayores hablaban de quién es sabio y quién es necio, y decían que sabios sólo son los hombres, y que las mujeres no entendemos nada y Rubén, que se dio cuenta de que yo estaba escuchando, dijo para picarme:

- Ya lo dicen los proverbios: Tres cosas detesta mi almay su conducta me resulta insoportable:pobre soberbio, rico tacaño y viejo verde falto de seso.49 Pero a mí me sale una cuarta: mujer que se cree sabia. Y yo no dije nada, pero a mí me

parece que nuestras madres eran muy sabias y que por eso iban acertando con las adivinanzas que El Sadday ponía en su camino, aunque a veces eran muy difíciles... Pero mejor lo dejamos para mañana, porque ahora ya es casi de noche y me está entrando mucho sueño...

La acompañé hasta mi tienda y esperé hasta verla dormida. Hacía bochorno esa noche y, como no conseguía conciliar el sueño, salí de nuevo a sentarme cerca del bocal del pozo, buscando la frescura del agua.

Allí estaban también Raquel y a Lía, esperando la brisa y mirando las estrellas. Algunas veces, muy pocas, olvidaban sus rivalidades y sus celos y se sentaban juntas, como si recuperaran una infancia lejana, cuando la presencia de Jacob aún no había enturbiado su cariño de hermanas.

Me senté junto a ellas y les conté los acertijos y las preguntas de Dina. Yo sabía cuánto quería Raquel a aquella niña tan parecida a ella como si fuera su propia hija: nadie mejor que ella solía entender sus palabras y continuar sus intuiciones. Por eso no me extrañó que comenzase a hablar, como si pensara en voz alta:

- Cuando escucho a Dina es como si me escuchase a mí misma y las cosas que ella dice son las que yo no me atrevo a pronunciar: las tengo dentro, como pájaros en una jaula esperando una rendija para escaparse y es ella quien la abre y los deja echarse a volar...Cuántas veces oigo comparar la risa escéptica de Sara con la fe de Abraham que es el centro de todas las narraciones, pero yo pienso que, cuando aún no tenían más que a Ismael, el hijo de Agar, Abraham había decidido no volver a asomarse a mirar de noche las estrellas, sino que se contentaba con la lucecilla de candil que era el pequeño Ismael y por eso oraba resignadamente: Si al menos Ismael viviera en tu presencia...

En cambio, cuando el Señor visitó a Sara como había prometido y nació Isaac, Sara hizo algo que siempre causa revuelo entre las esclavas cuando lo oyen contar: consiguió que Abraham despidiera a Agar y a su hijo porque decía:- No va a heredar el hijo de esa esclava junto con mi hijo, con Isaac.50 Y resulta que en esa decisión tan dura a la que Abraham se resistía, Sara tenía detrás una certeza muy firme a la que El Sadday dio la razón y por eso dijo a Abraham: - En todo lo que te dice, hazle caso a Sara.51 Así que era ella quien estaba acertando con el verdadero portador de la promesa...

Y lo mismo ocurrió con Rebeca: siempre nos cuentan que, cuando fue a consultar al Señor, angustiada por la lucha de los hijos que peleaban en su vientre, El le reveló algo extraño que iba a suceder en el futuro: el menor iba a estar por encima del mayor52 y por eso, aunque Isaac prefería a Esaú, las preferencias de Rebeca, como las de El Sadday, se inclinaron por Jacob.53

Nunca me canso de darle vueltas a ese anuncio, nunca deja de asombrarme, porque me hace sospechar que El Sadday no es sólo como nos dicen de El: un Dios guerrero y vencedor de nuestros enemigos, sino que, al revés que nosotros, se inclina hacia los pequeños y prefiere a los que no poseen ninguna primogenitura donde apoyarse. Rebeca puso toda su confianza en aquella extraña revelación que rompía con todas las costumbres conocidas, que sacaban a nuestro Dios de las redes donde le aprisionan nuestras ideas sobre él y se atrevió a dejarse arrastrar, como una brizna de hierba, por esa corriente de las preferencias de Dios. Por eso urdió la trama gracias a la cual Jacob consiguió que Isaac le bendijera a él confundiéndola con Esaú. Y estaba tan segura de estar coincidiendo con el deseo de Dios, que se atrevió a disipar los temores de su hijo menor repitiéndole una y otra vez: -Yo cargo con la maldición, hijo mío.

49Eclo 25,250Gen 21,1051Gen 21,1252 Gen 25,2353 Gen 25,27-28

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Tú obedece, ve y tráemelos.54

Siempre me admira la valentía de Rebeca al decir aquello de caiga sobre mí tu maldición..., porque eso nadie se atrevería a decirlo si no fuera porque contaba con que la bendición que El Sadday tenía reservada para Jacob era más fuerte que cualquier maldición. Y acertó bien porque El mismo, como continuando las palabras de la propia Rebeca, dijo después a Jacob cuando huía de Esaú: -Yo estoy contigo, te acompañaré donde vayas, no te abandonaré hasta cumplirte cuanto te he prometido...55

Lía interrumpió furiosa el discurso de Raquel: - ¡Con todo eso, lo que estás queriendo decir es que por eso eres tú la preferida de Jacob

y yo, en cambio, aunque le he dado seis hijos salidos de mi vientre y dos más de mi esclava Zilpa,56 seré siempre la segunda de sus esposas, yo que soy la mayor! Y que estoy condenada a presenciar, día tras día, cómo busca tu lecho y, si viene al mío, eres tú quien me lo cedes a cambio de un capricho y hasta creo que, cuando pasa la noche conmigo, susurra en sueños tu nombre... Como aquella primera vez, cuando nuestro padre Labán me obligó a representar la farsa de entregarme en matrimonio a un hombre que le había servido gratis durante siete años, pensando que era a ti a quien ganaba...57

La ira de Lía se fue transformando en sollozos y Raquel la estrechó entre sus brazos, como quien acuna a una niña. También ella lloraba y le decía en voz baja:

- Lía, hermana mía, no dejes que nada nos separe. ¿No crees que yo también sufro cuando te veo a ti, como una parra fecunda rodeada de hijos, y recuerdo mi vientre que sólo ha sido capaz de dar a Jacob un hijo? ¿No ves mi cuerpo, demasiado débil para concebir de nuevo, ajada en mi juventud? ¿No sabes que me despierto en medio de la noche temblando? Porque me acuerdo de lo que le dije un día a Jacob: - "¡Dame hijos o me muero!" y tengo miedo de esa muerte que con tanta osadía convoqué entonces, estará al acecho si vuelvo a quedarme embarazada y me arrebatará la vida. Sólo suspiro porque El Sadday me añada otro hijo, por eso le llamé José, es decir: "Dios añada", a mi único hijo y al llamarle cada día, vivo junto al tormento de la insatisfacción, el presentimiento de que si llego a tener otro se convertirá en el hijo de mi desgracia.58 Y si algo le ocurriera a José o ese otro hijo que tanto deseo, o a los hijos de sus hijos, creo que ni siquiera la muerte sepultaría mi llanto y nadie podrá jamás consolarme. 59

Ahora era Lía la que estaba conmovida y por eso hizo que Raquel apoyara su cabeza sobre sus rodillas mientras le acariciaba la cabeza y pronunciaba las mismas palabras con que los padres y el hermano de Rebeca le habían despedido:

Tú eres nuestra hermana, sé madre de miles y miles; y que tu descendencia conquiste las ciudades enemigas...60

Había salido la luna. Y cuando la vi reflejada en el agua quieta del pozo, me di cuenta de

que la gloria de El Sadday también resplandecía en el manantial oscuro de nuestras madres. Ví a Sara alumbrando a nuestro pueblo, siendo el brocal de aquel pozo, la cantera de la que todos procedíamos.61

Pensé en mi señora Rebeca, poniéndose a favor de una elección insólita y arriesgándose en ella. Y también en Raquel y Lía haciendo posible el cumplimiento de la promesa de El Sadday de dar a Abraham una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo que nos cubría.

Y alcancé en ese momento la certeza de que llegarían días en que las cuatro serían recordadas como aquellas que edificaron la casa de Israel.62

TESTAMENTO DE DINA63

Me llamo Dina, hija de Jacob y de Lía y dicto estas palabras a una esclava egipcia que compró

54 Gen 27,8.13.4355 Gen 28,1556 Gen 35,23-2657 Gen 29,15-3058 Gen 35,16-2059 Jer 31,1560 Gen 24,6061 Is 51,1-262 Rt 4,1163 Cf. Gen 35,8

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mi padre Jacob a unos caravaneros y que aprendió a leer y a escribir nuestra lengua en su tierra.Sé que voy a morir pronto y que me reuniré con mis antepasadas Sara, Rebeca y Raquel. Pero antes de que llegue ese día que adivino muy cercano, quiero enterrar este escrito en la tumba de Débora, la que fue nodriza de mi abuela Rebeca y junto a la que deseo ser sepultada. Mi vida ha sido una estepa barrida por vientos de desolación, una trama cortada y malograda cuando apenas estaba comenzando a devanarla.Tuve una infancia difícil, perdida entre hermanos varones cuya existencia colmaba de satisfacción a mis padres y nunca me entendí con ellos, quizá porque no pude soportar nunca que me miraran con suficiencia y que trataran de disfrazar con su protección condescendiente lo que en el fondo yo adivinaba como superioridad y desprecio por mi condición de mujer. Mi madre Lía estaba demasiado ocupada atendiendo a lo más pequeños, cuidando a mi tía Raquel que siempre estaba enferma, dando órdenes a las esclavas y tratando de atraerse a mi padre.

Sólo Débora me escuchaba y hablaba conmigo y a ella acudía para hacerle preguntas sobre historias de nuestros antepasados, sobre nuestras madres Sara y Rebeca, y sobre todo aquello que los demás no querían explicarme. Recuerdo que cuando le pregunté por el significado de mi nombre me miró a los ojos y me dijo:

- Tu nombre, Dina, tiene que ver con la justicia de El Sadday, pero no olvides nunca que su justicia es un torrente de bendición que fluye siempre y tú eres una acequia en sus manos 64. No permitas que nada ni nadie detenga el fluir de ese torrente, deja que tu vida sea una acequia portadora de bendición...

Cuando dejé de ser una niña y más la necesitaba, perdió la memoria y con ella se me rompieron los hilos que me unían al pasado de nuestro clan. Por eso, según iba creciendo, me encerraba más en mi soledad y sólo me gustaba dar largos paseos en soledad, lejos de todos.

Un día, lo recuerdo como si fuera ayer, sentí el impulso de salir a buscar otras mujeres de fuera de nuestro clan que me asfixiaba con sus murmuraciones y pequeñas disputas y me adentré en territorio de los heveos.65

Había caminado demasiado, estaba perdida y en despoblado y temblé de miedo, presintiendo un peligro que me acechaba. De pronto, oí jadear a alguien entre la maleza y unos brazos me agarraron por detrás y me derribaron al suelo. Sentí mi ropa desgarrada y me arrastró un torbellino de violencia y fuego hasta hacerme perder el sentido. Cuando lo recobré, estaba en casa de Timná, una mujer hevea, que sentada junto a mi lecho me miraba con preocupación solícita. Apenas podía recordar lo que me había ocurrido, pero había sobre mí como un tatuaje grabado con el hierro ardiente de la violencia y su marca me traía oleadas de confusión, de vergüenza y de ira.

Ella me contó que había sido Siquem, hijo de Jamor el heveo, quien me había traído en sus brazos y le había suplicado que me cuidase. Estaba destrozado por los remordimientos, decía, porque al verme pasear sola me había tomado por una prostituta y se había lanzado sobre mí, pero al darse cuenta de que era virgen, se había llenado de culpabilidad y arrepentimiento.

Yo no quería saber nada ni recordar nada: sólo llorar y desahogar así mi humillación y mi impotencia. Pero junto a Timná encontré todo el afecto que mi madre no había sabido darme y toda la comprensión de la hermana que nunca tuve.

Cada tarde ponía junto a mi lecho los regalos que Siquem había traído para mí: un racimo de uvas de su huerto, un puñado de dátiles, un cuenco de leche recién ordeñada. En otra ocasión entró Timná trayendo en sus brazos un cachorrillo: él lo había traído con la esperanza de que me hiciera volver a reír.

Pasó tiempo y un día decidí comenzar a salir: necesitaba vencer el miedo que aún hacía agitarse mi corazón como sacude el viento los árboles del bosque. Me dirigí con el cántaro en dirección a la fuente y allí estaba Siquem quieto, como si me esperara. Era un mozo alto y bien plantado y me di cuenta de que, al verme, sus mejillas enrojecían bajo la barba. Casi como una súplica extendió las manos para que le diera el cántaro y bajó él mismo a llenarlo a la fuente. Era un trabajo que sólo hacemos las mujeres y me sorprendió su gesto. Me acompañó en silencio, cargado con el cántaro y, al entregármelo en la puerta de la casa de Timná, nos miramos de frente por primera vez y creo que en sus ojos había más vergüenza que en los míos.

Al día siguiente estaba allí de nuevo, esta vez con un ceñidor de colores que me ofreció con timidez diciéndome que hacía juego con mis ojos. No estaba yo acostumbrada a que alguien me cortejara, ni siquiera a que alguien pensara en lo que podía agradarme y por eso,

64 Pr 21,1 65 Gen 34

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cuando una tarde susurró a mi oído que le había robado el corazón con una sola mirada, con una vuelta de mi collar, y que mis ojos eran como palomas bajo el velo, eché a correr y entré en la casa estremecida por la turbación. Por primera vez alguien me hablaba al corazón pero no podía olvidar que venían del hombre que me había forzado, y mis entrañas se agitaban entre la atracción y el rechazo.

No volví a la fuente en varios días y me puse enferma con una fiebre que me devoraba tanto como su ausencia. Por las noches oía en sueños el rumor de sus pasos y le veía asomándose por la tapia del huerto o atisbando por la celosía de mi ventana; pero cuando me levantaba a abrirle, con mis manos destilando perfume de mirra, no había nadie a la puerta y mi corazón desvelado me impedía volver a dormir.

Por fin, un día tomé la decisión: me puse el ceñidor que me había regalado, me perfumé con nardo y áloe y le esperé junto a la fuente con el rostro cubierto por el velo. Reconocí sus pasos desde lejos y mi alma se me escapaba dentro. Cuando se detuvo a mi lado, los dos sabíamos que había pasado el invierno, que las lluvias habían huido y que para nosotros había llegado el tiempo de las canciones. Me llevó a su casa y fue como entrar en una bodega y dejarnos embriagar por el mejor de los vinos: cada uno fue para el otro como perfume derramado, como un florecer de granados, como un jardín que escondía y ofrecía sus mejores frutos.

Supe que mi vida estaba a salvo como una paloma que hace nido en el agujero de la peña y que, perdida entre árboles silvestres, había hallado en Siquem un manzano a cuya sombra quería pasar la vida entera.

Al día siguiente fue con su padre Jamor al encuentro del mío, dispuesto a pagar cualquier dote a cambio de poder retenerme como esposa. Volvió radiante de alegría: mi padre había accedido y habían sido mis hermanos quienes habían fijado como condición que todos los varones heveos debían ser circuncidados. El día en que lo hicieron tuve un extraño presentimiento, pero no se lo dije a Siquem. Por nada del mundo deseaba romper la fiesta del encuentro que los dos estábamos celebrando.

Por la noche nos despertamos sobresaltados por gritos y alaridos de dolor. Alguien derribó nuestra puerta y, a la luz de las antorchas, vi en el umbral a mis hermanos Simeón y Leví con espadas en las manos. Se lanzaron contra Siquem y cada uno le asestó un golpe mortal. A mí me agarraron en volandas y así atravesaron la ciudad conmigo a rastras, dejando tras ellos un reguero sangriento de destrucción y de muerte. Al llegar al campamento de mi padre los oí jactarse con arrogancia:

-¿ Es que íbamos nosotros a consentir que trataran a nuestra hermana como a una prostituta?

No he vuelto a pronunciar una sola palabra desde entonces y tampoco consigo llorar, ni siquiera cuando apoyo me cabeza en el regazo de Débora que me acaricia la cabeza sin comprender. Se ha secado para siempre en mí la fuente de la voz y de las lágrimas y soy como una acequia vacía, agrietada y sucia.

Mi juventud se ha agostado y, como una sombra silenciosa, sigo al clan de mi padre en sus desplazamientos, sin lamentar siquiera que nos alejemos para siempre de Padam Aram, la tierra que me vio nacer, para ir en dirección a Canaán. Sólo siento dentro una herida abierta y sin fondo que supura rencor y un deseo amargo de maldecir el día en que alguien anunció a mi madre Lía dándole un disgusto: - Esta vez te ha nacido una niña.

Miro a Raquel, cada día más pesada por el embarazo de su segundo hijo y observo unas ojeras profundas en su rostro demacrado que ya tampoco es bello y la oigo desahogar con mi madre su temor por no llegar al parto o perder a su hijo:

-Si me muero, Lía, quisiera que mi hijo se llamase Ben Oní, hijo Siniestro y que sea así recuerdo vivo de mi desgracia. Si fuera una niña, que se llame Dina, como tu hija, porque ese nombre es ya entre nosotros portador de desolación.

Y yo pienso que Jacob no consentirá jamás que un hijo suyo lleve ese nombre, aunque al impedirlo se borre para siempre la memoria de la mujer dispuesta a dar la vida con tal de que su hijo viva...

-¡Maldita sea nuestra suerte!, pienso: la tuya Raquel, toda la vida obsesionada por dar hijos a Jacob y pagando por ello el precio más alto que es tu propia vida; la tuya, madre, la de ojos apagados, condenada a vivir mendigando el amor de un hombre que nunca te quiso; la tuya, Rebeca, que nunca conseguiste que Isaac, el que decía quererte tanto, comprendiese por qué amabas tan gratuitamente al menor de tus hijos, mientras que sus preferencias eran por el que le traía caza para comer; y también la tuya, Sara, entregada al harén de un reyezuelo cananeo por tu propio esposo, que antepuso su temor a tu integridad y que después te haría sentir mil veces que era tu esterilidad la que le cerraba las puertas del futuro.

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Estábamos llegando a Betel y yo caminaba rezagada y sintiéndome desfallecer, como si el peso de mi corazón de piedra me hiciera arrastrar los pies y el murmullo de las maldiciones fuera envenenando mi sangre. Fue entonces cuando me avisaron de que Débora se moría.

Corrí hasta su tienda, tomé en mi regazo a la mujer que me había acogido tantas veces en el suyo y así pasamos la noche. Yo le hablaba en susurros aunque no sabía si aún podía oírme pero, al amanecer, me buscó con sus ojos que ya apenas veían y murmuró con un soplo de voz inaudible:

- Dina, la acequia... y dejó de respirar. Todos creyeron que desvariaba, sólo yo había entendido el mensaje.

Me quedé aún mucho tiempo abrazada a ella mientras sentía que en mi interior volvía a alumbrarse el manantial del llanto y que mis ojos se convertían en dos fuentes que manaban mansamente. Y era como si aquellas lágrimas arrastraran tras de sí las hojas secas de mi rencor, limpiando el barrizal endurecido de mi resentimiento y derritiendo el hielo de mis entrañas.

Ayudé a las esclavas a embalsamarla y la ungimos con ungüento de mirra y cinamomo, como ella me había contado que habían hecho con Sara y con Rebeca antes de enterrarlas en Makpelá. Aquel recuerdo fue también un bálsamo para mis heridas y cuando salí y me senté bajo una gran encina junto al camino, seguí llorando y sintiendo que aquel fluido cálido me hacía volver a ser una acequia. Y me daba cuenta también de que por ella no corría solamente mi dolor, sino el de muchas otras mujeres heridas por el desconsuelo, a las que también la vida había arrancado con violencia la fiesta y las canciones. Las sentía junto a mí como hojas de un árbol frondoso, en el que unas se marchitan pero otras brotan, en el que unas moriríamos pero dando paso a otras 66 y en aquel momento comenzó a latir en mi corazón el deseo de bendecir los nombres de todas aquellas mujeres, de no dejar que el olvido, la desgracia o la maldición enterrasen definitivamente sus vidas.

Mientras cavaban la tumba de Débora debajo de la encina donde yo estaba ("Encina del Llanto", la llamó mi padre Jacob al ver mi desconsuelo...), pronuncié estas palabras que mi esclavilla egipcia, sentada a mi lado, iba escribiendo con su cálamo:Que El Sadday te bendiga, Débora, que amamantaste a tus pechos a Rebeca y nutriste también mi infancia con la leche de tu sabiduría y de tu ternura. Dichosa tú, que me enseñaste a conocer a nuestros padres y a amar a nuestras madres.Benditas contigo todas las que, como tú,rescatarán del olvidolos nombres de tantas mujeresque antes que nosotrasfueron tejiendo en lo ocultola trama de la historia.

Bendita tú, Sara, acequia de la promesa de Dios,princesa sin tierra,aramea errante que dejaste tu paíssin saber adónde ibas.Diste hospitalidad a ángeles y ellos, al marchar, te dejaron en prendauna promesa de fecundidad.Y, desde aquél día, pronunciar tu nombrees recordar que para El Sadday no hay nada imposibley esa noticia llena también nuestra boca de risasy convoca nuestros pies a la danza.Semilla enterrada en Mambré,primicia de la tierra prometida,en ti celebramos a millones de mujeresque, caídas en el surco, han dado una cosecha espléndida.

66 Eclo 14,18

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Bendita tú, Rebeca,acequia de las preferencias de Dios.Vaciaste tu cántaro para dar de beber a un caminante El Sadday te sació a ti con el torrente de su favor.Acudiste a él cuando querías moriry recibiste un anuncio de vidadel que se te reveló como un Diosque se inclina por los pequeñosy se pone de parte de los últimos.Colmada de bendiciones por el Fuerte de Jacobatrajiste la bendición para el hijo que amabasy su aroma fue como el de un campo sobre el que Dios hizo descender el rocío del cieloy derramó abundancia de trigo y de mosto.En ti, Rebeca, celebramos el nombre de todas las mujeres que siguen arriesgándose por la causa de los débilesy ponen su audacia y su sagacidaden preparar y proteger los caminosde los que no poseen privilegios ni derechos. Bendita tú, Lía,acequia de la fecundidad de Dios,porque con cada uno de tu hijoste fueron revelados otros nombres de El Sadday:"el que ve la aflicción""el que escucha y une con El" "el que merece la alabanza""aquel de quien recibimos la suerte" "el que otorga la dicha""el que concede recompensa""el que colma de regalos""el que hace justicia..." En ti, Lía, celebramos a las mujeresque llamarán a Dios con nombresnacidos de sus entrañas y de su experiencia.

Bendita tú, Raquel,acequia de la compasión de Dios.Fuiste amada, deseada y preferidapero viviste inconsolable la privación de hijosy en tu pasión por comunicar vidahabía algo del soplo creador de Dios.Arriesgaste en tu deseo tu propia muertey si el parto llega a arrebatartela sangre y el aliento,estarás edificando un pueblo con tu entrega.En ti, Raquel, celebramoslos nombres de tantas mujeres compasivasque serán memoria rebelde del dolor del puebloy rehusarán cualquier consuelo que no alcance a todos. Llegarán días en que un pueblo dirigirán sus ojos hacia vosotrasSara, Rebeca, Lía, Raquel,y os contemplará caminando infatigables,habitando en tiendaspastoreando rebaños, acampando junto a pozosy aprenderá a adentrarse en lo desconocidoa resistir exilios y destierrosa seguir en marcha hacia una tierra que siempre está más allá.

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Page 14: Aleixandre Dolores -Matriarcas y Testamento de Dina

Llegarán días en que un pueblo beberá en vuestras vidas,vasijas amasadas de sometimientos y rebeldíasde amores y celosde energías y desfallecimientosde temores y audaciasde lágrimas y risasy se saciará del amor fiel del Dios que nos eligeaunque sabe bien que somos barro.

Llegarán días en que un pueblo narrará vuestras historiasmodeladas por la mano de vuestro Dios,reconocerá en vuestra esterilidad el caos inicial del que surgióy se sabrá creado, salvado y redimido,edificado sobre roca, plantado en buena tierra.Como un árbol frondoso, hundirá sus raíces en el recuerdo de vuestros nombresy el caudal de vuestra acequiadesbordante de agua viva,lo inundará de bendición y de alegríade generación en generación.

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