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1 HACIA UNA CIUDAD INTERCULTURAL. VISIÓN PANORÁMICA DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS, AFRODESCENDIENTES, RAIZAL Y ROM QUE HABITAN EN EL DISTRITO CAPITAL ALIANZA ENTREPUEBLOS BOGOTÁ, D.C. SEPTIEMBRE DE 2004

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HACIA UNA CIUDAD INTERCULTURAL. VISIÓN PANORÁMICA DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS, AFRODESCENDIENTES, RAIZAL Y ROM QUE HABITAN EN EL

DISTRITO CAPITAL

ALIANZA ENTREPUEBLOS

BOGOTÁ, D.C. SEPTIEMBRE DE 2004

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ÍNDICE HACIA UNA CIUDAD INTERCULTURAL. VISIÓN PANORÁMICA DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS, AFRODESCENDIENTES, RAIZAL Y ROM QUE HABITAN EN EL DISTRITO CAPITAL. 1. INTRODUCCIÓN. 2. PUEBLO MUISCA. 3. PUEBLO KICHWA. 4. PUEBLO INGA. 5. PUEBLO RAIZAL. 6. PUEBLO ROM. 7. PUEBLOS AFRODESCENDIENTES. 8. OTRA PRESENCIA DE PUEBLOS INDÍGENAS. 9. EPÍLOGO POLÍTICO. 10.BIBLIOGRAFÍA. EQUIPO DE TRABAJO ALIANZA ENTREPUEBLOS.

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HACIA UNA CIUDAD INTERCULTURAL.

VISIÓN PANORÁMICA DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS, AFRODESCENDIENTES, RAIZAL Y ROM QUE HABITAN EN EL

DISTRITO CAPITAL* 1. INTRODUCCIÓN: Desde su misma fundación hispánica Bogotá, D.C. --que, valga decirlo, tiene muchos más años de antigüedad de la que enseña la historia oficial si se empieza a contar a partir del primer centro poblado, con características ya urbanas, construido por el pueblo Muisca muchos años antes de la invasión europea-- se ha caracterizado por ser una urbe multicultural como quiera que, además de la población mayoritaria blanca-mestiza, han habitado pueblos de diferente origen étnico y cultural que han realizado inconmensurables aportes a la construcción de una ciudad más humana, justa y sostenible. Sin embargo, hay que decirlo, pese a esta enorme diversidad étnica que enriquece a la ciudad desde sus mismos orígenes, Bogotá, D.C. dista mucho de ser una ciudad intercultural que valore y reconozca el diálogo --mejor sería decir polílogo-- de saberes y conocimientos que portan los distintos pueblos que la habitan y residen en ella. Con el propósito de dar a conocer aspectos importantes acerca de la situación de los pueblos indígenas, afrodescendientes, Raizal y Rom que viven en Bogotá, D.C. a continuación se hará una breve descripción sobre cada uno de ellos. Hay que anotar que para el caso de los pueblos indígenas, se hará énfasis exclusivamente en los pueblos que han logrado mantener, a lo largo de su proceso histórico como habitantes urbanos, un sentido de cohesión comunitaria. En ese contexto, además del pueblo Muisca, que es el pueblo originario de estas tierras, se tendrá en cuenta a los pueblos indígenas que

* En un folleto este artículo apareció publicado Bogotá, D.C., en septiembre de 2004, en desarrollo del Contrato SUB0201240006 suscrito entre la Secretaría de Gobierno Distrital y la Alianza Entrepueblos, realizado en el marco del Proyecto PNUD/COL/02/012. Las opiniones expresadas en la presente publicación son responsabilidad exclusiva de sus autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista ni de la Secretaría de Gobierno de la Alcaldía Mayor de Bogotá, D.C., ni del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Para contactos con la Alianza Entrepueblos se pueden dirigir a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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fortalecieron sus procesos migratorios hacia Bogotá, D.C, principalmente, a partir de la década de los cincuenta del siglo pasado. Desde presencias esporádicas, transitorias y circunstanciales hasta su asentamiento casi definitivo en la ciudad, los pueblos indígenas migrantes atravesaron en términos generales cuatro momentos que es preciso tomar en cuenta. Un primer momento de migraciones esporádicas y eventuales a la ciudad, que se realizaban con el propósito de conseguir ingresos adicionales para satisfacer necesidades puntuales, específicas y coyunturales, pero donde las actividades productivas realizadas en los territorios de origen seguían siendo la base fundamental para la subsistencia. Un segundo momento donde la migración a la ciudad se va volviendo cada vez más indispensable, como quiera que los ingresos obtenidos en la ciudad complementan los que se obtienen en sus territorios de origen a través de las actividades productivas que allí desarrollan. Un tercer momento en donde la presencia en la ciudad se va volviendo cada vez más permanente dado que la fuente de ingresos obtenida en las incursiones a la ciudad son los que fundamentalmente garantizan la subsistencia, debido a que actividades productivas en sus territorios de origen ya no son tan rentables. Un cuarto momento cuando los ingresos indispensables para la subsistencia son obtenidos exclusivamente en la ciudad, su asentamiento en ella viene a ser casi definitivo, aunque sin nunca romper los vínculos simbólicos, rituales y culturales con sus territorios ancestrales. 2. PUEBLO MUISCA: El Muisca es el pueblo originario de lo que hoy se conoce como Bogotá, D.C. Desde los siglos VIII y XI después de nuestra era, muy bien adaptado a las condiciones de la Sabana, ya se encuentran evidencias de poblamiento Muisca, a orillas del río Tunjuelito. Pese a que en el imaginario colectivo de los bogotanos el pueblo Muisca sucumbió totalmente al proceso de invasión y colonización españolas hasta derivar en su extinción total, lo cierto es que, más allá de los estereotipos contenidos en los textos escolares de historia que lo mencionan como parte de un remoto pasado, el pueblo Muisca es una realidad contemporánea de Bogotá, D.C. A través de un largo, complejo y creativo proceso de resistencia cultural el pueblo Muisca ha sobrevivido hasta el día de hoy en diversos lugares de la Sabana. Es así como actualmente en Bogotá, D.C. se pueden apreciar dos comunidades Muiscas, una localizada en jurisdicción de las veredas de San Bernardino y San José en Bosa y otra ubicada de manera dispersa en áreas

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que abarcan La Conejera, La Cantera, El Cerro y la Laguna de Tibabuyes, entre otros sectores de Suba. De la misma manera también se encuentran sendas comunidades Muiscas en los municipios cundinamarqueses de Cota, Chía y Sesquilé. Los procesos casi siempre violentos de disolución de los Resguardos de Bosa y Suba, soportados en la aplicación del artículo 4 de la Ley del 22 de junio de 1850, culminaron apenas en las últimas décadas del siglo XIX --1877 para el caso de el Resguardo El Cerro de Suba y 1886 para el caso del Resguardo de Bosa-- lo que es una evidencia de la férrea oposición que enarbolaron muchos de los comuneros contra la desterritorialización de que estaban siendo víctimas. Sin embargo, hay que destacarlo, la dolosa extinción de estos Resguardos no significó en modo alguno la desaparición del pueblo Muisca, el cual siguió manteniendo latente unos valores identitarios y una conciencia étnica, mimetizándolos estratégicamente bajo el manto de diversas formas y contenidos culturales campesinos y semiurbanos, considerados como mestizos. En la década de los ochenta del siglo XX se presentaron coyunturas favorables para que se activaran las conciencias étnicas de estas comunidades de Bosa y Suba, que posibilitaron que con mayor fuerza y decisión enarbolaran su etnicidad como Muiscas contemporáneos. Fue así como a partir de la ocupación ancestral de un territorio que había sido heredado generación tras generación y trazando la descendencia de las familias que aparecían como miembros de los Resguardos al momento de su disolución --Neuta, Tunjo, Fontiba, Chiguazuque, Fitatá, Tibacuy, Orobajo, Buenhombre, Tiguache, Chipatecua, Chía, Quinchanegua, Garibello, Cobos, Jiménez, Murcia, Caldas, Alonso, Díaz, González, López ... para el caso de Bosa y Bulla, Bajonero, Cabiativa, Piracún, Nivia, Niviayo, Yopasá, Ciata, Cuenca, Mususú, Neuque, Chízaba, Chipo, Quince, Cera, Landecho, Lorenzano, Rico, Ospina, Córdoba, Triviño, Torres... para el caso de Suba-- se consolidaron estas dinámicas de reconstrucción étnica y cultural como partes del pueblo Muisca, que llevaron a la restitución y reinvención de sus autoridades tradicionales, expresadas hoy en día en sus respectivos Cabildos. En 1992 y en 2000, el Cabildo Muisca de Suba y el Cabildo Muisca de Bosa, respectivamente, fueron posesionados ante el Alcalde Mayor de Bogotá, D.C., según lo estipulado por la Ley 89 de 1890, luego de más de una centuria en que lo había dejado de hacer. El Muisqubun, pese ha ser uno de las lenguas indígenas más investigadas y de las que más estudios existen, no se habla desde mediados del siglo XVIII.

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Según las cifras que manejan los respectivos Cabildos, la población Muisca de Bosa es de 1573 personas mientras que la población Muisca de Suba se estima en 5186 personas, para un total en Bogotá, D.C. de 6759 comuneros. 3. PUEBLO KICHWA: La presencia en Bogotá, D.C. del pueblo Kichwa se remonta hacia mediados de la década de los años cuarenta del siglo XX, cuando asomaron a la ciudad los primeros contingentes de pioneros que gestarían uno de los más importantes procesos migratorios transnacionales realizados por un pueblo indígena en el contexto de América Latina. Hay que precisar que en Ecuador, la conocida en el ámbito doméstico como nacionalidad Kichwa, está compuesta por catorce pueblos diferenciados a saber: Otavalo, Quisapincha, Karanki, Natabuela, Kayambi, Kitu Kara, Panzaleo, Chibuleo, Salasaka, Waranka, Purahúa, Sarakuro, todos estos ubicados en la Los Andes, y el Kichwa de la Amazonía. De conformidad con la clasificación antes mencionada, los Kichwa que actualmente se ubican en el Distrito Capital, al ser provenientes en su inmensa mayoría de los cantones de Ibarra, Otavalo, Cotacachi y Atutanqui, de la provincia de Imbabura, sierra ecuatoriana, pertenecen étnicamente al pueblo Otavalo. El pueblo Kichwa – Otavalo, desde épocas prehispánicas y dadas sus habilidades para el comercio y la excelsa producción textil que los identifica, se ha caracterizado por ser un pueblo migrante y con fuertes tendencias a habitar en contextos urbanos, lo que no ha sido obstáculo para que mantenga profundas raíces de pertenencia a su territorio ancestral. La población urbanizada, al igual que aquella vinculada activamente al comercio internacional, mantiene en su mayoría estrechos nexos, reales y/o simbólicos con sus comunidades de origen. Cabe decir también que el pueblo Kichwa – Otavalo ha logrado construir dispositivos culturales para generar fronteras frente al mishu (no Kichwa). En la sierra ecuatoriana los Kichwa – Otavalo se encuentran organizados en comunidades, unas relacionadas con actividades agropecuarias y otras de tejedores y comerciantes. Entre tanto en el Distrito Capital las familias Kichwa – Otavalo se dedican casi exclusivamente a las actividades relacionadas con la manufactura y comercialización de tejidos y toda clase de trabajos artesanales, aunque un número cada vez más significativo tienen como actividad económica el comercio de productos diversos que no tienen ya relación con sus oficios tradicionales. También existen grupos familiares que

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se dedican complementariamente a la difusión y promoción del rico patrimonio musical, por lo que han conformado grupos musicales que realizan importantes giras a nivel nacional e internacional. Como se ha dicho, el pueblo Kichwa – Otavalo tiene una larga tradición de comerciantes. Antiguamente a los mercaderes, que se los denominaba mindaláes, desarrollaban su actividad bajo el control cacical y estaban supeditados al pago de tributos. Si bien los mindaláes constituían una especie de elite, el resto de la población también comercializaba e intercambiaba productos. Una particularidad del Kichwa – Otavalo es la de ser un pueblo de tejedores. Existen varias familias tejedoras que utilizan talleres artesanales, pero últimamente también hay familias que poseen pequeñas fábricas modernas en donde, con destino al mercado nacional e internacional, han introducido fibras sintéticas y diseños no tradicionales, con lo que han conseguido incrementar la productividad. Puede decirse que, hoy por hoy, el pueblo Kichwa – Otavalo ofrece sus productos textiles, así como su música y danza, en casi todos los países del orbe. El pueblo Kichwa – Otavalo ha sido uno de los pueblos indígenas que con mayor éxito ha podido insertarse en los círculos del mercado y adaptarse en los contextos urbanos sin que ello le haya significado dejar de ser considerados como indígenas. Antes, por el contrario, la reafirmación de su patrimonio cultural e intelectual en escenarios diferentes a su territorio tradicional ha sido la clave que le ha permitido configurar una verdadera comunidad ampliada y transnacional. La inmensa mayoría de Kichwa – Otavalo que habitan en Bogotá, D.C., son bilingües, hablan Runa Simi (lengua Kichwa) y Castellano. Hay casi tres generaciones de Kichwa – Otavalo nacidos y criados en Colombia; incluso muchos miembros de estas generaciones han nacido en Bogotá, D.C. Los miembros pertenecientes a otras generaciones más antiguas tienen la doble nacionalidad colombiana y ecuatoriana. El Cabildo Kichwa de Bogotá fue constituido hace algo más de un año y actualmente está a la espera que sus autoridades sean posesionadas por el Alcalde Mayor, tal y como lo dispone el artículo 3 de la Ley 89 de 1890. Por su parte la Organización del Pueblo Kichwa, que confedera a diversas

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organizaciones del país, tiene reconocimiento jurídico otorgado por la Cámara de Comercio de Bogotá, D.C. Los estimativos en el Ecuador acerca de la población Kichwa – Otavalo se calcula en 65.000 personas aproximadamente, aunque este es un dato de carácter meramente indicativo por cuanto al ser un pueblo migrante transnacional calcular su población total es casi imposible. Con base en las personas que han sido censadas, el Cabildo Kichwa de Bogotá y la Organización del Pueblo Kichwa, hablan de aproximadamente 1500 Kichwa – Otavalo en el Distrito Capital. 4. PUEBLO INGA: Lo textos escolares de historia se refieren a los Incas --cuyo complejo civilizatorio denominado Tawaintisuyu (Los Cuatro Lugares del Sol) ocupaba una extensa área que va, a lo largo de Los Andes, desde el norte de Argentina y Chile hasta el sur de Colombia, incorporando regiones significativas de la Amazonía de Ecuador, Perú y Colombia-- como habitantes privilegiados de los museos. Sin embargo, hay que decirlo de una vez, esto no es cierto y actualmente en el Distrito Capital pueden observarse numerosos hombres y mujeres que pertenecen a un pueblo que puede considerarse inequívocamente como directo descendiente de esta civilización: el pueblo Inga. Los Inga, procedentes del Cuzco, centro político-administrativo del Tawaintisuyu, llegaron a lo que hoy es el Valle de Sibundoy en el departamento del Putumayo, en donde a la postre terminaron por asentarse, hacia la misma fecha en que los europeos arribaron a América. Los Inga del Valle de Sibundoy inician su proceso migratorio hacia las grandes ciudades a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, en una diáspora que aún no concluye. Estos flujos migratorios que, con mayor o menor intensidad se han venido dando hasta la actualidad, han llevado a los Inga a habitar diversas ciudades colombianas y de países vecinos como Venezuela, Panamá y Ecuador. Estos procesos migratorios del pueblo Inga --que se presentan casi exclusivamente con los Inga habitantes del Valle de Sibundoy (Putumayo), puesto que los Inga asentados en zonas de bosque húmedo tropical no han migrado-- están asociados estrechamente a las siguientes situaciones. En primer lugar los Inga, durante el esplendor de los Incas, desempeñaron el significativo papel de mitimak, es decir de ser avanzadas diplomáticas y culturales que tenían la especial función de contribuir a la ampliación de las fronteras del Inkario, llegando a acuerdos con otros pueblos indígenas para

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que se confederaran al Tawaintisuyu. Para los Inga fungir como mitimak significó la construcción de unos valores identitarios fundados en una amplia movilidad geográfica. En segundo lugar, históricamente los Inga que habitan el Valle de Sibundoy, lugar que geográfica y ecológicamente configura por excelencia una frontera de confluencia de saberes de distintas tradiciones del conocimiento tanto de Los Andes como de la Amazonía, han construido una bien ganada fama como médicos tradicionales. Este conocimiento profundo que los Inga poseen acerca de plantas, minerales y partes de animales y su relación con procesos medicinales y curativos les ha posibilitado consolidar alternativas de subsistencia diferentes a las actividades agropecuarias. La incursión exitosa de los Inga en los contextos urbanos, como quiera que está asociada a conocimientos y saberes que son inherentes a su patrimonio cultural e intelectual y a su identidad étnica, ha derivado en la necesaria visibilización de sus valores identitarios, así como en la elaboración de redes de curanderismo que los relaciona permanentemente con su territorio ancestral. De esta manera los Inga al llegar a las ciudades no se vieron precisados a ocultar su identidad sino, antes por el contrario, a hacer ostentación de ella y, en esa medida, su relación real o simbólica con su territorio tradicional se convirtió en una clave para su desempeño adecuado como médico tradicional. En tercer lugar, en determinados momentos históricos se perciben aumentos en las oleadas migratorias provenientes del Valle de Sibundoy, originados por coyunturas regionales que inciden negativamente en la territorialidad del pueblo Inga. Aquí como muestras emblemáticas se pueden mencionar: i) el régimen de servidumbre y explotación institucionalizado por la misión capuchina que duró hasta la década de los años setenta del siglo pasado, ii) la declaratoria que como baldíos nacionales hizo, hacia fines de la década de los sesenta del siglo pasado, el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (INCORA) sobre el Valle de Sibundoy, desconociendo los derechos territoriales de los sus habitantes originarios, y iii) los proyectos de desarrollo rural integrado que se principiaron a implementar desde la década de los setenta del siglo pasado por organismos multilaterales que desestructuraron y erosionaron las prácticas tradicionales de producción. Los Inga que viven en el Distrito Capital han logrado desde su asomo a la ciudad configurar una verdadera comunidad a partir de la recreación de alianzas entre diferentes familias y a la construcción de diferentes estrategias para trazar fronteras frente al iurraruna (no Inga).

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En la ciudad los Ingas se dedican principalmente a la elaboración y comercialización de una gran variedad de productos naturales con un propósito terapéutico. Aquí es preciso destacar que al poner al acceso de los sectores populares de la ciudad una medicina natural, efectiva, eficiente, oportuna y barata los Inga están desempeñando una importante labor social como agentes informales de salud, que no ha sido lo suficientemente valorada. En los últimos años algunos Inga han venido ampliando la gama de productos que ofrecen, incorporando otros que poco tienen que ver con su sistema médico tradicional. Ello debido a la crisis por la que atraviesan debido al constante acoso de las autoridades contra los vendedores informales, sean estos estacionarios o ambulantes. El Cabildo Inga de Bogotá se viene posesionando, anual e ininterrumpidamente, ante el Alcalde Mayor de Bogotá, D.C. desde octubre de 1992 cuando fue reconocido oficialmente por la administración distrital. El pueblo Inga de Bogotá fue uno de los pioneros en conseguir el reconocimiento de sus autoridades en contextos urbanos y más allá de su territorio tradicional. La casi totalidad de los Inga de Bogotá son bilingües del Runa Simi y del Castellano. Según los datos que posee el Cabildo Inga de Bogotá la población Inga se aproxima a las 450 personas. 5. PUEBLO RAIZAL: Dado que antes que el pueblo Raizal surgiera y se consolidara en lo que actualmente se conoce como Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina y ningún otro pueblo habitaba este territorio de manera regular y permanente, es legítimo decir que el Raizal es el pueblo originario, nativo, autóctono, aborigen, en otras palabras indígena, de este Archipiélago. El pueblo Raizal es un producto de las dinámicas coloniales, principiadas en 1527, que fundieron y mixturaron a pobladores de origen étnico y geográfico disímil hasta configurar un pueblo nuevo e inédito. Es así como a lo largo de un proceso histórico de algo más de trescientos años de hibridaciones y mestizajes culturales se fue configurando el pueblo Raizal a partir de los descendientes de los primeros pobladores permanentes de las islas que eran puritanos británicos que llegaron a principios del siglo XVII, de los esclavos africanos que dichos colonos trajeron de África y de distintas islas del Caribe, así como de diversos pueblos indígenas istmeños y caribeños. Es por esta razón que el pueblo Raizal es un pueblo indígena afrodescendiente.

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Es preciso anotar que mediante la Real Orden de 1803, ratificada en 1805 por el rey Carlos IV de España, al pueblo Raizal se le otorgó un territorio que comprendía “las islas de San Andrés y aquella porción de la Costa de Mosquitía desde el cabo Gracias a Dios hasta e inclusive el río Chagres”. El territorio tradicional del pueblo Raizal, consiguientemente, no se circunscribe exclusivamente al Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, en Colombia, puesto que abarca amplios sectores de países de Centroamérica y el Caribe anglófonos, tales como Belice, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Barbados, Jamaica, etc. El pueblo Raizal ha tenido que soportar la sistemática fragmentación y atomización de su territorio ancestral, el cual ha venido siendo dividido de manera arbitraria por las artificiosas fronteras internacionales que se han impuesto en la región. Es claro que el pueblo Raizal nunca ha sido consultado ni tenido en cuenta por el Estado colombiano al momento de la fijación de los hitos fronterizos con otros Estados, lo que ha derivado en que numerosas familias hayan quedado separadas físicamente por las fronteras geopolíticas. Es por esta razón que legítimamente el pueblo Raizal, ante el diferendo fronterizo entre Colombia y Nicaragua, el 10 de abril de 2002 haya solicitado formalmente a la Corte de Justicia de La Haya, ser tomado como un tercer actor y como parte del proceso jurídico que está en marcha. La adhesión del pueblo Raizal a la Constitución de Cúcuta de 1822, que dio origen a la Gran Colombia, se realizó mediante un tratado suscrito entre el pueblo Raizal y los ascendientes del Estado colombiano. Mediante este tratado los ascendientes del actual Estado colombiano se comprometieron, en términos actuales, a respetar el derecho a la libredeterminación y a proteger la integridad étnica y cultural del pueblo Raizal. En contraprestación, el pueblo Raizal se comprometió a prestar en la región sus buenos oficios como excelentes y hábiles marineros a la naciente armada y a mantener la soberanía de la Gran Colombia en la región. Este tratado, que tiene connotaciones de un tratado internacional, empezó a ser flagrantemente desconocido por el Estado colombiano a partir de 1953 cuando la dictadura militar instauró el “puerto libre” en el Archipiélago, con el propósito central de “colombianizarlo” a partir, entre otras acciones, de incentivar la inmigración de continentales colombianos (pañas) que desde esa fecha, en numerosos contingentes, no han parado de llegar con la perspectiva de quedarse definitivamente. La inmigración al Archipiélago ha sido de tal magnitud que no sólo el pueblo Raizal ha sido constreñido a espacios territoriales reducidos de las islas, pasando a ser de hecho una minoría en su propio territorio, sino hasta el punto que San Andrés ostenta en la actualidad

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el título de ser la isla oceánica más superpoblada y con mayor densidad de habitantes por kilómetro cuadrado de todo el orbe. Las distintas acciones de “colombianización” del Archipiélago, agenciada por el Estado con mayor énfasis desde 1953 hasta la fecha, son una amenaza seria no solo contra la integridad étnica y cultural y el derecho a la libredeterminación del pueblo Raizal, sino contra los frágiles ecosistemas isleños y marinos que no tienen la capacidad de soportar una población tan voluminosa. En otras palabras la superpoblación de las islas y la consecuente vulneración del patrimonio cultural e intelectual del pueblo Raizal sitúa en alto riesgo la sostenibilidad tanto de la cultura y la sociedad Raizales, como de los ecosistemas que conforman su territorio. Los primeros contingentes de Raizales llegan a Bogotá, D.C. hacia 1953, año en que fue construido, en la isla de San Andrés, el aeropuerto que, al acortar las distancias entre el Archipiélago y el continente, sin duda alguna favoreció la llegada de Raizales a la ciudad. Estos primeros Raizales que llegaron fueron traídos por compañías multinacionales petroleras que los enganchaban tanto por sus conocimientos de inglés, como por su alto nivel educativo, alcanzado ya sea en los colegios regentados por la Iglesia Bautista en el Archipiélago o por los estudios superiores conseguidos en diferentes universidades, principalmente, de los EE.UU. En las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado llegan a Bogotá, D.C., varios Raizales con el propósito de estudiar. Varios de estos Raizales, sin perder los vínculos con su territorio ancestral, fijan su residencia en la ciudad estableciéndose con sus familias. En su gran mayoría los Raizales que viven actualmente en el Distrito Capital son profesionales que por falta de oportunidades en el Archipiélago han tenido que buscar nuevos horizontes en la ciudad. Pese a que muchos llevan varios años de estar radicados en Bogotá, D.C., siempre tienen latente el deseo de retornar definitivamente a su territorio ancestral. Los Raizales que viven en la ciudad ya sea de forma permanente o transitoria, si bien al encontrarse dispersos en la ciudad y al haber --varios de ellos establecido intercambios matrimoniales con personas de distinto origen étnico-- no tienen asentamientos definidos, han venido construyendo una suerte de comunidad Raizal ampliada fundada en los lazos de solidaridad y de apoyo mutuo intraétnicos y en los vínculos que mantienen con su territorio de origen. De cierta manera, puede decirse que las dinámicas organizativas que en el Archipiélago el pueblo Raizal ha desplegado para trascender su situación de colonialismo interno, han conseguido articular a los Raizales que han emigrado.

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La gran mayoría de Raizales son trilingües, como quieran que hablan el Creol, que es su lengua nativa, el Inglés y el Castellano. A principios de la década de los ochenta del siglo pasado se constituyó en la isla de San Andrés la organización étnica denominada The Sons of the Soil Movement (SOS), que ha sido la organización que mayor capacidad de movilización ha tenido en toda la historia y que aportó sustantivamente a la elaboración un discurso étnico para el pueblo Raizal. Si bien esta emblemática organización desapareció a mediados de la década de los años noventa del siglo pasado, las principales organizaciones que actualmente tiene el pueblo Raizal son herederas de esta experiencia organizativa. Entre las principales organizaciones Raizales se pueden mencionar las siguientes: The Ketlënan National Association (KETNA), Archipielago Movement for Ethnic Natives Self Determination (AMEN-SD), Independent Farmers United Association (INFAUNAS)... entre otras. El pueblo Raizal que se encuentra en Bogotá, D.C., actualmente está adelantando una interesante dinámica organizativa en el marco del Proceso Organizativo del Pueblo Raizal Residente en Bogotá. La población Raizal en el Archipiélago se estima en aproximadamente 30.000 personas, incluídas en esta cifra muchos de los Raizales que se encuentran en el continente. En Bogotá, D.C., los estimativos que hace el Proceso Organizativo del Pueblo Raizal Residente en Bogotá es de 300 Raizales. 6. PUEBLO ROM: El Rom es un pueblo originario del norte de la India, que aproximadamente hacia el año mil de nuestra era comenzó una diáspora hacia el Occidente que lo llevó, con el paso del tiempo y dado su ancestral nomadismo, a ubicarse en casi todos los países del planeta. El pueblo Rom posee una zakono, es decir una identidad étnica y cultural propia, que sin ser exhaustivos, se caracteriza por los siguientes aspectos: - “Se es Rom por derecho de nacimiento”, lo que significa que se es Rom por que se pertenece a un grupo étnico. - La larga tradición nómade y su transformación en nuevas formas de itinerancia. Más allá del hecho físico de ir de un lugar a otro, el nomadismo es ante todo un estado mental, esto es, una concepción ante el mundo que se asume como un constante fluir.

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- Idea de un origen común y de una historia compartida, lo que implica una muy sui generis conciencia histórica fundada en una memoria del continuo presente. - Idioma propio, el Romanés o Romaní Shib. Los Rom hablan un idioma noríndico que se encuentra emparentado con muchos idiomas hablados actualmente en la India. - La valoración del grupo de edad y el sexo como principios ordenadores de estatus. - Fuerte cohesión interna y manejo de un complejo sistema de exclusividades frente al no Rom (gadye, plural masculino, gadyo singular masculino). - Organización social basada en la configuración de grupos de parentesco o patrigrupos. - Articulación del sistema social con base en la existencia de linajes patrilineales --llamados vitsi-- dispersos, independientes y autónomos. - Funciones cotidianas de la familia extensa especialmente en lo que a actividades económicas se refiere. - Vigencia de autoridades e instituciones tradicionales, como los Sere Romengue o Jefes de Familia, la Kriss o Tribunal de Sero Rom. - Existencia de una Jurisdicción Especial o derecho consuetudinario, llamado Kriss Romaní o Romaniya. - Respeto a un complejo sistema de valores: una fuerte solidaridad entre los patrigrupos, un intenso apego a la libertad individual y colectiva, un especial sentido de la estética tanto física como artística, una peculiar interpretación de los fenómenos naturales… El pueblo Rom es un solo pueblo, por lo que no es posible hablar de varios pueblos. Más allá de que esté compuesto por subgrupos y vitsi (vitsa, en singular) o linajes o clanes, el pueblo Rom es un único pueblo y como tal debe ser asumido. En Colombia y, consecuentemente en Bogotá, D.C., los patrigrupos familiares pertenecientes étnicamente al pueblo Rom, corresponden a dos subgrupos: i) los Kalderash, que son la inmensa mayoría y ii) los Ludar, mal llamados Boyhás, que son minoritarios. Entre los Kalderash se pueden mencionar como principales, las siguientes vitsi o clanes o linajes: i) Bolochok, ii) Jhánes, iii) Mijhais, iv) Churón, v) Bobokón, vi) Eskeyetsi, vii) Chaiko, viii) Charapano ... Por su parte, entre los Ludar esta diferenciación por vitsi no es muy precisa y es irrelevante. Cabe anotar que el término Ghuso, con que se definen algunos patrigrupos familiares provenientes de Rusia, alude más bien a una Natsia (país de origen de los ancestros) y no a una vitsa. Realmente la vitsa de los Ghuso es Bobokón. Los documentos históricos dan cuenta de la presencia del pueblo Rom en América desde un año tan temprano como 1498, cuando se los ubica como parte de la tripulación del tercer viaje colombino, desempeñando trabajos

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forzados en las galeras. La presencia en Colombia del pueblo Rom se remonta a los primeros años de la época colonial, lo que significa que se encuentra viviendo en el país desde antes de la conformación de la actual República. A lo largo de toda su historia tanto colonial como republicana, Bogotá, D.C., ha contado con una incesante circulación de diversos patrigrupos familiares Rom que la recorrían o la habitaban temporalmente. Desde la primera década del siglo pasado se puede identificar con mayor claridad una presencia más permanente de patrigrupos familiares Rom cuyos descendientes, con el paso de los años, terminan transformando su ancestral itinerancia en una amplia movilidad geográfica que se expresa actualmente en una mayor sedentarización. Los Rom de Bogotá, D.C., viven en una kumpania (kumpeniyi plural) dispersa en las localidades de Puente Aranda, Kennedy y Engativá. La kumpania, de manera sencilla, podría definirse como el conjunto de patrigrupos familiares pertenecientes ya sea a una misma vitsa (o linaje), o a vitsi (plural de vitsa) diferentes que han establecido alianzas entre sí, principalmente, a través de intercambios matrimoniales, y cuya interacción y relaciones endógenas generan, de hecho, una apropiación espacial sobre las cual se construye la jurisdicción de los Sere Romengue (Sero Rom, singular). Cabe destacar que la dimensión espacial que comportan las kumpeniyi no es otra cosa que la apropiación simbólica de los lugares que se habitan y utilizan económicamente, a partir de la producción de un sistema de representaciones y de significación del espacio, que se levanta sobre los territorios de los pueblos sendentarios. La inmensa mayoría de la población Rom que vive en Bogotá, D.C., evidencia elevados índices de pobreza y de Necesidades Básicas Insatisfechas, presentando niveles de vida que se encuentran muy por debajo de los promedios nacionales. En este contexto hay que relevar que esta situación de creciente pauperización ha entrado a incidir negativamente en la identidad cultural del pueblo Rom. A pesar de los significativos reconocimientos jurídicos que sobre la existencia del pueblo Rom ha hecho el Estado colombiano --debido al ingente trabajo desplegado por el Protseso Organizatsiako le Rromane Narodosko Kolombiako / Proceso Organizativo del Pueblo Rom (Gitano) de Colombia, (PROROM)-- los desarrollos legislativos para garantizar sus derechos colectivos y patrimoniales consuetudinarios evidencian pocos avances. En ese sentido llama la atención que el pueblo Rom siga siendo invisibilizado en las políticas públicas y los planes gubernamentales en todos los niveles de gobierno.

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PROROM, que es una asociación de patrigrupos familiares y de autoridades tradicionales del pueblo Rom, en la cual está incluida la kumpania de Bogotá, es la organización representativa y como tal se encuentra reconocida por el Estado colombiano a través de la Resolución No. 022 del 2 de septiembre de 1999 expedida por la Dirección de Etnias del Ministerio del Interior y de Justicia. La población Rom es bilingüe, puesto que hablan Romani Shib, que es su idioma vernáculo, así como el castellano (gadyikanés), aunque son comunes los Rom políglotas que además de estos idiomas hablan inglés, francés, portugués y ruso. La población Rom de Colombia bordea la cifra de las dos mil personas. Según un recientemente censo realizado por PROROM, en la kumpania de Bogotá la población Rom es de 298 personas. 7. PUEBLOS AFRODESCENDIENTES: No hay ninguna duda que la presencia de población afrodescendiente en Bogotá, D.C. es bastante antigua, como quiera que se remonta a la época colonial, dado que numerosos contingentes de gente esclavizada trabajaba ya sea en las haciendas de la sabana de Bogotá o desempeñando oficios domésticos en las casonas de los españoles. Lo que está todavía por resolverse y, consiguientemente, amerita investigaciones etnohistóricas más profundas, es si en el contexto de la ciudad ha habido una continuidad histórica que articule de alguna manera a sectores de la población afrodescendiente de hoy con los núcleos de esta población esclavizada durante le período de la dominación hispánica. Al parecer, todo indica que luego de promulgada, el 21 de mayo de 1851, la “Ley 21 Sobre Libertad de Esclavos”, muchos afrodescendientes prefirieron emigrar a otros lugares del país, preferentemente a orillas del río Magdalena y los pocos afrodescendientes que llegaron a quedarse en la ciudad, con el transcurrir del tiempo, se diluyeron con el resto de la población por cuenta del mestizaje genético y cultural. En todo caso la actual población afrodescendiente que habita en Bogotá se ha configurado casi exclusivamente a partir de migraciones de afrodescendientes provenientes en primer lugar del Chocó Biogeográfico y en segundo lugar de las llanuras del Caribe, en sucesivas oleadas que adquirieron mayor dinamismo a partir de la segunda mitad del siglo XX. Si bien en la primera mitad del siglo pasado se evidencia la llegada de afrodescendientes a

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la ciudad desempeñando una variedad de oficios, es a partir de 1950 cuando se registran las mayores afluencias de afrodescendientes hacia el Distrito Capital. La presencia en Bogotá, D.C., de población afrodescendiente se explica, entonces, a través de las sucesivas oleadas migratorias. Las primeras oleadas originadas por la búsqueda de mejores oportunidades laborales y educativas, y las últimas oleadas ocasionadas por los desplazamientos forzados derivados del conflicto social y armado que vive el país. Es claro que estas distintas oleadas se yuxtaponen y se complementan. A manera de hipótesis se puede plantear que la población afrodescendiente en Bogotá, D.C., presenta dos horizontes. Un horizonte se constituye a partir de personas y su entorno familiar más cercano, que viven aislados de otras familias afrodescendientes de su mismo origen y, consiguientemente, viven inmersos en la cultura blanco-mestiza y en donde no existe un sentido de diferencia y, otro horizonte, compuesto por sectores afrodescendientes que han logrado constituir entornos comunitarios que han posibilitado la recreación de aspectos significativos de su cultura propia. Es en este horizonte, en el cual se están construyendo redes comunitarias de solidaridad, dónde podría hablarse con mayor propiedad de población afrodescendiente con conciencia de grupo étnico. Hay que recalcar que para que la población afrodescendiente sea considerada como “comunidades negras”, es decir para que se le reconozca su etnicidad, la legislación (Ley 70 de 1993 o Ley de Comunidades Negras) indica varios requisitos, que deben tomarse en cuenta: i) ascendencia afrocolombiana, ii) cultura propia que la distinga del resto de la población, iii) conciencia de identidad, y iv) relación campo ciudad, que se traduce en una territorialidad construida a partir de la ocupación y uso colectivo de las tierras y la utilización de unas prácticas tradicionales de producción que imprimen una forma de relacionarse con el entorno. De conformidad con lo anteriormente enunciado es legítimo plantear que no todos los afrodescendientes hacen parte o configuran un grupo étnico o, lo que es lo mismo, la tonalidad de la piel y ciertos rasgos fenotípicos, no son suficientes para que una población sea tenida como perteneciente a un grupo étnico. Los diferentes estudios que se han realizado sobre la población afrodescendiente en Bogotá, D.C. arrojan cifras bastante disímiles. Según la investigación realizada, entre el 2000 y 2001, por el Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nacional de Colombia, “el total de la población

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afrocolombiana de Bogotá llegó a 129.022 personas”. En otro estudio realizado por el CIDSE-IRD-COLCIENCIAS, publicado en el 2001, se señala que entre Bogotá, D.C. y Soacha hay 533.739 afrodescendiente. De otro lado, en un documento del Departamento Nacional de Planeación (DNP), realizado en 1999 en el marco de la formulación del Plan de Desarrollo Nacional de Población Afrocolombiana, se menciona la cifra de 900.717 afrodescendientes en la ciudad. Por su parte, los adalides de las organizaciones afrodescendientes ofrecen estimativos sobre esta población en la ciudad que van desde 1.000.000 hasta 1.200.000 de personas. Si establecer una cifra sobre el peso demográfico de la población afrodescendiente en Bogotá, D.C. es ya de por si bastante difícil, mucho más complicado y polémico será determinar con precisión cuánta de esta población afrodescendiente hace parte realmente de un grupo étnico y cuánta simplemente se distingue del resto de bogotanos por ciertos rasgos fenotípicos, donde la tonalidad de la piel es el más visible y que, en todo caso, han sido victimizados por el racismo y la discriminación racial. De lo arriba mencionado quedan planteados varios interrogantes: ¿cuáles son los elementos que, en el escenario de Bogotá, D.C., configuran la etnicidad de la población afrodescendiente? ¿Si no son suficientes los rasgos fenotípicos ni la situación socioeconómica, entonces cuáles son los indicadores de la etnicidad afrodescendiente en Bogotá, D.C.? No es la pretensión responder aquí a estos interrogantes, pero tomando en cuenta las definiciones contenidas en la Ley 70 de 1993 (Ley de Comunidades Negras), se podrían aventurar a manera meramente indicativa los siguientes elementos que contribuyen a visibilizar y configurar etnicidades afrodescendientes en Bogotá: i) deben escenificarse dinámicas culturales que le den forma y contenido a una comunidad, entendida esta como más allá que el agregado y sumatoria de personas, ii) la población debe provenir de contextos en que ya sea existen tierras colectivas de “comunidades negras” o se presentan contextos similares a los señalados en la Ley 70 de 1993 (Ley de Comunidades Negras), iii) autoidentificación y conciencia de que se hace parte de un grupo étnico afrodescendiente, iv) poseer unos liderazgos visibles y representativos que apunten a la reinvención de instancias de autoridad propias. Es clave comprender que los pueblos afrodescendientes, están transitando por complejos procesos de configuración y reconfiguración étnicas, lo que pone de manifiesto que las identidades están en permanente construcción y definición y, consecuentemente, son inacabadas. A partir de la promulgación de la Constitución de 1991, la etnicidad de numerosos pueblos

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afrodescendientes, sobre todo de aquellos que poseen una territorialidad propia, se vio altamente fortalecida. De otro lado, el conflicto social y armado que se ha escenificado fundamentalmente en los territorios étnicos, ha conseguido desestructurar muchos de estos pueblos afrodescendientes que han tenido que migrar a los contextos urbanos para allí recomenzar sus dinámicas de recomposición étnica. Se pueden mencionar las siguientes organizaciones de pueblos afrodescendientes que realizan o han realizado algún tipo de trabajo en la ciudad: Proceso de Comunidades Negras en Colombia (PCN), Asociación Organización de Comunidades Negras (ORCONE) y el Movimiento por los Derechos de las Comunidades Afrocolombianas de Colombia (CIMARRÓN). 8. OTRA PRESENCIA DE PUEBLOS INDÍGENAS: Es claro que la presencia indígena en el Distrito Capital no se agota con los pueblos Muisca, Inga y Kichwa anteriormente referenciados, sino que abarca también a una importante población indígena, de diverso origen étnico y regional, cuya situación y peso demográfico, dada su dispersión y alta movilidad, es difícil de determinar. Hay que hacer mención la población indígena que se encuentra en la ciudad en situación de desplazamiento a causa del conflicto social y armado que se escenifica en el país y donde los territorios de los pueblos indígenas --y también de los pueblos afrodescendientes-- se han convertido en teatros privilegiados de la guerra. Dentro de la población indígena que se encuentra en la ciudad en situación de desplazamiento cabe destacar por su persistencia en mantenerse visibles la que pertenece étnicamente al pueblo Kankuamo, proveniente de la vertiente suroriental de la Sierra Nevada de Santa Marta. En ese sentido, las aproximadamente 40 familias desplazadas que desde el 2000 han llegado a la ciudad huyendo de las confrontaciones armadas escenificadas en su territorio, demandando de las instituciones nacionales y distritales una adecuada atención a su situación de víctimas de la violencia y articulando estrategias de resistencia a la Organización Indígena Kankuama (OIK) y a las autoridades propias de su territorio, han podido en la diáspora recrear y mantener solidaridades intraétnicas que les ha posibilitado escenarios para el mantenimiento de una verdadera comunidad en el exilio. En el imaginario colectivo de esta población Kankuama está el deseo de retornar en condiciones dignas a su territorio de origen y no el de asentarse definitivamente en la ciudad.

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En esta descripción que se está haciendo se precisa hacer una referencia, así sea marginal, a la población Pijao, originaria del Tolima y en menor medida del Huila, que está ya prácticamente asentada de manera definitiva en la ciudad, viviendo dispersa en varios barrios de la localidad de Usme y que desde hace algo más de un quinquenio se encuentra buscando el reconocimiento como parcialidad indígena ante la Dirección de Etnias del Ministerio del Interior y de Justicia, como paso para inscribir sus autoridades propias --Cabildo Ambika Pijao-- ante la Alcaldía Mayor de Bogotá, D.C. El hecho que esta comunidad no haya sido reconocida formalmente por el Estado colombiano no implica en modo alguno que no exista, ya que se puede trazar perfectamente una continuidad entre las familias Pijao que la configuran y las que se encuentran en los Resguardos del Tolima y Huila. De otro lado, según la Fundación Indígena Jitomagaro que desarrolla un interesante y silencioso trabajo de organización con las mujeres Okaina, Murui, Bora, Tikuna, Yukuna, Miraña, Matapi, Nonuya, Korebaju y Kokama... provenientes de los diferentes departamentos de la Amazonía colombiana, especialmente del Amazonas, la situación de las más de 300 mujeres registradas que viven en Bogotá, D.C., es bastante crítica y alarmante, como quiera que se encuentran subempledas y explotadas laboralmente y viviendo en condiciones bastante precarias. También hay que citar a otro tipo de población indígena que se encuentra en la ciudad sin referencia a una comunidad específica. Aquí se pueden mencionar a los siguientes grupos poblacionales: i) estudiantes, universitarios y de bachillerato, ii) trabajadores, empleados y subempleados, iii) desplazados individuales o en pequeños núcleos familiares, iv) mujeres con sus hijos dedicados a la mendicidad, v) mujeres, madres solteras, dedicadas a la prostitución... En términos generales esta población no se encuentra organizada formalmente lo que dificulta a la administración distrital el diseño de políticas públicas y programas gubernamentales en su favor. En otro orden de ideas, se hace indispensable para completar la visión panorámica que se ha hecho sobre los indígenas urbanos, destacar que el principal problema al que se está enfrentando actualmente la población indígena en las ciudades es la negación, por parte del Estado colombiano, de la identidad étnica de varios pueblos. Ello se traduce en que a través de diferentes actos administrativos la Dirección de Etnias del Ministerio del Interior y de Justicia ha impedido que muchas parcialidades indígenas, que por motivos diversos están en las ciudades desde hace muchos años, inscriban sus Cabildos ante las respectivas alcaldías municipales. Esta postura del Estado colombiano apunta a señalar

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que los indígenas que viven en las ciudades no pueden ser sujetos de derechos colectivos, sino simplemente de derechos de corte individual, con lo que se ha desatado una polémica que apenas principia. 9. EPÍLOGO POLÍTICO: La declaratoria contenida en la Constitución de 1991, en el sentido que el país es multiétnico, pluricultural y polilinguïstico, sólo de manera periférica se ha venido reflejando en la ciudad. Evidencia de ello es que las políticas públicas y programas gubernamentales, definidos e implementados por las sucesivas administraciones distritales, han invisibilizado la presencia y aportes de los pueblos indígenas, afrodescendientes, Raizal y Rom que habitan en la ciudad. Ciertamente las pasadas administraciones distritales de Mockus Sivikas y Peñalosa Londoño realmente hicieron muy poco por reconocer y garantizar, en los Planes de Desarrollo Distrital y en su gestión pública, los derechos colectivos y patrimoniales consuetudinarios de los pueblos indígenas, afrodescendientes, Raizal y Rom que residen en la ciudad. Bajo el presupuesto que todos los habitantes de Bogotá, D.C., son ciudadanos y, consecuentemente iguales, las políticas y programas que caracterizaron sus administraciones tendieron siempre a la homogenización de toda la población y a la negación de particularidades y especificidades étnicas y culturales. Es legítimo deducir, entonces, que en la ciudad proyectada e imaginada por estas administraciones distritales no había lugar para la diversidad étnica y cultural. Afortunadamente todo indica que bajo la actual administración de Garzón el tratamiento que históricamente las administraciones distritales le han venido dando a los pueblos con tradiciones étnicas y culturales diferentes a las del conjunto de la sociedad mayoritaria blanca-mestiza, ha principiado a dar muestras de cambios significativos. Un reflejo de esta nueva situación que se está presentando es la importancia que los pueblos indígenas, afrodescendientes, Raizal y Rom tienen en el Plan de Desarrollo Distrital: ”Bogotá Sin Indiferencia” en donde la interculturalidad es un componente fundamental en su estructuración. Si bien en la actualidad la administración distrital cuenta con muy pocas instancias institucionales para propiciar la concertación con los pueblos indígenas, afrodescendientes, Raizal y Rom, de manera que se los involucre activamente como sujetos en la toma de las decisiones que los afectan, como se ha dicho todo señala que existe voluntad política del actual gobierno distrital para ampliar y profundizar estos escenarios, con la creación de una Subdirección de Asuntos Étnicos, dependiente de la Secretaria de Gobierno,

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desde la cual se aboque de manera unificada y conjunta los asuntos relacionados con los pueblos concernidos. Un somero recorrido por las diferentes instancias que tiene la administración distrital para explorar y efectuar la concertación con los pueblos indígenas, afrodescendientes, Raizal y Rom, muestra el trecho que hay que recorrer para que se visibilicen de mejor manera estos pueblos en el contexto de una ciudad moderna que no destruya su memoria. En el Consejo Territorial de Planeación (CTP) tienen asiento un representante por los pueblos indígenas y dos representantes por los pueblos afrodescendientes, en tanto que no están previstos sendos cupos para los pueblos Raizal y Rom, con lo que se pone de manifiesto una acción discriminatoria contra estos pueblos que deberían, por simetría positiva, tener representación directa y propia. En el Instituto Distrital de Cultura y Turismo (IDCT), en el seno del Consejo Distrital de Cultura (CDC), mediante Decreto, se reglamentó la participación de un representante por los pueblos indígenas, un representante por los pueblos afrodescendientes y un representante por el pueblo Rom, marginándose sin razón alguna al pueblo Raizal. Actualmente los representantes de estos pueblos en el CDC están planteando la creación de una Gerencia Étnica en el IDCT como mecanismo para visibilizar adecuadamente las aportaciones que los pueblos indígenas, afrodescendientes, Raizal y Rom le han hecho al Distrito Capital. En el Departamento Administrativo de Bienestar Social del Distrito (DABS), en el marco del Consejo Distrital de Política Social (CDPS), se reglamentó la participación de un representante por los pueblos indígenas y un representante por los pueblos afrodescendientes, excluyéndose injustificadamente a los pueblos Raizal y Rom. El hecho que se haya marginado a estos dos pueblos del CDPS, pese a que según ha informado el DABS serán “invitados permanentes” a todas las sesiones, puede ser asumido como un acto discriminatorio contra estos pueblos, por lo que es urgente la modificación del Decreto que creó y reglamentó el CDPS para incluir a los pueblos Raizal y Rom en esta instancia bajo las mismas condiciones jurídicas que tienen los pueblos indígenas y afrodescendientes. En el Departamento Administrativo del Medio Ambiente (DAMA), así como en el Instituto Distrital para la Recreación y el Deporte (IDRD), instituciones que abordan temas de interés para los pueblos indígenas, afrodescendientes, Raizal y Rom, no han habilitado hasta la fecha ningún espacio para abordar la relación con estos pueblos.

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De manera informal la Secretaría Distrital de Educación así como la Secretaría Distrital de Salud, habilitaron sendos escenarios para involucrar la participación de algunos de estos pueblos en la definición de ciertas políticas públicas y programas gubernamentales concernientes a educación y salud. Sin embargo, el hecho que estos espacios no cuenten con una reglamentación que los institucionalice, sumado a que en ellos no han participado todos los pueblos concernidos, pese a ser intentos interesantes y que han permitido avances, se han mostrado, a la postre, manifiestamente insuficientes. De otro lado, si bien en lo que atañe al complejo tema de los vendedores informales, tanto ambulantes como estacionarios, que se encuentran ocupando las calles de la ciudad, la actual administración distrital tiene una postura radicalmente distinta a la que aplicaron los gobiernos distritales anteriores, que asumían la llamada recuperación del espacio público como una cuestión de orden público, la situación de los vendedores informales pertenecientes a los pueblos indígenas, afrodescendientes y Rom --el pueblo Raizal no está dedicado en la ciudad a estas actividades-- no ha contado con un tratamiento especial que tenga en cuenta sus identidades étnicas y culturales lo que, para el caso sobre todo de los pueblos Inga, Kichwa y Rom, es altamente preocupante dado que para estos pueblos las actividades comerciales informales han pasado a constituirse en estrategias importantes que les han permitido mantener vigentes valores identitarios fundamentales y recrear sus respectivos sentidos de comunidad. En 1994, bajo la primera administración de Mockus Sivikas, se constituyó la Consultiva Distrital de Comunidades Negras con el propósito central de formalizar un escenario privilegiado de alto nivel para abocar la concertación entre el gobierno distrital y nacional por una parte y los pueblos afrodescendientes del Distrito Capital por la otra, en la perspectiva de abordar las demandas de estos pueblos en el marco de la Ley 70 de 1993 o Ley de Comunidades Negras. Pese a las enormes expectativas que despertó en diversos círculos organizativos e institucionales la conformación de este espacio, bien pronto mostró sus limitaciones y restricciones. En ese sentido, la Consultiva Distrital al no contar con un apoyo permanente del gobierno distrital sumado al hecho de la confluencia compleja y conflictiva de diferentes posturas del liderazgo de los pueblos afrodescendientes de la ciudad, terminó en la total inactividad. La responsabilidad de esta situación, hay que decirlo, no es exclusiva del gobierno distrital sino que a las organizaciones afrodescendientes les cabe

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gran parte de la responsabilidad por cuanto, con algunas excepciones, no lograron reflejar niveles de representatividad significativos. Consiguientemente un desafío que tienen las organizaciones afrodescendientes de la ciudad es proponer la reestructuración profunda de la Consultiva Distrital de Comunidades Negras de manera que se transforme en un verdadero escenario amplio, plural, democrático y representativo, con una gran legitimidad de interlocución. Sin duda alguna la experiencia más interesante de interlocución que se ha dado entre la actual administración distrital y los pueblos indígenas, afrodescendientes, Raizal y Rom, es la Mesa Interétnica, a través de la cual se ha abordado con una visión integral y de conjunto la problemática de estos pueblos. El trabajo de la Mesa Interétnica ha sido significativo, entre otras razones, porque ha logrado centralizar la discusión sobre los temas de preocupación para los pueblos de los que se viene hablando, en un único escenario, con lo que se ha principiado a superar la fragmentación y atomización que supone que estos pueblos, muchos de ellos dispersos y con bajo peso demográfico, tengan que desgastarse en una interlocución a nivel local en donde no consiguen ninguna incidencia. Esta Mesa Interétnica, la cual se ha planteado de composición mixta y bipartita, requiere necesariamente de una formalización que le de vida jurídica para garantizar su efectividad. Finalmente hay que recalcar que los pueblos indígenas, afrodescendientes, Raizal y Rom que viven en Bogotá, D.C. son pueblos altamente vulnerables. Esta vulnerabilidad está dada no sólo porque estos pueblos, en términos generales, evidencian niveles altos de empobrecimiento y precarización de sus “niveles de vida” sino, sobre todo, porque sobre los respectivos patrimonios culturales e intelectuales de estos pueblos se ciernen graves amenazas que atentan contra la continuidad de sus opciones civilizatorias propias. Sumado a la vulnerabilidad económica y social, estos pueblos tienen una vulnerabilidad étnica y cultural que de no hacerse nada al respecto puede significar la extinción como pueblos. 10. BIBLIOGRAFÍA La bibliografía que a continuación se presenta en modo alguno es exhaustiva y sólo pretende ser indicativa de los trabajos más relevantes que se han hecho sobre los pueblos indígenas, afrodescendientes, Raizal y Rom que viven y sobreviven en el Distrito Capital. PUEBLO MUISCA

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EQUIPO DE TRABAJO ALIANZA ENTREPUEBLOS

REPRESENTACIÓN LEGAL DANIEL ALFREDO GÓMEZ BAHOZ (Pueblo Rom) – Representante Legal Alianza Entrepueblos PROFESIONALES JUANCARLOS GAMBOA MARTÍNEZ – Coordinador Académico. ANTONIA AGREDA (Pueblo Inga) – Profesional. RUBIN ARIEL HUFFINGTON RODRÍGUEZ (Pueblo Raizal) – Profesional. DIANA MARTÍNEZ BOCANEGRA – Profesional. EXPERTOS COMUNITARIOS AGUSTÍN AGREDA (Pueblo Inga) – Experto Comunitario. OSCAR MELO NEUTA (Pueblo Muisca) – Experto Comunitario. LUIS ENRIQUE TUNTAQUIMBA QUINCHE (Pueblo Kichwa) – Experto Comunitario. SANDRO CRISTO GONZÁLEZ (Pueblo Rom) – Experto Comunitario. MARCELA LANDÁZURI BARREIRO (Afrodescendiente) – Experta Comunitaria. JAIRO CASTILLO ANGULO (Afrodescendiente) – Experto Comunitario. JÁDER GÓMEZ (Afrodescendiente) – Experto Comunitario. PERSONAL DE APOYO SAÚL FERNEL MORENO – Profesional de Apoyo KARMEN RAMÍREZ BOSCÁN (Pueblo Wayúu) – Profesional de Apoyo. PATRICIA GAITÁN COPETE – Revisoría Fiscal. ORGANIZACIONES ÉTNICAS DE LA ALIANZA ENTREPUEBLOS En la Alianza Entrepueblos han venido participando, de diversas maneras, las siguientes organizaciones étnicas: Cabildo Inga de Bogotá / Cabildo Muisca de Bosa / Cabildo Muisca de Suba / Cabildo Kichwa de Bogotá / The Ketlënan National Association (KETNA) / Proceso Organizativo del Pueblo Raizal Residente en Bogotá / Protseso Organizatsiako le Rromane Narodosko Kolombiako (PROROM) / Proceso de Comunidades Negras en Colombia (PCN) / Organización del Pueblo Indígena Kichwa (OPIK) / Fundación Indígena Jitomagaro / Fundación Pluricultural Pakari /. REPRESENTANTES ORGANIZACIONES ÉTNICAS FRANCISCO TANDIOY, Gobernador Cabildo Inga de Bogotá. JOSÉ REYNEL NEUTA TUNJO, Gobernador Cabildo Muisca de Bosa. ANTONIO TORRES, Gobernador Cabildo Muisca de Suba. LUIS ENRIQUE TUNTAQUIMBA QUINCHE, Gobernador Cabildo Kichwa de Bogotá.

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JUVENCIO FIDEL GALLARDO CORPUS, Director The Ketlënan National Association, (KETNA). VENECER GÓMEZ FUENTES, Coordinador General, Protseso Organizatsiako le Rromane Narodosko Kolombiako / Proceso Organizativo del Pueblo Rom (Gitano) de Colombia, (PROROM). CARLOS ROSERO, Representante Legal Proceso Organizativo de Comunidades Negras en Colombia, (PCN).