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Análisis patológico de un español. David Nava Gutiérrez 1

Analisis patologico de un español

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Análisis patológico de un español. David Nava Gutiérrez

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Puede que detrás de este análisis patológico del individuo salga a la vista, en los ojos de

cada lector, lo acontecido en España con respecto al nacionalismo vasco o catalán,

remitiéndome a éstos por su tan holgada polémica. Pues, aunque este trabajo trate de

forma más pormenorizada a la manera de cómo el individuo se asocia en pequeñas

agrupaciones, deja ver a trasluz los síntomas y transgresiones de todas las regiones de

este país.

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Ortega escribe su ensayo de ensayo: “la España invertebrada” analizando a

España mediante una perspectiva histórica. Yo, para un mejor entendimiento, lo voy a

ilustrar con el siguiente ejemplo: coloquemos a España junto con el resto de los países

en un tablero de ajedrez y a lo alto situaremos a Ortega, no como jugador sino como

espectador, donde observará con detenimiento una partida que, desde antiguamente, se

lleva jugando. Cada jugada corresponderá a un tiempo histórico particular. El origen de

la partida es desconocido o no relevante, pero sí que podemos hallar los primeros

resquicios en que España no jugó como la pieza que era y se convirtió, más bien, en un

peón suicida, con la ferviente idea megalománica de creerse ganadora, y precipitándose

a ciegas a una inexorable derrota, pero eso sí, con la ilusa ambición de ganar la partida

ella sola. Éstas primeras jugadas del mediocre juego español se originan, como estipula

Ortega, en la edad media, considerándolas, por tanto, como principio decadente a este

jaque en que se encuentra España en la actualidad. Ortega no busca las causas de la

desenfrenada acumulación de errores medievales, pero sí intenta dar una solución a la

crisis en que nos encontramos actualmente.

¿Qué le ha pasado a nuestro peón, a nuestra querida España? El problema en el

que se encuentra es que no ha superado en ningún momento su lánguida y repetida

historia de ocultar su recelo hacia las demás personas, ni tampoco ha podido dejar de

mirar por encima del hombro a sus compatriotas. Sus aires de superioridad han creado

un modelo de persona que no admite la posibilidad de ser inferiores a otros. Un patrón

que se repite en la vida española: sentirse tripulante del destino de éste navío ya

naufragado, eliminando o coartando a aquellas personas que de verdad podrían poner

rumbo estable y sacar a España de la posición de jaque en que hemos dicho que se

encuentra. Este individualismo ha proliferado a una desunión o separatismo de los

estados españoles. El núcleo que unía a esta comunidad con mismos propósitos, mismos

anhelos y mismas utilidades ha fragmentado en lo que ha denominado Ortega

“particularismos”. No podemos obligar a las comunidades a estar juntas por estar

juntas, sino que lo deben hacer por un mismo propósito, deben estar juntas para hacer

algo juntas. De este modo, la secesión ha venido casi paralela a una forma de vida

nueva, venida ya del Medievo: la alocada idea de llevar a volandas a nuestro país, sin

nadie que capitaneé su trayectoria por ese peligroso e infranqueable terreno por el que

nos hemos empeñado en cruzar hasta alcanzar una cima casi inimaginable. Éste camino,

donde cada uno avanza a su ritmo apropiado, o tirando a su propio parecer sin acuerdo

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ninguno, ha conllevado que sea totalmente imposible llevar a flote a esta España tocada

y hundida.

Para entender la palabra secesión en este contexto, no basta con saber su

significado, hay que maquillarla con nuevos matices que aparecen en esta España.

Nuestro individualismo es arrastrado por el instinto natural y provoca que nos

agrupemos en manadas o, como ya hemos dicho, en particularismos. Efectivamente, es

más cómodo asociarse con aquella persona que se ajusta a nuestros fines, y congregar

más beneficios que realizar este viaje sólo. Pero cada uno de estos particularismos trae

consigo, además de la separación misma con el todo, el rechazo hacia las demás esferas

con las que, además, se encuentran en un estado de guerra. Una guerra que podríamos

llamar: la Guerra de la Ignorancia. Ignorancia por retraerse de las virtudes del resto, por

permanecer estancados en sus ideas de prestigio e iluso poderoso de, incluso, intentar

colonizar las Américas.

España se encuentra arrastrada por personas incompetentes que mutilan, incluso,

esa pequeña posibilidad de ser bien dirigidos por un reducido número de cualificadas

personas. No nos permitimos aceptar que haya gente más adecuada y que nos

gobiernen, porque, como ya he dicho, arrastramos esa herencia patológica de creer que

somos, en cada tarea, los más adecuados para el buen dirigir. Este egoísmo particular no

procede, y lo deja muy claro Ortega, únicamente de la política. Es fácil echar la culpa a

ellos, pues

“la política es ciertamente el escaparate, es lo primero que salta a la vista. […]

Pero el daño en España no está tanto en la política como en la sociedad misma” España

invertebrada. Ortega y Gasset. Biblioteca Nueva. Edición de Francisco José Martín pág: 168.

Es la ignorancia el yunque que hunde nuestra España.

Toda sociedad se forja por acumulación de grupos u órbitas reducidas que en su

conjunto, forman el todo. Estos pequeños grupos sociales tienen en común algo que los

une: principios, intereses, hábitos… pero, a la vez, algo que los identifica con el resto,

algo que anhelamos y que Ortega busca desesperadamente. ¿Cuál es ese punto común

que organiza todo orbe, arropándolas bajo un único nombre, a saber, estado? Podremos

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responder a esta pregunta echando un vistazo a cada país en cada contexto histórico. Por

ejemplo, aquello que unía a distintos grupos sociales bajo el nombre de Inglaterra

(durante la Edad Media) pudo ser el hambre, pues Inglaterra era un país muy pobre. Una

causa por la que es conveniente agruparse y luchar juntos antes que separarse y luchar

entre nosotros.

Sin embargo, España aun está en espera de ese punto unificador. Pues bien, lo

que ha ocurrido es que cada una de estas esferas no sólo no se fija en los demás grupos

en pos de buscar algo que los una, sino que ignora y desconoce tales asociaciones.

“es preciso, pues, mantener vivaz en cada clase o profesión la conciencia de que

existen en torno a ella otras muchas clases y profesiones, de cuya cooperación

necesitan, que son tan respetables como ella y tienen modos y aun manías gremiales

que deben ser en parte tolerados o, cuando menos, conocidos” España invertebrada. Ortega y

Gasset. Biblioteca Nueva. Edición de Francisco José Martín pág: 138

Puede que esta simple idea sea el pilar central restaurador de Ortega y Gasset.

Nada se puede hacer si no ponemos interés en lograr una armonización plena española.

Como solución al problema, ya hemos realizado el primer paso: hemos visto qué es lo

que falla y además, lo hemos asumido. Ya tenemos muy claro que los españoles se

obcecan en sus propios intereses y que no ve los de los demás cuando, quizás, todo se

resuelve prestando un poco de atención a las uniones del resto de particulares para

intercambiar soluciones. A esta organización social Ortega lo apoda “elasticidad social”

y se trata de conocer los intereses de los demás para ensamblar con ellos, aquellas cosas

que tengan en común con nuestros intereses personales. De esta forma las dos partes

salen victoriosas, y por deducción lógica, tal unión, nos obliga a hablar de nuevo de un

nudo que aglomera los diferentes orbes o círculos inferiores bajo una, grande y unida

nación de naciones. Hablaremos, pues de una España vertebrada. El primer y sencillo

paso es, por tanto, conocer y dejar de ignorar el resto de los presentes particularismos

que habitan en España por todos los rincones porque, en cualquier momento, podremos

cohesionar mismos intereses o retroalimentar mismas actitudes. Y es en este momento

cuando podemos asomarnos por ese escaparate y decir:

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“si para los políticos no existe el resto del país, para el resto del país existen

mucho menos los políticos” España invertebrada. Ortega y Gasset. Biblioteca Nueva. Edición de Francisco

José Martín pág: 140

Esta unión de pequeños grupos sociales no puede ser venida por ningún

sometimiento de ningún Cesar, ni tampoco puede acogerse por pura obligación de los

particulares. Debe ser bienvenida por su propia naturaleza. La gente no vive junta

porque sí. Los grupos que integran un estado viven juntos para algo, por lo que no es

conveniente forzar nada si no queremos una querella entre nacionalismos. Para que

pueda darse tal posible unión debe haber un previo interés. Es necesario cambiar el

pésimo sentido que le hemos otorgado a la vida. Pues lo que se vive en nuestros días se

puede resumir con el tonto ejemplo de ver cómo alguien se compra un coche y su

vecino, seguidamente, se compra uno mejor. A esto me refiero cuando hablo de la

emergente decadencia que se respira en España, el sentido trágico con el que

observamos la vida. Es sumamente necesario dejar de mirar al de al lado con aires de

superioridad --muy típico de aquí-- y lo miraremos con el fin de encontrar algo que

poder aprender de él. La vida no es una escalera ni una pirámide gremial. La vida

consiste en superarse a sí mismo pero no para superar a los demás. Por tanto, no

debemos eclipsar a nuestro vecino ni mofarnos de sus virtudes. Sino aprender de los

demás y sacar lo mejor que nos ofrecen para constituirnos de lo mejor de las mejores

virtudes de nuestros convecinos.

Para poder salir de este estado hermético actual de individualismo incrustado en

una minoría particularista, debemos ajustar nuestra mira, ir más allá de la herencia

histórica que han sepultado nuestras pequeñas pero a la vez grandes intenciones. Hay

que forjar una España unida y luchar con los mismos valores ante una continua batalla

que no se encuentra en el exterior, sino en el interior de cada uno de nosotros.

Este es, en resumidas cuentas, el panorama que observa nuestro autor desde su

posición histórica. Ahora, el siguiente paso de encarrilar a España a una prospera vida

es la búsqueda de este tripulante que antes mencionábamos. Hay que buscar -con

nuestra nueva forma de mirar- a la persona más acertada que pueda reconducirnos a una

verdadera restauración. La idea de Ortega no es mala, pero es más fácil plantearla que

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ejecutarla. España está enraizada en la más absoluta podredumbre y moldeada con unos

ideales arcaicos. Es difícil salir de una situación como ésta y por eso, más que nunca,

hay que saber dirigirnos al mando de esa minoría intelectual. Hay que dejad de seguir a

inútiles payasos que se lucran de la ignorancia y el estado no-consciente del país. Cómo

dice Ortega, hay que buscar a los mejores. A esa minoría selecta. Hay que unir todos los

orbes bajo un mismo interés: transportar a España donde se merece, una España que

aspire a la unión y no a la destrucción, una España que no compita en carreras de

superación sino que se enorgullezca por su cada vez más sentido común. Una España

que aflore con colores naturales y no de flores corruptibles y sin personas que

entorpezcan esta idealización. Una España natural compuesta por personas dispuestas a

salir de sus herméticos ideales y dispuestos a descubrir el sentido verdadero de la vida.

Sin embargo, Ortega, algo decepcionado por el continuo estancamiento y

sedentaria actitud española, nos dice más de una vez que España no es que esté enferma,

si no que es la propia enfermedad. Pero me pregunto yo: ¿no es la propia enfermedad lo

que se inocula- previamente a su aparición- para evitar precisamente su reinserción, es

decir, para que nuestro organismo la combata antes de que aparezca pero a escala

inferior? El resurgimiento español depende de buscar a esos “mejores” y ser conducidos

por esa minoría selecta. Escuchadlos y obedecerlos, defenderlos y fiarnos. Solo de la

mano de ellos podremos acabar con el individualismo ciudadano, el particularismo

equivocado y el nacionalismo desafiado. Serán la cuerda que hace girar el zompo, los

ruedines que nos facilitan el pedaleo. Son el impulso que necesitamos para convertirnos

no en masas si no en ciudadanos. Y una vez encarrilados, poder continuar nosotros esa

búsqueda de la autenticidad que nos hace ser quien somos. Todo ello provocará, sin

darnos cuenta, que España haya retrocedido un par casillas en esa partida de ajedrez

histórica, dejando de estar en posición de jaque y preparada en unidad a cualquier

posibilidad venidera. España no era ningún peón, la autenticidad española era ser uno en

armonía del resto, protegida por un rey y una dama, dos torres, dos caballos, dos alfiles

y un ejército de peones. España no jugaba sola, jugaba unida a todas las demás

protagonistas, pues todas tenían una misma razón que les unía: sacar a España a flote.

Por eso, nuestras fichas, a pesar de tener movimientos diferentes, y a pesar del distinto

valor de cada una, se mueven y se articulan juntas.

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En esta nueva España nadie ridiculiza a nadie, sino que aprenderá a vivir

cultivando en si mismo lo mejor que ve de su antagónico vecino. España será una y

muchas a la vez. Tendrá diversos nacionalismos pero ningún particularismo hermético.

Todos seremos importantes en esta estructuración:

“hace falta, junto a los eminentes sabios y artistas, el militar ejemplar, el industrial

perfecto, el obrero modelo y aun el genial hombre del mundo. Y tanto o más que todo

esto necesita una nación de mujeres sublimes. […] Ahora bien, si durante varias

generaciones faltan o escasean hombres de vigorosa inteligencia que sirvan de

diapasón y norma a los demás, que marquen el tono de intensidad mental exigido por

los problemas del tiempo, la masa tenderá, según la ley del mínimo esfuerzo, a pensar

con menos rigor cada vez; el repertorio de curiosidades, ideas, puntos de vista,

menguará progresivamente hasta caer bajo el nivel impuesto por las necesidades de la

época. Tendremos el caso de una raza entontecida, intelectualmente degenerada”.

España invertebrada. Ortega y Gasset. Biblioteca Nueva. Edición de Francisco José Martín pág: 185.

Estas últimas frases reflejan lo que hemos acontecido durante largos siglos. No

hace falta ser un erudito para constatar esta verdad, basta con mirar a nuestro alrededor

y comprobar que cada uno va descompasado a toda unidad. Egoísmo y latrocinio

transitan nuestras ciudades, y nadie (o raras excepciones) se muestra partidario a dar

ejemplo al resto. Porque si uno se levanta un día con grandes aspiraciones y ganas de

“cambiar el mundo”, sale a la calle y sus ilusiones se marchitan al comprobar que haga

lo que haga, el resto sigue pensando en sí mismo, sus relaciones achabacanan las de los

demás y, recíprocamente, provoca -como si fuesen un virus contagioso- que esta

conducta se expanda por todo recoveco, mitigando toda aspiración de conseguir el

máximo fruto de un país. Por eso es imprescindible buscar a esa minoría selecta y

sentarlos al mando para que reconduzcan ésta enferma España, de este modo, saldremos

un día a la calle y veremos que ese egoísmo individual se está transformando en un

intento de unir afinidades de personas dispares. Pero lo más importante es, que

cualquier intento de unión, ya reflejará la inauguración del auge español. El despertar de

las masas.

Sin embargo “la ausencia de los <<mejores>> ha creado en la masa, en el

<<pueblo>>, una secular ceguera para distinguir el hombre mejor del hombre peor,

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de suerte que cuando en nuestra tierra aparecen individuos privilegiados, la

<<masa>> no sabe aprovecharlos, y a menudo los aniquila”. España invertebrada. Ortega y

Gasset. Biblioteca Nueva. Edición de Francisco José Martín pág: 202

En efecto, si queremos que España entre en un período de consolidación, deberá

contar con los demás, aunar todas las fuerzas, sólo así podrá dar fin a la Guerra de la

Ignorancia. Pero antes de dar ese paso y entrar a la acción directa, es menester preparar

el terreno, calibrar todos los componentes para su perfecta consonancia con el todo. Con

la ayuda de nuestros elegidos privilegiados hay que mentalizar a la masa, bajarlos de esa

burbuja que los mantienen hipnotizados con absurdos programas televisivos. Hay que

bajarlos a la realidad. Deben empezar a pensar que sus vidas no están siendo vividas,

sino derrochadas en la ignorancia. Deben empezar a amar lo que tienen, apreciar la

convivencia social, compartir y arropar al prójimo, y jamás pensar que somos mejores

que el resto. Ese narcisismo culmina en el hecho de no apreciar las virtudes de la

mayoría, y por tanto, no aprender de los demás. Narciso se acabó ahogando en las aguas

como le ha ocurrido a España, pues cuando desestimas las buenas cosas que se te

ofrece por un loco amor a ti mismo, te acabas hundiendo en tu propia miseria. Si sigues

emperrado en que la vida es una competición, comportándote de forma que quieras ser

el mejor y el más valorado, si solo vives, a fin de cuentas, por una reputación, y por

tanto, no acoges lo mejor de cada uno, jamás saldrás a flote. Pero si te aúnas y dejas

esos delirios de grandeza, comprenderás que podemos ser más de lo que podamos

imaginar. Lo que caracteriza a la masa es precisamente esto, que todos valemos como

cualquiera, nadie sobresale a nadie. Todos somos el anclaje que vertebrará a España, por

eso, da igual las ideas, las costumbres o los propósitos propios, es decir, da igual la raíz

nacionalista que tenga cada uno, tan solo importa que no nos sintamos mejores a nadie,

que dejemos el egoísmo y el individualismo a un lado y nos aunemos con un mismo fin

común: levantar a España de una vez por todas.

Seremos masa solamente en este pretexto, nos llamaremos masa solamente para

no querer desafinar con nadie, para sentirnos todos iguales, pues es lo que somos. Pero

luego, cuando hayamos consolidado por completo este país y lo mantengamos en auge,

cada uno podrá ser quien quiera. Ser masa, por sí solo, podría considerarse como un

insulto, debemos volcarlo siempre a este asunto. Tú, ni nadie, es un cualquiera más,

cada uno, tras este cometido, es quien él quiera, cada uno construye luego su vida, se

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busca a sí mismo. Puede tener su religión, sus costumbres, etc. Pero eso sí, con la

lección aprendida: respetando y exprimiendo todo aquello que podamos incorporar de

nuestros compatriotas. Somos masa y somos ciudadanos.

Para hacer fructífera a la masa (cuando seamos masa) debemos ser dirigidos por

nuestros elegidos, seremos entonces, una masa bien organizada y lograremos por fin ser

ese país con el que soñamos. Un país multi-particularista con ciudadanos con los pies

sobre la tierra, un país culto y lleno de esperanza, aspirante a lograr cualquier cosa. Un

país unido y feliz.

Lo importante de organizarnos como masa es el cumplimiento de seguir siempre

a los mejores, sin intentar suplantarlos. Dejarnos llevar por sus decisiones que serán las

más acertadas. La masa debe aprovechar todas sus oportunidades de aprender,

perfeccionarse, volcar su atención a cosas más importantes.

Crítica personal

Si puedo objetar algo a Ortega es que nunca seremos una buena masa si no

aprendemos antes a ser individuos. La búsqueda de nuestro guía que propone Ortega

deja, a mi gusto, mucho que desear. Esa persona o grupo de personas mandarán y dirán

muy acertadamente lo que debemos hacer en cada caso, pero la masa, no puede aceptar

ordenes a pesar de ese beneficio asegurado que dicen que conseguiremos, por la sencilla

razón de que no es consciente de por qué lo hace. Es como los exámenes que hacíamos

en el colegio de matemáticas o incluso los exámenes de filosofía en bachillerato: que

redactábamos de “memorieta” lo que los autores pensaban sin saber absolutamente

nada del trasfondo real de aquello que querían decir.

Yo también puedo aconsejar a un amigo que lo que debe hacer, por ejemplo,

cuando se encuentra un teléfono móvil valorado en 400 euros, es devolverlo a su

propietario, pero él no sabe por qué esa decisión mía es la correcta. Él, enlatado en esa

clase de personas que hemos descrito aquí, es decir, absorto en esos pensamientos

egoístas y materialistas, engañado por la cantidad de publicidad que nos dicen que sin

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un móvil moderno no podemos vivir, ve en él una oportunidad de calmar esos deseos

artificiales que le han inyectado la sociedad moderna. Ve un móvil mejor que el suyo o

simplemente dinero en el caso de que lo venda. Pero pocos muy pocos pensamientos

tendrá respecto a la decisión que yo le he dicho que debe tomar.

− ¿para qué lo voy a devolver? Seguro que si yo lo perdiera nadie haría eso.

Por esta razón veo poco éxito a la decisión de Ortega de buscar personas selectas

que nos dirijan y nos digan qué debemos hacer. Porque él puede devolver el móvil pero

no sabrá por qué lo ha hecho. Debe ser él, buscándose a sí mismo e importándole un

carajo lo que hiciera o dejara de hacer la demás gente, para darse cuenta de que si lo

devuelve, habrá ganado mucho más que 400 euros. Habrá empezado esa unión en aras

de un país mejor, o sea, con habitantes mejores. Con su devolución habrá comprado un

billete a la autentica felicidad, habrá hecho algo por alguien y esa persona, en los

tiempos en que vivimos quedará totalmente alucinada. Por ese motivo, digo que habrá

empezado el primer nudo que tejerá con buenas decisiones este país, porque su dueño,

al ver tal gesto, obrará del mismo modo cuando tenga oportunidad.

Este país no se va a levantar con dinero, sino por nuestra actitud. No debe haber

nadie que nos diga qué debemos hacer, obraremos bien cuando nos hagamos la

siguiente pregunta: ¿Qué vale más un móvil o un gesto? Y sólo sabrá contestarla cuando

despeje la niebla que enturbia su mirada. Cuando compruebe que el sentido de la vida

no es tener más y más sino, menos y menos. Esta vida es tan solo saber vivirla. No

necesitamos a nadie que dirija la masa, pues se disolverá en cuestión de segundos.

Nadie debe decidir por nadie. La masa estará bien formada cuando dejemos de llamarla

masa y la llamemos conjunto de ciudadanos. Cuando demos importancia a cada uno de

los que formamos este país.

He puesto este sencillo ejemplo porque es el más reciente que me ha ocurrido en

la vida real. Mi amigo devolvió el móvil después de pensar y pensar. No sabía muy bien

si se arrepentiría, pero me confesó que al ver la mirada de su dueño: un gesto de no

creer que existieran aun personas así en este mundo mercantil, un regocijo recorrió su

cuerpo rozando la sublimidad. Entonces entendió que había tomado la decisión correcta.

Pero la tomó él. Nadie tuvo que obligarle a hacerlo.

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Por eso, mi crítica es muy sencilla: no hace falta a nadie que mande, sino a

alguien que aconseje. España solo se puede poner en pie con una buena educación. Pero

cuando los educadores son los más corruptos, España se derrite hasta tener que llamarla:

“España invertebrada”. Pues, ¿qué cabe esperar si lo que nos rodea es tan sólo

corrupción y putrefacción?

Mi amigo acaba este año la carrera de magisterio para ser profesor y os aseguro

que será un buen educador y enseñará estas lecciones a sus alumnos.

David Nava Gutiérrez