Algunas reformas urbanas en la ciudad de México a finales del siglo XVIII

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JOSÉ OMAR MONCADA MAYA* Y PAOLA GONZÁLEZ ORDAZ**

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  • BOLETN DE MONUMENTOS HISTRICOS | TERCERA POCA, NM. 11, SEPTIEMBRE-DICIEMBRE 2007

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    Diversos autores han reconocido la participacin del Cuerpo de Inge-nieros Militares en la ordenacin territorial del virreinato novohis-pano por medio de obras muy diversas, como de defensa (la cons-truccin de fortalezas y presidios) o de obras pblicas (caminos,canales, obras de abastecimiento de agua, desage, etctera).1 Peroexisti, adems, otra faceta en la que destacaron de manera importante, como fue laarquitectura y el urbanismo. Si bien su participacin fue limitada, por causas que vere-mos ms adelante, su desempeo en estas artes les vali el reconocimiento de las au-toridades, tanto del virreinato como de la metrpoli.

    Las actividades prioritarias, establecidas en las Ordenanzas para el Real Cuerpo de In-genieros del Ejrcito, no les permitan dedicar demasiado tiempo a este tipo de obras;sin embargo, hubo un nmero reducido de ingenieros que particip activamente en larealizacin de proyectos, ya fuera en la construccin o en la direccin de las obrasarquitectnicas o urbansticas. En muy pocos casos, los ingenieros tuvieron a su car-go todas las etapas en la construccin de una obra, y como iban de comisin en comi-sin, difcilmente podan participar de principio a fin en ellas.

    Adems, la Real Hacienda se opona a pagar los sueldos de los ingenieros militarescuando stos se hallaran destinados a la construccin de obras pblicas o de particu-lares que contaran con fondos propios. Por tal razn, se estableci que por ningnmotivo, ni bajo cualquier pretexto se emplearan en obras pblicas ni de particulares,en Amrica, los ingenieros que pertenecieran a la precisa dotacin de estas plazas y

    Algunas reformas urbanas en la ciudad de Mxico a finales del siglo XVIII

    JOS OMAR MONCADA MAYA* Y PAOLA GONZLEZ ORDAZ**

    * Instituto de Geografa, Universidad Nacional Autnoma de Mxico.** Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional Autnoma de Mxico.1 Horacio Capel, Joan-Eugeni Snchez y Omar Moncada, De Palas a Minerva. La formacin cientfica y laestructura institucional de los ingenieros militares en el siglo XVIII, Barcelona, Serbal/CSIC, 1988; Joan-EugeniSnchez, Los ingenieros militares y las obras pblicas en el siglo XVIII, en Cuatro conferencias sobre histo-ria de la ingeniera de las obras pblicas en Espaa, Madrid, MOPU, 1987.

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    provincias por la notable falta que hacan para ladefensa de estos dominios.2 En todo caso, antela falta de tcnicos especializados, y hasta antesde la fundacin de la Real Academia de San Car-los de las Tres Nobles Artes de Nueva Espaa, lasautoridades no dudaron en recurrir a los inge-nieros militares.

    Dado que en otros sitios se ha listado la obrade los ingenieros militares,3 aqu conviene recor-dar que gran parte de esa actividad se dio, sobretodo, en ciudades de inters estratgico militar,calificadas como plazas, en la que todo plan-teamiento urbanstico que las afectase tendrque disponer, cuando menos del beneplcito yautorizacin militar, y en esta tarea intervenandecisivamente los ingenieros.4 En la prctica,eran plazas todos los puertos, as como las ciuda-des ms importantes; no era el caso de la ciudadde Mxico, sede del poder virreinal.

    De su intervencin en obras urbansticas pue-de sealarse que fue reducida, aunque de grantrascendencia, sobre todo para la ciudad deMxico. El objetivo de este trabajo es mostrar laparticipacin de los ingenieros militares, en par-ticular de Miguel Constanz,5 en algunas de lasreformas urbanas que se emprenden a lo largodel ltimo tercio del siglo XVIII, con la gua de un

    grupo de virreyes representativos de la Ilustra-cin novohispana. Pero debemos considerar laparticipacin del ingeniero en el contexto delgran proyecto reformador, e integral, de las auto-ridades por cambiar la imagen de la ciudad, puesjunto con la construccin del empedrado se arre-glaron las acequias, drenajes y atarjeas, se dis-puso limpiar de basura a la ciudad y las parciali-dades,6 se nivel y despej la Plaza Mayor, seordenaron los mercados, se instal el alumbra-do, se numeraron las casas, entre otras obras. Yen stas, junto con Constanz, participan losms destacados arquitectos y maestros mayoresde la ciudad. As, la obra de autoridades, cientfi-cos y tcnicos debe quedar enmarcada en lasreformas promovidas por los borbones, que semanifestaran en casi todos los mbitos de lavida americana, y la ciudad no fue ajena a ellas.7

    Constanz fue, sin duda, el ingeniero militarms destacado de cuntos se destinaron a la Nue-va Espaa. Dedic parte de su actividad profesio-nal a la arquitectura y al urbanismo, ante la falta debuenos arquitectos que satisficieran la demandaque haba de ellos en el virreinato.8 Es necesariodestacar que, en 1783, Francisco Jos Manginosealaba que la necesidad de buenos arquitec-tos en todo el Reino [es] tan visible que nadiepuede dejar de advertirla; y principalmente enMxico, donde la falsedad del sitio, y aceleradoaumento de la poblacin hacen muy difcil el

    2 Ramn Gutirrez, La organizacin de los cuerpos de inge-nieros de la Corona y su accin en las obras pblicas ame-ricanas, en Actas del Seminario Puertos y Fortificaciones enAmrica y Filipinas, Madrid, CEHOPU, 1984, p. 52.3 Vanse, entre otros, Jos Antonio Caldern Quijano, No-ticias de los ingenieros militares en Nueva Espaa en los si-glos XVII y XVIII, en Anuario de Estudios Americanos, t. VI,1949, pp. 1-71; Horacio Capel et al., Los ingenieros militaresen Espaa. Repertorio biogrfico e inventario de su labor cien-tfica y espacial, Barcelona, Universitad de Barcelona, 1983;J. Omar Moncada Maya, Ingenieros militares en Nueva Espa-a. Inventario de su labor cientfica y espacial, Mxico, Insti-tuto de Geografa e Instituto de Investigaciones Sociales-UNAM, 1993.4 J.E. Snchez, op. cit., p. 9.5 Para informacin acerca de Constanz, vase J. OmarMoncada Maya, El ingeniero Miguel Constanz. Un militarilustrado en la Nueva Espaa del siglo XVIII, Mxico, Instituto

    de Geografa-UNAM, 1994. En la documentacin puede apa-recer como Constans, Costanz o Costans.6 Vase Marcela Dvalos, De basuras, inmundicias y movi-miento o de cmo se limpiaba la ciudad de Mxico a finales delsiglo XVIII, Mxico, Cien Fuegos, s.f.7 Vase, por ejemplo, Sonia Lombardo de Ruiz, El impacto delas reformas borbnicas en la estructura de las ciudades. Un en-foque comparativo. Memorias del I Simposio Internacional so-bre Historia del Centro Histrico de la Ciudad de Mxico, M-xico, Consejo del Centro Histrico de la Ciudad de Mxico,2000.8 Manuel Toussaint, Arte colonial en Mxico, Mxico, UNAM,1962, p. 218.

  • acierto para la firmeza y comodidad de los edi-ficios.9

    Aspecto sobresaliente del reconocimientologrado por Constanz en la arquitectura es larelacin que estableci con la Real Academia deSan Carlos de Nueva Espaa. En 1782, previo asu inauguracin oficial en noviembre de 1785,Constanz imparti los cursos de arquitectura ygeometra en la Academia. A la llegada de losnuevos profesores, Constanz abandon las cla-ses, pero en 1789 es nombrado Conciliario de lamisma, con la aprobacin real. Al ao siguientefue considerado para ocupar su presidencia.Llama la atencin que entre los conciliarios nohaba arquitectos y, dado que la Academia debaaprobar los planos de toda nueva construccinque se realizara en la ciudad, Constanz, juntocon el director de arquitectura de la misma,Antonio Gonzlez Velzquez, se convirtieron enlos censores de todo lo que se haca al respecto.

    En cuanto a lo urbanstico, Constanz tuvo asu cargo importantes obras que afectaron a granparte de la ciudad de Mxico. Sin duda la ms sig-nificativa fue el empedrado de la misma, dondenuestro ingeniero, adems de participar y dirigirparcialmente la obra, mantuvo interesantes pol-micas con algunos de los ms brillantes exponen-tes de la Ilustracin, entre ellos el bachiller JosAntonio de Alzate y Ramrez10 y el arquitecto Ig-nacio Castera.

    El empedrado y las atarjeas

    El empedrado de las calles de la capital era unade las obras ms necesarias para la ciudad. Ya en

    tiempos del virrey Bucareli se haba encargadoal ingeniero Nicols de Lafora la realizacin delproyecto del empedrado, con un costo de apenas120 mil pesos. Sin embargo, su propuesta fueaprobada por Real orden en marzo de 1782.Desde el momento de la iniciacin del proyecto,el avance de las obras present diversos proble-mas, pues por una parte diversos conventos senegaban a colaborar en ellas, alegando no contarcon fondos para su pago, como lo informaba elpropio virrey Bucareli.11 Sin duda los problemastcnicos eran los ms importantes; as, por ejem-plo, se indicaba que el terreno de la Ciudad deMxico es un terreno fangoso en el que a unavara de profundidad hay agua en todas partes y,aunque la tierra fuese buena, las inundacionesde agua hacen que se afloje y hacen poco slidoslos empedrados.12 En cualquier caso, lo cierto esque en 1776 una parte importante de la ciudadya se hallaba empedrada, gracias a las aportacio-nes de destacadas instituciones.13

    Ahora bien, es importante destacar que el vi-rrey Bucareli propona el empedrado de la ciu-dad no tanto para embellecerla y dar comodidada sus habitantes, sino ms por su inters y preo-cupacin por la salud de los mismos. As lo hacasaber en los siguientes trminos:

    Su utilidad [del empedrado] no se limita al piso sua-ve y cmodo ni a evitar los pantanos que se hacenen tiempo de lluvias; tampoco se cie al adorno yhermosura, aunque es acreedora a ello esta ciudad,como que es la capital del reino. Extindese si aprecaver contagios de pestes y epidemias a que

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    9 Abelardo Carrillo y Gariel, Datos sobre la Academia de SanCarlos de Nueva Espaa, Mxico, s. e., 1939, p. 33.10 J. Omar Moncada Maya, El empedrado en la ciudad deMxico. En torno a una polmica entre Jos Antonio de Al-zate y Miguel Constanz, en Teresa Rojas Rabiela (coord.),Jos Antonio de Alzate y la ciencia mexicana, 2000, Mxico,UMSNH/SMHCY, pp. 179-206.

    11 La administracin de D. fray Antonio Mara de Bucareli yUrsa. Cuadragsimo sexto virrey de Mxico, t. I, Mxico, Ar-chivo General de la Nacin, pp. 312 y ss.12 Tibisay Maa Alvarenga, Miguel Constans y las obraspblicas de la ciudad de Mxico (1771- 1796), tesis de licen-ciatura en Historia, Facultad de Geografa e Historia-Univer-sidad de Barcelona, 1989, p. 21.13 La administracin, op. cit., t. I, p. 314.

  • son propensos los lugares populosos y a proporcio-nar ms duracin a las fincas por el resguardo quelos enlosados preparan a los cimientos.14

    Ante las numerosas crticas que recibi Lafo-ra por su labor, present su renuncia, pero no lefue aceptada. En cualquier caso, se sigui traba-jando en el empedrado pese a las nuevas y mu-chas crticas.

    En mayo de 1783, el nuevo virrey, Matas deGlvez, solicit al teniente coronel MiguelConstanz que presentara por escrito su proyec-to para el empedrado de la ciudad, el cual yahaba expuesto verbalmente y que al virrey le ha-ba parecido aceptable. Al mes siguiente, se lenombr de manera oficial para dirigir el proyec-to de enlosado y empedrado.15 La primera etapade esta obra cubri 6,597 varas, con un costo de102 mil pesos, incluidas las banquetas.16 Entrelos sitios empedrados se hallaban el M. R. Arzo-bispo, las Reales Casas de Moneda y Aduana, elColegio Seminario, el Marquesado del Valle, losConventos de San Francisco y Santo Domingo,los mayorazgos y ttulos de Castilla.17

    Fue en esta etapa de la obra en la que se diouna interesante polmica con Alzate, pues en1791 el virrey Revillagigedo recibi una carta delbachiller en la que cuestionaba no slo la calidaddel empedrado, dado el tipo de piedra que se uti-lizaba, sino que adems acusaba a los ingenieros,implcitamente a Constanz, de comerciar conla piedra laja. La carta est fechada el 2 de juliode 1791 y en su parte medular establece:

    A principios del siglo el Conde de Guadalczar or-den que se empedrasen las calles de la ciudadcon piedra casi globulosa y que abundan en el rode Tacubaya; en efecto se continu esta prcticahasta estos ltimos aos en que los arquitectos enperjuicio del pblico se han dedicado y dedican acomerciar, y ser los surtidores del material nece-sario para empedrar, y como la codicia ciega, yhace solicitar la mayor utilidad propia el pblico losufra, ha determinado y establecido empedrar conla piedra que ms acomoda a su propia utilidadpor lo que desde hace veinte aos a esta parteestablecieron la perniciosa prctica de empedrarlacon piedra de laja que tiene bastante filo y hacedestruir las herraduras de las cabalgaduras, tam-bin las llantas de los coches y es terrible el daoque padece la gente y sobre todo el infeliz indio quetiene que cargar. No hace muchos das un pobreindio que conduca una carga se vio con la plantadel pie hendida por la piedra del piso.

    As que por haber los interesados interpretadomal la sabia resolucin con despedazar una piedragrande, de la que resultan muchas porciones, queson por sus filos otras tantas navajas o piezas des-tructivas de las cabalgaduras, de las llantas de loscoches y de peligro para la gente que camina a pie.18

    En la respuesta que dio el virrey a Alzate, semostr en desacuerdo con estas opiniones y apo-y de modo total las obras realizadas por Cons-tanz. Ello, independientemente de que pastoda la documentacin al ingeniero, solicitandoun dictamen circunstanciado acerca de los gra-ves perjuicios de empedrar las calles con piedrade laja, como lo aseveraba Alzate.19 La carta deRevillagigedo es clara y explcita:

    [] hace Vm. varias reflexiones sobre los nuevosempedrados [] como un sujeto de luces, e ins-truccin que busca siempre la razn en las cosas,despreciando las que no estn fundadas en ella, yadaptando con gusto las que se apoyan en funda-mentos convincentes.

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    14 Idem.15 Archivo General de la Nacin (AGN), Archivo Histrico deHacienda, caja 347, leg. 49.16 Mara Lourdes Daz-Trechuelo et al., El virrey don JuanVicente de Gemes Pacheco, segundo conde deRevillagigedo, en Los virreyes de Nueva Espaa en el reinadode Carlos IV, t. I, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1972, pp. 107-108.17 La Administracin, op. cit., t. I, p. 314.

    18 AGN, Obras Pblicas, vol. 6, exp. 5, fs. 128-131.19 AGN, Archivo Histrico de Hacienda, c. 347, leg. 49.

  • No me parece que lo son demasiadas los de lacarta de Vm. y as suspendo el tomar providenciaalguna, porque no la juzgo necesaria.

    En el da sera impracticable un empedrado deguijarros para esta Capital por que no hallndosems que en el ro de Tacubaya, sera necesariotransportarlos a gran costo, a el cual nicamentese podran arrostrar cuando el empedrado de gui-jarros recompensase con su comodidad, perma-nencia y duracin a aquel exceso, pero por des-gracia sucede bien al contrario, como hademostrado la experiencia.

    Esta ha sido sin duda la que hizo desde muchotiempo emplear la piedra dura de Culhuacn enlos empedrados de todas las calles [] la piedra lajase empez a usar por el Ingeniero Miguel Costanspara formar Cajones y Calles [] los maestrostomaron el ejemplo y desde entonces los empe-drados se han hecho con piedra de laja; este es elprincipio y motivo a que se usase, y no el de hacerlos Maestros un Comercio que en el da le seraintil, y no les podr dar ms que prdidas [].

    Los reconocimientos de los empedrados no sehacen por sujetos cmplices []. Se halla comisio-nado para ello por m el Teniente Coronel Dn.Miguel Costans, cuya honradez e inteligenciaestn bien acreditadas, y adems otras personasde mi satisfaccin y an yo mismo he reconocidotambin algunas de las calles cuando se han con-cluido [].20

    Constanz tambin escribi en defensa de sutrabajo, enviando al virrey la siguiente carta:

    Asienta el Bachiller Alzate, que gobernando estosReinos el Sr. Marqus de Guadalczar, determinque en su tiempo se empedrasen las calles deMxico con guijarros globulosos de los que abun-da el ro de Tacubaya. Esta ancdota histrica, queno me atrever a contradecir, y que con dificultadprobar su autor, acredita a lo menos que siMxico tuvo empedrados en el gobierno de aquelVirrey, no eran de guijarros, como deban ser, ensu concepto [].

    La piedra que en esta Capital se conoce con elnombre de laja y los indios llaman ixtapatl, essumamente dura, pero se deja partir a [] marti-llo, en trozos largos [].

    Yo soy el primero que introduje este mtodo(aunque no comercio con el gnero): y como elBachiller Alzate ha visto emplear aquella piedra,sin tomarse el trabajo de examinar para que fin yuso, afirma a V. E. con la mayor confianza que losempedrados se hacen con laja, y reprueba lo mis-mo que ha merecido el aplauso de otros; pues,adems de la labor vistosa que forman las cintasde dichos cajones, conocen todos que afianza laobra y su duracin. Por esto los maestros encarga-dos de los empedrados de algunas calles, sin quenadie los apremie a ejecutar lo que yo hago, hanimitado esta prctica, juzgndola til y ventajosa,asegurando a V. E. que entre todos los Arquitectosno hay uno que comercie, ni haya comerciado conun material tan despreciable.

    [] construyndose targeas cubiertas con pie-dras grandes y banquetas de ms de dos varas deancho en las calles que van habilitndose de nue-vo, sobra en las ms tanta piedra de los empedra-dos antiguos, que no saben que hacer con ella,despus de haber consumido la que necesitan enlas fbricas de los actuales. He mandado venderesta piedra sobrante de los empedrados de la PlazaMayor, hasta el importe de novecientos pesos [].

    La piedra dura de Culhuacn se ha empleadosiempre en las calles de Mxico; y la de la Mercedque cita el antagonista de los nuevos empedrados,como ejemplo de lo contrario, se halla en el casode las dems. Por rara contingencia suele verseuno u otro manchn de guijarro de muy cortaextensin, como en las fuentes de la calzada deSan Cosme, en algunos de los pasos abiertos entrelos arcos de la Tlaxpana y otros parajes; pero elsabio y prolijo indagador de guijarros se excede enla amplificacin, tomando una mnima parte de lacalzada por el todo de ella.

    La piedra de Culhuacn se parte en la canteracuando sale crecida y de incmodo manejo. si paraempedrar con piedra igual en el tamao se estimanecesaria la prctica de esta diligencia en Mxico,quin prohbe el romperla? El recelo de que al

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    20 AGN, Obras Pblicas, vol. 6, exp. 5, fs. 132-133, julio de 1791.

  • partirla se hagan algunos filos, que los carruajesquiebran o embotan luego, deber prevalecersobre la mala fabricacin que resultara de la grandesigualdad de las piedras en los empedrados?

    Que los cargadores se lastimen los pies; que los co-ches consuman ms llantas y herraje: que las mu-las y caballos gasten ms herraduras, que los arrie-ros en lo sucesivo tendrn que huir de las callesnuevamente empedradas por causa del mal piso;que el abasto del carbn y dems gneros de diarioconsumo se dificultar, son inconvenientes que nohe odo hasta ahora en boca de nadie: lo que s yconsta a V. E., es que apenas se vieron los prime-ros ensayos de los nuevos empedrados, se presen-taron los vecinos de las calles de San Bernardo, deCapuchinas, de Cadena, de don Juan Manuel, de San-to Domingo, y otras, pretendiendo todos que V. E.se sirviese mandar se empedrasen del propio modo,y ofreciendo anticipar las sumas necesarias para suejecucin: que todos estn contentos y bien halladoscon el aderezo de sus calles, y que ninguno ha pro-ducido una sola queja de las muchas que ha soadoel sabio autor de la Gaceta de Literatura [].21

    Vemos as un intercambio de opiniones, msque una polmica, en la que intervienen tresdestacados representantes de la Ilustracin no-vohispana, con el inters comn del bien pbli-co, pero con puntos de vista diferentes que tra-tan de hacer valer.

    El proyecto de Bucareli, como se ha indicado,consider un costo de 120 mil pesos, pero para lapoca en la que el virrey Revillagigedo impulsesta obra, el costo haba aumentado a ms de 835mil pesos, sin incluir la Plaza Mayor. El costo tanalto oblig a las autoridades de la metrpoli asuspender las obras; pese a ello, en 1794 todavase trabajaba en empedrar nuevas calles.22

    En todo caso, ante el peligro de suspender lasobras del empedrado, hubo coincidencia entrealgunos tcnicos, como Castera, Jos DaminOrtiz y el propio Constanz, de que era necesa-rio concluir el trabajo iniciado, pues de otramanera el costo sera muy alto.23 Por ello es queConstanz enva al virrey un breve comunicadoexponiendo su punto de vista:

    Excelentsimo Seor: Las Calles de la Merced, deSanta Brgida, de Santa Isabel y Puente de losGallos, en las que se construyen actualmente lascloacas, vulgarmente tarjeas de desage y caosque salen de las casas y sus accesorios se hallancon este motivo, en tal confusin y desorden queno es posible suspender las obras sin ocasionargravsimos perjuicios al Pblico.

    La penuria que toleran sus vecinos y cuantosse ven en la precisin de transitar por ellos, slopuede hacerla tolerable la esperanza de disfrutardespus el beneficio de aseo, limpieza y comodi-dad que ha de resultarles; y clamaran justamentesi no se repusieran dichas calles al menos en elestado que tenan antes de levantar los empedra-dos y de abrir las zanjas: pero como esto no es ase-quible sin gastar una cantidad casi igual a la queexige la conclusin de las obras empezadas pareceque la razn y la justicia dictan que se continenstas hasta su entera perfeccin.24

    Y es que de manera simultnea a que sehaca la obra del empedrado, se construan atar-jeas que buscaba dar salida a las aguas resi-duales, y entrada a las de la acequia real, quearrastrando con su corriente las inmundicias, laslimpiara todas.25 As, en marzo de 1790, Cons-tanz debi presidir un reconocimiento, poracuerdo de la Junta de Polica, acerca de si sedeba limpiar o dejar azolvadas las acequias de la

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    21 AGN, Obras Pblicas, vol. 6, exp. 5, fs. 134-138, 12 de juliode 1791.22 Instrucciones que los virreyes de Nueva Espaa dejaron a sussucesores, t. II, Mxico, Imprenta de Ignacio Escalante, 1873,pp. 100 y ss; un buen nmero de expedientes relativos a losempedrados de la ciudad se encuentran en Archivo Histri-co del Distrito Federal (AHDF), Empedrados, vol. 882.

    23 Tibisay Maa Alvarenga, op. cit.24 Archivo General de Indias (AGI), Mxico, 1433, 31 de agos-to de 1792.25 Mara Lourdes Daz-Trechuelo et al., op. cit., p. 108.

  • ciudad, pues existan opiniones encontradas alrespecto por parte de los maestros mayores Ig-nacio Castera y Jos Ortiz. Su opinin al respec-to y la solucin al problema ya la conocemos.26

    Al momento de concluir el mandato de Revi-llagigedo se haban construido 15,535 varas deatarjea principal, y 13,391 de menor para comu-nicarlas con las casas; 27,317 varas cuadradas deempedrado nuevo, habindose terraplenado3,500 varas de acequia que contena agua in-munda y corrompida.27

    En esta obra participaron los ms brillantesrepresentantes de la arquitectura e ingenieradel momento. Si bien Constanz estaba al man-do de las obras, en distintas calles de la ciudadparticiparon Jos Ortiz, Jos Garca de Torres,Francisco de Guerrero y Torres, Jos del Mazo,Jos Buitrn y Velazco e Ignacio Castera, lo querefleja el inters que tenan las autoridades enque los trabajos se realizaran de manera satis-factoria.28

    Al igual que en el caso de los empedrados, Al-zate critic con dureza la construccin de lasatarjeas, publicando unas Reflexiones de un patri-cio mexicano, contra el proyecto de cegar las ace-quias que atraviesan por las Calles de Mxico. Lanaturaleza pareci darle apoyo, pues en junio de1792, ao de la suspensin de las obras, las fuer-tes lluvias inundaron numerosas calles de la ciu-dad, dndose el caso que algunas de las calles sinatarjeas desaguaron ms rpidamente.29 Los tra-bajos realizados en 1795 intentaron demostrar quela causa de tales inundaciones, y otras posteriores,fue la mala construccin de las atarjeas, su desi-gual nivel, y el hecho que las aguas de la lagunade Texcoco alcanzaban mayor altura que los de-

    sages de aquellas.30 Sin embargo, Maa Alva-renga,31 por medio del anlisis de testimonios dedistintos conventos de la ciudad, establece queno necesariamente se seal a las atarjeas comola causa de las inundaciones. As, por ejemplo,algunos conventos, al encontrarse el nivel de supiso inferior al de la calle, se inundaron inevita-blemente, aunque slo por unas pocas horas.

    El resumen de estos proyectos podra encon-trarse en el Plano de la circulacin y elevacinde las aguas de la ciudad, elaborado por Cons-tanz y Jos Ortiz de Castro, en 1789, a peticinde la Junta Superior de Hacienda, pues les per-miti establecer el desage de la ciudad.32

    En cualquier caso, aun cuando ya no dirigieralos trabajos de construccin de las atarjeas, nopor ello permaneca al margen. As, en 1794,cuando ya era director de dicha obra el maestromayor Ignacio Castera, favorito de Revillagigedo,a Constanz le fue encomendado inspeccionarlos resultados de su trabajo; a esto se debe el en-vo de una carta al virrey Revillagigedo critican-do con dureza el modo de trabajar de Castera.33

    Excelentsimo Seor: La primera operacin parael adelantamiento de toda obra es el acopio demateriales. Si Don Ignacio Castera los hubiesetenido no hubiera echado mano de la piedra de losempedrados, y la obra de las tarjeas estara en lamisma disposicin que hoy se mira esperando quelos materiales se consolidasen.

    La piedra que se extrae de los empedradoscubierta de tierra y lodo no puede hacer buenamampostera, en mi dictamen, ni en el de los

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    26 AGN, Archivo Histrico de Hacienda, c. 347, leg. 49.27 Mara Lourdes Daz-Trechuelo et al., op. cit., p. 100.28 AGI, Mxico, 1773, leg. 18.29 Mara Lourdes Daz-Trechuelo et al., op. cit., p. 100.

    30 Ibidem, p. 112.31 Tibisay Maa Alvarenga, op. cit., pp. 85 y ss.32 Judith Puente, Miguel Costans, tesis de maestra en His-toria, Facultad de Filosofa y Letras-UNAM, 1967, pp. 63-64.33 Con ello no haca ms que corresponder el favor, puessi alguien fue crtico con los trabajos desarrollados porConstanz como responsable del empedrado, ese fueIgnacio Castera. Vase Esteban Snchez de Tagle, Los due-os de la calle, Mxico, INAH, 1997.

  • arquitectos, albailes y otras personas que, sin serni uno ni otro tienen alguna prctica en obras [].

    El defecto de las estacas y su corta longitud, escomo tuve el honor de exponerlo a vuestra exce-lencia; y los vecinos de las calles del Reloj dirn lomismo que yo. Es verdad que entre la calle de lasEscalerillas y la de Cordobanes se encontr un tre-cho de cimiento viejo, pero es tambin que estetramo que coge desde enfrente de la casa de DonJoaqun de los Ros, no llegar a cien varas. En lorestante de la calle no he visto ms que terrenosfangosos, y acerca de esto me remito tambin a loque depongan los vecinos.

    Prescindo pues de si hay acopiado muchasestacas, pero aseguro a vuestra excelencia que enla maana del da de hoy, el mayor nmero de lasque he visto arrimadas a orillas de la zanja abiertaentre el Hospital de Jess y la Plazuela de la Paja,para emplearlas en aquel sitio, eran del largo demedia vara comn con muy poca diferencia, yhace difcil creer que en tantas partes como las hevisto gastar, no sufra el terreno la introduccin deotras ms largas.

    Esto es lo que debo exponer a vuestra excelen-cia en desempeo de la dura y penossima obliga-cin que se ha servido imponerme de inspeccio-nar las operaciones ajenas; porque el empleo defiscal no puede acarrear satisfacciones. Me eximie-ra de l si me lo permitiere la bondad de vuestraexcelencia pero mientras que vuestra excelenciano me exonere el semejante encargo expondr sinaadir ni quitar lo que yo viere y lo que ve todo elpblico. Las piedras que se gastan en las tarjeas delas calles no puede ser otra que la de Culhuacnporque es la ms barata, y de esta clase es tan pocala que se ha recibido en la obra de la nueva fbri-ca de tabacos, que en el discurso de un mes no sehan introducido ms que diez y ocho brazas comolo acredita el estado que acompao, firmado delsobrestante mayor de aquella obra.34

    La Plaza Mayor

    Como complemento a las mejoras del empedra-do y la construccin de las atarjeas, por parte de

    Revillagigedo se emprendi la tarea de remode-lar la Plaza Mayor. La imagen de la ciudad dista-ba mucho de las intenciones de las autoridadesvirreinales:

    [] las calles sin atarjeas, banquetas sin empedra-dos, eran el comn depsito de la basura e inmun-dicia de las casas, y las lluvias, ao por ao, forma-ban naturalmente inmundos albaales, de donde seemanaban mefticas daosas ecsalaciones: la ace-quia continuaba hasta palacio y otras calles, siendotambin el receptculo de las inmundicias que seestancaban en el agua represa: el mercado estabafrente de palacio, y se compona de un comn en elcentro, y multitud de grandes y pequeos tejados demadera donde se espendan las vituallas, arrojndo-se las podridas a un lado, que algunas noches ser-van de alimentos a los cerdos y vacas que pacanlibremente por toda la ciudad [].35

    A ello se debe aadir que al lado del Empedra-dillo, frente al actual Montepo, se encontraba elcorral de toros, que llegaban a desollarse en lamisma plaza. Lo anterior llev a considerar unareforma de la Plaza Mayor. El punto de partida deesta remodelacin se halla en la comunicacindel segundo conde de Revillagigedo al corregidorde la capital de Nueva Espaa, Bernardo Bonavia,el 16 de diciembre de 1789, comunicando la pro-clamacin de Carlos IV como nuevo rey.

    Desembarazada y descombrada la Plaza para lasprximas fiestas de la proclamacin del ReyNuestro Seor [Carlos IV], se proceder concluidasstas a empedrarla, como las dems de la ciudad;se quitar la enorme fuente que hay en ella malcolocada, y desaseada, por no poderse surtir enella al pblico sino del agua del piln; y se substi-tuirn por cuatro medianas segn el plan que hemandado formar.

    No permitir Vuestra Seora se vuelva a esta-blecer el mercado en dicha plaza para lo que ser-

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    35 Manuel Payno, El virrey Revillagigedo, Mxico, Vargas Rea,1948, pp. 11-14.34 AGN, Obras Pblicas, vol. 2, fs. 81-82, 12 de marzo de 1794.

  • vir la del Volador formando calles con cajonesporttiles de madera y tinglados o portales de lomismo, que arrendados o por Administracindarn mayor producto que no los indecentes jaca-les y sombras de petate o esteras con que estabaocupada la Mayor, debiendo quedar ambas cosasenteramente abolidas, y repartir adems de loscajones y tinglados del mercado principal, otrosigualmente bien ordenados en parajes proporcio-nados para el mejor y ms cmodo surtimientodel pblico, lo cual ceder en su beneficio y en elde las Rentas de la nobilsima ciudad.36

    La obra qued a cargo de Constanz, quien lainici considerando la nivelacin de la plaza;para ello, el 8 de octubre de 1796 escribi alvirrey solicitando que

    [] para facilitar la extraccin de tierras que se pro-duce por el rebaje que se realiza en la Plaza Mayordel Palacio, se recurra a las muchas canoas queentran a la ciudad; para ello, antes de salir a sulugar de origen deben pasar a cargar tierra a la pla-za y depositarla en el lugar que se les indique [].37

    Su propuesta fue aceptada y se hizo del cono-cimiento del superintendente de la Real Aduanapara que se cumpliera. Pero, adems, como con-secuencia de la nivelacin de la plaza, fue nece-sario rebajar el piso de las calles de las Escaleri-llas y del Reloj.

    Al mes siguiente se empez a demoler la pilacentral, que fue sustituida por cuatro fuentescon grifos. Para garantizar la limpieza del agua,dichas fuentes se colocaron en los ngulos de laplaza. Contra esta disposicin, la ciudad protesten el juicio de residencia del virrey, pues se ale-g que la taza de bronce de la fuente haba sidoenviada de Per por Luis de Velasco, adems de

    que el guila que la remataba haba sido un rega-lo de Carlos V a la ciudad, al igual que el caballode bronce de la fuente de Palacio.38 Lo cierto esque las cuatro fuentes, obra de Jos Ortiz,39 fue-ron destruidas en cuanto Revillagigedo ces co-mo virrey.40

    Como complemento, se quit el muro delatrio de la catedral; el cementerio del Sagrario setraslad a la iglesia de San Pedro y San Pablo, yse terminaron las torres de la Catedral.

    Tambin en 1796 Constanz recibi una con-sulta de Ignacio de Iglesias Pablo, pidiendo unaexplicacin de por qu se haba quitado la esta-tua de Fernando VI de la Plaza Mayor, conocidapopularmente como El Pirmide.41 En su res-puesta, de 1 de marzo del mismo ao, se lee:

    El Excelentsimo Seor conde de Revilla Gigedome dio la orden de quitar la columna que estabaen la Plaza Mayor, y la estatua colocada sobre ella,que se deca representar al Seor Rey Fernando elSexto.

    Los motivos que Su excelencia tuvo para ello yse sirvi declararme, fueron principalmente laimpropiedad de la representacin, por que la ima-gen de aquel Soberano, esculpida por algn pobreindio ignorante, ejecutada sin arte, sin inteligenciay sin semejanza alguna con su original, tena msde la forma grosera de los Idolos que adoraban losIndios en su gentilidad, que los del ente msimperfecto [de] nuestra especie.

    Deca justamente Su excelencia que semejan-tes monumentos eran el oprobio de las artes y dequienes los mandaban erigir; por que slo servande inspirar a los extranjeros ideas muy bajas de lacivilidad y cultura de nuestra Nacin: Que lasobras de esta clase nunca se confiaban sino a losartfices de primera nota, de ms eminente capaci-dad y talentos: Que los modelos que hacan de

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    36 AHDF, Aguas, Fuentes Pblicas, vol. 58, exp. 26, fs. 1-2, 17 dediciembre de 1789.37 AGN, Archivo Histrico de Hacienda, c. 347, leg. 53.

    38 Mara Lourdes Daz-Trechuelo et al., op. cit., 1972, p. 103.39 AGN, Obras Pblicas, vol. 36, f. 370.40 Sobre las diversas obras emprendidas en la Plaza Mayor,vase AHDF, Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 19.41 Mara Lourdes Daz-Trechuelo et al., op. cit., 1972, p. 104.

  • ellas, se exponan a la censura de los profesores yde los hombres sabios, sin cuya aprobacin no seresolva la ejecucin de la obra: Que las estatuas delos Soberanos no podran erigirse por ningn cuer-po poltico o sujeto particular, por privilegiados quefuesen, sin solicitar ante todas cosas, el beneplci-to o permiso indispensable para dedicrselas; y sinque, en el acto de erigirlas, se hiciese la dedicacincon las solemnidades de estilo entre naciones cul-tas y celosas de la gloria de sus Monarcas, de cuyosantecedentes no haba la menor constancia.

    En dictamen del mismo seor Excelentsimo,aun cuando la estatua fuese de mano del mismoPraxteles, no debi colocarse en este sitio. Notevuestra merced bien, me deca aquel sabio virrey,que se halla en el paraje ms inmundo de la ciu-dad, rodeada de unos locales o tinglados asquero-sos, entre montones de basura, al pie de un pilan-cn donde van a abrevarse y a baarse, juntamentecon las bestias, la gente de esta infeliz y desnudaplebe, a pocos pasos del patbulo en que se ejecu-tan las sentencias de los reos de pena capital, de uncomn o letrinas descubiertas donde este bajo ysoez pueblo, tan escaso de ropa como de pudor,comete tales indecencias y torpezas que no pue-den referirse sin ofensa de la modestia. No puedotolerar esto, aada Su excelencia inflamado decelo y amor al orden y a las buenas costumbres:Mande vuestra merced quitar de mi vista y de la delos hombres que se aprecian de tales, unos objetostan repugnantes a la sana razn y poltica, y haga-mos lo que est de nuestra parte para el remediode unos abusos por cuya reforma claman la reli-gin, la honestidad y la naturaleza humana.

    Tales fueron las prudentes y sabias reflexionesque movieron el nimo recto del Excelentsimoseor conde de Revilla Gigedo a la reforma de laPlaza de Mxico; a la supresin de la estatua querepresenta sin el debido respeto ni decoro, laMajestad de Fernando el Pacfico, Rey amante y elde su pueblo. La materia de la estatua era, comoVm. sabe, la ms vil y despreciable, de canterablanda, y aunque para disimular esta falta se echa-ba de ver que haban empleado la brocha, los colo-res y aun el dorado de algunos perfiles, toda estaplanta se disip luego, y nunca sirvi de otra cosa

    que de desairar ms el desgraciado busto de piedraarenisca de que se compona, y tendra dos varasde altura a lo sumo.

    Yo la mand trasladar ntegramente con lacolumna que le serva de pie, a la calzada llamadahoy de Revilla Gigedo a cuya construccin sehaba dado principio, con la mira de que sirviereen ella el material si lo contemplasen til paraalgn fin. All ha estado como abandonada la esta-tua y no es de extraar que la hayan mutilado lacabeza y las manos, como dice vuestra mercedhaberla encontrado en la propia calzada [].42

    Pero recordemos que se pretende un proyec-to ms completo, donde la Plaza del Volador seintegra al proyecto general. As, en septiembrede 1791 Constanz present al fiscal de la RealHacienda la Regulacin de los costos que se ero-garn en batir las cercas de los corrales de la ace-ra del Real Palacio que mira a la Plazuela delVolador; encerrar a cal y canto las puertas, echarrejas a todas las ventanas bajas, y en recibirsobre canes volados la Pajarera sita en el ngulodel baluarte:

    Es adjunto al clculo que de orden de vuestra exce-lencia he formado del costo que puede erogarse endespejar el frente del Real palacio sobre la Plazueladel Volador; batiendo las cercas de los corrales quelo ofuscan, los tinglados y jacales del cuartel deInvlidos, que exceden y sobresalen al lienzo delmismo palacio, en cerrar o tapiar las puertas quefranqueen la entrada o salida de l; en poner rejasa todas las ventanas bajas para su debida seguridad,y en recibir al aire sobre canes voladores la pajare-ra que mira en el ngulo entrante del baluarte, porel estorbo que causaran los pies derechos sobreque estriba.

    Por dicho clculo advertir vuestra excelenciaque el total importe de estas obras ascender apoco ms de mil pesos: pero si se logra vender la

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    42 Un documento acerca del Ingeniero D. Miguel Constan-s, en Anales del Instituto de Investigaciones Estticas, Mxi-co, UNAM, nm. 6, 1953, pp. 90-92.

  • piedra que produzcan los descombros, como seproporcion la sobrante de la Plaza Mayor, podrnahorrarse ms de doscientos pesos, y otro tanto serebajara del referido costo.43

    Es importante destacar esta fase de la remo-delacin, pues la Plaza del Volador formaba, dehecho, una unidad con la Plaza Mayor. Y sobre to-do, era importante tener cierto control sobre losestablecimientos de la del Volador, pues aosatrs, en 1788, un incendio ocurrido ah puso enpeligro al palacio, a la universidad y a las casas ycomercios contiguos.44

    La nueva imagen de la Plaza Mayor

    Debemos considerar que la plaza novohispanaes el resultado de la fusin de conceptos espao-les y mesoamericanos, logrndose as un lugarpblico donde no se daba distincin de estratossociales y se realizaban muy diversas activida-des. Por un lado, estaban las ideas peninsulares,que afirmaban que la plaza era el lugar

    [] donde se asentaba el virrey, los oidores, losalcaldes, los grandes comerciantes y hacendados,la real hacienda y sus grandes recaudaciones, don-de se ubicaba la jerarqua de la Iglesia y donde serealizaba la mayora de los eventos culturales.45

    Es decir, los poderes se concentraban en unasola plaza, a la manera mesoamericana, a dife-rencia de lo que pasaba en la pennsula, dondeexistan varias plazas en que se distribuan estasfunciones.46

    Del lado mesoamericano, las plazas cumplancon la funcin principal de ser el lugar donde seestableca el mercado, adems de servir comoescenario de las muy diversas actividades que sedaban en ellas.

    Bajo estas normas, la Plaza Mayor sirvi comoeje de la vida y personalidad de la ciudad, ejer-ciendo una indiscutible centralidad funcional yrepresentativa en el conjunto de la manchaurbana.47 En la plaza no slo se realizaban acti-vidades mercantiles y de reunin, sino que enella se daba la concentracin de todo tipo deacciones para goce y disgusto de la sociedad. As,en este espacio se daban fiestas y ceremoniasoficiales por muy variados motivos: la entradade un nuevo virrey, los matrimonios reales, lacanonizacin de un nuevo santo, as como pro-cesiones y corridas de toros. Ah se localizaba lapila o fuente pblica, encomendada al arquitec-to Pedro de Arrieta,48 a donde llegaba el aguaindispensable para abastecer a los habitantes dela capital, pero donde igualmente se lograba vera las personas asendose o lavando su ropa.Tambin ah se encontraba la horca, otro motivopara reunir a la gente y advertirla, con ese som-bro espectculo, de lo que les pasara en caso decometer alguna falta.

    Ante tal conjunto de actividades, eran pocaslas posibilidades para prestar atencin a la obser-vacin del entorno. No se lograba percibir que sehallaba en un sitio que, por los cuatro costados,ofreca una hermosa arquitectura y, como paisa-je lejano, los cerros que conforman la cuenca de

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    43 AGN, Provincias Internas, vol. 121, f. 200.44 AGI, Mxico, 1997.45 Juan de Viera, Breve y compendiosa narracin de la ciudad deMxico, presentacin de Jorge Silva Riquer, Mxico, 1992, p. 3.46 Antonio Rubial Garca, De teatro de maravillas a univer-sidad de pcaros. La Plaza Mayor en las crnicas virreina-les, en Plazas mayores de Mxico. Arte y luz, Mxico, GrupoFinanciero BBVA Bancomer, 2002, p. 251.

    47 Eulalia Ribera Carb, La plaza pblica: elemento de inte-gracin, centralidad y permanencia en las ciudades mexi-canas, en Carlos Aguirre Anaya, Marcela Dvalos y MaraAmparo Ros (eds.), Los espacios pblicos de la ciudad. SiglosXVIII y XIX, Mxico, Casa Juan Pablos/Instituto de Cultura dela Ciudad de Mxico, 2002, p. 292.48 Marita Martnez del Ro de Redo, El Zcalo. Resea hist-rica y anecdtica de la Plaza Mayor de Mxico de 1521 a 1871,Mxico, San ngel Ediciones, 1974, p. 54.

  • la ciudad de Mxico ofrecan una vista iniguala-ble con sus perfiles irregulares.

    Es decir, el Parin, la Catedral inconclusa, elPalacio Real, la pila, la horca, la estatua de Fernan-do VI y los portales, saturaban a la plaza de ele-mentos jerrquicos que hacan complicada su le-gibilidad, sobre todo por la afluencia de usuarios.Todos compartan el mismo espacio y la transi-cin entre ellos no era evidente; la gente pasabade un lugar a otro sin tener descanso visual. Si atodos los componentes anteriores sumamos laexistencia de la Acequia Real, una vialidad acuti-ca por donde circulaban las trajineras provenien-tes de Xochimilco y de otros pueblos del sur de lacuenca, tenemos un espacio visualmente conflic-tivo, donde el orden no tena cabida (figura 1).

    Previo a las reformas urbanas que planteamos,la Plaza Mayor no tena ningn elemento linealvertical que controlara la continuidad visual y es-pacial,49 a menos que pudiramos llamar elemen-tos verticales a la horca, la pila y la columna quesostena a la estatua de Fernando VI, pues recorde-mos que la Catedral an careca de sus torres.

    La barda del atrio de la Catedral (figura 2)defina el espacio perteneciente a sta, aislndo-la y excluyendo del recinto los elementos que lacircundaban,50 por lo que la plaza se percibacomo ms estrecha, adicionando la superficieque ocupaba el Parin, con cuatro grandes pla-nos verticales que contenan el espacio. As, laPlaza Mayor se encontraba circundada por loscuatro lados, destacando los portales, que tenanarcos que hacan ms dinmica la circulacin.

    Sabemos que la plaza actuaba como el espa-cio que abrazaba la vida social diaria de aquellapoca, por lo que el espacio era utilizado y trans-formado con gran dinamismo, pero con el tiem-po sus lmites se fueron perdiendo. El campo

    espacial careca de continuidad, ya que la fun-cin de mercado, encuentro social y otras activi-dades lo impedan (figura 3).

    La Plaza del Volador, contigua a la Mayor,reforzaba el carcter dominante de esta ltima,ya que no fue hasta despus de las reformas bor-bnicas que el comercio de puestos fue traslada-do a la primera. Antes, sirvi para las corridas detoros y dems espectculos populares, teniendouna identidad propia, pero con cierta relacin ala Plaza Mayor. Despus de todo, las dos eranimportantes para la capital de la Nueva Espaa.

    Con la aplicacin de las ideas ilustradas, elvirrey conde de Revillagigedo,

    [] atinadamente mand quitar la fea barda delatrio o cementerio de la Catedral y la rode depilastras con gruesas cadenas que formaban teso-nes, dndole una gran perspectiva y dejndolalucir en todo su esplendor []. Al haber derribadoel muro del atrio, se aumentaba ste 14 varas. Lafea columna, monumento a Fernando VI, tambinvino por tierra, la horca desapareci []. La ace-quia se cubri, quedando libre de trnsito por esaparte de la Plaza. Ya despejada de todos los estor-bos, con excepcin del casi sagrado Parin, se pro-cedi a la construccin de cuatro fuentes enco-mendadas a Dn. Jos de Maso.51

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    49 Francis Ching, Arquitectura: forma, espacio y orden, Barce-lona, Gustavo Gili, 2004, p. 120.50 Ibidem, p. 152.

    Figura 1. Planta del Real Palacio y plaza principal de la M. Noble y Leal ciu-dad de Mxico: sacada el da de execucin criminal, Francisco Silverio. 1761.

    51 Marita Martnez del Ro, op. cit., pp. 61-62.

  • Dichas transformaciones trajeron consigocambios en la configuracin del recorrido de lagente. El mercado, antes localizado a un lado delParin, se pas a la Plaza del Volador, como elvirrey lo orden.52

    Asimismo, la construccin de las torres de laCatedral dio un nuevo valor al espacio de la pla-za. Constituyeron un elemento de alta jerarqua;ya no competa con el Parin o el Palacio Real;podan ser vistas a distancia, indicando la posi-cin y el emplazamiento de la misma. La jerar-qua estaba dada porque eran de una forma ni-ca, con una localizacin estratgica,53 se podanver desde cualquier ngulo.

    Dado que nos movemos en el tiempo a tra-vs de una secuencia de espacios,54 podemosimaginar la percepcin del espacio por parte delas personas. Con la visin a distancia de lastorres, se esperaba rematar con el edificio ecle-sistico, que en algunos casos era una aproxima-cin frontal conducida directamente a lo largodel recorrido.55

    Los elementos sorpresa fueron las cuatrofuentes que remplazaron la pila. Estaban hechasa proporcin y escala de la plaza. Colocadas a uncostado del Parin, daban equilibrio no slo porsu nmero, sino por el material con que fueronhechas (cantera), que contrastaba perfectamen-te con el empedrado de las calles, adems de es-tar dispuestas en simetra entre s.

    A pesar de que el Parin no fue destruido conlas reformas borbnicas, la plaza se notaba dife-rente. Las acequias haban sido cubiertas paraque los diversos desperdicios producidos por loshabitantes no fueran arrojados a sus aguas y asmantenerlas limpias. El alumbrado, nivelado yempedrado de calles, produjeron la sensacin deseguridad en los transentes.

    Las mejoras de la ciudad permitieron, duran-te un periodo importante, lucir las fachadas delos edificios, dejando apreciar la belleza arqui-tectnica por la que estaba rodeada la plaza, y demanera especial aument la sensibilidad acercade sus grandes dimensiones.

    Tiempo despus, para la llegada al poder deCarlos IV en Espaa, se adorn la Plaza Mayorcolocando la estatua ecuestre del rey. Si bien laplaza brillaba por su estado permanente de lim-pieza, existan personas a las que les era inc-

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    52 AHDF, Plaza Mayor, vol. 58, exp. 26, 1790, f. 2.53 Francis Ching, op. cit., p. 338.54 Ibidem, p. 228.55 Ibidem, p. 231.

    Figura 2. La Catedral en obra. Annimo, 1764.

    Figura 3. La Plaza Mayor antes de la reforma. Imagen conceptual realizadapor Gisela Varela Chavarra, 2007, a partir de Juan Patricio Morlete Ruiz,Plaza Mayor de Mxico con el Real Palacio del Exmo. Seor Virrey, torre dela Catedral en el ngulo, el fuerte, el nuevo Sagrario y el Palacio Arzobispal,1722. Palacio de San Antn (La Valetta), Malta.

  • moda la presencia del Parin; tal es el caso deJuan de Vieyra:

    Al colocarse la estatua ecuestre de Carlos IV el 3de noviembre de 1803, se embaldos el piso y serode el monumento por una balaustrada de for-ma elptica adornada de trecho en trecho con esta-tuillas y jarrones []. A ambos extremos de losejes de la elipse, se colocaron cuatro puertas dehierro, y en el exterior, se instalaron cuatro fuen-tes. Todo ello sin mengua del vecino Parin, queno se ve, que le tapan un ojo al macho, y se cen-tran en lucir balaustrada estatua.56

    La visin de proporcionar un mejor ambiente ala ciudad de Mxico, de gobernantes ilustrados,ingenieros y arquitectos, aport una serie de modi-ficaciones al paisaje urbano: el caos fue sustituidopor el orden, permitiendo que el espacio se abrie-ra. El nuevo espacio generado por las ideas borb-nicas ilustradas trajo el confort a los pobladores,proporcionado por la disposicin de los elementosarquitectnicos y los materiales de stos.

    El proyecto de Castera

    Pero una reforma slo de la parte central de laciudad, necesariamente tendra que ser incom-pleta. Por ello, consideramos que el proyecto quepresenta el maestro mayor de arquitectura Ig-nacio Castera al virrey Revillagigedo, hacia 1794,puede ser considerado el colofn de esta etapaen la historia de la ciudad. Desafortunadamenteno hemos podido consultar el proyecto originalde Castera; sin embargo, Francisco de la Maza57

    nos da los elementos necesarios para conocer losantecedentes del mismo.

    En ese ao de 1794 el virrey Revillagigedo en-carga a Castera la recogida de las basuras de losbarrios de la ciudad, lo que realiza de inmediato.Lo ms importante de este trabajo es que Caste-ra logra una idea muy clara de la problemticaque implicaba dotar de servicios a la ciudad, da-da la irregularidad con que se hallan las casasde los barrios, suma estrechez e inversin de suscallejones,58 de ah que poco despus presenta-ra un plano donde mostraba de manera clara suproyecto de ciudad:

    Plano Iconogrfico de la Ciudad de Mxico, que de-muestra el reglamento general de sus calles, aspara la comodidad y hermosura, como para la co-rreccin y extirpacin de las maldades que hay ensus barrios, por la infinidad de sitios escondidos, ca-llejones sin trnsito, ruinas y paredones que losocasionan a pesar del celo de las Justicias de Ordendel Excelentsimo Sr. Conde Revillagigedo. Por elMaestro mayor Dn. Ignacio Castera. Ao de 1794.

    Castera, en opinin de De la Maza, presentun proyecto hermoso, que se caracteriza por: 1) ca-lles rectilneas, que permitiran la numeracin delas manzanas, el registro de habitantes, el trnsitode las rondas, entre otros; asimismo, facilitara el

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    56 Salvador Novo, Los paseos de la ciudad de Mxico, Mxico,FCE, 1974, p. 17.57 Francisco de la Maza, El urbanismo neoclsico de Igna-cio Castera, en Anales del Instituto de Investigaciones Estti-cas, Mxico, UNAM, nm. 22, 1954, pp. 93-101. 58 Ibidem, p. 93.

    Figura 4. Vista de la Plaza Mayor (siguiendo a Rafael Ximeno), Annimomexicano, 1797.

  • trnsito por la ciudad y la limpieza de la misma;2) teniendo como centro a la Catedral, se forma-ra un permetro circundante de 13,200 varas,mientras que la extensin de las nuevas calles au-mentara a 3,300 varas; 3) la acequia maestra, quedebera rodear a la ciudad, recibira las aguas deservidumbre y temporales, mediante la cons-truccin de atarjeas o por un cao empedrado; 4)el proyecto involucraba la destruccin de cons-trucciones, las cuales seran pagadas por el Esta-do, y 5) el costo, sin incluir el pago de las cons-trucciones a derribar, sera de 26,500 pesos.

    El proyecto se present a la aprobacin delAyuntamiento y de la Junta de Polica. Auncuando se vea lo positivo del mismo, se pas adictamen de dos peritos, el agrimensor JosBurgaleta y Miguel Constanz, eterno censor detodo cuanto se haca en Mxico. Despus de ha-cer un anlisis del proyecto, los peritos presen-taron un largo informe acerca de los beneficiosque reportara su realizacin; pero tambin indi-caban los inconvenientes, tanto tcnicos comoeconmicos, que impedan realizarlo.

    Estos ltimos se pueden resumir en: el costode las casas que sera necesario demoler, que en

    algunos casos implicaba manzanas completas; elcosto de la demolicin de las mismas y, por lti-mo, el costo de la construccin de la acequia quedebera rodear la ciudad y que sera de casi13,200 varas.59

    Estas objeciones no impidieron que Castera,con el apoyo del Procurador General, siguieraadelante, llegando a la demolicin de algunascasas. Se pidi entonces la revisin del proyectopor Jos del Mazo Avils, que tambin indica elalto costo econmico que implicaba la demoli-cin de casas.

    El expediente no seala ms. La muerte delsegundo conde de Revillagigedo debi frenar elproyecto y todo qued archivado. Sin embargo,conviene destacar aqu lo que seala De la Maza:

    La idea de Castera nos parece inteligente y audazpara su poca, como tambin imposible de efec-tuarse por los avanzados tiempos [albores de laIndependencia] en que fue concebido. Pero, justa-mente, de esto lo interesante: es una de tantasexpresiones de modernidad del espritu neocl-sico que no soportaba el viejo Mxico barroco. Larazn clsica impona un Mxico rectilneo, a lafuerza, enmendando todo yerro anterior. As comoTols y Tresguerras destruan los retablos barro-cos, las torres retorcidas y las cpulas de azulejos,Castera destrua a la antigua ciudad y planteabaun futuro que, en parte, se ha realizado. Y se harealizado a veces bien y a veces mal. Pero toca lagloria de haber iniciado una urbanstica moderna,cuando menos en teora, al activo arquitecto donIgnacio de Castera.60

    A manera de conclusin

    Por su formacin cientfica y tcnica, el RealCuerpo de Ingenieros Militares fue gran auxiliarde las autoridades en la ordenacin del territo-

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    59 AGN, Obras Pblicas, vol. 2, fs. 17-18.60 Francisco de la Maza, op. cit.

    Figura 5. Plano de la ciudad de Mxico de 1793, levantado por DiegoGarca Conde.

  • rio. Se trataba de una corporacin tcnico-cient-fica que, por su formacin, estaba capacitada pa-ra contribuir al desarrollo de las posesiones es-paolas de ultramar. Adems, como se haindicado, compartieron una de las etapas msimportantes del desarrollo cientfico de nuestropas, como fue la Ilustracin. Su relacin con losilustrados novohispanos debi enriquecer anms esa formacin cientfica adquirida en lasacademias de matemticas peninsulares.

    Miguel Constanz se reconoce como uno delos principales representantes de esa corrientemilitar ilustrada, caracterizada por sus conoci-mientos, sus actitudes y sus actividades. Su par-ticipacin en obras arquitectnicas y urbansticasayuda a entender la evolucin de la estructuraurbana de la ciudad de Mxico, as como su mor-fologa. Respecto al primer punto, lo podemosentender en el poder de decisin que lleg atener para determinar la localizacin de algunosedificios de carcter oficial, como la Fbrica deCigarros, o en proyectos que no se realizaron,pero que tambin tendan a modificar dicha es-tructura, como sus proyectos de un Jardn Bot-nico, una plaza de toros o un palenque de gallos.Un segundo caso de cmo su opinin pudo re-percutir en la estructura de la ciudad, se mani-fiesta en el cuestionamiento que hace por razo-nes econmicas, argumento que l mismorechaz en diversas ocasiones, al proyecto urba-nstico de Ignacio Castera. Este rechazo significun atraso considerable en el desarrollo de la ciu-dad capital, pues eran muchas las ventajas queofreca y que tuvieron que esperar ms de mediosiglo para ser rescatadas.

    La obra arquitectnica y urbanstica de esepequeo, pero notable grupo de arquitectos eingenieros militares a los que hemos hecho refe-rencia a lo largo del texto, en apoyo a las ideasilustradas de los virreyes del ltimo tercio del

    siglo XVIII, confirm el lugar privilegiado de laciudad de Mxico en el contexto iberoamerica-no, convirtindola en el verdadero ejemplo parael resto de los territorios del continente.

    La reforma urbana de la ciudad de Mxico, dela cual nos hemos limitado a presentar algunoselementos, como el empedrado, la construccinde atarjeas o los cambios en la Plaza Mayor, secomplement con muchas otras mejoras: la ilu-minacin de la misma, la mejora de los paseos,la construccin de mercados, el suministro deagua potable, entre otras.61

    As, pese a los problemas que enfrent la ciu-dad, al final se haba dado un importante cambioen la imagen de la misma. El barn prusiano Ale-jandro de Humboldt estuvo en la ciudad hacia1803 y dej una detallada descripcin de la misma:

    Mxico debe contarse sin duda alguna entre lasms hermosas ciudades que los europeos han fun-dado en ambos hemisferios. A excepcin de Peters-burgo, Berln, Filadelfia y algunos barrios de West-minster, apenas existe alguna ciudad de aquellaextensin que pueda compararse con la capital deNueva Espaa, por el nivel uniforme del suelo queocupa, por la regularidad y anchura de las calles, opor lo grandioso de las plazas pblicas [].62

    ANEXO

    Proyecto de nuevos empedrados de estacapital y de abrir zanjas o acequias en lamediana de las calles.

    Excelentsimo SeorLa eleccin que Vuestra Excelencia se ha designadohacer de mi poca suficiencia para la ejecucin del pro-

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    61 Mara Lourdes Daz-Trechuelo et al., op. cit., p. 99-121.62 Alejandro de Humboldt, Ensayo poltico sobre el reino de laNueva Espaa, estudio preliminar, revisin del texto, cote-jos, notas y anexos de Juan A. Ortega y Medina, 5a. ed.,Mxico, Porra, p. 119.

  • yecto de nuevos empedrados de esta Capital, proyec-to al que un genio ilustrado y eficaz como el de VuestraExcelencia por el bien pblico, aade una recomenda-cin tan poderosa, ha excitado en mi nimo el mayorincentivo para cooperar, en cuanto alcancen mis fuer-zas, a tan slidas y prvidas miras.

    En esta atencin expondr a Vuestra Excelenciasegn me tiene mandado, no solamente lo que piensopuede practicarse (previa su Superior aprobacin) enorden a la construccin de los empedrados para lograrsu mayor solidez, y permanencia, si tambin otras ideasde mucha conexin y analoga con la primera, puesconspiran al mayor aseo y limpieza de esta Ciudad enque interesa, ms de lo que se piensa comnmente, lasalubridad del aire y la salud de todo el pueblo, ven-tajas que se propuso Vuestra Excelencia y anhela igual-mente la junta de Polica de la Nobilsima Ciudad, con-forme lo acreditan las providencias dictadas en elbando publicado novsimamente.

    No es nuevo el pensamiento de abrir en la media-na de las calles unas zanjas o acequias con comuni-cacin a las acequias principales, a efecto de que reci-ban las aguas llovedizas, e igualmente los derrames delas casas, sus cocinas, lavaderos y lugares comunes,mediante unos caos cubiertos que salgan de ellas yviertan en dichas zanjas.

    Estas, cuyo nombre propio es el de cloacas, bastarque tengan poco ms de una vara de ancho, y compe-tente profundidad de modo que absorban y recojan conprontitud las aguas del Cielo, evitando que en los agua-ceros copiosos se imposibilite el trfago y comunicacindel vecindario por muchas horas como sucede hoy en da.

    De verificarse en la prctica este pensamiento resul-tarn notables ventajas. Se desterrar de las calles lainfeccin y putrefaccin de unas materias excrementiciascuyos hediondos vapores perjudican tanto a la salud; yno tendremos continuamente delante de los ojos las bas-cosidades e inmundicias de que estn llenas. Entoncespodr apremiarse a todo dueo de fincas a que hagaconstruir letrinas en su casa con proporcin a la exten-

    sin de ella y al nmero de sus inquilinos, conforme alestilo de todas las naciones civilizadas.

    Podrn reprimirse y castigarse con alguna demostra-cin, los abominables excesos de la baja plebe, en quienapenas se descubren rastros de pudor y rubor insepara-bles de todo hombre racional, igualndose y confundin-dose con los brutos en medios de las plazas, y calles deesta hermosa poblacin que infestan y deslucen.

    Las zanjas o cloacas han de revestirse interiormentecon paredes de mampostera por ambos lados sufi-cientes a contener las tierras: su tapa o cubierta, igua-lando con el piso de la calle en su mediana, ha de serde piedras duras, largas y gruesas, para resistir al gol-peadero de los carruajes y coches, a menos que se esti-me por ms seguro, y menos dispendioso cubrir dichaszanjas con una bveda resguardada con el empedra-do, a semejanza de las acequias cubiertas que vemosen muchas partes de la ciudad.

    En las seras (aceras) de las casas a lo largo de las ca-lles deber construirse un andn de losas o piedras moli-neras de buen paramento y grueso, asentadas con mez-cla, para trnsito de la gente de a pie; el ancho de esteandn ser de cuatro pies y medio o tercias castellanas.

    Contra estas piedras y las de la cubierta de las zan-jas estribarn las cadenas del empedrado que atrave-sarn de sera a sera, para formar con las cintas quesigan en la direccin longitudinal de las calles; unoscajones de figura cuadrada o cuadrilonga en que hade embutirse la piedra tosca; la cual metida de tisnsobre lecho de arena, y bien sujeta a golpe de pisn,constituirn el espacio por donde han de transitar loscoches, carruajes y caballeras, prohibindose consuperior orden, que por motivo alguno se consienta queestos pasen o se arrimen al enlosado.

    Las cintas o cadenas se formarn con sillares labra-dos de piedra molinera de figura cbica o forma de undado, de a pie, o tercia, en todas sus dimensiones.

    Las aguas del ro, o canal de Mexicalcingo se intro-ducen actualmente en la ciudad por varias acequias,pero como las aguas quedan estancadas en su interior,

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  • se corrompen y se pudren juntamente con las materiasque en ella se arrojan sin miramiento alguno, ya seananimales muertos, estircol, basuras, y todas cuantasinmundicias produce una poblacin grande: los vapo-res que exhalan dichas aguas son de la mayor malig-nidad, y capaces en dictamen de mdicos muy doctosa producir la corrupcin del aire, en tiempos de gran-des calores, y consiguientemente la peste.

    Convendra pues renovar esta agua y facilitar su cir-culacin dentro de la ciudad, a cuyo fin expondr a laviva comprensin de Vuestra excelencia un medio fcily asequible sin mayores gastos.

    A orillas del canal de Mexicalcingo, entre oriente ymedio da, respecto a la situacin de Mxico, hay unbarrio llamado de Santo Toms; y enfrente de una Capilladedicada al Santo, tiene principio una acequia que tomasus aguas, de dicha canal, dirige su curso al Ponientepasando por el matadero, por el guarda de san AntnAbad, por el de la Calzada de la Piedad, y llega hastacerca del Colegio de San Miguel de las Mochas, desdedonde discurriendo para el Norte a espaldas del referidoColegio, atraviesa por debajo de la calzada, y caera deChapultepec, sigue para la Acordada y Tlaxpana hastaunirse con la acequia de la Misericordia y Santo Domingo.

    Esta acequia abraza casi todo el mbito de la ciu-dad, pero si se quisiese extenderla ms y prolongarlapara el Norte, a fin de comprender dentro de su recin-to al barrio de Santiago, no haya obstculo que lo impi-da. Supongamos ahora que despus de bien abierta,limpia y apretinada se construyan dos compuertas, unaa la entrada o principio de esta acequia y otra algoms debajo de este sitio, sobre la canal o Ro deMexicalcingo. Supngase tambin que dejando abier-ta la primera se cierra la segunda, y al mismo tiempola de San Lzaro, y examinemos que efecto debenresultar de esta doble maniobra.

    Subirn inmediatamente las aguas represadas de laCanal de Mexicalcingo, por la acequia de Santo To-ms; y se introducirn en las acequias y zanjas de la ciu-dad, por cuantas comunicaciones se faciliten de intento:

    crecer el agua en todas hasta cierta altura que podrser de media vara sobre el nivel regular; en cuyo esta-do soltando la compuerta de San Lzaro, y las que sepropuso construir sobre la Canal de Mexicalcingo cercade Santo Toms, cerrando al propio tiempo la com-puerta de la acequia por donde entraron las aguas, vol-vern estas a su nivel regular, ordinario, llevando con sucorriente mucha parte de inmundicias, y materias podri-das que hoy da inficionan el aire por falta de circula-cin en las aguas, que rara vez se renuevan.

    Convendr que esta operacin se repita, con la fre-cuencia posible atendiendo a no causar mayor inco-modidad y embarazo a la navegacin de las canoas.

    En las acequias y zanjas de la ciudad, puede subir elagua, sobre la altura que comnmente tiene muy cerca demedia vara, sin causar perjuicio alguno, con tal que sereparen los pretiles o bordos de las acequias en los para-jes que lo requieran, particularmente en la acequia quesaliendo de Santo Toms ha de circundar toda la pobla-cin; pues las nivelaciones que he practicado reciente-mente, a lo largo de la Canal de Mexicalcingo me handado a conocer que sin que retrocedan mucho sus aguascuando se represen, bastar levantar su nivel la cantidadde un solo pie en Jamaica, que apenas dista mil varas deSanto Toms, para que en este ltimo sitio suba a la de dospies: teniendo observado que el descenso de esta agua,o la inclinacin de alveo por donde corren, es de una pul-gada y dos lneas prximamente en cada cien varas. Peroaunque las aguas con motivo de alguna creciente, o ave-nida, suban a la altura de media vara en jamaica, comoefectivamente sucede, no por esta razn se experimentaperjuicio alguno en esta Capital, luego menos se experi-mentar cuando por medio de la compuerta se haga subira la altura de una cuarta; cantidad suficiente para produ-cir el efecto que se desea, pues en este caso llegar a su-bir media vara en Santo Toms.

    El proyecto de estas obras, ni el de los empedradosde esta Capital, nada tiene de comn ni remotamente,con el de precaver a Mxico contra las inundaciones loque en manera alguna se obscurece esto a la penetra-

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  • cin de Vuestra Excelencia ms algunos sujetos movidosa la verdad del celo del bien pblico, lo reprueban,parendoles que las zanjas que se tratan de abrir en lamediana de las Calles, puedan ser causa para acele-rar los efectos de una inundacin, introducindose porellas las aguas de la Laguna cuando sta reciba mayorincremento con las lluvias, he juzgado que la benigni-dad de Vuestra Excelencia no llevar a mal el que eneste papel procure disipar sus recelos con las siguientesrazones.

    El piso o Plano de esta ciudad, es superior al suelode la Laguna de Texcoco, y as no puede verse inun-dada Mxico a menos que las aguas de la Laguna, yAcequia que con ella comunican, no sobrepujen alterreno que hoy da ocupamos.

    Que el Plano de la ciudad sea ms alto que el dela Laguna, no hay quien lo revoque en duda, as loacreditan las nivelaciones. Si lo contrario fuese; comolas aguas en virtud de su gravedad y fluidez, tiran aocupar las partes ms bajas, es indubitable que tendrana la Ciudad perpetuamente inundada.

    Por tanto no es objecin de fundamento el alegar queen algunas partes el fondo de las Acequias se halla muyinferior al suelo de la Laguna por que dichas Acequias,como se abrieron a mano, pudieron y podrn ahondar-se cuanto se quiera, sin que de esta operacin resulte otracosa que el quedar embalsada, y sin corriente aque-lla cantidad de agua que se vaya descubriendo, dondela excavacin se haga ms profunda que el nivel de la La-guna. No por otra razn tienen agua los pozos en tantomayor copia cuanta sea su profundidad; sin exceder unsolo punto del nivel de la Laguna. Si sta crece, crecer

    en aquellos, y si mengua en la primera menguar en lossegundos, comunicndose las aguas por conductos subte-rrneos: pero como por grandes y profundos que sean lospozos nadie hasta aqu ha recelado que por semejantemotivo se inunde su Casa, si infiere tambin que sera untemor vano, y pueril imaginar que las nuevas Acequias ocaos que se abran puedan contribuir en modo alguno ainundar la ciudad aunque se ahondasen mucho lo que noes necesario. Bien lejos de imaginar tal cosa. Cualquieracon mediana reflexin se har cargo que aumentndoseel nmero de Acequias en la Ciudad se aumentar el reci-piente de las aguas que caen del Cielo, las que mientrasestn inferiores al piso de las calles, en manera algunapodrn incomodar al vecindario.

    Tampoco pretendo que en medio de preservar aesta Ciudad de inundaciones sea el de abrir muchasms acequias de las que hoy tiene; porque se muy bienque las aguas del Cielo no pueden ceirse ni ajustarsea determinada medida: lo que nicamente se intentaprobar es, que el mayor nmero de las Zanjas no per-judican en esta parte; aunque por otra puede ser dao-ssima, si se hacen descubiertas por que exhalarnmayor nmero de vapores ptridos sumamente nocivosa la salud; por esta razn si se adoptase el proyecto deabrir las Zanjas que van propuestas en la mediana de lasCalles, y que han de cubrirse con bveda, entonces fue-ra utilsimo en el cegar las ms, que en todos sentidoscruzan la Ciudad, dejando tan solamente aqullas queconduzcan a la navegacin de las canoas.Mxico 7. de junio de 1783.- Miguel ConstanzExcelentsimo Seor Dn. Matas de GlvezAGN, Archivo Histrico de Hacienda, caja 347, leg. 49.

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