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LA SONRISA 1~ Es DE común experiencia que toda risa contenida se des- hace en sonrisa, y toda sonrisa acentuada se desata en risa. Estas relaciones fisiológicas no deben turbarnos. En con- cepto, como quiere Bergson, podemos considerar que la risa es una manifestación social. La sonrisa es solitaria. La risa acusa su pretexto o motivo externo, como señalándolo con el dedo. La sonrisa es más interior; tiene más espon- taneidad que la risa; es menos solicitada desde afuera. Así, aun cuando se considere que son grados o momentos de un mismo proceso, el análisis de la sonrisa nos lleva a las fuen- tes espirituales; el de la risa, a los motivos externos. Los motivos podrían variar: como no nos pertenecen, no son absolutos. La fuente espiritual, que traemos con nuestro ser, no puede variar: es absoluta. La sonrisa es, filosófica- mente, más permanente que la risa. 2~“... rire esi le propre de l’homme”, ha observado Rabelais sutilmente. Y mejor pudiera haber dicho: sonreír. Los naturalistas creen percibir, en cierta clase de simios, el rictus de una embrionaria sonrisa: estas relaciones zooló- gicas no deben turbarnos. La sonrisa es, en todo caso, el signo de la inteligencia que se libra de los inferiores es- tímulos; el hombre burdo ríe sobre todo; el hombre cultiva- do sonríe. Calibán ignora las alegrías profundas de Ariel. Calibán es un “animal triste”. “La carne es triste.” 39 La sonrisa no es inmediatamente útil para el man- tenimiento corpóreo. Antes del pensamiento filosófico o de la verdadera creación artística, la sonrisa es la primera des- viación de la estricta gravedad vital. Desviación levísima, declinación casi imperceptible y que acaso es la misma flor de la plenitud orgánica, del bienestar fisiológico; pero que, desarrollada, llegará a las mayores alturas del idealismo: a juzgar al mundo como fantasía o capricho del pensamien- to. La sonrisa es la primera opinión del espíritu sobre la materia. Cuando el niño comienza a despertar del sueño 237

Alfonso Reyes - La Sonrisa

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LA SONRISA

1~Es DE común experiencia que toda risa contenida se des-hace en sonrisa, y toda sonrisa acentuada se desata en risa.Estas relaciones fisiológicas no deben turbarnos. En con-cepto, como quiere Bergson, podemos considerar que la risaes una manifestación social. La sonrisa es solitaria. Larisa acusa su pretexto o motivo externo, como señalándolocon el dedo. La sonrisa es más interior; tiene más espon-taneidad que la risa; es menos solicitada desde afuera. Así,aun cuando se considere que son grados o momentos de unmismo proceso, el análisis de la sonrisa nos lleva a las fuen-tes espirituales; el de la risa, a los motivos externos. Losmotivos podrían variar: como no nos pertenecen, no sonabsolutos. La fuente espiritual, que traemos con nuestroser, no puede variar: es absoluta. La sonrisa es, filosófica-mente, más permanente que la risa.2~“... rire esi le propre de l’homme”, ha observado

Rabelais sutilmente. Y mejor pudiera haber dicho: sonreír.Los naturalistas creen percibir, en cierta clase de simios, elrictus de una embrionaria sonrisa: estas relaciones zooló-gicas no deben turbarnos. La sonrisa es, en todo caso, elsigno de la inteligencia que se libra de los inferiores es-tímulos; el hombre burdo ríe sobre todo; el hombre cultiva-do sonríe. Calibán ignora las alegrías profundas de Ariel.Calibán es un “animal triste”. “La carne es triste.”

39 La sonrisa no es inmediatamente útil para el man-tenimiento corpóreo. Antes del pensamiento filosófico o dela verdadera creación artística, la sonrisa es la primera des-viación de la estricta gravedad vital. Desviación levísima,declinación casi imperceptible y que acaso es la misma florde la plenitud orgánica, del bienestar fisiológico; pero que,desarrollada, llegará a las mayores alturas del idealismo:a juzgar al mundo como fantasía o capricho del pensamien-to. La sonrisa es la primera opinión del espíritu sobre lamateria. Cuando el niño comienza a despertar del sueño

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de su animalidad, sorda y laboriosa, sonríe: es porque leha nacido el dios.

49 Decía Voltaire, en son de sarcasmo, que el hombrees un ser superior, porque es, entre los animales, el únicoque satisface sus necesidades cuando no las tiene. Nuestrohermano el ciervo, nuestro hermano el tigre y nuestra her-mana la abeja tienen horas invariables dedicadas al sueño,tienen una estación de amor, y se someten, en todo, al in-genuo plan de la naturaleza. El hombre, por su parte, algotiene de creador, y ello es el anhelo de crear. No sus obras,no lo que aporta a la tierra, que es como el efecto previstodel agua en las vertientes de la montaña: un ciego trabajode erosión. Sino el ánimo, el propósito de violentar la vida.Lo primero que hace el hombre es desobedecer el mandatodel Padre, probar de la ciencia, probar del bien, del mal.

59 Podemos creer que la inteligencia, joven, rebosante,gozosa de poseer su luz, se esparce y derrama, olvida sudestino —que es el de alumbrar la acción—, se aleja delpreconcebido plan de la naturaleza, se ejercita en el vacíode su propio ambiente, se gasta en impulsos ya irraciona-les, con el regocijo de toda virtud exuberante: crea su pla-no ideal donde se revuelca y retoza. Y nacen, así, la son-risa que no nutre y el juego que no multiplica. Ciertossalvajes hay, finos y sensibles, que atienden primero al ta-tuaje, a la piel y a las plumas de los vestidos, que a laalimentación y al sueño.

Cuando el mendigo afortunado se halló en el bolsillola primer moneda de oro, todo el día pasó en lanzarla alespacio, hacerla sonar sobre el pavimento, enseñarla a to-dos: y no se acordó hasta el día siguiente de cambiarla porvino y pan.6~Que la sonrisa proceda como de fuera de la vida,

mas luego se incorpore en ella, no debe turbarnos. El animalque sonríe se ha transformado: no podría dejar de sonreír.Toda actividad libre, toda nueva aportación a la vida, tien-de a incorporarse, a sujetarse en las esclavitudes de la na-turaleza. Es la servidumbre voluntaria, como diría Étiennede La Bo~tie. Lo libre sólo lo es en su origen, en su semi-lla, en su inspiración. Conservar, lo ya incorporado, el im-pulso de libertad, es conservar el anhelo de un retorno a la238

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no existencia. El ansia de libertad se ha dicho, por eso, quees una manera de enfermedad. Así la sonrisa, que es unainvención, se graba en las tablas de la vida. Se hace unhábito, diría Lamarck.

79 Hemos dicho, pues, que la sonrisa surge de una ac-tividad irracional de la mente, de un esfuerzo sin propósitofuera de la mente misma, aun cuando después, al incorpo-rarse en la vida, venga a ser un signo de utilidad. Que lasonrisa no sirve inmediatamente a los fines fisiológicos, nitampoco para orientar la acción. (Orientar la acción: des-tino primero de la inteligencia.) Que la sonrisa es la pri-mera opinión del pensamiento sobre el mundo, la primeradesviación de aquél hacia el idealismo, hacia aquella hiper.trofia de sus poderes que, de mero ayuda de la acción, loha de convertir en dueño de la acción.8~Como mera ilustración, o quizá para que se vea que

así como la sonrisa lleva al idealismo y es su primer etapa,el idealismo remata en el ápice de una sonrisa, basta con-siderar que Fichte —representante genuino de los privile-gios del espíritu— asegura que la sensación misma es unacreación de nuestro yo. Que es, dice, el resultado deuna propia limitación. La realidad externa, pues, no exis-te, si no la sanciona nuestro ser; el cual, a su antojo, podríaen un momento aniquilarla. Si así es, el mundo —comen-ta Hegel— nada tiene de seriedad: es un juguete, mera di-versión del entendimiento. Es la Gran Sonaja. Y si nadatiene de seriedad, nosotros, que estamos en el secreto, son-reímos. De donde brota la ironía incurable que Schlegelcree sentir en el fondo mismo del Universo. La ironía esmadre de la sonrisa.

Las anteriores notas, sacadas de un viejo cuaderno detrabajo, y a las que he querido conservar su concisión yhasta cierto aire escolar, bastan para definir nuestra posi-ción ante este problema: ¿Cuál es la actitud inmediata delhombre ante el mundo? Ellas nos responden: la ironía. Noson una demostración, sino un índice de postulados.

Pero nos arrojan en una nueva confusión, al asegurar-nos que la situación del que anhela la libertad es la mismasituación del enfermo. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo salirileso de entre los cuernos de este doble argumento? Por

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una parte, en nuestra legítima calidad de hombres, el mun-do excita nuestra ironía; por otra, en nuestra calidad deseres naturales, caemos en la red de las leyes y tenemos queacatar el mundo; puesto que —hemos dicho- “conservar,lo ya incorporado, el impulso de libertad, es conservar elanhelo de un retorno a la no existencia”.

Siempre hemos tenido la sospecha de que las fuerzasde la existencia no son más que la parte objetiva y menosimportante del hombre. Acaso las fuerzas de la no existen-cia sean su razón de ser. En otras palabras: lo que hay enel hombre de actual, de presente y aun de pasado, nadavale junto a lo que hay en él de promesa, de porvenir. “Loque aún no existe” ha tenido un hijo: se llama el hombre.El hombre existe para que pueda existir lo que aún no exis-te. Pero ¿no pudieran disputarnos este privilegio los de-más animales, los vegetales, y qué sé yo si los mineralesmismos? Posible es; ni quiero decir que ésta sea funciónprivativa del hombre; pero, en todo caso, al hombre tam-bién le corresponde; y eso es todo lo que necesitamos aquí.No había de faltar filósofo que nos apoyase si aseguráse-mos que el mundo sólo se renueva por el hombre; que la“evolución creadora” parte de las invenciones de nuestramente. Pero renunciamos al monopolio, que nos parece algopeligroso, y nos conformamos con ser una posibilidad deinvención, junto a otras posibilidades probables.

Y aun cuando no nos correspondiese por esencia la fun-ción de innovar, al menos nos corresponde de hecho. Y meexplicaré por parábolas:

A Bernard Shaw, que se quejaba de verlo todo de unmodo singular, le dijeron los oculistas:

—Consuélese usted, amigo mío. Usted todo lo ve deun modo singular, porque tiene usted los ojos normales.—~Ycómo así?—Muy sencillo: los ojos normales son tan raros de en-

contrar como todas las cosas normales.La normalidad es una abstracción como cualquiera otra.

¿Dónde está el “hombre económico” de los economistas clá-sicos? Más aún: ¿dónde está el hombre? Larra se pregun-ta dónde está el público, dónde se lo encuentra. Y nadaextraño es que no descubra el paradero de esta abstracción240

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excepcional. Lo curioso es que tampoco se descubre el es-condite de esta abstracción cotidiana: el hombre, un hom-bre. Diógenes encendiera en vano su linterna. Dondequierase hallarán fragmentos de hombre: tal tiene de hombre elandar, pero no el obrar; tal tiene de hombre el toser, perono el masticar. El hombre que parecía un caballo y El tro-vador colombiano, estas preciosas novelas del guatemalte-co Arévalo Martínez, contienen una observación genial.*Aretal el caballo y Franco el perro son los tipos humanosque más abundan. Difícil hallar la camisa de un hombrefeliz, porque a lo mejor resulta que el único hombre felizno tiene camisa. Tan difícil, casi, es hallar, entre los semi-hombres, a Andrenio el hombre, a Andrenio el hombre nor-mal. Asomémonos, con Monsieur de Phocas, al palco de!mundo: veamos, señor de Phocas, ¿qué .nos cuenta usted?Que tiene la obsesión de las máscaras, y lo primero que leimpresiona, en sus encuentros humanos, es la semejanza delos hombres con los animales. No le falta razón: la mar-quesa de Sarléze parece cigüeña; pero es que no es mujer,sino cigüeña-mujer. Aquella pianista medio desnuda quealarga el cuello parece una cordera balando, porque lo esa medias. De Tramsel tiene del zorro algo más que el ho-cico astuto. El novelista Mirau, algo más de hiena que lasfauces. Y todas esas damas, verdaderas flores de la socie-dad, son otras tantas vacas rumiantes, mezcladas con algu-nas aves carniceras. Y si no temiésemos que el señor dePhocas siguiera abusando de la valeriana para calmar susnervios, aún le haríamos ver lo que los hombres tienen deárboles y de minerales, de diamantes y de ladrillos de tur-ba, de feldespatos y de crisoberilos; y como en cierta re-vista de variedades, le enseñaríamos la Enredadera, elHuele-de-noche, el No-me-olvides, la Espuela-de-caballeroy la Sensitiva. Porque nada hay más extraño que el Andre-nio puro. Y así, también, nada es más extraordinario quelos ojos normales de Mr. Bernard Shaw. Y lo que se dijode los ojos normales dígase de los hombres normales. Elestado normal puede ser el de pasividad; pero el estadofrecuente, constante, el que da su sello a la humanidad, yque, por lo mismo, merece llamarse —siquiera práctica-

* Ver Obras Completas, tomo IV, Apéndice bibliográfico, n’ 8 c.

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mente— el estado humano, es el de protesta. Si el hombreno hubiera protestado, no habría historia —historia en elsentido común de la palabra—. El albor de la historia esun desequilibrio entre el medio y la voluntad humana, asícomo el albor de la conciencia fue un desequilibrio entreel espectáculo del mundo y el espectador humano. El hom-bre sonríe: brota la conciencia. Y el hombre se nutre delos elementos que le da el medio. ¿Sonríe por segunda vez?Protesta, no le basta ya la naturaleza. ¿Emigra, o siembra,o conquista, o forma las carretas en círculo como una trin-chera de la tribu contra los ataques de las fieras? Puesentonces funda la civilización y empieza con ella la histo-ria. Mientras no se duda del amo no sucede nada. Cuan-do el esclavo ha sonreído comienza el duelo de la historia.

De hecho, pues, la no conformidad es lo que mueve lavida. Saciar un deseo es matarlo; satisfacer una demandaes cerrar el proceso. Para que el proceso siga abierto, paraque el mundo marche, es fuerza que alguien quede sin cesardisgustado. El impulso de libertad —sano o insano- sal-va a la naturaleza de un agotamiento seguro. El hombre,anhelando liberarse, se está sin cesar emancipando; y, paravolver a la frase de que partimos, está tendiendo incesante.mente a la no existencia; sí, mas para extraer de allí exis-tencias nuevas. Está desapareciendo sin cesar, mas pararealizar su vida cada vez de otro modo.

Nueva excursión nos solicita. Vamos a seguir al des-aparecido por sus misteriosos caminos, e iremos urdiendonuestro libro como un razonamiento oriental, en cuyo hilose ensartan las cuentas de sus diversas fábulas.

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