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1 Alejandro Carrión, rebelde de sol y sangre Por: Ana Paulina Soto Aymar La primera impresión al leer la narrativa de Alejandro Carrión, es, como nos dice Galo Mora Witt en su ensayo, la de estar tratando con un cínico idealista. Sus personajes son crudos, simples, ambiciosos en su lógica natural. No hay mujer buena o mala que sobrepase su calidad de animal doméstico, —como él mismo lo establece en su cuento “Un día de perro”— y los hombres tienen indefectiblemente la razón, estáticos en su propio mundo sin conceder un ápice de terreno a la empatía. Sabemos también, que Carrión llevó una vida llena de conflictos, no solo con el prójimo sino consigo mismo, cambiando de acepción ideológica, de liberal a socialista y luego a una filosofía existencialista, reflexiva pero irrefrenable en su crítica despiadada. Tratar con el hombre es un juego sencillo. Tratar con el intelectual es un juego complicado, mucho más interesante, pero juego al fin. El forcejeo resulta divertido incluso si se acaba llorando porque se ha perdido. Alejandro jugaba. Jugaba en su narrativa, jugaba en su crítica política, sociológica y mantenía su postura rebelde y obstinada como una máscara. Forcejeaba y ganaba. A veces salía perdiendo. Pero ya no jugaba en la poesía. En ella era extraordinariamente sincero y por lo tanto vulnerable. Íntimo. Sereno. La máscara de fingirse cínico cae y se revela un espíritu sensible, acariciador, delicado, sobrecogido por la belleza y apasionado por el amor. Debo, antes que nada, puntualizar lo titánico de la tarea de leer a un hombre de la talla de Alejandro Carrión para tratar de descubrir sus constantes poéticas. Titánica y delicada, como una larga operación usando un bisturí que ha perdido el filo, puesto que, no estamos hablando solo de tendencias literarias, estamos hablando de la verdad que fue atesorada en el alma de este vigía. La razón por la que titulé el presente ensayo como rebelde, es obvia. Ese era el carácter exterior de Alejandro. Era esta una herramienta que él usaba para deconstruirse y volverse a inventar. Poco importaba la opinión de los demás, lo cual le valió no pocas enemistades. ¿Y por qué de sol y sangre? Alejandro usa un fuerte simbolismo desarrollado en su poética desde los versos madrugadores de su juventud. Es así que la sangre es una constante en sus versos. Un símbolo que expresa varias acepciones como la siguiente en la que representa el deseo de moldear el destino:

Alejandro Carrión, rebelde de sol y sangre · el filo, puesto que, no estamos hablando solo de tendencias literarias, estamos hablando de la verdad que fue atesorada en el alma de

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Alejandro Carrión, rebelde de sol y sangre

Por: Ana Paulina Soto Aymar

La primera impresión al leer la narrativa de Alejandro Carrión, es, como nos dice

Galo Mora Witt en su ensayo, la de estar tratando con un cínico idealista. Sus

personajes son crudos, simples, ambiciosos en su lógica natural. No hay mujer

buena o mala que sobrepase su calidad de animal doméstico, —como él mismo

lo establece en su cuento “Un día de perro”— y los hombres tienen

indefectiblemente la razón, estáticos en su propio mundo sin conceder un ápice

de terreno a la empatía.

Sabemos también, que Carrión llevó una vida llena de conflictos, no solo con el

prójimo sino consigo mismo, cambiando de acepción ideológica, de liberal a

socialista y luego a una filosofía existencialista, reflexiva pero irrefrenable en su

crítica despiadada.

Tratar con el hombre es un juego sencillo. Tratar con el intelectual es un juego

complicado, mucho más interesante, pero juego al fin. El forcejeo resulta

divertido incluso si se acaba llorando porque se ha perdido. Alejandro jugaba.

Jugaba en su narrativa, jugaba en su crítica política, sociológica y mantenía su

postura rebelde y obstinada como una máscara. Forcejeaba y ganaba. A veces

salía perdiendo. Pero ya no jugaba en la poesía. En ella era extraordinariamente

sincero y por lo tanto vulnerable. Íntimo. Sereno. La máscara de fingirse cínico

cae y se revela un espíritu sensible, acariciador, delicado, sobrecogido por la

belleza y apasionado por el amor.

Debo, antes que nada, puntualizar lo titánico de la tarea de leer a un hombre de

la talla de Alejandro Carrión para tratar de descubrir sus constantes poéticas.

Titánica y delicada, como una larga operación usando un bisturí que ha perdido

el filo, puesto que, no estamos hablando solo de tendencias literarias, estamos

hablando de la verdad que fue atesorada en el alma de este vigía.

La razón por la que titulé el presente ensayo como rebelde, es obvia. Ese era el

carácter exterior de Alejandro. Era esta una herramienta que él usaba para

deconstruirse y volverse a inventar. Poco importaba la opinión de los demás, lo

cual le valió no pocas enemistades.

¿Y por qué de sol y sangre? Alejandro usa un fuerte simbolismo desarrollado en

su poética desde los versos madrugadores de su juventud. Es así que la sangre

es una constante en sus versos. Un símbolo que expresa varias acepciones

como la siguiente en la que representa el deseo de moldear el destino:

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“Y he de hacer de mi sangre, hasta la última gota,

el barro rojo de mi vida.”

O que expresa erotismo como en:

“Cuando rodeo tu talla con mi brazo moreno

y miro, naufragando, tus oscuras pupilas, toda mi sangre grita, lanzándose,

violenta,

hacia la sangre tuya que la llama y enciende.”

Expresa también ansia de pertenencia romántica:

“Si en tus cauces mi sangre puede correr tan ancha

y en tu mirar mi labio puede dejar su huella”

Expresa amor por la tierra:

“Yo digo: ¿quién no sabe cuáles son los habitantes de la sangre?

Yo digo: ¿quién no sabe cuáles son los habitantes de mi ciudad, los integrantes

de mi pueblo?

Expresa el enfrentamiento y el valor:

“Libré la atroz batalla con el alma en un hilo,

a la entrada del templo, donde la sangre mana.”

También, inevitablemente, el dolor y la muerte:

“En los caminos

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aún palpita la dolorosa huella de sus pasos

y se percibe aún el olor de su sangre.”

Otra de sus palabras reiterativas e importantes por su insistente simbolismo, es

el sol o la luz. Esta ya no es una constante a lo largo de su vida. Sobre todo en

las últimas poesías de Alejandro, es obvia la forma en la que este sol declina, se

cubre con sombras entristecidas, o se apaga definitivamente condenándolo a la

oscuridad.

“Conozco esta tiniebla, esta sed, este grito.

Oscura, oscura, oscura, negra tinta regada

sobre un ojo sombrío.

Conozco yo estas uñas, este pie de caballo ciego, esta garra de zorra”.

“Yo vi llegar la sombra,

cerré mis pobres ojos:

yo vi llegar la ciega

conjura de la noche”

Veamos unos ejemplos en los que el sol y la luz están presentes en pequeñas

expresiones de alegría y afecto:

“Volaba ella en la luz, en el vivo reflejo

del pedazo de vidrio, reclamo de la alondra.”

“Inmóvil bajo el cielo, en perpetuo y erguido sobresalto,

con el poema químico de tu clorofila,

subiendo bajo el sol hasta tu límite”

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Uno de los estados emocionales que son bastante recurrentes en Alejandro es

la soledad. En el siguiente extracto, se produce una mezcla vanguardista de su

símbolo favorito, el sol, con la soledad:

“Sol. Solamente sol. Sólo sol. Todo sol. Soledad del sol.

La soledad es grande, mientras el sol nos arde,

Fuera y dentro, ojos enceguecidos y la sangre encendida.”

Estado anímico que, al igual que muchos hombres de letras, es uno de los

preferidos de Alejandro y lo usa como una especie de catarsis:

“Ven, amiga mía, ven y en silencio deja madurar mis dolores.

La altanoche es tu clima, soledad. La altanoche, donde la luz es ciega”

“De soledades, sí, de soledades

va formándose el mundo, va llenándose

la vida, va helándose

la sangre: de soledades, sí, de soledades.”

Precoz y prolífico, Alejandro fue poeta toda su vida, desde muy joven. Él mismo

lo prologa en su “Poesía primera jornada”: “Era inevitable que yo fuese poeta”.

Su palabras adoradas siguen apareciendo como una constante a lo largo de su

obra: el sol y la sangre, y también sus némesis o bálsamos: la oscuridad y la

soledad.

Para comprender en algo su ejercicio poético es necesario realizar brevemente

un recorrido cronológico a través de extractos de su poesía. Desde sus primeros

escritos se revela ya su espíritu rebelde y es así como nos relata su irreverencia

que a temprana edad lo llevó a enemistarse con el rancio abolengo de hombres

ilustres quienes intentaron humillarlo con el apelativo de “Portero”, y es de esta

manera que nacen sus versos “poemas de un portero”, en honor a Pablo Palacio,

y con intencional estilo vanguardista:

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“El sol se ha vuelto loco:

mira como derrama

tanto maíz dorado

sobre el río […]

Desde que soy portero

me he sentido poeta

percibiendo el dolor de las máquinas de escribir

al no poderme autografiar sus suspiros.”

Poemas que han sido calificados de “balbuceantes e inocentes”, muestran ya

una maestría de la palabra, un amor natural y fluido por las letras:

“La luz de tu cuerpo desnudo

se mirará en mis uñas bruñidas como espejos”

Muy joven incursionó en las tendencias socialistas, prueba de esta incursión está

el “Bloqueo a la esperanza roja” un homenaje a las marchas del trabajador por

el primero de mayo:

“En la calle

una selva de gritos crece sobre el silencio

y una nube de puños se interpone entre el sol y la tierra

solo una vez al año van estos hombres tristes

a las calles centrales

solo una vez al año.

A reclamar su pan. A reclamar su paz.”

Su obra “Agonía del árbol y la sangre”, de 1934, marca una grieta en la vida de

Carrión. Él mismo nos explica:

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“Hubo polémicas. Algunos amigos que no aprobaron mi alejamiento de la

poesía comprometida –entonces llamada “poesía de cartel”– me acusaron

de haber plagiado ese poema [Árbol] de Emile Verhaeren.”

El camino socialista ya no es su camino y no saldrá indemne de este cambio en

su vida. ¿Qué fue lo que sucedió? El hecho es que Alejandro concilió

definitivamente a partir de este punto su naturaleza reflexiva y solitaria. Por

ejemplo en “Canto a mi silencio”, nos expresa su incertidumbre existencialista:

“Muy joven soy, muy joven y callado,

pues sé que vive en mi universo

de perfectos silencios insaciables

dentro de mis tobillos, en la fuerte

y elástica justicia de mis venas”

Y empieza un llamado, clamado solo en sus momentos interiores, por protección

y cobijo:

“Guárdame si, tras la cálida sombra

de sangre y sueño, de pestaña y lágrima.

Guárdame tras la roja cortina de tu párpado,

en la escondida cámara de tus puras miradas.

[…] Tiende las anchas alas, mi protectora alada,

cobíjame y protégeme en tu sombra, en tu párpado”

Se dijo de Alejandro que su consciencia política viajó a tierras norteamericanas,

una de las muchas formas de detracción que sufrió. El siguiente extracto

confirma lo contrario:

“¿Qué nos importa que en Manhattan llueva hollín y se suiciden los vendedores

de los Five & Ten?

¿Qué nos importa, si aquí la Cordillera alza su nieve sobre las altas nubes? […]

¿Qué nos importa? Nosotros somos la única juventud de la tierra.

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Venid y miradnos. Venid y mirad cómo es de joven el sol ecuatorial, la tierra

ecuatorial, los ríos que del Ecuador brotan y hacia el mar se abalanzan.

Nada importa la sangre. Nada la muerte ardiente. Nada la vieja vida en las

ciudades donde la multitud se asfixia entre cenizas.”

Y más bien, Alejandro nunca olvidó el útero que lo crió. Él afirmaba que ser lojano

es una especie de religión:

“Mi pueblo, tú lo sabes, está aquí, dentro de mi corazón,

desde donde la sangre se extiende y distribuye,

entre la aurícula izquierda que es una llamarada líquida

y el dombo de la punta, cumbre de ardoroso puñal hacia el sur señalando:

ahí está mi pueblo, ahí se aloja, desde ahí me acompaña.

Yo lo sé y me contemplo como si fuese una custodia portando la hostia.

Y comprendo que hay en mí algo de sagrado

y que ese algo viene de mi pueblo, que llevo en mi costado.”

Su familia era su fuente de inspiración como en esta, una de sus más queridas

poesías “Suave sol de mi sangre” que explica su afecto por Adriana Carrión, su

hermana y compañera de juegos:

“En la lágrima tierna, tímida y vacilante

y en mi sangre, a la hora en que ella amanece,

cuando en la rosa abierta viven sol y rocío:

allí estás tú, Adriana Carrión, flor y murmullo.”

La poesía existencialista se concilia en Carrión; una reflexión profunda y

descansada: es un alejamiento para observar mejor al mundo y el mundo

comprende el amor a solas. Le da a la soledad una apariencia de dios

omnipresente:

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“Necesito encontrar mi propia soledad

y, firme ya en el dolor y en la alegría,

no lograr desligarme del poder de los sueños,

besarte sólo cuando te hayas ya dormido,

comprender la belleza de las cosas antiguas,

beber el agua limpia con la mirada joven,

bañarme en la luz tibia

y usar de mi derecho

a la euforia entusiasta del cuerpo bien nutrido

y a la marcha extasiada

de un jardinero joven en la luz meridiana”

En “Laurel de sombra” y “la noche oscura”, sufre una transposición a la oscuridad

de la que ya hablamos; fuga temporal hacia la temática modernista, en homenaje

a su tío Héctor Manuel Carrión, a quien vio muerto cuando él tenía 14 años, nos

dice: “su recuerdo ha vivido tan sólo en la del muchacho que contempló su

cadáver magro, su rostro fino y pálido, de atroz e infantil serenidad, su barba

ensortijada y sus dos manos cerradas nerviosamente en torno de su cuello”:

“Destino enloquecido de soledad ardiente

en soledad crecido, en sollozo alumbrado,

tendido el corazón sobre ascuas implacables,

a través de los años, tras la muerte que huía

mientras los ojos, vivos, llameaban su misterio

yo te vi: era mi sangre la que en ti agonizaba.”

Y nos habla también de una soledad angustiosa:

“Quiero decir que ahora que estoy solo, estoy solo,

siento la noche augusta detrás de mi garganta.

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El sol, que dentro el alma cantaba su soneto,

busca en mis venas tibias el fuego ya apagado

y el alma llora en sangre lo que ayer conseguía.

¡Ven, sol de mi esperanza, si existes todavía!”

Este breve periodo oscuro esta transpuesto a una rica tendencia existencialista

como lo podemos ver en los siguientes extractos:

“Contemplo la permanencia de las cosas y entiendo cómo fluye mi ser hacia su

muerte.

Y pienso con tortura: lo permanente no es mío, tan solamente soy lo transitorio.”

“Hay un temor oculto, agazapado, astuto,

que rehúye la luz de mi razón, que fuga

ante los claros ojos, abiertos en el día.

Allí está, yo lo siento, y en la oscura noche,

cuando desciende mi alma al fondo de mí mismo,

cuando la oscura niebla del sueño me recubre,

entonces sale, otea, hunde su zarpa y gime.”

En el siguiente extracto vemos una semilla de su novela “La espina” en la misma

línea de su visión existencialista del pasado:

“Yo lo sé. Yo lo sé. ¡Mea culpa! Yo lo sé, padre mío.

Me acerco hasta tu lecho, donde tu muerte espía,

me acerco caminando con mis pies silenciosos

conteniendo la vida, conteniendo la lágrima […]

Y te pregunto: ¿Nunca viste a tu padre mirando aquello con ojos desolados?

¡Nunca! ¡Nunca! Mas lo verás un día. Lo verás, y una espina

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se clavará en tu alma. Una espina, una espina, una corona entera de espinas

desoladas.”

Para “poesía segunda jornada”, Alejandro presentía a la muerte, fin que no llegó

tan prontamente como lo suponía. Así lo confiesa en esta plegaria con la que

inicia su obra:

“Por la bondad del claro día

por la tristeza de la tarde,

por el silencio de la noche,

muerte no vengas este año.”

Un Alejandro cansado, que se siente anciano, se desliza en su poesía a partir de

1957 cuando contaba con 57 años:

“Déjame ver tu rostro de aguaceros y muchachos, octubre.

Déjame que respire la frescura de tus primeras lluvias,

el verde traje que regalas a la pradera, dorada por agosto,

quemada por setiembre.

Déjame ver, octubre, tus gordas nubes, preñadas de granizo,

surcadas de lívidos relámpagos,

cubriendo el claro cielo, velando su hondo añil.”

Y puede ver ya el avance inexorable del padre tiempo:

“Más allá de las rosas tu maldad va extendiéndose,

las cosas predilectas, los seres bienamados,

las ideas que fueron las rosas de mi alma,

todo lo has lastimado, avejentado, herido.

El mundo en el que andaba sintiéndome en mi casa,

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comienza a serme ajeno. ¿Cómo lo hiciste, dime?”

Y también nos regala su visión del mundo. Quiere dejarnos una bitácora de sus

viajes a través de la poesía en “Poeta y peregrino”:

De su viaje a Berlín:

“El muro está ahí, inmóvil, extendido…

en su aire podrido la muerte es soberana,

mas bajo sus cimientos va fluyendo la vida,

van cavando los hombres bajo el cimiento oscuro.

Mi corazón los oye”

De su estancia en París:

“La sangre, Notre Dame, y las viejas lágrimas ennegrecen del alma de los

hombres la forma delicada”.

De su viaje a Nueva York:

“Y tú estás de pie donde la bahía se entrega al océano, levantando tenaz,

incansable, silente

tu antorcha sobre el mundo.”

En México:

“Líquido dios volante

desde la eternidad tus verdes ojos

del color de la vida

protegen esta tierra”.

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Alejandro realiza un amplio conversatorio con los escritores de la época y sus

amados muertos a través de sus glosas. Son muchas las referencias y

homenajes, de las cuales dejamos una pequeña espina de inquietud:

Junto al español Francisco de Rioja:

“No más llorar, no más, que la hermosura

nos tienta con su fruto y con su rama,

y no será por siglos la tortura

que fin breve y veloz tiene quien ama.”

También junto a Polo de Medina:

“Dame en el alma de la lumbre el día,

deja que olvide de la noche el luto:

cuando en mis aras arde lo absoluto

la oscuridad confusa se desvía.”

Es mucho más lo que se puede desmenuzar de la poesía de Alejandro, de sus

misterios que salen a la luz y del apasionamiento de su sangre, pero es necesario

que el presente texto sea corto: tomarse una vida de poesía de un trago puede

resultar contraproducente, sobre todo en el caso de un hombre tan controvertido

como Alejandro. Mi tratamiento familiar con él es deliberado: lo he conocido

íntimamente a través de su poesía.

Es importante, de igual manera, recalcar el hecho de que es una mujer la que

hace el presente análisis. Parece un hecho simple, pero no lo es. A un hombre

se le hubiera pasado la tendencia de Carrión al tratar a las mujeres, en su

narrativa, como un misógino naturalista medio bestia, porque ya sabemos que

entre ellos todo se tapan. Y este contraste es determinante para entender a

Alejandro y para abrirle impunemente el pecho. Por ser mujer, me es posible

descubrir esta pretensión desesperada y ver más allá de esta postura para

descubrir su verdadero espíritu sensible y romántico. Alejandro era un rebelde

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que luchaba contra todo, contra todos, inclusive contra él mismo. Pero no es

verdad que veía a la mujer de una forma simplista, animal inclusive. No pudo, él

mismo se declaró vencido:

“Heroico te negué la entrada en mi pecho

mientras mis fuerzas de hombre pudieron resistirte.

Pero tú me venciste y yo estoy en tus manos

como la blanda cera en manos de un artista.”

Finalmente, cerramos el presente ensayo con un fragmento de su poema más

querido “Nupcial”, en el que conjuga sus esperanzas, su simbología, su estilo y

su definición como ser humano:

“Digo que tú has venido desde la luz del alba.

El cielo fue verdad cuando me vi en tus ojos.

Una rama de sangre recién nacida danza

y espera de rodillas la hora de mis bodas. […]

La dulce flor que espera en la luz de tu lecho

tiene del cielo eterno la juventud dichosa

y hay en tu labio fino porvenir de azucena

que torna en luz la turbia condición de mi beso.

Toda mi vida cabe en el sol de tu aliento.”

Fuentes consultadas:

Carrión, A. (1988). Poesía primera jornada. 2da. Ed. Quito: Banco Central

del Ecuador.

Carrión, A. (1988). Poesía segunda jornada. Quito: Banco Central del

Ecuador.

Carrión, A. (1988) Divino tesoro. Quito: Banco Central del Ecuador.

Carrión, A. (1991). Una pequeña muerte. Quito: Banco Central del

Ecuador.

Carrión, A. (2005). La espina. Tomo I y II. Loja: UTPL.

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Mora, G. (2007). El cinismo idealista de Alejandro Carrión. Quito: Kipus

revista andina de letras.

Ponencia presentada en el II Simposio Nacional de Literatura el día viernes 27

de noviembre de 2015 en el Teatro de Artes “Segundo Cueva Celi” de la Casa

de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión”, Loja, Ecuador.

Fue publicada en la revista Mediodía N˚63, febrero 2016, pp. 39-49. Edit.

Gustavo A. Serrano de la CCE “Benjamín Carrión”, Núcleo de Loja.