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    El laberinto de la soledad

    Postdata

    Vuelta a

    El laberinto de la soledad

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    EL LABERINTO DE LA SOLEDAD

    POSTDATA

    VUELTA A EL LABERINTODE LA SOLEDAD

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    OCTAVIO PAZ

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    FONDO DE CULTURA ECONMICA

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    El laberinto de la soledadPrimera edicin (Cuadernos Americanos), 1950Segunda edicin (Vida y Pensamiento de Mxico), 1959Tercera edicin (Coleccin Popular), 1972Cuarta edicin (Lecturas Mexicanas), 1984

    PostdataPrimera edicin (Siglo XXI), 1970

    Vuelta a El laberinto de la soledadPrimera edicin en El ogro lantrpico (Joaqun Mortiz), 1979

    El laberinto de la soledad, Postdata y Vuelta a El laberinto de la soledadPrimera edicin (Tezontle, ), 1981Edicin conmemorativa (Tezontle), 2000Edicin conmemorativa (70 aniversario del ), 2005Segunda edicin (Coleccin Popular), 1993Tercera edicin (Coleccin Popular), 1999[Cuarta edicin (Coleccin Popular), 2010]

    Novena reimpresin, 2012

    Paz, OctavioEl laberinto de la soledad, Postdata, Vuelta a El laberinto de la Sole-dad / Octavio Paz. 3 ed. Mxico : , 1999

    351 p. ; 17 11 cm (Colec. Popular ; 471)ISBN 978-968-16-5970-7

    1. Literatura mexicana Ensayos I. t. II. Ser. LC F1210. P3 Dewey M863 P3481 V471

    Distribucin mundial

    D. R. 2004, Marie Jos Paz, heredera de Octavio Paz

    D. R. 2004, Fondo de Cultura EconmicaCarretera Picacho-Ajusco 227, 14738, Mxico, D. F.Empresa certi cada 9001:2008

    Comentarios: [email protected]. (55)5227-4672 Fax (55) 5227-4694

    Se prohbe la reproduccin total o parcial de esta obra sea cual fuereel medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.

    ISBN 978-968-16-5970-7

    Impreso en Mxico Printed in Mexico

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    50 EL LABERINTO DE LA SOLEDAD*

    A R

    de esta conferencia, lo dice el ttulo mismo,es que se han cumplido 50 aos de la primera edicin

    de El laberinto de la soledad, el cual como quiz mu-

    chos de ustedes sepan fue editado por aquella bene-mrita revista que en rigor an sigue, aunque no con lamisma inuencia de entonces,Cuadernos Americanos.

    Ha habido en estas ltimas semanas diversas cele-braciones organizadas por la Fundacin Octavio Paz, enrelacin precisamente al cincuentenario deEl laberinto

    de la soledad; yo intervine en ellas y me pareci que ElColegio Nacional no poda omitir algn acto en relacincon el aniversario; no poda, porque, ms all de la im-portancia del libro, Octavio Paz fue un ilustre miembrode la institucin por ms de treinta aos. Octavio Pazentr a El Colegio Nacional, me parece, en el sesenta y

    siete e imparti all clebres conferencias, de maneraque es apropiado y justo que El Colegio Nacional lo re-

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    * Conferencia pronunciada en El Colegio Nacional el 28 de sep-tiembre de 2000. Transcrita y revisada en septiembre de 2008.

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    cuerde esta noche. ste es el motivo profundo de estarnosotros aqu reunidos.

    Hoy daEl laberinto de la soledad es un libro cuyalectura forma parte de la educacin escolar de los mexi-canos. Entiendo que se lee en la educacin preuniversi-taria. Es un libro que ya ha entrado en la imaginacincolectiva de los lectores. Se trata as de una obra viva, noestamos celebrando un papiro polvoriento, sino un libro

    que incita a la discusin, a la adhesin y a la crtica. Eltiempo, bien lo saben ustedes, depura y altera las obras:si hay suerte se limpian la tesis importantes y se olvidanaquellas que de alguna manera expresan el pago que to-dos hacemos a ideas, categoras y terminologas transi-torias de nuestro presente.

    La historia editorial del libro nos permite ver cmofue asimilado por el pblico de Mxico. Se edita en 1950y la segunda edicin es casi diez aos despus, en1959, a lo cual hay que aadir que las ediciones de aque-lla poca no eran muy amplias, eran tirajes que no pasa-ban de los tres mil ejemplares y posiblemente sta haya

    sido an ms pequea, de manera que durante diez aosel libro se ley relativamente poco; fue un libro que le-yeron las que podramos denominar clases intelectualesde Mxico, pero que no haba dado el salto a un pbli-co ms amplio, ms numeroso. Saltos, por otra parte,que poqusimos libros daban en aquella poca. Ustedes,

    por ejemplo, recuerdan un par de ttulos, hoy da muyledos y famosos, los dos libros de Juan Rulfo,El Lla noen llamas y Pedro Pramo . Pues, por ejemplo, de la pri-mera edicin a la segunda dePedro Pramo pasan nueve

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    aos. As era, amigos, el mundo de los lectores de en-tonces.

    La segunda edicin de El laberinto de la soledad, anales de los cincuenta, se lee ms, pero todava no pasarealmente a un pblico mayor. Se necesit quiz el des-graciado ao de 1968 para que el libro entrara en unacirculacin amplia. Octavio Paz escribe en 1969 un cap-tulo adicional que se convierte casi en un libro autno-

    mo, que es como la coda o la puesta al da de El laberintode la soledaden la circunstancia de aquel momento: sellama Postdata y muchas veces se publican juntos. Es, pues,a partir de los setenta que el libro entra realmente en lacirculacin masiva. Hay varios factores que lo explican:no slo el sesenta y ocho importantsimo, tambin

    un cierto aumento del pblico lector. Pero quiz lo msimportante fue que lo colocaron como texto en los es-tudios preuniversitarios, no s si en la secundaria o enlas preparatorias. All fue realmente donde el libro co-menz a navegar en serio.

    Se trata de un texto que Octavio escribe en 1948-1949,

    mientras l desempeaba en Francia un cargo diplom-tico. Poco antes haba publicado guila o sol. Con estoquiero decir que en esos aos, 47, 48 y 49, Octavio entraen un periodo de gran creatividad; haba, por as decirlo,encontrado su estilo y sus temas: la mezcla de poesa ehistoria, ms crtica poltica. La contaminacin de poe-

    sa e historia es, en efecto, una invariable en la obra deOctavio Paz. Cuando redacta este libro, se enfrenta lodice en numerosas ocasiones al agobio de la historiamexicana, a la relacin entre la historia nacional y la his-

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    toria mundial: a la dicultad de insertarse en la historiagrande del mundo. ste es un tema caracterstico de la

    reexin hispanoamericana y abundan los ejemplos.Quisiera entrar en materia recordndome a m mis-mo y contndoles a ustedes la primera vez que leEl la-berinto de la soledad. Ocurri en el ao de 1951, un aodespus de su publicacin. Me lo recomend un amigomuy cercano, miembro de El Colegio Nacional, Fernan-

    do Salmern, y ya que estoy en esto dir que tambinme facilitNostalgia de la muerte, de Villaurrutia, esospoemas que no olvido. Estamos a nales de 1951. Yo tenaque viajar a Buenos Aires y me llev el libro en el avin.Ah fue donde realmente lo le. Los viajes de aquellapoca eran mucho ms largos que los de ahora; para ir

    de Mxico a Buenos Aires se empleaban unos dos das,de modo que tuve oportunidad suciente para leerlo concalma y con mucha atencin. En esa poca saba yo muypoco de Mxico. Haba vivido en el pas apenas unosseis, siete meses, en la capital, fundamentalmente alre-dedor de la Facultad de Filosofa y Letras.El laberinto de

    la soledad se inscriba en lo que se llamaba entonces lalosofa de lo mexicano, que era un tema muy demoda. Yo haba odo hablar de este asunto, haba ledoalguna cosa, lo cual me acerc aEl laberinto de la sole-dad. Conoca poco Mxico, pero antes de llegar aqu ha-ba vivido y estudiado en California y haba observado a

    los famosos pachucos, ms an, los pachucos de losque habla Octavio en su primer captulo estuvieron en-tre los primeros mexicanos que yo conoc. No s si ha-br sido la mejor introduccin Yo los vea all, en Los

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    ngeles, con asombro y tal vez con temor. De maneraque me pareci muy atractivo que el inicio del libro co-

    incidiera con aquellas experiencias mas.En su primera lectura el libro me dej una hondahuella, fue una autntica introduccin al pas y a su his-toria, una brjula que me gui y me orient en Mxicopor muchsimos aos, un libro maestro en la acepcinliteral del trmino. Pertenece a ese tipo de libros con

    afanes de totalidad: hablaba de historia y tambin delamor, de la religin y del arte. No lo volv a leer hastaeste ao. Es decir, lo he reledo casi cincuenta aos des-pus, cuarenta y nueve para ser exacto. Fjense, por cier-to, en las armonas secretas de la vida: otra vez volv aabrirlo en un avin. No en un vuelo a Buenos Aires, sino

    de Mxico a msterdam. Quiz haya que sacar algunaconsecuencia de estas similitudes. A cierta edad nos da-mos cuenta de que no hay hechos sin signicacin ennuestras vidas, de manera que estas casualidades y sime-tras forman parte de alguna relacin ma con el libro ode alguna concepcin ma acerca del libro. Pasar ahora

    a contarles algunas impresiones y reacciones sobre untexto que he reledo despus de haberme pasado una vida en Mxico.

    En primer lugar, me doy mucho ms cuenta de lasrazones que me llevaron a estimar tanto el libro. El textoparte de una situacin personal de confusin, de sole-

    dad, de desconcierto del autor, y de all, desde esa confu-sin, desde esa soledad, se transita a la historia, al mun-do, a la vida, a la sociedad. Quiero decir que ms all delas tesis objetivas que expresa y expone el libro, el texto

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    se propone en rigor como un ejercicio de autognosis.Autognosis es un gnero que tiene una enorme prosapia

    en la vida de Occidente. O sea, desde la confusin indi- vidual comenzar a ordenar el mundo. ste es un proyec-to clsico, escribir desde la impaciencia, desde la confu-sin, desde la rabia, un tremendo esfuerzo para salir dela oscuridad y del desconcierto. A m me parece muyconmovedor el inicio del libro: un hombre que se siente

    perplejo como un adolescente. Permtanme leerles unabreve cita del libro:

    A todos, en algn momento, se nos ha revelado nuestraexistencia como algo particular, intransferible y precioso.Casi siempre esta revelacin se sita en la adolescen-

    cia.[] El adolescente se asombra de ser. Y al pasmosucede la reexin: inclinado sobre el ro de su concien-cia se pregunta si ese rostro que aora lentamente delfondo [] es el suyo. La singularidad de ser pura sen-sacin en el nio se transforma [] en conciencia in-terrogante.

    ste es el inicio del libro: reexin y biografa, unamezcla siempre fascinante. Y sin rebajar para nada la im-portancia de las tesis del libro, quisiera ahora subrayar laimpaciencia por salir de las tinieblas y la urgencia poranalizar el destino individual de este individuo llamado

    Octavio Paz, lo cual lo lleva a examinar el destino de supas. Lo veo como una versin ms del viaje del hombrehacia la luz. Es inevitable, en un contexto as, recordar lacaverna platnica, la alegora o el mito de lacaverna pla-

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    tnica . Octavio Paz sale de la caverna, la cual sera o re-presentara la cultura aislada, encerrada, a la que l, pre-

    cisamente despus de haber visto la luz, quisiera volver eiluminar.Recuerden que la caverna es la apariencia, o el reejo

    distorsionado. Recuerden la arquitectura de la caverna:las guras que se reejan en una pared, las personas en-cadenadas que no se pueden mover y que no pueden

    voltear, una luz detrs y una especie de tarima en la cualse colocan objetos que son los que se reejan en la pareddel fondo de la caverna y, por ltimo, la salida. La caver-na puede interpretarse como los mitos protectores, lascreencias compartidas y cohesivas de una comunidaddeterminada. La caverna nos impone obligaciones en la

    medida en que es la metfora de la polis, de la ciudad, deuna cultura. La caverna es la que otorga signicado anuestras vidas individuales. Por consiguiente, salir de lacaverna es un proceso complicado y a la vez una hazaadolorosa que slo unos cuantos podrn llevar a cabo. Sa-lir de la caverna supone un enorme esfuerzo porque hay

    que estar dispuesto a abandonar a los nuestros, arries-garse a ser condenado, a ser tildado de traidor, a abando-nar las recompensas que supone participar en la ciudad.Qu sucede cuando se regresa a la caverna? Platn, quees el inventor de la alegora o del mito, es dursimo:quien regresa a la caverna se expone a la burla, los que

    no han salido se burlarn de los que vuelven porque s-tos ya no reconocen, no aceptan las sombras originalesproyectadas en la pared. Esto es, por no aceptar el univer-so de creencias y mitos sostenedores de la polis. Dirn,

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    adems, que quien ha salido de la caverna es un hombreque no puede ya comunicarse con ellos. En la alegora

    platnica es el que ya no ve bien por haber estadofrente a la luz, frente al sol y es incapaz ahora de distin-guir las sombras: es la metfora de la supresin del len-guaje comn entre ellos. Si, adems, alguno de los quehan vuelto intentara liberar a los que estn en la cavernay conducirlos hacia afuera, sencillamente lo mataran.

    Esto es lo que le ocurri a Scrates y le sucedi en una votacin democrtica, la democracia haba vuelto a Ate-nas despus de la dictadura. Entre los numerosos pro-blemas que aqu se plantean, sealar uno que, quiz, seapertinente a nuestro asunto: deber volver a la cavernala persona que despus de un tremendo esfuerzo sali de

    ella? Este problema podra traducirse as: cules son lasrelaciones entre quienes poseen el saber, los lsofos, yla ciudad, la polis o la cultura propia? Platn pensaba queeran dos rdenes de vida y de creencia, y crea ademsque los hombres necesitan la caverna. sta es una de lascosas ms importantes de la alegora platnica, pues Pla-

    tn no est diciendo que la caverna se resuelva slo enlas apariencias, y sea, por tanto, absolutamente negativa.No, la caverna es la ciudad de los hombres; el que se alejade ella, abandona la ciudad de los hombres. ste es, pre-cisamente, el problema. Platn pensaba que los hombresnecesitan la caverna, la comunidad, la solidaridad y, por

    consiguiente, slo unos cuantos, los lsofos, podrnsalir de ella: al regresar, se enfrentarn a los que all vi- ven y tendrn que aislarse o mantener relaciones muyambiguas para protegerse de la ciudad. Aqu es donde

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    entra la Academia platnica, que representa el sitio en elque se renen aquellos que salieron de la caverna y que

    habitan, precavidos, en una comunidad aislada, atemori-zados, sin intervenir en la vida de la polis.La imagen platnica se ajusta y expresa muy bien el

    movimiento profundo deEl laberinto de la soledad. Eneste sentido, el libro podra inscribirse en una temticamayor, pues pertenece a lo que podramos llamar litera-

    tura de iluminacin, la que recoge las aventuras espiri-tuales de un personaje con nombre propio, Octavio Pazen este caso. Esto es lo que distingueEl laberinto de lasoledad de un libro acadmico, el movimiento del viajeespiritual, que no es lo que usualmente encontramos enun libro de ese corte. Me gustara recalcar otro asunto:

    la discusin deEl laberinto no es una discusin sobreotros textos, de lo que arma un texto o lo que sostieneotro, que es lo que sucede con harta frecuencia en la -losofa. En losofa muchas veces discutimos tesis queestn en otros libros, y las dosis de realidad que incor-pora cambian segn las pocas. Sealo lo anterior para

    resaltar que el libro de Octavio Paz se mueve, digamos,en el mbito de la realidad vivida.Quisiera, ahora, mencionarles algunas tesis, algunas

    ideas de Octavio Paz que en esta relectura me han llama-do la atencin, algunas con aprobacin y otras con sor-presa. Quiz porque no las recordaba cabalmente, quiz

    porque soy otra persona, quiz porque los tiempos hancambiado. Por lo pronto dir que me parecen magistra-les las descripciones de la conducta del mexicano medio,probablemente el del altiplano. Recuerdo, por cierto, que

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    en los aos cincuenta, cuando todo este tipo de reexio-nes estaban a la orden del da, ste era uno de los puntos

    metodolgicos ms debatidos: precisar a quin exacta-mente se refera un libro comoEl laberinto de la sole-dad; si a un hombre del norte de Mxico, a uno del sur, aun hombre del altiplano, a un hombre urbano o de cam-po; a qu clase social exactamente se refera, etc., etc.Con el pretexto de la precisin se pretenda contrastarlo

    con supuestas puntualizaciones sociolgicas o estadsti-cas. Yo, desde luego, no rechazo las estadsticas, pero nocreo que sean el instrumento para criticar esta clase delibros, compuestos por conceptos formadores, por gran-des intuiciones conceptuales que ordenan la realidad. Escomo si alguien me quisiera refutar la verdad literaria de

    una novela ms o menos realista con unas estadsticasen la mano. Ahora, cincuenta aos despus, nos damoscuenta de que es absolutamente trivial juzgar el libro conesos instrumentos crticos.

    Recordemos ciertas categoras que utiliza Octavio Paz:la mscara, la esta, lo abierto y lo cerrado, ms la pareja

    fundamental: soledad-comunin. La esta es, en efecto,categora esencial en el libro de Octavio, pues le permiteentrar en un tema que lo fascin toda su vida, que es eltiempo mtico; no el tiempo del reloj, no el tiempo lineal,sino el tiempo detenido, el instante eterno. Esto lo en-contrarn ustedes en los ensayos y en la poesa de Octa-

    vio. Permtanme leerles una cita:

    Nuestro calendario est poblado de estas. [] Cada ao,el 15 de septiembre a las once de la noche, en todas las pla-

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    zas de Mxico celebramos la Fiesta del Grito; y una multi-tud enardecida efectivamente grita por espacio de una hora,

    quiz para callar mejor el resto del ao. Durante los dasque preceden y suceden al 12 de diciembre, el tiempo sus-pende su carrera, hace un alto y en lugar de empujarnoshacia un maana siempre inalcanzable y mentiroso, nosofrece un presente redondo y perfecto, de danza y juerga,de comunin y comilona con lo ms antiguo y secreto de

    Mxico. El tiempo deja de ser sucesin y vuelve a ser loque fue, y es, originariamente: un presente en donde pasa-do y futuro al n se reconcilian.

    Y una de las instancias privilegiadas de ese tiempodetenido es el amor, tema privilegiado en la obra de nues-

    tro autor. Las categoras mencionadas son herederas deuna poca, y en este caso provienen de la sociologafrancesa, es decir, del Colegio de Sociologa y Filosofaque fundaron Roger Caillois y Georges Bataille con ungrupo de amigos en los aos treinta. Nos gustar ms onos gustar menos esta terminologa, pero en todo caso

    a Octavio le sirve para hacer unas descripciones extraor-dinarias, muestra de una inteligencia agudsima. Toda estaparte es verdaderamente notable. Se trata de un estudiode caracteres y salta a la vista la habilidad del novelista enel trazo de estas conductas paradigmticas. Estupendosretratos de personajes que l calica de elusivos, des-

    conados, defensivamente corteses, inmensamente sus-ceptibles, hermticos, recelosos, miedosos ante cualquierapertura. Al releer el libro, me pregunto si las personasque tanto han alabadoEl laberinto de la soledad, y entre

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    las cuales debe haber habido este tipo de personajes, loshermticos, los susceptibles, los simuladores Paz ana-

    liza, por cierto, El gesticulador, la pieza teatral de Usigli,los defensivamente corteses, etc., me pregunto si se ha-brn dado cuenta de lo que les estaba diciendo. Cun-tos sapos gordos, cuntos funcionarios recelosos, cuntoslicenciados desconados se habrn visto de pronto re-ejados ser yo, no ser yo? en estas pginas que

    son como espejos implacables, de una lucidez sin ampa-ro. Permtanme que les lea una cita de Octavio Paz sobreesto:

    Viejo o adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o li-cenciado, el mexicano se me aparece como un ser que se

    encierra y se preserva: mscara el rostro y mscara la son-risa. Plantado en su arisca soledad, espinoso y corts a untiempo, todo le sirve para defenderse: el silencio y la pala-bra, la cortesa y el desprecio, la irona y la resignacin. Tanceloso de su intimidad como de la ajena, ni siquiera seatreve a rozar con los ojos al vecino: una mirada puede

    desencadenar la clera de esas almas cargadas de electri-cidad. Atraviesa la vida como desollado; todo puede he-rirle, palabras y sospecha de palabras. Su lenguaje estlleno de reticencias, de guras y alusiones, de puntos sus-pensivos; en su silencio hay repliegues, matices, nubarro-nes, arcos iris sbitos, amenazas indescifrables. Aun en la

    dispu ta preere la expresin velada a la injuria: al buenenten dedor pocas palabras. [] El mexicano siempre estlejos, lejos del mundo y de los dems. Lejos, tambin, de smismo.

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    Hay otra categora que se contrapone a la de la ms-cara y que l utiliza para estas descripciones duras, des-

    carnadas, del mexicano medio, y es la de laautenticidad .Es muy importante porque le servir para hacer el puen-te con la reexin histrica. Es sta una palabra, porcierto, que, cuando Octavio Paz escribiEl laberinto, erade uso intelectual corriente; la haban puesto en circu-lacin muchas personas, pero sobre todo los lsofos

    heideggerianos y existencialistas en general, y Oc-tavio Paz fue cercano a ese mundo losco que en M-xico se desarroll en los aos cuarenta. Tampoco olvi-demos que Octavio es un hijo intelectual de laRevistade Occidente, y de su esplndida coleccin de libros. Lapalabraautenticidad tambin fue usada por un lsofo

    ms bien ensayista ahora olvidado, pero que Octa- vio Paz tena presente; recuerdo haber hablado con lsobre esta persona, que es Ludwig Landgrebe, el autordeExperiencia de la muerte, editado por Sneca en 1940,la editorial que diriga Bergamn. Para Octavio,autentici-dad es palabra clave, que l utiliza para ordenar y perio-

    dizar la historia de Mxico. Segn Octavio, por ejemplo,el porrismo es inautntico. La pareja es esa: autentici-dad e inautenticidad y a veces, claro, como la expresinno le da para tanto, utiliza otras, como contradicciones,o falta de armona entre creencias, ideas y actos. Pero labandera gua es la autenticidad. Del liberalismo y la Re-

    forma, de la cual l hace un interesantsimo anlisis, re-conoce que fundan el Estado moderno mexicano, perotambin sostiene que no expresan los mitos, la comu-nin, el festn de la nacin mexicana. El liberalismo se-

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    ra una ideologa que no representa la realidad social delpas; es una ideologa abstracta, no es autntica. La Refor-

    ma tendr muchas virtudes, pero no la de la autenticidad,y por eso fracas, porque expresaba un universo de ideasprofundamente separados de la realidad mexicana:

    La permanencia del programa liberal, con su divisin clsi-ca de poderes inexistentes en Mxico, su federalismo

    terico y su ceguera ante nuestra realidad, abri nueva-mente la puerta a la mentira y la inautenticidad. No es ex-trao, por lo tanto, que buena parte de nuestras ideas pol-ticas sigan siendo palabras destinadas a ocultar y oprimirnuestro verdadero ser.

    Hay, pues, una bsqueda del grado de autenticidaden las diferentes etapas de la historia de Mxico, historiaque Octavio siempre ve confusa, disfrazada, enmascara-da y, por tanto, nunca plenamente autntica. Octavioquisiera, pienso yo, que el desarrollo histrico coincidie-ra con el descubrimiento del alma autntica, que el des-

    arrollo histrico de Mxico concluyera en un gran actode sinceridad anmica colectiva e individual. Esta idea,dicha as, reeja otra de Hegel. En laFenomenologa delespritu, lo que Hegel pretende es que las etapas de lahistoria sean etapas de progresiva autoconciencia. Hegelno habla de autenticidad, pero el diseo terico es muy

    parecido y no me extraara que Octavio lo guardara enel trasfondo de su cabeza. Cmo entenda, entonces, elimpulso hacia la autenticidad? Como la nostalgia de unacomunidad. Fjense bien, porque todo ahora comienza a

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    trabarse. La nostalgia de la comunidad no es el anhelosentimental por una comunidad cualquiera, no; tampo-

    co es la nostalgia de Platn frente a la polis de su poca,no; se trata de la nostalgia de la Edad de Oro, que seraprecisamente la edad sin mscaras, el sitio, entre otrascosas, donde se da el verdadero amor, el amor sin velos,el amor que es lo contrario del amor rodeado de conven-ciones, se trata del amor revolucionario, una idea que le

    viene del surrealismo. Tenemos entonces: bsqueda dela comunidad, entendida como la Edad de Oro, crticade la historia de Mxico siempre desde la categora de laautenticidad, la cual, claro est, segn los casos se mo-dula con categoras polticas e histricas del momento alque se reere. Pero siempre que habla de autenticidad,

    piensa en la Edad de Oro. Y la Revolucin mexicana espara Octavio el momento de la sinceridad histrica; se-ra el momento de la recuperacin de este ser originalque l intenta descubrir en El laberinto de la soledad.Y dentro de la Revolucin mexicana ser el zapatismo elque ms se acerque a la autenticidad anhelada. La Revo-

    lucin restablece el tiempo original, la Revolucin buscala fundacin de un tiempo mtico anterior. Cul es esetiempo mtico? Es la Edad de Oro, justamente. El zapa-tismo le sirve para ejemplicar la idea general de que lasrevoluciones pretenden volver a la Edad de Oro. Por quel zapatismo? Porque ste desea revivir la propiedad co-

    munal. Entonces, fjense ustedes en la secuencia: auten-ticidad, revolucin, tiempo mtico, edad de oro y zapa-tismo. Me parece que sta es una secuencia fundamentalde El laberinto de la soledad, aunque, por supuesto, se le

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    cruzan otras ideas y en ocasiones Octavio especula queel futuro de Mxico podra no ser el zapatismo sino la

    industrializacin. En todo caso, la fascinacin con el za-patismo es enorme y siempre piensa que all est la sin-ceridad del pas, en la propiedad comunal. Octavio con-centra a la Revolucin mexicana en el zapatismo. Cada vez que enEl laberinto habla de la Revolucin mexicana,cada vez que describe a la Revolucin mexicana ms que

    a Obregn, a Carranza o a Villa, se reere a Zapata; todaslas ideas y las reexiones sobre la Revolucin se centranen el zapatismo, los otros sucesos no le interesan dema-siado como tema. En esta relectura me sorprendi elelogio del zapatismo histrico y de la propiedad comu-nal. La historia vuelve a cruzarse con el descubrimiento

    del alma propia. La Revolucin y dentro de la Revolucinel zapatismo sera el descubrimiento del alma autentica,del alma sincera.

    Tambin me llam la atencin que hablara poco delmestizaje, que ha sido la frmula prctica de la democra-cia mexicana. Octavio, por otro lado, privilegia mucho

    una visin de la unidad de la nacin frente a la posiblefragmentacin, de tal manera que si hoy da alguienplanteara el problema de un Estado multitnico, no en-contrara enEl laberinto demasiada simpata, quiz msen el Octavio Paz posterior, pero enEl laberinto, poca.Por ejemplo, Octavio elogia a la Colonia porque es un

    proyecto universal que permite la sustitucin del impe-rio azteca y hace posible la inclusin de la poblacinindgena en el proyecto espaol. Esto lo ve l como unenorme logro de la conquista espaola, como uno de los

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    por sus verdades religiosas; est simplemente hablandode la funcin histrica que cumpli en los primeros

    aos de la Conquista y durante los tres siglos de la Co-lonia. No se mete para nada, no le interesa hacer apolo-gas de fe.

    Tambin me sorprendi la defensa que hace Octaviodel Estado emanado de la Revolucin. Claro, yo estabaacostumbrado al Octavio de los ltimos veinte o treinta

    aos, muy diferente al que aparece aqu. EnEl laberintodeende, en efecto, el Estado creado por la Revolucin,pues lo considera un factor de unidad poltica y de jus-ticia social. Hay crticas, por supuesto, pero son meno-res, relativas al autoritarismo ya presente y a la progresi- va corrupcin. Pero desde luego nunca pone en cuestin

    la legitimidad del Estado revolucionario. Esto es lo im-portante, que es un Estado legtimo. Y la defensa de Oc-tavio quiz nos parezca ahora algo simple, blanco y ne-gro. Escribe Octavio, por ejemplo, que debemos defenderal Estado revolucionario frente a los banqueros y a losespeculadores. Hoy da tal vez tengamos una visin algo

    ms complicada, ms compleja, del asunto. Qu es, en-tonces, lo que me sorprendi? Pues el izquierdismo delOctavio de aquella poca y la clarsima inuencia mar-xista. Yo la recordaba ms diluida. No, nada de eso, estmuy clara, y adems muy asumida, y no slo la marxistaen general, sino las variantes trotskistas. Le tuvo mucha

    simpata al trotskismo e indudablemente se nota en el li-bro. Sobresale, pues, la utilizacin constante de la teorade la lucha de clases: es ella, en realidad, la que articula ellibro, la que lo ayuda a explicar una serie de fenmenos

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    sociales e histricos. Para no hablar ahora de articulacio-nes ms generales del marxismo, como decir, por ejem-

    plo, que el porrismo representaba el feudalismo. En elcontexto de los pases en desarrollo, l reivindica la fun-cin de un Estado fuerte y un Estado rector. Aunque hayque subrayar que Octavio ya desde ese momento se daperfectamente cuenta del problema de la libertad. Tal vez a consecuencia de sus lecturas trotskistas. Como us-

    tedes saben, Trotski haba hecho ya una crtica muyfuerte del Estado sovitico y en particular del estalinis-mo. Octavio las ley muy pronto, a principio de los cua-renta, y se da muy bien cuenta de este problema de la li-bertad, pero no obstante reivindica la necesidad de unEstado fuerte y rector. No olvidemos, por otra parte, que

    Octavio Paz es uno de los primeros entre nosotros enllevar a cabo la crtica del Estado totalitario sovitico.Pero esta crtica quede bien claro la hace defendien-do a la vez la idea del Estado rector, o sea, una tesis queahora calicaramos como contraria al liberalismo clsi-co. Por eso no es sorprendente que el liberalismo clsico

    que asume la Reforma le parezca una mala eleccin queno solucion los problemas del pas.La crtica al liberalismo clsico tiene, cuando menos,

    dos fuentes fundamentales: la primera y permanente esun motivo casi potico, la visin de la Edad de Oro, lautopa de la comunidad igualitaria de los hombres, esen-

    cial para la crtica al capitalismo y al liberalismo. Es el len-guaje de la sinceridad del alma. La otra, claro est, es elmarxismo y en particular la teora marxista y leninista so-bre el imperialismo. Bien saben ustedes que es Lenin quien

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    propone la teora de que la etapa nal del capitalismo esel imperialismo. En el marxismo haba entonces dos te-

    sis famosas sobre el imperialismo, la de Rosa Luxembur-go y la de Lenin, que fue la que tuvo xito histrico.La inuencia de Marx se advierte en muchos aspec-

    tos deEl laberinto de la soledad. Por ejemplo, en la tesisde la enajenacin. Recordarn esa palabra tan de modaen una poca y que ya nadie usa mucho. Enajenacin es

    un trmino que, como bien saben ustedes, viene de losManuscritos de Marx, los cuales fueron muy ledos en-tre nosotros. La tesis de la enajenacin se basa en la cr-tica a un modo de produccin capitalista que convierteal obrero en una suerte de robot y en la exaltacin delartesanado, que sera el ejemplo del obrero libre y creati-

    vo. Se da aqu una curiosa paradoja: Marx en el fondoestaba en contra de los artesanos, le pareca que repre-sentaban una historia superada y le molestaban much-simo las reivindicaciones del artesanado en su poca; ysin embargo el modelo del obrero no enajenado en laetapa industrial es el artesano. En este horizonte ideol-

    gico de Octavio tambin encontraremos una idea muynegativa del capital extranjero como agente del desarro-llo econmico del pas y una reivindicacin de la econo-ma dirigida. Leer una cita.

    En un pas que inicia su desarrollo econmico con ms de

    dos siglos de retraso era indispensable acelerar el creci-miento natural de las fuerzas productivas. Esta acelera-cin se llama: intervencin del Estado, direccin [] de laeconoma.

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    Resumamos este conjunto de ideas: Octavio percibea la Revolucin como el momento de la sinceridad his-

    trica, y de la sinceridad personal; reivindica al nuevoEstado mexicano, el cual debe oponerse precisamente alos banqueros, a los especuladores; est en contra del ca-pital extranjero que se quiere apropiar del pas, y para elloreivindica una economa dirigida. Bueno, dnde nosencontramos? Pues en el amplio universo del movimien-

    to tercermundista. All es exactamente donde estamos.Todos los pases tercermundistas apoyaban estas tesis.Tesis que con el pasar del tiempo Octavio abandon,pero que aqu le son muy tiles para conceptuar y cali-car como positiva a la Revolucin mexicana. En la Re vo-lucin se daban los mismos problemas que en otros pue-

    blos. Ya no estbamos aislados, ahora formbamos partede este gran conjunto de naciones que era el TercerMundo; Mxico era un pas que padeca problemas se-mejantes a los de pases marginales. Las dicultades deMxico, polticas y sociales, no eran slo las de una cul-tura cerrada, enigmas privados, sino que expresaban los

    problemas universales de ese momento, los cuales colo-caban a Mxico en el concierto global como uno ms delos pueblos dependientes. Hay que recordar, para no serinjustos, que es sta una poca de gran optimismo acer-ca de los movimientos tercermundistas, pero a la vez nohay que olvidar que la historia ha sido implacable, casi

    todos esos movimientos tercermundistas han termina-do en fracasos de orden poltico o de orden econmico,cuando no en dictaduras lamentables y sangrientas.

    Tambin es muy interesante observar enEl laberinto

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    de la soledad lo que yo llamara ideologizacin del pen-samiento. Octavio, por ejemplo, analiza al positivismo

    que era la losofa ocial del Porriato bajo la pers-pectiva de ideologa de Estado ms que como concepcinlosca, en la misma lnea que los trabajos de LeopoldoZea. Y lo mismo sucede en otros anlisis de las diversasetapas de la historia de Mxico: se ponderan los pensa-mientos no tanto por su valor terico, cuanto por su

    utilizacin como ideologa social. Se trata de un procedi- miento bsico deEl laberinto de la soledad. EnEl laberin-to de la soledad la losofa se reduce a dos elementos: lalosofa como creadora de mitos necesarios para la comu-nidad, y como ideologa, como instrumento de la vidacomunitaria.

    Me parece, dicho todo esto, que sera una tonterareducir el libro a un tratado poltico o histrico, o a untratado losco. Incluye estos aspectos, pero creo queEl laberinto de la soledad es algo ms: en primer lugar, esun supremo acto de voluntad personal, un profundoejercicio de liberacin personal y colectivo, pues Octa-

    vio no acepta el ejercicio de liberacin slo como indivi-dual; quiere, por el contrario, que sea armnico con eldesarrollo de la historia de Mxico y es esto lo que haceparticularmente interesante y original al libro. Un es-fuerzo de autognosis que con una prosa de extraordi-naria pujanza cre una imagen de Mxico. Se dice fcil.

    Yo creo que el libro es, esencialmente, un mito ordena-dor y, al mismo tiempo, una hazaa potica y un altsi-mo despliegue de inteligencia. As es Octavio, el poetainteligente.

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    EL LABERINTO DE LA SOLEDAD

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    Lo otro no existe: tal es la fe racional, la in-curable creencia de la razn humana. Identi-

    dad = realidad, como si, a fin de cuentas, todohubiera de ser, absoluta y necesariamente,uno

    y lo mismo. Pero lo otro no se deja eliminar;subsiste, persiste; es el hueso duro de roer enque la razn se deja los dientes. Abel Martn,con fe potica, no menos humana que la fe

    racional, crea en lo otro, en La esencialHeterogeneidad del ser, como si dijramosen la incurableotredad que padecelo uno.

    A M

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    E

    , en algn momento, se nos ha revelado nues-tra existencia como algo particular, intransferible

    y precioso. Casi siempre esta revelacin se sita en la

    adolescencia. El descubrimiento de nosotros mismos semanifiesta como un sabernos solos; entre el mundo ynosotros se abre una impalpable, transparente muralla:la de nuestra conciencia. Es cierto que apenas nacemosnos sentimos solos; pero nios y adultos pueden tras-cender su soledad y olvidarse de s mismos a travs de

    juego o trabajo. En cambio, el adolescente, vacilante en-tre la infancia y la juventud, queda suspenso un instanteante la infinita riqueza del mundo. El adolescente seasombra de ser. Y al pasmo sucede la reflexin: inclinadosobre el ro de su conciencia se pregunta si ese rostroque aflora lentamente del fondo, deformado por el agua,

    es el suyo. La singularidad de ser pura sensacin en elnio se transforma en problema y pregunta, en con-ciencia interrogante.

    A los pueblos en trance de crecimiento les ocurre

    A

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    algo parecido. Su ser se manifiesta como interrogacin:qu somos y cmo realizaremos eso que somos? Mu-

    chas veces las respuestas que damos a estas preguntasson desmentidas por la historia, acaso porque eso quellaman el genio de los pueblos slo es un complejo dereacciones ante un estmulo dado; frente a circunstan-cias diversas, las respuestas pueden variar y con ellas elcarcter nacional, que se pretenda inmutable. A pesar

    de la naturaleza casi siempre ilusoria de los ensayos depsicologa nacional, me parece reveladora la insistenciacon que en ciertos periodos los pueblos se vuelven sobres mismos y se interrogan. Despertar a la historia signi-fica adquirir conciencia de nuestra singularidad, mo-mento de reposo reflexivo antes de entregarnos al hacer.

    Cuando soamos que soamos est prximo el desper-tar, dice Novalis. No importa, pues, que las respuestasque demos a nuestras preguntas sean luego corregidaspor el tiempo; tambin el adolescente ignora las futu-ras transformaciones de ese rostro que ve en el agua:indescifrable a primera vista, como una piedra sagrada

    cubierta de incisiones y signos, la mscara del viejo es lahistoria de unas facciones amorfas, que un da emergie-ron confusas, extradas en vilo por una mirada absorta.Por virtud de esa mirada las facciones se hicieron rostroy, ms tarde, mscara, significacin, historia.

    La preocupacin por el sentido de las singularidades

    de mi pas, que comparto con muchos, me pareca hacetiempo superflua y peligrosa. En lugar de interrogarnosa nosotros mismos, no sera mejor crear, obrar sobreuna realidad que no se entrega al que la contempla, sino

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    al que es capaz de sumergirse en ella? Lo que nos puededistinguir del resto de los pueblos no es la siempre

    dudosa originalidad de nuestro carcter fruto, quiz,de las circunstancias siempre cambiantes, sino la denuestras creaciones. Pensaba que una obra de arte o unaaccin concreta definen ms al mexicano no solamen-te en tanto que lo expresan, sino en cuanto, al expre-sarlo, lo recrean que la ms penetrante de las des-

    cripciones. Mi pregunta, como las de los otros, se meapareca as como un pretexto de mi miedo a enfrentar-me con la realidad; y todas las especulaciones sobre elpretendido carcter de los mexicanos, hbiles subter-fugios de nuestra impotencia creadora. Crea, comoSamuel Ramos, que el sentimiento de inferioridad influ-

    ye en nuestra predileccin por el anlisis y que la escasezde nuestras creaciones se explica no tanto por un creci-miento de las facultades crticas a expensas de las crea-doras, como por una instintiva desconfianza acerca denuestras capacidades.

    Pero as como el adolescente no puede olvidarse de s

    mismo pues apenas lo consigue deja de serlo nos-otros no podemos sustraernos a la necesidad de interro-garnos y contemplarnos. No quiero decir que el mexica-no sea por naturaleza crtico, sino que atra viesa unaetapa reflexiva. Es natural que despus de la fase explosi- va de la Revolucin, el mexicano se recoja en s mismo y,

    por un momento, se contemple. Las preguntas que todosnos hacemos ahora probablemente resulten incompren-sibles dentro de cincuenta aos. Nuevas circunstanciastal vez produzcan reacciones nuevas.

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    No toda la poblacin que habita nuestro pas es ob-jeto de mis reflexiones, sino un grupo concreto, consti-

    tuido por esos que, por razones diversas, tienen concien-cia de su ser en tanto que mexicanos. Contra lo que secree, este grupo es bastante reducido. En nuestro terri-torio conviven no slo distintas razas y lenguas, sino varios niveles histricos. Hay quienes viven antes de lahistoria; otros, como los otomes, desplazados por suce-

    sivas invasiones, al margen de ella. Y sin acudir a estosextremos, varias pocas se enfrentan, se ignoran o seentredevoran sobre una misma tierra o separadas apenaspor unos kilmetros. Bajo un mismo cielo, con hroes,costumbres, calendarios y nociones morales diferentes, viven catlicos de Pedroel Ermitao y jacobinos de la

    Era Terciaria. Las pocas viejas nunca desaparecen com-pletamente y todas las heridas, aun las ms antiguas,manan sangre todava. A veces, como las pirmides pre-cortesianas que ocultan casi siempre otras, en una solaciudad o en una sola alma se mezclan y superponennociones y sensibilidades enemigas o distantes.1

    La minora de mexicanos que poseen conciencia de1 Nuestra historia reciente abunda en ejemplos de esta superposi-

    cin y convivencia de diversos niveles histricos: el neofeudalismoporfirista (uso este trmino en espera del historiador que clasifique alfin en su originalidad nuestras etapas histricas) sirvindose del posi-tivismo, filosofa burguesa, para justificarse histricamente; Caso y Vasconcelos iniciadores intelectuales de la Revolucin, utilizando

    las ideas de Boutroux y Bergson para combatir al positivismo porfiris-ta; la Educacin Socialista en un pas de incipiente capitalismo; losfrescos revolucionarios en los muros gubernamentales Todas estasaparentes contradicciones exigen un nuevo examen de nuestra histo-ria y nuestra cultura, confluencia de muchas corrientes y pocas.

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    s no constituye una clase inmvil o cerrada. No sola-mente es la nica activa frente a la inercia indoespa-

    ola del resto sino que cada da modela ms el pas asu imagen. Y crece, conquista a Mxico. Todos puedenllegar a sentirse mexicanos. Basta, por ejemplo, con quecualquiera cruce la frontera para que, oscuramente, sehaga las mismas preguntas que se hizo Samuel Ramosen El perfil del hombre y la cultura en Mxico. Y debo

    confesar que muchas de las reflexiones que forman par-te de este ensayo nacieron fuera de Mxico, durante dosaos de estancia en los Estados Unidos. Recuerdo quecada vez que me inclinaba sobre la vida norteamericana,deseoso de encontrarle sentido, me encontraba con miimagen interrogante. Esa imagen, destacada sobre el

    fondo reluciente de los Estados Unidos, fue la primera yquiz la ms profunda de las respuestas que dio ese pasa mis preguntas. Por eso, al intentar explicarme algunosde los rasgos del mexicano de nuestros das, principiocon esos para quienes serlo es un problema de verdad vital, un problema de vida o muerte.

    Al iniciar mi vida en los Estados Unidos resid algntiempo en Los ngeles, ciudad habitada por ms de unmilln de personas de origen mexicano. A primera vistasorprende al viajero adems de la pureza del cielo yde la fealdad de las dispersas y ostentosas construccio-

    nes la atmsfera vagamente mexicana de la ciudad,imposible de apresar con palabras o conceptos. Esta me-xicanidad gusto por los adornos, descuido y fausto,negligencia, pasin y reserva flota en el aire. Y digo

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    que flota porque no se mezcla ni se funde con el otromundo, el mundo norteamericano, hecho de precisin y

    eficacia. Flota pero no se opone; se balancea, impulsadapor el viento, a veces desgarrada como una nube, otraserguida como un cohete que asciende. Se arrastra, sepliega, se expande, se contrae, duerme o suea, hermo-sura harapienta. Flota: no acaba de ser, no acaba de des-aparecer.

    Algo semejante ocurre con los mexicanos que unoencuentra en la calle. Aunque tengan muchos aos de vivir all, usen la misma ropa, hablen el mismo idioma ysientan vergenza de su origen, nadie los confundiracon los norteamericanos autnticos. Y no se crea que losrasgos fsicos son tan determinantes como vulgarmente

    se piensa. Lo que me parece distinguirlos del resto de lapoblacin es su aire furtivo e inquieto, de seres que sedisfrazan, de seres que temen la mirada ajena, capaz dedesnudarlos y dejarlos en cueros. Cuando se habla conellos se advierte que su sensibilidad se parece a la delpndulo, un pndulo que ha perdido la razn y que osci-

    la con violencia y sin comps. Este estado de esprituo de ausencia de espritu ha engendrado lo que seha dado en llamar el pachuco. Como es sabido, lospachucos son bandas de jvenes, generalmente de ori-gen mexicano, que viven en las ciudades del sur y que sesingularizan tanto por su vestimenta como por su con-

    ducta y su lenguaje. Rebeldes instintivos, contra ellos seha cebado ms de una vez el racismo norteamericano.Pero los pachucos no reivindican su raza ni la nacionali-dad de sus antepasados. A pesar de que su actitud revela

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    una obstinada y casi fantica voluntad de ser, esa volun-tad no afirma nada concreto sino la decisin ambigua,

    como se ver de no ser como los otros que los rodean.El pachuco no quiere volver a su origen mexicano; tam-poco al menos en apariencia desea fundirse a la vidanorteamericana. Todo en l es impulso que se niega a smismo, nudo de contradicciones, enigma. Y el primerenigma es su nombre mismo: pachuco, vocablo de in-

    cierta filiacin, que dice nada y dice todo. Extraa pala-bra, que no tiene significado preciso o que, ms exacta-mente, est cargada, como todas las creaciones populares,de una pluralidad de significados! Queramos o no, estosseres son mexicanos, uno de los extremos a que puedellegar el mexicano.

    Incapaces de asimilar una civilizacin que, por lodems, los rechaza, los pachucos no han encontrado msrespuesta a la hostilidad ambiente que esta exasperadaafirmacin de su personalidad.2 Otras comunidadesreaccionan de modo distinto; los negros, por ejemplo,perseguidos por la intolerancia racial, se esfuerzan por

    pasar la lnea e ingresar a la sociedad. Quieren sercomo los otros ciudadanos. Los mexicanos han sufridouna repulsa menos violenta, pero lejos de intentar unaproblemtica adaptacin a los modelos ambientes, afir-

    2 En los ltimos aos han surgido en los Estados Unidos muchasbandas de jvenes que recuerdan a los pachucos de la posguerra. No

    poda ser de otro modo; por una parte la sociedad norteamericana secierra al exterior; por la otra, interiormente, se petrifica. La vida nopuede penetrarla; rechazada, se desperdicia, corre por las afueras, sinfin propio. Vida al margen, informe, s, pero vida que busca su verda-dera forma.

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    man sus diferencias, las subrayan, procuran hacerlasnotables. A travs de un dandismo grotesco y de una

    conducta anrquica, sealan no tanto la injusticia o laincapacidad de una sociedad que no ha logrado asimi-larlos, como su voluntad personal de seguir siendo dis-tintos.

    No importa conocer las causas de este conflicto ymenos saber si tienen remedio o no. En muchas partes

    existen minoras que no gozan de las mismas oportuni-dades que el resto de la poblacin. Lo caracterstico delhecho reside en este obstinado querer ser distinto, enesta angustiosa tensin con que el mexicano desvalidohurfano de valedores y de valores afirma sus dife-rencias frente al mundo. El pachuco ha perdido toda su

    herencia: lengua, religin, costumbres, creencias. Slo lequeda un cuerpo y un alma a la intemperie, inerme antetodas las miradas. Su disfraz lo protege y, al mismo tiem-po, lo destaca y asla: lo oculta y lo exhibe.

    Con su traje deliberadamente esttico y sobre cu-yas obvias significaciones no es necesario detenerse,

    no pretende manifestar su adhesin a secta o agrupacinalguna. El pachuquismo es una sociedad abierta en esepas en donde abundan religiones y atavos tribales, des-tinados a satisfacer el deseo del norteamericano mediode sentirse parte de algo ms vivo y concreto que la abs-tracta moralidad del American way of life. El traje del

    pachuco no es un uniforme ni un ropaje ritual. Es, sim-plemente, una moda. Como todas las modas, est hechade novedad madre de la muerte, deca Leopardi eimitacin.

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    La novedad del traje reside en su exageracin. El pa-chuco lleva la moda a sus ltimas consecuencias y la vuel-

    ve esttica. Ahora bien, uno de los principios que rigen ala moda norteamericana es la comodidad; al volver est-tico el traje corriente, el pachuco lo vuelve imprctico.Niega as los principios mismos en que su modelo seinspira. De ah su agresividad.

    Esta rebelda no pasa de ser un gesto, vano, pues es

    una exageracin de los modelos contra los que pretenderebelarse y no una vuelta a los atavos de sus antepasa-dos o una invencin de nuevos ropajes. Generalmen- te los excntricos subrayan con sus vestiduras la decisinde separarse de la sociedad, ya para constituir nuevos yms cerrados grupos, ya para afirmar su singularidad. En

    el caso de los pachucos se advierte una ambigedad: poruna parte, su ropa los asla y distingue; por la otra, esamisma ropa constituye un homenaje a la sociedad quepretenden negar.

    La dualidad anterior se expresa tambin de otra mane-ra, acaso ms honda: el pachuco es unclown impasible y

    siniestro, que no intenta hacer rer y que procura aterro-rizar. Esta actitud sdica se ala a un deseo de autohumi-llacin, que me parece constituir el fondo mismo de sucarcter: sabe que sobresalir es peligroso y que su con-ducta irrita a la sociedad; no importa, busca, atrae la per-secucin y el escndalo. Slo as podr establecer una

    relacin ms viva con la sociedad que provoca: vctima,podr ocupar un puesto en ese mundo que hasta hacepoco lo ignoraba; delincuente, ser uno de sus hroesmalditos.

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    La irritacin del norteamericano procede, a mi juicio,de que ve en el pachuco un ser mtico y por lo tanto vir-

    tualmente peligroso. Su peligrosidad brota de su singula-ridad. Todos coinciden en ver en l algo hbrido, pertur-bador y fascinante. En torno suyo se crea una constelacinde nociones ambivalentes: su singularidad parece nutrir-se de poderes alternativamente nefastos o benficos. Unosle atribuyen virtudes erticas poco comunes; otros, una

    perversin que no excluye la agresividad. Figura portado-ra del amor y la dicha o del horror y la abominacin, elpachuco parece encarnar la libertad, el desorden, lo pro-hibido. Algo, en suma, que debe ser suprimido; alguien,tambin, con quien slo es posible tener un contactosecreto, a oscuras.

    Pasivo y desdeoso, el pachuco deja que se acumulensobre su cabeza todas estas representaciones contradic-torias, hasta que, no sin dolorosa autosatisfaccin, esta-llan en una pelea de cantina, en unraid o en un motn.Entonces, en la persecucin, alcanza su autenticidad, su verdadero ser, su desnudez suprema, de paria, de hombre

    que no pertenece a parte alguna. El ciclo, que empiezacon la provocacin, se cierra: ya est listo para la reden-cin, para el ingreso a la sociedad que lo rechazaba. Hasido su pecado y su escndalo; ahora, que es vctima, sele reconoce al fin como lo que es: su producto, su hijo.Ha encontrado al fin nuevos padres.

    Por caminos secretos y arriesgados el pachuco inten-ta ingresar a la sociedad norteamericana. Mas l mismose veda el acceso. Desprendido de su cultura tradicional,el pachuco se afirma un instante como soledad y reto.

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    Niega a la sociedad de que procede y a la norteamerica-na. El pachuco se lanza al exterior, pero no para fundirse

    con lo que lo rodea, sino para retarlo. Gesto suicida, puesel pachuco no afirma nada, no defiende nada, exceptosu exasperada vo luntad de no-ser. No es una intimidadque se vierte, sino una llaga que se muestra, una heridaque se exhibe. Una herida que tambin es un adornobrbaro, caprichoso y grotesco; una herida que se re de

    s misma y que se engalana para ir de cacera. El pachucoes la presa que se adorna para llamar la atencin de loscazadores. La persecucin lo redime y rompe su soledad:su salvacin depende del acceso a esa misma sociedadque aparenta negar. Soledad y pecado, comunin y salud,se convierten en trminos equiva lentes. 3

    Si esto ocurre con personas que hace mucho tiem-po abandonaron su patria, que apenas si hablan el idio-

    3 Sin duda en la figura del pachuco hay muchos elementos que noaparecen en esta descripcin. Pero el hibridismo de su len gu aje y de suporte me parecen indudable reflejo de una oscilacin psquica entredos mundos irreductibles y que vanamente quiere conciliar y superar:

    el norteamericano y el mexicano. El pachuco no quiere ser mexicano,pero tampoco yanqui. Cuan do llegu a Francia, en 1945, observ conasombro que la moda de los muchachos y muchachas de ciertos barriosespecialmente entre estudiantes y artistas recordaba a la de lospachucos del sur de California. Era una rpida e imaginativa adaptacinde lo que esos jvenes, aislados durante aos, pensaban que era la modanorteamericana? Pregunt a varias personas. Casi todas me dijeron queesa moda era exclusivamente francesa y que haba sido creada al fin de

    la ocupacin. Algunos llegaban hasta a considerarla como una de lasformas de la Resistencia; su fantasa y barroquismo eran una respues-ta al orden de los alemanes. Aunque no excluyo la posibilidad de unaimitacin ms o menos indirecta, la coincidencia me parece notable ysignificativa.

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    ma de sus antepasados y para quienes esas secretas racesque atan al hombre con su cultura se han secado casi por

    completo, qu decir de los otros? Su reaccin no es tanenfermiza, pero pasado el primer deslumbramiento queproduce la grandeza de ese pas, todos se colocan demodo instintivo en una actitud crtica, nunca de entre-ga. Recuerdo que una amiga a quien haca notar la belle-za de Berkeley, me deca: S, esto es muy hermoso, pero

    no logro comprenderlo del todo. Aqu hasta los pjaroshablan en ingls. Cmo quieres que me gusten las flo-res si no conozco su nombre verdadero, su nombre in-gls, un nombre que se ha fundido ya a los colores y alos ptalos, un nombre que ya es la cosa misma? Si yodigo bugambilia, t piensas en las que has visto en tu

    pueblo, trepando un fresno, moradas y litrgicas, o sobreun muro, cierta tarde, bajo una luz plateada. Y la bugam-bilia forma parte de tu ser, es una parte de tu cultura,es eso que recuerdas despus de haberl olvidado. Esto esmuy hermoso, pero no es mo, porque lo que dicen elciruelo y los eucaliptos no lo dicen para m, ni a m me

    lo dicen.S, nos encerramos en nosotros mismos, hacemosms profunda y exacerbada la conciencia de todo lo quenos separa, nos asla o nos distingue. Y nuestra soledadaumenta porque no buscamos a nuestros compatrio-tas, sea por temor a contemplarnos en ellos, sea por

    un penoso sentimiento defensivo de nuestra intimidad.El mexicano, fcil a la efusin sentimental, la rehye. Vivimos ensimismados, como esos adolescentes taci-turnos y, de paso, dir que apenas si he encontrado

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    esa especie entre los jvenes norteamericanos dueosde no se sabe qu secreto, guardado por una apariencia

    hosca, pero que espera slo el momento propicio parare velarse.No quisiera extenderme en la descripcin de estos

    sentimientos ni en la aparicin, muchas veces simult-nea, de estados deprimidos o frenticos. Todos ellos tie-nen en comn el ser irrupciones inesperadas, que rom-

    pen un equilibrio difcil, hecho de la imposicin deformas que nos oprimen o mutilan. La existencia de unsentimiento de real o supuesta inferioridad frente almundo podra explicar, parcialmente al menos, la reservacon que el mexicano se presenta ante los dems y la vio-lencia inesperada con que las fuerzas reprimidas rompen

    esa mscara impasible. Pero ms vasta y profunda que elsentimiento de inferioridad, yace la soledad. Es impo-sible identificar ambas actitudes: sentirse solo no essentirse inferior, sino distinto. El sentimiento de sole-dad, por otra parte, no es una ilusin como a veces loes el de inferioridad sino la expresin de un hecho

    real: somos, de verdad, distintos. Y, de verdad, estamossolos.No es el momento de analizar este profundo senti-

    miento de soledad que se afirma y se niega, alterna-tivamente, en la melancola y el jbilo, en el silencio y elalarido, en el crimen gratuito y el fervor religioso. En

    todos lados el hombre est solo. Pero la soledad delmexicano, bajo la gran noche de piedra de la Altiplani-cie, poblada todava de dioses insaciables, es diversa a ladel norteamericano, extraviado en un mundo abstracto

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    de mquinas, conciudadanos y preceptos morales. En el Valle de Mxico el hombre se siente suspendido entre

    el cielo y la tierra y oscila entre poderes y fuerzas con-trarias, ojos petrificados, bocas que devoran. La realidad,esto es, el mundo que nos rodea, existe por s misma,tiene vida propia y no ha sido inventada, como en losEstados Unidos, por el hombre. El mexicano se sientearrancado del seno de esa realidad, a un tiempo creadora

    y destructora, Madre y Tumba. Ha olvidado el nombre,la palabra que lo liga a todas esas fuerzas en que se mani-fiesta la vida. Por eso grita o calla, apualea o reza, seecha a dormir cien aos.

    La historia de Mxico es la del hombre que busca sufiliacin, su origen. Sucesivamente afrancesado, hispa-

    nista, indigenista, pocho, cruza la historia como uncometa de jade, que de vez en cuando relampaguea. Ensu excntrica carrera, qu persigue? Va tras su catstro-fe: quiere volver a ser sol, volver al centro de la vida dedonde un da en la Conquista o en la Independen-cia? fue desprendido. Nuestra soledad tiene las mis-

    mas races que el sentimiento religioso. Es una orfan-dad, una oscura conciencia de que hemos sido arrancadosdel Todo y una ardiente bsqueda: una fuga y un regre-so, tentativa por restablecer los lazos que nos unan a lacreacin.

    Nada ms alejado de este sentimiento que la soledad

    del norteamericano. En ese pas el hombre no se sientearrancado del centro de la creacin ni suspendido entrefuerzas enemigas. El mundo ha sido construido por l yest hecho a su imagen: es su espejo. Pero ya no se reco-

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    noce en esos objetos inhumanos, ni tampoco en sussemejantes. Como el mago inexperto, sus creaciones ya

    no le obedecen. Est solo entre sus obras, perdido en unpramo de espejos, como dice Jos Gorostiza.Algunos pretenden que todas las diferencias entre

    los norteamericanos y nosotros son econmicas, estoes, que ellos son ricos y nosotros pobres, que ellos nacie-ron en la Democracia, el Capitalismo y la Re volucin

    industrial y nosotros en la Contrarreforma, el Monopo-lio y el Feudalismo. Por ms profunda y determinanteque sea la influencia del sistema de produccin en lacreacin de la cultura, rehso creer que bastar con queposeamos una industria pesada y vivamos libres de todoimperialismo econmico para que desaparezcan nues-

    tras diferencias (ms bien espero lo contrario y en esaposibilidad veo una de las grandezas de la Revolucin).Mas para qu buscar en la historia una respuesta que solonosotros podemos dar? Si somos nosotros los que nossentimos distintos, qu nos hace diferentes, y en quconsisten esas diferencias?

    Voy a insinuar una respuesta que quiz no sea deltodo satisfactoria. Con ella no pretendo sino aclararme am mismo el sentido de algunas experiencias y admitoque tal vez no tenga ms valor que el de constituir unarespuesta personal a una pregunta personal.

    Cuando llegu a los Estados Unidos me asombr por

    encima de todo la seguridad y la confianza de la gente,su aparente alegra y su aparente conformidad con elmundo que los rodeaba. Esta satisfaccin no impide,claro est, la crtica una crtica valerosa y decidida,

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    que no es muy frecuente en los pases del sur, en dondeprolongadas dictaduras nos han hecho ms cautos para

    expresar nuestros puntos de vista. Pero esa crtica res-peta la estructura de los sistemas y nunca desciendehasta las races. Record entonces aquella distincin quehaca Ortega y Gasset entre los usos y los abusos, paradefinir lo que llamaba esp ritu revolucionario. El revo-lucionario es siempre radical, quiero decir, no anhela

    corregir los abusos, si no los usos mismos. Casi todas lascrticas que es cuch en labios de norteamericanos erande carcter reformista: dejaban intacta la estructurasocial o cultural y slo tendan a limitar o a perfeccionarestos o aquellos procedimientos. Me pareci entoncesy me sigue pareciendo todava que los Estados Uni-

    dos son una sociedad que quiere realizar sus ideales, queno desea cambiarlos por otros y que, por ms amenaza-dor que le parezca el futuro, tiene confianza en su super-

    vivencia. No quisiera discutir ahora si este sentimientose encuentra justificado por la realidad o por la razn,sino solamente sealar su existencia. Esta confianza en

    la bondad natural de la vida, o en la infinita riqueza desus posibilidades, es cierto que no se encuentra en lams reciente literatura norteamericana, que ms bien secomplace en la pintura de un mundo sombro, pero era

    visible en la conducta, en las palabras y aun en el rostrode casi todas las personas que trataba. 4

    4 Estas lneas fueron escritas antes de que la opinin pblica sediese clara cuenta del peligro de aniquilamiento universal que entra-an las armas nucleares. Desde entonces los norteamericanos han per-dido su optimismo pero no su confianza, una confianza hecha de

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    Por otra parte, se me haba hablado del realismo ame-ricano y, tambin, de su ingenuidad, cualidades que al

    parecer se excluyen. Para nosotros un realista siempre esun pesimista. Y una persona ingenua no puede serlomucho tiempo si de veras contempla la vida con realis-mo. No sera ms exacto decir que los norteamericanosno desean tanto conocer la realidad como utilizarla? Enalgunos casos por ejemplo, ante la muerte no slo

    no quieren conocerla sino que visiblemente evitan suidea. Conoc algunas seoras ancianas que todava tenanilusiones y que hacan planes para el futuro, como si stefuera inagotable. Desmentan as aquella frase de Nietz-sche, que condena a las mujeres a un precoz escepticis-mo, porque en tanto que los hombres tienen ideales, las

    mujeres slo tienen ilusiones. As pues, el realismoamericano es de una especie muy particular y su inge-nuidad no excluye el disimulo y aun la hipocresa. Unahipocresa que si es un vicio del carcter tambin es unatendencia del pensamiento, pues consiste en la negacinde todos aquellos aspectos de la realidad que nos pare-

    cen desagradables, irracionales o repugnantes.La contemplacin del horror, y aun la familiaridad yla complacencia en su trato, constituyen contrariamenteuno de los rasgos ms notables del carcter mexicano.Los Cristos ensangrentados de las iglesias pueblerinas,el humor macabro de ciertos encabezados de los diarios,

    los velorios, la costumbre de comer el 2 de noviembreresignacin y obstinacin. En realidad, aunque muchos lo afirman delabios para afuera, nadie cree nadie quiere creer que la amenaza esreal e inmediata.

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    panes y dulces que fingen huesos y calaveras, son hbi-tos, heredados de indios y espaoles, inseparables de

    nuestro ser. Nuestro culto a la muerte es culto a la vida,del mismo modo que el amor, que es hambre de vida, esanhelo de muerte. El gusto por la autodestruccin no sederiva nada ms de tendencias masoquistas, sino tam-bin de una cierta religiosidad.

    Y no terminan aqu nuestras diferencias. Ellos son

    crdulos, nosotros creyentes; aman los cuentos de hadasy las historias policiacas, nosotros los mitos y las leyen-das. Los mexicanos mienten por fantasa, por desespe-racin o para superar su vida srdida; ellos no mien-ten, pero sustituyen la verdad verdadera, que es siempredesagradable, por una verdad social. Nos emborracha-

    mos para confesarnos; ellos para olvidarse. Son optimis-tas; nosotros nihilistas slo que nuestro nihilismo noes intelectual, sino una reaccin instintiva: por lo tantoes irrefutable. Los mexicanos son desconfiados; ellosabiertos. Nosotros somos tristes y sarcsticos; ellos ale-gres y humorsticos. Los norteamericanos quieren com-

    prender; nosotros contemplar. Son activos; nosotrosquietistas: disfrutamos de nuestras llagas como ellos desus inventos. Creen en la higiene, en la salud, en el tra-bajo, en la felicidad, pero tal vez no conocen la verdaderaalegra, que es una embriaguez y un torbellino. En el ala-rido de la noche de fiesta nuestra voz estalla en luces y

    vida y muerte se confunden; su vitalidad se petrifica enuna sonrisa: niega la vejez y la muerte, pero inmovilizala vida.

    Y cul es la raz de tan contrarias actitudes? Me pare-

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    ce que para los norteamericanos el mundo es algo que sepuede perfeccionar; para nosotros, algo que se puede

    redimir. Ellos son modernos. Nosotros, como sus ante-pasados puritanos, creemos que el pecado y la muerteconstituyen el fondo ltimo de la naturaleza humana.Slo que el puritano identifica la pureza con la salud. Deah el ascetismo que purifica, y sus consecuencias: elculto al trabajo por el trabajo, la vida sobria a pan y

    agua, la inexistencia del cuerpo en tanto que posibili-dad de perderse o encontrarse en otro cuerpo. Todocontacto contamina. Razas, ideas, costumbres, cuerposextraos llevan en s grmenes de perdicin e impureza.La higiene social completa la del alma y la del cuerpo. Encambio los mexicanos, antiguos o modernos, creen en la

    comunin y en la fiesta; no hay salud sin contacto. Tla-zoltotl, la diosa azteca de la inmundicia y la fecundidad,de los humores terrestres y humanos, era tambin ladiosa de los baos de vapor, del amor sexual y de la con-fesin. Y no hemos cambiado tanto: el catolicismo tam-bin es comunin.

    Ambas actitudes me parecen irreconciliables y, en suestado actual, insuficientes. Mentira si dijera que algu-na vez he visto transformado el sentimiento de culpa enotra cosa que no sea rencor, solitaria desesperacin ociega idolatra. La religiosidad de nuestro pueblo es muyprofunda tanto como su inmensa miseria y desampa-

    ro pero su fervor no hace sino darle vueltas a unanoria exhausta desde hace siglos. Mentira tambin sidijera que creo en la fertilidad de una sociedad fundadaen la imposicin de ciertos principios modernos. La his-

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    a aparicin de El laberinto de la soledad de Octavio Paz, enel medioda del siglo XX , dej una huella indeleble en elpensamiento mexicano moderno. A contracorriente delas interpretaciones psicolgicas o metafsicas de la po-ca, Octavio Paz restituy al mexicano su individualidadhistrica y a nuestra nacin su sitio entre los conictosde la civilizacin occidental. El laberinto de la soledad selee desde 1950 como una pieza magistral del ensayo enlengua espaola y como un texto liminar donde la cr-

    tica y el mito libran las batallas de la transparencia.Octavio Paz no poda ser indiferente a las dramticasconsecuencias de 1968 en la historia mexicana y aquelao suscit Postdata (1969), la clebre secuencia de El la-berinto de la soledad. Este libro fue un gesto de responsa-bilidad y un llamado de alerta. Paz volvi sin vacilacio-nes a las heridas mexicanas y arm su creencia en esaprofunda reforma democrtica cuya actualidad habrde reconocer en Postdata a uno de sus antecedentes in-telectuales ms rmes. Esta nueva edicin de El laberintode la soledad y Postdata, junto con las precisiones de Paz aClaude Fell en Vuelta a El laberinto de la soledad (1975), esun homenaje a la imaginacin moral y al aliento crtico

    del poeta mexicano. Somos, por primera vez en nuestrahistoria, contemporneos de todos los hombres, escri-bi Octavio Paz en El laberinto de la soledad. Seis dcadasdespus la voz de Octavio Paz ha ganado una audien-cia universal y mexicana, clsica y contempornea. Unaobra cuyo punto de partida es El laberinto de la soledad , li-

    bro grabado en la conciencia intelectual de Mxico comopocos en nuestra historia.l t

    u r a e c o n o m i c a . c o m