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Son las seis y media de la mañana y su- poniendo que en cada hogar guate- malteco hay una cámara que los fil- ma, una imagen sería constante: madres re- p a rtiendo bendiciones y recomendaciones a sus hijos antes de p a rtir al colegio, la universidad o el tra- bajo. No sea que la m u e rte los tome de la mano a la vuelta de la e s q u i n a . San Bernardo da la impresión, que prefiere a sus compañeras de género.
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C YA N M A G E N TA A M A R I L LO N E G R OC YA N M A G E N TA A M A R I L LO N E G R O
Son las seis y mediade la mañana y su-
poniendo que encada hogar guate-
malteco hay unacámara que los fil-ma, una imagen sería
constante: madres re-p a rtiendo bendicionesy recomendaciones a
sus hijos antes dep a rtir al colegio, la
universidad o el tra-bajo. No sea que la
m u e rte los tome de lamano a la vuelta de la
e s q u i n a .
Nadie es totalmente cuerdo en
este mundo, todos, absoluta-
mente todos sufren de algún
padecimiento mental, alguna
manía o esquizofrenia. Los jóve-
nes guatemaltecos somos para-
nóicos y la razón es sencilla: la
muerte ronda en el aire, se per-
cibe.
Una sociedad violenta no
puede producir otra cosa más
que muertos y culpar a los 36
años de guerra es un refrito. La
mayoría de nuestra generación,
cuando asistía al colegio, no
sabía nada de lo que pasaba en
las montañas del interior del
país. No necesitaban saberlo
porque los efectos se dejaban
sentir a diario: delincuencia,
robos, asesinados. La paranoia
generacional es una herencia.
Sin ir más lejos, andar en la
calle no es nada seguro, hay que
tomar medidas de seguridad:
nadie se puede parar detrás de
uno, so riesgo de que lo asalten,
hay que cambiarse de banqueta
cuando se aproxime un grupo de
jóvenes vestidos de esta u otra
manera, hay que desconfiar del
extraño en la puerta de la casa,
hay que desconfiar del vecino,
hay que desconfiar en general.
El nuevo coliseoLos medios de comunicación re-
flejan cifras, más que alarman-
tes, de una tristeza cotidiana.
Los muertos son el pan diario,
no hay periódico sin muerto, es
impensable que se publique un
rotativo sin su respectiva nota
roja. Leer esas páginas es asistir
a una función donde los muertos
caen como moscas.
Maras versus maras, narcos
versus narcos, narcomaras
contra antinarcóticos, todo
pareciera una sesión de lucha
libre barata y al mismo tiempo
mortal. El resto de ciudada-
nos, los espectadores, miran
con la esperanza que no les to-
que los pulgares hacia abajo a
ellos.
Todos los días hay personas
muertas, no hay vuelta de ho-
ja, y en un país donde la mayo-
ría son jóvenes, los muertos lo
son también.
Escolares asesinados, tra-
bajadores de banco con el hí-
gado perforado por un puñal
en el bus de regreso a la casa,
albañiles acosados por pandi-
llas, jóvenes pilotos desechos
junto a su automóvil en la ca-
rretera a El Salvador, mucha-
chas muertas.
Esto último es un tema alar-
mante, casi a diario aparece
más de alguna mujer joven
asesinada brutalmente. Deca-
pitadas, sin manos, sin dedos,
rociadas de gasolina, viola-
das, cortadas de arriba a aba-
jo. Es como asistir a la premier
de un filme del género ‘slas-
her’: todo es sangre, visceras,
huesos, cuchillos. La muerte,
da la impresión, que prefiere a
sus compañeras de género.
El miedo se queda para ratoMorir es un suceso pasajero para
el asesinado, la vida se termina
y no se sabe más. El verdadero
impacto de una muerte violenta
es para la sociedad, el testimo-
nio del cadáver es impresionan -
te para los que asisten a su en-
cuentro. Los medios promulgan
el suceso y la sociedad se hela
de sangre.
El deceso de una persona de
más de 80 años se espera, pero
no así la de un muchacho de 17
años. Es impactante para el
imaginario colectivo. El pánico
de que pase lo mismo con al-
guien cercano es real, solamen-
te hay que esperar que las esta-
dísticas sean benévolas con la
familia. Entonces muchos tor-
nan los ojos al cielo y deciden no
meterse a problemas. Si alguien
pide auxilio de noche hay que
ignorarlo, no sea que por andar
de Cristo termine crucificado.
Todo se torna al ostracismo, a la
reclusión social, al encarcela-
miento voluntario. Eso es morir
también.
Los que se cruzan en el fuegoLas pugnas entre los grupos de-
lictivos son parte de la vida co-
tidiana. Está bien que se maten
entre ellos pero que dejen al
resto vivir tranquilos. Pero eso
no siempre es así, entre tanta
balaceras siempre alguien des-
conocido resulta herido.
Es casi caricaturesco: una ba-
la decide no impactar en su ob-
jetivo. Al momento de salir del
A los
viejos les
espera la
m u e rte en
la puert a2 1 1 8 m u e rtes violentas de enero a junio en toda la re p ú b l i c a .1 7 1 3 m u e rtes por armas de fuego.
de su
casa;
a los
j ó v e n e s
los espera
al acecho.San Bernardo
AL FILO DE LA G U A D A Ñ A
cañón, congela espacio y
tiempo. Reflexiona, "a ver, a
ver, a quién le pego, en qué
pecho me refugio, qué cabeza
estallo. Ya sé, ese de unifor-
me y mochila ¿o a su novia?
Tin marín de do pingué."
Al otro día se lee en los ti-
tulares "Lo matan rumbo a la
escuela", pero no es un caso
aislado: es uno entre la en-
trega de las notas rojas, los
jóvenes muertos, las mucha-
chas fallecidas. El ayudante
de mecánico que no se quiso
tatuar un 18 en el pecho y que
le prendieron fuego dentro
del taller. La muerte trabaja
demasiado en este país y no
es un ser vestido de negro con
una guadaña, tiene varios
rostros y oficios: chofer,
guardia, delincuente, sicario
o suicida.