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Antología El Mensú Ediciones 2010

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Antología narrativa y poética, resultado del primer concurso realizado por la editorial

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Colección

Reuniones

El mensú edicioneswww.elmensuediciones.com.ar

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Editor: © Darío FalconiImagen de tapa e interiores: © Silvina UsabarrenaLogo editorial: © Santiago Gallardo Imagen y Diseños: © Darío Falconi

© 2010 Damián Jerónimo Andreñuk; Nora Baker de Zandrino; Jorge Miguel Barberi; Daniel Horacio Brondo; Beatríz Teresa Bustos; Alicia Duo; Mercedes Espinosa de Peretti; Liliana González; Francisco Alberto López; Juan Martí; María del Carmen Mladinic Maimone; Mariana Mussetta; Griselda Rulfo; Liliana Savoia; Evangelina Sodero y Américo Pablo Tissera.

© 2010 EL MENSÚ [email protected](0353) 154201252

ISBN 978-987-25748-8-8Libro de edición argentina.

Prohibida la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito de su Editor. Su infracción

será penada por las leyes 11.723 y 25.446.

Contacto con los autores:

[email protected]

Antología literaria 2010 : 1º Concurso Nacional El Mensú Ediciones / ilustrado por Silvina Usabarrena. - 1a ed. - Villa María : El Mensú Ediciones, 2010. 100 p. : il. ; 21x15 cm. - (Reuniones; 2) ISBN 978-987-25748-8-8

1. Antología Li8teraria. I. Usabarrena, Silvina, ilus. CDD A860

Fecha de catalogación: 07/12/2010

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ANTOLOGÍA LITERARIA2010

El mensú . reuniones . 02

1° Concurso NacionalEl mensú ediciones

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ANTOLOGÍA LITERARIA2010

1° Concurso NacionalEl mensú ediciones

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Palabras previas

Estimado lector, el libro que tienes en tus manos es el resultado de un esfuerzo. El esfuerzo de haber puesto en marcha un nuevo proyecto editorial, que tuvo el atrevimiento de darse a conocer mediante un certamen literario para todo el país.

El primer “Concurso literario nacional de poesía y cuento” se propuso dos objetivos fundamentales que fueron, por un lado, propiciar la participación de escritores de Argentina para editarlos y difundirlos y por el otro el anhelo de que el nombre de nuestro sello editorial comience a flotar en las charlas de los escritores. “El mensú”, es un pequeño grupo de personas que dejan todo su esfuerzo en pos de lograr ediciones bien cuidadas y con la mayor responsabilidad.

Hoy es el día, llegó el momento de mostrar el resultado de esta convocatoria en la que se presentaron 21 cuentos y 34 poemas de diferentes localidades de la provincia de Córdoba como del país. Algunos de los escritos arribaron desde James Craik, Ausonia, San Francisco, Pasco, Marcos Juárez, Carrilobo, Villa María; como así también de La Plata, Rosario, Catamarca, Mendoza, Entre Ríos, Capital Federal, entre otros.

Para esa oportunidad se conformó un tribunal de lectura cuyos miembros fueron los siguientes:

Eduardo Cichy - Escritor.Fabián Mossello - Magister en Literaturas Latinoamericanas.Darío Falconi - en representación de El Mensú Ediciones.

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El fallo del jurado fue el siguiente:

Género POESÍA

1. Ceremonia salvaje Evangelina Sodero – Villa María - Córdoba Diploma + medalla + 15 ejemplares de la antología.

2. Cuaderno de bitácora Beatríz Teresa Bustos – San Francisco – Córdoba Diploma + medalla + 10 ejemplares de la antología.

3. El aljibe Evangelina Sodero – Villa María – Córdoba Diploma + medalla + 8 ejemplares de la antología.

4. Cimientos de diamante Damián Jerónimo Andreñuk – La Plata – Buenos Aires Diploma + 5 ejemplares de la antología.

5. Golpe Mariana Mussetta – Villa María – Córdoba Diploma + 5 ejemplares de la antología.

6. Un circo de piratas Damián Jerónimo Andreñuk – La Plata – Buenos Aires Diploma + 5 ejemplares de la antología.

7. Aunque no te lo diga Francisco Alberto López – Mendoza Diploma + 3 ejemplares de la antología.

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8. Salmo Nora Baker Zandrino – Villa María – Córdoba Diploma + 3 ejemplares de la antología.

9. A Federico García Lorca Juan Martí – Ramos Mejía – Buenos Aires Diploma + 3 ejemplares de la antología.

10. Como todos los pájaros Francisco Alberto López – Mendoza Diploma + 3 ejemplares de la antología.

Género CUENTO

1. La venta de una mujer Alicia Duo – Mendoza Diploma + medalla + 15 ejemplares de la antología.

2. Cruzar la ruta María del Carmen Mladinic Maimone – V. Nueva – Mendoza Diploma + medalla + 10 ejemplares de la antología.

3. El camino sigue y sigue Jorge Miguel Barberi – Marcos Juárez – Córdoba Diploma + medalla + 8 ejemplares de la antología.

4. Emilia y Paula Mercedes Espinosa de Peretti – Villa María – Córdoba Diploma + 5 ejemplares de la antología.

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5. El sueño Daniel Horacio Brondo – Villa Udaondo – Buenos Aires Diploma + 5 ejemplares de la antología.

6. Sutiles mutaciones Liliana Savoia – Rosario Diploma + 5 ejemplares de la antología.

7. El indulto Américo Pablo Tissera – Carrilobo – Córdoba Diploma + 3 ejemplares de la antología.

8. El gato del capitán Griselda Rulfo – Villa María – Córdoba Diploma + 3 ejemplares de la antología.

9. Trilogía de un secreto Liliana González – Ramos Mejía – Buenos Aires Diploma + 3 ejemplares de la antología.

10. Adriana Francisco Alberto López – Mendoza Diploma + 3 ejemplares de la antología.

El agradecimiento a todos ustedes que confiaron en nosotros.

Darío Falconieditor responsable

El Mensú Ediciones

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Ceremonia salvajeEvangelina SODERO

Correr con los ojos tapados.Asomarse a la mirilla de nuestra casa interna.El pelo suelto.Los labios encendidos.Los brazos abiertos.Los pechos delirantes.La cintura desquiciada.Que me acaricen los brazos del viento.Que toquen fondo en mi herida,hasta sangrarme.Tragarme las mariposas muertasy que resuciten en el jardín de mis memorias.Que la luna se me trepe a la espaldacomo una mendiga.Que se enamore como una dementede su menguante reflejo en el lago.Que la bruma me dibuje niñoshamacándose de los árboles más altos.Que llueva hasta ahogarse la tierray se suiciden los inviernoscolgándose de las raíces.

Me asomo a la mirilla de mi casa interna.

Llora la sombra de uno mismo detrás de las rejas.No hay cerradura, llave, ni carcelero.Irme tan lejosque no me alcance ni siquiera Dios.Para no tener que confesar que he pecado.

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Cuaderno de bitácoraBeatríz Teresa BUSTOS

Echar al viento las carnes, arder de silencios,y desde el olvido, arrojarsesin tener más asidero que el dolor insoportablede saberse limitada. Frágil.

Las palabras son cicatrices por donde se fuganrebaños de esperanzas.Fértiles sinfonías que se pierdenen el horizonte de los párpados.El día, es una alforja de incienso y cenizas.

Sobre umbrales de nombres mi sombraes desguazada por el destral de la costumbre.La razón, lanza su red...Impiadosa coraza que asfixia mi cirteza.Sangra mi sabia.Gimen mis alas.

Tensar los instantes y ensanchar los límites del pecho,clavar las pupilas en el silencio y levar anclas.No volverse a socorrer al latido de los besos,que han quedado aprisionados entre espejismos y velos.

Sentir que el viento siembra espinas en tus aguas,y al mar arrojar dardos a tu vela.Aprender a tallar en el cuaderno de bitácora,libertadores vocablos, jamás cadenas.Para que nadie sepa -jamás- si en el viajelos ecos del miedo me pusieron piedras.

Aprender que el salitre se torna azúcar,cuando se ha bogado el alma, a cielo abierto,con el sangre alertapara discernir si la playa me será refugio...o... sólo arena.

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El aljibeEvangelina SODERO

(a Alfonsina Storni)

Sucedió en la casa.En el patio de la casa.Justo debajo del algarrobo.Allí donde un rayo de sol acribilló a la ternura.Cuando las muñecas jugaban a ser niñasy las niñas jugaban a ser muñecas.

Sucedió en el aljibedonde se miran los muertos y nadie más.

Una voz diáfana y dulce canta arrorroes en la noche.Adentro de las griferías, rondas de niños.Un perro que ladra queriéndose librar de las cadenas.La luna toca fondo y sale para secarse los ojos con la oscuridad.Olor a tarde interrumpida.Abandonaron en mitad de juego.Una mano que grita sin voz.

Perfil de muñecaahogándose en el fondo turbio del aljibe.

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Cimientos de diamanteDamián Jerónimo ANDREÑUK

Nacía y moría al mismo tiempo

una causa efímera

que no puede prolongarse,

una luz

carente de esperanza

que ingresaba en mis ojos.

Un amor postergado.

Me creí del lado de los incurables,

presa del tigre y del destierro.

Ahora despierto

con cimientos de diamante.

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GolpeMariana MUSSETTA

Atraviésame la vidacomo un rayotan rápido, tan fuerteque no duele.Cauterizada, la herida soporta El universoEn el borde abierto.Ante mí Los días, Lo hecho y no hecho:Imagen congeladaDe frisos infinitos Y yoEnmudecida.Suspendida.Inerte.

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Un circo de piratasDamián Jerónimo ANDREÑUK

Por mi temor,porque mis fantasíasdevoraron tu carne.No sési pensarte me condenao me alivia y me sana.Ahora espero la auroracon mis ojos desechos.

Cómo temblaba inexplicablecuando nos compartíamos en gracia(quién recuerda esas cosas tan profundas que se han vuelto nimiedades).Pero estoy firme ampliándomey desvanecidosolosobre un circo de piratasdonde se dice amor sin entenderlo.

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Aunque no te lo digaFrancisco Alberto LÓPEZ

Dónde quedó tu voz,tus dos campanas,tu decir las cosas por su nombrecon ese modo de silencio y latidopurifando el airepor este mundo vivido que nos queda.Acaso el vientole puso espuelas a las nubespara vendar tus díasy dejar el costado de tu luzen la tiniebla?...

Cuando asome el otoño su caminoy su bandera en viloque viene construyendo su lenguajey vegetal deliriodel milagro nidal de la alboradoque le enciende proclamas al racimono escuchará por el viejo senderouna canción de cuna que se quedó en el vientre.

Mientras tantode aquí,desde este habitarte en la palabracuando el regreso se hace mediodíaen esa costumbre de silbar bajitosiento,que el vuelo de tu sombraha nacido de nuevo.

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SalmoNora Baker ZANDRINO

Busquésabiduríarespuestapara un camino a tomar.

Esperé.

Esperécon la ansiedadde una larga noche de insomnio.

Me sorprendió encontrarlaen el laberintode mi propiocorazón.

En ese lugaríntimopercibíTu Presencia

yrecibílas señalesde mi nuevo camino.

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A Federico García LorcaJuan MARTÍ

Una voz pintada en melodía,como ave que adornacon su pluma la rama,y su trino viste de alegría,al bosque que ilumina la mañana.

Van otros a gozar su canto,disfrutar con élla sombra del verdoso campo,de su letra,su clara alma de poeta.

Más hay quien aborrece la viday produce del trueno el relámpago,corta la magia de natural bellezay cae como lluvia el llanto.

España, la intolerante,a Federico le quitó la vida.Y en las tierras de Granadasu sangre se hizo semilla.

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Como todos los pájarosFrancisco Alberto López

Como ocurre en lo cierto

nadie sabe

ni yo por los costadosrompe el silencio todo lo bebidoy se vuelven los caminosa decirlesbusca un tropel por los terronesla hoja vierte los otoños casa amanecidano buscaron como llueveacaso son ajenos a la nadahilando finoni ellos ni los otrosaquellos sise quedó la cinturaen el lecho del ríoy el saborllenos de viento para el hombrecon su tono despaciocomo sabe la hora envejecidala puerta no está abiertahay un misterio que tampocono sé hasta donde llegasi no lo decidieronpara que sea una casa amanecidano detuvieron los antiguoshe recorrido el sitio.

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La venta de una mujerAlicia Duo

Me disponía a tomar el tren subterráneo cuando ella pasó por mi lado. Tuve la seguridad de que no me había visto. Pensé que si lo hubiera hecho, de todas maneras, no me hubiera reconocido. En cambio, a pesar del tiempo transcurrido, yo no la había olvidado. Corrí para alcanzarla y los recuerdos venían conmigo como hilo desenvuelto en giros rápidos de un nostálgico carretel.

En febrero de 1998 anduve por el norte del país. Me enviaron para investigar qué pasaba, en esa zona, con los yacimientos metalíferos. Averigüé qué sucedía y volví a Buenos Aires. Dejé a mis directivos la información recabada, algunas fotos, determinada documentación.

En marzo del mismo año y con misión similar, me encontraba en las fronteras de las provincias de San Luis y Mendoza. Me había unido a unos ingenieros que viajaban en camiones hacia el sur. Participaban en explotaciones de cuencas metalíferas. Sabían de metales y tenían sus experiencias. “Buen material”, pensé y me quedé con ellos. Viajábamos de noche y nos deteníamos de día. Un plan determinado por la temperatura. De noche disfrutábamos del aire fresco; de día nos quedábamos bajo la sombra de sauces o de eucaliptos.

Una de nuestras paradas fue en Río Desagüadero. Al mismo sitio en el que acampamos se aproximó un centenar de bolivianos y peruanos. Eran trabajadores golondrinas: jornaleros que llegaban del exterior. Conocía su historia y, en alguna oportunidad, había escrito sobre ellos. Representaban mano de obra barata para los cultivos. Pasaban por las fincas; deambulaban entre la cosecha de uva, almendra, durazno o manzana. Cuando terminaban el trabajo, los echaban. Las autoridades

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los perseguían porque carecían de documentos de identidad y de domicilios fijos. Ellos persistían con sus inquietudes y con la familia a cuesta. La policía recibía denuncias. Los golondrinas eran sospechosos. Las necesidades los empujaban al robo. Algunos tomaban. Del alcohol surgían las pendencias; de las reyertas, los asesinatos. Los agentes del orden tenían la consigna de repatriarlos. Por la fuerza, los trasladaban en camiones hasta la frontera de una provincia con otra, para que finalmente se acercaran a su país. Los jornaleros aceptaban esas condiciones. Se marchaban, pero al año siguiente retornaban con las carpas, las mujeres, los niños, el incesto, las violaciones, los hurtos, las enfermedades.

Los vimos desparramar sus escasas pertenencias en el suelo; sacaron panes y frutas de los bolsos. Las criaturas se entretenían haciendo pilas con las piedras. Las madres alimentaban a los niños con trozos de melones o naranjas. El jugo les impregnaba las manos y las mangas de las camperas. Recuerdo las camperas. Las llevaban puestas aunque el sol rajara la tierra.

Entre ellos y nosotros se instaló, entonces, Fausto Rossi.Qué hacía Fausto Rossi en ese pedazo de campo caliente,

empobrecido por falta de agua, lo supe después, cuando sus empleados terminaron de armar unas tiendas flojas y primitivas, cuyos toldos se movían con el viento.

Rossi era un comerciante itinerante que aprovechaba la dispersión de los trabajadores golondrinas para sacarles, por medio de juegos y por el ofrecimiento de vestimentas y accesorios, lo poco que les quedaba de los jornales. Se presentaba con casillas rodantes que transformaba en tenderetes. Ofrecía en venta su revoltijo: radios, relojes, ropas de marcas falsificadas, armas ilegales, drogas. En las noches ponía música retumbante; canciones de estrofas repetitivas. Preparado el ambiente, abría mesas de juegos: pool, cartas, apuestas con dados,

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ruleta, adivinanzas, máquinas tragamonedas, entretenimientos de azar. Ofrecía variedad en las diversiones y un aparente bajo costo para el consumidor. Ganaba. Siempre. En el desierto no había competidores y los trabajadores se aburrían. Rossi los impelía hacia otra sensación.

Mi curiosidad me llevó a seguir con atención cada paso de Fausto. El comerciante apoyó sus mesas, desplegó tablones y abrió tiendas. Bajada la tarde, encendió lámparas de colores, hizo funcionar los altoparlantes y llamó a todos para participar en una noche de fiesta. Nosotros también dimos vueltas entre las casillas. Observábamos. Las mujeres revolvían prendas y adornos. Se tentaban con chucherías. Adquirían, entusiasmadas, bagatelas innecesarias. Los hombres desataban las monedas y los billetes enrollados en los pañuelos. Apostaban a las manos hábiles de los distribuidores de cartas. Soplaban sobre los cubiletes, para que los dados cayeran del lado de sus apuestas. Transpiraban con ansiedades de riquezas instantáneas y abrían botellas de cerveza que repartían entre ellos. En la tienda que funcionaba como bar compraban, en vasos de plástico, tragos de bebidas fuertes. Los líquidos se les filtraban en la sangre junto con el ensueño de la marihuana y de la coca.

Un boliviano que había apostado la mayor parte de sus ganancias en una ruleta, dijo que entregaba como pago, para seguir jugando, la mujer que vivía con él en sirviñaco. Ella era una morena de cabello lacio y ojos negros. Se la veía joven y muy bonita. Fausto dijo que la recibía; dio el crédito y se llevó la muchacha hacia su camión que, como un animal oscuro, estaba estacionado no lejos de las tiendas.

Los restantes jugadores siguieron con lo suyo. Quizá hubiera olvidado esta circunstancia si la joven no hubiera

aceptado, antes del trueque, tomar una copa conmigo. Yo la invité. Me había cansado de hablar únicamente con hombres y ella estaba sola. Esperaba sentada que su marido se olvidara de los números de la suerte

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y de las débiles conjeturas sobre riquezas sorpresivas. Charlamos. No era de mucho hablar. Me pidió la mano. La estudió detenidamente. Me dijo que yo no era golondrina. “Sos inteligente”, dijo. Me tocó la frente con dedos cálidos. “Muy inteligente”, repitió. Me hizo reír. Le confesé que, por lo general, me consideraba más bien afortunado que sabio. Agregué que, aún así, el destino no me había sido propicio en el amor. “Lástima” dijo. Volvió a pasarme los dedos por la frente. Le comenté que escribía, pero que muchas veces mi labor no me alegraba. “Qué pena”, murmuró y tenía los ojos humedecidos. Me sensibilizó. Había pasado meses en viaje, había realizado un trabajo investigativo de relevancia, pero me sentía un gran inútil. Daba informaciones importantes sobre temas que, personalmente, nunca iba a decidir. Tareas ajenas a mi voluntad. Me ardían los ojos. No estaba borracho. Reconocí mis tristezas por decepciones calladas. Un infierno que llevaba en mochila propia desde hacía largo tiempo. Ella se puso de pie, me acerqué más y la atraje hacia mí.

Nos fuimos detrás del precario bar. La abracé con ganas. Sentí que su rostro estaba mojado con las mismas lágrimas con las que se humedecía el mío.

—¡Justina! -llamó alguien-.La muchacha me dejó. Era la mujer del hombre que la había

ofrecido para pagar su derecho de jugador. Vi como Fausto la llevaba hacia su camión. Justina, muy rápido, se pasaba la mano por el rostro. Levantaba la cabeza. Tenía una mirada desafiante. No volteó hacia mí. Era como si yo hubiera dejado de existir. Me junté con los de mi grupo. Conversaban entre ellos y reían.

Pasada la medianoche, nos retiramos hacia nuestro campamento y cargamos nuestras cosas. De repente, escuchamos una explosión. El camión de Fausto ardía en llamas. Volaron pedazos de hierro. El fuego se transmitió a las matas secas de jarilla y de coirón. Las mesas y las

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tiendas empezaron a humear. Los empleados de Rossi corrían en busca de agua, que no tenían. Apuntaban a los estallidos con las botellas de soda. Hicimos lo posible por ayudar. No hubo víctimas. Sólo el camión permaneció ardiendo. El resto del incendió se controló.

Un jovencito peruano, que quiso seguir viaje con nosotros, me informó, con reticencia, sobre el origen del fuego: la muchacha había soportado la humillación que le había impuesto su compañero pero, en venganza, había hecho volar a Fausto entre las llamas. Ella, estaba seguro, también había fallecido quemada.

En el pueblo próximo, la policía nos dio la orden de alto. Indagaba sobre el incendio de los bienes de Fausto Rossi y la muerte del comerciante. Prestamos testimonio. Dijimos que los camiones de Fausto gaseaban demasiado, que los motores andaban mal y que creíamos que las llamas se habían iniciado cuando, al arrancar el camión principal, éste había largado chispas. Se percibía desde antes un fuerte olor a combustible. Algún ingeniero confirmó que el fuego había sido provocado por descuidos mecánicos. Ninguno mencionó la venta de la mujer. Yo callé la confidencia del muchacho peruano. No quería involucrarme y si hablaba tampoco lo favorecería a él.

No tuvimos más noticias sobre los trabajadores golondrinas ni sobre la pareja boliviana. Yo había obtenido fotos de las familias que acamparon, de sus hijos desarrapados y famélicos, de las madres porteadoras, de las cargas que llevaban en los hombros o sobre las cabezas, de las tiendas tentadoras de Fausto, de la mujer entregada como trueque por el juego y de las llamaradas que consumían las construcciones y se extendían por el campo con rastreo de víbora. Pensé en Justina. Si había permanecido en el camión su cuerpo estaría calcinado. Me acordé de sus afirmaciones sobre mi personalidad. Me sentí responsable. ¿Por qué no intervine y la defendí? Aborrecí mis notas y mis fotos. Decidí que nunca utilizaría el material. Me impuse un olvido forzado que pretendí cumplir.

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Y así fue, hasta el día en que la vi en la estación subterránea, con su cabello lacio y un bolso de vistosos colores colgado en la espalda. Avancé rápido. Empujaba a la gente que me apartaba de ella.

—¡Justina! -grité-.Se dio vuelta y me miró sin sorprenderse. Ella parecía estar fuerte,

aunque en sus ojos brillaba un dolor errático. Yo, otra vez, remolcaba angustias en las puertas de mi garganta.

—Muy inteligente -susurró-, y me tocó la frente con los dedos.Le dije que se equivocaba. Negaba una virtud de la que me sentía

falto. Le pedí perdón por esa noche de cobardes. Su mirada me trasladó hacia el lago oscuro de la nada.

—Está bien -dijo-. Tenía la voz que me llegaba como rumor de madre ante la cuna del hijo.

Me contó que había aprovechado la confusión para huir, en ómnibus, hacia una zona alejada del lugar. Otras mujeres la habían ayudado y la policía, a pesar de las investigaciones, no la ubicó. Comenzamos a caminar mientras ella conversaba. Me detuve en un negocio para comprar un paquete de cigarrillos. Cuando me di vuelta Justina ya no estaba. Había entrado a un vagón del subterráneo. Las puertas se cerraron antes que yo lograra subir. La vi alejarse. Pegada a los vidrios de la ventanilla se tocó la frente con los dedos y me señaló.

Desde entonces, retorno al mismo espacio, con iguales horarios y con la esperanza de descubrirla en una afortunada casualidad. Razones matemáticas, en las que creo, me inclinan a pensar que hay un porcentaje de posibilidades muy favorables para que, en un determinado lapso de tiempo, dos personas se reencuentren en un mismo lugar. Para evitar distracciones no compro cigarrillos. Me concentro frente a la multitud que pasa, me acuerdo de Justina y me olvido de fumar. No tengo dudas de que otro fuego es el que me hace esperar.

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Cruzar la rutaMaría del Carmen MLADINIC MAIMONE

El accidente carretero quebró la paz de la tarde campesina, hizo trizas la armonía del sitio, desvió el destino, hasta ese momento, ufano de dicha.

Era domingo.Los habitantes de los ranchos cercanos corrieron por el callejón;

primero, curiosos, luego urgidos por el socorro y la compasión. Gritos de dolor, pedidos de auxilio y luego un silencio súbito cargado de fatalidad. La muerte inició su ronda triunfante, orgullosa, invencible.

El ómnibus, bestia metálica desfigurada, yacía en el centro de la ruta.

Más allá, entre las piedras y yuyos de la banquina, tres personas, en extrañas posturas incómodas, parecían dormir prisioneras en un automóvil, por una de las ventanillas asomaba una mano negándose a soltar el oso de peluche.

Esparcidos en sitios insólitos había cuerpos mutilados, restos de asientos, filosos trozos de carrocería; las valijas abiertas enseñaban los más diversos contenidos. Sobre el asfalto raptaba una inmensa mancha rojiza, nauseabunda de sangre y combustible, rival de los últimos tintes espesos del ocaso. Figuras patéticas, extrañas apariciones desarticuladas buscaban a sus compañeros de viaje en el pavor negro; algunos, empujados por el esfuerzo, se sentaron en medio del caos: agobiados por el dolor y el no entender, querían ayudar, se los impedía el aturdimiento.

La abuela del campo, su hija y los muchachos iniciaron el rescate de los heridos. Las mujeres sabían de “empachos”, “mal de ojos”, y derrotar la ponzoña de algunas alimañas, pero esta situación siniestra

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era tan grave que recurrieron a las antiguas oraciones al Padre Eterno. Por la huella polvorienta, paralela al camino principal, Zenón azuzó el galope de su zaino para buscar auxilio en el pueblo.

La llegada lenta de las sombras nocturnas acrecentó la magnitud del desastre, aceleró el miedo de los que habían sobrevivido.

Fidela, la tonta de la casa, se acercó hasta la tranquera, barrera que no debía traspasar, jamás había cruzado la ruta, del otro lado existía un mundo vedado para ella. La niña, de trece años mezquinos, miró impávida el accidente. Los dedos fugados de sus rotosas zapatillas comenzaron a construir un hoyo en la tierra.

—Agujeros... eso tiene en la cabeza, porque no aprende -decía la abuela-. —¿Qué de bueno puede salir de una borrachera y un abuso? -preguntaba la vieja sin lograr respuesta-. No se preocuparon por mandarla a la escuela. El veredicto no tuvo apelación. Agujeros... como los muchos de su vestido agrandados por las penurias de anteriores usuarias miserables. Agujeros, rebeldes a cualquier remiendo. Agujeros... semejantes a los de la cara del muñeco invidente, regalo de aquellos misioneros del verano. ¡Horrible juguete mutilado!

Ella hablaba muy poco, sus hermanos pequeños la ignoraban, los mayores, también. En la hosquedad, vivía para adentro. Su corazón sin huecos guardaba “arrorrós”, caricias suaves y tiernas que algún día, tal vez, obsequiaría, junto a la riqueza de su espíritu, fortalecido por la carencia de amor. Escondía sueños y juegos novedosos para que nadie se los robara, eran sus únicas posesiones.

El Juancho ayudó a trasladar los cuerpos, la mayoría quietos, mudos; sierpe de humanidades, grotescos hurtos a la vida. De cuando en cuando, el muchacho guardaba algunas cosas en los boIsilIos del pantalón y se limpiaba las manos en el trasero. Al percatarse de que era observado, levantó la derecha en gesto amenazante hacia la jovencita y siguió con su faena. Esa mano, grande y sucia, con la cual intentó

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desabrocharle el vestido, una siesta, en el potrero, mientras ella cuidaba las pocas cabras; no gritó para defenderse, pero lo mordió con toda la furia montaraz oculta en su cuerpecito y corrió hacia el rancho. No volvió a pastorear. La confinaron a la ahumada cocina pobre, sujeta a los más diversos menesteres.

—Vos no vas a ser como tu madre... mirala... con seis mocosos y todos de diferente pelo...

Fidela se alejó de la tranquera, siguió el pentagrama del alambrado. Caminó sin dejar de mirar el espectáculo, iluminado por los

socorristas. Las luciérnagas osadas iniciaron, al compás del ritmo de los grillos, la delicada danza entre las hierbas, ansiosas de beber el rocío nocturno. De pronto... el galgo tuerto, fiel compañero incondicional, se detuvo, husmeó inquieto. Algo se movía entre el yuyaje... Esforzándose para descubrir en la penumbra el hallazgo del animal, se acercó lenta, como quien está por alcanzar un milagro o develar un sueño. El indefenso bebé agitaba sus bracitos, buscaba el refugio del regazo materno. La niña levantó al pequeño, lo arropó con la manta celeste que halló cerca de él; mirándolo arrobada empezó a caminar segura, seguida por el perro y se alejó del lugar. Cuando las voces y las siluetas se achicaron, atravesó la alambrada con gran precaución para no dejar rastros. Mientras arrullaba al niño con el torrente de palabras cariñosas nunca dichas, cruzó la ruta y se internó en el bosque de eucaliptos.

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El camino sigue y sigueJorge Miguel BARBERI

Hoy me siento con ganas de escribir, pero no tengo mucha experiencia. Recuerdo el pequeño cuarto que sabía utilizar mi querido Juan; su padre, Martín se lo había dejado a él y ahora él me ha pedido que se lo cuide mientras él no está. Ha viajado varias veces por el mundo pero es la primera que me atrevo a entrar en la oscura habitación. Abro la puerta y me sumerjo en ella. A duras penas puedo ver algo y tropiezo varias veces hasta que por fin logro vislumbrar un rayo de luz. Me acerco y dejo que la claridad del Sol inunde la sala [abriendo los pesados postigos de roble].

En el suelo yace un pequeño taburete, que me mira de reojo riéndose de mi rodilla todavía dolorida, y varias cajas con papeles. La pared, enmarcada con estantes, da cobijo a varias decenas de libros, y un poco más cerca una pequeña mesa sobresale triunfante junto a la ventana.

Entonces una brisa mañanera se aventura galopante entre los firmes postigos y el taburete parece partirse de la risa al verme perseguir varias hojas que corretean por la habitación. ¡Tremendo ejercicio!

Ya no ríe; lo he levantado del piso y me he sentado sobre él cerca de la ventana. La mesa parece acogedora: aquí y allá soberbios mapas se resisten cual granaderos a la brisa que los provoca con sus idas y vueltas. Sobre ellos diviso paisajes lejanos coronados con innumerables Montes hasta entonces desconocidos para mí. Del otro lado se alza imponente una pila de papeles con historias aún no escritas sostenidas con el peso de un libro regordete que ya ha olvidado como fue que llegó a apartarse de sus amigos.

Pero en el centro hay algo que no esperaba: una hoja en blanco. La

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miro absorto mientras los lápices se deslizan desde un pequeño cajón hasta mi mano. ¿Será que quieren que yo también me aventure? ¿A dónde voy? ¿Qué he de llevar? ¿Y si me pierdo? En definitiva, ¿no es un tanto arriesgado?

Pasado el primer momento de histeria redescubro los papeles que estaban en el suelo y que todavía sostengo en mi mano; uno sobresale con una sonrisa burlona y es él quien me indica el “dónde”: en su pecho, tatuado en tinta roja, surge un mapa que en sus trazos finos me indica un parco itinerario.

Muy bien, ahora que sé hacia dónde, debo pensar qué necesito llevar y medito. Para muchos es cuestión de esperar que llegue la hermosa Calíope y salir con lo puestobuscando la originalidad, pero no creo que encuentren algo nuevo bajo las nubes. Sin embargo, a mí no me apetece quedarme sentado esperando a que llegue, mejor me preparo para el viaje.

Repaso la habitación con la mirada y, apoyada junto a la pata de la mesa, descubro una tablilla y un viejo estilete. Los recojo y, acto seguido, rescato las hojas con historias aún en el tintero que me abrazan agradecidas por haberles quitado el peso de encima.

¡Pobrecillas!Estoy entonces a punto de girar cuando diviso el libraco, yaciendo

ahora solo sobre la mesa, que clama por piedad. Casi me deshago en lágrimas por mi torpeza y lo devuelvo con gusto al lado de sus compañeros. ¡Ay de mi cabeza! ¡Algo seguro me iba a olvidar!

¿Es que me voy de viaje y solo llevo para escribir? Seguro que alguno de estos libros me sirve como compañía. Repaso detenidamente los estantes mientras redescubro a aquellos con los que he platicado largo y tendido. Es todo un reto, la mayoría está orgullosa de haberme enseñado algo, pero al final diviso uno que se asoma tímidamente y sin permiso entre los envidiosos manuales. Lo tomo entre mis manos

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y lo lavo con caricias. Las letras doradas de su lomo ya casi desaparecen pero en la tapa de terciopelo verde se desdibujan un árbol y una hoja.

Tablilla, estilete, hojas, lápices y un libro. Me apresuro a cerrar la ventana y me aventuro nuevamente en la oscuridad hasta la puerta. Al llegar me quedo parado en el umbral escuchando la risa apagada del taburete. Delante mio, más allá de la cerca, se extiende un amplio prado cubierto de rosas silvestres y violetas, y aquí y allá algún que otro manzano. Diviso un río y junto a él un bosque, mientras en las lejanías unas montañas se alzan majestuosas socavando al mismo cielo.

Cierro la puerta pero no le hecho llave, no sea cosa que alguien venga y necesite consultar los libros de las estanterías o hacer uso de las pálidas hojas impacientes que dejé sobre la mesa. Cruzo la cerca y comienzo a caminar. “El camino sigue y sigue desde la puerta”... hoja tras hoja.

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Emilia y PaulaMercedes ESPINOSA

¡Qué cosa rara me dije! No entiendo, mi abuela me contó muchas veces pero no comprendo cómo se puede despojar a sus dueños de las tierras. Porque parece que eso ocurrió en mi Argentina según mi abuela. ¡Ah! y en la escuela también me lo dijeron, los indígenas siempre vivieron aquí pero los engañaron.

Entonces se enojaron tanto que quisieron recuperarlas y comenzó esa guerra que yo siempre imagino como un dragón grande que escupe fuego y sangre.

Una de mis tartaratartabuela dejó estampada en el marco de un espejo esta historia que el tiempo no se animó a borrar. Se las presto por un ratito.

No sé, pero toda la mañana la habían rondado los recuerdos. Su abuela Paula estaba en el centro de ellos como un amuleto de la suerte que la protegería, pero “de qué”, si sólo iba a rendir un examen. Pero no había caso sus pensamientos como espirales tenían una punta que no cerraba y un poco la intrigaban.

Pese a ello, trató de apartarlos, y se dirigió al lugar establecido para rendir ese examen.

La fachada de ladrillos apenas rojizos, los techos verdes acanalados, interrumpido por una veleta en forma de flecha, le dio la bienvenida.

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Le entregaron una hoja. El examen consistía en una breve exposición sobre la región comprendida entre las cuencas del río Cuarto y el Quinto, la frontera, el desierto, donde actuaron y tuvieron particular presencia Mansilla y Sarmiento. (1845, 1870 y 1880). El primero, comandante de la Guarnición del Río Cuarto, el otro presidente de la Nación.

El papel en blanco la invitaba, pero se había olvidado, o de puro nervio no recordaba. Empezó por los médanos, siguió con las aves, luego las tormentas y nieblas.

Se distrajo. Se sintió extraña, como errante, pájaro sin nombre que vaga ensombrecido, sin luz que lo transforme. Sabía que esa sensación anidaba en ella hacía tiempo, como si los siglos pasados se hubieran detenido para ser sólo eternidad danzante, con pausas y misterios. Miró el reloj: cuatro menos veinte (15:40).

Las cortinas corridas dejaban adivinar el verde de un pino en la mañana.

Las cuatro menos veinte (15:40) de aquel año 1879.

El ruido era infernal, agobiaba los sentidos, le daba vueltas al miedo que convertido en murciélago de movimientos arrasantes nublaba la mirada. La polvareda hacía irrespirable el lugar, oprimía la garganta. Ráfagas finas de polvo que habían estado dormidas al sol ardiente, despertaron en ondas ocres envolviéndolo todo.

El malón atravesó el pueblo siestero. Lo comandaba un indio renegado que enarbolaba peligrosamente una chuza engrasada con grasa del tipo “la negra” y de largas crenchas malolientes, cuerpo cuadrado y lustrado por la transpiración y el entusiasmo de la guerra, declarada, pero no tomada en cuenta por esos pobladores.

La mirada profunda, igual que pozo, no presagiaba nada bueno.

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El griterío se mezcló con el espanto y el horror, con la crueldad y la muerte. La mayoría de los hombres pretendían defender sus moradas y a sus mujeres, pero los otros eran muchos y el plan anticipado y vigilante hizo que como alud de la montaña los despertara de su apacible y redonda vida, porque en ese pueblo siempre todo era igual, nada cambiaba, un aro perfecto.

Sólo hoy se desenganchó, se rompió y una de sus puntas pulida y brillante se abrió para dar paso a lo nauseabundo, amargo y a la violencia, a la manera de esa espuma que se deshace allá abajo en los acantilados, nacida de algo tan bello como son las olas del mar, para caer en forma brutal contra la roca, horadándola hasta hacerla desaparecer.

Emilia empezó a correr, su desesperación la llevaba de la mano, la hacía saltar las piedras, revolver su pelo engancharse en las espinas de los jumes, jarillas, chañares, tropezar y volver a levantarse.

Sólo escuchaba una orden, corre, corre, sálvate, sálvate. Pasaban a su lado, pero no la vieron, en un galope largo y tendido con las mujeres robadas sobre las ancas de los caballos, sujetas sólo por el terror, gimiendo y llorando pero en vano. Nadie las podía ayudar, porque ya no había nadie.

No la vieron. Eso la impulsó aún más. En su vientre se cobijaba un ser que ella intuía quería vivir, alguien pequeñito a quien llamaría Paula, no sabía bien por qué. Y la instaba a correr, casi volar, hasta parecerse a esos tordos y chimangos que pasaban y volvían a pasar repasando ese cielo azul en el campo. Se sonrió, sí, los veía a diario, casi vecinos de esa pareja de horneros de ocupación, caseros tiempo completo, en el conocido algarrobo.

Cayó otra vez, el rostro se le enterró en el guadal, la aspereza de sus manos se tiñó de colorado. Las espinas se clavaron en su vientre. No la vencerían. Se levantó como pudo, vislumbró un baño viejo o

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“fondo”, construido en redondo con pircas de piedras sueltas, al lado de un corral improvisado con ramas espinudas y maderas de cardón.

Se escondió un poco más entre un bordo y otro que hacían un zanjón. Esperó. Un galope, y otro, otro se acercaba. El miedo se le hizo tenaza en el cuerpo. Un poco más, se dijo. Unas alas aletearon. Un pico se entreabrió. A lo lejos, una pareja de jotes trazaba círculos. Plumaje negro, cabeza amarilla, alas largas.

Se sintió liviana, parecía un barrilete remontado, al que le hubieran soltado el piolín. Un hilo de sangre serpenteó desde su boca y se quedó a mirar el pasto reseco amarillo de soles. Un cardo se inclinó y una nube quiso lagrimear. Entreabrió los ojos. Todo era silencio. Apoyó los codos y lentamente se puso de pie. Un perro a lo lejos esgrimía sus ladridos lastimeros. Despacio levantó la cabeza y emprendió el camino hacia aquel refugio inesperado.

El viento soplaba, los pajonales la acariciaron. Ya estaba cerca, sólo faltaba el cerco de plumerillos rozando las jarillas engasadas de hojitas. Ya estaba cerca del “fondo” casi derruido con un cuero colgado oficiador de puerta y ya puro tiento embrutecido por los ventarrones, castigado por las tormentas y las lluvias, que ahí caían poco, pero cuando lo hacían se convertían en diluvio, para después estancarse y transformarse en lagunas, esteros alargados cubiertos por malezas, bañados, y tembladerales intransitables.

Entonces fue que escuchó el galope. Otra vez, otra vez, su corazón ya no estaba en su lugar, sino en su cabeza. Se agachó, saltó, cayó entre el jarillar. Parte de su vestido quedó colgando de las púas del espino, como prueba de su huida. Por fin alcanzó el cuero desgarrado de tanta espera y se contrajo contra la pared oliente de humedad, tierra y despojo humano.

El galope era intenso, un cimbrón entre el caserío, punzada doliente. No se cansaban nunca, horadaban el lugar, parecían perros

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cimarrones entrenados en la búsqueda implacable de ese ser, mujer, hombre o niño, que en su grito mudo eran un solo clamor por un poco de esperanza.

Una garúa imprevista los hizo volverse y como baguales criados libremente, rumbearon para su querencia.

El alivio la relajó. Su hija Paula viviría.

En el recinto de techos verdes, las ventanas se abrieron impulsadas por un fuerte viento que los lugareños llaman cierzo pampeano y comenzó a levantarse la niebla. Los escritorios y el lugar todo, se cubrió de algo semejante a talco derramado. El guadal, polvo fino, los desafiaba.

Rodeada de esa atmósfera asfixiante, miraba sin ver. Por eso no pudo precisar, si lo percibido entre sueños y cavilaciones, eran sensaciones que habían permanecido intactas con el correr de lo siglos y sólo introducidas por la presencia fuerte y silenciosa de su abuela Paula.

Cerró los ojos, las imágenes bullían en su interior, pero ahora sometidas a un nuevo orden, ya no había distancias. Todo estaba en su lugar. Cuando los abrió la golpeó la indiferencia y frialdad de ese presente que la rodeaba. Miró a la coordinadora de la parte académica. Ella se le acercó con pasos solícitos.

Lo siento, se disculpó, este examen se debió realizar en pocos minutos y usted demoró más de treinta. Somos muy estrictos en este aspecto.

Dejó la lapicera, y se llevó el papel que arrugó un poco en el bolsillo. No dijo nada a nadie ¿para qué?

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El sueñoDaniel Horacio BRONDO

Había sido un día agitado. Un problema eléctrico interrumpió el servicio durante una hora provocando muchos trastornos.

Pedro Ferrez iba a comenzar su viaje, el tren estaba repleto. El altavoz anunciaba la partida del rápido que paraba en Flores, Liniers y Marón, parando luego en todas las estaciones hasta Moreno.

Esperaba a su compañero Raúl Zabala para iniciar el viaje, pero vino un empleado de control:

—Ferrez, el Negro no te puede acompañar, parece que la señora está por tener familia, tuvo que irse urgente. Tenés que salir solo.

—Está bien, chau.Pedro cerró la ventanilla, enseguida sintió la chicharra. Partió.Era una tarde fresca, despejada. Abandonaba el paredón, al

acercarse a Caballito vio la nube rojiza y amarillenta del atardecer, sonrió pensando en su compañero en su hora más feliz.

“Ojalá vaya todo bien, lucharon tanto por ese hijo, el Negro debe estar insoportablemente nervioso en la sala de espera, a un paso de su sueño más querido” pensaba mientras miraba las señales.

Se escuchaba un leve rumor detrás de la puerta. La conversación algo callada por el cansancio del día.

En un momento echó una mirada a su cabina. Sólo él y sus controles. Aceleró la marcha pues tenía vía libre, estaba llegando a Liniers. De pronto empezó a oscurecerse su vista, quiso detener el tren. No pudo.

Sus manos no respondían, sus piernas estaban inmovilizadas, la cabina se iba llenando de un humo azul cada vez más denso a medida que transcurría el tiempo.

En la nebulosa de su mente y de su vista alcanzó a ver la señal roja frente a él, quiso gritar y no podía, la cabina comenzó a temblar y

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sacudirse, veía los pedazos de hierro sobre su cuerpo, el fuego a sus pies devorándolo todo, los golpes frenéticos de la gente en la puerta, los ruidos de cristales rotos, los gritos...

Abrió los ojos. Vio el cielorraso, la araña de bronce. Giró la cabeza, su mujer estaba durmiendo. Se miró y comprobó que estaba totalmente bañado en sudor.

Se levantó de la cama, fue hasta la cocina y prendió el calefón para darse un baño. Temblaba pero no de frío...

“Sólo fue una pesadilla muy fulera, no pensés boludeces” se decía a sí mismo mientras el agua caliente aplacaba un poco ese pánico repentino...

Se fue más temprano que de costumbre, sabía que iba a encontrar alguien en la oficina para tomar unos mates.

—Hola Negro ¿cómo andás? -dijo al entrar al vestuario-.—Yo bien, pero el servicio no -respondió Raúl antes de tomar un

mate-.—Parece que se jodió un rectificador, está atrasado una hora más

ó menos, los trenes de... ¿Qué te pasa Pedro? Parecés angustiado, ¿te sentís mal?

—No... nada, estoy bien, dame un mate, creo que tendremos un día movidito -respondió Pedro simulando tranquilidad-.

El día transcurrió con muchos sobresaltos. Pensó que al final de cuentas sólo había sido un mal sueño, ya estaba en Once y esperaba terminar su día de trabajo y volver a casa.

Su próximo tren salía a las seis y cinco, rápido hasta Flores, parando en Liniers y Morón y después seguía como local hasta Moreno.

—Pedrito voy a llamar a casa para ver cómo anda Susy, creo que tengo novedades en cualquier momento –dijo Raúl, saliendo de la cabina.

—¡Toda la dicha del mundo para vos Negrito, no te hagás problema que va a salir todo bien –respondí Pedro-.

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Eran las seis menos cinco. Pedro Ferrez esperaba en la cabina. De repente aparece al lado suyo el gordo Ramírez, empleado de control:

—Ferrez tenés que irte solo, el negro se rajó para la casa, porque en cualquier momento va a ser padre.

Pedro se puso pálido, abrió la puerta de la cabina y salió corriendo desesperado entre la gente atropellándose, cayéndose y volviéndose a levantar.

—¡Ferrez volvé, tenés que salir, sino tenemos que cancelar el servicio, está repleto, nos van a matar! –gritaba Ramírez desesperado-.

Pero Pedro ya no lo escuchaba, estaba bajando las escaleras hacia la plaza Misere. No escuchó tampoco la frenada del colectivo al lado suyo ni los insultos del tipo que atropelló. Sólo corría y no estaba seguro porqué lo hacía. Quiso saltar un cerco de alambre pero se cayó sobre el césped mojado por la reciente lluvia. Se quedó ahí, jadeando, sintiendo las gotas de sudor en su cara y con unas ganas terribles de reírse a carcajadas. Y no lo pudo evitar.

Entre la gente que se rindió alrededor suyo se asomó un agente de policía:

—¿Necesita ayuda señor? –sólo de Pedro y comenzó a levantarse-. Sólo tropecé nada más, ya estoy realmente bien.

La sonrisa de Pedro era muy amplia, el policía estaba extrañado.—¡Qué le sucedió? –Preguntó el agente.Pedro con su misma amplia sonrisa dijo:—Que acabo de salvarme de la muerte y allá en la estación creo que

mucha gente también, ¿no le parece motivo de alegría? Se despidió del agente, miró a las personas que continuaban allí

reunidas con una sonrisa y comenzó a caminar lentamente con las manos en los bolsillos hacia el centro de la plaza, silbando una canción.

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Sutiles mutacionesLiliana SAVOIA

Desde niño Alejo demostró inclinación por los libros. La lectura fue su única compañía, debido a su salud debilitada desde su nacimiento. Pasaba los días postrado en la cama.

Su padre lo alentó siempre, proporcionándole el más variado material, que él devoraba con pasión. Y como es de suponer estudió letras, aunque su verdadera vocación era ser bibliotecario, sueño que pudo cumplir.

Su trabajo resume su vida, y más aún, ahora que está solo, ya que su último vínculo familiar ha muerto…

Piensa que no hay nada en este undo comparable a la literatura, así que colecciona libros almacenándolos en estanterías qe se encuentran revistiendo todas las paredes de su casa. Del techo al suelo, de extremo a etremo, también en las esquinas y sobre sillas y mesas.

El resto del día lo pasa en sy trabajao rodeado de ciuentos de volúmenes que conoce en su gran mayoría. Es un experto, todos sus compañeros lo consultan cuando se presenta una situación complicada.

Con el pasar del tiempo va descubriendo pequeñas transformaciones en su personalidad, sutiles diferencias que comenzó a notar junto con una necesidad imperiosa de recluirse en su departamento. Sólo lo deja para internarse en las galerías de estantes dela biblioteca donde trabaja. Pero sus colegas lo perciben taciturno y hermético. Casi no cruza palabras con ellos.

Antes de este proceso que se fue llevando a cabo con velocidad alarmante, percibía los olores, los colores, los sonidos y las formas. Las personas se comunicaban con él, le ocurrían cosas. Se compenetraba en pequeñas vivencias cotidianas. Estaba impregnado de emociones y de ideas.

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Pero esto fue cambiando. Poco a poco elegía, más y más que el sonido, la palabra que simbolizaba el sonido.

Más que el color, las palabras que simbolizaban los colores. Más que el olor, la palabra que simboliza el olor. Más que el sabor y

el tacto, las palabras que simbolizaban los sabores y el tacto. Comenzó a alejarse de las personas, para abandonarse en las

sucesiones de palabras estampadas en la olorosa tinta que describían a las personas.

Eligió no padecer el miedo ni las desilusiones, sino descifrar la narración del miedo y las desilusiones. Dejó de pensar, sólo conectaba entre sí palabras que describían los pensamientos de otros.

Poco a poco los objetos en su universo se fueron sustituyendo por palabras. La progresión del tiempo, por el sucederse en la lectura de los volúmenes. La conciencia de existir, por un vasto aroma a papel y tinta, a veces a grafito, cuero o cola. A su alrededor mutaron los muros de concreto por paredes de libros y al final quedó atrapado ellos. Lo deglutieron asimilándolo en forma golosa y, al final las personas de su mundo desaparecieron.

Ahora su piel es tan suave como el papel. Mira las que era antes eran sus manos, sólo ve una palabra que dicen mano. Los dedos se han sustituido por letras: d-e-d-o-s.

No hay brazo, sólo ve otras palabras que dicen: “—ésta parte sirvió para tener sensaciones de brazo”. No hay ojos, sólo cuencas que contienen letras que dicen “—tenía acceso a los colores y las líneas.” Y, en lugar de nariz solo una frase que dice…. “y podía percibir olores.”

Así, en parcos vocablos se fue agotando su cuerpo: donde estaba su cabeza, se encuentran vocablos que dicen “aquí se alojaban los objetos de su universo.”

Y la conciencia , la conciencia, son las palabras de este párrafo “—ahora soy esto, estas líneas en que me defino, sólo palabras, sólo tinta,

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sólo papel, sólo caractres: “—Yo que fui Alejo, único hijo de Franco y de María, concluyó aquí, ahora. Ahora, no soy sensaciones, no soy sensaciones, no soy emociones, algo que me ha ocurrido. Soy sólo palabras, frases, nada más que letras en cuerpo de papel.

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El indultoAmérico Pablo TISSERA

“Mentiras. Todas mentiras. ¡Y yo… y tantos otros como yo, les creímo”. Gimen los tientos del catre, en cada vuelta que da el prisionero, que acostado sobre él, procura por un momento, más que dormirse, despertarse de esa pesadilla. Piensa. Recuerda. Imagina. Las imágenes giran y giran en su conciencia. De pronto las puertas de su memoria se abren para volver a sentir en su piel los rasguños de los espinillos de las picadas. Los altos pastizales se abren bajo las patas de los caballos. El grupo está galopando. Deben escapar del degüello. Él va al frente, detrás le sigue el ex-gobernador Juan Bautista Bustos, con Figueroa, ex gobernador de Catamarca y otros caudillos más. El Manco los ha derrotado en La Tablada. En la confusión de la batalla se separaron del general Facundo Quiroga. Y ahora, es en él, Benito Ramallo, el Sapito Ramallo, en quien han depositado su confianza. Porque es él, el baquiano, que debe conducirlos a la salvación. Porque pocos como él conocen los senderos, que como un laberinto, se entretejen con complejidad de telaraña, en la intimidad de la llanura montuosa. “Por allí, nos alejamos de Camino Real, por aquí cerca, una aguada, más allá, con cuidado, que nos acercamos a un fortín”. Tendido en su catre, los recuerdos son un torrente que fluye en su conciencia. Él era un hombre de bien. Y orgulloso de serlo. Leal a su caudillo y a su Patria. Por algo gente tan importante había confiado en él sus propias vidas. Esa confianza lo afirmaba a él, en su lealtad y en su reconocida bravura. Por fin, después de varias leguas, gambeteando a las partidas enemigas, una estrecha picada los deja en el Camino Real, ya en el límite de la Provincia de Santa Fe. Ya se han salvado. Los caudillos respiran aliviados y vuelven su mirada con agradecimiento a ese paisano, de

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movimientos torpes, por las tantas heridas recibidas a lo largo de toda una vida al servicio de las armas. Allí los deja. Sanos y salvos. Después regresa a su provincia. Mil entreveros le vuelven a su memoria. Se vuelve a ver, lanza en mano, luchando contra las tropas de líneas, codo a codo con su amigo el guerrillero José Antonio Guevara. Con él galopó en las buenas y en las malas en tierras del Departamento Río Segundo. Su oficio era pelear. Y servir a la Patria. Y en su vida de soldado hay un recuerdo grande que lo pone orgulloso. Y es la victoria de Ituzaingó. La lleva grabada en el cuerpo, en cicatrices de gloria. Allí sí que se sintió soldado de la Patria. En tierras tan lejanas como extrañas, se abrió paso a punta de lanza en las cargas de caballería del general Alvear. Allí luchó a brazo partido contra los brasileños y los mercenarios alemanes. Terminada la batalla, desbandado el enemigo, desangrándose en el campo de la victoria, el viento le traía aquellas palabras con que el general Alvear celebraba el triunfo argentino… ¡Qué palabras aquéllas! Se le henchía el pecho de orgullo al escucharlas.

Nervioso se sentó en el catre. No podía dormir… además ¿para qué podría querer dormir? ¿Qué sentido tenía dormir esa noche? Había regresado a Córdoba bajo la promesa del indulto decretado por el gobierno del general Paz. Un perdón que alcanzaba a todos los guerrilleros que habían luchado en las guerras civiles. Él no sabía leer ni escribir pero sí sabía lo que significaba ser un hombre de honor. La promesa del indulto era una cuestión de honor. Era algo serio, aunque viniera de parte del enemigo. Por eso cuando la partida lo detiene cerca del fuerte del Garabato, él no entiende lo que pasa. Muestra sus papeles, pero ninguno sabe leer. Lo interrogan en el fortín y engrillado es remitido a Córdoba. Menos entiende ese ir y venir de los jueces. ¿De qué se lo acusa? ¿De servir a la Patria? Él no registra otro antecedente que el de haber sido eternamente soldado, exigido por los vaivenes políticos del país. ¿Y el indulto? El proceso sigue su curso. Su defensor,

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el teniente coronel Agustín Rodríguez consigue desvalorizar todos los cargos “la provincia ha estado en guerra civil. Y en tal caso, debería encarcelarse, sumariarse y castigarse a la mitad de la población de la vasta campaña. Medio pueblo ha combatido contra medio pueblo”. Invoca el Derecho de Gentes… y el indulto “que no podía ser violado, sin ultrajar el nombre de la autoridad que lo promulgó y ennegrecer su nombre y las hermosas páginas de su historia.” También en su defensa invoca el heroico comportamiento en Ituzaingó… pero no hay nada que pueda cambiar la estrecha visión de piedra de los jueces de la corte marcial. Puesto de rodillas debe escuchar la sentencia. Pena de muerte por vándalo y montonero irreductible. Y la firma del general Paz, es acompañada por un “Cúmplase”. Sus ojos saltones se dilatan de sorpresa. Su ancha boca se contrae en un rictus de terror y sorpresa. No lo puede creer. Y en la intimidad de su celda, allá en el Cabildo, un sacerdote lo visita en tan difícil trance. Escucha como desde un mundo lejano las oraciones del capellán. Son palabras que él no entiende, pero que escucha con devoción y respeto. Y la imagen de un rancho y de un par de ojos negros que lo miran desde el fondo de un pasado, hacia donde quisiera escapar en busca de refugio.

El alba entreabre sus cortinas y el amanecer lo toma despierto en la peor noche de su vida. Esta vez está acorralado. Lo perdió su buena fe. Creyó en la seriedad del gobierno. En la palabra de los hombres de bien. Creyó en el indulto.

Córdoba 2 de septiembre de 1830

Con el cuerpo maltrecho, habrá hecho un esfuerzo para mantenerse erguido. Habrá marchado con paso seguro rodeado de bayonetas. Habrá escuchado el redoble del tambor. Y las voz oscura del capellán,

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que unos pasos más adelante lo acompañaba leyendo en voz alta palabras ininteligibles de un libro de tapas negras. Habrá respirado los primeros efluvios de primavera de ese mes de septiembre. Habrá mirado con dolor la formación militar que lo aguardaba en la plazoleta de Loreto. Cuentan que ya con las espaldas contra el paredón rechazó con un gesto de desprecio la venda en los ojos. Habrá desviado la mirada ante la boca negra de los fusiles. Hubo unos segundos de silencio cuando el oficial a cargo del pelotón levantó el sable. Entonces un redoble de tambor se elevó como un clamor entre los primeros efluvios de primavera, mezclado con la voz monótona del capellán que continuaba: “Absolve quaesumus Dómine, ániman fámuli tui…” mientras el prisionero, hundido en un pozo de recuerdos, quizás haya vuelto a escuchar la voz del general Alvear, aquel 20 de febrero de 1827, sobre los campos de Ituzaingó: “Cuando la noticia de este triunfo llegue…todos nuestros conciudadanos cantarán loores a vuestro valor… sois bien dignos del aprecio de la República… soldados seguid vuestros destinos. La República premiará a manos llenas vuestros esfuerzos.”

¡Apunten! –la orden golpeó como un latigazo-. Y el sable que abría el aire con un tajo de luz, al momento que como una pedrada la orden hería la tarde.

—¡Fuego!La detonación astilló la modorra vespertina. Quizás arruinó la

siesta de algún caballero o de alguna dama de bien.

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El gato del capitánGriselda RULFO

Las largas olas dormidas, sin rompientes, abrigan el silencio del mar de los Sargazos. Esa región del Atlántico septentrional se caracteriza por la ausencia de vientos y de corrientes marinas y por abundancia de plancton y algas.

Esa tarde de misterio aguzada por la presencia de grandes grupos de pejesapo cercando la galera, en lo alto del mástil Torel, el vigía, gira el torso desnudo a derecha e izquierda, las manos callosas apretadas en la soga de la escala. Su voz anuncia la sombra que David -desde su toldillo- intenta visual izar en vano. Ante la impotencia su grito de ¡muchacho! se eleva enérgica por lo que el rubio grumete corre a su lado mirándolo con los grandes ojos azules. El rostro rojo por el sol del mediodía contrasta con el rayado de su remera. Mira al contramaestre pensando en la orden que vendrá, aguda como un estilete.

—¿Señor? Y hay temor en la voz estremecida.

David lo mira y piensa en enviarlo a buscar al capitán lo que

evidencia su preocupación.

—Llama urgente al capitán. Dile que venga acá.

El muchacho se abalanza como una tromba escaleras abajo al grito

de:

—Capitán Mohamed, Capitán Mohamed.

Éste aparece sobre cubierta y más que un capitán de galeotes parece

un marqués de palacio. Pero por sobre la ropa elegante y los dorados

bucles una mirada cruel revela la fuerza de su poder. Sigue la dirección

del brazo extendido de David y visual iza la sombra, ahora más cercana

y que va cobrando forma.

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Le grita a Torel que apunte el catalejo en la dirección e informe lo que ve.

—¡Galera a la vista! Una de dos cubiertas. Remeros en las bancadas inferiores, arriba tripulantes.

Los remeros aproximan a las dos embarcaciones, que se avistan... La enemiga se lanza al ataque pero una descarga de la capitaneada por Mohamed produce grandes daños antes de llegar al abordaje. Inmediatamente ordena a sus remeros y soldados pararse encima de las bandas de la galera. De esta forma la banda contraria se levanta haciendo de parapeto ante el ataque. Y así concentran el fuego contra la otra nave derribando a gran número y logrando vencer. No hay prisioneros en las luchas de Mohamed. Inmediatamente hace colgar a los sobrevivientes, rescata las pertenencias, los arcones llenos de monedas y da la orden para hundir lo que queda de la nave.

Antes de que ello ocurra se escuchan gritos debajo de la cubierta. Al levantar la puerta trampa una veintena de niños se asoma a la luz del día, enceguecidos, hambrientos, deshidratados, los labios llenos de llagas, la piel cortada, descalzos, los grandes vientres enrojecidos, los ojos sin vida. Hasta a Mohamed parece impresionarle la imagen.

—Traigan a esos pobres desgraciados. ¡Curandero, cura sus heridas! Y ahora, rumbo a casa.

La embarcación inicia su viaje por la interminable quietud del silencio.

Los días y las noches se suceden. El agua escasea y la comida no alcanza ya para alimentar tantas bocas y tanto estómago crujiente. Los hombres comienzan a ser cada vez más agresivos.

El sol sofocante reseca la dermis y llena de pústulas la boca. Las dagas comienzan a aparecer con demasiada prontitud en las manos de aquellos rudos hombres. Que ya no desean compartir el alimento con los niños. A duras penas el segundo logra mantenerlos a raya. Hay

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vientos de motín en la embarcación. Para evitarlo el capitán arenga a los hombres y los castiga brutalmente si no acatan sus directivas.

Los ojos desorbitados, la piel contra los huesos. La mirada desvariada, el sol que golpea sobre la cabeza y un alarido incontenible de hambre y dolor por sobre el golpe de los latigazos que despedazan el cuerpo. Cada tarde el sonido se repite y la quietud se enseñorea de la nave. Uno de ellos parece tramar algo. Pasa por uno de los grupos y logra tranquilizar a esos cuerpos como despojos.

—Esta noche... esta noche...Sólo el capitán puede dormir ya que a él nada le falta. Sólo los niños,

esos intrusos pueden dormir, ya que ellos se roban su alimento. Él mira torva mente al grupo bullanguero que corretea por cubierta bajo la atenta mirada del comandante. Espera pacientemente que llegue la noche cuando esos pequeños demonios gritones vuelvan a su refugio. Cuando el sueño los venza...

La noche está tan oscura, el silencio tan hondo, la quietud tan densa que nadie percibe a Brian que con una bolsa negra se dirige furtivamente hacia donde duermen los niños. El guardia está casi desvanecido de la sed y el hambre y tampoco lo escucha. Apenas entra se queda inmóvil para acostumbrarse a las formas. Se aproxima al jergón, pone su mano huesuda sobre la cara de uno de ellos y aprieta con fuerza. Lo mete en la bolsa y sale de allí.

Ya en su cubículo busca su mejor cuchillo grande y una afilada navaja.

Aparta el hacha y la coloca a su lado. Aprieta fuerte el cuello hasta que el cuerpo queda tendido, sin vida. Corta el abdomen desde la parte de debajo de las costillas hasta el pubis, abre el estómago y saca los intestinos, los riñones y el hígado que mete en la bolsa para arrojar más tarde al mar.

Busca las coyunturas, las ubica y corta la carne alrededor con el cuchillo grande. Cuando llega a la articulación la desune con la navaja,

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como si fuera un pollo. Así puede sacar el cráneo y desarmar los brazos, las manos y las piernas. Luego abre la cavidad toráxica haciendo una incisión por el esternón, saca los pulmones y el corazón, desarticula las costillas y también las elimina. Para desarmar la columna vertebral toma el hacha y golpea las articulaciones intervertebrales. Las separa y guarda la carne que corta en trozos pequeños. Sale con su preciado tesoro en busca del grupo que lo espera.

Y en silencio absoluto, codo a codo, la espera ansiosa llega a su fin.Mastican con fruición la carne caliente que calma el dolor del

hambre. Y hasta sobra para el día siguiente. Ahora podrán dormir. Brian sonríe complacido cuando uno de ellos le agradece sensiblemente asombrado de la cuantiosa cena.

—Es que el gato del capitán era enorme... Vuelve en busca de los restos que debe eliminar, guarda las sobras y se tumba al lado de los otros, sus tranquilos ronquidos acompañan a la noche.

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Trilogía de un secretoLiliana GONZÁLEZ

Esa casona lastimada por la humedad y por las lluvias que sin cesar azotaba sus primitivos techos de chapa, fue nuestro hogar durante mucho tiempo. Nicolás y yo residimos allí desde muy pequeños.

Convivíamos con ellos tres; mi padre, la mamá de Nico y la mía. Brenda y Julieta. Desde una adolescencia no tan lejana, la amistad que las estrechaba se había consolidado año tras año. Un profundo altruismo de parte de mi madre, Julieta, tradujo esa amistad en un acto de amor excepcional cuando decidió alojarla en nuestra casa ante el abandono despiadado del padre de su hijo de quien nunca más tuvimos noticias.

Los tres eran sordomudos. Es lamentable esclarecer que iniciaron una vida desleal y disoluta, ya que lo notable del caso fue que mi progenitor se había constituido en esposo de ambas. Hombre cruel, promiscuo y que sin prejuicio alguno, distorsionó la verdadera imagen familiar a través de la bigamia, situación que concretó hasta en los detalles más íntimos en los que se desenvuelve una relación entre marido y mujer.

Al principio nos parecía que este contexto era natural. Pero al descubrir de a poco que existía un manifiesto contraste entre nuestra familia y la de los demás, nuestra historia de vida comenzó a abrumarse de dolor. Sólo el permanente sentimiento fraternal que nos enlazaba alivió nuestra pena.

Los maestros, conocedores de la cruel situación que padecíamos, no podían comprender nuestro rendimiento y nuestros logros. Juan era el genio de las matemáticas, mientras que Nicolás deslumbraba por su manera de expresarse en el arte del dibujo y la pintura.

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Todo comenzó durante una clase de actividades plásticas en el último año de la escuela secundaria. Nos habían dado la asignación de dibujar algún paisaje u objeto que tuviera vislumbres de misterio, algo que nos instigara a querer escudriñar sobre él en profundidad.

Los dos nos sentábamos en sitios opuestos. Mi maestra de primero dijo una vez que pedagógicamente hablando, no era conveniente que estuviéramos juntos durante las horas de estudio, pues el vínculo de nuestra amistad iba acentuándose día a día.

La sorpresa del profesor se reflejó notoriamente en su rostro cuando tuvo entre sus manos las muestras con pretensión de pintura. Aunque la lámina de Nicolás era bellísima comparada con la mía, los dibujos eran los mismos… Un cofre con matices semejantes… de un dorado opaco en el mío pero brillante en el de él… y un verde oscuro que se insinuaba deslumbrante en los arabescos que engalanaban la tapa. Casi iguales en sendos trabajos. El marco gris de mi lámina apagaba la imagen de manera áspera, pero el de Nicolás irradiaba el característico arrebato de un rojo impetuoso. Después de la mirada sorprendida de todos los compañeros del curso, el profesor esperó el tiempo que faltaba para el recreo y de inmediato se dirigió hacia el director haciendo ostentación de nuestras exposiciones.

Se suscitaron un sinfín de comentarios, rumores falsos, admiración y sorpresa de parte de todos los docentes y el equipo de conducción de la escuela, pero nadie dio en el blanco. Hubiera sido vergonzoso y nefasto por lo menos para mí, que descubrieran los elementos reveladores que guardaba ese cofre.

Desde que cursábamos primer grado, notamos que mi padre ocultaba con diligencia una llavecita delgadísima detrás de un zócalo de la casa, La del cofre. Todas las noches atravesaba nuestra habitación, se aseguraba que estuviéramos dormidos y recreaba ese procedimiento como si fuera una ceremonia. Era evidente que deseaba cerciorarse

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de que nadie lo había encontrado. Sólo yo estaba despierto. Este secreto que fatigaba mis espaldas, me produjo trastornos emocionales significativos que se añadieron a la pesadilla habitual de vivir en carne propia el dolor de resignarme al maltrato que recibía Nicolás de parte de mi padre. Durante los almuerzos le recordaba con ironía que él era su proveedor de alimentos, se mofaba de su carácter sumiso llamándolo mariquita, jamás compartía un paseo con él y lo castigaba crudamente a la hora de firmar su libreta de calificaciones. El miedo me hacía callar y silenciaba en mi interior cada vez más encono.

La mejor manera de desahogarme la hallé desarrollando una pésima conducta en la escuela, que por supuesto produjo mucha angustia a mi pobre madre.

Fui creciendo, madurando y comencé a utilizar ese gran cerebro del que todos me hacían poseedor. Cavilé desde lo más profundo de mi corazón y mi mente. Fue así que movido por el sentimiento de cariño que Nico siempre despertó en mí, comencé a especular, sin ningún fundamento aparente, que las humillaciones destinadas a él estaban relacionadas con este cuestionado objeto.

Dos largos años habían transcurrido desde aquella famosa mención en la clase de plástica. Este lapso de tiempo me permitió montar extensas noches de vigilia para hallar por fin, el lugar donde estaba guardado el pequeño baúl de tapa verde. Fue durante una madrugada en la que mi padre se había ido de pesca con sus compinches, cuando me levanté silenciosamente para robar esa llave tan vigilada. La introduje en la cerradura con un miedo que me congelaba las venas. Y no fue para menos. Los papeles que contenía se abalanzaron hacia mis ojos. Dos partidas de nacimiento invitaban agresivamente a la curiosidad. La primera reflejaba mi nombre y apellido, Juan Salazar. Cuando me disponía a investigar la que estaba debajo, un impulso mayor me avasalló. El de fijar mi vista en un papel amarillento que al asomarse,

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parecía gritar que lo arrebate y lo lea. Era una minúscula esquela dirigida a mi abuelo materno, Raúl, a quien mi padre sentenciaba amenazante. Las palabras, como gotas de sangre, denunciaban la violación que mi madre había padecido de parte de su progenitor, la transgresión de Rogelio al cambiarse el apellido por el de mi abuelo con el objeto de simular ser mi padre, y la sombría conclusión de que yo era hijo y nieto, simultáneamente, de don Raúl Salazar. Sorpresa horrenda.

El escalofriante plan que Rogelio llevó a cabo para proteger a mi mamá de las abominables burlas del barrio resultaba macabro.

La amenaza del que siempre creí que era mi padre, consistía nada menos que en matar a Salazar si volvía a abusar de Julieta. Yo proseguía leyendo, aunque mis ojos inundados de lágrimas ya no soportaban tanta desesperación. De pronto escaparon de sus órbitas cuando leí que la historia volvió a repetirse. Sentí rabia, dolor, sed de venganza y deseos de abrazar a mi madre hasta morir en el intento. Recobré el aliento cuando supe que Rogelio no cumplió con su advertencia, pero juró no registrar a ese ser que ya se insinuaba en el vientre de mi madre con el mismo apellido. A ese niño que…

Comencé a transpirar. Mis manos se volvieron pesadas, mis dedos rígidos, mi cerebro atronador. Con una mezcla asombrosa de furia, asombro y felicidad, busqué la partida de nacimiento que había quedado relegada ante tan conmovedor testimonio ¡El nombre que allí aparecía era Nicolás Salazar! Las letras parecían fulgurar como las estrellas parecen fulgurar en el ocaso. Brillaban… porque Nicolás era mi hermano. Verdad impresionante que sacudió todo mi ser.

Me precipité con premura hasta su casa. Lo encontré dibujando, como siempre. Alargué mi mano temblorosa y le extendí el cofre de tapa verde. Con una mirada por demás afectuosa y rebosante de apacibilidad me dijo: - demoraste demasiado en descubrirlo. Yo lo supe

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desde aquella vez que lo dibujé en la secundaria. No lo pinté así por ser un genio del arte. Lo pinté de ese modo por lo que en él se escondía: la prueba irrefutable de que somos hermanos.- se produjo un silencio conmovedor.

Nos abrazamos extensamente. Un mundo nuevo se inauguraba para los dos.

En ese momento comprendí que la presencia de nuestra madre allí era apremiante. Rogelio había muerto. Salimos a buscarla para hacerla partícipe de esta irrepetible felicidad.

Más tarde, cuando su llanto se calmó y los tres nos llamamos a descanso, me senté en el banco del jardín. Con mis brazos extendidos hacia el cielo grité como un niño.

Fue en ese preciso instante en que discerní dos cosas de incuestionable argumento… que yo nunca fui el genio y que Nicolás había salvado su vida a cambio del valiente desafío de soportar su silencio ante mí y ante nuestra desdichada madre, quien con seguridad también padeció la amenaza de muerte durante toda su vida.

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AdrianaFrancisco Alberto LÓPEZ

Poco a poco la sala fue quedando vacía. El aplauso cálido y sostenido hizo del pequeño reciento, un anfiteatro. El auditorio, conforme con los conceptos vertidos y la hondura abordada en el tema, manifestaba estar agradecido por esa hora y media que duró la conferencia.

Se demoró un poco en ordenar nuevamente los papeles y colocarlos en su portafolio mientras lo organizadores agradecían con breves palabras y elocuentes gestos.

Una mujer permaneció sentada. Segunda fila a la derecha. Su figura acercándose al conferencista con pasos claros. —Felicitaciones. Debo expresarle mis elogios por su magnífica dicción y modestia. Sus ojos decían mucho más. Emilio levantó la cabeza y antes de retribuir esas palabras, tenía extendida hacia él, su mano. Instintivamente alargó la suya. La sintió fuerte y segura. Comenzó a decir gracias cuando estaba bajando las escaleras rumbo a la cafetería conducida por el brazo de ella. —¿Un café o prefiere un cognac o un té?...

—Un café… -Contestó con vos entrecortada-. Emilio tenía la sensación de ser condenado a la horca.

—Las dos veces anteriores –comentó ella desplegando una amplia sonrisa- tuve algunos inconvenientes familiares. Usted sabe. Hoy dejé los problemas y aquí estoy –y me felicitó-. —Señora yo… -atino a decir Emilio-. —No me diga nada. Sé que soy una cargosa pero al César lo que es del César.

Él tomó más confianza. Siguieron hablando y hablando, cigarrillo tras cigarrillo, café tras café. Se despidió con un beso suave en la mejilla antes que él corriera la silla para levantarse. Le extendió una tarjeta. Leyó: nombre y apellido en letras doradas. Abajo rezaba: calle Los

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Paraísos 1425. Se ubicó en el lugar –más allá de la Avenida Progreso pensó-.

Esa noche se le agolparon todos los recuerdos todos los recuerdos a la hora de dormir. Fue a la cocina, se sirvió café, prendió un cigarrillo. Bebió y fumó casi sin respirar con la mente puesta en aquella mujer recordando sus palabras: “…lo espero mañana o en el curso de la semana. No falte…”.

Se levantó quisquilloso yendo de un lugar a otro con papeles en mano. Su hermana le preguntó si le ocurría algo. Respuesta negativa. Emilio pensó en voz alta: “nunca hay que vivir en la casa de una hermana casada.” —¿Me hablaste…? –No, nada -se desdijo entre dientes-. Tenía la sensación que ella seguía a su lado, que no se había despegado en toda la noche de su sombra.

Camisa, corbata, pantalón y saco, fue un revuelo de segundos, para encontrarse en la calle, rumbo a la casa de su extraña oyente. Casa antigua pintada de blanco. Las ventanas de la misma altura de la puerta permanecían cerradas. Dos farolas a nivel del dintel semejaban guardianes de un tesoro. Tocó timbre. La mano le transpiraba. Sacó el pañuelo y se refregó bien fuerte como raspándose la piel. A los pocos segundos se abrió la puerta de dos hojas con un leve quejido de goznes sin aceitar. —Adelante… lo esperaba… sabía que no me iba a fallar.

Él tragó saliva que sabía amarga. Un largo corredor. Al pie de cada columna sostén del techo, nacía una inmensa planta de grandes hojas que le daban un aire de jardín interior. Avanzó delante de él paso firme entre los sillones de mimbre y mesa adornada con carpeta tejido a mano rematando en el centro, plata de interior que semejaba a una cresta de gallo. —Siéntese por favor Eduardo. ¿Le puedo decir Eduardo? —Disculpe señora yo… -quiso interrumpir- llámame Adriana. —No me llamo Eduardo, soy Emilio… Ella puso como pretexto que le resultaba más familiar Eduardo como el nombre de

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su primer marido. Le sirvió una copa. Él aceptó gustoso con un leve temblor en su ademán de manos. Sentía la garganta como el raspor de una lija gruesa. El primer sorbo le quemó no sólo las entrañas y al instante sintió una impresión de tranquilidad. No había terminado la mitad del licor de la pequeña copa cuando se encontró parado a la sola inclinación de cabeza de Adriana que lo invitaba a conocer las demás dependencias. Atravesaron el largo corredor en dirección a la escalera. Los escalones pareciéronle más difícil de pisarlos para ascender por la semioscuridad reinante. Comenzó a transpirar nuevamente. En tropel le vinieron a la cabeza todos los momentos del día anterior, cuando ya estaba en el primer piso. Una tenue luz salía por debajo de la puerta de una de las habitaciones, viendo casi el borde del asombro que ella con una sonrisa abría la puerta de ese cuarto sin tocar el picaporte con sus manos. Estaba revestida desde el piso hasta el techo, con grandes y largas estanterías ocupadas con un sinnúmero de frascos de diversos tamaños. En medio de ésta, una mesa con infinitos jarritos de plásticos con líquido de diversos colores. Desde el fondo a un costado un hombre se dio vuelta hacia ellos: piel y hueso. —Es uno de mis

colaboradores …Saluda a Eduardo. Insistió ella con una sonrisa barata

y mirada más dura que la roca. Siguieron por las escaleras a un segundo

piso. De soslayo, Emilio vio que la puerta de la pieza donde estuvieron,

se cerraba sin que nadie la tocara. Nuevamente hizo lo propio como la

anterior, con esta segunda al tiempo que decía —Aquí se sentirá de

maravillas.

A los ojos de él, apareció una enorme biblioteca repleta de libros

antiguos en una de sus partes, en la otra varias colecciones y en el

costado oeste, una más recientes. Hacia el costado norte, una mesa,

dos sillas, una computadora, una máquina de escribir y enfrente, una

cama.

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—Aquí tiene toda la humanidad entera, sus misterios, sus orígenes y su infinitud…

Emilio quedó paralizado. Al cabo de unos instantes los estaba mirando de pie a cabeza. Así pasó largo rato. Ella seguía hablando envolviéndolo con sus palabras. Él se olvidó de su miedo, de su transpiración, de ese misterio que lo sedujo al entrar a esa casa, de ella, de todo. Adriana salió en punta de pie, cerró la puerta y echó llave con su mirada.

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RESEÑAS BIOGRÁFICAS

DE LOS AUTORES

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ANDREÑUK, Damián JerónimoNació en City Bell en 1986. Actualmente reside en Villa Elisa, donde realizó sus estudios primarios y secundarios. Cursa el Profesorado en Lengua y Literatura en el Instituto Superior de Formación Docente N°9 de La Plata. Ha obtenido una Mención Honorífica en el Concurso Internacional Hespérides edición 2009, en el género poesía.

BAKER ZANDRINO, Nora Nació en Córdoba. Residió durante dieciséis años en Inglaterra y actualmente vive en Villa María. Publicó el libro para niños “¿Fútbol en un desierto caluroso?” (Editorial Reko) y el cuento “Huevos de dinosaurio” en la “10º Antología Anual Especial” (Editorial Raíz Alternativa). Participó de las antologías “Cuentos con Alas I” y “Cuentos con Alas II”. Ha publicado en revistas locales y actualmente publica sus poemas en la revista virtual “Artesanías Literarias” editada en Israel.Se dedica a la enseñanza de Inglés. Ha participado de talleres literarios y es narradora oral. Participó del concurso literario de la editorial “El mensú ediciones” obteniendo Mención y fue ganadora del primer premio “Cartas de Amor” ( 2010).

BARBERI, Jorge Miguel Nacido en 1989 en Marcos Juárez, floreciente comarca de las Pampas cordobesas, J. M. Barberi creció en el seno de una pequeña familia de clase media argentina. Desde muy pequeño demostró preferencia por la lectura, sobre todo de libros de historia, pero sería recién durante su adolescencia que profundizaría en sus intereses por las lenguas, cursando inglés de forma acelerada en el First English Center de su ciudad, primero, y comenzando a tomar clases de griego clásico y latín, más tarde, alternando estos con sus estudios universitarios. Asimismo trataría de ocupar su tiempo libre estudiando por su cuenta varios idiomas, entre comillas, raros: chino, coreano y esperanto, muy por

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encima, y finés, éste sí con más seriedad ya que logró ocupar un lugar fonoestéticamente especial en su corazón. Su mayor influencia está dada, sin lugar a dudas, por el escritor inglés J. R. R. Tolkien, a cuyas obras literarias y filológicas ha dedicado la mayor parte de los últimos tres años. Su vocación le guía hacia las Letras Clásicas y actualmente seencuentra cursando el Profesorado de Lengua Castellana y Literatura en la Universidad Nacional de Villa María.

BRONDO, Daniel Horacio Desde chico me gustaba hacer composiciones en el colegio. Luego vino la época de las canciones de mi adolescencia. Quedó dormida mi literatura hasta el año 1985 cuando empecé a escribir cuentos, varios años después cometí el hermoso pecado de escribir poemas y hoy en día sigo haciéndolo y presentando mis obras para transmitir mis sensaciones y que la gente me pueda hacer su devolución. He publicado mis obras en revistas y editoriales en las cuales me incluyeron en varias antologias. La devolucion vino en forma de menciones y premios que me impulsan todos los días.

BUSTOS, Beatríz Teresa Reside en San Francisco (Córdoba). Es socia de SADE (Sociedad Argentina de Escritores) de la seccional San Francisco. Integró el grupo literario “Arturo Lescano” de San Francisco (Córdoba) y participó en su revista literaria “Vivencias en Palabras” año 1994-1995-1996.Su publicaciones en libros (artesanales) son: “Versos sencillos” (poesía, julio de 1995); “Exilio interior” (poesía – agosto de 2003), “Lobezna dramaturga” (poesía, agosto de 2005 y “Beberse el último sorbo de las sombras” (poesía y narrativa, diciembre de 2006). Ha participado en Antologías en Argentina, Uruguay, Guadalajara (México) y Madrid (España).Tiene en su haber premios, menciones de honor y menciones en Argentina: Premio especial en el Concurso Internacional de

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Microficción para niñas y niños “Garzón Céspedes 2009”. 1° Premio Haiku en Barcelona (España) en junio de 2010. Ha publicadosus textos en el diario La Voz de San Justo y en el periódico de San Francisco.Ha sido distinguida por la Municipalidad de San Francisco por su aporte a la cultura -junto a otros escritores- el 13 de junio de 1997. También fue reconocida por la trayectoria literaria y cultural por el periódico interprovincial Vivencias de Las varillas (Córdoba), a través de sus “Tertulias Literarias Regionales” el 5 de diciembre de 2007.

DUO, Alicia Argentina, abogada, recibió el “Gran premio del Certamen Literario Vendimia” por “Historiografía pendular de un solo mismo autor” (cuentos, 2001). Ha obtenido premios y menciones en distintos certámenes literarios nacionales e internaciones. Su libro de narrativa “Bailar vino beber tango” con prólogo de la Dra. Marta Castellano, ha sido editado en español (2007) y en inglés (2008). Dicho libro ha sido declarado de “Interés Legislativo Nacional por la Honorable Cámara de Diputados del Congreso de la Nación” (marzo de 2009) y en la provincia de Mendoza por el Ministerio de Turismo y Cultura (2005), por la Honorable Cámara de Senadores (2005) y por el Consejo Deliberante de la ciudad de Mendoza (2008). Publican sus narraciones el diario Los Andes y diario El Sol. Disertante, es invitada como tal por “Martes literarios” (actividad cultural de la Municipalidad de Mendoza y la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo) y por la SADE de Mendoza; integra paneles en las Ferias Internacionales del Libro en Mendoza. Actualmente cursa la “Maestría en Literatura Argentina Contemporánea” en la F. F. y L. de la Universidad Nacional de Cuyo. Ha integrado jurados de certámenes literarios. Publicó en colaboración, el libro “Avance en mediación y resolución de conflictos –Ayuda para una convivencia pacífica.” Tiene para editar poesías y cuentos.

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ESPINOSA de PERETTI, Mercedes Si la cuestión es contar mi vida, tengo que decir que ella siempre estuvo rodeada de chicos, primero de mis cuatro hijas, luego los chicos de la escuela primaria, los chicos del teatro y del taller literario. Después, el secundario, adultos, profesorado, quienes me enseñaron y brindaron mucho. Me especialicé en literatura para niños y jóvenes. Soy Licenciada e Letras. Estuve participando en tres congresos. Y como tengo quince líneas, paso a explicar: Ponencia – XIX Simposio Internacional de Literatura – Universidad San Marcos. Lima, Perú. 2000. Enrique Anderson Imbert; en el I Congreso Internacional de Educación. II Nacional – 2001; y en el II Congreso Internacional de Educación. III Nacional – 2002. Y algunas otras cositas más, como hacer fotonovelas adaptándolas de los clásicos y coordinar Talleres de escritura para niños.

GONZÁLEZ, Liliana Es docente jubilada, profesora superior de piano y maestra normal nacional.Ha obtenido premios en diversos concursos, estos son: 1° premio en poesía en Certamen de Abuelos, Caseros, 2010; 1º premio en narrativa en Certamen de Abuelos, Caseros, 2010; el 3° premio en narrativa en el Certamen San Genaro en 2009 y mención para la antología Pablo Neruda allá por 1995.

LÓPEZ, Francisco Alberto Nacido en Capital, Mendoza en 1935, es miembro fundador de Grupo Icthios, perteneció a SADE Mendoza. Jurado literario de grupo Icthios, SADE, Arzobispado de Mendoza, Biblioteca General San Martín de Mendoza. Disertante en Encuentro Regional de poesía Chilecito, La Rioja, representando a Mendoza y en el 2º Encuentro de escritores de Provincia, San Lorenzo, Santa Fe. Figura en el libro de consulta: “Mendoza la bien plantada”, tema literatura y en

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“Literatura de Mendoza”, Tomo II, historia documentada. Y en “Soneto Hispanoamericano”, La Plata, Buenos Aires.Ha obtenido diversos premios en cuento y poesía: Poemas murales, Dirección de Cultura de San Juan - AIBA, Ayacucho, Buenos Aires - Diario Crónica en Comodoro Rivadavia - Chubut - SADE - Río IV - Córdoba - Cultura Municipal de Necochea -Buenos Aires - Dirección de Cultura La Rioja - Asociación Prof. Educación - Formosa - San Genaro - Santa Fe - Ediciones El Cedro -Gaman - Chubut - SADE - Roque Saénz Peña - Chaco - Dirección Cultura Las Heras - Mendoza.

MARTÍ, Juan Nací en Barcelona, España, el 20 de setiembre de 1944. Emigramos a Argentina en 1952. No pude completar la escuela secundaria. Desde niño me interesó siempre la poesía e incursioné durante un tiempo en ella. El crimen de Lorca representó para mí la barbarie que mansilló mi tierra. Hoy, a los 66 años he retomado nuevamente el gusto por la escritura y si bien he realizado otras breves producciones, mi poema a Federico es el que mejor me identifica.

MLADINIC MAIMONE, María del Carmen Esposa, mamá, docente, ama de casa. El desafío de escribir me ha atrapado hasta convertirse en una necesidad vital, urgencia ineludible. Por eso sacio la sed en los riachos inquietos de la bienandanza de las palabras. Mi seudónimo predilecto: Malvina. He obtenido premios y menciones en diferentes certámentes nacionales e internaciones y participado en varias antologías. En marzo del presente año alcancé la realidad de una quimera: presenté mi primer libro de cuentos titulado: “Paraselene”.

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MUSSETTA, Mariana Mariana Mussetta nació y vivió su niñez y adolescencia en Marcos Juárez (Córdoba), pero lleva ya casi veinte años radicada en Villa María (Córdoba) donde está casada y tiene tres hijos. Es Licenciada en Lengua Inglesa y se encuentra cursando la Maestría en Inglés con Orientación en Literatura Angloamericana. Se dedica a la docencia y a la investigación en las áreas de inglés y de Literatura Inglesa y Norteamericana en la Universidad Nacional de Villa María, y la Universidad Tecnológica Nacional y la Escuela Normal Victor Mercante. Descubrió su pasión por las letras siendo muy pequeña, cuando se vislumbró como lector precoz, y escribe poesía desde siempre en castellano y en inglés. Sus trabajos han recibido distinciones en diferentes certámenes literarios, y ha publicado en distintos medios y antologías conjuntas a nivel nacional e internacional.

RULFO, Griselda Publicó cuentos en El Diario del Centro del País, de la ciudad de Villa María, participó en ediciones de “Los Nuevos de la SADE” (Villa María), en la publicación del Centro Empleados de Comercio (taller a cargo de Susana Zazzetti), en la edición de los “Juegos Florales de Villa María”, en ediciones de la Universidad Nacional de Río Cuarto y en la revista on line Artesanías Literarias.Conjuntamente con otros miembros del Taller Literario de Marta Parodi publicó “Antologario”.En 2009 apareció su primer libro“Nueve y diez, el que no se escondió se embromó”.Actualmente es miembro del Taller Literario de Mercedes Espinosa.

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SAVOIA, Liliana Nace en Rosario en 1953, lugar donde radica y desarrolla su obra. Ha recibido premios nacionales e internacionales en el campo de las Bellas Artes y la Literatura. Publica: “Rozando el alma” (poesías, 2008). “Sueños sin despertares” (microrrelatos, 2009). Participa en antologías del país y el exterior.

SODERO, EvangelinaEvangelina Sodero nació en Villa María, provincia de Córdoba, en 1980. Actualmente se desempeña como profesora en Lengua Castellana de nivel medio, habiendo egresado en el año 2004 de la Universidad Nacional de Villa María. “Palabras que caminan la cornisa” es su primer libro de poemas publicado y desde hace cuatro años consecutivos es integrante de SADE, filial Villa María. Publicó algunos poemas en El Diario del Centro del País y Puntal Villa María.En el año 2007, obtuvo el tercer premio en un concurso literario de la localidad de Oncativo. En el mismo año obtuvo el primer premio para el “VIII Concurso Nacional de Poesías”, de la ciudad de Villa Nueva con el poema “Hay un Edipo en los ojos del niño.”En 2008, se llevó una mención especial por su cuento: “Cartas de amor al olvido”, perteneciente al premio Rosa Tejeda Vázquez de Theaux.Tiene una novela inédita: “Libertad interrumpida”. La misma está ambientada en los asetenta de una Córdoba guerrillera y el surgimiento del grupo Montoneros. Allí, una historia de amor desgarradora.

TISSERA, Américo Pablo Nacido en Carrilobo. En 1966 egresó de la Escuela Normal Víctor Mercante de la ciudad de Villa María, como profesor de Literatura en Castellano. En 1975 egresó del Profesorado Gabriela Mistral de la misma ciudad como profesor de Historia y Geografía. Después de una breve experiencia docente en Ingeniero Jacobacci (Río Negro), ejerció en su pueblo natal donde se jubiló como Director del Instituto Secundario

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José María Estrada, en 2004. Publicó con el señor Julio Arnuk la obra “Retazos de Recuerdos de Carrilobo” la que fue reeditada, en el 2006, como obra del Centenario de dicha localidad. Ese mismo año participó con relatos en “Historia Populares de Carrilobo”, obra dirigida por la doctora Claudia Ambrogio. En 2007, el concurso “Docentes escritores del Departamento San Justo” eligió uno de sus relatos para una antología. Ese mismo año la empresa “Logrando amigos” publicó su trabajo “Calchines, gauchos y Ranchos”. En el 2008, aparece el libro “Lanzas rabiosas” que fue considerado de interés municipal por la ciudad de Villa Nueva y en 2010 su último libro “Chispazos de fogones (‘...que invitan a matear.’)”.

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ORDEN

DEL LIBRO

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ANTOLOGÍA LITERARIA 20101er Concurso Nacional El Mensú Ediciones

Palabras previas 9

POESÍA

Ceremonia salvaje 15 Evangelina Sodero

Cuaderno de bitácora 17 Beatríz Teresa Bustos

El aljibe 19 Evangelina Sodero

Cimientos de diamate 21 Damián Jerónimo Andrñuk

Golpe 23 Mariana Mussetta

Un circo de piratas 25 Damián Jerónimo Andreñuk

Aunque no te lo diga 27 Francisco Alberto López

Salmo 29 Nora Baker Zandrino

A Federico García Lorca 31 Juan Martí

Como todos los pájaros 33 Francisco Alberto López

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ANTOLOGÍA LITERARIA 20101er Concurso Nacional El Mensú Ediciones

NARRATIVA

La venta de una mujer 37 Alicia Dúo

Cruzar la ruta 43 María del Carmen Mladinic Maimone

El camino sigue y sigue 47 Jorge Miguel Barberi

Emilia y Paula 51 Mercedes Espinosa de Peretti

El sueño 57 Daniel Horacio Brondo

Sutiles mutaciones 61 Liliana Savoia

El indulto 65 Américo Pablo Tissera

El gato del capitán 69 Griselda Rulfo

Trilogía de un secreto 73 Liliana González

Adriana 79 Francisco Alberto López

Reseñas biográficas de los autores 83

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Este libro se terminó de imprimir en el mes de noviembre de 2010,por orden de EL MENSÚ ediciones en

Bibliografika de VOROS S.A. Bucarelli 1160,Buenos Aires, República Argentina.

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