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Antidoto - Judit Sadurni.pdf

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  • Y all me encontraba yo. El msque temido jueves treinta de junio haballegado y, aunque pareciera mentira, mimadre haba cumplido con su amenaza,ponindome la maleta en la mano y lamochila en los hombros, y despidindosecon un beso en la frente mientras measeguraba que este iba a ser, condiferencia, uno de los mejores veranosde mi vida.

    As comienza la odisea de Delia, laprotagonista de esta novela, que est apunto de volar hacia una ciudadextranjera para formar parte de un

  • campamento de verano. Lo que no sabetodava es que va a adentrarse en unaemocionante aventura repleta desorpresas y algn que otrocontratiempo.

    Antdoto habla de la historia deeste viaje. De las amistades que deverdad merecen la pena y de las que no.De las risas que pueden convertirse enllanto. Del encuentro accidental con elprimer amor. Del choque frontal con larealidad, que no siempre es la queesperamos. Antdoto es la historia deDelia y del verano que va a cambiar suvida para siempre.

  • Judit Sadurn

    Antdoto

  • **********

    Ttulo Original: Antdoto2013, Judit Sadurn2013, Harlequn IbericaISBN: 9788468727189Editado y corregido por: 2013

    Esta es una copia de seguridad de mi libro original parami uso personal, nicamente editado y corregido con el finde mejorar y facilitar su lectura, respetando fielmente laobra del autor. Si ha llegado a tus manos, es en calidad deprstamo a travs de la red, de lector a lector. Si loconsideras conveniente tambin prstalo a otro lector, peroen ningn caso lo difundas para uso comercial o en tupropio beneficio.

    **********

  • Cita

    Antdoto: (Del lat. antidotus, y este del gr.).

    1. m. Medicamento contra un veneno.2. m. Medicina o sustancia que contrarresta los

    efectos nocivos de otra.3. m. Medio preventivo para no incurrir en un

    vicio o falta.Real Academia Espaola

  • DespegueRecuerdo que cuando era pequea y las gotas delluvia rebotaban contra los cristales de la ventanade mi cuarto, yo, tumbada sobre la cama, deseabaque la tormenta acabara y que los colores delarcoris se dibujaran sobre el fondo del cielo gris.Mi madre, desde la puerta, sola decirme entoncesque lo bueno se haca esperar. Lo bueno siempretarda en llegar, cario, deca su voz suave.

    Aquella maana de verano, llevaba cerca dedos horas sentada en la misma posicin en uno delos asientos de plstico azul de la Terminal 1 delAeropuerto de Barajas, esperando para montarmeen un avin que ya superaba las tres horas deretraso y a la vez intentando con todas mis fuerzasresistir la golosa tentacin de ponerme en pie,largarme del edificio por la salida de emergenciay coger un taxi para que nos dejara, a m y a miequipaje, de vuelta en casa.

  • Bonita estampa para ilustrar el inicio de misms que merecidas vacaciones de verano. Pensen las palabras de mi madre, las que de nia mereconfortaban durante los das de tormenta, las queme recordaban que lo bueno llegara, pero ten unpoco de paciencia, Fidelia, hija. Aquella maanatambin esperaba, llevaba horas esperando en elaeropuerto, una espera cansina que no saba cmoiba a acabar. Porque aquella maana yo no sabaqu era lo que haba despus de esa espera. Y,fuera lo que fuera, sospechaba que no sera nadabueno, nada que compensara todas aquellas horasde denso aburrimiento.

    A mi izquierda, sentada en una posicinaltamente incmoda sobre otro asiento de plsticoazul, una chica de cuerpo atltico y gesto delicadomarcaba el ritmo de la msica que sala de losauriculares de su ipod haciendo percusin con eltacn de sus sandalias color berenjena contra lasrelucientes baldosas del suelo. La chica del ipod

  • luca una melena leonina que le sobresala por losdos lados de la cara y le bajaba hasta ms all desus diminutas orejas. Sus rizos enzarzadosdelataban una permanente recin hecha y el colorde su pelo, rubio ceniza, era claramente artificial.Los ojos de la chica eran de un azul cristalino, uncolor tan inusual que me pregunt si tambin serapostizo, igual que el de su cabellera. Su vestuarioconsista en unos shorts de color rosa que dejabanbuena parte de sus perfectas piernas aldescubierto, y en una blusa blanca ysemitransparente de estilo ibicenco que dejabatraslucir el estampado frutal de su ropa interior.Pronto me percat de que buena parte de miscompaeros de viaje de sexo masculino tenan losojos clavados en ella.

    Las enormes pantallas de plasma que tenamosenfrente anunciaban que haba un nuevo retrasopara el vuelo BF37112 con destino a Edimburgo.La hora del despegue estaba ahora prevista para

  • las diecisis horas y veintisiete minutos. Cincohoras ms tarde de lo que haba marcado elhorario inicial. Cruc los dedos de ambas manos yle rogu a alguna especie de divinidad celestialque fuera capaz de leer mentes que, por favor, elvuelo BF37112 con destino a Edimburgo fueracancelado de una vez por todas.

    A mi derecha, un chico de pelo corto y oscuromascaba ruidosamente y sin parar un chicle defresa cida, con el que de vez en cuando formabaglobos enormes que acababan indefectiblementeexplotando, dejndole un rastro pegajoso en loslabios y buena parte de la barbilla. El chico vestauna camiseta de manga corta de color verde con unlogo en la parte frontal que no reconoc, y unosvaqueros rados que se abrochaban unos veintecentmetros ms abajo de lo que sera consideradopropiamente esttico. Sus pies estaban metidosdentro de unas aparatosas zapatillas deportivas decolor amarillo chilln y desprendan un persistente

  • y desagradable olor a humanidad, que, mezcladocon el aroma del chicle de fresa cida, podaresultar ser bastante nauseabundo.

    Quieres un chicle? me pregunt el chicode repente, sacndose un paquete de chicles delbolsillo de sus vaqueros andrajosos y mirndomea la cara por primera vez. Tena muchos granosalrededor de la nariz y las cejas increblementepobladas. Algo parecido a unas patillas le bajabahasta la curva de la mandbula. Los pequeoscortes que se extendan desde la barbilla hasta lospmulos dejaban claro que al chico todava letemblaban las manos a la hora de afeitarse. Sinazcar. Primera calidad. El sabor a fresa cidadura hasta cuatro horas y media. Lo mejor enchicles que te puedes encontrar hoy en da.

    No, gracias respond yo secamente. Meremov en mi asiento y volv a dirigir la miradahacia la pantalla de plasma. El vuelo BF37112 condestino a Edimburgo estaba todava previsto para

  • las diecisis y veintisiete minutos. Mir mi relojde pulsera digital y todava eran las trece ycuarenta y siete. Todava dos horas y cuarentaminutos por delante. Entonces me di cuenta de queya era prcticamente la hora de comer y yo nohaba probado bocado desde las ocho de lamaana, pero de todas formas mi estmagotampoco se quejaba.

    A mi alrededor, decenas de cuerpos de chicasy chicos de ms o menos mi edad continuabanesparcidos por el suelo de la terminal; algunos deellos se levantaban de repente y se desperezaban,agitando sus brazos en el aire. Otros, como yo,permanecan sentados en sus asientos de plsticoazul, donde llevaban postrados desde las diez dela maana. Las ridculas mochilas rojas con ladoble ese de Surreal Summers bordada enamarillo estaban por todas partes. Habra unascuarenta. Una para cada uno de nosotros.

    Surreal Summers era la agencia internacional

  • que se encargaba de organizar viajes al extranjeropara jvenes de la que mi madre haba odo hablarun fatdico sbado por la tarde en la peluquera desu hermana. En mi barrio, durante aquellos ltimosaos, pareca ser que la oportunidad de enviar alos hijos a cualquier lugar del mundo para estudiaringls en verano era lo ms original y moderno queunos padres podan ofrecer a sus retoos. Mimadre, al igual que muchas otras, haba cometidoel error de creer que su hija, por supuesto, noesperaba ni mereca ser menos que los dems. Yall me encontraba yo. El ms que temido juevestreinta de junio haba llegado y, aunque parecieramentira, mi madre haba cumplido con su amenaza,ponindome la maleta en la mano y la mochila enlos hombros, y despidindose con un beso en lafrente mientras me aseguraba que este iba a ser,con diferencia, uno de los mejores veranos de mivida. Surreal Summers era, al parecer, lo quehaba al final de aquella larga espera en el

  • aeropuerto, el destino del vuelo BF37112. Miverano surrealista, segn decan las letras de mimochila.

    Por descontado, aparte de su inters por miprogreso en el campo de las lenguas extranjeras,mi madre tena otro motivo de mucho ms pesopara empujarme a esa especie de exilio veraniego.Porque ese iba a ser el verano en que mi padre ibaa marcharse de casa, despus de casi veinte aosde matrimonio y convivencia con mi madre.Poniendo distancia de por medio, mi madre solointentaba evitar que yo sufriera los daoscolaterales del que sin duda iba a ser el veranoms borrascoso de nuestro humilde y dulce hogar.

    Ser lo mejor para ti, hija. No vas aarrepentirte. Esas fueron las ltimas palabras queme haba dicho mi madre aquella misma maana aldecirme adis.

    Qu equivocadas pueden estar las madres aveces.

  • Pero ahora ya era demasiado tarde paracompadecerse. Ahora ya era demasiado tarde parapensar en alternativas. En aquel preciso instante,mi padre probablemente ya habra dejados vacoslos cajones y su lado del armario, y yo meencontraba en el aeropuerto a punto deembarcarme en un vuelo rumbo a Escocia, rodeadade desconocidos con los que tendra que convivirdurante las siguientes tres semanas y esperando aun avin que, tal vez en seal de malos augurios,haba decidido venir a por nosotros cinco horasms tarde de lo que se esperaba en un principio.

    Muchos de mis compaeros de viaje estabanhartos de esperar y no paraban de ir y venir, todoel rato de un lado para otro, mordindose las uas,pegando fuertes suspiros, y algunos inclusotirndose de los pelos. Haba entre ellos el tpicoque no saba leer las horas en la pantalla deplasma y que cada dos por tres tena que acercarsea uno de los monitores que nos acompaaban y

  • preguntarle cunto faltaba para que por finpudiramos largarnos. Esos eran los que ms meponan de los nervios. Se supona que todos losque nos habamos metido en esa aventura del cursode verano tenamos entre quince y dieciocho aos,y que, a esas edades, se supona que ya sabamoscomportarnos ms o menos como personas adultas.

    Suspir por culpa del agotamiento. El viaje enel sentido estricto de la palabra todava no habaempezado y yo ya me senta como si me hubierapasado veinte das y veinte noches consecutivassin descansar ni pegar ojo.

    Crees que va a llover en Inglaterra cuandolleguemos? me pregunt el chico de mi derecha,el del chicle de fresa cida sin azcar pero deprimera calidad. Al hacerme la pregunta, inclinsu cuerpo hacia m y dej caer su mano izquierdasobre mi brazo derecho. Su mano sudorosa ybronceada sobre mi brazo de piel pecosa y casitraslcida. Me qued mirando su mano sobre mi

  • brazo y casi me pareci sentir que el excesivocalor que transmitan sus dedos se filtraba por losporos de mi plida epidermis, algo que meincomod en cantidad.

    No vamos a Inglaterra repliqu, y en unbrusco movimiento consegu alejar mi brazo de sumano, recolocndome en mi asiento para oponeruna distancia ms o menos tolerable entre l y yo. Vamos a Escocia. Edimburgo es la capital deEscocia. No es lo mismo Escocia que Inglaterra.

    Lo que sea dijo l indudablementemolesto por algo, no logr averiguar si por el tonode sabelotodo de mi respuesta o por la brusquedadde mis movimientos a la hora de apartarme de l. Crees que va a llover?

    No lo s. No tengo ni idea, pero creo que esbastante probable.

    Me concentr en ignorar al chico y en mirarhacia otra direccin durante un par de minutos, talvez as se dara cuenta de que yo no tena ningn

  • inters en mantener ningn tipo de conversacincon l.

    Cmo te llamas? me pregunt de repenteFresa cida. Pareca ser que al final no me habasalido con la ma y eso me irrit. Qu quera esechico de m? Por qu se empeaba tanto enhablarme? Es que no se haba dado cuenta? Yo noera la chica guapa del grupo, ni siquiera era lasimptica, no haba nada en m que pudiera serms o menos interesante a los ojos de cualquierinterlocutor.

    Delia murmur entre dientes.Yo soy Raque. Bueno, en realidad me llamo

    Roque, pero todos mis colegas me llaman Raqueporque siempre estoy hablando de tenis y jugandoal tenis y eso. Por lo de las raquetas, sabes?Incluso mi madre me llama Raque. Fresa cidase rio, todo dientes rosados y encas hinchadas, yme ofreci su mano sudorosa para que se laapretara. Acept a regaadientes y not como sus

  • dedos estrujaban los mos en un apretn que durunos diez segundos ms de lo considerado corts. Me alegro de conocerte.

    Se alegraba? Por qu? Yo era la chica en laque nunca nadie debera fijarse. La chica decuerpo desproporcionado, la de las piernasesquelticas y los pechos ausentes. La de los piesgrandes y las rodillas salidas. Mi cuerpo no tenaarticulaciones, tena ngulos rectos que salandisparados hacia todos los sentidos, dotndome deun aspecto francamente grotesco. Por no hablar demi cara, que era demasiado redonda y demasiadopecosa. Ni de mis ojos, que eran de un marrndemasiado amarillento y de unas dimensionesdemasiado grandes, tan grandes que me hacanparecer uno de esos personajes de manga japons.Ni de mis dientes, que eran tan horriblementegigantescos que, cuando en alguna rara ocasin meolvidaba de ellos y dejaba que se me escapara larisa, deformaban mi cara hasta convertirla en un

  • surtido extra de teclas de piano.Y finalmente, claro, no poda faltar la guinda

    del pastel. Lo que, por si todava quedaba dudaalguna, haca que mi fsico resultara de lo mspattico que se poda encontrar sobre la capa de latierra. Mi inconfundible e inigualable mata depelo. Mi cascada ondeante de indomablesmechones que coronaban mi cabeza y se iban portodos los lados desafiando por completo las reglasde la gravedad, y que, para colmo, eran ni ms nimenos que de color rojo pimentn.

    Yo ni siquiera llegaba a la categora de chicadel montn. Por qu iba alguien a alegrarse deconocerme?

    Juegas al tenis, Dalia? pregunt Fresacida mientras su bola de chicle iba de un lado aotro de su boca. Estaba tan concentrada en intentardescifrar cmo era posible que una persona fueracapaz de articular frases enteras con semejantebola de chicle metindose por medio que ni

  • siquiera me molest en corregirle cuando seequivoc al pronunciar mi nombre.

    No respond yo secamente.Haces deporte? Bsquet o ftbol, quizs?No volv a responder con un monoslabo.Te gustara aprender a jugar al tenis?

    insisti l. Eh, Dalia? Qu te parece si yo teenseo a jugar al tenis?

    Me llamo Delia me limit a decir,ignorando sus preguntas y observando los cambiosque se producan en los horarios de la pantallaplana que tenamos enfrente.

    Perdn fue todo lo que dijo Fresa cida.Y al fin, se call.

    Me dio la sensacin de que aquella breveconversacin haba bastado para que Fresa cida,o Raque, como l haba dicho que se llamaba, sellevara una clara impresin sobre quin era esachica pelirroja que estaba sentada a su lado. Tenaque reconocerse que la tragedia de mi aspecto

  • fsico no era lo nico que mereca una mencinespecial. Yo siempre haba sido, adems, la raradel grupo, y eso se me notaba a la legua. La quenunca hablaba con nadie porque no saba de quhablar. La que apenas sonrea por culpa de sudentadura colosal. La que nunca tena graciacontando chistes. La que nunca le encontraba lagracia a los chistes de los dems. La ltima en laque, por descontado, se fijara cualquier chico. Yeso solo si no tena un televisor con el queentretenerse.

    No es que me molestara todo lo que yo era. Deninguna manera. Haca tiempo que me conoca muybien y que haba aprendido a aceptarme a mmisma. Lo que me molestaba era que de vez encuando tena que toparme con alguien que parecano percatarse de mis especiales desencantos ni demi evidente falta de atractivo, tanto en el aspectofsico como en el de la personalidad.

    El telfono mvil empez a sonar dentro del

  • bolsillo de mis pantalones piratas y eso me sacde mis pensamientos y me dio una excusa paraignorar por completo al chico sentado a miderecha. Es una lstima, pero tengo que confesarque esas eran las nicas alegras que podaproporcionarme en aquellos momentos unallamada de mi madre. Porque, quin iba a ser sinoella?

    Hola respond al telfono en un tononeutro. No quera que nadie de mis alrededoressupiera que, justo tres escasas horas despus dedespedirme de ella, mi madre ya estaba ansiosapor ponerse en contacto conmigo.

    Fidelia, dnde ests? Ests ya en elavin?

    Si estuviera en el avin, no habra podidocontestar a tu llamada le expliqu a mamarmndome de paciencia. A mi izquierda, la chicade la melena leonina y los ojos azules se habaquitado los auriculares del ipod de las orejas. A

  • mi derecha, Fresa cida le ofreca un chicle a lachica de mi izquierda. La chica acept con unasonrisa. Se presentaron. Raque y Emma. Raque selevant y bes a Emma en las mejillas. Raquevolvi a sentarse a mi derecha. Mi madre meestaba diciendo algo al otro lado del telfono. Yono haba estado escuchando muy atentamente peroni siquiera me molest en hacerle repetir lo quehaba dicho. Todava estamos en el aeropuerto,en Barajas le coment. El avin tiene quesalir dentro de un par de horas ms o menos.

    Ya has comido algo, cario? mepregunt mi madre. Debes de estar murindotede hambre. Tendra que haberte preparado un parde bocadillos para llevar. Qu vas a comer?

    Dichosos telfonos mviles. Aparatitosindeseables que padres y madres metan en lasmochilas y bolsillos de sus hijos para tenerloscontrolados en cualquier momento. Yo haba sidocastigada con el mo haca apenas unos meses y

  • todava no estaba acostumbrada a l. Era una demis posesiones ms odiadas; tal vez si hubieratenido alguien a quien enviar mensajes de texto yhacer llamadas perdidas para dar las buenasnoches lo hubiera recibido con ms ilusin.

    No lo s, mam solt de repente, con untono de voz ms bien subido. Mi madre me ponams nerviosa de lo que ya estaba. Y entonces medi cuenta de lo que haba dicho. Haba soltado lapalabra que no quera soltar. La palabra msprohibida de todas en aquel particular entorno.Haba dicho mam.

    Fresa cida me mir de reojo y, por la caraque puso, supe lo que estaba pensando: lapelirroja solo es una cra. A mi derecha, la chicadel pelo leonino clav sus ojos azules en los mosy me dedic una sonrisa cargada de algo parecidoa la compasin. Genial: todava no habamosdejado el aeropuerto y yo ya les estaba dando penaa mis compaeros de viaje.

  • Me levant de repente, dej la mochila deSurreal Summers sobre el asiento en el que mehaba sentado y me alej lo mximo posible detoda la aglomeracin de mochilas rojas. Mi madresegua hablando desde el otro lado del telfono yyo de vez en cuando soltaba algn tipo de gruidopara que la pobre mujer creyera que la estabaescuchando. Senta los ojos de los dems chicos ychicas clavados en m. En un momento dado,estuve a punto de darle las gracias a mi madre porhacerme sentir la criatura ms ridcula e infantilque haba existido jams en nuestro planeta, perofui capaz de contener mi mal humor y no dije nada.En aquellos momentos, lo ltimo que necesitabami madre era que su nica hija fuera cruel conella.

    Dej de caminar en crculo y dej de escucharlas apresadas palabras de mi madre, que, al otrolado del telfono, segua recitando por ensimavez toda una lista de vanas advertencias de las que

  • yo posiblemente me iba a olvidar por completonada ms poner los pies en Escocia. Entonces vique alguien me miraba fijamente desde uno de losanchos cristales que separaban las salas de esperade la terminal. La chica del cristal tena cara depocos amigos. Su pelo flotaba alrededor de sucabeza como una llamarada enfurecida. Sucamiseta de tirantes de color negro formabaarrugas desiguales a lo largo de su torso. Suspantalones piratas, tambin negros, queranesconder sus raquticas piernas pero no llegaban adisimular la desproporcin de sus rodillas. Almenos, sus zapatillas deportivas Converse All Starde color rojo eran lo suficientemente altas para nodejar al descubierto el chiste de sus tobillos.

    Pattico y fiel reflejo de m misma. Quineres? Qu haces?, tena ganas de gritarle a lachica del cristal. Por qu ests aqu? Por qu note ha engullido la atmsfera an? Simultneamentea mi ataque de rabia y desconsuelo, mi madre

  • todava segua con su asfixiante monlogo pero yodecid que haba llegado la hora del cambio ycorto.

    Mam le dije. Tengo que colgar. Estnrepartiendo bocadillos.

    Ni siquiera le di tiempo para contestar. Pulsel botn rojo del aparato, luego puls el botn deapagado y vi como la luz desapareca de lapantalla y el chisme en cuestin se volva un seraburrido y sin vida. Volv a metrmelo en elbolsillo y me hice el firme propsito demantenerlo en OFF tanto tiempo como me fueraposible. Acto seguido, suspir y me arm de valorpara volver a enfrentarme a mi inquietanterealidad.

    No haba mentido a mi madre cuando le habadicho que estaban repartiendo bocadillos. Supuseque aquellos diminutos sndwiches eran cortesade la compaa area, que llevaba horashacindonos esperar sin dar ningn tipo de

  • explicacin. Volv a mi asiento y esper a quealguno de nuestros monitores llegara con lasprovisiones. Un bocadillo de pan de molde y unabolsa de patatas fritas para comer, y una lata derefresco o una botella de agua mineral para beber.Cruc los dedos para que hubiera bocadillos dequeso. En aquellos tiempos, cruzaba los dedos porcualquier cosa.

    Nos acompaaban tres monitores. Un chico ydos chicas. Una de las chicas pareca un poco msmayor que los otros dos. Se llamaba ngela y erams bien bajita y llevaba su pelo castao clarorecogido en un moo con forma de ensaimada.Vesta vaqueros y una camiseta de manga corta decolor marrn.

    Tal vez era porque se dejaba dominar por unalto sentido de la responsabilidad, o tal vezporque era la primera vez que haca esa clase detrabajo, pero el caso era que ngela daba lasensacin de estar incluso ms nerviosa con la

  • perspectiva de aquel viaje que gente paranoicacomo yo misma.

    Luego estaba Cruz. Cruz tendra poco ms deveinte aos, veintids o veintitrs quiz. Eramucho ms alta que ngela y estaba mucho msdelgada. Tena el pelo largo y rubio y le caasobre los hombros, formando ribetes en su espaldadesnuda. Vesta una camiseta de tirantes azul yllevaba la parte superior del biquini debajo deella. Su falda, tan corta que mostraba casi latotalidad de sus piernas bronceadas, habasuscitado ciertos comentarios de mal gusto entrealgunos de los chicos. Cruz iba de un lado paraotro y siempre sonrea; supuse que en el cursillopara convertirse en monitora de verano leexplicaron que tena que pasarse el rato con lasonrisa en los labios.

    El tercero del clan de los monitores eraTristn. Tristn era sin duda el ms joven de lostres y no aparentaba tener mucha ms edad que

  • algunos de los chicos que estaban a su cargo,tendra unos veinte aos ms o menos. Se habapasado la maana llevando gafas de sol yhablando con la mayora de las chicas. Bueno, msbien eran las chicas las que hablaban con l. Susonrisa permanente era casi tan exasperante comola de Cruz, aunque pareca un poco ms sincera.Creo que era el nico de los monitores que se loestaba pasando realmente bien, el nico que nohaca ese trabajo solo para poder disfrutar de unasvacaciones pagadas. Su pelo, de color castaooscuro y minuciosamente desordenado, pareca nohaber conocido nunca los beneficios del peine y elcepillo. Como complemento adicional, una especiede tup inclinado hacia la izquierda se elevabahasta cuatro centmetros por encima de su frente.Tristn llevaba puesta una camiseta de mangacorta de color blanco que contrastaba con el colorbronceado de la piel de sus brazos, y unosvaqueros azules desgastados que parecan salidos

  • de una peli de los setenta. En los pies llevaba uncalzado que me result demasiado familiar: unaszapatillas Converse All Star de color rojo.

    Mir hacia abajo. Mis pies. Mis zapatillas.Eran las mismas zapatillas que llevaba mi monitor.Mis zapatillas Converse favoritas. No s por qurazn eso me incomod, pero la verdad era que enaquel momento dese con todas mis fuerzas haberdejado mis adoradas Converse rojas en el fondode mi armario.

    Levant la vista y vi que Tristn se habasacado las gafas de sol por primera vez en toda lamaana. Estaba limpiando cuidadosamente uno delos cristales con la tela de algodn de su camiseta.

    Est can, eh?Inmediatamente dej de observar a mi monitor

    y dirig la mirada hacia mi izquierda. Emma, lachica sentada a mi lado, me miraba con cara decomplicidad. Incluso cre que me haba guiado unojo. Su sonrisa de labios carnosos e intensamente

  • rojos se ensanch mientras esperaba mi respuesta.Por descontado, dado a lo inapropiado de sucomentario, ni siquiera me molest en contestar.

    Pronto not que mis mejillas se encendan y meenfurec. Estaba furiosa con la chica por haberhecho suposiciones absurdas cuando ni siquierame conoca, pero an estaba ms enojada conmigomisma por ser tan inepta a la hora de controlaresas malditas reacciones, tan involuntarias comoinoportunas.

    Para colmo, ahora Tristn se acercaba anosotras con los bocadillos.

    La chica de mi lado tard unos tres cuartos dehora para decidir qu bocadillo le apeteca tomar.Al final, se decant por el de pollo con lechuga, ycuando Tristn se lo ofreci, la chica le roz lamano de forma bastante descarada y le dio lasgracias con una ridcula sonrisa llena de dientes ycarmn.

    No quedaban bocadillos de queso, as que tuve

  • que conformarme con uno de atn y mayonesa.Tristn me puso las tres cosas en las manos, elbocadillo, la bolsa de patatas fritas y una botellade agua. Le di las gracias y empec a desenvolverel bocata.

    Todo bien? o que preguntaba l, su vozgrave pero amistosa.

    Al principio no supe si esa pregunta ibadirigida a m, pero al levantar la vista me encontrcon sus ojos verdes mirndome fijamente. Nohaba vuelto a ponerse las gafas de sol, ahora lastena colocadas en lo alto de su cabeza,escondidas tras su inslito tup. Sus mandbulas,cubiertas por una barba incipiente que se extendahasta la nuez, eran firmes y se torcan en un ngulobastante prominente, dndole a su rostro uninesperado toque de agresividad que eraautomticamente contrarrestado por la espontneasonrisa que ahora formaban sus labiosentreabiertos.

  • Claro repliqu yo. Nada ms lejos de lapura verdad, no haca falta decirlo, pero conseguque mi voz sonara ms o menos convincente, y queel monitor me dejara en paz.

    Tristn y su sonrisa se alejaron para continuarrepartiendo provisiones a otra parte. Mientras sealejaba, uno de los bocatas que llevaba en lasmanos se le cay al suelo y al mismo tiempo treschicas se levantaron de sus sillas para ir arecogerlo por l. A mi lado, la chica del pelorizado y los ojos azules tambin haba empezado aponerse en pie, aunque desisti en su empresa aldarse cuenta de que sus rivales llegaran antes alobjetivo. Volvi a sentarse con resignacin, y,despus de un suspiro exagerado, solt otro de suscomentarios tan fuera de lugar:

    Parece que todas hemos encontrado anuestro prncipe azul en este curso de verano, nocrees?

    La mir fijamente, sin comprender,

  • mostrndole una cara de pquer que poco a pocoiba convirtindose en cara de asco. No tuve quedarle muchas vueltas a sus palabras para saber dequ o de quin estaba hablando. La chica ahoratena los ojos clavados en algn punto de laanatoma dorsal de nuestro monitor.

    Habla por ti, bonita susurr entre dientes.La chica fingi no haberme odo y sigui con lamirada perdida. Luntica, me dije.

    Decid concentrarme en lo que tena entremanos y olvidarme por completo de todo lodems. Le quit el envoltorio de plstico a mibocadillo de atn y empec a pegarle pequeosmordiscos. No tena mucho apetito pero meobligu a comer. A mi lado, la chica del pelorizado, todava inmersa en sus alucinaciones, yahaba terminado con el bocata de pollo y estabaatacando vehementemente la bolsa de patatasfritas.

  • Horas ms tarde, la ms inaudita de laspesadillas se materializaba ante m en forma deaparato volador.

    La primera sensacin fue sin duda declaustrofobia.

    Luego vino el pnico, y unos minutos despus,la locura.

    Mi reloj de pulsera digital marcaba lasdiecisis treinta. Despus de ms de cinco horasesperando sin justificacin, habamos sidollamados para embarcar en el dichoso avin. Erala primera vez que me montaba en uno de esosartefactos y lo nico que quera hacer en aquellosinstantes era gritar y echarme a correr hacia lapuerta de salida. Ese aparato pareca tener msaos que mi abuela y sus reducidas medidashacan que la sensacin de ahogo fuera cada vezms insoportable. Sinceramente, incluso en mispeores pesadillas me lo haba imaginado mssuntuoso, ms imponente. Pero era solo un trasto

  • viejo. El techo era demasiado bajo y el pasillodemasiado estrecho. En ambos lados del pasillohaba incontables hileras de tres asientos cada una;asientos apretados uno contra el otro, de color azulmarino, que lucan manchas disimuladas yemanaban un olor de origen dudoso. Misaparatosas piernas no caban en el mnimo espacioque haba entre mi asiento y el del pasajero que sesentaba delante de m. Sentado a mi lado, haba unchico con coleta y piercings por todas partes,cuyas piernas quilomtricas ahora luchaban, aligual que las mas, para hacerse un sitio en elreducido espacio que nos haban asignado. Elchico debi de percatarse de mi mirada clavada enl y se dio la vuelta para hablarme.

    Qu tienes? Quince? fue lo primero queme pregunt. Al principio no entend su pregunta.Cre que lo normal era que me preguntaran por minombre o por mi ciudad de procedencia, peroaquel chico me haba preguntaba si tena quince.

  • A qu se refera? A los quilos de mi equipaje?A los libros de mi mochila? A los lpices quehaba en mi estuche?

    Pronto lo comprend. Lo que el chico sentado ami lado me estaba preguntando era mi edad.

    Diecisis respond tan pronto como hubecomprendido lo que se me preguntaba. Voy acumplir los diecisiete en julio.

    El chico se limit a asentir con la cabeza y amirarme desde lo alto de mi cabeza hasta micintura, prestando especial atencin a mi aburriday gastada camiseta de tirantes de color negro.Dirig la vista hacia abajo y comprob que nohubiera ninguna mancha en mi atuendo. Al volver alevantar la mirada, el chico haba dejado deanalizarme y se dispona a colocarse losauriculares de su MP4 en las orejas. Me fijentonces en su camiseta. Era una camiseta roja dealgodn en la que apareca ni ms ni menos queuna fotografa suya con un nombre debajo: Carlos.

  • Me dije que a m jams se me ocurrira llevar unacamiseta con mi nombre, y mucho menos con unafoto de mi cara. Pero, claro estaba, yo nunca habatenido lo que se dice mucha seguridad en mmisma.

    El avin es un palo el chico llamadoCarlos volvi a hablar. Ahora llevaba puestos losauriculares de su MP4 y pronunciaba sus palabrascon un tono de voz exageradamente alto a miparecer. Te mola la msica? dijo ahora elchico, sacndose uno de los auriculares del odo yvolviendo a mirarme de arriba abajo con suinquietante mirada. Cul es tu rollo? Te gustael indie rock?

    Indirrok? pregunt yo atnita. No tena niidea de lo que me estaba hablando aquel chico.Supuse que tal vez era un grupo de msica o uncantante extranjero del que yo jams haba odohablar en los pasillos de mi instituto, cosa quetampoco era extraa debido a mi actitud, tan

  • pasiva que rozaba con lo zombi.Toma, escucha un rato ahora el chico

    alarg el brazo e hizo ademn de que yo mepusiera el auricular.

    Me qued inmvil en mi asiento. Aquel chicoal que apenas conoca pretenda que yo me pusierael auricular de su MP4 en el odo. Bueno, estabaclaro que l tampoco me conoca a m. Una de lascosas que yo ms detestaba de los seres humanosera la insufrible tendencia que tenan algunos alcontacto fsico. Por nada del mundo me iba aponer en mis odos algo que perteneca a odosajenos.

    No, gracias. Djalo le dije al chico,manteniendo las distancias y dejndole a lplantado con el auricular todava apuntando en midireccin.

    Qu eres? Autista? fue lo nico que medijo, tal vez dolido por mi rechazo. El chicovolvi a ponerse el auricular en el odo para

  • escuchar a su Indirrok o lo que fuera, y me dej enpaz de una vez.

    Me remov en el asiento, molesta conbsicamente todo y todos los que me rodeaban, yme dispuse a observar lo que pasaba en elexterior, en la pista de despegue, ahora casi vacadel todo. Me haba tocado empotrarme al lado dela diminuta ventana, y a travs de ella tambinpoda ver los enormes y sucios tubos que habadebajo de las alas del aparato y que escupan sinparar un humo negro cegador.

    Lo peor de todo era el ruido. Los chillidoshistricos de mis compaeros de viaje semezclaban con el ronquido ensordecedor queproceda de algn lugar de la mquina,probablemente de alguno de los motores que seencontraba precisamente bajo mi asiento.

    Las azafatas de vuelo, con uniformes de colorazul y naranja, se movan de un lado para otro,cargando con maletas y pasaportes, sonriendo a

  • todo el mundo e irradiando un halo de tranquilidadexasperante, como si lo de montarse en un aparatovolador y poner tu vida a su merced fuera la cosams natural del mundo para ellas.

    Entonces vinieron todas esas indicacionesabsurdas sobre qu hacer en caso de accidente.Observ cmo un par de azafatas gesticulaban deforma exagerada mientras un altavoz dabainstrucciones sobre cmo inflar los chalecossalvavidas que tenan que servirnos de algo si pordesgracia nos caamos al mar. Me llamaba muchola atencin que el personal de la aerolnea setomara tanto tiempo y tantas molestias con lasmedidas de precaucin y las normas de seguridad,como si tuviramos alguna posibilidad desobrevivir si se daba la circunstancia de que elaparato decidiera caer en picado.

    Cuando lleg la hora, me agarr a los brazosde mi asiento hasta que los nudillos de mis dedosse volvieron blancos. El aparato se puso en

  • marcha y empez a rodar por la pista de despeguecomo un blido desenfrenado. Mi corazn estaballevando a cabo su propia carrera a contrarrelojdentro de mi pecho. Mis odos quedaron tapadospor algo semejante a una pared de cemento. Micerebro se encoga y se agrandaba segn le venaen gana. Mi cabeza estaba a punto de estallar. Eldolor era insoportable. A mi alrededor, miscompaeros charlaban, contaban chistes, se rean,hacan sudokus y escuchaban msica. Ninguno deellos pareca darse cuenta de que su mundo estabaa punto de llegar a su fin. Nadie me haba habladode eso. Eso era el Apocalipsis. Nadie me habadicho que aquel verano, que tena que ser uno delos mejores de mi vida, yo ni siquiera llegara aEdimburgo. Porque yo iba a quedarme en elcamino; si no era por culpa del artefacto, sera porculpa de un ataque al corazn.

    Cerr los ojos y por mi mente pasaronmltiples imgenes de cierta relevancia. Mi vida

  • en un instante. Mam dndome la mano el da demi primera comunin. Vestido blanco y corona deflores. Yo llorando porque no quiero salir en lafoto disfrazada de novia. Eres una princesa,dice mam. Mi fiesta de cumpleaos. Doce velasen el pastel. Mis primos alrededor de la mesa. Lasnueve de la noche y pap todava sin aparecer.Vamos a empezar sin l, decide mam. Elinstituto. Nadie con quien hablar. Mi clase deprimero de bachillerato. Los profesores que mejorme caen. Y los que no puedo soportar. Verano encasa de mis tos. La playa. Mi bicicleta. Otra vezsoy pequea. Dos coletas sobresaliendo a amboslados de mi cabeza. Mi pelo rojo. Mam y yo enuna foto, pap no est. Otra vez soy mayor. Papy yo vamos a separarnos, dice mam. Miestmago da un vuelco. Es Navidad y mam y yolo celebramos. Pap no est. Pap est con otramujer. En otra casa. En otro mundo.

    Volv a abrir los ojos de repente y me hund en

  • mi asiento, aterrada, comprendiendo de golpe loque me estaba sucediendo. Eso era lo que pasabacuando ibas a morir, que tu vida iba transcurriendodelante de tus ojos como un lbum de fotos que enrealidad nunca fueron tomadas por ningnobjetivo.

    Apoy mi cabeza contra el respaldo confuerza. Con una furia sobrenatural. Mi cuello segir sin querer y entonces me di cuenta de que elmundo se haba hecho pequeo, diminuto. Miscompaeros de viaje y yo ramos gigantes metidosdentro del avin pero, al otro lado de la ventana,el planeta encoga cada vez ms. Las casasencogan, los campos encogan, y las ciudades, ylas carreteras, y las montaas y los ros. Solo elhorizonte continuaba siendo inmenso. Y entoncesme di cuenta de que ya no estbamos en el suelo.

    Estbamos en el aire. Volando.De pronto lo perd todo de vista. El mundo al

    otro lado de la ventana y el microcosmos en el que

  • yo ahora me encontraba prisionera. Mis ojos senublaron y mi cuerpo perdi todo su peso. Derepente yo ya no estaba all.

    Mis compaeros de viaje probablementecreyeron que me haba quedado dormida como untronco, pero, por supuesto, lo que me pas fue queme desmay de la forma ms tonta que se puedaimaginar.

  • EdimburgoCuando despert de mi sueo letrgico, tena unaidea muy vaga de dnde me encontraba. Empec arecordar algunas cosas. El dolor de cabeza, eldolor en los odos, mi corazn a mil por hora, lasensacin de ahogo, la total certeza de que bamosa morir.

    Me encontraba dentro de un avin y lo que mehaba despertado haba sido sin duda el fuerteimpacto de las ruedas del aparato contra el asfaltode la pista de aterrizaje del Edinburgh Airport. Larepentina pero esperada colisin provoc risas yaplausos entre algunos de mis compaeros deviaje. A mi lado, el chico de la coleta y lospiercings tambin aplauda.

    Bienvenida a Escocia, Bella Durmiente me dijo l, disparndome un brusco codazo en lascostillas. Ya estamos en Edimburgo.

    Mir por la pequea ventana y descubr que,

  • en el exterior, el cielo haba oscurecido, dejandopaso a la luz tenue del atardecer. El aparato sedeslizaba por la pista a la velocidad del rayo y unasensacin de dj vu se apoder de m. Era lomismo que en el Aeropuerto de Barajas, la nicadiferencia era que ahora el avin disminua suvelocidad en vez de acelerarla. Mi corazn volvaa latir con normalidad. Aunque lo mssorprendente de todo era que siguiera latiendo.

    Una vez el avin se detuvo por completo, todoel mundo se desabroch los cinturones y se pusoen pie, y nuestros tres monitores se apresuraron ahacer llamadas, a sacar mapas, pasaportes y otrosdocumentos de sus mochilas, y a contar tantascabezas como nombres aparecan en su listado dealumnos.

    En el Edinburgh Airport, esperamos duranteunos tres cuartos de hora a que nuestro equipajesaliera por la cinta corredera. En aquellos trescuartos de hora de espera, me di cuenta de que en

  • nuestra bandada de mochilas rojas de SurrealSummers, se haban formado ya algunossubgrupos. Delante de m, haba un cuarteto dechicas que cuchicheaban, que reanescandalosamente y que se hacan fotos con suscmaras digitales. Un par de chicos a mis espaldasojeaban una revista de videojuegos. Otro grupo dechicos, eran unos cinco, estaban intentando algunospasos torpes de breakdance en medio de la saladonde nos encontrbamos. En el rincn, habamedia docena de chicas que acababan depresentarse y se daban besos en las mejillas lasunas a las otras.

    Solo quedbamos unos tres o cuatro solitarios,los que nos mantenamos ms o menos alejados detodo el barullo y seguamos sin entablarconversacin con nadie. Para mi sorpresa,descubr que la chica rubia de pelo rizado que sehaba pasado cinco horas sentada a mi lado en elAeropuerto de Barajas formaba parte de esa

  • categora de insociables.De pronto, la cinta corredera empez a girar y,

    cuando lleg mi turno, me esforc en hacerme conmi maleta, tarea que me result bastantecomplicada.

    Cuando todos tuvimos nuestro equipajerespectivo en la mano, nos pusimos en marchapara salir del edificio del aeropuerto. Las dosmonitoras, Cruz y ngela, encabezaban ladesfilada de adolescentes alocados y bultos conruedas. Mientras, Tristn, el monitor, se mantenaal final de la cola y se ocupaba de que ninguno demis compaeros de viaje se extraviara.

    Desde el Edinburgh Airport, tomamos unautobs que iba a dejarnos cerca del centro de laciudad. El trayecto dur una horaaproximadamente y nos bajamos en un lugarllamado Haymarket Station. Desde ah cogimos unautocar expresamente contratado para nosotros quenos iba a dejar justo enfrente de la residencia

  • donde bamos a convivir durante las siguientescuatro semanas. Cruzamos la ciudad a paso detortuga. Morrison Street, Lothian Road,Fountainbridge, Tollcross, Melville Drive,Southside, St Leonards y un largo etctera.Nombres de calles, de plazas, de barrios y deavenidas de los que yo jams haba odo hablar yque ahora, de forma sbita y forzada, pareca queiban a convertirse en parte de mi existencia.Edificios hostiles, prominentes y oscuros seelevaban a ambos lados de las calles, parques devegetacin frondosa escondan sombras ymovimientos furtivos, pequeos bares que hacanesquina emitan toda clase de ruidos queescapaban por las puertas entreabiertas.

    Msica, voces, risas y gritos. Pero, sobre todo,oscuridad.

    Resultaba que Edimburgo era eso. Una ciudadque tena un aspecto bastante ttrico a esas horasdel atardecer. Una ciudad totalmente apropiada

  • para rodar las escenas al aire libre de una pelculade terror con muchos crmenes y mucho misterio.Una ciudad fra y hmeda a pesar de estar a laspuertas del mes de julio. Una ciudad llena decontrastes. Arquitectura ostentosa, recargada eimponente de algunos siglos atrs, pero tambinpequeos pubs musicales llenos vida y de gentecorriente que se diverta y charlaba y se reamientras iba entrando y saliendo de los locales.Avenidas estrechas y silenciosas, pero tambinplazas abiertas y llenas de bullicio. Anchascarreteras que contrastaban con los extensosparques, que ms que parques podran serllamados bosques.

    Asfalto mojado por la lluvia reciente, edificiosgigantescos, sombras en cada rincn. Edimburgo, aprimera vista, me pareci la ciudad de lastinieblas. Por descontado, la sensacin de pezfuera del agua se multiplic por mil.

    Llegamos al distrito de Newington y de ah el

  • autocar se introdujo por una avenida anchabordeada por altos cipreses, que iba a llevarnos ala residencia. Me concentr en mirar hacia dondetodos los dedos de mis compaeros apuntaban y enseguida vi el enorme cartel con letras maysculasde color verde oscuro que anunciabansolemnemente que estbamos a punto de llegar alideann College, un centro de estudios superiorescon residencia incluida para sus estudiantes,construido en la segunda mitad del siglo veinte ysituado a las afueras de la ciudad de Edimburgo.

    El autocar estacion frente al ancho portal dela entrada. Nos bajamos uno tras otro por lasestrechas escaleras del vehculo, nos apresuramosa recoger nuestro equipaje de la panza delvehculo y esperamos delante del portal a quealguien viniera a por nosotros.

    Mi reloj digital marcaba las veintids y unminuto, y, aunque todava no era completamente denoche, el cielo estaba teido por un color grisceo

  • muy denso y oscuro. La iluminacin del lugar eraescasa, solo un par de farolas de luz anaranjadailuminaban la entrada del recinto del ideannCollege. Desde fuera, a travs de los barrotes dela puerta de hierro, se poda divisar un ampliojardn, tambin escasamente iluminado por algunosfocos estratgicamente colocados, repleto deplantas de diferentes clases y con algn que otrobanco de madera esparcido por el csped verde yempapado.

    Esperamos durante cinco minutos, hasta que unpar de monitores que bajaban por el otro lado dela puerta se acercaron a nosotros con las llaves enla mano para dejarnos entrar.

    Los monitores escoceses abrieron la verja y sepresentaron. Se llamaban Liz y Andrew y, aunquesu tono de voz era clido y jovial, la velocidadque tomaban sus palabras era excesiva y tedescolocaba. Mi ingls siempre haba sido denotable alto pero ahora me resultaba del todo

  • imposible entender ni una sola frase de lo que nosdecan aquel par de escoceses.

    No entendemos nada de lo que nos dicen,ngela dijo por fin uno de mis compaeros, unchico que luca pelo pincho y ortodoncias. Varioschicos y chicas se rieron al unsono ante aquelcomentario. Una especie de risa colectiva quedenotaba ms nerviosismo que humor. ngela selimit a no decir nada, pero Tristn intenttranquilizarnos con una sonrisa y nos anunci que,por ser la primera noche y como algo excepcional,nos traducira lo que los monitores escocesesdecan.

    Mientras hablaban, Liz y Andrew nosindicaron el camino para llegar a la zonaresidencial, donde estaba el edificio de loscomedores y las habitaciones para los estudiantes.Me apresur a seguir el paso del grupo,arrastrando la maleta con mi mano derecha, y mecoloqu cerca de una chica de pelo largo y oscuro

  • que escuchaba con atencin la traduccininstantnea que haca Tristn de las palabras delos escoceses.

    Miraba a mi alrededor y solo haba jardn yms jardn. Todo era de un color verde brillante,luminoso, causado por el reflejo de los focos alchocar contra el largo y abundante csped. Msall del csped, en medio de la oscuridad, sepodan divisar algunos edificios, construccionesrectangulares de ladrillo rojizo que habanoscurecido con el paso de los aos y que ahora seconfundan con la negrura de la noche. Segn nostradujo Tristn, aquellos edificios ms alejadoseran los que albergaban las aulas donde se dabaclase durante el curso y que ahora, en verano, ibana servir para llevar a cabo nuestras clases deingls matutinas.

    La chica que andaba a mi lado resbal y se diode bruces contra el suelo. Detrs de nosotras, ungrupo de chicos empez a pegar bufidos y a rerse.

  • Solt mi maleta y ayud a la chica a levantarse.Mientras lo haca, la o murmurar algo para smisma.

    Gracias balbuce la chica una vezrecompuesta. Me mir durante unos segundos.Llevaba ortodoncias y el pelo le caa entirabuzones sobre los hombros.

    No hay de qu repliqu.Te has hecho dao, Raquel? pregunt

    otra voz. De pronto, Tristn estaba al lado de lachica, hacindose cargo de su maleta y echndoleun vistazo al pequeo corte que se le haba abiertoen el codo.

    No, estoy bien. Gracias respondi lachica en una especie de tartamudeo. Tristn seguainspeccionando su codo y me fij en que a la chicase le haba puesto piel de gallina. Quera pensarque era por culpa del fro de la noche, peroprobablemente era por culpa del tacto de losdedos de Tristn sobre su brazo. Otra de las

  • reacciones incomprensibles que el monitorcausaba entre mis compaeras de viaje. Puse losojos en blanco y segu caminando.

    Despus de arrastrar las maletas durante unosminutos, por fin llegamos al pabelln residencial,un bloque de cuatro plantas con forma de ele, conanchos ventanales y con mucha luz que sala deellos. En alguna parte, alguien celebraba una fiestao algo por el estilo. El bajo contundente de unameloda que me resultaba familiar retronaba contralas paredes del primer o del segundo piso. Se oanvoces que rean y pegaban gritos en un idiomaincomprensible. Pies que corran de un lado paraotro. Rostros extraos en las ventanas. Y en elambiente, un aire demasiado festivo que meincomodaba de forma inexplicable.

    Los monitores escoceses hicieron caso omisoal evidente descontrol que reinaba en el edificio ynos invitaron a pasar al hall de la residencia. Nosapiamos dentro de la sala, que result ser un

  • lugar espacioso y lleno de luz, con una decena decabinas telefnicas de prepago, bancos parasentarse, paredes recubiertas de carteles llenos decolores que anunciaban fiestas y actividades detodo tipo, y escaleras y ascensores que llevaban alas plantas superiores.

    Liz y Andrew nos informaron de que enaquellas horas el comedor ya estaba cerrado y que,por lo tanto, tendramos que conformarnos concomer un sndwich y una fruta para cenar,alimentos que bamos a encontrar en nuestrasrespectivas habitaciones. Me sent inmensamentealiviada ante esa noticia, ya que lo nico que tenaganas de hacer era esconderme bajo el refugio delas sbanas y olvidarme aunque fuera por unashoras de todos los desconocidos que me rodeaban.

    El problema era que las habitaciones erandobles, no individuales como yo haba esperado, yque, por lo tanto, tendra que compartirla con otrapersona. Los tres monitores decidieron que la

  • mejor manera de formar las parejas para el repartode habitaciones era siguiendo el orden alfabtico yas nos lo anunci ngela, que llevaba consigo ellargo listado de nombres.

    Puedo compartir habitacin con una chica?pregunt un chico de pelo largo y aspectodesaliado.

    Nada de eso replic ngela con unasonrisa afable. Seguiremos el orden alfabtico,pero tambin vamos a seguir la frmula de chicoscon chicos y chicas con chicas, de acuerdo?

    Empezaron a orse varios gritos y silbidos dedisconformidad a lo largo de todo el hall, a lo cuallos monitores respondieron con sonrisasincmodas y con palabras conciliadoras queintentaban devolver el silencio a la sala.

    Me pregunt con quin me tocara compartirhabitacin, quin tendra una L o una M en suapellido. No tard en descubrirlo.

    Fidelia Lujn dijo la voz firme de ngela

  • , y Emma Marcos.Pronto la vi que me haca gestos con la mano.

    Emma. La chica rubia de la melena leonina, esaespecie de top model que se haba sentado a milado en la terminal de Barajas y que hasta entonceshaba parecido ser un alma solitaria como yo.Ahora me sonrea a lo lejos y me haca ademnpara que me acercara a ella y a sus nuevasamistades, un par de chicas con un exceso demaquillaje que era compensado por la escasez dela tela de sus faldas. Quise leer la expresin de laque iba a ser mi compaera de habitacin, saberqu senta al verme a m como compaera suya,pero fui incapaz de descifrar nada detrs deaquella sonrisa abierta e invitadora.

    Me acerqu a ellas.Parece que vamos a ser compaeras me

    dijo la chica llamada Emma en cuanto llegu hastadonde estaban. Encantada de conocerte, Fidelia.

    Igualmente logr articular. Aunque es

  • Delia.Cmo dices? pregunt ella con

    desconcierto.Llmame Delia repet yo. Lo prefiero

    as, si no te importa.Delia, claro asinti ella. Sin duda,

    suena mucho mejor.Me qued mirndola sin decir nada durante una

    fraccin de segundo, dicindome a m misma queprobablemente ese estado de las cosas era unfastidio para ella. Porque Emma era la clase dechica que caa bien a todo el mundo, ella era laclase de chica atractiva, simptica, risuea, quellamaba la atencin tanto de los chicos como delas chicas, la clase de chica a la que le hubieraencantado dar con una compaera alegre ysofisticada como ella, alguien con quien pasrselobien y compartir confidencias.

    Yo no era esa clase de chica, yo era todo locontrario. Pero as eran las cosas, la posicin

  • alfabtica de nuestros apellidos nos haba unido yno haba nada que pudiramos hacer paracambiarlo.

    La chica me sonri. Yo, por cortesa, ledevolv la sonrisa.

    Una vez estuvimos todos emparejados, se nosempez a distribuir en habitaciones. La habitacinde Emma y ma se encontraba en el segundo piso yera la nmero 209. Mientras avanzbamos por lospasillos de la residencia, Emma caminaba a milado llevando una sonrisa permanente en los labiosy de vez en cuando se giraba para mirarme y paradecirme algo as como:

    Vamos a pasarlo bien, Delia, ya lo vers.Ante esa clase de afirmacin, yo no saba muy

    bien qu replicar, la verdad.Cuando llegamos a la 209, nos despedimos de

    los monitores y de nuestros compaeros, y nosmetimos en la habitacin con nuestras maletas.

    En el cuarto haba un par de camas, cubiertas

  • con edredones de cuadros de colores vivos, yseparadas por una mesilla de noche llena decajones. Encima de la mesilla haba una lmparapequea que daba mucha luz. Haba otra lmparasobre el amplsimo escritorio, que se encontrabaen el lado opuesto a las camas. Sobre el escritorio,haba tambin un par de bolsas de papel marrnque contenan nuestra cena. El enorme ventanal seencontraba sobre los cabezales de nuestras camasy tena unas bonitas vistas al jardn; el nicoinconveniente era que no haba cortinas nipersianas ni nada que pudiera impedir que la luzexterior se colara dentro del cuarto. Cerca de unade las camas haba un armario ropero dedimensiones exageradas y, frente a l, haba unapuerta que daba al cuarto de bao interior. Emma yyo nos dispusimos a inspeccionar la ducha, elinodoro y el lavamanos, y haba que reconocer quetodo el conjunto mereci nuestra aprobacin.

    Esto es genial grit Emma con un tono de

  • voz que dejaba muy claro su estado de agitacin.Yo asent en silencio, bastante de acuerdo conella. La habitacin, aunque tuviera quecompartirla, era excepcional.

    Qu tal si cenamos? dijo Emma,dirigindose hacia el escritorio para coger lasbolsas de papel con nuestra cena.

    Nos sentamos cada una en una cama yempezamos a comer en silencio. Emma daba lasensacin de ser una chica bastante silenciosa,como yo. Aunque la verdad era que tampoco habamucho que decir. No nos conocamos de nada.

    De qu hablaste con Carlos? dijo depronto mi compaera, rompiendo el silencio ydesconcertndome con su pregunta.

    Qu?Os he visto. En el avin aclar ella.

    De qu habis hablado?Pronto comprend de qu, o mejor dicho, de

    quin, Emma me estaba hablando. Carlos era el

  • chico de los piercings que se haba sentado a milado en el aparato volador. El que me habatomado por una quinceaera autista.

    De msica repliqu. Quera explicarle aEmma que en realidad no habamos hablado denada, que pronto nos habamos aburrido el uno delotro, pero me pareci que dar respuestas msprecisas sera una forma rpida de acabar conaquella conversacin que iba a demorar la hora deirme a la cama.

    De msica?S, de msica repet, haciendo un poco de

    memoria. Aquel breve intercambio de palabrashaba tenido lugar antes de coger el avin, que eralo mismo que decir en otro pas, en otro ambiente,otra rbita. Prcticamente ni lo recordaba ya.Me ha estado hablando de su grupo favorito.

    Ah, s? se interes Emma. Y cul es?Me hund en el colchn. Quera que aquella

    conversacin acabara cuanto antes, no me haba

  • dado cuenta hasta entonces de que Emma estabamuy interesada en Carlos y que iba a alargarlahasta agotar el ms mnimo detalle que tuviera quever con l.

    No lo recuerdo muy bien confes. Es unnombre raro que no me suena de nada. Algo ascomo Indirrok.

    Indie rock? pregunt ella, ahora rindosecon ganas. Te ha dicho indie rock? Delia, esono es un grupo. Eso es un estilo de msica.

    Ah, s? fue todo lo que pude decir.Estaba rendida de sueo y me senta confusa portodo lo que me rodeaba. No crea tener fuerzaspara continuar con aquella charla que no meinteresaba lo ms mnimo.

    En serio no has odo nunca hablar del rockindependiente? O vas de original?

    No, creo que no. Ni he odo hablar de esetipo de msica ni voy de original.

    Eres increble se rio. Qu msica

  • tienes t en tu ipod?Emma ya se haba puesto en pie y se diriga

    hacia donde estaban mis cosas. Empez a hurgaren ellas sin ni siquiera pedir permiso.

    Oye, djalo le dije, tajante. Adems, novas a encontrar nada. No tengo ipod ni nada deeso.

    Ahora Emma haba dejado de hurgar con susdedos febriles, pero, por otro lado, me miraba conunos ojos escrutadores que me incomodaban.

    Eso tambin va en serio? pregunt ahoramientras elevaba las cejas.

    Voy a por mi manzana fue todo lo que lerespond. Me levant de la cama y decid ignorar ami compaera y a sus incesantes preguntas.

    De qu planeta eres? me pregunt ellaentre risas al cabo de unos segundos, cuando ya sehaba vuelto a sentar en su cama.

    Me limit a no contestar. Me com la manzanaen silencio, de forma automtica, y cuando acab,

  • fui a lavarme los dientes, me puse el pijama y memet en la cama.

    Estoy muerta de sueo le coment aEmma justo antes de apagar la luz de mi mesilla.Fue ms o menos mi forma de darle las buenasnoches. Me incomodaba tener que dormirmeteniendo a alguien ms en la habitacin, pero cerrlos ojos e hice el esfuerzo. Era una cama bastantecmoda y el cojn era blando. Lo ltimo que o fuea Emma encerrndose en el cuarto de bao. Creoque ya no la o salir.

    A la maana siguiente, despus de habernosduchado y vestido, Emma y yo bajamos hasta elhall de la residencia, y, siguiendo lasinstrucciones de los carteles de la pared, nosdirigimos al comedor comunitario. El comedor erainmenso. Haba una veintena de mesas de maderacon ocho o diez sillas cada una, altavoces en cada

  • rincn, un televisor de pantalla plana al fondo yvarios sofs de color negro alrededor de la sala.Eran las ocho treinta y siete y muchas de las mesasya estaban ocupadas. Emma y yo nos dirigimos ala cola formada en la entrada de la cocina, la cualestaba separada del comedor por una ancha pared.Mi desayuno consista en un tarro de leche concereales y un zumo de naranja natural. Emmaconstrua una montaa de alimentos en su bandeja.Un par de sndwiches de beicon y queso, un taznde arroz con leche, tres chocolatinas, dosbotellines de zumo de moras y una porcingigantesca de tarta de fresa.

    Vas a comerte todo eso? le preguntatnita, clavando los ojos en su bandeja rebosante.

    Ella pareci dudar durante unos segundos, memir con cara de circunstancias y creo que casi sesonroj.

    Suelo levantarme con mucho apetito dijoal final con una pequea sonrisa que mostraba sus

  • dientes blancos y relucientes.Volvimos al comedor y Emma sugiri que nos

    sentramos en una mesa donde ya haba otros treschicos y dos chicas. Uno de ellos era Carlos, elchico de la coleta y los piercings que se habasentado a mi lado en el avin y por el que Emmase mostraba extremadamente interesada.

    Podemos sentarnos con vosotros? pregunt Emma antes de sentarse en una de lassillas.

    Claro que s respondieron al unsono unchico con gafas redondas y otro que llevaba lacabeza rapada. Nos hicieron un hueco. Sobre lamesa haba varios envases y envoltorios debocatas, yogures, galletas y chocolatinas. Emma sesent al lado de Carlos, y empez a hablar con lcomo si le conociera de toda la vida. Yo me sental lado de una chica llamada Andrea que llevabapor lo menos un centenar de diminutas trenzas decolores en la cabeza. Al lado de Andrea, una chica

  • de pelo corto y aros dorados en las orejas sepresent como Sabrina. Los dos chicos de loscuales no saba el nombre, se presentaron comoDaniel (gafas redondas) y Santi (cabeza rapada).A simple vista, pareca que todos tuvieran ms omenos mi edad, unos diecisis o diecisiete aos.

    Me gusta tu pelo o que alguien decajusto cuando estaba llevndome una cucharada decereales a la boca. Gir ligeramente mi cabeza yme encontr con los ojos de la chica de las trenzasmirndome fijamente.

    Si es un chiste, no tiene gracia le espetcon un tono sereno pero bastante hurao. Era loque me faltaba, que solo empezar el curso deverano ya se rieran de m.

    No es ningn chiste. Lo digo en serio replic la chica, que, si no recordaba mal, sellamaba Andrea. Es tuyo natural?

    Pues claro respond yo, estupefacta.Acaso alguien en el mundo le hubiera hecho algo

  • as a su pelo de forma voluntaria? Record queaquella misma maana me haba lavado la cabezay me haba pasado como una hora delante delespejo para conseguir poner cada mechn de mimelena en su sitio. Muy a mi pesar, yo seguasiendo la loca del pelo rojo, por supuesto.

    Pues me encanta repiti Andrea con unasonrisa exasperante. Sabrina, la chica que sesentaba a su lado, tambin me miraba y sonrea.Entre las dos lograron sacarme de quicio.

    De pronto alguien ms vino a sentarse anuestra mesa. Alguien con pantalones que seabrochaban en los muslos y con zapatillasdeportivas del nmero cuarenta y siete comomnimo. Puso su bandeja al lado de la ma y meoblig a apartarme para poderse sentar a mi lado.

    Tos, me he dormido dijo el recinllegado, pegando un bufido y dejndose caer en lasilla.

    Raque! gritaron dos o tres voces a la vez.

  • Os presento a Raque, chicas nos dijoCarlos, mientras los piercings de sus cejas semovan arriba y abajo. Aunque tenga pinta deenrollado, no os acerquis mucho a l si noqueris que os ataque con su raqueta.

    Cllate, idiota solt Raque al instante.A estas dos ya las conozco. Las conoc antes desalir de Barajas, verdad, chicas?

    Raque nos rode los hombros, a Emma y a m,y nos atrajo hacia l. Emma se rio de formaespontnea. Yo me apart de l lo ms rpido quepude.

    Entonces uno de los chicos de la mesa de atrsnos avis de que a las nueve tenamos que estardelante del edificio de las aulas y que ms nosvala darnos prisa. Nos apresuramos a acabarnosnuestros respectivos desayunos y nos levantamosde la mesa tan pronto como lo hubimos hecho.

    Al salir del comedor, Emma y Andrea sedirigieron a los lavabos pblicos que daban al

  • hall, y Sabrina y yo nos quedamos con los chicos,que empezaron a decir burradas en algo que queraimitar a la lengua inglesa. Sabrina y yo nosmiramos con cara de disgusto, y supe que en aquelmomento ella estaba pensando ms o menos lomismo que yo: que los chicos eran todos unosinmaduros.

    Cuando Emma y Andrea volvieron del cuartode bao, salimos al patio y nos encaminamos haciael edificio de las aulas. En el exterior, losvergonzosos rayos de un sol bastante entumecidonos dieron la bienvenida en nuestra primeramaana en Edimburgo.

    Result que aquel primer da no iba a haberclases. Solo nos presentaron a la plantilla deprofesores y nos anunciaron que la primerajornada de clases iba a ser el lunes siguiente, daen el que nos iban a repartir una especie de pruebade nivel cuyo resultado servira para dividirnos engrupos de diez o doce alumnos.

  • Acto seguido, se nos anunci que aquel vierneslo bamos a dedicar a conocer nuestra ciudad deacogida. Haba un autocar esperando a las puertasde la residencia y hacia l nos dirigimos, alumnosy monitores.

    El autocar hizo un recorrido casi idntico alque haba hecho la noche anterior, solo que en estaocasin, en vez de dejarnos en Haymarket Station,nos llev hasta el centro de la ciudad, hasta laEdinburgh Bus Station, cerca de una calle ancha ycon trfico denso llamada Queen Street.

    Pasamos la maana haciendo un pequeo tourde la ciudad. El clan de los monitores, encabezadopor Tristn, lideraba el grupo. Las mochilas rojasde Surreal Summers parecan estar por todaspartes. Nuestra ruta turstica comenz en PrincesStreet, una de las calles principales repleta decomercios que cruzaba de arriba abajo la partenueva de la ciudad. Llegamos hasta WaterlooPlace y de all nos dirigimos al parque Greenside,

  • donde se halla el Calton Hill, que, segn loscomentarios de nuestros monitores, es uno de loslugares ms emblemticos de Edimburgo.

    Al volver de Calton Hill, donde nos pasamosms de una hora sacando fotos y tomandodiferentes vistas de la ciudad, decidimos que yahaba llegado la hora de comer y nos metimos enmasa en uno de esos restaurantes de comida rpidaque mi madre habra detestado.

    Despus de comer, los monitores decidierondarnos la tarde libre para que pudiramos hacercon nuestro tiempo lo que ms nos apeteciera.Haba varias opciones: 1) unirme al grupo deEmma, Raque, Andrea y compaa, y pasarme latarde yendo de tiendas; 2) unirme al grupo de losmonitores, que, junto con mis compaeros msjvenes, iban a dedicarse a seguir con la rutacultural; y 3) ir a mi bola.

    Por supuesto, me qued con la terceraalternativa.

  • Recuerda que vamos a encontrarnos todosen la Edinburgh Bus Station a las cinco de la tardeme record ngela, la monitora responsable,antes de dejarme desaparecer. No queremosllegar tarde para la hora de cenar.

    Claro repliqu yo. No hay problema.No voy a perderme.

    Me hice con uno de los mapas de la zona ydescubr que el centro de Edimburgo estaba dehecho divido en dos. La ciudad nueva y el cascoantiguo. El casco antiguo se elevaba por encima dela parte moderna de la ciudad y, desde lejos, tenaun aspecto de lo ms enigmtico y fantasmal. Otravez tuve la sensacin de que Edimburgo estabasacada enterita de una peli de terror. CrucPrinces Street de nuevo y me dirig al NorthBridge, el puente que una la luz y el movimientode la zona nueva de Edimburgo con las mltiplessombras y la aparente quietud de su casco antiguo.

    Una vez cruzado el puente, que se eriga por

  • encima de la Waverley Station, la estacin detrenes, me adentr en la High Street, tambinconocida como la Royal Mile, una de las callesprincipales del casco antiguo de Edimburgo. Larecorr de arriba abajo, parndome de vez encuando para contemplar las ventanas y aparadoresde las tiendas y los pubs que poblaban un lado yotro del pavimento. Busqu mi cmara de fotos enla mochila y saqu las primeras fotos de la ciudad.La St Giles Cathedral, oscura, estrecha y acabadaen punta. Luego, la placa con el nombre de lacalle: High Street (Royal Mile). El suelo quepisaban mis pies, los adoquines oscuros, antiguosy desiguales. Los callejones estrechos y sin luz quedejaban entrever el otro lado, ms all de lascalles del casco viejo y hasta el color y el bulliciode la zona moderna. Tambin saqu una foto delEdinburgh Castle, que se elevaba a lo lejos,majestuoso y solitario, destino final de muchosturistas que, como yo, tambin recorran la Royal

  • Mile.Despus de la sesin fotogrfica, me adentr

    en uno de esos callejones serpenteantes y carentesde iluminacin. Me encontr de pronto en una callebastante ancha y bastante concurrida. Cowgate.Segu esa misma calle hasta llegar a Grassmarket.El nmero de turistas con cmaras de fotos ysombreros de paja iba disminuyendogradualmente, cosa que me alegr. Llegu a unbarrio llamado Tollcross y, dejndome llevar pormis pies, acab en una calle llamada DrumdryanStreet, que, inoportunamente, no apareca en mimapa de la ciudad.

    No me import. Segu andando sin rumbo,conociendo aquella ciudad tan desconocida ymisteriosa, dndome cuenta por primera vez deque, sorprendentemente, haba algo en ella que mefascinaba.

    Las campanas de una iglesia sonaron a lo lejosy en cuanto le ech un vistazo a mi reloj de pulsera

  • digital descubr que eran las diecisiete treinta. Sesupona que tena que encontrarme con los demsen la Edinburgh Bus Station a eso de las cinco.Eso eran las diecisiete cero-cero, no las diecisietetreinta.

    Me apresur a buscar el camino de vuelta. Poraquel entonces me encontraba en un lugar llamadoGilmore Place, que, afortunadamente, apareca enel mapa, pero, que, por mala suerte, pareca estar aaos luz del centro de Edimburgo. Camin amarcha forzada hasta volver al casco antiguo,cruc calles en las que ya haba estado,Grassmarket, Cowgate, North Bridge. Llegu aPrinces Street y supe que ya estaba en la partemoderna. Bares, restaurantes, comercios que meresultaban vagamente familiares. Mi reloj yamarcaba las dieciocho trece y todava mequedaban algunas calles que cruzar. Me adentrpor Andrew Street, me hice un lo con el mapa yacab haciendo un recorrido ms largo de lo que

  • era necesario.Para cuando llegu a la Edinburgh Bus Station,

    no haba muchas caras conocidas ni muchasmochilas rojas de Surreal Summers. En realidad,solo haba una persona sentada en uno de losbancos al exterior de la estacin. Alguien quellevaba exactamente una hora y veintisiete minutosesperndome.

    Mi monitor.Vaya, por fin dijo Tristn cuando me vio.

    No acert a descubrir si haba matices de reprocheen su voz. Se levant del banco y se acerc a m.Sus pies se arrastraban por el suelo y tena aspectocansado. Llevaba la mochila colgando del hombro,el mvil en la mano y las gafas de sol escondidasdetrs de su inslito tup.

    Siento llegar tarde balbuce. Odiaba tenerque pedir disculpas incluso cuando eraimprescindible que lo hiciera, pero intu que talvez en aquellos momentos un arrepentimiento que

  • sonara sincero suavizara el tono del sermn queestaba a punto de caerme encima.

    Ests bien? me pregunt Tristn,parndose delante de m. Sus ojos verdes seclavaron en los mos, y vi que alrededor de elloshaba unas diminutas arrugas de preocupacin.Deberas conectar el mvil de vez en cuando,sobre todo si andas sola por la ciudad. Inclusollamar si intuyes que vas a llegar tarde. Edimburgoparece pequea, pero es fcil perderse.

    No me he perdido le contradije,enfrentndome a su mirada escrutadora. No queradar la impresin de ser la tpica analfabeta que nosabe leer mapas. Y por supuesto no le habl de miaversin a los mviles, la cual me impeda llevaruno encima fuera cual fuera la circunstancia. Nome he perdido repet para convencerme ms am que a l. No es eso. Es solo que

    Has perdido tu reloj acab l la frase.Mir mi pulsera izquierda y ah estaba, mi reloj

  • digital con los nmeros sobre el fondo verde.Dieciocho treinta.

    Exacto asent, escondiendo mi reloj bajola manga de mi sudadera como en un acto reflejo.Entonces Tristn solt una risita y me di cuenta delo que yo era a sus ojos: una nia estpida eirresponsable que no saba moverse y que seperda a la mnima que la dejaban sola. Decidquitarle esa idea absurda de la cabeza lo mspronto posible. Sabes, no era necesario que tequedaras esperndome. Podra haber cogido elautobs yo sola. S cuidar de m misma.

    Por supuesto, no lo dudo. Pero qu autobshabras cogido? pregunt l con un tono de vozque sonaba entre divertido y sarcstico.

    No lo s confes a regaadientes.Francamente, odiaba tener que dar tales muestrasde inmadurez. Habra preguntado, supongo.

    No hay autobuses que lleven al ideannCollege durante los meses de verano, sabes? Si

  • los hubiera, Surreal Summers no habra puesto unautocar a nuestro servicio.

    Escuch sus palabras sin decir nada.Sabes lo que significa eso, verdad? dijo

    l, cambindose la mochila de lado y empezando acaminar en sentido contrario al de la estacin debuses.

    Qu? pregunt yo, siguindole.Bueno, pues que nos hemos quedado sin

    autocar y que, como consecuencia, tendremos quevolver andando.

    Andando? Ests de broma, no? chillcon voz histrica. Empec a hacer clculos yllegu a la conclusin de que hacer todo el caminoa pie hasta el ideann College nos iba a llevarunas dos horas.

    S y no replic Tristn con una sonrisa.S, vamos a volver andando. Y no, no estoy debroma. Pero no te preocupes, conozco algunosatajos.

  • Nos pusimos en marcha, caminando a pasoligero y recorriendo calles que no me sonaban denada. El cielo oscureci, cubrindose de nubesdensas y grises; probablemente se avecinabatormenta y nos iba a pillar en medio del camino ysin paraguas. Atravesamos la parte nueva de laciudad y nos adentramos en el casco antiguo. Dabala sensacin de que Tristn ya haba estado otrasveces en Edimburgo; no dudaba a la hora de tomaruna calle y ni siquiera llevaba un mapa con el queguiarse.

    Parece que conoces muy bien la ciudad coment mientras cruzbamos un paso de peatonese intentaba seguir el ritmo acelerado que llevabanlos pies de Tristn.

    Es cierto. Conocer bien la ciudad donde vasa trabajar es uno de los requisitos bsicos siquieres convertirte en un monitor Surreal Summersdijo l, aminorando el ritmo. Adems, crecaqu.

  • Le ech un vistazo de reojo, preguntndome siera cierto lo que deca o si se estaba quedandoconmigo. Tristn no tena pinta de autctono. Enrealidad tena pinta de cualquier cosa menos deescocs. Su aspecto ms bien mediterrneo, depiel ligeramente bronceada y pelo oscuro, no tenanada que ver con los atributos fsicos quecaracterizaban a buena parte de los habitantes deEscocia: piel blancuzca, pecas por todas partes,pelo color zanahoria.

    Yo s tena pinta de escocesa.Recorrimos a grandes zancadas una calle que

    nos alejaba definitivamente del centro paraadentrarnos en un barrio ms bien solitario ypoblado de edificios en condiciones precarias y denios obesos que correteaban tras gatosesquelticos.

    Record las mltiples y exageradasadvertencias de mi madre: Jams te separes delgrupo, Fidelia, ve siempre acompaada de tus

  • amigas, no te pierdas, y, por descontado, ni se teocurra quedarte a solas con un chico. Debesmantenerte alejada de ellos, Fidelia, nunca se sabecules son sus intenciones. Nunca se sabe qu eslo que van a querer de ti. No te puedes fiar.

    El primer da en Edimburgo y las palabras deaviso de mi madre haban cado en el total olvido,tal y como era de esperar. Quiz s debera habersentido miedo; al fin y al cabo, Tristn, aquelmonitor que iba de enrollado y que parecaconocer la ciudad porque haba crecido en ella,era un perfecto desconocido para m. En aquellosmomentos, los callejones que recorramos nofiguraban en mi mapa, me rodeaban edificacionescochambrosas y personajillos hostiles quehablaban ingls con acento raro y yo meencontraba a total merced de mi monitor, ese chicode ojos inquietos y trucos escondidos en la mangaal que conoca de apenas haca veinticuatro horas.Pero decid no dejarme llevar por la paranoia,

  • olvidarme de los miedos que mi madre habasembrado en mi imaginacin y seguir andandohacia donde Tristn me indicaba. De hecho, nohaba por qu preocuparse, Tristn no era un chicocomo los dems: l era el monitor.

    Fidelia, verdad? pregunt Tristn derepente, sobresaltndome casi, sumida comoestaba en mis pensamientos. Gir la cabeza paramirarlo y me encontr con su perenne sonrisa delabios entreabiertos que ya empezaba a sacarme dequicio.

    En realidad, todos mis amigos me llamanDelia repliqu.

    Amigos?, dijo una vocecita. Quamigos?. Como si tuviera tantos. Como situviera! Lo del diminutivo era una mana personal,algo que me haba inventado siendo nia, dado queodiaba ese horrible nombre con el que me habanbautizado.

    Es un nombre curioso musit Tristn.

  • Y que lo digas.Es algo as como una tradicin familiar

    aclar, como si eso fuera a justificar ese insulto denombre que me haba tocado.

    Es bonito dijo l.Lo odio dije yo.Dejamos escapar una sonrisa los dos. Aunque

    no me apeteca nada, estaba rindome. Creo queesa era la primera vez que me rea desde que habaempezado esa estpida aventura del curso deverano. Y, cmo no, me estaba riendo de minombre, que era algo as como rerme de mmisma.

    Entonces dijo Tristn, cmo tengo quellamarte? Fidelia o Delia?

    Por supuesto, la pregunta era de esperar. E ibacolmada de implicaciones. Lo que Tristn meestaba preguntando en realidad era si yo le dabalicencia para llamarme Delia, que era como mellamaban mis supuestos amigos, o, si por el

  • contrario, quera mantener las distancias, yprefera que me llamara Fidelia, que era un horrorde nombre.

    Como quieras acab respondiendo.Bueno, pues entonces voy a llamarte Delia.Dej escapar un bufido. Conoca ese tono de

    voz. Ese tono de voz que deca: soy tu colega, soyguay, vamos a caernos bien. Decid dejarle lascosas claras desde un buen principio:

    De acuerdo, pero no te creas que vayamos aser amigos solo por eso.

    Dej de andar y me mir con cara de ofendido.Y por qu no? Qu problema hay en ser

    amigos?Pues que t eres el monitor call un

    momento para ver su reaccin, pero l pareca nocomprenderme. Quiero decir, aunque vayis deenrollados por fuera, en el fondo siempre acabissiendo unos plastas.

    Gracias por tu sinceridad, Delia asinti

  • Tristn, ahora pensativo. De hecho, tienes todala razn. Colega, monitor, es diferente. El monitores el que te espera cuando llegas tarde porque tehas perdido. Los colegas simplemente pasan de tiy te dejan colgada. No es lo mismo, ciertamente.

    No tiene gracia le espet, con cara depocos amigos.

    No era ningn chiste.Me qued callada. No me gustaba nada la

    gente que siempre quera tener la ltima palabra entodo, pero, sinceramente, no saba qu contestarle.

    Seguimos andando, ahora bordebamos elparque que se encontraba justo en la parteposterior de la residencia del ideann College yestbamos a punto de enfilar la avenida que nosllevara hasta sus puertas. Haba oscurecido perome di cuenta de que el reloj marcaba solo lasdiecinueve once y que, por lo tanto, habamosllegado desde el centro de Edimburgo hasta laresidencia en un tiempo rcord. Tristn no solo se

  • conoca las diferentes partes de la ciudad aldedillo, sino que tambin tena un sentido de laorientacin digno de mencin. Me pregunt sitodos los monitores eran siempre tan competentesen ese aspecto.

    Dijiste que uno de los requisitos paratrabajar de monitor era conocer bien la ciudad dedestino coment, interesada ahora en los ms ylos menos de la tarea de monitor. Imagin que talvez, dentro de unos aos, yo misma podra haceresa clase de trabajo. Viajar, conocer mundo,alejarme de mi casa y de mi barrio. Hay otrosrequisitos?

    Hablar ingls y algn que otro idioma esprimordial explic Tristn.

    Idiomas. Me gustaban los idiomas, pero enEdimburgo empezaba a darme cuenta de que miingls, que yo crea de casi excelente, era ms biende un nivel tirando a macarrnico.

    Qu ms?

  • Bueno, segn los directores de SurrealSummers, el monitor ideal debe de poseer unalarga lista de cualidades: extravertido, decidido,con sentido del humor. Todo lo que pueda ayudar allevarte bien con los chicos a los que acompaas.Incluso con los que no quieren ser tus amigos,claro. Tristn hizo una pausa y me mir conintencin. Volv a pegar un bufido y mene lacabeza. Le dediqu una sonrisa burlona que queradecirle que me daban igual sus absurdasindirectas. l sigui hablando: Por supuesto, elmonitor perfecto no existe. En realidad, basta conque en la prctica seas lo suficientementeresponsable para no saltarte el Declogo.

    El declogo? interrump yo, sincomprender.

    El Declogo de Normas.Normas? Crea que en Surreal Summers no

    haba normas me quej. Eso dice el anuncio,no? Tu verano surrealista, tu verano sin

  • normas.No me refiero a los alumnos aclar

    Tristn, me refiero a las normas que tenemos losmonitores.

    Los monitores tenis normas? preguntincrdula.

    Un montn.Como cules?Bueno, vers, la mitad de ellas son poco

    importantes empez a decir Tristn. Porejemplo, que los monitores no debemos fumar nibeber delante de los alumnos, y cosas as.

    Dar buen ejemplo.Exactamente asinti l. Luego hay otras

    normas que son ms difciles de cumplir. Una deellas es la de tener controlado el paradero detodos los alumnos, no dejar que nadie se extrave,ni deambule solo por la ciudad.

    Nos remos. Aquella tarde me rea sin darmecuenta. No me apeteca nada rerle las gracias a

  • aquel monitor que iba de enrollado, pero de prontome encontraba a m misma con la sonrisa en loslabios y ya era demasiado tarde para disimular.

    Otra de las ms importantes y difciles decumplir continu Tristn es la de no permitirque haya accidentes, ni secuestros, nihospitalizaciones.

    Creo que no es necesario ser tan dramtico.Ahora fue l el que me mir extraado.No te creas que sea tan raro me dijo.

    No exagero, puede pasar.Secuestros? Hospitalizaciones?, me

    preguntaba yo. Bueno, si eso era posible, el cursode verano podra ponerse interesante. El mejorverano de tu vida, Fidelia. Imagnate la cara que sele queda a mam si se entera de que su nica hijaest secuestrada y piden por ella un rescate de unmilln de libras.

    Otra norma: nada de drogas.Esa norma tambin afecta a los alumnos, por

  • si no lo habas notado.Ciertamente corrobor l. Pero no me

    vas a negar que sea por vuestro bien. Ya s que lonico que os apetece durante el verano es hacerlocuras, pero hay locuras que es mejor no cometer,Delia.

    Estuve a punto de decirle que, en ese aspecto,por m no tendra que preocuparse. Yo era unapersona tan aburrida que ni el mero hecho deprobar lo desconocido, algo tan fascinante para lamayora, despertaba en m ningn tipo de inters.Mir hacia delante y me cambi la mochila dehombro. A lo lejos se vea la silueta de losedificios que constituan el cuerpo y lasextremidades del ideann College.

    Quieres or ms? pregunt Tristn.Todava hay ms normas?Pues claro, la lista de prohibiciones es

    interminable respondi l, meneando la cabezay sonriendo brevemente. Prohibido gastarse el

  • dinero en estupideces, prohibido contactardirectamente con los padres, prohibidoescaquearse de las responsabilidades, prohibidoacercarse a los alumnos.

    Acercarse a los alumnos? interrump.Qu significa eso exactamente?

    Lo que ests pensando dijo l, asintiendocon la cabeza. La norma nmero tres delDeclogo prohbe tajantemente que cualquiermonitor o monitora tenga ningn tipo de relacincon los chicos y chicas que vaya ms all de lasimple amistad.

    Pero eso ya es obvio dije. Necesitisque os lo recuerden?

    Obvio, por qu?Vamos, a qu clase de monitor se le

    ocurrira hacer algo as?A uno muy poco profesional, ciertamente.Nos quedamos un rato callados. De repente

    pens en todas esas chicas. Emma, Sabrina,

  • Andrea, la chica que se haba cado al llegar a laresidencia la noche anterior, y todas las demschicas de las cuales no conoca el nombre y que,literalmente, babeaban ante los supuestos encantosde Tristn.

    Pues me temo que este verano vas a tenerque ser muy profesional.

    Acab de soltarlo y me arrepent al instante.Haba pensado en voz alta, para nada tena ganasde comunicarle ese pensamiento a Tristn.

    Cmo dices?Sent la ebullicin bajo la piel de mis mejillas.

    La sangre subindome a la cabeza yrecorrindomela, desde la barbilla hasta lassienes, pasando por la nariz, las orejas y losprpados. Qu horror. Menos mal que estabaoscuro y Tristn no poda ver la intensidad de misonrojo. Aunque eso no cambiaba nada, habametido la pata y me senta igual de idiota, se meviera la cara roja o no.

  • Te ests sonrojando?Encima Tristn deba de poseer visin

    infrarroja: vea en la oscuridad.Qu has querido decir con eso?Su voz sonaba aguda, cantarina. Ahora se rea,

    se burlaba de m. Tena que aclararloinmediatamente si no quera que Tristninterpretara cosas que no eran para nada ciertas.Me aclar la voz.

    Quera decir empec, que, bueno, queconozco algunas chicas que haran lo imposiblecon tal de saltarse la norma nmero tres de tudeclogo.

    Algunas chicas?Tristn haba vuelto a pararse. Dirig la mirada

    hacia l y lo vi devolvindomela con ojos entredivertidos y desconcertados. Ahora las cejas ya noestaban arqueadas sino corrugadas como unacorden de pelos oscuros. Idiota, seguro queestaba imaginndose que yo era alguna de aquellas

  • chicas.No me mires as, acaso crees que estoy

    hablando por m? Hablo de otras chicas le dije,sacndole la lengua; un gesto algo infantil, loreconozco, pero estaba ofuscada con l. Y qums da. No tengo por qu contrtelo.

    Tristn volvi a emprender el paso y solt unasonrisita burlona.

    Claro que no repuso al final. En todocaso, puedes decirles a esas chicas que Tristn esun monitor muy profesional y que bajo ningnconcepto est dispuesto a saltarse la normanmero tres del Declogo.

    Ya, claro. Eso ya lo veramos. Volv a pensaren mis compaeras. Todas esas chicas de cuerposesplndidos luciendo sus vestidos de verano y suspiernas perfectas. Todos los chicos estabanembobados con ellas. Tristn era apenas unos aosmayor que todos nosotros, pareca uno ms denuestro grupo. Adems, yo ya me conoca lo de

  • bajo ningn concepto. Bajo ningn conceptomam y pap te van a defraudar. Bajo ningnconcepto tu mejor amiga va a traicionarte. Bajoningn concepto vamos a dejarte sola. A lo largode mi corta vida, bajo ningn concepto habasufrido una transmutacin semntica y se habaconvertido en lo siento mucho, pero as es lavida, cario.

    A medida que deshilbamos esa absurdaconversacin, habamos llegado ya al hall de laresidencia del ideann College. Haba algunoschicos yendo de un lado para otro, pegando gritosy rindose de cosas triviales como los dibujos quelas primeras gotas de lluvia salpicaban sobre loscharcos o el color que adquieren las zapatillasdeportivas despus de todo un da de excursin.

    Vas a poder llegar hasta tu habitacin o vasa perderte por el camino?

    Mir a Tristn, que a su vez me miraba conojos interrogantes, cejas arqueadas otra vez y esa

  • ridcula sonrisa de labios entreabiertos, que mehubiera dado mucha rabia de no ser porque,aparentemente, pareca del todo genuina. Porsupuesto, no dignifiqu su pregunta con unarespuesta y me largu dando trotes hacia lasescaleras y hacia la habitacin 209.

    Nada ms llegar a la segunda planta, un tropelde gallinas alocadas con las hormonas fuera decontrol se ech sobre m.

    Qu te ha dicho?De qu habis hablado?Est igual de bueno de cerca que de lejos?Pas de ellas olmpicamente y me encerr en

    mi cuarto. Nada ms cerrar la puerta me tumbsobre mi cama. En la cama de enfrente, Emma,Andrea y Sabrina me miraban fijamente con ojosinterrogantes y cejas arqueadas. Ninguna de lastres dijo nada pero estaba convencida de que milesde pensamientos absurdos estaban pasando por susmentes.

  • Era un mundo de locos, pero no me importaba,porque ya haca tiempo que me haba dado cuentade ello y estaba totalmente inmunizada.

    O eso crea yo.

  • JuegoLa sensacin de pez fuera del agua no me habaabandonado. Era la noche del sbado yllevbamos unas cuarenta y ocho horas enEdimburgo pero yo segua sintindome como lapieza del puzle que no encajaba en ninguna parte.Estbamos sentados los ocho en nuestra mesa delrincn del comedor. Los ocho ramos la troupehabitual, los que siempre nos sentbamos en lamisma mesa: las chicas, Emma, Andrea, Sabrina yyo, y los chicos, Carlos, Daniel, Santi y Raque.

    A mi izquierda, Emma y Sabrina cuchicheabande forma descarada, rindose por lo bajini y devez en cuando soltando palabras inconexas que seelevaban por encima del murmullo de nuestramesa. Al parecer, suceda algo entre Emma yCarlos, aunque yo no estaba muy al corriente dequ era exactamente. Todo lo contrario de Sabrina,que, gracias a su papel de confidente, estaba

  • enterada de prcticamente todo lo referido al chicode la coleta y los piercings, y, en consecuencia,aconsejaba a Emma en todos aquellos aspectos enlos que la otra se dejaba aconsejar, asintiendosilenciosamente y haciendo comentarios cuandoera estrictamente necesario.

    A mi derecha, pegado a m como un hermanosiams, Raque estaba aleccionando a Santi sobrelas ventajas y los inconvenientes de tener untelfono mvil como el suyo: cmara de fotos,opciones multimedia por un tubo, conexin aInternet y muchas otras cosas que no comprend.Santi deca que s con la cabeza y de vez encuando, cuando Raque se lo permita, se atreva atoquetear algunas de las teclas del aparato. Loschicos y las nuevas tecnologas: otro terreno aexplorar. Tal vez ms adelante, me dije sin ningntipo de entusiasmo.

    Frente a m, Andrea y Daniel estaban sumidosen una acalorada discusin sobre gneros

  • cinematogrficos, el hilo de la cual me eraimposible seguir, pero me llamaba la atencin laforma en que se desarrollaba la conversacin. Elfuncionamiento era el siguiente: Daniel deca algo,haca una afirmacin concreta sobre un temaespecfico, mientras Andrea escuchaba con losojos muy abiertos pero se aguantaba las ganas decontestarle. Acto seguido, Daniel se callaba yAndrea se dispona a contradecir a Daniel en todolo que haba dicho. Y as sucesivamente. No mepas por alto el hecho de que Andrea a menudo lepropinaba algn que otro puetazo amistoso a suinterlocutor, a lo cual l le responda con un suavetirn de trenzas, que ms que un tirn pareca unacaricia con segundas intenciones.

    Frente a m, tambin, sentado codo con codocon Daniel, se encontraba Carlos. Carlos, en elpoco tiempo que llevaba en Edimburgo me habadado cuenta de ello, estaba aqu paraincomodarme. Era mi pesadilla personal. Se meta

  • conmigo siempre que tena ocasin, se burlaba demi forma de hablar, me miraba por encima delhombro. Ahora mismo, pareca no tener otra cosaque hacer que observarme fijamente. Yo no ledevolva la mirada, por supuesto, pero lo saba.Intua que sus enormes ojos saltones, ojos de sapo,seguan cada uno de los pasos de mi tenedor. Nocomprenda cul era su problema. La sensacin noera exactamente de incomodidad, era ms bien declaustrofobia, casi tan desagradable como cuandome vi encerrada en aquel dichoso aparato volador.Pero las miradas no eran lo peor que Carlos sabasacar de s mismo. Lo peor era que, a lo largo delas comidas, el chico se empeaba en darmepatadas por debajo de la mesa. Sus enormes piesmetidos en sus zapatillas deportivas de marcasalan disparados cada dos por tres con un nicoobjetivo: mis huesudos y salientes tobillos. Laprimera vez que lo hizo, el da anterior durante eldesayuno, fue de forma sutil, pequeos roces casi

  • imperceptibles, una molestia soportable. Pero, alpercatarse de la falta de inters de mis tobillos pordevolverle el golpe, las pataditas de Carlos sehaban hecho ms frecuentes y menos sutiles,propinndome descaradamente lo que se conocecomo puntapis en toda regla. Cada vez que metocaba sentarme para comer, no saba cmoponerme y solo esperaba el momento de acabarpara levantarme a toda prisa y escapar de esosaparatosos pies obsesionados con mis pobres ydolidos tobillos.

    Aquella noche ni siquiera me molest encomerme el postre. Una manzana abotargada queempezaba a oler a podredumbre. La visin deaquella fruta en mal