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Antología de Mujeres Poetas

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Alfonsina Storni, Gabriela Mistral y Juana de Ibarborau

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Page 1: Antología de Mujeres Poetas

ALFONSINA STORNI

La Loba (Tomado del poemario La inquietud del rosal, 1916)

Yo soy como la loba. Quebré con el rebaño Y me fui a la montaña

Fatigada del llano.

Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley, Que no pude ser como las otras, casta de buey Con yugo al cuello; ¡libre se eleve mi cabeza!

Yo quiero con mis manos apartar la maleza.

Mirad cómo se ríen y cómo me señalan Porque lo digo así: (Las ovejitas balan

Porque ven que una loba ha entrado en el corral Y saben que las lobas vienen del matorral).

¡Pobrecitas y mansas ovejas del rebaño! No temáis a la loba, ella no os hará daño.

Pero tampoco riáis, que sus dientes son finos ¡Y en el bosque aprendieron sus manejos felinos!

No os robará la loba al pastor, no os inquietéis;

Yo sé que alguien lo dijo y vosotras lo creéis Pero sin fundamento, que no sabe robar Esa loba; ¡sus dientes son armas de matar!

Ha entrado en el corral porque sí, porque gusta De ver cómo al llegar el rebaño se asusta, Y cómo disimula con risas su temor

Bosquejando en el gesto un extraño escozor...

Id si acaso podéis frente a frente a la loba Y robadle el cachorro; no vayáis en la boba Conjunción de un rebaño ni llevéis un pastor...

¡Id solas! ¡Fuerza a fuerza oponed el valor!

Ovejitas, mostradme los dientes. ¡Qué pequeños! No podréis, pobrecitas, caminar sin los dueños

Por la montaña abrupta, que si el tigre os acecha No sabréis defenderos, moriréis en la brecha.

Yo soy como la loba. Ando sola y me río Del rebaño. El sustento me lo gano y es mío

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Donde quiera que sea, que yo tengo una mano

Que sabe trabajar y un cerebro que es sano.

La que pueda seguirme que se venga conmigo. Pero yo estoy de pie, de frente al enemigo,

La vida, y no temo su arrebato fatal Porque tengo en la mano siempre pronto un puñal.

El hijo y después yo y después... ¡lo que sea! Aquello que me llame más pronto a la pelea.

A veces la ilusión de un capullo de amor Que yo sé malograr antes que se haga flor.

Yo soy como la loba,

Quebré con el rebaño Y me fui a la montaña Fatigada del llano.

Tú me quieres blanca (Tomada de El dulce Daño, 1919)

Tú me quieres alba, me quieres de espumas,

me quieres de nácar. Que sea azucena

Sobre todas, casta. De perfume tenue. Corola cerrada.

Ni un rayo de luna filtrado me haya.

Ni una margarita se diga mi hermana.

Tú me quieres nívea, tú me quieres blanca, tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas las copas a mano,

de frutos y mieles los labios morados.

Tú que en el banquete cubierto de pámpanos dejaste las carnes

festejando a Baco.

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Tú que en los jardines

negros del Engaño vestido de rojo

corriste al Estrago. Tú que el esqueleto

conservas intacto no sé todavía por cuáles milagros,

me pretendes blanca (Dios te lo perdone),

me pretendes casta (Dios te lo perdone), ¡me pretendes alba!

Huye hacia los bosques,

vete a la montaña; límpiate la boca; vive en las cabañas;

toca con las manos la tierra mojada; alimenta el cuerpo

con raíz amarga; bebe de las rocas;

duerme sobre escarcha; renueva tejidos con salitre y agua:

Habla con los pájaros

y lévate al alba. Y cuando las carnes te sean tornadas,

y cuando hayas puesto en ellas el alma que por las alcobas

se quedó enredada, entonces, buen hombre,

preténdeme blanca, preténdeme nívea, preténdeme casta.

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Voy a dormir (Se dice que fue el último poema que escribió Alfonsina

antes del suicidio)

Dientes de flores, cofia de rocío, manos de hierbas, tú, nodriza fina, tenme prestas las sábanas terrosas

y el edredón de musgos escardados. Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.

Ponme una lámpara a la cabecera; una constelación; la que te guste;

todas son buenas; bájala un poquito. Déjame sola: oyes romper los brotes...

te acuna un pie celeste desde arriba y un pájaro te traza unos compases

para que olvides... Gracias. Ah, un encargo: si él llama nuevamente por teléfono

le dices que no insista, que he salido...

La palabra (De Ocre)

Naturaleza; gracias por este don supremo del verso, que me diste; yo soy la mujer triste

a quien Caronte ya mostró su remo.

¿Qué fuera de mi vida sin la dulce palabra? Como el óxido labra Sus arabescos ocres,

Yo me grabé en los hombres, sublimes o mediocres.

Mientras vaciaba el pomo, caliente, de mi pecho, No sentía el acecho, Torvo y feroz, de la sirena negra.

Me salí de mi carne, gocé el goce más alto: Oponer una frase de basalto

Al genio oscuro que nos desintegra.

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GABRIELA MISTRAL

Los sonetos de la muerte (1952)

I

Del nicho helado en que los hombres te pusieron, te bajaré a la tierra humilde y soleada. Que he de dormirme en ella los hombres no supieron, y que hemos de soñar sobre la misma almohada.

Te acostaré en la tierra soleada con una

dulcedumbre de madre para el hijo dormido, y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna

al recibir tu cuerpo de niño dolorido.

Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas, y en la azulada y leve polvareda de luna, los despojos livianos irán quedando presos.

Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,

¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna bajará a disputarme tu puñado de huesos!

II

Este largo cansancio se hará mayor un día, y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir arrastrando su masa por la rosada vía,

por donde van los hombres, contentos de vivir...

Sentirás que a tu lado cavan briosamente, que otra dormida llega a la quieta ciudad. Esperaré que me hayan cubierto totalmente...

¡y después hablaremos por una eternidad!

Sólo entonces sabrás el por qué no madura para las hondas huesas tu carne todavía,

tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.

Se hará luz en la zona de los sinos, oscura; sabrás que en nuestra alianza signo de astros había y, roto el pacto enorme, tenías que morir...

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III

Malas manos tomaron tu vida desde el día en que, a una señal de astros, dejara su plantel nevado de azucenas. En gozo florecía.

Malas manos entraron trágicamente en él...

Y yo dije al Señor: -"Por las sendas mortales le llevan. ¡Sombra amada que no saben guiar!

¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales o le hundes en el largo sueño que sabes dar!

¡No le puedo gritar, no le puedo seguir! Su barca empuja un negro viento de tempestad.

Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor"

Se detuvo la barca rosa de su vivir... ¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?

¡Tú, que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!

TODAS ÍBAMOS A SER REINAS

Todas íbamos a ser reinas, de cuatro reinos sobre el mar: Rosalía con Efigenia

y Lucila con Soledad.

En el valle de Elqui, ceñido de cien montañas o de más,

que como ofrendas o tributos arden en rojo y azafrán.

Lo decíamos embriagadas, y lo tuvimos por verdad,

que seríamos todas reinas y llegaríamos al mar.

Con las trenzas de los siete años,

y batas claras de percal,

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persiguiendo tordos huidos

en la sombra del higueral.

De los cuatro reinos, decíamos, indudables como el Korán,

que por grandes y por cabales alcanzarían hasta el mar.

Cuatro esposos desposarían, por el tiempo de desposar,

y eran reyes y cantadores como David, rey de Judá.

Y de ser grandes nuestros reinos,

ellos tendrían, sin faltar, mares verdes, mares de algas, y el ave loca del faisán.

Y de tener todos los frutos,

árbol de leche, árbol del pan, el guayacán no cortaríamos

ni morderíamos metal.

Todas íbamos a ser reinas, y de verídico reinar; pero ninguna ha sido reina

ni en Arauco ni en Copán...

Rosalía besó marino ya desposado con el mar,

y al besador, en las Guaitecas, se lo comió la tempestad.

Soledad crió siete hermanos y su sangre dejó en su pan,

y sus ojos quedaron negros de no haber visto nunca el mar.

En las viñas de Montegrande,

con su puro seno candeal, mece los hijos de otras reinas y los suyos nunca-jamás.

Efigenia cruzó extranjero

en las rutas, y sin hablar,

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le siguió, sin saberle nombre,

porque el hombre parece el mar.

Y Lucila, que hablaba a río, a montaña y cañaveral,

en las lunas de la locura recibió reino de verdad.

En las nubes contó diez hijos y en los salares su reinar,

en los ríos ha visto esposos y su manto en la tempestad.

Pero en el valle de Elqui, donde

son cien montañas o son más, cantan las otras que vinieron y las que vienen cantarán:

-"En la tierra seremos reinas,

y de verídico reinar, y siendo grandes nuestros reinos,

llegaremos todas al mar".

Juana de Ibarbourou

Amémonos

Bajo las alas rosa de este laurel florido, amémonos. El viejo y eterno lampadario de la luna ha encendido su fulgor milenario

y este rincón de hierba tiene calor de nido.

Amémonos. Acaso haya un fauno escondido junto al tronco del dulce laurel hospitalario y llore al encontrarse sin amor, solitario,

mirando nuestro idilio frente al prado dormido.

Amémonos. La noche clara, aromosa y mística tiene no sé qué suave dulzura cabalística. Somos grandes y solos sobre el haz de los campos

y se aman las luciérnagas entre nuestros cabellos,

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con estremecimientos breves como destellos

de vagas esmeraldas y extraños crisolampos.

Amor El amor es fragante como un ramo de rosas. Amando, se poseen todas las primaveras.

Eros trae en su aljaba las flores olorosas de todas las umbrías y todas las praderas.

Cuando viene a mi lecho trae aroma de esteros, de salvajes corolas y tréboles jugosos.

¡Efluvios ardorosos de nidos de jilgueros, ocultos en los gajos de los ceibos frondosos!

¡Toda mi joven carne se impregna de esa esencia! Perfume de floridas y agrestes primaveras

queda en mi piel morena de ardiente transparencia perfumes de retamas, de lirios y glicinas.

Amor llega a mi lecho cruzando largas eras y unge mi piel de frescas esencias campesinas.

Rebelde

Caronte: yo seré un escándalo en tu barca. Mientras las otras sombras recen, giman o lloren,

y bajo tus miradas de siniestro patriarca las tímidas y tristes, en bajo acento, oren,

Yo iré como una alondra cantando por el río y llevaré a tu barca mi perfume salvaje,

e irradiaré en las ondas del arroyo sombrío como una azul linterna que alumbrara en el viaje.

Por más que tú no quieras, por más guiños siniestros que me hagan tus dos ojos, en el terror maestros,

Caronte, yo en tu barca seré como un escándalo. Y extenuada de sombra, de valor y de frío,

cuando quieras dejarme a la orilla del río me bajarán tus brazos cual conquista de vándalo.

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Mujer

Si yo fuera hombre, ¡qué hartazgo de luna,

de sombra y silencio me había de dar! ¡Cómo, noche a noche, solo abularía

por los campos quietos y por frente al mar! Si yo fuera hombre, ¡qué extraño, qué loco, tenaz vagabundo que había de ser!

¡Amigo de todos los largos caminos que invitan a ir lejos para no volver!

Cuando a mí me acosan ansias andariegas ¡qué pena tan honda me da ser mujer!