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Año 1 / Nro 03 / Abril Mayo 2011

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Revista Bimestral de Arte Insurgente. Número 3, temática: Tiempo.

Citation preview

[9] Por Luciana Villella

[8] Por Nahuel Romero

[5] Por Nahuel

Romero

[10] Del Silenciopor Ernerto Meyer y

Guillermo Villani[6] El Arbol de esa Noche

por María Teresa Dri

[15] Por Matías De Brasi

[16] Colmacalma por Gisele Coto

Hecho el depósito que marca la ley 11.723. Prohibida su reproducción parcial o total sin

mención de la fuente.

Sumario

[14] Paraguay y Recon-

quista por Guillermo Silva

[13] Por Luciana Villella

Revista bimestral de arte insurgente

Abril-Mayo 2011 Número 03

Guillermo VillaniNahuel Romero

Diseño de cubiertaJulieta Vera

aL Jetaa

[email protected] http://revistalajeta.blogspot.com

Contacto

Dirección editorial y diseño interior

Arruinamos: recuadro de El Eternauta, de Oester-

held y Solano López, con fotografía de

Sergio Goya.

Contratapa

[7] En el Regreso

por Guillermo Villani

[6] Hambre por Sergio Leal y Rodrigo Fraga

[17] Las Desveladas por Guillermo Villani

[4] Por Sofía

Villani

Editorial De las entrañas del arte nace inevitable su relación con el tiempo. No es raro que se presente tal cuestión, ¿qué disciplina, qué expresión de los seres humanos, no convive continuamente con la fragilidad del tiempo?

El arte corre con una suerte de consistencia que orgullosa está de su trascenden-cia. En la obra, las sensaciones se transforman, estallan o se retraen dependientes del contexto que indaga. Imperiosa esta cualidad que hace que ella se sustente, que permanezca, que vuelva a cada día minúsculo y pasajero. Adornando el presente, el arte de otros tiempos encharca los sentidos: mezclado, potenciado, audaz y eterno.

Pero en esa aparente fuerza, en esa simulación de la constancia, el arte también encuentra sus límites. Porque esa sensación que se recrea es contenida por las pa-redes de la obra. De algún modo, la expresión se vuelve estática. Estirando, jugando y devolviendo a su lugar la realidad, no lleva adelante cambio alguno. Dejando así pedacitos rotos, explosiones precarias de eternidad.

La pasión se encarna en el dilema, ¿persistir o transformar? Inicialmente, este número de La Jeta trata de explicitar la complicidad que en-

laza de dos maneras al arte con su tiempo. Sin embargo, confesamos que no se encontrarán obras que trasciendan su tiempo estérilmente, que encierren un senti-miento que no pueda ser liberado. Perseguimos con fascinación el intrincado cami-no de lograr que la creación no se limite en la inercia. No se contente con la simple y eficaz exposición, sino que anhele la transformación;

que de ella no se espere una práctica muda. ■

Movimiento de mundo que nos unió y nos impulsó hacia delante, que sembró en aire lo que creció en futuro, y robó vida para formar pasado.

Movimiento de mundo que nos moldeó en conjunto, donde siempre hemos estado solos, naciendo y muriendo dentro de él.

Movimiento de mundo que, caminando siempre en conceptos, simplemente nom-bramos tiempo. ■

► Pintura y palabras de Sofía Villani

[4]

En estos días en los que solo se desea morir de envidia, esperando que algún malandra de mirada indulgente nos diga que vamos bien, en la dirección correcta, que cada paso precede al siguiente, en sincronizada desesperación, y que los segundos se suceden de forma tal que permiten ser ocupados por insípidos y genuflexos movimientos. Mientras sostenemos una dosificada efervescencia emo-cional que nos habilita algunas horas de piedad.

Aparenta ser el único, el más simple y práctico esquema cronológico, el que heredamos de los fósiles inmaculados.

Que pasen, que no se detengan, irrecupe-rables, fugaces, inadvertidos, los instantes, que así, la antropomórfica indiferencia

de nuestro destino standard, asentirá con la cabeza, en señal de aproba-ción, y no sentiremos más do-lor que por su ausencia. ■

► Dibujo y palabras de Nahuel Romero[5]

El fuego dibuja laberintos el mar se multiplica el agua sabe de naufragios y el árbol de esa noche se llena de misterios

Vertientes de la vida de un tiempo recobrado noches -luz de fuego- y la mirada como látigo abrazan olas y distancias

La tierra se desgrana... y la pregunta... abierta como herida busca al dios del árbol del relámpagodel mar y de la tierra

Más allá el horizonte y la mujer escucha en el rumor del mar el misterio de la vida y de la muerte

Una paloma escapa del abismo.

El Arbol de esa N

oche ► Palabras de María Teresa Dri

[6]

Luego del camino agotador, volví a verla en un sueño. Me gustaría afirmar sereno que por fin la encuentro, pero eso no sucederá, por simple histeria de esta vida tor-tuosa y confusa. Sucede que me lanzo a la corriente y su cuerpo se presenta en el momento exacto, anterior a traspasar la película superior del agua.

Una vez dentro no puedo hacer más que nadar hacia la primer orilla que encuen-tre, para intentar sujetarme. Pero la corriente es fuerte y naufragio en una orilla lejana. También lejana su hermosura, esa presencia enérgica que siempre me hizo temblar. Entonces, apenas salgo del agua, busco regresar. Desesperado vuelvo a buscarla.

El frío hiela mi piel mojada y las piedras lastiman mis pies, mientras la noche cae. La oscuridad borra los caminos y ni la luna logra iluminar mis pasos. Tal vez sea por-que no es aquella luna común, esa que se vislumbra con facilidad. Su luz no ilumina desde el reflejo. La que frente a mí se encuentra, es luna rostro de la infinita sucesión de días y noches que la rodean, suma de todas las lunas. Pero su consistencia no me complace. Más que suerte, el observarla es una condena, porque aumenta mi incer-tidumbre: no se donde estoy, ni hacia donde ir.

Arto del camino y su cansancio, me entrego al sueño, para continuar el regreso en el día. Pero no duermo bien, porque el sueño se repite: nuevamente salto al agua, nuevamente ella se presenta. Ahí está de nuevo la corriente, la distancia, el regreso, el agotamiento y, jugando con el fin, el sueño. Y me pregunto, sin sentido alguno, ¿por qué ella no me grita? ¿Por qué no me detiene antes del salto? ¿Será que disfruta verme alejarme una y otra vez?

-¡Qué estupidez!- Le aúllo a la corriente, desato mis nervios y todo se repite nueva-mente. Entonces, no queda más que conformarme con ese pequeño instante en que su belleza se presenta para mi insignificante alivio. Pensando en que ella no puede detenerme. Simplemente, aunque lo deseara, no lo lograría. Mientras yo navego y naufragio, inevitable, en la soledad del infinito. ■

► Palabras de Guillermo Villani

EN EL REGRESO

[7]

Con cuánta elocuencia un segundo se suicida ante mis ojos

y se vuelve ejemplo para quienes lo preceden

Si solo puedo elegir entre adorar a dios o a mi inconciente

lo entiendo casi a la perfección

► Dibujo y palabras de Nahuel Romero

[8]

Por los ojos y la boca abiertos

se escapa toda la ingenuidad del mundo

viendo que la gente vive diferente

que fuimos criados en la mutilación

en el camino unívoco de la carrera universitaria

donde el hombre es un inválido portador

un consumidor impotente.

Nos quitaron el ingenio original

recibimos límites con cara de valores

domesticaron el ocioy al trabajo le erigieron un culto

Los hijos de esta obra macabra

así recortados

aún nos exigimos ser libres y felices.

► Pala

bras d

e Lucia

na Villella

[9]

El 76 no es ajeno a una historia inconclusa. Instaura con todo orgullo, la época de la perversión. Incansable podría ser el análisis sobre tal injuria, construida sobre diversas bases, atacada por diversas voces, defendida por tantas otras. La brutalidad, las masca-ras y las carcajadas son solo las sensaciones que rodearon una realidad social y cultural ahorcada por el desafío de la imposición de un orden económico.

Es claro lo complejo que resultaría la descripción de tal trauma. Pero la propuesta discierne de la descripción, se para sobre una objetividad muerta. Pensar en esos años de mugre, es hacerlo desde una actualidad íntimamente manchada de su sangre. La práctica de la memoria, por tratar un pasado, no debe desprenderse de su presente. Es de algún modo una reconciliación entre dos tiempos que requiere mayores astucias. Las violaciones que en tiempos de dictadura se implantaron y sistematizaron sobre la vida, sobre la expresión, la libertad, la misma carne y el cuerpo que ella conforma, son violaciones que, de modos diferentes, hoy se llevan a cabo en nuestra cotidianidad.

No se trata de la perpetuidad incansable de la crítica a toda época. Se trata del seña-lamiento de la continuidad de los cimientos que permitieron el terror en el 76 y que lo sustentan en la actualidad. Sino, ¿cómo sería posible que en plena democracia Julio Ló-pez se haya esfumado? ¿Luciano Arruga decidió mágicamente desaparecer? ¿La muerte de Mariano Ferreyra es el resultado de la correcta actuación sindical? ¿Elías Gorosito

Del Silencio

[10]

quiso simplemente irse de paseo con Eloisa Paniagua, Romina Iturain y José Daniel Ro-dríguez? ¿La trata de personas es solo la oportunidad que tienen las jovencitas de rea-lizar un viaje hacia lugares desconocidos? ¿El gatillo fácil es una de las pocas defensas que le hemos dejado a la pobre policía? ¿Los muertos por el hambre son la consecuen-cia lamentable de la estética actual de la delgadez?

Nuestro presente también vomita injusticia. También está marcado por la impuni-dad. Amarrado a miradas divergentes, él no se salva de lo que cree haber dejado atrás. Aunque no por eso debemos despreciar los logros, que no hay duda han sido muchos.

Sucede que en todo el periodo 76, muchas fueron las voces que intentaron hacerse escuchar, mucho fue el silencio que sobrellevó ese deseo. Y aunque hoy el mutismo se sigue nutriendo y su cuerpo se hace más grande, hay algo curioso con toda voz silencia-da. Imprudentes, de ellas recogemos las fuerzas para apostar al cambio.

Del silencio resulta algo más intenso que una fortaleza, que nos llevaría sin dudas a su degradación aberrante. De él salimos movilizados. De él se sirve la euforia que mezclada con la ira nos saca una sonrisa. Nos regala un pequeño momento de felicidad. Porque casi sin quererlo, nos encontramos con un pasado y lo encarnamos impulsando un futuro. ■

► Fotografía de Ernesto Meyer y palabras de Guillermo Villani

[11]

Hambre de juegos, de muerte, de asecho, de compromisos sin moral.Hambre de jubilo, de casi amar, de despistar al prójimo.

Hambre de gol, de sonido ambiental, de calor en invierno y frío en verano.Hambre de estacionarme junto a mis ansias nómades, de ser más creativo.

Hambre de no caer en la misma palabra, de que se cierre tu estomago y el mío.Ninguno de estos se compara con el hambre del hombre.

Tengo hambre de ver al hambre comerse a si mismo.El hambre de un niño es, aún mucho más grande, que el imperio que lo alimenta.

► Pintura de Sergio Leal y palabras de Rodrigo Fragahambre

[12]

La noción de vivir un Momentodos tiempos se tocan en un puntose mezclan sus disimiles sustanciasy mientras acontece lo trascendente

la sensación es la del click en “guardar como”.

Un corte vertical que descubreel asombroso fenómeno de la sincronía

el perfil caprichoso del mundodonde coinciden en arbitraria reunión

un terremoto en Japónuna gaseosa compartida

con alguien que admiramos.La sorpresa aparece cuando

pensamos en lo que está pasandoy en ese momento

la gaseosa importa más que el terremoto.

Se relaja el flujo eternose expande

denso pasado intenso.

Manda al día para decirnos

que nunca nos olvida.

Hitos ciclos pistaspara no perdernos en el continuo

planes para superar el miedoa lo inasible y lo incierto

en vano si la medida del tiempo

son las emociones.

El tiempoante todo

es un compromiso

► P

alab

ras

de L

ucia

na V

illel

la

[13]

Es una mañana fría en Buenos Aires, las nubes ocupan el pequeño cielo que se deja ver entre los edificios pintados de un color gris con olor a rutina, cuando él pasa caminando por la calle Paraguay. Con su traje color petróleo y su corbata al tono, con su imprescindible maletín y su paso firme, casi soberbio. Va rápido, pero sin prisa, tiene el tiempo perfectamente contabilizado por lo que puede perderse en la Sinfonía de Mozart que escucha con su teléfono celular.

En la calle Reconquista, no muy lejos de ahí, camina ella. Su presencia es como un oasis dentro de la ciudad, su falda cargada de flores trae el color a las calles, mientras su profundo cabello negro llena de brillo la mañana. Así va ella, parece perdida, sorprendida de todo lo que ve, como si fuese la primera vez que sale a la calle. Va dejándose sorprender por un árbol que vió por quinta vez o por el canto de un pájaro que escuchó toda su vida.

Ambos caminan hacia un encuentro ineludible. El encuentro debe darse en ese lugar, en esa esquina mágica, como todas las esquinas del mundo.

Lo que está por suceder, no es azar, no es el favor divino ni tampoco es obra del destino. El encuentro es fruto de una búsqueda insaciable; ellos se han bus-cado, aún sin saberlo, a través de toda la historia.

Él está ahora en la calle Reconquista, ella en la calle Paraguay, pero aún no se han visto, siguen caminando. Se han evitado otra vez más, pareciera que ni las fuerzas más profundas del planeta pudieran juntarlos, pero entonces, sucede.

Suena una bocina, ambos tuercen la mirada para ver lo que pasa pero no lle-gan a ver el taxi, sus miradas se frenan en otro punto. Al fin se han encontrado, se han divisado entre la multitud y se han elegido. Él ha quedado anestesiado por la intensidad de esos labios, por la serena libertad de esos cabellos; ella en-contró el color más hermoso de todos en un solo punto de los ojos de él. Han encontrado la calma, una tranquilidad que azota lo más profundo del espíritu.

De repente, Dios mismo deja de mirar al resto del mundo para verlos a ellos, ellos que han derrumbado una ciudad, ellos que le ganaron al tiempo. En un lugar fuera del mundo, fuera del universo están ellos, ahí parados, inmóviles, sin poder dejar de mirarse. Se miran, como dos niños contemplando el infinito, una mirada eterna, que ha conseguido detener el reloj. Él parece preguntar con la mirada, investiga, hurga, busca una respuesta; ella solo se deja ver, se abre y se muestra, intentando mostrar la respuesta que lleva adentro suyo, que todos llevamos. Se recorren mutuamente, se pierden, se abstraen, se aman.

Entonces, él parece que va a decir algo, sus labios se empiezan a mover, está a punto de pronunciar una palabra, parece haber encontrado eso que siempre buscó. De pronto, una bocina obliga al mundo a seguir girando. ■

Paraguay y Reconquista

► Palabras de Guillermo Silva

[14]

Son tercos los segundos que creemos nuestros► Pintura de Matías De Brasi

[15]

[16]

Colmacalm

a►

Fotografía de Gisele Coto

[17]

LasDesveladasEstas palabras corren entre el tiempo de su autor y el tiempo de su lector. Intentan con sutil obs-tinación perseguir el presente que cada letra palpita, y a su vez cada una pierde.

En la red del mediocre arte de la competencia letrada, es-tas palabras no encuen-tran consistencia alguna. Temen al enfrentamien-to, porque encerradas es-tán en tiempos que nunca les pertenecerán. Es aquí donde sonríen, donde las palabras se despreocupan. Su inconsistencia es absoluta, porque su tiempo también lo es.

Son dueñas sarcásticas del descono-cimiento que guardan para su autor y también para su lector. Virtualmente o materialmente, estas palabras reposan distantes. Propias de si mismas, han re-nunciado a todo desvelo y aun así pare-cen dormidas. ■

► Dibujo y palabras de Guillermo Villani

La Jeta no esconde su debilidad. Debemos sincerarnos, aceptar y decir que sus pasos limitan y juegan constantemente en el riesgo de la desaparición. Esto es porque La Jeta no pertenece a unos pocos. Para

mantenerse viva invita constantemente. Invita al debate y a la criticada, pero también invita a la participación. La Jeta solo seguirá andando en función del diálogo y la transformación de si misma. Por eso invita al

aporte de los lectores, a que no se haga de ella una revista que aparez-ca bimestralmente estática y unidireccional.

Para publicar y no flaquear las fuerzas de La Jeta, mandá un mail a: [email protected]

¡Salud!