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Estoy ensayando un gesto. Se rompe mi equilibrio en el inicio de un gesto. Mi cuerpo se queda en reposo. Me he detenido en un gesto. Voy buscándole otra forma, desprendiéndolo del cuerpo. Ha comenzado a fluir como río desbordado. Hay manos que se sumergen, manos que quieren tocarlo. Mi gesto se va estirando, deja de pertenecerme. Otro gesto se levanta, otro vuelo, otra distancia. Son las cosas las que nos espacian, las cosas las que nos distancian, las oprimo entre mis manos o acaso mis manos palpitan con ansia de desvivir. Oigo crecer el silencio, un dilatado silencio que le abre paso a la sombra. Comienzo a tocar las cosas en su sitio más profundo y ese vaho que se escapa, se evapora, ya se pierde. Se hace infinita y lejana la dimensión de la tierra. En esta casa no miro el cielo. Miro la dura extensión que me circunda, escucho lejos batallar el viento. Sus límites me marginan de lo abierto. Es una casa cerrada, nada en ella se revela. No hay espacios ni columnas ni aleros donde aniden pájaros inquietos. Una casa desnuda sin el hondo temblor de lo secreto. Me pego de sus muros, de su olor a desierto. Es mi casa. Hay un mirar hacia abajo, tenebrosa mirada que ha olvidado la luz. Mi cuerpo se estremece con helado temblor. Este cuerpo animal que muere cada día. Quiero salvar mi rostro de todas las miradas. Dejarlo enceguecido y sellarle los labios con silencio. Todo el frío del mundo caerá sobre mi cuerpo. Tendido entre la sombra mi cuerpo será un algo de infinita pequeñez. Irse desbordando sin saberlo. Irse apagando en una luz que tiembla. Irse decantando casi disminuida en una delgadez de filo hiriente. Irse perdiendo las ausencias, sin la piel, sin el roce, sin aliento. Irse quedando sin forma, sin presencia. Irse volviendo polvo lentamente, polvo soplado por el viento.

Antonia Palacio

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Estoy ensayando un gesto. Se rompe mi equilibrio en el inicio de un gesto. Mi cuerpo se queda en reposo. Me he detenido en un gesto. Voy buscándole otra forma, desprendiéndolo del cuerpo. Ha comenzado a fluir como río desbordado. Hay manos que se sumergen, manos que quieren tocarlo. Mi gesto se va estirando, deja de pertenecerme. Otro gesto se levanta, otro vuelo, otra distancia.

Son las cosas las que nos espacian, las cosas las que nos distancian, las oprimo entre mis manos o acaso mis manos palpitan con ansia de desvivir. Oigo crecer el silencio, un dilatado silencio que le abre paso a la sombra. Comienzo a tocar las cosas en su sitio más profundo y ese vaho que se escapa, se evapora, ya se pierde. Se hace infinita y lejana la dimensión de la tierra.

En esta casa no miro el cielo. Miro la dura extensión que me circunda, escucho lejos batallar el viento. Sus límites me marginan de lo abierto. Es una casa cerrada, nada en ella se revela. No hay espacios ni columnas ni aleros donde aniden pájaros inquietos. Una casa desnuda sin el hondo temblor de lo secreto. Me pego de sus muros, de su olor a desierto. Es mi casa.

Hay un mirar hacia abajo, tenebrosa mirada que ha olvidado la luz. Mi cuerpo se estremece con helado temblor. Este cuerpo animal que muere cada día. Quiero salvar mi rostro de todas las miradas. Dejarlo enceguecido y sellarle los labios con silencio. Todo el frío del mundo caerá sobre mi cuerpo. Tendido entre la sombra mi cuerpo será un algo de infinita pequeñez.

Irse desbordando sin saberlo. Irse apagando en una luz que tiembla. Irse decantando casi disminuida en una delgadez de filo hiriente. Irse perdiendo las ausencias, sin la piel, sin el roce, sin aliento. Irse quedando sin forma, sin presencia. Irse volviendo polvo lentamente, polvo soplado por el viento.

Me estoy buscando en sitios de otros tiempos. Caminando entre espacios donde pasó el silencio. Estoy pisando huellas del rumbo desvaído que dejaron mis pies en noches del olvido. Hay una luz cambiante. Un cielo que se esconde extendido y flotante. Lejana está la tierra que me sirve de apoyo. La busco en la inclemencia, en la especial tristura de los días huidos que fueron descendiendo sin saber su destino. Yo ya no sé quién soy. Acaso me prodigo rastreando las memorias que dispersas se hallan. Mi mano es otra mano, mis brazos y mi cuello transcurren en cuerpo ajeno. Soy la desconocida aquella que de pronto se apagó entre su sombra.

Van pasando lentos con un aire de tiempo huido. Van pasando callados en medio de largos silencios. Se han ido. Se han ido por los aíres del estío cuando la luz renace mientras yo me consumo reteniendo en el espacio mi ensombrecido corazón. Todo se va desandando.

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Derrumbada está tu imagen. Quiero revivir tu mano, tu brazo alzado en ávida reciedumbre. Liberar mi memoria de aquel afán nocturno. Beber, ya transmutada, la vida que me resta y quede solamente un oscuro silencio.

Una invisible oscuridad me sombra. Día a día me voy haciendo a este oscuro centelleo, Esta ausencia de vibración sonora. Voy asistiendo a una disipada forma, el espacio cerrándose y el lugar donde me asiento pierde lentamente su naciente luz. Por el aire se escapa el movimiento de mi cuerpo. Quieto habrá de quedarse, enraizado en lo profundo, bebiendo apenas sorbo abandonado, rendido sorbo que dejaron los cuerpos a la espera. Acaso sueñe con tocar ser viviente, corazón herido. Acaso sueñe que vuela y descifre en el aire el secreto del viento.

Me detengo en lugares sin ruido que van muriendo lejos en un silencio denso. Me detengo junto a lo sepultado, lo que la tierra guarda en oscura mortaja. Hay una palidez de lienzo antiguo, una invisible sombra siempre aguardándome. Afuera la visión de los campos abiertos, un cielo sin arrugas, tan liso, tan brillante, tan vacío. Aquí estoy encerrada, doblemente amurallada, sin aire, y sin embargo sigo respirando. Camino en espiral. Llego al centro de mí misma. Me recorro en todas las direcciones. Busco con afán el otro centro, el centro donde la luz vigila.

Sobre mi cuerpo cae la sombra. Se detiene en mi cuerpo lo arropa todo. Quiero abrir una hendidura, una leve transparencia que apenas roce mi frente. Me acosa el siniestro fulgor. Mi desnudez se oculta en una materia que segrega oscuridad. Alguien grita a la noche. Alguien la nombra, esta noche sin fuegos, apagada y tan quieta. En un silencio extremo comienzo a circular la noche. En ella me detengo.

Todavía quedan labios, ojos que miran las cosas. Quedan los brazos alzados en un intento de vuelo. Queda el sexo palpitante, húmedo todavía. Y este caer del rocío en la secreta espesura de mi bosque ya desnudo.

Te aguardaré vestida con mi traje más antiguo. Esperaré en silencio que tus pasos se confundan con el rumor de la noche. Acaso llegues muy tarde, cuando todo está callado escondido entre sombra. O tal vez no llegues nunca y te pierdas a lo lejos mientras yo me quedo sola. Las noches irán pasando igual que todas las noches. Desde algún sitio ignorado irá subiendo el vacío. Con el frío de mis manos le iré tocando los bordes.

Siempre me encuentro persiguiendo una divertida forma. Siempre me encuentro en el día de hoy como si fuese el de ayer efímero y convulso, el delirante acontecer. Siempre me encuentro en medio de las horas mutiladas, herida por aquello que las vuelve inacabadas. Hay una duración en

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el vacío, una ráfaga azul que corta el aire y este empeño de cavar en el tiempo como si fuese tierra mía.

Es media noche y ya comienza a agigantarse la tiniebla. Pienso en la casa iluminada, en el cuarto del fondo mi cama vacía. Las manos de mi madre se abren paso entre íntimas cosas, van y vienen y dejan su olor a leche tibia, inicios de primeros vuelos. Abajo, muy abajo, una voz canta una canción de vísperas, de tiempos por llegar y el largo tiempo de la noche prolonga su lentitud. Si pudiese descender antes de que el día me corte la salida. Temo que su luz me desnude, ciegue mis ojos. Animal de la noche soy, lejos de sol y de llanuras. Mi madre se inclina buscando mi cuerpo entre sábanas vacías. La casa se va apagando con el día.

Estoy ya de regreso. Paso los dedos por sobre el relieve de las cosas. Afuera se disuelve el aire en leve extenuación. Todo parece escondido, sumergido, las cosas ocupando su antiguo lugar. Pienso que he crecido. Acaso me he estirado a lo largo de mi sombra. En el silencioso recorrido el tiempo va perdiendo densidad. Miro por debajo del límite. Lo que antecede no deja huella.

Diáfano está el día de hoy. Apenas espuma de nube toca los bordes del cielo. Me he olvidado de la noche, de su ceniza, su oscuro. Dejo que jueguen mis manos con los hilos de la luz. Siento el gusto de vivir, un animal sin herida. Gozo la desmemoria, el echarme bajo el sol, mordisquear puntas de yerba. Las horas pasan delgadas apenas hendiendo el aire. Mi madre tendía sus cabellos a secarse bajo el viento. Eran largos sus cabellos, largos también los días. Las paredes respiraban, olían a aceite de óleos. La casa llena de afanes de pronto se me viene encima. Encanecida mi madre se precipita en la sombra.

No tengo dónde sostener la casa. Toda tierra es deleznable, toda tierra se derrumba. Pienso una casa en el aire, una morada abierta por donde transite el viento. En sus grandes agujeros anidarán las palomas. Mi madre llenará los vacíos dejando caer semillas desde su delantal ligero. Habrá latidos de perros y llegarán las tinieblas mucho después que el silencio. En el umbral de la puerta, mi madre vestida de blanco, recibirá el mensajero.

La memoria del tiempo me deja confundida. Regreso a los primeros días. Llueve sobre las horas una acongojada lluvia. Nada está sujeto, todo flota en suave lentitud. Algo empuja desde un remoto comienzo. Viene mi madre con sus pies ligeros y su dulce palabra. Siento tu pulso, su tenue latido. Me voy con ella bordeando el contorno del día. La espera de la noche crece en la distancia. Mi madre se va alejando por una tierra húmeda hacia un sitio de redonda claridad. Yo me quedo varada en este sitio oscuro a solas con mi sombra.

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Mantente firme. Que no te doblegue el viento ni esa lluvia que desborda los extremos. Mantente firme. No importa que te empujen, te saquen de tu sitio, de tu propio agujero, guarida apenas, escondido refugio. No importa que te dejen fuera bajo el aire ahuecado. Aunque todo se haya ido en desbandada mantente firme. Mantente erecta desde muy abajo. Un pedazo de tierra sin cielo arriba.

Comienzo un soliloquio empeñada por la sombra. Un humo se levanta como columna erguida. Todo me ha sido arrebatado. De nada soy la dueña. No acierto nunca en elegir el día de la prometida espera. Quiero saber de dónde partió la primera señal aquella que me llenaba desde el último poro de la tierra. Estoy en el verano, en el ardiente estío entre montes desnudos y pajas trizadas. Más allá de mí misma triunfa la claridad del día. Un viento áspero va doblegando yerbas. Yo sigo pensando hacía adentro, allí donde resuena el eco de mi propia nostalgia, donde todo se quema y la hora es inmortal. Acallada estoy como si ya hubiese muerto.

Las casas pasan en hileras, todas de puertas cerradas gruesos aldabones cuidando el hacía adentro. Tú estás más allá, acaso estás muy lejos. Pienso en lo que dejaste en cada casa en aquélla muy azul llena de claridades. Me decías de la muerte como un decir de cada día y yo sentía la agonía de tus golpes horadando la tierra en lo más hondo. Se van borrando las casas en pálidas memorias edad de fábulas que nadie contará acaso el viento en su decir anochecido rescate algún vacío que ondule entre lo oscuro. Esta noche soñaré contigo. En esos saltos de los sueños penetraremos en las casas derrumbando todas las barreras y la casa que fue nuestra en largo y lento sueño se irá quedando atrás.

Está anocheciendo en casa. Todo se va apagando mientras la noche avanza. Mi cuarto se llena de sombra. Crece una gran distancia entre las cosas sin luz. Silenciosa está mi madre en medio del patio vacío. Siento el rumor de su falda agitada por el viento. La noche oculta a mi madre le tapa toda la cara apenas miro sus manos moviéndose en claridad. Quiero avanzar y no puedo. El tiempo me tiene atada a la plena oscuridad. Tal vez diga una palabra o quizás no diga nada y me quede silenciosa en este cuarto vacío.

Reúne todas tus cosas, hasta las insignificantes que apenas dejaron marca. Déjalas en largo reposo, en sugestiones de sueños. Consérvalas junto a tu como una real presencia. Acércales tu corazón, una llama alumbrando allá en el fondo. Recuerda que lo sagrado se detuvo entre tus cosas. Que todas sufrieron lentos padeceres en silencio. Ahora que estás liviana, despojada de su peso, déjate derribar por el peso de otras cosas.

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Busco a mi madre en los sitios donde solía detenerse. Una insistente búsqueda vadeando laderas memoriales. Quiero decirle que todo lo he perdido Hablarle del pájaro que se escapó una tarde. Decirle que nunca alcanzamos los colores soñados, que ahora el viento sopla sobre las casas muertas. Mi madre se va perdiendo con su pelo deshecho. Desde lejos me llega su olor, su solitario canto. En la casa donde fuimos se cierran todas las puertas y la espera amplifica sus confines.

Aquí los cielos entoldados, la insistente penumbra. Suben los olores de lo hondo iniciando su aventura en este cerrado espacio. No hay límites. Todo parece abarcar la eternidad de los instantes. Yo me llamo a mí misma desde mi infinito estar. Me llamo con la voz de entonces, mi clara y desnuda voz. Algo se abre en un espacio ajeno. Quiero saltar las vallas, pasar por encima de todos los extremos. Alzo mi mano y apenas logro escribir en el aire un solo nombre.

En el día entró la lluvia y anegó toda la casa. Caminamos en el agua irisada de corriente. Esperábamos la noche, una tregua entre la lluvia. Ya la noche va creciendo en una helada tiniebla. Hay un aire detenido sobre el techo de la casa. Pienso en los sitios lejanos, espacios de eternidad. Me quito todas las ropas, dejo mi cuerpo desnudo. El agua se volvió oscura. Yo recosté de la sombra todo el peso de mi cuerpo.

Alguien dijo un nombre en alta voz. Lo pronunció claramente. El nombre repercutió en los lechos, los marcos de las ventanas. Toda la familia unida se apretó contra la tapia. El nombre resonó muy lejos, el eco alcanzó muy hondo. Mi madre levantó los brazos buscando amparo en el aire. Todos quedamos temblando mirando golpes de sombra que la noche nos traía. Era la primera vez que yo escuchaba ese nombre. Me desprendí lentamente de toda la familia unida. Miré a mi madre a lo lejos tapándose la cara en llanto.

Desconozco el temblor de las partidas. Yo sólo sé de esta inmóvil permanencia. Quiero perderme en lejanías, en distancias nunca mensurables, un intento de apresar la fuga indetenible de los vientos. Las horas empujan desde adentro rompiendo la densa superficie. Se extienden las noches más allá de los silencios. Busco sitio en una impenetrable oscuridad. Comienzo a tantear la piedra horadando en lo profundo. Heridas quedan mis manos y la violenta rasgadura el nuevo día la llenó de luz.

Mi rostro se va borrando, es todo una mancha oscura. Estoy en medio de la sombra con mi rostro anochecido. Busco la afligida palabra. Rastreando los derrumbes avanzo sin detenerme, sometido el cuerpo mío a la violación del desamparo. Me voy vaciando lentamente y entran por mis embocaduras soplos malignos. Los vacíos me van agujereando y quedo toda perforada. Círculos donde penetra el miedo.

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Todo se copia a sí mismo. Todo se refleja en un espacio perdido. El pájaro copia otro pájaro. La vida copia otra vida. Quiero mirar el pájaro caído desde lo alto, mirar comienzos de vuelo, alas en ejercicio y aquel aire que se copia de otros aires más ligeros. Voy contando los comienzos. En el sitio más fecundo mi madre se echó a dormir. El hambre me va acosando. Un hambre de cosas vivas. Mi madre inventa unos brazos que se alargan memoriosos. Miro mi sitio vacío, clamo por el olvido. La claridad de mi madre comienza a copiar mi sombra.

El cielo se ha oscurecido aun cuando sobreviene el día. Siento su aliento crecido en el respirar del aire. Me sacudo la tristeza, toda la melancolía que deja tras sí la tarde. Me siento en un sitio desierto. Los hermanos están lejos. El más pequeño y más tímido se ha quedado rezagado. Lo miro desde mi sitio trasegando los colores de tanta cosa marchita. Pienso que aún no ha nacido. Miro el vientre de mi madre redondo como una colina. Mi madre buscando nombres como quien busca la luz. ¿Qué nombre tiene mi hermano?

Era el camino de tierras curtidas por el viento. Era el árbol ceniciento asomando su incógnita estatura. Demorado estaba nuestro paso mientras caían una a una aquellas horas crecidas en el tiempo. Tu mano se posaba en la perdida posesión de los objetos. Yo me quedaba lejos, muy lejos de tu brillo. Es el lugar que se adueñó de la sombra. El último sitio donde podríamos guarecernos.

Es el comienzo, el apuntar primero. Lejos quedan los despojos, el inútil sobresalto. Empuño el aire con esta mano mía que se estira en posesión de espacios. Pájaros de tajante vuelo abren círculos en el viento. Yo estoy dormida en medio de una vigilia alucinante. Yo estoy inmóvil en una tierra estremecida. Un imprevisto duelo cuelga sobre mi cuerpo negras vestiduras. La noche me arrastra en sus finales.

Estoy en un sitio sin salida. Un sitio tapiado por todos los costados. Estoy en un sitio vacío, sólo conmigo adentro. Afuera la eternidad de los espacios. Esto aquí cerca por el tiempo, horas desprendidas de invisibles alturas. Estoy aquí en silencio con los ojos abiertos hacia la oscuridad.

Todo ha guardado su sitio. Está la mesa desnuda, los relinchos del caballo que llegaban desde lejos, la yerba mientras llovía. Allí está la anciana tía enhebrando sus agujas, todo oculto por lo oscuro guardando su fulgor secreto. El firmamento es el mismo, siempre los astros distantes y las luces fugitivas cruzando por el espacio. Sólo yo no soy la misma. Nos hemos quedado solo mi cuerpo y las cosas idas. Estoy aquí silenciosa sintiendo crecer la noche.

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Estoy aquí a la mitad del día escuchando el silencio que sube desde sitios perdidos. ¿Es tal vez un roce oculto que de pronto revive o tu remota voz que invade lo caído? Pienso en las horas repartidas. Tu rostro se empaña con el vaho de la ausencia. Una señal transfigura las cosas en el curso del día. El olvido se extiende contra el tiempo. Una corriente oscura arrasa con el límite. La noche va sembrando sus migajas de sobra.

Permanezco en el borde de la noche que pasa goteando su humedad contenida. En su hondísima tiniebla la noche sustenta su follaje. Acaso alguna ardida flor abre en silencio sus pétalos de sombra. La noche se sumerge en profundas dimensiones. Siento el espesor del aire y un aletear de pájaros que huyen. Clamo por el fuego, sus llamas sacudiendo claridades. Lejos está la alborada. La espera de la luz es la más larga espera.

Me arrastro por encima de una superficie lisa, sin escollo alguno. Se desplaza mi cuerpo casi resbalando, sus huesos, sus uñas, sus cabellos, los senos aplastados contra el frío. Derrotado va mi cuerpo descendiendo, descendiendo… ¿Qué cosa se halla oculta en esta larga, inútil rotación? ¿Entre qué laberintos penetrará mi cuerpo en su apagado descenso? Pienso en mi cuerpo erecto. Desde muy lejos me llega el resplandor de un instante inacabable, días de celeste júbilo. Sin ruido, sin sonido, mi cuerpo va perdiendo su última sustancia.

Ebrio está mi cuerpo hoy, dando tumbos por el aire. Hay vuelos por el espacio. Mi cuerpo se empeña en seguirlos. Liviano está mi cuerpo hoy, soñando con espacios libres, inventándose unas alas que brillan en la oscuridad. Un cuerpo alado en el aire que consume las distancias. Quieto está mi cuerpo hoy en súbita inmovilidad.

Se agita el mar y la espuma se consume en sus orillas. Hay un diáfano horizonte por donde se cuela el viento. El sueño se retuerce con la duda. Quiero levantar la duda, levantarla hasta que no a alcance, es una raya ancha, un elevado mástil de algún barco en zozobra. La duda ya no es nostalgia, ondulación de una espera. El mar está regresando con ruidoso espaviento de las costas de un destierro. Yo me aferro de la duda de su crecido soplo que me va dejando inmóvil.

Te busqué por aquellos corredores vacíos donde resiste el día el empuje de las sombras. Seguí adelante dejando atrás la movilidad del aire. Caminé pisando la dormida hojarasca del otoño. Se derrumbaron todas las alturas. Comenzaron a cambiar las distancias, otros olores se escaparon de la tierra. En solitario desapego me detuve a la intemperie. Un recio vuelo me derrumbó.

Tengo un ojo que sostiene las cosas en el aire. Un mirar que se adentra hacia la sombra. Un vacío recién abierto muestra su desnuda hondura. Todo se vuelve oscuro. Se disuelven las formas, cambian los sonidos. Las distancias se borran y comienzo a transitar mis límites.

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En tu mano el olor de la tierra, las ásperas hojas caídas de las noche. Deja que te tapen la cara, tus cabellos y mira a través de su espesura el cielo de abril cruzado de alas, de lentas claridades. Ahora en mi cuerpo nada se detiene y hay tanto amor en sombra. Tiempo de madurar es abril. Busco tu mano en los finales de este octubre de polvos. Busco lo que todavía se halla en vísperas y flota inacabable en un principio.

¿Qué haces allí contemplando las cosas ya perdidas? ¿Qué haces allí en silencio como si la palabra se hubiese ya disuelto y sólo quedasen rasgaduras en los signos? Abandona ese lugar de antes de cuando tenías el corazón soleado y era triunfante tu mirada, ojos arrebatados por el júbilo. Ahora te hallas cercada por anillos de sombra. La luz ha dejado de ser vertical y desciende en negros vuelcos devastando tus antiguas costumbres. No midas más el tiempo vuélvete la espalda a todo lo ya sido. Levántate de esas siniestras caídas que tienen gusto a muerte y parece que bastaran. Intenta un territorio fulgurante que la noche no alcance y comienza de nuevo a soñar.

¿Qué soy en este palpitar del tiempo? Son mis dedos los que recuerdan, es mi piel la que reinventa. Mi aliento va de paso, se suma al aire, se pierde. Mi cuerpo cruza vertientes de unos espacios vencidos. Un animal solitario que empuja contra la noche. El respirar se hace largo. La imagen se desvanece.

Hoy mi espacio ha sido herido. Una herida seca y honda. Intento tocar los bordes de ésta mi herida infinita. Mi herida no tiene bordes, sólo le queda el centro. Es una herida móvil que se agranda con el tiempo. Una herida que se extiende y ocupa todo mi espacio. Lo siento como una llama una mordedura ardiente. Siento que le gana al tiempo. Ya está cercana a la muerte. Al fin comienza a sangrar.

Esa que estás allí. Todo lo que el viento arrastra cayendo sobre su rostro. Esa que está allí. Nadie la vio llegar y ahora está detenida después de aquel largo afán. Ya no le quedan vacíos. Esa que estás allí tan cerca de los abismos. Tiene la cara vuelta hacia el confín de la sombra. Esa que estás allí toda llena de silencios está ya fuera de sitio ya no escucha a quien nombra. Esa que estás allí ya comienza a mirar el infinito.

Llegaron en la noche. Dejaron en la tierra su oscura carga. Un humo denso trazó su círculo de fugados. El ritmo de las horas quedó fijo en mi cuerpo. Recordé tu mirada en vívida memoria. Tu lento, despacioso respirar. Crucé las manos y comencé a no ser nada.

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“Comienzo un soliloquio empeñada por la sombra”, expresa Antonia Palacios en medio de este libro donde la poesía se revela como acto de espléndida desnudez; gran soliloquio que se irá tejiendo entre el día y la noche, el silencio y el ruido, lo cerrado y vacío, lo narrativo y poético.

Escritos entre 1970 y 1980, estos poemas en prosa se detienen en las disipadas formas del espacio, del cuerpo y de la luz, las cuales buscan alcanzar lo vivo y palpitante de un centro errante. Se trata de un espacio contradictorio dominado simultáneamente por el afuera y el adentro, el tiempo inmóvil y la peregrinación; de allí que la casa (la madre, la memoria) sea a veces un desierto, y que lo cerrado frecuentemente se convierta en intemperie.

Antonia Palacios (1915) no sólo es una de las escritoras imprescindibles dentro del devenir de la literatura venezolana del presente siglo, sino también una de las voces femeninas más resaltantes del continente. Gran narradora y poeta, ha publicado bajo nuestro sello los siguientes libros: Ana Isabel, una niña decente, Crónica de las horas, Textos del desalojo, Los insulares, El largo día ya seguro, Una plaza ocupando un espacio desconcertante y Ese oscuro animal del sueño.

Antonia Palacios nace en Caracas en 1904, fue una niña que se desarrollo como autodidácta en un período de guerra mundial (1914-1918), en una Venezuela convulsa por la hegemonía de caudillos andinos que acediaron el poder. En este escenario irrumpe la llamada generación del 28, los muchachos del Sacalapatalajá, las boinas azules y discursos considerados como revoltosos o heróicos de acuerdo a la militancia de la época, a sus filas Antonia se consideró con apoyo, en tiempo para los que el rol de la mujer intelectual no era una constante. Pero, de Antonia nos ocupa su perfil de narradora y poeta que se desarrolla bajo influencias de las corrientes de vanguardia, producción literaria ubicada en un período de dictaduras que cierra para 1958.

La poesía venezolana contemporánea incia en 1940 de acuerdo a las valoraciones hechas por Mariano Picón Salas, la poesía escrita por mujeres de acuerdo a esta cronología permite ubicar a Enriqueta Arvelo Larriva (1886-1962), Luisa del Valle Silva (1902-1962) y María Calcaño (1906-

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1956), todas distantes en estilo y forma. Aún así Antonia Palacios desarrolla con amplitud su producción literaria con mayor auge para los años sesenta y setenta, en una Venezuela con otras condiciones sociales y culturales.

Antonia se desempeño en actividades como secretaría general de la agrupación cultural femenina, el congreso venezolano de mujeres y coordinadora del Taller de Narrativa del Celarg (Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos), para dar posteriormente continuidad en lo que pasó a ser El Taller Calicanto.

La obra poética de Antonia Palacios se cierne sobre la prosa, en ella hay rasgos precisos como la sintaxis quebradiza, enumerativa, propia de una voz que desea nombrar de prisa. El alto lirismo que convoca a una perspectiva interior heredada del romanticismo inglés y alemán. Es una poesía que habla desde lo solo, la escucha, la puntualidad con el dolor, el monólogo con lo muerto, inalcanzable o fragmentario como la memoria.

Sean pues quienes valoren y atestiguen el alto contenido vivencial que confluye en la obra poética de Antonia Palacios. Para ello se han seleccionado algunos poemas de los poemarios Textos del desalojo (1978) y Hondo temblor de lo secreto (1980).