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ISSN: 2340-843X pág. 93
ARS & RENOVATIO, número tres, 2015, pp. 93-124
LA PRESENCIA DEL RELOJ EN LA VIVIENDA EN ÉPOCA MODERNA
Amelia Aranda Huete*
Durante la Alta Edad Media, los monasterios y los conventos fueron los principales centros culturales
y en ellos surgieron los primeros avances científicos. Debido a la necesidad de regular la rutina diaria y de
instituir un ritmo temporal a los rezos, al trabajo y al descanso de los monjes1, nacieron allí los antiguos métodos
de medición del tiempo. Hacia el siglo VII aparecieron los cuadrantes de sol o relojes de sol2. Disponían de
un gnomon que proyectaba su sombra sobre un plano o una superficie curva en la que estaban marcadas las
líneas horarias. Las oraciones diurnas se podían organizar consultando este reloj y tocando las campanas.
Por otra parte, el crecimiento de las ciudades y la actividad laboral generada en ellas, sobre todo por
mercaderes y artesanos, demandaron el desarrollo de nuevos sistemas para controlar el tiempo. Comenzaron
a construirse los primeros relojes mecánicos destinados a normalizar la actividad de la comunidad urbana.
La aparición del reloj mecánico a fines del siglo XIII supuso un gran cambio. Para David Landes “no fue el
reloj el que provocó un interés por la medición del tiempo sino al contrario, fue el interés por la medición del tiempo
el que condujo a la invención del reloj”3. Se cree que los primeros relojes mecánicos fueron instalados en la catedral
de San Pablo de Londres en 1286, en la catedral de Canterbury en 1292, en la catedral de Beauvais en 1300, en la
iglesia de Santo Domingo de Orvieto en 1305 y en la iglesia de San Eustaquio de Milán en 1306 o 1309. En 1336
está documentado el reloj de la iglesia de San Gottardo de Milán. El primer reloj de la abadía de Cluny está fechado
en 1370 y el de la catedral de Chartres en 1392. Estos primeros relojes no tenían esferas al exterior pero sí un
mecanismo para dar la hora, en algunos casos gracias a una campana, en otros a un autómata (jacq o jacquemart).
Éste solía representar una figura tallada en madera o metal, que indicaba la hora golpeando una campana con un
martillo, haciendo posible por tanto dar las horas tanto de día como de noche. Los relojes poco a poco impregnaron
ritmo a la vida pública y a la privada. Se fueron instalando progresivamente en las torres de las iglesias y en las
plazas públicas pero, lamentablemente, muy pocos se han conservado intactos.
Todos estos relojes mecánicos derivaban su potencia de un peso (generalmente una piedra) unido al
extremo de una cuerda enrollada alrededor de un tambor de madera. El peso al caer accionaba un engranaje
compuesto por varias ruedas dentadas. El rodaje hacía llegar la fuerza del motor al punto que debía ser regulada
a través de las ruedas de transmisión. La máquina más antigua constaba de una barra horizontal o foliot, con
un pequeño peso ajustado en cada extremo, embutida en un eje vertical con dos paletas. El reloj mecánico sólo
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fue posible gracias al hallazgo del foliot, primera forma de órgano regulador, llamado “corona de freno” en el
diseño de Giovanni de Dondi (1356) porque adoptaba esa figura. La función reguladora comenzaba propiamente
en el escape. La rueda de escape sacudía a intervalos más o menos regulares a las paletas creando un movimiento
de rotación a derecha e izquierda. El foliot repetía esta oscilación en sentido horizontal. Moviendo los pesos
a lo largo de la barra se podía aumentar o disminuir el balanceo del foliot y de esta forma regular el ritmo de
la máquina, más rápido o más lento4. (Fig. 1)
A mediados del siglo XVI el hombre comenzó a regular su actividad diaria dentro del hogar. Fue
necesario privatizar el tiempo y crear un reloj más pequeño para uso doméstico. Nació el “reloj de cámara” o
reloj portátil, que era una versión en pequeño del reloj de torre y que, a diferencia de éste, por su tamaño, se
podía trasladar de un lugar a otro. Al principio fueron privilegio exclusivo de emperadores, reyes, papas y
nobles, después, y por encargo, pudieron ser adquiridos por comerciantes y banqueros, y con el paso de los
años, ya en el siglo XIX, llegaron a pertenecer también a los burgueses.
Fig. 1: Dibujo de una máquina con escape de paletas y foliot. Grabado sobre cobre de F. Berthoud, Histoirede la mesure du temps, Paris, 1802. Fuente: BASSERMANN-JORDAN, Ernst y BERTELE, Hans von,Montres, horloges et pendules, Braunschweig, Klinhardt &Biermann, 1961, p. 215.
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Carlos V de Francia, impulsor de la construcción del reloj “du Palais” de París, obra del relojero Henri
le Vic, fechado en 1370, encargó varios relojes para su residencia de Beauté-sur-Marne, de Hesdin, de
Plessis-du-Parc, de Vincennes y de Montargis5. Su tío, el duque de Berry, también adquirió varios relojes para
los salones de sus castillos de Mehun-sur-Yévres, de Nonette y de Lusignan. Felipe el Bueno, tercer duque de
Borgoña, aunque prefería entretenerse con autómatas, potenció la creación de una industria relojera en Bélgica.
Italia, la cuna del Renacimiento, también destacó con varias escuelas.
Algunos artesanos que manejaban con habilidad el hierro emprendieron la tarea de fabricar pequeños relojes
que pronto se convirtieron en el objeto protagonista de la vivienda, al ubicarse en una de las paredes del salón
principal. Al igual que los relojes de torre, los primeros ejemplares no fueron muy exactos pero poco a poco se logró
mayor precisión. El mecanismo, construido en hierro, se ocultaba en cajas de metal y de madera policromada. Las
primeras esferas horarias disponían de una única aguja. Después se añadió una esfera auxiliar para indicar los minutos.
Una o varias campanas producían la sonería. La duración de la marcha era escasa porque la longitud de la cuerda
estaba condicionada por la altura de la pared y el tiempo que tardaba en caer la pesa.
Que la relojería destinada al ámbito privado se desarrolle en el Renacimiento no es casual. El reloj es
un objeto emblemático, propio de una época en la que destaca el hombre, sus riquezas, sus actividades
profesionales y sus cualidades individuales. El hombre del Renacimiento necesitaba controlar sus negocios y
establecer un tiempo para cada una de sus ocupaciones diarias. El reloj, convertido en instrumento necesario
por múltiples motivos, se inscribe plenamente en el Renacimiento y es un reflejo del modo de vida, del progreso
técnico y del arte, todos ellos protagonistas de este momento6.
Estos relojes fueron efímeros. El uso y la corrosión de los materiales utilizados en su fabricación
causaron su deterioro y su desaparición. Por este motivo, el aspecto de los primeros ejemplares de relojes de
cámara lo conocemos gracias a la pintura7. Y aunque aparecen en mayor número en los retratos, género pictórico
consolidado en este siglo, en una miniatura que ilustra el libro Les notables enseignements paternels
representando el interior de una estancia descubrimos la figura de un reloj de pesas, también denominado reloj
mural. Cuatro pilastras de hierro con pináculos góticos encierran un simple mecanismo de rueda accionado
por la caída de las pesas. En la fachada principal, el anillo horario policromado en blanco con las cifras horarias
en trazos negros. El resto de la esfera, en rojo y azul. Rayos dorados camuflan las agujas. En la parte superior,
cuatro arcos crean una cúpula que tal vez serviría para cobijar una campana que no apreciamos a simple vista
en la pintura. Estos arcos y los pináculos imprimen en el objeto un aspecto medieval8. (Fig. 2)
La miniatura ilustra un tratado sobre la educación de la nobleza y de cómo se debe instruir a un
príncipe. Por eso representa a un padre o a un educador aleccionando a un joven. En el resto de la estancia,
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decorada sobriamente, apreciamos un sitial, una silla de tijeras, una banqueta, dos botellas de cristal, una
caja y un recipiente con asa realizado en esparto o cuerda.
Más lujosa era la sala de la residencia de Chelsea donde la familia de Santo Tomás Moro posó para el
pintor Hans Holbein el Joven en 1526. En el dibujo preparatorio titulado Sir Thomas More, su padre, su esposa
y sus descendientes, conservado en el Museo de Bellas Artes de Basilea (Öffentliche Kunstsammlung), se
representa el ámbito doméstico propio del estamento social al que pertenecía el humanista9. En el centro de la
sala, en lugar preferente, se advierte claramente la presencia de un sencillo reloj de pesas, de perfil rectangular,
con la esfera en la fachada principal y una campana en la parte superior10. Pero en una de las copias realizada
por Rowland Lockey en 1593 el reloj, suspendido del techo, presenta una apariencia diferente, con el perfil
más alargado y un arco gótico cobijando la esfera y la máquina. El dial horario, policromado en blanco con
las cifras horarias en negro. Aguja dorada y una campana en la parte superior. Y en otra copia del mismo pintor,
conservada en el Museo Victoria y Alberto de Londres, parte de la esfera está policromada en azul. Este
momento, origen de las “escenas de conversación”, se desarrollará en los próximos siglos, sobre todo en la
pintura holandesa y en algunas de ellas descubriremos la presencia de un reloj. (Fig. 3)
Hans Holbein fue probablemente el primer gran pintor apasionado por los relojes y los instrumentos
científicos y son varios los ejemplares que plasmó en sus cuadros.
Fig. 2: Miniatura de Hugges de Lannoy ilustrando Les notables enseignements paternels, Brujas, ca. 1470,Bruselas, Biblioteca Real de Bélgica, ms. 10986, fol. 1. Fuente: Catherine CARDINAL, Tresors d’Horlogerie. Le Temps et sa mesure du Moyen Age à la Renaissance, Avinón, 1998, p.16.
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Otro rico reloj se aprecia también al fondo de un salón en el que se está celebrando un banquete. De
perfil rectangular, tiene las fachadas policromadas en rojo y decoradas con motivos vegetales. La esfera con
dial blanco lleva las cifras horarias en números romanos. Un martillo en la parte superior golpea la campana
situada bajo el copete arqueado. Resulta curioso el tamaño del reloj, desproporcionado si lo comparamos con
la lámpara que aparece a su lado. El cuadro, de carácter religioso, representa la Cena de Jesús en casa de Simón
el fariseo (“Le repas chez Simon”) y se conserva en el Museo de Bellas Artes de Lille.
Este modelo guarda cierto parecido con otro presente en otra Cena de Jesucristo en casa de Simón el
fariseo, atribuida a Juan de Flandes, perteneciente al llamado Políptico de Isabel la Católica, conservado en el
Palacio Real de Madrid. La escena tiene lugar en una galería de arquitectura clásica. El reloj, también de perfil
rectangular, tiene la caja policromada. La situación del objeto, colgado en el muro derecho, es un poco forzada
porque el artista intenta que el espectador vea la esfera situada en la fachada principal. (Fig. 4)
Un ejemplar más se aprecia, suspendido, al fondo de la cámara de una joven que escribe una carta en
el cuadro titulado Retrato de joven escribiendo una carta pintado por el Maestro de las Medias Figuras
(Cracovia, Museo Czartoryski). El reloj, como los anteriores, de perfil rectangular, con columnas en las esquinas
y campana en la parte superior, luce rica caja finamente decorada y esfera policromada con anillo horario de
color blanco e interior rojo. La sencillez del retrato indica un ambiente modesto pero adinerado, por la presencia
de una copa de plata repujada en una de las esquinas del escritorio. La cámara era un lugar de recogimiento y
Fig. 3: Sir Thomas More, su padre, su esposa y sus descendientes. Rowland Lockey, copia deHans Holbein el Jovén, 1593, Museo Victoria y Alberto, Londres. Fuente: commons.wikipedia.
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privacidad, sala donde la dama se refugiaba para leer o escribir, alejada de la mirada del mundo. Y la presencia
de este reloj en la habitación de una dama demuestra que el uso de los relojes no era exclusivo de los caballeros.
(Fig. 5)
Los relojes que observamos en estos cuadros responden más al tipo construido durante el medievo.
Objetos sencillos, con máquinas de hierro encerradas en jaulas del mismo material y protegidas por cajas de
madera, de perfiles rectos, policromadas, con un ligero copete que en ocasiones ocultaba la campana. Pero
según pasa el tiempo y se quiere ostentar mayor poder económico, se fabrican ejemplares más preciosos en
cajas de metal, latón y bronce, doradas y bellamente cinceladas a buril. Las esferas, metálicas. El sistema de
pesas es igual en todos los modelos.
Fig. 4: Juan de Flandes. Cena de Jesucristo en casa de Simón el fariseo, último cuarto sigloXV. Fuente: Patrimonio Nacional, nº inv. 10002032.
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Para evitar tener que remontar la cuerda del reloj todos los días, los artífices perfeccionaron la
maquinaria e inventaron el motor de resorte. El resorte espiral o muelle real comenzó a utilizarse en la primera
mitad del siglo XVI y proporcionó la potencia necesaria para activar el mecanismo de ruedas. El muelle real
se obtenía forjando una larga tira de hierro y dotándola de las propiedades del acero de manera que se conservase
en condiciones casi óptimas durante varios años. El muelle real no es un motor propiamente dicho sino un
acumulador de fuerza.
Fig. 5: Maestro de las medias figuras, Retrato de joven escribiendo una carta, Cracovia, MuseoCzartoryski. Fuente: http://www.muzeum-czartoryskich.krakow.pl/
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Los primeros resortes no funcionaban muy bien por el problema de la torsión, y eran de difícil y cara
producción, con el agravante además de que tales mecanismos en espiral ejercían mayor potencia cuando se
les daba toda la cuerda que cuando ésta estaba casi terminada. Para contrarrestar este desfase, relojeros alemanes
inventaron un nuevo escape conocido con el nombre de stackfreed11. Sin embargo, resultó ser muy ineficaz y
casi no se utilizó en el resto de Europa, donde sí se empleó a partir del siglo XVII el fusée, método mucho más
simple y efectivo de controlar la descarga del resorte. Alojado en un tambor cilíndrico, el muelle real va
conectado por uno de los extremos al tren de engranaje y por el otro, mediante una cuerda, queda unido a otra
pieza en forma de cono o caracol –fusée-. Cuando el muelle está completamente enrollado, la cuerda se enrosca
en el cono y, a medida que se va destensando, la cuerda tira de la parte del cono más ancha. Cuando el caracol
o husillo tuvo la forma correcta, la fuerza impulsora del muelle real pudo emplearse como una fuente de energía
totalmente uniforme12.
Estos avances permitieron colocar el reloj sobre un mueble o una chimenea y trasladarlo de un lugar a
otro de la estancia o de la vivienda sin ningún problema. Recibieron el nombre de relojes “de table” o de mesa.
A diferencia de los relojes de cámara más antiguos, el mecanismo estaba montado entre dos láminas
de metal planas en lugar de un armazón abierto. El trabajo comenzó a especializarse. Ya no eran los herreros
y los cerrajeros los encargados de trabajar estas piezas de metal ya que, a finales del siglo XVI, aparece el
oficio de relojero como tal. Es decir, el artífice encargado de fabricar muelles y engranajes más precisos. Y,
al asociarse con los plateros de oro y plata, los ebanistas, los esmaltadores, etc., quienes les ayudaron a construir
cajas más bellas y decoradas, crearon relojes en los que el lujo de éstas rivalizaba con la complejidad de sus
mecanismos. El reloj se consideró un objeto cotidiano pero al mismo tiempo un objeto de representación que
formaba parte de una escenografía diseñada por el propietario de la vivienda. En los inventarios y documentos
conservados se los menciona junto con los muebles más valiosos. E incluso muchos de ellos costaban más que
un retrato o una escultura comparándose en precio con las joyas, los objetos de plata, las armaduras y los
tapices.
En las residencias de los duques de Borgoña, de los Valois, de los príncipes alemanes, de los
condottieros italianos, de las cortes de Mantua, Ferrara y Urbino, de los nobles españoles y de los burgueses
y comerciantes más adinerados primaba un ambiente de boato y de distinción. Estos clientes adinerados,
interesados en la ciencia y en el arte, adquirían estos objetos en Alemania –Nuremberg- y en Francia -París,
Blois y Lyon-, principales ciudades de producción relojera a finales del siglo XV y comienzos del siglo XVI.
Estos aficionados podían permitirse además contratar a un oficial relojero que se ocupara del mantenimiento
del reloj y de su puesta en marcha.
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Uno de los primeros relojes con resorte o muelle real, que ha llegado hasta nosotros y del que queda
constancia documental, es el reloj de Felipe el Bueno, duque de Borgoña, conservado en el Museo Nacional
Alemán de Nuremberg. Su caja, de latón dorado, ricamente cincelada, representa una catedral gótica rematada
por dos torres coronadas por pequeñas figuras de leones que portan entre sus patas delanteras sendos escudos:
en uno de ellos, las armas del propietario, y en el otro, el emblema de la Orden de los Caballeros del Toisón
de Oro fundada por Felipe en 142913.
En España, el marqués de los Vélez reunió un conjunto de relojes que decoraron su residencia junto
con escritorios, sillerías, mesas, espejos, camas, etc. En el inventario de sus bienes realizado en abril de 1598,
poco después de su fallecimiento, se mencionan: “un rrelox grande a manera de custodia, de rrequadro14, con
su caja tasado en mill ducados; otro rrelox grande que llaman el que le dio el emperador tasose en ciento
cinquenta; otro rrelox grande con todos los mobimientos y ocho campanas, las seys que son de musica y una
de quartos y otra de oras con su caja y asientos de madera donde se asienta tasose en cuatrocientos cinquenta
ducados; un relox de metal a manera de estrella con su caxa en diez ducados; un relox de metal a manera de
copa dorado con su caxa en quinze ducados; un globo de laton dorado grande con tres satiros que hazen pie
con su caxa tasado en ciento y cincuenta ducados y un astrolavio grande de laton dorado con su caja tasado
en quarenta ducados”15.
Y en el inventario de bienes del abogado Melchor de Rojas, fechado también en abril de 1598, se registra
“un rrelox de pesas grande con su campana y un rrelox de asiento que tambien da la hora”16. Evaluamos cómo
ha descendido el número de relojes que poseyó este caballero con respecto a los del marqués en relación con
el nivel socioeconómico de cada uno de ellos y con el tamaño de su vivienda. Una casa nobiliaria solía tener
varios pisos y estancias, y si el propietario gozaba de alto poder adquisitivo podía colocar un reloj en cada sala.
La vivienda más común contaba con una sala y una o dos alcobas. Si el propietario se dedicaba al comercio o
desempeñaba alguna actividad laboral dentro del hogar, ésta se solía ampliar con una o dos habitaciones más
para diferenciar vida privada y actividad laboral. Por este motivo, en los documentos consultados fechados en
estos años, escasean los relojes. Se mencionan algunos de pesas, sin detallar su aspecto, y sobre todo solares,
que de momento eran los que regían el tiempo de manera generalizada.
Apenas hemos descubierto representaciones pictóricas de esta época que reproduzcan interiores
domésticos en los que se observe un reloj sobre una mesa o un mueble auxiliar. Sí acompañan a sus propietarios
en los retratos pero aquí, como ya hemos comentado, están dotados de otro carácter que nada tiene que ver
con el tema que ahora nos ocupa. Pero, una vez más, vamos a aprovecharnos de ellos para comprender el papel
que estos objetos jugaban en la rutina diaria.
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Por ejemplo, el retrato del emperador Carlos V e Isabel de Portugal, pintado por Tiziano, destruido en
el incendio del Alcázar madrileño, y del que se conserva afortunadamente una copia realizada por Rubens en
1628, presenta a ambos personajes, sentados, tras una mesa cubierta por un mantel rojo. Sobre ella un sencillo
reloj, de latón o bronce dorado, con apariencia de torre, pilastras en las esquinas, fachadas grabadas a buril y
cubierto por un cúpula que haría las funciones de campana17. Este tipo de reloj se colocaba habitualmente
sobre una mesa en el salón principal de la vivienda acompañado de otros objetos decorativos. (Fig. 6)
Y sobre un contador apreciamos otro reloj de torre, de bronce o latón dorado, con pilastras en las
esquinas, campana bajo arquería y esfera en la fachada principal con dos agujas. El cuadro, pintado entre 1650
y 1655, por Pietro Martín Neri es un retrato del papa Inocencio X con un miembro de la cámara secreta. Este
cuadro ilustra a la perfección la manera en que se colocaban los relojes en la vivienda, cubiertos por un fanal
de cristal o relojera que los protegía e impedía que el polvo deteriorase la caja y la maquinaria18. (Figs. 7 y 8)
Fig. 6: Julio Barrera, Carlos V y la emperatriz Isabel, siglo XX, Monasterio de Yuste. Fuente: PatrimonioNacional, núm. inv. 00800031, copia del original de Pedro Pablo Rubens.
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Fig. 8: Detalle del reloj del retrato del papa Inocencio X con un miembro de la cámara secreta, 1650-1655(Pietro Martín Neri). Fuente: Patrimonio Nacional, núm. inv. 10014655.
Fig. 7: Pietro Martín Neri. El papa Inocencio X con un miembro de la cámara secreta, 1650-1655.Fuente: Patrimonio Nacional, núm. inv. 10014655.
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Catalogamos estos relojes en la tipología “de torre”, muy extendida en aquella época y de la que se
conservan un buen número de ejemplares en museos nacionales e internacionales. Por ejemplo, en el Monasterio
de Yuste -Cáceres- se exhibe un reloj fechado en la primera mitad del siglo XVI, de planta cuadrada, con
columnillas en forma de balaustre en las esquinas, que algunos investigadores vinculan con Carlos V. En dos
de las fachadas se colocaron las esferas, una de ellas con una aguja. Las otras dos están decoradas con escenas
figurativas, grabadas a buril, representando a una mujer que sostiene un niño en sus brazos y a un hombre
vestido con armadura y tocado con corona que porta en sus manos un cetro y una esfera. En la parte superior,
una campana. La máquina original se debió deteriorar con el paso del tiempo y en el siglo XIX fue sustituida
por una máquina francesa de las denominadas tipo Paris19. (Fig. 9)
Otro reloj tipo torre, de origen centroeuropeo, fechado en el siglo XVI, se guarda en el Museo de Santa
Cruz de Toledo20. Las pilastras de las esquinas de la torre soportan un entablamento con una balaustrada calada
interrumpida por pináculos. La cúpula, también sobre base calada, se remata en otro balaustre. Las caras se
decoraron a cincel y la base se repujó con motivos florales. Tiene dos esferas, la principal doble, plateada, con
numeración romana del I al XII y arábiga del 13 al 24. Una sola aguja. La esfera posterior haría las funciones
de despertador.
Fig. 9: Anónimo. Reloj de sobremesa, caja primera mitad del siglo XVI, Monasterio de Yuste. Fuente:Patrimonio Nacional, núm. inv. 00800224.
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Los relojes fechados a finales del siglo XVI y principios del XVII, conservados en museos y colecciones
privadas, confirman que las cajas fabricadas en plata, bronce dorado y latón se decoraban con refinados dibujos
cincelados a buril, y se enriquecían con esmaltes, cristal de roca y piedras preciosas. Todavía no tenían péndulo.
Y junto con la tipología “de torre” convivieron otros relojes con cajas más planas que evocaban la
forma de un tambor, reproducían estrellas o presentaban formas poligonales. La esfera horizontal en la parte
superior les admitía tener amplios volantes o foliots.
La rutina diaria favoreció la creación de relojes nocturnos. Situados en la cabecera de la cama permitían
conocer la hora por la noche. En algunos ejemplares existía un mecanismo auxiliar y una sencilla cuerda. Al
tirar de ella se accionaba el tren de la sonería que golpeaba la campana y de esta manera, sin tener que iluminar
la estancia con una vela, se podía saber la hora. Otros llevaban un recipiente adicional, cargado con aceite y
una mecha, con la misma función que un candil, que se mantenía prendido durante la noche, pudiéndose conocer
la hora en todo momento.
Entre los relojes nocturnos fechados a finales del siglo XVI destaca uno conservado en el Monasterio
de El Escorial fabricado por el relojero Hans de Evalo para Felipe II. Se trata de un reloj denominado “de
custodia”, en bronce dorado, labrado y repujado, con una sola aguja. Sobre un pie circular, moldurado, una
figura de faunesa sustenta una pieza abatible, con cabeza de león, que al alzarse permite la salida de un candil.
Encima se sitúa la esfera con dial de plata, cifras horarias en números romanos, una cartela con la inscripción
Hans de Evalo, F. En Madrid 1583 y un escudo de armas formado por banda de gules con tres flores de lis y
dos estrellas en punta. El resto de la superficie, decorada con motivos cincelados a buril. La aguja horaria es
de forja, construida en acero. Es necesario dar cuerda al reloj a diario. Se complementa con un recipiente de
aceite para carga del candil21. (Fig. 10)
Hans de Evalo fue un relojero flamenco, natural de Bruselas22, agregado al servicio de Felipe II para el
que realizó varios relojes que el monarca tenía siempre cercanos a él. Según las crónicas, éste, conocido como
El Candil era una de los relojes que el monarca tenía en la cabecera de su cama. Al rey le interesaba mucho
controlar el tiempo porque así gobernaba mejor su reino y sobre todo, al final de su vida, estaba obsesionado
por acompañar a la comunidad religiosa que habitaba con él, en el Monasterio de El Escorial, en la rutina de
sus rezos.
Los nobles españoles también demostraron cierto interés por los relojes e intentaron imitar lo más
posible las colecciones de los reyes Felipe II y Felipe III. Aunque el duque de Medinaceli sólo poseyó
ejemplares de arena, el duque de Alburquerque tuvo uno de bronce, con campana, guardado en una caja de
cuero23 y el conde de Priego, mayordomo de Felipe III, disfrutó de dos relojes, uno de ellos de marfil24. El
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condestable de Castilla y el duque del Infantado, sintieron verdadera afición por ellos hasta el punto de
convertirse en coleccionistas. Una vez más, los documentos conservados en los archivos nos ayudan a conocer
la apariencia y la riqueza de estos objetos.
La vivienda de don Juan Fernández de Velasco, condestable de Castilla, reunía todas las comodidades
y lujos propios de un noble de alta hidalguía y elevado poder adquisitivo. El mobiliario destacaba por la
variedad y cantidad de objetos fabricados en madera de ébano adquiridos en Europa durante los viajes y
estancias del condestable en el extranjero. Los cuadros, las tapicerías, las alfombras y el ajuar doméstico
convivieron con el importante número de relojes que decoraron su palacio. En el inventario de sus bienes,
fechado en mayo de 1613, se mencionan veintitrés relojes que don Juan debió comprar en los últimos años del
siglo XVI y principios del siglo XVII. Fueron tasados por Hans Fent, relojero del duque del Infantado y por
Antonio Mateo, relojero del condestable, a cuyo cuidado quedaron hasta ser repartidos entre sus herederos25.
De tipo torre poseyó: un reloj grande con una figura que caminaba alrededor cuando daba las horas,
rematado en una campana, con sonería de cuartos y despertador. Se guardaba en una caja forrada de grana roja
y se tasó en 2.000 reales (68.000 maravedís). Y otro reloj más pequeño, también en forma de torre, con
bellotitas en las esquinas, fabricado en latón, con campanilla y estuche de madera forrado de cuero rojo que
se valoró en 400 reales (13.600 maravedís).
Fig. 10: Hans de Evalo. Reloj de sobremesa, 1583, Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Fuente: PatrimonioNacional, núm. inv. 10014457.
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Fabricados en Alemania, centro relojero por excelencia en este siglo, destacan: un reloj de sobremesa,
redondo, con tres bolas a manera de pie, con campanilla y despertador tasado en 440 reales (14.960 maravedís); una
muestra26 pequeña, fabricada en latón, esfera de cristal, guardada en una caja de latón forrada en terciopelo verde,
en 400 reales (13.600 maravedís); otro reloj pequeño, de latón, con las fachadas lisas, y una campana, en 200 reales
(6.800 maravedís); otra muestra “que muestra la luna”, en 165 reales (5.610 maravedís); un reloj con la esfera de
cristal adornado con una miniatura realizada en papel algo estropeada, en 30 reales (1.020 maravedís) y un pequeño
reloj con campanilla y llave guardado en una bolsita de tela dorada tasado en 400 reales (13.600 maravedís).
Una variedad procedente de este país eran los relojes con autómatas. Llama la atención por su
singularidad: un reloj grande, que “corre por una sala”, y que representaba la figura de un hombre sobre un
caballo que cuando daba las horas, disparaba una flecha y movía la cabeza. Tenía estuche y se tasó en 1.000
reales (34.000 maravedís). Y otro reloj en el que figuraba un elefante sobre una torre que caminaba sobre un
bufete cuando daba las horas. El elefante movía los ojos y la sonería daba los cuartos y las horas. Estaba
colocado sobre una peana de madera de ébano y se valoró en 770 reales (26.180 maravedís).
De Inglaterra procedían tres relojes: uno de Ferdinando Girard, en caja de plata tallada, valorado en
150 reales (5.100 maravedís); una muestra fabricada por Salomon Chanon en una caja de plata grabada, en
242 reales (8.228 maravedís); y otra muestra de Blas de Moysint también en caja de plata con adornos dorados
entallados alrededor y esfera de cristal en la parte superior valorada en 200 reales (6.800 maravedís).
Y por fin, en este inventario, comienzan a aparecer ejemplares fabricados por relojeros españoles que
trabajaron para estos señores. El más conocido es Juanelo Turriano27 del que el condestable adquirió un reloj
grande en forma de bola, con campana, tasado por Antonio Mateo28 en 1.000 reales (34.000 maravedís). Y de
este relojero, que trabajó durante varios años para el condestable, poseyó una muestra fabricada en Madrid
con la tapa de plata y los bordes dorados, valorada en 150 reales (5.100 maravedís); otra muestra de perfil
redondo, esfera de cristal, cuya tapa estaba adornada con el escudo de armas de los Velasco, en 400 reales
(13.600 maravedís); y otra, más pequeña, con la caja en forma de almendra, lisa, sin decorar y con la esfera
de cristal rodeada de una cinta plateada, en 400 reales (13.600 maravedís).
Relojes más comunes también adornaban su vivienda: un reloj en forma de perro, en plata dorada, con
campana, valorado en 400 reales (13.600 maravedís); otro en forma de globo con la figura de Marte fabricada
en plata, que daba las horas, con campana, en 660 reales (22.440 maravedís); un reloj de perfil ochavado
fabricado en cristal y oro guardado en una caja de cuero tasado en 660 reales (22.440 maravedís); otro “a modo
de relicario”, con un letrero en la fachada delantera fabricado en oro y esmaltado, cuya sonería daba horas,
cuartos y medias, con despertador, en 800 reales (27.200 maravedís); otro de apariencia similar, con una
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figura de Hércules en el pie y un águila real en la parte superior, daba las horas y tenía despertador, custodiado
en una caja forrada en tafetán, se valoró en 250 reales (8.900 maravedís); un reloj decorado en ambas caras
con las cifras de María, en 132 reales (4.488 maravedís); y un reloj de luna fabricado en Bruselas, con
calendario, tasado en 200 reales (6.800 maravedís)29.
Los relojes de torre y los ejemplares grandes debieron estar ubicados en los salones más importantes
de su residencia, lugares de representación, donde el condestable recibiría a sus invitados y dirigiría sus
negocios. En su cámara y habitaciones privadas reuniría los relojes más curiosos, aquellos dotados de
autómatas que contribuirían a su entretenimiento y diversión. Eran relojes que en muchos casos formaban
parte de “las cámaras de maravillas”. También en estas habitaciones privadas se guardarían las muestras,
pequeños relojes que solían situarse cerca de la cama o sobre la mesa de lectura y trabajo.
Poseyó relojes fabricados por relojeros alemanes, que como ya hemos comentado, eran, junto con los
franceses, los mayores productores de estos objetos durante el siglo XVI. Y, cómo a mediados del siglo XVII
arranca con fuerza la industria relojera en Inglaterra, al conseguir mayor precisión en la maquinaria gracias a
la invención del péndulo, al pasar el condestable largas estancias en este país como embajador del rey de
España, adquirió varios ejemplares fabricados allí, lo que denota su interés por los relojes. Pero lo más
importante es que contó con un relojero español que trabajó a su servicio y que realizó varios relojes para él.
Por último, llama nuestra atención que en este inventario no se mencionen relojes de pesas, habituales
en las residencias nobiliarias, que sí aparecen en la relación de bienes de Juan Hurtado de Mendoza, duque del
Infantado, cuyos relojes, más de setenta, fueron inventariados a su muerte, sucedida en 162430.
Tuvo seis relojes de pesas, alguno de ellos antiguo, a juzgar por la descripción: uno daba los cuartos y
reposaba sobre un pie de madera de ébano; otro, fabricado por el relojero Anz, con la caja labrada, lucía un
cimborrio en la parte superior y una de las caras se protegía con un cristal; uno en forma de torrecilla; otro con
una caja de madera adornada con un rostro teñido de negro; y dos más, bastante deteriorados, que se utilizaban
como muestras. Y heredó de don Íñigo Hurtado de Mendoza uno de latón dorado fabricado por Martín
Alemán.
En forma de torre, de tamaño grande, poseyó seis relojes: uno de ellos con un mascarón en la parte
superior; otro adornado con un ramillete de flores en el copete; otro con un cazador acompañado de varios
perros y venados colocados encima de la arquitectura; y otro con un chapitel soportado por tres leones, cuatro
elefantes y varios turcos, negros y soldados alrededor. Los dos restantes se ajustaban a la forma tradicional.
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También disfrutó de varios relojes fabricados en bronce dorado, todos ellos guardados en cajas de
cuero: uno grande, sobre un elefante, con pie y chapitel y unos soldados que daban vueltas alrededor; otro con
un turco montado a caballo y un perro a su lado; otro representando un mono sentado sobre la máquina del
reloj y un negro detrás; otro más pequeño, en forma de oso, sobre una peana de ébano; otro en forma de perro
sentado sobre una peana similar; otro de plata con una figura de Diana cazadora sentada sobre un venado,
acompañada de sus perros; y otro representando un Cupido sobre peana de ébano. Estos dos últimos estaban
protegidos por una caja de ébano con cristales, es decir, una relojera, lo que indica que estaban ubicados en
salones representativos de la vivienda.
Asimismo se mencionan en este inventario: un reloj con la apariencia de un espejo, con una chapa y
un letrero realizados en plata, que daba las horas y los cuartos; otro de plata dorada, representando a Neptuno;
otro de perfil cuadrado, de horas y cuartos, que estaba adornado con dos pequeñas máscaras y contaba con
calendario lunar anunciando la salida y la puesta de este astro; otro en forma de escribanía con un letrero
nielado, con campana y despertador; otro de perfil cuadrado, plano, con calendario lunar; otro en forma de
cruz con un Cristo Crucificado; otro fabricado también por Anz, relojero del duque del Infantado, de perfil
ochavado, de horas, medias y cuartos, con caja de cuero negro guardada en una caja de nogal y cristal; y varios
relojes decorados con figuras.
Apoyados sobre pies en forma de león se relacionan cuatro relojes, dos de ellos despertadores: uno de
perfil redondo rematado en un ramillete de flores; otro en forma de iglesia que indicaba la salida y la puesta
del sol; otro rematado en la figura elaborada en plata de la diosa Fortuna; y uno más, pequeño, de perfil
redondo, con apariencia de torre rematado con la figura de un turco.
Además poseyó un reloj nocturno, con un candil, sobre una peana circular sin adornos y cuatro en
forma de custodia: uno rematado en un globo, con letreros en plata y varios hombrecillos montados a caballo;
otro con dos esferas y pie seisavado; un tercero con un letrero en plata; y otro sobre tres leones rematado en
la parte superior por la figura de la diosa Palas sujetando un martillo con el que daba las horas.
Destaca un autómata en forma de dama que tañía un laúd y bailaba sobre la mesa31. Y curiosos también
son siete relojes que daban las horas y los cuartos: uno de ellos atornillado a un pie del que se podía separar y
lucirse suspendido del cuello; dos fabricados en Francia; y tres en Alemania, uno de ellos adornado con
topacios. Estamos ante los primeros ejemplares de relojes de bolsillo.
Contó con un rico ejemplar de oro y procedente de Alemania, adornado con un rubí en el centro de la
tapa de la caja y un cerco de diamantes alrededor. Seis diamantes y seis rubíes engastados en la tapa superior,
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dos diamantes y tres rubíes en el contorno, y cinco diamantes y cinco rubíes en la tapa posterior dan buena
cuenta de su valor. Se podía lucir suspendido de unas cadenillas de oro32. No podían faltar cuatro relojes de
sol, uno de ellos con las armas de la casa de los Mendoza grabadas a buril. Todos ellos eran portátiles.
Los relojes que poseyó el duque del Infantado se ajustan perfectamente a los modelos habituales en
una vivienda. Salvo la dama autómata y los ejemplares con figuras, más vinculados al concepto de coleccio-
nismo, la presencia de los demás es fácilmente justificable por la necesidad de controlar el tiempo en cada una
de las estancias de su residencia. El duque poseyó además varios relojes personales, alguno de ellos unido a
una cadena de oro y plata para poder lucirlos suspendidos del cuello33.
El reloj mecánico evolucionó. Los avances técnicos se sucedieron y las máquinas cada vez fueron más
completas aportando mayor información. Galileo Galilei descubrió las leyes del isocronismo del péndulo. Su
teoría de que un péndulo oscilante podría servir para medir el tiempo ha llevado a muchos estudiosos a señalar
a Galileo como el inventor del reloj de péndulo, elemento fundamental para alcanzar la precisión. Pero todas
las fuentes atribuyen al científico holandés Christian Huygens su invención aunque realmente lo que hizo fue
aplicar el péndulo al reloj. A principios de 1657, Huygens encargó al relojero Salomon Coster, que vivía en
la Haya, la construcción del primer reloj de péndulo.
Mientras que muchos relojes antiguos sólo funcionaban durante 30 horas, la mayoría de los relojes de
péndulo se construyeron para que la cuerda de la máquina durara al menos una semana. Se diseñaron como
relojes accionados por un muelle o como relojes para colgar en la pared. Este último tipo precisó de unas pesas
enormes que permitieran mantener la marcha del reloj al menos durante ocho días seguidos. El problema que
suponía fijar unos relojes tan pesados en las paredes de las viviendas habituales en el siglo XVII pudo haber
servido de catalizador de otro invento, ya que en esta época aparecieron los relojes de pie y de caja larga. La
invención del escape de áncora y su alianza con el péndulo favoreció la fabricación de estas cajas de madera,
alargadas, creando así una nueva pieza de mobiliario que a la vez protegía a la maquinaria del polvo evitando
así que ésta se deteriorase.
Pocas son las escenas de género pintadas a lo largo del siglo XVII que nos muestran la decoración de
las viviendas en esta época y el uso que las personas hacían de estos espacios y de los objetos que las
ornamentaban. Uno de los pocos ejemplos es el de los cuadros de Jan Steen, pintor holandés contemporáneo
de Rembrandt, especializado en representar la vida cotidiana. Sus escenas muestran los interiores domésticos
de las casas holandesas, donde se come, se bebe, se fuma y se baila. En el titulado El hogar disoluto, fechado
en 1668 y conservado en el Kunsthistorisches Museum de Viena, descubrimos en una pared un modelo de
reloj mural muy popular. Responde a la tipología medieval, aunque algo evolucionada, con jaula de hierro,
esfera de madera, anillo horario policromado en blanco, sistema de pesas y una campana golpeada por una
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de madera, anillo horario policromado en blanco, sistema de pesas y una campana golpeada por una figura de
bulto redondo, un jacquemart. Esta pintura nos ayuda a comprobar cómo estos modelos populares fueron
utilizados durante siglos porque eran los más baratos y podían ser adquiridos por una clientela más amplia.
Además muchos de ellos, bien cuidados, debieron pasar de generación en generación.
Un ambiente más burgués y refinado se observa en la vivienda de una dama examinada por un doctor
pintada también por Jan Steen en un cuadro titulado La visita del doctor (Aspley House de Londres). La cama
con dosel, la mesa cubierta con un tapiz y una silla tapizada en primer término. En las paredes, pinturas
flamencas. Suspendido en la pared del fondo, un reloj de pesas, de perfil rectangular, con columnas en las
esquinas, frontón triangular en el copete y la figura de un autómata dispuesto para golpear la campana. Se
aprecia cierta similitud con el reloj del cuadro anterior aunque aquí valoramos una evolución del estilo, mejores
materiales y un trabajo más elaborado.
Es en el siglo XVIII cuando podemos hablar realmente de una decoración fiel a la identidad familiar.
Todos los objetos que pueblan la vivienda, muebles, cuadros, tapicerías, relojes, objetos de adorno, etc., se
rigen por un mismo estilo coherente con el gusto del propietario, el estamento social al que pertenece y la
moda de cada momento.
En este siglo, el reloj todavía era considerado un objeto muy lujoso, no sólo porque los artífices
empleaban su talento en crear máquinas precisas y cajas originales asequibles únicamente por una minoría
sino porque para la mayoría de la sociedad adquirir un simple reloj, fabricado en metal con la caja en madera
de pino, era producto de muchos años de trabajo y ahorro. Por tanto se concebía como un objeto inaccesible
y un elemento de representación.
Dos relojes murales, con aspecto diferente, se observan en dos de los seis cuadros que componen la
serie titulada El matrimonio de moda, pintada por William Hogarth en 174434. En la escena titulada Poco
después de la boda (Galería Nacional de Londres), el conde sentado a la derecha descansa tras una noche de
juerga. La condesa sentada al otro lado de un velador, con una tetera y una taza de té, se despereza después de
una noche jugando a las cartas. El sirviente metodista se marcha, harto del desorden en la casa y de las deudas.
Por eso lleva bajo el brazo y en la mano cuentas y facturas sin pagar. Al fondo, otro personaje bosteza. (Fig.
11). La residencia del conde es muy lujosa. Una gran estancia dividida en dos espacios independientes por un
arco sobre columnas y pilastras de jaspe. Las paredes enteladas cubiertas de cuadros y espejos con grandes
marcos. Una mesa de juego y una rica sillería tapizada en rojo. Las cartas caídas en el suelo. Destaca la
extraordinaria alfombra y la imponente chimenea con gran número de figuras de porcelana china sobre la
repisa y el busto tal vez del fundador de la casa. Y a su lado sorprende un reloj mural, muy popular, fabricado
en Alemania, y conocido como selva negra. Elaborado en madera, con la esfera de metal, rodeada de ramas y
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figuras talladas, policromadas, representan un búho, un gato y un buda. De este último parten dos cornucopias
que iluminarían la esfera del reloj. Este tipo de reloj era propio de las casas humildes y no encaja con la
decoración tan lujosa de esta residencia.
En el último cuadro de esta serie, El suicidio de la condesa, la acción se traslada a una residencia de la rica
burguesía. La escena tiene lugar en el comedor de un viejo apartamento de la ciudad, modesto pero bien cuidado.
Es la casa del padre de la condesa, el rico comerciante y concejal, a la que ésta vuelve después de la muerte de su
marido, asesinado por su amante, que poco después es ajusticiado. A los pies de la viuda dos pruebas que muestran
el suicidio: una pequeña botella de láudano boca abajo y una hoja con letras impresas, el discurso de despedida. El
padre tira del anillo antes de que aparezca el rigor mortis y la criada acerca al hijo para que dé el último beso a su
madre. Sobre la pequeña mesa redonda, una comida frugal de la que está dando buena cuenta el escuálido perro. De
las paredes cuelgan obras de pintores flamencos, en especial David Teniers, muy del gusto burgués. Por la ventana,
cuyos vidrios ostentan el escudo de armas del propietario, se puede ver el puente viejo de Londres demolido en
1758. Y junto al perchero con el sombrero y el ropón del dueño, suspendido en la pared, un sencillo reloj de pesas,
poco evolucionado respecto a los que hemos visto en los siglos anteriores pero de mayor calidad estética que el
descrito en casa de su yerno. La caja parece de latón dorado, esfera de dos agujas y arcos en el copete. Una vez más
descubrimos que este sencillo modelo debió ser el más extendido hasta mediados del siglo XVIII. Era económico
y si la maquinaria se cuidaba, soportaba bien el paso del tiempo. (Fig. 12)
En el siglo XVIII, en Francia, Inglaterra y los Países Bajos, los estratos burgueses y las clases intermedias
disfrutaron de una posición y una renta que les permitió acceder a objetos lujosos, como el reloj, que antes eran poco
habituales en sus casas. En España, la posesión de relojes continuó siendo elitista y pocas fueron las viviendas que
contaron con algún ejemplar. Los inventarios reales sí reúnen un importante número de piezas de variada tipología.
Y algunas relaciones de bienes de nobles demuestran la propiedad de varios relojes que debían estar distribuidos
por la residencia. Estos ejemplares eran ingleses firmados entre otros por los relojeros Windmills, Martineau, Quare,
Hatton, etc. Pero salvo algunas excepciones, la documentación conservada en el archivo de protocolos notariales de
Madrid no registra relojes de sobremesa ni de caja alta en los inventarios de bienes de la alta burguesía y pequeña
nobleza de la primera mitad del siglo XVIII. Excepto algún ejemplar de pesas, pequeños modelos de torre y varias
muestras que se distribuirían por las zonas más privadas, no se enumeran grandes piezas. No es el caso de los relojes
de bolsillo, incluidos en el mismo apartado que las joyas, al considerarse una más, ya que al menos solían referirse
dos o tres ejemplares como mínimo35.
En Inglaterra, los maestros relojeros se especializaron en la fabricación de máquinas precisas destina-
das a controlar con exactitud el tiempo, sobre todo en el mar. La escuela inglesa puso especial énfasis en la
solidez de la maquinaria. La jaula estaba constituida por gruesas platinas de bronce, la posterior bellamente
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Fig. 11: William Hogarth, Poco después de la boda (de la serie El matrimonio de moda), 1744, GaleríaNacional, Londres. Fuente: commons.wikipedia.
Fig. 12: William Hogarth, El suicidio de la condesa (de la serie El matrimonio de moda), 1744, GaleríaNacional, Londres. Fuente: commons.wikipedia.
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cincelada en los relojes de sobremesa, que custodiaban entre fuertes pilares, cubos de gran diámetro, recios
muelles y el engranaje del reloj. Al principio la máquina sólo disponía de dos trenes pero al avanzar los
sistemas de medición e incorporarse la sonería, se ampliaron a tres, permitiendo dar las horas, los cuartos y
las medias. Ante la necesidad de embellecer su aspecto ocultando las pesas y el péndulo, y para que la caja se
integrara en la decoración de la sala, comenzaron a encargarse las cajas de madera a los mismos ebanistas que
realizaban el resto del mobiliario.
La sencilla caja de madera de ébano o de caoba pronto fue sustituida por otra decorada con marquetería de
complicados diseños a base de tulipanes, claveles, pájaros, arabescos, etc. Las cajas lacadas adquirieron especial
protagonismo en las primeras décadas del siglo XVIII. Las de mejor calidad procedían de Oriente. Alemania e
Inglaterra, para abaratar costes, intentaron imitarlas superponiendo sobre la madera capas de gesso policromado.
Un rico ejemplar cuya caja está adornada con marquetería se observa apoyado en una de las paredes
de la estancia donde se sitúa el Retrato de la reina Charlotte de Gran Bretaña e Irlanda acompañada de sus
dos hijos mayores Jorge, príncipe de Gales y Frederick, duque de York conservado en el castillo de Windsor.
Johann Zoffany36 retrató por primera vez a la familia real de una manera informal, muy alejada del tradicional
retrato de corte. El cuadro, fechado entre 1764 y 1765, muestra a una madre orgullosa de sus vástagos en una
de sus conversation pieces. En este caso, la reina Carlota posa sentada en un rico sillón junto a su tocador
acompañada de Frederick, de dos años y futuro duque de York, disfrazado de turco, y de Jorge, el futuro rey
Jorge IV, representando a Telémaco. No deja de ser una escena graciosa y entrañable en las estrictas cortes
del siglo XVIII. La caja del reloj responde al estilo rococó propio de esta época. La máquina, el péndulo y las
pesas se ocultan en una exquisita caja de madera embellecida con aplicaciones de bronce dorado reproducien-
do motivos vegetales. Corona un grupo escultórico realizado también en bronce dorado, que como era casi
obligado en estos años, representaba al dios del Tiempo. La esfera con dial de plata y las cifras horarias en
números romanos. Una ventana situada en la puerta de la fachada permite ver el movimiento del péndulo. Ésta
es una de las escasas representaciones de relojes que se conservan en la actualidad. El ejemplar se puede aún
admirar en la colección de la reina de Inglaterra. (Fig. 13)
Más sencilla es la estancia donde la archiduquesa María Cristina de Habsburgo-Lorena retrata en 1762 a su madre
María Teresa acompañada de su familia celebrando la festividad de San Nicolás. Esta escena representa el ambiente
“burgués” que se vivía en el hogar de la familia imperial austriaca. La sencilla caja del reloj, de madera, de perfiles rectos
y cuerpo estrecho, rematada en un cabezal con copete en forma de pagoda, se ajusta a la tipología más frecuente y
extendida entre las clases menos adineradas. Se utilizaba para su fabricación madera de pino - barnizada o pintada- y de
nogal con el fin de abaratar precios. Algunas veces estaban adornadas en los pedestales pero el propósito principal era dar
protagonismo a la esfera de manera que nada distrajera la atención del elemento más importante del reloj. (Fig. 14)
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Y en cuanto a los relojes de sobremesa conocidos como “bracket”, repetían el mismo tipo de
maquinaria pero con un péndulo más corto37. Las cajas eran sencillas, de madera de ébano las más valiosas y
de nogal y caoba, favorecido el uso de este material por los continuos envíos desde las Indias. La mayoría se
embellecían con adornos de bronce en las esquinas y disponían de dos asas a los lados de la caja y de una en
la parte superior del copete, para poder trasladarlos de un lugar a otro. Las esferas estaban fabricadas en bronce
o latón dorado, con el interior del dial mate, cinceladas con un fino buril y adornos en las esquinas. El dial
horario con las cifras horarias era de plata o metal plateado. Las agujas se tallaban, se pulían a mano y se
pavonaban. Una de las normas era que cada reloj debía ir firmado por su creador para evitar fraudes. Al
principio la firma aparecía al pie de la placa que contenía la esfera y al ampliarse el diámetro de ésta, el nombre
se colocó grabado en la base del dial horario, a derecha o izquierda de la cifra VI.
Ya colocado sobre la chimenea, uno de los lugares más habituales, descubrimos un reloj bracket, casi
de perfil, en el retrato de los hijos de Graham pintado por William Hogarth en 1742 (Galería Nacional de
Londres). Daniel Graham era boticario del rey Jorge II y del Hospital de Chelsea. Los tres hijos más jóvenes
eran fruto de su segundo matrimonio con Mary Crisp. La hija mayor, fruto de su primer matrimonio, sujeta a
su hermanastro de la mano. El muchacho, sentado, juega con un órgano mecánico como si acompañara el
canto de las aves. El niño más joven está sentado en una silla con un mango largo, junto a la cual hay una
cesta con frutas. Enfrente, un gato hambriento se ha encaramado al respaldo de una silla y mira acechante al
pájaro enjaulado. La caja del reloj de la chimenea, de madera teñida de negro, está decorada con la figura de
Cupido, de pie, sosteniendo una guadaña. Le acompaña, cerca de los pies, un reloj de arena, símbolo del paso
del tiempo. Esta representación era muy habitual y se relaciona siempre con la figura del Tiempo, la fugacidad
Fig. 13: Johann Zoffany, Retrato de la reina Charlotte de Gran Bretaña e Irlanda acompañada de sus doshijos mayores Jorge, príncipe de Gales y Frederick, duque de York, 1764-65. Castillo de Windsor. Fuente:commons.wikipedia.
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y el paso del año viejo al año nuevo. En este caso su presencia puede ser alegórica porque las cajas de los
bracket no solían estar adornadas con este tema que sí era frecuente en las cajas de los relojes de fabricación
francesa. La esfera de latón dorado luce dial horario en plata, como era obligado en este tipo de relojes hasta
bien entrado el siglo XIX. El reloj aquí representado es uno de los modelos más fieles a esta tipología genuina
de Inglaterra. Eran relojes muy valorados que no podían faltar en la vivienda de una familia acomodada que
quisiera demostrar su poder adquisitivo e interés por controlar el tiempo ya que las máquinas eran muy
precisas. (Fig. 15)
Poco a poco los relojes de fabricación francesa fueron ganando terreno a los de producción inglesa. El
reloj francés, a diferencia de los anteriores, se caracterizó por el sencillo movimiento denominado París, la
mayoría de las veces encerrado entre platinas redondas, aunque en algunos ejemplares eran cuadradas. En un
cubo se colocaba el muelle real o resorte, sin caracol, que ponía en marcha el engranaje del reloj y que lo
mantenía en marcha durante ocho días. El sistema regulador por escape de áncora, cilindro o clavijas se unía
al péndulo o al volante. Generalmente disponía sólo de sonería de horas y medias. Las máquinas quedaban
ocultas en un pedestal, en la rueda de un carro, etc. permitiendo crear cajas muy decorativas, muy afines al
resto de la decoración de la residencia. Una gran producción abarató los precios y los relojes se extendieron
por todas las viviendas europeas.
Fig. 14: María Cristina de Habsburgo-Lorena, Retrato de María Teresa acompañada de su familiacelebrando la festividad de San Nicolás. Localización desconocida. Fuente: commons.wikipedia.
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Como hemos comentado, desde mediados del siglo XVII, los relojeros franceses no construían las
cajas de los relojes. Eso corría a cargo de los ebanistas, los plateros, los broncistas y los escultores. La
simplicidad de las cajas de madera de ese siglo fue pronto sustituida por el exotismo de las labores de
marquetería. Los avances en la fabricación de muebles favorecieron la aparición de artistas especializados. La
influencia de Oriente introdujo la porcelana, con cajas fabricadas en Chantilly y en Meissen. En la década de
1730, se abrieron paso las de mármol y bronce dorado à l’ ormolu, materiales más duraderos pero más caros.
El bronce permitió modelos más ingeniosos y audaces, y poco a poco se convirtió en el principal material
utilizado en la elaboración de cajas. Los broncistas suministraban también a sus clientes una amplia gama de
objetos como candelabros, cornucopias, monturas para los jarrones de porcelana, de cristal, de piedras duras,
etc., que complementaban y completaban la decoración de la estancia.
El broncista era el diseñador y propietario del modelo. Para proteger sus diseños, decidieron en 1750
que todas las obras que salieran de sus manos debían estar firmadas y que sus marcas quedarían registradas en
la oficina del procurador real y en la sede de su corporación. Antes de esta fecha, algunos broncistas como
Saint-Germain y Caffieri ya firmaron sus obras. Y para evitar los fraudes y las copias, en 1766 decidieron
crear una oficina de registro de diseños con el nombre del artífice38.
La rocalla, las formas asimétricas, las curvas, la inspiración en la naturaleza, el movimiento de las
hojas adornaron modelos colgados en la pared mucho más elegantes que los modelos anteriores. Para empezar
ya no funcionaban por sistema de pesas y los péndulos cortos quedaban ocultos tras el volumen de la caja.
Recibieron el nombre de cartel. (Fig. 16)
Fig. 15: William Hogarth, Retrato de los hijos de Graham, 1742, Galería Nacional, Londres,Fuente: commons.wikipedia.
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Una vez más la pintura nos ilustra los modelos utilizados en los distintos ámbitos domésticos aunque
en estos años ya contamos con más documentación descriptiva y conservamos un mayor número de objetos.
En la estancia donde una dama, acompañada de sus dos hijos, una niñera y un criado, toma El desayuno,
cuadro pintado en 1739 por François Boucher (Museo del Louvre, Paris), disfrutamos de la visión, en la pared
del fondo, de un bello ejemplar de reloj cartel. Esta reunión matinal está bañada por una claridad serena. La
luz impregna de colores dorados el elegante ambiente acentuando la calidad del mobiliario. El espejo rodeado
por un marco rococó impone el estilo a la sala. A su lado, la caja del reloj destaca por sus formas sinuosas,
copetes vegetales enroscados y adornos tal vez figurados en la parte inferior. La esfera, una chapa de latón
recubierta de porcelana blanca, con las cifras horarias en números romanos en negro y dos agujas doradas.
En El desayuno de Boucher se reúnen piezas fabricadas en diversos materiales, loza fina o porcelana,
una chocolatera de plata y en los estantes una tetera de plata y varias figuras orientales, todo ello vinculado al
gusto francés que se extendió por toda Europa.
Fig. 16: Le Faucheur. Cartel, último cuarto del siglo XVIII. Fuente: Patrimonio Nacional,núm. inv. 10055706.
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Una caja similar debió tener el reloj que apenas percibimos en el retrato de la marquesa d'Aguirandes
pintado por François-Hubert Drouais en 1759 (Museo de Arte de Cleveland, Ohio). Y el mismo pintor nos
presenta otro rico ejemplar suspendido en la pared del fondo de la alcoba de una dama sentada delante del
tocador convirtiéndole en el protagonista de la estancia privada (col. particular). En las estampas de
Sigismond Freudenberger, artista alemán nacido en 1745, también encontramos varios carteles ubicados en
estancias privadas: un salón de estar y una alcoba.
Y por último, en la sala de estudio y de trabajo de Ulla Tessin, escritora y dama de honor de la reina
Luisa Ulrica de Prusia, pintada por Olof Fridsberg (Museo Nacional de Estocolmo), apreciamos en la pared
lateral parte de un reloj cartel de estilo rococó.
El aspecto de los relojes de sobremesa habituales en las residencias acomodadas también se puede
observar en la pintura desde mediados del siglo XVIII. En The lady at the lake (el ultimo juego) de William
Hogarth, c. 1759 (Galería de Arte Albright-Knox, Búfalo, Nueva York), el pintor muestra un interior
palladiano, con una mesa de juego a la izquierda, donde un joven caballero con la mano en el pecho tiende un
sombrero lleno de joyas a una dama que se sienta al lado de la chimenea. Sobre ésta, un reloj, típicamente
francés, con la caja de madera recubierta con guarniciones de bronce y la figura de Cupido con una guadaña
sobre el copete, similar a la que hemos aludido rematando la caja del reloj inglés que acompañaba a los hijos
del boticario Graham. La esfera, de metal, luce dial horario plateado y está flanqueada por dos atlantes. Una
vez más el reloj crea armonía con el resto de la estancia, en la que destaca un gran cuadro sobre la chimenea
y las paredes enteladas.
Y en La lectura con Molière de Jean-François de Troy, c. 1728 (col. particular), el reloj que preside
esta reunión literaria, característico del estilo Luis XIV, recuerda mucho a varios ejemplares conservados en
el Museo del Louvre de París, en la Colección Wallace de Londres y en el Museo Paul Getty de Malibu,
California. Construidos en bronce dorado, protagonizan sus cajas las alegorías del Tiempo Viejo y del Tiempo
Nuevo representadas por las figuras de un anciano y un niño. (Fig. 17)
Que estos relojes estaban destinados a salones donde la familia y sus invitados se reunían a conversar,
escuchar música o leer queda suficientemente demostrado en estos cuadros y en las estampas del pintor
costumbrista Sigismond Freudenberger, donde encontramos un amplio muestrario de relojes colocados sobre
las chimeneas de las casas acomodadas y burguesas.
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Sin embargo, François Boucher retrata en 1757 a Madame de Pompadour con un libro abierto en la
mano en su cabinet, estancia privada dedicada al estudio y a la lectura. El interior acomodado y el sillón de la
lectora a modo de poltrona, con respaldo recto y brazos cerrados, guarnecido con un grueso almohadón, no
ensombrecen la caja de un extraordinario reloj situado en la parte superior de una librería. Un amorcillo se
apoya en la esfera y juega con la guirnalda que la rodea. El cabinet también es un lugar de ostentación social
y se convierte en el lugar en que uno atesora lo más preciado que tiene.
Por último, en el cuadro de Chardin La toilette nos trasladamos a un apartamento refinado pero
burgués. El tema, una vez más, refleja la vida cotidiana. Una madre elegantemente ataviada ajusta el sombrero
de su hija antes de partir para la iglesia. La niña mira coquetamente su reflejo en el espejo. El reloj depositado
sobre una mesa abandona el uso del bronce, más costoso, y regresa a la madera. Responde a un modelo antiguo
con caja de perfiles rectos más propio de finales del siglo XVII o principios del XVIII.
Un siglo después, el neoclasicismo aportó una revolución no sólo en las formas sino también en las
fuentes de inspiración. En las cajas de los relojes se abandonan las curvas, el exotismo del Extremo Oriente y
se inspiran en la arquitectura, las alegorías de las artes y de las ciencias, con figuras ataviadas con indumentaria
Fig. 17: Jean-François de Troy, La lectura de Molière, c. 1728, colección particular. Fuente:www.artcyclopedia.com (Febrero 2015).
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ARS & RENOVATIO, número tres, 2015, pp. 93-124
clásica y temas inspirados en la historia griega y romana.
La repetición de un modelo dependía de la fama del diseñador y de la belleza del diseño. No les gustaba
repetir un mismo tema pero sí cambiaban alguno de los detalles de un modelo ya existente.
Los fabricantes de cajas siempre estaban atentos a los cambios de moda. La aparición de la figura del
marchante en el segundo cuarto del siglo XVIII revolucionó el comercio de la relojería. Los marchantes tenían
que conocer el gusto de su cliente y en sus tiendas reunir no sólo relojes sino un amplio muestrario de objetos
de arte capaces de satisfacer las necesidades de su clientela. Ellos se encargaban de diseñar los interiores de
las residencias y de combinar en esta decoración un conjunto de objetos tanto antiguos como modernos. Para
proveerse de estos objetos de moda contrataban a un grupo de artistas de calidad.
Las cajas comienzan a copiarse a mediados de siglo porque las clases burguesas querían poseer
ejemplares similares de menor valor pero que evidenciaran su buen gusto y su modernidad. Las cajas lacadas,
los bronces “pintados” de oro, las porcelanas de peor calidad, etc. inundaron estas residencias.
Desde mediados del siglo XVIII en España las costumbres habían cambiado y la demanda de relojes
aumentó tanto que el rey Carlos III y sus ministros de finanzas, preocupados por la fuga de capitales a París
para comprar en esta ciudad relojes y otros objetos de lujo, apoyaron la creación de fábricas nacionales.
Aunque varios intentos de fábricas españolas no prosperaron, poco a poco la relojería española se abrió
camino.
Los relojes comenzaron a adquirirse por la burguesía y rara era la residencia donde al menos no había
uno. Esto se aprecia en los documentos pero también en la pintura pues artistas como Fortuny, Carlos Luis
Ribera, los Madrazo, sobre todo Raimundo, comenzaron a representar relojes en interiores domésticos.
Disfrutamos de bellos ejemplares, acordes con el mobiliario protagonista de cada momento en: El
coleccionista de estampas, Mariano Fortuny, 1867, Museo Pushkin de Moscú (Fig. 18); El reloj, Fernando
López Pascual, col. Particular; Ricardo y Federico Santalo, José María Romero López, 1850, Museo Nacional
del Prado; La familia de Gregorio López Mollinedo, Carlos Luis de Ribera y Fieve, 1854 (col. Particular); Sus
zapatos nuevos, Raimundo de Madrazo (col, particular), etc.
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AMELIA ARANDA HUETE
En resumen, los relojes que con el paso del tiempo se han convertido en objetos cotidianos, fueron
considerados desde el primer momento, obras de arte y objetos preciosos. Por este motivo, este “dominio del
tiempo” fue, al principio, privilegio exclusivo de una clientela rica, acaudalada, que no sólo adquirió los relojes
fabricados en los obradores locales sino que además encargó a los artífices magníficos ejemplares decorados
con sus escudos y sus divisas personales.
La necesidad práctica continuó siendo un imperativo en el perfeccionamiento de las máquinas y cuando
los efectos de la vida moderna se dejaron sentir, se comenzaron a diseñar relojes de pared y de sobremesa
expresamente destinados a acompañarnos en la vida diaria.
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* Doctora en Historia del Arte Universidad Complutense de Madrid. Conservadora de Patrimonio Nacional.1 San Benito estableció en el monasterio de Montecasino –Italia- las reglas de la Orden benedictina y en ellas fijó las horas y lasformas de rezar de la comunidad. A estas horas de rezo las denominó horas canónicas porque estaban ordenadas por las normas oCánones de la Iglesia.2 Las horas del día estaban marcadas por la salida y la puesta del sol, variando de una estación a otra. Estos “tiempos” se medían pormedio de unos sencillos relojes de sol, denominados canónicos o de misa.3 Citado por PEÑA DÍAZ, Manuel, “Epílogo. Los tiempos en la vida cotidiana (siglos XVI-XVII)”, Cultura material y vidacotidiana moderna: escenarios, Máximo García Fernández (dir.), Madrid, Silex, 2013, p. 285.
Fig. 18: Mariano Fortuny, El coleccionista de estampas, 1867, Museo Pushkin de Moscú. Fuente:www.artehistoria.com (Febrero 2015).
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4 MONTAÑES, Luis, La máquina de las horas. Introducción al conocimiento del reloj, Madrid, Isla, 1975, pp- 28-31.5 Una de las primeras referencias está fechada en 1377. El rey ordenó pagar “une orloge portative que nous avons acheté de maestrePierre de Sainte Beate, notre orlogeur”. CARDINAL, Catherine, “L’horloge, un objet emblématique de la Renaissance”, Tresorsd’ horlogerie. Le temps et sa mesure du Moyen Age à la Renaissance, Aviñón, 1998, p. 19.6 Durante el Renacimiento, el reloj destinado al uso privado, adquirió además una doble identidad: la de objeto técnico y la de objetode arte. La ciencia y la mecánica experimentaron un amplio desarrollo y el hombre del Renacimiento se sintió atraído por estasnovedades. Las máquinas interpretaron varias funciones y se utilizaron para satisfacer la curiosidad científica y como entretenimientoen los studiollos. CARDINAL, Catherine, “L´horloge…”, Tresors…, 1998, p. 10 y ARANDA HUETE, Amelia, “El reloj, símbolode poder social en la Europa humanista”, Actas XIII Jornadas Internacionales de Historia del Arte, Arte, poder y sociedad en laEspaña de los siglos XV a XX (Madrid, 20-24 de noviembre de 2006), Miguel Cabañas Bravo, Amelia López-Yarto Elizalde yWilfredo Rincón García (coord.), Madrid, Instituto de Historia, CSIC, 2008, p. 153.7 Todos estos relojes están dotados de un sentido alegórico pero nosotros vamos a aprovechar su inclusión en una estancia para darlesotra lectura.8 “Les notables enseignements paternels”, Miniatura de Hugges de Lannoy, Brujas, ca. 1470. Bruselas, Biblioteca Real de Bélgica,ms. 10986, fol. 1.9 Casi todos los personajes, ataviados con ricas vestiduras y joyas, sostienen libros en sus manos. La pared de la estancia estáentelada. Muebles, alfombras, objetos de plata y un jarrón con flores completan la decoración de la sala. En el boceto hay unaanotación de Holbein debajo de la figura de Alicia Moro. El astrónomo Nicholas Kratzer, amigo de Holbein y tutor de los hijos deMoro, anotó los nombres y las edades de todos los miembros de la familia antes de enviar el dibujo a Erasmo de Rotterdam, amigode Moro y de Holbein. El cuadro original medía 3 x 4,5 m. Estaba pintado en acuarela sobre tela y se quemó en el incendio que asolóel castillo de Kremsier, Moravia, en 1752, residencia de su último propietario, Carl von Lichtenstein, arzobispo de Olmutz. En lascopias conservadas figuran representadas doce personas, dos más que en el dibujo. Es uno de los mejores documentos que muestrala decoración de un salón durante el Renacimiento.10 También se ha cambiado en parte la decoración de la sala y se han añadido más jarrones con flores y varios instrumentosmusicales. El reloj, en la parte superior, es una referencia estoica sobre la fugacidad de la vida y de sus vanidades.11 “Mecanismo imaginado antes de la introducción del caracol para regularizar la fuerza motriz del mueble de los relojes. Estemecanismo se componía de una hoja de resorte, más o menos armada por una leva llevada por el árbol del barrilete”, en BERNER,G.-A., Dictionnaire professionnel illustré de l’horlogerie I+II, Bienne (Suiza), 2002, p. 1051.12 BASSERMANN-JORDAN, Ernst y BERTELE, Hans von, Montres, horloges et pendules, Braunschweig, Klinhardt &Biermann,1961, pp. 145- 223.13 Construido tal vez por un relojero francés, lleva la marca "J". Núm. inventario: HG 9771. Disponible en www.gnm.de14 Es decir, con forma de torre.15 Archivo Histórico de Protocolos de Madrid (citaré AHPM), prot. 992.16 AHPM, prot. 589.17 Conservado en la colección Casa de Alba, el reloj alude a la moderación, al tiempo que pasa y a la muerte que les separa ya quela emperatriz había fallecido nueve años antes de que Tiziano pintara el retrato, pero a falta de representaciones de interioresdomésticos, tenemos que prescindir de este significado y centrarnos en la función práctica del objeto. DÍAZ PADRÓN, Matías,“Carlos V y la emperatriz Isabel”, Colección Casa de Alba (cat. exp.), Sevilla, Junta de Andalucía, Conserjería de Cultura, 2009,p. 232.18 Monasterio de El Escorial, Patrimonio Nacional. Núm. de inventario: 10014655.19 Monasterio de Yuste, Patrimonio Nacional. Núm. de inventario 00800224. ARANDA HUETE, Amelia, “Reloj de sobremesa oreloj “de table”, Carlos V en Yuste. Muerte y gloria eterna (cat. exp.), Carmen García-Frias Checa, Monasterio de Yuste, 2008, p.252.20 Núm. de inventario: T-1.639 SEBASTIÁN, Amparo, “Reloj de sobremesa con forma de torre”, Carlos V. La naútica y lanavegación (cat. exp.), Museo de Pontevedra, 28 septiembre-17 diciembre 2000, p. 276.21 COLÓN DE CARVAJAL, José Ramón, Catálogo de relojes de Patrimonio Nacional, Madrid, 1987, p. 19.22 Un excelente trabajo sobre la vida y obra de este singular relojero ha sido publicado por CRUZ VALDOVINOS, José Manuel,“Noticias del Bruselas Hans de Valx, relojero de Felipe II”. Actas del Congreso Nacional Madrid en el contexto de lo hispánicodesde la época de los descubrimientos, vol. I, Madrid, Universidad Complutense, 1992, pp. 633-653.23 AHPM, prot., 24.851.24 AHPM, prot. 759.25 AHPM, prot. 24.851.26 Antiguamente se denominaba muestra, del francés montre, a un reloj pequeño, portátil, que indicaba la hora y funcionaba entodas las posiciones. Los primeros relojes pequeños se llevaban colgados del cuello y más adelante, en un pequeño bolsillo delchaleco. También se utilizaba la palabra muestra para designar a la esfera. TERREROS y PANDO, Esteban, Diccionario castellanocon las voces de ciencias y artes, tomo II, Madrid, Arco Libros, 1987, p. 634 y BERNER, G.A., Dictionnaire , 2002, p. 727.27 Turriano llegó a España al servicio de Carlos V. Construyó varios relojes para él y acompañó al emperador durante su retiro enYuste. Trabajó también para Felipe II.28 Antonio Mateo fue relojero de cámara del rey Felipe III.
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29 AHPM, prot. 24.851.30 AHPM, prots. 2.673 y 2.674.31 Similar al conservado en el Kunsthistorisches Museum de Viena.32 El duque del Infantado poseyó una decena de relojes de bolsillo.33 Se incluyen en el inventario de sus bienes en AHPM, prot. 2.674.34 La serie está integrada por: El contrato de boda, Poco después de la boda, La visita del médico, El despertar de la condesa, Lamuerte del conde y El suicidio de la condesa. Se trata de una denuncia moralizante sobre las terribles consecuencias de losmatrimonios acordados por dinero entre las clases altas inglesas del siglo XVIII. Narra la boda de un noble arruinado, el conde deSquanderfield, que se casa con una joven burguesa, hija de un rico comerciante.35 AHPM, prots., 14.593, 14.594, 14.921, 11.238, 12.809, 619 y 13.867.36 Nació en Ratisbona. En 1750 se marchó a Roma y en 1760 se trasladó a Londres, donde comenzó a trabajar en el estudio deBenjamin Wilson. Es entonces cuando Zoffany comenzó a pintar las pequeñas escenas en las que un grupo de personajes conversanentre ellos, por las que fue tan famoso.37 MONTAÑES, Luis, “El señorial bracket inglés”, Galería Antiqvaria, Madrid, diciembre 2004, pp. 74-80.38 AUGARDE, Jean-Dominique, Les ouvriers du Temps, Ginebra, Antiquorum, 1996.