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ALTAMIRA, Rafael. Espana y El Programa Americanista

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  • RAFAEL ALTAMIRA

    ESPAA Y EL

    PROGRAMA AMERICANISTA

    EDITORIAL-AMERICA MADRID

    CONCESIONARIA E X C L U S I V A P A R A LA V E N T A :

    S O C I E D A D E S P A O L A D E L I B R E R A FEl

  • EDITORIL-MERie Olrectort R. BLHNeO-POMBON

    PUBLICACIONES:

    I

    Biblioteca Andrs Bello (literatura).

    II

    Biblioteca Ayacucho (historia).

    III

    Biblioteca de Ciencias polticas y sociales.

    IV

    Biblioteca de la Juventud hispano-amercana.

    V

    Biblioteca e obras varias.

    De venta en todas las buenas libreras de Espaa y Amrica.

    Imprenta de Juan Pueyo, Luna, 29; telf. 14-30.Madrid.

  • ESPAA Y EL PROGRAMA AMERICANISTA

  • Publicaciones de la EDITORIL-AMRICA

    BIBLIOTECA DE AUTORES VARIOS

    I.OFRENDA DE ESPAA RUBN DABO, por Valle-Incln, Unamuno, Antonio Machado, Cavia, P-rez de Ayala, Diez-Canedo, Gonzlez Olmedilla, Cansins-Assens, etc, etc.

    ILANDRES GONZLEZ-BLANCO: Escritores representati-vos de Amrica.

    III.RAFAEL ALTAMIRA: Espaa y el programa ameri-canista.

  • RAFAEL ALTAMIRA

    ESPAA Y EL

    PROGRIMA AMERICANISTA

    EDITORIAL-AMERICA MADRID

    CONCKSIONARIA EXCLUSIVA PARA LA VENTA:

    S O C I E D A D E S P A O L A DE LIBRERA FERRAZ, 25

  • NDICE

    Pgim.

    EXPLICACIN PRELIMIAR 7

    PRIMERA PARTE

    EL PROGRAMA

    CAPTULO I.El programa de nuestro america-nismo. 15

    I.Opiniones varias. La oportunidad del momento 15

    II.El elemento emigrante 26 III.El programa de los espaoles de Am-

    rica 35 IV.Comercio y escuelas 45 V.Ctedras espaolas 5' VI.El Archivo de Indias y Amrica 56

    VII.Programa mnimo y urgente 6a CAPTULO ILEl americanismo en las Cortes.. . . 69 CAPTULO III.rLas "posibilidades" de Espaa.. 81

    I.Noticias y consideraciones generales.... 81 II.Nuevas coyunturas 95 III.Cmo aprovecharlas

    w 1O0

  • 252 INDICE

    PigJMt.

    CAPTULO IV.El idioma 109 CAPTULO V.Los siete competidores 115

    SEGUNDA PARTE

    LO QUE ES ESPAA

    CAPTULO I.El espaol fuera de Espaa 125 CAPTULO II.Espaa nueva y Espaa vieja., . . 133 CAPTULO III.Los elementos de la civilizacin

    y el carcter espaoles 141 CAPTULO IV.La civilizacin espaola 155 CAPTULO V.Optimismo y pesimismo 177

    i - . 177 I I . - 183

    I I I . - 189 CAPTULO VI.Patriotismo espaol. Nuevas for-

    mas. 195 CAPTULO VILProgresos espaoles 207

    I.Una ctedra nueva 207 II.Las bibliotecas populares 212

    III.Educacin obrera 218 IV.La enseanza del Dibujo escolar.Los

    libros escolares y de divulgacin 235 V.Un libro alentador 235 VI.La visita de los acadmicos franceses, 240

    CONCLUSIN 249

  • EXPLICACIN PRELIMINAR

    Tres enemigos principales tiene el hispano-ame-ricanismo en las mismas naciones que se refiere esa corriente ideal y sentimental: el del menospre-cio, el de la negacin de su posibilidad y el del prejuicio contra la Espaa presente y pretrita.

    El primero y el segundo son enemigos genuina-mente espaoles; quiero decir que han nacido y viven entre nosotros mismos.

    El menosprecio, significado en la sonrisa carita-tiva (seguida veces de la vulgar palabra "lata") cuando se discursea discute de esa materia, tiene su origen en el abuso de la retrica vaca, jams acompaada de la accin ni de un verdadero cono-cimiento del problema, con que ha solido tratarse el americanismo durante muchos aos. Aun as, era una injusticia, porque no siempre, ni todos nuestros americanistas, cayeron en ese pecado. Ms injusto y errneo es ahora; pero todava persiste y se de-fiende con la alegacin, que no cabe discutirle, de que an quedan muchos restos de la palabrera in-fecunda que martille en nuestros odos tiempo y tiempo, hasta cansarlos sin provecho alguno.

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    La negacin de la posibilidad actual del hispano-americanismo, aunque tiene algunos partidarios en Amrica (y por eso se enlaza con el prejuicio de que hablare en ltimo trmino), donde ms se le razona y defiende es aqu, sin duda por aquello que dijo Bartrina y se ha repetido tantas veces: "Y si habla mal de Espaa es espaol". El argumento sobre que se basan quienes piensan asi es el de la imposibilidad que Espaa tiene, dicen, de dar nada los pases nuevos de Amrica, y el supuesto de nuestro desprestigio absoluto en aquellos pases. Y no es este un error vulgar y, como quien dice, de gente profana. Algunas personas de las que hablan y escriben acerca de estas cuestiones parecen com-placerse en extremar el hecho (que afirman) de nuestro descrdito en Amrica y de nuestra falta de influencia actual en todos rdenes.

    No me explico ese empeo, basado en un pro-fundo error. Quizs depende, en algunos, del medio especial que frecuentaron en Amrica y de las impre-siones parciales que de l recibieron. Verdadera-mente no bastan cuatro seis meses para conocer un pueblo, mxime si se limita el crculo de los ele-mentos nacionales con quienes se convive. Por eso me han parecido siempre una anticipacin precien-tfica, una superchera, todas esas sentencias fir-mes que respecto de cualquier pas del mundo sue-len dar los viajeros. En Amrica ya conocen esa literatura en lo que se les refiere. Unas veces, se ren de ella; otras, les molesta como una adulacin no buscada ni merecida, bien protestan, como en algn caso reciente lo han hecho peridicos de la Amrica del Sur respecto de juicios deficientes y

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    ligeros que de ciertos pases se han formulado. Creo que el error que vengo refirindome est

    en aquella categora. No es verdad que en Amrica nos desprecien, ni lo es ya (pudo serlo hace aos) que nos desconozcan en mucho de lo que represen-tamos y valemos, tomada en conjunto la opinin de los hombres capaces de tenerla y dotados de la su-ficiente ecuanimidad para no disfrazarla. Ms bien lo que pudiera acusarse en los momentos presentes y en muchas de las repblicas hispano-americanas, es una acentuacin de la tendencia hispanista (i). Lo que s ocurre es que, fuer de pases cultos, no les pasma ni les sorprende, como les podra pasmar y sorprender los negros de Senegambia, ninguna de las manifestaciones de la civilizacin moderna, por muy elevada que sea su significacin espiritual. Los especialistas de aquellas naciones y sus hom-bres de cultura general estn orientados en las ciencias modernas y acogen lo que en este sentido se les transmite con el respeto y la estimacin que en cada caso corresponde, pero sin aspavientos ex-tremosos; y quizs la falta de stos, algunas veces, induce error en cuanto la consideracin general en que se tiene nuestra cultura moderna, cuyas aportaciones, originales concomitantes con el mo-vimiento general de la poca, saben los americanos acoger y utilizar convenientemente.

    Lo nico cierto en este asunto es que existen en Amrica hombres, y veces corrientes de opinin,

    (i) Pruebas de ella las he dado en recientes con-ferencias y se encuentran tambin en escritos modernos de publicistas hispano-americanos.

  • 10 RAFAEL, ALTAMISA

    que, convencidos no de lo que dicen (en algunos casos son boutades y gestos de malhumor, compati-bles con el cario Espaa y hasta con una fuerte influencia de espaolismo), repiten la consabida le-yenda de nuestro atraso y nuestro sentido, viejo y antimodernista, movidos por restos de antiguas animosidades polticas, que por fortuna ya no sien-te la mayora, creen til y hasta patritico despa-olizar Amrica, y para eso necesitan sostener que no servimos para nada en la obra actual de la civi-lizacin espiritual y material. La existencia de esos casos es indudable, y tenerlos en nada sera indis-creto y temerario; pero no son, ni con mucho, ex-presin de opiniones generales y difundidas, hasta el punto de impedirnos toda accin en Amrica y convertir en vana la pretensin del hispano-americanismo .

    El presente libro se ha escrito pensando en esos tres enemigos fundamentales de la corriente ame-ricanista, y tambin en otro, representado por la parsimonia en convertir los programas que se for-mulan y las promesas que se empean, en hechos reales y efectivos.

    Aspiro que el lector salga convencido, despus de leer las pginas que siguen, de que el hispano-americanismo no es una aspiracin romntica y casi ridicula; de que es posible y lo ha demostrado ya con hechos, y de que Espaa tiene, en su vida actual y enla pasada, muchos ttulos para pretender hoy el papel de colaborador digno y til en la obra de civilizacin y humanidad que sus hijas (hoy, en

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    muchos casos y por varios ttulos, sus hermanas) han emprendido en aquellas tierras de Amrica que siguen nutrindose con sangre espaola y hablan, fundamentalmente, el idioma que es signo en todo el mundo de nuestra unidad y de nuestro espritu.

    Por todo esto, el presente libro es un anillo ms en la cadena que aos hace vienen sealando otros mos, fruto de mi constante preocupacin por estos problemas capitales, que no son nicamente espa-oles, sino que transcienden (en buen hora sea di-cho) del campo estrecho de un patriotismo peninsu-lar en todo caso respetable, pero que, felizmente, no es ms que un factor, aunque de primera im-portancia, en la obra comn.

    RAFAEL ALTAMIRA.

    Madrid, 1917.

  • PRIMERA PARTE

    EL PROGRAMA

  • CAPTULO PRIMERO EL PROGRAMA DE NUESTRO AMERICANISMO

    I

    CONDICIN PREVIA. LA OPORTUNIDAD DEL MOMENTO

    Del mismo modo que hasta hoyen que las con-diciones han comenzado modificarsela dificul-tad de comunicacin entre las diferentes repblicas hispano-americanas ( entre muchas de ellas) retra-s el planteamiento de los problemas comunes todas y la formacin de un espritu de solidaridad que propiamente les corresponde y les conviene, dentro del ms general panamericano, la carencia de relacin y de acuerdo entre los diferentes gru-pos de emigrantes espaolestan alejados entre si geogrficamente, en muchos casos, ha retrasado no poco y con dao grave, la visin total de nuestro problema en esos pases y la concentracin de los esfuerzos necesarios para dar resolucin favorable cada una de las cuestiones que lo integran.

    Claro es, quin lo negar?, que en cada rep-

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    blica (por las particularidades de vida que tienen y tambin, veces, por las que diversas circuns-tancias han ido produciendo en los ncleos emi-grantes) se presentan cuestiones especialsimas; pero esto no obsta para la evidente existencia de otras muchas comunes, que es preciso reconocer y afirmar y que, naturalmente, llegarn ms pronto y mejor un trmino satisfactorio si se aunan todas las aspiraciones y todas las energas.

    Ahora bien: es indudable que eso no se conse-guir sin que se produzca antes una intensa y con-tinua comunicacin entre los espaoles de todas las repblicas hispano-americanas. Mientras sigan planteando y gestionando aisladamente sus proble-mas los espaoles de Cuba, de la Argentina, de Mjico, etc., no viendo en cada uno ms que lo particular y no lo genrico, los problemas adelan-tarn poco, lo menos en lo que su resolucin toca Espaa y los espaoles de Amrica. Bien cla-ro es que la misma falta de visin unitaria que abrace la totalidad de los intereses, aspiraciones y circunstancias relativos los diferentes pases his-pano-americanos, constituye una de las causas de infecundidad de los buenos deseos de algunos ame-ricanistas y del retraso con que se comienza plan-tear entre nosotros el programa prctico del ameri-canismo. Slo puede abarcarse ste en unidad si se conocen todas y cada una de sus partes, con lo que tambin se dar cada una el lugar jerrquico que la realidad le concede hoy da. Conocer slo los problemas de un pas ignorar conocer de odas los de los otros, slo habilita para una accin par-cial, y ocioso es decir que la vida y las necesidades

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    de esos y de todos los pases se conocen muy imper-fectamente travs de libros, peridicos y cartas. Por ello he predicado siemprey en ello insisto para que vayamos muchos y mucho las tierras ame-ricanas, en viajes de estudio y de comunicacin per-sonal, pues estoy tan lejos de creer que desde aqu se puede conocer bien lo que nos importa de Am-rica, como de que, para ser conocidos de los hispa-no-americanos, basta que les enviemos libros y pe-ridicos, que se publiquen escritos espaoles en aquellos pases. Todo eso sirve, sin duda, y hace su labor, de gran utilidad y mrito, salvo cuando los escritos son pesimistas faltan al principio pa-tritico qua expondr ms adelante, cosa frecuente, como nadie ignora. Pero, con ser til y meritorio, no basta. Hay que ir all, que hablar con las gentes, que poner al servicio de nuestros ideales el efecto de la presencia personal y que estudiar, en fin, las cosas en vivo.

    Pues eso mismo necesitan hacer los espaoles que viven en Amrica; y para ello el primer paso es relacionarse y conocerse medame el cambio de planes, programas, anhelos y necesidades, y me-diante la difusin en.cada pas de lo que en los de-ms se trabaja por la causa comn. Hora es ya de que no permanezcan extraas las unas las otras ( con escasa relacin, por lo general reflejada desde la Pennsula, lo cual no basta) las colectivi-dades espaolas de las diez y ocho repblicas de Amrica, incluso de los Estados Unidos, en qu tambin las hay, como es notorio.

    Para contribuir esto y dar ejemplo de lo que expongo como necesario, voy examinar en este

    2

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    captulo las recientes manifestaciones americanistas que han publicado peridicos de Buenos Aires: La Nacin, en dos nmeros de Diciembre de 1915, y Diario Espaol, en otras fechas recientes.

    La Nacin ha titulado sus artculos: eEl proble-ma hispano-americano". "Un momento decisivo". Se deben la diligencia, cultura inters por el problema, del redactor de aquel diario D. Fernan-do Ortiz Echage, quien aprovech su estancia en Madrid, en el otoo de 1915, para hablar con algu-nos escritores y polticos y pedirles opinin acerca de las cuestiones especiales que la guerra europea ha planteado en el campo de las relaciones hispa-no-americanas.

    El Sr. Ortiz recogi las respuestas de los seores Labra, Azcrate, Rodrguez San Pedro, Posada, Palacio Valds, Palomo y el autor de este libro. Si hay alguna ms, su publicacin no ha llegado mis manos.

    Considero, ante todo, importante sealar la coin-cidencia (por otra parte, naturalsima) de casi to-dos los seores, mencionados, en puntos capitales del programa. Las divergencias no las he de decir, porque en estas cosas lo que vale es la suma y no la resta: trabajar todos en lo mucho que nos une, sin consentir que nos paralice la accin aquello en que discrepamos, que no suele ser, porio general de consideracin preferente. Lo importante ahora es recoger de todas esas manifestaciones lo prcti-co que contienen, exprimindolas bien para que slo quede eso, y anotar entre las cosas prcticas aquellas que renen la mayora de los sufragios.

    Concedo gran valor, por ejemplo, la coinciden-

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    cia de hombres como Labra y Azcrate en un punto que ya va teniendo atmsfera simptica entre nos-otros, segn lo revelan diversos escritos de diarios importantes, madrileos y barceloneses. Me refiero la transformacin, ampliacin mejoramiento de los centros oficiales de relacin internacional, dife-rencindolos en el sentido americanista, y de los cuerpos diplomtico y consular ese mismo res-pecto.

    El Sr. Azcrate dice: "Otra medida que se impo-ne es la divisin de nuestro cuerpo consular y di-plomtico en dos grupos: uno para Europa y otro para Amrica. Este segundo grupo debera tener una preparacin especialsima, para que su gestin en los pueblos americanos tuviese la eficacia de que hoy carece, por desconocimiento de ambiente y de los intereses espaoles en esos pases."

    El Sr. Labra cree "que procede la reorganiza-cin de nuestro Ministerio de Estado, donde se debe crear una Direccin general de asuntos de Amri-ca. Urge reorganizar las carreras diplomtica y consular que funcionan en el Nuevo Mundo; debe transformarse al estilo italiano nuestro Consejo Su-perior de Emigracin, amplindolo y llevndolo la Presidencia del Consejo de Ministros, donde es-tuvo la Direccin general de Ultramar, y dndole carcter autnomo".

    No copio ms; pero (repitiendo que no son Azc-rate y Labra los nicos que as piensan entre nos-otros) debo aadir que, poco ms menos, so es lo que he recogido siempre de labios dlos es-paoles de Amrica, en mis diferentes viajes. Con-densando esa opinin y mis observaciones, propu-

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    se en 1910 el establecimiento en Madrid de un "Centro Oficial de Relaciones Hispanoamericanas" (pginas 590 596 del libro Mi viaje d Amrica), que no encontr ambiente en las esferas polticas; pero las circunstancias son hoy otras. La opinin ha ido cambiando y progresando en este punto; y como, por otra parte, la creacin del Instituto Di-plomtico y Consular que depende del Ministerio de Estado, ya comienza ofrecer el rgano pro-pioque antes no exista, ni en nuestras Universi-dades ni en otros centros docentespara la espe-cializacin del personal que ha de nutrir esos cuer-pos (en los cuales tambin, por propio y espontneo impulso, se est produciendo una importantsima evolucin), el momento me parece oportuno para lograr el cumplimiento de lo que tantos, interesa-dos y conocedores del problema, apetecen (1).

    Por mi parte, he resumido mi estimacin .de las cuestiones planteadas por el Sr. Ortiz, en los si-guientes trminos:

    "Salvo algn detalle muy tcnico, mercantil de ndole anloga, que slo los especialistas pueden dar, creo que ninguna persona, de las pocas que aqu miran hacia Amrica, se le oculte la importan-cia de las cuestiones sugeridas por la actual situa-cin. En este punto, mucho me engao, todos vamos coincidir, tanto en el sealamiento de lo

    (1) Despus de escrito lo que precede, se ha produ-cido ia reforma en el plan de estudios del Instituto Di-plomtico y Consular. Parte de esa reforma (que es me-jora indudable) est constituida por la creacin de una ctedra de Histoa de Amrica desde la independencia de las colonias inglesas y espaolas.

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    que la situacin misma plantea, como en la fijacin de las cosas que debemos hacer para aprovecharla por algo ms que un inters egosta: por lo que una accin enrgica de nuestra parte, en el orden eco-nmico y en el espiritual, puede contribuir mante-ner la substantividad de eso que llamamos "raza", la que no basta la pura independencia poltica res-pecto de otros estados hijos de la actividad de ra-zas distintas.

    La situacin es clarsima. La guerra europea ha producido en el mercado hispano-americano dos vacos importantes, ms bien tres: el de productos elaborados en las naciones beligerantes, que han cesado disminuido muchsimo en su exportacin; el de capitales que beneficiaban negocios america-nos, y el de lneas de comunicacin con Amrica, reducidas en gran parte por la inmovilizacin de trasatlnticos europeos su aprovechamiento en otros menesteres. nase esto la natural suspen-sin debilitacin de influencias intelectuales siste-mticas que combatan la nuestra, y se tendr el cuadro entero de las posibilidades con que nos brinda el momento actual.

    El cmo aprovecharlas se le ocurre cualquie-ra; pero n es eso lo que importa decir. Ms me-nos, lo hemos dicho repetidas veces los pocos que en e!sto oficiamos de propagandistas por conviccin. Por mi parte, llevo ya algunos aos de predicar so-bre estas cosas en todas las esferas, y algo he con-seguido convertir en hecho dentro de mi campo docente; pero es tan poco! Hay tan gran incom-prensin de la gravedad que el problema americano encierra para nosotros, en los elementos oficiales y

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    en los capitalistas dedicados industrias relaciona-das con la produccin intelectual! Algunos ejemplos recientes podran citarse; pero no se trata de eso ahora.

    Lo que quiero repetir es que el caso no compor-ta ya el exponer en larga parrafada lo que vemos con toda claridad que debiera hacerse; mucho me-nos, perder el tiempo en lirismos que, por ser tales, no siempre responden verdaderos sentimientos convicciones en quien los suelta por la boca. Bien estn las "fiestas de la raza", si se cree que de vez en cuando, y en su propia esfera (muy reducida), sirven para reavivar el sagrado fuego romntico que puede animar la accin; pero no cometamos la inocentada de pensar que con eso basta, ni si-quiera que produce los efectos que de nosotros es-peran los argentinos, los uruguayos, los chilenos, los peruanos, los colombianos, e t c . , y tambin nuestros espaoles de all. Srvanos alguna vez de leccin la benvola sonrisa con que los hispano-americanos acogen los torneos de retrica en que se complacen aqu, con la mejor intencin, sin duda, algunos de nuestros llamados americanistas!

    La cuestin ahora es otra y urgente, y consiste en determinar, de un modo concreto y rpido, qu estamos dispuestos realizar, dentro de lo que efectivamente podemos, para acudir esas varias posi-bilidades antes dichas; y una vez determinado, en que lo realicemos sin demora, puesto que el mo-mento presente es una oportunidad y, como tal, pue-de desaparecer pronto, ya porque sobrevenga la paz en Europa antes de lo que se supone, ya porque los vacos mencionados los llene la enorme actividad

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    de los Estados Unidos, que febrilmente trabaja en ello y que puede llegar barrer, no slo toda posi-bilidad espaola, sino toda posibilidad europea (i). Es cuestin de hacer las cosas bien y de prisa, in-tensificando el esfuerzo, antes de que sea tarde.

    No nos engaemos tocante nuestras propias fuerzas, ni por optimismos, ni por pesimismos. No olvidemos tampoco que, en algunas materias, el me-nos fuerte puede ganar la partida por anticiparse, si adems cuenta con la colaboracin latente de los factores simpticos que proceden de la lengua, la historia, ciertos intereses comunes, etc. Convenga-mos, pues, en que as como luchar con el nico competidor efectivo que ahora se presentalos Es-tados Unidos, en los rdenes de vida econmica que tiene desarrollados potentemente, sera ocioso, hay, en la esfera de nuestras producciones origina-les y de nuestras relaciones genuinas, campo am plio en que operar.

    Pero no lo pensemos mucho tiempo, repito. Ha-blen, , ms bien, avspense y maniobren nuestros productores de materias que tienen en Amrica mercado, pueden tenerlo en sustitucin de otras europeas similares; nuestros capitalistas de depsi-tos y cuentas corrientes (sin inters, por lo comn), que en Amrica hallaran posibilidades de beneficio ahora ms que nunca; nuestros navieros, que si en

    (i) Opiniones muy respetables de personas que co-nocen bien los pases de Amrica y lo que actualmente ocurre all, creen que este temor es infundado. Puede que tengan razn; pero estimo preferible temer un pe-ligro, quizs menor de lo que se presume, que dormirse en una confianza excesiva.

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    la carrera de Sur-Amrica han mejorado las cosas, estn lastimosamente representados en las lneas de Antillas, golfo de Mjico y Estados Unidos (i); nuestros hombres de negocios y nuestros polticos militantes, que pueden convertir en hechos los vita-les proyectos de ferrocarriles para una rpida y c-moda comunicacin del centro de Espaa y la fron-tera francesa con nuestros puertos del Noroeste, y la mejora de estos mismos puertos; nuestros libre-ros editores, que alguna vez han de darse cuenta de lo que pueden ganar all con slo hacer lo que ha-cen franceses y alemanes, y no es ello un arco de iglesia (2); las Universidades y centros docentes superiores, que deben enviar profusamente pensio-nados espaoles los pases hisp'ano-americanos y establecercon regularidad el intercambio de profe-sores y de publicaciones; el Gobierno, que en vez de gastar en nuevas ediciones del Quijote, no tan urgentes que no puedan esperar un poco (y que en ltimo resultado quien toca acometer por su cuen-ta y riesgo es las casas editoriales la Acade-mia Espaola, que tambin lo es), debe aplicar esos recursos sostener y fundar escuelas espaolas en pases donde nuestro idioma pierde terreno se

    (j) Sin dejarse ganar por el natural agobio que pa-dece, Francia, en plena guerra, estudia el estableci-miento de nuevas lneas martimas. Qu ejemplo! (Va-se el artculo de M. Georges Bureau, subsecretario de Estado de la Marina mercante, en el nmero especial de la revista Lectures pour tous, 15 Octubre 1915).

    (2) Me refiero al orden mercantil y especialmente al del crdito; que en cuanto las publicaciones mismas, nuestra superioridad es evidente.

  • ESPAA Y EL PROGRAMA AMERICANISTA 2 5

    encuentra ahogado por el de la nacin en que viven grupos, veces numerossimos, de espaoles, ya que lo importante para el Quijote no son ejempla-res, sino lectores; el Gobierno tambin, y con l las Cortes, que necesitan preocuparse de los tratados de Comercio, de los aranceles, de la emigracin es-paola y de las colonias de espaoles en Amrica; el Ministerio de Instruccin pblica, en fin, que debe atender cuidadosamente uno de los ms fuertes lazos espirituales que con Amrica nos unen: el Ar-chivo de Indias...

    Pero todo eso, para hacerlo, no para repetirlo en palabras una vez ms. El momento presente es de-cisivo para nosotros. En Amrica lo ve todo el mundo. Lo querremos ver aqu y luchar para que no se cierre en nuestro dao, que ya sera defini-tivo?

    Por lo que toca los espaoles residentes en Amrica, de quienes (aunque mi amigo D. Flix Or-tiz parezca ignorarlo) vengo ocupndome hace tiem-po y cuyas cualidades y significacin he ponderado en repetidas ocasiones antes y despus de mi viaje, porque de ello estoy convencido, no me cabe duda de que pueden tambin, en estos momentos, ayudar mucho los propsitos enumerados. Un cierto pro-yecto de lnea martima entre Vigo y Nueva York, de que hablan ahora los peridicos, comienza darme la razn con algo ms que palabras (i).

    (i) Se escriba esto en Octubre de 1915.

  • 26 RAFAEL ALTAM1RA

    II

    EL ELEMENTO EMIGRANTE

    D. Fernando Ortiz ha dedicado el ltimo de los cinco artculos que antes hice referencia, resumir el contenido de las opiniones recogidas que estima verdaderamente til, y exponer la suya propia. Merece su resumen atencin y estudio.

    En primer trmino, dos prrafos de ese artculo, que reproduzco literalmente. El seor Ortiz dice que hay en Espaa dos grupos de americanistas perfectamente distintos por la orientacin de sus ideas. Unosescribe"toman como base firme de su labor la comparacin de las actuales posibilida-des espaolas con relacin al grado de progreso alcanzado por las diferentes repblicas hispano-americanas"; otros "apoyan su campaa, casi ex-clusivamente, en la perduracin de los factores tni-cos, sin tener en cuenta la importancia secundaria que presentan las cuestiones de raza en estos pa-ses nuevos (el Sr. Ortiz se refiere, naturalmente, de un modo particular, los de Sur-Amrica, y sobre todo la Argentina), abiertos todas las actividades humanas y dotados de una facilidad de asimilacin tan grande, que permite fundir en sus enormes cri-soles todos los heterogneos elementos que Europa enva".

    Luego aade, tocando otro aspecto de la cuestin:

  • ESPAA Y EL PROGRAMA AMERICANISTA 2 7

    "Siendo, pues, diferente el punto de partida en que se apoyan unos y otros, deben diferir tambin en los dems; y as vemos que mientras estos englo-ban en el problema hispano americano todos los pases de habla espaola, concediendo igual impor-tancia la Argentina que la ltima Repblica centro-americana, aquellos desligan del problema general los pases que, como el citado especialmen-te y despus Cuba y algn otro, merecen una aten-cin preferentsima por las particulares caracters-ticas que en su incesante progreso presentan para el estudio de la cuestin."

    El Sr. Ortiz tiene razn en lo que dice. Respecto de este ltimo error que seala en algunos de nues-tros americanistas, todos sabemos que procede de la manera terica como abordan el problema, sin ha-ber visitado nunca tierras americanas y aun impro-visndose en estos estudios, que llegan sin pre-paracin alguna desde campos de actividad muy distintos. Pero esto nada importa desde el momento que son una minora y que hay aqu gentes bien orientadas, como el propio articulista reconoce.

    Tambin es cierto lo que dice en punto la jerar-qua econmica y social de las repblicas. Esta consideracin de perspectiva es necesaria tratn-dose de un continente tan inmenso y vario en sus diferentes partes; pero siendo muy verdad, no ex-cluye la existencia de ciertas cuestiones comunes todos los pases de habla espaola, ya en lo que se refiere nuestros emigrantes, ya en lo que toca las relaciones de aqullos con Espaa, su comercio, su espiritualidad, etc. En la distincin de lo comn y lo especial de estos asuntos y en el diferente em-

  • 28 RAFAEL ALTAM1RA

    puje que cada cosa requiere, est el tino que dis-tingue un hombre de gobierno de un simple afi-cionado en cualquier orden de accin nacional.

    Pero an ms interesante que lo dicho es lo que el Sr. Ortiz escribe acerca de los emigrantes espa-oles. Reconoce el redactor de La Nacin que una buena parte de la obra que nos urge realizar en Amrica, corresponde los elementos menciona-dos. "Esos tres millones de espaoles repartidos en el.continente americano constituyen el nico y verdadero lazo de unin entre Espaa y los pases de habla castellana. Ellos representan el nico ele-mento capaz de desarrollar la accin necesaria para que el tpico de la confraternidad hispano america-na se traduzca en hechos reales y concretos, ten-dientes vigorizar nuestro trfico comercial ultra-marino."

    Yo disiento del Sr. Ortiz en estimar como nico lazo de unin nuestros emigrantes; pero s los considero, en muchos respectos, como el ms po-deroso. Por ello, y por otras razones (no menos atendibles aunque sean de distinto gnero), me es-fuerzo desde hace aos por atraer la atencin de los polticos hacia la necesidad de preocuparse de nues-tros emigrantes, satisfacer sus justas aspiraciones y utilizarlos, como utilizan los suyos otros pases de Europa, en algo ms que suscripciones para fiestas calamidades nacionales.

    Pero el Sr. Ortiz fa poco en lo que hagan nues-tros emigrantes. "Esas colectividadesescribe, y me refiero. principalmente la radicada en la Ar-gentina, por ser la nica que conozco, no tienen plena conciencia de sus deberes." juicio del se-

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    or Ortiz, esa falta se evidencia sobre todo en la carencia de cooperacin, de unidad de miras, de sentido orgnico y, en este respecto, propiamente nacional. Es un iluso, dice "quien pretenda que un milln'de espaoles (ese nmero suma nuestra co-lectividad en la Argentina) se unan para realizar una labor comn, por til y patritica que ella sea. Y es que esos hombres, que viven anhelando el en-grandecimiento de Espaa, que prodigan su dinero, penosamente ganado, para la creacin de centros de beneficencia y de fraternidad espaola, y que demuestran en todo momento su hondo amor la patria, son incapaces de organizarse. Nuestra insu-ficiencia de talento organizador se muestra bien palpable en estos pases donde luchan los hombres de todas las razas. Aqu triunfan los espaoles tanto como los alemanes, los franceses, los italianos los ingleses, lo que demuestra que individualmente considerados no somos inferiores los dems pue-blos: Pero cuando se nos compara colectivamente con las dems agrupaciones europeas, acusamos una marcada inferioridad. Surge la agrupacin, y con ella, el desorden, generador del fracaso que anula todos los esfuerzos y vicia las mejores vo-luntades".

    Numerosos, ejemplos dan base firme, sin duda, esta opinin del Sr. Ortiz. Algo que parece haber ocurrido con el reciente folleto del Sr. Lpez de Gomara lo corrobora con hechos bien inmediatos. Pero, es este un mal invencible?

    El mismo Sr. Ortiz cree que no. "Defecto nacio-nal es este y, por lo tanto, puede parecer de difcil remedio; pero tambin lo son la pereza, la indife-

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    rencia, el pesimismo, la falta de convicciones y hasta la de patriotismo, que no se manifiestan en el espaol emigrado. El cambio de ambiente estimula su laboriosidad; la competencia con hombres de otras razas despierta su amor la patria, y, en suma, el espaol trasplantado parece despojarse de esas cualidades inferiores para la lucha por la vida. Por qu, pues, si el espaol emigrado logra deshacerse, al abandonar la patria, de todos esos defectos al parecer innatos, no ha de conseguir tambin crearse un talento organizador tan indis-pensable para alcanzar el xito en estos tiempos de ruda competencia?"

    Con todas las reservas necesarias en punto la afirmacin, la sospecha, de que todos esos defec-tos apuntados sean innatos en nosotros (ya s que mucha gente lo cree, pero no basta creer que una cosa es de cierto modo para que sea as en reali-dad), ni aun que constituyan la caracterstica de la vida espaola presente, estoy conforme con que en punto organizacin, es decir, cooperacin y sen-tido social, hasta ahora nos hemos mostrado infe-riores los dems pueblos europeos.

    No proviene esto de falta de talento (porque el problema lo ven con claridad todos los espaoles), si no de sobra de individualismo, de envidia, de cantonalismo estrecho, de otras pequeneces que aislan nuestros hombres , a lo sumo, los agrupan en pequeas comunidades celosas unas de otras. La falta de subordinacin del individuo un principio superior y el exceso con que domina nuestra vida el deseo de ser antes cabeza de ratn que cola de len, explican en gran parte este hecho.

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    Pero yo no lo creo fatal irremediable. Tampoco el Sr. Ortiz, en fin de cuentas, porque lo cierto es que sobre este punto no formula sentencia firme, sino que deja resquicio para la apelacin.

    Comienza, en efecto, por preguntar (segn ya hemos visto) si como han tenido y diario tienen remedio, en nuestros emigrantes, defectos y errores que en Espaa creemos advertir cada paso (y esto bastara siempre para que nos oprimiesen y suges-tionasen), no podr tener remedio tambin ese que l considera, con todo motivo, como la ms formi-dable dificultad para que los espaoles pesen in-fluyan en la vida americana, con relacin la patria de origen, tanto como pesan influyen otros n-cleos de emigrantes que parecen tener menos mo-tivos para esa ventaja. Yo creo que s, por muchas razones, incluso la fuerza considerable que sobre todo individuo adquiere eso que se llama espritu de los tiempos, cuyos cambios nadie puede detener ni nadie sabe an cientficamente dnde y cmo se fraguan.

    En primer lugar, no es cierto que los espaoles sean incapaces de toda organizacin amplia y su-bordinada un ideal superior al de divertirse y evo-car sostener (artificialmente, muchas veces) regio-nalismos que ni aun en la Pennsula tienen arraigo. El Sr. Ortiz lo reconoce al apuntar la Asociacin Patritica Espaola, la de Beneficencia y los centros pro-creacin de escuelas en Galicia. An podran aadirse, con referencia la misma Argentina, otras asociaciones anlogas; y todo ello es de valor considerable por lo que representa, por lo que rea-liza y por la confianza que infunde. Quizs no se

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    han dado cuenta exacta los espaoleslos de ac, por de contado, de la base firmsima de apoyo que para una accin concertada significan las fuer-tes organizaciones de Beneficencia y socorros mu-tuos en las repblicas sur-americanas.

    Punto es este que quien se precie de poltico en el buen sentido de la palabra, debe estudiar cuida-dosamente. Y si este dato y los que el Sr. Ortiz aduce, se unen los valiossimos que en la misma esfera de la cooperacin y la organizacin de gran-des masas ofrecen, Cuba en primer trmino (y de un modo ciertamente insuperable) y tambin otros puntos de inmigracin espaola en Norte-Amrica, no dudo que el pesimismo inicial quede muy que-brantado con hechos que lo contradicen en el esp-ritu de todo hombre observador y ecunime.

    Lo que ocurre es que hasta ahora, fuera de esos motivos de beneficencia y de saludnuestros admi-rables hospitales de casi toda Amrica, no se ha llamado las colectividades espaolas de all un concierto bajo programa concreto y prctico de acciones que signifiquen el planteamiento de pro-blemas patriticos cuyo campo de resolucin est en Amrica misma y por igual importan todos los emigrados, es decir, que no tienen slo valor y sig-nificacin local. Y eso no se ha hecho, sencillamen-te, porque no se ha podido hacer, porque an no haba llegado su hora.

    Quienes sentan esa necesidad (claro es que los hubo) saban bien que faltaba ambiente sus pala-bras; y aun en el caso en que las predicasen, guar-daban la impresin de que predicaban poco menos que en desierto. No se haba formado an la con-

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    ciencia de los ms, el ideal colectivo, sino en cosas muy escasas y no siempre principales; y por eso prosperaban y florecan los personalismos, las divi-siones, los grupitos, que slo tienen vida donde otras preocupaciones ms altas no embargan el es-pritu .

    Pero los tiempos han cambiado estn cambian-do en todas partes. Lo ocurrido en el Congreso de Confederacin espaola celebrado en Buenos Aires en 1913 es buena prueba de que ya todos los odos estn abiertos la voz de las grandes cuestiones espaolas, y que ahora la propaganda puede hacer-se con seguro xito si se hace con entusiasmo, con persistencia y con estudio de lo mismo que se va propagar, no con generalidades y retricas como las que gastan algunos "americanistas" de aqu y de all. Las circunstancias actuales han abierto los ojos muchos,y el peligro y la conveniencia comn unir la inmensa mayora.

    Cierto que an habr disidentes indisciplinados, ms que por otra cosa, por repetirse lo de la "ca-beza de ratn"; pero si los directores del movi-miento colectivo tienen tacto y serenidad bastantes para no hacer caso de esos egosmos y no distraer fuerzas en discutir con ellos, concluirn por ser ahogados en medio del clamor general dirigido cosas de substancia, que estn por encima de los personalismos. Una de las ms necesarias dotes en quienes gobiernan (lo mismo Estados polticos que rdenes esenciales de la actividad humana), es la de percibir la jerarqua de los individuos y de las agrupaciones en cuanto su fuerza social y al efec-to til de sus embestidas. Por no tener esas dotes,

    3

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    muchos gobernantes y muchos tribunos han cedido ante el primer enano de la venta que les chill al odo. Cuando se conoce bien el terreno que se pisa, ya se sabe quines y qu cosas son de temer y cules no.

    Hay, pues, que emprender la campaa para unir los contingentes espaoles de Amrica alrededor de los asuntos de ndole econmica, intelectual y social que les interesan y que ahora se hallan en un mo-mento de crisis que puede ser favorable perju-dicialsima.

    El ejemplo de la preparacin que en plena guerra hacen otros pases de muchsima menos emigracin que el nuestro, de ninguna, debe ser un fuerte acicate para todos.

    Y la coordinacin puede aspirar ser internacio-nal, es decir, producir acuerdos generales entre las colonias espaolas de todos los pases. Hace seis aos, el Centro Espaol de Mrida de Yucutn, en sesin celebrada para honrarme con su benevo-lencia, llevada hasta el extremo de hacerme su pre-sidente honorario, acord entre otras cosas, "invi-tar todos los centros de los espaoles residentes en Amrica, para que aunen sus esfuerzos los nuestros en el sentido de coadyuvar las patriti-cas conclusiones sustentadas por la ilustre Univer-sidad de Oviedo". Aun sin esta invitacin, los cen-tros todos de los pases que visit apoyaron un-nimemente nuestro programa de confraternidad, de paz y de estimacin mutua. Pero ahora no se trata de aquellas aspiraciones limitadas al campo inte-lectual, ni aun bastan las que expusimos en 1900 ante el Congreso Hispanoamericano que se celebr

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    en Madrid (i), porque con ser tan vitales unas*y otras y estar las ms de ellas incumplidas an, no abrazan la totalidad de los problemas que hoy urge resolver. Hay que unir ese programa de 1900 y de 1909 todas las dems cosas que han ido surgiendo; y por ellas y para ellas, constituirla Unin Fede-racin de las colectividades espaolas de Amrica, comenzando por iniciar una relacin ntima y un cambio de ideas y aspiraciones entre todas. Ese es el camino del verdadero p.Atriotismo; y si la palabra se cree demasiado idealista, de la verdadera conve-niencia.

    EL PROGRAMA DE LOS ESPAOLES DE AMRICA

    Acabo de hablar, en lo que precede, de los espa-oles emigrados las repblicas de Amrica y de lo que significan en cuanto la realizacin de nues-tro americanismo. Insisto acerca del mismo asunto reproduciendo lo que en 5 de Diciembre de 1915 escrib al Sr. D. Justo S. Lpez de Gomara, director de El Diario Espaol, de Buenos Aires:

    "Graciasle decaal celoso inters que por todo lo relacionado con los espaoles de la Argentina tiene nuestro comn amigo Lpez Bago, he podido leer el folleto de usted, Un gran problema espaol en

    (1) Estn publicadas en mi libro Espaa Amrica.

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    Amrica (i), que en la Pennsula ha circulado poco menos que nada. Es de sentir que as haya sido; pero ello obliga ms y ms los que verdadera-mente nos interesamos por estas cosas y estamos moralmente ligados ellas por anteriores trabajos y declaraciones, no permitir que voces como la de usted caigan aqu en el vaco y decir muy alto (incluso para rectificar pesimismos excesivos que ah pueden llegar hasta extremos de injusticia) que en Espaa han de encontrar las cuestiones plantea-das por las peticiones de usted, tan favorablemente acogidas por el Congreso de Confederacin espa-ola de 1913, mayores simpatas de las que el silen-cio mantenido hasta ahora (y claro es que no rom-pen el silencio, para lo que importa, las retricas americanistas al uso entre quienes hablan de me-moria, por plataforma personal, de Amrica) pu-diera suponer.

    No necesito esforzarme en demostrar, creo yo, que soy uno de los que con ms fuerza sienten esas simpatas. No me tengo por nefito en esto, y usted lo sabe bien. Concretamente, respecto de algunos de los puntos que abraza, no slo el "Ar-ticulado prctico" que usted formula, sino tam-bin el texto de su folleto (verbigracia, la "medida especial" pedida en la pgina 33), he manifestado antes de ahora mi parecer conforme con el de us-ted; y alguno de ellos, por la proximidad al campo de accin en que profesionalmente trabajo, ha sido objeto de propaganda especial durante mi excur-sin de 1909-1910. Aludo la creacin de institutos

    (I). Buenos Aires. 1915.

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    y colegios espaoles en Amrica. Usted recordar tal vez que ese fu el tema de mi nica conferencia en el Club Espaol, en Octubre de 1909.

    De la atencin prestada otros puntos antes y despus de aquella excursin, y del criterio funda-mentalmente conforme con el de usted, dan testi-monio diferentes pasajes de Espaa en Amrica y Mi viaje Amrica, y no con declaraciones de va-gas generalidades, sino puntualizando principios y procedimientos de ejecucin.

    Perdone usted que recuerde todas estas cosas personales. No vea en ello (ya s que usted no lo ver) deseo alguno, ni de exhibirme, ni de afirmar prmogenituras. Va encaminado no ms que se-alar, con datos concretos, la concurrencia en la visin de las cuestiones que fundamentalmente im-portan los espaoles, y en su resolucin apeteci-ble, porque creo que en estas cosas (cada da son ms crticas y urgentes) hay que huir de lo general que nada dice y precisar los trminos de la con-formidad. Adems, yo debo aprovechar ocasiones como sta para modificar, con pruebas, el error de algunos compatriotas que han supuesto en m des-atencin los problemas de la colectividad espao-la (por preocuparme slo de otros de relacin con las propiamente americanas), y hasta me colocan en la misma lnea con los que estiman poco nada el factor representado por nuestros emigrantes. Y tampoco hago esto por lo que particularmente me sirva, sino porque cuando un hombre entrega su entusiasmo y su actividad un orden de problemas sociales, tiene la obligacin de robustecer constan-temente su prestigio con relacin ellos, para

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    que de este modo su accin sea ms til y eficaz. Quedamos, pues, en que yo soy un convencido,

    y de primera hora, en todo lo fundamental que el programa de usted y del Congreso de 1913 expre-san. Con el Sr. Vlez, que en el mismo ao de 1913 vino Espaa para gestionar estas cosas, habl re-petidamente de lo que convena hacer y de la poca atencin inters con que entonces fueron acogi-das aquellas proposiciones por quienes debieron patrocinarlas y aun por algunos que alardean de hispano-americanismo, aunque slo de palabra (1).

    Pero ahora ya no puede tratarse simplemente de adhesiones y de afirmaciones de conjunto. Hace es-casamente un mes, requerido por el redactor de La Nacin D. Fernando Ortiz Echage, escrib unas cuartillas encaminadas puntualizar lo que, mi juicio, es preciso hacer desde luego, insistiendo que lo necesario es hacer y no hablar. Digo lo mis-mo en punto las cuestiones que usted toca.

    Bien s que una manera de ese hacery muy necesariaes la propaganda de las ideas. No est formada entre nosotros (muchas veces lo he dicho) aquella opinin pblica, fuerte y bien orientada en materias de americanismo, que es indispensable para un completo xito en cualquier empresa relati-va los ms hondos intereses de la comunidad. Sin duda, puede hacerse mucho desde el Poder, es de-cir, desde el Gobierno y desde la Gaceta, y ya dir luego hasta qu punto; pero toda iniciativa ministe-

    (1) Los trabajos del Congreso se han reunido en un volumen en 4.* de XIV-382 pgs., impreso en 1913 en Buenos Aires con el ttulo de Primer Congreso de Con-federacin Espaola en la Repblica Argentina.

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    rial se anula si no encuentra una base de opinin preparada para entender el alcance de aqulla y dispuesta favorablemente recibirla. Es necesario, pues, como, una parte considerable dla accin, insistir en la propaganda, organizndola, sistemati-zndola intensificndola. El sistema de los grupi-tos peas de aficionados americanistas, de los es-fuerzos individuales y aislados, de las conferencias de ocasin que escucha un reducidisimo grupo de oyentes, ya convencidos de antemano, y de las re-vistas que se publican casi en secreto por que care-cen de medios de empuje para llegar al gran pbli-co interesarle, es el sistema seguido hasta aqu en Espaa, por lo comn y con el natural poco xito. Hay que sustituirlo por un plan de difusin del pro-grama americanista dotado de todos los medios materiales que requiere una campaa de este gne-ro, si aspira terminar en triunfo, y confiado en su ejecucin personas que conozcan verdaderamente cules son las cuestiones importantes y cmo es el medio americano en que se plantean, y que adems las sientan segn corresponde hombres moder-nos, no con el criterio arcaico con que las pudiera sentir un "incondicional" antillano que por milagro de Dios siguiese vivo y tan aferrado sus ideas y prejuicios como en la segunda mitad del siglo xix.

    Pero la gravedad de las circunstancias actuales en punto nuestros problemas de Amrica y la im-portancia que dentro de ellos tienen los que usted anota en su folleto, no permiten aguardar que se forme esa opinin antes aludida, es decir, que d sus frutos naturales la propaganda sistemtica. Es preciso comenzar desde luego remover todos los

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    obstculos que en el orden oficial pueden oponerse al logro de lo apetecido y colocar en la esfera de accin del Gobierno todos los jalones necesarios para recorrer el camino pronto y con toda seguri-dad, sobre terreno firme. Esa misma accin poltica ayudar en gran medida al xito de la propaganda general.

    Claramente se definen en el grupo de conclusio-nes que usted llega, y en todas las dems que ese propsito se han formulado, tres clases de asun-tos: una, de los que puede resolver por s mismo un Gobierno espaol; otra, de los que hay que confiar negociaciones diplomticas, y, por lo tanto, no dependen de una sola voluntad, y la tercera, de los que slo puede resolver la iniciativa privada de las fuerzas sociales, por referirse empresas, nego-cios, acuerdos, etc., del orden econmico intelec-tual, que no cabe mandar desde la Gaceta.

    Respecto de la primera clase, lo fundamental es que un partido poltico fuerte (y gubernamental, por de contado) haga suyo en trminos generales el programa americanista, y dentro de l, ahora, el de nuestra colectividad en la Argentina, con deci-dido propsito de realizarlo desde el Poder, sin va-cilaciones, comenzando por preparar su ejecucin legislativa mediante una serie de estudios tcnicos, encaminados buscar la forma ms fcil para al-canzarla con la menor modificacin posible de las leyes existentes; es decir, procurando plantear los menos problemas que quepa, para evitar resisten-cias incidentales y de flanco, que diramos, y abrir brecha en la inercia actual por la falla que mejor se preste ello. Creo que mucho de lo que debe ha-

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    cerse en este orden se puede hacer sin alarmar nadie, ni tocar cuestiones de fondo, que asustan, ms menos sinceramente, la mayora de los po-lticos.

    Y si no hubiera partido que se decidiese reco-ger nuestro programa, sera cosa de pensar en la creacin de uno de esos grupos parlamentarios que ya se van considerando aqu como posibles y como convenientes para la ejecucin de ciertos planes de gobierno en que pueden coincidir, como en te-rreno comn, hombres de todas las procedencias polticas. La condicin neutral, apoltica, del pro-blema americanista, la he predicado siempre, y creo que importa afirmarla; pero no es obstculo que un partido acoja en su programa de gobierno (es decir, de inmediata ejecucin) ese problema.

    En cuanto la segunda clase de asuntos, ningn Gobierno puede prometer nada que signifique tr-minos precisos de resolucin, porque eso sera an-ticiparse lo que ha de surgir de un acuerdo con otro poder poltico soberano; pero s puede com-prometerse iniciar desde luego las oportunas ges-tiones diplomticas, con nimo de proseguirlas con amor y tenacidad hasta el logro de lo ms que que-pa conseguir dentro de la armona de las relaciones internacionales, ms necesaria y fundamental que en otras, en las hispano-americanas (i).

    La tercera clase de asuntos, no tenemos que pe-dir nadie que la realice. Dependen ellos de la acti-vidad, el convencimiento y hasta el patriotismo de

    (i) Vase lo que acerca de este punto se dice ms adelante, en el cap. VII.

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    todos: capitalistas, navieros, productores, comer-ciantes, profesores, padres de familia interesados en la educacin de sus hijos, espaoles preocupa-dos seriamente por el porvenir de su idioma y de las caractersticas de nuestro espritu y civilizacin. El Estado no tendra, cuando ms, en estas cuestio-nes, que remover (si los hay) obstculos legales, prestar condiciones de derecho para que florezcan las iniciativas privadas; pero stas compete el pri-mero y el ms constante y enigico esfuerzo. Su accin es insustituible por la del Estado por cual-quier otra oficial.

    A sta especie de asuntos corresponde el del Ins-tituto de segunda enseanza que usted preconiza. Instituto, Colegio Centro de enseanza correspon-diente al perodo de cultura general, es indudable que lo necesitamos en todos los sitios donde exista un ncleo de espaoles cuya personalidad tnica interese conservar con toda la pureza posible. Con-sidero tan importante este punto, que pesar de haberlo tocado al comienzo de mi carta, vuelvo ahora tratarlo.

    Lo fundamental en l es que la colonia espaola de cada regin de cada Estado rena elementos y funde el Colegio Instituto, con subvencin sin ella del Gobierno espaol. En esfera modesta, pero ejemplar, algo de este orden se ha hecho, incluso en pases europeos, donde tambin es necesario, y con mayor motivo que en Amrica: v. gr., en Burdeos cuyas escuelas espaolas procur, mientras pude (convencido de lo mucho que nos importan), que subvencionase el Ministerio de Instruccin pblica. Pero aunque esto no seconsiga (y los tiempos no

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    son ciertamente propicios grandes desarrollos en nuestros presupuestos, ni en los de casi ningn pas), los espaoles mismos deben proveer esa necesidad, aunando sus fuerzas en vez de dividirlas por crear muchos pequeos centros de enseanza, que forzosamente (y aunque sea mucho el entusias-mo y grande la abnegacin de los profesores) no pueden rendir el fruto apetecible. Que se ligue el resultado de sus estudios al organismo docente de la madre Patria mediante la colacin de grados por la equivalencia internacional de ttulos, es ya un detalle al que no debe subordinarse el xito de lo principal. Ya se ver lo que sea ms fcil de ob-tener y ms til. Lo primero es tener el Centro do-cente, que para m no es slo el medio de hacer po-sible la utilizacin profesional, en Espaa, de estu-dios hechos y ttulos obtenidos por espaoles en la emigracin, sino, ante todo y sobre todo, el medio de velar por el mantenimiento de nuestro idioma y de nuestro espritu en todas partes. Es esto para nosotros un deber de patriotismo, pero tambin un deber de humanidad, puesto que manteniendo la pureza de nuestra mentalidad y de nuestro carcter en lo que una y otro dependen de la enseanza, nos colocamos en situacin de ofrecer los pueblos en cuya obra de cultura podemos y debemos colabo-rar, lo mejor nuestro, tal como hoy es y como cada da vaya siendo, con sus naturales mejoras y des-arrollos, y no un algo adulterado por mil influencias ajenas que lentamente van destruyendo lo esencial de nuestra manera de ser y hasta nuestra confianza en lo que hemos sido y en lo que podemos ser ma-ana.

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    Candidamente creen algunosy lo dicen y lo qui-sieron traducir en hechos con motivo del Centena-rio de Cervantesque nuestro idioma, y, por tanto, en lo que de ste depende, el sello de nuestra civi-lizacin hispana, se salvarn en el mundo con mul-tiplicar y mejorar las ediciones del Quijote y elevar la escena (no s si como drama como opereta) el argumento de la inmortal obra cervantina; pero claro es que quienes as piensan se equivocan mu-cho, y van gastar intilmente, para el propsito que dicen guiarles, dinero del Estado y de las sus-cripciones pblicas en Espaa y en Amrica. En lo que hay que gastarlo principalmente es en escuelas y colegios espaoles, establecindolos por todas partes. Intil sera multiplicar las ediciones del Qui-jote si no se procura antes formar lectores para ellas, y si se consiente, con el abandono de cosas ms substanciales para la cultura espaola y el espritu de nuestro pueblo, que sus hijos tengan que acudir, en tierras extraas donde son numerosos, centros docentes que no reflejan ni pueden reflejarpor natural imposicin de las cosasel ambiente hispa-no, ni tomarn nunca como base de lectura la obra de Cervantes.

    Ya s que este peligro es mucho menor en las tierras hispano-americanas que lo es en Francia, en los Estados Unidos, en el Canad, en Argelia y en otros pases de habla y civilizacin extraas; pero aun contando con la cordialidad y con las simpatas de muchos pases americanos, que no representan por esto los peligros seguros y graves en otros de Amrica, de Europa y de frica, la necesidad no desaparece, motivndose con otras razones, entre

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    las que figuran en primer trmino la relativa la reeducacin tcnica profesional de nuestros emi-grantes, al cultivo de la pureza de nuestro idioma (ya se preocupan de esto los mismos Estados Uni-dos, en su difusin docente del castellano) y la propaganda constante de nuestra literatura, amena y cientfica, de los tiempos pasados y presentes.

    IV

    COMERCIO Y ESCUELAS

    Volvamos la consideracin de los puntos capi-tales del programa.

    Ya hemos visto cmo en algunos de ellos coinci-den todas las opiniones espaolas.

    La misma coincidencia se nota en cuanto la oportunidad, quizs nica, de intensificar y mejorar nuestras relaciones econmicas con la mayora de las repblicas de Amrica. La condicin substancial para esto, en su parte poltica, estriba en que sea-mos nosotros (es decir, sean nuestros gobiernos) suficientemente dctiles para plegarse las circuns-tancias, en vez de pretender que las circunstancias se plieguen nuestros intereses, mantenidos con displicente rigidez.

    En cuanto la oportunidad, nos ofrece una lec-cin de buen sentido el prrafo siguiente del men-saje que el presidente Wilson ley, comienzos de Diciembre ltimo, ante el Congreso de los Estados

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    Unidos: "Con el objeto de hacer frente estas ne-cesidades apremiantes de nuestro comerciodice y de aprovechar el primer momento de esta, opor-tunidad sin igual de unir las dos Americas con la-zos de inters comn y servicios mutuos, oportuni-dad que quizas no se vuelva d presentar si no la apro-vechamos hoy..." Si eso dice el presidente de los Estados Unidos, no obstante la posicin Ventajos-sima que ese pas ocupa en Amrica, qu diremos nosotros? Por muy modestas que sean nuestras po-sibilidades econmicas comparadas con las de los norteamericanos (pero, muchas pocas, existen y sera locura despreciarlas), la ocasin es la misma para unos y otros. Creo que ya la opinin espao-la se percata de esto y comienza traducirlo en accin.

    En cuanto la ductilidad, baste aducir la siguien-te noticia que tomo de un peridico uruguayo: "El Ministerio de Relaciones Exteriores pasa... una co-municacin del Gobierno norteamericano en la que se solicita que se formulen las observaciones que se crean del caso respecto las modificaciones de leyes norteamericanas que obstaculizan el intercambio comercial* Esto se llama salir al paso de las dificul-tades, y contrasta con el criterio de pedirlo todo los hispano-americanos en vez de adelantarse ofrecerles (como si fueran ellos los que tuvieran ms ventajas en el cambio), que parece ser el de algunos, muy pocos, cada vez menos, americanistas espaoles.

    Pero no quiero insistir en estos puntos. Los he tratado en trabajos especiales recientes, que no soy yo el llamado repetir ni exponer aqu, y adems

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    son, los asuntos que se refieren, de aquellos que si importan todo espaoly naturalmente, mucho los que viven en Amrica, tienen su campo na-tural de eficacia en la Pennsula, que es donde han de resolverse. La opinin de nuestros emigrantes est suficientemente formada este respecto, y sin que se la avive sabe que debe actuar como expre-sin de un testimonio valiossimo que puede con-tribuir la victoria en Espaa, si se deja oir, como tiene derecho, en nuestra Prensa y en nuestras es-feras mercantiles.

    Vengo, pues, tratar otros asuntos que tocan principalmente la vida de nuestras colonias de emigrantes y, en primer trmino, al de los cen-tros de enseanza que sus necesidades de cultura exigen.

    Sobre este punto, la opinin de la casi totalidad de los espaoles es clara y decisiva. Lo he podido observar en mis viajes desde 1909; y la correspon-dencia que con muchos de aqullos mantengo me lo confirma cada paso. La nota discordante de al-guno que cree intil fundar escuelas y poco menos que intil el intercambio de profesores, por que no ve en el problema hispano-americano ms que una cosa, la obtencin de derechos polticos para los emigrantes, se pierde en el estallido del anhelo ge-neral que conoce bien las necesidades y sabe que no se excluyen las unas las otras,.sino que mu-tuamente se necesitan.

    Ese anhelo lo ha expresado recientemente, como ya hemos dicho y comentado, el director de El Diario Espaol de Buenos Aires, D. Justo S. Lpez de Gomara, en su folleto Un gran problema espa-

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    ftol en Amrica, donde, entre las mejoras de ur-gente obtencin para los espaoles de la Argentina, coloca con gran acierto la creacin de un instituto, colegio centro de enseanza cuyos ttulos tengan correspondencia con los de la Pennsula, para que asentre otras cosas - no se produzcan esas con-tinuas dificultades y prdidas de tiempo y trabajo que ahora surgen cada vez que una familia espao-la se repatra viene aqu para pasar una larga temporada.

    Quiero insistir sobre este punto, capital en cual-quier parte donde exista un ncleo de espaoles. Todos los pases de Europa que tienen emigracin y nosotros la tenemos en Europa mismo, verbi-gracia, en Francia, numerossima, se han preocu-pado del problema. Con mucha razn, hace un ao, la Liga Cervantina Universal (que se fund aqu principalmente con ese propsito, no con el de ha-cer la competencia los cervantistas, cuyo camino es muy diferente), se dirigi la opinin hispano-americana diciendo: "Espaa es el nico pas de ex-pansin mundial que no atiende sino en muy esca-ssima medida al fin patritico de crear escuelas espaolas en el extranjero Eh nuestro propio terri-torio peninsular hay abundantes escuelas francesas, alemanas, inglesas, norteamericanas, que en pri-, mer trmino se dirigen instruir y educar la ni-ez de sus respectivas colonias, salvndolas as de la absorcin espiritual del pas en que viven. Espa-a, que tiene numerosos grupos de poblacin en Francia, en los Estados Unidos, en el Canad, en Argelia y otros pases de habla y civilizacin extra-as, apenas si ha comenzado esa labor, que ms que

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    ninguna otra responde nuestros primeros deberes nacionales y humanos, ya que ante la Humanidad hemos de responder de la conservacin de lo que pos es propio y singular como elemento necesario para la civilizacin universal.

    Aun en los pases de troncalidad hispana y de habla cervantina, esa necesidad no desaparece, mo-tivndose con otras razones, entre las que figuran, en primer trmino, la relativa la reeducacin tc-nica profesional de nuestros emigrantes, al culti-vo de la pureza de nuestro idioma y la difusin constante de nuestra literatura amena y cientfica, de los tiempos pasados y presentes.

    Demasiado sabemos que muchas colectividades espaolas de las que existen en Amrica atienden en parte esta necesidad, y otras estudian actual-mente proyectos para satisfacerla con toda ampli-tud; pero, de una parte, es cierto que resta much-simo, lo ms, por hacer, y de otra, es indudable que la reunin de fuerzas, el acuerdo entre todas y la existencia de un centro peninsular que unifi-que la accin y la facilite y fomente con el apoyo de sus elementos y de los que cooperen con l, han de acelerar.la realizacin de lo que todos deseamos.*

    La guerra europea, la absorbente preocupacin econmica de todos los pases y otras circunstan-cias del momento, han detenido la accin y la efica-cia de esa propaganda que la Liga se propona rea-lizar. Pero la prueba de que no se equivocaba en este punto la da el hecho de que, no obstante las dificultades de la ocasin, el propsito resurge vi-gorosamente en la Argentina y en otras partes de la Amrica espaola.

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    En punto la Argentina he aducido ya el testi-monio del Sr. Lpez de Gomara. Aadir que im-portantes elementos de la colonia espaola en tie-rra mejicana piensan en cosa anloga para cuando se restablezca totalmente la normalidad de aquel hermoso pas, y sus planes preparatorios, que me han sido consultados, coinciden fundamentalmente con los de Lpez de Gomara.

    Y no termina aqu la aspiracin. Hace poco recib una carta, firmada por el secretario del Co-mit "Pro Tercer Centenario Cervantes", de Valpa-raso, en que se me dice lo siguiente: "El progra-ma acordado en definitiva se compone de... y la creacin fundacin de una escuela para hijos de espaoles residentes en sta, y que se denominar Escuela Cervantes. Es en esto ltimo en lo que he-mos puesto todo nuestro entusiasmo y ferviente de-seo de llevarlo efecto de la mejor manera posible, pues comprendemos su gran alcance y transcen-dencia." Y la vez que de Amrica llegan esas vo-cesque suponen el triunfo del programa de la Liga Cervantina, el Centro Espaol de Oporto crea una escuela primaria espaola, nica en su clase, que, con la de Burdeos (no s si ahora, pero ciertamente cuando yo ocup la Direccin general), recibe en pas extrao subvencin del Gobierno de Espaa.

    Me parece de importancia considerable sealar esa conjuncin de aspiraciones y de hechos todos los espaoles que viven fuera de la patria. Sin en-trar en pormenores de organizacin, que no ca-ben en este sitio, repetir lo que al propio Lpez de Gomara he dicho recientemente: "Los espao-

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    les mismos deben proveer esa necesidad (aparte lo que el Gobierno pueda ayudarles) aunando sus fuerzas en vez de dividirlas con crear muchos pe-queos centros de enseanza que forzosamente (por grandes que sean el entusiasmo y la abnega-cin de los profesores) no pueden rendir el fruto apetecible."

    La comunidad de todas las colonias de emigran-tes en este punto de su programa impone recoger esas iniciativas, continuarlas y pesar con ellas so-bre la opinin peninsular, que an no est suficien-temente despierta en cuanto lo que le correspon-de hacer para que estas cosas lleguen una perfec-ta granazn.

    Pero en este orden de cosas que miran las re-laciones intelectuales y al mantenimiento del esp-ritu espaol, existen otros medios, de que tambin es preciso hablar siempre que se trate del progra-ma americanista. As lo hago en los prrafos si-guientes.

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    CTEDRAS ESPAOLAS

    Las relaciones docentes tienen una singular viva-cidad, que conviene conocer para su utilizacin, dada la importancia del asunto.

    Hace poco me escribi un espaol residente en Amrica, comunicndome la gratsima iniciativa suya de crear en cierta Universidad hispano-ameri-

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    cana una ctedra de asuntos espaoles, que peri-dicamente explicara un profesor escogido entre nuestros catedrticos, escritores, acadmicos y ar-tistas peninsulares. Es,-en el fondo, la idea que in-form, en Buenos Aires, la creacin de la ctedra llamada de "Menndez y Pelayo", uno de los ma-yores y ms acertados servicios prestados la cau-sa patritica por nuestros emigrantes la Argenti-na, y, en especial, por el benemrito Dr. Avelino Gutirrez.

    Considero que, hoy por hoy, esta es la forma ms prctica de colaboracin y fraternidad intelec-tual con los pases americanos de habla castellana, caso aparte de lo que significan las pensiones de viaje, que no me cansar nunca de recomendar nuestra juventud estudiosa y nuestra Junta para Ampliacin de Estudios, demasiadamente remisa en concederlas, no s an bien por qu error de apre-ciacin, por qu injustificado recelo.

    Digo que esas ctedras son, hoy por hoy, la for-ma ms prctica, y me fundo en varias razones.

    El intercambio universitario tropieza con muchas dificultades de organizacin, que van dilatando su cumplimiento. Esas dificultades no nos son total-mente imputables. El presupuesto de nuestro Mi-nisterio de Instruccin pblica contiene una partida para esa necesidad, pero an no ha podido ser apli-cada. En los mismos Estados Unidos, pas que la fama universal considera (no s si con entera exac-titud) como eminentemente prctico, los proyectos hasta ahora iniciados continan siendo no ms que proyectos, no obstante la buena voluntad de quie-nes con ellos estn encariados. Todo eso prueba

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    que hay pormenores de organizacin todava no bien conocidos y que oponen obstculos hasta hoy invencibles.

    En cambio, la fundacin de ctedras en universi-dades extranjeras en instituciones independien-tes (ejemplo, el Instituto Francs, de Madrid) y el llamamiento individual de profesores, son cosas que marchan ya corrientemente. No hace mucho, Columbia University, de Nueva York, ha pedido un profesor conferenciante espaol para explicar, en Otoo prximo, algunas lecciones sobre temas referentes Espaa. En Londres hay propsitos semejantes, de cuya preparacin, por lo que toca Espaa, he sido encargado, y en Francia se traba-ja con igual propsito.

    La sistematizacin de estos casos es lo que pue-de procurarse mediante la creacin de ctedras es-paolas, pagadas con fondos espaoles, en algunas universidades extranjeras, y veces tambin (en Pars, en Londres, en Berln, en Nueva York Boston, verbigracia) de Institutos espaoles, como el Francs de Madrid, antes citado. Eso nos asegu-rara la presencia peridica de un profesor nuestro, que hara obra de colaboracin cientfica con sus colegas de otros pases y establecera en firme, ao tras ao, por una convivencia persistente combina-da con la natural variacin de las personas envia-das, los lazos de fraternidad y compaerismo que todos deseamos. La permanencia de la ctedra evi-tara las oscilaciones que estn sujetas siempre las cosas que hay que preparar de nuevo todos los aos, y que, por eso mismo, quedan muchas veces sin realizar.

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    Para que esas ctedras (como para la de Buenos Aires se pens, y es de desear que se cumpla) sean lo que conviene nuestro patriotismo, es ne-cesario que se sujeten dos condiciones, mi jui-cio, fundamentales.

    La primera se refiere las ctedras que se esta -blezcan en pas de idioma no castellano, y consiste, naturalmente, en que el profesor que se enve pue-da hablar en el idioma del pas (ingls, francs, ale-mn...) leer, cuando menos, sus conferencias tra-ducidas. Lo que se busca con esos envos de per-sonal docente es que la voz de la ciencia, la lite-ratura el arte espaoles, sea oda por el mayor nmero posible de personas. Es preciso, pues, ha-blarles en su idioma nacional. Otra cosa ser redu-cir considerablemente el crculo de los oyentes, salvo casos especiales, como el de la Naval Acade-my de Annapolis. Naturalmente, si en vez de unas lecciones conferencias, en que no hay propiamen-te alumnos, se trata de una clase permanente, como las de espaol que existen en muchas de las uni-versidades norteamericanas, el dominio del ingls (y lo mismo dira del francs, alemn, etc., en sus casos respectivos), para conversar con los muchachos, pre-guntarles, etc., es tan imprescindible, que considero una locura exponerse la ridicules de no poder cumplir esa fundamental exigencia. Por eso he lla-mado la atencin del ministro de Instruccin Pblica hacia ese punto en mi ltimo discurso del Senado.

    La otra condicin (comn las ctedras en pa-ses de lengua castellana no castellana) es la del espaolismo: espaolismo en los asuntos y espao-lismo en el tono y en los juicios.

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    El espaolismo en los asuntos est aconsejado por dos razones: una, que, por ley natural, lo que nosotros podemos dominar mejor siempre es lo nuestro, cuyo estudio en manos extraas es, la ma-yora de las veces, peligroso, como nos lo han de-mostrado bien los estudios de Historia, de Filoso-fa, de Arte, etc., salvo casos aislados de un gran hispanofilismo, que veces tambin suele fallar, como lo demuestra actualmente el caso de Morel-Fatio, que se ha empeado en desprestigiarnos ante Francia, por una ceguera incomprensible en hom-bre que, cuando menos, ha dado hasta ahora bue-nas muestras de entender lo que se escribe en cas-tellano. La otra razn es que lo espaol, poco co-nocido en el extranjero, es ya apreciado en todas partes y constituye uno de los temas ms atractivos de curiosidad cientfica, artstica y literaria. Las gentes nos piden que les hablemos de Espaa. Re-cojamos la peticin y hablemos de ella, que materia grata no falta, verdaderamsnte.

    En cuanto al espaolismo en el tono y en el jui-cio, lo nico que yo pedira los conferenciantes y profesores es que cumpliesen el programa que tra-zo pginas adelante bajo el ttulo de "El espaol fue-ra de Espaa". Si han de hacer lo contrario, mejor es que se queden aqu. Y, ay de nosotros!, no estoy muy seguro de que todos los que salen por ah representarnos sepan ahogar sus fobias, sus an-tipatas personales y sus pesimismos, en aras del prestigio espaol.

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    EL ARCHIVO DE INDIAS Y AMRICA

    Hay otro punto, en las relaciones espirituales en-tre Espaa y Amrica, que requiere especial aten-cin.

    Todo el mundo, no slo los eruditos, reconoce ya que el Archivo de Indias es el lazo ms firme, intelectual y sentimental, que, aparte el idioma, nos une con los pueblos hispano-americanos. Tam-bin como el idioma es el Archivo algo tan genui-no y propio, que nadie puede disputrnoslo. Pode-mos temer (de hecho ocurre) que en ciertas mate-rias cientficas otros pases atraigan antes que nosotros el inters de los hombres de estudio de aquellos pueblos: que en la Literatura, tal poeta, tal dramaturgo, tal novelista de lengua extraa, obs-curezca los nuestros ms menos temporalmente y debilite su influencia; que en Arte, nuevas escue-las y nuevos genios creadores sustituyan los nues-tros; que en Pedagoga seduzcan sistemas y proce-dimientos que no sean los que, nacidos de cerebros y corazones espaoles, marcan, en sentir de mu-chos, uno de los grados ms altos que cabe sealar en el orden educativo... Todo eso puede ocurrir y, por tanto, puede aflojar los lazos que en todos en algunos de esos respectos quisiramos legtima-mente que nos uniesen los hombres que hablan nuestra lengua.

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    Pero aun suponiendo que as fuese para la tota-lidad de las cosas del espritu (hecho imposible en la realidad, aunque fcil los prejuicios y al apa-sionamiento), un algo quedara inclume inque-brantable, un algo que no pueden inventar ni pro-ducir de ninguna manera las inteligencias ms po-derosas de los tiempos modernos, ni las voluntades ms frreas y disciplinadas. Ese algo es la Histo-ria, y la Historia, quiranlo no pasajeros escepti-cismos radicalismos irreflexivos, no es una cosa erudita y fra que satisface la curiosidad de gentes poco atentas al porvenir, por extasiadas ante los he-chos del pasado, ni tampoco un factor muerto que tuvo su poca y en que los presentes no pueden hallar nada utilizable, ni, en fin (con relacin nin-gn pueblo),conjunto tan slo de errores ymaldades de que es preciso renegar en absoluto y raer hasta de nuestro recuerdo, sino que es cosa que mueve el corazn de los hombres, que calienta su senti-miento, que sigue teniendo vida como madre de lo actual y superviviente en ello mismo, y que por muy distanciada que nos parezca de nuestros mo-dos de pensar y de hacer ahora, por mucho dao que creamos haber recibido de ella, guarda siem-pre ejemplos que recoger, experiencias en que aleccionarse, aciertos que restaurar y aun ocasiones de rehacer juicios injustos que la precipitacin la clera humanas suelen arrojar sobre los vivos y so-bre los muertos.

    Pues bien: esa Historia que nadie puede imitar-Bos ni crear de nuevo, que slo podemos poseer nosotros, est, en lo que concierne las tierras de Amrica, ante todo y sobre todo, en el Archivo de

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    Indias. Por eso he sostenido desde el principio de mis campaas americanistas que el ncleo ms s-lido y el nico permanente (los dems pueden te-ner fluctuaciones, muy naturales) de atraccin y de comunidad de trabajo con los hispano-americanos, y tambin con los que no lo son, es ese riqusimo depsito de documentos que necesita, para ser co-nocido total y menudamente, el esfuerzo continua-do de varias generaciones de eruditos y patriotas. Por eso he predicado, de una parte, la reforma del Archivo mismo eh cuanto signifique un mejor aco-modo de sus legajos y una mayor facilidad y bien-estar de los que acuden removerlos, y por otra, su conversin, en lo que toca los trabajadores que atrae y la ordenacin misma de los trabajos, en algo semejante lo que es el antiguo archivo secreto del Vaticano.

    lo primero han respondido algunas gestiones hechas aqu desde 1911 y que han producido bue-nos resultados, aunque no todos los que seran me-nester y caben dentro de la accin natural del Mi-nisterio de Instruccin pblica. Los ministros y las Cortes no han atendido hasta hoy suficientemente esta importante necesidad de nuestras relaciones americanas; pero es seguro qne acabarn por darle todo lo que exige.

    lo segundo se refiere aquella proposicin que en 1909 hice al ministro de Instruccin pblica de la Repblica Argentina y repet en otros pases hispanoamericanos, y cuyo texto se halla reprodu-cido en las pginas de Mi viaje Amrica. La idea del Instituto Histrico all apuntada fu acogida con gusto por muchas de las personas que en Amrica

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    podan contribuir su realizacin; pero sabido es que toda novedad pasa por un perodo de tanteos y vacilaciones antes que se convierta en hecho, y as no es maravilla que an no haya pasado aqulla del campo de las cosas deseadas.

    Espaa no dej, sin embargo, de ofrecer oportu-nidades para que se llegase la implantacin de las Escuelas histricas en Sevilla. No estoy autorizado para decir todava cules fueron, ni por qu cami-nos se prpcuraron; pero s que las abonaba el inte-rs patritico de un espritu qne por muchos con-ceptos tiene el primer puesto en la vida nacional. Se estudi el asunto, se trazaron formas diferentes de realizacin con el deseo del mejor acierto, y as las cosas, sobrevinieron otros cuidados bastantes distraer la atencin, y, por fin, la guerra europea con todo su cortejo de consecuencias, que arras-tra el nimo hacia su rbita, apartndole de preocu-paciones de orden distinto.

    Pero la idea ha renacido, si no en un pueblo de habla espaola, en otro americano, parte de cuya historia se entrelaza fundamentalmente con la nues-tra colonial; el mismo pueblo del que han salido, si grandes enemigos nuestros, divulgadores (y tal vez de buena fe) de errores de juicio que nos perju-dican, tambin los ms empeados yvalientes rec-tificadores de la leyenda negra de nuestra actuacin americana (i).

    La idea ha encarnado esta vez en uno de los (i) He tratado de este punto en el libro que con

    el ttulo de Espaa en Amrica publiqu en 1909, antes de mi viaje, y en el prlogo la edicin castellana de Los exploradores espaoles, de Lummis. Barcelona, 1916.

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    hombres representativos de la cultura histrica de ese pueblo que aludo: el profesor de la Universi-dad de California y jefe en ella del departamento de Historia, Henry Morse Scephens. Sabido es que esa Universidad, con su "Academia de Historia de la costa del Pacfico" y con su Biblioteca Bancroft, es el ncleo ms importante de cultivo de la histo-ria colonial espaola en las regiones que hoy for-man parte de la gran Repbica. Stephens, que ha estado en Espaa y ha trabajado en el Archivo de Indias, desea transformar el envo inorgnico de pensionados en organizacin especializada y per-manente, que persiga de un modo regular y met-dico el estudio de los hechos instituciones ameri-canas que en el depsito de Sevilla encuentran su principal raz documental. Le pareci, muy acer-tadamente, que el Congreso histrico que haba de celebrarse en San Francisco poda ser ocasin ad-mirable para lograr que aquel deseo se convirtiese en proyecto de inmediata realizacin, patrocinado por todos los que en Californiay son muchsi-simossienten y aman su historia de tiempo espa-ol. Hacia la consecucin de este resultado orient Stephens tambin, en primer trmino, el concurso y la presencia de un delegado de Espaa; y la co-rrespondencia preparatoria de mi ida al Congreso gir principalmente sobre esta idea, la que el ilus-tre profesor de Berkeley crey amablemente que poda yo coadyuvar de un modo til.

    El proyecto puede estimarse ya como una cosa hecha (i). Y he aqu cmo de mi ltimo viaje los

    (t) La guerra lo ha retenido, pero l resurgir.

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    Estados Unidos he trado, como primer fruto de po sitiva eficacia, el comienzo de realizacin de aquel deseo formulado en 1909, que tambin significa el establecimiento de una intimidad cientfica preada de beneficiosas consecuencias entre un numeroso grupo de trabajadores intelectuales norteamerica-nos y los americanistas de Espaa.

    Y ciertamente que se presta meditaciones el hecho de que ese primer paso lo d una Universi-dad de los Estados Unidos. Esperemos que en ella no se opongan la realizacin de tan acertado pro-yecto dificultades como la que, segn dicen, aplaz indefinidamente en cierto momento la realizacin de iniciativas espaolas coadyuvantes de un plan anlogo. Seguro estoy de que ningn centro docen-te de los Estados Unidos dir nunca, la vista de planes como el de Stephens, que no existe para llevarlos cabo persona preparada en este orden de estudios, porque lo ms que podra aventurar-se un hombre un grupo de hombres, por muy profesional que sea, es decir que l no dispone de esa persona; pero no negar en redondo que pue-da existir fuera de l ignorndolo l.

    Por fortuna, los norteamericanos viven menos que los espaoles en sus torres de marfil, erizadas de pinchos para el que no forma parte del co-tarro (1).

    (I) Las ideas contenidas en este apartado VI las he desarrollado y traducido en proposiciones concretas, en la conferencia sobre Valor prctico de los estudios americanistas y su organizacin en Sevilla, dada en esta ciudad el da 9 de Mayo de 1917.

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    VII

    PROGRAMA MNIMO Y URGENTE

    Resumamos todo lo dicho hasta ahora aqu y en libros anteriores, en forma que pudiramos llamar gacetable.

    ORGANIZACIN CENTRAL

    i. Restablecimiento en el Ministerio de Estado de la seccin de Poltica Americana. En esta sec-cin tendrn necesariamente representacin por partes iguales los dos cuerpos de diplomticos y cnsules. Convendra la agregacin de algunas per-sonas peritas en cuestiones comerciales americanas, aunque no pertenezcan esos cuerpos, aplicando lo hecho con las Juntas de Enseanza y de Historia y Geografa de Marruecos. Desde luego, los diplo-mticos y cnsules deben haber servido en Amrica y poseer el ingls.

    2. Redistribucin de los Consulados en Amri-ca, aumentando su nmero en las naciones donde es mayor, ms poderosa y mejor recibida nuestra emigracin y ms importantes, de momento y en porvenir prximo, las relaciones comerciales. Si es preciso crear alguno ms, no vacilar.

    3. Hacer cumplir lo ordenado en punto la

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    obligacin de todo individuo del cuerpo consular y del diplomtico, de servir cierto tiempo en Am-rica.

    4. Creacin del servicio de vigilancia de Consu-lados y Viceconsulados. Hay muchos cnsules y vicecnsules no nacionales, que descuidan su mi-sin, trabajan contra Espaa se han desprestigia-do por quiebras (la mayora son comerciantes). A esto no se le pone hoy remedio.

    5. Reforma del Instituto Diplomtico y Consular dependiente del Ministerio de Estado, en el sentido de: i. Completar el plan de sus enseanzas, acen-tuando la especializacin americana como lo est ya la marroqu (). 2.0 Asegurar la utilizacin por el Estado de los funcionarios all formados. Espaa es el nico pais del mundo con intereses coloniales que no se cuida de especializar sus funcionarios de este orden, que si lo hace (como en la Seccin Marroqu de aquel Instituto), no los utiliza en lo que sirven, y contina nutriendo el cuadro dess em-pleados en Marruecos y de sus cnsules en Amri-ca con personal tomado indistintamente de los cuer-pos peninsulares no diferenciados y del cuerpo ge-neral de cnsules, sin pedirles tampoco preparacin particular en relacin con el pas en que van pres-tar servicio.

    (1) Algo de esto se ha iniciado en la ltima reforma del programa.

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    CUESTIONES DE NUESTROS EMIGRANTES

    i. Condensar y renovar nuestras leyes referen-tes la emigracin, tomando por modelo las italia-lianas.

    2. Reformar el Consejo Superior de Emigra-cin.

    3. Resolver de una vez la cuestin de los reclu-tas espaoles emigrados.

    4. Crear escuelas preparatorias para emigran-tes, segn el tipo de las que la iniciativa privada ha establecido en Asturias y Galicia, con alguna re-forma.

    5. Autorizar el establecimiento de escuelas y co-legios espaoles en los pases de emigracin, segn han solicitado ya los espaoles de la Argentina y Mjico, engranando sus estudios con los espaoles, para que puedan los hijos de nuestros emigrantes continuar cuando les convenga esos estudios en la Pennsula.

    6. Estudio inmediato de la condicin poltica del emigrante, para resolver qu es lo que convie-ne: si procurar que conserven puedan readquirir fcilmente su condicin de ciudadanos espaoles (peticin de una gran parte de ellos en la Argenti-na), que se gestione la ciudadana en el pas que se emigra (sistema alemn). De un modo otro hay que resolver esta cuestin, que constituye una de las ms agudamente planteadas por nuestros

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    emigrantes. Consideracin especial del problema de su representacin parlamentaria.

    CUESTIONES ECONMICAS

    i. Celebracin de convenios comerciales, apro-vechando las circunstancias presentes, en todos los sitios y con relacin todas las materias en que convenga y sea posible. Como regla en esto, no desperdiciar ocasin ni dejar de hacer lo particular por esperar la obtencin de un convenio general.

    2. Ponerse al habla con las representaciones ms autorizadas de nuestro comercio y de nuestra banca, para lograr de ellas (ayudando el Estado en lo que le corresponda):

    a) El envo sistemtico de viajantes para cono-cer el mercado americano directamente, como ha-cen los alemanes, los franceses, etc. Proceder en esto rpidamente.

    b) El establecimiento de depsitos de mercan-tas espaolas (muestras y cantidades para la ven-ta) en todas las grandes plazas, ponindose de acuerdo con los comerciantes y hombres de nego-cios de ellas. En Nueva York ha habido ya planes para esto. Los norteamericanos lo estn haciendo as ya en Amrica del Sur.

    c) La divulgacin del anuncio espaol en Am-rica y la facilidad de informacin en las agencias de negocios espaoles establecidas en Amrica. Hoy da, por punto general, no es posible nunca que una agencia espaola (las de vapores, verbigracia) d in-

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    formes seguros respecto sus propios servicios. Esto es falta de organizacin y desprestigia.

    d) Reforma del crdito comercial para poder competir con franceses, alemanes ingleses. Ya lo estn reformando los norteamericanos.

    3. Recepcin franca de los valores americanos cotizados en bolsas espaolas, para el cmputo de las rentas de senadores; cuestin planteada ya en la Comisin de Actas del Senado (1).

    DEFENSA DEL IDIOMA INTERCAMBIO INTELECTUAL

    i. Dedicar una parte considerable del crdito que para escuelas privadas existe en el presupues-to actual, las de espaoles en el extranjero, como nico medio de defender la continuidad de nuestro idioma y de nuestra cultura.

    As lo hacen las dems naciones, incluso en Es-paa.

    2. Reciprocidad de ttulos, lo ms amplia posi-ble, con todos los pases de Amrica. Compilar en un solo decreto, para que se perciba con toda cla-ridad, lo legislado hasta ahora sobre ese punto, como base.

    Organizar el intercambio, prestando medios toda propuesta que se nos haga (ya las hay de Uni-

    (1) Lo substancial de esta parte del programa, con in-dicaciones prcticas, est desarrollado en mi conferen-cia sobre Relaciones econmicas de Espaa con Am rica, dada en el Ateneo Mercantil de Valencia el da 12 de Mayo ltimo.

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    versidades norteamericanas), para poderlas cum-plir por nuestra parte. Existe crdito en los ac-tuales presupuestos; pero hay que movilizarlo.

    . Facilitar la formacin en Sevilla de escuelas histricas americanas para el estudio sistemtico del Archivo de Indias. Hace aos se redact un pro-yecto formulado en artculos, y existe un acuerdo de la Universidad de California para crear la pri-mera de esas escuelas. Se puede lograr, seguramen-te que varias naciones suramericanas las esta-blezcan (i).

    5. Hacer que el Museo Pedaggico Nacional cumpla la Real orden de Abril de 1910, dndole fondos para esto. (Intercambio de material de ense-anza.)

    6. Facilitar el envo de pensionados todos los pases de Amrica. No se sabe por qu razn la Junta para Ampliacin de Estudios es reacia estas pensiones; pero no creo que, hoy por hoy, haya otras de ms provecho para nuestra juventud. Es preciso enviar all gentes con largueza, y n