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Los legados de Salvador Allende Los legados de Salvador Allende CLODOMIRO ALMEYDA

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libro de Clodomiro Almeyda sobre Salvador Allende

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Los legados deSalvador AllendeLos legados de

Salvador Allende

CLODOMIRO ALMEYDA

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LOS LEGADOS DE SALVADOR ALLENDEEdición para internetTexto tomado de: Clodomiro Almeyda, OBRAS ESCOGIDAS 1947 –1992. Ediciones Tierra Mía, 2ª edición, 1999, págs. 158 – 171.

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Los legados deSalvador Allende

CLODOMIRO ALMEYDA

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ContenidoIntroducción 5

El legado democrático 10

Su legado unitario 13

Su legado nacional 21

Su legado antiimperialista y agrarista 23

Su legado latinoamericanoe internacionalista 25

Su legado partidario y socialista 27

El legado moral de Allende 30

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IntroducciónResulta imposible intentar identificar y valorar el apor-te de un hombre a la historia, de un actor político ala sociedad en que vivió, sin referirse, al menossumariamente, a la vida del personaje de que trata, asu entronque con el tejido social, y al ambiente políticoy cultural de los cuales se nutrió, nexo que en últimotérmino explica el porqué de su permanencia, más alláde su muerte, a través del mensaje que entrega a suposteridad y de la vigencia de los valores que contri-buyó con su obra y su vida a crear o enfatizar.

Salvador Allende constituye un ejemplo típico delhombre de la clase media intelectual chilena, forjadaen la escuela democrática del Liceo y de la Universidadliberal y progresista, producto de las luchas socialesy políticas del siglo XIX y que tanta influencia ha ejercidoen la conformación ideológica de las clases políticasde Chile en la presente centuria.

Los valores decimonónicos que diseminó por el mundola Revolución Francesa, permearon hegemónicamenteel ambiente cultural de la mesocracia chilena y alimen-taron ideológicamente a los partidos liberales y alradicalismo chileno. En ese clima espiritual se formóSalvador Allende. En su adolescencia, y luego en laUniversidad, experimentó el impacto ideológico del so-cialismo y de la Revolución de Octubre, vivió inten-samente los efectos sociales aleccionadores de la grancrisis de 1929 en nuestra patria, y se insertó, ya enesa época, como estudiante, en el agitado y convulso

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quehacer político de su tiempo, que vio emerger a laefímera, pero penetrante República Socialista de Chiledel 4 de junio de 1932 y cuya estela cristalizó, el añosiguiente, en la creación del Partido Socialista, del cualfue uno de sus fundadores.

En íntimo contacto, desde entonces, con el movimien-to obrero, Allende ayudó desde su Partido a la con-formación, en 1936, del Frente Popular y, muy joven,luego de una primera experiencia parlamentaria, fuerequerido por el Presidente radical Pedro Aguirre Cerda–quien triunfa al frente de aquella alianza política- paraintegrar, en su calidad de médico y militante, uno desus gabinetes como Ministro de Salubridad. Ello lepermitió adentrarse profundamente en la problemáticasocial del pueblo chileno y ser observador participanteen los esfuerzos del gobierno por desarrollar haciaadentro la economía del país, promover su industria-lización bajo la inspiración y estímulo del Estado,ampliar y profundizar la participación democrática delpueblo en los asuntos públicos y mejorar sus condi-ciones de vida, redistribuyendo en su favor el ingresonacional.

Desde esa época pudo Salvador Allende constatar, através de su práctica, cómo el pueblo organizado podíainfluir desde el poder para avanzar hacia superiores ymás justas formas de convivencia colectiva, comoasimismo comprobar las limitaciones que esos avancestienen dentro del modo de producción capitalista y delEstado burgués, y de la necesidad de transformarlosen la dirección del socialismo, si no se quiere que losprocesos reformistas se desvíen y se deformen inte-

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grándose sus logros en la estructura de poder de lasclases dominantes.

Se confundieron pues, muy pronto, en la vida de Allende,los roles de luchador social, de hombre de Estado yde combatiente por el socialismo. Su perspectiva parajuzgar la realidad se enriqueció notablemente, tam-bién, en la medida que como dirigente del Partido Socia-lista, del cual llegó a ser Secretario General en 1943,y como parlamentario durante treinta años, estuvopresente como actor permanente en todos los episodiospolíticos chilenos de la época, sin abandonar nunca lamilitancia partidista y sin dejar tampoco nunca demantener relaciones directas y personales con lo másrepresentativo de las organizaciones populares chile-nas, ya sea en el plano sindical, cultural, profesionalo de las relaciones internacionales.

No fue casualidad que Allende fuera elegido Presidentedel Colegio Médico de Chile, varias veces candidatopresidencial de la izquierda, ascendiera a la Presidenciadel Senado de la República y representara en esos largoscincuenta años de su vida política, a la izquierda, a supartido, al Gobierno y al Parlamento chilenos, en lamás variada gama de torneos y organismos interna-cionales gubernativos o no gubernamentales, culmi-nando su vida política como Presidente de Chile, trassu elección en 1970 como representante de las fuerzasdemocráticas avanzadas, aglutinadas en la UnidadPopular.

Allende no fue un ideólogo. Y si bien su acceso a lapolítica y los parámetros fundamentales que definieron

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su trayectoria pública estuvieron determinados siem-pre por su opción consciente y cada vez más profundapor el socialismo, entendido en los términos del pen-samiento marxista, su quehacer político estuvo siem-pre motivado en la coyuntura por las exigencias con-cretas de la lucha, por las demandas reales y objetivasde los trabajadores y de la sociedad chilena y por laaspiración a ganar siempre más influencia y poder parael pueblo organizado.

Tampoco fue un político puramente pragmático, yaunque siempre quiso y logró intervenir en la coyun-tura, nunca lo hizo perdiendo de vista el objetivo final,sino adecuando su propuesta política a la realidadconcreta, pensando siempre –intuitivamente y conrazón- que el proceso político se da en el terreno delas fuerzas y no en el de las ideas, lo que no significamenospreciar a estas últimas, sino valorarlas en cuantoesclarecen y no en cuanto confunden, en cuantomovilizan y no en cuanto sumen en la perplejidad, enel desconcierto y en el inmovilismo. Siempre tuvo claroque la política era una cuestión de poder y no de tenerla razón. De ahí que muchas veces su aproximacióna las cuestiones políticas divergiera y se distanciara delas políticas ideologizantes, cuya relación con lo con-creto se empobrece y distorsiona, porque no son capacesde captar lo particular, de descubrir en la aparienciala manifestación de lo esencial, y no pueden así,encontrar en la vida y por los caminos de la vida lavía posible para transformarla y convertir, en los hechos,la idea en realidad.

Confieso que en más de una ocasión pensé que el

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innegable sentido de la realidad que percibía en Allen-de, por la vía del pragmatismo, podía conducirlo aposturas oportunistas; pero cuando junto a él y comosu inmediato colaborador en el Gobierno de la UnidadPopular, desde el cargo de Ministro de RelacionesExteriores, estuve en condiciones de vivir y ya no sólosuponer su conducta política, pude también constatary dar fe que Allende en todo momento actuó en fun-ción de su compromiso con el pueblo y el socialismo,rasgo esencial de su personalidad moral y política, querubricó con su muerte en combate, dando con ello unamuestra elocuente e indesmentible de su lealtad a lacausa democrática y socialista que abrazó desde sujuventud y por la que entregó su vida peleando, esedía siniestro del 11 de septiembre de 1973, día queingresará a nuestra historia más por la luz con queel sacrificio de Allende ha contribuido a iluminarla quepor la oscuridad y el oprobio con que quisieronempañarla la traición y la cobardía de un puñado derepugnantes generales vendepatrias.

Diseñada así, en breves palabras, la vida, la experienciay la personalidad política de Allende, intentaremosrecoger de ellas lo esencial, lo vigente, lo que cons-tituye su legado al pueblo de Chile y a la historia, sumensaje a quienes tienen la tarea de reemprender elcamino interrumpido por su muerte, luchando porreencontrar a Chile con sí mismo, para hacer retomarcreativamente a su pueblo la faena de ir reconstruyén-dolo en la dirección del socialismo, en términos –comoacostumbraba decirlo Salvador Allende- de democra-cia, pluralismo y libertad.

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El legado democráticoEn primer lugar, quiero destacar la significación deesta trilogía –democracia, pluralismo y libertad- quetambién, no por casualidad, estaba siempre presenteen el discurso político de Salvador Allende. A travésde esta trilogía se refleja la forma en que se vierte ensu pensamiento y en su obra política, el ingredientedemocrático y libertario de la tradición política repu-blicana de Chile.

Se acostumbra decir, por nuestros adversarios, que laadhesión de la izquierda chilena a los principios de-mocráticos es sólo instrumental, mediatizada y opor-tunista.

Nada más lejos del pensamiento de Allende. Su forma-ción ideológica, su vida y lo que hizo desde la oposicióno desde el Gobierno, acreditan precisamente lo con-trario. La internalización, en su espíritu, del contenidopermanente del humanismo democrático y libertarioinspiró toda su conducta política. Y lo prueban no sólosu palabra reiterada, sino que la gestión misma de sugobierno, donde imperó siempre la más absoluta liber-tad, se respetaron los derechos humanos y donde fueronla Constitución y la ley los parámetros fundamentalesen los que se enmarcó su conducta, hechos todos queadquieren hoy en día especial relevancia, cuando es laexpropiación de la soberanía del pueblo, el atropelloa las libertades y derechos del hombre, y la arbitra-riedad más acusada, el rasgo principal que define a ladictadura represiva militar.

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El mensaje democrático y libertario de Allende cris-taliza valores nacionales, producto de nuestra propiahistoria, expresa una característica señalada del sernacional, de la manera de ser de los chilenos, en queel respeto a la opinión ajena y la tolerancia con losque disienten, le dan sentido pleno al levantamientodel pluralismo como senda y camino para la búsquedade la solución a los problemas sociales y nacionales.

Por eso no es extraño que, acorde con esta orientaciónde su mensaje, todas las fuerzas democráticas que seoponen y resisten a la dictadura coincidan en que elretorno a la democracia, la vigencia de los derechoshumanos –tal como se expresan en la Carta de Nacio-nes Unidas- y el reconocimiento al pluripartidismo sonsupuestos básicos para la reconstrucción de Chile, demanera que en un clima de libertad pueda escogerdespués el pueblo –una vez derrocada la dictadura-,libre y soberanamente, la mejor opción, a su juicio,de las que le ofrezcan las diferentes fuerzas políticasdel país.

En este orden de cosas, el legado de Allende tienetambién una complementaria e indirecta significación.El hecho de que la contrarrevolución haya logradoderribar a su gobierno y él muriera combatiendo contraella, nos enseña también que el proceso de transfor-mación revolucionaria de una sociedad debe ser capazde defenderse, tener la fortaleza necesaria, emergidadel hegemónico apoyo popular y del respaldo de fuer-zas armadas comprometidas con él, como para enfren-tar y vencer a los enemigos, que necesariamente hanintentado e intentarán usar la violencia y sembrar el

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caos y la anarquía para desestabilizar y derrocar a losgobiernos populares y revolucionarios.

El respeto a las derechos humanos y a la ley, el re-conocimiento del pluralismo ideológico y político enla sociedad, no es incompatible, sino complementariocon la existencia de un Estado fuerte, sustentado enla adhesión consciente del pueblo organizado y dotadode las armas necesarias para defender ideológica, políticay materialmente el proceso revolucionario y paraorientar y dirigir a las masas hacia el logro de susambiciosos y difíciles objetivos.

El imperio de la libertad sin el fortalecimiento del poderrevolucionario crea las condiciones no sólo para el éxitode la contrarrevolución, sino también para que éstasuprima esa libertad, expropie la soberanía al puebloy lo someta a la más abyecta de las opresiones, comolo demuestra elocuentemente la experiencia chilena yel trágico fin de Salvador Allende, su principal prota-gonista.

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Su legado unitarioUna de las características que singularizan a la izquier-da chilena, dentro de sus congéneres latinoamericanas,es que desde la gran depresión de los años 30 en adelante–cuando se inicia la época del desarrollo económicohacia adentro-, hasta el presente, ha sido la de haberpredominado siempre en su seno –salvo períodosexcepcionales- las tendencias unitarias, dando origena distintas formas de alianzas políticas entre las clasesmedias y el movimiento obrero, a través de sus partidosmás representativos.

Tanto en los planos social como político e ideológico,las izquierdas chilenas se han comportado en general,durante los últimos cincuenta años, reconociendosiempre en las fuerzas conservadoras a su enemigoprincipal y entendiendo las pugnas entre los partidospopulares como antagonismos secundarios.

La primera cristalización de esta tendencia unitariaprogresivamente prevaleciente la constituyó el FrentePopular, desde 1936 hasta los primeros años cuarenta,que reunió, en una sola coalición política, a radicales,democráticos, socialistas y comunistas, fenómeno in-usitado en América Latina y coetáneo al surgimientoy desarrollo de semejantes Frentes Populares en Fran-cia y España. A esa combinación política sucede, siem-pre en los años cuarenta, la llamada Alianza Demo-crática, con una semejante estructura partidista. En losaños cincuenta, se constituye el Frente del Pueblo –en el que ya los partidos ligados al movimiento obrero

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son hegemónicos y no los representativos de las capasmedias, como en las alianzas anteriores-, el que se vaprogresivamente ampliando y fortaleciendo, se proyec-ta en el Frente de Acción Popular, hasta constituirse,a fines de los años 60, la Unidad Popular, como frenteque comprende ahora a socialistas, comunistas, radi-cales, sectores de izquierda segregados de la Democra-cia Cristiana y los residuos también de izquierda delpopulismo ibañista, que tuvo efímero florecimiento aprincipios de los cincuenta.

Esta tendencia unitaria predominante y que se ha man-tenido, en lo esencial, hasta ahora, atravesando la difícilcoyuntura de la caída del gobierno de la Unidad Po-pular sin fracturas importantes, constituye una valiosaconquista del pueblo chileno, un logro de relevantesignificación en nuestra historia política, y que permi-te, si se sostiene y profundiza, abrigar un responsableoptimismo estratégico en relación al futuro político denuestro país.

Como todas las grandes conquistas populares, la unidadde la izquierda chilena no ha sido fácil alcanzarla. Laspugnas entre socialistas y comunistas, primero, entreradicales y socialistas y entre radicales y comunistas,en ciertos tiempos, y del populismo ibañista contra lospartidos populares tradicionales, pusieron en peligro,en más de una ocasión, la unidad de las fuerzaspopulares. Pero siempre, estas contradicciones tendie-ron a resolverse, en último término, con salidas po-líticas favorables a la unidad.

Sin este fenómeno, no podría comprenderse la perfor-

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mance electoral de la izquierda en las contiendaspresidenciales de 1958 y 1964 y, luego, la victoria deSalvador Allende en 1970.

Durante el medio siglo en que se desarrolló este procesopolítico en la izquierda, en el que siempre la unidadsalió triunfante, el esfuerzo y la presión unitaria deSalvador Allende jugó un papel decisivo. Se puede decirque el mayor aporte de Allende a la historia de su paísy de su pueblo ha sido su determinante contribucióna forjar la unidad esencial de las fuerzas populareschilenas, unidad cuya defensa, consolidación y supe-ración constituyen tarea prioritaria para los demócra-tas y revolucionarios chilenos de hoy y del mañana,como prolongación del quehacer unitario de Allendey como cumplimiento de su principal legado a la historiade Chile. Empresa ésta que no fue fácil, pues el PartidoSocialista nació con una fuerte vocación hegemónica,que lo hacía proclive al aislacionismo y era fuente deun notorio chauvinismo partidario que dificultaba suinserción unitaria en el seno de la izquierda.

Durante los años cincuenta, Salvador Allende fue elarquitecto fundamental en establecer los cimientos delentendimiento y la unidad socialista – comunista, firmepilar que otorga una sólida base de sustentación hastael presente a la unidad de las fuerzas populares chi-lenas. Esta empresa estaba erizada de dificultades. Lasquerellas ideológicas con los comunistas –todavíainfluidos por las prácticas intolerantes del períodostalinista y agravadas por su parte por las fuertesreminiscencias anarquizantes y trotskitizantes en elPartido Socialista-, y por otro lado, la virulenta riva-

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lidad entre ambos partidos por el predominio sindicaly su lucha competitiva por hegemonizar al movimientoobrero, hacían de este intento por favorecer el enten-dimiento socialista – comunista, una tarea ardua ycompleja.

Allende trabajó persistentemente en esta tarea y es obraen gran parte suya el que en Chile –a diferencia delo que ocurre en la mayoría de los países del mundo,con gran daño para las fuerzas progresistas de lahumanidad-, socialistas y comunistas se hayan ido acos-tumbrando a entenderse, conocerse recíprocamente einfluenciarse entre sí, hechos todos que, principalmen-te con vistas al futuro de Chile, tienen una importanciaextraordinaria.

Durante los años sesenta, el empeño de Allende en supolítica perseverante por construir la unidad políticadel pueblo chileno, estuvo marcada en primer lugarpor su esfuerzo por vencer la resistencia sectaria delPartido Socialista para coligarse junto con los comu-nistas y otras fuerzas de izquierda con el Partido Radical,al que se lo identificaba, a mi juicio erróneamente,como expresión transparente de la burguesía produc-tiva nacional, clase social a la cual los socialistas lenegaban, con razón, la condición de componente idó-neo de una coalición de fuerzas democrático – revo-lucionarias. También Allende pudo triunfar en estosempeños y el radicalismo, purgado de sus ingredientesmás conservadores, pasó a ser parte integrante de laUnidad Popular.

En segundo lugar, durante este decenio, Allende fue

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activo promotor y el más entusiasta partidario, de quela izquierda se abriera para recibir en su seno a lossectores avanzados de la Democracia Cristiana quehabían abandonado ese partido, por discrepancias conla orientación de derecha que había asumido durantela segunda parte de la administración del PresidenteFrei. Igualmente se esforzó Allende por ligar a lospartidos tradicionales de izquierda en ese período, conlos remanentes más progresistas de lo que fue elpopulismo ibañista de los años cincuenta y que todavíatenían alguna significación política.

De este modo, puede afirmarse que Salvador Allendefue el constructor fundamental de la unidad de laizquierda chilena, que cristalizó, a fines de los sesenta,en la Unidad Popular y que lo llevó a la victoria enla campaña presidencial de 1970.

Pese a los cambios fundamentales ocurridos en Chiledesde el golpe fascista hasta el presente, y a las ten-dencias disgregadoras que siempre acompañan a losreflujos políticos, los parámetros esenciales para man-tener y desarrollar en el futuro la unidad social y políticadel movimiento popular chileno siguen siempre vigen-tes y cada vez más necesarios.

Durante su gobierno, Allende comprendió –a través dela práctica- que el grado de homogeneidad y de con-cierto de la alianza política que constituía la UnidadPopular, era insuficiente. Vislumbró entonces la posi-bilidad de convertir a esa alianza en un bloque políticocon una conducción única, en el que los diferentespartidos que lo integraban pasaran a constituir seg-

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mentos de este bloque a los que propuso llamar «des-tacamentos», distinguidos por el nombre de la másrelevante personalidad histórica de cada uno de ellos.Los socialistas habrían de denominarse DestacamentoEugenio Matte; los comunistas, Destacamento LuisEmilio Recabarren; los radicales, Destacamento PedroAguirre Cerda; los partidos de origen cristiano, Des-tacamento Rafael Luis Gumucio, y así, los demáspartidos de la Unidad Popular. Intentó dar forma a estainiciativa a propósito de las elecciones parlamentariasde marzo de 1973, logrando que los partidos de izquier-da inscribieran sus candidaturas como partido unidode la Unidad Popular. Pero, desgraciadamente, en aquellaocasión no estaban creadas las condiciones para darese gran salto adelante en el proceso de laprofundización de la unidad política de las fuerzaspopulares chilenas. La Unidad Popular no logró forjaruna conducción única durante el gobierno de Allende,ni homogeneizar su estrategia y táctica políticas. Nisiquiera fue ello posible en el propio Partido Socialista,en cuyo seno surgieron orientaciones políticas contra-dictorias que se neutralizaron recíprocamente entre síy debilitaron su influencia política.

No pudo, nuestra alianza política, entregarle al Pre-sidente Allende –que la reclamaba- una orientaciónúnica, coherente y compartida que hubiera significadodarle mayor eficacia y fuerza a su gestión política, laque, de haberse logrado, habría hecho difícil o impo-sible el éxito de la contrarrevolución.

Pero lo que Allende no logró entonces, profundizar,renovar y superar a la Unidad Popular, con la mira de

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constituir un compacto bloque democrático hacia elsocialismo, sigue siendo la más importante tarea actualdel movimiento popular chileno. Sin ese bloque, con-formado sobre todo a través de la acción común y enel seno del pueblo, descontento y sediento de conduc-ción unitaria y renovada, será difícil derrotar a ladictadura militar, poniendo término a esta fasecontrarrevolucionaria de nuestra historia. Lo más quese podrá lograr, sin esa superior unidad, será un re-torno a la democracia tradicional, formalista y parla-mentaria, lo que está muy lejos de satisfacer la deman-da popular de participación activa y permanente en lacosa política y conducción unitaria en la acción prác-tica. Esta última es, a su vez, condición necesaria paraconquistar la hegemonía ideológica en el seno del pueblopor esa izquierda renovada, disputándoles a las fuerzasconservadoras el control de las conciencias y conductaspolíticas, sin lo cual no es viable pensar en retomarel camino de las transformaciones sociales democrá-tico – revolucionarias que puedan superar el puntomuerto y el empate social que subyace como telón defondo de la situación política chilena, tras la frustra-ción de la etapa democrática formal en lo político ydesarrollista en lo económico, sobredeterminadas porla estructura capitalista, hegemónica en la sociedad.

De ahí por qué recobre relevante actualidad la trayec-toria y el legado unitario de Salvador Allende, en unmomento en que bajo una u otra forma, han idoemergiendo en el campo popular y progresista chileno,al calor de la cultura política del reflujo que siguió ala derrota, tendencias que, so pretexto de renovarlotodo y de cuestionarlo todo, con un marcado tinte de

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diversionismo ideologizante, conducen en la prácticaa introducir y magnificar, en el seno de la izquierda,antagonismos secundarios, en torno a diferentes uto-pías que inspiran a las diversas fuerzas políticas. O entorno a problemas que todavía no ha resuelto nadieen el mundo y a los que sólo la historia, la lucha yla vida darán respuesta definitiva.

Es en el decurso de esa lucha del pueblo chileno,interrelacionada con la de los demás pueblos, dondeestas interrogantes encontrarán respuesta, y no encenáculos académicos alejados de las concretas cues-tiones que inquietan a las masas, en relación a lascuales el papel de la instancia y el pensamiento políticoes convertir su descontento en lucha y su rebeldía difusaen combate organizado. Ésa es la tarea del día, y nootra. Con lo que ya se ha logrado como consenso entretodas las fuerzas democráticas para combatir la dic-tadura y conseguir la transición a la democracia plena,hay más que suficiente como para justificar un que-hacer unitario y avanzar hacia la conformación de unpensamiento y una conducción unificada de las luchaspopulares.

No se comprendería el alcance y la actualidad delmensaje unitario de Allende si no aludiera a lo que essu necesario complemento: el espíritu abierto, amplio,antisectario y antidogmático de Salvador Allende.

Nunca creyó tener «la verdad en el bolsillo», y siempreescuchaba las opiniones que le parecían autorizadas yresponsables. Nunca anatemizó ni descalificó a los que,en el seno del pueblo, pensaban diferente de él y siempre

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Su legado nacionalCuando, de modo folklórico, Allende afirmaba que larevolución chilena debía tener «sabor a empanada yvino tinto», estaba apuntando a la necesidad de enrai-zar al movimiento popular a nuestra historia y sustradiciones, y poder así proyectarlo hacia el futuro. Lavía chilena al socialismo, de la cual hablaba Allende,no debe entenderse como si hubiera creído que nuestrasociedad escapaba a las leyes generales que rigen losprocesos sociales, sino al hecho de que esas leyes semanifiestan en nuestra historia a la manera chilena,de acuerdo con la forma que en nuestro país se hanido dando las constantes de la historia universal y que,como en todas partes, resultan inéditas y expresivas delo particular de las situaciones específicas.

Su valorización del ingrediente democrático en la bús-queda concreta de la revolución chilena, como unelemento siempre presente en la forma como el pueblochileno se ha ido abriendo camino en la sociedad globaly en la historia, resulta ser, así, un componente queno se puede negar o desconocer si se quiere que elmovimiento popular se sustente en las luchas del pasadoy del presente y no aparezca como una irrupcióninusitada, sin relaciones de continuidad con las con-quistas democráticas con que ese movimiento fuepermeando la vida nacional a lo largo de su historia.

No se trata, pues, de que nuestra democracia, supues-tamente a diferencia de otras, esté por encima de lasclases, y de que la pugna entre ellas no sea en nuestro

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país irreconciliable –como lo demuestra la contrarre-volución- contra el gobierno de la Unidad Popular-,sino que en Chile el apoyo y el sustento democráticode las mayorías nacionales es condición para el avancevictorioso del proceso de cambios, el que no puede serimpuesto artificialmente desde arriba, sino que debeedificarse sobre el consenso de las masas populares, suorganización y sus iniciativas.

Este carácter nacional del legado de Allende se mani-fiesta claramente, si recordamos que su apasionadasolidaridad y apoyo a las experiencias de otros pueblos,entre ellos los de América Latina, no implicaban paraél que nosotros tuviéramos que imitar esas experien-cias y diluir nuestra particularidad nacional en lo generalo en lo específico de otras situaciones, sino sólo vertebrarnuestra lucha con la de los otros pueblos del mundo.

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Su legadoantiimperialistay agraristaAllende tenía conciencia de que la brega contra el im-perialismo constituía un rasgo esencial e insoslayablede nuestro proceso de liberación nacional.

Su nombre estará siempre presente en nuestra historiacomo el mandatario bajo cuyo gobierno se naciona-lizaron las empresas de la gran minería del cobre, lallamada «viga maestra» de la economía chilena y nuestroprincipal recurso natural en la época.

No es por casualidad tampoco que se haya denominado«doctrina Allende» a la doctrina expropiatoria de lasriquezas que, en los países dependientes, están bajopropiedad foránea, tomando en cuenta para los efectosde la indemnización, el hecho de que las empresasimperialistas han obtenido, en el pasado, abultadas yexorbitantes utilidades, cuya magnitud hace legítimoel descontar lo que de ellas exceda a las utilidadesnormales, cuando se quiere determinar el precio de laexpropiación.

También Allende comprendía que la emancipación socialde los chilenos, no podía consumarse sin la incorpo-ración activa y participante del campesinado a la vidanacional. De allí su decisión de profundizar el procesode Reforma Agraria, entregándoles a los campesinos la

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tierra para ser trabajada particular o cooperativamente,estimulando al mismo tiempo la organización y laconcientización del campesinado, proceso que alcanzóespecial relevancia durante su gobierno.

De esta forma, la dimensión antiimperialista yantilatifundista, como contenidos sustantivos del pro-grama de la revolución chilena –consigna que ampliossectores del pueblo, a veces, no sienten o no valoranen su urgencia-, se vieron materializadas e impulsaronnuevos esfuerzos y movilizaciones que multiplicaronel compromiso de las masas trabajadoras con el quefue, efectivamente, su gobierno, el más justiciero ypatriótico de la historia de Chile.

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Su legadolatinoamericano einternacionalistaAllende comprendía que la lucha contra el imperialis-mo no era sólo una lucha del pueblo de Chile, sabíaque también lo era de los otros pueblos latinoameri-canos y que era menester plantearse unitariamente, aescala continental, la realización de la gran tareareivindicadora de nuestra soberanía y nuestras rique-zas.

De allí su decidido y resuelto apoyo, desde el comienzo,a la Revolución Cubana, su estímulo a las iniciativasque, en los años sesenta, propiciara el ex –PresidenteCárdenas para organizar un gran movimiento social ynacional y de la emancipación social de nuestrospueblos. De allí su presencia entusiasta en todas lasiniciativas que, desde su fundación, propugnara elPartido Socialista chileno para coordinar las luchas delos partidos afines del continente.

Durante su gobierno, Allende llevó a la práctica esadimensión bolivariana de su pensamiento. Por eso seempeñó en la realización del proyecto integrativo sub-regional del Pacto Andino; de allí también sus esfuer-zos por mejorar nuestras relaciones con los paísesvecinos, las que alcanzaron señalado éxito, e igualmen-te su empeño por anudar, por vez primera, relacionesfraternas y solidarias con México.

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Proyectándose más allá de América Latina, Allende com-prendió la necesidad de ligar a Chile al Movimientode los No Alineados, y de vincularlo a los esfuerzos quelos pueblos del Tercer Mundo realizaban por construirun más justo y nuevo orden económico internacional,inspiración que logró cristalizar con la celebración enChile, de la Tercera Conferencia Internacional para elComercio y el Desarrollo, en la cual su participacióncomo Presidente de Chile fue descollante y decisiva.

Allende comprendió a través de la experiencia y de lacorrecta lectura de la realidad de nuestro tiempo, laverdad y la profundidad del contenido internacionalistadel socialismo. Supo valorar, en consecuencia, la sig-nificación del respaldo que la comunidad de Estadossocialistas entregaba a las luchas liberadoras de lospueblos y la importancia de las transformacionessociales que se llevaban a cabo en su seno, sin adoptartampoco, frente a ellos, una actitud acrítica yobsecuente, que no se avenía ni se aviene con el carácterautónom0o del socialismo chileno ni con su acendradaconvicción de la necesidad que Chile construyera supropia inserción en el movimiento revolucionariomundial.

En este contexto Allende fue un activo luchador porla causa de la paz y no escatimó energías en respaldarcon su actividad y su presencia todas las iniciativasdestinadas a favorecer la distensión y promover eldesarme, convencido como estaba que el conjurar elpeligro de una guerra nuclear -a lo que conducía laagresiva conducta imperialista- era y es uno de losprincipales objetivos de las fuerzas avanzadas y pro-gresistas de la humanidad.

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Su legadopartidario y socialistaSalvador Allende expresó en un torneo partidario,próximo a su asunción a la Presidencia de la República,después de la victoria electoral del 4 de septiembre de1970: «Todo lo que soy se lo debo a mi Partido». Hablabaentonces, el Presidente electo de Chile por la voluntadpopular.

En esas breves, pero significativas palabras se encierratoda una definición de su postura política. Allende noera un caudillo. No era un líder populista. No era unpersonaje mesiánico que se encumbraba al calor de lossentimientos y en la fragilidad de las coyunturas. Allendeera un militante del Partido Socialista, un hombre cuyapersonalidad política se forjó en el seno del puebloorganizado, consciente y en ascenso.

Allende era un hombre de partido. No en el sentidomenguado de la asistencia escrupulosa a las reuniones,por las reuniones; ni en el sentido de la introvertidaconducta del hombre de aparato, para quien el Partidoes un fin en sí mismo y su orgánica un sustitutocaricaturesco de las masas. Muy por el contrario, Allendeera un socialista presente donde había que pelear, fueraante una multitud enfervorizada de huelguistas, fueraen el Congreso Nacional para disputarle la hegemoníaen el debate parlamentario al adversario de clase. Fueraen un torneo internacional donde debía escucharse lapalabra chilena y socialista, fuera en el gabinete de un

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Ministro para exigir con firmeza el respeto por losderechos del pueblo. Fuera estimulando con su con-ducta a los pobladores que se «tomaban» un terrenopara construir allí sus viviendas, fuera ante la Asambleade las Naciones Unidas, para plantear como Presidentede Chile las grandes reivindicaciones nacionales.

Así entendía Allende ser hombre de partido. Noencapsulándose en el seno de los comités ni en losconciliábulos más o menos estériles para discutir paracuestiones accesorias, sino abriéndose al pueblo y yendohacia él, para hacer conciencia, movilizarlo y organi-zarlo. Y en esa apertura hacia los trabajadores chilenosél veía la acción de una idea cristalizada en una or-ganización: el Partido Socialista.

Por eso expresó, dirigiéndose a sus camaradas: «Comomilitante socialista y compañero Presidente de Chile,no puedo pedirles otra cosa a ustedes, mis hermanosen la idea y en la acción, que hagan del Partido uninstrumento duro, firme y acerado, flexible, comba-tiente, con centralismo democrático y auténtica con-ciencia revolucionaria».

Lejos, pues, del pensamiento de Allende, el menospre-cio de la instancia partidaria y el personalismodescontrolado. Desde el gobierno de la Unidad Popularlo que él exigía y reclamaba era orientación y línea,elaborada por la instancia política unitaria para hacerlarealidad desde el poder. Y su principal descontentoprovenía de las insuficiencias de la alianza política quelo llevó al poder, para inspirar y proyectar la accióngubernativa, pues nunca se sintió por encima de los

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partidos, sino que quiso siempre y aspiró a serlo, unlegítimo y consecuente intérprete de las aspiracionespopulares, procesadas por los partidos –que ésa es sumisión- y traducida, luego, en una línea política, la quedebía servirle de faro orientador.

Importante y actual resulta en esta hora remarcar elrol que Allende les asignaba a los partidos políticospopulares, en un momento como el actual en queingenuos espontaneísmos y liquidacionismosdesmovilizantes pretenden cuestionar el papel impres-cindible, necesario y esencial que la instancia políticacumple en el proceso social transformador, como elverdadero sujeto real consciente y eficaz de los cambiosque se quiere producir en la realidad social.

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El legado moralde AllendeNo podía culminar esta evocación al mensaje queAllende entregó a la posteridad, a las generacionesactuales y venideras, sin reparar en la lección moralque deja su compromiso político, sellado por la entregade su sangre en aras de sus ideales, que eran los desu pueblo y de su patria.

¡Cuán gigantesca y distinta aparece su imagen ante lahistoria, si se la compara con la de tantos caudillosy caudillitos, políticos y politiqueros, que han hechodel quehacer público sólo un trampolín para satisfacerambiciones personales o de grupo!

Los chilenos, y en especial los socialistas, nos incli-namos ante su figura histórica, cuyo legado ético, cuyaestela moral es y será motivo de orgullo para quienesfuimos sus camaradas y somos ahora responsables derestaurar y renovar la democracia chilena enrumbándolaen la dirección del socialismo.

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ACLARACION

La presente edición para internet de «Loslegados de Salvador Allende» sólo tiene fi-nes educativo-culturales y no comerciales.Debido a la breve extensión y naturalezade la obra no representa competenciadesleal en cuanto a aprovechamientocrematístico o pecuniario, por lo que estánsalvaguardados plenamente los derechos delautor conforme a ley.

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