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Amar Al Mundo Apasionadamente - Josemaria Escriva de Balaguer

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AMAR AL MUNDOAPASIONADAMENTESAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ

AMAR AL MUNDOAPASIONADAMENTE(Homilía, 8 de octubre de 1967)Con Prólogo de Mons. Javier Echevarríay un Análisis del Prof. Pedro Rodríguez

EDICIONES RIALP, S.A.MADRID 2007

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© 2012 de la presente by EDICIONES RIALP, S.A., Alcalá, 290.28027 MADRID(España).

Conversión ebook: CrearLibrosDigitalesISBN: 978-84-321-4181-2

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamientoinformático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya seaelectrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previoy por escrito de los titulares del Copyright.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) sinecesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

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NOTA DEL EDITOR

Este libro es una nueva edición de la célebre homilía que pronunció, en el Campus dela Universidad de Navarra, San Josemaría Escrivá de Balaguer en 1967 y queEdiciones Rialp publica desde 1968 incluida en Conversaciones con Mons. Escrivá deBalaguer. Como el resto de la obra publicada del autor, Conversaciones tiene unanumeración marginal de parágrafos que ha pasado a todas las ediciones ytraducciones del texto y es ya referencia universal para citar los distintos pasajes dellibro. A la homilía Amar al mundo apasionadamente corresponden los nn. 113 a 123,que mantenemos también ahora para comodidad del lector.

La homilía, en la presente edición, va precedida de un Prólogo que Mons. JavierEchevarría, Prelado del Opus Dei, ha tenido la delicadeza de escribir para estaocasión conmemorativa y que le agradecemos vivamente. Después de la homilíaincluimos el texto de una conferencia pronunciada por el Prof. Pedro Rodríguez el año2003 en la Universidad de Navarra y que constituye un estudio analítico de la homilíay una guía para su lectura actual.

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PRÓLOGO

Con mucha alegría escribo unas líneas para la edición especial de la homilía Amar almundo apasionadamente, preparada con ocasión del 40.º aniversario del día en que fuepronunciada por San Josemaría Escrivá de Balaguer, el 8 de octubre de 1967.

Ya en ocasiones anteriores, el Fundador del Opus Dei había celebrado reuniones congrupos muy numerosos de personas en la misma Universidad de Navarra; concretamenteen 1960, cuando fue erigida, con la participación de la Conferencia episcopal española yotras autoridades eclesiásticas —el Nuncio de Su Santidad Juan XXIII— y civiles, y en1964, con motivo de la constitución de la Asociación de Amigos y de su I AsambleaGeneral. En 1967 estaba planeada la celebración de la II Asamblea, a la que asistiríanmillares de personas procedentes de varias naciones europeas.

San Josemaría pensó que era un momento oportuno para exponer profundamente laenseñanza sobre la actuación de los fieles laicos en la Iglesia y en la sociedad civil. Seesperaba la participación de un público variadísimo, se preveía una amplia coberturainformativa, y aquellas palabras podrían tener gran repercusión en la opinión pública.

El Fundador del Opus Dei preparó esa homilía con mucho interés. La repasórepetidamente, afinando las ideas y puliendo el estilo. Durante el verano, quiso que seleyera previamente ante un reducido grupo de personas. Seguía la lectura con granatención, como si se tratara de un texto ajeno, deseoso de llegar al corazón y a la mentede los que iban a escucharle en Pamplona. Ese texto, plenamente embebido de lasenseñanzas del Concilio Vaticano II y del espíritu del Opus Dei, fue considerado pormuchos comentaristas como la carta magna de los laicos.

Mucho se ha escrito en estos cuarenta años acerca de los fieles laicos, de su papel enla sociedad civil y en la sociedad eclesial. Esta homilía de San Josemaría no sóloconserva su frescura y fuerza originales, sino que se muestra más actual que nunca. ElFundador del Opus Dei no se limita a enunciar unas afirmaciones más o menoscompartibles, sino que presenta el fruto de una elaboración teológico-espiritual fundadaen el Magisterio de la Iglesia y en una experiencia de decenios. No en vano llevabadifundiendo y poniendo en práctica esa doctrina desde el 2 de octubre de 1928, fechafundacional del Opus Dei.

Quizá ahora el ambiente civil y eclesial esté más preparado que en 1967, para acogerel contenido de esta homilía y entender más a fondo sus consecuencias prácticas. Fíjeseel lector, por ejemplo, en los párrafos sobre la unidad de vida del cristiano o en lasseñales de una verdadera mentalidad laical, que aquí se encuentran. También en esteescrito, como en otros campos, San Josemaría se ha demostrado un precursor.

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Pido a Dios Nuestro Señor, por intercesión de la Santísima Virgen, que elconocimiento de este texto lleve a muchos cristianos a plantearse seriamente su llamada ala santidad en las circunstancias ordinarias de la vida, acogiendo las enseñanzas de SanJosemaría.

+ JAVIER ECHEVARRÍA

Prelado del Opus DeiRoma, 8 de octubre de 2007

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AMAR AL MUNDO APASIONADAMENTE*

113 Acabáis de escuchar la lectura solemne de los dos textos de la Sagrada Escritura,correspondientes a la Misa del domingo XXI después de Pentecostés. Haber oído laPalabra de Dios os sitúa ya en el ámbito en el que quieren moverse estas palabras míasque ahora os dirijo: palabras de sacerdote, pronunciadas ante una gran familia de hijos deDios en su Iglesia Santa. Palabras, pues, que desean ser sobrenaturales, pregoneras de lagrandeza de Dios y de sus misericordias con los hombres: palabras que os dispongan a laimpresionante Eucaristía que hoy celebramos en el campus de la Universidad deNavarra.

Considerad unos instantes el hecho que acabo de mencionar. Celebramos la SagradaEucaristía, el sacrificio sacramental del Cuerpo y de la Sangre del Señor, ese misterio defe que anuda en sí todos los misterios del Cristianismo. Celebramos, por tanto, la acciónmás sagrada y trascendente que los hombres, por la gracia de Dios, podemos realizar enesta vida: comulgar con el Cuerpo y la Sangre del Señor viene a ser, en cierto sentido,como desligarnos de nuestras ataduras de tierra y de tiempo, para estar ya con Dios en elCielo, donde Cristo mismo enjugará las lágrimas de nuestros ojos y donde no habrámuerte, ni llanto, ni gritos de fatiga, porque el mundo viejo ya habrá terminado1

Esta verdad tan consoladora y profunda, esta significación escatológica de laEucaristía, como suelen denominarla los teólogos, podría, sin embargo, ser malentendida:lo ha sido siempre que se ha querido presentar la existencia cristiana como algosolamente espiritual —espiritualista, quiero decir—, propio de gentes puras,extraordinarias, que no se mezclan con las cosas despreciables de este mundo, o, a lomás, que las toleran como algo necesariamente yuxtapuesto al espíritu, mientras vivimosaquí.

Cuando se ven las cosas de este modo, el templo se convierte en el lugar porantonomasia de la vida cristiana; y ser cristiano es, entonces, ir al templo, participar ensagradas ceremonias, incrustarse en una sociología eclesiástica, en una especie de mundosegregado, que se presenta a sí mismo como la antesala del cielo, mientras el mundocomún recorre su propio camino. La doctrina del Cristianismo, la vida de la gracia,pasarían, pues, como rozando el ajetreado avanzar de la historia humana, pero sinencontrarse con él.

En esta mañana de octubre, mientras nos disponemos a adentrarnos en el memorialde la Pascua del Señor, respondemos sencillamente que no a esa visión deformada delCristianismo. Reflexionad por un momento en el marco de nuestra Eucaristía, de nuestraAcción de Gracias: nos encontramos en un templo singular; podría decirse que la nave esel campus universitario; el retablo, la Biblioteca de la Universidad; allá, la maquinaria quelevanta nuevos edificios; y arriba, el cielo de Navarra…

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¿No os confirma esta enumeración, de una forma plástica e inolvidable, que es la vidaordinaria el verdadero lugar de vuestra existencia cristiana? Hijos míos, allí donde estánvuestros hermanos los hombres, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo,vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo. Es, en mediode las cosas más materiales de la tierra, donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios ya todos los hombres.

114 Lo he enseñado constantemente con palabras de la Escritura Santa: el mundono es malo, porque ha salido de las manos de Dios, porque es criatura suya, porqueYaveh lo miró y vio que era bueno 2. Somos los hombres los que lo hacemos malo y feo,con nuestros pecados y nuestras infidelidades. No lo dudéis, hijos míos: cualquier modode evasión de las honestas realidades diarias es para vosotros, hombres y mujeres delmundo, cosa opuesta a la voluntad de Dios.

Por el contrario, debéis comprender ahora —con una nueva claridad— que Dios osllama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: enun laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, enla fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panoramadel trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondidoen las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir.

Yo solía decir a aquellos universitarios y a aquellos obreros que venían junto a mí porlos años treinta, que tenían que saber materializar la vida espiritual. Quería apartarlos asíde la tentación, tan frecuente entonces y ahora, de llevar como una doble vida: la vidainterior, la vida de relación con Dios, de una parte; y de otra, distinta y separada, la vidafamiliar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas.

¡Que no, hijos míos! Que no puede haber una doble vida, que no podemos ser comoesquizofrénicos, si queremos ser cristianos: que hay una única vida, hecha de carne yespíritu, y ésa es la que tiene que ser —en el alma y en el cuerpo— santa y llena de Dios:a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales.

No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria alSeñor, o no lo encontraremos nunca. Por eso puedo deciros que necesita nuestra épocadevolver —a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares— su noble yoriginal sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellasmedio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo.

115 El auténtico sentido cristiano —que profesa la resurrección de toda carne—se enfrentó siempre, como es lógico, con la desencarnación, sin temor a ser juzgado dematerialismo. Es lícito, por tanto, hablar de un materialismo cristiano, que se oponeaudazmente a los materialismos cerrados al espíritu.

¿Qué son los sacramentos —huellas de la Encarnación del Verbo, como afirmaron losantiguos— sino la más clara manifestación de este camino, que Dios ha elegido parasantificarnos y llevarnos al Cielo? ¿No veis que cada sacramento es el amor de Dios, contoda su fuerza creadora y redentora, que se nos da sirviéndose de medios materiales?¿Qué es esta Eucaristía —ya inminente— sino el Cuerpo y la Sangre adorables denuestro Redentor, que se nos ofrece a través de la humilde materia de este mundo —vino

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y pan—, a través de los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, como elúltimo Concilio Ecuménico ha querido recordar? 3

Se comprende, hijos, que el Apóstol pudiera escribir: todas las cosas son vuestras,vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios4. Se trata de un movimiento ascendente queel Espíritu Santo, difundido en nuestros corazones, quiere provocar en el mundo: desdela tierra, hasta la gloria del Señor. Y para que quedara claro que —en ese movimiento—se incluía aun lo que parece más prosaico, San Pablo escribió también: ya comáis, yabebáis, hacedlo todo para la gloria de Dios5.

116 Esta doctrina de la Sagrada Escritura, que se encuentra —como sabéis— enel núcleo mismo del espíritu del Opus Dei, os ha de llevar a realizar vuestro trabajo conperfección, a amar a Dios y a los hombres al poner amor en las cosas pequeñas devuestra jornada habitual, descubriendo ese algo divino que en los detalles se encierra.¡Qué bien cuadran aquí aquellos versos del poeta de Castilla!: Despacito, y buena letra: /el hacer las cosas bien / importa más que el hacerlas6.

Os aseguro, hijos míos, que cuando un cristiano desempeña con amor lo másintrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios, Poreso os he repetido, con un repetido martilleo, que la vocación cristiana consiste en hacerendecasílabos de la prosa de cada día. En la línea del horizonte, hijos míos, parecenunirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones,cuando vivís santamente la vida ordinaria…

Vivir santamente la vida ordinaria, acabo de deciros. Y con esas palabras me refiero atodo el programa de vuestro quehacer cristiano. Dejaos, pues, de sueños, de falsosidealismos, de fantasías, de eso que suelo llamar mística ojalatera —¡ojalá no mehubiera casado, ojalá no tuviera esta profesión, ojalá tuviera más salud, ojalá fuera joven,ojalá fuera viejo!...—, y ateneos, en cambio, sobriamente, a la realidad más material einmediata, que es donde está el Señor: mirad mis manos y mis pies, dijo Jesúsresucitado: soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos,como veis que yo tengo 7.

Son muchos los aspectos del ambiente secular, en el que os movéis, que se iluminan apartir de estas verdades. Pensad, por ejemplo, en vuestra actuación como ciudadanos enla vida civil. Un hombre sabedor de que el mundo —y no sólo el templo— es el lugar desu encuentro con Cristo, ama ese mundo, procura adquirir una buena preparaciónintelectual y profesional, va formando —con plena libertad— sus propios criterios sobrelos problemas del medio en que se desenvuelve; y toma, en consecuencia, sus propiasdecisiones que, por ser decisiones de un cristiano, proceden además de una reflexiónpersonal, que intenta humildemente captar la voluntad de Dios en esos detalles pequeñosy grandes de la vida.

117 Pero a ese cristiano jamás se le ocurre creer o decir que él baja del templo almundo para representar a la Iglesia, y que sus soluciones son las soluciones católicas aaquellos problemas. ¡Esto no puede ser, hijos míos! Esto sería clericalismo, catolicismooficial o como queráis llamarlo. En cualquier caso, es hacer violencia a la naturaleza delas cosas. Tenéis que difundir por todas partes una verdadera mentalidad laical que ha

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de llevar a tres conclusiones:a ser lo suficientemente honrados, para pechar con la propia responsabilidad personal;a ser lo suficientemente cristianos, para respetar a los hermanos en la fe, que

proponen —en materias opinables— soluciones diversas a la que cada uno de nosotrossostiene;

y a ser lo suficientemente católicos, para no servirse de nuestra Madre la Iglesia,mezclándola en banderías humanas.

Se ve claro que, en este terreno como en todos, no podríais realizar ese programa devivir santamente la vida ordinaria, si no gozarais de toda la libertad que os reconocen —ala vez— la Iglesia y vuestra dignidad de hombres y de mujeres creados a imagen deDios. La libertad personal es esencial en la vida cristiana. Pero no olvidéis, hijos míos,que hablo siempre de una libertad responsable.

Interpretad, pues, mis palabras, como lo que son: una llamada a que ejerzáis —¡adiario!, no sólo en situaciones de emergencia— vuestros derechos; y a que cumpláisnoblemente vuestras obligaciones como ciudadanos —en la vida política, en la vidaeconómica, en la vida universitaria, en la vida profesional—, asumiendo con valentíatodas las consecuencias de vuestras decisiones libres, cargando con la independenciapersonal que os corresponde. Y esta cristiana mentalidad laical os permitirá huir de todaintolerancia, de todo fanatismo —lo diré de un modo positivo—, os hará convivir en pazcon todos vuestros conciudadanos, y fomentar también la convivencia en los diversosórdenes de la vida social.

118 Sé que no tengo necesidad de recordar lo que, a lo largo de tantos años, hevenido repitiendo. Esta doctrina de libertad ciudadana, de convivencia y de comprensión,forma parte muy principal del mensaje que el Opus Dei difunde. ¿Tendré que volver aafirmar que los hombres y las mujeres, que quieren servir a Jesucristo en la Obra deDios, son sencillamente ciudadanos iguales a los demás, que se esfuerzan por vivir conseria responsabilidad —hasta las últimas conclusiones— su vocación cristiana?

Nada distingue a mis hijos de sus conciudadanos. En cambio, fuera de la Fe, nadatienen en común con los miembros de las congregaciones religiosas. Amo a los religiososy venero y admiro sus clausuras, sus apostolados, su apartamiento del mundo —sucontemptus mundi—, que son otros signos de santidad en la Iglesia. Pero el Señor no meha dado vocación religiosa, y desearla para mí sería un desorden. Ninguna autoridad enla tierra me podrá obligar a ser religioso, como ninguna autoridad puede forzarme acontraer matrimonio. Soy sacerdote secular: sacerdote de Jesucristo, que amaapasionadamente el mundo.

119 Quienes han seguido a Jesucristo —conmigo, pobre pecador— son: unpequeño tanto por ciento de sacerdotes, que antes han ejercido una profesión o un oficiolaical; un gran número de sacerdotes seculares de muchas diócesis del mundo —que asíconfirman su obediencia a sus respectivos Obispos y su amor y la eficacia de su trabajodiocesano—, siempre con los brazos abiertos en cruz para que todas las almas quepan ensus corazones, y que están como yo en medio de la calle, en el mundo, y lo aman; y lagran muchedumbre formada por hombres y por mujeres —de diversas naciones, de

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diversas lenguas, de diversas razas— que viven de su trabajo profesional, casados lamayor parte, solteros muchos otros, que participan con sus conciudadanos en la gravetarea de hacer más humana y más justa la sociedad temporal; en la noble lid de losafanes diarios, con personal responsabilidad —repito—, experimentando con los demáshombres, codo con codo, éxitos y fracasos, tratando de cumplir sus deberes y deejercitar sus derechos sociales y cívicos. Y todo con naturalidad, como cualquier cristianoconsciente, sin mentalidad de selectos, fundidos en la masa de sus colegas, mientrasprocuran detectar los brillos divinos que reverberan en las realidades más vulgares.

También las obras, que —en cuanto asociación— promueve el Opus Dei, tienen esascaracterísticas eminentemente seculares: no son obras eclesiásticas. No gozan de ningunarepresentación oficial de la Sagrada Jerarquía de la Iglesia. Son obras de promociónhumana, cultural, social, realizadas por ciudadanos, que procuran iluminarlas con lasluces del Evangelio y caldearlas con el amor de Cristo. Un dato os lo aclarará: el OpusDei, por ejemplo, no tiene ni tendrá jamás como misión regir Seminarios diocesanos,donde los Obispos instituidos por el Espíritu Santo 8 preparan a sus futuros sacerdotes.

120 Fomenta, en cambio, el Opus Dei centros de formación obrera, decapacitación campesina, de enseñanza primaria, media y universitaria, y tantas y tanvariadas labores más, en todo el mundo, porque su afán apostólico —escribí hacemuchos años— es un mar sin orillas.

Pero ¿cómo me he de alargar en esta materia, si vuestra misma presencia es máselocuente que un prolongado discurso? Vosotros, Amigos de la Universidad de Navarra,sois parte de un pueblo que sabe que está comprometido en el progreso de la sociedad, ala que pertenece. Vuestro aliento cordial, vuestra oración, vuestro sacrificio y vuestrasaportaciones no discurren por los cauces de un confesionalismo católico: al prestarvuestra cooperación, sois claro testimonio de una recta conciencia ciudadana, preocupadadel bien común temporal; atestiguáis que una Universidad puede nacer de las energías delpueblo, y ser sostenida por el pueblo.

Una vez más quiero, en esta ocasión, agradecer la colaboración que rinden a nuestraUniversidad mi nobilísima ciudad de Pamplona, la grande y recia región Navarra; losAmigos procedentes de toda la geografía española y —con particular emoción lo digo—los no españoles, y aun los no católicos y los no cristianos, que han comprendido, y lomuestran con hechos, la intención y el espíritu de esta empresa.

A todos se debe que la Universidad sea un foco, cada vez más vivo, de libertadcívica, de preparación intelectual, de emulación profesional, y un estímulo para laenseñanza universitaria. Vuestro sacrificio generoso está en la base de la labor universal,que busca el incremento de las ciencias humanas, la promoción social, la pedagogía de lafe.

Lo que acabo de señalar lo ha visto con claridad el pueblo navarro, que reconocetambién en su Universidad ese factor de promoción económica para la región y,especialmente, de promoción social, que ha permitido a tantos de sus hijos un acceso alas profesiones intelectuales, que —de otro modo— sería arduo y, en ciertos casos,imposible. El entendimiento del papel que la Universidad habría de jugar en su vida, es

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seguro que motivó el apoyo que Navarra le dispensó desde un principio: apoyo que sinduda habrá de ser, de día en día, más amplio y entusiasta.

Sigo manteniendo la esperanza —porque responde a un criterio justo y a la realidadvigente en tantos países— de que llegará el momento en el que el estado españolcontribuirá, por su parte, a aliviar las cargas de una tarea que no persigue provechoprivado alguno, sino que —al contrario— por estar totalmente consagrada al servicio dela sociedad, procura trabajar con eficacia por la prosperidad presente y futura de lanación.

121 Y ahora, hijos e hijas, dejadme que me detenga en otro aspecto —particularmente entrañable— de la vida ordinaria. Me refiero al amor humano, al amorlimpio entre un hombre y una mujer, al noviazgo, al matrimonio. He de decir una vezmás que ese santo amor humano no es algo permitido, tolerado, junto a las verdaderasactividades del espíritu, como podría insinuarse en los falsos espiritualismos a que antesaludía. Llevo predicando de palabra y por escrito todo lo contrario desde hace cuarentaaños, y ya lo van entendiendo los que no lo comprendían.

El amor, que conduce al matrimonio y a la familia, puede ser también un caminodivino, vocacional, maravilloso, cauce para una completa dedicación a nuestro Dios.Realizad las cosas con perfección, os he recordado, poned amor en las pequeñasactividades de la jornada, descubrid —insisto— ese algo divino que en los detalles seencierra: toda esta doctrina encuentra especial lugar en el espacio vital, en el que seencuadra el amor humano.

Ya lo sabéis, profesores, alumnos, y todos los que dedicáis vuestro quehacer a laUniversidad de Navarra: he encomendado vuestros amores a Santa María, Madre delAmor Hermoso. Y ahí tenéis la ermita que hemos construido con devoción, en el campusuniversitario, para que recoja vuestras oraciones y la oblación de ese estupendo y limpioamor, que Ella bendice.

¿No sabíais que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habéis recibidode Dios, y que no os pertenecéis? 9. ¡Cuántas veces, ante la imagen de la Virgen Santa,de la Madre del Amor Hermoso, responderéis con una afirmación gozosa a la preguntadel Apóstol!: Sí, lo sabemos y queremos vivirlo con tu ayuda poderosa, oh Virgen Madrede Dios.

La oración contemplativa surgirá en vosotros cada vez que meditéis en esta realidadimpresionante: algo tan material como mi cuerpo ha sido elegido por el Espíritu Santopara establecer su morada…, ya no me pertenezco…, mi cuerpo y mi alma —mi serentero— son de Dios… Y esta oración será rica en resultados prácticos, derivados de lagran consecuencia que el mismo Apóstol propone: glorificad a Dios en vuestro cuerpo10.

122 Por otra parte, no podéis desconocer que sólo entre los que comprenden yvaloran en toda su profundidad cuanto acabamos de considerar acerca del amor humano,puede surgir esa otra comprensión inefable de la que hablará Jesús 11, que es un purodon de Dios y que impulsa a entregar el cuerpo y el alma al Señor, a ofrecerle el corazónindiviso, sin la mediación del amor terreno.

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123 Debo terminar ya, hijos míos. Os dije al comienzo que mi palabra querríaanunciaros algo de la grandeza y de la misericordia de Dios. Pienso haberlo cumplido, alhablaros de vivir santamente la vida ordinaria: porque una vida santa en medio de larealidad secular —sin ruido, con sencillez, con veracidad—, ¿no es hoy acaso lamanifestación más conmovedora de las magnalia Dei 12, de esas portentosasmisericordias que Dios ha ejercido siempre, y no deja de ejercer, para salvar al mundo?

Ahora os pido con el salmista que os unáis a mi oración y a mi alabanza: magnificateDominum mecum, et extollamus nomen eius simul 13; engrandeced al Señor conmigo, yensalcemos su nombre todos juntos. Es decir, hijos míos, vivamos de fe.

Tomemos el escudo de la fe, el casco de salvación y la espada del espíritu que es laPalabra de Dios. Así nos anima el Apóstol San Pablo en la epístola a los de Éfeso 14, quehace unos momentos se proclamaba litúrgicamente.

Fe, virtud que tanto necesitamos los cristianos, de modo especial en este año de la feque ha promulgado nuestro amadísimo Santo Padre el Papa Paulo VI: porque, sin la fe,falta el fundamento mismo para la santificación de la vida ordinaria.

Fe viva en estos momentos, porque nos acercamos al mysterium fidei 15, a laSagrada Eucaristía; porque vamos a participar en esta Pascua del Señor, que resume yrealiza las misericordias de Dios con los hombres.

Fe, hijos míos, para confesar que, dentro de unos instantes, sobre esta ara, va arenovarse la obra de nuestra Redención 16. Fe, para saborear el Credo y experimentar,en torno a este altar y en esta Asamblea, la presencia de Cristo, que nos hace cor unumet anima una 17, un solo corazón y una sola alma; y nos convierte en familia, en Iglesia,una, santa, católica, apostólica y romana, que para nosotros es tanto como universal.

Fe, finalmente, hijas e hijos queridísimos, para demostrar al mundo que todo esto noson ceremonias y palabras, sino una realidad divina, al presentar a los hombres eltestimonio de una vida ordinaria santificada, en el Nombre del Padre y del Hijo y delEspíritu Santo y de Santa María.

* Homilía pronunciada en el campus de la Universidad de Navarra el 8-X-1967.1 Cfr. Apoc 21, 4.2 Cfr. Gen 1, 7 y ss.3 Cfr. Gaudium et Spes, 38.4 1 Cor 3, 22-23. 5 1 Cor 10, .6 A. Machado, Poesías completas, CLXI.—Proverbios y cantares, XXIV, Espasa-Calpe, Madrid, 1940.7 Luc 24, 39.8 Act 20, 28.9 1 Cor 6, 19.10 1 Cor 6, 20.11 Cfr. Mt 19, 11.

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12 Eccli, 18, 5.13 Ps 33, 4.14 Ephes 6, 11 y ss.15 1 Tim 3, 9.16 Secreta del domingo IX después de Pentecostés.17 Act 4, 32.

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UNA VIDA SANTA EN MEDIO DE LA REALIDAD SECULAR

La homilía de San Josemaría en el campusde la Universidad de Navarra:

sentido y mensaje *

por Pedro RODRÍGUEZ

San Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador y primer Gran Canciller de laUniversidad de Navarra, con ocasión de la II Asamblea General de ADA, celebró laSanta Misa en el campus de la Universidad y pronunció una homilía que ahora, cuarentaaños después, ya podemos calificar de histórica1. Para la generación de profesores,alumnos y amigos que la escucharon, pasó enseguida a ser, sencillamente, la «homilía delcampus», y con este nombre se la designa hoy de manera muy generalizada. A aquellaocasión se consagran estas consideraciones.

1. Rememoración de un eventoEra el domingo 8 de octubre de 1967 y la liturgia correspondía al antiguo Domingo

XXI después de Pentecostés. Josemaría Escrivá celebró la Santa Misa al aire libre,situado el altar junto a las columnas que sostienen el pórtico del antiguo Edificio deBibliotecas. Una muchedumbre impresionante —miles de personas— se unió a losAmigos en aquella santa celebración, ocupando la gran explanada que enmarcan elEdificio Central y el antiguo de Bibliotecas. Era un día de sol radiante. Mons. JavierEchevarría —actual Prelado del Opus Dei— y Don Alfredo García Suárez, q.e.p.d.,ayudaban en la Misa que celebraba el Fundador.

Permítaseme recordar una gracia que quiso concederme el Señor: la de oficiar comodiácono en aquella Eucaristía. Me correspondió, en consecuencia, proclamar el santoEvangelio que a continuación San Josemaría iba a predicar. Soy testigo de la emoción desus ojos cuando le presenté el Libro sagrado para besarlo. Después, y durante unostreinta y cinco minutos, San Josemaría leyó con fuerza extraordinaria, con detención ypausa, el texto íntegro de la homilía, que llevaba mecanografiada en unos folios. Mientrasresonaba su voz en aquella inmensa Catedral al aire libre, se palpaba el impacto que suspalabras producían en el pueblo fiel. De aquella homilía se conserva la cintamagnetofónica y cinco o seis minutos de filmación, que constituyen una de las mejoresjoyas del tesoro histórico de la Universidad de Navarra**.

Quiero subrayar algo que, ya entonces, me pareció singular. Era la primera vez —yentiendo que fue la única— que Josemaría Escrivá anunciaba el Evangelio leyendo eltexto de la predicación. Había leído discursos, pero no homilías. Su labor homilética,abundantísima, inolvidable, siempre fue directa, con el libro de los Evangelios en lamano; a lo más, con un pequeño guión, o alguna ficha, para ordenar las ideas. Así fue,

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por ejemplo —y muchos de Vds. lo recordarán como otra gran ocasión—, la primerahomilía que predicó en nuestra Universidad. Me refiero a la de la Misa que celebró en laCatedral de Pamplona —octubre de 1960— con motivo de la erección como Universidadpor el Papa Juan XXIII del hasta entonces Estudio General de Navarra. La ediciónulterior de algunas de sus homilías solía hacerla a partir del texto de notas —taquigráficaso no— tomadas por los asistentes a la predicación, o reproducido de la cintamagnetofónica—, revisado después para la publicación. Aquí, no fue así. El texto estabaescrito con puntos y comas. Más aún. No sólo llevaba San Josemaría los folios que leyó,sino que había mandado que se imprimiera previamente el texto, que se entregó a buenaparte de los asistentes al terminar la Santa Misa 2. Los ejemplares de aquella ediciónprimera, impresa en Madrid, son ya desde hace tiempo cosa buscada por los bibliófilos.

Si señalo estos detalles tan menudos es porque manifiestan de alguna manera lapeculiar significación que el propio Fundador otorgaba a la «homilía del campus». Era sutexto, evidentemente, algo que traía meditadísimo, palabra por palabra, y que queríadecir en y desde la Universidad de Navarra.

Hay otra consideración que hacer para darles a Vds. este encuadre externo de nuestrahomilía. Hasta octubre de 1967, Mons. Escrivá de Balaguer, que había escrito mucho yconstantemente, sólo había dado a la luz pública muy poco de sus obras. Aparte de lahermosa meditación de los misterios del Rosario 3, en el ámbito de la espiritualidadcristiana el nombre del Fundador del Opus Dei iba unido en el mundo entero a Camino,el conocido best-seller de la espiritualidad contemporánea 4. Ambos escritos eran dehacía más de 30 años y respondían a un género literario completamente diverso:dialógico, meditativo, entrecortado: los célebres «puntos» de Camino 5... Ahora, encambio, se trataba de un texto unitario, que, en su brevedad, abordaba discursivamenteaspectos nucleares de una espiritualidad que, a los que asistían a aquella celebracióndominical, les había entrado por los poros a través de los «puntos» del pequeño granlibro. Esto explica también el interés que suscitó la homilía que comentamos 6.

Los estudiosos del pensamiento y la doctrina de San Josemaría han puesto de relieve,una vez y otra, la riqueza teológica de este texto, en el que les parece encontrar, demanera especialmente sintética y compendiada, los aspectos más centrales del mensajeespiritual del Fundador del Opus Dei. Puedo darles un dato en este sentido, o tal vez seasólo una impresión mía, pero la contrasté con muchos de los participantes. La homilía delcampus fue tal vez el escrito más citado en las sesiones plenarias del Congreso sobreJosemaría Escrivá, Roma 2002, cuyos volúmenes ya han sido editados. Los estudiossobre esta homilía, con ocasión del Centenario de San Josemaría han sido numerosos.Aludiré tan sólo a la conferencia que pronunció en abril de ese mismo año el filósofo yteólogo de la Universidad de Lovaina André Léonard, actualmente Obispo de Namur. Loque ha retenido la atención de Léonard y da título y cuerpo a su estudio es el«materialismo cristiano», la expresión con la que los editores franceses, como veremosenseguida, titularon la primera edición de la homilía en aquella lengua.

A esos aspectos centrales señalados por los teólogos querría yo dedicar el resto de miintervención, pero me parece que debo hacer antes una incursión por la titulación

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originaria del texto que analizamos.

2. El título de la homilíaEn efecto, una primera aproximación al mensaje de la homilía es la que ofrece la

diversa titulación que se le fue dando en las distintas ediciones. Como es sabido, en laedición príncipe —la que se entregó en el campus— la homilía carecía de título ensentido propio. Tampoco incluía ladillos o títulos intermedios. Lo mismo debe decirse delas ediciones que hicieron las revistas Palabra y Nuestro Tiempo 7. Por las mismasfechas, en cambio, otras dos revistas europeas —La Table Ronde, de París, y StudiCattolici, de Milán— ofrecieron a sus lectores traducciones adornadas con una titulaciónpropia, por lo demás claramente intencionada: la primera, «Le matérialisme chrétien» 8;la segunda, «Amare il mondo apassionatamente» 9.

Los editores de La Table Ronde se fijaron en esa expresión de la homilía, porquecreyeron captar en ella assez bien el sentido total de su mensaje. Así lo dicenexpresamente en una nota de redacción que antecede al texto 10. Se trata, en efecto, deuna fórmula paradójica 11 y sorprendente, de lo que es bien consciente el predicador, quela escribe en cursiva. Nada, en efecto, hay a primera vista más antitético yautoexcluyente que estos dos términos: «cristianismo» y «materialismo», que sinembargo el Fundador del Opus Dei reúne y acopla, al decirnos que es lícito hablar de un«materialismo cristiano, que se opone audazmente a los materialismos cerrados alespíritu» (n. 115). El horizonte espiritual y la antropología implícita en esta expresión es,sin duda, de una gran trascendencia: Josemaría Escrivá —es lo que sin duda quisieronsubrayar los editores de París— estaría proponiendo una manera de entender la relacióndel hombre con Dios que, arrancando de lo más material (el Verbo se hizo carne) yexpresándose a través de la materia de este mundo, se levanta hasta Dios. A ello hemosde volver más adelante.

El editor de Milán, por su parte, presentó ese núcleo espiritual sirviéndose de otrahermosa expresión de la homilía. Está tomada del n. 118 in fine, cuando el Fundador delOpus Dei se refiere por un momento a sí mismo, diciendo que es un «sacerdote deJesucristo, que ama apasionadamente el mundo». La Redacción de la revista dice, alpresentar la homilía, que se trata de la primera traducción italiana «de un nuevodocumento del espíritu, de la doctrina, del apasionado amor a las almas de Mons. Escriváde Balaguer». Habría, sin duda, que decir que hay matices diferentes en cada una deestas expresiones: «amor a las almas» y «amor al mundo», que es la propia de lahomilía. Pero, en todo caso, la titulación que emplea la revista italiana, en contraste conla francesa, va de manera directa a la actitud de espíritu desde las que brotaban laspalabras de Mons. Escrivá y desde ahí se contempla el contenido doctrinal objetivo de lahomilía. Subyace también en esta expresión un componente paradójico: sacerdote pareceindicar al hombre de lo sacro, al testigo de lo trascendente a este mundo; y, sin embargo,aparece caracterizado ese sacerdote no por el despego del mundo, sino por lo contrario:por el amor al mundo, por un amor que califica de apasionado. Si esto es así en un

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sacerdote, la existencia del cristiano común ha de tener, a mayor abundamiento, esadimensión radical: «Amar al mundo apasionadamente». La titulación de la revista italianaes la que ha prevalecido en la historia del texto: la homilía del campus fue poco despuésincluida con este título —y en vida de nuestro primer Gran Canciller— en el libroConversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer 12, que ha tenido múltiples ediciones ennumerosos idiomas. El título «Amar al mundo apasionadamente» debe considerarsecomo formando parte del textus receptus. Y la razón última es bien clara: fue el propioJosemaría Escrivá el que tituló así su homilía al prepararse la traducción italiana13.

Ambas titulaciones señalan, como habrán visto Vds., aspectos importantísimos de lahomilía. Sin embargo, a la hora de captar el núcleo doctrinal de nuestro texto, no nosdispensan, sino que nos incitan a la detenida lectura del texto. Y lo voy a hacer ahora deesta manera: no yendo directamente a los contenidos de la homilía, sino rastreandoprimero su estructura, el fluir de las ideas y del lenguaje que las expresa. Nuestro estudiose mueve, pues, en el interior del texto mismo, de su lenguaje y de su intencionalidad.Pasemos, pues, del título al texto, para avanzar así en nuestra lectura.

3. El mensaje de la homilía

Ante todo un breve esquema de la homilía, que a la vez puede servir como guía delectura:

1. Punto de partida: introducción eucarística (nn. 113)2. Desarrollo de la homilía:

a) línea ascendente (nn. 113-115); tres tesis:Tesis 1.ª —La vida ordinaria en medio del mundo —de este mundo, no de otro—

es el verdadero lugar de la existencia secular cristiana (nn. 113).Tesis 2.ª —Las situaciones que parecen más vulgares, arrancando desde la materia

misma, son metafísica y teológicamente valiosas: son el medio y la ocasión denuestro encuentro continuo con el Señor (nn. 113-114).

Tesis 3.ª —No hay dos vidas, una para la relación con Dios; otra, distinta yseparada, para la realidad secular; sino una única, hecha de carne y espíritu, yésa es la que tiene que ser santa y llena de Dios (nn. 114-115).

b) la cumbre: «vivir santamente la vida ordinaria» (nn. 116).c) línea descendente (nn. 116-122); tres temas:—«vuestra actuación como ciudadanos en la vida civil» (nn. 116-118).—excursus sobre los Amigos de la Universidad de Navarra (nn. 118-120).—«el amor humano, el amor limpio entre un hombre y una mujer» (nn. 121-122).

3. Conclusión: tránsito a la profesión de Fe y a la Eucaristía, misterio de Fe y deAmor (nn. 123).

Debemos decir ante todo que se trata de eso, de una homilía, y que el predicadorconcibe, por tanto, su servicio como un anuncio de los magnalia Dei, que van a tener sumomento culminante —dice— «en esta impresionante Eucaristía que hoy celebramos enel campus de la Universidad de Navarra» (n. 113). En el seno de ese caminar litúrgico

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hacia el Cuerpo y la Sangre de Cristo, Josemaría Escrivá irá entretejiendo el cuerpo de suhomilía sin perder en ningún momento el marco eucarístico. Esta intencionalidad de todoel discurso se hará especialmente vibrante en las palabras finales, cuando llame a losfieles a la fe:

«Fe viva en estos momentos —decía—, porque nos acercamos al mysteriumfidei (1 Tim 3, 9), a la Sagrada Eucaristía; porque vamos a participar en esta Pascuadel Señor, que resume y realiza las misericordias de Dios con los hombres» (n. 123).El cuerpo de la homilía arranca precisamente de la «significación escatológica» del

sagrado Misterio. Pues bien, la secuencia expositiva de ese cuerpo doctrinal, tambiéndesde el punto de vista del fluir de las ideas, se nos aparece como la escalada de unmonte: tiene un desarrollo que es, primero, ascendente; después, «se hace cumbre» y secontempla el paisaje; luego, el descenso por otra ladera. El predicador va razonando yproponiendo su mensaje de manera que, al terminar el párrafo 116, puede considerarseterminada también la ascensión: está ya adquirido lo esencial del patrimonio de doctrinaque quiere inculcar a los fieles. Poco antes había dicho que lo que acababa de exponerera «doctrina de la Sagrada Escritura, que se encuentra —como sabéis— en el núcleomismo del espíritu del Opus Dei» (n. 116). Es ése el momento en que se divisaplenamente el paisaje. Estamos en la cumbre:

«En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no,donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vidaordinaria...» (n. 116).El texto impreso señala aquí unos puntos suspensivos. La pausa que hizo el

predicador en la lectura los reflejó con toda exactitud. El párrafo inmediato se inicia conuna pausada repetición:

«Vivir santamente la vida ordinaria, acabo de deciros. Y con esas palabras merefiero a todo el programa de vuestro quehacer cristiano» (n. 116).Ahí comienza, en efecto, el descenso: desde ahí San Josemaría irá desgranando las

consecuencias prácticas de la doctrina espiritual hasta entonces elaborada, en dos etapasprincipales: la primera, «vuestra actuación como ciudadanos en la vida civil» (comprendelos nn. 116 a 118), y la segunda, «el amor humano, el amor limpio entre un hombre yuna mujer» (nn. 121 y 122); entre ambas se sitúa un interesante excursus, sobre diversascuestiones doctrinales relacionadas con el momento histórico concreto (libertadciudadana, carácter secular de la Universidad de Navarra y de las obras apostólicas delOpus Dei; nn. 118 a 120). Ese descenso es también lineal hasta llegar al encuentro conCristo en la Eucaristía, con el que terminó su predicación.

Pero, para captar mejor el mensaje, volvamos a la frase que se repite en la «cumbre»—en ese tránsito de los párrafos 116—, porque ella es la que designa el tema de lahomilía y la zona más central de su mensaje, su contenido más radical:

«vivir santamente la vida ordinaria».Con esa expresión quiere referirse el autor, según sus propias palabras, a

«todo el programa de vuestro quehacer cristiano».Eso es, pues, lo que Josemaría Escrivá quiso exponer en la homilía del campus: qué

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es la santificación de la vida normal y corriente de un hombre o de una mujer cristianos,de la vida ordinaria. El análisis literario del texto muestra que, efectivamente, esaexpresión es la dominante a lo largo de toda la homilía, constituyendo como su ejedoctrinal.

Por eso, no será inútil hacer el elenco de los pasajes en que aparece 14, pues sontodos de una gran densidad.

En la que hemos llamado «fase ascendente», y antes de llegar al citado tránsito 116,encontramos la expresión en dos lugares.

El primero se encuentra después de la descripción de los elementos de aquel templosingular, que era en aquellos momentos el campus de la Universidad. Decía el predicador:

«¿No os confirma esta enumeración, de una forma plástica e inolvidable, que es la‘vida ordinaria’ el verdadero lugar de nuestra existencia cristiana?» (n. 113).El segundo ofrece esta tajante formulación:

«No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra ‘vida ordinaria’al Señor, o no lo encontraremos nunca» (n. 114).En la «cumbre» (n. 116) acuña, como hemos visto, la expresión ‘vivir santamente la

vida ordinaria’, que adquirirá un sentido técnico en el resto de la homilía.En el «descenso» aparece la expresión en contextos muy notables. Especialmente

relevante el primero:«Se ve claro que, en este terreno como en todos [está hablando de la actuación

social y política de los cristianos], no podríais realizar ese programa de ‘vivirsantamente la vida ordinaria’, si no gozarais de toda la libertad, etc.» (n. 117).Josemaría Escrivá nos ofrece aquí, como vemos, una fórmula aún más acabada para

captar el contenido esencial de su homilía y vuelve a usar por segunda vez el término«programa» —en esta ocasión más en el sentido de «proyecto»— para referirse a ese«vivir santamente la vida ordinaria» que está predicando a los fieles.

El segundo pasaje sirve para introducir otra dimensión importante de ese«programa»:

«Y ahora, hijos e hijas, dejadme que me detenga en otro aspecto —particularmente entrañable— de la ‘vida ordinaria’. Me refiero al amor humano, alamor limpio entre un hombre y una mujer» (n. 121).La conclusión de una homilía es, pastoralmente, el momento en que se subraya e

intensifica, cara al Misterio, lo que ha sido el mensaje del predicador. Por eso no es deextrañar que en ese breve espacio, que los liturgistas llaman «paso al rito», aparezcan lostres últimos pasajes que nos interesan. El primero de ellos es el inicio mismo de laconclusión:

«Debo terminar ya, hijos míos. Os dije al comienzo que mi palabra querríaanunciaros algo de la grandeza y de la misericordia de Dios. Pienso haberlo cumplido,al hablaros de ‘vivir santamente la vida ordinaria’: porque una vida santa en medio dela realidad secular —sin ruido, con sencillez, con veracidad—, ¿no es hoy acaso lamanifestación más conmovedora de las magnalia Dei (Eccli 18, 4), de esasportentosas misericordias que Dios ha ejercido siempre, y no deja de ejercer, para

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salvar al mundo?» (n. 123).Es evidente que aquí es el mismo autor de la homilía el que nos dice cuál ha sido el

tema de su predicación: «vivir santamente la vida ordinaria». Interesante subrayar queSan Josemaría estimaba que predicar y difundir este «programa» es hoy —son suspalabras— la forma más conmovedora de anunciar la grandeza y la misericordia de Dios.

Poco después el predicador comenzaba su vibrante llamada a la fe, con la queacabará la homilía, porque

«sin la fe [decía], falta el fundamento mismo para ‘la santificación de la vidaordinaria’» (n. 123).Las últimas palabras, ya ante el Misterio inminente, son éstas:

«Fe, finalmente, hijas e hijos queridísimos, para demostrar al mundo que todoesto no son ceremonias y palabras, sino una realidad divina, al presentar a loshombres el testimonio de ‘una vida ordinaria santificada’, en el Nombre del Padre ydel Hijo y del Espíritu Santo y de Santa María» (n. 123).Nuestras consideraciones sobre la estructura del texto nos han llevado a esta

conclusión. Según Josemaría Escrivá, el objetivo de su homilía era exponer los rasgosfundamentales de lo que es la vida ordinaria santificada de un hombre o de una mujercristianos. Un título de la homilía no paradójico, sino temático, pero tomado también delas expresiones mismas del predicador, sería, pues, el que hemos visto: «Vivir santamentela vida ordinaria». O también esta otra fórmula, perfecta, que acabamos de encontrar enla conclusión de la homilía y que hemos elegido como título de nuestro análisis: «Unavida santa en medio de la realidad secular».

Tras la sencillez de estos títulos y de este tema, el Fundador de la Universidad deNavarra estaba proponiendo en realidad, en sus rasgos hondos, lo que podríamos llamar,ya con nuestras palabras, su «teología de la secularidad cristiana». Es decir, en la homilíadel campus se encuentra una comprensión de la Revelación divina y de la misión de laIglesia —y, por tanto, del cristiano—, en la que la tarea histórica del hombre, en susgrandes y en sus más pequeñas realizaciones terrenas, aparece plenamente redimida,asumida e integrada en la dinámica de la salvación. Esa comprensión se construye y semanifiesta, sobre todo, como es lógico, en lo que he llamado «línea ascendente» de lahomilía. La «línea descendente» será obtener consecuencias y explicitar y hacer entenderen la práctica lo ya fundamentalmente adquirido en el ascenso 15. A esa comprensión sededican las páginas que siguen.

4. Tres tesis sobre la secularidad cristianaEl Fundador del Opus Dei construyó su homilía como una reflexión en torno al doble

binomio espíritu / materia y espiritualismo / materialismo. Sobre él va a sentar las quenos parecen ser las tres tesis fundamentales de su discurso. En ellas se condensa sumensaje. Las formulo con mis propias palabras, que siguen muy de cerca las delpredicador. Veámoslas.

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a. Sobre el «lugar» de la existencia cristiana (Tesis 1ª)

La tesis primera podríamos formularla así:La vida ordinaria en medio del mundo —de este mundo, no de otro— es el

verdadero lugar de la existencia secular cristiana.El punto de partida de todo su discurso fue, como Vds. recuerdan, la descalificación

de los falsos espiritualismos, es decir, de una falsa noción de lo espiritual. QueríaJosemaría Escrivá salir al paso de un equívoco que ha comportado graves consecuenciashistóricas: la existencia cristiana entendida

«como algo solamente espiritual —espiritualista, quiero decir—, propio de gentespuras, extraordinarias, que no se mezclan con las cosas despreciables de este mundo,o, a lo más, que las toleran como algo necesariamente yuxtapuesto al espíritu,mientras vivimos aquí» (n. 113).Según el Fundador del Opus Dei, para esta concepción del hombre «el templo se

convierte en el lugar por antonomasia de la vida cristiana». La consecuencia es clara:«ser cristiano es, entonces, ir al templo, participar en sagradas ceremonias,

incrustarse en una sociología eclesiástica, en una especie de mundo segregado, que sepresenta a sí mismo como la antesala del cielo, mientras el mundo común recorre supropio camino» (n. 113).Ya se perfilan aquí las antinomias espíritu / materia, mundo eclesiástico / mundo

común, templo / vida ordinaria, etc., que son características del «monismo»espiritualista. La descalificación teológica y pastoral de estas actitudes tiene en la homilíauna desusada solemnidad y es previa a toda argumentación:

«En esta mañana de octubre, mientras nos disponemos a adentrarnos en elmemorial de la Pascua del Señor, respondemos sencillamente que no a esa visióndeformada del Cristianismo» (n. 113).El argumento en que va a apoyar la «tesis» —que claramente entiende compartida

por aquella inmensa asamblea— no es deductivo, sino existencial. Remite a los oyentes aque consideren la experiencia cristiana que están viviendo en aquella liturgia:

«Reflexionad por un momento en el marco de nuestra Eucaristía: nosencontramos en un templo singular».Y el predicador va nombrando lo que teníamos ante nuestros ojos: el campus, las

Facultades universitarias, la maquinaria que levantaba los nuevos edificios, la Biblioteca,el cielo de Navarra... A partir de ahí, el Fundador del Opus Dei llega a ese primer puntode condensación de su discurso que hemos llamado primera tesis: La vida ordinaria,verdadero lugar de la existencia secular cristiana. Esta sencilla afirmación, que seráglosada y explicada de las formas más diversas a lo largo de la homilía, contiene in nucetoda su teología de la secularidad.

Permítanme una palabra sobre el lugar de la existencia cristiana. Lugar tiene aquí,como en otros escritos del Fundador del Opus Dei, un sentido técnico: es una categoríaantropológica y teológica, que le sirve para señalar las coordenadas históricas delencuentro con Cristo y, por tanto, de la existencia humana concreta. Pues bien, lo queJosemaría Escrivá nos estaba diciendo en el campus es que el lugar no es el «templo» —

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entendido como «fenómeno» de la sociología eclesiástica—, sino «la vida ordinaria», ensu acontecer personal y plurivalente, que el propio predicador desglosa así:

«allí donde están vuestros hermanos los hombres, allí donde están vuestrasaspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentrocotidiano con Cristo» (n. 113).Al plantear así las cosas, Josemaría Escrivá ha puesto a la persona humana, es decir,

al hombre de carne y hueso, con su vida de cada día, en el centro de la vida y de lamisión de la Iglesia. Este desplazamiento del templo al mundo, es el que ya teníapresente San Agustín, cuando decía, predicando precisamente en un templo:

«La casa de nuestras oraciones es ésta, la casa de Dios somos nosotros mismos»16.Estamos ante el tema del templo de piedras vivas, que se encuentra en la primera

Carta de San Pedro y domina la liturgia de la dedicación de los templos. Es éste elhorizonte que señalará Juan Pablo II, ya desde la Redemptor hominis, cuando diga unavez y otra que «el hombre es el camino de la Iglesia» 17. San Agustín concluía:

«Si la casa de Dios somos nosotros mismos, eso quiere decir que estamos siendoedificados en el tiempo histórico para ser dedicados en la consumación final» 18.El resto de la «línea ascendente» de nuestra homilía es una explicación de cómo se

va fabricando en este mundo ese templo de piedras vivas que será consagrado en laescatología.

b. Sobre el valor y la dignidad de la «materia» (Tesis 2ª)Llegados a este punto, nos sale al paso la segunda tesis, que podemos formular así:

Las situaciones que parecen más vulgares, arrancando desde la materia misma,son metafísica y teológicamente valiosas: son el medio y la ocasión de nuestroencuentro continuo con el Señor.En efecto, San Josemaría avanza en su exposición mostrando, ahora positivamente,

lo que los espiritualismos ignoran o niegan: el valor de la materia. Esta segunda parte dela ascensión, desde el punto de vista del vocabulario, se inicia en las últimas líneas del n.113:

«Es, en medio de las cosas más materiales de la tierra, donde debemossantificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres».

Aquí encontramos por vez primera en la homilía una alusión a la «materia», quereaparecerá abundantemente en la sección.

Ahora la idea central es que esa vida ordinaria, de la que venía hablando en lospárrafos precedentes, ese lugar de la existencia cristiana, comprende en su seno tambiénlas realidades materiales y sólo se acaba de entender desde la estimación positiva de lamateria. Esa positiva estimación es el presupuesto metafísico y antropológico de lateología de la secularidad cristiana que el Gran Canciller iba desgranando en el campus.No puede, pues, extrañarnos la desusada intensidad con que, dentro de la brevedad de lahomilía, se detuvo a tratar este punto. Siguiendo su habitual manera de afrontar el tema,

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fundamentó su tesis en el relato bíblico de la Creación del mundo en su realidad materialy espiritual: «Yaveh lo miró y vio que era bueno» (n. 114). El hombre está hecho demateria y espíritu y Dios lo ha puesto a vivir en medio de las realidades materiales.

En el contexto de esta sección segunda aparece un término y un concepto—«desencarnación»— que ilumina la intencionalidad de todo el discurso. En realidad esotra manera de nombrar a los falsos espiritualismos. Lo que Mons. Escrivá tiene contraestas antropologías no es, claro está, su estimación positiva de la realidades espirituales,sino, como ya he dicho, su tendencia monista a la hora de mirar al hombre. Con suspropias palabras:

«El auténtico sentido cristiano —que profesa la resurrección de toda carne— seenfrentó siempre, como es lógico, con la desencarnación, sin temor a ser juzgado dematerialismo» (n. 115).«Desencarnación»: ésta es la palabra y éste es el concepto. Desde este enfoque de la

vida, perfección del hombre, unión con Dios, santidad, etc. vendrían entendidos como«superación» de la carne, del cuerpo, de la materia y de lo que esa realidad materialcomporta. Josemaría Escrivá afirmó en el campus de Navarra todo lo contrario. Es éste,para él, podríamos decir, sirviéndonos de una vieja expresión, articulus stantis etcadentis hominis christiani; es decir, algo que, si se da, se mantiene firme la existenciacristiana; si no se da, el cristianismo del hombre cristiano se derrumba. La«desencarnación» deforma, es cierto, toda concepción cristiana del hombre, pero en lorelativo a teología cristiana de la secularidad no es ya que la dificulte, sino que eliminaradicalmente todo posible acceso a ella. De ahí la fórmula paradójica y pedagógica:

«Es lícito, por tanto, hablar de un materialismo cristiano, que se oponeaudazmente a los materialismos cerrados al espíritu» (n. 115).Ya se ve lo que esto significa para Escrivá: una afirmación de la doctrina bíblica y

patrística tradicional —el hombre compuesto de alma y cuerpo, de espíritu y materia—,pero poniendo argumentativamente el acento en la realidad material, ignorada o negadapor los espiritualismos. Materia, pues, abierta al espíritu, en contraste con las diversasformas de materialismo monista, que denunció la Const. Gaudium et Spes, y que SanJosemaría llama aquí «los materialismos cerrados al espíritu».

Es cierto que podría haberse dicho lo mismo invirtiendo los términos y hablando deun «espiritualismo cristiano» que estaría en contraste con los «espiritualismos cerrados ala materia»: el hombre vendría aquí entendido no como un ángel sino como un espírituencarnado y por tanto «abierto a la materia». Pero este enfoque quitaría toda su fuerza ala intentio docendi del texto, toda ella tan próxima a la expresión «materialismocristiano». Procede esta doctrina de la enseñanza de San Pablo acerca del hombre,abundantemente citada en la homilía, pero que tendrá un momento especialmenterevelador en la «línea descendente» cuando, hablando del amor humano, diga a losfieles:

«La oración contemplativa surgirá en vosotros cada vez que meditéis en estarealidad impresionante: algo tan material como mi cuerpo ha sido elegido por elEspíritu Santo para establecer su morada..., ya no me pertenezco..., mi cuerpo y mi

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alma —mi ser entero— son de Dios...» (n. 121).Este pasaje ilumina nuestro tema. Como en San Pablo, la homilía del campus

considera al hombre en su totalidad, pero arrancando desde abajo, desde lo más humilde,desde el cuerpo, desde lo material, que no se «yuxtapone» al espíritu, sino que es —elcuerpo, y no sólo el espíritu— «templo del Espíritu Santo».

El tema de la «materia» es tan central en la homilía que nuestro Gran Cancillerestimó que debía ofrecer a los fieles una fundamentación no sólo «teológica» —desde elGénesis, como vimos—, sino sobre todo cristológica. Lo que él está proponiendo a losfieles, viene a decirnos, es pura coherencia con la lex incarnationis que preside laeconomía de la gracia. Pero no se detiene en la Cristología propiamente tal, que da porconocida, sino que avanza hacia los signos sacramentales que la manifiestan, «huellas dela Encarnación del Verbo, como afirmaron los antiguos» (n. 115), lo que le permiteconsiderar de nuevo el sentido de la Eucaristía.

«¿Qué son los sacramentos [...] sino la más clara manifestación de este camino,que Dios ha elegido para santificarnos y llevarnos al Cielo? ¿No veis que cadasacramento es el amor de Dios, con toda su fuerza creadora y redentora, que se nosda sirviéndose de medios materiales? ¿Qué es esta Eucaristía —ya inminente— sinoel Cuerpo y la Sangre adorables de nuestro Redentor, que se nos ofrece a través de lahumilde materia de este mundo —vino y pan—, a través de los elementos de lanaturaleza, cultivados por el hombre, como el último Concilio Ecuménico ha queridorecordar?» (n. 115) 19.Cristo, pues, al hacerse hombre, más aún, como dice San Juan, al hacerse carne; y

como consecuencia, toda la economía sacramental, que asume la materia al servicio de laRedención; Cristo y la economía divina, digo, revelan y fundamentan, según SanJosemaría Escrivá, la doctrina de la secularidad cristiana. De ahí que el Gran Canciller dela Universidad manifestara ante los fieles una sorprendente tarea, de la que ellos eranresponsables:

«Por eso puedo deciros que necesita nuestra época devolver —a la materia y a lassituaciones que parecen más vulgares— su noble y original sentido, ponerlas alservicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión denuestro encuentro continuo con Jesucristo» (n. 114).En esta inesperada misión se funden los dos planos de la economía divina: el

originario de la Creación y el nuevo plano de la Redención por Jesucristo. De estafórmula procede, como habrán observado Vds., la que hemos llamado segunda gran tesisde la homilía.

Consideremos ahora la materia como en la tesis primera hicimos con el lugar.«Materia», en el lenguaje de nuestra homilía, es un término utilizado para nombrar,desde su dimensión más humilde —desde la ignobilior pars—, toda la gama de lo«ordinario», la totalidad de lo «corriente», que debe ser santificada y llevada hasta Dios.Es, en efecto, un lenguaje que desde sus bases metafísicas se abre e incluye lasrealidades antropológicas. De ahí que las fórmulas sean normalmente enumerativas:«Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida

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humana» (n. 114), «a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles ymateriales» (n. 114), hay que devolver «a la materia y a las situaciones que parecen másvulgares su noble original sentido» (n. 114). En resumen: la posición metafísica yteológica de la «materia», en el discurso de Josemaría Escrivá, es ésta: comparte con elespíritu un mismo destino —el destino del hombre— y su dignidad —la dignidad de lamateria— radica precisamente en su relación con el espíritu, en su capacidad de servir alespíritu y de ser penetrada por él, encontrando en ese servicio su plenitud. La tarea derecuperar el «noble y original sentido» de las realidades materiales viene descrita por elFundador del Opus Dei precisamente con esta expresión: «espiritualizarlas»; no,ciertamente, en el sentido de los espiritualismos, que se avergüenzan de lo material, sinoen este otro bien preciso: hacerlas participar con el espíritu en el destino del hombre. O loque es lo mismo en términos soteriológicos: hacer «de ellas medio y ocasión de nuestroencuentro continuo con Jesucristo» (n. 114).

Para la comprensión de esta segunda tesis hemos de reparar en que San Josemaríatenía siempre en el fondo de su exposición esa gran ley de la economía salvífica, quepodríamos formular así: en la vida cristiana, todo es, a la vez, don y tarea, indicativo eimperativo, regalo divino y responsabilidad humana. El aspecto «tarea» es elformalmente subrayado en el párrafo que acabo de transcribir. Pero ese imperativo esposible y tiene sentido porque la realidad misma que buscamos nos ha sido dada porDios: en la economía de la gracia, el imperativo se basa siempre en el indicativo. Dichode otra manera: la tarea de buscar a Cristo sólo es posible porque Él, graciosamente, senos ha dado y se nos da: «Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos»(Mt 26, 28). Volviendo a nuestro discurso: el esfuerzo que San Josemaría nos pide parahacer de la materia «medio y ocasión» del encuentro con Cristo se basa en que el Señor¡está allí!:

«en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día» (n. 114).

El don y la tarea se recubren hermosamente en esta fórmula:«hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a

cada uno de vosotros descubrir» (n. 114).«Os aseguro, hijos míos, que cuando un cristiano desempeña con amor lo más

intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios» (n.116).Aquí el don y la misión aparecen fundidos en la vida real del cristiano, cuyo vivir en

medio de las realidades seculares comienza a ser ya «una vida escondida con Cristo enDios» (Col 3, 3). Pero con esta afirmación casi invadimos el campo de la tercera tesis.

c. Sobre la «unidad de vida» del cristiano (Tesis 3ª)

No hay dos vidas, una para la relación con Dios; otra, distinta y separada,para la realidad secular; sino una única, hecha de carne y espíritu, y ésa es la quetiene que ser santa y llena de Dios.La articulación de las dos tesis precedentes es ésta: si la vida ordinaria es el lugar de la

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existencia cristiana (tesis 1ª), esto es así porque la materia y lo que parece más vulgar hanpasado a ser, en el orden de la gracia, medio y ocasión del encuentro con Cristo (tesis2ª). Pues bien, de esas dos tesis Josemaría Escrivá concluye esta tercera, con la que meparece que avanza de manera resolutiva hacia la cumbre.

El concepto y la expresión «unidad de vida» son característicos de la doctrinaespiritual de San Josemaría y pueden encontrarse analizados en la bibliografía que se haocupado del tema 20. Ahora nos interesa solamente comprender esta doctrina desde ladinámica interna de la homilía y, por tanto, en su íntima conexión con las dos tesisprecedentes. Nuestro Gran Canciller contempla aquí el gran desafío que ofrece elhorizonte espiritual contemporáneo: la separación entre fe y vida, que ya el ConcilioVaticano II 21 calificó como uno de los errores más graves de nuestra época, y que elFundador del Opus Dei trataba ya de explicar —nos dice— «a aquellos universitarios y aaquellos obreros, que venían junto a mí por los años treinta».

La tesis sobre la «unidad de vida», como las otras dos que la preceden, tiene ennuestra homilía su contexto inmediato también en el análisis del falso espiritualismo. ElFundador del Opus Dei viene a decirnos que, a partir estos espiritualismos —que veía tanextendidos entre los cristianos—, caben dos «soluciones» al problema. La primera, queEscrivá describe al principio de la homilía, es la formalmente «espiritualista»: la unidadde la vida se busca en la «sociología del templo», en el sentido de la expresión a queantes nos hemos referido. Este enfoque renuncia de facto a una proyección salvíficasobre la historia humana, y se refugia en la precaria unidad que ofrece esa

«especie de mundo segregado, que se presenta a sí mismo como la antesala delcielo, mientras el mundo común recorre su propio camino» (n. 113).Por otra parte están los que han recibido una «formación» cristiana planteada desde

el espiritualismo, pero que viven y quieren seguir viviendo en el «mundo común». Deestos cristianos es de los que se ocupa Escrivá en los pasajes de la homilía que ahoraconsideramos. Son los hombres y las mujeres que, al no plegarse sin más a la tesisespiritualista, se ven como obligados a una doble vida:

«la vida interior, la vida de relación con Dios, de una parte; y de otra, distinta yseparada, la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas»(n. 114).El diagnóstico de la situación viene formulado con el nombre de una grave

enfermedad, bien conocida por los psiquiatras: «esquizofrenia». Se ha provocado engrandes sectores de los fieles cristianos una especie de esquizofrenia espiritual, ante laque San Josemaría reaccionó con fuerza inolvidable. El pasaje merece ser reproducido ensu tenor literal:

«¡Que no, hijos míos! Que no puede haber una doble vida, que no podemos sercomo esquizofrénicos, si queremos ser cristianos: que hay una única vida, hecha decarne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser —en el alma y en el cuerpo— santa yllena de Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles ymateriales» (n. 114).Con estas expresiones, el Gran Canciller de la Universidad de Navarra afirmaba la

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tercera tesis en su contenido positivo: no se limita, en efecto, a señalar la esquizofrenia,es decir, las dos formas de doble vida (la formalmente espiritualista y la derivada), sinoque afirma además dónde está la «salud espiritual», que él llama «unidad de vida». Peroesa «unidad de vida» no adviene al cristiano a través de complicadas operaciones enzonas recónditas del espíritu, sino viviendo la vida corriente, esa vida del «mundocomún», infravalorada por la postura espiritualista. Para nuestro Fundador hay una«única vida» y el acento está puesto, como no era menos de esperar a partir de las otrasdos tesis, en que lo que unifica esa vida es el encuentro con el Dios invisible en cuantoque acontece en las cosas más visibles y materiales:

«En todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día» (n. 114).Quizá la fórmula más acabada para describir esta dinámica unificante de la vida sea

ésta, que viene a continuación:«Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más

comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir».Aquí está, tal vez, el punto culminante de la tercera tesis: la unidad entre la vida de

relación con Dios y la vida cotidiana —trabajo, profesión, familia— no viene desdefuera, sino que se da en el seno mismo de esta última, porque aquí, en la vida común ycorriente es donde se da ese algo santo, que cada uno debe encontrar.

5. El sentido de un mensajeLa doctrina que Josemaría Escrivá expuso en el campus de la Universidad de Navarra

—así lo dijo allí— está «en el núcleo mismo del espíritu del Opus Dei» (n. 116). Portanto, no era nueva: era la que venía predicando desde el 2 de octubre de 1928, cuandoel Señor le hizo «ver» la Obra 22. En aquel octubre del 67 la vuelve a exponer para quelos oyentes la comprendan —dice— «con una nueva claridad» (n. 114).

Juan Pablo II lo dijo con ocasión de la canonización de nuestro primer GranCanciller:

«San Josemaría fue elegido por el Señor para anunciar la llamada universal a lasantidad y para indicar que la vida cotidiana, las actividades comunes, son camino desantificación. De él se podría decir que fue el santo de lo ordinario» 23.Eso es, efectivamente, lo que hizo San Josemaría en el campus de Pamplona.

Doctrina, ésta, por lo demás, no sólo originaria, sino constantemente enseñada, comoaparece subrayado en la alusión al «repetido martilleo» con que había predicado siempre«que la vocación cristiana consiste en hacer endecasílabos de la prosa de cada día» (n.116). Esto es evidentemente así. Pero Josemaría Escrivá nunca entendió ese mensajeespiritual, que Dios le inspiró con fuerza imborrable, como una especie de aerolito que seincrusta inmóvil en la tierra, sino como una semilla que crece fecundada por la gracia deDios. Por eso, el mensaje del 2 de octubre del 28 fue siempre profundizado por elFundador a lo largo de toda su vida. Y lo iba siendo por el camino que viene testificadopor la vida de la Iglesia y, sobre todo, por la vida de los santos. Josemaría Escrivá, enefecto, ahondó en el mensaje del 2 de octubre a través de las luces ulteriores —con

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alguna frecuencia de carácter extraordinario 24— que Dios le concedió, y de manera másordinaria, a través de una constante reflexión sobre el mensaje mismo, realizada en elcontexto de su experiencia espiritual e histórica: los acontecimientos de la vida de laIglesia y de la Obra y, en general, de la historia humana, tal como los percibía, lebrindaban la materia indispensable para el ejercicio de su responsabilidad, también de suresponsabilidad ante el tesoro que Dios había puesto en sus manos.

Cuando Josemaría Escrivá predicó al aire libre en el campus de nuestra Universidad,estaba casi recién acabado el Concilio Vaticano II. La Constitución Lumen Gentium habíaproclamado, con una solemnidad sin precedentes, la llamada universal de los cristianos ala santidad; por su parte, la Constitución Gaudium et Spes había subrayado la bondadoriginaria del mundo y el valor del trabajo humano a la hora de comprender las relacionesdel mundo con la Iglesia. Dos temas, el de ambas Constituciones conciliares, que estabanya en el centro del mensaje del 2 de octubre de 1928 y que en los años que siguen a lafundación del Opus Dei apenas si eran comprendidos por unos pocos. Este era elcontexto eclesial inmediato de nuestra homilía: lo que había provocado en los años treintay cuarenta del pasado siglo —entonces no tan lejanos— sospechas, incomprensiones, eincluso acusaciones de desviación doctrinal y herejía, era ahora doctrina conciliar. A miparecer, este respaldo del Concilio Vaticano II y el clima de Gaudium et Spes ayudan acomprender el lenguaje y el estilo argumentativo con que el Fundador del Opus Deiabordó en esta ocasión la temática tantas veces predicada. Ese respaldo le permitíaexpresarse con un lenguaje teológicamente incisivo, casi polémico, que subraya lasantítesis, lo que le confiere una fuerza pedagógica extraordinaria, que facilitaba que ladoctrina quedara firmemente grabada en los oyentes.

Por otra parte, aquel octubre de 1967 está a un paso ya del evento cultural conocidocomo «mayo del 68», en el que se juntaron un cúmulo de utopías y de desencantos. Elcurso académico 1967-68 fue un curso inolvidable. En el orden de la vida eclesial estánya dándose, de manera creciente, las manifestaciones de una interpretación secularista —así la llamó Pablo VI— del Concilio Vaticano II, con la tremenda crisis que provocó:primero, en el ámbito de las Ordenes y Congregaciones religiosas y, desde ahí, en el clerosecular; derivadamente, en la vida del entero Pueblo de Dios. Fue Louis Bouyer el quediagnosticó, a mi entender de forma certera, esta secuencia 25. Era la época en queresonaba en los ámbitos eclesiásticos de toda Europa la teología anglosajona de lasecularización. Era la época en que el Honest to God de John A.T. Robinson divulgabaesta radical secularización del Cristianismo, que dejaba sin respiración a significativossectores del clero y preparaba el éxodo en los seminarios españoles26, y en que la revistaTime dedicaba su Cover Story a la «teología de la muerte de Dios»27. Era ésta, a la vez,la época del dominio marxista en las universidades europeas y del diálogo con elmarxismo como único horizonte intelectual digno de los cristianos...

Si traigo a colación estos recuerdos históricos, es porque son el contexto de lo queoímos en el campus aquella mañana de octubre y, sin ellos, se pasa sobrevolando elhumus cultural y teológico de aquel mensaje. El Gran Canciller de la Universidad deNavarra, predicando en su Universidad y en contra de lo que podría esperarse, no situó

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dialécticamente su homilía «frente a» esas falsas teologías de la secularización, sino quesu palabra se movió críticamente —ya lo he apuntado— frente a posiciones de signoopuesto: en concreto, frente a una «tradicional» deformación de lo cristiano quepodríamos calificar de clerical, sacralizante y falsamente piadosa. Fue desde esta posicióndialéctica como San Josemaría anunció la novedad del Evangelio. Ofreció en aquellamemorable Asamblea de Amigos de la Universidad de Navarra no un ataque alsecularismo sino una profunda óptica cristiana para la comprensión de la secularidad.Perspectiva, ésta, llena de amor y fidelidad a la Iglesia, que superaba radicalmente, sinnombrarlos, tirando por elevación, los planteamientos de una falsa secularización.

6. Cuarenta años despuésHan pasado 40 años desde aquel evento. Las circunstancias contextuales a las que

acabo de aludir, que bajo otros aspectos han sufrido tan profundos cambios en estosocho lustros, no han hecho sino redoblar, a veces de manera devastadora, la presiónsecularista sobre las propuestas y los valores cristianos. Las graves consecuencias en elorden de la cultura, de la familia, de la vida social y, en general, a la hora del respeto a lavida humana bien las conocen Vds., que las sufren en su carne y en la de sus seres másqueridos. Por eso parece inevitable esta pregunta: ¿Cómo habría planteado hoy SanJosemaría la homilía del campus? ¿Se habría dejado impresionar ante el oleaje«globalizante» de la descristianización? ¿Habría, en consecuencia, «reconsiderado» su«estrategia», buscando ahora no tanto la plena inserción de los cristianos en el mundosino «espacios sagrados» en los que pudieran ejercitar una especie de «derecho deasilo»? ¿Habría mirado el templo con otros ojos, viendo en él el baluarte protector desdeel que instalarse y hacer desde allí «incursiones» al mundo común para «salvar almas»?

Ya se dan cuenta de que, en rigor, estoy planteando un futurible y por tanto algo queen sentido propio no tiene respuesta. Cada uno puede hacerse su composición de lugar.Yo, personalmente, les diré lo que pienso. Y lo que pienso es que San Josemaría nohubiera tocado una coma en el texto de su homilía, que por algo la trajo escrita de laprimera a la última palabra. Toda la investigación y el estudio del pensamiento deJosemaría Escrivá que, como les decía a Vds., se ha multiplicado con ocasión de suCentenario y de su Canonización, ve en esta homilía un texto profético para el mundo deeste tercer milenio, el mundo del Duc in altum.

Pero no podemos olvidar algo que me parece de la máxima importancia en nuestroanálisis, y es que la homilía del campus, en su datación histórica, presupone la catequesiscristiana. Quiero decir que el discurso de San Josemaría en aquella ocasión apuntaba afundar la secularidad de la vida cristiana partiendo de la base de que su auditorio teníaasumidos los conceptos radicales de la identidad cristiana. Por eso, no se ve en lanecesidad de hablar del Bautismo, fuente de la identidad del hombre en la Iglesia y, portanto, de la vida que ha de ser vivida en esa secularidad que Josemaría Escrivá quierehacer comprender. Y es que el Bautismo, los dones de la gracia, los sacramentos: todasestas realidades constitutivas del ser de la Iglesia y de lo cristiano son el presupuesto,

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continuamente subyacente en la homilía, de todo el discurso sobre la secularidadcristiana. La manera que el Fundador del Opus Dei tiene de hacer gravitar en el campusestas realidades fundantes es, como hemos visto, el marco eucarístico en que se muevela homilía. La Eucaristía, que es —como él mismo dijo— el centro y la raíz de todo en laIglesia y en el cristiano, es el permanente punto de referencia de todas las reflexiones queen este texto se contienen.

Esto que digo es importante para comprender la doctrina sobre la «unidad de vida»que se nos ofrece en la homilía. La unificación de la vida del cristiano sólo puede venir,como es obvio, desde esa identidad cristiana de que hablamos: es decir, desde la «vidanueva» que el Bautismo y la gracia ponen en nuestras almas, de la nueva criatura enCristo, de la filiación divina del cristiano, que, hijo de Dios en el Hijo, busca en todomomento el cumplimiento de la voluntad del Padre. Aquí, precisamente, es dondeengrana el momento secular de la «unidad de vida» que el Fundador del Opus Dei hadescrito en su homilía: porque el cristiano que vive el «mundo común», sólo desde sucondición de hijo de Dios —buscador de la voluntad del Padre— podrá descubrir esealgo santo y divino que está escondido en las situaciones más comunes de la vidaordinaria.

La demolición de los fundamentos de la vida cristiana a la que propende la culturacontemporánea hace que hoy haya mucha gente que se declara —al menos en lasencuestas— cristiana, católica, y que carece de formación básica en materia de fe. Estoes fundamental a la hora de utilizar la «homilía del campus». Sin la vida de Cristo en elalma, el mundo «material» se hace opaco e impenetrable. Dicho positivamente y con lapalabra misma del predicador:

«Cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las accionesdiarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios» (n. 116).Pero sólo desde Cristo y la vida de la gracia se desempeña con amor lo pequeño y el

mundo común se convierte en «epifanía» de Dios.En definitiva, para entender la secularidad cristiana hay que tener fe en Jesucristo y

querer vivir con arreglo a esa fe. Ese es el clima y el trasfondo de la homilía del campus.Por eso, los hombres y las mujeres de fe que viven en medio del mundo —en lasecularidad cristiana— tienen como primera exigencia de esa fe y de esa secularidadhablar de Dios en los distintos ambientes seculares: hablar de Jesucristo, de su perdón yde su misericordia, de sus sacramentos. Es un deber que, en estos inicios del tercermilenio, no podemos posponer y mucho menos olvidar.

El texto de la homilía del campus, con sus análisis y sus propuestas, leído hoy,muestra en efecto la extraordinaria vigencia de aquellos planteamientos. Hoy la presión ala que el oleaje secularista somete a la vida cristiana hace emerger, también en su máximatensión, el temple humano y el formato espiritual que Dios quiere dar —y por tanto exige— a las mujeres y a los hombres de los que habla Josemaría Escrivá. La homilía delcampus se movía, anticipadamente, en el clima del «Non abbiate paura!» que haríaemblemático Juan Pablo II desde el inicio de su pontificado y que ha de envolver a lanueva evangelización a la que hemos sido convocados por este anciano juvenil que ha

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sido el Sucesor de Pedro.Precisamente en la canonización del Fundador de nuestra Universidad, Juan Pablo II

puso de manifiesto, al comienzo mismo de su homilía, este rasgo fundamental de ladoctrina de San Josemaría. Estas son sus palabras, que citan y glosan la homilía delcampus:

«No cesaba de invitar a sus hijos espirituales a invocar al Espíritu Santo para que lavida interior, es decir, la vida de relación con Dios, y la vida familiar, profesional, social,hecha de pequeñas realidades terrenas, no estuvieran separadas, sino que constituyeranuna única existencia ‘santa y llena de Dios’. ‘A ese Dios invisible —escribió— loencontramos en las cosas más visibles y materiales’ (Conversaciones con Mons. Escriváde Balaguer, 114)» 28.

Y desde ahí el Santo Padre pasa a afirmar la secularidad cristiana desde laidentidad cristiana, exhortando a todos a «no tener miedo»:

«Elevar el mundo hacia Dios y transformarlo desde dentro: he aquí el ideal que elSanto Fundador os indica […] Él continúa recordándoos la necesidad de no dejarosatemorizar ante una cultura materialista, que amenaza con disolver la identidad másgenuina de los discípulos de Cristo» 29.

Y nuestro Gran Canciller, el Prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría, sacaba ala luz, también con ocasión de la canonización, estas palabras de Álvaro del Portillo,glosando el mensaje de nuestro Fundador, y decía:

«Todas las profesiones, todos los ambientes, todas las situaciones honradas […] hanquedado removidas por los Ángeles de Dios, como las aguas de aquella piscina probáticarecordada en el Evangelio (cfr. Jn 5, 2 y ss) y han adquirido fuerza medicinal […] Hastade las piedras más áridas e insospechadas han brotado torrentes medicinales. El trabajohumano bien terminado se ha hecho colirio para descubrir a Dios en todas lascircunstancias de la vida, en todas las cosas. Y ha ocurrido precisamente en nuestrotiempo, cuando el materialismo se empeña en convertir el trabajo en un barro que ciega alos hombres, y les impide mirar a Dios» 30.

La «homilía del campus» tiene una riqueza de contenidos que aquí apenas hemospodido enmarcar. En realidad nuestro análisis pretendía sólo ofrecer una guía de lectura yreflexión sobre este texto memorable y, a la vez, recordar gozosamente con vosotros,cuarenta años después, el sentido de aquel mensaje.

Termino ya. Lo hago con la esperanza de que San Josemaría no encuentre demasiadoinadecuadas las consideraciones que he hecho sobre la inolvidable homilía que pronuncióen el campus de nuestra Universidad.

* Texto de la conferencia pronunciada en el Aula Magna de la Universidad el 18 de enero de 2003 en la sesiónorganizada por la Asociación de Amigos de la Universidad de Navarra (ADA) [N. del Ed.].

** La grabación sonora de la homilía del campus ha sido editada con una magnífica calidad por «Maiestas S.L.»,bajo el título Amar al mundo apasionadamente, Audiolibros de Maiestas, 2006 [N. del Ed.].

1 De esta homilía me ocupé de manera más extensa en el capítulo titulado «Vivir santamente la vida ordinaria» dellibro AA.VV., Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, Prólogo de Álvaro del Portillo, Eunsa, Pamplona 1993, pp.225-258.

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2 Homilía | pronunciada por el Excmo. y Revmo. Sr. | Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer | Gran Canciller de laUniversidad de Navarra | durante la Misa celebrada en el campus de la | Universidad, con ocasión de la Asamblea Generalde la Asociación de Amigos | 8 de octubre de 1967 | Pamplona | mcmlxvii, 16 págs. Está impresa en E.m.e.s.a., Madrid. Esde notar la belleza tipográfica de esta edición. Hay otras ediciones exactas, hechas también por la Universidad, que sediferencian de la primera en el pie de imprenta de la última página. En estas otras se lee: Grafinasa, Pamplona.

3 Vid. Santo Rosario, Madrid 1934.4 Ahora se dispone ya de la edición crítica: Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino, edición crítico-histórica a cargo

de Pedro Rodríguez, prólogo de Javier Echevarría, vol. 1 de la Serie I de la «Colección de Obras Completas», Rialp, 1ª ed.,Madrid 2002; 3ª ed. corregida y aumentada, 2003.

5 Ciertamente, los miembros del Opus Dei habíamos leído y meditado sus Instrucciones y Cartas, que circulabanentre nosotros con inmensa veneración, y lo mismo las que nos fue escribiendo hasta su muerte. Es un materialextraordinario, que verá también la luz pública en la «Colección de Obras Completas» que acabo de citar. Pero ahora meestoy refiriendo a sus obras publicadas, llamémosle así, en edición comercial. Dejo aparte, claro está, su investigaciónsobre la Abadesa de las Huelgas, que pertenece al género científico-histórico.

6 A partir de entonces, Mons. Escrivá de Balaguer dio a la imprenta otras homilías, que fueron después agrupadasen Es Cristo que pasa, Rialp, Madrid 1973, en Amigos de Dios, Rialp, Madrid 1977 y Para Amar a la Iglesia, Palabra,Madrid 1986; ediciones póstumas estas dos últimas.

7 Palabra nº 27, noviembre de 1967, pp. 23-27 reproducía qua talis el título de la edición príncipe. Nuestro Tiempo 28,diciembre de 1967, pp. 601-609, incluyó la homilía en un cuaderno de carácter monográfico dedicado a la II Asamblea deAmigos de la Universidad, donde se titula sencillamente: «Homilía del Gran Canciller».

8 La Table Ronde, nº 239-240, noviembre-diciembre 1967, pp. 231-241.9 Studi Cattolici, nº 80, noviembre 1967, pp. 35-40.10 Allí se lee: «El materialismo cristiano: éste es el título, tomado de una frase de Mons. Escrivá, que ha elegido la

Redacción de nuestra revista para el texto que publicamos a continuación. Nos parece que refleja assez bien el sentido deuna espiritualidad que, por moderna que sea, no deja por eso de ser tradicional» (p. 229).

11 Quizá la figura retórica más exacta para calificar esta expresión no sería la «paradoja» —me hacía notar mi colegael Prof. Jaime Nubiola—, sino el «oxímoron», que contempla de manera más enérgica el enfrentamiento de los términosacoplados. Vid. sobre el tema M. A. Garrido Gallardo, Retórica, en GER, 20, pp. 178-182, donde dice que la razón de estasfiguras literarias es «hacer del discurso no un mero indicador transparente hacia la cosa significada o referente, sino unmedio opaco que recabe atención por sí mismo y condicione en un sentido preciso la interpretación del mensaje quepropone al lector» (p. 180). Me parece esto muy exacto aplicado a nuestro caso y en el contexto de toda la homilía.

12 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, Rialp, Madrid 1968, pp. 171-181. Para las citas de la homilía mesirvo de la numeración de parágrafos que hace Conversaciones (y añado una letra cuando el número marginal abarcavarios párrafos); la homilía comprende los nn. 113 a 123.

13 Esto se supo con ocasión de unas declaraciones de Álvaro del Portillo al diario italiano La Stampa (Torino, 18-IV-1992), que traduzco: «Recuerdo que en 1967, hablando a los estudiantes y a los graduados de la Universidad de Navarra,en España, tituló su homilía Amar al mundo apasionadamente. Era un admirador del mundo y de su belleza […] Amaba elmundo, Mons. Escrivá, pero no se dejaba distraer por el mundo. Era un tozudo (testardo) servidor de Dios».

14 Al hacer este elenco ponemos entre comillas simples las expresiones que comentamos. La cursiva, en cambio,aquí como en todas las citas de la homilía, pertenece al texto original.

15 A la «línea descendente» dediqué mi atención en la segunda parte del estudio citado en nota 1.16 «Domus nostrarum orationum ista est, domus Dei nos ipsi» (Sermón 36, 1; PL 38, 1471).17 Enc. Redemptor hominis, 14.18 «Si domus Dei nos ipsi, nos≤ in hoc saeculo aedificamur ut in fine saeculi dedicemur».19 Nota de la homilía: «Cfr. Const. Gaudium et Spes, 38».20 Vid. I. de Celaya, «Unidad de vida y plenitud cristiana», en F. Ocáriz — I. de Celaya, Vivir como hijos de Dios,

Eunsa, Pamplona1993, pp. 93-128. También Antonio Aranda, La lógica de la unidad de vida. Identidad cristiana en unasociedad pluralista, Pamplona 2000, pp. 121-146..

21 Const. Gaudium et Spes, 43.22 Vid. sobre el tema J. L. Illanes, «Dos de octubre de 1928: alcance y significado de una fecha», AA.VV., Mons.

Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, Pamplona 1985, pp. 65ss.23 Discurso de Juan Pablo II a los peregrinos llegados a Roma para la canonización de San Josemaría Escrivá, 7 de

octubre de 2002.24 Una de esas ocasiones, especialmente significativa, fue el 7 de agosto de 1931. Vid. sobre el tema P. Rodríguez,

«‘Omnia traham ad meipsum’. El sentido de Juan 12, 32 en la experiencia espiritual de Mons. Escrivá de Balaguer», enEstudios 1985-1996, suplemento de Romana. Boletín de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei, pp. 249-275.

25 Vid. L. Bouyer, La descomposición del Catolicismo, Barcelona 1970.26 La traducción española del libro de Robinson (Barcelona, Ariel) es de 1967. El original inglés, de 1964.27 Vid. Time, 8 de abril de 1966.

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28 Homilía de Juan Pablo II en la Misa de canonización de San Josemaría Escrivá, Roma 6 de octubre de 2002.29 Ibidem.30 Homilía de Mons. Javier Echevarría en la Misa de acción de gracias por la canonización de San Josemaría Escrivá,

Roma 7 de octubre de 2002. La cita que hace Mons. Echevarría es de una Carta pastoral de Álvaro del Portillo, 30-IX-1975, n. 20, escrita a raíz de su elección para presidir el Opus Dei.

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