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ANUARIO DE SEXOLOGÍA

ASOCIACIÓN ESTATAL DEPROFESIONALES DE LA SEXOLOGÍA

– AEPS –

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A.E.P.S.(Asociación Estatalde Profesionales de la Sexología)

Apdo. de Correos 10247080 ValladolidTelf. y Fax: 983 39 08 92http://www.aeps.es

EdiciónFelicidad Martínez

TraducciónAgurtzane Ormaza

Diseño y maquetaciónLluís Palomares

Imprime: COIMOFF; S.A.

ISSN: 1137–0963D. L.: Z–3768–1994

Por causas ajenas a esta editora el Anuario de Sexología noha sido publicado en los dos últimos años. Pedimos excusasa autores, socios y lectores y confiamos en que reanude suandadura con paso firme, continuando su contribución alprogreso de la Sexología.

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ANUARIO DE SEXOLOGÍANº 8.

ÍNDICE

MALÓN MARCO, A. Abusos sexuales infantiles:orígenes y contorno de un peligro .......................................... 7

SÁEZ SESMA, S. Reflexiones y propuestas demodificación acerca del hecho sexual humano .................... 55

PÉREZ OPI, E. Ellos, ellas y los celos:Una nueva mirada a un viejo problema ................................ 69

LAMEIRAS, M. El sexismo y sus dos caras:De la hostilidad a la ambivalencia........................................... 91

ARNAIZ KOMPANIETZ, A. Etapas evolutivasdel existente corpóreo sexual................................................ 103

MANZANO, M. Sinergismo entre emoción, fantasma(fantasía) e inconsciente sexual............................................ 145

AMEZÚA, E. La línea política de la reforma sexual .................. 157

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Abusos sexuales infantiles:orígenes y contornos de un peligro1

Agustín Malón Marco *

En las últimas décadas hemos asistido a la emergencia de un nuevo peligro que hatransformado en gran medida nuestra consideración y tratamiento de la infancia, lasexualidad y los riesgos que enlazan ambas realidades. Dicho peligro, propio de nues-tra época, ha sido construido fundamentalmente desde un discurso ideológico y pre-tendidamente científico cuyos orígenes y contornos es preciso rastrear. En este senti-do, el presente artículo cuenta con un doble objetivo. En primer lugar, trata de analizarel contexto social en el que situar los más recientes y destacados orígenes de estenuevo objeto de inquietud; en segundo lugar, pretende señalar lo que en opinión desu autor son los principales rasgos que ha ido adoptando este fenómeno. En el primer caso, observaremos que el problema de los abusos surge en un entornosocial donde diversos movimientos ideológicos, que irían desde la nueva derecha cris-tiana hasta el feminismo antipornografía, coincidirían en señalar la sexualidad comoprivilegiada fuente de peligro. En ese momento, se elaboraría un irracional discursosobre los abusos sexuales infantiles que acabaría convirtiéndose en magnífico símbolodel horror que se quería denunciar. En la segunda parte, se defenderá que los promo-tores de esta nueva amenaza, a menudo desde un discutible discurso científico, hanconstruido el fenómeno en torno a tres ejes: la terrible verdad antes escondida, su ine-vitable gravedad y la dramática extensión del mismo. Palabras clave: sexualidad, abuso sexual infantil, abuso ritual, pedofilia, pornografía, femi-nismo, conservadurismo, victimas, memoria recuperada, peligro, protección a la infancia.

SEXUAL ABUSES ON CHILDREN: ORIGINS AND SHAPES OF A RISK In the last decades a new a risk has emerged and has transformed to a great extentour understanding and treatment of childhood, sexuality and the risks that link bothrealities. The mentioned risk, characteristic of our time, has been constructed basi-cally from an ideological discourse, allegedly scientific, whose origins and shapesmust be tracked down. In the paper there are two aims concerned with it. First, thepaper aims to analyse the social context in order to situate the most recent and nota-ble origins of this new worry. And second, the paper aims to point out the main featu-res that this phenomenon has taken on, in the author's opinion.In relation to the first aim, the problem of the abuses springs out in a social contextwhere a number of ideological movements, which range from the new Christian rightto the anti-pornographic feminism, agree in stating that sexuality is a privilege sour-ce of risk. At this point an irrational discourse concerning sexual abuse on childrenis lay out on and ends up becoming a magnifying symbol of horror, which wasmeant to be denounced. Next, it will be defended that the promoters of this new thre-at, often from an arguable scientific discourse, have constructed the phenomenonaround three main ideas: the terrible truth hidden up to now, its unavoidableseriousness and its dramatic extent.Keywords: abuses, sexuality, childhood, risk, ritual abuse, memory of the abuse,feminism, Puritanism.

Anuario de Sexología2004 • Nº 8 • pp. 7–55

© Anuario de Sexología A.E.P.S.ISSN:1137–0963

* Pedagogo. Sexólogo. E–Mail: [email protected]

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AGUSTÍN MALÓN MARCO

Al investigar el fenómeno de los abusos se-xuales infantiles, me pareció interesante acer-carme a los mismos no como un daño a preve-nir, un delito a perseguir o un trastorno quecurar, sino como un peligro a comprender. Dehecho me ha parecido enriquecedor, sin re-chazar otras aproximaciones, entender losabusos a menores como una nueva amenazapropia de nuestra época (Malón, 2001). El fe-nómeno aquí tratado, característico de las últimasdécadas del siglo XX, es en gran parte un pro-ducto tanto profesional como ideológico. Loque pretendo decir con ello es que los trabajosque comenzaron a dar cuenta del mismo y desus características parecían estar tan unidos alos intereses particulares de algunos gruposprofesionales o ser tan acordes con las consig-nas ideológicas de otros que, más que estudiarun problema, parecieron querer convencer ala sociedad de la existencia del mismo y, sobretodo, de su seriedad.

La presente investigación parte de una in-quietud personal por este nuevo peligro queha emergido con fuerza en las sociedades oc-cidentales en las últimas décadas. El objetivodel texto es perfilar un paisaje donde se décuenta de las formas y dimensiones que haido adoptando dicho fenómeno. En primer lu-gar, me dedicaré a describir el contexto histó-rico en el que surgió el peligro de los abusos,realidad que se inscribía en un complejo en-tramado social con un denominador común:la nueva percepción del sexo como peligro.En la segunda parte del artículo me centrarémás detenidamente en el problema del abusosexual infantil y el modo en que éste fue confi-gurado por la ciencia.

PRIMERA PARTE

EL MODERNO RESURGIRDEL SEXO COMO PELIGRO

1. ABUSOS Y MORAL SEXUALHa vivido occidente una época donde la

transformación de las actitudes hacia la sexua-

lidad ha sido vertiginosa y, muy especialmen-te, deberíamos aclarar, al nivel de los discur-sos y la ley, dado que en la realidad cotidianalas cosas funcionan posiblemente de manerabien distinta. A mediados del siglo XX se iniciasin lugar a dudas una transformación culturalque dará un giro significativo a la moral sexualvigente hasta ese momento. La libertad se-xual, la liberación de las costumbres y de losindividuos en esta materia serán signos carac-terísticos de los tiempos. La llamada revolu-ción sexual supondrá, pues, un hito en la historiade las sexualidades occidentales. Ahora, meinteresa interrogarme sobre el modo en quepudo influir dicho proceso y las posterioresreacciones en contra en el surgimiento de esenuevo temor a los abusos.

1.1. La revolución sexualy el aumento de los abusosDavid Finkelhor (1984), uno de los más

prestigiosos investigadores en el campo delabuso sexual, se planteaba algunas preguntas so-bre el modo en que estos cambios en las acti-tudes hacia la sexualidad habrían podido dealgún modo afectar al problema de los abu-sos a menores. Para él no se trataba de queestas transformaciones en la moral sexualcontemporánea hubieran creado el problemade los abusos en sí, pero sí habrían podidocontribuir agravándolo. Uno de los cambiosque sobrevinieron con esa revolución sexualfue, según Finkelhor, la erosión y el debilita-miento de formas tradicionales de control de lasexualidad, llevando a muchas personas apreguntarse qué es lo que está o no está per-mitido en materia de conducta sexual. Si lasprohibiciones, dice el autor, sobre las rela-ciones sexuales antes y fuera del matrimoniohabían desaparecido prácticamente, ¿no ha-brían de preguntarse algunos si estaban toda-vía en pie las prohibiciones en el sexo con ni-ños? Además la pornografía y su crecienteaumento en los años 70 en los Estados Uni-dos podría haber ido explotando y poten-ciando cada vez más la temática de la porno-grafía infantil.

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ABUSOS SEXUALES INFANTILES: ORÍGENES Y CONTORNOS DE UN PELIGRO

Una segunda transformación relacionadadirectamente con esa “revolución”, y queafectaría negativamente al problema de losabusos, es la referida a los cambios en las ex-pectativas sobre el sexo. La imagen social que setransmite sobre la vida sexual de las personas ysobre lo que ésta debería ser, añadida a la di-ficultad de que esos deseos sean alcanzablespara una gran parte de los individuos, genera-ría una sensación de frustración en los hom-bres que les podría llevar hacia otras opcio-nes más fácilmente accesibles. Una de éstasserían los niños.

Se añade a la anterior, siguiendo con laspropuestas de Finkelhor, una tercera variableasociada. Los cambios en el rol y la imagen de lamujer en el campo de las relaciones sexuales.Un papel más activo y más crítico de la mujeren su vida erótica, dejando atrás la sumisión yaceptación acrítica de las directrices de su pa-reja masculina, habría podido llevar a muchoshombres a buscar una pareja menos exigente. Laigualdad en las relaciones sexuales entre hom-bre y mujer y la necesidad en el hombre de“cumplir” adecuadamente con su pareja se di-luyen en una relación asimétrica.

Sin embargo, su balance de la relación en-tre los cambios en la moral sexual y los abusossexuales infantiles no es del todo negativopara la primera. La revolución sexual habríapropiciado además un ambiente de mayortransparencia que permitió que la problemáticaque ella misma habría colaborado en provocarpudiera ser discutida públicamente. De ahí larespuesta de los medios de comunicación, laposibilidad de las víctimas para denunciarlo yla asistencia profesional para ellas.

No sabría decir si lo que afirma Finkelhorsobre la relación entre la llamada revoluciónsexual y el problema de los abusos sexualesinfantiles se produce del modo en que élafirma, pero en lo que sí convengo con él es enque esa relación existe. Algunas de sus ideas meparecen en un principio fundadas y creo dehecho que entender sociológicamente elproblema de los abusos sexuales infantilesen nuestra sociedad exige tener muy en

cuenta esa transformación, pero sin olvidar,y si cabe con un mayor peso, la contrarreac-ción que ésta provocó, algo que no parecetener en cuenta.

1.2. La contrarreforma sexualy el peligro de los abusosPrácticamente en el mismo año en que

Finkelhor escribe aquel clásico trabajo sobreel problema de los abusos sexuales, publicado en1984, otro autor se aproxima al fenómeno dela moral sexual de un modo bien distinto. Ensu análisis de lo que él denomina la esteriliza-ción del concepto de género y su relación conuna moderna criminalización del sexo, Money(1985) denuncia lo que a su entender son lossignos de un nuevo antisexualismo epidémi-co, particularmente acentuado en una socie-dad como la norteamericana, y que hunde susraíces históricas en el antisexualismo del puri-tanismo y sus temores de haber sido demasiadopermisiva en este sentido.

Lo novedoso, afirma Money, no es la cri-minalización del sexo, que cuenta con unalarga historia en el mundo cristiano. Lo nue-vo, nos dice, es que dicha criminalización yantisexualismo son producto de una de–se-xualización del género o, si se quiere, de lasidentidades de los sujetos. La igualdad sexualse daría en todo excepto en el erotismo. Deahí que hubiera surgido con éxito una nuevaidea: la creciente equiparación de toda rela-ción sexual con la violencia por la que loshombres degradan a las mujeres y a los niños.Unos años más tarde, en 1991, Money reto-maba este tema en su conferencia para el 10ºCongreso Mundial de Sexología celebrado enAmsterdam donde señalaba que “La industriadel abuso sexual se ha desarrollado bajo la in-fluencia de los arquitectos de la contrarrefor-ma sexual y se pone a su servicio como unagente de la contrarreforma” (Money, 1999:29). La nueva contrarreforma, afirma este au-tor, tiene un particular reflejo en el aumentode las acusaciones, muchas infundadas, porabuso sexual y en la creciente asociación en-tre éste y las acusaciones por satanismo.

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A estos dos fenómenos, el del abuso y elsatanismo, se sumarían otras consecuenciasentre las que me interesa destacar la persecu-ción de la pornografía como supuesto fenó-meno que explota a la mujer y afecta negativa-mente a la infancia; la extensión de lasdefiniciones de violación y abuso sexual hastaextremos insospechados; el aumento de lamayoría de edad sexual de los 16 a los 18años; y, por último, la apropiación en el cam-po de la clínica de una terminología básica-mente judicial y policial que incluye términoscomo “víctima, sobreviviente, vejaciones,ofensa, ofender y reincidencia” (Money, 1999:30). Dicho fenómeno coincidió con el ascensosocial y político de una nueva derecha moral.

1.3. El malestar de la sexualidady la pureza socialWeeks (1993) publicaba también en 1985

un trabajo donde analizaba algunos de los ele-mentos de la sexualidad moderna haciendoespecial referencia a lo que señala como unevidente malestar sexual en occidente. En di-cho trabajo, da cuenta precisamente de esasdos fases: una revolución sexual asociada a lapermisividad y otra relacionada con los nue-vos conservadurismos marcados por el com-bate contra las consecuencias de esa supuesta li-beración sexual. La aparición de esa nuevaderecha moral, afirma Weeks, es precisamenteel reflejo de nuestros propios malestares se-xuales. La sexualidad existe en un vacío moralpropiciatorio de ambigüedades e incertidum-bres que, a su vez, favorecen la tentación delregreso a nuevos absolutismos; es la crisis deconceptos como el de revolución sexual loque ha provocado las actuales controversias ydificultades en esta materia.

Según Weeks, la liberación de mediadosdel siglo XX no fue sino un espejismo. Se de-positaron demasiadas esperanzas en las posi-bilidades sociales de dicha transformación,otorgando a la sexualidad poderes de mejorasocial que no poseía. La crisis de aquel idea-rio, su caída e incluso rechazo por aquellosque lo defendieron forman parte del moderno

desarrollo de los conservadurismos en mate-ria sexual. La referencia a la permisividad deaquellos años, como origen de los males queafectan a las sociedades occidentales en la ac-tualidad, fue un argumento habitual en losdiscursos conservadores que repetidamentehan señalado su fracaso y los desastres que ha ge-nerado: la descomposición del mundo moder-no, la crisis de la familia, el aislamiento del in-dividuo y el colapso moral en todos losaspectos, a lo cual habría que sumar fenóme-nos como el aumento de las enfermedades detransmisión sexual, en especial el problemadel SIDA. El sexo y su descarrilamiento de lossesenta fue concebido y presentado como elchivo expiatorio responsable de la sensaciónde crisis vivida a partir de los setenta. La políti-ca sexual pasó a un primer plano, ya fuera por lasdemandas por parte de movimientos socialescomo homosexuales o feministas o por la delos nuevos grupos conservadores, que aprove-charon esta oportunidad para reinstaurar latradicional visión de la sexualidad como peli-gro y amenaza.

A pesar de que gran parte de la poblaciónapoyaba en general una actitud más tolerantehacia temas como la homosexualidad o elaborto, el discurso de la derecha moral calóen las sociedad norteamericana e inglesa conel triunfo de los conservadores en las eleccio-nes de finales de los setenta en ambos países.Reagan en Estados Unidos y Thatcher en In-glaterra fueron los resultados políticos de es-tos movimientos conservadores fuertementeasociados a los grupos cristianos evangélicos(Weeks, 1993; Cañeque, 1988). La derecha seapropió de los llamados temas sociales, aso-ciados a la familia y la sexualidad, como objetode su discurso político que favoreció la visiónde la anarquía sexual como el primer escalónde la anarquía social. La sexualidad fue vistacomo fuente y reflejo del desorden moral. Familiay religión fueron los dos ejes en torno a loscuales se estructuró el discurso de la nuevaderecha moral. De ahí que muchas mujeres,partícipes de un modelo familiar tradicional,se identificaran con las ideas defendidas por

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ABUSOS SEXUALES INFANTILES: ORÍGENES Y CONTORNOS DE UN PELIGRO

aquélla e hicieran propios los temores que lasacompañaban.

Los distintos grupos que componían estaderecha moral, entre los que destaca JerryFallwell y su “Mayoría moral”, coincidieron ensu lucha contra tres elementos: el aborto, loshomosexuales y la pornografía, consideradossignos de la decadencia en Estados Unidos. Suestrategia planteaba objetivos de tipo moralorientados a fortalecer la familia nuclear, losroles sexuales diferenciados y la acción socialdirigida por Dios, la Iglesia, la Biblia y la fami-lia. Los temas sociales hicieron coincidir a laderecha política y cristiana, que capitalizará undiscurso donde la Biblia y Dios permanecen en uncontinuo combate contra las fuerzas satánicas:“Hemos dejado que las fuerzas de Satán gobier-nen nuestra nación y controlen nuestro desti-no.” (Citado en Cañeque, 1988: 116).

Ya en 1977, el Congreso de los EstadosUnidos había considerado con especial aten-ción el tema de la pornografía infantil comoproblema de interés y preocupación social,respondiendo a los discursos que alertaban dela existencia de una terrible explotación sexualinfantil en todo el país. Las cifras aportadaseran a todas luces exageradas y además se de-nunciaba que el incesto había aumentado porculpa de la pornografía infantil, algo que Fin-kelhor, como ya hemos visto, también sugeri-ría en 1984. Los medios no criticaron ninguna deestas afirmaciones, que no contaban con nin-guna base y que tendrían el apoyo de ciertosgrupos feministas. Cuando el Congreso o elFBI se decidieron a investigar al detalle el su-puesto drama de la pornografía infantil, se en-contraron con que apenas había evidencias desu existencia. A pesar de ello, a partir de 1980los medios de comunicación, la policía y otrosgrupos sociales combativos siguieron denun-ciando la existencia de una extensa red depornografía infantil cuya existencia nuncapudo ser demostrada.

En ese mismo periodo, señalan Nathan ySnedeker (2001), se produce un gran desarrollode la investigación sociológica sobre el abusosexual que, ampliando el término de abuso

hasta extremos ridículos, incidiría en la exis-tencia de una inmensa cantidad de menoresvíctimas de abusos y señalaría las terriblesconsecuencias que tienen estas experiencias.Entre estos autores destacarían Finkelhor oRussell, quien afirmaría que el 54% de las mujereshabían sufrido abusos sexuales.

Es, pues, en este ambiente político y socialdonde emerge esa creciente inquietud por losabusos. No obstante, Finkelhor (1984) apenashace referencia a este contexto en su análisisdel proceso histórico aquí analizado. En su lugar,este autor nos remite a dos grandes movi-mientos sociales que situaba en el origen delsurgimiento de la concienciación social porlos abusos. Cada uno de esos dos grandes gru-pos sociales habrían propuesto y favorecidosendas perspectivas de comprensión y abor-daje del problema. Por un lado, estarían losgrupos e instituciones interesadas en el cam-po de la protección infantil. El problema delmaltrato infantil ya estaba reconocido y la ideade una infancia en peligro fue sin duda centralen el éxito del abuso sexual, pero no trataréeste punto en el presente artículo. Por otrolado, hebra que sí seguiré aquí, estaría partedel feminismo. Desde esta perspectiva femi-nista, dirá Finkelhor, el problema del abusosexual se sitúa más allá del problema del mal-trato infantil; según ella, habrá de ser entendidoinserto en la desventajosa situación de la mu-jer y la infancia en nuestras sociedades patriar-cales y en el modelo de socialización masculi-na que éstas implican.

2. EL SEXO Y SUS VÍCTIMASLa sexualidad, y los intensos cambios so-

ciales a ella asociados, era pues vista cada vezmás como fuente de peligro y con menor fre-cuencia como posibilidad para el placer y lafelicidad. En 1986 y en Estados Unidos dos no-ticias destacaron en este sentido. La llamadaComisión Meese, promovida por Reagan, esta-blecía que la pornografía es causante de la vio-lencia contra las mujeres y sugería la necesi-dad de prohibirla. Por otro lado, el TribunalSupremo de ese país consideraba que la sodo-

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mía y el sexo oral eran delitos que podían serperseguidos legalmente. La sexualidad y loque suponía de desorden cuando supuesta-mente era liberada de toda cadena moral fue-ron objeto de una campaña en la que, curiosa-mente, los grupos conservadores no estuvieronsolos. La alianza más insospechada tuvo lugarentre los conservadores y ciertos grupos femi-nistas. Fue precisamente el sexo y su podervictimizador lo que enlazó estas dos perspecti-vas sociales, inicialmente contrarias, comoaliados en una misma batalla: la lucha contrala pornografía. No es que las mujeres defenso-ras de un modelo tradicional y conservador seidentificaran con la liberación propuesta porel movimiento feminista. Lo que sucedió esque ambas perspectivas coincidieron en mu-chos aspectos de sus reivindicaciones. Y al fi-nal en ambos casos eran otra vez las mujeres,y los niños, las víctimas del sexo.

2.1. Feminismo y pornografíaA partir de los años setenta triunfó dentro

del movimiento feminista una perspectiva ideo-lógica que comenzó a percibir el sexo comoorigen del peligro y, en definitiva, como refle-jo de la histórica dominación masculina sobrela mujer. La pornografía fue así situada comoel paradigma de la sociedad patriarcal y de laconcepción de la mujer como objeto a explo-tar; en este caso como objeto sexual. SegúnOsborne (1989), la historia del movimiento fe-minista antipornográfico se remonta a la revo-lución sexual, tras la que se produjo una talvez inesperada proliferación de la denomina-da pornografía dura, contra la que surgierontendencias cuyos objetivos eran básicamentelos mismos del movimiento feminista en ge-neral, pero eligiendo la pornografía como ob-jeto de sus ataques por razones “tácticas”. Laideología de la dominación masculina sobre lamujer se reflejaba en los modelos que mostra-ba la pornografía. Sin embargo, ese argumen-to no bastaba. Temerosas de ser acusadas depuritanas, las feministas antipornografía sevieron obligadas a utilizar un tipo de discursoparticular. Por una lógica contaminadora im-

perante en nuestra sociedad fue posible sus-tentar ese combate en razones de peso queafectaran bien a la sociedad en general comovíctima abstracta de la pornografía, o bien asus individuos como víctimas concretas.

La pornografía fue asociada a la agresiónen general y muy especialmente a las agresio-nes sexuales. “De ahí la consideración de quelas mujeres son las principales víctimas de lapornografía (dura), pero no en un sentidosimbólico sino real, en virtud de esa aparenteconexión” (Osborne, 1989: 33). El lema “lapornografía es la teoría y la violación es lapráctica” venía a reflejar la clave de este dis-curso. La pornografía, además de degradar alas mujeres en general e impedir la igualdadsocial, generaría violencia contra las mujeresen una relación causal directa y unívoca. Deeste modo, como indica Osborne, las feminis-tas lograron, por un lado, evitar ser relaciona-das con grupos moralistas y puritanos y, porotro, evitar el conflicto con la libertad de ex-presión. No se condenaba la pornografía por-que sí; se condenaba porque era mala y teníaefectos nocivos. Al parecer, no lograron niuna cosa ni otra. La lucha contra la pornogra-fía abanderó gran parte del discurso feministaen los ochenta. De manos del llamado femi-nismo cultural, el combate contra la pornogra-fía no hizo sino reflejar un combate más am-plio contra la sexualidad y en definitiva contratodo lo masculino.

Sin duda, el eje central del feminismo cul-tural es que plantea radicalmente la separa-ción de lo femenino y lo masculino, localizan-do en el primero, en las mujeres, lascualidades o virtudes necesarias para un ver-dadero cambio social más allá de cuestionesestructurales; ello lleva incluso a combatirposturas de izquierdas como un reflejo másde la opresión masculina y a plantear la posi-bilidad de reconciliarse con modelos tradicio-nalmente criticados como el capitalismo, la re-presión sexual o el determinismo biológico. Elproblema no estaría en cómo se han construidoculturalmente hombres y mujeres, sino en lapropia naturaleza de ambos sexos que no de-

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ABUSOS SEXUALES INFANTILES: ORÍGENES Y CONTORNOS DE UN PELIGRO

pende de la cultura sino de la biología. Es elreflejo de una confianza absoluta en la supe-rioridad moral de las mujeres que convierte la lu-cha individual en lucha política, el comporta-miento particular en combate social.

Según Echols (1989) el paso del feminismoradical al feminismo cultural se produjo básica-mente en el terreno de la sexualidad; o, mejor di-cho, deberíamos buscar en los debates sobreel sexo la razón de esa escisión que se producedentro del feminismo y, más concretamente,en la relación entre feminismo y lesbianismo.El lesbianismo, debido a la postura de algunossectores del movimiento que localizaban en losexual el origen de la opresión femenina, nopudo presentar sus comportamientos comoopciones sexuales, sino como opciones políti-cas que implicaban el alejamiento de los mun-dos femenino y masculino; al presentar el les-bianismo como “la medida real del compromisocon el feminismo” (Echols, 1989: 91) se produ-jo el evidente alejamiento de las feministas he-terosexuales. Este enfoque del lesbianismo se-paratista era demasiado radical para dejar deser minoritario, pero con su evolución hacia el fe-minismo cultural donde no se rechaza a loshombres sino los valores masculinos, resultómás atractivo para más personas. En este con-texto, no es de extrañar que la violación fueratambién vista como un reflejo de esa violenciamasculina propia de todos los hombres y, loque es más curioso, que progresivamente todarelación heterosexual fuera equiparada a unaviolación: el coito consentido no era sino uneufemismo de ésta.

2.2. El sexo como agresiónDesde los años sesenta se había ido confi-

gurando dentro del feminismo una perspecti-va tendente a la crítica de la heterosexualidadque comienza a ser vista como un reflejo másde la dominación masculina impuesta a lasmujeres. Es por medio de la sexualidad, afir-mará este creciente discurso, como el hombreimpone el orden patriarcal: “Es a través de lasexualidad como el varón ejerce su poder so-bre la mujer; lejos de reducirse a una función

natural, el sexo aparece como el efecto y elinstrumento del poder falocrático, como unpunto de inflexión en las relaciones de domi-nio que los hombres establecen con las muje-res.” (Lipovetsky, 2000: 61).

Coincidiendo con el inicio de estas teorías,se produce el despegue de las denuncias contrala violencia sexual, destacándose por parte delllamado feminismo radical la importancia queestas agresiones sexuales, en sus múltiplesformas, tienen para el mantenimiento de esadominación masculina sobre la mujer. SeñalaOsborne (1993) cómo se fueron configurandonuevas figuras como los malos tratos o el acososexual y se produce un significativo desplie-gue de instituciones, leyes y mecanismos so-ciales para la denuncia e intervención en estoshechos. No obstante, al señalarse con tantoahínco y exclusividad la faceta más dramáticade las relaciones entre hombres y mujeres, sefavorece igualmente la sensación de que endicha violencia se basaba la dominación mas-culina, y se fueron olvidando otros elementosestructurales posiblemente de mayor impor-tancia estratégica.

Transcurridos ya los primeros años ochentase inicia, en consonancia con la obsesión victi-mista, la tendencia a ampliar el concepto deviolación hasta extremos nunca vistos, aten-diendo sobre todo a la llamada «date rape» oviolación entre íntimos. El error, se dirá, espensar que la violación se produce por partede desconocidos de la víctima que la asaltanvaliéndose de la oscuridad y la sorpresa; lamayor parte de las violaciones se producenentre personas conocidas. Lo curioso, no obs-tante, es que la violación ya ni siquiera se defi-nirá necesariamente por el uso de la violenciafísica, sino que la mera coerción e insistenciaverbal, la presión o la manipulación psicológi-ca, serán elementos válidos a la hora de defi-nir qué es y qué no es violación. La exagera-ción mediante el uso de las cifras lleva aconcluir que una de cada cuatro estudianteshabrían sido violadas, si bien en la mayoría de loscasos lo habrían sido sin ellas saberlo y en unporcentaje significativo la víctima habría segui-

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do teniendo relaciones con el agresor. La defi-nición de la agresión sexual llega al absurdo ysu sentido tiene lugar en esa definición de lomasculino mediante rasgos negativos y en elsexo como el reflejo más afilado de dicha maldad(Lipovetsky, 2000).

En esta misma lógica, característica de unaparte del feminismo estadounidense, se ins-criben dos significativos e ilustrativos fenóme-nos de ese nuevo peligro de los abusos sexua-les que venimos analizando en este trabajo.Por una parte, el pánico de los abusos ritua-les, que emergió a principios de los añosochenta y que podemos ver como el respon-sable de que los abusos sexuales pasaran aocupar un lugar preferente en la atención dela sociedad y, lo que es más inquietante, delos investigadores y de los servicios de protec-ción a la infancia. Por otra, como heredero deaquel otro, el movimiento terapéutico de lamemoria recuperada emergente en los ini-cios de los años 90 en Estados Unidos. Ambasrealidades pueden tal vez ser vistas como cari-caturas o derivas de ese nuevo peligro socialque fueron los abusos sexuales infantiles. Nocreo que se trate sencillamente de eso, sinoque más bien han de ser vistas como el lega-do del que nosotros somos herederos direc-tos. Pero aun siendo así, como cualquier cari-catura, en sus trazos podremos observaralgunos de los rasgos más destacados del peli-gro de los abusos tal y como nosotros lo per-cibimos en la actualidad.

3. ESTADOS UNIDOS: DEL ABUSORITUAL A LA MEMORIA DEL ABUSODurante la década de los 70 se había desa-

rrollado en los Estados Unidos un renovadointerés político, profesional y social por elproblema del maltrato infantil, sobre todo enlo que tenía que ver con el maltrato físico.Poco después, a lo largo de la década de losochenta, coincidiendo con el fenómeno socialque he descrito en páginas anteriores, se su-maría al carro el peligro de los abusos sexua-les, que iría alcanzando cada vez mayores co-tas de popularidad e interés profesional hasta

copar buena parte de la atención de institu-ciones, profesionales e investigadores. Lo sor-prendente de este proceso es que esa renovadaobsesión por el abuso sexual a menores tuvosu origen, o al menos un perfecto detonante,en el pánico del «abuso ritual». Desarrollaré acontinuación dos fenómenos íntimamenteunidos de tal forma que, en definitiva, habla-ríamos de una misma realidad social. Ambosilustran con esperpéntico detalle la modernaconexión entre infancia, sexualidad y peligro.2

3.1. Los abusos rituales3.1.1 Estados Unidos,el demonio y el abusoA lo largo de los años ochenta, tras la revo-

lución sexual, las transformaciones de la épo-ca y las ansiedades sociales generadas, se aca-baría definiendo un nuevo modelo de villanosocial: el abusador satánico. Dicho fenómeno,que vamos a denominar en términos genéri-cos como abuso ritual, respondería a factoresdifíciles de establecer, pero en su génesis in-fluyeron activamente los nuevos movimientoscristianos fundamentalistas, feministas, profe-sionales responsables de la protección infan-til, abogados, fiscales y policías.

Ya desde los 60 del S. XX, se desarrolló enlos Estados Unidos una cultura del satanismoque se reflejaba por ejemplo en la abundanciade películas sobre el tema —como El Exorcis-ta. Algunos estudios indicaban que un amplioporcentaje de la población creía en Satán yese número fue creciendo en las siguientesdécadas. En ese mismo contexto se sitúa ladesproporcionada paranoia social contra lassectas, muchas surgidas a partir de la contra-cultura de los 60, a las que se acusaba de unsin fin de atrocidades —muchas relacionadascon lo sexual— y en especial del “lavado decerebros” de los inocentes jóvenes que eransus víctimas. Esta teoría del lavado de cerebrofue a menudo utilizada para justificar todotipo de atropellos como los secuestros de losadeptos a la secta o los tratamientos de des-programación. Todo grupo calificado de “Cul-to” (Cult) fue rápidamente demonizado y ata-

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cado a pesar de que no se demostrara quehubiera participado en ningún acto criminal.Algunos de estos grupos se calificaban a símismos de satanistas o brujos. El temor se lo-calizaba sobre todo en los jóvenes que se in-ternaban en este mundo y a menudo algunos ac-tos cometidos por éstos eran exagerados,convirtiendo en un culto satánico organizadolo que sólo era un juego.

A partir de 1970, según Nathan y Snede-ker, empezaron a aflorar a lo largo de los Esta-dos Unidos una serie de rumores que alerta-ban de la amenaza a la que estaban sometidos losjovenes americanos: asesinos psicópatas, se-cuestradores, ocultistas, pornógrafos y abusa-dores. Los rumores, sin ninguna base o funda-dos en groseras exageraciones de hechosreales, recibieron la atención acrítica de losmedia, políticos, feministas, psicoterapeutas yprofesionales de la protección infantil. En1980 el gobierno republicano promovería lí-neas de investigación sobre la pornografía ylos abusos sexuales que no harían sino encendermás estos pánicos. Poco a poco se fue exten-diendo la idea de un aumento en el númerode hombres que se dedicaban a abusar de me-nores y se comenzó a hablar de “ring sex”para describir grupos organizados de pederas-tas que prácticamente se enviaban a los niñosde un lado a otro del país para abusar de ellos yhacer pornografía.

Ya en 1980, se iniciaron los rumores deabusos satánicos promovidos por gruposcristianos que hablaban de asesinos satáni-cos, ejecutivos diabólicos o grupos de rockque enviaban mensajes encriptados en suscanciones, que no cuajaron del todo en laclase media norteamericana. Ésta, sin embar-go, sí que entró a dar crédito a otros rumo-res crecientes como el de extrañas abduccio-nes de niños, redes de pornografía infantil ogrupos satánicos en centros infantiles; rumoresprovenientes igualmente de grupos conser-vadores. A ellos se sumarían sin ningún pu-dor las feministas y los grupos antipornogra-fía. Todo ello conduciría al pánico del abusoritual de los años 80.

3.1.2. El abuso ritualEn ese contexto social donde la sexuali-

dad había comenzado a verse como una fuen-te de peligro relacionada con el abuso, laagresión, la masculinidad y el diablo, fue don-de surgieron a principios de los años ochenta al-gunos casos particularmente sonados y esper-pénticos que más tarde serían vistos como losprimeros signos de una oleada de denunciaspor abusos sexuales rituales a lo largo detodo el país. Según Nathan y Snedeker, losprimeros casos como el de Mary Ann Barbouro el del colegio McMartin provenían o se ori-ginaron en mujeres con evidentes signos deperturbación mental, a pesar de lo cual am-bos fueron luego aceptados como válidos porparte de profesionales supuestamente prepa-rados. Sin embargo, a partir de aquellos casosy, en especial, del McMartin, un gran número decasos comenzaron a emerger en todo el país.En todos ellos tanto los acusados como susvíctimas y familiares pertenecían a grupos so-ciales de clase media–baja y trabajadora; confrecuencia, aunque no siempre, se trataba depersonas de dudosa moralidad según los cri-terios morales imperantes, lo cual incremen-taba la sospecha.

En algunos, la sospecha surgía sin ningunabase. En otros, se trataba de denuncias porabuso sexual que habían surgido en disputasfamiliares o por casos de pedofilia más o me-nos fundados, pero que acabaron convirtién-dose en investigaciones de supuestos abusosrituales satánicos y que incluían todo tipo deatrocidades. A comienzos de 1985, había cua-tro juicios abiertos por supuestos círculos deabusos sexuales en el condado de Kern y untotal de ocho descubiertos en un territorio de130.000 habitantes. Cientos de casos surgie-ron por todo el país en pocos años. La infor-mación sobre el abuso ritual comenzó a ex-tenderse como un reguero de pólvora porentre todas las fuerzas del orden. A todo elpaís fueron llegando circulares y materiales re-lacionados con los abusos rituales, su detec-ción y su persecución policial. La idea de unainmensa red de abusadores relacionados con

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las drogas o la pornografía infantil comenzó aimplantarse de forma generalizada entre losprofesionales de la justicia, la policía o los ser-vicios sociales. Cualquier niño podía ser vícti-ma de abuso.

Todos estos casos se caracterizaban, entreotras cosas, por la ausencia total de pruebas fí-sicas de las atrocidades denunciadas. Con fre-cuencia, los niños negaban los hechos en unprincipio y era tras las entrevistas con la poli-cía, abogados, trabajadores sociales o terapeu-tas, cuando los niños comenzaban a narrar sushistorias, que acabaron siendo la única prue-ba. Cualquier gesto, palabra, comportamiento,temor, podía ser indicio de abuso; desde unapequeña erupción en los genitales hasta unjuego de apariencias eróticas. Se repartieronformularios donde se señalaban palabras que,dichas por un niño, podían indicar abuso ri-tual —“naked”, “hitting”, “airplane” u “oran-ge” eran algunas de ellas—; así como conductasque podían igualmente llevar a sospechar elabuso —chuparse el dedo, pesadillas, miedosnocturnos, miedos a los monstruos, la sangreo la oscuridad.

Los niños solían ser de corta edad y ape-nas tenían capacidad para entender y explicarlo que realmente había pasado. El tipo de he-chos narrados y las personas señaladas comoresponsables resultaban a todas luces increí-bles e irracionales: desde actos de canibalismo,orgías, todo tipo de relaciones sexuales, zoofi-lia, invocaciones al diablo, canciones y ritualessatánicos, traslados de las víctimas en avión aotras ciudades para que otros grupos de abu-sadores se aprovecharan de ellos, ingestión de he-ces y orina, sacrificios de niños, etc. Por otraparte, cualquier persona podía ser señalada. El ca-jero de un banco donde acudía el niño, la tenderade una frutería, un agente de policía, un políticodestacado, actores famosos —como ChuckNorris— e incluso alguno de los terapeutasque llevaban los casos, aunque en esas ocasio-nes no se daba crédito a los niños.

La ausencia de evidencias convencionalesllevó a que fueran las palabras de acusados yacusadores, obtenidas mediante la sugestión y

la coerción, o bien las más ambiguas conduc-tas de los implicados, las que fueron utilizadaspara demostrar los supuestos abusos rituales.Los fiscales —incluida Janet Reno, que llegó aocupar un alto cargo judicial con Clinton—,aprobaron el uso de sospechosos métodospara la obtención de declaraciones de los acu-sados —hipnosis e imaginación guiada—,además de utilizar con frecuencia los prejui-cios sexuales de la sociedad norteamericanacontra los sospechosos —acusándolos de pro-miscuidad, homosexualidad, libertinaje, etc.La justicia, presionada por movimientos sociales,como los promovidos por algunas feministasimplicadas en una fanática lucha contra lasagresiones sexuales, aceptó como válidos mé-todos probatorios nunca antes permitidos:grabaciones en vídeo de evaluaciones explora-torias, declaraciones en vídeo, pruebas psico-lógicas —dibujos, tests, juegos con muñecos,etc. La emoción y las pretensiones de comba-te ideológico se antepusieron a la razón y lajusticia en los procesos penales; la supuestainocencia indiscutible de los niños es un buenejemplo de ello. A menudo los propios niños,que callaban o no decían nada de abuso, fue-ron silenciados por los acusadores en su pro-pio bien, o sus palabras fueron reinventadas y re-creadas a través de los métodos mássofisticados o burdos. El discurso de la diso-ciación —propio del movimiento de recupe-ración— fue el último exponente que permi-tía justificar el silencio de las víctimas; elsupuesto PTSD,3 constituyó el último filón alque sumarse para combatir la violencia mas-culina, ya que la propia enfermedad llevabaimplícita una crítica de ésta.

Las pruebas médicas de supuestos exper-tos en la detección forense del abuso estabanbasadas en teorías sin ningún fundamentocientífico sobre las señales que la penetracióndejaba en el ano o la vagina de los niños. Losgenitales de los pequeños fueron convirtién-dose en un obsesivo objeto de atención. Estasteorías de los profesionales que investigabanlos casos fueron más tarde desacreditadas pornumerosas investigaciones.

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Los acusados raramente confesaban y, enlos raros casos que lo hicieron, fue tras unsospechoso tratamiento terapéutico o bajo lapresión de fiscales y abogados con el fin deevitar una condena mayor. No obstante, mu-chas de las acusaciones llegaron a juicio, gene-raron investigaciones multimillonarias —in-cluso con grandes excavaciones buscandotúneles utilizados por los miembros de losgrupos satánicos o cementerios donde tirabanlos restos de los cuerpos de niños o animalessacrificados— y no se encontró ninguna prueba.Algunos juicios duraron varios años y, aunque enmuchos de ellos los acusados fueron final-mente liberados —tras pasar varios años en lacárcel—, otros muchos siguieron en prisiónmuchos años. Algunos todavía seguían en1995 cuando Nathan y Snedeker sacaron suinvestigación. Algunas condenas fueron decientos de años.

3.1.3. La industria del abuso sexualAlrededor de este fenómeno se formó lo

que Nathan y Snedeker (2001) o Money(1999) han denominado la industria del abu-so ritual, formada por profesionales y profa-nos de diversas instituciones y organizacionesencargadas de promover la verdad de los abusosrituales, además de formar a todos los profe-sionales del país para su detección y persecu-ción penal. Esta campaña fue en gran medidafinanciada por el Estado a través de millona-rias subvenciones a los organismos dedicadosa la protección infantil y que sufragaban la in-vestigación y los programas de intervención.El gobierno colaboró claramente en fomentarla creencia en la verdad del abuso a través degrupos de investigación que explícitamentetenían la finalidad de acabar con el escepticis-mo. Conferencias, encuentros, seminarios, li-bros, investigaciones, folletos, etc. fueron losmedios utilizados para hacer llegar a los profe-sionales la verdad del abuso ritual.

Cualquier atisbo de escepticismo ante es-tos discursos fue eficazmente neutralizadopor un organizado sistema profesional encar-gado de llevar adelante las teorías del abuso

ritual. Sus principales representantes ocupa-ban importantes cargos en organismos públi-cos y organizaciones profesionales o gruposde presión relacionados con la protección dela infancia. El abuso sexual, gracias a losmiembros de estas organizaciones, pasó a lasprimeras planas de las revistas y los progra-mas de televisión. Otras organizaciones socialesy profesionales fueron sensibilizadas. Un nuevolenguaje fue creado a su alrededor para po-der hablar con apariencia científica sobre loque era fantasioso, para poder hacer creíblelo increíble. Estos grupos y profesionales seencargaron de combatir lo que ellos conside-raban un insoportable escepticismo de la so-ciedad ante los abusos —como con el holo-causto judío— y que impedía que éstossalieran a la luz. Entre los activistas contra elabuso, sobre todo del feminismo, se empezóa desarrollar la idea de que había que contarla verdad del abuso y que la intervención enun caso de abuso buscaba fundamentalmenteque la víctima se sincerara y contara pública-mente lo ocurrido.

En general, el escepticismo ante este tipode procesos y los métodos utilizados en las in-vestigaciones y los juicios, brilló por su ausencia.Más bien existió un ambiente de credulidad ode indiferencia generalizada ante lo que esta-ba sucediendo. Aquellos que levantaron la vozeran personas u organizaciones que apenastuvieron poder para ser siquiera escuchados.Lo curioso es que a menudo las protestas más in-tensas provenían de grupos conservadores yde la derecha cristiana. Algunos autores, clara-mente favorables a esa ideología, criticaroncon furia la actuación de las autoridades antelos casos por abuso sexual y en general la for-ma en que se estaba invadiendo la privacidadde la familia. Sus argumentos eran lógicamen-te los de proteger esta institución y atacar alas feministas que en su opinión eran las prin-cipales responsables de lo allí sucedido. Tam-bién hubo autores, que provenían de la iz-quierda y que eran acérrimos defensores de lalibertad de expresión, que criticaban en gene-ral todo el sistema de protección infantil, o algún

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médico e investigador que cuestionaba públi-camente la validez de los indicios físicos utili-zados para demostrar el abuso sexual.

No obstante, la prensa y los medios de co-municación en general apoyaron el discursode la paranoia, y aquellos periodistas que locuestionaron fueron a menudo apartados delos casos o cuestionados en su profesionali-dad. Mucho peor les fue a los profesionalesde la salud mental, que vieron a menudoamenazado su trabajo, sus investigaciones,sus subvenciones e incluso su propia integri-dad física por criticar la paranoia del abuso ritual.En concreto, fue una asociación financiadacon fondos públicos la que utilizo múltiplesestrategias para desacreditar a los profesionalesque públicamente o en los juicios testificaban encontra de los procedimientos utilizados enestos casos. Estos profesionales eran presen-tados como personas que testificaban por elbienestar de los agresores y se difundían ma-teriales con orientaciones sobre cómo res-ponder a sus argumentos e incluso desmon-tar sus críticas si declaraban como expertosen algún juicio.

No obstante con el tiempo aumentaron yarreciaron las críticas contra este tipo de de-nuncias, los métodos de investigación utilizados,las pruebas existentes —o inexistentes—, los jui-cios y las sentencias. Los políticos y respon-sables públicos tomaron cartas en el asuntopara evitar este tipo de atrocidades. Los in-vestigadores comenzaron a cuestionar todos losmétodos de indagación y tratamiento utilizados.Las sentencias fueron apeladas y se fue con-siguiendo que los acusados salieran a la ca-lle. A pesar de ello, estos despropósitos y sudesmoronamiento no lograron generar unnuevo debate sobre la verdadera protecciónde la infancia. Muchos de los que fueronprincipales promotores de este nuevo peli-gro siguieron ocupando importantes cargosen organismos públicos.

Es verdad que los activistas del movi-miento tuvieron que moderar su lenguajepero, según Nathan y Snedeker, sólo se pro-dujo una especie de lavado de cara donde se

pulieron los aspectos que podían resultarmás sórdidos e inverosímiles —como la refe-rencia a Satán— para así salvar, por un lado,la imagen de muchos terapeutas que habíanapoyado ese irracional mensaje y, por otro,mantener la idea que se había implantado so-bre el abuso sexual en el ámbito de la protec-ción de menores. De algún modo, era preci-so crear un nuevo demonio más razonableque, además, sirviera para expresar a travésde la inocente voz de los niños las quejas delas mujeres sobre la violencia sexual masculina.La línea fue transformar el concepto y la lógicadel abuso ritual satánico en un “abuso sádico”que hablaba de multiperpretadores, círculossexuales multidimensionales o multivictimi-zación y asociaba el fenómeno a los asesinosen serie y similares. Esto sucedía en torno alos años 90, momento en que emergía confuerza otro fenómeno terapéutico herederode éste y que contaba a menudo con los mis-mos representantes.

3.2. El «Movimiento dela memoria recuperada»Ensayistas estadounidenses como Wendy

Kaminer (2001) o Robert Hughes (1994) hanhablado en sus trabajos de lo que éste últimoha denominado «La cultura de la queja», en re-ferencia a determinados fenómenos socialesque transformaron la realidad social y políticade aquel país en los finales de los ochenta yprincipios de los noventa y en los que la refe-rencia a la victimización fue un recurso cadavez más utilizado en todo conflicto público oindividual. Floreció entonces esa cultura don-de el “omnipresente recurso al victimismoculmina la tradicionalmente tan apreciada culturaamericana de la terapéutica. Parecer fuertepuede ocultar simplemente un tambaleanteandamiaje de «negación de la evidencia»,mientras que ser vulnerable es ser invencible.La queja te da poder, aunque ese poder novaya más allá del soborno emocional o de lacreación de inéditos niveles de culpabilidadsocial. Declárate inocente, y te la ganas.”(Hughes, 1994: 19).

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Este movimiento terapéutico, firmementeunido a todo el fenómeno de la “autoayuda”,era denunciado por Kaminer debido a su ca-rácter esencialmente irracional que “busca laverdad en la revelación en vez de hacerlo enla discusión; prefiere incrementar la autoesti-ma del individuo a poner en duda sus ideas, yjuzga las verdades sujetas a discusión en parte se-gún sea el grado de pasión con que se expongany en parte por su supuesto efecto terapéutico.Las creencias verdaderas son las que «curan»”(Kaminer, 2001: 228). Sus comentarios estánrepletos de continuas referencias al explosivosurgimiento del problema de los abusos se-xuales infantiles, que en este caso no seguíasino la estela del fenómeno del abuso ritual.Citando a la propia autora, “uno de los lega-dos más destructivos de la terapia de recupe-ración ha sido la práctica santificación de lostestimonios de quienes dicen haber sido so-metidos a abusos” (Kaminer, 2001: 230).

Parece pues que en ese proceso, del queya he hablado, por el que lo sexual fue cre-cientemente tratado desde el referente de lavictimización, los abusos sexuales infantiles yen especial el incesto pasaron a ocupar un lu-gar destacado gracias también a este movi-miento terapéutico. Los abusos junto a la por-nografía, los ritos satánicos y en ocasiones losextraterrestres, se enredaban en una mismamaraña de paranoia social. Desde sus más ra-dicales portavoces, aquellas personas que ne-gaban la veracidad de las denuncias de abusosexual en ritos satánicos eran a su vez acusa-dos de pertenecer a una gran conspiracióndestinada a encubrir los aterrizajes de seres deotros planetas y los comentarios sobre unaconspiración para ocultar lo que todo el mundosabía cierto: la desbordante realidad de losabusos sexuales y la presencia de extraterres-tres en nuestro planeta.

Según Kaminer, el movimiento de recupe-ración habría convertido el apoyo a las que se de-cían víctimas de algún tipo de abuso sexual ensu infancia, especialmente de tipo incestuoso, enbandera de su mensaje social. Con él se le in-vitó a la población a recordar, desvelar y de-

nunciar aquellas experiencias pasadas de lasque además muchas víctimas eran totalmenteinconscientes, puesto que sistemáticamentelas habrían negado en su subconsciente. Peroel abuso —concepto que en un principio seaplicó genéricamente a cualquier tipo de ina-decuación pedagógica, desde un grito hastauna bofetada—, reprimido en lo más profun-do de su ser, destruía la vida de la víctima sinque ella supiera que lo era. Sólo el recuperar-lo del pasado y sacarlo a la luz podía salvarlede su terrible destino.

Los apoyos incondicionales a las víctimas ysus declaraciones fueron entrando allí dondeno debían; los tribunales de justicia, de formaque “la fe ciega en la verdad de casi todas lashistorias sobre abusos fue garantía de máxima in-justicia: como era previsible, se procesó injus-tamente a varias personas (acusados muchasveces de satanismo y de someter a sus vícti-mas a abusos sexuales de carácter ritual), enlo que se ha comparado acertadamente con elproceso contra las brujas de Salem.” (Kami-ner, 2001: 240). Muchos Estados promulgaronleyes que permitían iniciar pleitos legales conbase únicamente en estos descubrimientos te-rapéuticos y algunos padres fueron demanda-dos por sus hijas tras la lectura de algunos delos manuales del movimiento o tras el proce-so de terapia. Elementos como la presunciónde inocencia o el derecho a un careo entreacusadores y acusado fueron dejados en unsegundo plano por el supremo bien de la víc-tima y la absoluta confianza en su verdad.Además se produciría lo que la autora señala-ba como una confusión entre justicia y tera-pia, ya que si, por un lado, se hacía hincapiéen los “derechos” de las víctimas y la confian-za absoluta en ellas, pasando sin miramientopor encima de los derechos de los “acusados”,por otro, se destacó el papel terapéutico quetenía para la víctima la condena del acusado.Era, pues, preciso castigar para “curar”, aun-que no hubiera pruebas claras de que el acu-sado fuera culpable. Merece la pena pues de-tenernos en esta sorprendente realidad definales del siglo XX.

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3.2.1. El movimiento terapéuticoDurante más de una década, señalan Ofs-

he y Watters4 (1996), una parte significativa dela comunidad terapéutica estadounidenseofreció la terapia de la memoria recuperada aun amplio público, especialmente a mujeres,que padecía problemas que iban desde depre-sión o dolores de cabeza hasta esquizofrenia oartritis. Los terapeutas defendían que estospacientes cargaban con experiencias infantiles deabusos sexuales que habían sido enterradas ynegadas en su inconsciente. Esa represión dela memoria era el origen de sus dolencias ypor lo tanto su recuperación terapéutica era elmedio más adecuado para curarlas. En ciertomodo, metafóricamente hablando, el traumá-tico recuerdo reprimido acababa creando unabsceso que el terapeuta pincha y drena me-diante sus técnicas de hipnosis, recuperacióny vivencia de aquellos sucesos.

Ofshe y Watters califican de escalofrianteel avance de este movimiento en la sociedadestadounidense. Las publicaciones aumenta-ron a pasos agigantados, así como los profe-sionales y los pacientes, autoproclamados su-pervivientes, que pasaron a formar partehabitual de los programas televisivos. Losprofesionales contaban con cada vez más pu-blicaciones y manuales especializados quefueron muy populares y que entraron en loscurricula universitarios, donde las enseñan-zas del movimiento llegaron a una parte signi-ficativa de los estudiantes de áreas relaciona-das con el tema; se organizaron numerososcongresos, conferencias, encuentros anuales,seminarios de formación y programas de ra-dio o televisión. La oferta terapéutica se mul-tiplicó y llegó a ocupar plantas enteras enhospitales de reconocido prestigio que, a me-nudo, eran sufragados con cifras millonariasaportadas por las compañías de seguros. Laslistas de síntomas asociados al supuesto abu-so, y que servían para sospechar de su exis-tencia negada en el subconsciente, llegaban a al-canzar el número de veinticinco indicios.Recientemente, citan los autores, los empresariosde la memoria recuperada han comenzado a

impartir seminarios profesionales y vender sus li-bros en Europa.

3.2.2. El coraje de sanar: supervivientesdel abuso sexual

“if you think you were abused and yourlife shows the symptoms, then youwere” Bass y Davis, (1988) The Coura-ge to Heal.5

El libro más representativo del movimien-to, Courage to Heal: A guide for women sur-vivors of sexual abuse, de Bass y Davis y delque se llegaron a vender 750.000 ejemplares,contaba entre uno de sus objetivos centralesel animar a estas víctimas, curiosamente cie-gas ante su condición, a escapar de ese enga-ño y a felicitarles por su valor. En este trabajo, ori-ginalmente publicado en 1988, sus autorasdespliegan los principios elementales de loque se llamaría más tarde el movimiento de lamemoria recuperada en el que las experien-cias de abusos sexuales en la infancia alcanzan unprotagonismo nunca visto hasta entonces.

Entre los presupuestos de estos plantea-mientos nos encontramos con una premisacentral: la mente de los niños y jóvenes es ca-paz de reprimir durante años o décadas las ex-periencias repetidas de abuso sexual y desaparecetoda posibilidad de recuerdo consciente deellas hasta que la persona está preparada pararecuperarlas y es realmente capaz de hacerlo.La mayoría de las mujeres víctimas de incestohabrían reprimido de esa forma sus experien-cias. Al contrario de lo que sucedía con los tra-tamientos de víctimas de agresiones sexuales opersonas conscientes de haber sufrido algúntipo de abuso en su pasado, las normas de estemodelo de terapia insistían en que los pacien-tes han de ser totalmente desconocedores dehaber sufrido esas experiencias e incluso mos-trar rechazo a las primeras sugerencias del te-rapeuta sobre dicha posibilidad.

La recuperación de dichos recuerdos es-condidos en lo más profundo de la mente es elúnico camino realmente válido para la absolu-

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ta curación de las víctimas que, en caso contra-rio, arrastrarán por el resto de su vida las se-cuelas de aquella experiencia, manifestadas enuna amplia diversidad de síntomas. Frente alsufrimiento inefable que, a decir de estas auto-ras, encierra el haber sido víctima de los abu-sos, el modelo terapéutico propuesto prometela radical transformación de la víctima en unasuperviviente, de un tipo de persona en otrocompletamente distinto: más sensible, real, in-tuitiva, fuerte y capaz de convertirse en una ex-celente terapeuta, doctora, madre o amiga.

A todas luces exagerados y falsos, casi mís-ticos, los resultados prometidos auguran unanueva persona pura y santificada. Con la acep-tación del abuso, la paciente pasa a pertene-cer a un nuevo grupo social: el de las víctimas su-pervivientes, con el que desaparecen los lazosque le unían a ese otro grupo que era la familia.Esos lazos no sólo desaparecen metafórica-mente sino realmente, al romper toda rela-ción con esa familia donde los miembros eran obien abusadores o bien negadores del abuso.La nueva familia estará formada por el tera-peuta, los grupos de terapia y el gran colecti-vo de los supervivientes del abuso.

No obstante, la santificación de la víctimano deja de contar con cierta dimensión marti-rizante. En cierto modo, la víctima se transmu-ta en una mártir que ha de sufrir con gozo loindecible en pro de su transformación existen-cial de víctima a superviviente: el sufrimientodesmedido como fase necesaria de la transfor-mación; una especie de glorificación de laconducta autodestructiva. Aquellos que sehieren a sí mismos son vistos como personascon un honor especial, con un rasgo misteriosoque les confiere un magnífico poder. Las difi-cultades no deben ser evitadas o alejadas, sinoabrazadas, reconocidas y valoradas: el dolorfemenino es nuevamente revalorizado delmismo modo en que se hizo con la mujer delsiglo XIX. Se produce así una especie de rena-cimiento de la víctima tras una especie de“muerte” ritual basada en el dolor.

En dicho proceso, que podía durar mu-chos años, el terapeuta adoptaba la figura del

chamán que “acompañaba” —aunque en rea-lidad dirigía y construía— a la paciente en suviaje al pasado para reconstruir su futuro y su re-cuerdo. La relación entre terapeuta y pacien-te era muy intensa, al igual que la dependen-cia emocional de la segunda respecto delprimero. La clásica relación de poder entreambos adoptaba en este marco connotacio-nes mucho mayores. El terapeuta era investi-do de un aura cuasi mágica que le hacía po-seedor de un conocimiento y habilidades quele permitían dominar a la perfección ese viaje ala gran verdad oculta en el pasado de la vícti-ma. El terapeuta, como nunca lo había sido,se convierte en soberano absoluto del proce-so de curación.

Los pacientes podían incluirse en tres ti-pos de categorías o bien combinar aspectosde éstas. La primera categoría eran aquellospacientes que salían de la terapia recordandovívidamente experiencias infantiles de abusosexual, puntuales o repetidas, a menudo ejer-cidas por sus padres o familiares cercanos. Lasegunda categoría incluía víctimas de abusosproducidos en rituales satánicos que se consi-deraban más o menos comunes y en los quese daban casos de canibalismo. La tercera ha-ría referencia a los casos en que el pacienteacababa siendo diagnosticado con el Síndro-me de Personalidad Múltiple.

a. Construir el abusoEs preciso señalar en primer lugar cómo

el concepto de memoria y de recuerdo fueampliamente transformado para dar cabida atodo tipo de conducta, sensación, reacción,emoción o idea, que eran debidamente inter-pretadas como memorias del abuso. Así, ex-periencias como la sensación de desagradocuando te abraza tu padre, sensación similar ala de un niño asustado, sueños, pesadillas, an-siedad cuando se visita a la familia, etc., eranreinterpretadas como signos claros del pasa-do abuso, como recuerdos del mismo. Nues-tra concepción de la memoria, dirían los tera-peutas, es demasiado limitada y es precisoampliarla. Incluso un dibujo elaborado por el

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paciente puede ser reinterpretado como laemergencia de un recuerdo dormido. Todoera susceptible de ser memoria de un abuso,memoria que no sólo te decía que habías su-frido abusos, sino que muchas veces te indi-caba quién los había cometido.

La cuestión, sin embargo, no es únicamentela de redefinir como memorias válidas algunasemociones, conductas o sensaciones. El pro-blema a menudo reside en recuperar recuer-dos dormidos u ocultos en lo más profundode la mente. Los métodos señalados son varia-dos: desde escribir o dibujar con la mano nodominante, hasta el psicodrama, pasando porla lecturas de manuales de autoayuda en lamateria. A menudo se exige para iniciar el pro-ceso que la paciente “crea” durante unos me-ses que ha podido sufrir abusos, aunque norecuerde nada en absoluto, y esté dispuesta asacar a la luz experiencias terribles y ocultas.Así pues, “creer” en el abuso es anterior a en-contrar “pruebas” del mismo. Se van estable-ciendo estrategias terapéuticas destinadas aproponer al paciente esa visión de su proble-ma actual, relacionándolo con algo que le su-cedió en la infancia.

Poco a poco el terapeuta va adoctrinandoal paciente —a veces, incluso, al propio acusa-do que no recordaba su crimen— hasta queéste está preparado para construir toda esanueva visión de su pasado. Si el paciente seniega a creer en esa posibilidad, ello es, porun lado, un signo de que con ese paciente habráque ir con cuidado y, por otro, de que es másprobable que el abuso sí que se cometiera. Laresistencia a creer en esta posibilidad es un in-teresante indicio de su verdad. La negacióndel abuso, característica de estos pacientes en losinicios de su proceso, es el más claro signo deque realmente el abuso se produjo. La incre-dulidad es signo de certeza. El terapeuta debetrabajar para ir eliminando cualquier resquicio deduda en el cliente sobre si fue abusado o no.

Una vez que el paciente ha aceptado la hi-pótesis y se anima a seguir con el proceso deextracción del recuerdo oculto, los mecanis-mos disponibles son también variados. Desde

centrarse en una sensación específica, hastaescribir una historia imaginaria donde el pa-ciente es víctima de un abuso, pasando por lalectura de materiales relacionados con el in-cesto, el uso de la hipnosis o el compartir ex-periencias con los supervivientes de esos he-chos. Todo el proceso, señalan Ofshe yWatters, se orienta a la reconstrucción de unsupuesto abuso, si bien sería más correctohablar de su creación a partir de la nada.Toda la vida pasada de una paciente es rein-terpretada a la nueva luz del incesto y la vi-sión que tenía de la misma antes de la terapia,cuando no recordaba sino una infancia feliz,es vista como una fantasía por ella misma in-ventada. Incluso el miedo que le provocaba lapelícula de King Kong, un desmayo o el ma-reo en su comunión son recuerdos vistos eneste sentido; el mareo es interpretado comoel recuerdo de un hombre que desea “poneruna cosa en su boca”.

b. SatánEn el proceso terapéutico, la escalada de la

gravedad de las memorias suelen ir habitual-mente a más, puesto que a menudo no se ob-serva ninguna mejora en el paciente tras lasprimeras “memorias recuperadas”, lo cual lle-va a la necesidad de crear nuevos recuerdos sicabe más terribles que los anteriores, hastadesembocar en todo tipo de atrocidades satá-nicas: rituales diabólicos, sacrificios, canibalis-mo, orgías, asesinatos, violaciones, bestialis-mo, etc. De un 15 % a un 50 % de los clientes deeste modelo terapéutico ha narrado este tipode experiencias y en algún Estado se han pro-mulgado leyes específicas para condenar estetipo de hechos. Un 12 % de los terapeutas hanafirmado haber tratado uno o más de estospacientes; algunos de ellos docenas o inclusocientos. Muchos miembros prominentes delmundo terapéutico afirman creer en este tipode abuso y se han escrito obras supuestamente“serias” al respecto. Como sucedía con el abusoritual, lo que subyace a estos fenómenos es lafirme creencia de que este tipo de ritualesexisten desde hace mucho tiempo y se han

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ido manteniendo en el anonimato gracias amágicos y extraños poderes de los agresores,que les permiten cometer todo tipo de atroci-dades sin que lleguen a ser descubiertos y eli-minados. Viniendo a complementar lo que sehabía dicho y visto en los casos de abusos ri-tuales, se afirmó que las víctimas sufrían unproceso de programación que les determina-ba para negar siempre los hechos e inclusopara obligarles a suicidarse.

Los medios de comunicación publicaronhistorias de este tipo de modo acrítico y sinconfirmar lo que en ellas se narraba; la poli-cía aceptó cientos de acusaciones de este ordeny llevó a cabo amplias y costosas investigacio-nes en ese sentido sin encontrar nuevamenteni un solo indicio que demostrara que estetipo de cultos existiera. Las pruebas erancontundentes y resultaba difícil para los men-tores del movimiento mantener sus afirma-ciones y la confianza en la veracidad de loshechos narrados. Lo curioso, como ellos mis-mos reconocían, es que los pacientes rara-mente llegaban a la terapia con las memorias dehaber sufrido el abuso ritual y es duranteeste proceso cuando esos recuerdos emergíana la consciencia. Una vez que se ha iniciadoel proceso terapeútico, muchas veces me-diante hipnosis, la construcción del abuso ri-tual es similar a la que se seguía en la recons-trucción de cualquier abuso sexual.

Como explican Ofshe y Watters, las narra-ciones de rituales satánicos, a todas luces falsas,exageradas y sin pruebas, son el talón deAquiles del movimiento de recuperación. Elproblema es que sus promotores no puedennegar la veracidad de las mismas porque en-tonces habrían de reconocer que sus méto-dos terapéuticos han creado historias falsas.Es una ortodoxia a seguir que se basa en que to-das las memorias de la terapia son ciertas.Cuando se les pide evidencia de lo que dicena los defensores de estas terapias, respondencon el principio de que su labor no es de-mostrar nada, sino ayudar a las víctimas. El«Creed a los niños» se convierte en el puntode partida de todo su discurso. Sólo el que

crea en los cultos satánicos y en la existencia deesos abusos puede permitirse el aceptarcomo clientes a las víctimas de esos hechos.Según los defensores del movimiento, lo im-portante es que cada víctima tiene derecho a re-construir su pasado como quiera; lo preocu-pante es que esa reconstrucción diluye lafrontera entre lo real y lo irreal. La preguntasobre qué sucedió realmente queda sustitui-da por el “¿Cómo te sientes?”.

El psicólogo Cory Hammond, profesoruniversitario y reconocido investigador eneste campo, rompió su silencio, según él conriesgo de su propia vida, en 1992 en la cuartaconferencia anual regional sobre abuso y per-sonalidad múltiple. En dicha exposición Ham-mond explicó con detalle el verdadero com-plot satánico que se esconde tras todos estoshechos y que enlaza a los nazis, la CIA, laNASA o la mafia en una intrincada red diabóli-ca donde los abusos sexuales no son sino untímido reflejo de un terrible mundo subterrá-neo. Hammond expuso una compleja teoríasegún la cual los miembros pertenecientes aesa misteriosa red satánica realizan regular-mente todo tipo de rituales satánicos, en losque, además de abusar de niños, los sacrifi-can y en ocasiones se los comen. Los sujetosque participan en ellos son programados paraolvidar lo sucedido, ocultarlo e incluso suici-darse. La alucinada teoría narrada por este au-tor no cuenta por supuesto con ninguna basemínimamente sólida, pero, curiosamente, se-gún Ofshe y Watters, es constatable su enor-me influencia en multitud de terapeutas ycientos de tratamientos llevados a cabo conpacientes supuestamente víctimas de estoshechos. Aquella conferencia, a la que han se-guido muchas otras, fue dictada en 1992 antecientos de terapeutas que aplaudieron sus pa-labras y fue posteriormente reconocida como untexto de valor pedagógico por la AsociaciónAmericana de Medicina.

Por supuesto, son múltiples las inevitablesobservaciones de los autores sobre el parale-lismo entre este fenómeno del abuso ritual yel sucedido en otras épocas como la caza de

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brujas. Lo curioso es que los propios defensoresdel movimiento utilizan aquellos fenómenoscomo antecedentes del mismo culto que sedescubre ahora. No se hace un análisis críticode aquellos miedos sino que sirven de pruebapara refrendar los de ahora como si fueranmanifestaciones sucesivas de una misma realidadcon características comunes a todas las épo-cas. La ausencia de pruebas y el disparate que so-lía acompañar aquellas denuncias y las de aho-ra, llevan a los defensores del movimiento noa establecer argumentos para defender supostura mejor, sino para destruir la postura, ysobre todo la imagen, de los que les acusan desimplicidad, falsedad y estupidez. Estos críti-cos son inmediatamente acusados de estar dellado de los pederastas, violadores, satánicos yotros misóginos que van en contra de las mu-jeres y las víctimas. La otra opción es pensarque aquellos que niegan o al menos dudan de es-tos hechos son parte de la población que noestá todavía preparada para enfrentarse a esaterrible verdad. Es el recurso a la negaciónque ha sido ya común a lo largo de la historiay que todos los autores que han escrito sobreel abuso indican en sus trabajos: el abuso in-fantil ha sido siempre negado, ocultado. Elloes signo de un valor moral inferior, valor quees asimilado inmediatamente por aquellosque sí que defienden a pies juntillas la veraci-dad de estas atrocidades.

c. Personalidades múltiplesUno de los síndromes más extremos aso-

ciados al problema del abuso sexual infantil hasido el de la personalidad múltiple. La lógicade base es simple: el trauma de la experienciaabusiva lleva a la víctima a dividir su identidad ennuevas personalidades que le hagan más “lle-vadero” el horror. Según afirman Bass y Davisen su obra Courage to heal, virtualmente latotalidad de las personas que padecen perso-nalidad múltiple ha sufrido severos abusos ensu infancia. Incluso muchos terapeutas consi-deran que cada personalidad puede llevarconsigo su propio paquete de experienciasabusivas. Al igual que la terapia de la memoria re-

cuperada, el diagnóstico de la personalidadmúltiple habría experimentado un tremendoincremento en los últimos diez años. Segúnun reconocido experto en la materia, alrede-dor de un 1 % de la población cumple los cri-terios de este diagnóstico; ello implica quesólo en Estados Unidos habría dos millonesde personas con personalidad múltiple.

Ofshe y Watters analizan este supuestotrastorno de un modo crítico llegando a lamisma conclusión que en el caso de las narra-ciones pasadas de abuso sexual: todo pareceindicar que es el terapeuta el que lleva a caboun complejo y sutil proceso de sugestión conel paciente en el que va creando una serie devariopintas “personalidades” que pueden in-cluir desde personas de distintas edades ysexo hasta animales. Algunos investigadoreshan sugerido que hay muchas posibilidadesde que ningún caso de MPD —siglas en in-glés— en adultos surja de forma espontánea yfuera de un tratamiento que, probablemente,lo haya provocado. Así pues, el trastorno noexiste per se, sino que es creado por los pro-pios terapeutas.

Los resultados descritos de las terapias llegana ser incalificables. En muchos casos los pro-blemas de personalidad múltiple enlazan conel complot satánico ya descrito anteriormen-te. Muchos expertos llegaron a defender quedetrás de todo esto está la CIA, que contabacon un programa donde maltrataba a niños demil formas distintas para crear adultos conpersonalidad múltiple. Esto lo afirma una re-conocida autora en el campo de la MPD que, asu vez, ha sido presidenta de una asociaciónpara el estudio de este trastorno que cuentacon más de tres mil miembros. Por supuestoque toda postura que trate de demostrar quela personalidad múltiple no es sino una gro-tesca degeneración del proceso terapéutico esrápidamente rechazada como perteneciente adicho complot.

3.2.3. La actualidad del fenómenoYa he citado en líneas generales cómo fue

el impetuoso auge del movimiento de recu-

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peración allá por el inicio de la década de los 90,siguiendo la estela de los pánicos sobre losabusos rituales. El éxito social quedó refleja-do en aspectos como la progresiva apariciónde leyes que permitían iniciar procesos judi-ciales basándose únicamente en recuerdosde abuso recuperados durante la terapia, elaumento por lo tanto de las denuncias porabusos alentadas por terapeutas y abogadosciviles oportunistas, los millones de dólaresgastados por las compañías aseguradoraspara pagar los costosos tratamientos terapéu-ticos, etc. El movimiento de recuperación asu vez ocupó un lugar preferente y cada vezmás influyente en todo el campo de la saludmental —Ofshe y Watters citan su influenciaen la Asociación Americana de Psicología, lade Psiquiatría y la de Trabajadores Sociales,así como el desarrollo de una gran oferta for-mativa para dichos profesionales.

Ahora, dicen en 1996, las cosas han cam-biado. Señalan una evidente crisis en todo eldiscurso de la recuperación y el inicio de unmarcado rechazo por la sociedad en general ylos grupos profesionales en particular que,poco a poco, van señalando las trampas queesconde este fenómeno. Los defensores delmovimiento han sido acallados cada vez conmayor fortaleza y muchos son los que se venobligados a reconocer su propia caída. Auto-res reconocidos del movimiento apenas salenahora en los medios de comunicación dondeantes eran habituales y sus teorías son a me-nudo ridiculizadas públicamente en los me-dios. Incluso algunos autores como Bass oHerman reconocen ahora que puede ser po-sible que se crearan falsas memorias, algo queantes era absolutamente imposible de reco-nocer. Un reconocido defensor del movi-miento que llegó a señalar con pasión todo eltema de los rituales satánicos y de la conspi-ración mundial para controlar al mundo a travésde la programación de los niños —incluida laCIA— escribió una carta donde lamentaba laimagen que se había dado de él y negaba granparte de todo lo que evidentemente fue ca-paz de hacer.

Todas estas concesiones sobre posibleserrores no son, a juzgar por estos críticos, sinoformas de evitar aceptar las oportunas respon-sabilidades echando la culpa a las malas prácticasprofesionales de algunos individuos que hanrecibido una formación inadecuada. Las cosasno han quedado, pues, claras del todo y con-ceptos como el de disociación o represión si-guen existiendo y aceptándose en el ámbito dela psicología o la psiquiatría. No debemos olvidar,dicen los autores, que detrás de todo esto han es-tado tres prestigiosas organizaciones profesio-nales —las ya citadas— que han amparado elmovimiento de recuperación, sin adoptar des-pués ningún tipo de responsabilidad sobretodo lo sucedido. Una pregunta central sehace necesaria en las últimas páginas de su tra-bajo: ¿por qué los grupos profesionales direc-tamente implicados en el fenómeno —psiquia-tras, psicólogos, trabajadores sociales—no hancuestionado en general las sorprendentes pro-puestas y prácticas de estos terapeutas? La res-puesta parece concluyente: evidentemente setrata de proteger a todo el grupo y sus intere-ses. Nadie, dicen, se va a arriesgar a que cues-tionen su estatus por acusar a una parte de suprofesión. Curiosamente, los médicos sí quehan señalado algún riesgo en este sentido, pre-cisamente porque a ellos no corresponde esecampo de intervención.

Las demandas legales contra terapeutaspor parte de familiares de los pacientes o in-cluso de los propios pacientes han aumenta-do progresivamente de forma sorprendente yla perspectiva de futuro es que sigan hacién-dolo. Las penas impuestas a los terapeutashan sido en muchos casos millonarias. Algu-nos jueces han dictaminado sentencias donde secuestiona claramente la validez científica delas propuestas defendidas por el movimientode recuperación y son numerosos los casosdonde las víctimas del movimiento, las pacien-tes, han retornado con sus supuestas familiasabusadoras y se han reconciliado con ellas.

No obstante, si bien reconocen que mu-chos profesionales han señalado el tremendoerror que implica y el gran daño que están ge-

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nerando sobre muchas personas, la ampliaaceptación social del discurso y su prolíficaaparición en distintos ámbitos profesionalesparecen augurar un futuro no demasiado hala-güeño con los que son críticos con dicho fe-nómeno. Muchos datos apuntan a que la so-ciedad y los que la gobiernan parecen engeneral dispuestos a aceptar estas ideas inclu-so en sus leyes. El fenómeno del movimientode recuperación y su derrumbe, afirman estos au-tores, ha ayudado a desvelar la estructura que es-conde todo el campo de la salud mental. Si nose da un cambio positivo y claro en otra líneade organización más asentada en el conoci-miento científico, es posible que se vuelva aproducir cualquier otro fenómeno de simila-res características.

4. FEMINISMO, ABUSOS RITUALESY MOVIMIENTO DE LA MEMORIARECUPERADA

“Perhaps incestuous rape is becominga central paradigm for intercourse inour time.” (Dowrkin,6 citado en Ofshey Watters, 1996: 10).

De interés para nosotros es, a su vez, el se-ñalar, tal y como algunos autores apuntan, larelación que existió entre el nuevo conserva-durismo, el abuso ritual, el movimiento de re-cuperación y algunos grupos feministas. Hastaahora hemos ido citando puntualmente algu-nos aspectos de la conexión que se pudo darentre todo el discurso feminista aquí expuestoy el fenómeno de los abusos sexuales infanti-les que nos interesa en este trabajo. Comoafirma Osborne, a mujeres y niños siempre seles ha metido en el mismo saco y este caso noha sido la excepción. La percepción de la por-nografía como amenaza no sólo afectaba a lasmujeres, sino también a los niños que son ex-plícitamente señalados como potenciales vícti-mas de ese objeto y, por extensión, de la eró-tica masculina y la ideología patriarcal “queconsidera a las niñas y niños y a las mujerescomo propiedad a su servicio, lo que incluye

también la obtención de placer sexual bajocualquier condición y a cualquier precio.” (Be-zemer, 1994: 12)7

De hecho, ciertos grupos feministas se im-plicaron activamente en la lucha contra losabusos sexuales y el apoyo incondicional a susvíctimas —además de la lucha contra la porno-grafía. A pesar de la falacia que podía escon-derse tras todo ese discurso de la inexistenciade pruebas verificables de sus argumentos ode su asociación con ideas satánicas y patente-mente irracionales, “un elevado número de fe-ministas críticas abrazó el movimiento de recu-peración y trasladó a los debates sobre políticapública su fe irracional en las verdades perso-nales.” (Kaminer, 2001: 250).

El discurso del abuso sexual está impreg-nado de la lógica y el combate feminista. Enlos trabajos de Nathan y Snedeker o el de Ofshey Watters, que hemos utilizado para la exposiciónde esos dos fenómenos relacionados, sonconstantes las referencias a cierto feminismocomo ideología promotora de estos nuevospeligros. Finkelhor destacaba el papel del fe-minismo en la concienciación social por elproblema de los abusos, si bien sus aportaciones,señala este autor, están muy mediatizadas por suideología sobre la dominación masculina, enla que integran de forma coherente el proble-ma del abuso hacia los niños. Más que preocu-parse por una visión del problema desde elpunto de vista de las familias disfuncionales, elfeminismo tendía a culpar a la sociedad pa-triarcal y a la socialización masculina, mostran-do un especial rechazo por las teorías que ha-blaban por ejemplo del papel de las madrescomo cómplices silenciosas del incesto (Fin-kelhor, 1984: 4).

Del mismo modo, en su análisis de las or-ganizaciones de supervivientes del abuso se-xual, Browne (1996) señala cómo se hace evi-dente el papel que tuvo el feminismo en elreconocimiento del abuso sexual infantilcomo problema grave de nuestra sociedad y laimportancia que tiene la perspectiva feminista enla filosofía de todas estas organizaciones. Y esprecisamente un análisis de las organizaciones

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de supervivientes del abuso el que incluyeesas referencias al feminismo. Es posible queello sea sencillamente un reflejo de cómo elfeminismo, o parte de él, habló de las víctimasde abuso como supervivientes del mismo,como si ese objeto sagrado que era la víctimade abusos mereciera este calificativo, hacien-do así honor a lo heroico de su experienciapasada, presente y futura. La imagen de lasvíctimas como supervivientes del abuso es unelemento clave en la evolución de la percep-ción social del problema desde sus inicios.

Todos los autores en los que me he basa-do destacan el papel que tuvo el movimientofeminista en el desarrollo del abuso ritual ydel movimiento de recuperación, al convertirel abuso sexual y especialmente el incesto pa-dre–hija, en prototipo de la sociedad patriar-cal y origen de gran parte de sus injusticiasrespecto de la mujer. El problema del abusosexual se convirtió en foco de interés social enla década de los ochenta ya que representabala convergencia de un supuesto conocimiento clí-nico y una conciencia feminista. El abuso se-xual y todo el discurso de su recuperación te-rapéutica supuso, pues, una excelentemetáfora de la crítica a la sociedad patriarcal y susmales. Del mismo modo que una mujer “des-cubre” que fue abusada, la sociedad “descu-bre” a través de este movimiento su maltratohacia la mujer. Según Andrea Dworkin, los pa-dres violan a sus hijas como medio de sociali-zación en su estatus femenino. Kathy Swink,en su obra titulada The dynamics of feministtherapy, afirma que el incesto es la expresiónextrema de la sociedad patriarcal entrenandoa las víctimas en lo que será su futura funciónsocial: atender a las necesidades de los demás,especialmente de los hombres (Ver Ofshe yWatters, 1996: 10). Así, lo que acabó sucedien-do es que la defensa de este modelo de tera-pia suponía en definitiva una defensa del femi-nismo; quien se oponía a él iba en contra deéste (Robbins, 1995).

El abuso sexual infantil simbolizaba y con-densaba metafóricamente muchos de los te-mores y peligros que acechaban y acechan a

las sociedades contemporáneas: inseguridad,vulnerabilidad infantil, cambios en el papel de lamujer, moral sexual, etc. En un clima victima-rio donde todo «superviviente» de experien-cias abusivas, susceptibles de ser recuperadassi han sido reprimidas, adquiere cierto estatus desacralidad, cualquier crítico del movimiento esacusado de misógino y cualquier abogado quehable de los derechos del acusado es señaladocomo defensor del abusador. La crítica se hizopues imposible durante muchos años e inclu-so ahora, dicen los autores, lo es en determi-nados contextos.

En ese proceso, de algún modo se apro-piarían del mismo lenguaje y actitud que elmovimiento de recuperación. “Algunas femi-nistas, por su parte, tomaron prestados delmovimiento de recuperación términos comocodependencia, adicción y abuso. La recupe-ración contribuyó a la aparición del feminismoterapéutico, que demonizaba al hombre ycuyo objetivo era recuperar la autoestima delas mujeres supuestamente frágiles y eterna-mente victimizadas.” (Kaminer, 2001: 238). Deahí a la alianza entre los grupos más conserva-dores y parte del movimiento feminista paraluchar contra la pornografía y otros males, habíasolo un paso. Este último no dejó de creer en larelación entre satanismo, pornografía y abu-sos sexuales. Las mismas escritoras antifemi-nistas comenzaron a utilizar el lenguaje del fe-minismo y los movimientos antiabortistascomenzaron a hablar de la «violación quirúrgica»(Hughes, 1994: 20).

Según explica Kaminer, las feministas podíantener sus razones para entrar en ese discursoacusador, sin duda con tintes fanáticos e irra-cionales, puesto que les permitía denunciar loque ellas consideraban una histórica indiferen-cia y ocultamiento social del incesto y los abusossexuales. De no creer a ninguna mujer que sedecía víctima de estos hechos se pasó a de-fender la inamovible verdad que se ocultabadetrás de cada revelación, por mucho que lapropia historia narrada por la víctima fueratotalmente inverosímil. Era otra muestra, talvez de las primeras, de lo que será la santi-

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ficación social de la victima, que pasó a seruna especie de nuevo objeto sagrado de nuestracultura. Si las feministas antipornografía des-cubrieron, según declaró una de sus teóricas,“una nueva teoría de la causalidad social” en lapornografía, dando cuenta del meollo de laopresión femenina (Osborne, 1993: 20), lasdefensoras de la memoria recuperada lo hanencontrado en las experiencias infantiles deabuso sexual, que explicarían toda génesis dela edad adulta problematizada.

V. CONTEXTO HISTÓRICOY PELIGRO SEXUALHe llevado a cabo hasta aquí un pequeño

repaso de lo que considero facetas importantesde esa nueva ola de antisexualismo que, a decirde Money, habría invadido Estados Unidos, Ca-nadá y Gran Bretaña a partir de los ochenta.Desconozco en realidad el peso que pudierontener en aquel país los fenómenos descritos en re-lación al abuso sexual. Lipovetsky y Todorov nolos citan; probablemente tampoco apareceránen los libros de historia, aunque sí lo recogeKrauthammer (1994) en su breve esbozo delnuevo concepto de desviación en Estados Uni-dos. Otros como Money, Kaminer, Nathan ySnedeker, Ofshe y Watters insisten en las im-portantes dimensiones y consecuencias socia-les que llegaron a tener allí.

De Europa o nuestro país no he dichonada. Parece que por aquí somos algo más so-segados que los estadounidenses respecto dela emergencia de esos discursos sociales y lospeligros que reclaman. Lipovetsky (2000) de-fiende la necesidad de hablar de hecho de la«excepción americana», dado que los extre-mos que han tenido lugar en aquel país no pa-recen tener posibilidades de cuajar en otroslugares del mundo y mucho menos en Euro-pa. No obstante, hemos de reconocer que so-mos herederos de aquellos miedos, si bien suconsideración y tratamiento ha podido diferirdel que se llevó a cabo en Estados Unidos.

Desde los efectos del SIDA hasta la paranoiasatánica ya descrita, pasando por las batallas an-tipornográficas, parte de occidente ha asistido a un

progresivo proceso de criminalización de granparte de lo que tiene que ver con lo sexual.Además he señalado, como sugería Money y he-mos tenido oportunidad de ver, que el proble-ma de los abusos sexuales infantiles ha ocupadoun papel destacado en dicha transformación.En este proceso histórico, del que es difícil sa-ber en qué etapa nos encontramos, han sidomuchos los grupos e ideologías que han jugadosus intereses, muchos de ellos válidos y otrosno tanto, siendo difícil separar el grano de lapaja. Ha sido mucho también lo que se ha di-cho sobre el problema de los abusos y en estecaso nos encontramos con la misma dificultadde una criba que diferencia lo razonable de loque no lo es tanto. Las posturas adoptadas sehan mantenido con demasiada frecuencia en lasutil frontera entre la razón y la irracionalidad,entre el sentido común y el fanatismo.

En cualquier caso, si observamos sus prin-cipales características, es evidente que dichofenómeno participa de los mismos compo-nentes que hemos señalado como caracterís-ticos de esa cultura victimista. Así, por ejem-plo, el discurso de la recuperación permite acualquier adulto, sobre todo mujer, convertir-se en la eterna víctima de unos abusos pasa-dos cuya veracidad es difícilmente demostra-ble. Sin fundamento alguno en la ciencia o larazón, los defensores del movimiento a suvez convirtieron una experiencia asociada a losexual en el origen de todos los males y llega-ron a convencer a la sociedad, y a muchosjueces, de que la palabra de la víctima era sa-grada. Los héroes de aquella sociedad fueronlas víctimas, y las víctimas del abuso sexual es-taban sin duda llamadas a convertirse en unmodélico referente.

De hecho, la imagen de la víctima del abuso,cuyo recuerdo es dramáticamente recuperadocon el apoyo del «Dios–terapeuta», aúna en unamisma realidad la idea de víctima y la de super-viviente. Hay algo en ella de ese optimismo he-roico de un fénix que resurge de sus cenizas,símbolo muy propio del ideal del individuoamericano. Si a ello le sumamos, como veremosen el próximo apartado, cierta trascendencia

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histórica que se otorgó a toda revelación deabusos, el papel que Satán, la conspiración dedeterminados grupos sociales, el FBI o la CIAacabaron teniendo en aquel proceso, el círculoperfecto se cierra. El símbolo de la «víctima–su-perviviente» que el feminismo y los activistasdel abuso sexual han construido colma, comoningún otro, el ideal de aquella sociedad en esa eta-pa de su historia.

Por ello sugiero que ha sido en generaltodo el discurso profano y especializado sobreel abuso sexual a menores un producto de esacoyuntura histórica de la que nosotros hemossido partícipes sin saberlo. En la segunda partede este artículo, consistente en un análisis críticode lo que llamaré la ciencia del abuso, seránobligadas las referencias a Freud y Kinsey, ade-más de a las autoras feministas o el reconocido tra-bajo de Finkelhor. Pero igualmente me intere-saré por sondear las posibles conexiones entreesta reflexión científica y esos otros fenómenosque ya he descrito. Estructuraré mi exposiciónsiguiendo lo que en mi opinión son los princi-pales elementos que han dado forma al moder-no discurso sobre el peligro del abuso sexualen la infancia y que comparte, sin lugar a du-das, con los principios del abuso ritual o el mo-vimiento de recuperación: la histórica negacióno ceguera ante el problema, la terrible exten-sión del mismo, que hace más increíble esa ce-guera, y su gravedad.

SEGUNDA PARTE

LOS CONTORNOSDE UN PELIGRO

1. DE LOS LÍMITES ENTRELO IRRACIONAL Y LO RAZONABLE1.1. De la sensatez al fanatismoPosiblemente, para muchos, los fenóme-

nos del abuso ritual, el movimiento de recu-peración y sus infundadas propuestas habríande ser valorados sencillamente como una de-rivación extrema y no deseada de la razonableatención debida al problema del abuso. Desde

esta postura, digámoslo así, estos discursosirracionales no serían sino una consecuenciano deseada, marginal o degenerada si sequiere, de un tratamiento científico y sensatodel asunto.

Desde luego que la inquietud científica ysocial por el abuso sexual a menores es ante-rior al fenómeno del abuso ritual y su secuelaen el movimiento de recuperación. Ya Kinseyhacía referencia al problema en los años cin-cuenta, aunque denunciaba el dramatismocon que estaba siendo tratado. De hecho, eltemor a los abusos a menores venía de anti-guo en los Estados Unidos y tampoco era aje-no al discurso de la degeneración de pasadossiglos en Europa. Ya hemos hablado tambiénde cómo fue en los años 70 cuando se desa-rrollaron las primeras grandes investigacionessobre el tema —aunque llevadas a cabo porautores que luego participarían más o menosactivamente en los otros fenómenos descritoscomo Finkelhor y Russell— que empezaron aalertar con las terribles estadísticas y la grave-dad del problema.

Aceptemos, pues, esa posibilidad y afirme-mos que una cosa era tratar el tema del abusocon el rigor y la atención merecida y otra biendistinta hacer lo que hicieron aquellos fanáti-cos en los años ochenta y noventa en EstadosUnidos. Desde este punto de vista, diríamosque entre ambas formas de tratar el tema nose debería suponer en un principio nada másque una mera relación de parasitismo de unarespecto de la otra. La irracionalidad impues-ta por parte de los discursos del abuso ritualo de la memoria recuperada en su modo deafrontar el problema de los abusos es evidentey sin duda para muchos terriblemente cho-cante. Los extremos a los que han llegado ensus afirmaciones son de tal calibre que impi-den siquiera la confrontación lógica y argu-mentada. Esa insensatez no se hace en apa-riencia tan evidente en el discurso habitualsobre el problema del abuso en la mayor partede las obras publicadas y tampoco lo ha he-cho, al menos por el momento, en socieda-des europeas como la española.

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Además, sería preciso señalar que no es to-talmente exacto hablar de una unidad total,por ejemplo dentro del propio movimientode recuperación tal y como lo describen autorescomo Ofshe y Watters. Dentro del mismo mo-vimiento terapéutico, existen líneas de opi-nión divergentes y que a menudo se cuestionanunas a otras. Así, por ejemplo, un reconocidoautor en el ámbito de la Personalidad Múltiplecomo Frank W. Putnam (1991) cuestionabalos fundamentos de las teorías que defendíanla existencia de abusos rituales satánicos—, sibien lo hace con una respetuosidad por lasmismas y sus autores, tratados como científi-cos serios, muy alejada de las encendidas críti-cas de Ofshe y Watters.

La crítica sobre la recuperación de supuestasexperiencias reprimidas de abuso sexual de-bió surgir dentro del propio ámbito de la in-vestigación de los abusos sexuales infantiles.Un buen ejemplo es el artículo de Robbins(1995) “Wading throuh the Muddy Watters onRecovered memory”, donde analiza la teoríade la memoria recuperada en materia de abu-sos sexuales y trata de establecer una serie deorientaciones para los profesionales sobrecómo interpretar estos planteamientos y quélímites ponerles. En este sentido, Robbins lle-va a cabo un análisis, similar al de Ofshe yWatters, de las afirmaciones sobre la existen-cia de la disociación y la represión del abuso,todas ellas basadas en el estudio de casos y sinninguna prueba clara de su existencia y mu-cho menos de esa supuesta relación con losabusos sexuales infantiles. Cuestiona, pues,los planteamientos comunes a todo el movi-miento de recuperación, sobre el funciona-miento de la memoria ante los hechos trau-máticos vividos en la infancia, exponiendo elmodo en que realmente funciona la memoriay el significado de la “amnesia infantil” que, le-jos de ser reflejo de un trauma, es un hechocomún a todas las personas. Otros puntos ca-racterísticos del movimiento como la supues-ta veracidad de todas las alegaciones de abuso—sobre todo cuando implica a extraterrestres,rituales satánicos, vidas pasadas o memoria

uterina— son igualmente cuestionados porRobbins que, en definitiva, pretende defenderla necesidad de indagar experiencias pasadasde abuso sexual sin caer en los extremos defen-didos por el movimiento de recuperación.

El artículo de Robbins sería, pues, unaprueba de que, dentro del tratamiento cientí-fico del problema de los abusos, es posible ha-cer planteamientos más razonables y menoscombativos que los que el movimiento de re-cuperación propone. Todo esto es muy cierto yevidentemente no debemos acusar de irracio-nalidad a todo lo que se ha escrito sobre abu-sos sexuales infantiles. No obstante, sin negarlo dicho anteriormente, tampoco debemosdejar de indagar la existencia de posibles rela-ciones que, en mi opinión, hacen sospecharde una notable y fluida comunicación entreambos fenómenos en ideas y autores, además dela existencia de una misma raíz compartida. SiRobbins afirma acertadamente que no debe-mos confundir el problema de la memoria re-cuperada con el de los abusos sexuales infan-tiles, por nuestra parte queremos sugerir queno debemos olvidar que ambos fenómenoscuentan con orígenes y progresos muy cerca-nos entre sí y que no es exacto hablar sencilla-mente de uno como precedente del otro, sinoque ambos son reflejo de un mismo discursoimplicado en la estrategia de ese otro fenóme-no histórico de mayor trascendencia: la reno-vada percepción del sexo como peligro. Vea-mos algunos indicios que justifican lo queestoy sugiriendo y que invitan a un análisismás detenido del que yo he podido llevar acabo.8

1.2. La hermandad entre la cienciadel abuso y los activistas del abusoEn primer lugar, es preciso hacer notar

que, si bien los autores en los que me he basa-do se dedican a desmontar con evidente rigor losplanteamientos del abuso ritual y el movi-miento de recuperación, parece resultarlesimposible no hacer alguna que otra referencia almodo en que ha sido tratado en general eltema de los abusos sexuales infantiles. Sin negar

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la necesidad de intervenir en este tipo de he-chos y evitar el sufrimiento de muchos niños yadultos, estos autores se sorprenden ante elcalibre que ha adoptado dicha realidad en lassociedades occidentales. Así, para Ofshe yWatters, el análisis del fenómeno de la terapia dela recuperación parte necesariamente de lamoderna inquietud por el sexo desde su ladomás oscuro y lleva a un equivocado tratamien-to del problema del abuso donde “dispassio-nate analisys and debate was set aside, whileunadulterated advocacy on behalf of the chil-dren and adult survivors was applauded.”(Ofshe y Watters, 1996: 10).

En este contexto, sitúan la alianza forjadaentre el “celoso” movimiento de proteccióninfantil y el de la memoria recuperada que sereflejó en el pánico del abuso ritual en losaños ochenta y en el aumento de las acusa-ciones por abuso en los procesos de divorcio.Además —lo que es más importante para elobjeto de este apartado— en sus continuasreferencias críticas a los autores más destaca-dos en el movimiento de recuperación, incluyenmuchos autores que son también reconoci-das figuras dentro del ámbito de la investiga-ción del abuso. Nombres como los de Her-man, Finkelhor, Browne, Williams, Briere,Schatzow, Putnam, Runtz, Rush, Green, Cour-tois, Goodwin, Summit o Young, son habitualesen los manuales y estudios sobre el abuso se-xual9; a su vez, muchos de ellos son destaca-das personalidades dentro del movimiento derecuperación.10

Algo similar sucede en el trabajo de Nat-han y Snedeker sobre el abuso ritual. Muchosactivistas del movimiento del abuso ritual per-tenecían a la IPSCAN, fundada por Kempe, ycolaboraban en la prestigiosa revista de estaorganización —Child abuse and neglect—,aunque no tenían demasiado poder ya que elabuso sexual era sólo una parte de los temasque trataba esta organización. En torno a 1985se formó la APSAC11, más centrada en el tema delabuso sexual y promocionada precisamentepor profesionales e investigadores promoto-res de la verdad del abuso ritual. A esta asocia-

ción pertenecían destacados investigadoresdel abuso sexual como Conte —que era supresidente—, Finkelhor, Burgess o Summit.

Nathan y Snedeker comentan la situaciónactual de todos aquellos destacados profesio-nales e investigadores que en su día levanta-ron la persecución del abuso ritual. Ningunode ellos ni ninguna otra autoridad destacadade la protección infantil en aquel país ha criticadoaquellas actuaciones y rectificado sus ridículasteorías. Muy al contrario. Todos ellos siguenocupando destacados cargos en las asociacio-nes profesionales y en los organismos públi-cos desde donde con frecuencia siguen lan-zando el mensaje del abuso ritual, esta vezcon el nuevo lenguaje del sadismo y la violencia.Muchos de ellos siguen recibiendo dinero yencargos para formar a nuevos profesionalesen técnicas para la detección del abuso: y uncuantioso número sigue escribiendo sobre elabuso. Entre ellos están Finkelhor, Summit,McFarlane o Meyer Williams.

La lectura de muchos estudios sobre elproblema del abuso denota, siquiera de for-ma implícita, claras influencias del discursodel abuso ritual o de la memoria recuperada.Autores como La Fontaine introducen en sus in-vestigaciones sobre el abuso puntuales refe-rencias a ideas claramente provenientes delmovimiento de recuperación (1991: 91–92).La Fontaine, que supuestamente se acerca alproblema del abuso desde una perspectivaantropológica y basándose en su propia in-vestigación en un centro hospitalario, esta-blece como ciertas las creencias más que dis-cutibles del movimiento de recuperaciónsobre la disociación y la represión de la me-moria. En una obra editada en España por elMinisterio de Asuntos sociales, Garbarino ySttot (1993) —el primero de ellos un recono-cido experto mundial en protección de me-nores— exponen algunos casos de abusos ri-tuales satánicos como si fueran ciertos y sinapenas atisbo de crítica, lo cual es común enotros muchos trabajos.

Igualmente, es muy ilustrativo ojear algu-nas obras de carácter divulgativo como la de la au-

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tora argentina Irene V. Intebi, titulada “Abusosexual infantil. En las mejores familias” (1998)y elogiosamente prologada por Joaquín dePaul Ochotorena —destacado investigador delmaltrato infantil en España. Si bien no lo citaexplícitamente y no llega a hablar del movi-miento de recuperación como tal, sus teoríassobre el problema del abuso son idénticas a laspropuestas de dicho discurso. La obra estáademás repleta de continuas referencias a des-tacados autores como Bass, Davis, Herman,Masson o Terr, entre otros.

En un capítulo titulado “Symptoms ofpseudoscience”, donde aportan algunos da-tos que cuestionan la fundamentación cientí-fica del discurso de la recuperación, Ofshe yWatters incluyen artículos notorios en la in-vestigación científica del abuso y en un apén-dice titulado “Three papers”, donde analizantres estudios recientes que en su opinión de-muestran la debilidad empírica del movimien-to de recuperación, comentan tres artículoscuyos autores son igualmente destacadas fi-guras de los estudios científicos sobre el abuso12

y que en esta ocasión se dedicaban a investi-gar, con resultados positivos, algunos de lospresupuestos del movimiento de recupera-ción —como la asociación entre abuso sexual yel trauma posterior, la represión de las me-morias de abuso o la demostración de que larecuperación de memorias ocultas de abusono es producto de la fantasía ni de la inven-ción del terapeuta.

Para analizar la posible relación entre am-bos discursos puede ser útil también atendera los primeros estudios sobre la materia. Sinos detenemos en esa obra clásica en el trata-miento científico del abuso, como es “ChildSexual Abuse. New Theory and Research” —ala que ya me he remitido varias veces—, escritapor David Finkelhor y publicada en 1984, ob-servamos algunas conexiones de interés. Yaen los agradecimientos David Finkelhor citaalgunos autores interesados en el problemadel abuso y que, según explica, le han sor-prendido por su interés y dedicación en estecampo, además de haber sido extraordinaria-

mente generosos con su personal alientopara llevar a cabo sus estudios. Entre los seisautores que cita incluye a Judith Herman, JonConte y Roland Summit, destacados investiga-dores en el campo del abuso ritual y del mo-vimiento de recuperación.

En la comisión Meese sobre pornografía, a laque ya he hecho referencia, donde participa-ron reconocidas feministas antipornografíacomo Diana Russell —destacada autora a suvez en el campo del abuso sexual—, se encon-traba Deanne Tilton Durfee, cuyo esposo apo-yó a los principales acusadores en el caso Mc-Martin. Ésta citó la recomendación de Summitde que los abusos sexuales en los centros dedía fueran más estudiados. El Estado dedicóuna partida económica para hacerlo y el en-cargado del trabajo fue David Finkelhor. Ésteera ya un destacado sociólogo en esta materia,había investigado el abuso sexual en colaboracióncon Russell y había colaborado en un trabajosobre el caso McMartin y otros similares.

Junto a dos colaboradores, Finkelhor ela-boró su obra “Nursery Crimes”, publicada en1988 y que trataba sobre los abusos en cen-tros de día. Afirman Nathan y Snedeker queeste trabajo pasó a convertirse en un libro dereferencia obligada para aquellos que creíanen la verdad del abuso. Esto fue así porqueeste autor se presentaba como un investiga-dor serio que hacía un trabajo para el Estadoy, además, esta investigación concluyó la gra-vedad del problema. Según estos autores loque hizo Finkelhor fue mezclar datos aparen-temente reales —pedófilos que reconocían sutendencia o acusaciones contra hijos deficientesde algunos trabajadores de centros de día—con las barbaridades habituales de los abusosrituales. Mezcló verdad y fantasía en una ex-plosiva poción que en absoluto cuestionaba la pa-ranoia del abuso ritual.

Más adelante volveré nuevamente sobreeste punto para ampliar la relación existenteentre los fenómenos ya descritos y los traba-jos de David Finkelhor. Por el momento, seña-lar que es muy ilustrativo que este autor, cu-yos estudios han fundamentado gran parte de lo

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que se ha dicho y se dice sobre el abuso se-xual, siendo obligado referente en toda inves-tigación o publicación sobre el tema, manten-ga este tipo de relaciones intelectuales yademás refleje y refuerce en sus investigacio-nes algunos de los irracionales fundamentosde los fenómenos sociales ya descritos.

2. LOS CONTORNOS DEL PELIGROFélix López (1993: 1994) planteó somera-

mente lo que consideraba las fases históricasen el tratamiento científico de los abusos se-xuales infantiles, que irían desde la observa-ción de un fenómeno que hasta ese momentohabía permanecido oculto, hasta la elabora-ción de modelos explicativos específicos.Como señala este autor, en las últimas déca-das se han dedicado infinitas investigaciones ytrabajos a este asunto convirtiéndose en unode los temas más atractivos de la investigaciónen campos como el maltrato infantil o la se-xualidad: “Desde este punto de vista puededecirse que por lo que atañe a estas socieda-des —se refiere a todo el mundo anglosa-jón— se ha pasado de la obsesión por negar lasexualidad infantil al interés obsesivo por des-cubrir y castigar los abusos sexuales infantiles”(1993: 221).

El interés social sobre el abuso sexual fueaumentando en la década de 1980 sobre todoen el mundo anglosajón, lo cual se ha materia-lizado también en el ámbito de la investiga-ción. La evolución de ésta habría pasado pordistintas fases (López, 1993), lógicas por otrolado, que irían desde un inicial proceso deacercamiento al problema hasta un interésmás actual por elaborar modelos explicativosdel fenómeno, pasando por los estudios detipo descriptivo y estadístico. López habla delas primeras referencias al problema, remitien-do al psicoanálisis freudiano o a las investiga-ciones de Kinsey, pasando luego a una segun-da fase de reconocimiento y catalogacióndonde los investigadores se dedicaron al estu-dio de los posibles efectos a partir del análisisde casos concretos sin utilizar muestras am-plias. En una tercera fase se trataría de estudios

descriptivos que se habrían llevado a cabo so-bre todo desde los años setenta hasta mitad delos ochenta, donde se trató de valorar la fre-cuencia del abuso, tipos y efectos a corto y largoplazo, siempre con una sólida perspectiva esta-dística investigando amplias muestras y esta-bleciendo comparaciones globales entre ellas.La última fase, que denomina de construcción demodelos explicativos y desarrollada desde fi-nales de los ochenta, contaría según Lópezcon el objetivo de la elaboración de modelosteóricos que explicaran tanto los efectos delabuso como las causas de los mismos.

En este marco temporal y científico se fueelaborando lo que más tarde sería, según lodefine Finkelhor (1999), el paradigma de re-ferencia en el acercamiento científico al abu-so. A continuación expondré lo que en miopinión son los tres pilares sobre los que seha construido dicho discurso cuya preten-sión era, antes que nada, convencer a la opi-nión pública o la comunidad científica de laalarmante presencia de este moderno peli-gro. El fenómeno del abuso ritual o del movi-miento de recuperación forman parte deeste proyecto y son igualmente partícipes deestos tres ejes.

2.1. Tras la gran verdad2.1.1. Negaciones cotidianas,cegueras históricasLos discursos del abuso ritual y de la me-

moria del abuso, y creo que en general el mo-derno discurso del abuso sexual, nacen conpretensiones de verdad, de gran verdad. Deahí que todo cuestionamiento de sus pro-puestas suponga anatema. Así es. Un axiomade los fenómenos que hemos analizado hacíareferencia al problema de la negación del abu-so. Según dicho principio, negar un supuestoabuso sexual o dudar del mismo ante la au-sencia de pruebas mínimamente sólidas, no essencillamente una vileza o inmoralidad, queno es poco, sino que además el gesto se cons-tituye en reflejo o nueva evidencia a pequeñaescala de una negación histórica de mayortrascendencia.

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Se da, pues, lo que podríamos definir comouna cuestión de fe, planteándose un dilemabásico: creer o no creer en el abuso. Si se cree enél, entonces se entiende que se está en esaparte de la sociedad que no niega la existencia delos abusos y del incesto; si no se cree en uncaso concreto o se duda del mismo, entoncesuno entra en esa otra parte de la comunidadque sigue negando esa nefasta realidad. Como se-ñalan Ofshe y Watters, en el discurso de la me-moria del abuso en cierto modo se equiparacada caso individual con la globalidad de lo so-cial. Confunde un tipo de negación con la otra detal forma que la idea de que «lo personal es po-lítico» adquiere nuevas dimensiones. En opi-nión de autoras feministas como Benatar, afir-ma Robbins (1995), este escepticismo no essino parte de un antifeminismo evidente y deun intenso rechazo de los supervivientes delos abusos sexuales, y asegura que aquellosque cuestionen la veracidad que encierran losrecuerdos recuperados de estas experienciasantes reprimidas no hacen sino atentar contralos recientes logros en nuestro reconocimien-to del problema de los abusos sexuales infantilesy de su gravedad.

Poner en cuestión, o al menos sugerir lanecesidad de investigar a fondo los relatos delas víctimas, era de algún modo profanar clara-mente lo más sagrado del discurso sobre losabusos sexuales. Aquellos que criticaban estafe ciega en los relatos de los niños o en la me-moria de las víctimas, que a menudo narrabanhistorias inverosímiles, fueron comparadoscon los que negaban el holocausto nazi, cuandotal vez el verdadero paralelismo reside en que losdefensores de la recuperación y los que nie-gan el holocausto nazi parten de lo mismo: in-tentar hacer la historia sin contar con eviden-cias de sus argumentaciones. Como comentaKaminer (2001), no había manera de rebatiruna experiencia pasada de abuso sexual yaque ésta se basaba únicamente en el recuerdo dela víctima que, para ese discurso, era pruebade verdad absoluta. Pero la defensa a ultranzade las víctimas no se reducía a los supuestoshechos de abuso sexual, sino que se extendió

más adelante al debate de todo lo política-mente correcto —heredero en su opinión deesa pasada caza de brujas— y al lenguaje quedebía ser permitido o condenado. La regula-ción del lenguaje se basaba en la posibilidadde que alguien se sintiera ofendido o discrimi-nado, hasta llegar al extremo de que cualquierpersona podía sentirse como tal ante cual-quier hecho. El simple hecho de que se dijera“ofendida” o “abusada” era suficiente.

Del mismo modo que las víctimas del abuso,ciegas ante su propia naturaleza, han de sersometidas a la revelación de la verdad parasuperar todas sus dificultades, la sociedadtambién se ha mostrado, y se muestra, ciegaante la realidad del abuso. La disociación indi-vidual es solo una sombra de una histórica ne-gación social. Así pues, la sociedad también hade ser sometida a un proceso terapéutico que lepermita quitarse la venda de los ojos y enfren-tarse a su propia vergüenza. Un ejemplo deesta realidad relegada a nuestro inconscientecolectivo sería la vasta red de cultos satánicosque han abusado ritualmente y asesinado ni-ños durante cientos de años con total impunidad.Combatir pues el abuso, ya sea en lo particu-lar o en la sociedad en general, con unas ar-mas o con otras, es combatir por sacar a la luzuna gran verdad. Una verdad de la que Freudfue el primero en darse cuenta, a pesar de queluego, afirman algunos, se equivocó al negarla ominimizarla.

2.1.2. El fatal error de FreudEste principio no es exclusivo del movi-

miento de recuperación de los años 90 o delas alas más combativas del feminismo radical. YaFinkelhor en 1984 retomaba este argumento ylo aceptaba como válido. De hecho, este autorera conocedor de las propuestas feministassobre la pornografía, los abusos y otros temassimilares. Por ejemplo, se refiere ya entoncesa las sugerencias de autoras como Dworkin oRush que plantean la relación que existe entrela publicidad o la pornografía infantil y la pe-dofilia. De la primera Finkelhor cita un trabajosobre pornografía y masculinidad presentado

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en una Universidad en 1983; de la segundautiliza en repetidas ocasiones un artículo de1977 titulado “The Freudian cover–up”13 y ellibro “The best kept secret”14 de 1980, quetrata el tema del abuso sexual infantil. Los tra-bajos de Rush versaban sobre la reformula-ción como fantasías de las memorias de abusode las pacientes de Freud, tema que más tardetrató Masson en su obra de 1984 titulada “Elasalto a la verdad” y que Finkelhor también re-coge en sus reflexiones sociológicas sobre elproblema del abuso sexual.

Esta obra es manejada a menudo entre losdefensores del movimiento de recuperación ytambién aparece en algunos manuales sobreel abuso sexual. Así, por ejemplo Irene Intebi,en su obra sobre los abusos sexuales a meno-res, se refiere al trabajo de Masson para criti-car la postura de Iwan Bloch sobre el supues-to papel seductor que juegan muchas niñasen sus relaciones eróticas con adultos. Ade-más, Intebi incluye un capítulo titulado“Freud, la histeria y la historia” dedicado a criticarla postura final de Freud respecto de los abu-sos. Finkelhor por su parte recoge la propues-ta de Masson para explicar lo que consideraun tradicional escepticismo respecto del abu-so por parte del colectivo de psiquiatras.

En nuestro país, Félix López15 (1993) indi-ca que las primeras referencias científicas alproblema del abuso han de buscarse en lasteorías de Freud sobre la sexualidad infantil yla existencia de deseos eróticos entre padres ehijos. Freud sería el primero en reconocer lapresencia de los abusos y en señalar su fre-cuencia, aunque posteriormente, según reco-ge López —siguiendo la teoría defendida porMasson, el movimiento de recuperación, Fin-kelhor y otros—, abandonaría esta posiciónpara achacar todo a las fantasías infantiles ydeseos incestuosos de sus pacientes. Esta su-puesta negación de Freud de la realidad delabuso, transformado en fantasía, forma partedel discurso general del abuso y, sobre todo,del movimiento de recuperación. Dado su in-terés en la configuración moderna del problemadel abuso, lo analizaré con cierto detalle.

Según Ofshe y Watters (1996), es evidenteque sin la existencia de Freud y sus aportaciones,ampliamente aceptadas en todo el occidente,no hubiera sido posible el gran desarrollo delmovimiento de recuperación y sus teorías queprobablemente habrían sido rechazadas como«pseudociencias». Su importancia en el mo-derno discurso sobre los abusos no se reduce allugar que, como veremos, ocupó entre los de-fensores de la memoria recuperada o los in-vestigadores de este campo, sino en el hechode que sus planteamientos de base han per-mitido dar por válido el esquema elementaldel peligro aquí analizado. El papel de la se-xualidad infantil, la importancia otorgada a lasrelaciones familiares más íntimas donde lo se-xual estaba siempre presente, el lugar queocupa en general la sexualidad en sus teoríaso el hecho de que desde el psicoanálisis“siempre se explica al individuo en función de suconexión con el pasado, y no del futuro haciael que se proyecta.” (Beauvoir, 2000: 113), sonalgunas de las herencias que sin duda han per-mitido configurar el abuso, sobre todo el in-cestuoso, del modo en que se ha hecho.

Ofshe y Watters se ven obligados a desplegarun análisis de las teorías de Freud en este sen-tido, haciendo especial referencia al debatepor el que supuestamente pasó de considerarlas memorias del abuso de sus pacientescomo recuerdos reales a considerarlas reflejode sus propios deseos y fantasías infantiles.Pasó de una teoría del abuso a una teoría de laseducción —Edipo—. Afirman estos investiga-dores que es común en la literatura del movi-miento de recuperación, y deberíamos añadirque en la literatura sobre los abusos sexuales,el señalar críticamente este cambio de pers-pectiva en la visión que Freud tenía del pro-blema y, lo que es más importante, que estecambio en su postura se debía sobre todo alas presiones de la sociedad victoriana que no es-taba preparada para aceptar que los abusossexuales en la familia existieran realmente. Porello los defensores del movimiento de recupe-ración son dados a volver a los primeros escri-tos de Freud, donde todavía defiende la teoría

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de que esas experiencias incestuosas fueronreales. Lo que no reconocen estos autores,afirman Ofshe y Watters, es que Freud, lo cual sepuede ver en sus propios escritos, utilizabamétodos similares a los suyos —generadoresde falsas memorias— para provocar o cons-truir en los pacientes los recuerdos que élmismo deseaba crear para así poder sustentarsus teorías.

2.1.3. La gran verdadIndependientemente de si esta crítica a

Freud es cierta o no, cuestión en la que no en-traré, algo muy interesante que sugieren Ofs-he y Watters, y que en cierto modo le pasaba aFreud, es lo que les sucede a los defensoresdel abuso ritual o del movimiento de recupe-ración y que, en mi opinión, es también carac-terístico del mismo discurso científico delabuso: la sensación transmitida de que handescubierto o están descubriendo la “granverdad oscura” de la humanidad, lo que siempreestaba oculto y que en cierto modo explica latotalidad de la existencia humana, de sus so-ciedades y sus individuos. De ese modo, el te-rapeuta encargado de recuperar esas memo-rias enterradas en el pasado, también entra enun nivel de existencia superior al ser percibi-do como un ser de especial relevancia y capa-cidad que está en la compleja e importante laborde salvar al sujeto y, por qué no, a la sociedad.La sensación de haber dado con una gran verdadpudo tener cabida en el pensamiento deFreud —así lo sugieren al menos estos auto-res—, pero desde luego es cierto en lo que se re-fiere al discurso del abuso sexual. La vergüen-za de haber permanecido ignorantes tantotiempo ante esta lacra social es reconocidapor los teóricos del abuso y esgrimida comoun mea culpa continuo ante lo vergonzosode su histórica negación o ceguera. En cual-quier caso, lo interesante es que esta letaníaque sirve para otorgar rango de «Cruzada porel bien» a la lucha contra los abusos sexuales—en la que debemos incluir la pornografía ola prostitución infantil— permite también jus-tificar muchas otras premisas del discurso.

En primer lugar, destacar cómo a menudoen la práctica cotidiana la intervención en loscasos de abuso sexual no es vista simplementecomo una actuación policial, social o terapéu-tica ante un delito, una agresión o un hechopuntual. Todo caso de abuso es interpretadocomo otra punta que emerge de un inmensoiceberg, nunca como hechos raros o aislados. Sepodrá argumentar que ello se debe a la de-mostrada extensión del problema, algo de loque hablaré en breve, pero ahí no reside enmi opinión toda la explicación. De hecho di-ría que la intervención en el abuso, o simple-mente el hablar sobre el tema, ha alcanzadorasgos de sacralidad tal que convierten entabú no ya su existencia, sino su negación ocrítica. Salvar o “curar” a una supervivientedel abuso es hacerse partícipe de un granmovimiento social que lucha por socavar loshorrores que encierra esta sociedad. De esecombate los activistas del abuso ritual o delmovimiento de recuperación no son sino elbatallón más aguerrido, pero forman partedel mismo ejército. Discrepar de sus objeti-vos y de sus medios supone el riesgo de con-vertirse en defensor del enemigo. Resistirse acreer en los horrores que según dicen pade-cen millones y millones de niños por culpa delos deseos eróticos de muchos hombres —yalgunas mujeres— es una vileza difícil deigualar. No hay punto medio.

La victima, que como vimos pasa a ser su-perviviente, sobre todo desde cierto discursofeminista, adquiere también signos de santi-dad o, si se prefiere, de heroicidad, pues hayalgo de épico en su experiencia que la dejamarcada con una señal imborrable. Marca que nosólo supone el recuerdo de un sufrimiento,sino sobre todo indicio de una particular for-taleza propia de aquellos que han regresadodel infierno. La víctima queda al margen de lasociedad para bien y para mal; nunca será lamisma porque aquello, indefectiblemente, latransforma. Observar a la víctima de los abu-sos exige una mirada entre devota y admiradapuesto que uno se halla ante un ser excepcional.Así lo afirmaba el movimiento de recupera-

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ción y las supuestas víctimas de los abusos ri-tuales pasaban a ser notorias personalidadesen su comunidad y se les hacían grandes fies-tas donde acudían destacados personajes dela televisión y el mundo del espectáculo paraniños (Nathan y Snedeker, 2001).

Un reflejo de esto que estoy comentandoes la tendencia a creer en la verdad de todasospecha. De esa supuesta ceguera que impedíasiquiera considerar la posibilidad del abuso se hapasado a una sospechosa tendencia a la credi-bilidad, incluso de las historias más estrafala-rias o de las sospechas más infundadas. Estoes evidentemente cierto en el fenómeno de lamemoria recuperada, pero no lo es menos en eldiscurso académico y divulgativo sobre el abu-so. La sensación de haber dado con una ver-dad siempre oculta lleva a los terapeutas a darpor sentada su certeza. Roland Summit, autorde “The child sexual abuse acocommodationssyndrome”16 y citado investigador en muchasobras sobre el abuso, asegura:

“Because we see it clinically, we see so-mething we believe is real, clinically,and whether or not our colleagues orthe press, or scientists at large or politi-cians or local law enforcement agen-cies afree that it is real, most of us havesome sort of personal sense that it is.”(Ofshe y Watters, 1996: 195)

Las pruebas no son necesarias y su ausen-cia no significa nada pues sabemos que el abu-so está ahí, aunque sea tras una historia de ri-tuales satánicos nunca demostrados. Laverdad del abuso y la prioridad de proteger ycurar a las víctimas hacen innecesaria todaduda. “Creed a los niños” es el lema.17

El problema es que este principio se trasla-dó igualmente al ámbito de lo penal, alteran-do de un modo radical lo que habían sido sóli-dos principios de la justicia en los paísesoccidentales, como la presunción de inocen-cia o que la duda favorece al reo. Además seaceptaron como válidos testimonios de niñosa veces muy pequeños, hechos en ocasiones a

través del vídeo u obtenidos en entrevistas de ex-ploración llevadas a cabo por profesionales delo social y no por policías o fiscales especiali-zados; la palabra de la víctima tenía más pesoque la del acusado, por muy convencido queéste pareciera de su inocencia; se les dio vali-dez a las declaraciones de terceros sobre loque el niño “les había contado”, se aceptócomo prueba la opinión —siempre subjetiva ydiscutible— de supuestos “expertos”, psicólo-gos y trabajadores sociales, sobre la veracidadde lo denunciado; los indicios médicos másinverosímiles fueron suficientes para conde-nar a los sospechosos. Esto está sucediendoya en la justicia europea.

La gran verdad hallada en el abuso permitea su vez explicar casi todo de lo que le pasa aun paciente. El movimiento de recuperaciónlo afirmaba sin rubor: depresión, esquizofre-nia, alcoholismo, ansiedad, problemas labora-les, anorexia y bulimia, dolores de cabeza, ar-tritis, disfunciones sexuales o problemas depareja son algunos de los muchos efectos fu-turos del abuso infantil y que simplementepueden ser explicados desde aquella expe-riencia. Sólo la recuperación de aquellos re-cuerdos dormidos permitirá superar las difi-cultades presentes. El discurso del abuso estambién partícipe de estas creencias al asociar elabuso sexual con un sinfín de problemas futuros.El presente problemático se explica desde elpasado victimista. De ahí también que unapropuesta habitual es la de indagar en todopaciente que asista a consulta un posible pasa-do de abuso; lo exigen los defensores del mo-vimiento de recuperación, lo proponen a me-nudo aquellos que escriben sobre el abuso(ver por ejemplo Robbins, 1995; Vázquez Mez-quita, 1995; Pruitt y Kappius, 1992). Detrás detodo ello no hay sino una misma verdad nocuestionada: el terrible poder del sexo parahacer daño.

Por último, combatir esta dramática reali-dad en pro de un mundo más justo, como siasí se fuera a solucionar alguno de los princi-pales problemas de esta sociedad, exige unaactitud rígida, infalible e intolerante respecto

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de estos hechos. Es lo que recientemente seha hecho habitual en España con las noticiasde abusos sexuales dentro de la iglesia católi-ca: la llamada «tolerancia cero» que sitúa cual-quier experiencia de tintes eróticos al mismonivel y que pone como condición inexcusablela denuncia y persecución de la misma. Delmismo modo que toda representación porno-gráfica fue en su momento rechazada y con-denada, toda experiencia entre niños y adul-tos es señalada como nociva y merecedora delmás duro castigo.

2.2. El traumaLa realidad de los abusos sexuales infanti-

les se ha construido básicamente desde laperspectiva del maltrato, borrando práctica-mente del mapa de los intereses sociales ycientíficos cualquier otro acercamiento queprescinda del término abuso, maltrato o agre-sión. En su configuración como peligro nosólo ha sido necesario el presentarlo ante laopinión pública como si de un descubrimien-to histórico se tratara; además ha sido preciso se-ñalar con rotundidad su terrible gravedad. Locurioso es que dicha gravedad también es encierto modo detectada por primera vez ahídonde otros no la veían. En este caso las cone-xiones entre el discurso científico del abuso yel del abuso ritual o el movimiento de recupe-ración son también evidentes.

2.2.1. Kinsey, los sexólogosy la bondad del sexoEl siguiente autor destacado por López

después de Freud es Alfred Kinsey, que en losaños cincuenta incluyó en su macroestudio so-bre las conductas sexuales de los estadouni-denses una referencia a las experiencias eróti-cas infantiles con adultos. Si bien el porcentaje desujetos que habían tenido alguna de estas ex-periencias era similar a los que se evidencianen los estudios actuales —Kinsey señalaba entorno al 20% de las mujeres—, López acusa aKinsey de restarles gravedad a estos hechos,no valorando adecuadamente su trascenden-cia. Y es que en verdad Kinsey, visto lo que se

ha escrito desde entonces sobre el problemadel abuso, aportaba una perspectiva claramen-te benévola de este tipo de hechos.

Kinsey señalaba en ese momento —recor-demos que se trata del año 1953 en que se pu-blica su estudio sobre la vida sexual de la mu-jer— la creciente preocupación social enEstados Unidos por el tema de los contactossexuales de las niñas con varones adultos. Citaal respecto diversos artículos de prensa aler-tando de la amenaza que se extiende sobre lainfancia o la existencia de medios para preve-nirla. No obstante Kinsey avisaba de que lamayor parte de la información disponible hastaese momento se fundaba en datos provenientesdel campo de la clínica, la policía o de otrasinstituciones sociales. En su estudio, basadoen la información aportada por 4441 mujeres,Kinsey se encontró con que “las mujeres de lamuestra habían sido requeridas en alrededordel 24 % (1057) por varones adultos siendoellas preadolescentes, o que éstos habían teni-do contactos sexuales con ellas.” (Kinsey,1967: 117). La mayor parte de estas experien-cias, un 80 %, había sucedido una sola vez ycuando se repetían los contactos, afirmabaKinsey, a menudo era porque las propias ni-ñas estaban interesadas y lo buscaban más omenos conscientemente (Kinsey, 1967: 118).

Es interesante, más allá de los datos esta-dísticos a los que volveré más adelante, dete-nerse en la interpretación o valoración queKinsey hace de este tipo de hechos. Si bien re-conoce que todavía es difícil establecer conclu-siones claras al respecto a partir de los datosdisponibles, su impresión es que la inmensamayoría de estos hechos no son tan nocivoscomo se cree. Señalaba explícitamente que enraras ocasiones las consecuencias de la expe-riencia eran serias, que a veces eran placente-ras y positivas, y que a menudo la impresiónde susto o turbación era similar a la que se vivecuando se ve un insecto que provoca asco.Para Kinsey el problema principal, en la mayo-ría de los casos, es la reacción de los padres oadultos que rodean a los niños y sobre todo elcondicionamiento cultural que invita a que los

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niños reaccionen de forma desmedida anteeste tipo de hechos. Critica, pues, el modo enque han sido vistos y manejados, quitándolehierro al asunto. Es lo que sin duda López ob-jeta a Kinsey, basándose para ello en lo que lasposteriores investigaciones irían aportando sobrela problemática del abuso que fue viéndosecomo más y más grave.

En cualquier caso, Kinsey no estaba solo.El propio Finkelhor reconocía en 1984 unatendencia en la que otros autores destacadoscomo Pomeroy —colaborador de Kinsey—,Menninger o Storr hacían especial hincapié enel alarmismo con que se estaba tratando todolo que tenía que ver con la sexualidad infantil. Nose negaba la necesidad de proteger a los niñosde ciertos peligros, pero se denunciaba que lapreocupación exclusiva y excesiva por el daño po-dría tener consecuencias indeseables. Además al-gunos de ellos tendían a minimizar los peli-gros de esas experiencias sexuales. Estassugerencias estaban a su vez avaladas por al-gunos investigadores que, además de cuestio-nar la validez científica de las muestras utiliza-das para demostrar las nefastas consecuencias delos abusos, llevaron a cabo estudios donde losresultados no eran tan negativos.

En un artículo publicado hace poco másde dos décadas, Ramey (1979) se hace eco de to-das estas críticas y denuncia el dramatismocon que era tratado el tema del incesto. Curio-samente critica, entre otras cosas, que algunosautores hablen de «abuso sexual» en lugar deincesto. En concreto se refiere al trabajo deArmstrong, autor de “Kiss daddy goodnight”,una obra a menudo citada en estudios sobreel abuso de los años ochenta. Según Rameylas observaciones de Armstrong, en las queno voy a profundizar, no dejan de ser exage-raciones dramáticas e infundadas. De hechono tendríamos información válida para afirmarnada en serio sobre la realidad del incesto.

Todo esto lo decía Ramey en 1979. Sin em-bargo sus planteamientos no parecieron tenermucho éxito. A lo largo de los ochenta, en la oladel pánico del abuso ritual ya descrito, se desa-rrolló una ingente cantidad de investigaciones

sobre el problema del incesto o los abusos se-xuales en general, pero sus resultados no fue-ron nada halagüeños. La tesis del horror, deldaño de por vida, del trauma inevitable, acabófinalmente imperando en los ámbitos científi-cos, políticos y sociales que trataron el tema. Yno sólo en cuanto al incesto padre–hija, que erael objeto de preocupación más importante enaquellos primeros coletazos de la investigaciónen este campo, sino que todo contacto sexualentre adultos y niños —y poco después entreniños de distintas edades— fue visto cada vezmás y con mayor firmeza como el origen de unindecible sufrimiento.

2.2.2. Finkelhor, Hermany el movimiento de recuperaciónFinkelhor oponía, no obstante, a estas pro-

puestas la de otros que iban reforzando laidea de que estos hechos eran traumáticos en sumayoría para los niños y que es preciso y ur-gente protegerles de ellos. Este punto de vis-ta, señalaba Finkelhor, ha sido especialmentereforzado por el movimiento feminista quedenunciaba el escaso reconocimiento queeste tipo de traumas ha tenido en el pasado.Los estudios en este sentido son mucho másabundantes e incluyen referencias a proble-mas con las drogas, prostitución, delincuencia ju-venil o disfunciones sexuales como posiblesconsecuencias de la victimización. Reconocelas críticas de que estos estudios tal vez noson representativos de toda la población yque además puede que esos efectos se debana otras muchas causas que no tienen nada quever con aquella experiencia sexual. A pesar deello, tras presentar su propio estudio sobre lasconsecuencias del abuso, dice estar en condi-ciones de demostrar que algunas de las conse-cuencias se deben exclusivamente al abuso.

Así concluye que problemas en la autoes-tima en materia de sexualidad, la posibilidadde sufrir una nueva victimización en el futuroo la homosexualidad pueden estar intensa-mente asociadas a la experiencia abusiva. Escurioso señalar cómo a esta última variablese le dedica bastante espacio para analizar las

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posibles causas de que una victimización enla infancia pueda llevar después a una activi-dad homosexual en la etapa adulta. Finkel-hor concluye que así es al menos en el casode los chicos y, de hecho, se hace eco siquie-ra inconscientemente de los temores habi-tuales en la sociedad americana del momen-to, a juzgar por campañas como la de AnitaBryant. En cualquier caso, la impresión finaldespués de leer el trabajo de Finkelhor esque se acaba defendiendo una visión bastan-te pesimista de este tipo de experiencias enoposición a la relativa benignidad que otrosdefendían. Ésta será la perspectiva que a partirde ese momento triunfará sin duda en todoel discurso del abuso.

Ya he señalado antes que Finkelhor agra-dece especialmente a algunos autores el apo-yo a su trabajo y entre ellos cita a Judith Her-man. Esta autora participó desde finales de lossetenta en los nuevos programas sociales para eltratamiento del incesto, apoyó las transforma-ciones legales a raíz de los casos por abuso ritualen las que se daba prioridad a la declaración yprotección de las víctimas, casi siempre pasan-do por encima de los derechos de los acusa-dos, y más tarde sería una destacada militante enel movimiento de recuperación. Herman esademás una autora muy citada en todos losestudios y escritos sobre abusos sexuales in-fantiles. Finkelhor no sólo la cita en los agra-decimientos sino que nos remite a su obra enmuchas ocasiones a lo largo de todo su traba-jo, sobre todo para argumentar precisamenteque las experiencias abusivas en la infancia noson casi nunca inocuas y que las secuelas sepueden prolongar durante muchos años otoda la vida. También remite a sus trabajospara sostener el posible papel de la sociedadpatriarcal en la existencia del abuso, la impor-tancia del abuso psicológico de connotacioneseróticas que no llega a convertirse en incestoo la histórica negación de la victimización in-fantil y del trauma generado.

Finkelhor se refería sobre todo a un trabajode Herman titulado “Father–Daugther in-cest”18, publicado en 1981, y que, según Ofs-

he y Watters, le proporcionó una buena repu-tación a nivel nacional. Herman fue, indicanBass y Davis (1995), una de las primeras autorasen tratar el incesto desde una perspectiva fe-minista. Poco después, en 1984 —el mismoaño de la edición del trabajo de Finkelhor—,Herman publica junto a E. Schatzow un artícu-lo en el que se analiza la terapia grupal paramujeres víctimas de incesto19 y donde, segúnOfshe y Watters, se explica cómo los pacienteseran invitados en cada sesión a alcanzar obje-tivos concretos como el de recuperar memo-rias de abuso supuestamente reprimidas. En1987 ambas autoras publican otro artículo ti-tulado “Recovery and Verification of Memoriesof Childhood Sexual Trauma.”20. Y ya en 1992Herman saca a la luz su trabajo “Trauma andRecovery”21 que será calificado por algunoscomo el más importante trabajo psiquiátricopublicado desde Freud y que pasará a formarparte de las lecturas obligadas para el movi-miento de recuperación. La obra es, segúnBass y Davis, una “síntesis brillante y llena decompasión acerca de nuestra comprensióndel impacto de los traumas, que incluye la ex-periencia de las mujeres maltratadas, niñosobjeto de abusos sexuales, veteranos de gue-rra y prisioneros de guerra.” (1995: 588). Enella se recogen muchos de los principios ca-racterísticos del movimiento de recuperación,incluyendo por supuesto las dramáticas con-secuencias que suele incluir el abuso.

Siempre basándonos en los comentariosde Ofshe y Watters, en ese último trabajo deHerman —según ellos reconocida líder delmovimiento de recuperación—, plantea laexistencia de una represión o disociación delabuso no sólo en los casos individuales, sinotambién a nivel social, defendiendo la necesi-dad de un movimiento político en este sentidoque, a su vez, facilite el avance científico en elestudio del trauma. Asimismo, explica cómo elmovimiento feminista ha permitido no sóloque las mujeres cuenten sus historias de abu-so, sino que sean capaces de recordarlas y norelegarlas al subconsciente. Herman sugiere alos terapeutas que utilicen fotografías, árboles de

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familia o visitas a los lugares de la infanciapara favorecer el recuerdo de abusos reprimi-dos, además de apoyarse en cualquier eventode la vida cotidiana del paciente o en el usode la hipnosis. La relación entre Finkelhor yHerman se hace de nuevo evidente en el artí-culo de Finkelhor que en 1993 formó parte delas actas del II Congreso Estatal sobre InfanciaMaltratada, celebrado en Vitoria. El autor se-ñala que “una cuarta parte de los casos tienen lu-gar antes de los 8 años, indicando que algu-nos médicos insisten en que este porcentajesería incluso más alto, si no fuera por la pérdidade recuerdos sobre años tan tempranos.Como fuente cita una comunicación personalde Herman.

2.2.3. Personalidades múltiplesy otras secuelasLas consecuencias del abuso han sido

siempre divididas en dos grandes grupos: acorto y a largo plazo. Posiblemente, las se-gundas han recibido mayor atención porparte de los investigadores, al menos en unaprimera fase de la investigación del proble-ma (Kendall–Tackett, Williams y Finkelhor,1993). El propio Finkelhor se lamentaba deeste hecho al denunciar que nos interesába-mos mucho por las consecuencias futuras delabuso, pero muy poco por lo que sucedía enese momento. También Vázquez (1995), porponer un ejemplo de nuestro país, recogeesta cuestión en su breve manual sobre laevaluación forense de las agresiones sexuales.Indica que precisamente el interés por el pro-blema del abuso infantil surge originariamen-te a partir de las secuelas observadas en adultos—aunque no explica de dónde saca esta con-clusión— y añade un cuadro donde resumelos principales estudios sobre los efectos alargo plazo del incesto.

Es interesante observar que en dicho es-quema, además de las aportaciones de Finkelhory Russell, Vázquez recoge únicamente los tra-bajos de Herman, Putnam y Ross, tres destaca-dos miembros del movimiento de recupera-ción. De la primera ya hemos hablado. En

cuanto a Frank Putnam, también he comenta-do que se trata de un reconocido especialistaen los trastornos de personalidad múltiple yasí lo indica Vázquez, quien señala cómo, enel 97% de los casos analizados por este autorde personas con esta enfermedad, había ante-cedentes de abusos sexuales. Lo que no reco-ge Vázquez es la forma en que el trastorno depersonalidad múltiple era, no tanto diagnosti-cado, sino construido por los propios tera-peutas (Ofshe y Watters, 1996) o de cómo elrecuerdo del abuso era recuperado en dichoproceso. En cuanto a la referencia a ColinRoss, que en 1996 era presidente de la Inter-national Society for the Study of Multiple Per-sonalilty Disorder, Vázquez recoge un estudiosimilar al de Putnam.

Ross es otro destacado especialista en estecampo y algunas de sus afirmaciones son re-cogidas por Ofshe y Watters como signo deesa verdad supuestamente encontrada en losabusos de la que ya he hablado. Ross afirmabaque las críticas hacia sus descubrimientos, in-cluyendo referencias a los rituales satánicos yla CIA, son simplemente signos de que unaparte de la sociedad no está preparada paraenfrentarse a la verdad del abuso. Lo más sor-prendente es que Colin Ross, para defenderse deaquellos que comienzan a criticar el fenóme-no de la Personalidad Múltiple como inven-ción de los terapeutas y la hipnosis, afirmaque los propios críticos han sido engañadospor la CIA. De hecho Ross cree, según afirmanOfshe y Watters, que muchos de sus pacien-tes, cuando eran niños, fueron entrenadospor parte de agentes de esa organización —mediante alucinógenos, deprivación sensorial,tanques de flotación y otros mecanismos—para tener múltiples personalidades.

La larga lista de síntomas que son citadosen el movimiento de recuperación como indi-cadores del posible abuso es tan amplia quepuede incluir a cualquier persona, pero algosimilar sucede en las obras sobre el abuso se-xual en general con el que comparte un buengrupo de síntomas. La insistencia en las gravesy abundantes secuelas del abuso no es propie-

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dad exclusiva del movimiento de recupera-ción. En relación a éste y a sus listados de sín-tomas, Ofshe y Watters comentan que esopuede llevar a sospechar que sus creadoresson algo así como estafadores que lo únicoque pretenden es engañar a un público y vendermás o hacer más terapia. Sin embargo no creenque ése sea el principal objetivo de la lista,sino que lo preocupante es que los represen-tantes del movimiento realmente creen en suutilidad, lo cual, según ellos, nos permite verla fragilidad científica y la falta de rigor de estediscurso terapéutico.22 La premisa de que esposible asociar un síntoma actual, o constela-ción de síntomas, con una experiencia pun-tual del pasado, como el abuso, es más quediscutible, incluso cuando el paciente es co-nocedor de dicha experiencia; no digamos yacuando además no lo es. Esta crítica es tam-bién aplicable a las investigaciones sobre losefectos del abuso.

2.2.4. La investigación sobre los efectos:los titulares y la letra pequeñaEn este sentido Ofshe y Watters hacen re-

ferencia a un destacado artículo de Browne yFinkelhor23 donde se parte de la ya asumidaafirmación de que los adultos que han sufridoabusos siendo niños tienen muchas más pro-babilidades de sufrir depresión, conducta au-todestructiva, ansiedad, sentimientos de aisla-miento y estigma, baja autoestima, tendenciaa la revictimización, abuso de sustancias y di-ficultades sexuales, entre otros muchos ejemplosque se podrían añadir. Lo sorprendente, afir-man Ofshe y Watters, es que estos propiosautores cuestionan en ese mismo artículo laposibilidad de establecer con rigor una rela-ción causal clara entre abuso sexual y proble-mas en la edad adulta, a pesar de lo cual elmensaje acaba siendo el mismo. Se reconoce, yno podría ser de otro modo, que en muchoscasos dichas conexiones no se dan, y se aportandatos al respecto, pero hay un repetido men-saje final que queda establecido siquiera deforma implícita: el abuso deja siempre secue-las —o casi siempre—, que raramente éstas

son leves y demasiado a menudo destrozan lavida de las víctimas.

Es más que dudosa la afirmación de quedeterminados trastornos de la edad adulta sedeben a esas experiencias abusivas de la infan-cia, olvidando de ese modo la compleja géne-sis de cualquier enfermedad o problema per-sonal, e incluso es dudoso servirse de cualquiersíntoma morboso para sospechar la existencia deesos abusos. Evidentemente, la presuncióndel terapeuta de que detrás de todos esostrastornos está la presencia de un abuso se-xual puede llevar al paciente a reinterpretar supresente y su pasado desde un marco que seadapte a las premisas del profesional que letrata. Paciente y terapeuta, que parten de lospresupuestos supuestos en este enfoque, acabancumpliendo exactamente la interpretación delos síntomas que recogen los manuales y lossitúan en relación al abuso tal y como está es-tablecido que se haga. Esto es algo que evi-dentemente ha sucedido en el movimiento derecuperación y muy probablemente en el delos abusos sexuales en general, ya sea en la te-rapia de las víctimas o en la evaluación de ca-sos donde se pide a los menores que recuer-den e interpreten su experiencia.

La conexión establecida entre abuso se-xual y problemas en la edad adulta parece res-ponder más al presupuesto de partida, de queesas experiencias son negativas, que a un he-cho susceptible de ser demostrado empírica-mente. Al igual que sucede con el movimientode recuperación, la ciencia del abuso en gene-ral —no olvidemos las excepciones— ha esta-blecido que el abuso ha de ser un elementocentral en la vida de esa persona, que a partirde ese momento será víctima. Como sugierenOfshe y Watters, los pacientes no son vistoscomo individuos complejos con voluntad paracrear y organizar su propia vida, sino comocriaturas unidimensionales que compartenuna única y definitiva experiencia: el abuso(1996: 79). La sensación de que se ha ido a de-mostrar una creencia previamente establecidaresulta inevitable en la lectura de gran partede la literatura sobre los efectos del abuso. Allí

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donde los mismos investigadores reconocenlo difícil que es demostrar la relación, al mis-mo tiempo se señala su presencia inevitable.

Eso en lo que se refiere a los estudios so-bre los efectos a largo plazo del abuso. El otrocampo de la investigación es el referido a losefectos en los niños a corto o medio plazo,perspectiva de análisis que sólo recibió mayoratención a partir de 1985 (Kendall–Tackett,Williams y Finkelhor, 1993). En dicho ámbitono se tratará, pues, de indagar en el pasado depersonas con trastornos o llevar a cabo estu-dios retrospectivos en la población generalpara detectar correlaciones entre abusos yproblemas futuros. Aquí se trata más bien deinvestigar las reacciones de las víctimas al abu-so y establecer las oportunas comparacionescon grupos control. Al igual que sucedía conlas secuelas en la vida adulta, en este caso larelación establecida entre el abuso y la saludmental del menor sigue siendo exclusiva. Elabuso se considera nocivo y si el menor mues-tra algún síntoma, éste se debe sobre todo aesa experiencia.

Como muy bien comenta Sandfort (1983,1984) —que llevó a cabo un estudio con 25menores que mantenían relaciones con adul-tos y que las valoraban de forma positiva—, hasido el elemento erótico el que más ha atraídola atención en el estudio de las relaciones pe-dofílicas, aunque muchas veces ese elementoestá ausente u ocupa un lugar secundario. Seha entendido además, por parte de la ley y loscientíficos, que toda relación sexual entreadultos y niños es abusiva por definición, aun-que habría otros autores que entenderían que es-tas relaciones también pueden ser positivas,placenteras y deseadas por parte de los meno-res. Vistas así las cosas, comenta Sandfort, esnormal que la mayoría de los datos empíricosutilizados en estas discusiones, muy limitadossegún él, se basen en casos que incluyen abu-so sexual, y siempre lo incluyen independien-temente de las vivencias del menor. En su opi-nión el caso de Finkelhor es ilustrativo ya que,a pesar de que cita casos donde los menores,niños y niñas, responden positivamente a la

experiencia, para este autor siguen siendo víc-timas y las sigue denominando como tales.

Puede que Sandfort esté en lo cierto, pues esprobable que los investigadores del abuso ha-yan creado víctimas incluso a pesar de que talvez ellas no se sentían como tales. La críticade Sandfort se orienta en la línea de que se haolvidado investigar esa relación erótica en elcontexto global de la relación entre el menory el adulto y a menudo se han obviado las pro-pias vivencias de los menores o, si se han teni-do en cuenta, han sido interpretadas de unmodo interesado. Al fin y al cabo, si se ha bus-cado que los adultos que sufrieron experien-cias de abuso en su infancia sean casi necesa-riamente víctimas por el resto de su vida,puede que con los menores suceda exacta-mente lo mismo.

En su revisión de los estudios sobre losefectos del abuso sexual en los niños, Ken-dall–Tackett, Williams y Finkelhor (1993) señalanque entre los síntomas analizados en estos es-tudios destacan la conducta “sexualizada”, baja au-toestima, síndrome de estrés postraumático,depresión, agresión, problemas escolares, de-lincuencia y otros muchos. Esta afirmación seconsidera probada y la idea general del artícu-lo es que los abusos generan situaciones trau-máticas serias. No obstante esto se da por cier-to a pesar de que las investigaciones no son enabsoluto concluyentes en muchos sentidos.

Es cierto que los estudios que comparanniños que han sufrido abusos con otros queno —y que no pertenecen a muestras clíni-cas— son concluyentes en que los primerosmuestran más síntomas que los segundos. Noobstante, es evidente que dichos estudios sebasan en víctimas de abuso detectadas, cuan-do todos los autores reconocen que la inmensamayoría de los casos de abuso no son detecta-dos. Se trabaja pues con poblaciones de niñosque ya están dentro de todo el proceso de re-velación e intervención judicial o clínica anteel abuso. Además para muchos de los sínto-mas —como desorden de estrés postraumáti-co, tendencias de suicidio, fugas de casa oconductas autolesivas— se basan únicamente

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en un estudio, y en otros, como ansiedad obaja autoestima, los estudios son contradicto-rios y no apuntan en una única dirección. Porel número de estudios y sus resultados, lasevidencias son más claras en síntomas comodepresión, retraimiento, quejas somáticas,conducta antisocial o delincuencia, enferme-dades mentales sin concretar, problemas es-colares y conducta sexual inapropiada.

Cuando se comparan poblaciones clínicasque han sufrido o no abusos, los resultadosson menos dramáticos para las víctimas deabusos que tienden a mostrar una menor sin-tomatología que las muestras clínicas en gene-ral. No obstante, señalan los autores, es precisohacer notar que en muchos casos los niños entratamiento, pero que supuestamente no hansufrido abusos, es muy probable que sí quelos sufran. Curiosamente esta salvedad no sehace en el caso de comparar víctimas de abu-sos con poblaciones de niños fuera del ámbitoclínico. Siendo rigurosos podríamos pensarque un 20% de esos niños “normales” tam-bién han sido víctimas de abusos y no se lesha detectado.

En este sentido citar un dato curioso reco-nocido por Finkelhor y sus colegas. Un signifi-cativo porcentaje de niños, que oscilaba entre el21% y el 49% de los casos según el estudio de re-ferencia, no mostraba ningún tipo de síntomao, para ser más exactos con la idea expresadapor los autores y que no deja de ser significati-va, el impacto había sido apagado o enmas-carado. Reconocen cierta sorpresa ante estosresultados, pero aportan alguna posible expli-cación para semejante rareza. De hecho, eneste caso tiene razón Sandfort porque los au-tores siguen hablando de “víctimas” de abuso, alque añaden el adjetivo de “asintomáticas”. Las so-luciones presentadas incluyen el no haber te-nido en cuenta todos los posibles síntomasdejando algunos ocultos o no haber contadocon instrumentos suficientemente sensibles.Por ello muchos de los menores asintomáti-cos en realidad podrían no serlo. Otra posibili-dad es que los signos traumáticos todavía nohayan aparecido en el momento del estudio y

que aparezcan en fases posteriores del desa-rrollo. La tercera posibilidad, señalan, es queverdaderamente estos menores estén menosafectados y que las víctimas asintomáticassean en realidad quienes han sufrido los abu-sos más leves o que su propia personalidad ocontexto social favorezcan una mejor resolu-ción del trauma. Este, en cualquier caso, nodeja nunca de estar presente aunque en algu-nos casos pueda ser rápidamente resuelto.

Concluyendo: el mensaje final, al menos eltransmitido en los titulares de cara al público ya todos aquellos que no se detengan en la letrapequeña de la literatura sobre el abuso, es el dela gravedad del mismo en lo que a secuelas yconsecuencias negativas se refiere. Las palabras deLa Fontaine (1991) pueden ser ilustrativas eneste sentido —y podría haber elegido cualquierotro autor. El abuso, afirma, sólo en raros casoses inocuo para los niños y en aquellos estudiosdonde así se argumenta es porque se ha llevadoa cabo una valoración únicamente superficialdel mismo: estar casado y tener un trabajo no sig-nifica que no haya daños. Las secuelas vandesde los problemas físicos, como las enfer-medades transmitidas vía sexual, hasta los psi-cosomáticos, como dolores de cabeza, asma,eczemas o anorexia nerviosa; el grueso, sin em-bargo, lo ocupan los infinitos problemas psico-lógicos asociados al abuso y que se manifiestan acorto, medio o largo plazo.

Veamos otro autor, en este caso español.Félix López ha sido pionero en la investiga-ción del abuso en nuestro país. En su estudiosobre la incidencia del abuso en la poblaciónen general (López, 1994) partiendo de los re-cuerdos de personas adultas, López señalaque la población en general parece tener unavisión más pesimista de estos hechos que laspropias víctimas. Según éstas, un 35% no ledio “Ninguna” importancia al abuso24 y otro35’61% le dio “Alguna” importancia; el 14’84% leotorgó “Bastante” importancia y un 13’95% ledio “Mucha”. La diferencia entre las víctimas y lapoblación en general en cuanto a su valora-ción de la seriedad del abuso se debe, segúneste investigador, a que el público tiende a

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ABUSOS SEXUALES INFANTILES: ORÍGENES Y CONTORNOS DE UN PELIGRO

pensar en los casos más graves de abuso quesuelen ser los menos habituales.

Ello nos ha de llevar a pensar, sugiere,que no debemos “adoptar posturas que pro-voquen una gran obsesión social con estetema, sino intervenciones más serenas y rea-listas (...) Las intervenciones deben hacersede tal manera que no se provoque alarma so-cial, alarma para la que la sociedad pueda es-tar preparada por la enorme importancia con-cedida a los abusos y otras falsas creenciasque ya hemos comentado” (López, 1994: 120).Esta visión más leve del abuso contrasta conmuchos mensajes que este mismo autor hatransmitido en los medios de comunicación oen materiales divulgativos. Por ejemplo, en unmaterial elaborado para educadores y destina-do a la prevención de los abusos (López y delCampo, 1997) los autores no establecen nin-guno de esos matices antes señalados y lanzan unmensaje bastante negativo sobre los efectosdel abuso. Así afirman que entre el 60 y el 80% seven afectados a corto plazo de alguna forma yque entre “el 17 y el 40% sufren patologías clí-nicas claras” (1997: 24); en cuanto a los efectosa largo plazo incluyen el habitual listado de se-cuelas nocivas del abuso que van desde las de-presiones o las tentativas de suicidio en la vidaadulta hasta los sentimientos de estigmatiza-ción, aislamiento o baja autoestima, pasandopor los problemas sexuales, relacionales, nue-vas victimizaciones, delincuencia, drogadic-ción, desconfianza, fracaso escolar o la prosti-tución. Según López y del Campo, “los efectos alargo plazo son más difíciles de estudiar por lainterferencia de otra serie de factores. Dispo-nemos, a pesar de esta dificultad, de suficien-tes trabajos como para establecer relacionesbastante seguras entre los abusos sexuales enla infancia y determinados problemas posterio-res” (1997: 25).

Todos estos elementos que he ido desgra-nando llevan lógicamente a preguntarnoscuál es en verdad la cuestión de fondo. Se tra-ta posiblemente de que, por las razones quesean y sin ningún fundamento científico de ri-gor, se le ha dado a la experiencia abusiva en

la infancia, especialmente al incesto, un pesodescomunal por su trascendencia para la tota-lidad de la vida de los sujetos. La gravedad, yla ausencia de toda posible levedad, ha triun-fado en los grandes titulares, a pesar de que amenudo una lectura más detenida de los es-tudios nos orienta en otros sentidos. En di-cho fenómeno tiene sin duda una importan-cia clave el último elemento que en miopinión da forma a este moderno peligro: suterrible extensión.

2.3. La extensiónSegún López una tercera fase en la investi-

gación de los abusos se centró en analizar laincidencia estadística de los mismos. De he-cho, uno de los más evidentes intereses de losinvestigadores fue en un momento dado valorarla incidencia (número de casos nuevos ocurridosdurante un determinado periodo de tiempo)y prevalencia (número de adultos en una po-blación determinada que han sufrido abusossexuales durante su infancia) del fenómeno.La configuración del abuso como peligroemergente en la actualidad ha requerido la co-laboración de las cifras que, a juicio de mu-chos, no dejan de ser espeluznantes. Ademásde ser casi siempre un hecho grave con seriasconsecuencias, está demostrado que su su-puesta rareza no era sino producto de nuestragran ceguera.

Consecuencia de esa gran verdad que su-pone reconocer la realidad del abuso y parale-lamente a su señalada gravedad y trascenden-cia en la vida de las víctimas sin excepción, seestablece su sorprendente extensión. No sóloel abuso deja de ser un hecho insólito o raro,sino que se convierte en algo cotidiano, co-mún, habitual y, por lo tanto, cercano. Este úl-timo perfil del peligro que vengo describien-do se define no sólo por los números que laestadística proporciona, sino por lo que en dichasestadísticas se entiende por abuso.

2.3.1. EstadísticasLas diversas y más que numerosas investi-

gaciones llevadas a cabo al respecto propor-

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cionan cifras para la prevalencia que rondaríanel 20 % de mujeres y 10 % de los hombres(López y Arnaez, 1989). Ésas suelen ser las ci-fras aceptadas. Aunque los estudios más des-tacados llevados a cabo en distintos países vanen esta misma línea, todavía resulta un tantoconfusa la verdadera prevalencia del fenóme-no debido a la variedad de datos que hay deunos estudios a otros. Esta variabilidad depen-de de factores como el tipo de población ob-jeto del estudio, métodos de selección de lasmuestras, los métodos para la recogida de datosy sobre todo las definiciones de abuso emplea-das en cada estudio. Lógicamente aquellos es-tudios que entienden como abuso una propo-sición verbal, proporcionarán porcentajesmucho más altos que aquellos que únicamen-te incluyan relaciones sexuales no consenti-das. Así, nos podemos encontrar con preva-lencias que irían desde el 7% al 62% entremujeres adultas y desde el 6% al 15% entrehombres adultos (Thomas y Jamieson, 1995).Según Robbins (1995: 480), citando algunosestudios, la incidencia del abuso sexual segúnlas investigaciones oscila desde el 6% al 62%en las mujeres y entre el 3% y el 31% en loshombres. Autores como Birchall llegan a ha-blar de una prevalencia que oscila entre el0’3% y el 83% (1989: 35).

La evaluación de la incidencia de los abu-sos sexuales es si cabe mucho más compleja e in-cierta dado que se basa fundamentalmente en elestudio y análisis de los casos detectados porlos servicios sociales en un momento dado, locual hace depender los resultados de la “efica-cia” de esos servicios y sobre todo de otras va-riables como la sensibilidad social y la tendenciaa denunciar estos hechos o su sospecha. Eneste sentido, es evidente que durante los añosochenta se observa un aumento significativodel número de casos detectados en los últi-mos años (Parton y Parton, 1989). Por ejem-plo en EEUU el número de casos revelados deabuso sexual pasó de 325.000 a 500.000 entre1985 y 1992 (Cantón y Cortés, 1997), y esoque se sigue considerando que la mayor parte nose denuncian.

El sorprendente aumento de casos de abu-so sexual detectados se debe sin duda a latransformación de la opinión pública, de laspolíticas sociales y de las preocupaciones e in-tereses de los profesionales. La evolución re-sulta más interesante si cabe cuando la com-paramos con la menor variación sufrida porotros tipos de maltrato. En una amplia en-cuesta llevada a cabo por la BBC en 1986 fue-ron 3000 las personas que voluntariamentecumplimentaron un cuestionario sobre mal-trato infantil. Curiosamente el 90% de los en-cuestados señalaron haber sufrido abusos.Evidentemente esto no refleja la realidad delproblema, sino el hecho de que probablemen-te “la atmósfera actual incremente el índice derespuestas de las víctimas de abusos sexuales”(Birchall, 1989: 28).

Si bien los investigadores coinciden en se-ñalar la grave extensión del fenómeno ennuestra sociedad, los estudios sobre la fre-cuencia de los malos tratos a menores sontambién ampliamente criticados por algunosautores, críticas que pueden ser ampliadascon mayor razón, si cabe, a los casos de abu-sos sexuales. Birchall (1989), en un artículoque recorre críticamente las fuentes básicaspara establecer este tipo de estadísticas, nosmuestra cómo los métodos y resultados de lasprincipales investigaciones son más que discu-tibles. Tanto las encuestas a la población engeneral como los registros de malos tratos amenores o las extrapolaciones a partir de és-tos, son fuentes de información complejas yque es preciso tomar con cautela.

La autora dedica un apartado especial alproblema del abuso sexual, cosa que no hacecon otras categorías de maltrato, debido a sus“características especiales” y al hecho de quelos datos son más variables que en otras tipo-logías de maltrato. Como ella misma señala,“afirmaciones como «una de cada tres niñasha sido víctima de ellos» y «los abusos sexua-les son gravemente dañinos» se dan a la vezque otras como «no tenemos ni idea» y «loscasos más graves de abusos sexuales son muyraros»” (Birchall, 1989: 30). En este caso el

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problema central reside sin duda en la dificultadde definir con claridad qué es el abuso o po-nerse de acuerdo al respecto.

2.3.2. Definir el peligroUn problema esencial para los investigado-

res es definir qué es abuso sexual infantil y quéno lo es. Este problema no se discute tanto en re-lación a una posible decisión de tipo penalpara decidir cuándo hay delito o no, sino encuanto a la definición que se ha de utilizar enlos estudios de tipo estadístico. De hecho, elconcepto de abuso en el ámbito judicial nocoincide necesariamente con el utilizado enlos manuales. El problema de definir el abusosexual infantil viene derivado de la dificultaden precisar qué es un menor, qué es una rela-ción sexual y qué es abuso. Así pues las enor-mes oscilaciones en la estimación del abusotienen que ver con las metodologías utilizadaspara su valoración, pero también con las carac-terísticas de la definición utilizada. La defini-ción de lo que es “abuso sexual”, con las consi-guientes cargas emocionales y significados quese asocian al concepto, es algo que se va cons-truyendo socialmente. En esta construcción esmuy probable que los estudios desarrollados y losmensajes que llegan a la población desde estostrabajos tengan mucho que decir en la defini-ción social del término.

En primer lugar, es preciso hacer notarque el concepto de abuso tiene una especialcapacidad para incluir bajo su cobijo una infi-nidad de experiencias que van desde cual-quier tipo de comentario de connotacioneseróticas hasta la más violenta agresión sexual;desde el más sutil tocamiento hasta una pene-tración anal; desde el encuentro ocasional conun exhibicionista hasta la prolongada relaciónincestuosa entre un padre y su hija. Así es. Loque el público en general ignora es que los es-tudios habitualmente recogen categorías deabuso sexual que permiten incluir en los da-tos generales casos tan extremos como la so-domización de un niño de tres años, una relaciónsexual de un adulto de 21 años con una mu-chacha de 16 años, un acto aislado de exhibi-

cionismo o la presentación de pornografía aun menor. Según Dingwall (1989) el propioFinkelhor reconocía la importancia de desa-gregar las estadísticas y tener muy en cuentala variedad de hechos que se incluyen. No esextraño, pues, que en algunos estudios sehaya puesto de manifiesto que los encuesta-dos no consideran como abuso situacionesque los investigadores sí han incluido en laencuesta (López, 1994).

Lo curioso es que los actos que en unprincipio podríamos considerar más gravesparecen ser los menos habituales. Por citarun ejemplo, en la investigación de López(1994) la conducta más grave en el 22% delos casos fueron proposiciones o exhibicio-nismo y en el 51% se trató de caricias. Sólo enalgo más del 4% tuvo lugar la penetraciónanal o vaginal. El 55’79% de los hechos sólotuvieron lugar una vez y el 20’18% de 2 a tres ve-ces. Aproximadamente en un 11% de los ca-sos había una relación de parentesco entre lavíctima y el agresor. En un 5% se produjo al-gún tipo de lesión física y en un 1% tuvocomo consecuencia un embarazo.

Sin embargo, hemos asistido a un procesode inflación del abuso similar al que en su mo-mento se produjo con el concepto de maltratoinfantil. Todo tipo de relación entre un menor yun adulto que tenga alguna connotación “se-xual” es considerada abuso y, como tal, muypreocupante. A ello hemos de sumar los abu-sos cometidos por otros menores, dado querecientemente se ha insistido en la existenciade abusos entre iguales, entre hermanos o entreniños de edades distintas. Además, se ha pro-ducido un aumento en los límites de edadpara la consideración del abuso. En muchosestados de los Estados Unidos una chica nopuede tener relaciones sexuales hasta habercumplido los 18 años, y si esas relaciones sonhomosexuales todavía más. Muchos estudiossobre la frecuencia del abuso incluyen en supoblación a todos los menores de 18 años que ha-yan tenido relaciones con adultos al menoscinco años mayores que las víctimas. En nues-tro país la edad de consentimiento pasó de los 12

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a los 13 años y algunos sugirieron que aumentaraa 14 (Urra, 2000). Según Money una conse-cuencia del antisexualismo y de la industria delabuso sexual es precisamente la ampliacióndel concepto de infancia de los 16 a los 18años y la criminalización de toda imagen “eró-tica” de menores por debajo de esa edad (Money,1999: 29).

En mi opinión es probable que esa utiliza-ción generalizada del término abuso sexual,incluyendo una gran variedad de hechos y ex-periencias, respondiera en su momento a in-tereses ideológicos y profesionales. Es notablepor ejemplo el hecho de que se haya metidoen el mismo saco las relaciones incestuosas yno incestuosas. E igualmente lo es que en unprincipio desde parte del movimiento feminis-ta se propusiera hablar de “incesto” en todotipo de relación con connotaciones sexualesentre adultos y niños. De hecho, esta pro-puesta es propia del movimiento de recupera-ción que se esforzó por no diferenciar entreambas categorías de experiencias (Robbins,1995). En el prólogo a la obra de Bezemer, es-crito por un colectivo feminista español, se re-coge una definición según la cual “«el incestoes toda violación física o mental de la integri-dad sexual de las niñas y adolescentes perpe-trada por una persona en la que confían, man-teniéndose dichas relaciones en secreto». Porlo tanto, consideran incesto los abusos sexua-les cometidos por familiares no consanguíneoso por personas conocidas de la familia.” (Be-zemer, 1994: 14).

Por último, es igualmente necesario desta-car cómo la diferenciación entre actos violentosy no violentos ha sido igualmente barrida deldebate sobre el abuso sexual. En 1979 Ramey,ya lo hemos visto, señalaba la importancia deeste punto para entender adecuadamente elproblema; y con él muchos otros autores lohicieron. No es oportuno mezclar cosas queson distintas, diría, ya que no tiene sentidoequiparar el incesto —o las relaciones sexua-les entre niños y adultos— con la violación, laagresión, el maltrato, etc. En los setenta LeroyG. Schultz (1973) hacía algo similar. Destaca-

ba que los efectos de la victimización en estoscasos habían sido exagerados, tanto a cortocomo a largo plazo. Para ello insistía en queúnicamente un 5% de estas ofensas incluíanla violencia física. Por el contrario, señalaba,la mayoría de los niños que habían tenido ex-periencias sexuales con adultos sin que la vio-lencia fuera empleada, vivían estos hechoscomo no traumáticos y se sentían partícipesde una relación afectiva. La culpabilidad enlas víctimas suele estar ausente, pero puedeser propiciada por los padres o durante elproceso judicial.

Hoy en día la ausencia de violencia es sim-plemente interpretada como un reflejo deque mediante el engaño y el abuso de poder ode confianza los agresores pueden lograr susobjetivos. Si no fuera así, se supone, la violenciaharía presencia en un mayor número de ca-sos. El que un adulto no utilice la violencia en es-tas experiencias ya no es un atenuante parasus actos o reflejo de una naturaleza en esen-cia bondadosa. Ni siquiera puede ser reflejode la naturalidad y espontaneidad con que enocasiones estas relaciones pueden iniciarse yprolongarse en el tiempo. La ausencia de esaagresividad es simplemente indicio de la natu-raleza perversa que se esconde tras sus gestosaparentemente inocentes. La violencia perma-nece latente pues es una violencia disimulada, vil,premeditada y desleal. El agresor es si cabemás cobarde cuanto menos explícitas sean susestrategias para aprovecharse de la víctima.

En resumen, la línea general que ha ido si-guiendo el discurso científico y social sobre elabuso ha sido la de ir rotulando como abusocada vez más y más situaciones, por muy efí-meras e intrascendentes que pudieran ser.Puede que en su momento hablar en generalde “incesto”, incluyendo casos no incestuo-sos, tuviera una utilidad social, al agravar latranscendencia del hecho. Puede que ahorasuceda lo mismo con el término “abuso” que,inconscientemente, al menos en nuestro país,asociamos a lo sexual. Hablar ahora de agre-sión, como se está haciendo, no es una cues-tión baladí. El concepto de abuso sexual ha

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triunfado y se ha impuesto para medir con lamisma vara la infinita y variada realidad a laque nos remite. Ahora todo puede ser abuso ylo es en la misma medida.

CONSIDERACIONES FINALES

1. LA “CIENCIA” DEL ABUSOPuede que la primera reacción científica al pe-

ligro de las relaciones sexuales entre niños yadultos, proveniente en buena parte del cam-po de la Sexología, fuera a menudo la de mini-mizar o relativizar sus supuestos efectos noci-vos, según algunos por temor a que el señalar enexceso el peligro fuera en contra de los avan-ces habidos en cuanto a la libertad sexual (López,1995; Tamarit, 2000). Ya hemos visto variosejemplos al respecto. Sin embargo, esta pers-pectiva que tendía a reducir el daño en unaparte significativa de los casos fue finalmentebarrida del mercado científico y social en be-neficio de una postura más terrible del fenó-meno. La interpretación científica finalmenteaceptada, con las oportunas excepciones, es laque otorga a estos hechos una gravedad y se-riedad que hacen prácticamente imposiblecualquier cuestionamiento de la misma. Elabuso sexual, diríamos, sigue siendo un tabú,pero ahora en sentido inverso ya que la prohi-bición está en no hablar de él o hacerlo de unmodo distinto al establecido.

No estoy en condiciones de rebatir lo que lareciente ciencia del abuso ha dicho sobre elmismo. No puedo demostrar si es cierto o no loes, si está científicamente fundado o no, aun-que los indicios que he presentado nos hacendudar de mucho de lo que se ha dicho. Des-de luego que cuando Kinsey, Ullerstam uotros hablaban sobre el abuso, antes de 1975, nose había investigado tanto como se hizo apartir de esa fecha y sobre todo en la décadade los ochenta. Puede que aquellos sexólogosy científicos de otras disciplinas estuvieranequivocados al no contar con una buena baseempírica en la que fundamentar sus afirma-ciones. Así al menos lo sugieren autores

como Finkelhor o López. Sin embargo tam-bién habría indicios que permitirían discutirdicho planteamiento.

Gran parte de los materiales que he traba-jado aquí son de los primeros años de la décadade 1990 y muchos otros de años anteriores. Enlíneas generales, mi impresión es que lo quese ha escrito recientemente sobre el tema, almenos en nuestro país, va en la misma línea yen general los autores se han dedicado a insistiren las mismas ideas con algunos matices perocon el mismo mensaje de fondo25. No obstan-te, es significativo que en uno de los últimostextos de Finkelhor publicados en nuestro país(1999), y donde éste propone una supuestateoría globalizadora para el estudio y com-prensión del maltrato infantil o del niño como víc-tima, también cuestione el mismo discursocientífico sobre el abuso que él mismo, entreotros, ayudó a desarrollar.

Si bien en líneas generales viene a decirselo mismo, es novedoso observar cómo Finkelhorreconoce que gran parte de lo que se ha in-vestigado sobre el abuso —que denomina el“paradigma convencional de la investigacióndel abuso sexual”— pretendía combatir escep-ticismos y demostrar el daño existente; conello, y así lo reconoce, se favoreció un discur-so simplón que focalizaba en el abuso el ori-gen de todos los problemas que viven las per-sonas. El abuso sexual, explica, fue entendidocomo una experiencia traumática muy graveque tuvo mucho éxito y acaparó la atenciónde la sociedad y los científicos. Su auge en elcampo científico y profesional se debió tam-bién al creciente interés que acaparó el mode-lo traumático en psicopatología desde el quese hacía especial hincapié en la importanciade las experiencias traumáticas para explicar lapsicología del sujeto. En la búsqueda de cau-sas traumáticas sencillas y directas, el abusosexual, como experiencia puntual, fue sin lu-gar a dudas uno de los mejores candidatos.

Aquello, defiende Finkelhor, no fue sinoun error y ahora es preciso cuestionar aque-llas creencias que la ciencia estableció comociertas para ir avanzando. El abuso, afirma

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ahora, tiene lugar siempre en un contexto quees preciso tener muy en cuenta y que puedeser, si cabe, más importante que la experien-cia abusiva en sí para explicar las vivencias yposibles problemas de los individuos. Si enuna persona que dice haber sufrido abusos ensu infancia tenemos en cuenta los otros mu-chos problemas que esa persona pudo vivir al-rededor de ese abuso, entonces la correlación es-tadística entre abusos y patologías posterioresprácticamente desaparece. El modelo cate-quístico que enlazaba abusos sexuales y pato-logías futuras como si fueran relaciones inevi-tables era erróneo. La mayoría de las veces no seproducen y a menudo no son ni estadística-mente importantes.

El abuso sexual, afirma Finkelhor, nosabrió las puertas al mundo de la victimologíainfantil: “Pese al relativo abandono y, en oca-siones, menosprecio en que se encuentra elestudio sobre la victimización infantil, una desus formas no ha sido ni mucho menos desa-tendida o minimizada: el abuso sexual. Por elcontrario, este tema ha adquirido durante laúltima década en Estados Unidos el rango deproblema social gracias, sobre todo, al incre-mento del nivel de concienciación de la sociedad.Por su notoriedad, el abuso sexual ha sido elvehículo que nos ha permitido adentrarnos eneste ámbito para, así, entender mejor muchos as-pectos relativos a la victimización infantil ytambién sobre las políticas de apoyo a las vícti-mas infantiles, así como las limitaciones de lasmismas.” (Finkelhor, 1999: 199). La preguntaque nos podríamos hacer es, pues, qué es loque tuvo ese abuso que logró esa concienciasocial y facilitó ese avance científico del quenos habla Finkelhor.

2. LA MALDICIÓN DEL SEXOAdemás de esos tres elementos que he se-

ñalado como propios del discurso científicosobre el abuso —su talante de gran verdad, sugravedad y su extensión—, sería oportuno se-ñalar un cuarto eje vertebrador que da cuenta degran parte de lo que se ha dicho al respecto.Me refiero al enorme poder que parece poseer el

sexo para hacer daño y el particular modo enque ejerce dicho poder.

Curiosamente Ofshe y Watters, en su análi-sis del movimiento de recuperación, llegan almismo tipo de preguntas que las que unopuede hacerse cuando revisa la literatura so-bre los abusos. Se interrogaban estos autoressobre las causas de que el trauma sexual en la in-fancia sea tan dramático que la represión delmismo resulte más que habitual y que ésta no sedé en otro tipo de experiencias —como elmaltrato físico— que no son reprimidas, máxi-me cuando muchas veces los niños no distin-guen entre tocamientos correctos o incorrec-tos, sexuales o no. ¿Qué es lo que tiene elsexo para hacerlo tan terrible que deba ser re-primido en lo más profundo de la memoriahasta que el terapeuta llega para recuperarlo?A ello deberíamos añadir, ¿qué es lo que tiene elsexo para provocar tanto sufrimiento?

También Nathan y Snedeker, al hablar delabuso ritual, se preguntan cómo fue posibleque en un momento dado se le diera al abusosexual una importancia y gravedad que sor-prendentemente le fue restada a otros tiposde maltrato como el físico o el abandono. Lapobreza y la marginalidad, la violencia y la ne-gligencia, fueron relegadas a un segundo pla-no e incluso atenuadas en su trascendencia,en beneficio del abuso sexual.

Ofshe y Watters señalan cómo el modelo oparadigma humano y terapéutico propuestopor Freud queda reflejado en los fundamen-tos de los teóricos de la recuperación. Desdesus ideas sobre el inconsciente hasta el recur-so terapéutico de la libre asociación, como en suteoría de la represión o de la interpretaciónde los sueños, el psicoanálisis se encuentra enla base de este nuevo modelo clínico. PeroOfshe y Watters fracasan en señalar lo que esuna herencia del psicoanálisis cuando menosigual de importante. Me estoy refiriendo al pa-pel que tuvo Freud en situar nuevamente elsexo, como libido, y muy especialmente aso-ciado a la infancia, en el centro del psiquismohumano. Lo genital, como equivalente desexo o deseo, se constituyó —o deberíamos

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decir que se reafirmó— como símbolo obligadopara la comprensión de la psicología de los in-dividuos, reforzando así el clásico modelo dellocus genitalis e incluso su asociación connuestro lado más instintivo y animal (Amezúa,1999). Con Freud el sexo volvió nuevamente asituarse en las partes bajas de los sujetos y cobróde nuevo una importancia que no dejaría detener hasta la actualidad.

La conclusión de Ofshe y Watters era radi-cal: hemos convertido un horror de esta so-ciedad, el abuso sexual a los niños, en una ver-dad universal y eterna; el incesto, o el abusosexual en general, se ha transformado en unode los más horrendos crímenes de los que sepuede ser víctima. De ahí que al final poca im-portancia tengan las vivencias de los niños,puesto que éstas sólo son utilizadas para rea-firmar nuestro horror al abuso. Lo importantees que tenemos la firme e incuestionablecreencia de que vivir este tipo de experiencias eslo más terrible que nos puede suceder. De ahíque el abuso sea aislado como objeto de vene-ración por encima del maltrato físico, la po-breza, la marginación o incluso sobrevivir alholocausto nazi. A ello hemos de sumar quehemos quitado importancia a toda diferenciaentre una experiencia abusiva y otra; porejemplo si la experiencia es o no violenta. Asítoda experiencia de abuso, sea del tipo quesea, fue considerada como grave y dolorosa(Ofshe y Watters, 1996: 31).

El abuso sexual como nuevo peligro emer-gió precisamente en un contexto histórico ygeográfico donde lo sexual adoptó nuevamen-te su presencia más amenazante. Ello no debióser difícil ya que la tradición se remontaba a siglosde historia occidental. No obstante, no creoque se tratara sencillamente de un movimien-to antisexualista, por utilizar el término deMoney (1999), aunque algo de ello hubiera.Más bien se trata del valor del sexo para confi-gurar lo social, como sugería Foucault, dadosu excelente poder estratégico. Ciertos intere-ses ideológicos asociados a la cultura del victi-mismo crearon el contexto propicio. El sexofue nuevamente instrumentalizado para com-

batir el patriarcado o la decadencia moral de lasociedad. El sexo fue progresivamente asocia-do al daño, y en la obsesión por evitar todotrauma, la lógica social acabó desembocandoen lo irracional. Los grupos sociales e institu-cionales relacionados con la protección de losmenores, hasta entonces más preocupadospor otras formas de maltrato, no fueron inmunesa estos nuevos combates.

Krauthammer (1994) se sorprendía de que, se-gún las estadísticas, hoy en día el maltrato fue-se diecinueve veces más frecuente que hacetreinta años. Parece que la explicación está enque sencillamente el número de denuncias haaumentado de una forma impresionante. Locurioso, añade, es que el número de denunciasrechazadas por falta de pruebas ha aumentadoal mismo ritmo —según él, dos de cada tresdenuncias son infundadas—. Esto, desde supunto de vista, no sería sino reflejo de una hi-persensibilidad hacia el maltrato que choca conla indiferencia con que tratamos los crímenesordinarios. Además del aumento de las denun-cias y de otros factores como los cambios en la va-loración moral del castigo físico, se añade untercer elemento explicativo del problema. Se-gún Krauthammer hemos visto nacer una ideo-logía de la violencia contra los niños bajo cuyosefectos los profesionales, creyendo en la exis-tencia de una violencia endémica, habrían idoa la caza y captura del maltrato e incluso lo ha-brían inventado allí donde no lo hallaban.

Los investigadores se hicieron partícipes de di-cha lógica y colaboraron en una sospechosabúsqueda de ese nuevo y temido daño. El fenó-meno de los abusos rituales o el movimientode recuperación no fueron sino productos deesa misma lógica llevada a sus últimas conse-cuencias. Su vertiente profesional permitió eldesarrollo de una floreciente industria del abu-so sexual que desembocó en sospechosas ofertasterapéuticas y confundió hasta límites insospe-chados el mundo de la ayuda con el mundo delcastigo. La crítica final de Ramey (1979) a loque entonces era un incipiente temor, hacía re-ferencia al flaco favor que en su opinión se es-taba haciendo a la población en general al dra-

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matizar innecesariamente experiencias que amenudo son vividas sin ningún sufrimiento. Elsensacionalismo de los medios de comunica-ción, sumado a la creciente asociación de esoshechos con la violación, el maltrato infantil, laviolencia, etc., lo convierte en chivo expiatorioal que es fácil recurrir para explicar los proble-mas de cada uno. Las historias publicadas portodas partes acaban generando modos nuevos, ymás problemáticos, de interpretar las experienciaspersonales. Además, a partir de estos discursos lasfamilias van a temer cualquier contacto físicoque pudiera sospecharse preludio de lo sexual. Eldaño en este caso podría ser mayor, alerta elautor.26

El nuevo peligro del abuso sexual tuvo enese fanático contexto sus orígenes o su granmomento de esplendor, auspiciado en buenaparte por una supuesta ciencia del abuso. No-sotros, para bien o para mal, somos herederos

de todo aquello. Es verdad que aquéllos quehan escrito sobre el abuso han insistido en que nose trata de negar la sexualidad infantil o el valorque la sexualidad y sus placeres tienen paratodo ser humano. Es cierto que en dichos tra-bajos no se observa necesariamente una visiónnegativa de la sexualidad en general. Pero esigualmente correcto afirmar que, al otorgar tan-ta trascendencia y tanta gravedad a las expe-riencias entre adultos y niños donde la sexuali-dad tiene algo que ver, no hacen sino reafirmarel maléfico poder que desde antiguo ha tenido elsexo. El tratamiento social y científico de las re-laciones sexuales entre niños y adultos ha estadoplagado de dramatismo. He expuesto su histo-ria, al menos parte de ella, y las formas del peli-gro. La pregunta ahora es si somos capaces detratar el tema de otro modo y sin que a la parse nos acuse de tolerar o propagar ese gran ho-rror. Ahí está el reto.

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Notas al texto1 El presente artículo es un resumen de los primeros capítulos de mi tesis doctoral titulada “Sexo, infancia

y justicia. Analisis crítico del discurso público y la práctica profesional en los casos de abusos sexuales amenores”. Con el fin de reducir su tamaño y adaptarlo a este formato, han sido eliminados, en la medidade lo posible, los datos y comentarios más accesorios, ilustrativos o aclaratorios de lo aquí expuesto.

2 Para el desarrollo de este apartado dedicado al «abuso ritual» me basaré fundamentalmente en la investi-gación de Nathan y Snedeker publicada en su libro “Satan’s Silence” (2001).

3 Este síndrome proviene al parecer de las secuelas en los soldados de la guerra de Vietnam.4 Para el desarrollo de este apartado me voy a basar sobre todo el la obra de Ofshe y Watters (1996)

Making Monsters. False memory, psychotherapy and sexual hysteria. University Of California Press.Berkeley. Los Angeles. Se puede considerar que la práctica totalidad de los datos sobre el movimiento derecuperación aquí manejados pertenecen a estos autores, con lo cual evitaré el exceso de referenciasbibliográficas que sólo añadiré cuando sea obligado.

5 Citado en Ofshe y Watters, 1996: 80. La obra de Bass y Davis fue publicada en 1995 en España. 6 Andrea Dworkin es una destacada feminista que lideró el movimiento antipornografía.7 Perteneciente al prólogo a la edición española escrito por Belén Nogueiras y mujeres del Equipo del

Espacio de Salud para Mujeres Entre Nosotras.8 En mi opinión, sería de interés llevar a cabo un estudio pormenorizado sobre cómo, cuándo y dónde

emergió la inquietud por el abuso sexual infantil, similar al llevado a cabo por Pfohl (1977) sobre el mal-trato físico y el papel de los radiólogos en su aparición pública.

9 Las referencias a estos autores son comunes en artículos y libros de Estados Unidos o Gran Bretaña,pero también en trabajos publicados en Alemania (véase Ullmann y Hilweg, 2000) o en España. En esteúltimo caso se puede echar un vistazo a la revisión de Cantón y Cortés (1997), los diversos trabajos deLópez sobre la materia (1993; 1994) o el manual de Vázquez Mezquita (1995) orientado a la prácticaforense.

10 Destacan por ejemplo Herman, Briere, Williams, Putnam o Summit.

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ABUSOS SEXUALES INFANTILES: ORÍGENES Y CONTORNOS DE UN PELIGRO

11 Su revista es la de Journal of Interpersonal Violence. 12 En concreto me refiero a Williams, L.M., Briere, J., Conte, J., Herman, J. y Schatzow, E. 13 Chrysalis. 1: 31–45. En este trabajo Rush hace referencia a la supuesta negación que Freud llevó a cabo

sobre la veracidad de las memorias de abuso de sus pacientes.14 New York. Prentice–Hall. Bass y Davis, autoras de El coraje de sanar, describen el libro de Rush como

un “Lúcido análisis feminista del abuso sexual a los niños desde los tiempos bíblicos hasta el presente.Rush fue la primera en dejar al descubierto el encubrimiento de Freud” (1995: 589).

15 Es curioso cómo este mismo autor planteó una teoría propia sobre el apego que, según él mismo indi-ca, es presentada como sustitutiva del Edipo Freudiano permitiendo quitar toda responsabilidad deseducción al niño ya que el apego, afirma, es una necesidad de intimidad afectiva que no tiene nada desexual. (López, 1993: 222).

16 Summit, R. (1983) Child abuse and Neglect 7: 177–93. Ha escrito también artículos sobre la represiónde los recuerdos del abuso o sobre la negación social a reconocerlos.

17 “Believe the children”. Éste es el nombre del movimiento que fundaron los padres del preescolarMcMartin tras las supuestas alegaciones de abusos rituales por parte de los profesores en 1983. Las acu-saciones nunca fueron demostradas. Ver por ejemplo Money, 1999.

18 Cambridge: Harvard University Press.19 Herman, J.L., Schatzow, E. (1984) “Time–Limited Group Therapy for Women with a History of Incest.”

International Journal of Group Psychotherapy. 34 (4): 605–16.20 Psychoanalytic Psichology 4(1): 1–14.21 New York. Basic Books.22 Ofshe y Watters ilustran ese déficit metodológico característico de la investigación comentando la histó-

rica discusión sobre si la bulimia era reflejo de una experiencia de abuso sexual en la infancia. La bulimiaha contado con diversas teorías explicativas, desde alteraciones bioquímicas hasta modelos culturalesde belleza o tipos de relaciones familiares. Es a finales de los ochenta, paralelamente al desarrollo delmovimiento de recuperación, cuando se plantea el abuso sexual infantil como origen de dicho trastornoalimentario. Se llegó a plantear que era posible sospechar de abusos en cualquier paciente de trastornosalimenticios —anorexia y obesidad incluidas— y que el 90 % de estas personas habían sufrido abusossexuales. Posteriormente los autores citan algunos estudios que precisamente niegan cualquier tipo decorrelación entre ambos fenómenos y que cuestionan metodológicamente la validez de otros trabajosque sí las relacionaban significativamente.

23 (1986) “Impact of Child Sexual Abuse: A Review of the Research” Psychological Bulletin 99: 66–77.24 En el caso de los hombres esta categoría ascendía al 44’78%25 Ver por ejemplo Cantón y Cortés (1999) o Echeburúa y Guerricaechevarría (2000).26 Algo similar es lo que sugería Ullerstam (1999) ya en 1964.

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Reflexiones y propuestas de modificaciónacerca del hecho sexual humano

Silberio Sáez Sesma *

A Efigenio Amezúa.

Porque para llegar más lejos,primero hay que estar de viaje.

Y fue él quien me puso en el camino.

Si partimos de que el Hecho Sexual Humano (HSH) se distribuye y articula en 4 registros(sexo, sexualidad, erótica y amatoria), la principal propuesta de estas líneas es que, consi-derando a este HSH como el mapa con el que acceder al territorio de la realidad sexual,creemos que hay una deficiencia (en el sentido “insuficiente” más que en el de “incorrec-to” o “inexistente”) en este mapa, sobre todo en el 3º y 4º registros: Erótica y Amatoria.Creemos que existen una serie de razones que explican la situación actual en lo que noso-tros consideramos una Sexología “hipererotizada”. Algunas de estas razones son de tipohistórico; otras son por hegemonía de conceptos políticamente correctos (más allá de suvalidez científica: sexo, versus género); otras son técnicas (terapia sexual),... Pero más alláde esta explicación, el ámbito de la Sexología no ofrece un marco para estudiar de formacoherente lo que venimos llamando “caracteres sexuales terciarios”; o dicho de otromodo, aquellas expresiones sexuales (que difieren en hombres y mujeres) más allá delterreno erótico o amatorio (en el intercurso corporal, sus deseos, correlatos previos oconcreciones más reales...).Por último, proponemos una nueva articulación encaminada a“sumar” nuevos campos de estudio y aplicación de cara al futuro de la Sexología.Palabras clave: Sexo, Género, Sexualidad, Sexología, Caracteres Sexuales Terciarios.

REFLECTIONS AND MODIFICATION PROPOSALS ABOUT HUMAN SEXUAL ACTIVITYIf we start from the fact that Human Sexual Activity (HSA) is distributed and articula-ted in 4 registers (sex, sexuality, eroticism and “amatoria”); the main proposal of thispaper is that, taking HSA as the map to access the territory of sexual reality, we thinkthat there is a deficiency in that map (in the sense of “insufficient” rather than “inco-rrect” or “inexistent”), especially in the 3rd and 4th registers: Eroticism and“Amatoria”. We think that there is a number of reasons that explain the present situa-tion in what we consider a “hypereroticised” Sexology. Some of those reasons are his-torical, other reasons come from the hegemony of politically correct concepts(beyond their scientific validity: sex vs. genre), and others are techniques (sexual the-rapy). But beyond this explanation, the field of Sexology does not offer a frameworkto study in a coherent manner what we have called “tertiary sexual characters”; inother words, those sexual expressions (which differ between men and women)beyond the erotic or amatory terrain (in corporal intercourse, their desires, prelimi-naries or the actual performance…). Finally, we propose a new articulation thattries to “add” new fields of study and applications for Sexology in the future.Keywords: Sex, Genre, Sexuality, Sexology, Tertiary Sexual Characters.

Anuario de Sexología2004 • Nº 8 • pp. 57–67

© Anuario de Sexología A.E.P.S.ISSN:1137–0963

* Instituto de Sexología AMALTEA. Pª Sagasta 47, 2º E. Zaragoza 50007.E–Mail: [email protected]

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SILBERIO SÁEZ SESMA

Partimos de que el Hecho Sexual Humano1

se distribuye y articula en 4 registros.Resumiendo al máximo esta articulación,

podríamos definir de forma breve estos cua-tro grandes registros, del siguiente modo:1º. Sexo (sexuación)2: como resultado de los

procesos de sexuación, que van constru-yendo la realidad de hombre y mujer.

2º. Sexualidad: como vivencia personal e irre-petible de esos procesos de sexuación.

3º. Erótica: como deseo y expresión del hechode ser y vivirse como seres “sexuados”.

4º. Amatoria: concreción de la erótica en lainteracción corporal y sus correlatos.

La principal propuesta de estas líneas esque, si consideramos el HSH como el mapacon el que acceder al territorio de la realidadsexual, creemos que hay una deficiencia (en elsentido “insuficiente” más que en el de “inco-rrecto” o “inexistente”) en este mapa, sobretodo en el 3º y 4º registros.

RAZONES DE UNA SEXOLOGÍA“HIPEREROTIZADA”Creemos que existen una serie de razones

que explican la situación actual en lo quenosotros consideramos una Sexología “hipe-rerotizada”. Algunas de estas razones son detipo histórico, otras de “comodidad”, otrasinfluidas por las demandas de los usuarios...En suma, creemos que no es casual que nosencontremos donde estamos.

Sin embargo, y teniendo en cuenta lasactuales líneas epistemológicas, creemos queestamos en disposición de trascender algunaslimitaciones, que imposibilitan el “avance sexo-lógico” anclado en los últimos “posos” del viejoparadigma. Eso sí, para los amantes de lashogueras y los derribos, se trata de proponeruna reforma en lo referido a “sumar”, no acuestionar la validez de lo propuesto hastaahora. Se trata de ampliar o redistribuir, no deeliminar y demoler. Las nuevas propuestashubieran sido impensables sin las precedentes.

Aunque la antigua meta se quede corta, elnuevo destino no es posible sin partir de lo

andado, que seguirá formando parte inevita-ble del nuevo trayecto.

Razones históricasLa erótica tiene algo por definición “incó-

modo” para cualquier ciencia que se tilde demoderna. Por una razón evidente, en la eróti-ca está (también y entre otras muchas cuestio-nes) lo atávico3. Esta erótica trasciende la dis-yuntiva voluntaria entre lo racional y lo emoti-vo, abocándonos irremisiblemente a su “dia-léctica”, dado que muchas veces esto segundoestá por encima de aquello primero. Esto últi-mo es, sin duda, una de las razones que másasustan y que fundamentan una cierta huidadel abordaje científico de la misma.

La religión y el moralismo, la medicina entanto salud, el feminismo y, posteriormente,las corrientes de “lo políticamente correc-to”..., molestos con la incomodidad que supo-ne asumir el mundo del deseo (sexuado inevi-tablemente), nos llevan de forma paulatina algénero y a la renuncia al sexo, al comprobar(al menos intuir o atisbar) lo farragoso y res-baladizo del terreno.

Todo modelo que propone un “deber sersexual4” se puede ver cuestionado en un ins-tante por una fantasía o un deseo que se nosimpone dentro de la más absoluta “incorrec-ción”. A partir de ahí, no han sido muchas lasciencias interesadas en atisbar en este mundo.Sí en controlarlo, normalizarlo, negarlo oreducirlo; pero no ha habido un excesivo inte-rés en su comprensión.

En cambio los sexólogos hemos hecho dela erótica nuestro “buque estrella”. Dado quenadie miraba, los que más miraron fueron los“únicos” (estoy exagerando) que estuvieron encondiciones de aportar alguna luz sobre ella.

Históricamente nadie nos ha discutidoeste territorio (debido, como decíamos másarriba, a su incomodidad y farragosidad) y porello hemos considerado la erótica como la“expresión sexual” por antonomasia. Peroimplícitamente hemos asumido esa reduccióndel sexo a erótica, dado que ahí nadie nosestaba haciendo sombra en el terreno científi-

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co (no era un campo apetecible y las aporta-ciones eran escasas desde fuera). A lo sumo,se accedía a lo erótico como una dimensiónde la personalidad, de la biología, de losocial…, pero no como entidad propia; algoque sólo se ha hecho desde la Sexología5.

Como en el ser humano, por propia evolu-ción de la filogenética, la sexualidad transcien-de la exclusividad reproductiva (algo que, porotra parte, seguimos manteniendo en nuestraraíz de “especie”) y va más allá de sus implica-ciones; el sexo pasa a ser una realidad másextensa. De ahí su “extensión” e “inervación”en los ámbitos psicosociales que acabarándando como resultado los caracteres sexualesterciarios.

Éstos ya no estarán tan influidos (en elsentido “directo”) por la raíz filogenética (tanatávica ella, irracional, de imagos y deseosincontrolados) y su estudio (análisis, cuestio-namiento, escrutamiento...) será más apeteci-ble para otras ciencias; eso sí, cambiándole eladjetivo sexual (dado que éste entronca con la“erótica” tan salvaje e incómoda, tan pocohumana o tan primitivamente humana —según se mire—) y buscando otros más “ade-cuados”. El género encaja bien, aunque en elpasado han encajado otros conceptos, y yahay otros que se van anexando para suavizarloy por tanto “solaparlo”6.

Partimos, pues, de que la erótica tieneuna base filogenética más antigua y primitiva;es sin duda la expresión sexuada por antono-masia. Pero con el desarrollo humano (en elsentido filogenético) la sexualidad, comovenimos diciendo, trasciende lo reproducti-vo y, por tanto, lo sexual también irá más alláde lo erótico.

En el ámbito de aplicación terapéuticasabemos que es la “principal” vía de entrada;pero sabemos que hay “más”; y ese “más”también es sexual.

Esta mezcla atávica de lo erótico (deseosinadmisibles desde lo psico–social, difícil-mente observables en su vertiente virtual y,por tanto, poco “apetecibles” en el plano delas ciencias) ha provocado la huida al género.

Es como si se hubiese percibido que “si estoes el sexo: ¡mejor dejarlo!”. Nos pone antenuestra raíz más profunda y perversa. La bús-queda del otro de forma ineludible7: sin esté-tica social.

De todos modos, a pesar de lo que consi-dero un error de enfoque actual o falta decoherencia con el “nuevo paradigma”, laSexología ha sido valiente y la entrada de laamatoria como registro (aún cuando lo consi-dero excesivo a efectos clasificatorios) es unejemplo de asunción total de la erótica (a pesarde su “farragosidad e incomodidad”) en una desus derivaciones más “reales” y “demandadas”en el plano de la Sexología aplicada.

Es la erótica lo que explica lo inexplica-ble8, y por tanto incómodo. Lo atávico (lo eró-tico) está debajo y eso a veces nos inquieta,nos asusta y una salida es huir científicamentede lo que consideramos “irracional”, “injusto”,“incoherente”…

Pero alguna influencia tendrán que tener,por mucha cultura que hayamos construido,las primitivas implicaciones filogenéticas delsexo. Ésta es su base y a partir de ahí crecemos;pero no podemos negar su base por el temorante sus “manifestaciones” tan “ambivalentes”.

Si bien los sexólogos hemos hecho de laerótica nuestro “buque estrella”, creemos queha llegado el momento de ampliar la flota: deque lo erótico no sea lo único (aún cuandopudiera ser lo más importante, algo que tam-poco está del todo claro; más bien lo originalo “primero”).

Sexo versus géneroEl género se ha movido por “nuestro”

territorio (sexo) negando su pertenencia a él;pero la Sexología (en tanto ciencia que estu-dia el sexo) no ha sido capaz de adentrarse enese territorio (que ciertamente intuía comopropio, pero en el que no acababa de entrar)al carecer de la cartografía adecuada.

El género, en cambio, ha sido tozudo alpercibir un “territorio incuestionable”, a pesarde carecer de un mapa original con el querecorrerlo. Para ello se han improvisado otros

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SILBERIO SÁEZ SESMA

mapas (psicológicos y sociológicos, sobretodo) que negaban o separaban al género desu propia esencia (el sexo): de ahí la compul-sividad de negarse y percibirse como lo dife-rente al sexo (dado que el mapa de entradaestaba siendo otro); reduciendo éste a lo bio-lógico o, a lo sumo, a su expresión erótica.

Habrá que admitir que el mapa sexológicono estaba adaptado aún para el nuevo territo-rio (nuevo, en tanto exploración; que no en loreferido a su existencia).

Se reivindicaba la propiedad de ese territo-rio; pero ha habido una incapacidad científicapara explorarlo, recorrerlo y aún más para“explotarlo”.

Creo que, con alguna de las reflexionesque ofrezco, estaremos en condiciones deavanzar, en el sentido expansivo, más allá delos límites actuales (eróticos y amatorios) dela expresión sexuada. No sólo debemos pasarde los genitales al cuerpo y sus encuentros;sino de estos cuerpos al “sexo total”.

Y, en tono de autocrítica, acceder a las car-tografías realizadas por las ciencias afines eneste territorio, aún cuando nos “nieguen” enel plano “testimonial”; dado que lo importan-te, a la postre, es el conocimiento del HechoSexual Humano en todas sus dimensiones.

Razones técnicas: la terapia sexual9

Resulta evidente a todos los efectos, quecomo ninguna otra disciplina ha ambicionadoel terreno de la erótica (por las razones yaexpuestas) uno de los campos privilegiadosde aplicación sexológica ha sido sin duda laterapia sexual.

De hecho, dado que las demandas en esteámbito se han convertido (junto con la educa-ción sexual) en una de las posibilidades profe-sionales más claras de la Sexología, aparecen yse desarrollan toda una serie de recursosencaminados a los procesos terapéuticos.

Cuantitativamente, esta producción estámuy por encima de cualquier otra, hasta talpunto que cobra magnitud suficiente paraconsolidarse como una “rama propia” dentrode la Sexología.

A efectos de aplicación, requiere una espe-cificidad superior a la erótica. Y por razonesde este tipo aparece y se propone como cuar-to registro la amatoria10. Registro que crea yfomenta sus propios recursos. Pero no debe-mos olvidar que la amatoria, en tanto catego-ría referencial, viene avalada por la “aplicabili-dad” de la Sexología; es decir, no vamos delplanteamiento teórico a la “aplicación”, sinoque la aplicación “demandada” acaba impo-niendo una nueva categoría referencial, al atis-bar un amplio espacio que (aún pertenecien-do o siendo una —no “la”— “plasmación” deaquel) en lo referido a magnitud puede com-petir con el espacio anterior. Además, exigeunas herramientas técnicas en correlación conlas demandas que hace pensar su posibilidadde trascender la erótica.

Creemos que esto “justifica” la apariciónde este cuarto registro, aun cuando se rompala coherencia lógica en la reflexión del nuevoparadigma.

Especialización–limitación terapéuticaCierto que la amatoria sirve para especifi-

car el estudio y los recursos destinados alencuentro erótico. En la medida en que lasdemandas se adecuen a nuestros recursos, laaplicabilidad será efectiva. Pero en ocasiones(más allá de la demanda de los usuarios) lo“amatorio” tiene que ver con “expresionessexuadas no eróticas”; pero en este caso lapropia articulación del registro “amatoria”impide la búsqueda de nuevas herramientas.

Si el mapa es pequeño no podemos acce-der a nuevos territorios. Y no olvidemos quela terapia es una herramienta, si ésta no tieneen cuenta la dimensión real de su aplicación,acabará siendo deficiente, cuando no tenga-mos la suerte de que la demanda se ciñaexclusivamente a las posibilidades técnicasque disponemos. Pero la ciencia, y como tal laSexología lo es, debe ofrecer técnicas para laglobalidad de sus posibilidades, sean estas fre-cuentes o raras, demandadas o no.

El territorio es la base para construir losmapas; no son los mapas los que definen el

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territorio, sino los que lo reflejan e interpre-tan para acceder a él con el máximo rigorposible. Urge una revisión profunda delmapa sexológico.

Los caracteres sexuales terciariosLa recuperación por el interés científico en

los caracteres sexuales terciarios, como fenó-menos y como vivencia sexuada, nos pone enla tesitura de incluirlos a su vez en las biografí-as sexuadas y en las expresiones sexuadas.

Podríamos incluir apresuradamente loscaracteres sexuales terciarios en “sexua-ción”, en el primer registro; pero en esecaso, también debería ser incluida la erótica.Dado que la erótica también se puedeentender como un nivel “transversal” encontinua sexuación y dado que ofrece resul-tados diferenciales en función del sexo. Portanto, si erótica es expresión, todos loscaracteres sexuales terciarios no–eróticostambién deberían serlo. Pero, ¿cómo llama-mos sino a la expresión no–erótica (ni ama-toria) de lo sexuado?

La nueva terapia sexual requiere herra-mientas de abordaje para estos caracteressexuales terciarios, aún cuando nuestroarsenal terapéutico esté basado en lo eróti-co y en lo amatorio. Si tenemos en cuentaque en ocasiones no se puede deslindar louno de lo otro, habrá que ampliar las posibi-lidades terapéuticas de las actuales herra-mientas clínicas.

Otras razones históricas11,para resituarnos.Aunque a principios del siglo XX las cosas

no estaban tan claras, con el devenir del tiem-po el psicoanálisis en tanto corriente científicaha tenido un éxito incuestionable.

Si personalizamos éste en Freud, frente a loque podría haber sido otra propuesta de sexua-lidad, en Ellis, podemos hacer algún matiz.

El concepto de sexualidad de Freud estábasado en la libido; tiene por tanto unos refe-rentes “eróticos” más que “diferenciadores”. Aprincipio de siglo, esta propuesta competía

con otra más “diferenciadora12” y menos libi-dinal de Ellis.

La propuesta de Freud, acuciada por el“morbo” (la represión, canalización, exacerba-ción... de esta libido estaba en la base de lasneurosis y psicosis) y la “perversidad” acabaenganchando más que la propuesta de Ellis;más encaminada al “conocimiento”, al“no–enjuiciamiento”, a la “variedad”, ... (másque a la patología propiamente dicha).

Ésta es sin duda otra de las razones de la“primacía de lo erótico” tras el triunfo13 deFreud, ante Ellis. Lo libidinal se impone yacaba dando al “sexo” una visión que encajamejor en lo erótico. A raíz de ahí venimosarrastrando una “hipererotización” del sexo,que tiene aquí otra de sus bases históricas.

El cambio de paradigmaRecordemos el nuevo paradigma en el que

nos encontramos, tras el tránsito del “locus geni-talis” al “locus sexualis”. Dado que pretendemosun encuadre sexológico, entenderemos este pla-neamiento desde el “nuevo paradigma” frente alanterior paradigma del “locus genitalis”. Salto deparadigma que se plantea ya en el s. XVII y quecon más o menos suerte va circulando por los s.XIX y XX. El punto de enfoque será entender alhombre y la mujer (los sexos) como el objeto deestudio, en tanto que seres sexuados.

El foco estará en el hombre y la mujercómo productos: procesos que llevan a resulta-dos. Nos interesa por tanto cómo se vanhaciendo y construyendo. El foco no estaría yaen lo genital (ni en su derivación reproductivao en su reacción hedonista), sino en el hechode ser (y de hacerse continuamente) hombresy mujeres.

Desde el sentido etimológico del término,esto sería obvio; pero este extremo no siem-pre ha quedado claro: sexus, (sección), sexare(separar).

Se trataría de entender el sexo como aque-llo que “separa” y “distingue”, con dos resulta-dos: hombre y mujer. Y la Sexología sería la“logía” que tiene por objeto este “sexo”.Obvio; pero evidente.

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SILBERIO SÁEZ SESMA

La erótica y la amatoria, con todo respeto,no se sostienen tras 5 minutos de aplicaciónlógica del paradigma de los sexos. Si el refe-rente es el sexo, en tanto hombre y mujer, laerótica no es la “expresión del hecho dehacerse y vivirse hombre y mujer”, sino unaexpresión. Es decir, hablamos de la diferenciaentre “una” expresión y “la” expresión delhecho de ser sexuados.

Dicho de otro modo, ¿qué hacemos conlas expresiones sexuadas no eróticas? Unejemplo serían los que venimos llamandocaracteres sexuales terciarios.

Éstos no tienen cabida en la erótica ni enla amatoria (tal como las entendemos); peroson una expresión inequívocamente sexuada.Son un proceso de sexuación, como otrosniveles, en su lógica y siguiendo unos pasos;pero se expresan como tales, de forma sexua-da y en tono diferencial.

Si usamos el sexo como referente tendre-mos que llevar esto hasta sus últimos extre-mos. La amatoria, en tanto registro delHecho Sexual Humano, es sólo un acto de“nepotismo de la erótica” (enchufismo fami-liar). Una derivación de ésta que se convierteen nueva categoría.

La aparición de la amatoria como cuartoregistro, no hace sino hipererotizar el objetode estudio. No sólo no se puede reducirexpresión sexuada a erótica (primera meto-nimia), sino que abrir una nueva categoríareferencial considerando la amatoria como laconducta sexuada, es la metonimia de lametonimia.

Todo esto supone un error de diseñoconceptual que nos impide “aprehender”una realidad más amplia. El mapa está equi-vocado (más bien es escaso) y queremos verla realidad según el mapa previo. Pero estemapa es sólo una representación de aquellay no a la inversa.

Todas estas reflexiones nos dicen quehabrá que modificar algún parámetro; peroesto es una gran noticia, dado que el territorioque reflejaba el mapa es claramente menor queel que nos “dice” la exploración del territorio.

Es una cuestión de cartografía. Si elevamosel punto de vista del genital, al cuerpo, perotambién del cuerpo al “sexo”, es decir, de laerótica y la amatoria a las expresiones sexua-das totales, el territorio observado se amplía.

Que no tengamos aún tecnología para ini-ciar esa explotación es otra cuestión, pero losmojones, las mugas, los hitos... se han movidoinevitablemente.

Planteamos una Sexología de tercera gene-ración: de locus genitalis al sexo. Pero delsexo seguimos anclados al cuerpo (genital porperigenital o lo encaminado al intercurso cor-poral, real o virtual). Seguimos en unaSexología “hipererotizada” y no tan “sexualiza-da” como el cambio de paradigma propone.

Hilando más fino, la erótica es una entrelas “expresiones” sexuales y la amatoria esuno entre los posibles “encuentros” sexuales,aquellos que se derivan de la erótica; perorecordemos que, como también hay expresio-nes sexuales no eróticas, también habráencuentros (y desencuentros) sexuales noamatorios.

Creemos que Amezúa lo explica de formacorrecta en el nivel teórico14: No obstante, sitomamos en consideración la noción depareja como el proyecto formado por dossujetos cuyas estructuras, vivencias, deseos yconductas se encuentran como dos sexosque son, se podrán ver las cercanías entre loque es terapia de pareja y terapia sexual.Otra cosa es que, por sexual se entienda laalcoba o el uso de los genitalia, es decir ellocus genitalis antiguo separado de los suje-tos, según la noción de sexo falseada y no loque dice relación a lo que cada sujeto tienede más propio en dicha relación conjunta,que es el ser de uno u otro sexo.

Hasta este momento nada que objetar.Más bien al contrario, la falsa disyuntiva entreterapia sexual y de pareja, queda superadacon la aplicación del nuevo paradigma entoda su extensión.

Pero una vez llegados a la aplicabilidad deeste paradigma, nos encontramos con algu-nas reducciones que limitan lo planteado en

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el aspecto más teórico. Lo que se conocecomo diagnóstico sexual en el sentido másclaro es en definitiva el de la situación decada sexo con el otro o, si se prefiere, decada sujeto en tanto sexuado. Esto y no otracosa quiere decir sexual y no el relativo alejercicio de su genitalia. Hasta aquí vamos enabsoluta coherencia, pero al llegar a la con-ducta, a la plasmación, nos encontramos con:Todavía más: el ars amandi de cada sujeto,como desembocadura pragmática o visiblede su dimensión sexual, es el que lo refleja yresume. Se trata pues de las interacciones delos sujetos sexuados como tales sujetos sexua-dos con otros sujetos sexuados.

Y aquí tenemos nuestra gran apuesta, cam-biar “las” interacciones por “unas” interaccio-nes. Están las bases en el plano teórico, perose aplican con timidez y de forma limitada aefectos prácticos.

De todos modos, creemos que con estanueva propuesta se pierde sólo en lo propor-cional (la erótica y la amatoria pierden estatusclasificatorio, rango en el ordenamiento);pero se mantienen intactas en su valor absolu-to (la erótica y la amatoria siguen siendo loque antes eran y tienen la aplicación queantes tenían). Este cambio y reestructuracióngenera riqueza más que repartir miseria. Elterritorio que abarca el Hecho SexualHumano se amplía, suma sobre la base ante-rior; pero necesita modificar sus mapas paraacceder a terrenos colindantes aún sin explo-rar pero inevitablemente sexuados.

ReorganizaciónAún cuando el objetivo de este texto era

un cuestionamiento y reflexión sobre el orde-namiento y categorización del Hecho SexualHumano, toda crítica que se precie debe ofre-cer al menos alguna alternativa.

Eso sí, llegados a este punto, lo hacemospor disciplina y coherencia, que no por “con-vencimiento absoluto” en lo que digamos odesarrollemos.

Dado que cuestionamos la erótica como laexpresión sexuada, así mismo consideramos

que la amatoria como tal es una consecuenciade la hipererotización de la Sexología; y queambos extremos rompen la lógica que se pro-pone tras el cambio de paradigma. La nuevaarticulación podría ser del siguiente modo:

Primera alternativa: seguir en un modelocon tres registros.1. Sexo, tal cual estaba (eso sí, resolviendo

la disyuntiva entre “sexo” y “sexua-ción”)15 como resultado de los procesosde sexuación.

2. Sexualidad, en tanto vivencia del hechode ser sexuado.

3. Expresiones sexuadas (pido disculpas porla tosquedad del término y estoy abierto acualquier sugerencia más certera) en tantoplasmaciones del hecho de ser y vivirsehombre y mujer. En el sentido individual ointeraccional, siempre y cuando la clavesea el sexo. • La erótica sería una vertiente virtual de

estas expresiones sexuadas en lo referi-do al “contacto corporal”.

• La amatoria será la plasmación o unade las consecuencias interaccionalesde esta erótica.

• Y los caracteres sexuales terciarios seríantodas aquellas expresiones sexuadasno–eróticas ni amatorias; pero sexua-das al cabo.

Segunda alternativa: pasar a un modelocon dos registros.1. Sexo. Con un carácter mucho más amplio

que en el formato anterior. Incluye todoslos procesos de sexuación en el sentidogeneral, con todas sus posibilidades, eincluyendo en estos procesos de sexuaciónla erótica, dado que es uno más de losniveles sexuados; también los caracteressexuales terciarios, dado que comparten(según nosotros, claro) la misma lógica desexuación que el resto de los niveles desexuación. Este registro, en suma, hablaríade las “posibilidades” de los procesos desexuación y explicaría en el plano generalsus pormenores de génesis y evolución.

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SILBERIO SÁEZ SESMA

2. Biografía Sexuada. Sería la plasmaciónparticular del proceso de sexuación encada sujeto. El registro “sexualidad” de lapropuesta anterior se incluiría aquí, dadoque esto lleva a una vivencia irrepetible.Del mismo modo, y compartiendo virtuali-dad, la erótica concreta de cada sujeto,formaría parte de este registro. Así mismola amatoria concreta de cada sujeto, frutode sus peculiaridades, y los caracteressexuales terciarios de cada sujeto entraríanen este registro. No en tanto explicaciónteórica general (para eso está el registroanterior), sino en tanto expresión peculiardentro de una tónica sexuada general.

Somos conscientes de que este apartado loescribimos en tono de “reto” y “provocación”,esperamos que sea entendido con el mismotalante abierto con el que ha sido escrito.

Y para acabar:

Un cuento16 “geo–político”Las realidades geográficas están por enci-

ma de las políticas. Es cierto que estas segun-das van a estar “influidas” por esas primeras, yque esta política quiera manejar y controlaresa realidad geográfica; pero ésta permanececomo realidad más allá de lo que la políticadisponga, opine o proponga sobre ella.

Imaginemos un macizo montañoso, unacordillera (un territorio, al cabo): llamémoslesexo (la “cordillera sexo”). En esta cordillerahay una parte más accesible y visitable (cómo-da en suma), y otra más abrupta y escarpada,no siempre de fácil acceso.

Supongamos que, desde lo político, diver-sas “instituciones” (psicología, sociología,feminismo, antropología...) proponen que lacordillera no es una, sino dos: la accesible y laabrupta. Reivindican además el derecho a laexploración de esa parte amable (en el nivelde su susceptibilidad de abordaje científico) yniegan además, la relación de esta “parcelaapetecible de explorar” con la “parte abrupta”de la cordillera, a la que no tienen la mínimaintención de acceder. Por consenso o por el

siempre devenir del destino, todas estas insti-tuciones políticas, no siempre bien avenidasentre ellas, acuerdan que el territorio apeteci-do (más accesible y cómodo) será denomina-do género.

Algunas de estas instituciones políticasdesean integrar la “cordillera amable”, bautiza-da género, junto a los otros territorios (psico-lógicos, sociológicos, antropológicos...) pro-pios de su patrimonio histórico. Una vezhecha esta declaración política, cada una deestas instituciones procede a utilizar los mapasde referencia de sus territorios patrimoniales(psicológicos, antropológicos, sociales...) para“explorar” ese nuevo territorio.

Una firme convicción une a todas estasinstituciones políticas al “explorar” el territo-rio género; éste es “modificable”, “transforma-ble” y, por tanto, tras las modificaciones opor-tunas, el territorio se “moldeará” y acabaráguardando una coherencia con el resto de susterritorios patrimoniales.

Es decir, sólo la cercanía con la cordilleraabrupta, ha hecho este territorio (no tanabrupto) ligeramente accidentado; pero, trasla separación, en el plano político, de esteterritorio abrupto, este nuevo territorio géne-ro dejará de ser accidentado.

Por otro lado, todas las instituciones políti-cas, exploradoras y reivindicantes del territo-rio género, se empeñan en reducir (política-mente) la “cordillera sexo” a sólo su parteabrupta y niegan (también en el plano políti-co) la pertenencia del territorio recién bauti-zado género a esta cordillera sexo.

Cómo suele ocurrir, una cosa es lo que lapolítica dispone y diseña, y otra las realidadesconcretas. Como casi siempre, las realidadesgeográficas llevan unidas, generalmente porrazones históricas (superiores o más allá delos “caprichos” políticos) una población, unademografía, unos pobladores.

Los pobladores de esta cordillera siemprehan sido conscientes de la globalidad geográ-fica de su cordillera (valga la redundancia).Cómo decíamos antes, por razones históricasmás amplias a las recién llegadas propuestas

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políticas, pero a partir del presente más inme-diato, estos pobladores sólo tienen posibilida-des de supervivencia recluyéndose en la parteabrupta.

Cada vez que intentan acceder a la partemenos escarpada de la cordillera son “repeli-dos” por los nuevos inquilinos que a su vezreivindican como propio el territorio.

En la parte abrupta de la cordillera, a pesarde lo accidentado del terreno, no caben“competencias” políticas. Así pues, estospobladores, a fuerza de vivir recluidos, acabanconociendo mejor que nadie nunca ese terre-no escabroso. Incluso la inaccesibilidad quede lejos se tiene de ella, comienza a convertir-se en “adaptación” y “medio de vida” para lopobladores habituales.

Así las cosas, estos pobladores, siempreconscientes de la globalidad de la cordillera,van reduciendo sus incursiones, cómodas enlo geográfico, pero siempre complicadas en lopolítico, al territorio género.

Son conscientes de la pertenencia delgénero al conjunto global de la cordillera(aunque el mero hecho de denominarlo asíles “enciende” las entrañas, fueron las institu-ciones políticas, que lo reivindican comoajeno a la cordillera, quienes lo denominaronasí); pero van olvidando los pormenores delterreno no–pisado, no–frecuentado... Vandesarrollando herramientas y formas de vidaen el territorio abrupto con mayor habilidad ycalidad que nunca, a pesar de las dificultadesinherentes al terreno; pero paralelamente vanperdiendo destreza, más que nunca, en elconocimiento del territorio no pisado, a pesarde ser menos inquietante (en lo geográfico,que no en lo político, claro).

Con el devenir del tiempo, los poblado-res van “asumiendo” la realidad política, peronunca podrán (aunque quieran) olvidar larealidad geográfica. Su destreza en el conoci-miento de su terreno geo–político va enaumento, sus mapas van siendo fiables yseguros... Sin embargo, la parte del territoriogeográfico no refrendado en lo político, seempieza a convertir en algo “extraño” (ya no

por identidad o pertenencia, sino por “desu-so” y “ausencias”), sin herramientas con lasque acceder y con consecuencias nefastas encaso de ser visitado... Así pues, por razonesde comodidad y falta de cartografía, lospobladores dejan de acceder al territoriogénero.

En ocasiones, perciben que sus propiosmapas necesitan referentes de la otra parte;pero prefieren convencerse de que sus mapasestán bien hechos (lo mismo les sucede a lasinstituciones reivindicantes del género).

Paradojas del destino, para conocer unterritorio que siempre formó parte de su reali-dad y que han dejado de visitar sistemática-mente, tienen que echar mano inevitablemen-te de los mapas de “quienes” negaron la uni-dad de ese territorio, pero que sí exploraron einvestigaron de forma profusa. No cabe dudaque con “errores”, dado que sus pautas carto-gráficas no eran las adecuadas, pero que, abase de andar y recorrer el terreno, han aca-bado dando alguna clave con la que “caminar”sin perderse en exceso.

Ante esta tesitura y llevados por el orgullo,algunos pobladores de la cordillera se nega-ron a emplear, siquiera a otear, estos mapasajenos (recordemos que sólo la nueva deno-minación del territorio les “encendía”)... perorecluidos en su parte abrupta tampoco pudie-ron elaborar unos mapas propios con los quecartografiar el territorio cómodo y, en ocasio-nes, fruto de ese desconocimiento, sus pro-pios mapas, los de la parte abrupta, conteníanerrores de diseño.

En sus “declaraciones”, “en su esencia”, lospobladores jamás olvidaron la globalidad de lacordillera, pero llevados por sus límites políti-cos y por sus recursos geográficos, a vecesconfunden su “mapa” con su “territorio”.

La cordillera nunca dejó de ser una; y paraentender una parte (sólo fracturada desde lopolítico) es preciso tomar la otra, dado que sumisma división es un sinsentido geográfico.Los accidentes de una continúan en la otra ylas curvas de relieve comienzan en una y sesuavizan o escarpan en la otra.

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Notas al texto1 AMEZÚA, E. (1999), Teoría de los sexos. La letra pequeña de la sexología. Revista Española de

Sexología, nº 95–96, Madrid. Instituto de Sexología.2 Amezúa emplea el concepto sexuación; sin embargo en otro texto [Landarroitajáuregi, J.R. (2001) “25

Años del Instituto de Sexología (Una conversación teórica con Amezúa)”. Anuario de Sexología, nº 7,AEPS, Valladolid] se considera que el sexo sería un término más correcto y que englobaría la suma de“sexuación” (proceso) más “sexación” (etiquetado).

3 Entendiendo por atávico las raíces filogenéticas del ser humano (que como el resto de las especies conreproducción “sexuada”, poseemos), que nos impelen al “encuentro” partiendo de una necesidad de“perpetuación de la especie”.

4 En el sentido de modelo a imitar, de meta previa a lograr para entrar en lo adecuado, correcto, admisi-ble, evolucionado, moderno, moral…

5 Aquí ya tenemos un ejemplo histórico que nos entronca con la vía central de consolidación de toda cien-cia: las aportaciones, en el sentido centrífugo, frente a las “traducciones” y “adaptaciones” en el sentidocentrípeto. La Sexología ha sido capaz de “exportar” o ser el “referente” en lo referido a la erótica.

6 En esta línea de “correción suavizante y solapadora” se moverían conceptos como educaciónafectivo–sexual o salud–problema psico–sexual.

7 Cuestionando de forma implícita la “voluntad” humana y poniéndola bajo alguna corriente incontrola-ble de la que no podemos prescindir.

8 A modo de ejemplo y reduciendo con objetivo didáctico: ¿cómo explicamos sino “mujeres chuleadas”por “hombres macarras” a cambio de una atención mínima? ¿Y mujeres dejando a “hombres buenos”,precisamente por ese motivo? ¿O por qué las mujeres fantasean ser dominadas, pauta que se repite enel imaginario de fantasías femeninas? Y claro, ¿se puede permitir esto una feminista, por ejemplo?. Y con

SILBERIO SÁEZ SESMA

Es una ingenuidad de los pobladores espe-rar que quien accedió al territorio amable concartografía ajena esté dispuesto a cartografiar-la con los criterios propios. Más aún, que sucartografía los tenga en cuenta, ya que por laparte abrupta jamás mostraron interés alguno,a no ser para minimizarla en su relevancia.

Sin embargo, toda situación prolongadaen el tiempo genera resistencia y temor alcambio, aunque este cambio forme parte dela esencia y la lógica en la más absoluta cohe-rencia. En el plano teórico los pobladoressiempre reivindican la globalidad de la cordi-llera; pero para no parecer cartógrafos inep-tos, en ocasiones definen su territorio deacción en función del mapa disponible, de laparte abrupta (llegando incluso a minimizarla importancia de la parte no cartografiada;algo así como “la zorra y las uvas”, —lomismo que curiosamente hacían las institu-ciones políticas reivindicantes del génerocon su parte abrupta).

No tenemos mapa; pero sí tenemos territo-rio. O dicho de otro modo, el territorio es supe-rior a nuestro mapa. Pero, ¿acaso esto es unamala noticia? ¿No sería mucho peor a la inversa?¿Vivir engañados con un mapa que exagera lainsignificancia de un territorio escaso?

Llegó el momento de la exploración.Perderemos barcos, encontraremos arrecifes,nos atascaremos..., pero, ¿qué es la ciencia?¡Qué más da quien domine en lo político! Lacordillera siempre estará ahí... ¿Y si los veci-nos políticos están un poco dormidos? Y ade-más: ¿qué es lo importante, ganar la pertenen-cia en lo político o completar los mapas en logeográfico?

Ojalá los pobladores amplíen sus mapas,los de su territorio total, porque ellos sabenque es todo uno. Además, las “realidades”políticas son efímeras, por largas que puedanparecer; pero las realidades geográficas siem-pre estarán por encima.

“Un poblador de visita en su propia casa”

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relación a los hombres, ¿por qué abunda en su imaginario lo cuantitativo con relación a sus “puestas enacción”? ¿La facilidad de acceso, sin excesivos preliminares, a la actividad coital? ¿Por qué subsiste —ysubsistirá— la pornografía y es —será, al menos en su formato actual— más demandada por hombresque por mujeres? ¿Se puede permitir esto un hombre con “intención” de ser igualitario, justo, coheren-te con su pareja y el otro sexo en general?

9 En realidad, si exceptuamos los problemas de identidad y orientación, muy bien podría haberse llamadoterapia erótica o amatoria; pero ni siquiera en ello hemos reparado los propios sexólogos.

10 Lanas Leucona, M. (1997): Razones para la existencia de una ciencia sexológica. Revista Española deSexología. Madrid. Instituto de Sexología.

11 Lo que viene a continuación se extrae de una conversación informal con Efigenio Amezúa, quien refle-xionaba sobre las consecuencias del “triunfo” del concepto de “sexualidad” de Freud; frente a la alterna-tiva que podría haber sido el de Ellis. Así pues, me tomo la licencia de parafrasear sus reflexiones.

12 Aunque de forma más incipiente o más tosca, frente, por ejemplo, a la nitidez del planteamiento inter-sexual de Hirschfield años después.

13 Sólo en el sentido de influencia actual, de “pervivencia” cronológica, de cantidad de “seguidores”... másque en el de valía real; algo sobre lo que se podría debatir largo y tendido.

14 Amezúa, E. (2000): El Ars Amandi de los sexos. La letra pequeña de la Terapia Sexual. Revista Españolade Sexología, nº 99–100, Madrid. Instituto de Sexología.

15 Landarroitajáuregi, J.R. (2001), Op. Cit.16 Este cuento es un reconocimiento y homenaje explícitos a la obra de Landarroitajáuregi, J. R. En concre-

to y aunque surgió sin pretenderlo así, ojalá emulara a “El Castillo de Babel: Un cuento”, apartado delartículo de Landarroitajáuregi, J.R. (1996) El castillo de Babel o la construcción de una Sexología delhacer y una generología del deber ser. Anuario de Sexología, nº 2, 5-32. Valladolid. AEPS.

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Ellos, ellas y los celos:Una nueva mirada a un viejo problema

Ester Pérez Opi *

El artículo consta de dos partes. En la primera se aportan algunas consideracionesgenerales respecto a los celos. Así: aclaraciones terminológicas, dimensión emocional,análisis de las características cognitivas asociadas a ellos, aspectos de personalidad ycaracterísticas del juego celotípico. En la segunda se presentan y ejemplifican algunosde los recursos terapéuticos que en nuestra consulta habitualmente usamos para elmanejo clínico de determinadas demandas relacionadas con los celos. Estos son:Reestructuración Cognitiva, Prescripción del Síntoma, Ordalía, Externalización,Visualización, Rituales, Fármacos y Reerotización. El enfoque del artículo parte de unaperspectiva sistémica, luego toma el sistema diádico como unidad de análisis y aborda-je y en él prevalece lo interaccional sobre lo intrapsíquico. Y ello porque consideramos,especialmente en estos casos, que el sujeto clínico es la relación.Palabras clave: Celos, Juego Celotípico, Pareja y Sexualidad, Recursos Terapéuticos,Terapia Sistémica.

MEN, WOMEN AND JEALOUSY: A NEW LOOK INTO AN OLD ISSUE The article is divided in two parts. In the first one, some general contributions on jea-lousy are brought in, such as emotional aspects, cognitive characteristics, personalityfeatures and a number of celotypic game rules, and terminological clarifications aremade. In the second one, therapy resources relating to cases of jealousy are exposedand explained. We usually put in practice in our therapy session such resources asCognitive Re–structuring, Symptom Prescription, Ordaly, Externalization,Visualization, Rituals, Pharmacy and Re–erotization. The article departs from thesystemic perspective, then goes on to take on dyadic perspective in order to use it as aframework in the approach and analysis, interactive aspects prevail over theintra–psychic aspects. We think, indeed, that, especially in these cases, the clinicalsubject is the relationship itself. Keywords: Jealousy, jealousy game, Sex and Marital Therapy, Clinical resources,Systemic Therapy.

Anuario de Sexología2004 • Nº 8 • pp. 69–89

© Anuario de Sexología A.E.P.S.ISSN:1137–0963

* Biko Arloak, Centro de Atención a la Pareja, Erdikoetxe, 1–C, Entrepalnta. 48015 Bilbao.Tel.: 94 476 35 12 Fax: 94 476 42 77 E–mail: [email protected]

“No soy celosa pero he conocido los celos. Losmoralistas están mejor preparados paracombatirlos que los libertinos, pues no losaceptamos, no admitimos que existan y esohace imposible controlarlos”.

CATHERINE MILLET.

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ESTER PÉREZ OPI

1. INTRODUCCIÓNEn nuestros días y en nuestra cultura, los

celos son una emoción despreciable y despre-ciada. La persona misma en su globalidadqueda descalificada si es etiquetada como”celosa”. Y esto porque los celos guardan cier-ta relación con el dolor, con las agresiones(incluso muertes), con las invasiones interper-sonales, con la desconfianza, con la inseguri-dad, con la traición, con el conflicto en pareja,etc. Todo ello, curiosa y paradójicamente, apesar de que estamos en un momento históri-co de revitalización del modelo amorosoconocido como “amor–pasión”, lo cual vieneacompañado del incremento de la deseabili-dad de determinados valores morales como:la fidelidad, la posesión, la abstinencia, elardor emocional y la sacralización de la sexua-lidad. Como luego diremos, hay una relaciónentre amor y celos, de suerte que cuanto másapasionado es el primero, más pasionales sue-len ser los segundos.

En cualquier caso y al margen de la posi-ción social que los celos ocupen en el “ran-king” (históricamente cambiante) de las emo-ciones, lo cierto es que existen y seguiránexistiendo. Se muestren o se oculten a títulopersonal; se gestionen de forma controlada ode forma desabrida en el escenario de la pare-ja; se promocionen o se inhiban en el abreva-dero cultural.

Así pues, digámoslo con claridad, todaslas personas sentimos celos —más o menos,poco o mucho— a lo largo de nuestra vida.Otra cosa es el grado en que esto ocurra, lossíntomas que ello conlleve, la vivencia subjeti-va que de ellos tengamos y las consecuenciasque del manejo de esta emoción puedanderivarse. Pero aclarados esos puntos, varia-dos y variables en cada sujeto y en cada rela-ción, podríamos afirmar que todos “somoscelosos”. O mejor, que “todos sentimoscelos”. O, incluso más, que “todos sufrimosde celos”. Porque los celos, como ocurre tam-bién con otras emociones, producen dolor.Paliar este sufrimiento individual, marital ysocial puede ser labor de profesionales de la

Sexología que trabajan con parejas. A ellos vadirigido este artículo.

1.1. Celos: el término1.1.1. El problema del pluralRespecto de los celos lo primero que

llama la atención es que la palabra no puedeencontrarse directamente en ningún dicciona-rio castellano. Y esto porque el término con elcual definimos esta emoción (celos) es plural;y las entradas de los diccionarios están en sin-gular. Por supuesto el término singular (celo)nos ayuda bien poco a entender nada de estaemoción que aquí abordamos, pues tiene sig-nificados bien distintos y aún contrapuestos.Pues, además de las acepciones que hacenreferencia a la “bondad”, al “cuidado” o a la“perfección” en otra acepción diferente, eltérmino “celo” se refiere al “estro”.

En este caso, el singular y el plural, nosólo no se corresponden, sino que nos llevana universos semánticos bien diferentes. Elloproduce algunos equívocos en el uso dedeterminadas palabras derivadas. Por ejem-plo, el adjetivo “celoso” hace referencia —indiscriminada— a ambos (singular y plural).E igual ocurre con los antónimos que que-dan polarizados en torno a dos extremos:“confianza” e “indiferencia” para el sustantivo“celos”; y “confiado” y “descuidado” para eladjetivo “celoso”.

No ocurre igual con otros idiomas que sítienen un término concreto —y, por cierto,de raíz común— para expresar específicamen-te esta emoción. Así: en inglés, “jealousy”; enfrancés, “jalousie”; en euskera, “jelosi”; o enitaliano, “gelosia”.

1.1.2. Celos: definiciónPuesto que vamos a hablar de celos con-

viene aclarar mínimamente a qué nos referi-mos con este término. Y esto porque, comobien dice José Antonio Marina en su“Diccionario de los Sentimientos”, la meradefinición de una palabra hace que construya-mos un universo de creencias, valores y senti-mientos que orbitan en torno a la vivencia

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ELLOS, ELLAS Y LOS CELOS: UNA NUEVA MIRADA A UN VIEJO PROBLEMA

que de esa emoción tengamos. Dicho de otromodo, según definimos sentimos; y segúnsentimos, definimos y creamos las palabras.Véamos someramente cómo hemos definidolos celos.

En el Diccionario de la RAE nos encontra-mos con la siguiente definición de celos:“Sospecha, inquietud y recelo de que la perso-na amada haya mudado o mude su cariño,poniéndolo en otra”.

En el Petit Robert (Diccionario de laLengua Francesa) se dice: “Sentimiento peno-so experimentado por una persona al ver queotra cuyo cariño o amor desearía para sí solalo comparte con una tercera”.

Si nos acercamos a definiciones más psico-lógicas, Castilla del Pino señala: “Los celosaparecen cuando, a la desconfianza sobre laposesión o propiedad del objeto, se añade lahipótesis —la sospecha— de que el objetopuede pasar a ser propiedad de otro; de queel objeto, por tanto, podría serle sustraído poralguien que lo ha enamorado. Los celos noaparecen por el hecho de que el objeto hayadejado de amar al que hasta entonces amaba,sino porque, además, pueda amar a un terce-ro” (1993).

Mientras que Echeburúa y Fernán-dez–Montalvo definen así: “Los celos constitu-yen un sentimiento de malestar causado porla certeza, la sospecha o el temor de que lapersona querida, a quién se desea en exclusi-va, prefiera y vuelque su afecto en una tercerapersona” (2001).

En definitiva, y para no extenderme, resu-miría todo lo dicho hasta ahora sobre loscelos en la siguiente expresión: “sentimientoque se expresa como temor (inquietud, sos-pecha, desconfianza, ...) ante la pérdida delamado/a frente a un tercero“.

1.2. Celos: consideraciones generales1.2.1. Se trata de una emociónLos celos no son una enfermedad, ni un

rasgo de personalidad, ni un valor, ni undefecto, ni una medida del amor (o de la inse-guridad o de la desconfianza) en pareja. Los

celos son simplemente una emoción. Una delas emociones humanas básicas y universales.Por lo tanto ocurren, o pueden ocurrir, a cual-quier persona, en cualquier cultura y en cual-quier momento de su biografía; aunque nopueden ocurrir en cualquier situación, porquelos celos requieren de dos condiciones pre-vias sin las cuales no pueden darse. Estas son:un vínculo afectivo con un alguien concreto; yla presencia —real o imaginada— de un terce-ro que amenaza la continuidad del tal vínculo.

Como cualquier otra emoción —la conoz-camos o no— los celos tienen su bioquímica,su soporte histórico, su deseabilidad cultural,su biografía personal, su expresión gestual, susimbolismo, sus significados, su vivencia sub-jetiva, etc., etc.

Pero sobre todo, y esto es lo que aquí nosimporta, los celos tienen: sus intransferiblesmodos de ser vividos (sentidos, experimenta-dos); sus peculiares modos de ser pensados; ysus particulares modos de ser gestionados(internamente, cada quien dentro de su pelle-jo; y externamente, cada quien en interaccióncon los otros dos actores). No podemos ayu-dar a nadie a sentir o a dejar de sentir celos,pero sí podemos ayudarle a mejor vivirlos, amejor pensarlos y a mejor gestionarlos.

1.2.2. Celos, amor y posesiónBuena o mala, hay una relación entre

amor y celos. El amor siempre antecede a loscelos. Ahora bien, el término amor es dema-siado escaso —vago, inasible, etéreo, etc.—para el universo ilimitado de sus significadosposibles. La relación entre celos y amor es tanevidente y determinante, que podríamos dife-renciar múltiples formas de los celos en razónde múltiples formas del amor. Así hay celosentre hermanos, celos entre amigos, etc.

Sin embargo, en este trabajo nos centrare-mos en los celos —digamos eróticos— enpareja. Y subrayo el adjetivo “erótico”, porquepodemos distinguir también otras formas decelos que también pueden darse en pareja sincontenido erótico —al menos explícito—. Porejemplo los celos por los hijos (fundamental-

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mente: madre–hija y padre–hijo), los celospor los padres (fundamentalmente: espo-sa–suegra y marido–suegra), los celos porrelaciones muy íntimas (fundamentalmente:hermanos y amigos).

Al respecto de esto tres breves apuntes:a) El amor erótico es de sí un “amor pose-

sivo”, pues —más o menos, mucho o poco—es un amor que trata de poseer (no necesaria-mente por dominio, sino por anhelo defusión). Al respecto de esto J.A. Marina nosdice: “ El diccionario, se lo recuerdo, definíaenamorarse como tener deseo de poseer loamado. Les recuerdo también que el términoposesión había aparecido ya, y que había pos-tergado su explicación. Su relación con elamor me tiene confuso, porque unas veceslos humanos hablan del amor como despren-dimiento y otras como afán de dominio”. Ymás tarde: “El léxico de los celos nos ayudaráa ver, por caminos retorcidos, las relacionesentre amor y posesión” (1999). Con frecuen-cia se han relacionado los celos con la pose-sión, pero a mi juicio los celos sólo se relacio-nan con la posesión a través del amor (de laposesividad del amor), que es previo a ellos.

b) Ya hemos dicho antes que los celos pro-ducen sufrimiento. Ahora bien, con respecto ala expresión “sufrir de celos” no queda nadaclaro quién es el que más los sufre: si el actoro el receptor, el celoso o el celosado (el térmi-no es una licencia lingüística que me he toma-do), porque lo que se dice sufrir, lo sufrenambos. Y lo que realmente se resiente alentrar en el juego circular de los celos es larelación misma. De ahí el interés del abordajeclínico de esta emoción en pareja.

c) Los celos suelen ser más duraderos queel propio amor o que la propia pareja. Así quecon suma frecuencia los celos son lo únicoque queda después del amor y tras la rupturade la pareja.

1.2.3. Características de los celosAclarado que los celos son una emoción,

trazaremos muy brevemente algunas de suscaracterísticas generales; especialmente

conectándolos con otros sentimientos que asu vera brotan y apuntando siquiera un pocode las características del juego celotípico.

El asunto de la dinámica “actor–receptor”es importante, puesto que estamos ante unaemoción que siempre requiere de un otro;luego de una interacción entre dos. Más aún,porque añade —sea de forma real o imagina-da— la presencia amenazante de un tercero,introduciendo una dinámica triangular en elseno de un sistema diádico, que produciráunas específicas características que deben sertenidas en cuenta cuando se trabaja en clínica.

Al hablar de juego celotípico nos referi-mos a las pautas de interacción entre dosque tienen un vínculo, con respecto a un ter-cero “intrusivo”. En el juego celotípico pue-den observarse determinados patrones quese expresan en ideas, sentimientos, conduc-tas e interacciones, etc. que, como en cual-quier otro juego, responden a ciertas pautasregladas.

En la propia definición que nos dimos másarriba conectábamos los celos con otra emo-ción básica: el temor (u otras formas delmiedo como: el terror, el pánico, la inseguri-dad, la inquietud, etc.). Este miedo se activaen razón de la presencia de una amenaza con-creta: la pérdida de algo muy valioso (el amor,el amado, la relación, el estatus, etc).

Como repetiremos a lo largo de este traba-jo, al hablar de celos nunca podemos dejar deconsiderar el amor previo. A través de eseamor sentido, un otro (el amado) pasa a ser“nuestro” y con él co–construimos un “noso-tros” común. Por razón de ello (“el otro esmío”, “yo soy suyo”, “somos el uno del otro”,“somos de los nuestros”), los celos suelen lle-var aparejado un sentimiento de traición quese activa precisamente por la participación —real o imaginada— de este otro amado en eljuego amenazante con el tercero rival. La trai-ción requiere de una previa identidad comu-nitaria: de un nosotros. En pareja es precisa-mente el amor previo quien produce estaidentidad común. Quien sufre de celos, sesiente traicionado porque el amado (uno de

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los nuestros) de un modo u otro co–participaen la intrusión del tercero (uno de los otros),incrementando así la amenaza.

Activado el sentimiento de traición, suelenasociarse respuestas de potente hostilidadhacia la traición misma y hacia el traidor. Peroel traidor siempre es el “nuestro”; o sea elamado. El otro —el invasor— es el rival. Locual produce una paradoja, en los sentimien-tos y en las interacciones, pues el amado es —a la vez— el sancionable traidor que suscitasentimientos negativos de repulsión y recha-zo; y el anhelado premio en la competicióncon el rival.

Pues además de la traición, los celos acti-van la rivalidad (hacia el tercero amenazador)en una competición cuyo premio es la conti-nuidad del amor. Pero en esta competiciónfrente al agresor, el supuesto aliado se com-porta como un “caballo de Troya” ejerciendoun cierto quintacolumnismo, lo cual incre-menta el sentimiento de traición e instaura ladesconfianza.

La confianza —que es resultado diádico—suele ser una de las primeras bajas en eljuego celotípico. Pues el amado (que, porunos u otros motivos, nunca vive del mismomodo la amenaza invasora), sí se defiende dela hostilidad, del castigo y de la descalifica-ción de la que es objeto. Y más se defiendecuanto —por unos u otros motivos— másinjusto o injustificado le parezca el trato reci-bido. Por lo general el “celosado” se defien-de: negando, rebajando, disimulando, ocul-tando, callando, contraatacando, etc. Incluso,con ánimo bondadoso, ofreciendo garantías(que no suelen garantizar).

Frente a esta percibida ausencia de infor-mación (vacío, distanciamiento, ocultación,etc.), el celoso se comporta como una agen-cia de contraespionaje: interpreta silencios,busca indicios y pruebas ocultas, lanza mensa-jes cifrados, marca el territorio, etc. Todo ellosuele llevar al celoso a un estado de perma-nente sospecha y alerta crónica que propendea la obsesión, al delirio y al pensamiento para-noide. Además la búsqueda compulsiva de

conocimiento oculto (pruebas, indicios, con-fesiones, etc) produce, además de un marcode interacción obsesivo, una propensión alas invasiones de los límites intradiádicos(cacheos, seguimientos, escuchas, etc). Asímismo la búsqueda de alianzas (amigos, elpropio rival, etc) suele producir problemascon los límites extradiádicos.

2. ASPECTOS COGNITIVOSDE LOS CELOSCitando de nuevo a J.A. Marina: “las creen-

cias dirigen en parte nuestros estilos afecti-vos” (1999). Así pues, siendo cierto que pen-samos como sentimos, y sentimos como pen-samos, resulta interesante indagar cuál es elsustento cognitivo de tal emoción.

En rigor habría que decir que detrás de estaemoción hay toda una teoría del amor. Una teo-ría que cuelga de un concepto central: el de laexclusividad. En toda institución formada a pro-pósito del amor se produce explícita o implíci-tamente un contrato de exclusividad. Ahorabien, esto produce la paradoja del monopolioen un mercado que siempre ofrece competen-cias diversas en todos los planos. Así, las parejasmutuamente se (com)prometen, se (im)pideny se dan múltiples exclusividades. Entre otras:exclusividad erótica, exclusividad de intimidad,exclusividad de tiempo y dedicación.

Pero, ¿qué es exactamente la exclusividad?.Por ejemplo la exclusividad erótica ¿afectasólo a la conducta erótica o también a la res-puesta erótica?. Si es a la respuesta erótica,¿cómo evitar atracciones, deseos, fantasías,excitaciones, etc. que ocurren con otros queestán fuera del campo de la exclusividad? Si esrespecto a la conducta, ¿cuáles son las con-ductas eróticas excluidas? ¿El coito, una mira-da cómplice, un roce retenido, un besolabial?. De modo que el concepto de exclusivi-dad —en este caso erótica— es un continuorelativo que se incardina en el continuo fideli-dad–infidelidad, de manera que a más exclusi-vidad, más riesgo de infidelidad.

En otro plano, son ya clásicas las ideas delos celos como medida del amor (“si me ama

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sentirá celos de mi”, “cuánto más celosa semuestra, más me siento amado”), así como laidea de los celos como acicate del deseo(“dale celos para que se interese más por ti”,“haz que se sienta menos seguro de ti”).Todavía hoy es posible hallar manuales y con-sejos populares en esta línea, sin ser raro tam-poco que éstos provengan de amigos íntimosque en el fondo lo único que pretenden esayudar. Lo curioso de estas estratagemas esque en ocasiones se convierten en profecíasque se autocumplen. Y, efectivamente, a tra-vés del filtro de los celos (y del sufrimientoque ocasionan) se reaviva el interés, se reacti-va el deseo, se catalizan cambios o se reinstau-ra el compromiso .

Otra de las ideas adosadas a los celos es lade ficción/realidad, o la que engarza celos coninfidelidad. Al punto de que hablamos decelos justificados, los basados en una reacciónhacia el infiel, así como de celos injustificados,que serían el producto de escenas inventadas,fantaseadas u imaginadas, y denominadoscomúnmente celos patológicos. Siendo que elconcepto de fidelidad es un continuo relativoque se plasma en un riquísimo abanico deposibilidades, y que dependerá de en dóndecada pareja establezca el límite de lo permiti-do o prohibido, la variabilidad de respuestasserá múltiple y relativa.

Al respecto de esta dicotomía ficción/reali-dad, convine recordar que a menudo el fan-tasma del uno puede ser la fantasía del otro.Esto, en un tiempo en el que se prima y sevende la vivencia de las fantasías sexuales eincluso su expresión y relato en pareja cómoun elemento más de estimulación erótica. Dehecho, los consejos de ciertas revistas femeni-nas en este sentido sirven a menudo y lamen-tablemente para alimentar nuestras carterasde clientes.

Por último, es interesante también refle-xionar sobre el concepto de dependen-cia/independencia emocional. Parecería quelos celos son una medida de dependenciaemocional. Todo esto en un momento en elque también la dependencia emocional es en

nuestra cultura un contravalor y por lo tantoalgo a evitar, dado que existe la creenciapopular de que “si dependes demasiado delotro, sufrirás mucho”.

3. CARACTERÍSTICAS DE PERSONALIDADHemos dicho al principio de este artículo

que todos sentimos celos y que todos somoscelosos. Por lo tanto no tiene mucho sentidohablar de la etiqueta celoso–celosa en tantoque rasgo de personalidad. Sin embargo tam-bién es cierto que personas con determinadascaracterísticas de personalidad suelen manejarpeor esta emoción, y sí puedo asegurar que alo largo de mi experiencia clínica he encontra-do ciertos rasgos comunes en personas aque-jadas de celos, características y déficits que síson susceptibles de ser trabajados en terapia.En rigor, cuando decimos que alguien es unceloso no estamos tanto definiendo la emo-ción que siente, ni la intensidad de la misma,sino su déficit de gestión de esta emoción.

En general, el celoso o celosa es un indivi-duo que se muestra muy inseguro tanto en laexpresión de sus afectos, como en la satisfac-ción de sus necesidades afectivas; poco cons-ciente de sus carencias y con escaso controlde sus emociones en general. A menudo sesiente frágil y vulnerable en la intimidad, muydependiente emocionalmente y por ello muylimitado en su actividad autónoma, muy nece-sitado de la aprobación del otro, y porsupuesto de su valoración muy expresa. Suelenecesitar dosis altas de pasión y romanticismopara creerse los sentimientos del otro. Ademássuele tener una muy baja autoestima y unpobre autoconcepto general. Con frecuencia—sobre todo en mujeres— una imagen corpo-ral negativa, distorsionada en su percepción, ydevaluada que justificaría la duda crónica en laposibilidad de ser amada. En resumidas cuen-tas suelen ser personas que —en última instan-cia— creen no merecer ser amadas. Y cuandosí los son, dudan, y es porque creen que el otroestá loco o les engaña.

Además en su biógrafía suele haberpobres vínculos parentales, episodios de pér-

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didas de afecto imprevistas e injustificadas,sensación de abandonos varios, etc. Lo cualsuele propiciar que la profecía se autocumpla(“ya sabía yo que nadie podría amarme deverdad”). Por lo general, son conscientes deque con sus reacciones de celos están ponien-do en peligro la relación, y resultan insoporta-bles para el otro, de manera que —denuevo— ratifican su creencia de que nomerecen ser amados.

Las personas celosas suelen tener estiloscognitivos muy negativos, poco operativospara sobrevivir en la jungla de las emociones,y estilos de atribución casi siempre internospara el fracaso y externos para el éxito (conlo cual no se apuntan ningún tanto: los éxi-tos se los dan a otros y se autoculpabilizande los fracasos).

Si nos adentramos en los resbaladizosterrenos de lo psicopatológico, vemos que lamayoría de estos individuos rozan el trastornoobsesivo–compulsivo (TOC), entrando en unaespiral de rituales y de pensamiento–emocióncerradas, de autocentrifugado de ideas nega-tivas sobre la sospecha que va in crescendo.Esta espiral llega a convertirse en algo convida propia, de manera que escapa al controldel individuo llevándole a escenarios cercanosa la locura en los cuales es difícil distinguir silo que ven y oyen es cierto o solo un produc-to de su imaginación torturada. Es tal la sensa-ción de descontrol, que llegan a creer queestán locos, pero no suelen estarlo.

En este epígrafe es relevante mencionarlos abusos de sustancias estupefacientes, nor-malmente drogas recreativas y alcohol. Amenudo descubro en mi consulta que indivi-duos que han pasado por una época descon-trolada de su vida, en la cual abusaron de dro-gas (especialmente alucinógenos), han queda-do sentimentalmente “tocados”. Desconozcolas causas de esto, pero constato que, espe-cialmente, en situaciones de estrés y de altaintensidad emocional, reproducen sensacio-nes antiguas, perdiendo el control de sí mis-mos y conduciéndose sobre la línea que sepa-ra lo psicótico de lo neurótico.

Al hilo de todo esto, conviene el diagnósti-co diferencial, pues en ocasiones, oculto bajouna historia de celos, existe un cuadro de psi-cosis paranoide, que puede incluir delirios,alucinaciones (por ejemplo de visualizaciónde conductas eróticas entre la pareja y un ter-cero), que pueden ir acompañados de otrostrastornos y síntomas, como el temor a seraniquilado (para dejar de ser un impedimentoen la otra relación), así como la obsesiva bús-queda de pruebas. Al respecto de esta bús-queda, en la actualidad pueden incluir sofisti-cados métodos dignos del mejor cine negro(por ejemplo: contratación de detectives, sis-temas de radioescucha, grabaciones conmicrocámaras, análisis en laboratorio de cabe-llos, etc.) u otras de naturaleza delirante (porejemplo: sopesado testicular — o mediciónseminal— anterior y posterior a la supuestaconducta erótica infiel).

4. EL JUEGO CELOTÍPICOComo ya se ha dicho, los celos no son

sólo una emoción que una persona indivi-dualmente siente dentro de sí. Los celos sonuna emoción que ocurre con relación a otros(como mínimo: el amado y el rival). Conmotivo de ello, se produce lo que llamamosel juego celotípico. Con este término nosreferimos a la trama de interacciones que, apropósito de los celos, se produce en la pare-ja. Sean o no conscientes de ello, los dosmiembros de la relación juegan a un juegocon unas reglas determinadas. Desvelar estejuego inconsciente puede ser el objetivo prin-cipal del tratamiento. O incluso puede ser eltratamiento mismo.

Uno sólo puede dejar de jugar a un juegoinconsciente y lesivo si: 1º sabe que estájugando; 2º sabe a qué está jugando; 3º sabeque no obtendrá beneficios del juego al queestá jugando; y 4º se da cuenta de que losperjuicios qué obtendrá serán más y peoresque los siempre garantizados beneficios delproblema.

Con mucha frecuencia las reglas de estejuego se cumplen por amor y la premisa cen-

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tral es —en principio— muy moral y benéfica:“no herir al otro” o “evitarle el sufrimiento”.Sin embargo en pareja en ocasiones ocurreque la evitación del daño causa más sufrimien-to que el daño que se trataba de evitar. Ydarse cuenta de esto no es fácil. La terapiapuede ser, precisamente, un facilitador deeste conocimiento.

Las reglas generales de este juego celotípi-co son básicamente dos:

A) No voy a contarle toda la verdad, paraque no sufra le ocultaré ciertos datos, disimu-laré ante sus dudas y sospechas, le mentirépor piedad.

B) Me oculta cosas, no me dice toda la ver-dad, me engaña, disimula que no tiene inte-rés, se muestra raro. Luego es seguro queesconde algo.

Establecidas estas reglas y seguidas fiel-mente por los jugadores, tendrá por conse-cuencia una enmarañada tela de araña que seva tejiendo lentamente en el tiempo a base dementiras, ocultaciones, dudas, preguntas insis-tentes, enfados, y variadas escenas de celos,que se van reforzando en espiral creciente.

Consecuencia de este juego es la necesi-dad del celoso por controlar lo que no contro-la (sus propias emociones y conductas a tra-vés del control del otro), y que el otro siem-pre percibirá como deseo de control de suvida, aumentando su desazón y agobio al per-cibir que “por muy bien que se comporte”nunca es suficiente para el celoso, cuya nece-sidad de control y de querer saberlo todo iráaumentando en un proceso sin límite. Todoesto produce un circulo vicioso en el cual ladesconfianza, la amenaza, la sospecha, el sen-timiento de traición, la hostilidad, la rivalidad,el resentimiento, el odio, el control, el conflic-to y la necesidad de huida se irán adueñandode sus vidas.

Con mucha frecuencia, para cuando solici-tan ayuda especializada, muchos elementoscentrales de la relación estarán ya resquebraja-dos, y la curación de las mutuas heridas, altiempo que la reconstrucción de sus claves de

relación, llevarán un tiempo importante deltrabajo terapéutico.

Basándonos en nuestra teoría de pareja ysus claves, vemos que generalmente uno delos aspectos más dañados por el juego celotí-pico suelen ser los límites intradiádicos yextradiádicos.

Normalmente, respecto de los límitesintradiádicos suele ser la necesidad de controldel celoso la que propiciará invasiones intra-diádicas (revisiones, escuchas, seguimientos,interrogatorios, etc). Los límites entre el “tu” yel “yo” se irán diluyendo de suerte que cadauno de los dos se entromete en el terreno delotro. Se husmea entre papeles, se revisanfechas, llamadas, carteras o bolsos, se pregun-ta por aspectos de la vida del otro que anteseran privados, se siguen sus pasos, y con fre-cuencia se trata de sorprender en situacionescomprometidas. También comienza unacuriosidad mórbida por aspectos por los queanteriormente no se mostraba interés alguno(relaciones personales en el trabajo, detallesdel tiempo de ocio, relaciones con la familiade origen, y por supuesto en las relacionesinterpersonales ajenas a la pareja). Frente atodo esto la reacción de defensa del persegui-do suele ser la de tratar de escapar del controlexcesivo y que denota desconfianza en laspropias acciones. En ocasiones se abandonatoda actividad sospechosa, mutilando unaparte importante de la propia vida. Con sumafrecuencia, se entra en el juego de dar explica-ciones excesivas con el ánimo de tranquilizary de demostrar “inocencia” (con lo cual para-dójicamente se activa el mecanismo de sospe-cha de “excusatio non petita, accusatiomanifiesta”). Y se permite al celoso (para des-pejarle las dudas) que entre en su vida íntima,colaborando así en la propia invasión y contri-buyendo a la difuminación de esos límitesintradiádicos. Casi nunca se decide seguiradelante con las costumbres anteriores, igno-rando el daño que esto puede causar, porqueel propio sentimiento de culpa lo impide.

En esta dinámica de destrucción de loslímites intradiádicos, los límites extradiádicos

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también empiezan a diluirse. No es raro queel celoso busque alianzas e implique a terce-ras personas (amigos y familiares fundamen-talmente) en sus pesquisas. En su afán colabo-rador ( y en la búsqueda de la verdad), es muyprobable que todo el mundo social cercano ala pareja acabe inmiscuido en el tema. Lo peorde las sospechas es que pueden alimentarsede sí mismas. Y nunca hay ninguna pruebadefinitiva de que efectivamente “no haynada”. Al revés, siempre acaban apareciendopruebas o indicios que pueden apuntar a queefectivamente “sí hay algo”.

Otra de las claves de pareja muy afectadases la vinculación. Los tres vínculos que con-templamos en nuestra citada “Teoría de pare-ja” (compromiso, intimidad y sinergia) suelenverse dañados por el laberinto sentimental ylas paradojas interaccionales que el juegocelotípico produce. Así, el compromisoempieza a cuestionarse; se preguntan losjugadores si harán bien en mantener el com-promiso inquebrantable, empiezan también apercibir que el otro da un paso atrás en larelación; que ya no está tan comprometidocomo lo estaba antes, lo cual una vez máshará dudar al celoso de si no serán ciertas sussospechas y, por supuesto, les sumirá en elmiedo a si podrán aguantar así toda la vida,cuestionándolo todo desde el principio: laelección, la apuesta y el futuro de la relación.

Por si fuera poco, y por razón de la propiadinámica de desconfianza, control y conflicto,la pareja se distancia emocionalmente produ-ciéndose un proceso de fisión que debilita engran manera la intimidad que hubiesen alcan-zado. La comunicación íntima, tanto verbal,como corporal se debilita. La confesión emo-cional, la comunión de intimidades y engeneral la verbalización afectiva se decremen-ta notablemente. Por otro lado, la presenciasimbólica de un tercero en la propia camaobstaculiza la comunión íntima de cuerpos yemociones. Finalmente, el vínculo de ganan-cia —la sinergia— se debilita notablemente,porque cada uno ve al otro como el lastreque le impide desarrollarse, progresar y ser

feliz. Pues es, precisamente el otro, el focofundamental de infelicidad.

En cuanto a la comunicación, se va produ-ciendo un progresivo deterioro que gira entorno al fenómeno del acoso verbal y la croni-ficación de conversaciones circulares (mono-tema) que impide hablar de cosas entreteni-das y enriquecedoras. De tal suerte que cual-quier interacción verbal es un suplicio paraambos, que suele terminar en discusiones aca-loradas, broncas, reiteraciones, ruidos e inco-municación real.

Algo parecido ocurre con los encuentroseróticos que se convierten en estímulo querecuerda (y rebrota) el problema. El distancia-miento erótico, a su vez, no hará sino confir-mar las sospechas.

En general todo el reparto de tiempo severá trastocado: el tiempo individual porqueuno ya no se siente con libertad para hacer ydeshacer sin tener que dar explicaciones, ypor ello la dinámica de celos modificará lasrutinas de ambos; el de pareja porque serádifícil encontrar espacios en donde pasarlobien sin que esté rondando el tema, e insistoen que al final se tratará de evitar estar con elotro a solas, o rodeado de amigos o familia,porque no ver al otro es casi el único métodode no confrontarlo.

En resumidas cuentas, éste es muy sucin-tamente el juego, que no deja de ser una con-catenación de profecías que se autocumplen,confirmando en cada uno de sus tramos a losjugadores en todas y cada una de sus ideasproféticas. Ésta es la dinámica que hay queromper porque, llevada a sus últimas conse-cuencias, no significa más que la propia ruptu-ra de toda interacción posible, ya que el con-trato de pareja queda dañado en todas suscláusulas y, roto el contrato, quedará rota larelación y sus potenciales beneficios.

CELOS: RECURSOS TERAPÉUTICOSAl abrir este capítulo soy muy consciente

del riesgo que conlleva. Con frecuencia losprofesionales de la Sexología criticamos el maluso de muchas de las técnicas de las que nos

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dotamos, en la medida en que éstas se hanpopularizado y son dispensadas como si deaspirinas se tratase. Nada más lejos de miintención; no pretendo escribir un recetariode tareas, ni tampoco un vademécum derecursos para la terapia de los celos; mi únicaambición, y por eso quiero aclararlo, es abrirposibilidades nuevas donde parece que yaestá todo dicho.

No hay que olvidar que detrás de toda téc-nica hay siempre un o una terapeuta y, detrás,su persona, su carisma, su empatía, su capaci-dad de convencer y adherir, y más cosas queapenas hemos estudiado e investigado.Sabemos también que detrás de algunas tareashay magia, pero también debemos presupo-ner que la magia no depende solo de que latécnica sea buena, sino de un sinfín de varia-bles, insisto, apenas investigadas. Sirva esteapunte para animar a mis lectores a queempecemos a cuestionarnos por qué hace-mos lo que hacemos.

1. REESTRUCTURACIÓN COGNITIVASin duda podríamos afirmar que el terreno

de las terapias cognitivas, junto a la terapia sis-témica es uno de los ámbitos que más ha evo-lucionado en los últimos tiempos. No voy aentrar en las razones de esta evolución, quelógicamente está muy relacionada con el cre-ciente desarrollo de las ciencias neurológicasy del lenguaje, así como tampoco volveré acitar a J.A. Marina. Lo que sí es cierto es queen mi caso particular el trabajo cognitivo enlos problemas de celos ocupa un lugar pre-ponderante de la terapia, es decir, siempre yen todos los casos dedico bastante tiempo atrabajar los aspectos cognitivos e ideológicosde mis clientes que, entiendo yo, son el sus-tento donde mejor se apoyan los sentimien-tos de celos.

Ni que decir tiene que creo firmementeque si la persona no cambia sus estilos cogniti-vos y formas de pensar, difícilmente cambiarásu forma de percibir la realidad, y con ello suforma de sentir, y por tanto de actuar. Y me esindiferente que lo haga a la inversa, es decir

que cambie sus acciones (“hacer algo diferen-te”es casi una máxima en terapia sistémica)para llegar a pensar diferente; pero que cambie.

Se podrían contar por cientos los aspectosque elaboramos en este sentido, puesto quese trata de un verdadero ejercicio de decons-trucción y reconstrucción, de decodificación yrecodificación, en suma de reestructuracióncognitiva, pero por no extenderme citaréalgunos de ellos que en mi experiencia meresultan muy relevantes.• Profecía que se autocumple• Pensamiento positivo versus pensamiento

negativo• Estilos de atribución interna–externa para

el éxito y el fracaso• Pensamiento–emoción–conducta–gestión• Aumentar la tolerancia a la frustración• Aprender a vivir con un cierto grado de

incertidumbre• Aprender a pedir y a concretar los deseos• Autorreestructuración cognitiva personal

(detención de pensamiento)• Darse cuenta del juego celotípico y de sus

reglas• Aceptar las diferencias hombre–mujer

(comunicación y expresión de afectos)• Reducir las expectativas de pareja• Reforzar el autoconcepto, la autoestima y

la imagen corporal• Aceptar el coqueteo como forma de expre-

sión social• Aceptar el deseo del otro de otros• Relativizar el continuo fidelidad–infidelidad• Reducir la necesidad de garantías• Buscar fórmulas alternativas de expresión

del amor• Cambiar las creencias dominantes sobre el

amor, el deseo y la exclusividad• Ser consciente del modelado familiar, los

vínculos afectivos y los estilos de apego

2. PRESCRIPCION DEL SINTOMAMás que de una técnica, se trataría de una

táctica. Y es una de las tácticas clínicas quemejores resultados arroja en terapia sistémica.Consiste en prescribir al sujeto el síntoma del

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ELLOS, ELLAS Y LOS CELOS: UNA NUEVA MIRADA A UN VIEJO PROBLEMA

que es víctima y que no puede controlar.Dicho en otras palabras: que haga más de lomismo, pero prescrito. Respecto del juegocelotípico usamos la prescripción del síntomapara trabajar con el pensamiento obsesivo ycon los diálogos circulares y repetitivos (espe-cialmente interrogatorios).

En cuanto a la imposibilidad de hablarsobre el problema (los propios celos, las sos-pechas, el rival, etc.) nuestra apuesta clínica esclaramente hablar sobre ello, pero no demanera desorganizada ni persecutoria, sinode forma planificada y prescrita. Con esto con-seguimos que el celoso se tranquilice porquesabe que sus preguntas tendrán respuestas yque el celosado tenga la seguridad de quededicado ese tiempo, el interrogatorio tendráfin y podrá negarse a hablar del problema.

La articulación técnica de esta tácticapuede tener tantas variantes como inventivatenga el terapeuta. A veces puede consistirsencillamente en dedicar un tiempo (nosotrossolemos aconsejar entre 30 y 60 minutos) ahablar de las dudas, sospechas y agobios delceloso en conversación libre. El posible riesgode esta variante es fácilmente imaginable: laconversación libre siempre podrá ir porderroteros más incontrolables y, por tanto, losefectos indeseables serán tanto más gravescuanto más arriesgada haya sido la conversa-ción. Por lo tanto, antes de decidirnos poresta variante, valoraremos el grado de celos yel manejo que tiene la pareja de la situación;nos aseguraremos también de un cierto nivelde entrenamiento en la habilidad de no caeren el juego de la sinceridad ya descrito y, porsupuesto, daremos claves para abortar la con-versación en el supuesto de que la situaciónse escape al control. Por todo esto nosotrospreferimos acotar más la técnica y sólo encasos muy avanzados la prescribimos como seha explicado.

En la mayoría de los casos de celos usa-mos la técnica del “Cuaderno de preguntas”,por ser mucho más cerrada y controlada. Enalgunos casos supervisamos antes la lista depreguntas censurando aquellas que nos pare-

ce que no van a ayudar al propósito de reesta-blecer la comunicación franca sobre el proble-ma. La técnica del “Cuaderno de preguntas”consiste en que el celoso escribe una lista depreguntas tan larga como sea posible, siempreteniendo por tema el origen o razón de suscelos. Puede —y debe— repetir preguntas oescribir varias con diferencias mínimas dematiz. Se trata de que la lista sea tan larga yexhaustiva como sea posible y que contempletodas las dudas y sospechas que ronden por lacabeza del celoso. Confeccionar este listadosupone un esfuerzo, lo cual debilita el pensa-miento obsesivo por agotamiento. Además lareiteración y circularidad de las preguntas seven perfectamente sobre un escrito. Despuéssólo consiste en que acoten un espacio detiempo en el que realizarán la tarea, que con-sistirá en dedicar entre 30 y 60 minutos a queel celoso pregunte, siempre sin salirse de laspreguntas que aparecen en la lista, y a que elcelosado conteste, sabiendo ambos que cuan-to más largas sean las respuestas menos tiem-po habrá para acabar todas las preguntas. Conestas reglas han de manejarse ambos. El restodel día no podrán dedicar ni un solo minuto ahablar del tema. Podrán hablar de cualquierotra cosa; pero el “monotema” está prohibidofuera de su tiempo. Así hasta el día siguienteque, a la misma hora y con las mismas reglas,volverán a repetir la operación. Hasta que seaburran.

Dependiendo un poco de los casos, estatarea podemos usarla también para trabajarepisodios ya pasados que por alguna razón serecuerdan de forma recurrente no dejando alos sujetos avanzar en la terapia.

Decíamos al principio de este punto queutilizamos la táctica de la prescripción del sínto-ma para otro foco central, que es el pensamien-to obsesivo. Con esto lo que pretendemos esque el sujeto en vez de intentar dejar de pensaren sus obsesiones —o querer controlar su pen-samiento— dedique parte de su tiempo a pen-sar en ellas, (de nuevo “más de lo mismo, peroprescrito”), añadiendo las emociones negativasque esos pensamientos suscitan.

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Para estos casos usamos la técnica de“Leer, Escribir y Quemar” descrita por Stevede Shazer (1969). La técnica consiste básica-mente en que la persona debe encontrar unlugar cómodo en el que pueda pasar a solasun rato tranquilo y siempre a la misma horadel día. El periodo de tiempo no debe de sermenor de una hora, ni mayor de una hora ymedia. Los días impares tiene que concentrarsus esfuerzos en escribir todos los pensa-mientos obsesivos que se le presenten, asícomo todas las emociones asociadas a ellos.Debe volcarlo todo, incluso repitiendo una yotra vez lo ya escrito, hasta agotar el tiempo.En los días pares debe leer las notas del díaanterior y después quemarlas. Si esos pensa-mientos indeseados vuelven a aparecer fuerade ese horario, debe decirse a sí misma lasiguiente orden: “ahora tengo otras cosassobre las que pensar, pensaré sobre esto enel horario que corresponde” o bien —enalgunos casos— tomará alguna nota brevepara recordar posteriormente estos pensa-mientos y volver sobre ellos en el horarioasignado.

En general, en uno y otro caso son los mis-mos sujetos quienes abandonan la tarea cuan-do se dan cuenta de que los pensamientosobsesivos han desaparecido y tienen cosasmás importantes que hacer. Así, incumplien-do la prescripción, resuelven el problema.

Para concluir, recordar otra vez que la tác-tica no tiene más limites que la imaginación yla pericia del terapeuta. En nuestra experien-cia hemos visto que da muy buenos resulta-dos no solo con pensamientos obsesivos odiscusiones circulares, sino con otros ritualesy conductas repetitivas como: control delotro, seguimientos y vigilancia, registros depertenencias, etc.

3. ORDALIADedicaré especial atención y espacio para

hacer una detallada exposición de la ordalía,pues la considero una de las tácticas más efi-caces para el trabajo terapéutico de los celos.Como ocurría con la “prescripción del sínto-

ma”, puede articularse mediante un abanicoimportante de técnicas concretas. En realidadla ordalía está muy emparentada con la pres-cripción del síntoma, así como con otras pres-cripciones paradójicas frecuentemente usadasen terapia sistémica.

La terapia de la Ordalía ha sido desarrolla-da por Jay Haley, basándose éste a su vez en lateorías e innovaciones terapéuticas de sumaestro Milton H. Erickson.

Básicamente, la ordalía es un ritual pres-crito por el terapeuta, que causa más aflic-ción y esfuerzo que el propio síntoma, y queel sujeto debe realizar hasta la extinción deaquél. En palabras de Haley: “el procedi-miento se basa en una premisa bastante sim-ple: si hacemos que a una persona le resultemás difícil tener un síntoma que abandonar-lo, esa persona renunciará a su síntoma”(1984). En el campo de los celos, si cogemoslos síntomas celotípicos (determinadas con-ductas y pensamientos obsesivos), los pres-cribimos y además los complicamos, demanera que supongan un especial esfuerzo,lleven tiempo y gasten energía, estaremosprescribiendo una ordalía.

Los requisitos básicos que una ordalíadebe cumplir son: 1) que la ordalía provoqueuna zozobra igual o mayor que la ocasionadapor el síntoma, 2) conviene que la ordalíasuponga un beneficio para el sujeto, aunquepuede incluir también un sacrificio para otrapersona, 3) la ordalía debe ser algo que la per-sona pueda ejecutar y a lo que no pueda opo-ner objeciones válidas (no debe contravenir nisus creencias ni principios morales; peromejor si contemplamos su propia lógica) y 4)no debe causar ningún daño al propio sujetoni a ninguna otra persona.

A partir de ahí, las posibilidades de diseñaruna ordalía son tantas como síntomas se nospresentan en la consulta, de hecho podríamoshablar de ordalías estándar, (como por ejem-plo ponerse a planchar en mitad de la nochecuando se presente el insomnio), hasta elsofisticado diseño de ordalías ad–hoc, para lascuales proponemos un ejemplo.

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ELLOS, ELLAS Y LOS CELOS: UNA NUEVA MIRADA A UN VIEJO PROBLEMA

CASO ANE Y JONAne, de 34 años, conoció a Jon, de 42,

cuando él aún estaba casado, aunque en trámi-tes de separación de su anterior matrimonio.Conviven desde hace 6 años en un piso desdeel cual se puede ver la anterior vivienda de Jon,en la que actualmente sigue viviendo suex–esposa, con la que todavía comparte unperro. Jon y su ex-esposa trabajan en la mismaempresa, con lo cual, aunque muy fugazmente,se ven diariamente en las entradas y salidas.Jon y Ane acuden a consulta porque desdehace un año las relaciones sexuales son apenasinexistentes. El relata falta de deseo sexual ycon cierta frecuencia pérdidas de erección.Coinciden ambos en que su relación de parejase ha deteriorado mucho a raíz de la obsesiónde Ane —que ella reconoce— por la ex-esposa.Celosa de aquella relación, le interroga cons-tantemente y manifiesta multitud de conductasde rivalidad con ella (estar más delgada, másguapa, mejor vestida, ser más considerada enel pueblo, etc). Además, Ane desea tener unhijo, pero él muestra resistencias. Por un ladopiensa que lo que Ane de verdad quiere es sermás que su ex-esposa (con la que no tuvo des-cendencia), y en el estado actual de su relaciónno le parece que sea un buen momento paraello. Los dos están de acuerdo en arreglar pri-mero la relación de pareja y su sexualidad, paraluego replantearse el tener hijos.

Con esta pareja (en formato de cotera-pia), nos planteamos trabajar simultánea-mente la relación de pareja, las demandassexuales de Jon, el juego celotípico en el queya estaban inmersos y la obsesión de Ane porla ex-esposa. Lo hicimos así por la propiasposibilidades que la coterapia ofrece y por-que entendimos que tanto los síntomas deAne como los de Jon tenían una funcionali-dad y unos beneficios muy claros, y quisimostratar su problema como un todo. A pesar deesto, en este artículo sólo me referiré a laparte que dedicamos a trabajar los celosobsesivos de Ane, puesto que contar todo elproceso terapéutico —que fue exitoso entodos los frentes— sería larguísimo.

Aunque había un sinfín de cognicionescirculares que Ane intentaba no expresarpara evitar los enfados de Jon, se producíanfrecuentes escenas de celos con su consi-guiente enfado, por ejemplo cada vez queJon recogía o devolvía al perro, o con motivode cualquier otra actividad que Jon hiciese yle pareciera a ella que estaba hecha para vera la ex-esposa o saber algo de ella. La mayoríade estos pensamientos de Ane no se corres-pondían con la realidad, puesto que Jonhabía roto todo vínculo afectivo —negativo opositivo— con su ex-esposa, con quien, aun-que no mantenía una buena relación, sí trata-ba de comportarse civilizadamente.

En lo que respecta a la competición obsesi-va que Ane mantenía con la ex-esposa, se con-cretaba fundamentalmente en las siguientesconductas:1) vigilancia a través de su ventanade las ventanas y portal de la ex-esposa (paraver sus horarios, su modo de vestir, calcular supeso, etc); 2) vigilancia de lo que ocurre en elgaraje que comparten (si el coche está o no);3) preguntas a Jon sobre el trabajo de su ex-esposa (a qué hora ha fichado, si el coche esta-ba aparcado, si está de baja o de vacacionescuando no ha ido a trabajar, si también ella ha“metido horas”, etc.); 4) preguntas a vecinas ygente que la conoce sobre su ocio, su incipien-te relación, etc. 5) preguntas a Jon sobre suvida pasada con ella (especialmente en el terre-no íntimo y erótico); 6) una preocupaciónobsesiva por no engordar (que la obliga apesarse varias veces al día, en su intento deseguir estando más delgada que ella).

Una vez concretadas estas conductas, nospusimos a diseñar la ordalía. En un primermomento le pedimos a Ane que hiciera un“registro de situaciones relacionadas con laex” en el que detallase el momento del día, elmotivo que lo había suscitado, el pensamien-to que había tenido y los sentimientos quehabía sentido. En la primera semana Ane rela-tó 46 situaciones y pensamientos vividos res-pecto a la ex-esposa. La segunda semanasiguió con el mismo registro, y solo relató 10situaciones, en palabras de ella, porque no

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sentía la misma curiosidad de antes y porquetenía otros problemas familiares que le preo-cupaban más. Además, les pedimos que dedi-caran un rato de 15 minutos todos los días (ysiempre a la misma hora y en el mismo con-texto) para hablar de la ex-esposa. Y, por últi-mo, le pedimos también que se pesara 3 vecesal día y que llevara un registro de su peso.

En la siguiente semana le pedimos a Aneque se esforzase más con el registro. Debíaser un “verdadero registro detectivesco”, en elque se describiese con todo detalle todo loque pudiera ver e incluso aquello que pudierainferirse de los datos obtenidos, y relatarlotodo, sin ahorrar detalles. Así, empezó a escri-bir sobre cómo estaban las ventanas de lacasa; si las persianas y cortinas estaban abier-tas o no; qué luces y a qué horas se encendíanpor las noches; qué se veía de la casa a travésde las ventanas; qué mejoras había realizadoen la casa; qué ropa colgaba del tendedero;cómo había ido vestida; las entradas y salidasdel coche del garaje (con la hora, descripciónde las personas que iban en el vehículo y cual-quier inferencia posible sobre dónde iban,qué problemas tenían, etc.). En esta ardualabor ella podía contar con cualquier dato quevecinas y conocidas le aportasen en sus disi-muladas pesquisas, así como con la propiaayuda de Jon, que en el rato que dedicaban ahablar de la ex-esposa y que les habíamosaumentado expresamente a 30 minutos, leaportaba datos de incalculable valor para susindagaciones (sobre todo, si la había visto —ono— en el trabajo, cómo iba vestida, si lahabían recogido, etc.), lo cual le servía a Anepara corroborar muchas de sus hipótesis.También le pedimos que hiciese un registrode las variaciones de peso a lo largo del día,para lo cual debía de pesarse 5 veces al día yapuntarlas todas.

Ane empezaba a manifestar cierto cansan-cio, pero a pesar de ello en la siguiente semanale solicitamos que el registro detectivesco con-tuviese ahora datos comprobados, para lo cualAne tenía que ejecutar determinadas accionesun tanto vergonzosas para ella, como dejarse

ver en sitios que la ex-esposa frecuentaba.Además, tenía que madrugar para ser más exac-ta en las horas de entrada y salida del vehículodel garaje, así como pedirle a su colaborador,Jon, que le confirmase datos como la hora enla que la ex-esposa había fichado en el trabajo,o si estaba de baja y cuál era el motivo.

En la quinta semana mantuvimos esteregistro tal y como lo estaba efectuando; perole solicitamos que se pesara con botas, abrigo,guantes y bufanda, al menos seis veces al día,apuntando los resultados en el registro depeso y pesando aparte el “equipo de monta-ña” para hacer los cálculos. Además, debíapesarse una vez diaria adicional en la farmaciadel pueblo y traernos los tiques. Y otra máscada vez que viera a la ex-esposa entrar o salircon el coche del garaje. Como el lector puedefácilmente suponer, esta tarea empezaba aparecerle a Ane una verdadera tortura, noobstante la cumplía religiosamente. Además,empezaron a dedicar 40 minutos a hablar dela ex-esposa, lo cual ya para los dos empezabaa resultar absolutamente aburrido y pesado.

En las siguientes tres semanas, Ane conti-nuó con los registros hasta que pareció aconse-jable, por como estaban las cosas y porquepara Ane todo aquello se había convertido enun auténtico trabajo del cual apenas ya disfru-taba, suspender la ordalía, con una consignapara ella muy clara, al menor indicio de apari-ción de sentimiento de celos o de pensamien-to obsesivo o de “seguimiento” hacia la ex-esposa debía volver rápidamente a los regis-tros. Esto sólo ocurrió una vez, y Ane que esta-ba preparada para ello porque habíamos habla-do de la posible recaída positivizando el sínto-ma, volvió al registro durante dos días. En estecaso la amenaza de volver a repetir la ordalíafuncionó como si se hubiera hecho. A partir deahí, seguimos trabajando cuestiones relativas ala pareja y al hijo que por fin podrían tener. Unaño después Ane estaba embarazada, su rela-ción de pareja afianzada y su relaciones sexua-les eran plenamente satisfactorias para ambos.

En este caso la ordalía que se diseñó fuelarga, compleja y creciente dado que la

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paciente se mostró muy cumplidora de lamisma. No ocurre así en todos los casos. Amenudo nos encontramos con que la simpleamenaza de ejecución de una ordalía sirvepara que la persona abandone el síntoma.

4. EXTERNALIZACIÓNHace ya tiempo que empezamos a utilizar

en terapia la posibilidad de poner etiquetas(nombres ingeniosos) a los problemas quetraían nuestros clientes, cosificando susdemandas al tiempo que les invitábamos aluchar contra aquel enemigo exterior aunan-do sus energías y fuerzas. Posteriormente,tuvimos conocimiento de que un autor lla-mado M. White a eso le había denominado laexternalización del problema. Así que, conpoca conciencia de ello, estábamos usando laexternalización como otro potente recursoterapéutico.

En el caso de los celos resultaba tremenda-mente fácil cosificar al enemigo para hacerlefrente, analizar con la pareja cómo había sidovencido en anteriores ocasiones y tratar deextender aquel triunfo a situaciones venideras,dotándoles a ellos de esta forma de una mayorsensación de control sobre el problema quenos traían, puesto que “no son la persona nila relación las que constituyen el problema.Es el problema lo que es el problema, y portanto la relación de la persona con él se con-vierte en el problema” (White, 1993).

M. White había empezado a trabajar coneste enfoque en 1984, y lo define así: “La«externalización» es un abordaje terapéuti-co que insta a las personas a cosificar y , aveces, a personificar, los problemas que lasoprimen. En este proceso, el problema seconvierte en un entidad separada, externapor tanto a la persona o a la relación a laque se atribuía. Los problemas consideradosinherentes y las cualidades relativamentefijas que se atribuyen a personas o relacio-nes se hacen así menos constantes y restricti-vos” (1993).

Así pues esta técnica nos permitía rescatar ala pareja enmarañada en el problema, y desde

fuera poder hacerle frente usando su historia ysus propios recursos, porque como sostieneWhite “ la externalización del problema per-mite a las personas separarse de los relatosdominantes que han estado dando forma asus vidas y sus relaciones” (1993).

Hemos hecho uso de esta técnica en innu-merables ocasiones y con bastante éxito,entre ellas la hemos aplicado también enaquellos casos en los que además de celos lapersona sufría de pseudoalucinaciones visua-les, que le impedían distinguir lo real de loimaginario, de manera que a través de laexternalización el cliente conseguía espantaresas visiones que le atormentaban.

Animo al lector ávido de saber más sobrela externalización y todo el campo que la tera-pia sistémica abre con ella a través de las tera-pias narrativas a leer a autores como M.White, D. Epston y K. Tomm, porque cierta-mente considero que amplían el campo de laintervención terapéutica de forma original ymuy prolífica.

5. VISUALIZACIÓNOtro de los recursos terapéuticos que usa-

mos a menudo es la visualización. Se trata deinducir al paciente a ver (o verse) en situacio-nes agradables y lógicamente alejadas del sín-toma; verse con control, verse con éxito, ycon el problema superado, en realidad conse-guir que el futuro, libre del problema, se des-taque sobre el presente.

Aunque el campo de la visualización esmuy rico y variado normalmente la técnicaque utilizamos es la “Bola de Cristal”, diseña-da originalmente por Erickson. Aunque noso-tros solemos usar la versión de De Shazer quela expresa del siguiente modo: “La técnica dela bola de cristal se emplea para proyectar alcliente a un futuro en el que tiene éxito: en él,el motivo de queja ha desaparecido. He halla-do que basta con que el cliente, en estado detrance, vea su futuro como en una bola decristal o en una serie de bolas metafóricas,para impulsar una conducta diferente, lo cuallo conduce a una solución” (1986).

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La razón por la cual usamos esta versión esporque no supone necesariamente la induc-ción de trance ni la mención de la hipnosis,cuestiones éstas que en nuestra cultura nodejan de ser un tanto increíbles, lo que noquita para que convenzamos a nuestros clien-tes de que la bola de cristal tiene un compo-nente mágico.

Básicamente, los pasos a seguir son: 1)enseñar al cliente a desarrollar visualizaciones—como en una bola de cristal— haciéndolerecordar un episodio de su vida ya olvidado yagradable, prestando especial atención a supropia conducta y a la de los otros; 2) poneral cliente a recordar algún éxito de su vida,que en particular constituya una excepción alas reglas que rodean a la queja; 3) orientar alcliente hacia el futuro, imaginando situacio-nes varias en las que maneja el problema conéxito y describiendo las resoluciones almismo; 4) recordar la manera en que fue solu-cionado el problema, sus reacciones a eseproceso y las reacciones de las otras personasinvolucradas en el paso tercero, para luegoreorientar al cliente hacia el presente.

A partir de ahí, consiste en esperar a queel cliente nos cuente situaciones de hechomanejadas con éxito y que con frecuencia sehan resuelto de manera diferente a como lashabía visionado en la cuarta bola de cristal. Loque resulta sorprendente es que una vez queel cliente ha sido capaz de imaginar su vidacuando la queja ya no existe, es más fácil quehaga cosas diferentes en el presente que sir-van a la solución del problema.

CASO ITZI Y JAVIItzi, de 35 años, y Javier, de 47, llevaban 10

años de relación, 4 de ellos casados. Para losdos era su segundo matrimonio. Acuden aconsulta porque desde hace 6 meses ella sufrede ataques de celos frecuentes siempre moti-vados por el trabajo de Javier, en particularpor las comidas y cenas de trabajo en las quecomparte mesa con otras mujeres, y por losmúltiples viajes al extranjero que realiza, amenudo en compañía de esas mismas muje-

res. La situación de Itzi al llegar a la consultaes que ha consultado a un psiquiatra y está entratamiento con un antipsicótico y un somní-fero. Tiene muchos deseos de “curarse ya”porque es consciente de que con sus celos seestá cargando la relación y teme que Javieracabe dejándola. Él por supuesto cumple elpatrón del juego celotípico de manera que leoculta información para que ella no sufra, loque a su vez sirve para que Itzi sospeche cadavez más de las salidas de Javier. En general lasescenas de celos son bastante abruptas, congritos, lloros y reacciones de agobio y huidapor parte de Javier. Itzi, movida por el odio,tiene ideaciones muy catastrofistas y violentassobre la solución a sus problemas. Así, amenudo fantasea con la muerte de Javier, asícomo confecciona planes de agresión para susrivales, que en alguna ocasión ha llevado acabo. También se habían producido episodiosviolentos entre ambos.

Con este panorama, empezamos a interve-nir en varios frentes y con especial dedicacióna las posibles consecuencias violentas de lamala gestión de los celos. Itzi entró de manerafácil a la mayoría de las tareas encomendadaspuesto que se autoetiquetaba como “enfermade celos” y su motivación para “la cura” eramuy alta. No obstante, y pese a nuestra reco-mendación en sentido contrario, abandonó eltratamiento farmacológico para la cuartasesión. Cuando le propusimos hacer la bola decristal, se mostró al principio incrédula y reaciaaduciendo: “no sé imaginar, no quiero imagi-nar y no puedo prever mis reacciones”. Peroposteriormente aceptó, porque estaba dis-puesta a hacer lo que fuera con tal de solucio-nar el problema y no tomar medicación.

En la primera visión de la bola, trabajamossobre recuerdos del pasado que hubieran sidoagradables; le costó concentrarse al principiopero lo logró con relativo éxito. Siempre semostraba muy ansiosa y quería ir deprisa, mani-festando su deseo de ir al paso cuarto cuantoantes. En la segunda visión recordó un éxitomuy reciente y relativo al motivo de su queja.En ella Javier había hecho un viaje relámpago a

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Burgos, para visitar un banco, e Itzi se habíaenterado a su vuelta, pero no dudó ni unmomento de la veracidad de su relato y no sepreocupó en absoluto de no haberlo sabido deantemano. Este recuerdo la hizo ponerse muycontenta y adquirir una mayor conciencia delcontrol de sus emociones. En la tercera bola decristal visionó diferentes situaciones futuras enlas que presumiblemente manejaba con éxitosus celos. En concreto: un próximo viaje deJavier a un país extranjero que la tenía muyobsesionada, determinadas situaciones labora-les de Javier como reuniones de trabajo, etc. Lacuarta bola no llegamos a hacerla porque en lasiguiente sesión Itzi relató con mucho orgullolo que había pasado: había aceptado ir a unacena de compromiso con su marido en dondese sentaría junto a aquellas mujeres que tantasveces le habían hecho sufrir. Había estado agusto, tomando cierto protagonismo, mostran-do en la conversación lo divertida e ingeniosaque era, disfrutando de la cena; hasta tal puntoque había cambiado su percepción sobre unade sus rivales, que ahora le caía bien, cuandosiempre la había odiado.

No hicieron falta más visiones, ni tampocomás sesiones; Itzi pedía el alta, se sentía pode-rosa para controlar sus sentimientos y emo-ciones, tenía ciertos temores de cómo afron-taría los siguientes viajes de Javier, pero tal erasu necesidad de enfrentarse por sí misma aesas situaciones que aceptamos su reto amedias; le dimos una sesión de control duran-te el tiempo que él estaría fuera de viaje.Acudió a la cita y nos manifestó su convicciónabsoluta de que esto no le volvería a pasar.Estaba feliz por terminar la terapia, eso sí que-ría venir a una última sesión con Javier paradespedirse y celebrarlo. Fue la primera vezque brindamos con champán en consulta.

6. RITUALESEl uso de rituales en terapia merecería por

sí mismo un artículo propio. Pero puesto quetambién los usamos en la terapia de celos,aunque sea muy resumidamente, hablaremosde ellos.

En rigor, habría que decir que la terapia esen sí misma un ritual, y por supuesto la mayo-ría de las tareas lo son. En este sentido, ejem-plos de rituales son buscar un espacio aparta-do para estar solo un rato, siempre a la mismahora, para realizar la tarea de escribir, leer yquemar; o también el ya descrito Cuadernode preguntas; o, como cuando añadimos aesas tareas, la recomendación de romper oquemar una fotografía del rival, ejecutandouna especie de rito vudú; o, sin ir más lejos, laexplicación detallada de la focalización senso-rial; son todas ellas ejemplos claros de ritualesque utilizamos en terapia.

No obstante, en este apartado queremosreferirnos específicamente a aquellos ritualesque codiseñamos junto a la pareja para quelos realicen juntos con la finalidad de limpiar,ventilar y evaporar el problema; o la más clási-ca de obtener el perdón y pagar la deuda, orealizar una penitencia por el daño causado.Casi siempre el ritual tiene algún componentemágico e incluye elementos simbólicos, queresultan mejor si pertenecen al universo sim-bólico de la pareja. El objetivo siempre enestos casos es restañar la herida, ayudar en lacicatrización y superar el hecho para que lapareja pueda seguir adelante en su proyectode vida común.

Cuando digo que codiseñamos quierodecir que casi nunca decimos a la pareja quées lo que tienen que hacer; pero sí les explica-mos en qué consiste un ritual, qué finalidadtiene, qué pasos hay que dar, qué condicionestiene que cumplir dependiendo de los casos.Y sí les hacemos sugerencias en su construc-ción y puesta en escena, máxime cuandoobservamos cierta inercia. Pero siempre elritual es cosa de ellos, tiene un ceremonialíntimo, se ha de celebrar con cierta liturgiacomo acto solemne que es y ha de poner enmovimiento su universo simbólico y activardeterminadas emociones.

Damos tanta importancia a la preparacióndel ritual como a su ejecución. Para ello pedi-mos a la pareja que piensen qué cosas podríanhacer, donde las harían y, lo que es más

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importante, que decidan una fecha que a par-tir de ese momento, adquirirá un valor simbó-lico y entrañable para ellos. Además, les sugeri-mos que escriban algo que, si es sobre el pasa-do, deberán quemar o, en su defecto, quema-rán algo viejo, que tenga significado simbólicoy relacionado con el problema; y, a su vez,deberán plantar o sembrar algo que tenganque cuidar para que crezca, porque represen-tará su futuro; o también algo que hayan escri-to, por ejemplo sobre sus promesas y compro-misos de seguir adelante juntos. Todo estoson ideas que les damos, para que luego seanellos quienes decidan los qués concretos.

Es importante que en el ritual quede expre-sado el dolor del pasado, el presente comomomento crucial de sus vidas reflejado en elritual mismo, así como el futuro, como en unritual de tránsito, a través de la proyección dedeseos y proyectos comunes. A veces inclui-mos una especie de prueba de amor o peniten-cia, como acto de entrega del dañante, quesirva para demostrar su sacrificio y que supon-ga algún tipo de beneficio para el dañado. En lamayoría de los casos realizamos una sesiónterapéutica para que nos cuenten qué tal les haido, sin que eso suponga que tengan que con-tarnos todos los detalles de la celebración.

CASO MARTA Y KOLDOMarta, de 39 años, lleva casada 7 años con

Koldo, de 40. Para ella son sus segundas nup-cias. Con ellos viven dos hijas de 18 y 11 añoshabidas en su anterior matrimonio y una hijade 5 años que es de ambos. El motivo por elque acuden a consulta es por los celos y laobsesión de Marta debido a la infidelidad deKoldo, quien le ha confesado que en tres oca-siones “se ha ido de putas”, según relata: enestado ebrio y por la presión de los amigos enla primera; mientras que las dos siguientes porestrés personal, agobio y problemas con supareja. Marta ha tenido conocimiento de todoesto por el contagio de una enfermedad detrasmisión sexual, que ha supuesto que Koldole haya contado la verdad con un grave costopara su relación. Cuando acuden a consulta ella

ha perdido cinco kilos, apenas duerme y losinterrogatorios son constantes; quiere saberlotodo: cómo ocurrió, por qué ocurrió, que leexplique bien las fechas, porque le ha mentidoy no le cuadran; incluso Marta ha ido a visitardónde y con quién fue. Además sus relacionessexuales están afectadas porque Marta no con-sigue abstraerse del hecho y constantementelo saca a relucir, a lo que se añade su temor aque él vuelva a contagiarla. Incluso ha pensadoen vengarse yendo ella a un prostituto. Marta leha pedido la separación, pero quieren darseuna última oportunidad y se dan un margen deun año para ver si mejoran.

Después de varias sesiones con ellos, enlas cuales trabajamos muchos de los aspectosplanteados a lo largo de este artículo, les pro-pusimos la posibilidad de realizar un rito quecreíamos iba a servirles para superar el hecho;a este rito le llamaron “el funeral”, porque dealguna forma serviría para “enterrar un muer-to” que convivía con ellos. Marta y Koldo fue-ron bastante activos en la elaboración del rito,planteando muchas ideas que nosotrosacogíamos con entusiasmo. Sobre todo Martatenía mucha confianza en este simbolismo ydecía que el día del funeral se iba a liberar dealgo grande. Habían acordado la fecha del ritoque sería un 31 de Mayo; para ella significabamucho esa fecha.

Entre otras cosas decidieron celebrar unacena solos en una casa que tenían en elcampo, adornaron la sala con velas e inciensopara crear un ambiente solemne, cenaronmarisco (que ella odiaba por asociación) yquemaron en la chimenea del salón elCuaderno de preguntas que habían estadorealizando semanas antes, así como la camisaque él llevaba la noche que estuvo con la pri-mera prostituta y que ella guardaba sucia conmanchas de maquillaje; además escribieroncada uno en un papel una promesa, queluego metieron en una caja junto a las cenizasde lo que habían quemado, y todo ello loenterraron en el jardín de la casa.

En la siguiente cita nos contaron lo quehabían hecho, y que para ellos había sido

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muy emotivo y simbólico; habían llorado,reído, se habían hecho promesas, habíanrezado y hasta habían hecho el amor a la luzde las llamas; ella se había quitado un granpeso de encima y él se había liberado de laculpa, aunque los dos eran conscientes deque estaban todavía con el duelo. Aparte,cosa que habían decidido mientras prepara-ban el rito, habían cambiado los muebles desu dormitorio y se habían comprado unacama nueva, porque Marta le había cogidomanía a aquella “cama manchada”, y los doscoincidían en que este cambio les había sen-tado muy bien. Estaban contentos y dossesiones después les dimos el alta.

7. USO DE FÁRMACOSNo siempre ni en todos los casos la terapia

es suficiente para solucionar los problemas decelos. En ocasiones hemos podido comprobarque la colaboración con el psiquiatra y la pres-cripción de un ajustado tratamiento farmaco-lógico no solo es positiva sino que a veces esimprescindible. Estaríamos hablando desimultanear ambos tratamientos con el fin demejorar el estado anímico del cliente y conello su capacidad de discernimiento, de escu-cha, de adherencia terapéutica y de cumpli-miento de las tareas asignadas; casi nada. Esde suma importancia este punto cuando tra-bajamos con personas con síntomas claros dedepresión y cuya característica principal es laapatía y pocas ganas de hacer nada, nopudiendo poner estos pacientes la energíanecesaria ni para salvarse ni para salvar la rela-ción porque carecen de ella; es en estos casoscuando la prescripción de un antidepresivoresulta casi obligada con vistas a un mínimoaprovechamiento de la terapia clínica.

Otro tanto de lo mismo ocurre en el caso,muy frecuente, de los trastornos obsesivosde la personalidad. Como ya hemos dichoanteriormente, parte de la dinámica psíquicadel celoso consiste en ideaciones obsesivassobre sospechas de infidelidad de su pareja,cuando estas ideaciones se convierten enobsesiones que no dejan descansar mental-

mente al paciente ni un segundo de su tiem-po, la eficacia de la ayuda de un fármaco, nodeja lugar a dudas.

No cabe tampoco la duda para aquellospacientes que son víctimas de alucinacionespor presentar un cuadro de psicosis delirante.Me refiero a los llamados celos patológicos.Seguramente estos casos no nos lleguen a laconsulta por acudir directamente al psiquia-tra, pero en cualquier caso hay que saberhacer un diagnóstico diferencial y, en sumomento, hacer una deriva, porque éstos sintratamiento farmacológico poco o nadapodrán mejorar con la clínica.

Para terminar, decir que en mi particularexperiencia, y no me privo de repetirlo, la efi-cacia combinada de terapia clínica apoyadacon un tratamiento farmacológico es unaopción terapéutica nada desdeñable enmuchos casos.

A MODO DE COLOFÓN:Pareja y SexualidadUna de las peores consecuencias de los

celos en pareja es sin duda la desconfianzaque queda instalada entre ellos. Si a la pérdidade confianza unimos la merma de la intimi-dad, más el deterioro en la comunicación, elresultado es una relación no ya solo proble-matizada por lo celos, sino tocada en sus pila-res básicos y muy vaciada de la cohesión quesuponen los vínculos afectivos.

En todos los casos, bien sea simultánea-mente o en ocasiones de forma posterior alabordaje centrado sobre los celos mismos,dedicamos mucho de nuestro trabajo a repa-rar todos aquellos aspectos que de la relaciónhan quedado dañados.

En primer lugar, y una vez desvelado eljuego celotípico y analizado su particularpatrón, nos dedicamos a desbaratarlo, cons-cientes de que en un primer momento noestamos colaborando en la recuperación de laconfianza básica, puesto que mucho de esedesbaratamiento consiste en poner en dudasus creencias a propósito de la sinceridad o latiranía de tener que contarlo todo. Tratamos

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ESTER PÉREZ OPI

de inculcar el derecho a la intimidad y alsecreto, y con ello a la reposesión de la indivi-dualidad y la independencia, como pilaresbásicos, para posteriomente trabajar sobre laintimidad diádica y la confianza como entre-gas voluntarias ajenas al cierto grado de obli-gatoriedad que se presupone en toda relaciónde pareja.

Entre otros aspectos, trabajamos con tena-cidad por la reimplantación de límites intra yextradiádicos, puesto que somos conscientesde que parte del éxito ante una posible recaí-da radica en que estos límites estén claros yprecisos (que no impermeables), los dos losacepten y estén dispuestos a defenderlos enel futuro; es decir, que el binomio indepen-dencia–dependencia entre ellos esté aclaradoy no existan miedos al respecto.

Otros de los focos de atención especialson los que dedicamos a trabajar la comunica-ción, la prestación de atención, haciendoespecial hincapié en aprender a pedir y anegociar las necesidades y deseos, así como lareorganización de usos y repartos de tiemposy espacios, en particular cuando la pauta era“pareja de 100% todo juntos”.

Por último, y sabedores de que la intimi-dad, por ser cosa frágil queda muy vulneraday más al estar emparentada con la confianza,serán dos elementos muy básicos que necesi-tarán de mucho de nuestro mimo y empeñopara su recuperación. Y aquí es donde traba-jaremos a tope con el cuerpo a cuerpo, quees sin lugar a dudas el escenario idóneo pararecuperar esa intimidad. Así entramos delleno en la interacción erótica de la pareja,en la dimensión intercorporal, fenoménica,peculiar, gratificante e intersubjetiva de lacorporeización de los afectos. Nos referimosa la erótica contextual, por un lado, o sea, alos aspectos intercorporales de la comunica-ción de pareja ( la complicidad gestual, losrituales amorosos, las cercanías corpóreas) ypor otro a la erótica ejecutiva o lo que es lainteracción erótica explícita (o hacer elamor).

En la terapia subrayamos mucho este pri-mer aspecto de la erótica contextual porentender que es en ese lecho en dondemejor yace la intimidad de pareja, y lo con-cretamos en tres aspectos fundamentales dela interacción: el desarrollo de la ternura, elencuentro no posesivo de los cuerpos, y laejecución erótica no exigente. La tácticabase para trabajar todo este universo eróticono podía ser otra, aunque eso sí con algunasvariaciones y matices en su ejecución y desa-rrollo, con respecto a la focalización senso-rial diseñada por Master y Johnson en 1970,en su l ibro “Incompatibi l idad SexualHumana”. Volver a las caricias, al masaje y alcontacto cuerpo a cuerpo, sentirse vulnera-ble pero protegido, son la mejor receta parauna vivencia de la intimidad ajena al miedo,al pudor y a la necesidad de defensa. Y es enese nuevo escenario donde, sin lugar adudas, habrá poco espacio para los celos.

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El sexismo y sus dos caras:De la hostilidad a la ambivalencia

Maria Lameiras Fernández *

En la conceptualización de la cara más “moderna” del sexismo (Tougas et al., 1995;Swim et al.,1995) se considera que junto a los sentimientos negativos hacia las muje-res, que perviven de las formas más tradicionales de sexismo, convive la aceptación devalores igualitarios, socialmente deseables en aquellas sociedades que han evoluciona-do hacia posicionamientos más liberales. Lo que supone abordar su comprensióndesde la dimensión social, condiderando a las mujeres y los hombres como dos gru-pos homogéneos e independientes. Pero para comprender en su complejidad el nuevosexismo Glick y Fiske (1996, 1999) defienden que para el estudio de éste es necesarioincorporar parámetros explicativos que surgen de la dimensión relacional. Lo queimplica que las relaciones entre los sexos no pueden ser articuladas exclusivamentedesde una perspectiva intergrupal, y supone reconocer que, frente a la visión de lossexos como grupos sometidos en un contexto social a fuerzas divergentes de indepen-dencia y autonomía, éstos están necesariamente vinculados en un mundo relacional defuerzas convergentes de dependencia y heteronomía. La combinación de estas fuerzascentrífugas y centrípetas son las que articulan la constelación de actitudes hacia lossexos y repercutirán tanto en el ámbito público/laboral como en el espacio interperso-nal y afectivo–sexual. Palabras clave: Sexismo moderno, Sexismo hostil, Sexismo benevolente.

SEXISM AND ITS FACES: FROM HOSTILITY TO AMBIVALENCEThe “modern” face of sexism (Tougas et al., 1995; Swim et al., 1995) combines twoapparently contradictory elements. On the one hand we can find negative feelingstowards women, like in traditional sexism, but, on the other hand there are positivefeelings resulting from a societal movement toward more egalitarian values. Mostresearch has focused on the social dimension of sexism, considering women andmen as two homogeneous, independent groups. To come to a better understandingof this “modern” sexism Glick and Fiske (1996, 1999, 2000) find it necessary to consi-der the relational dimension involved in this issue. This means that the relationshipbetween sexes can´t be understood only from a social dimension and so the sexesare not only groups in a social context subjected to division forces of independenceand autonomy, but at the same time they are involved in relationship of dependen-ce and heteronomy. The combination of these opposing forces develop attitudestowards sexes and will have its effect in the workplace as well as in affective andsexual relationship.Keywords: Modern sexism, Hostil sexism, Benevolent sexism.

Anuario de Sexología2004 • Nº 8 • pp. 91–102

© Anuario de Sexología A.E.P.S.ISSN:1137–0963

* Profesora Titular de Psicología de la Universidad de Vigo.Facultad de Ciencias de la Educación, Las Lagunas s/n 32004 Ourense. E-mail: [email protected]

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MARIA LAMEIRAS FERNÁNDEZ

EL SEXISMO Y SUS RAÍCES SOCIALESEl sexismo se define como una actitud

dirigida a las personas en virtud de su perte-nencia a un determinado sexo biológico enfunción del cual se asumen diferentes carac-terísticas y conductas .

Por un lado, a través de los estereotipos“descriptivos” se establecen las característicasque describen a cada sexo. Características quenutren de contenido los conceptos de “mas-culino” y “femenino”, obviamente para definiry describir a hombres y mujeres. Así, la mas-culinidad es asociada con características dedominancia, control e independencia y lafeminidad con atributos de sensibilidad, afec-to y preocupación por el bienestar ajeno. Enpalabras de Lipovetsky (1997: 154) “si el hom-bre encarna la nueva figura del individuolibre, desligado, dueño de sí, a la mujer se lasigue concibiendo como un ser dependientepor naturaleza, que vive para los demás einserta en el orden familiar”. Así frente al “yo”autónomo e independiente del hombre, a lamujer se la identifica con un “yo en relación”,es decir, con un yo desplegado hacia afueraque recibe su sentido y se alimenta de la vidaemocional que mantiene con los “otros”, conlos que necesariamente ha de convivir paraalcanzar su sentido de la vida y bienestar. Estadualidad que describe a los hombres desde lainstrumentalidad y a las mujeres desde laexpresividad (Parson y Bales, 1955) se hamaterializado también en los conceptos anta-gónicos de masculino–agentic frente a feme-nino–communal (Bakan, 1966). En definitiva,una poderosa caracterización que ejerce tam-bién su influencia en los procesos de identifi-cación personal. Una dualidad además asimé-trica, lo que supone que los rasgos asociadosal polo masculino son valorados más positiva-mente; cuestión que viene demostrada por elhecho de que las mujeres muestren mayordisposición a adscribirse caracterísicas mascu-linas y ser por ello menos censuradas social-mente que los hombres que se adscriben acaracterísticas femeninas (Bonilla y Martí-nez–Bencholl, 2000).

Por otro lado, los estereotipos “prescipti-vos” hacen referencia a las conductas que seconsideran que deben llevar a cabo hombresy mujeres. De tal modo que el encasillamientoque las diferentes sociedades imponen a lossexos a través de los significados asociados ala dualidad masculino–femenino condicionael tipo de actividades y distribución de lasocupaciones consideradas más adecuadaspara ambos (Pastor, 2000). Los roles o papelesasignados para cada sexo se despliegan desdelos estereotipos “descriptivos”. Lo que suponereconocer que la existencia de roles o papelesdiferenciados para cada sexo es la consecuen-cia “natural” de asumir la existencia de carac-terísticas psicológicas diferentes para cadasexo. La asimetría de papeles ha propiciado ladivisión del espacio público–privado comoesferas separadas para ambos sexos, apode-rándose el hombre del espacio público o polí-tico y relegándose a la mujer al espacio priva-do o doméstico. De nuevo aquí se repoducela jerarquía valorativa en función de la cual seprioriza el espacio público frente al espacioprivado para garantizar la supremacía masculi-na. Pero la significativa incorporación de lamujer, en las últimas décadas, al trabajo remu-nerado en los países occidentales ha desesta-bilizado esta balanza. Y ya que la jerarquiza-ción de los espacios supone un medio para lajerarquización de los sexos el fin en sí mismopara mantener a la mujer en un estatus infe-rior, su incorporación al espacio público haido paralelamente vinculada a la devaluacióndel trabajo en sí (Goldberg, 1968). Esto impli-ca que aquellos trabajos de alto prestigiodesarrollados tradicionalmente por los hom-bres se han ido devaluando al mismo ritmoque se ha incorporado la mujer a su ejercicio,posibilitando con ello el mantenimiento de lajerarquía entre los sexos.

DEL SEXISMO HOSTILAL SEXISMO MODERNOPara identificar la visión más tradicional

del sexismo hay que remontarse a las aporta-ciones de Allport (1954), quien lo define

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EL SEXISMO Y SUS DOS CARAS: DE LA HOSTILIDAD A LA AMBIVALENCIA

como un prejuicio hacia las mujeres, enten-diendo éste como una actitud de hostilidad yaversión. De modo que esta primera aproxi-mación al concepto de sexismo está connota-da por evaluaciones negativas que suponenun tratamiento desigual y perjudicial hacia lasmujeres, y se conoce hoy en día como sexis-mo explícito (overt sexism) (Benokraitis yFeagin, 1986, 1995) porque es fácilmentedetectable visible y observable; o viejo sexis-mo (Old–Fashioned sexism) (Swin, Aikin, Hally Hunter, 1995), ya que este tipo de sexismose apega al mantenimiento de roles tradicio-nales para hombres y mujeres.

Pero si entendemos el sexismo exclusiva-mente como una actitud negativa hacia lasmujeres es dificil mantener su existencia enlas sociedades más desarrolladas (Expósito,Montes y Palacios, 2000). De hecho, parecehaberse logrado en los países occidentales loque Batista–Foguet, Blanch y Artés (1994) handenominado “igualitarismo abstracto”, quesupone la igualdad de los sexos en el dominiopúblico y ha ganado un creciente consenso.Pero junto a éste pervive lo que los autoresdenominan “conservadurismo cultural”, quese detecta en el cambio de actitudes con res-pecto a los roles familiares. Éste implica tantola reticencia de los varones a asumir la cuotade responsabilidad que les corresponde en laesfera doméstica, como las dificultades queencuentran las mujeres en su integración almundo público. Por tanto, la discriminaciónpersiste aunque ésta adquiere ahora maticesmás sutiles y encubiertos (covert sexism).

Así, hoy en día se comprueba que los valo-res de sexismo se han recanalizado hacia nue-vas formas más encubiertas y sutiles de expre-sión que pasan más inadvertidos, y que sesiguen caracterizando por un tratamientodesigual y perjudicial hacia las mujeres. La for-mación de esta nueva cara del sexismo ha dis-currido de forma paralela a la evolución de lasactitudes racistas etiquetadas como racismosimbólico (Sears, 1988), racismo aversivo(Gaertner y Dovidio, 1986), racismo ambiva-lente (Katz, Wackenhut y Hass, 1986), racismo

moderno (McConahay, 1986; Pettigrew, 1989)o prejuicio sútil (Rueda y Navas, 1996). Dehecho, entre las aportaciones más destacablescon relación al nuevo sexismo se encuentra lade Swin et al. (1995), quienes lo definencomo sexismo moderno (modern sexism), yse fundamentan en los mismos pilares pro-puestos por Sears (1988) para conceptualizarel racismo moderno, adaptándolos a las rela-ciones entre sexos: 1) Negación de la discrimi-nación, 2) Antagonismo ante las demandasque hacen las mujeres, 3) Resentimiento acer-ca de las políticas de apoyo que consiguen.Paralelamente a esta conceptualizaciónTougas et al. (1995) introducen el conceptode Neosexismo que definen como la manifes-tación de un conflicto entre los valores iguali-tarios y sentimientos negativos residualeshacia las mujeres. Este sexismo, aunque estáen contra de la discriminación abierta contralas mujeres, considera que éstas ya han alcan-zado la igualdad y que no necesitan ningunamedida política de protección, impidiendocon ello la igualdad real.

En conclusión, la nueva cara del sexismo,identificado como sexismo moderno o neose-xismo, se articula desde una perspectiva mássútil y encubierta y con ello más perniciosapara los objetivos de igualdad, considerandola dimensión social el plano a partir del que searticula su comprensión. Ello supone que,amparados en la supuesta igualdad entre lossexos, se impidan las acciones positivas quepropiciarán la igualdad real en la esfera públi-ca. Un sexismo que, en cualquier caso, no esajeno a los presupuestos que han nutrido decontenido al sexismo más tradicional (Spencey Hahn, 1997).

SEXISMO AMBIVALENTEEn la conceptualización del sexismo

moderno recogida de los planteamientoshechos por Swin et al. (1995) y del Neo-sexismo de Tougas et al. (1995) se prima ladimensión social y con ello la consideraciónde los sexos como grupos homogéneos enconflicto. Esto supone asumir que la supera-

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ción del sexismo vendrá dada por la supera-ción de la asimetría social entre los sexos, esdecir, la igualdad objetivada en el ámbitopúblico, que supone superar las barreras quefrenan el avance de la mujer. Estos presupues-tos se desarrollan, como hemos visto, en sin-tonía con la forma de abordar las desigualda-des provocadas por otros elementos de dife-renciación como es la raza.

Sin embargo, a diferencia de las categori-zaciones hechas en función de la raza, etnia ocultura, entre las que se puede asumir unaclara independencia entre los miembros delos distintos colectivos, las relaciones entresexos se encuentran necesariamente connota-das también por relaciones de dependencia.Precisamente la compleja constelación derelaciones de dependencia e independenciahace de las relaciones entre sexos una reali-dad ideosincrática y singular con elementosno compatibles con los presentes en el restode las relaciones intergrupales. Por tanto, paramaximizar la comprensión del sexismomoderno ha de reconocerse esta singularidadrelacional entre los sexos. Esto supone reco-nocer que las actitudes hacia los sexos seránel resultado de estas fuerzas divergentes deindependencia y autonomía en el contextosocial y de las fuerzas convergentes de depen-dencia y heteronomía en el ámbito relacional.Este reconocimiento ha propiciado el desarro-llo de la más reciente y novedosa teoría sobreel sexismo moderno.

La teoría del sexismo ambivalente deGlick y Fiske (1996) es la primera que recono-ce la necesidad de ubicar en la comprensióndel nuevo sexismo la dimensión relacional.Este sexismo se operativiza con la presenciade dos elementos con cargas afectivas antagó-nicas: positivas y negativas (Glick y Fiske,1996, 2000, 2001), danto lugar a dos tipos desexismo vinculados: sexismo hostil y sexismobenevolente. El sexismo hostil es una ideolo-gía que caracteriza a las mujeres como ungrupo subordinado y legitima el control socialque ejercen los hombres. Por su parte, elsexismo benevolente se basa en una ideología

tradicional que idealiza a las mujeres comoesposas, madres y objetos romáticos (Glick etal. 1997). Y es sexista también en cuanto quepresupone la inferioridad de las mujeres, yaque este sexismo reconoce y refuerza elpatriarcado, pues considera que las mujeresnecesitan de un hombre para que las cuide yproteja. A su vez, utiliza un tono subjetiva-mente positivo con determinadas mujeres, lasque asumen roles tradicionales, como criatu-ras puras y maravillosas cuyo amor es necesa-rio para que un hombre esté completo. En elsexismo hostil a las mujeres se les atribuyencaracterísticas por las que son criticadas; en elsexismo benevolente, características por lasque son valoradas, especialmente vinculadas asu capacidad reproductiva y maternal. En defi-nitiva, una visión estereotipada de la mujertanto en su tono más hostil, evaluada negati-vamente como “inferior”, como en su tonomás benevolente, evaluada positivamentecomo “diferente”, pero supeditada a determi-nadas “funciones”. Además el sexismo bene-volente ayuda al sexismo hostil permitiendo alos hombres sexistas ser benefactores de lasmujeres y disculpar su hostilidad sólo anteaquellas mujeres que se lo merecen. Estesexismo benevolente suscita conductas proso-ciales como las de ayuda o protección hacialas mujeres.

La dimensión más hostil comparte con elsexismo tradicional su tono afectivo negativo.Por su parte, la dimensión más benevolente,que despliega un tono afectivo positivo, no esen realidad algo nuevo, de hecho se refleja enla ética de las religiones cristianas, de tan largatradición en los países más occidentales. Enéstas se transmite la visión de las mujerescomo débiles criaturas que han de ser protegi-das y al mismo tiempo colocadas en un pedes-tal en el que se adoran sus roles “naturales” demadre y esposa, de los que no debe extralimi-tarse. En un reciente estudio en colaboracióncon Glick (Glick, Lameiras y Rodríguez, 2002)comprobamos como las personas más religio-sas son precisamene las que se adscriben aactitudes más benevolentes.

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Por tanto, lo realmente novedoso de la teo-ría propuesta por Glick y Fiske (1996, 2001) esla combinación indisociable de la forma hostily benevolente de las actitudes hacia las muje-res, que representarían las formas de sexismomás modernas y que conforman el sexismoambivalente. Éste brota del reconocimiento dela dimensión relacional–dependiente entre lossexos como eje articulador.

Para desarrollar esta teoría del sexismoambivalente, Glick y Fiske (1996, 2001) recu-rren a la posición teórica de la ambivalenciapropuesta por Katz (1981) y Katz y Hass(1988). La ambivalencia en términos generalesse define como el resultado de albergar valo-res que son contradictorios o bien conflictivosentre sí. Estos autores afirman que esto es loque le sucede a muchas personas en EstadosUnidos. Por una parte, valoran muy positiva-mente el igualitarismo como la base de losprincipios democráticos. Pero, por otra parte,sobrevaloran el individualismo que constituyeun reflejo de los principios de la ética protes-tante. Estos valores de igualitarismo e indivi-dualialismo pueden entrar en conflicto, sobretodo a la hora de regular la expresión de losprejucios raciales. Si estas personas se adhie-ren al igualitarismo, les llevaría a mostrar sim-patía hacia los y las afroamericanos y ademásreconocerían públicamente que se les hasubordinado y humillado a lo largo de la his-toria. Pero la adhesión al individualismo lesllevaría en la dirección contraria. Katz y Hass(1988) afirman que el choque entre los valo-res de igualitarismo e individualismo produceen una persona una dualidad actitudinal, quepuede traducirse en actitudes positivas o enactitudes negativas. Además la ambivalenciaactitudinal genera un malestar psicológico, yaque las personas buscan activamente la con-sistencia (Festinger, 1957).

Siguiendo esta línea argumental Glick yFiske (1996) parten de que la ambivalenciasexista se origina en la influencia simultáneade dos tipos de creencias sexistas porque sondos constructos subjetivamente vinculados asentimientos opuestos hacia las mujeres. Si

bien esto sucede sin experimentar conflicto,ya que según Glick et al. (1997) el sexismoambivalente es capaz de reconciliar las creen-cias sexistas hostiles y las benevolentes sinsentimientos conflictivos. Así lo sugiere la altacorrelación entre sexismo hostil y benevolen-te (Glick y Fiske, 1996). La forma en que seevitan los conflictos entre actitudes positivas ynegativas hacia las mujeres es clasificándolasen subgrupos. Uno de mujeres “buenas” yotro de mujeres “malas”, en los que se inclu-yen aspectos positivos y negativos del sexismoambivalente. Las primeras merecen un trata-miento hostil y las segundas merecen ser tra-tadas con benevolencia. Por tanto establecersubtipos polarizados de mujeres, unas coloca-das en un pedestal y otras arrojadas a la cune-ta (Travris y Wade, 1984) se convierte en fruc-tífera estrategia para evitar los sentimientosconflictivos. Utilizar categorías automáticas,basadas en pistas como la apariencia física olos roles sociales, guía las reacciones antecada mujer. Por tanto, en vez de experimentartensión emocional, vulnerabilidad y conflicto,se clasifica a cada mujer en función de losestereotipos que se cree que la definen y seactúa en consecuencia.

De hecho, Glick y Fiske (1997) comprue-ban que los hombres establecen tres tipos degrupos de mujeres: las tradicionales, las notradicionales y las sexys. Las mujeres querepresentan el rol de amas de casa, las muje-res profesionales que se desarrollan tambiénen el espacio público, no exclusivamente elprivado, y finalmente las sexys. Los hombressexistas temen al grupo de mujeres no tradi-cionales porque retan su poder; así como a lasmujeres denominadas sexys, porque temenque ellas con su poder de seducción, juntocon el interés de los hombres por el sexo, lesarrebaten también su poder. Estas mujeresson definidas como peligrosas, tentadoras ysensuales, y los hombres sexistas suelen man-tener actitudes hostiles hacia ellas.

Todo ello nos lleva a establecer que conel sexismo ambivalente, los hombres pue-den mantener una consistencia actitudinal

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que implica despreciar a algunas mujeres yamar a otras. El sexismo hostil se aplicacomo un castigo a las mujeres no tradiciona-les, como mujeres profesionales y feministas,porque estas mujeres cambian los roles degénero tradicionales y las relaciones depoder entre hombres y mujeres. Mientrasque el sexismo benevolente es una recom-pensa para las mujeres que cumplen losroles tradicionales porque estas mujeresaceptan la supremacía masculina. Por consi-guiente, el sexismo hostil y el sexismo bene-volente actúan como un sistema articuladode recompensas y castigos con la finalidad deque las mujeres sepan cuál es su posición enla sociedad (Rudman y Glick, 2001).

Esto ha llevado a Click y Fiske (1996,2001) a preguntarse si el sexismo hostil sedirige hacia un grupo determinado de muje-res y el sexismo benevolente hacia otrogrupo. Estos autores razonan esta afirmaciónplanteando que es posible que a nivel ideoló-gico pueda resultar fácil a los hombres cate-gorizar a las mujeres en subgrupos, favora-bles o desfavorables, pero cuando se valora amujeres concretas esto es más complicado,especialmente cuando existe una vinculaciónafectiva con ellas. Se pone de manifiesto asíque el sexismo hostil y sexismo benevolenteconviven, por ejemplo en las actitudes haciauna hermana que se ha convertido en femi-nista o hacia una pareja a la que inicialmenterecompensa con el sexismo benevolente yfinalmente castiga con el hostil si ésta lorechaza (Glick y Fiske, 2001).

FUNDAMENTOS DELSEXISMO AMBIVALENTELas actitudes hostiles y benevolentes hacia

las mujeres tienen un origen ancestral, ya queambos tipos de actitudes están claramentesimbolizadas en la mitología griega.Concretamente Glick y Fiske las sitúan en elpoema épico La Odisea de Homero compues-to hace 3 millones de años. Este poema narrael regreso del héroe griego Ulises (tambiénllamado Odiseo) de la guerra de Troya. El

relato abarca sus 10 años de viajes hasta reu-nirse con su amada esposa Penélope, que sepresenta como el ideal griego de feminidadhermosa, inteligente y complaciente; asícomo pilar de la casa, prudente, fiel y subordi-nada al marido. Hasta que Ulises no pudo reu-nirse con ella estaba incompleto. A su vez,Penélope necesitaba la protección de su mari-do frente a los pretendientes que le surgierondurante su larga ausencia. Los componentesdel sexismo benevolente se manifiestan en elrelato con una Penélope integrada en el roldoméstico y marital que necesita el cuidado yprotección de su esposo. Por otra parte, algu-nos de los obstáculos que retrasaron el regre-so de Ulises con su esposa se manifiestan enel poema en forma de mujer, de sirenas queintentaron atraparlo. Circe, una hechicera queusó su belleza para tentar a la tripulación deUlises intentando detenerla para poder asídestronarlo. Parte ésta en la que se manifiestael sexismo hostil, que considera que las muje-res usan sus encantos y su sensualidad pararebatir el poder de los hombres.

Glick y Fiske (1996, 1999, 2000) sugierenque tanto el sexismo hostil como el sexismobenevolente tienen sus raíces en las condicio-nes biológicas y sociales que son comunes atodos los grupos humanos. Y giran en conse-cuencia en torno al poder social, la identidadde género y la sexualidad, y se articulan entorno a tres componentes comunes: el pater-nalismo, la diferenciación de género y la hete-rosexualidad. Cada componente refleja unaserie de creencias en las que la ambivalenciahacia las mujeres es inherente, ya que presentaun componente hostil y otro benévolo.

Glick y Fiske (1996) definen el paternalis-mo como la forma en la que un padre se com-porta con sus hijos e hijas: por un lado, lesaporta afecto y protección y, por el otro, elpadre es el que manda sobre sus hijos e hijas.Esta concepción está intimamente relacionadacon la visión ambivalente del sexismo, porqueincluye dos dimensiones: el paternalismoprotector y el paternalismo dominador. Elsexismo se materializa por un lado en un

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paternalismo dominador que desencadena elsexismo hostil, donde se asienta la estructuradel patriarcado que legitima la superioridadde la figura masculina, considerando a lasmujeres como seres incapaces, incompeten-tes y también peligrosos, debido a que inten-tan arrebatar el poder de los hombres. Porotro lado, el sexismo se materializa igualmen-te en un paternalismo protector que desenca-dena el sexismo benevolente, y que los hom-bres aplican a las mujeres que desempeñanroles tradicionales, ya que las considerancomo criaturas débiles y frágiles a las que hayque colocar en un pedestal y protegerlas. Elpaternalismo protector puede coexistir con sucomplementario dominador porque los hom-bres dependen del poder diádico de las muje-res como esposas, madres y objetos romáti-cos. Así las mujeres tienen que ser amadas,acariciadas y protegidas, ya que su debilidadrequiere que los hombres cumplan con supapel protector y de sustento económico.Brehm (1992) establece que, en las relacionesheterosexuales, el paternalismo dominador esla norma. De este modo, en matrimonios tra-dicionales, tanto el hombre como la mujerestán de acuerdo en que el hombre es el quedebe ejercer la mayor autoridad y a su vez pro-veer y proteger el hogar, con una esposa quedepende de él para mantener su estatus eco-nómico y social. Carés (2001) sugiere que lasmujeres, además de aceptar este paternalismo,son las encargadas de transmitir los valorespatriarcales y de salvaguardarlos, es decir, seespera que las mujeres no sólo se somentan alpatriarcado sino que se conviertan en agentesde difusión de esta ideología sexista.

El segundo componente en el que subya-ce el sexismo hostil y benevolente es la dife-renciación de género (Glick y Fiske, 1996).Todas las culturas usan las diferencias biológi-cas (físicas) entre sexos como base para hacerdistinciones sociales que supone la asignaciónde valores, cualidades y normas en funcióndel sexo al que se pertenece. Al igual que enel paternalismo, en la diferenciación de géne-ro también nos encontramos con las dos caras

del sexismo: por un lado está la diferencia-ción de género competitiva y por el otro ladiferenciación de género complementaria.La diferenciación de género competitiva sepresenta como una justificación sobre elpoder estructural masculino, ya que consideraque solamente los hombres poseen los rasgosnecesarios para poseer el poder y gobernarlas instituciones socio–económicas y políticas.A su vez, también afirman que las mujeres, alser diferentes de los hombres, como porejemplo al tener en cuenta su mayor debili-dad, no cuentan con las características, ni conla capacidad necesaria para poder gobernar yque, por tanto, su ámbito de actuación queda-ría limitado a la familia y al hogar. Por otrolado, los hombres son conscientes del poderdiádico de las mujeres que les hace dependerde ellas. Este poder hace que los hombresreconozcan que las mujeres tienen caracterís-ticas positivas (Eagly y Mladinic, 1993) quecomplementan las suyas. Esto es lo que cons-tituye la diferenciación de género comple-mentaria. Para el sexista benevolente las carac-terísticas de las mujeres complementan lascaracterísticas de los hombres, mientras quepara el sexista hostil determinadas característi-cas de las mujeres, como la sensibilidad, lascolocan en un plano inferior y las hacenincompetentes para ejercer el poder.

Finalmente Glick y Fiske (1996) sitúan enla heterosexualidad uno de los más podero-sos orígenes de la ambivalencia de las actitu-des de los hombres hacia las mujeres.Berscheid y Peplau (1983) afirman que lasrelaciones romáticas heterosexuales son defi-nidas por hombres y por mujeres como unode los principales factores para llegar a teneruna vida feliz. Al igual que los anteriores com-ponentes, la heterosexualidad tiene dos ver-tientes: la intimidad heterosexual y la hostili-dad heterosexual. Glick y Fiske (1996) esta-blecen que la motivación sexual de los hom-bres hacia las mujeres puede estar unida a undeseo de proximidad (intimidad heterose-xual), lo que alimenta el sexismo benevolente.Pero las relaciones románticas entre hombres

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y mujeres suponen a veces una amenaza paralas mujeres. Ya que la agresión masculina, enculturas que promueven las desigualdades degénero (Bohner y Schwarz, 1996), y la amena-za de la violencia sexual han sido popularmen-te caracterizadas como unas medidas por lascuales los hombres controlan a las mujerespara mantener las desigualdades. La depen-dencia diádica de los hombes respecto a lasmujeres crea una situación inusual en la quelos miembros del grupo dominante sondependientes de los miembros del gruposubordinado, alimentando el sexismo hostil.Así las mujeres por medio del sexo tienen elpoder para satisfacer el deseo de los hombresen su intimidad heterosexual.

LA DIMENSIÓN “REAL”DEL SEXISMO AMBIVALENTELas formulaciones teóricas relativas al

sexismo más moderno en su concreciónambivalente encuentran apoyo empírico. Losestudios confirman la existencia de un sexis-mo ambivalente, resultado de la combinaciónde dos tipos de sexismo: sexismo hostil ysexismo benevolente, piedra angular de lateoría formulada por Glick y Fiske (1996). Yesta confirmación empírica, inicialmente apor-tada por los propios autores, es posterior-mente reafirmada en investigaciones paralelas(Eckes y Six, 1999; Mladinic et al., 1998;Expósito et al, 1998).

Si reconocemos que el sexismo ambivalen-te hacia las mujeres, tanto en su vertiente hos-til como benevolente, mantiene a la mujer enun lugar asimétrico y jerárquicamente inferioral del hombre, es esperable que sean ellos losque se adscriban a tales actitudes en mayormedida. Lo que confirman sistemáticamentelos estudios llevados a cabo hasta la fechadentro (Lameiras, Rodríguez y Sotelo, 2001;Moya y Expósito, 2000) y fuera de nuestrasfronteras (Glick y Fiske, 1996; Glick et al.,2000; Masser y Abrams, 1999, Eckehamar,Akrami y Araya, 2000). Convirtiéndose ésta,como cabría esperar, en la principal variableindependiete a estudiar.

Junto a estos planteamientos, surge otracuestión importante para el debate. Ésta es enqué medida el sexismo ambivalente, constitui-do por ideologías sexistas complementarias,es el fruto de la emancipación que las mujereshan experimentado en las sociedad másindustrializada o, por el contrario, se reprodu-ce en todas las culturas. A esta cuestión seintenta dar respuesta a través del estudiotranscultural de Glick et al. (2000), en el queparticipa nuestro equipo, y que abarca unamuestra de 15.000 hombres y mujeres de 19naciones de los cinco continentes, entre ellasEspaña. Los resultados de este macro estudioconfirman la presencia del componente hos-til–negativo y benevolente–positivo en lasactitudes elicitadas hacia las mujeres en todaslas culturas estudiadas. Resultados que tam-bién confirma nuestro estudio con 1639 estu-diantes universitarias de seis países iberoame-ricanos (Lameiras et al., 2002).

Sin embargo, aunque son los hombres entodas las culturas estudiadas los que manifies-tan un mayor sexismo hacia las mujeres, éstasno están exentas de este tipo de actitudes.Especialmente del sexismo benevolente que,al estar asociado a un tono afectivo positivo yenmascarar su verdadera esencia sexista, esmás fácilmente asumido incluso por las pro-pias mujeres. De hecho, en países comoCuba, Nigeria, Suráfrica y Botswana, las muje-res son más sexistas benevolentes (Glick etal., 2000). Los argumentos de los autores paraexplicar estos resultados afianzan la idea deque el sexismo benevolente podría actuarcomo una estrategia de autodefensa en aque-llos casos en los que la mujer se encuentra enun contexto con un elevado sexismo hostil,en los que las mujeres tendrían un gran incen-tivo para aceptar el sexismo benevolente yganar la protección y la afectividad de loshombres. Lo que parece, sin duda, paradójicoya que las mujeres buscarían protección preci-samente de los miembros del grupo del quereciben las amenazas y opresiones. Pero estoreafirma la compleja relación de dependen-cia–independencia que caracteriza a los sexos.

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A pesar de los resultados que confirmanque el sexismo ambivalente es un ideologíaque parece pervivir en todas las culturas, otrainteresante cuestión es la de determinar hastaqué punto el arraigo de las actitudes sexistasestá asociado al nivel de desarrollo de un país.Esta cuestión es indiscutiblemente relevante,ya que si la evolución de la ideología sexistaestá, como cabría esperar, condicionada porel desarrollo del país, una de las principalesconsecuencias de esto será promover todasaquellas acciones que contribuyan a dichodesarrollo y contribuir con ello a superar losestereotipos sexistas. Aunque con las limita-ciones que impone el no disponer de mues-tras representativas a nivel nacional, en elestudio transcultural del que hemos habladode Glick et al. (2000) se comprueba que laspuntuaciones, tanto de sexismo hostil comobenevolente, correlacionan negativamentecon los indicadores sociales a nivel nacionalde igualdad de género, entre los que seencuentran el porcentaje del salario de lamujer con respecto al del hombre en puestossimilares, el porcentaje de mujeres en puestosejecutivos y políticos, el número de hijos pormujer o el porcentaje de población universita-ria. De modo que las ideologías sexistas refle-jan las desigualdades sociales entre sexos.Esto supone que en los países con un mayoríndice de desarrollo humano se asumen enmenor medida los estereotipos tradicionalespara los sexos. Estos resultados se confirmantambién en la muestra de países iberoamerica-nos (Lameiras et al., 2002), comprobándoseademás que esta relación es incluso más mar-cada para los chicos. De hecho, en el recienteestudio en colaboración entre Glick y nuestroequipo (Glick, Lameiras y Rodríguez, 2002) secomprueba que el nivel de estudios correla-ciona significativamente con la adscripción aactitudes sexistas, de tal modo que a mayorinstrucción menor sexismo, tanto en su ver-tiente hostil como benevolente.

La importancia que el progreso socialtiene en la elicitación de actitudes menossexistas hacia las mujeres nos lleva a plantear-

nos otra interesante cuestión: en qué medidalos cambios sociales se reflejan en las actitu-des de toda la población de estudio o si, porel contrario, estas actitudes están tambiéndeterminadas por el propio período evolutivoen el que se encuentra el sujeto. Para dar res-puesta a esta cuestión llevamos a cabo unestudio (Lameiras, Rodríguez y González,2004) con una muestra de 1003 sujetos elegi-dos aleatoriamente de la comunidad gallegaentre las franjas de edad de 18 y 65 años. Losresultados de este estudio confirman que esel colectivo de personas mayores de 42 añosel que muestra actitudes más sexistas, tantoen la vertiente hostil como benevolente, hacialas mujeres y, lo que es más interesante toda-vía, a partir de esta edad desaparecen las dife-rencias entre sexos. La explicación a estosresultados la podemos encontrar en la reali-dad socioeconómica que ha caracterizado aEspaña con los cambios que se inician en ladécada de los 60, en sintonía con los que seproducen en el resto de Europa, y en algunospaíses de forma más marcada aún.

Estos argumentos realtivos al progresosocial nos derivan a concluir que será la pobla-ción más jóven, aquella situada en la franja deedad entre 18–22 años, la que presente actitu-des significativamente menos sexistas. Perolos datos muestran que las actitudes sexistasdisminuyen —no se incrementan— desde los18 hasta los 42, en un proceso más claro paralas mujeres que para los hombres, danto lugara un proceso más de u invertida que linealascendente, como cabría esperar. Esto noslleva a plantearnos en qué medida y, especial-mente con relación al sexismo benevolente, sisu sutileza constituye una hábil trampa a laque sucumben incluso las mujeres autodescri-biéndose con actitudes benevolentes e inclu-so hostiles. De hecho, en el estudio previocon una población de adolescentes escolariza-dos en enseñanza secundaria obligatoria,comprobamos que sus actitudes sexistas sonincluso mayores que las asumidas por elcolectivo de 18–22 años (Lameiras, Rodríguezy Sotelo, 2001). Reafirmando el proceso de u

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invertida entre la población más jóven —entre12–16 años— y la de más edad entrevistada —65 años—. Esto impone la necesidad de incor-porar junto a la explicación que viene dada delos cambios sociales acaecidos en los últimoscuarenta años en España a favor del progresosocio–económico, también cambios a nivelevolutivo. Ello nos debe hacer pensar en quémedida el sistema educativo, familiar y socialsiguen transmitiendo una visión esterotipadade los sexos de la que se imprengnan los y lasmás jóvenes desde una toma de posición acrí-tica y que la entrada en la madurez, y sobretodo la incorporación a responsabilidadesprofesionales y familiares, llevan especialmen-te a las mujeres a ser conscientes del sexismoimplícito tanto en el trato hostil como bene-volente que reciben.

CONCLUSIÓNLa presencia de actitudes sexistas más suti-

les y encubiertas que conforman el sexismomoderno y, especialmente, en la conceptuali-zación del sexismo ambivalente en el que secombinan actitudes hostiles y benevolentes,es necesario reconocer el efecto perniciosoque ejerce este nuevo sexismo en la consuma-ción de la igualdad entre los sexos. El sexismobenevolente, que enmascara su verdaderaesencia sexista detrás de su tono afectivo posi-tivo, es sin duda más pernicioso para los obje-tivos de igualdad entre los sexos al quedar suesencia sexista desdibujada bajo su tono afec-tivo positivo. Hay que recordar que el sexismobenevolente sigue siendo sexista ya que rele-ga a la mujer a “otro” lugar, al ser limitada aciertos roles que se incluyen en los estereoti-pos de feminidad (“nurture”) que se vinculana su capacidad reproductiva y maternal.

Pero la transformación de esta realidad,requiere toda una revolución con relación alos significados atribuidos a ser hombre ymujer que permita la modificación de las opi-niones, actitudes y comportamientos estereo-tipados y, con ello, tanto la superación de losestereotipos descriptivos como prescriptivos,es decir, lo que se espera que debemos hacer

y ser en función de nuestro sexo y superarcon ello el “conservadurismo cultural” del quetodavía nos impregnamos.

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Etapas evolutivas del existente corpóreo sexual1Anna Arnaiz Kompanietz *

El sujeto existente es corpóreo, sexuado y sexual. Su proceso de desarrollo se enca-mina hacia la adquisición de la autonomía propia, hacia ser uno mismo real y, portanto, carnal, hacia la autorrealización como individuo concreto en su particularnarrativa biográfica.En esta comunicación, se sigue su trayectoria por las distintas etapas evolutivas de sutotalidad viviente, que va desplegándose a lo largo de su formación existente en unproceso continuo de sexuación, sexualidad, erótica y amatoria. Cada período se organizaen torno a la consecución de unos objetivos ónticos, necesarios para la pausada confi-guración del sujeto existente. En todo momento, las necesidades, las fuentes de gratifi-cación, el interés, los significados de lo percibido, las vivencias, los deseos, los temoresy la actitud se relacionan estrechamente con el contexto situacional madurativo delindividuo en formación y, por ende, con sus objetivos ónticos.El sujeto existente es comprendido desde el paradigma no–dual, es decir, como cuer-po integral no escindido en cuerpo y mente o espíritu, sino como la conciencia de serhecha carne sexuada y sexual —un cuerpo–palabra unificado, concreto y real, mujer uhombre, en el continuum narrativo de su viva biografía, que se va escribiendo instantea instante vivido.Palabras clave: existente corpóreo sexual, conciencia encarnada, cuerpo–palabra, sujetoexistente, sexuación, sexualidad, erótica, amatoria, etapa evolutiva, objetivo óntico, nece-sidades, fuente de gratificación, interés, significado vivencial, duelo óntico, llegar a ser.

EVOLUTIONARY STAGES OF THE SEXUAL CORPOREAL INDIVIDUAL The existing individual is corporeal, sexuated and sexual. The individual's developingprocess aims at an acquisition of self-autonomy, at being real with his/herself, and,being flesh, at self-fulfilment as a specific individual in his/her personal biography.In this paper, the different evolutionary stages of his/her path are followed. The indi-vidual unfolds the stages through out his/her formation in a continuous process ofsexuation, sexuality, erotica and amatoria. Each stage is organised around the achie-vement of certain ontic aims, which are necessary to shape the existing individual.All along the needs, the sources of gratification, the interests, the meaning of what'sbeing perceived, the knowledge gained from experience, the desires, the fears and theattitude are tightly related with the maturing context of the developing individual,and hence with the ontic aims.The existing individual is understood from the non-dual paradigm, namely, as anintegrated body not divided into body and mind or spirit. It is understood to be as aconscientious being made up of sexuated and sexual body, a unified body-word, spe-cific and real, a man or woman, in the narrative continuum of his/her living bio-graphy, which is being written at every instant of his/her experience.Keywords: corporeal sexual individual, incarnate conscience, body-word, existingindividual, sexuation, sexuality, erotica, amatoria, evolutionary stages, ontic aims,needs, source of gratification, interests, existential meaning, ontic duel, to become.

Anuario de Sexología2004 • Nº 8 • pp. 103–143

© Anuario de Sexología A.E.P.S.ISSN:1137–0963

* Sexóloga y médica. E-mail: [email protected]

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ANNA ARNAIZ KOMPANIETZ

UNAS PALABRAS DE INTRODUCCIÓNQuisiéramos hacer constar que no es

nuestro objetivo ser muy exhaustivos y agotarel tema describiendo con detalle la evolucióndel existente corpóreo. Sobrepasa con crecesel espacio que le podemos dedicar. Sólo pre-tendemos perfilar los acontecimientos madu-rativos y su lógico suceder desde esa totalidadorgánica existencial que es el individuo —cuerpo sexuado y sexual, conciencia encarna-da que siente y piensa en cada instante vividodesde sí misma, biográfica y situacional—,que nos ayuden en la apasionante aventura dela inteligibilidad del ser humano sexual.

La experiencia de vivir implica un procesode maduración cuyo principal objetivo es laadquisición de la autonomía propia comosujeto existente. Se entreteje con el objetivoóntico de llegar a ser uno mismo, que perma-nece casi siempre oculto en su sombra, dedesarrollar las potencialidades y conseguirautorrealizarse como persona concreta y, portanto, corpórea, como mujer u hombre. Es unmandato que se inscribe en la hondura carnal.

Esta intención de ser se expresa de formadiferente en cada etapa evolutiva, procurandosatisfacer las necesidades propias del momen-to de crecimiento, lo cual posibilita el ir avan-zando en la senda del desarrollo individual. Loúnico que permanece constante es el cambio.Toda vivencia de esta conciencia encarnada esúnica y personal, actualizada en cada situa-ción. Nada se repite. Lo que va sucediendoproduce una transformación existencial en elsujeto en formación, el cual, a su vez, la trasla-da a su mundo, lo moldea en la actualizaciónvivencial en un afán de coherencia entrelaza-da de lo interno y lo externo.

En el existente corpóreo cohabitan dosfuerzas contrapuestas que se enraizan en su

condición carnal y, por ende, mortal. Son latendencia óntica de llegar a ser y el miedo aser, pues implica la consciencia de la propiatemporalidad finita. Se traducen en la vincula-ción con la vida o con su encubierta e incons-ciente negación. Es un conflicto inherente alindividuo, que le precipita en una oscilacióncontinua entre la progresión y la regresión,entre avanzar en su desarrollo y retroceder aetapas anteriores.2

Sin embargo, estamos predeterminados acompletar nuestro crecimiento, con mayor omenor éxito. El crecer se vincula con el descu-brimiento, con el placer y con la incorpora-ción del miedo en la carnalidad. Si se acepta yse reconoce, se puede trascenderlo y compro-meterse a vivir la siempre trepidante aventuraexistencial de cada cual. Supone tener valorpara ubicarse en la realidad personal y partirde ella, no huir hacia el mundo de los sueñosperpetuos, sino implicarse en el cultivo de símismo, en el deseo de llegar a ser, sea cualsea el punto de partida actual. Respetar elmundo propio, pues es biográfico, y seguir unritmo razonable para uno mismo. Sintonizarcon el deseo y no con el miedo o el rencorhacia los otros, el destino o las circunstancias.

La autoevitación o la autojustificación noson buenas compañeras de viaje por la vida.Tampoco lo es la culpa existencial, ya queparaliza el proceso de crecimiento, lo reducea una caricatura desvitalizada. Nunca esdemasiado tarde para intentar alcanzar unbienestar en el ser, que seguro que repercuti-rá en el expresarse y en el hacer. Se relacionacon la satisfacción profunda, el placer y elorgullo de ser una persona carnal concreta,no un ideal viviente.

Lo que nos rodea, lo externo, sólo es unaparte de nuestra historia. Lo que somos, lo

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Existe una fuente central de energía en el organismo humano, que con seguridad es unafunción de todo ser definida como una tendencia hacia la realización, hacia la actualización,no solamente hacia el mantenimiento sino también hacia el crecimiento del organismo.

CARL ROGERS, Orientación psicológica y psicoterapia

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interno, es la otra. Somos causas y no merosefectos. Podemos enfrentarnos a lo que hahabido antes, aceptarlo, comprenderlo, tras-cenderlo y construir poco a poco lo que va ahaber a partir de ahora. Lo pasado no deberíaser la razón de todo lo que va a suceder. Esposible cambiar de rumbo y mutar la direc-ción de los acontecimientos. Para ello esnecesario comprometerse con el proceso decrecimiento, caracterizado por la expansiónde la conciencia, que hace emerger otrosmundos en la actualización de la misma reali-dad, la cual cambia en este procedimiento alser percibida e interpretada de una maneradiferente. Ésta, a su vez, moldea el cuer-po–palabra haciendo emerger nuevas formasestructurales o traducciones fisiológicas, yaque es una totalidad orgánica viviente. Somosnaturaleza culturizada y socializada hechaverbo existencial que se actualiza en cadamomento vivido.

Así, los significados que le damos a lossucesos y las vivencias se relacionan estrecha-mente con el instante evolutivo en que esta-mos y con nuestro nivel de la conciencia deser hecha carne sexual. Por eso, los besos nosignifican lo mismo para un niño que para unadulto y entre éstos, para los individuos queestán en un nivel determinado de concienciaque para otros de otro nivel. Por otra parte,cada acontecimiento, tendencia o inclinacióntienen una significación que los trasciende,influenciada por la motivación óntica no cons-ciente de avanzar en la andadura existencialindividual. Es algo transcultural y genérico,consustancial con el ser humano. De estamanera, toda percepción o vivencia nodepende exclusivamente de los sentidos, sinode su significado, que, a su vez, se vincula conel contexto vivencial en que se desarrolla, elcual le aporta sentido personal.

Vamos aprendiendo en el vivir y nosvamos transformando en el proceso. En laevolución, al incorporar la experiencia de unaetapa y trascenderla, emergen nuevos signifi-cados y nuevos mundos concordantes coneste estadio de la conciencia encarnada. Los

elementos conscientes del nivel anterior sealmacenan en la memoria biográfica vivencialy tienden a convertirse en un bagaje incons-ciente del estadio actual. Aparentemente nadaha cambiado, pero todo es distinto. El sujetoexistente —la conciencia hecha carne— ve loque le rodea y a sí mismo con ojos transfor-mados que generan una nueva visión delmundo. Ésta corresponde a una determinadacapacidad cognitiva, perceptiva y emocionaldel individuo. Implica una identidad personalfundamentada de manera diferente, con nece-sidades, deseos y miedos distintos.

Además, más allá de lo común característi-co, cada cuerpo–palabra es una versión parti-cular y peculiar de lo genérico. La infinitavariedad es lo inherente a los humanos. Cadasujeto corpóreo sexual es concreto y singular,con una biografía que le inclina a ver y a viven-ciar el mundo de una manera propia, desdeese sí–mismo que va escribiendo su peque-ña–gran historia existencial. Pero la secuenciaevolutiva de esa conciencia encarnada essiempre la misma. Comienza en el nivel arcai-co y madura poco a poco en la experiencia desu vida. Va pasando por el estadio mágico,mítico, racional y algunas pocas llegan al lógi-co, e incluso, lo sobrepasan.

No obstante, el proceso de la expansiónde la conciencia puede ser bloqueado y “fija-do” en un nivel de desarrollo determinado, yno completarse la evolución que cabría espe-rar. Los individuos nos vamos formando enrelación con los otros y éstos pueden ser muyimportantes y, a veces, definitivos en nuestravida. Moldean nuestro cuerpo–palabra en elmirar, tocar, nombrar, besar... Somos profun-damente sociales y necesitamos a otros paraser. Somos comunicativos en nuestra honduracarnal, nos vamos formando en el uso del len-guaje verbal y no verbal.

El vivir en un orden social patriarcalimpacta en nuestra piel sexuada, la palabra semuta carne sexual. En nuestro proceso desocialización, a través del lenguaje verbal quelleva codificada en sí la diferencia de lossexos, nos vamos ubicando como sujetos

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existentes. Nos va acotando una serie de pen-samientos y vivencias y no otros. Tambiéndeseos, conductas, papeles, formas de sermujer u hombre. No es algo que se puedaevitar, sólo tenerlo en cuenta, comprenderloy partir de ese “darse cuenta” en el caminarexistencial propio.

Así, quizá, se quedarían liberadas partesreprimidas de nuestro sí–mismo mutilado porser sexuado y sexual. Posiblemente, los hom-bres y las mujeres se comprenderían mejor yse respetarían más. Ambos sexos han sufridola ablación de partes de su carnalidad viven-cial, eso sí, de manera diferente, connotadapor el contexto social y cultural histórico decada colectividad. El ser conscientes de ello,quizá, nos ayudaría a co–crear una realidadsexual más hermosa y digna para todos.Comencemos a perfilar esa aventura evolutivadel sujeto corpóreo sexual, mujer u hombre.

LA NIÑEZEl proceso de la sexuación arranca desde

la concepción del futuro individuo. Éste obtie-ne una combinación de genes de sus progeni-tores única y personal que, entre otras cosas,determina su sexo genético. Los cromosomassexuales X e Y del óvulo fecundado se vantransmitiendo a través de innumerables divi-siones celulares a todas las células del organis-mo. Cada una de ellas lleva inscrito su sexogenético —XX para el femenino y XY para elmasculino.

En el segundo mes del desarrollo embrio-lógico, estos cromosomas sexuales determi-nan la formación gonadal del feto, que partiráde un precursor indiferenciado. En el cromo-soma Y existe un gen que posibilita la morfo-génesis del testículo. En ausencia de este gen,la gónada se configuraría como ovario. Lasgónadas —femenina o masculina— definen elsexo gonadal del individuo. Lo habitual es queéste coincida con el genético, pero no siem-pre es así.

A su vez, los testículos y los ovarios, gra-cias a la secreción de las hormonas sexuales,condicionan la diferenciación de los genitales

internos y externos.3 Así, la presencia de latestosterona en la sangre del feto es funda-mental para proseguir su desarrollo comovarón. En su ausencia y sin tener en cuenta elsexo genético celular, la configuración delaparato genital será la femenina.4 Además,para inducir el proceso de diferenciación enel momento preciso del desarrollo fetal, la tes-tosterona tiene que estar presente en unacantidad suficiente.

Las hormonas sexuales van actuandosobre la totalidad orgánica del futuro ser, acti-vando y desactivando genes de las células,estén donde estén éstas. Para ello tienen queser reconocidas por las células y ligadas a susreceptores, hecho que desencadenará larecepción del mensaje codificado para latransformación configurativa. Todo tiene suacontecer evolutivo lógico en esa epopeya delcrecimiento acelerado. No se da por parcelasseparadas, sino en coordinación sincrónica enese proyecto integral de formación de un serhumano que podrá enfrentarse con la luz trassu nacimiento.

En ese complejo proceso continuo esposible que se den influencias externas y tam-bién bloqueos o interrupciones. No olvide-mos que el embrión está comunicado con elmundo externo a través de la madre, de sutorrente sanguíneo que le aporta nutrientes,tóxicos y hormonas maternas, las cuales codi-fican su mundo con sus emociones. Quedapor determinar hasta qué punto influyen en eldesarrollo fetal, tarea que es difícil y complica-da, ya que no se puede experimentar con loshumanos y las extrapolaciones de lo que suce-de con los demás animales no son aplicables anosotros, pues es innegable que existe ungran salto evolutivo en la especie humana encomparación con el resto de las especies.

La formación de los genitales externos vatranscurriendo poco a poco. Aproximada-mente, a los cinco meses de gestación estánya bastante diferenciados y determinan, engran medida, el sexo que se le asigna al bebéal nacer, que no siempre coincide con elgenético y el gonadal. Ocurre, que, gracias al

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enzima 5–alfa–reductasa, los tejidos de losgenitales externos pueden convertir la testos-terona en otra hormona —dihidrotestostero-na—, la cual se liga de forma más eficaz alreceptor celular y, así, desencadena una dife-renciación masculina sin una presencia abun-dante de la primera. Si falta este enzima, lacantidad de testosterona para completar latransformación de los genitales en direcciónmasculina puede que no sea suficiente y losgenitales externos se configurarán comofemeninos en un bebé de sexo genético ygonadal masculino.

El proceso de la sexuación es un conti-nuum coordinado y situacional, ya quedepende y se relaciona con las circunstanciasvivenciales de esa carnalidad existencial enconstante cambio y actualización. No obstan-te, existen períodos críticos en los cuales lapresencia en cantidad suficiente de la testos-terona o su ausencia determinan la direcciónde la sexuación. Esta hormona también actúasobre las neuronas interviniendo en la mode-lación cerebral que imprime el desarrollosexuado de ese proyecto humano sexual.

Las hormonas sexuales promueven lasupervivencia de unas neuronas y favorecenla muerte de otras, que no son necesariaspara el desarrollo preprogramado. Van“podando” el universo neuronal. Determinanel número de conexiones sinápticas diversas,que van “fabricando” mensajes coherentes,los cuales van a ir llegando al resto de la tota-lidad orgánica corporal, y perfilarán y crearánestructuras a través de la activación e inhibi-ción de distintos genes en cada célula, porlejos que esté en ese inmenso conglomeradovivo existencial. Todo ocurre en una creaciónsincrónica de esa totalidad carnal sexuada, ylo que va sucediendo abre camino a lo queestá por venir después. Cada paso lleva consi-go un sentido que le trasciende en ese afánde completar su ciclo vital, hilvanado en elmandato de supervivencia de ese ser que seva desarrollando.

Tras el nacimiento, el proceso de sexua-ción sigue su curso en el marco de la constan-

te maduración del pequeño ser, de la con-ciencia encarnada que se va desplegandopoco a poco en el vivir la vida propia. El cere-bro del neonato se va desarrollando lenta yprogresivamente. Sus regiones lo hacen adiferente velocidad, que concuerda con lasprioridades formativas de cada etapa de creci-miento de la totalidad orgánica carnal.

Aproximadamente, a los dos meses devida, en los bebés de sexo masculino, se pro-duce un segundo pico de testosterona circu-lante, que, con probabilidad, tiene que vercon su sexuación cerebral, y contribuye acompletar el desarrollo corporal integral mas-culino, favoreciendo la producción de unosmensajes e inhibiendo otros, promoviendo lasupervivencia y la proliferación de unas célu-las y la muerte de otras innecesarias, que irámoldeando la carnalidad sexuada.

Todavía, las diferencias sexuales del cere-bro humano no se conocen con exactitud,pero lo que sí parece claro es que no son detipo “todo o nada”. Tienen lugar en el contex-to vivencial del sujeto existente como totali-dad orgánica en constante cambio existencial,en permanente actualización vital; por eso laplasticidad es una característica del tejidocerebral, más aún en etapas de grandes trans-formaciones madurativas. Es difícil precisar siesas diferencias son causas o efectos de loque acontece, pero sí se puede decir quetodo lo que ocurre al individuo se registra dealguna manera en su corporalidad situacional—que es sexuada y sexual—, impregnada dela intención de sobrevivir y completar su ciclovital desde sí misma, lo cual unifica lo ontogé-nico personal y lo filogenético humano.

Durante las primeras semanas de vida per-vive la relación simbiótica entre el bebé y lamadre. Los pequeños dependen totalmentede la madre o de otra figura que la sustituye yno tienen establecidos los límites entre sí mis-mos y lo que les rodea. La conciencia de serse encuentra en su estadio más primitivo —elarcaico—, cuyo universo es fusional e indife-renciado. La madre es una madre sin rostro, laGran Madre arquetípica que es el origen de

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todo, la que reina en la desvalida realidad delbebé, repleta de apremiantes necesidadesfisiológicas básicas. Ella le da la vida cuidándo-le y se la quita si no lo hace, porque es su uni-verso sin límites, es la totalidad. Con ella esta-blece, al principio, una unidad primordialindiferenciada. Es el primer otro fusionado,anhelado y temido de forma dramáticamenteintensa. Sin ella no podría sobrevivir en estenuevo mundo de luces y de sombras inquie-tantes, de extrema menesterosidad.

En este periodo apenas existen significa-dos; sí las sensaciones de placer y de dolor,que van guiando al bebé en su crecimiento.En la etapa evolutiva en la que se encuentra,lo fundamental es satisfacer las necesidadesbásicas y llegar a delimitarse corporalmente así mismo —son sus objetivos ónticos delmomento. Para ello la fuente de mayor gratifi-cación es la oral, y la piel es sobre todo recep-tiva. La boca se convierte en el punto más sen-sitivo; con ella busca el alimento e investiga sureducido entorno. Así, comienza el periodode desarrollo sensoromotor, que es necesariopara abrir paso a los siguientes y que se pro-longa, aproximadamente, hasta los dos años.

Al comienzo de esta etapa y en ausenciade significados, el bebé necesita imperiosa-mente señales o estímulos para orientarse ensu caótico mundo indiferenciado. Tenderá abuscar placer para poder seguir avanzando ensu aventura vital, pero si éste falta se vincularáal dolor antes que no vincularse a nada y pere-cer en el oscuro vacío sin límites ni significa-dos. Tiene que alcanzar el objetivo óntico deesta etapa para pasar a otra en su epopeyahacia la autonomía. El camino que atraviesepara ello puede ser muy diverso, y es biográfi-co de cada cual y desde ese sí–mismo único ypersonal en crecimiento.

La madre o su figura sustituta es la primerapersona —la gran otra— que con sus cuida-dos y su amor ayuda a la diferenciación delbebé, a la adquisición de sus límites corpora-les. Le coge, le toca, le alimenta y limpia, leacaricia, le besa y, poco a poco, en ese terrenoamatorio nutricional, le enseña el cuerpo que

es; su amor le vuelve carne separada de loque le rodea, le muta en consciencia vivencial.El ser tocado es absolutamente vital para lospequeños. Les da placer, con el que se vincu-lan en su incipiente aventura existencial, lesestructura desde su hondura carnal concreta.Sin ello se enferman, detienen su desarrollo alno poder alcanzar el objetivo óntico de estaetapa fundamental y mueren.

Los bebés van madurando lentamente,mueven mejor sus extremidades, tocan, chu-pan, perciben más y expresan sus emocionesde forma rudimentaria, lloran, sonríen y ríen.Se comunican con los otros, que van diferen-ciándose en personas. La sabiduría de supequeño cuerpo en crecimiento guía sus con-ductas; no es algo consciente, sino que seenraiza en su hondura vital inconsciente conel mandato de realización situacional.

En algún momento entre los cinco y losnueve meses establece sus límites corporales.Así, acontece la separación de ese sí–mismocarnal frente a lo que no es él. Es algo impres-cindible para poder seguir la senda de la indi-vidualización abandonando el mundo fusionalindiferenciado. Este paso trascendente deseparación y primer “duelo” óntico tras elnacimiento —el de la pérdida de un mundosin límites ni responsabilidades— se codificapara siempre en la carnalidad de ser en formade las necesidades de fusión y de la individua-ción, que se irán procesando de múltiplesmaneras durante toda la andadura existencialsexual. Son comunes para ambos sexos, yaque la relación simbiótica entre los bebés y lamadre indiferenciada es primordial; tienelugar en un universo sin significados y, portanto, asexuado y asexual.5 Pero eso sí, en esacarnalidad concreta y singular, que no es unmero efecto de lo que le pasa.

El temperamento, la tendencia a vivenciarlos acontecimientos de una o de otra manera,el grado de tolerar la adversidad o de la nece-sidad de afecto percibido es personal de esesí–mismo que comienza a escribir su historiaparticular. Lo experimentado en estos prime-ros meses de vida se incrusta en el incons-

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ciente y pasa a formar parte de su infinita hon-dura vivencial. Inclina a ese incipientesí–mismo carnal a generar unos determinadosestilos defensivos que le ayudan a vencer lasfrustraciones y las amenazas reales o no; endefinitiva, contribuyen a formular unas expec-tativas sobre la realidad y no otras.

Si todo va bien y se consigue satisfacer lasnecesidades fundamentales de este periodopara proseguir en la senda del crecimiento,se llega a “nacer” en un nuevo nivel de desa-rrollo carnal, incorporando la experiencia delanterior en el bagaje vivencial de cada cual.En él, los pequeños existentes se identificancomo corpóreos frente a lo que no son ellos.El cuerpo se convierte en una fuente primariade identidad. Su desarrollo cognitivo seintensifica. A los siete meses, más o menos,aparecen las primeras imágenes mentales. Seempieza a distinguir y a clasificar a las perso-nas y los objetos; es el origen del dualismodicotómico cognitivo, en el que las cosas oson o no son, pero no pueden ser y no ser ala vez.

Poco a poco, la Gran Madre arquetípica sevuelve una persona con rostro. Con ella seestablece una relación concreta, única e irre-petible, muy significativa, que le abrirá albebé la puerta a un mundo infinito de sensa-ciones, emociones, exploraciones, imágenesy conocimiento.6 Sin embargo, en su fondosigue presente la madre de la etapa anterior yla relación actual con la madre individual seimpregna del primer amor simbiótico y delmiedo irracional ante la totalidad ancestralindómita, capaz de dar vida y muerte, ante lamujer–origen del mundo, de su universo par-ticular. De alguna manera esta figura se grabamuy dentro de los pequeños e influirá a lolargo de sus vidas, sin que apenas sean cons-cientes de ello.

Después de las imágenes mentales apare-cen los símbolos, que representan los objetossensoriales externos al bebé, su entorno físi-co, que es distinto a su cuerpo físico y que,poco a poco, emerge de lo no manifiesto alser percibido e introyectado. Al principio, lo

externo se fusiona y se confunde con lo inter-no. El proceso de su diferenciación y separa-ción, a la vez que incorporación simbolizadaen su mundo interno, es lento y prolongado.Se asocia con el crecimiento y la expansión dela conciencia en la experiencia vivencial, queva moldeando la carnalidad sexuada.

Al final del segundo año, si todo ha idobien, se suele llegar a la comprensión de quelos objetos físicos existen independientemen-te de uno mismo, son lo otro que no es unomismo físico. Progresivamente, el universo delos pequeños se va ampliando y se puebla designificados rudimentarios. Van explorando suentorno. Manejan mejor sus extremidades ysu piel sexuada se muta en activa descubrido-ra. Aunque la principal fuente de gratificaciónsigue siendo la boca, su interés se concretizacada vez más en adquirir conocimiento básico—es una necesidad para irse manejandomejor y avanzar poco a poco hacia la autono-mía propia— y, por tanto, la fuente de gratifi-cación también se va extendiendo por el restode la piel carnal. No es de extrañar, pues elinterés se enraiza en el inconsciente y seemparenta con nuestros objetivos ónticos,reconocidos o no.

Los pequeños se aventuran cada vez másen su reducido mundo externo para volver alos brazos abiertos de su madre y ser recon-fortados en un contexto de seguridad y amornutricio. Su actividad es espontánea desdeese sí–mismo con afán de conocer. Van clasi-ficando lo experimentado basándose en elplacer o el dolor sentido. Seleccionan lo queles gusta y lo que no. Crecen en esta tarea ycomienzan a encaminar conscientemente suconducta hacia lo que les interesa; aparecenlos primeros deseos que van configurando sucarnalidad.

Su conciencia de ser tiene que madurar. Elplacer le ayuda en ese proceso, también eldolor, del cual se servirá si falta el primeroantes de estancarse en su desplegamientoontológico. Así, el dolor conducirá al placerexperimentado al crecer y encaminarse haciala autonomía individual, se asociará con él. El

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individuo tenderá a buscar una profunda satis-facción a través del dolor. Todo esto se grabaen la hondura de la conciencia vivencial decada cual e influirá en su futuro existencialcarnal, en su búsqueda de placer imprescindi-ble para sobrevivir.

No quisiera dejar de lado la figura delpadre, que aunque no fue la totalidad del uni-verso del bebé, inscrita en su profundidadcorporal, es el primer otro con el que la rela-ción no es tan dramática como con la madre.Es muy importante que intervenga de formasignificativa en el cuidado de su bebé, porquele ayudará a salir de la simbiosis con la GranMadre y más adelante, a adquirir una identi-dad sexual sólida, cosa que no es nada baladí,pues vertebra nuestro ser. Es sustancial quelos pequeños tengan dos referentes sexuadosreales y corpóreos, siempre que esto sea posi-ble, y que se sientan queridos y reconocidospor ambos; que los ojos sexuados de los dosles vuelvan visibles y les aporten matices queles ayuden a identificarse mejor como indivi-duos carnales.

En algún momento del proceso de creci-miento se accede a la adquisición del lenguajeverbal. En el prolongado conversar preverbalcon estas figuras significativas la comunica-ción se truca en palabra, la carne se vuelveverbo pronunciado e introyectado en formasimbólica. Los niños se aprehenden en el sertocados y en el tocar, en el ser nombrados yen el nombrar. Las sensaciones se van codifi-cando en vocablos. El desarrollo mental seintensifica. Surgen los primeros pensamien-tos, los conceptos simples y los cuerpos inter-nalizan, poco a poco, lo externo simbolizado,que cada vez va ampliándose más.

Así, la palabra “no” es un símbolo que nosintroduce de lleno en la socialización. Implicaen sí un poder externo, que configura a lospequeños en incipientes sujetos sociales y, alser introyectada en su carnalidad, les estructu-ra desde su hondura de ser, a la vez carnal,mental, verbal y consciente de sí misma.7 Conel “no” viene el “sí”. Estos vocablos codificanlo que gusta y lo que no, lo que interesa y lo

que no; en definitiva, son las traduccionesmentales de las necesidades, las tendenciaspropias y los deseos emergentes. Aportan sig-nificados.

Las niñas y los niños se van expresando yautoafirmando con sus “noes” frente a susfiguras de apego. Poco a poco se van separan-do y diferenciándose emocionalmente deellas. Lo que les gusta y lo que quieren no eslo mismo que lo quiere mamá; son otra cosa,son distintos. Así, a los dieciocho meses, máso menos, los pequeños aprenden a diferen-ciar sus sentimientos de los de los demás,integran su “yo” emocional en su sí–mismocorporal. Empiezan a identificarse comoalguien corpóreo que siente y desea; emergendel mundo emocional indiferenciado.

Sin embargo, las adherencias fusionalescon la madre seguirán apareciendo a lo largode su infancia y, a veces, de toda la andaduraexistencial, ya que se incorporan en la profun-didad carnal de ser, que arranca de la totali-dad simbiótica con ella. La pérdida de launión emocional con la madre no deja de serun segundo duelo óntico, que se irá proce-sando en la experiencia vivencial. Es impres-cindible para individualizarse y seguir avan-zando hacia la autonomía propia.

Es la madre o su figura sustituta la quehace posible la satisfacción de las necesida-des de esta etapa. Las fisiológicas básicas yde amor nutricio siguen siendo esenciales.Progresivamente, la necesidad de amor vaimplicando, además de recibir amor, sentirlo,no en vano, el amor se inscribe en ser huma-no, nos muta en carne existente. Poco apoco, los pequeños “se enamoran” de suspadres, aunque este sentimiento no tengalos significados que tiene para los adultos. Elser tocado y acariciado se va ampliando atocar y a acariciar en un clima de confianza,de seguridad de ser bien recibido. Son patro-nes que se incrustan en nuestra piel vivencialy se repiten a lo largo de la biografía perso-nal, crean expectativas y moldean tenden-cias. Todo lo experimentado y sentido en laniñez nos va configurando.

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ETAPAS EVOLUTIVAS DEL EXISTENTE CORPÓREO SEXUAL

Emergen las necesidades de ser reconoci-do como uno concreto, con nombre propio,de ser visible e ir adquiriendo la identidadindividual, que siempre es sexual. Se amplíala necesidad de conocimiento que se mani-fiesta en el afán de exploración de sí mismo ydel entorno, que se amplifica cada vez más ymás. La sensación de seguridad es importan-te para aventurarse en esta ardua tarea deinvestigación.

Aproximadamente, a los dieciocho mesesy en el contexto del lenguaje verbal, lospequeños ya se identifican como niñas ocomo niños, aunque todavía no sepan con cla-ridad lo que significa esto. No olvidemos quelos significados en este periodo sensoromotorson muy rudimentarios, comienzan a emergerde lo no manifiesto al madurar la concienciade ser y desarrollarse la capacidad cognitivainfantil. Ésta, poco a poco, va entrando en elllamado periodo preoperacional (“preop”),que se extiende desde unos dos años hastalos siete. En él, la mente maneja imágenes,símbolos y conceptos que representan elmundo sensorial del pequeño. Se correlacio-na con el nivel mágico de la conciencia, en elcual los ojos que miran el universo se encuen-tran en este estadio de desarrollo y aprehen-den una visión mágica del mundo.

La experiencia vivencial sigue esculpiendoel cerebro y la corporalidad total. Se vanmuriendo células innecesarias en el proyectode la configuración del existente sexuado ysexual, y naciendo y proliferándose otras pre-cisas. Las estructuras se van moldeando en uncuerpo–palabra femenino o masculino. El pro-ceso de sexuación prosigue su curso.

La incipiente identidad sexual prescribe yposibilita una serie de vivencias desde esesí–mismo carnal en evolución. Así, los niñosvarones tienen que desidentificarse de susmadres e identificarse con sus padres. Es unaoperación mental que trasciende la unión cor-poral primordial con su madre, que era latotalidad de su mundo. Se contraponen a ellay se separan de ella mentalmente para poderser. Sufren un nuevo duelo óntico, que tiende

a escindir lo mental y lo emocional. Las niñasno padecen esta ruptura. Su identificaciónmental con la madre no va en contra de lacorporal primaria ni de la emocional. Todoesto se graba en la profundidad carnal sexualde ambos y se manifestará de distinta maneraa lo largo de su andadura vital.

La consecución de los objetivos ónticos decada pasaje genera placer, que se vincula conla tendencia de completar el ciclo vivencialpropio, hilvanada en nuestra carnalidad exis-tencial. Es necesaria para alcanzar la autono-mía individual y la autorrealización como suje-to sexuado y sexual. Aporta una honda satis-facción que puede expresarse en forma dealegría y felicidad. Así, los niños que van cre-ciendo en un ámbito nutricio y se sientenbien, se comportan desde su vinculacióninconsciente con la vida, no desde el miedo aser. Sin embargo, si crecen en un entornoadverso, se vincularán al dolor antes que novincularse a nada, pues precisan significadospara orientarse en su realidad; el dolor y elplacer les sirven para este fin. Crecemosincorporando y trascendiendo el miedo a sery es algo consustancial con el hecho de serindividuo concreto consciente de sí mismo.

Los pequeños, más que al dolor, a lo quetemen por encima de todo es a ser abandona-dos. Necesitan imperiosamente a sus figurassignificativas para completar su evolución enesta etapa; les aman y les temen con unaintensidad dramática. Con ellas establecenunos vínculos llamados “de apego”, que semanifiestan por el deseo de proximidad, fre-cuentes contactos y búsqueda de apoyo,ayuda y aprobación. Les sirven de ejemplos aimitar, de fuentes de seguridad y es con ellascon las que se comunican al principio. Sonsus primeros otros, mamá y papá.

La relación con ellos es íntima, piel conpiel, nutricia o no.8 En la interacción, se vanmoldeando los patrones defensivos de cadacual, que intentan subsanar las diversas frus-traciones. Las necesidades fundamentalesque no se satisfacen en su momento, produ-cen bloqueos que enturbian el proceso de

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crecimiento en su fluir. Generan fijaciones yposibles dependencias obsesivas de fuentesde gratificación características para cadaetapa, que deberían de ser ya superadas altrascender a otro nivel. Éstas se manifestaránde alguna manera y se intentarán procesar alo largo de la andadura vital del sujeto sexua-do y sexual.

Las figuras significativas introducen a lospequeños en el mundo de los significados yde los incipientes conceptos éticos. “Niño oniña bueno-buena o malo-mala.” “Esto esbueno” o “esto es malo”, les van dirigiendo ensu conducta para obtener la aprobación pater-na y materna, para no perder su amor, quecada vez se vuelve más exigente y, aparente-mente, más condicional. Es lógico, los niñosvan creciendo y se socializan para poderentrar a formar parte de una determinadacolectividad y, más adelante, ser miembros depleno derecho de la sociedad en la que vivan.

Así, el inocente hedonismo instrumentalexploratorio va incorporando restricciones yreglas rudimentarias. Aparecen los sentimien-tos de culpa y la represión viene de la manodel introyectado “¡no!” categórico de losotros amados y temidos. En un momentodado, se descubren los genitales externos yse les da nombre. Se aprende qué conductasson aceptables por los padres y cuáles no.Poco a poco, el cuerpo propio se va compar-timentalizando en partes públicas o enseña-bles y tocables, y otras privadas, íntimas,púdicas o, incluso, ignoradas e inexistentes.Este matiz lo aporta el significado que les danlos adultos próximos.9 Los pequeños no tie-nen significados propios, lo único que“saben” es que al tocarse sienten placer. Éstetiene un doble componente: el de reconoci-miento del sí–mismo corpóreo, que corres-ponde a un objetivo óntico, y el sensitivoexcitatorio, que lo facilita.

Los niños no son ningunos “perversospolimorfos”, lo único que pretenden es orien-tarse en su confusa y menesterosa realidad.Buscan su Verdad, pero al hacerlo, internali-zan la de los otros significativos, cuyo afecto

les es vital para la supervivencia. Su depen-dencia de estas figuras no es sólo funcional,sino también óntica. Conforman el triánguloprimordial, que sirve de base nutricia para elcomienzo de la configuración del individuosexuado y sexual.

Se encuentran en el nivel mágico de laconciencia y su capacidad cognitiva es la preo-peracional, por tanto, confunden partes contotalidades, pues sigue habiendo reminiscen-cias fusionales del periodo anterior. Las imá-genes, los símbolos y las palabras son parte deaquello que representan. Las cosas tienenvida, sentimientos e intenciones (animismo).Abunda la “magia de la palabra”, que significaque los niños procuran dominar su mundo através de la palabra dicha. Esto les motiva aldesarrollo del lenguaje verbal, ya que se afa-nan en adquirir un cierto control en su univer-so, que en este estadio es mágico. También,consideran que los deseos pueden alterar losobjetos y los sucesos.

Por lo general, en algún momento de estaetapa, los pequeños empiezan a aprender elcontrol de los esfínteres. Se vuelven conscien-tes de sus excreciones, de su “caca” y su “pis”.Para agradar a las figuras significativas vanaprendiendo, desde el amor y desde elmiedo, a manejar sus necesidades fisiológicasy a diferenciar, poco a poco, las partes y lastotalidades. Sus cacas no son ellos.

Asimismo, aprenden a “castigar” a los queles quieren dominar “fracasando” en el inten-to de contenerse. Van asimilando los juegosdel poder, al oscilar entre la sumisión con pre-mio y la rebeldía autoafirmativa que aportaotro tipo de gratificación. Internalizan elpoder de otros en un ámbito de emocionesmezcladas —aman, temen y odian. Su interésse centra en sus evacuaciones y su controlpara obtener o no la aprobación anhelada delos que les rodean. En esta etapa, se enfrentana ellos.

Los niños aprenden que tienen pene porel que sale el pis, culo y ano por el que sale lacaca; y las niñas, que no tienen el pene comolos chicos, porque son chicas y las chicas no

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tienen eso, sino un “agujerito”, culo y ano. Loincorporan simbólicamente a su mundo deescasos significados y van reforzando su iden-tidad sexual. A algunas, se les cuenta, que tie-nen vagina, e incluso, clítoris, pero eso, toda-vía, no es lo usual.

Poco a poco, los niños aprenden a orinarde pie y juegan apuntando el chorro de laorina. Disfrutan al acertar o al no hacerlo apropósito. Sienten que su pene se pone aveces duro y otras veces no. Les llama la aten-ción, les gusta tocarlo y notar como cambia;sienten placer al hacerlo. Las niñas también seexploran, pero sus vivencias son diferentes. Elclítoris no es tan notorio como el pene y no lotienen que tocar al orinar. Sienten placer,pero no lo asocian simbólicamente con unaimagen concreta, sólo con algo “allí abajo”.

Los niños de ambos sexos siguen luchan-do por el reconocimiento y por ser visibles.Lo contrario les produce mucha desazón.Piensan que si no les ven y no les hacen caso,es que no existen o les han dejado de querer.Siguen necesitando amor nutricio y contactode piel con piel. La caricia les estructuradesde su vivencial hondura carnal. El tacto lesda seguridad para seguir creciendo y sobrevi-vir a las frustraciones y caídas diarias.Literalmente, es fuente de salud para ellos.Además, en su aspecto receptivo y activo, lesaporta mucha información.

Su temor, por encima de todo, es el de serabandonados. Comprenden mejor la sucesiónhoraria y ya pueden abarcar una linealidadtemporal, un futuro y un pasado próximos.Toleran mejor la ausencia transitoria de suspadres. Las creencias y las expectativas ante larealidad se van asentando cada vez más en suexperiencia de vivir. Sus mecanismos dedefensa se van consolidando y les inclinan aesperar una serie de amenazas y no otras, quese buscan y se intentan evitar.

Los pequeños siguen presentando unaactividad espontánea muy relacionada con susnecesidades e interés, pero puesto que ya hanentrado en la senda de la socialización, tam-bién tienden a adecuarse a las expectativas y

los deseos de sus imprescindibles figuras sig-nificativas; aprenden a ser conformistas enbusca de su apoyo y aceptación, que les da laseguridad que no tienen y anhelan.

Las vivencias y el aprendizaje van modelan-do su totalidad orgánica, incluyendo el cere-bro. El proceso de “podado” neuronal y demaduración sináptica prosigue su curso.10 Losniños, como si fuesen unas esponjas ávidas deentender, se impregnan de significados y nor-mas de los otros. Observan, imitan y repitenen un ensayo continuo para aprender y sermás válidos. Lo graban en su hondura carnal ylo “olvidan” en el inconsciente vivencial.

Tienden a imitar sobre todo al progenitorde su sexo, pues necesitan ir consolidando surecién adquirida identidad sexual con suhacer, ya que no son muy conscientes todavíade su ser. Internalizan los significados sim-ples, asequibles a su capacidad cognitiva y ver-bal de “ser hombre” o “ser mujer”, basadospredominantemente en las apariencias per-ceptibles y clasificables. Por eso, los progeni-tores de ambos sexos, que les sirven de refe-rentes inmediatos, son muy importantes parasu identificación mental de uno o de otrosexo. Emocionalmente es significativo que sesientan apoyados y aceptados por el progeni-tor de su sexo, sobre todo en el caso de losniños varones, que han tenido que contrapo-nerse a la madre para adquirir una identifica-ción mental con el padre. Si no es así y sesienten rechazados, el proceso se ve dificulta-do generando posibles bloqueos, que puedenoriginar un debilitamiento de su identidadsexual y, por tanto, repercutir en las vivencias,las manifestaciones y las conductas.11 Cuandoesta figura paterna falta o está ausente, el pro-ceso de desidentificación con la madre sevuelve más difícil, dando lugar a identidadesmasculinas que intensifican la negación y laexclusión de los aspectos considerados eneste nivel cognitivo como “femeninos”, y lainclusión secundaria y un preponderantedesarrollo de los “masculinos”.

A la vez, emergen los primeros conceptosde lo “bueno” y lo “malo”, que tienen un

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doble componente: el de los otros introyecta-do y el suyo propioceptivo. Los pequeños“saben” desde muy dentro de ellos mismos loque les hace bien y lo que no, lo que está bieny lo que está mal. La ética entra en su mundode significados. Asimismo, con la emergenciade la conciencia moral aparece la culpa.

Surgen las primeras apreciaciones de loque es justo y lo que no lo es. Si ellos sonbuenos, esperan que los demás se comportencon ellos en consecuencia. Si no es así protes-tan, lloran y se desesperan. Algunos son másvulnerables que otros. Las injusticias que serepiten pueden acabar mermando su confian-za en los otros, se improntan en su carnalidade influyen en sus futuras relaciones con losdemás.12

Asimismo, se van configurando los con-ceptos de lo “bello” y lo “feo”. La bellezacomienza a ser valorada de manera desigualpor los dos sexos. La rudimentaria estéticaemerge en la realidad infantil. Progresi-vamente, se van desarrollando tendenciashacia lo bello y en algunos, incluso, necesida-des de lo bello, que se asocia con unas cosas yno con otras. Son conceptos básicos, corres-pondientes al nivel formativo global de la con-ciencia mágica hecha cuerpo existente, hechapalabra viva.

El lenguaje verbal prosigue su desarrollo yse inscribe en la carnalidad vivencial, quesiempre es sexuada y sexual. Lo que se perci-be, se siente y se piensa se codifica en pala-bras; el cuerpo se muta verbo, consciente ycomunicativo con otros, presentes o no. Seaprende a leer, lo cual expande la compren-sión del tiempo y del espacio, amplifica laconciencia de ser, cuyo mundo se agranda.

Poco a poco, la magia deja de servir paradominar el acrecentado entorno infantil. Sellega a reconocer definitivamente el poder delas figuras significativas. Son papá y mamá, ymás tarde los maestros, los poderosos quegobiernan en su universo. Es necesario apren-der sus normas y los rituales que les congratu-lan y les vuelven bondadosos y amables. Elpoder de los otros es introyectado en los

pequeños, pasa a formar parte de susí–mismo carnal. Se transmuta en una coer-ción implícita en el sujeto inmaduro, regula sucarnalidad existencial en una oscilación conti-nua entre la sumisión y la rebeldía. Sea comosea, una vez que se ha formado un marco dereferencia, una descripción determinada de larealidad, ésta tiende a autoperpetuarse por sísola, pues el sujeto se mueve en un terrenodemarcado por ella. Sea conformista o trans-gresor su conducta queda circunscrita a ella.

No obstante, no olvidemos que el indivi-duo no es un mero efecto de lo que le vapasando, ya que las vivencias de las cosas sondesde cada cual y éste siempre es único e irre-petible. Tiende hacia la autonomía y hacia larealización en cada etapa formativa y el trayec-to para ello es singular. Los caminos para lle-gar a ser, para alcanzar los objetivos ónticosde cada estadio y proseguir por la senda deldesarrollo personal son particulares e indivi-duales. Van configurando al existente sexualdesde su sí–mismo causal, que intenta desple-gar su conciencia de ser hecha carne vivencial.

En algún momento de esta andadura, laconciencia se transmuta en mítica incorporan-do su experiencia mágica en el bagaje biográ-fico inconsciente de cada uno. La visión delmundo se transforma en mítica. Nada ha cam-biado aparentemente, sin embargo, todo esdistinto. La capacidad cognitiva trasciende lapreoperacional para adquirir la habilidad derelacionar partes con totalidades, trabajar conreglas mentales y asumir roles. Es la etapa quese caracteriza por el surgimiento del pensa-miento concreto operacional o “conop”, que,según Piaget, abarca el periodo de desarrollocognitivo desde los siete hasta los once años.

Se produce una escisión entre la corpora-lidad hedonista del estadio anterior y la activi-dad mental que se prepondera, ya que sedespliega su crecimiento. Se adquieren nue-vos significados, los cuales se traducen enpalabras y se amplían los antiguos. Los niñosse van culturizando y socializando en el usodel lenguaje. La mente mítica es obsesiva-mente dualista y dicotómica, divide el univer-

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so en pares opuestos. La mente trasciende elcuerpo y comienza a introducirse en elmundo de otras mentes. La lectura ayuda enel desarrollo de esta nueva capacidad.También cambian los estímulos a los que seresponde, pues la capacidad perceptiva y elinterés se relacionan con los objetivos ónti-cos de cada etapa. Esta diferenciación entreel cuerpo y la actividad mental puede desem-bocar en una disociación, en la cual la sensiti-va corporalidad queda reprimida.

En este estadio los pequeños salen delámbito de su hogar y deben conservar su indi-vidualidad en un colectivo más amplio que elde su familia, con unas reglas concretas y máscomplejas que las parentales y las de su jardínde infancia. Se socializan en la escuela, dondetienen que guardar normas de convivenciacon otros y demostrar que han alcanzado unaserie de conocimientos. El objetivo óntico deesta etapa es incorporarse a un grupo socialmayor que su núcleo familiar, ya que el senti-do de ser humano es ser con otros, identifi-carse con otros pares y abandonar la uniónprimordial con sus progenitores, diferenciarsemás de ellos.

Por eso, la identidad del sujeto de estaetapa de desarrollo es sociocéntrica, basadaen un “rol”. La necesidad de pertenencia se vadesplazando al grupo de los pares, aunque lospadres siguen siendo figuras importantes queproporcionan seguridad y afecto nutricio. Lafuente de gratificación se va volviendo mental,de ser reconocido y aceptado por los demás,y sobre todo, por sus pares del mismo sexo.Progresivamente, el tacto, que antes era elque generaba la sensación de seguridad y pla-cer, se va sustituyendo por las caricias verba-les y sus significados reafirmativos.

Los niños se sienten orgullosos de suslogros. Experimentan placer como resultadoemocional de alcanzar un objetivo, reconoci-do o no. Disfrutan en el proceso de ir desple-gando sus habilidades y potencialidades. Elplacer se entrelaza con el desarrollo delsí–mismo, posee un significado ontológicoestructurante, no consciente e íntimamente

relacionado con la supervivencia de cualquiertotalidad orgánica existente.

El miedo característico de esta etapa es elde ser rechazado por el grupo. La sensaciónde soledad va emergiendo a la vez que se vanconvirtiendo en individuos conscientes de símismos. Poco a poco, se van dando cuenta deque las personas son más que sus apariencias,que ser de un sexo o de otro no se basa en elvestido, tareas o lo visible. Se van flexibilizan-do en la adquisición de la consciencia de símismos. A su vez, surge la incipiente profun-didad de los otros.

Sin embargo, el vivir en sociedades patriar-cales impronta diferencialmente en su carnali-dad sexual, en su cuerpo–palabra consciente ycontextual a su tiempo. El prejuicio de lasuperioridad masculina, implícito en esteorden social, impacta en su piel pensante, sin-tiente y comunicativa. Se van aprendiendomaneras de expresarse y de comportarse,características para cada sexo. Se van internali-zando los papeles sexuales vigentes, lo que seespera de ellos por ser del sexo que son, los“efectos de sentido” de cada sexo. Nuevosdeberes, pruebas, demostraciones van mode-lando su carne sexual, la siguen sexuando.

Experimentan afectos, amistades y amo-res, que se traducen o no en conductas —losprimeros besos, las exploraciones de otros. Lasexualidad infantil está poco diferenciadacomparándola con la adulta, no se centra enuna meta coital.13 El objetivo es el de ir madu-rando ese sí–mismo carnal consciente y rela-cional. Los significados escasean y se vaninternalizando desde el exterior. Los niñosquieren, confían, son curiosos, observan,intentan comprender e imitan la conducta deotros. Ensayan e investigan si les gusta o no, sies gratificante o no. Juegan, exploran, experi-mentan en privado.

El “enamoramiento”, que sentían por sumadre con rostro o su padre, se va desplazan-do hacia sus pares y hacia otras figuras pode-rosas, maestros y maestras, cuidadores y alle-gados de la familia. Algunos tienen sus prime-ras pasiones clandestinas. Si son con los

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pares, no suelen conducir a coitos, sí a besos,tocamientos y, a veces, a masturbacionesmutuas, aunque para ellos no signifique loque para los jóvenes o los adultos. Expresanasí lo que sienten y disfrutan al hacerlo, poreso lo buscan. Son hedonistas, curiosos yestán ávidos de conocimiento. No hay ningu-na maldad o “perversión incipiente” en ello.14

El significado que connota estas conductas loaportan los demás próximos.

A veces, de la forma más traumática, vio-lenta y abrupta los niños aprenden a compar-timentalizar su cuerpo en zonas eróticas, pri-vadas y prohibidas, y otras públicas desensibi-lizadas. Lo grabarán y lo arrastrarán en su car-nalidad sexual existente, pasará a formar partede su bagaje biográfico y se intentará reprimir-lo, y negarlo en el inconsciente por ser dema-siado desestructurante para su sí–mismoconsciente infantil. Desde allí cobrará su pre-cio. Tenderá a conducir al odio de lo que seha inhibido. Inclinará al individuo hacia unasconductas y no otras, moldeará su carnesexual desde su inconmensurable hondura deser. Si, más adelante, se vuelve consciente sepodrá romper esa cadena asfixiante, aceptarlodesde la comprensión y trascenderlo para par-tir con un rumbo nuevo en la apasionanteaventura existencial.

Por otra parte, algunas veces se llega aabusar de los pequeños, de su inmadura car-nalidad sexuada y sexual en formación. Losniños suelen no entender bien lo que sucede,pero “saben” muy dentro de ellos lo que estábien o mal, lo que les hace bien o mal. Sesienten usados, manipulados y un tanto per-plejos. Experimentan sensaciones nuevas eintensas, que les sobrepasan y confunden —les asustan. Es como si su cuerpo no les perte-neciera, pierden el control cuando todavía noestán preparados para perderlo. Sienten unaimpotencia traumática que se graba en sucarne vivencial generando una angustiosaindefensión, que les hará desconfiados y hui-dizos, pues sus mayores, en los cuales confíany cuyo apoyo precisan, les precipitan en unarealidad incierta e inexplicable. No tienen las

claves para entender. Los significados que seles aportan desde fuera son contradictorios,chocan entre sí.

Los pequeños se deslizan hacia las viven-cias de “doble vínculo”, en las que los mensa-jes que reciben se contradicen en dos nivelesde significados. Por una parte les cuidan y porotra no; les proporcionan seguridad y las mis-mas personas les arrojan a un continuo estadode indefensión; les exigen una conducta“correcta” en público y, sin embargo, fomen-tan lo contrario en la privacidad. Compran susilencio con regalos y sellan su boca con tri-quiñuelas de chantaje emocional y amenazasapocalípticas para ellos. Les enseñan a no con-fiar en los otros y a evitar los contactos, obien, a resignarse a ser usados y a no esperarnada más; a permitir el maltrato, incluso,desearlo, porque es la única manera de que seles “aprecia”, que se vuelven visibles para susfiguras significativas, las cuales son importan-tes para ellas.

Antes que no tener significados, internali-zarán cualquiera. Antes que no vincularse anada, se vincularán al dolor, que les estructu-rará y les volverá conscientes de sí mismos.Todo esto conformará sus expectativas y suscreencias sobre la realidad. Se irán reforzan-do los estilos defensivos, que tenderán a evi-tar una amenaza real o inexistente, pero per-cibida por ellos. Asociarán lo “sexual” conpeligroso y falso. Su mundo se distorsionará,a veces para siempre. Algunos se identificaráncon sus agresores y reproducirán sus conduc-tas con otros, en un intento de procesar sutrauma óntico.

Así, los indicadores de la justicia, que tras-lucen las relaciones objetales de la niñez, seproblematizan y se desvirtúan. A su vez, latrama de las lealtades, que se establece con lafamilia de origen, se conflictiviza. Deben suser a los que les han hecho mucho daño, a losque les han precipitado en una indefensiónasfixiante, a los que casi les destruyen...Intentarán procesarlo de múltiples manerasdurante toda su vida, sin que sea algo cons-ciente o volitivo, pues es esencial para llegar a

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ser y no quedarse en una versión apocada delo que “podría haber sido”. Quizá, para ellosea bueno aceptar lo que ha pasado, intentarcomprender y no partir desde el rencor.Concentrarse más en el deseo de ser en elcaminar vital de uno. No perder el tiempo encompadecerse y clamar contra lo “injusta queha sido la vida”, sino abrirse a sus maravillasque están siempre listas a ser descubiertas y aemerger de lo no manifiesto. Cabe afirmarque merece la pena comprometerse con lavida propia, llegar a ser sujeto existente auto-rrealizado y pleno.

Otra forma de maltrato infantil es la indife-rencia de las personas significativas. Éstas noreflejan en su mirar, en su tocar, afecto algu-no. No objetivan ni transforman en visibles asus vástagos. Para los pequeños es muy deses-tructurante, de alguna manera lo equiparan ano existir, a estar muertos.15 Les falta el sentir-se amados, ser importantes para alguien quequieren y necesitan desesperadamente paraser y crecer. Esta carencia de amor nutricio seincrustará en su piel y se codificará en unanhelo constante de ser amados, apreciados yvalorados por otros, que procurarán satisfacera lo largo de su andadura existencial de infini-tas maneras.

Cuando no se satisface una necesidad fun-damental del existente corpóreo en una etapadada, puede que su desarrollo se detenga enella o se produzca algún bloqueo del procesomadurativo de su conciencia encarnada.Entonces, se “fija” en este estadio preservan-do las fuentes de gratificación que le soncaracterísticas. Si los pequeños no han com-pletado su evolución en un determinado nivelno podrán trascenderlo y afrontar nuevasexperiencias que, quizá, sean demasiado ame-nazantes para ellos.

Constantemente oscilamos entre la pro-gresión y la regresión, entre el riesgo de laindependencia y la protección de la depen-dencia, entre la inseguridad de la aventuravital y la seguridad de la sublimada e imposi-ble quietud paradisíaca ancestral. Es algoinherente al sujeto existente. Lo traduce en

multitud de manifestaciones y tendencias ensu vivir.

Así, en la niñez, puede ocurrir que lospequeños presenten una fijación en su etapade la unión primordial con la madre sin ros-tro, la Gran Madre arquetípica de sus prime-ros meses de vida. Buscarán su figura en unafán de hallar la protección y la dependenciasin responsabilidades, el amor incondicionalque se da sin esperar nada a cambio, la satis-facción de un incipiente narcisismo infantil. Laanhela y la teme. El vínculo con ella es sobretodo emocional y de fantasía. En él no existenlímites entre ambos. Ambos confluyen en unasimbiosis viviente inseparable. Es un estadomuy regresivo e irracional.16

Asimismo, los pequeños pueden vincular-se al padre, pero su relación con él no sueletener el dramatismo y la intensidad de la decon la madre, pues ésta se tiñe de las reminis-cencias del periodo indiferenciado de la totali-dad primordial simbiótica. El amor que lesprofesa el padre es, por lo general, menosíntimo y más condicional. Les proporciona laanhelada seguridad si se portan bien, sueleexigirles algo a cambio, aunque esto va cam-biando poco a poco conforme los padresintervienen en la crianza de sus bebés desdeque nacen éstos, piel con piel. La regresiónque caracteriza esta adhesión a la figura pater-na es menos desestructurante que con lamadre simbiótica primordial.

Por último, cabe sostener que es conve-niente fomentar desde la temprana niñez lacualidad de saber cuidarse, estimarse y respe-tarse a sí mismos, de reconocer el valor pro-pio como persona que se es. El “cultivo de sí”comienza desde esta tierna edad. Es impor-tante ir conociendo los gustos, los deseos ylos valores de uno mismo. Aprender a decir“¡sí!” cuando se quiere decir “sí” y “¡no!” cuan-do es eso lo que se desea. A partir de allí sepuede razonar y flexibilizar las posturas, perono vencer y doblegar la voz naciente, no que-brarla. Es conveniente reconocerles valor a lospequeños como cuerpos–palabra vivientesque son, únicos e irrepetibles, con una gran

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potencialidad a desplegar, y transmitirles elamor a la vida, a comprometerles con su vida,que es sólo de ellos; con el deseo de llegar aser ellos mismos carnales, dueños de su desti-no hasta donde se pueda; lograr que esténorgullosos de ser pequeños hombres opequeñas mujeres.

LA ADOLESCENCIASituemos esta etapa a partir de unos once

años hasta la edad adulta, aunque en cadasujeto es diferente. Está repleta de importan-tes cambios vivenciales, necesarios para avan-zar hacia la plena individuación y autonomíapersonal. El objetivo óntico de este periodoes adquirir la consciencia de sí mismo comoindividuo sexuado y sexual que convive conotros en una comunidad con unas reglasdeterminadas, centrarse en uno mismo sinexcluir u olvidar el entorno, que se amplíaconsiderablemente. Si se fracasa en la conse-cución de una autoconciencia, el sujeto exis-tente se precipitará a una crisis de identidad,que, por otra parte, abundan en esta etapaevolutiva y constituyen un posible caminopara alcanzar su objetivo óntico.

Los ojos que aprehenden este nuevomundo son de una conciencia encarnada que,en algún momento, trasciende la mítica y semuta en racional. Se ha expandido y ha incor-porado en su hondura existencial la anterior,que pasa a formar parte del equipaje vivencialde ese sí–mismo biográfico, junto a la mágicay a la arcaica primordial. Emerge una realidadtransformada —es el universo racional o cien-tífico–racional—. En ella, los fenómenos tie-nen una explicación lógica, siguen unas leyesque se pueden estudiar y comprender. Elmundo se contempla de otra manera. La per-cepción del entorno cambia.

La capacidad cognitiva del sujeto existenteha madurado y el tipo de pensamiento que lacaracteriza es el formal operativo (“formop”),de mayor aptitud abstractiva, flexibilidad yrelativización. Se recurre a la lógica, se formu-lan hipótesis que se intentan comprobar, serazona de manera deductiva e inductiva. Los

adolescentes responden y se mueven en reali-dades más complejas porque han adquirido lacapacidad de aprehenderlas, pues empiezan atener sentido en su etapa evolutiva ontológi-ca. El entorno se transforma a la vez que elindividuo, ambos se intercrean y se moldeansincrónicamente.

Apenas se nota a simple vista, pero todoes diferente. El desarrollo mental se consoliday la mente empieza a trascender su propioegocentrismo y ensaya ponerse en el lugar delotro, penetra en el mundo de otras mentes,presentes o lejanas, pero imaginadas y “senti-das”. Poco a poco, la empatía va emergiendoen el desarrollo cognitivo–emocional del cuer-po–palabra.

Se empieza a entender las relacionesmutuas y la influencia en el medio en que sevive. La conciencia se vuelve ecológica, ya quecomprende las consecuencias de lo que sehace o se deja de hacer sobre el sistema, laacción de las partes y su repercusión en latotalidad. La conciencia de ser se transmutaen más consciente y más responsable desde símisma y, por tanto, más soberana y segura,con recursos propios.

Así, la capacidad cognitiva de este nivel dedesarrollo posibilita el surgimiento de un “yo”mental, que observa a ese sí–mismo carnal conafán de crítica y conocimiento. Se produce unacierta escisión entre la mente y el cuerpo, quepuede perdurar toda una vida, si el desarrollode la conciencia encarnada se detiene en estaetapa. La mente se vuelve una espectadora, untanto lejana, de los turbulentos e inquietantescambios corporales de la pubertad.

Progresivamente, van aumentando losniveles de las hormonas sexuales circulantesen la sangre. Éstas son responsables del desa-rrollo de los caracteres sexuales secundarios,como es la distribución de la grasa corporal, lamusculatura, la complexión ósea, la pilosi-dad... Van modulando formas y estructurascorporales más definidas diferencialmente,que constituyen los dos fenotipos sexuales, elfemenino y el masculino. Así, en el síndromede la deficiencia del enzima 5–alfa reductasa

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ETAPAS EVOLUTIVAS DEL EXISTENTE CORPÓREO SEXUAL

se produce un “cambio de sexo”, pues lasniñas, al responder sus genitales externos alos niveles altos de testosterona circulante,secretada por sus gónadas masculinas, setransforman en muchachos.

Las hormonas sexuales —estrógenos, pro-gestágenos y testosterona— van desencade-nando fenómenos transformadores de esoscuerpos sexuados en un despliegue madurati-vo sexual sin igual hasta este momento. Lacarnalidad se prepara para que emerja su con-dición sexual más consciente y relacional;poco a poco se muta en joven–adulta. Su evo-lución anterior la ha llevado a este punto dedesarrollo ontológico, el cual la conduce haciala posibilidad de la reproducción en la que loindividual se entrelaza con lo filogenético.

Las hormonas controlan la actividad de losgenes de todas las células del organismo. Losactivan e inhiben, y van modelando tejidos yconfigurando estructuras. Intervienen en sucrecimiento o su posible atrofia. Para ello, lascélulas tienen receptores que son capaces dereconocer determinadas hormonas, tras locual se pone en marcha el mecanismo para elque esté programada cada célula. De estamanera las hormonas sexuales secretadas porlas gónadas (ovarios y testículos), que se vuel-ven activas en la pubertad, influyen en la tota-lidad orgánica sexuada y, como parte de ésta,también en el cerebro.

Así, en la pubertad, el proceso de “podado”neuronal se intensifica. Las hormonas sexualespueden inducir una mayor actividad eléctricaen un grupo concreto de neuronas, necesariaspara mantener en forma unos tejidos, múscu-los y estructuras y no otros. Son capaces, inclu-so, de controlar la supervivencia de unas célu-las cerebrales, tanto neuronales como gliales, yla muerte de otras. Pueden propiciar la confi-guración de unas conexiones sinápticas queconformarán el patrón de conectividad neuro-nal y, por tanto, el funcionamiento cerebral.17

Asimismo, inducen la síntesis de determinadassustancias químicas, como los neurotransmiso-res e, incluso, hormonas y su suelta local y altorrente circulatorio.

A su vez, «los neurotransmisores actúancomo organizadores del cerebro, dependien-tes de los genes y del ambiente. De ahí quelos efectos de los genes, las hormonas sexua-les y el ambiente psicosocial sobre los proce-sos de diferenciación sexual, maduración yfuncionamiento del cerebro no representenfactores alternativos, sino complementarios,tanto más cuanto que todos ellos son media-dos —al menos en parte— por la actividad delos neurotransmisores.»18

En la pubertad, la región del cerebro quemadura es el sistema límbico, relacionado conla actividad visceral autónoma, las emociones yalgunas tendencias conductuales. Todo formaparte de esa epopeya evolutiva del sujeto exis-tente corpóreo sexual. Cada conducta, cadaaprendizaje inclinan a fortalecer unas conexio-nes sinápticas y no otras, se inscriben en elentramado cerebral, aunque éste sigue presen-tando mucha plasticidad. El desarrollo de lasregiones del cerebro que rigen las respuestasemocionales se prolonga a lo largo de toda laadolescencia, y hacia los 16 ó 18 años maduranlos lóbulos frontales, que se encargan de lacomprensión y autocontrol emocional.

Los niveles de las hormonas sexuales tam-bién influyen en las vivencias de esos cuer-pos–palabra sexuados, incluso en su procesode la adquisición de la identidad sexual, que enesta etapa se suele replantear. Asimismo, pare-ce que intervienen en la orientación del deseo,aunque eso es más difícil de demostrar, mássiendo el ser humano tan complejo en su hon-dura existencial. Las vivencias y las inclinacio-nes del deseo siempre son contextuales a lascircunstancias en las que se encuentra el suje-to, las cuales, por supuesto, tienen su trans-cripción fisiológica corpórea instantánea, que,además, es desde ese sí–mismo biográfico conuna infinita profundidad carnal particular.

El “yo” mental, que va madurando, generaun cambio en las bases identitarias. La identi-dad individual —que no olvidemos, siemprees sexual— se desplaza desde la sociocéntricahacia la egoica, centrada en el reconocimientocarnal propio. El sujeto existente va aproxi-

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mándose a una cierta autonomía en la convi-vencia con otros, a la vez que va sustituyendosu egocentrismo infantil por una capacidad decomunión con otros en reciprocidad relacio-nal. El mayor desarrollo cognitivo va parejo alemocional, a la posibilidad de nuevos senti-mientos, más complejos y profundos.

El “yo” de este estadio racional ha incor-porado el “yo” infantil biográfico de las etapasanteriores. Se trata de un componente activodel “yo” adolescente, más o menos conscien-te, que sale a la superficie en algunas ocasio-nes con toda su fuerza vivencial.19 Se integracomo un “sub–yo” del “yo” mental del exis-tente corpóreo de este periodo evolutivo.

Asimismo, se podría considerar como com-ponentes del “yo” adolescente los “sub–yos”paterno y materno, que se forman al internali-zar en la niñez las figuras de ambos progenito-res, con sus mandatos, normas, valores y signi-ficados que manejan. Configuran, junto con lasimprontas de otros significativos biográficos,un foco autoritario del “yo” mental o ego conpoder de reprimir y culpabilizar al sí–mismocarnal.20 Este ego controlador observa y juzgadesde un alejamiento inquietante delsí–mismo corpóreo. Se vuelve contra él y lecondena por ser lo que es —un cuerpo real yno un ideal viviente—. La culpa existencial sehilvana en la totalidad orgánica, que se disociaen una abstracción continua. La corporalidadsexuada y sexual culpable es castigada a undestierro mudo en el olvido.

Otra división del “yo”, característica de esteperiodo y un tanto inevitable, es la de modela-ción de un “yo” externo o público, el que sepresenta a los demás, y un “yo” interno o ínti-mo, que sólo lo percibe uno mismo en sunueva capacidad introspectiva. El “yo” externopuede servir como un instrumento de expre-sión del interno o de su defensa, o máscaracamufladora. En cualquier caso, preserva al “yo”interno, que se vuelve consciente de sí mismo yreceloso ante los otros, con los cuales comienzaa establecer una distancia prudencial.

A veces, en la inconsciente evitación deuno mismo, puede suceder que el verdadero

“yo” mental sea sustituido por un “pseudo–yo”,que es un “actor” que lo suplanta. Éste se aco-moda a lo que se espera de él y, sin querer,frustra la vida que hay en el sujeto existentecorpóreo, le vacía al cortocircuitar su autoex-presión reafirmante, que le aportaría un hondoplacer configurativo. Le transmuta en un suce-dáneo de sí mismo, en una envoltura plana queha perdido su profundidad existencial en suafán de supervivencia erróneamente enfocado.

Así, a menudo los adolescentes siguen uncamino de autómatas en apariencia adapta-dos, pero desvitalizados al perder su hondahumanidad carnal. Se convierten en piezassin rostro de la maquinaria social, conformis-tas y un tanto anodinos, que se contentancon diversiones superfluas, pues han roto elacceso a un placer profundamente configura-tivo de sí mismos. En estos casos, el desarro-llo evolutivo de su conciencia tiende a blo-quearse. Los individuos se “fijan” en estepunto, se estancan en el camino de llegar aser uno mismo carnal y, por tanto, sexual.Dan bucles existenciales sin parar, que lesentretienen en un mismo estadio de creci-miento personal. Se abstraen, no piensandesde sí mismos, no sienten con todo su ser,pues no se reconocen como cuerpo. Nodesean con entusiasmo y no se comprome-ten, ya que han frustrado la vida que hay enellos. Dejan de lado su capacidad de gozarcon la aventura de su existencia corpórea.

No obstante, los adolescentes, en el nivelracional de la conciencia de ser, no suelen sertan conformistas como lo eran en el estadiomítico. Pueden cuestionar las normas, rebelar-se y reflexionar o no. Tienen la capacidad paraello, pero algunos han aprendido a obedecersin más; no tienen la costumbre de pensardesde sí mismos. Sea como sea, el poder de las“normas” les sigue estructurando en su hondu-ra de ser. El poder coercitivo, propio de la polí-tica sexual en vigor, pasa a formar parte de suidentidad sexual con el desequilibrio diferen-cial entre los sexos, inherente a las sociedadespatriarcales. Se incrusta en sus pieles sexuadas,que oscilan entre la sumisión y la rebelión en

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un marco referencial concreto, que, sin embar-go, podría ser otro. Lo “social” empapa la car-nalidad sexual desde su comienzo de la anda-dura existencial hasta su desaparición final.

Los estereotipos sexuales en vigor y lo quese atribuye a la “feminidad” y a la “masculini-dad” irrumpen con fuerza en el modelado delcuerpo–palabra adolescente. Posibilitan unasactitudes y no otras, unas expectativas y nootras, unas vivencias y no otras. Aportan efec-tos de sentido y significados diferenciales paracada sexo. Prescriben deseos, expresiones yconductas que se vinculan con el punto departida en un marco referencial dado.

Asimismo, en esta etapa, se tiende a imitara los “ídolos” de cada cual. Se siguen muy decerca los potentes “imagos” de los mediosaudiovisuales. Se intenta estar enterado de loque a uno le importa. Es lógico, pues sumundo se ha vuelto más amplio, va más alláde su familia y su colegio; llega hasta las estre-llas, a los confines antes insospechables quese procura investigar.

Sin embargo, los adolescentes no tienentodavía la seguridad personal suficiente comopara trascender lo dado; cuanto más, lo cues-tionan en un afán de posicionamiento propiodentro de la realidad vigente. Intentan cono-cerla y comprenderla para después, confor-marse con ella o rebelarse contra ella. Lo habi-tual es que la no adecuación a lo establecidoproduzca confusión consciente o no, una cier-ta sensación de vacuidad, incluso, de vergüen-za y de culpa por no ser como los demás ycomo se espera de ellos que sean, por decep-cionar a sus figuras significativas: padres,maestros y pares...21 Los chicos y las chicas sesienten obligados a demostrar continuamenteque son del sexo que son y que ya no sonunos bebés, y, sobre todo los adolescentesvarones, que no son niños de mamá, que noestán pegados a sus faldas. El mundo es deellos y está para ser descubierto.

Así, en este periodo, muchas experienciasse viven como rituales de pasaje cuyo podersimbólico marca la transición a etapas nuevas.Se inscriben en su carnalidad sexuada y

sexual, que parece que se transforma para serotra, renovada. Les alejan de sus escenariosinfantiles y les reafirman o no en su identidadde ser. Suelen dirigirlos hacia una especializa-ción diferencial para cada sexo. La masculini-dad y la feminidad propias es algo que losadolescentes van construyendo en ese deseode ser reconocidos del sexo que son, gracias alos “deberes”, demostraciones y pruebas reali-zadas con “éxito”.

En esta etapa vivencial, la identidad sexualse muta en ablativa. Se configura más porselección y exclusión de cualidades “impro-pias” para cada sexo, que por reconocimientoe integración de las existentes en uno mismo.Más aún, lo negado se inhibe y lo que se inhi-be con pasión se suele rechazar proyectado alexterior del individuo. Así se llega a intoleran-cias, desprecios mutuos y animadversiones,que separan todavía más a ambos sexos eneste estadio evolutivo.

Los adolescentes buscan la seguridad,necesaria para aventurarse en su mundo, enel apoyo de su grupo de pares. Al principio,su fuente es externa al individuo, pero, poco apoco, conforme van madurando y fortalecién-dose, se vuelven hacia sí mismos. Llegan a lacomprensión de que tienen que valerse porellos mismos para vivir. Ensayan ser su propiafuente de aprobación; a veces lo consiguen y,otras veces no. Es evidente que siguen depen-diendo de otros y tienen que convivir conellos, atenerse a sus reglas y normas, pero,progresivamente, van emergiendo con mayorfuerza las necesidades de autoestima, que vanreemplazando a las de pertenencia paraencontrar la seguridad deseada.22

Se va adquiriendo la confianza en símismo, en la capacidad y recursos propiospara resolver situaciones y problemas, paraalcanzar metas marcadas. Se va aprendiendode los aciertos y de los errores. Éstos se viventodavía con mucho dramatismo, incluso, consentimientos de culpa y vergüenza, pues losadolescentes pagan el precio del miedo a serinadecuados para la vida. Este miedo seincrusta en su piel sexuada y, a menudo, la

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gobierna. Por contra, el logro de algo pro-puesto como meta causa placer reafirmante yes un motivo de orgullo, que redunda enmayor autoconfianza.23

Los adolescentes se tornan más conscien-tes de sí mismos, de su carnalidad que no dejade darles sorpresas y de proporcionarles nue-vas vivencias. El crecimiento de las mamas yde la vulva, de los testículos y del pene, lospelos en el pubis, en las axilas y en la cara, laprimera menstruación, las poluciones noctur-nas, las repentinas erecciones turbadoras y laseyaculaciones... No cabe duda de que tienenun cuerpo, aunque todavía se trata de unconocimiento un tanto abstractivo. Procuranmantenerse “alejados” de su desconcertantetransformación acelerada. La observan desdealgún punto de fuera del sí–mismo carnal enuna abstracción mental pertinaz.

Su proceso de individuación sexuada ysexual avanza hacia su auge juvenil. Se dancuenta de que existen y, por ende, de quealgún día morirán. El temor ante la muerteirrumpe en este estadio con un matiz de con-creción escalofriante. De esta manera, la cons-ciencia de ser sexuado y sexual se entrelazacon la de ser mortal —la Vida y la Muerte conla sexualidad, es decir, con la vivencia del exis-tente corpóreo como sexuado.

La sensación de soledad aumenta, aunquese intente paliar con la compañía de los pares,sobre todo de su mismo sexo, con los cualesse comparte mucho tiempo y actividades. Seintercambia con ellos la información sobre lascosas que les preocupan como, por ejemplo,su manifiesta sexualidad adolescente. Las acti-tudes y las opiniones de los pares se tomanen consideración, dejan su huella. Se compar-ten vivencias nuevas e, incluso, experienciasen grupo. Se fantasea, se comparan unos conotros y se aprende a aparentar, a exagerar y amentir para presumir a propósito de “logros”iniciáticos: besos intensos, conquistas, palpa-ciones de partes íntimas y coitos.

Cada cual, además de ser evaluado porotros, se autoevalúa comparando sus “haza-ñas” con las de los otros pares. Toda autoeva-

luación supone un juicio que se basa en las“normas” internalizadas. Así, se experimentansentimientos que se consideran como propiosa pesar de ser extraños a uno. Se aprende asentir como los demás y cuando no es así,puede parecer raro y conducir a una sensa-ción de confusión y vergüenza. De esta mane-ra las experiencias de pasaje, como puedenser los besos con lengua, estimulaciones ínti-mas o los coitos, tienen que gustar para noaparentar ser infantil o anormal.

Los adolescentes, en su inmadurez, suelenno valorar las sensaciones y los sentimientospropios en un afán de no ser diferentes a loque creen que deben sentir al ser sexuales.Muchos no se dan valor como individuos. Elvalor y la seguridad los adquieren al identifi-carse con el grupo de los pares y aparentar sercomo ellos, olvidándose de escucharse a símismos. Sin embargo, sólo las vivencias pro-pias son las reales desde uno mismo. Las aje-nas internalizadas son de otros. No valencomo personales. Esconden la ignorancia, lapeor de todas —la de sí mismo como cuer-po–palabra vivo y singular—, le despojan desu real y palpitante humanidad.

No obstante, poco a poco, va emergiendouna creciente necesidad de autoestima que,incluso les hace enfrentarse con sus amista-des. Van comprendiendo, progresivamente,que lo importante es cómo se siente uno, locual depende de lo que pensamos sobrenosotros mismos. Esto genera o no la confian-za en sí mismos, en los recursos propios, en lavalía para enfrentarse con la vida, cada vezmás exigente desde el exterior.

La capacidad de pensar de forma críticadesde uno mismo refuerza el autoestima ysitúa el centro de gobierno en el interior delindividuo. Éste se vuelve más consciente yresponsable de sí mismo, más independientey comprometido con el desarrollo propiocomo sujeto sexuado y sexual. Tolera mejor lasoledad e, incluso, la necesita para reflexionary aclararse en su mundo interno. El miedo deser inadecuado para la vida persiste, pero nodomina su ser. Su motivación es la de ir

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adquiriendo cada vez mayor autonomía comopersona, formarse para ello y vivir desde elcompromiso de llegar a ser uno mismo, dedesarrollar sus potencialidades.

En ese proceso, disfruta de sus nuevasexperiencias, que son vivencias enriquecedo-ras, no trofeos para exhibir y ser aprobadopor nadie. Tienen la validez en sí, no como unacontecimiento de transición hacia el logrodel aplauso ajeno. Los otros se mutan en per-sonas con hondura de ser, no simples fuentesde aprobación simbólica. El mundo profundode los otros emerge de lo no manifiesto ensincronía con el propio. Asimismo, en estaetapa evolutiva, la libertad aparece como unvalor consciente.

Poco a poco, se llegan a conocer las posi-bilidades y los gustos personales. Se intentavivir desde ello y no desde el tener que pro-bar o demostrar constantemente lo que unoes. La mirada se vuelve hacia el interior deuno, se procura conocerse mejor. Todo estosupone ser valiente para no pretender ade-cuarse a lo establecido. Implica ser conscienteno sólo de las carencias, sino también de losdones, comprometerse a desarrollarlos y noescapar de sí mismo para no sobresalir y que-darse solo.24

Es importante ocuparse de uno mismo. Elcuidado de sí no debería limitarse sólo a cui-dar la imagen personal, tan valorada en nues-tras sociedades y en este estadio evolutivo. Noolvidemos que representa a la persona, perono es la persona. El cuidarse de verdad impli-ca un respeto hacia uno mismo, reconocer elvalor que se tiene en sí por ser un individuocarnal, real. Supone intentar conocerse yaceptarse, lo cual no quiere decir que no sepretenda mejorar, todo lo contrario, pero separte desde la lógica vivencial de uno mismocon biografía propia y no desde el intento deaproximación forzada a un ideal que no existeen ninguna parte y que es imposible de alcan-zar por ser abstracto e irreal, perteneciente almundo de las ideas.

Por otra parte, el proceso de ir adquirien-do un código individual de valores sexuales es

un importante objetivo, consciente o no, en laadolescencia. La confianza en uno mismo y laconcordancia con el sistema de valores sexua-les propios se convierten en significativos fun-damentos de los sentimientos sexuales de eta-pas posteriores. La configuración de este sis-tema forma parte del objetivo óntico de esteperiodo de desarrollo.

Durante la adolescencia, se refuerzan o sedebilitan los estilos defensivos aprendidos enla niñez. Las expectativas de amenaza puedencambiar dependiendo de las vivencias de esteestadio; se replantean. Además, los hábitos decontrol emocional van modelando el cuer-po–palabra y tienden a perdurar a lo largo detoda la vida del sujeto sexuado.

Asimismo, se confirman o no los maticesde las relaciones objetales interiorizadas en laniñez, pues éstas pueden variar en esta etapa.El equilibrio entre dar y recibir se une a ellospara estructurar los indicadores de justicia deluniverso de cada cual y, por tanto, sus expec-tativas ante la realidad existencial propia. Y noolvidemos que, una vez que el individuo hainternalizado una determinada descripción dela realidad, queda recluido en ella.

Se van reforzando o debilitando los víncu-los familiares y la trama de lealtades con lafamilia de origen de uno. Esta conformará enadelante una de las raíces de la sensación deculpa en las relaciones sexuales, que surgepor el sutil temor de ser desleal con la fami-lia, sobre todo con los padres, de traicionar-les, de sustituir su afecto por otro. Con cadauno de ellos el vínculo es diferente y sumodo de manifestarse también lo es. La per-sona centrada en la madre, por lo general,presentará mayor regresión y falta de indivi-duación; se perderá en una especie de sim-biosis ficticia con ella. La que se vincula conel padre, se concentrará sobre todo en cum-plir sus expectativas reales o imaginadas, enser merecedora de su amor y cariño porhacer lo que se espera de ella. La culpa sesentirá como el remordimiento por fallarles ydesplazarles por otra figura significativa queatrae y de la que se enamora.

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En esta etapa, el amor sirve para aproxi-mar los dos sexos de una manera nueva, laconscientemente sexual con significados másparecidos a los de los adultos. Ayuda a cono-cerse y a conocer al otro, a aprender las reglasde comportamiento relacional entre los sexos.Son normas contextuales en cada momentohistórico de una sociedad concreta y de sucultura con un elaborado sistema de interpre-tación de la realidad sexual, que le es propio.

El enamoramiento y la atracción sexualgeneran placer y sufrimiento, que contribu-yen a expandir la conciencia de ser. Encauzanel interés por el otro y producen el entusias-mo en el acercamiento relacional más íntimo.Este placer se entrelaza con el obtenido porla consecución de los objetivos ónticos deesta etapa evolutiva del proceso de la confi-guración del sujeto sexuado y sexual, esdecir, con el relacionado con el crecimientoontológico personal.

La fuente de gratificación se va desplazan-do desde la abstractiva–mental por ser reco-nocido por los pares a la concreta carnal en eltocar, acariciar, besar, abrazar y hacer el amor.La obtención de este placer se concentra,sobre todo, en los genitales y las zonas eróge-nas aceptadas como tales por cada cultura. Setrata de una carnalidad parcelada según sugrado de excitabilidad y privacidad. Se les dadistinto valor y significado.

Por otra parte, los significados de las expe-riencias sexuales son diferentes para cadasexo, aunque a la vez presenten componentescomunes. Así, los muchachos buscan una con-firmación de su virilidad y de su dominio en elhacer, mientras que las muchachas se inclinanmás por la verificación de ser deseadas y que-ridas, por despertar atracción, afecto y refor-zar el compromiso, aunque también presen-ten el matiz de dominio y conquista, pero deotra forma que los chicos.25

Los significados son internalizados desdeel exterior y se relacionan con los efectos desentido de ser de un sexo o de otro vigentesen la sociedad. Tienden a reafirmar la identi-dad sexual y conducen a unas actitudes,

vivencias y expresiones determinadas desdeel exterior. Tanto el papel sexual como laposibilidad de experimentar placer sexual enla relación dependen de las “normas” cultura-les en boga.

Los significados matizan y dan sentido ono a las vivencias, pues somos racionales yuna gran parte de lo vivido sexualmente esmental. La separación entre el cuerpo y lamente es artificial y, quizá, se deba a una fija-ción en una etapa anterior, cuando la segundase erigía en una observadora alejada del pri-mero. Entonces se conserva de manera mór-bida el tipo de gratificación abstractiva que nose integra con la carnal sexual, deteniéndoseel crecimiento personal en esta etapa.

Asimismo, pueden suceder acontecimien-tos traumáticos, como el abuso, que tienden abloquear el desarrollo, pues el individuo pre-cisa toda su energía vital para superarlos yaclararse en su inestable realidad sexual. Se leusa y se le explota ignorando su condicióncomo sujeto existente con deseos propios.Por otra parte, a veces, unas pulsiones inexpli-cables le inclinan a provocar y a seducir a susmayores o a abusar de los menores. Todas lasvariables son posibles según la biografía con-textual de cada uno. En ella se oscila entre latendencia a la vida, a llegar a ser, a la construc-ción de sí mismo y la tendencia a la muerte, adestruir en el temor de ser.

Las experiencias ontológicas no resueltaso no completadas pueden producir bloqueosemocionales y fijaciones en los tiempos pasa-dos, que distorsionan el presente existencial.Éste se utiliza para procesar los traumas viven-ciales, en vez de experimentar plenamente loque va sucediendo. En apariencia, el sujetosexuado y sexual sigue su vida, pero, en unnivel ulterior, está anclado en el pasado, deforma consciente o no. Así, o se intenta evitarlo temido por no considerarse con fuerzassuficientes para afrontarlo, o bien, de manerainconsciente, se busca repetitivamente revivir-lo de nuevo para poder superarlo o procesar-lo. Por eso, en los casos de abuso infantil, losadolescentes tienden a reexperimentarlo

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pudiendo adoptar el papel de sus agresores o,también, interesándose por personas que lesobligan a pasar por vivencias que rememoren,aunque sea a nivel preconsciente, sus expe-riencias traumáticas.

La conciencia de ser hecha carne vivencial—un continuum existencial biográfico— seevidencia en el deseo. En él, la totalidad orgá-nica se muta en cuerpo–palabra anhelante,cuya motivación última es la de realizaciónsituacional en respuesta a diversas necesida-des ontológicas no satisfechas. Crecer secorrelaciona con el desear desde uno mismo.Por tanto, conviene ser consciente de cuálesson los deseos propios y cuáles los ajenosinternalizados, pues, a veces, nos conducen aperseguir metas que no nos satisfacen, pero síentretienen y suponen un gasto de energíavital que se podría emplear de otra forma. Esimportante saber lo que uno desea realmente.Es muy útil para el crecimiento personal y laautorrealización conocer los deseos propios yconvertir algunos en propósitos a lograr. Esotro aspecto del cuidado y cultivo de sí.

En cuanto a las necesidades, entre las pri-marias persisten las de la fusión y la de indivi-duación, que se traducen en un código rela-cional sexual. Así, la sexualidad antifusionalposibilita la expresión de la necesidad de indi-viduación y, a la vez, puede propiciar manifes-tar impulsos hostiles. Al mismo tiempo, lasexualidad que expresa ternura, afecto y amorpermite satisfacer las necesidades fusiona-les.26 A menudo, en la adolescencia, puedenaparecer sentimientos incestuosos hacia algúnprogenitor, de índole más concreta y sexual,pues con frecuencia, el deseo sexual es unadefensa contra una regresión fusional másprofunda, que podría hacer peligrar la indivi-duación del sujeto sexuado y su integridadcomo tal e independencia.

Por otra parte, ocurre que cuando lasnecesidades de dependencia de la niñez nohan sido resueltas, por cualquier causa biográ-fica, se intenta procesar este trauma ontológi-co en el deseo de ser amado, apreciado y apo-yado. Se sustituye a la madre fusional, que da

todo sin pedir nada, por otra persona deseadao un grupo que aporta seguridad y reconoci-miento afectivo. La relación es dependiente yasimétrica, no de igual a igual. Sea como sea,el sujeto existente se debate constantementeentre dos tendencias contrapuestas, la de pro-gresión y la de regresión o estancamiento, lade la aventura y cambio o la de permanenciaestable y seguridad, la de independencia o lade protección y dependencia.

Otra necesidad que persiste desde lainfancia es la de visibilidad, aunque en estaetapa se manifieste sobre todo en forma deuna lucha por ser reconocido por los pares, ymás por algunos de ellos, que se vuelvenespejos de confianza de uno. La imagen quereflejan tiene sentido, se reconoce como pro-pia. Esta necesidad de ser reconocido se cris-taliza en la amistad y en el amor. Ambos ase-guran una mayor atención e interés por estapersona especial con la que se desea compar-tir tiempo, vivencias, intimidad y encaminarsea desarrollar unas potencialidades y no otras,también posibles. La conciencia de ser se evi-dencia como carne existente en el deseo, másaún en el deseo sexual de otro corpóreosexuado. Propicia la unión con él o ella y facili-ta la consecución de los objetivos ónticos deesta etapa.

El deseo se va orientando hacia uno u otrosexo. Cabe recordar que la orientación deldeseo no se debe confundir con la identidadsexual; que sólo existen dos sexos —femeni-no y masculino— deseen a hombres o a muje-res, sean hetero u homosexuales. Tan hombrees el que desee a mujeres como el que deseea hombres. Lo mismo es aplicable a las muje-res. Sin embargo, en esta etapa de desarrollose suele confundir la orientación del deseocon la identidad sexual. Así, los adolescentesque desean a otros de su mismo sexo pasanpor una crisis de identidad más o menosnotoria. En todo caso, es frecuente que lovivan con turbación, en secreto e, incluso, queluchen contra su deseo para encajar en elmodelo heterosexual, que, por supuesto, es elaceptado como “normal”. En cualquier caso,

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la orientación del deseo puede cambiar enestadios evolutivos posteriores.

El deseo puede traducirse en expresionesy conductas o no. Las expresiones y los gestos,si corresponden al sí–mismo carnal y no sonimitaciones o camuflaje disimulador, sirvenpara la autoafirmación del individuo. Juntocon los deseos, conforman nuestra erótica,que, a través del placer, retroalimenta al sujetoexistente corpóreo, sexuado y sexual, al mani-festarse como tal en su aventura de vivir la vidapropia. Se generan en un momento dado desu biografía, son situacionales y contextuales.Cambian en el transcurrir existencial en sincro-nía con la transformación de la totalidad orgá-nica, que se actualiza instante a instante vivido.Tienen sentido para ese cuerpo–palabra, aun-que permanezca oculto, sin desvelar.

El cuerpo es verbo y, por tanto, es la con-junción de naturaleza y cultura, que se mutaen lenguaje relacional, pues su sentido de seres ser con otros en una comunicación sosteni-da codificada en palabras o/y en gestos.Bebemos vida en el conversar continuo, tras-cendemos más allá de nuestra sensitiva piel.Somos sexuados y sexuales, y nos expresamoscomo tales en todo momento.

Los cuerpos reclaman su realidad carnalexistente, con mayor fuerza en esta etapa dedesarrollo. Desean sentir, quieren ser tocadosy acariciados como concretos, reales y no abs-tracciones mentales incorpóreas. El hambrede piel sexuada es una necesidad vivencial y, ala vez, es un mecanismo de autoafirmación,que les susurra a los adolescentes que estánvivos, que existen. La caricia sentida les mutaen cuerpos vivos.

La autoafirmación implica que el cuer-po–palabra se expresa en concordancia consu sí–mismo carnal. Puede decir “sí” o “no”e, incluso, cambiar de opinión si es eso loque siente y piensa. Sabe quién es y lo quequiere, o por lo menos, lo intenta. Tiene opi-nión propia, no la suplanta por la ajena inter-nalizada. Los “síes” y los “noes” son impor-tantes, pues van demarcando el caminar exis-tencial de cada cual.

El expresarse de forma auténtica suponetener valor y una madurez que no es la habi-tual en esta etapa formativa, pero los ensayosde superar la vergüenza, la timidez y la repre-sión relacionadas con todo lo referente a “losexual” sí se suelen dar. A menudo, ante laimposibilidad de afrontar la propia y turbado-ra condición sexual, se la niega o se la reprimede forma aplastante. Esto puede traducirse enansiedad, que es una señal de alarma de quealgo no va bien y se tiene que replantear. Peroen este estadio de desarrollo, los adolescentesno suelen ser lo suficientemente maduroscomo para interpretarlo así.

Por otra parte, una manera de expresiónde deseos e inquietudes son las fantasíassexuales, que irrumpen con fuerza en estaetapa existencial. Las muchachas y los mucha-chos sueñan, imaginan y tantean las posiblessituaciones. Codifican en esas fantasías susnecesidades y sus miedos. Las sienten y expe-rimentan el placer que generan. Las personassomos mentales y emocionales, y lo que pen-samos o fantaseamos, a la vez, lo sentimos.

Las fantasías no necesariamente se concre-tizan en conductas. Tienen otra función.Ayudan a procesar traumas, resolver cosaspendientes, aclarar intereses y deseos, solven-tar los miedos a enfrentarse con algo o conalguien... Se relacionan con un crisol de obje-tivos vivenciales que participan en la modela-ción del sujeto sexuado. Siempre generanefectos, pero no tienen por qué traducirse enconductas; a menudo sirven precisamentepara no realizarlas.

Sea como sea, cabe sostener que lo impor-tante es que lo que se hace corresponda a loque verdaderamente se quiere hacer. Que losadolescentes sean valientes para decidirdesde sí mismos y respetando tanto su corpo-ralidad como al otro carnal sexuado que tie-nen enfrente. Que sepan evitar las conductasimpuestas por distintas presiones, inducidasdesde fuera sin que se deseen realmente. Sepuede disfrutar de múltiples maneras la activi-dad sexual, sin que se traduzca necesariamen-te en coitos y procederes estereotipados. Que

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no tengan prisa por probarlo todo, pues cuan-do lo que se hace no parte desde uno mismo,se muta en pseudoactos o actuaciones esceni-ficadas, no son actos auténticos que expresanal sujeto existente que los ejecuta; con fre-cuencia, todo lo contrario, le turba en su ser,le vacía en su condición de individuo autóno-mo e independiente.

Es cierto que la conducta queda circunscritaa una realidad sexual dada, pero las personasson creadoras de su mundo y es bueno partirde sí mismo en el hacer, no adecuarse a lasexpectativas ni deseos de nadie para ser acepta-do y querido, no vender la piel sexuada de unopara ello, no convertirse en esclavo de nadie. Loestablecido se puede cuestionar y la adolescen-cia es un buen momento para esto. También loes para empezar a aceptarse como uno es, parareconocerse valor en sí y comprometerse a vivirdesde uno mismo, con el cultivo de sí mismocon fines de llegar a ser —un sujeto carnalpleno con el gobierno desde sí mismo.

Al principio de esta etapa evolutiva sonhabituales la curiosidad y el deseo de actuarcomo adulto para dejar de ser reconocidocomo niña o como niño. Se imitan conductas,se aprende por observación y ensayo. Se acier-ta, se equivoca, se vuelve a intentar. Se generanunas expectativas y no otras. Se van enfrentan-do nuevas experiencias con entusiasmo, sobre-cogimiento, falta de experiencia e inmadurez.

Los alborotos de la vida sexual adquieren,poco a poco, sus significados adultos. Se vanaprendiendo las reglas relacionales, se esta-blecen los límites personales de cada cual, sedescubre lo que gusta y lo que no, cómocomunicarse con el otro sexuado, cómo evitarlas situaciones desagradables o problemáti-cas... Los errores, a veces, se pagan demasiadocaro y, por supuesto, enseñan con una “efica-cia” rotunda. Los adolescentes experimentan,recaban información, la cuestionan o no con-frontándola con sus vivencias y valorando lasconsecuencias de sus conductas. Así apren-den y crecen al hacerlo. Este aprendizajesexual forma parte del objetivo óntico de esteestadio existencial, no es algo baladí.

Detrás de cada conducta existe una signifi-cación que la trasciende. Muchas experienciasdesempeñan el papel de ritos de pasaje, unaespecie de iniciaciones que demarcan el aban-dono de una etapa de desarrollo y la entradaen otra, nueva y diferente. Las masturbacio-nes, las primeras citas, los besos, los turbado-res encuentros íntimos, los coitos...Numerosas “primeras veces” sexuales conden-sadas en un marco de excitación y placer tac-til, piel con piel sexuada de ambos, repleto designificados nuevos. Es un descubrimiento delsí–mismo carnal transformado.

Las vivencias, las intenciones y los significa-dos son propios de cada cual, aunque presen-ten características comunes para cada sexo.Los acontecimientos no se viven igual porambos sexos, sin perder de vista la variedadindividual de cada uno. Así, por ejemplo, «aun-que presentan iguales niveles de ansiedad antesu primer coito, las chicas parecen más preo-cupadas por si están haciendo lo correcto,mientras que los chicos parecen preocupadospor si están haciéndolo correctamente.»27

Pero lo que sí parece que comparten es quemarcan un paso de “nivel”, un “antes de” y un“después de” la experiencia. Progresivamente,los adolescentes se van aproximando en elvivir a la etapa juvenil adulta.

LA EDAD ADULTASituemos esta etapa evolutiva desde, apro-

ximadamente, los dieciocho años en adelante.Su objetivo óntico es el de la autorrealización,el de llegar a ser carnal existente, sujeto autó-nomo, con el gobierno desde sí mismo apesar de vivir en comunidad con otros y estarintegrado en ella. La autorrealización suponedesplegar las potencialidades personales y serresponsable de sí mismo. Implica reconocer,comprender e integrar los múltiples aspectosy facetas del sí–mismo carnal, cultivar la cons-ciencia de sí y disfrutar de la experiencia exis-tencial concreta.

No siempre se logra este objetivo. Es más,lo habitual es que no se alcance. A menudo,las personas permanecen en un estado de

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apocamiento o de reducción de su ser carnal—una versión deslucida de lo que podrían lle-gar a ser—. No tenemos la costumbre de dar-nos valor por ser nosotros mismos —una enti-dad existente corpórea, creadora y activa—.Por eso, no solemos comprometernos convivir la vida desde el sí–mismo que somos ydesarrollar nuestras potencialidades comouna consecuencia lógica de tenerlas, aportar-las a la existencia común real y participar en elproceso de la creación, tanto propia como denuestro entorno, sea éste lo amplio que sea.

En este estadio, la conciencia del sujetoexistente hecha carne vivencial puede encon-trarse en distintos niveles madurativos: míti-co, mítico–racional, racional, lógico o existen-cial e, incluso, al trascenderlo, en los nivelesllamados “transpersonales”. Depende de losindividuos y de las civilizaciones a las quepertenecen. En este trabajo no vamos ahablar de los niveles transpersonales de laconciencia. Nos limitaremos a reflejar el exis-tencial o lógico. No todos los adultos lo alcan-zan en su evolución personal. La gran mayo-ría de la Humanidad permanece en los nive-les mítico–racional y racional, los cuales yahemos tratado.

Poco a poco, la conciencia racional egoicava madurando y puede que llegue a trascen-derse a sí misma en una nueva realidad, queemerge de lo no manifiesto. La capacidad decuestionar y de reflexionar se va aumentando;también la introspectiva y la empática. Se con-sigue ir más allá de la racionalidad misma enun dialéctico ejercicio integrativo de losopuestos. La conciencia existencial trasciendela racionalidad pura unificándola con lasvivencias y los sentimientos, se muta carne.Nace el cuerpo–mente como una nueva uni-dad existente carnal.

En ella, el sí–mismo unifica el ego mental yla corporalidad en la existencia vivida, constan-temente cambiante. No es una entidad estáticay acabada. Es un proceso en ininterrumpidatransformación y creación, que le actualiza enel aquí y ahora existencial. La conciencia hechacarne vivencial es un continuum biográfico en

configuración y modelaje sostenido, que tien-de a su realización en cada instante vivido. Susvivencias de los estadios anteriores quedaninscritas en ese sí–mismo carnal existente, amenudo, como elementos inconscientes queestructuran su corporalidad.

Asimismo, el contexto circunstancial impac-ta y modula su piel relacional; interviene en sucreación. El entorno y el sí–mismo carnal seentrelazan en una sincronía productiva deambas. El mundo cambia a la vez que los ojosque lo contemplan. El sujeto existente percibey responde a estímulos nuevos, a una realidaddistinta, pues sus procesos de traducción cog-nitivo–sensitiva han evolucionado. Se da cuen-ta de que la visión que generan depende delmarco referencial interpretativo que utiliza,que el contexto sitúa los acontecimientos y lesda sentido. Es una visión existencial o lógica,más relativista. El tipo de pensamiento que lees característico es el reticular, capaz de aunarlo antagónico y mantener contradicciones. Elegocentrismo y el narcisismo disminuyen y elsujeto puede comprender la perspectiva deotros de su propio grupo y también de gruposdiferentes.28 Es una conciencia de reciproci-dad, ecológica y mundicéntrica.

A lo largo de esta etapa evolutiva, el desa-rrollo cognitivo y emocional va acrecentando,poco a poco, la capacidad de comprensión deuno mismo y del Universo. Una mayor racio-nalidad se asocia con la existencia de senti-mientos más profundos y complejos. Van for-mándose nuevas maneras de ver y de inter-pretar la realidad, de apreciarla y de vivirla.Los esquemas mentales cambian. También vaevolucionando la corporalidad. Nuestro cuer-po–palabra existente se va transformando enel pensar y en el sentir día a día.

Al comienzo de la edad adulta presenta-mos una cierta inmadurez del sí–mismo car-nal. Nuestros pensamientos y sentimientos seven muy influenciados por los vigentes en lacolectividad en la que vivimos. Son ajenosinteriorizados y aceptados como propios.Pero en la aventura de la existencia individual,llegamos a un momento en el que volvemos

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nuestra mirada al interior de nosotros mis-mos, nos tornamos más conscientes y másresponsables en el vivir.

En los niveles superiores de la concienciade ser la actividad mental es en gran partevolitiva y, por tanto, somos responsables de loque pensamos. Gracias a la capacidad de pen-samiento crítico, podemos cambiar los razo-namientos y los resultados a los que se llegadesde la reflexión y el cuestionamiento de lodado. Es posible variar de actitud por unanueva comprensión, aunque sea un procesomás o menos lento. Cabe afirmar que es con-veniente pensar desde uno mismo para noacabar siendo esclavo de nadie, para no trans-mutarse en un autómata mecanizado con laimpronta de la frustración vital, que impregnasu totalidad orgánica desvitalizada.

Lo que percibimos depende de nuestronivel madurativo, pero también de la actitudque tengamos respecto de nosotros mismos,de lo que nos rodea y del mundo en general.Solemos confirmar lo interno de forma natu-ral al proyectarlo en el exterior, sin que seaalgo volitivo y consciente. Al mismo tiempo,recurrimos para interpretar la realidad a unsistema de inteligibilidad codificado en el len-guaje verbal, que traduce los pensamientos ylos sentimientos. En el procedimiento, losmodifica adecuándolos a lo transcriptible enpalabras y frases. No obstante, parten desdeese sí–mismo carnal biográfico y se asimilanen él, se integran en su bagaje vivencial, únicoe intransferible por ser experimentado desdeesa singular carnalidad diferenciada.

El sujeto existente prosigue su proceso desexuación a lo largo de esta etapa evolutiva.Su corporalidad se modela en el vivir conotros, en el tocar y en el ser tocada por otrossexuados, que pasan a formar parte, lo quierao no, de su historia particular. Las normassociales vigentes a las que tienden a adaptarselos individuos, los estereotipos y los papelessexuales correspondientes a cada sexo vansexuando el cuerpo–palabra en su experienciavital. Así, en las sociedades patriarcales el pre-juicio de la superioridad masculina impregna

la piel dúctil y vulnerable de los sujetos sexua-dos. Influye en su existir, en su temperamen-to, expectativas, vivencias, sueños, expresio-nes, deseos y conducta.

De esta manera, el cambio constante y nola estabilidad estática es lo que caracteriza eldesarrollo de los adultos, que, por supuesto,se inscribe en sus cuerpos–palabra. Las célulasse vuelven letras para componer esta narra-ción existencial propia, con sentido desde esesí–mismo biográfico en continua transforma-ción. Algunas mueren, unas sobreviven y otrasnacen para actualizar el cuerpo–palabra en sumomento vivido. La totalidad orgánica llevahilvanadas en sí las posibilidades de distintoscaminos, las potencialidades de múltiplesacontecimientos vitales de ese sí–mismo car-nal. Todo se traduce a un lenguaje fisiológicoque las células “interpretan” sin dificultad yque las modela al ser “leído”.

Así, las hormonas y los neurotransmisoresintervienen de forma decisiva en la configura-ción de la corporalidad sexual. Activan ydesactivan genes, propician sensaciones yemociones, posibilitan funciones y experien-cias vitales sin igual, propias de un individuoadulto. Éstas se incrustan en la hondura carnaldel sujeto y le reafirman o le obligan a cuestio-nar quién es. Todo se da a la vez, sincrónica-mente, en esa carnalidad viviente, aunque loignoremos y no lo sepamos. La totalidad orgá-nica, que es el cuerpo en situación vital, siguesu rumbo existencial, que se actualiza instantea instante.

Las gónadas (ovarios y testículos) y la cor-teza adrenal producen y secretan a la sangrelas hormonas sexuales, las cuales ejercen suinfluencia en el trepidante universo celularnuestro. Son las responsables del desarrollo yel mantenimiento de las características fenotí-picas diferenciales para cada sexo. También, aveces, de nuestros cambios de humor, de laintensidad del deseo sexual, aunque, en loshumanos, sea más complejo que lo dicho así;de los acontecimientos como la menstrua-ción, la concepción, el embarazo, el parto, lalactancia ...

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El descenso de las hormonas sexualesdesencadena el climaterio en ambos sexos,aunque su manifestación sea diferente paracada uno de ellos. Nos encamina hacia undeclive vital, nos va apagando progresivamen-te. Se van atrofiando algunas estructuras y teji-dos, y mueren las células que no son ya nece-sarias para la totalidad orgánica existencial enese momento suyo.

Asimismo, las hormonas sexuales influyenen las células nerviosas, tanto las periféricascomo las centrales. Pueden determinar la exis-tencia de un número distinto de neuronas en eladulto, pues éstas se relacionan con las estruc-turas que regulan y si desaparecen o se atrofianunas, van seguidas de las otras, que dejan detener sentido de ser en el sabio universo celularsituacional. Así, la plasticidad cerebral posibilitauna diferenciación sexual modulable en rela-ción con las vivencias y las conductas, ya quetodas tienen su registro corporal.

La sexualidad —las vivencias del sujetoexistente sexuado— va evolucionando en unasincronía inseparable con el sí–mismo carnalen transformación continua. Todo lo quesucede hace que algo cambie en él. Nada serepite en la vida. Cada instante vivido es únicoy diferente. Es verdad que el pasado ha confi-gurado ese cuerpo–palabra, pero todomomento vivido abre camino a otros, queestán por llegar y vivenciar desde la singulari-dad corpórea existente de cada cual, que se vacreando en su experiencia existencial.

Conforme maduramos, aumenta la sensa-ción de soledad, que es inherente al procesode individuación. Cabe sostener que más valeaprender a tolerarla, pues nos acompañará alo largo de toda la trayectoria vital. Parece evi-dente que la vida es de cada cual y se vivedesde uno mismo. No existe nadie que deba otenga que aprobarla, ya que su valor radica ensí misma, en uno mismo carnal con la poten-cialidad de llegar a ser sujeto existente pleno,lo cual es imposible de lograr sin reconocersevalor, sin ser responsable y consciente de símismo, sin vivenciar con orgullo el hecho deser un cuerpo sexuado y sexual vivo.

La consecuencia de aceptar la sexualidadpropia y de darle valor desde sí mismo es elaumento de seguridad personal y de autoesti-ma. El aceptarse no es equivalente a no que-rer cambiar. Es importante para no estar enconflicto perpetuo consigo mismo, para noestar en guerra permanente, que desgasta yentretiene inútilmente. Las vivencias se pro-ducen en un momento dado, en un contextodeterminado, desde ese sí–mismo carnal ensituación suya concreta y con otros sexuados.Si las circunstancias varían, también las viven-cias pueden cambiar, salvo que nos empeñe-mos en repetirlas obsesivamente por un blo-queo emocional o una fijación óntica. Detodas formas, es necesario reconocer unpunto desde el cual cabe partir en la creaciónpropia. Se puede cambiar, si es que se quiere,sobre todo aquello que no se ignora.

Si no aceptamos nuestra condición corpó-rea sexual, las vivencias del sí–mismo se desdi-bujan en lo abstracto o se genitalizan en exce-so, dando lugar a los “vencimientos” momen-táneos de la carne reducida y anhelante deplacer, pues su gozo de vivir está cortocircui-tado. Lo intenta compensar por una obsesivacontabilidad coital que, a duras penas, sirvepara este fin. Sin embargo, la sexualidad tienevalor por sí misma, sin ser un medio para con-seguir ningún propósito excitatorio en con-creto, que, por otra parte, es muy respetable.Es nuestra manera de estar en el mundo, lacual posibilita disfrutar de la experiencia vivi-da momento a momento durante todo el con-tinuum existencial.

Al comienzo de esta etapa, los adultosjóvenes suelen presentar una cierta inseguri-dad en sí mismos. La compensan con la sedde aventura y el entusiasmo. Procuran vivircon intensidad y arrebato. Tienden a buscar laaprobación en el exterior, aunque, poco apoco, se van dando cuenta de que la valora-ción que de verdad importa es la de unomismo; que la mayor intensidad se asocia conla autenticidad vivida.

Pasan por experiencias nuevas. Se enamo-ran, se emparejan, se casan, se separan... Son

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madres y padres novatos; repiten o no. Setrata de vivencias sin igual que transformanradicalmente el mundo propio. Todo cambia.Emergen valores desconocidos, prioridades,deberes ineludibles y responsabilidades queno se pueden evitar. Un insospechable univer-so de dos que se extiende a nuevas figuras sig-nificativas. Los hijos suponen una dedicacióncontinua que requiere mucha energía vital.Ser padres es un gran aprendizaje, un crisolvivencial difícil de traducir en palabras. Es unbuen pretexto para madurar o para evadirsede sí–mismo. Puede suponer la creaciónsuprema de dos o su justificación para no rea-lizarse y permanecer en una guerrilla constan-te. El mundo de la pareja es muy complejo ylos vínculos que se forman entre sus dos com-ponentes pueden responder a diversas nece-sidades, tanto regresivas como de desarrollo,y a las circunstancias determinadas.

No obstante, con el paso del tiempo, lafuente de aprobación y de evaluación se vaestableciendo en el individuo sexual. Lasexperiencias vivenciadas van definiendo susvalores propios. Intenta acoplarlos con loscolectivos en vigor, pero ya lo hace desde símismo. Comprende que sólo aquello que lesucede a uno es real y verdadero. Ya noacoge con entusiasmo el conocimiento pres-tado; lo cuestiona confrontándolo con suexperiencia vital.

Progresivamente, va adquiriendo unaindependencia en el pensar, sentir y actuardesde sí mismo. Se vuelve más seguro oaprende a convivir con la inseguridad. Poco apoco, su conciencia se muta en soberana. Sucapacidad de satisfacción aumenta. Algunasveces, en la madurez, tiene lugar una nuevajuventud de ser, de extraordinaria belleza. Elsujeto autónomo ya no intenta demostrarnada a nadie, ni agradar a presentes y ausen-tes, sino vivir la vida propia desde el sí–mismocarnal, desligado de trabas represoras y culpasexistenciales. Se muta carne sexual de unahonda serenidad, que roza lo eterno, más alládel espacio y del tiempo, libre de ser ellamisma corpórea en un abrazo trascendente

con la aventura de ser, infinita en su densasustancialidad singular. Entonces, el miedodeja de ser su motor. El bienestar interno setruca en alegría existencial. El sujeto irradia lasatisfacción por ser cuerpo espiritual, quesiente y piensa en cada instante vivido. Pasapor la experiencia de vivir con gusto. Se con-vierte en un canto carnal a la vida y a la liber-tad de ser.

La sexualidad de los adultos va cambiandoa lo largo de las décadas, aunque de formadiferencial para cada sexo.29 La masculina secentra más en los genitales, mientras que lafemenina es más descentralizada, se desparra-ma por toda su piel sexuada. La mujer muyjoven suele ser más receptiva y deseosa de seramada y de dar placer a su amante. El hombrejoven suele buscar sexo coital y desear domi-nar la técnica del encuentro sexual. Muchosmiden su hombría por el número y la varie-dad de sus conquistas, sin mayor vinculaciónemocional o compromiso. En algunos, estainclinación persiste durante toda su vida.

Progresivamente, las mujeres van adqui-riendo más experiencia y desenvoltura carnal.Ya buscan su propia satisfacción y conocenmás su cuerpo sexual. Saben mejor lo quequieren. Eligen y disfrutan más. Por otraparte, con los años, los hombres van aprecian-do más los sentimientos, la ternura y la intimi-dad que puede surgir en las relaciones sexua-les. Suelen valorar más la compañía y la pre-sencia concreta, no la corporalidad bella enapariencia o abstraída y concentrada en losgenitales receptivos. Poco a poco, los dossexos se aproximan en el encuentro. Los hom-bres valoran más el tacto, las sensaciones; ylas mujeres, las vivencias centradas en su exci-tación genital. Sus identidades sexuales seliberan, en parte, de su ablación.30

Sea como sea, la sexualidad, se manifiestecomo se manifieste, es inherente al sujetoexistente hasta que se muera. Cada décadapuede ser muy rica sexualmente y presentarpeculiaridades varias en su expresión evoluti-va. Lo que sí parece claro es que quien no leda valor a su sexualidad y no la vive con satis-

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facción, si no lo remedia, lo arrastrará durantetoda su trayectoria vital. Se tengan los añosque se tengan, nunca es demasiado tarde paraafrontarlo y resolver asuntos pendientes. Seríauna pena perderse esta dimensión humanatan hondamente nuestra y hermosa.

Cabe afirmar que cada acontecimientorelevante en la andadura adulta marcará lapiel sexuada del individuo y le confirmará o lehará cuestionarse en su ser sexual, en su sermujer u hombre, en su identidad sexual, quepuede replantearse en esta etapa e, incluso,cambiar en una reflexión introspectiva dramá-tica y trascendente. Pues, nuestras elecciones,a lo que tendemos, lo que deseamos y lo quehacemos o dejamos de hacer inciden en nues-tra identidad sexual.

Al comienzo de este estadio evolutivo, laidentidad sexual es egoica, un tanto inmadu-ra. No se basa en un “yo” monolítico y estáti-co.31 Sus componentes activos, biográficos,interactúan entre sí y conforman distintasexpresiones del total, que se muestra demanera diferente según la situación vivencialen la que se encuentra el individuo. Estos sub-yo o subpersonalidades pueden ser conscien-tes o no, aceptados o rechazados, pero inter-vienen de forma dinámica en la personalidaddel sujeto existente. A lo lago de la edad adul-ta se tiende a integrarlos en una identidadegoica madura, cuyos distintos componentescooperan entre sí y no se encuentran en unenfrentamiento permanente. Todo lo contra-rio, la enriquecen en un equilibrio inestable.32

Ya hemos hablado del sub-yo infantil, el cualcorresponde al niño que fuimos en nuestraandadura existencial. Es concreto y biográfico.Representa nuestro sí–mismo infantil. Se inte-gra en el “yo” adulto y permanece como unode sus componentes constantes. Otros son elpaterno y el materno, con sus normas y man-datos internalizados, sus maneras de ser y derelacionarse entre ellos. Asimismo, el “yo”adolescente del estadio anterior queda incor-porado en el “yo” adulto, generalmente, deforma inconsciente. Influye en los comporta-mientos con la pareja y otros sexuados, pues

los modos relacionales con los pares se apren-den en la adolescencia.

En esta etapa el “yo” exterior, el que pre-sentamos al mundo, se vivencia mucho mejor,sin mayor enfrentamiento con el “yo” interno,que se muestra en estricta intimidad. No suelesuplantarlo. Sin embargo, algunas veces,puede ocurrir que lo sustituya, lo cual debilitaal “yo” interno, que no se manifiesta ni seexpresa. De esta manera, el sujeto puedeentrar en una crisis de identidad por desajusteentre sus componentes. Su debilitado “yo”puede ser sustituido por un “pseudo-yo”, querepresenta al verdadero, desempeñando unadeterminada función, que se espera del indivi-duo por ser quien es. Así, éste pasa a adoptarla identidad que supuestamente le correspon-de, por ejemplo, por su profesión, por serpadre o madre, esposa o esposo...

Si el “pseudo-yo”, en vez de ser uno de loscomponentes del “yo”, lo suplanta, conduce ala persona a una inseguridad dramática al per-der su identidad como tal. A menudo, parasalir de la crisis y como un recurso fácil, sebusca la fuente de identificación en el grupode los semejantes, al reconocerse en ellos yser aprobado por ellos. De esta manera, lasituación se agrava todavía más y el individuose convierte en un autómata conformista.

Cabe afirmar que adquirir una fuerte iden-tidad personal es un trabajo de autoconscien-cia y reflexión; no es algo dado o sencillo.Merece la pena implicarse en esta tarea, puessin alcanzar la configuración de una identidadsexual sólida no se podrá llegar a ser un suje-to carnal pleno, ya que nos estructura desdenuestra hondura existencial.

Otros “sub-yo” que se suelen integrar en laetapa adulta son el “femenino” y el “masculi-no” de cada individuo singular. Por lo general,el del sexo contrario emerge del inconscienteal ser ya posible su incorporación en el cons-ciente por no ser tan amenazante para unsí–mismo carnal maduro, por no distorsionarsu identidad sexual. Por el contrario, la enri-quece, la cohesiona y la fortalece. Así, los suje-tos más desarrollados suelen mostrar un equi-

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librio e integración entre sus “sub-yo” femeni-no y masculino, sin que les causen ningunaansiedad o desasosiego. Además, de estamanera se evita el odio y la intolerancia haciael otro sexo, pues lo parecido propio no seinhibe y no se rechaza en el sí–mismo carnaly, por tanto, no se proyecta en un “enemigo”externo. Por fin, en la etapa adulta la identi-dad sexual puede dejar de ser ablativa, aun-que todavía eso no sea lo habitual.

En algún momento de esta etapa adulta elnivel madurativo de la conciencia de serpuede que evolucione al existencial o lógico.Por supuesto, este acontecimiento se asociacon un cambio en la identidad del sujeto, queya no es la egoica, sino la correspondiente a laintegración entre el cuerpo y la mente. Se basaen la vivencia unificada de ambas del sí–mismocarnal. El pensamiento no se separa de lossentimientos, ni se ignoran las sensacionescorporales. Es la resurrección del cuerpo, quesale de su silencio y se muta palabra viva, quegoza al expresarse como una totalidad existen-te en cada momento vivido. Esta evolución secorrelaciona con una nueva forma de percibirla realidad, de vivenciarla y de interpretarla.

En cuanto a las necesidades del sujetosexuado durante su etapa adulta, algunas vancambiando a la vez que él y otras persisten alo largo de toda ella. Se trata de un complejocrisol que responde a la tendencia de realiza-ción del cuerpo–palabra en cada situaciónexistencial de ese sí–mismo carnal biográfico.Perduran las necesidades primarias de fusióny de individuación, la de reconocimiento, lasbásicas, como son las fisiológicas, de seguri-dad, de pertenencia y amor, la de autoestima,las de conocimiento y las estéticas.33 Emergennecesidades nuevas como pueden ser deautorrealización y la de creación. Todas ellaspresentan formas de traducción peculiarespara cada periodo de desarrollo e individuoconcreto, cuya historia se escribe desde elsí–mismo carnal sexuado, único e irrepetible.Pasemos a hablar brevemente de éstas.

Las necesidades de fusión y de individua-ción están presentes en cada momento vivido.

Son constantes a lo largo de toda la andaduravital. Se traducen de múltiples maneras encada tendencia, gesto o conducta. Se mani-fiestan con mayor intensidad en las relacionessexuales, cuyos matices sirven para intentarcolmarlas. Los abrazos, los besos pasionales,las caricias impregnadas del deseo delencuentro con este otro concreto, los orgas-mos compartidos tienden a satisfacer las nece-sidades fusionales. También la ternura, lacompasión y los sentimientos como el amor oel afecto verdadero por un amigo. Los gestosy los actos un tanto agresivos, el alejamiento,la ausencia en el hacer, los desencuentros serelacionan con las necesidades de individua-ción. Por supuesto, cualquier tendencia obse-siva a satisfacer siempre una de ellas denotauna carencia o fijación óntica. Lo habitual esque cada individuo oscile entre ambas en todaocasión, que no se decante compulsivamentepor ninguna de ellas.

La necesidad de reconocimiento ya no secodifica sólo en el deseo de visibilidad. Sevuelve más compleja con los años, entrelazán-dose con otras. Además del requerimiento deser visto, incluye también el de ser reconoci-do por otros pares, que en esta etapa madura-tiva se compartimentalizan en diversos grupos(sociales, profesionales, culturales, intelectua-les, artísticos, los de aficiones comunes...).Éstos reflejan distintas facetas del sí–mismocarnal, que forman parte de su identidad.También comprende la necesidad de recono-cimiento de la valía del sujeto existente en susmúltiples aspectos y ocupaciones.

Asimismo, incluye la necesidad de serreconocido de una manera muy especial eíntima por algunas personas importantes en lavida del sujeto. Este reconocimiento no selimita al estado actual del sí–mismo en situa-ción, sino que también supone algunas de suspotencialidades, que son destacadas del restoy que sirven de nexo ontológico relacionalcon estos otros concretos, los cuales intervie-nen en su modelación como sujeto sexuado ysexual. Este tipo de reconocimiento sirve depuente existencial por el que pasa el indivi-

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duo desde el anonimato abstracto hasta con-vertirse en una presencia corpórea con rostropropio, único y peculiar en su hondura de ser,imposible de descifrar del todo. Un cuer-po–palabra real y no una abstracción ideada,que se muta carne misteriosa al ser tocada yacariciada, al ser pronunciada en el contactode piel con piel.

Las necesidades de seguridad son inheren-tes a cualquier individuo. Se van manifestandode distintas maneras a lo largo de esta etapa.Combinan una fuente de satisfacción externaal sujeto y la propia a él. El apoyarse en ungrupo y ser protegido por una colectividad,sea lo grande que sea ésta, se conjuga con losrecursos personales, los cuales redundan enuna seguridad interior. Progresivamente, setiende a adquirir una seguridad que no sebasa en la protección de nadie, sino en la sen-sación de valía propia, de confianza en símismo. Genera una actividad espontánea delsujeto carnal maduro en un marco razonablede libertad, la cual se convierte en una necesi-dad. Es una honda sensación de seguridadinterna que parte de alguien real y soberano,que se reconoce como tal y no intenta pare-cerse a nadie, ni comprar el afecto de nadie,sino simplemente ser él mismo corpóreo.

Por supuesto, las necesidades de seguri-dad se codifican en el terreno sexual de formadramática. Posibilitan o no los encuentrossexuales y las relaciones. También influyen enla capacidad de entrega en un momentodado, en los celos e, incluso, en el placer sen-tido al estar con ese otro con rostro concretoo sin él. Crean expectativas y generan viven-cias. Inciden en el deseo de repetir o de evitardeterminadas experiencias por resultar desa-gradables o amenazantes para el individuo.Son muy importantes en este campo.

En cuanto a las necesidades de pertenen-cia y de amor, se manifiestan como las demás,en concordancia con el nivel madurativo deesta etapa existencial. Las de pertenencia sedesdoblan en dos direcciones, la pública y laprivada. Se traducen en la tendencia de inte-grarse en un colectivo dado o en varios y ser

aceptado en ellos como su miembro. En elámbito privado se expresa en la búsqueda y laformación de una pareja, con la que se creaun mundo de dos, y se construye o no unafamilia. Además, un adulto conserva los lazosde lealtad y afecto con su familia de origen,con su madre y su padre, que se conviertenbajo su mirada en humanos como él, no tantemidos, ni idealizados como antes. Todasestas relaciones constituyen un complicadoentramado y contribuyen a configurar al suje-to sexuado y sexual.

Las necesidades del amor se codificanentrelazadas con las de pertenencia en elámbito privado y en el público. Implican unmarco de mayor o menor intimidad, que serelaciona con su satisfacción. Pueden traducir-se en numerosos vínculos, que fundamentanla existencia del individuo y le aportan fuerza ysentido. Se cristalizan de manera intensa en elamor sexual, pero también se colman en partepor el filial, paterno y materno, de hermanos,de otros familiares, de amigos y de figuras sig-nificativas. Por supuesto, como en otras eta-pas, comprenden la necesidad de amar y deser amado, aunque dependiendo del sujetopuede predominar una u otra. No sólo se amaa los otros, sino que asimismo, el amor puededirigirse a los ideales, la patria, la naturaleza, lalibertad, la vida y a uno mismo... El amor a unomismo emerge en algún momento de la anda-dura vital como una necesidad ontológicaconsciente; se relaciona con el autoestima, elcuidado y el cultivo de sí, y encamina hacia laautorrealización como sí–mismo carnal.

La necesidad de autoestima tiene muchopeso en la edad adulta. De su satisfaccióndepende, en gran medida, llegar a ser un suje-to sexuado y sexual pleno. Si uno no se valo-ra, no confía en sí mismo y no se respeta tienemuy poco que dar. No puede hacerlo, puesestá en crisis permanente consigo mismo, locual se proyecta en el mundo que le rodea,que, a su vez, se vuelve caótico e imposible. Elmiedo se instaura en su piel desplazando a laalegría de vivir; le transforma en un autómatadesvitalizado.

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Creemos que es importante comprome-terse con uno mismo en el vivir; ocuparse deuno mismo para, entre otras cosas, poderocuparse mejor de los demás, de igual a igualcuando sea posible hacerlo y sin dependen-cias enfermizas o falaces posesiones cosifica-doras; por ende, desde la riqueza y no desdela precariedad carencial. Nunca es tarde paraconvertir la vida propia en lugar de un conflic-to bélico sostenido, en un fluir vital que enca-mina hacia llegar a ser uno mismo carnal,tenga la edad que tenga éste. Así, la corporiza-da conciencia soberana goza en la experienciade existir. Decide desde sí misma y se vinculacon su independencia como sujeto.

Para satisfacer las necesidades de autorrea-lización y de creación lo adecuado es desarro-llar algunas de las potencialidades propias yexpresarlas en lo creado, que, a su vez, noscrea. La vida en sí es una obra de creación sos-tenida. Las elecciones que hacemos, las perso-nas que destacamos del resto y con las quemantenemos contacto inciden en ella demanera significativa. Nuestra vida íntimasobresale por relevante y de ella, la de enpareja. Se trata de una creación de a dos que,al mismo tiempo, posibilita o no su autorreali-zación común y la de cada uno de ellos. Esuna labor mantenida, que puede desembocaren progresión o en regresión. También loshijos —quizá, nuestra creación suprema—reúnen estas posibilidades. Les creas y tecrean. Les educas y te educan en la interrela-ción. Es un trabajo sacrificado, pero al mismotiempo, puede ser muy gratificante. La ten-dencia creativa del ser humano se cristaliza encada momento y en toda ocasión, hagamos loque hagamos, tanto en la construcción comoen la destrucción.

No quisiéramos dejar de recordar que lasexualidad, aparte de posibilitar la reproduc-ción, es inherente al hecho de vivir y es elcampo básico de la creación personal del queparten otros muchos. Que no es posible llegara ser sin darle valor al hecho sexual humanoen general y al propio en particular. Que lossujetos reales somos sexuados y sexuales, lo

cual redunda en una variedad y diversidadincreíbles, en la riqueza existencial. Así, el cul-tivo del sí–mismo carnal se convierte en unallave de acceso a la autorrealización personal.

Las fuentes de gratificación en la etapaadulta son múltiples y heterogéneas, interrela-cionadas y complejas, sincrónicas y atempora-les. Combinan los distintos sentidos —tam-bién el estético—, la cognición, la fantasía, lossentimientos, los afectos y el amor. Asimismo,la satisfacción de las necesidades anterior-mente mencionadas genera placer, que vaconfigurando al individuo corpóreo. La de lasde autorrealización produce una gratificaciónprofunda que repercute en mayor riquezainterior y serenidad. Todo se entrelaza y seconjuga para alcanzar el objetivo óntico de lle-gar a ser un sujeto carnal pleno que goza ensu aventura existencial. Sin embargo, si exis-ten fijaciones en las etapas anteriores, suelenasociarse con la dependencia obsesiva de lasfuentes generadoras de placer característicasde los estadios evolutivos de los que se trate,que persisten y desplazan a las propias de esteperiodo vivencial.

En la edad adulta, una fuente de placermuy importante es la relativa a la actividadsexual de los sujetos sexuados con otros. Porsupuesto, es por estar vinculada ésta con suobjetivo óntico. Además, en las relacionessexuales se pueden colmar muchas de lasnecesidades de esta etapa de desarrollo de lasque ya hemos hablado. Si esta fuente de grati-ficación es deficitaria, es difícil compensarlacon otras, pues es hondamente ontológica.

En cualquier caso, todo aquello que elindividuo hace como expresión de sí mismoproduce placer configurativo.34 Los actos fin-gidos no suelen dar este resultado y la gratifi-cación que generan es superficial y de cortaduración; resbala por la corporalidad del suje-to sin apenas impregnar su piel sexuada. Poreso, es frecuente que se busque la intensidady la extravagancia en el hacer, para compensarla ausencia de la autenticidad entre dos.35

Los significados que se manejan en estaetapa son ya adultos y mucho más complejos

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que en las anteriores. Siguen persistiendo confuerza los internalizados en la niñez y en laadolescencia, pero surgen otros, propios de lacultura y sociedad en la que se vive, y los indi-viduales auténticos, los cuales nacen tras untrabajo de reflexión introspectiva y clarifica-ción desde uno mismo existente. Al fin y alcabo, las cosas son lo que son para uno y, portanto, los significados influyen de manera con-tundente en las vivencias, en la sexualidad.Asimismo, los contextos situacionales en losque tienen lugar les aportan sentido, y ésteimpregna los significados y los actualiza paracada momento vivencial del sujeto existenteen continua evolución.

Al comienzo de la edad adulta, los signifi-cados colectivos en vigor en la sociedad en laque se convive con otros son los que suelenmanejar los individuos. Incluso, las transgre-siones a las normas se determinan por estasmismas, por las coordenadas de lo “nor-mal”/”anormal”, “bueno”/”malo”, “bien vis-to”/”mal visto”, “justo”/”injusto”... Todo acon-tece desde una aplastante lógica coercitiva,implícita e imperceptible para los sujetos,pues las expectativas crean realidades en lasque quedan atrapados los individuos sin ape-nas darse cuenta de ello.

Por supuesto, estos significados colectivos,al configurarse en las sociedades patriarcales,quedan connotados diferencialmente paracada sexo por el prejuicio de la “superioridad”masculina. Los hombres son conducidos deforma “natural” a demostrar su dominio ypoder sobre las mujeres, a infravalorarlas e,incluso, a menospreciarlas, en mayor o menorgrado, por no ser como ellos. Para muchos, lasmujeres están en el mundo para hacerlescómoda la existencia o completar su cuadrode realización personal, servirles de múltiplesmaneras, también sexualmente, y estar, ade-más, contentas y satisfechas al hacerlo, pues surazón de ser es ser para ellos. Por asombrosoque pueda parecer, este significado existenciallo comparten con ellos muchas mujeres. Noobstante, esta realidad sexual se va transfor-mando hacia la equivalencia de los sexos con-

forme las sociedades se vuelven menospatriarcales, más paritarias en la distribucióndel poder y del valorado protagonismo.

Algunos hombres empantanan sus viven-cias sexuales de significados cuyo sentido esel de confirmar su “hombría”. Así, van de con-quista en conquista para engrosar su cuentade “victorias” sexuales, con la cual se “de-muestra” su virilidad y su desenvoltura “exito-sa” en el hacer. Sin embargo, suele sucederque a mayor número de experiencias lecorresponde una menor implicación emocio-nal, una abstracción del rostro concreto, unareducción de la hondura de ser que se con-vierte en una superficie excitatoria plana. Sedisocian las emociones de la actividad mentaly de la ejecución corporal estereotipada. Losdos sujetos carnales con nombre propio desa-parecen en la escenificación del hacer.

La especialización sexual se va reafirmandopor el mundo simbólico, el lenguaje, el imagi-nario colectivo que se internaliza y la opiniónde los expertos que sientan cátedra. Los suje-tos adquieren conceptos, los cuales utilizanpara interpretar las cosas que les suceden y lasviven de una manera determinada, que podríaser otra. Así, la sexualidad masculina es domi-nada por una concentración genital, es coito-centrista. Sus significados se relacionan con laconfirmación de la virilidad, que se manifiestapor una erección potente y una eyaculaciónadecuada.36 Pero reducir la sexualidad deambos sexos al patrón masculino vigente esempobrecerla, además de ser una distorsiónartificial y falaz. También lo es el asociar laerección con potencia sexual, muestra depasión y de disfrute.37 Existen muchos fantas-mas e informaciones imprecisas, que se erigenen normas o indicadores a seguir, los cualesnos conducen a abstraernos en la adecuacióna los preceptos normativos en vez de partir denosotros mismos reales y existenciales quesentimos y pensamos en cada instante vivido.

Poco a poco, con la madurez se llega adarles más valor a los significados personales,formados en la experiencia de vivir, de la exis-tencia carnal propia. Los sujetos reconocen lo

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que les gusta y lo que no, lo que les hace bieny lo que no... De esta manera, los significadospueden cambiar tras ser reevaluados y volver-se más reales desde uno mismo corpóreo. Losindividuos siguen abiertos a otras fuentes deinformación, pero le dan más importancia asu experiencia singular, a su vivencia de lascosas, la cual sitúa lo que significan éstas.

No obstante, si la sexualidad del sujeto enel pasado le resultaba desagradable o tenía elsignificado de un “deber” u “obligación”, o de“cosas propias de la juventud”, o la justifica-ción por un propósito reproductivo.., es muyprobable que en la edad madura se viva comoalgo ya pasado e inapropiado, lo cual conducea una vejez “asexuada”.

En cuanto a los miedos en la edad adulta,también son complejos y múltiples. Persistenlos infantiles y los adolescentes, aunque sumanifestación es peculiar, concordante con elestadio evolutivo. Así, el miedo a no ser queri-do o al abandono se centra en la personaamada, pues en este periodo es la figura signi-ficativa por antonomasia. El temor de no serreconocido o válido en la vida se refleja tantoen el ámbito privado como en el público y seentrelaza con el éxito profesional y familiar.En el temor de no ser válido se destaca el deno serlo en el terreno sexual, que se asociacon el de no satisfacer a la pareja.

En esta etapa existencial, emerge con fuer-za entre los demás el miedo a la muerte, tantoreal como simbólica o identitaria, ya que laidentidad personal es muy importante alcohesionar y darle consistencia biográfica alsujeto. Este temor se manifiesta en otros,como son el miedo a la enfermedad mental ofísica invalidante y en las personas mayores, ala demencia y a no poder valerse por sí mis-mas. No deja de ser una especie de muertesimbólica, que se anticipa a la real. Este miedoa la muerte perdura y se procesa durante todala edad adulta de múltiples maneras, desde laabstracción y huida del cuerpo sexuado quesomos, hasta la búsqueda de la inmortalidaden la creación de sí mismo, de los hijos, de lasobras, en ayudar y ser útil a otros...

El miedo sigue hilvanándose en nuestraperecedera carnalidad. Los individuos debaja autoestima suelen estar gobernados porél. Se enfrentan con la existencia propiadesde el miedo; sobre todo temen en suvivir, hagan lo que hagan y estén con quienestén. Tienen miedo a no ser válidos y tam-bién a desarrollar sus propias potencialida-des, ya que eso implica un compromiso conla vida que, en el fondo, les angustia. Noquieren sobresalir, porque eso supondríamayor soledad. No quieren ser corpóreosdiferentes, prefieren abstraerse y confundir-se en lo genérico insustancial.

Sin embargo, la madurez puede llegar aser una época vivencial en la que uno se cono-ce y se acepta. También en la que se reconocesus miedos y las maniobras que emplea paraprocesarlos, de forma que no le impidan eldesarrollo personal para ser el cuerpo–palabrasexuado y sexual que piensa y siente desde símismo en cada instante de su existencia.

En cuanto a los deseos, de la misma mane-ra que lo demás, son internalizados desde elexterior en la inmadurez y progresivamentevan adquiriendo la consistencia personal pro-pia. Se desea de forma consciente o no satisfa-cer las necesidades de esta etapa evolutivapara poder conseguir su objetivo óntico. Estose concretiza en un crisol de deseos que res-ponden a múltiples necesidades existenciales,colectivas y biográficas de cada cual.

Poco a poco, la libertad individual, de ser unanhelo imposible se vuelve más real, sobre todoa expensas de su componente interno, propioal sí–mismo carnal con autogobierno soberano.En cualquier caso, el sujeto existente oscilaconstantemente entre el deseo de progresar yel de detenerse en la aparente estabilidad o,incluso, de regresar a las vivencias de antañoque le son conocidas y seguras, y que le hanaportado antes mucha gratificación.38 No obs-tante, la tendencia de la totalidad orgánicavivencial a su realización no puede congelarsesalvo que se frustre la vida que hay en su fluir.

El sujeto existente se vuelve carnal en eldeseo, más aún en el deseo sexual en el cual

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anhela otra presencia corpórea sexuada, quele objetiva y le muta cuerpo acariciable, verbonarrativo en el conversar vivencial.39 En algúnmomento de esta etapa, el deseo sexual seconcretiza con toda su intensidad en un suje-to carnal con rostro peculiar y único, que esdifícilmente sustituible por otro y a quien nose quiere abstraer en lo genérico. Con él ocon ella se intenta construir un mundo de dosa medida de ambos.

El deseo sexual puede responder a diver-sas necesidades. Entre ellas, expresa el objeti-vo óntico de esta etapa existencial. Pero, asi-mismo puede corresponder al intento desatisfacer las necesidades de amor, de visibili-dad y de otras muchas. También puede seruna defensa fundamentada en el placer contrauna regresión que desestructure al individuoy le impida completar su desarrollo.

En cuanto a la orientación del deseo, aveces, ésta varía a lo largo de la edad adulta. Sepuede desear siempre a alguien de otro sexo odel mismo, o como se empieza a ver última-mente con mayor frecuencia, a la persona,tenga el sexo que tenga ésta. Quizá, se trate detiempos más inciertos, con los sujetos existen-tes carnales menos predeterminados o defini-dos, que buscan su camino personal sin incli-narse por nada a priori, muy en relación conlas circunstancias y oportunidades que se lespresentan. No obstante, no es algo habitual. Seda más en algunos colectivos y grupos sociales.

En cuanto a la erótica adulta exteriorizada,como todo lo demás de esta etapa, es muyvariada y compleja. Sea como sea, expresamosconstantemente lo que somos en lo que senti-mos, pensamos y deseamos momento amomento, lo cual se manifiesta en gestos ytambién en la conducta. Los gestos, con eltranscurso del tiempo, dejan de ser un tantogenéricos o estereotipados y se personalizancada vez más. La erótica de cada cual adquieremayor peculiaridad individual en concordan-cia con la madurez y la independencia delsujeto existente sexuado.

Parece claro que existe una erótica oexpresión sexual común perteneciente a cada

uno de los sexos. Pero, además, cada indivi-duo muestra una versión particular e irrepeti-ble de ella. Por supuesto, ésta va cambiando almismo tiempo que el sujeto y, también, enrelación con quien se interactúa o a quien vadirigida. Así, la erótica aunque se dé en cadacual, le trasciende al tener un matiz interrela-cional contextual a ese otro concreto corpó-reo de enfrente y al momento histórico, tantopropio como colectivo, en el que se encuen-tra este cuerpo–palabra biográfico y actualiza-do. Este verso vivencial escribe su narraciónpersonal en el ser leído y pronunciado; expre-sa su verdad sin apenas proponérselo. Detrásde cada gesto está la totalidad orgánica ensituación, que se muestra o intenta esconder-se. Los silencios elocuentes están repletos depalabras no dichas, pero con posibilidad deser percibidas y oídas.

Esta totalidad orgánica que somos, seexpresa en su hacer, en su conducta, la cualse va elaborando desde la niñez; evoluciona alunísono con el sujeto existente. Quedaenmarcada por su realidad, por su visión delmundo y es un constante reflejo del sí–mismocarnal. Lo que hacemos o dejamos de haceres importante, pues las experiencias van con-figurando la biografía de cada cual. Tambiénlo es la autenticidad de la acción, es decir, sise trata de actos, que parten del sí–mismocorpóreo, o “pseudoactos”, que se originandesde su difuminación en lo genérico, su abs-tracción mental o adecuación estereotipada.

En cada acto subyace una significación quelo trasciende, ya que la experiencia se incrustaen nuestra piel sexuada y nos va construyen-do como sujetos sexuales. En la inmadurez,observamos e imitamos sin apenas cuestionar-nos lo establecido. Si acaso, se formula unaversión personal, que añade algunos matices alo considerado como “normal” por la colecti-vidad en la que vivimos. Se suele hacer lo quehaga la gran mayoría de los demás.

Así, en la juventud, los papeles sexualesasignados a cada sexo, con su correspondien-te código de conductas, quedan internaliza-dos de forma “natural”. Propician una enaje-

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nante especialización sexual para ambossexos, pues dirigen a los sujetos a hacer loque “deben” para confirmar su identidadsexual y sentido de ser hombre o mujer, amenudo, en contra de lo que verdaderamentequieren. En todo caso, colaboran en que losindividuos tiendan a adecuarse a las normas ya enajenarse de forma “natural”, simplementepor ignorarse a sí mismos como cuerpos–pa-labra con voz y opinión propias.

El criterio de “lo adecuado” para cada sexointerviene incluso en la elección de la profe-sión, o de quedarse o no en casa para cuidar alos hijos y mantener el orden del hogar. Pocoshombres se dedican a ello. Cuando las mujeresse consagran a ser amas de casa, lo deseen ono, se vuelven dependientes de su pareja,tanto económica como socialmente. Su realiza-ción está supeditada a la realización de susseres queridos, pareja e hijos. Sus redes deapoyo afectivo y social se reducen. Su actividadtiende a ser repetitiva y más solitaria. Todoesto incide en la capacidad de decisión y auto-estima, aunque existen muchas mujeres que sesienten satisfechas y realizadas con su papel decuidadoras del ámbito familiar. Pero, quizá, loenriquecedor sería no atribuir lo privado o lopúblico a ningún sexo en particular, sinofomentar la autorrealización del individuo, seadel sexo que sea, en ambos y por igual.

Al comienzo de la edad adulta se arrastrala inexperiencia entusiasta en el hacer, lo cual

es muy notorio en el encuentro sexual, aun-que también se puede tener una aparentedesenvoltura instrumental. Se suele informar-se bien o no y seguir los patrones de actua-ción con afán de hacerlo con éxito. Se observay se imita lo visto o imaginado. La televisión yel cine presentan un importante papel en lacreación de expectativas irreales, que distor-sionan las vivencias de cada cual. Se valora, secompara y se juzga el rendimiento propioconfrontándolo con fantasmas. Se consultanlas estadísticas, a menudo de dudosa validez,y los libros divulgativos. La inexperiencia secompensa con la ilusión y la cantidad. Se vanaprendiendo y reafirmando conductas.

Sin embargo, con los años, los sujetossuelen, en vez de adecuarse a lo establecido,adecuar las normas a ellos o, incluso, configu-rar sus propios preceptos, que parten delsí–mismo carnal más maduro. Su conducta sevuelve más personal, más libre y espontánea.También en el terreno del encuentro sexual.No huyen tanto de las emociones y del cuer-po como totalidad sensual acariciable, puesno reprimen partes esenciales del sí–mismocarnal. La espontaneidad en el hacer se entre-laza con la creatividad, produciendo unhondo placer estructurante. Ya no se persi-gue probar nada a nadie, ni siquiera al egoinmaduro y vigilante, sino simplemente seruno mismo carnal que disfruta en su existen-cia vivencial.

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Notas al texto1 Este escrito corresponde a uno de los capítulos del libro El sujeto existente, recientemente terminado

por la autora y, todavía, no publicado.2 «La naturaleza o la esencia del hombre no es una sustancia específica, como el bien o el mal, sino una

contradicción que tiene raíces en las condiciones mismas de la existencia humana. Ese conflicto requie-re por sí mismo una solución, y fundamentalmente sólo hay la solución regresiva y la progresiva.»Fromm, Erich: El corazón del hombre, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1993, p. 140.

3 Según el Diccionario Espasa de Medicina de 1999, «los órganos genitales femeninos están constituidospor los ovarios, trompas de Falopio, útero, vagina y vulva. Los órganos genitales masculinos están for-mados por los testículos, epidídimos, conductos deferentes y eyaculadores, así como las vesículas semi-nales, la próstata y la uretra. Los genitales masculinos externos están formados por el escroto que con-tiene el testículo y el pene.» Es relevante, y creemos que significativo, que no se mencione que los geni-tales externos femeninos se componen de labios mayores, menores y de clítoris y, que, por supuesto,aunque no se especifique en este diccionario, también existen.

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4 «En los mamíferos, las hembras se desarrollan de forma espontánea. Esta ausencia de inductores denotala aplicación del principio de economía que preside los procesos biológicos.» Fernández, Juan et al:Varones y mujeres, Ed. Pirámide, Madrid, 1996, p. 87.

5 «Según la jerga psicoanalítica, las tempranas relaciones de la libido masculina y de la libido femeninacon la madre preedípica son equivalentes y, por hablar también de los aspectos negativos, la GranMadre es también la fuente del miedo, del terror y del impacto de la muerte para ambos sexos (puestoque dondequiera que exista otro existe el miedo y el primer otro, evidentemente, es la Gran Madre).»Wilber, Ken: Después del Edén, Ed. Kairós, Barcelona, 1995, p. 316.

6 «Corporal e íntima, la relación que se establece con las madres es única, incomparable, inalterable, y seconvierte para ambos sexos en el objeto del primer y más poderoso de los amores, prototipo de todaslas relaciones amorosas ulteriores.» Palabras de Freud, citadas en Badinter, Elizabeth: XY. La identidadmasculina, Alianza Editorial, Madrid, 1993, p. 66.

7 «“No” es la primera forma de trascendencia específicamente mental. Las imágenes comienzan con latrascendencia mental, pero están ligadas a sus referentes sensoriales. Con el “no” puedo negarme porprimera vez a actuar a partir de mis impulsos corporales o de tus deseos. Por primera vez en su desarro-llo, el niño comienza a trascender su encaje meramente biológico o biocéntrico o ecocéntrico, empiezaa ejercer control sobre sus deseos físicos, sus descargas físicas y sus instintos, mientras que simultánea-mente se “separa–individualiza” de la voluntad de los demás.» Wilber, Ken: Sexo, ecología, espirituali-dad, Volumen I, libro 1, Ed. Gaia, Madrid, 1998, p. 252.

8 «Las figuras de apego provocan sentimientos de seguridad y protección y, además, con ellas se aprende acomunicarse de forma íntima (tocar, ser tocado, abrazar, besar, etc...). Se aprende además a tener seguri-dad en el otro u otra (que le quieren) y en uno mismo o una misma (que es querido o querida). En defini-tiva, se aprende a reconocer y expresar emociones.» de la Cruz, Carlos: Guía para trabajar en el tiempolibre la diversidad de orientación sexual, Consejo de la Juventud de España, Madrid, 2001, p. 15.

9 «En la niñez hay pocos significados. La actitud que las personas adultas mantengan frente a estas con-ductas será una de las causas que originen significados. Así, los gestos, las consignas, los límites que seestablezcan y la coherencia de éstos con otros comportamientos harán que “algunas cosas que tienenque ver con lo sexual” caminen y crezcan hacia lo íntimo o lo hagan hacia lo prohibido.» de la Cruz,Carlos: l. c., p. 18.

10 «A decir verdad, la plasticidad del cerebro perdura durante toda la vida, aunque no ciertamente delmismo modo que en la infancia. Todo aprendizaje implica un cambio cerebral, un fortalecimiento de lasconexiones sinápticas.» Goleman, Daniel: Inteligencia emocional, Ed. Kairós, Barcelona, 1997, p. 353.

11 «No es de extrañar, pues, que exista una fuerte evidencia de que el progenitor de sexo opuesto desem-peña un papel fundamental en el proceso de desarrollo emocional y sexual. Éste es el motivo por elcual, en ese crucial estadio evolutivo (de 4 a 7 años), las frustraciones y los rechazos por parte del pro-genitor de sexo opuesto pueden llegar a dificultar —y a veces incluso obstaculizar para el resto de lavida— las relaciones emocionales y sexuales.» Wilber, Ken: Después del Edén, Ed. Kairós, Barcelona,1995, p. 320.

12 «La interiorización de las relaciones objetales es uno de los indicadores de la justicia que rige en el pro-pio universo humano.» Boszormenyi–Nagy, Ivan, Spark, Geraldine M.: Lealtades invisibles, AmorrortuEditores, Buenos Aires, 1983, p. 41.

13 «La sexualidad infantil está poco diferenciada y poco organizada con relación a la adulta. El niño no per-cibe una neta diferencia entre lo sexual o no–sexual. No hay unas sensaciones estrictamente sexualescomo en el adulto o adulta. Las regiones corporales de mayor sensibilidad no son los genitales, portanto las relaciones coitales no son buscadas, si no es por juegos de mera imitación del mundo adulto.»de la Cruz, Carlos: “Guía para trabajar en el tiempo libre la diversidad de orientación sexual”, Consejo dela Juventud de España, Madrid, 2001, p. 14.

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14 «Los rasgos característicos de la sexualidad infantil, en resumen, incluyen la curiosidad, la excitabilidad,la masturbación, los juegos de “médicos”, las exploraciones, los encuentros secretos y los experimentosprivados.» Crenshaw, Theresa L.: La alquimia del amor y del deseo, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1997, p. 56.

15 «El dolor de la invisibilidad en la vida doméstica durante la infancia es claramente un factor central delos problemas de desarrollo y de las inseguridades en las relaciones adultas.» Branden, Nathaniel: Losseis pilares de la autoestima, Ed. Paidós, Barcelona, 1995, p. 201.

16 Según E. Fromm, «el tabú del incesto es la condición necesaria de todo desenvolvimiento humano, nopor su aspecto sexual, sino por su aspecto afectivo. El hombre para nacer, para progresar, tiene queromper el cordón umbilical, tiene que vencer el profundo anhelo de seguir unido a la madre. El deseoincestuoso recibe su fuerza no de la atracción sexual de la madre, sino del anhelo profundo de seguir enel seno materno, o de volver a él, o a los pechos nutricios.» Fromm, Erich: Psicoanálisis de la sociedadcontemporánea, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1992, p. 41.

17 «Las hormonas sexuales afectan al crecimiento de dentritas y axones, cuyo crecimiento coordinado esnecesario, pero no suficiente, para la formación de los contactos sinápticos. La formación de sinapsis esun proceso complejo que requiere también el reconocimiento específico entre las neuronas, la síntesisy transporte de los componentes moleculares y el ensamblaje de las estructuras subcelulares implicadasen la liberación y recepción del neurotransmisor y, finalmente, la estabilización del contacto estableci-do.» Botella Llusiá, J. y Fernández de Molina, A. (editores): La evolución de la sexualidad y los estadosintersexuales, Díaz de Santos, Madrid, 1998.

18 l. c.19 «El yo niño es el componente de la psique que contiene la “personalidad” del niño que una vez fue, con

la serie de valores de aquel niño, sus emociones, necesidades y respuestas; no es un arquetipo genéricoinfantil o universal, sino un niño concreto e histórico, único en la historia personal y el desarrollo de unindividuo (es algo muy diferente al “estado de yo infantil” del análisis transaccional; éste utiliza unmodelo genérico).» Branden, Nathaniel: Los seis pilares de la autoestima, Ed. Paidós, Barcelona, 1995,p. 293.

20 «Así pues, las relaciones originalmente externas que el joven ego sostiene con las personas significativasde su entorno terminan convirtiéndose en estructuras internalizadas en el mismo ego, es decir, en elsuperego, en el ego ideal y en la conciencia. Y una vez que esas relaciones, mandatos y tabúes son inter-nalizados y forman parte integral del entramado mismo del ego, poco importa ya que la persona signifi-cativa esté observando o no, esté presente o ausente, esté viva o muerta, porque el ego la lleva a todaspartes.» Wilber, Ken: Después del Edén, Ed. Kairós, Barcelona, 1995, p. 378.

21 «Los amigos/as se encuentran entre las personas más significativas en la adolescencia; aparecen comoalgo imprescindible, y son las personas con las que más tiempo pasan y con las que se comparten activi-dades más placenteras.» Fernández, Juan et al: Varones y mujeres, Ed. Pirámide, Madrid, 1996, p. 197.

22 «La autoestima es una experiencia íntima; reside en el centro de nuestro ser. Es lo que yo creo y sientoacerca de mí mismo, no lo que alguien piensa y sienta sobre mí.» Branden, Nathaniel: Los seis pilares dela autoestima, Ed. Paidós, Barcelona, 1995, p. 72.

23 «La satisfacción de la necesidad de autoestima conduce a sentimientos de autoconfianza; valía, fuerza,capacidad y suficiencia, de ser útil y necesario en el mundo. Pero la frustración de estas necesidadesproduce sentimientos de inferioridad, de debilidad y de desamparo.» Maslow, Abraham: Motivación ypersonalidad, Ed. Díaz de Santos, Madrid, 1991.

24 «Todo el que esté algo familiarizado con la psicología conoce el peligro de rechazar al asesino interior.Pero son muy pocos los que comprenden la tragedia que supone rechazar al héroe que llevamos den-tro.» Branden, Nathaniel: Los seis pilares de la autoestima, Ed. Paidós, Barcelona, 1995, p. 289.

25 «Los chicos y las chicas tienen también diferentes motivaciones para adquirir experiencia sexual. Para losvarones adolescentes, el sexo es, en primer lugar y por encima de todo, un distintivo de hombría: lograr

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ANNA ARNAIZ KOMPANIETZ

experiencia sexual forma parte del proceso de alcanzar la madurez, adquirir cierta condición y conside-rarse adultos. Las chicas también consideran el sexo como un distintivo de su madurez personal y social(y por tanto deseable, como forma de dejar la infancia tras de sí), pero ellas tienen más tendencia que loschicos a considerar el coito como medio de obtener o consolidar el amor y el compromiso.» Masters,William H., Johnson, Virginia E., Kolodny, Robert C.: Eros, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1996, p. 474.

26 Crépault, Claude y Trempe, Jean Pierre (editores): “Nuevas líneas en Sexología clínica”, RevistaEspañola de Sexología 57–58, Madrid, (1993).

27 Masters, William H., Johnson, Virginia E., Kolodny, Robert C.: Eros, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1996, p. 474.28 Wilber, Ken: Sexo, ecología, espiritualidad, Volumen I, libro 1, Ed. Gaia, Madrid, 1998, p. 261.29 «La mayoría de los hombres alcanzan su pico fisiológico en la adolescencia y el psicológico después de

cumplir los cincuenta. Las mujeres experimentan su pico sexual entre los treinta y los cincuenta, perosu pico psicológico viene entre los cincuenta y los sesenta.» Crenshaw, Theresa L.: La alquimia delamor y del deseo, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1997, p. 49.

30 «Con la edad, la mujer suele manifestar características tradicionalmente más “masculinas”, como la capa-cidad de decisión, la seguridad de sí misma, la sexualidad física y la independencia. Los hombres desa-rrollan su dimensión “femenina” de caricias, ternura, intuición, paciencia y comprensión.» Crenshaw,Theresa L.: l. c., p. 52.

31 «Una concepción monolítica del yo, en la que cada persona tiene una y sólo una personalidad, con unúnico conjunto de valores, percepciones y respuestas, es una simplificación excesiva de la realidadhumana.» Branden, Nathaniel: Los seis pilares de la autoestima, Ed. Paidós, Barcelona, 1995, p. 292.

32 «Los diferentes sub–sí–mismos o subpersonalidades (el potencial para diferentes estados mentales, dife-rentes marcos de referencia que coexisten dentro de nosotros) generan tensiones y problemas emocio-nales si se ignoran y rechazan; en cambio, si se reconocen e integran, enriquecen y estimulan lo quenosotros denominamos nuestro “sí–mismo”.» Branden, Nathaniel: El respeto hacia uno mismo,Ed. Paidós, Barcelona, 1993, p. 213.

33 Maslow, Abraham: Motivación y personalidad, Ed. Díaz de Santos, Madrid, 1991.34 «La capacidad de obtener satisfacción a través de los propios esfuerzos es una característica de una per-

sonalidad madura que funciona sobre la base del principio de la realidad. Esta capacidad falta en losindividuos cuya meta es crear una impresión en otros o complacerlos. Esta meta indica que la personali-dad está “dirigida hacia afuera”, en vez de estar “dirigida hacia adentro». Lowen, Alexander: Amor yorgasmo, Ed. Kairós, Barcelona, 2000, p. 187.

35 «Detrás de una fachada de satisfacción y optimismo, el hombre moderno es profundamente infeliz. Elhombre moderno está hambriento de vida. Pero puesto que siendo un autómata no puede experimen-tar la vida como actividad espontánea, acepta como sucedáneo cualquier cosa que pueda causar excita-ción o estremecimiento.» Fromm, Erich: El miedo a la libertad, Ed. Paidós, Barcelona, 1997, p. 244.

36 Tiefer, Leonore: El sexo no es un acto natural y otros ensayos, Talasa Ediciones, Madrid, 1996, p. 232.37 «Considerar la presencia de una erección como un absoluto indicador de pasión sexual y placer poten-

cial constituye un gran error. Sin lugar a dudas, es muy posible tener una maravillosa relación sexual sinque el pene penetre la vagina. El sexo íntimo, tierno y apasionado puede darse sin erecciones rígidas osin ninguna erección en absoluto. Tanto hombres como mujeres pueden obtener satisfacción sexualcon una variedad de actividades creativas que abarcan miles de formas de sexo oral, táctil y/o abrazos defricción. Pensar que existe sólo una manera “correcta” de tener relaciones sexuales es perder la oportu-nidad de multiplicar por mil la diversión.» Masters, William H., Johnson, Virginia E., Kolodny, Robert C.:Eros, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1996, p. 500.

38 «El profundo anhelo de seguir siendo un niño suele ser reprimido, o sea es inconsciente, porque esincompatible con los ideales de la madurez que se le inculcan en la sociedad patriarcal.» Fromm, Erich:Lo inconsciente social, Paidós, Barcelona, 1992, p. 54.

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ETAPAS EVOLUTIVAS DEL EXISTENTE CORPÓREO SEXUAL

39 «Nunca somos demasiado mayores para necesitar que se nos vea, se nos escuche y se nos atienda. Si nose nos hace caso, somos seres anónimos, sin nombre.» Keen, Sam: Amar y ser amado, Ed. Urano,Barcelona, 1998, p. 53.

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Sinergismo entre emoción, fantasma1 (fantasía)e inconsciente sexual

Manuel Manzano *

Las emociones conllevan a veces un lenguaje extraño que es preciso descifrar, ya quejuegan un papel en la transmisión de mensajes cargados de significados y en el desper-tar de imágenes y mentalizaciones reprimidas. Tanto el cuerpo como el registro oníricodejan mas fácilmente emerger los contenidos latentes y particularmente las resistenciasinconscientes. Este lenguaje corporal, aparte de sus manifestaciones visibles, compren-de también la intersubjetividad corporal o el sentimiento que se tiene de las sensacio-nes. A menudo, el trabajo sobre el imaginario no es productivo cuando solo utilizamosun discurso cognitivo; accediendo a la emoción se pueden vencer mas fácilmente lasresistencias y acceder con mayor claridad a los movimientos del inconsciente. En lacura sexoanalítica es necesario manifestar las experiencias emocionales para suscitartomas de conciencia que favorezcan el cambio. El afloramiento de estas emociones ysu descodificación pueden manifestarse por mentalizaciones en forma de imágenesmentales, pensamientos o impresiones intersubjectivas sin imágenes (fantasmas), frutodel desencriptado de huellas mnésicas psicosomáticas originadas a partir del momentode la concepción del ser humano. Un posterior trabajo del imaginario sexual o nosexual evocado y su retroalimentación emocional contribuirá a la experiencia correcto-ra terapéutica.Palabras clave: Emoción, imaginario sexual, erótico, psicosomático, sexoanálisis.

SINERGISM AMONG EMOTION, FANTASY AND SEXUAL UNCONSCIOUS The emotions sometimes imply a strange language that is necessary to decipher, theyplay a a special role in the transmission of messages with lots of meanings and in theawakening of repressed images and mental awareness. Both the body and the oniricregistration let the latent contents, and particularly the unconscious resistances, toemerge more easily. This body language, apart from its visible manifestations, alsoincludes the corporal intrasubjetivity or the feeling that one has of the sensations.Often the work on the imagery is not productive, when only the imagery takes part;so ganing access to the emotion, the resistances can be beaten more easily and themovements of the unconscious can be reached more clearly. In the sexoanalysis tre-atment it is necessary to show the emotional experiences to provoke the awarenessthat make the change easier. The appearence of these emotions and its interpretationcan be shown by means of mental awareness in a mind image way, thoughts orintrasubjective impressions without images (fantasy), as a result of the decoding ofpsychosomatic mnesic prints, originated from the moment of the human being con-ception. A later work of the evoked sexual or not sexual imagery and its emotionalfeedback will contribute to the therapeutic corrective experience. Keywords: Emotion, sexual imagery, erotic, psychosomatic, sexoanalysis.

Anuario de Sexología2004 • Nº 8 • pp. 145–156

© Anuario de Sexología A.E.P.S.ISSN:1137–0963

* M.D., M.A.Instituto de sexología médica y psicológica. E-mail:[email protected]

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MANUEL MANZANO

Lo que nos ha hecho pensar en la relaciónque hay entre las emociones, los fantasmas ylos sueños como un mecanismo que nos per-mita tener acceso al inconsciente sexual hasido, por un lado, el caso de Juan, que consul-ta por una anhedonia progresiva. Con estepaciente, durante muchas visitas, el avanceterapéutico fue minúsculo, debido a la grandificultad que Juan tenía para hacer introspec-ciones a través de su discurso. El se expresa através de un discurso narrativo, ausente deempatía y de sentimientos hacia sus vivencias.En resumen, Juan tenía una gran dificultadpara expresar y verbalizar sus emociones, esdecir, padecía de alexitimia2. El momento enel que empieza a experimentar emociones,como consecuencia de haberle confrontado aacontecimientos significativos ocurridos en eltranscurso de diferentes momentos de suvida, ha significado el comienzo del caminopara acceder a los escenarios fantasmáticos ya los sueños. Estas acciones son necesariaspara acceder tanto al registro preconscientecomo al inconsciente, condición previa parapoder comprender el significado del trastornosexual. Estos acontecimientos sentidos desdeel interior marcan igualmente el momentodonde dicho paciente comienza a darse cuen-ta de los incidentes de itinerario experimenta-dos a lo largo del su desarrollo psicosexual.Por otro lado, otro dato que me ha hechopensar en la mencionada relación que existecon las emociones han sido los trabajos del DrDamasio. Este investigador encontró en lospacientes que presentaban lesiones de loslóbulos frontales, una relación estrecha entrelos estados del cuerpo y las emociones. Estosestados corporales están asociados a aprendi-zajes acaecidos en el transcurso de situacio-nes ya pasadas y a percepciones memorizadaspor nuestro cerebro. Para Damasio (1995), losrecuerdos se constituyen en base a “represen-taciones potenciales”3, que no son recuerdos,sino mas bien herramientas para reconstituirimágenes mentales, permitiendo además lareactivación de circuitos activados en otrasocasiones por percepciones ya pasadas.

Damasio habla también de “marcadores somá-ticos”, constituidos a lo largo de las experien-cias vividas en el transcurso del desarrollo. Asímismo, deja entrever la existencia de uninconsciente que estaría constituido por hue-llas, dejadas en nuestras neuronas (engramas)durante los acontecimientos transcurridos alo largo del pasado individual:

“…Dicho de otra manera, todo lo quese modifica en nuestros circuitos estáinfluenciado por la realidad exterior yla realidad interior de los estados delcuerpo, así como por una multitud defactores «ocultos», emanados de regu-ladores biológicos situados en el tron-co cerebral y en el hipotálamo. La vida,la muerte, el sexo, el hambre, el peli-gro o la seguridad…todos estos ele-mentos participan inconscientementea todos los niveles de modificaciónneuronal. Los conceptos que elabora-mos sobre estas nociones en el cursode nuestro desarrollo influencian tam-bién nuestros comportamientos.”4

Si buscamos una definición de la emo-ción, etimológicamente obtenemos que estetérmino viene del verbo conmover, “quepone en movimiento,” y el término ”motor”.Por consiguiente podría decirse que las emo-ciones son el motor de nuestros comporta-mientos. Los movimientos generados así sesitúan tanto en el mundo que nos rodeacomo en nuestro interior. Además, la emo-ción es un estado afectivo que conlleva sensa-ciones agradables o desagradables, cuyocomienzo es preciso. Este estado está unido auna situación explícita. Podría decirse que laemoción se compone de:

a) Modificaciones fisiológicas, como lasmodificaciones respiratorias, cardiacas, elec-trolíticas, musculares…Aquí participan unconjunto de estructuras endocrinas y nervio-sas como el S.N. Simpático y Parasimpático,así como mensajes ascendentes y descenden-tes. Los efectos de las emociones en el orga-

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SINERGISMO ENTRE EMOCIÓN, FANTASMA (FANTASÍA) E INCONSCIENTE SEXUAL

nismo pueden constatarse en uno mismo oen los demás: el miedo acelera el corazón y larespiración, la timidez hace sonrojarse otranspirar…

b) Sensaciones agradables o desagrada-bles como la alegría o el displacer que provo-can el acercamiento o la evitación, tensión orelajación.

c) Comportamientos adaptativos como elacercamiento o la retirada, la huida o la lucha.Estos comportamientos van a asegurar nues-tra supervivencia.

d) Una evaluación cognitiva adquirida a lolargo de la educación. Las emociones que pue-den dar lugar a imágenes mentales encuentransu fuente en el conjunto de situaciones vividasa lo largo de la vida, y que han dejado cada vez,su huella en el cerebro, modificando las cone-xiones entre las neuronas que están implicadasen la construcción de los recuerdos. De estamanera, las emociones juegan un papel en lacomunicación de mensajes, cargados de signifi-cado, con otros congéneres y en la elaboraciónde los procesos cognitivos. Por otra parte,están implicadas en el despertar de imágenes ymentalizaciones reprimidas, a través de unmecanismo psicosomático.

Es preciso, sin embargo, tener en cuentaque las reacciones emocionales no son única-mente acontecimientos subjetivos del cora-zón, sino complejas estructuras con tres nive-les: mental, que está desencadenado por lainformación, neurofisiológico que vehicula larespuesta del organismo, y expresivo, que esresponsable de sus manifestaciones externas apartir de gestos, posiciones y movimientos.Estas reacciones emocionales acontecencuando una percepción mental da sentido aun acontecimiento externo. Otras veces vie-nen del interior inducidas por recuerdos ofantasmas. Por lo que se refiere al fantasmasexual, éste es una percepción mental o unamentalización sexual que puede representarsecomo una imagen mental o una impresiónintersubjectiva inanimada (Crépault, 1997). Elfantasma erótico que es una evocación mental

conciente o inconsciente y que sirve paraexcitar sexualmente al humano, puede apare-cer espontáneamente en la mente. Su imágeno ilusión visual intrapsíquica se desarrollafuera de la conciencia y, una vez constituida,aparece dentro de ella. El fantasma eróticopuede ser provocado, además, voluntariamen-te y su contenido erótico puede trascender laesfera sexual, como ocurre con el fetichista. Alcontrario, un fantasma sexual puede carecerde fuerza erógena, pero constituir sin embar-go una fuente de ansiedad, como ocurre en laaversión sexual. Los fantasmas, o la simplemirada interna de imágenes, pueden induciremociones por un fenómeno de asociacionesindirectas. Esto es lo que sucede con losanuncios publicitarios. A título de ejemplo,¿que podría hacernos pensar y sentir el men-saje publicitario donde Claudia Chiffer, salien-do de la cama con fina lencería, arroja el sos-tén en el camino que la conduce a un auto-móvil de marca “Saxo” y una vez dentro delauto, tras arrancar, sonriendo, se aleja, mien-tras arroja lo que la queda de ropa interiorpor la ventanilla?

Las emociones comienzan a impregnar elcerebro desde el nacimiento. Dado que elniño no tiene ningún medio de expresar suinteracción con el mundo exterior antes decomenzar a hablar, el único medio de hacerlosería a través de las expresiones corporales,lloros, muecas, gestos, movimientos, etc. Enefecto Trempe (1981) señala que

“El pensamiento emocional, los fantas-mas, los deseos, las instancias de la per-sonalidad, se organizan en el niño a par-tir de experiencias que tiene de su cuer-po y de sus contactos con el mundoexterior”.

Otro medio de expresar su vivencia es através del juego y de esta manera MélanieKlein5 considera que el juego del niño produ-ce un material equivalente a los sueños en eladulto. Su material de observación se extien-de a las expresiones que no están simboliza-

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MANUEL MANZANO

das, como son las manifestaciones corporales,lloros, dirección de la mirada. Basada en estasobservaciones la escuela inglesa de psicoanáli-sis6 señala la importancia de mantenerse a laescucha de las manifestaciones corporalesanunciando la siguiente hipótesis: “los com-portamientos mímicos, gestos, son la manifes-tación visible de los movimientos pulsionalessubyacentes”. Damasio (1995) ha observadoque los estados del cuerpo modelados por losacontecimientos y las percepciones que nues-tro cerebro guarda en la memoria están estre-chamente ligados a las emociones: “Pensamoscon nuestro cuerpo y nuestras emociones”.Como consecuencia de las observaciones deDamasio y nuestra experiencia clínica, emiti-mos la siguiente hipótesis: la descodificaciónde nuestras emociones nos permitiría accedera acontecimientos reprimidos en nuestroinconsciente.

A lo largo de esta exposición trataremosde fundamentar esta hipótesis.

Basándonos en las teorías de Damasio,podemos afirmar que las sensaciones, las per-cepciones, las imágenes, los pensamientos,los hechos reprimidos, serian como “repre-sentaciones potenciales” actualizadas por losmarcadores somáticos. El cuerpo y el cerebroforman, en efecto, una unidad orgánica indi-sociable. La unidad orgánica así constituidainteracciona como un todo con el entorno.Pero los organismos complejos como losnuestros no se limitan simplemente reaccio-nar con lo que llamamos “comportamiento”.Estos organismos reaccionan igualmente conrespuestas internas, de las que algunas deellas están constituidas por imágenes (visua-les, auditivas, somatosensoriales,…) quesegún Damasio son la base del funcionamien-to mental.

La relación entre la emoción, el pensa-miento, y el comportamiento ya había sidoseñalada por Freud (1926, 1914) cuando habladel concepto de repetición, donde lo reprimi-do, si no aflora a la conciencia, induce emo-ciones y/o actos interactivos que llevan lashuellas de lo que pasa en el inconsciente

(Pellion, 1989). Por consiguiente el hecho deobtener una evocación consciente de lo repri-mido podría permitir el acceso a una repro-ducción de las condiciones emocionales delacontecimiento primitivo. Para alcanzar esteobjetivo vamos a servirnos de la técnica utili-zada por el modelo sexoanalítico que nos va apermitir conseguir un restablecimiento de loslazos que existan entre la emoción y el recuer-do, para acceder a las mentalizaciones másprimitivas.

Podemos clasificar las emociones en:Primarias. Estas emociones innatas están

programadas genéticamente. Entre ellas seencuentran: la alegría, la tristeza, el miedo, lacólera, la sorpresa, el asco, la aceptación y laanticipación. Estas emociones aseguran lasupervivencia.

Secundarias. Son la consecuencia de unaprendizaje y provienen de una asociaciónentre diversos acontecimientos y las reaccio-nes emocionales primarias. Las emocionesque pertenecen a esta categoría son: la agre-sividad, que esta compuesta por la anticipa-ción y la cólera; el amor que esta compuestapor la alegría y la aceptación; el temor queesta compuesto por el miedo y la sorpresa; ladecepción que esta compuesta por la tristezay la sorpresa; el remordimiento compuestopor el asco y la tristeza; el desprecio, por elasco y la cólera; el optimismo por la alegría yla anticipación; el sometimiento, por la acep-tación y el miedo.

Existe una relación entre la emoción y larazón y es por algo que tenemos dos cere-bros: el racional y el emocional. El cerebroracional funciona por aproximación y porhipótesis, es lógico y pragmático y cuando lellega una nueva información, intenta colocarlaen un sistema conceptual y de creencias. Elcerebro emocional es irracional e ilógico,toma sus creencias por la verdad absoluta yrefleja sistemáticamente todo lo que puedacontrariarle. Así, es muy difícil de “razonar”con alguien que esta bajo el efecto de unaemoción. A pesar de todo, en condiciones nopatológicas estos dos cerebros funcionan sim-

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bióticamente, pero si se produce un desarre-glo, un cerebro puede dominar al otro. Deesta manera, tenemos por una parte el cere-bro racional que nos permite establecer rela-ciones entre nuestras percepciones y nuestrospensamientos. Por otra parte, tenemos elcerebro emocional que da el color, la tonali-dad, la intensidad.

Podemos considerar varias etapas en lareacción emocional.

Primaria. Es una reacción extremadamenterápida. Consta de reacciones fisiológicas queemplean una fracción de segundo paracomenzar. Esta reacción comienza a manifes-tarse a nivel de la musculatura facial en menosde una milésima de segundo a partir de laaparición del estímulo desencadenante. Lasestructuras cerebrales implicadas son la amíg-dala y el hipocampo.

La amígdala es la estructura central de lasemociones. Realiza un barrido grosero decada estimulo que percibimos. Ante algunacosa que se detesta, se quiere o da miedo, laamígdala reacciona instantáneamente y envíaun mensaje por todo el cuerpo y el cerebro,provocando una reacción. Este análisis que laamígdala hace para provocar una reacciónproviene de su capacidad para memorizar.Ésta es la llamada memoria emocional, queregistra todos las relaciones condicionadasque existen entre los acontecimientos, las per-sonas y las cosas.

El hipocampo es una estructura centralen el aprendizaje. Las informaciones quealcanzan el hipocampo van a producir unamemoria declarativa muy importante para elsignificado emocional. El hipocampo memo-riza los elementos que caracterizan las situa-ciones, los objetos, las personas y les proveede un sentido.

Secundaria. Consiste en un análisis másprofundo de la información. Esta acción serealiza más lentamente que las reacciones ini-ciales. La recepción de un estímulo sinuoso esenviado por el hipotálamo visual en direccióndel córtex visual. Es el hipotálamo quien anali-za la información y determina si se trata o no

de un peligro. Dependiendo de una respuestapositiva o negativa el córtex envía otro mensa-je a la amígdala para acentuar las reaccionesque permitan reaccionar ante esta situación,huyendo o evitándolo si hay un peligro o bieninhibiéndose ante la reacción de miedo en elcaso contrario.

Terciaria. Análisis racional de la situación.Es el córtex frontal quien analiza las reaccio-nes emocionales enviadas por la amígdala y elcortex visual, coordinando las acciones y lasdecisiones que van a seguir. Dicho córtex va a“razonar” y concluir que la situación no espara tener miedo o puede encontrarse bajo lainfluencia de las emociones y perder el con-trol, provocando una reacción irracional. Esteanálisis racional del córtex frontal comporta ala vez la reacción emocional y la percepciónde la realidad, así por ejemplo: si usted vacaminando tranquilamente y detrás un auto-móvil toca el claxon, automáticamente sin dartiempo a reflexionar lo más probable es queusted salte, por el miedo a ser atropellado;pero si usted mira hacia atrás y ve que unamigo intenta saludarle… ciertamente la reac-ción no sería parecida. Lo que nos hacemovernos es que inconscientemente nosotrosemparejamos y asociamos un estado emocio-nal con cada experiencia, con cada decisión.En efecto, así se produce una reacción frentea un hecho externo o interno, siendo precisodecorticar la reacción emocional para encon-trar el origen del comportamiento y el sentido.Además de modular las respuestas proporcio-nadas por la amígdala, el lóbulo frontal modu-la otras regiones del sistema límbico, permi-tiendo una respuesta más analítica. Ima-gínense ahora una paciente a quien, la vísperade venir a consultar, en el restaurante dondetrabaja, se le había caído de repente una ban-deja llena de platos y bebidas preparadas paraservir en una mesa. En el momento en el quenos consulta algunos días más tarde, todavíaestá muy preocupada por ese contratiempo yanda buscándole una explicación. Cuando sele propone describir las circunstancias en lasque dicho incidente se produjo, la camarera

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se acuerda de que, un instante antes de que seprodujera el incidente con la bandeja, habíapercibido de una manera fugaz un hombreque no la había dejado indiferente. Despuésdel análisis de esa situación, se da cuenta deque este hombre tenía un parecido con otroque había abusado sexualmente de ella cuan-do era una niña. La reacción primaria aparecepor que la emoción precede al pensamiento.Le Doux (1992; 1986)7 habla al respecto de“emoción precognitiva”, siendo la estimula-ción del córtex prefrontal la que va a permitir-nos alcanzar una respuesta equilibrada.

ETAPAS IMPLICADASEN EL PROCESO TERAPÉUTICOPara comprender como actúa el trabajo

sobre las emociones, es preciso tener encuenta el papel que las emociones juegan enla toma de decisiones. Éste es un mecanismoprotagonista en nuestro proceso de individua-ción y maduración psicosexual. En efecto,ante la necesidad de escoger, nos pregunta-mos a menudo en qué basar nuestras decisio-nes. Hay personas que piensan que es precisoser muy racional. Se nos dice que una deci-sión muy emotiva e impulsiva, corre el riesgode conducirnos a elecciones erróneas. SegúnDamasio (1995), no se pueden tomar decisio-nes acertadas sin tener en cuenta las emocio-nes. Las experimentaciones de Damasio hanpermitido constatar que, en todos los sujetosnormales, van a aparecer modificaciones fisio-lógicas importantes al visionar imágenes confuerte contenido emocional. Al contrario, lossujetos que padecen lesiones en las regionesfrontales del cerebro no presentaban ningunavariación fisiológica ni se sentían alterados alvisionar dichas imágenes, a pesar de quepodían reconocer fácilmente que esas escenaseran horribles y condenables. Después dehacer pasar una batería de tests psicológicos atodos esos sujetos afectados de una patologíadel córtex frontal, el investigador comprobóque su nivel intelectual era del todo normal.De hecho, en el plano racional, funcionancorrectamente, pero en el emocional, son

deficientes. Según este autor, en estos sujetoslo que altera su mecanismo en la toma dedecisiones es su incapacidad para sentir. Porotro lado, todas las imágenes que cruzannuestra mente durante el proceso de la tomade decisiones, generan sensaciones corpora-les que bastante a menudo no son verdadera-mente conscientizadas. Sin embargo quedaráun sentimiento general, a pesar de que no seencuentren las palabras para describirlo.

Damasio, en este proceso de selección,menciona lo que el describe como “marcado-res somáticos”. Marcadores, porque están aso-ciados a una imagen en particular, a un índiceo a una marca memorizada en alguna parte denuestras neuronas; somáticos, porque estáimplicado el cuerpo. Durante nuestra evolu-ción hemos vivido diferentes situaciones quehan dejado huellas mnésicas en nuestro cere-bro. Estas huellas memorizadas en nuestrasneuronas están asociadas entre ellas y permi-ten la construcción de nuestros recuerdos. Unrecuerdo es un conjunto de imágenes y derepresentaciones mentales. Las imágenes queconstituyen nuestros recuerdos (fantasmas)están unidas a percepciones y emociones, asu vez asociadas a sensaciones corporales. Losmarcadores somáticos representan un casoparticular de la percepción de las emocionessecundarias. Éstas han sido ensambladas a tra-vés del aprendizaje sobre las consecuenciasprevisibles de ciertos escenarios. Este fenó-meno se produce dentro del marco de losmarcadores somáticos que vehiculan nuestrasexperiencias anteriores, elaboradas en nues-tro cerebro a lo largo del proceso de educa-ción y de socialización. En consecuencia, a lolargo de una reacción emocional nuestrocerebro influencia nuestro cuerpo y nuestrocuerpo influencia nuestro cerebro. Estas inte-racciones se producen mediante mecanismosfisiológicos, donde los estados del cuerpoestán implicados en el origen de las señalesque son conducidas hasta el córtex somato-sensorial antes de alcanzar el terreno de laconciencia. Por otra parte, existen mecanismosde simulación que se ponen en marcha a lo

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largo del desarrollo ontogénico como conse-cuencia de las repercusiones somáticas asocia-das a los castigos y a las recompensas. Con laedad, nosotros tenemos cada vez menosnecesidades de basarnos en los estados somá-ticos para clasificar los acontecimientos.

Según Damasio, recurrimos a mecanismosde simulación para permitir reactivar los cir-cuitos que han sido ya activados por las per-cepciones pasadas. El córtex somatosensorialva a tratar la información de dichos mecanis-mos y va a reproducir los tipos de actividadneuronal que se hubiesen producido si elcuerpo hubiese sido colocado en el escenariooriginal, modificando las conexiones entre lasneuronas a partir de las cuales se construyenlos recuerdos. Este mecanismo (“representa-ción potencial”) que está en estrecha relacióncon el resto del cuerpo y se agrupa enpequeños conjuntos de neuronas disemina-das por el interior del córtex, ganglios de labase y estructuras límbicas, sirve para recons-truir las imágenes mentales. Las imágenesmentales (fantasmas) salidas de estas “repre-sentaciones potenciales”, están unidas a per-cepciones y emociones que en el mismotiempo están estrechamente asociadas a“estados del cuerpo”. De esta manera “comosi”, vamos a trabajar en clínica para recuperary establecer asociaciones entre los aconteci-mientos primitivos que han originado la per-cepción de las emociones que han afloradoen el momento actual.

En este proceso emocional el pensamien-to juega un rol importante. En efecto, los pen-samientos van a colaborar con el procesoemocional predisponiéndonos de una u otramanera. También podrán contribuir a perpe-tuar y acentuar nuestro estado afectivo.Ejemplo: vuestra pareja en el momento delcoito pierde su erección mostrándose vuestrafrustración. Si admitís que la reacción es estú-pida e inútil, la emoción entonces no tienerazón de ser. Pero si le reprocháis ser un inca-paz y fallar siempre, entonces alimentáreis unestado emocional. En este proceso emocio-nal, es preciso tener en cuenta, igualmente,

sistemas de pensamientos que vienen a afec-tar nuestro humor y nuestras emociones. Eneste sentido consideramos importantes lossiguientes:

a) La necesidad de ser perfecto que estáunida a la necesidad de ser querido. Esto pre-dispone a la persona a una gran vulnerabili-dad frente a lo que los otros puedan decir opensar de ella.

b) La necesidad de controlar su vida y lade los demás. En el momento que algo se lesescapa, experimentan ansiedad e inseguridad,produciéndose como consecuencia un deseode satisfacción sexual.

c) Los “debería” y los “no debería”. La per-sona que posee experiencia en la vida sabeque las cosas no se desarrollan como uno qui-siera. Las cogniciones de este tipo que seacompañan a menudo de expectativas condu-cen a emociones como la tristeza, la frustra-ción, la agresividad, el resentimiento, porqueellas suscitan sentimientos de culpabilidad.

d) Las generalizaciones externas: siempre,jamás, cada vez; en consecuencia, si el rendi-miento deja que desear, se considera la vidacomo un fracaso total.

e) Las previsiones catastróficas. La personaque alimenta estas anticipaciones se imaginaque, entre todas las posibilidades, es casi pro-bable que a él le suceda la peor. Esta actitudpredispone a sentir emociones negativas y a ladesconfianza.

f) La atribución causal de las atribuciones.Esta manera de pensar se fundamenta en lacreencia irracional según la cual los demás ylos acontecimientos exteriores son los respon-sables de nuestras emociones. Los que tienenesta manera de pensar buscan justificar elhumor y las emociones por excusas del tipo:“yo estoy triste porque ella me ha dejado”.

Finalmente en el proceso de transforma-ción propiamente dicho se van a necesitarvarias actuaciones:

a) Descodificación de los escenarios fan-tasmáticos producidos por las emociones y/olos sueños.

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b) Descodificación de las emociones quevan a producir escenarios fantasmáticos: sereacciona de una manera emotiva frente a unaemoción sin ni siquiera darse cuenta. Estehecho podría explicarse por la existencia deun proceso de condicionamiento, por asocia-ción con otro acontecimiento agradable odesagradable. Como el ejemplo de las fobias,que ilustran muy bien cómo se puede estarcondicionado por un estado emotivo frente aciertos objetos o situaciones. Por consiguien-te, el mínimo estímulo que se aproximaría a lapersona podría evocar las reacciones emocio-nales. En este proceso en busca de huellasmnésicas, se parte de una percepción cons-ciente para ir hacia el inconsciente. Esto es loque ocurre en las erotizaciones atípicas (para-filias). Si tomamos como ejemplo el fetichis-mo, ¿a que se debe que un hombre pueda lle-gar a excitarse por un zapato, por una liga,…?En un primer nivel, podemos pensar que seha podido asociar un placer intenso con elobjeto en cuestión en un momento dado,pero, ¿por qué con ese objeto? ¿Cuál es el sen-tido de este comportamiento? Esa liga hapodido estar asociada a una situación sexual-mente excitante, por ejemplo con una deter-minada mujer. Pero ¿por qué en esa situacióny por qué con esa mujer? A partir de estasinterrogaciones el sexoanálisis desarrolla sutrabajo, buscando el significado del comporta-miento manifiesto. Para poder comprender,es preciso primero descodificar el contenidode la emoción que está asociada a la situaciónreal o imaginada; esto puede facilitarnos enor-memente la tarea.

Otros desarreglos emocionales han podi-do ser adquiridos por observación, como es elcaso de los niños. De las observaciones obte-nidas en investigaciones llevadas a cabo por E.Bick y Winnicott8 podría afirmarse que existeuna gran correlación entre los miedos de unamadre y los de su hijo. Este mensaje emocio-nal primario entre la madre y su hijo va a con-dicionar en el proceso de ontogénesis psico-sexual la etapa de individuación, generándosedesarreglos a nivel del complejo fusional y/o a

nivel del complejo nuclear sexual9. La clínicanos muestra que toda madre depresiva, histé-rica, controladora, va a generar un retardopermanente en el proceso de maduración psi-cosexual de su hijo10. Las consecuencias deahí derivadas serán la gestación deansiedades11 más o menos conscientes impli-cadas en el origen de los trastornos sexuales.Cuando una situación inicial ansiógena,(como por ejemplo el dolor experimentadopor una mujer que parece vaginismo) ha sidoidentificada, en lo sucesivo, en el momentode pensar en otro contacto sexual, va a produ-cirse una ansiedad de anticipación del dolor,con un comportamiento de evitación del futu-ro contacto sexual. De esta manera el miedoal dolor se va a aliviar temporalmente. Estamisma dinámica aparece en el caso de la dis-función eréctil después del primer fallo. Estaansiedad de anticipación del miedo al dolor ode miedo al fracaso está situada en un primernivel de la conciencia. Pero para comprenderla verdadera funcionalidad del síntoma, sobre-todo en los casos donde el síntoma siempreha estado presente, es preciso ir más allá deun primer nivel de conciencia, preguntándoseel terapeuta en primer lugar y preguntandotambién al paciente qué beneficios podríasacar por generar y mantener el trastornosexual. Es preciso buscar en este momentoansiedades más profundas (Crépault, 1997,1989; Manzano, 1996, 1994). Resumiendo, esimportante comprender que la mayoría de lasemociones que experimentamos a lo largo dela vida provienen de situaciones diversas,agradables o desagradables, y las emocionesprimarias. La asociación entre el placer experi-mentado y un objeto o una persona que pre-sente ciertas características podría favorecerque tuviésemos una preferencia por una per-sona que presentase características similares.En un segundo tiempo es preciso compren-der porqué, en un cierto número de perso-nas, una situación cualquiera ha adquirido elpoder de provocar una respuesta emocional,mientras que para otras la misma situación estotalmente banal.

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b1) Identificación de los acontecimientosque han desencadenado las emociones. Enesta etapa predomina la identificación de lassensaciones corporales y su asociación conreacciones emocionales presentes o pasadas,así como la identificación de las imágenesasociadas; se va a intentar reconstruir conmuchos detalles cómo se desarrolla la escena.Para hacer esto, es preciso preguntar por losdetalles que están implicados en las percep-ciones físicas como, por ejemplo, los latidosrápidos del corazón, los sofocos, el nudo enla garganta…

b2) Identificar los pensamientos irracio-nales e identificar el papel que han podidotener estos pensamientos sobre la emoción ysus orígenes. Algunas investigaciones hanmostrado que, si se modifica la interpretaciónque se tiene de una situación, se conseguirámodificar la emoción y el comportamiento.

b3) Desensibilización progresiva por ima-ginación “in crescendo” y su relación emo-cional. Consiste en elaborar escenarios desdelo menos a lo más angustioso, haciendo pre-guntas interrogativas de “modo alternante”(Manzano y Lépine, 1996). Aquí se procede auna presentación de escenarios fantasmáticospropuestos a modo de suposiciones y con-frontándolos con los contrarios u opuestos.Con esta técnica se pretende ayudar al pacien-te a elaborar e integrar los elementos deficita-rios que han existido a lo largo de su procesode maduración psicosexual, al mismo tiempoque se busca identificar los estados emociona-les recorridos. Siempre, sobre la base deldimorfismo sexual, se pregunta al pacientecontinuamente a partir de elementos antago-nistas según un grado “in crescendo” de esce-narios erógenos y antierógenos. Esta técnicava a actuar como si fuera un termómetro quemidiese la intensidad de las ansiedades subya-centes al trastorno sexual y sus relaciones conlos estados emocionales, lo que por otra parteva a darnos una idea del “momentum” tera-péutico. Para ilustrar con un pequeño ejemploesta técnica, pensemos en un paciente varónque se excita con un fantasma de triolismo

donde aparecen dos mujeres. Le preguntamosa continuación qué es lo que sentiría si hubie-se un hombre en lugar de una de las mujeres.Le invitamos a darse cuenta de lo que siente, anivel de su cuerpo y de su mente. Se le pre-gunta a continuación si alguna vez en su vidaha vivenciado estados psicocorporales simila-res. Si la respuesta es afirmativa le invitamos adescribir en detalle el lugar, circunstanciasconcomitantes y personas que estaban impli-cadas en ese momento teniendo en cuenta larepercusión psicoafectiva sobre el individuo.Con respecto a un gran número de impoten-tes y de eyaculadores rápidos, es ventajosocomenzar por ayudarles a elaborar fantasmasde hostilidad y de afirmación de la agresividadfálica con mujeres desentimentalizadas. En unsegundo tiempo, este hecho nos permitiráabordar más eficazmente la erotización de fan-tasmas más fusionales o sentimentalizados.Una vez que el trabajo sobre el imaginario estádesarrollado, se procede a la desensibilizaciónprogresiva del hecho real que produce temor.

b4) Corrección de los pensamientos irra-cionales residuales a través de cuestiona-mientos alternativos y a través de la con-frontación.

Finalmente, es preciso subrayar la importan-cia del mundo onírico como herramienta detrabajo para acceder a la dinámica interna delindividuo. La riqueza del mundo onírico puedeobservarse a través de la tomografía de emisiónde positrones (TEP). Con este aparato se puedemedir la actividad cerebral en la fase de sueñoprofundo. Fuera del sueño, esta actividad cere-bral es similar al estado de vigilia donde existepoca actividad, pero contrariamente durante lafase REM, es decir, cuando estamos soñando, elcerebro parece estar muy activo. Esto nos debe-ría hacer pensar en la importancia que tienenlos sueños como punto de partida en la explo-ración de las emociones a partir de sensacionesexperimentadas durante el sueño o en la inme-diatez del despertar, invitando posteriormentea la persona a hacer asociaciones con losrecuerdos suscitados.

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CONCLUSIÓNLas emociones tienen a veces un lengua-

je extraño que es preciso aprender a desci-frar. Este procedimiento nos permitirá iden-tificar los incidentes acaecidos a lo largo delrecorrido transcurrido en nuestro desarrollopsicosexual. Estas emociones nos van a per-mitir comprendernos tanto a nosotros mis-mos como a los demás, para de esta manerafacilitar la adaptación de nuestros comporta-mientos a los diferentes acontecimientosque se presenten en nuestro camino. Lasemociones igualmente van a influenciarnuestras decisiones. Para discernir adecua-damente el lenguaje de las emociones espreciso, pues, estar atento a las manifesta-ciones corporales, siendo éstas una de lasmanifestaciones visibles de los movimientospulsionales subyacentes. Las emociones nosvan a permitir, aprovechando los recursosdel modelo sexoanalítico, mejorar el arsenal

de los recursos utilizados para acceder alinconsciente sexual.

El sexoanálisis consigue a través de las pala-bras, las mentalizaciones sexuales con imáge-nes, las impresiones intersubjetivas sin imáge-nes, provocar el restablecimiento de las relacio-nes (abreacción) entre la emoción y los recuer-dos, para así atraer a la conciencia los conflictosintrapsíquicos otrora reprimidos. Este mecanis-mo va a permitirnos posteriormente la metabo-lización de las ansiedades subyacentes y conco-mitantes al trastorno sexual. Para que la modifi-cación del síntoma se produzca, además de unamejora de la madurez sexual, será necesaria laperlaboración repetitiva de los “insights”. Elresultado de esta acción va a permitir, en pri-mer lugar, comprender la función que tiene elsíntoma sexual para la economía psíquica delindividuo y, posteriormente, permitir una reso-lución progresiva del conflicto, fuente del tras-torno y de la insatisfacción sexual.

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Notas al texto1 El término fantasma ha sido difundido en el siglo XX por el psicoanálisis, refiriéndose a el diccionario Le

Petit Robert 1(1989) como “Toda producción de la imaginación por la cual el “yo” intenta escapar de lainfluencia de la realidad.” En inglés se utiliza la palabra “fantasy”, mientras que en francés se emplea ordina-riamente el término “fantasme”. En inglés el The Concise Oxford Dictionary of Current English (1972)define el término como “La facultad de producir imágenes, particularmente cuando son extravagantes ovisionarias. Imagen mental”. En francés el sentido primario de la palabra “fantaisie” (fantasía) está en desu-so y se refiere a algo excéntrico (Crépault, 1981). En griego, fantasia (“fantaisie”) corresponde a la actividadcreadora de la mente (imaginación) y fantasmas (“fantasmes”) a sus producciones. En español, Mª Moliner(1982) define el término fantasma como “Ser irreal que se cree ver durante el sueño o en la vigilia”; tam-bién se refiere a la “Aparición de una persona muerta a la que se cree ver”; mientras que el término fantasíalo define como “La facultad que tiene la mente para representarse cosas reales o inexistentes, materiales oidealizadas”. Laplanche y Pontalis (1967) definen el término fantasma como “Un escenario imaginariodonde el sujeto está presente y donde figura, de manera más o menos deformada por los procesos defensi-vos, la realización de un deseo y, en último término, de un deseo inconsciente”. Dentro del marco de laSexología, Crépault (1981) define la fantasmática erótica (“fantasmatique érotique”) como la facultad quetiene el ser humano de autoerotizarse mentalmente por la creación de fantasmas. El fantasma sexual(Crépault, 1997) lo define como una percepción mental o una mentalización sexual que puede represen-tarse como una imagen mental o una impresión intersubjetiva inanimada. Esta definición se aproxima a lade Hesnard (1959): “Los fantasmas eróticos son imágenes, representaciones imaginativas de objetos o desituaciones concretas, cuyo carácter esencial es el de procurar al sujeto una excitación erótica propiamentedicha, es decir una excitación sexual consciente y más o menos intencional”

2 Los alexitímicos tienen dificultad para hablar de su vida íntima, de emociones, de sueños o de fantasmas.3 Estas representaciones potenciales son formas particulares de actividades neuronales, materializadas por

conexiones entre conjuntos de neuronas llamadas “zonas de convergencia”.

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SINERGISMO ENTRE EMOCIÓN, FANTASMA (FANTASÍA) E INCONSCIENTE SEXUAL

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Moliner, Mª. (1982): Diccionario de uso delEspañol. Madrid

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4 Traducción libre del original francés (Damasio, 1995).5 Citada por Régine Prat (1989) en Science & Vie, n. 168 sept.6 Ibíd.7 Citado por Goleman (1995).8 Citados por Régine Prat (1989) en Science & Vie, n. 168 sept9 El proceso de individuación o de autonomía personal conlleva una posición de ambivalencia, en virtud

de las características antagonistas de las necesidades fusionales y las de individuación. Esto origina elcomplejo fusional y sus ansiedades subyacentes de individuación, de abandono y de engullimiento.Cuanto más fuertes son las necesidades de fusión (búsqueda de la madre y entorno protector), más sedesencadenarán ansiedades de individuación y de abandono. Al contrario, a mayor predominancia de lasnecesidades de individuación (alejamiento de la madre), se generarán en respuesta ansiedades de engu-llimiento. El complejo nuclear sexual o de género se concatena con el fusional, apareciendo sobre los 18meses de vida, entablándose las primeras percepciones de la identidad de género, poniéndose en juegotoda la dialéctica entre los deseos de feminización y los de masculinización. A consecuencia de ello sepondrán en juego ansiedades específicas que tendrán que ir siendo superadas progresivamente en unproceso integrado de maduración (Crépault, 1997).

10 Son estos niños los que en un momento de su vida, jóvenes o más adultos, vienen a consultarnos porpresentar dificultades sexuales.

11 El término ansiedad que utilizamos aquí no se refiere a la respuesta fisiológica, sino a la naturaleza de losmiedos conscientes o inconscientes que perturban el funcionamiento.

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MANUEL MANZANO

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Trempe, J.P. (1981): Sexologie contemporaine.Presses de I’Université du Québec, (p. 290).

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La línea política de la Reforma sexualMemoria histórica y planes de futuro

Efigenio Amezúa *

El autor presenta como avance una Unidad Didáctica de educación sexual que formaparte del libro de texto concebido para la impartición de la asignatura (optativa) deEducación Sexual, diseñada para los tres niveles de la Enseñanza Primaria, Secundaria yBachillerato/Ciclos Formativos. La Unidad Didáctica se estructura al mismo nivel quelas de otras materias o áreas de conocimiento del sistema educativo general, siguiendoel formato común de los contenidos conceptuales, procedimentales y actitudinales. Secompleta con el vocabulario de términos y expresiones, así como con las actividadessugeridas. Finalmente, una sinopsis de objetivos, contenidos y puntos de evaluaciónsirve de recapitulación general.La Unidad Didáctica que aquí se presenta corresponde al nivel de Bachillerato y consti-tuye la nº 28 en el conjunto de los tres niveles señalados. Trata de la política sexualdesde el marco de una memoria histórica pensada para la actualidad, y planes de futu-ro. Se centra en la aportación de la Reforma sexual diseñada por la primera generaciónde sexólogos en el primer tercio del siglo XX, con independencia de los extremos de larevolución sexual y el tradicionalismo.Palabras clave: Memoria histórica de la Sexología, Política sexual, Política de sexos,Educación sexual, Educación de los sexos, Reforma sexual, Revolución sexual,Tradicionalismo sexual.

THE POLITICAL LINE OF THE SEXUAL REFORM.HISTORIC MEMORY AND PLANS FOR THE FUTUREThe author presents a Didactic Unit for sex education that is part of a text-bookthought for the (optional) subject of Sex Education, and designed for the three levelsin Primary School, Secondary School and Grammar School. The Didactic Unit isstructured on the same level as the rest of the subjects or knowledge areas of the gene-ral education system, following the common format of the conceptual, proceduraland attitude contents. It is rounded off with vocabulary of terms and expressions andsuggested activities. Finally, the synopsis of the aims, contents and evaluation pointssummarise the main concerns of the paper. The Didactic Unit presented deals with Secondary School. The Unit is number 28regarding the mentioned three levels. It focuses on the sexual politics in the frame-work of a historic memory, thought for the present and for plans for the future. Itattracts attention to the contribution of the Sexual Reform designed by the first gene-ration of sexologists on the first thirty years of the 20th century, which independentfrom the Sexual Revolution and Traditionalism. Keywords: Historic Memory of Sexology, Sexual Politics, Politics of the Sexes, SexEducation, Education of the Sexes, Sexual Reform, Sexual Revolution, SexualTraditionalism.

Anuario de Sexología2004 • Nº 8 • pp. 157–172

© Anuario de Sexología A.E.P.S.ISSN:1137–0963

* Director de los Estudios de Posgrado de Sexología. Universidad de Alcalá-Instituto de Sexología(In.Ci.Sex). Madrid. correo electr. [email protected].

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EFIGENIO AMEZÚA

Teniendo en cuenta el paradigma moder-no de los sexos y su episteme, el plan másimportante y decisivo que los sexólogos de laprimera generación plantearon, tras el debatede la Cuestión Sexual abierto por la Ilustra-ción, fue la puesta en marcha de la Reformasexual —el sistema más articulado que se ha

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1. Preliminares1. El concepto de Reforma sexual2. Los sexos y la política 3. Reforma versus revolución4. El tradicionalismo

2. Breve historia de la Reforma sexual 1. Ideas y objetivos2. Organización y dispositivos3. Los programas4. Las acciones5. Los textos

3. La sección española de la Reforma sexual1. El grupo de Madrid2. Hildegart 3. Las Jornadas de 19334. “La marcha triunfal del sexo”5. El corte de la Guerra Civil

4. Al margen de la Reforma sexual: la revolu-ción sexual 1. Viena, 19302. La sexualpolitk3. El freudomarxismo4. La revolución sexual de los sesenta

5. Reforma sexual y tradicionalismo 1. El centro y los extremos2. El marco de Ellis versus Freud3. La Castii Connubii de 19304. La Humanae vitae de 1968

6. Sexos, izquierdas y derechas1. El arco político....Cuadro y Recuadro: Loscriterios de N. Bobbio2. Las izquierdas3. Las derechas4. Años treinta/sesenta/noventa5. Memoria histórica y futuro

7. Vocabulario y expresiones8. Actividades sugeridas9. Sinopsis de la Unidad Didáctica: objetivos,

contenidos y puntos de evaluación10. Bibliografía de consulta

Cuadro/índice de la Unidad Didáctica conocido como impulsor de la moderniza-ción sexual.

Al lado de esta gran operación, tanto la lla-mada revolución Sexual, por un lado, como, eltradicionalismo, por otro, no tienen, de por sí,sino un interés menor, aunque por motivosanecdóticos —la espectacularidad de los extre-mos— su presencia parezca haber sido mayor.De estos tres sistemas trata esta UnidadDidáctica, con la cuestión política de fondo yla cuestión de los sexos en primer plano.

1. PRELIMINARES1.1. El concepto de Reforma sexualEl concepto de Reforma sexual fue intro-

ducido en los primeros años del siglo XX porlos sexólogos de la primera generación paraconvertirse en los años veinte en un movi-miento organizado bajo el nombre de Ligamundial de reforma sexual sobre bases cien-tíficas (en ocasiones sobre bases sexológicas).

Se ha producido una confusión entre esteconcepto de Reforma sexual y el de revolu-ción. Este último promovido por otros secto-res —de un modo especial por Reich y elfreudomarxismo, a veces llamado el alaizquierda de Freud—, si bien tendrá más volu-men y resonancia por su espectacularidad,tendrá menos incidencia tanto en los sujetoscomo en la sociedad.

La mezcla o confusión de ambos conceptossucederá pareja a la confusión entre los secto-res que participaron en unos y otros movi-mientos y sus organizaciones, en ocasionesprofesionales y en otras más directamentesociales. Irá también pareja a la equiparaciónentre lo que en política se consideró izquierda,confundida ésta con la extrema izquierda o sec-tor radical, sin tener en cuenta la izquierda delsocialismo democrático o izquierda moderada.

1.2. Los sexos y la políticaPor otra parte, las connotaciones que la

realidad sexual ha recibido como esencial-mente revolucionarias no coinciden con larealidad de los hechos históricos, sino connúcleos minoritarios y de extremos.

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LA LÍNEA POLÍTICA DE LA REFORMA SEXUAL

Se ha afirmado que tanto esas izquierdasextremas como las correspondientes derechasextremas contra las que los mensajes erandirigidos no han debatido de los sexos y lasexualidad sino de otras cuestiones: por ejem-plo, de poder, de autoridad, de vicios, de con-trol social, etc.

Por otra parte, los límites entre las accionesestrictamente profesionales y las directamentesociales no son fáciles de establecer, si bien,por lo que se refiere a la Reforma sexual, éstaquiso fijarlos intencionadamente mediante ladenominación expresamente situada en sucabecera “sobre bases científicas”.

1.3. Reforma versus revoluciónEstos análisis conducen a afirmar la tesis de

que la gran presencia de la revolución sexual,aunque muy en uso, hoy es poco sostenible.Frente a ella, cada vez resulta más certera latesis de que la línea de Ellis y Hirschfeld, inspi-radora de la Reforma sexual, es la que más hacontribuido a los cambios y transformacionesde los sujetos y las sociedades.

El hecho más significativo es que, frente alas radicalizaciones de la llamada revoluciónsexual, así como frente a las no menos radica-lizadas reacciones del tradicionalismo, las pro-puestas básicas de la Reforma sexual se hancumplido una a una o están en vías operativasde realización.

1.4. El tradicionalismoPor otro lado, el poder de control de la

moral sexual por parte de las Iglesias —entreellas, la católica— como representantes o signosvisibles del conservadurismo o tradicionalismo,ha participado muy poco en las transformacio-nes a que ha dado lugar la Reforma sexual y haconstituido una rémora. Pese a lo cual, las trans-formaciones han seguido hacia adelante.

Ello indica que los nuevos sujetos, cadavez más conscientes de su evolución y trans-formaciones, plantean una búsqueda cons-ciente, moderada y responsable que es la queconstituye el gran cuerpo del ciclo largo de lamodernización sexual.

2. BREVE HISTORIA DE LA REFORMA SEXUAL2.1. Las ideas básicasLa idea central de la Reforma sexual se

basa en la continuación de la modernizaciónde los sexos iniciada tras la Ilustración por elcélebre debate de la Cuestión Sexual. Comose recordará de lo expuesto en otras UnidadesDidácticas, este debate abrió por primera vezy de forma sistemática el acceso de ambossexos a la categoría de sujetos sexuados.

Havelock Ellis y Magnus Hirschfeld, susprincipales artífices e inspiradores, entendíanque una modernización de los sexos podía serplanteada desde un planteamiento coherente ya través de una acción igualmente coherente. Eltérmino reforma recordaba otra reforma quehabía tenido lugar antes en Europa y cuyas con-secuencias se habían hecho notar en todos loscampos de la ciencia, la sociedad y la cultura.

2.2. Organización y dispositivoA. La organizaciónLiderada, pues, la Reforma por Hirschfeld y

presidida por Ellis y Forel en los primerospasos de su constitución, el comité fundacionalestaba compuesto por un total de 51 personali-dades de 25 países. La gestación de esta com-pleja organización inició sus preparativos conlas Primeras Jornadas Internacionales dereforma sexual, celebradas en Berlín del 15 al20 de Septiembre de 1921.

Finalmente —como minuciosamente hasido descrita por Ángeles Llorca en La Ligamundial para la reforma sexual (RevistaEspañola de Sexología, 69, 1995)—, quedóconstituida de forma solemne en el primercongreso celebrado el tres de julio de 1928en Copenhague.

B. El dispositivoLos medios de acción, exclusivamente

educacionales e intelectuales desde el estudiode la Sexología, manejados desde el comien-zo, fueron los diez célebres puntos programá-ticos que, si bien sufrieron transformacionesen las sucesivas redacciones, mantuvieronsiempre un consenso básico.

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EFIGENIO AMEZÚA

Estas áreas de acción fueron, según una for-mulación provisional, “la reforma del matrimo-nio, situación de la mujer, anticoncepción, regu-lación de la eugenesia, información para la vidaen pareja, tolerancia hacia las relaciones amoro-sas, atenciones hacia las madres solteras y sushijos, profilaxis de la prostitución, prevenciónde las enfermedades venéreas, estudio de losimpulsos especiales o considerados enfermos,evitación de incursión por parte del derechopenal en los deseos de los adultos y, finalmente,como resumen de todas, educación sexual”.

2.3. Los programasA. Objetivo generalLa fórmulación del fin primordial de la Liga

Mundial para la Reforma sexual sobre basescientíficas fue expresada de forma solemnecomo conclusión general del Congreso de1928 celebrado en Copenhague:

“El Congreso Internacional de Reformasexual sobre bases científicas, con la participa-ción de los representantes de muchos estadoscivilizados, exige a los legisladores, la prensa,el pueblo... hacer lo necesario para que setomen en cuenta las consecuencias prácticasde los resultados de la Sexología (...) Con vis-tas a la reorganización de la vida sexual y amo-rosa de los seres humanos.

En efecto, la cantidad de personas que hansido víctimas y que lo son diariamente de unafalsa moral sexual, de la ignorancia sexual y dela intolerancia es desacostumbradamentegrande. Por ello es urgente y necesario que lascuestiones sexuales particulares tales como lacuestión de la mujer, el matrimonio, la natali-dad, la eugénica, la regulación de la prostitu-ción y su higiene, así como las anomalías, etc.sean sometidas a una revisión unificada yreguladas desde la Sexología”.

B. Los diez puntos programáticosEn forma de decálogo, los puntos que figu-

ran en las actas publicadas del primer Congreso(Copenhague, 1928) son los siguientes:1. La igualdad de los derechos de las mujeres

y los hombres.

2. La introducción del divorcio en la legisla-ción del matrimonio.

3. La organización de una procreación res-ponsable.

4. La regulación de los medios anticonceptivos.5. La protección de la maternidad soltera y

de sus hijos.6. La consideración de las variantes interse-

xuales como tales variantes.7. La regulación de la prostitución y preven-

ción de las enfermedades venéreas.8. La revisión de los llamados desórdenes o

trastornos sexuales.9. Las limitaciones de los códigos penales.10.La extensión de la educación sexual de

forma sistemática.

2.4. Las accionesTras el Congreso de Copenhague, con 70

participantes, siguieron los de Londres (1929,350 participantes), Viena (1930, con 2000 par-ticipantes), Bruno (1932). En el primero parti-ciparon 70, en el siguiente 350, en el tercero,2000.

El éxito de la Liga Mundial fue notable,aunque es preciso observar que en 1933 conla llegada de Hitler al poder la situación iniciósu declinar. Lo que se manifestaría aún mástras la muerte de Hirschfeld, su animadorindiscutible, acaecida en 1935. A los pocosaños la situación creada por la guerra mundialterminó con la organización, si bien la expan-sión de sus socios por distintos países permi-tió su continuación lenta o soterrada.

Sumados los representantes en la LigaMundial y los asociados en las distintas seccio-nes de los distintos países, las cifras de com-ponentes son muy variadas. El cálculo ofreceen torno a 1932 una estimación de en torno a150.000 en su conjunto.

2.5. Algunos textos de la Reforma sexualLos principales textos que sirvieron de

base doctrinal a la Reforma sexual son los queconstituyeron el cuerpo teórico de laSexología en la primera fase. Dentro de elloscabe resaltar los Sex Studies del inglés Have-

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LA LÍNEA POLÍTICA DE LA REFORMA SEXUAL

lock Ellis, conocidos como la Summa sexoló-gica, y que fueron apareciendo entre 1894 y1910. La versión castellana apareció en 1911(Editorial Marín de Madrid).

Junto a las obras de Ellis, se sitúan las delalemán Magnus Hirschfeld; de esos mismosaños y de un modo especial están el Anuariode los estados intersexuales (1899-1933) y laRevista de Sexología iniciada en 1908 y conti-nuada, en diversas fases hasta la II GuerraMundial. De especial interés fueron igualmen-te las obras del alemán Iván Bloch, La vidasexual contemporánea, de 1906 (versión cas-tellana de 1924 con Prólogo de G. Marañón) ylas colecciones de Monografías de Sexologíadirigidas por él y otros colaboradores delgrupo de Berlín.

Otras obras de uso fueron las del suizo A.Forel, La vida sexual y el Vocabulario deSexología publicado en 1926, bajo la direccióndel alemán Max Marcuse, así como el Tratadode Sexología del francés A. Hesnard (París,1932) y las dos obras más traducidas deMarañón que veremos a continuación en laSección española de la Liga Mundial. Dentrode la divulgación general cabe citar El matri-monio perfecto y La erótica de la pareja delholandés Th.Van de Velde, traducido en lasdistintas lenguas (en la versión castellana, tra-ducido por editorial Morata).

3. LA SECCIÓN ESPAÑOLADE LA REFORMA SEXUAL3.1. Marañón y el grupo de MadridLa aportación española está unida a dos

nombres: Hildegart y Marañón, y a su presenciaen los últimos años de la década de los veinte ylos primeros de la de los treinta, coincidiendocon la edad de plata de la cultura española y lageneración del impulso de Don SantiagoRamón y Cajal, así como la vinculación conEuropa. Conviene situarlo en el marco de laEdad de Plata de la cultura española.

“El movimiento —escribe Hildegart en1932— se había iniciado en los últimos añosdel siglo XIX, pero cuando prendió fue real-mente con los escritos de Marañón, verdade-

ro líder de ideas que con su prestigio intelec-tual atrajo a otros a él”

La entrada de Marañón en esta preocupa-ción por las cuestiones sexuales data de 1915,con sus célebres conferencias en el Ateneo deMadrid en las que afirma que “la sexualidad esun tema de moda pero no un hecho banal”.Desde esta fecha hasta 1937 los escritos deMarañón se suceden. Dos especialmente seránde repercusión internacional: los Tres ensayossobre la vida sexual de 1926 y La Evoluciónde la Sexualidad y los estados intersexualesde 1930. Las versiones a las principales lenguasde ambas obras convierten a Marañón en unapieza clave dentro del movimiento.

Otras figurasJunto a la figura de Marañón se aglutinó el

que se conoce como “Grupo de Madrid”. Ellibro del Profesor Saldaña Ensayos de Sexo-logía (1929), en el que plantea la Reformasexual como “otra gran Reforma similar a laque bajo el mismo nombre transformó Europaunos siglos antes”, traza la situación panorámi-ca del momento y resulta difícil de olvidar.

Otros como Juarros, Huertas, Martí Ibáñezo Torrubiano contribuyeron con sus obras aesta Reforma. Las dos extensas colecciones delibros de gran divulgación debidos a Martín deLucenay —“cuestiones sexuales” con un totalde 50 títulos publicados y cultura física ysexual, habiendo aparecido 18 hasta Julio de1936— constituyen una ingente e impresio-nante obra divulgativa.

3.2. HildegartEn este marco, la figura de Hildegart cons-

tituye un fenómeno prodigioso cuya historiano ha sido aún desentrañada. Educada exclu-sivamente por su madre, Amparo RodríguezCarballeira, con la finalidad de hacer de ellauna personalidad fuera de serie, Hildegartacabó la carrera de Derecho antes de que, porsu edad, puediera ejercerla. Por lo que empe-zó Medicina, mientras combinaba sus activida-des políticas en las Juventudes socialistas, queprontó abandonó para pasar al partido radical.

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Pero fueron, sobre todo, los escritos detemática sexual los que, desde los doce añoshasta los dieciocho en que fue asesinada porsu propia madre, la convirtieron en la princi-pal líder de la divulgación con una serie deobras sobre la materia.

Puesta en contacto directamente conHavelock Ellis, se hizo cargo de la Secciónespañola de la Liga mundial, siendo Marañónsu presidente, para coordinar su puesta enmarcha. Esto lo llevará a cabo creando la redorganizativa, así como la cordinación de larevista y su consejo de redacción, compuestopor un grupo de doce primeras figuras proce-dentes de los distintas disciplinas.

3.3. Las jornadas de 1933Entre los efectos de este movimiento con-

viene resaltar las “superjornadas” celebradas enMadrid, así llamadas por su duración y desarro-llo: del 21 de abril al 10 de mayo de 1933.

Conferencias magistrales transmitidas porradio, seminarios en 25 puntos científicos yacadémicos diferentes, con un inmenso núme-ro de seminarios coordinados, hicieron deestas Jornadas un hito sin precedentes en laSexología española. Otros detalles: fueroninauguradas por el Ministro de Educación(Fernando de los Ríos) y la conferencia de clau-sura corrió a cargo del Presidente del Gobierno(Manuel Azaña).

Los dos volúmenes de las actas de las jor-nadas (en editorial Morata) constituyen undocumento valioso para quienes estén intere-sados en estos acontecimientos. En todo caso,es un documento para ver el espíritu de losaños de la República y los pasos pretendidosen este campo.

3.4. “La marcha triunfal del sexo”Estas circunstancias y un análisis global de

los años veinte y treinta llevaron a la RevistaEstudios a encabezar su editorial del 3 dejulio de 1933 bajo el titular “La marcha triun-fal del sexo”.

Los primeros números de la Revista Sexus,portavoz de la Organización, son una muestra

de la extensión y volumen adquiridos y suexpansión en la geografía nacional. Según elinforme del número 2, se había establecido éstaen veinte provincias, con sus respectivos gruposde coordinación, si bien la muerte de Hildegart,un año más tarde, significará un fuerte golpe.

3.5. El corte de la GuerraPor otra parte, el Golpe de Estado de 1936

y su victoria sobre el sistema democráticoofrece en las décadas siguientes un corte totalcon la variedad y pluralidad de ideas y movi-mientos y la imposición de la línea única de loque en expresión acuñada por Aranguren ydifundida por Miret Magdalena, fue el nacio-nal-catolicismo.

A partir de ahí, se divulgaron solamentelos planteamientos de un sector, el conserva-dor-tradicionalista, a través de escritos talescomo, por señalar un ejemplo indicativo, laobra del obispo húngaro Monseñor TihamerThot (Energía y Pureza, Editorial Athenas,Madrid, 1944, colección “para muchachos” osu adaptación por María Rosa Vilahur, Purezay hermosura, de la misma editorial en lacolección “para muchachas”).

Reestablecida la democracia, tras cuarentaaños de dictadura, algunas obras han dadocuenta de esa fase. Es el caso de ÓscarCaballero, Cuarenta años sin sexo, EdicionesCambio 16, Madrid, 1978 o J. Eslava Galán, Elsexo de nuestros padres, Ediciones Temas dehoy, Madrid, 1997.

4. AL MARGEN DE LA REFORMA SEXUAL:LA REVOLUCION SEXUAL4.1. Viena, 1930El Congreso de la Liga mundial para la

Reforma sexual, celebrado del 16 al 23 deSeptiembre de 1930 en Viena, incluyó dentrode los grandes temas habituales uno más, bajoel título “La miseria sexual y Reforma sexual”.

Uno de los participantes en el Congresode Viena fue Wilhelm Reich, que planteó unaponencia que las izquierdas extremas, partida-rias de la revolución, harían luego célebre.Reich inció su ponencia criticando la filosofía

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LA LÍNEA POLÍTICA DE LA REFORMA SEXUAL

misma de la Reforma sexual y afirmando que“la única reforma sexual es la crítica del ordenpolítico y social si no se quiere llevar la discu-sión a un debate, de por sí, estéril”.

4.2. La SexualpolitikComo respuesta de cortesía, el comité

directivo de la Liga mundial sugirió a Reich lapreparación de una “plataforma de políticasexual” alternativa. Unos meses más tardeReich entregaba su propuesta de Sexualpo-litik que no fue aceptada por no ser acordecon las bases de la organización, cuyo fin erael uso de los medios educativos e intelectua-les a su alcance “y no la revolución política”,más propia de otras organizaciones.

Reich trató de llevar a cabo su propuesta en elseno de las juventudes del Partido Comunista ale-mán. De ese programa surgió el movimiento dela Sex-Pol, iniciado en 1932. Algunos folletosmuestran la esencia de estas campañas. Tal es elcaso de La lucha sexual de los jóvenes, escritoen el mismo año de la actividad.

Apenas un año más tarde, el autor seráobjeto de un proceso por parte del partidocomunista y su correspondiente expulsión delmismo, al considerar éste que “la sexualidadno es sino un lujo burgués que no sólo nosirve para la revolución sino, al revés, para dis-traer a las masas de la lucha revolucionaria”.

4.3. El freudomarxismoEsta acción, junto con la elaboración teóri-

ca de los textos en los que Reich trata de con-juntar la lucha del proletariado según los tex-tos de Marx con la doctrina freudiana de larepresión y liberación de los instintos, es laque dará el resultado de lo que se nombrócomo freudomarxismo.

La reunión de estos textos y su posteriorreelaboración serán el origen de la obra másdivulgada de Wilhelm Reich: “La revoluciónsexual”. La primera edición aparece cuando elautor, expulsado de la alemania nazi, es yaresidente en USA, en el año 1943.

“La liberación de todas las ataduras y lalibre y completa satisfacción genital llevarán al

derrocamiento del poder y a la victoria delproletariado contra el orden burgués”, escribeReich como lema de su propuesta.

4.4. La revolución sexualde los años sesentaEn los años sesenta —especialmente en

torno a los hechos del mayo del 68— el freu-domarxismo se convirtió en tema estrella.Reich había propuesto el modelo marxista-leninista y, más en concreto, la revoluciónsoviética, como marco en el que la revoluciónsexual era una realidad.

Olvidaba Reich que la Unión Soviética, yabajo Stalin, no era lo que se pretendió en susorígenes sino “la dictadura lamentable”, queluego se hará pública con su desplome tras lacaída del muro de Berlín, símbolo del final delsocialismo no democrático y también símbolodel final de una racha conocida como de per-misividad y revolución sexual.

5. REFORMA SEXUALVERSUS TRADICIONALISMO5.1. Entre uno y otro extremoFrente a la Reforma sexual, el movimiento

conocido como tradicionalismo está lideradopor las Iglesias y, de un modo especial, la cató-lica como portadoras de la moral tradicional,de donde procede su denominación.

El tradicionalismo ha tenido un efectoque fue mirar hacia la revolución sexualcomo su gran enemigo. Ese hecho ha permi-tido distraer el interés por la Reforma sexual.Pero, por otra parte, ha polarizado cualquiermanifestación, fuera o no freudiana, como esel caso de los sexólogos, al asimilarlos al refe-rente único de Freud, luego de Reich y, así,neutralizarlos.

De esta forma, concentrando todo en tornoa un extremo, la revolución sexual ganó aúnmás en moda escandalosa y polémica. EnEspaña no hubo revolución, pero sí Reformasexual. Si las obras de Freud empezaron apublicarse en castellano en los años veinte,estaban ya circulando los siete volúmenes dela Summa sexológica de Havelock Ellis desde

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1913 (editorial Marín, Madrid). Ninguna obrade Reich fue traducida al castellano hasta ladécada de los años sesenta.

5.2. Ellis versus Freud como fondoEl balance del primer tercio del siglo XX ofre-

cía todos los materiales de la modernización delos sexos. Fue, de hecho, cuando se pensó y pla-nificó. Su realización no ha sido sino seguir lasdirectrices iniciadas entonces. Los grandes pro-motores —escribe Paul Robinson— han sido lossexólogos de la primera generación. Sus ideashan sido las del gran salto. Y la piedra angular laepisteme del paradigma de los sexos.

“Freud fue un antiguo. Ellis un moderno”,escribe Robinson en una de sus más incisivase inquietantes conclusiones de suModernización del sexo (Ediciones Villalar,Madrid, 1978). La operación, pues, de situar aFreud y Reich como ejes de la doctrina sexualno tiene otra razón de ser que la lucha de untradicionalismo contra otro extremismo que,enzarzados, han contribuido a distraer la aten-ción de la Reforma sexual que, por otra parte,ha seguido adelante.

5.3. La Casti Connubii de 1930Junto a este salto cabe resaltar, si no por

su valor teórico, sí por su rémora moral, lasreacciones de las Iglesias guardianas de lamoral tradicional en su sentido más extremo.

Por lo que concierne a la católica, el docu-mento pontificio Casti connubi (1930) consti-tuye la más alta declaración de enfrentamien-to con la modernización, mediante la reafir-mación de los principios de la moral formula-dos en el marco de la christianitas.

Un año antes de esta declaración de prin-cipios, el mismo Magisterio Pontificio habíaformulado sus ideas “saliendo al paso de” y“contra los avances de la educación sexual dela juventud” que se abría camino en los distin-tos países de Europa, es decir, lo que en lahistoria de la misma educación sexual seconoce como “su primavera”. En esta ocasión,se trataba de la Encíclica Divini IlliusMagistri, de 1929, sobre la educación moral

de la juventud y, dentro de ella, la especial yexpresamente condenada educación sexual.

5.4. La Humanae vitae de 1968Treinta años después y, tras los grandes

signos abiertos por el Concilio Vaticano II ensu intento de diálogo con el mundo moderno,otra encíclica —Humanae vitae (1968)—,representará una función similar de freno, sibien con formulaciones más atemperadas.

Las constantes llamadas a la tradición y con-servación de los “valores eternos”, tales comola pureza o castidad, así como en contra de losmedios anticonceptivos o la condena de lahomosexualidad y otras conductas, completanun perfil de las últimas décadas del siglo XX,que puede situar a los representantes oficialesde la Iglesia Católica en lo que ha sido conside-rado como un tradicionalismo excesivo.

Algunos participantes en el debate deldocumento fueron finalmente excluidos yotros, por no coincidir con él, han sido invita-dos a cambiar sus opiniones o, en su caso,condenados a la exclusión de la comunidadeclesial. Algunos casos como el de BernardHering han sido de gran repercusión. EnEspaña nombres como B. Forcano o M. Vidalhan tenido un gran eco en los medios del sec-tor católico.

6. SEXOS, IZQUIERDAS Y DERECHAS6.1. El arco políticoPartiendo de la definición de izquierdas y

derechas en política —y usando el Centrocomo punto de referencia entre unos y otros— tal como quedó establecido desde laRevolución Francesa (“En el centro no haynadie: el centro es sólo la referencia de lasizquierdas y derechas”), puede afirmarsecomo punto de partida que, frente a las dere-chas, el planteamiento moderno del sexo —osea, de los sexos— es una innovación propia yespecífica de las izquierdas.

Pero esta observación necesita las matizacio-nes relativas a las corrientes propias tanto de lasderechas como de las izquierdas en plural, dedonde han surgido los distintos debates y, en

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LA LÍNEA POLÍTICA DE LA REFORMA SEXUAL

casos graves, enfrentamientos. Si trazamos losdos grandes bloques de las derechas e izquier-das, tal como son descritos en la ciencia políticay situamos en ellos los movimientos de laReforma sexual, la revolución sexual y el tradi-cionalismo sexual, tenemos el cuadro de abajo.

6.2. Las izquierdasLa cuestión de los sexos desde las izquier-

das y sus corrientes pueden resumirse entrela izquierda moderada, conductora de laReforma sexual (Ellis y Hirschfel) y la extremaizquierda propulsora de la revolución sexual(Reich y el Freudomarxismo).

El término Reforma frente al deRevolución puede ser indicativo de dichodebate en el seno de las izquierdas. Los líde-res de uno y otro sector fueron conscientesde ello, como puede verse a través de sus pro-pios textos.

Por otra parte, resulta imprescindible nohablar de izquierda o derecha en singular,cuanto de unas y de otras en plural. La razónes que, de esta forma, se cuenta con los diálo-gos y debates, léase conflictos y enfrentamien-tos, entre los distintos sectores o corrientesde ambas.

6.3. Las derechasA la derecha moderada le ha correspondi-

do el liberalismo político y moral como inten-to de avance y acomodo con las nuevascorrientes, sin perder, por otra parte, sucarácter conservador de los grandes valorestradicionales.

Un afluente considerable de la Reformasexual puede ser atribuido al diálogo entre

estas derechas liberales y las izquierdas mode-radas en una serie de coincidencias básicas.Por citar algunas figuras cercanas, el caso deMarañón —“liberal, por definición”— en elequipo de la Liga Española para la ReformaSexual, junto con Hildegart —“por definición,de izquierdas”— puede ser un ejemplo para-digmático de este diálogo.

El extremo de las derechas, conocidocomo tradicionalismo, es el que será asumidode un modo particular por la Iglesia Católica ysus grandes declaraciones doctrinales. Loscasos ya aludidos de la Divini Illius Magistri yde la Castii connubii , así como la bibliografíagenerada en su apoyo y expansión, constitu-yen las cartas de su presentación explícita.

6.4. Años 30/60/90La eclosión de la revolución sexual de los

sesenta, fue asumida, como ya quedó indica-do, por las izquierdas radicales. Las reedicio-nes de la obra señera de Reich que lleva elmismo título constituyeron el libro de cabe-cera de todo el movimiento.

La “caída de las grandes ideologías”, simboli-zada en la caída del Muro de Berlín de 1989, y elposterior trasiego de las izquierdas y derechasen su ansiosa persecución del centro —“eselimbo”, como lo ha llamado Josep Ramoneda(Después de la pasión política, Edic. Santillana-Bolsillo, 2002)— constituyen, como es sabido,el punto de referencia para explicar la confu-sión entre los grupos en la actualidad.

Los grandes logros sociopolíticos de lasmujeres —el antiguo “segundo sexo” por utili-zar la expresión hecha célebre por Simone deBeauvoir— y la siguiente utilización de estos

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Derechas Centro Izquierdas

Extrema Derecha Derecha moderada Izquierdas moderada Extrema izquierda

Reforma sexual Revolución sexualTradicionalismosexual

Liberalismosexual

x ................. Opciones mayoritarias ................. x

x ........................................... Reacciones minoritarias ........................................... x

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EFIGENIO AMEZÚA

logros por las derechas constituyen en laactualidad la más importante llamada de aten-ción para una consideración de este procesoque puede representar el punto de inflexiónpara una vuelta hacia atrás o, por el contrario,el comienzo de una nueva etapa hacia adelan-te por parte de las izquierdas. Lo que requiere

un estudio de la cuestión en la actualidad(Véanse las Unidades Didácticas 32, 33 y 34).

6.5. Memoria histórica y futuro“Es tiempo de epistemología —ha escrito

axiomáticamente Geneviève Fraise, como serecordará de una Unidad Didáctica anterior—;

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Los criterios de Norberto Bobbio

“...Si se me concede que el criterio para distinguir la derecha de la izquierda es la diferente aprecia-ción con respecto a la idea de igualdad, y que el criterio para distinguir el ala moderada de la extre-mista, tanto en la derecha como en la izquierda, es la distinta actitud con respecto a la libertad, sepuede distribuir esquemáticamente el espectro donde se ubiquen doctrinas y movimientos políti-cos, en estas cuatro partes:a) en la extrema izquierda están los movimientos a la vez igualitarios y autoritarios, de los cualesel ejemplo histórico más importante, tanto que se ha convertido en una categoría abstracta sus-ceptible de ser aplicada, y efectivamente aplicada, a períodos y situaciones históricas distintas, esel jacobinismo;b) en el centro-izquierda, doctrinas y movimientos a la vez igualitarios y libertarios, a los que hoypodríamos aplicar la expresión «socialismo liberal», incluyendo en ella todos los partidos socialdemó-cratas, incluso en sus diferentes praxis políticas;c) en el centro-derecha, doctrinas y movimientos a la vez libertarios y no igualitarios, dentro de loscuales se incluyen los partidos conservadores que se distinguen de las derechas reaccionarias por sufidelidad al método democrático, pero que, con respecto al ideal de la igualdad, se afirman y sedetienen en la igualdad frente a la ley, que implica únicamente el deber por parte del juez de aplicarlas leyes de una manera imparcial y en la igual libertad que caracteriza lo que he llamado igualitaris-mo mínimo;d) en la extrema derecha, doctrinas y movimientos antiliberales y antiigualitarios, sobre los que essuperfluo señalar ejemplos históricos bien conocidos como el fascismo y el nazismo.

Obviamente se entiende que la realidad es más variada que lo que refleja este esquema, construidosólo mediante dos criterios, pero se trata de dos criterios, en mi opinión, fundamentales, que, com-binados, sirven para designar un mapa que salva la discutida distinción entre derecha e izquierda, yal mismo tiempo responde a la demasiado difícil objeción de que se consideren de derecha o deizquierda doctrinas y movimientos no homogéneos como, a la izquierda, comunismo y socialismodemocrático, a la derecha, fascismo y conservadurismo; también explica el porqué, aun no siendohomogéneos, pueden ser aliados potenciales en excepcionales situaciones de crisis”.“(...) Nunca he olvidado una de las últimas lecciones de uno de los maestros de mi generación, LuigiEinaudi sobre el estilo liberal y socialista: El óptimun no se alcanza en la paz forzada de la tiraníatotalitaria; se toca en la lucha continua entre los dos ideales, ninguno de los cuales puede ser venci-do sin daño común”.

N. Bobbio, Derecha e izquierda,Santillana-Taurus-Suma de Letras (Bolsillo),

Madrid, 2000, pp. 160-161 y 172)

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una epistemología previa a la militancia; estiempo de reflexión y reconsideración”. Eldebate de los sexos debe retomar su fuerza yvigor en el marco de las izquierdas, su sitio deorigen y su futuro con toda propiedad. Lasinnovaciones no pueden paralizarse en su rei-nante confusión.

Desde la memoria histórica una lecciónpuede concluirse. Y es que los extremos de larevolución sexual y el Tradicionalismo han lle-vado los debates a grandes enfrentamientosen los que han participado algunos sectoresde forma encarnizada y virulenta. Éstos hanarrastrado, tras sí, tanto a las izquierdas comoa las derechas en bloque. La gran jugada deesas minorías extremas ha sido el hecho defijar ellas misma la agenda tanto para un ladocomo para el otro.

En estos debates, los planteamientos de laReforma sexual —si bien han pagado el altoprecio de su aparente aislamiento y silencioentre tales extremos— han llevado, no obs-tante, hacia adelante el más serio y articuladocuerpo teórico junto con su dimensión prácti-ca que, a su manera, ha contribuido a trans-formar ideas y conceptos, estilos y sensibilida-des bajo un talante eminentemente moderni-zador. La conexión con la historia es la formadeseable de mirar el futuro.

7. VOCABULARIO DE TÉRMINOSY EXPRESIONES

Reforma sexual e izquierda moderada.Ellis.Hirschfeld.Decálogo de la Reforma sexual.La vía media.La educación de los sexos.Política de sexos.

Revolución sexual y extrema izquierda.Reich.Freudomarxismo.La lucha sexual de los jóvenes.Sexualpolitik.Políticas de género.

Liberalismo y derecha moderada.Moral abierta.

Diálogo y debate.Revisión de la doctrina del matrimonio.Reforma del matrimonio.El control de los impulsos.El orden de los sexos.

Tradicionalismo y extrema derecha.La castidad y continencia.Casti connubii.Humanae vitae.Moral del sexto mandamiento.Relaciones extra y prematrimoniales.Puritanismo.Fundamentalismo.

La memoria histórica y el futuro.Los deseos y los votos.Los gestores de la política.Los líderes de movimientos sociales.Ideas, ideología y gestión política.izquierdas y derechas.

8. ACTIVIDADES SUGERIDASA. Actividades organizadas

ACTIVIDAD 1SOBRE LOS TRES MOVIMIENTOS• A continuación se ofrecen tres párrafos-resu-men de la Reforma sexual, la revolución sexualy el tradicionalismo sexual:1. La Reforma sexual fue un movimiento orga-

nizado: con sus líderes e ideas y su pro-yección para la acción educativa y socialsobre bases científicas. Nacido en los añosveinte, se propuso conectar con grandessectores de la población por su caráctermoderado y razonable, enmarcado en lasocialdemocracia del primer tercio del sigloXX. Aunque truncado en su organización,su estela continuó, aunque muy precaria-mente tras la Segunda Guerra mundial (enel caso español con más precariedad tras laguerra civil).

2. La revolución sexual fue un movimientomenor a imitación del anterior vinculado aactividades políticas de extrema izquierda(concretamente a los sectores juveniles delos partidos comunistas austriaco y alemán

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hasta que fue prohibido por las cúpulas deestos). Nació en los años treinta y duró sólounos años hasta el ascenso de los fascismos.Su posterior reaparición en los años sesen-ta se polarizó en lo que se conoce comomayo del 68 y fue identificado con el espí-ritu hippy.

3. El tradicionalismo sexual, llamado tam-bién conservadurismo —en el caso espa-ñol nacionalcatolicismo, en el anglosajónpuritanismo— fue un movimiento reactivotanto frente a la revolución sexual comofrente a la Reforma sexual. Su marco se sitúaen los círculos de las Iglesias y de un modoparticular en la católica, que reforzó su prin-cipio de la continencia o castidad.

• Desarrollar uno u otro punto (a elegir) en unartículo de entre 1 y 2 folios sirviéndose paraello de los datos contenidos en la UnidadDidáctica o de otra procedencia.

ACTIVIDAD 2SOBRE LA LIGA MUNDIALDE REFORMA SEXUAL• Elaborar una semblanza de la Reformasexual incluyendo:1. Principales líderes.2. Ideas troncales.3. Objetivos prioritarios.4. Temas principales (en formulación históri-

ca o actual).

• Elegir distintos formatos de trabajo: artículo,conferencia, guión para miting de campaña elec-toral, histórico, actual, etc.

ACTIVIDAD 3SOBRE LA SECCIÓN ESPAÑOLADE LA REFORMA SEXUAL• Elaborar una semblanza.1. Situación general de la España de los años

30.2. La figura de Hildegart.

A. Aurora Rodriguez, la madre.

B. Historia y leyenda sobre Hildegart.C. Por qué se habla del “caso Hildegart”.D. Objetivos y fines

3. La figura de MarañónA. El médico.B. El historiador.C. El escritor.D. El sexólogo.

4. Otras figuras de los años veinte y treinta.5. Qué queda en la memoria y en la actuali-

dad (diálogo y debate inter-generacional).

• Elegir y precisar el formato del trabajo.• Recursos: Sobre Hildegart: Ver el film Mi hijaHildegart (F. Fernán-Gómez).

° Leer la novela de Fernando Arrabal, Lavirgen Roja, Edic. Seix Barral.

° Leer el ensayo de Eduardo de GuzmánAurora de sangre, Mundo Actual deEdiciones, 1978.

Sobre Marañón: Obras completas de G.Marañón.

° M. Gómez Santos, Vida y obra de G.Marañón, Planeta.

° Fundación Marañón.Sobre otros: R. Alvarez Peláez y R. Huertas,¿Criminales o locos?.

° Consejo Superior de InvestigacionesCientíficas, Centro de Estudios Históricos.Cuadernos Galileo de Historia de laCiencia, Madrid, 1987.

ACTIVIDAD 4SOBRE LA REVOLUCIÓN SEXUAL

• Hacer una breve semblanza:1. Sobre la revolución sexual en los años

treinta.

° Situación política general en Europa.

° El freudomarxismo.

° Reich y la “Sex Pol”.

° La doctrina sobre la represión sexual.2. Sobre la revolución sexual de los años

sesenta.

° La revuelta de los estudiantes.

° Los hipies.

° La contracultura.

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° “Prohibido prohibir”.

° “Haz el amor, no la guerra”.3. Lo que queda de ello y para qué sirve su

conocimiento.4. Balance histórico y actualidad.

ACTIVIDAD 5SOBRE EL TRADICIONALISMO SEXUAL• Definir y aclarar algunos términos de usofrecuente.1. Diferencia entre tradición y tradicionalismo.2. Integridad e integrismo.3. Fundamental y fundamentalismo.4. Puritanismo y neopuritanismo.5. Maniqueismo y dualismo.6. Conservación y conservadurismo.• Formular algunas bases doctrinales de algu-nas Religiones sobre los sexos.

° Del Judaismo y algunas ramas.

° Del Cristianismo y algunas ramas.

° De la Religión musulmana y algunas ramas.

° De otras grandes religiones.

° De las distintas Iglesias.

° De la Iglesia Católica en particular.• Describir algunos rasgos relativos a gruposintegristas dentro de la Iglesia Católica y susrepercusiones políticas en la actualidad.• Explicitar algunas posturas morales y políti-cas con relación a algunos temas.

° Concepción.

° Aconcepción.

° Anticoncepción.

° Homosexualidad.

° Parejas de hecho.

° Otras.

° Matrimonio entre personas del mismosexo.

ACTIVIDAD 6SOBRE LA REFORMA SEXUAL YSU SITUACIÓN EN EL ESPECTRO POLÍTICO• Repartidos en pequeños grupos.1. Cotejar la Reforma sexual en los grupos de

izquierdas y derechas.

° Explicar los motivos o razones.2. Cotejar la revolución sexual en los grupos

de extrema izquierda.

° Explicar los motivos o razones.3. Cotejar el Tradicionalismo sexual en los

grupos de extrema derecha.

° Explicar los motivos o razones.4. Cotejar los tres movimientos conjunta-

mente en el espectro entero.

° Explicar los motivos o razones.5. Formular algunos temas propios de deba-

te históricos y actuales.

• Hacer un debate de puesta en común en elgrupo general. Elaborar una síntesis de los moti-vos y razones.

B. Otras actividades• Sobre la Reforma sexual.

° Trazar un croquis con los principalesrecorridos de la Reforma sexual.

° Reforma sexual y Cuestión Sexual de tressiglos antes.

° Programática de la Reforma sexual.

° Claves estratégicas de la Reforma sexual.

° La figura de Hildegart y su obra.

° Reforma sexual y Edad de Plata de la cul-tura española.

° Razones del corte de la Reforma sexual.

° Entrevistas a personas de edad que lovivieron y situar sus impresiones yrecuerdos.

° Sobre la ignorancia tópica de nuestrosabuelos y la ignorancia nuestra sobre ellos.

• Sobre la revolución sexual.

° Semblanza de W. Reich.

° El freudomarxismo.

° Mayo del 68.

° La represión sexual y la revolución sexual.

• Sobre Tradicionalismo sexual.

° Comparar la Divini Illiuis Magistri y laCasti connubi con la Humane Vitae.

° Entrevistar a dos especialistas: uno designo conservador, otro de signo progre-sista y cotejar sus principales ideas sobrelos sexos.

° La revisión del Concilio Vaticano II parala Iglesia católica.

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° Semblanzas de otras Iglesias.

° La aconfesionalidad actual del EstadoEspañol.

° Planteamientos laicos y valores cívicos.

• Otros trabajos.

° Diálogos entre izquierdas y derechas.

° La función del Centro político.

° Qué es la memoria histórica.

° Sexos y conciencia cívica.

9. SINOPSIS DE LA UNIDAD DIDÁCTICA:OBJETIVOS, CONTENIDOS Y PUNTOSDE EVALUACIÓN9.1. Objetivos

1. El hecho de ser sujetos sexuados tiene,como ciudadanos, unas repercusionesque se traducen en una dimensión políti-ca. La Reforma sexual fue la fórmula delos sexólogos de la primera generaciónpara llevar a la práctica las ideas y concep-tos del paradigma de los sexos y su epis-teme moderna.

2. Importa situar el interés de esta Reformasexual por encima de lo que luego seránombrado, por un lado, revoluciónsexual y, por otro, TradicionalismoSexual. Los planes de la Reforma sexualseguirán hacia adelante de manera ininte-rrumpida, a pesar de la desarticulación delmovimiento.

3. Los líderes de la Reforma sexual fueronHirsrchfeld y Ellis. Ellos lograron aglutinaruna organización cuyo fin no era la luchapolítica sino la transformación de los sexosa través del conocimiento y la educación.

4. Con la muerte de los líderes (Hirschfedl en1935; Ellis en 1939), pero sobre todo con laascensión de los fascismos y la SegundaGuerra Mundial, la Reforma sexual, comofruto de la obra de los sexólogos de la pri-mera generación, fundamentalmente euro-pea, pasará su relevo a la siguiente genera-ción de sexólogos, que se sitúa en losEstados Unidos de Norteamérica en unasociedad del bienestar.

5. Si los planteamientos iniciados por laReforma sexual han seguido, pues, haciaadelante, recapitular el movimiento impul-sor puede contribuir a recuperar unamemoria histórica para su continuación ypara hacerla más argumentada y compacta,como corresponde a los deseos mayorita-rios de los sujetos y de la sociedad.

6. En la actualidad otros nombres o denomi-naciones, tales como puritanismo o neo-puritanismo, fundamentalismo, etc., ocu-pan el sitio de otras denominaciones ante-riores relativas a la extrema derecha, yfrente a las cuales no existen sino reaccio-nes esporádicas o aisladas de una imper-ceptible extrema izquierda.

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9.2 Contenidos

Conceptuales

1.• Nociones diferenciales

de Reforma sexual• Revolución Sexual• Tradicionalismo

2.• Breve historia de la

Reforma sexual

3.• La Sección española de la

Reforma sexual

4.• Semblanza de la llamada

revolución Sexual

5.• El tradicionalismo

o conservadurismo

6.• El arco político general

Procedimentales

• Encuadre y situación en elespacio y tiempo: Europa yprimer tercio del siglo XX

• Bases teóricas• Organizaciones y dispositivos• Programas de acción

• El grupo de Madrid

• Alcance y significado en losaños treinta y en los añossesenta (mayo del 68)

• Papel de las Iglesias. • La Iglesia Católica en

particular• Los principales documentos

• Política sexual, o sea, de lossexos, desde la Reformasexual, la revolución Sexualy el tradicionalismo

Actitudinales

• Correspondencia de los tresmovimientos con losdistintos sectores sociales

• Algunos textos básicos dela Reforma sexual

• Escenario y situación de laeducación, cultura ysociedad en esos años

• Recuerdos y anécdotasde los testigos

• Distintas formas denombrar el tradicionalismoen la historia y en laactualidad: puritanismo,neopuritanismo,fundamentalismo

• Análisis de las distintaspolíticas de sexos en laactualidad y planes defuturo

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9.3. Puntos de evaluación1. Enunciar y describir los tres movimientos

principales: Reforma sexual, revoluciónSexual y tradicionalismo Sexual

2. Breve descripción de la Reforma sexual ysu significado en el contexto del primertercio del siglo XX como acción desde elplanteamiento de la primera generaciónde sexólogos.

3. Breve descripción de la sección españolade la Reforma sexual en el contexto de laEdad de Plata de la cultura española.

4. Breve descripción de la revolución sexualy su sentido en el contexto político del losaños treinta y luego de los sesenta.

5. Breve descripción del tradicionalismosexual y sus derivaciones en la actualidad.

6. El arco o espectro político general en laactualidad y los planteamientos relativos alos sexos en particular.

10. Referencias bibliográficasAgacinski, S. (1978): Política de sexos. Madrid.

Taurus.Amezúa, E. (1993): Los hijos de Don Santiago:

paseo por el casco viejo de la sexologíaespañola. Revista Española de Sexología,nº 59-60 (extra-doble). Madrid. Publicacio-nes del Instituto de Sexología.

Bobbio, N. (2000): Derecha e izquierda.Madrid. Santillana-Taurus- Suma de Letras(Bolsillo).

Eslava Galán, J. (1997): El sexo de nuestrospadres. Temas de Hoy. Madrid.

Haering, B. (1980): La humanae vitae. Razóny Fe.

Llorca, A. (1995): La liga Mundial para laReforma sexual, Revista Española deSexología. nº 69. Madrid. Publicaciones delInstituto de Sexología.

Marañón, G. (1929): Amor, Conveniencia yEugenesia. Mundo Latino. Madrid.

Miguel, A., de (1999): El sexo de nuestrosabuelos. Espasa Calpe.

Pérez Sanz, P. y Bru Ripoll, C. (1987): Hildegarto la historia de Aurora, su madre, RevistaEspañola de Sexología. nº 32. Madrid.Publicaciones del Instituto de Sexología.

Ramoneda, J. (2001): Después de la pasiónpolítica. Aguilar-El país. Madrid.

Saldaña, Q. (1929): Ensayos de Sexología.Mundo Latino. Madrid.

Soubirats, E. (1975): Sex-Pol: la revoluciónsexual (textos de la izquierda freudiana).Barral. Barcelona.

VV.AA. (1980): Aquellos hippies de los añossesenta. Unión editorial. Barcelona.

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NORMAS PARA LA ACEPTACIÓN DE TRABAJOS

El Anuario de Sexología publica trabajos origina-les de Sexología o que supongan aportaciones a cual-quier ambito de ésta desde otras disciplinas.

Los trabajos habrán de ser inéditos. Se asumeque todas las personas que figuran como autoreshan dado su conformidad, y que cualquier personacitada como fuente de comunicación personal con-siente tal citación.

Los trabajos tendrán una extensión máxima de25 hojas tipo DIN A4, de 33 líneas, por una sola cara,con márgenes no inferiores a 2,5 cms., y todas ellasnumeradas.

Se aceptan escritos en español y en inglés. Cadaartículo se acompañará, en hoja aparte, de un resumenen español y en inglés, incluyendo al final de cada unode ellos un máximo de 6 palabras clave. Cada resumenirá precedido del título del artículo en el idioma corres-pondiente. Tendrá una extensión de 150-200 palabras,y en él se expondrán brevemente los objetivos, resul-tados y principales conclusiones del trabajo.

Cuando el artículo incluya gráficos o tablas, éstosirán numerados y en hoja aparte, en tinta negra, ybien contrastados. Las tablas se simplificarán en loposible, evitando las líneas verticales. Las notas y piesde página –que preferiblemente se reducirán al míni-mo– se numerarán de forma consecutiva e irán rese-ñadas en el texto del artículo utilizando únicamenteel formato superíndice. Al final del trabajo, se inclui-rán los textos correspondientes a dichas notas. Se evi-tarán expresamente los formatos de notas a pie depágina que ofrecen los procesadores de texto(Wordperfect o Microsoft Word)

Los manuscritos deberán ser remitidos por losautores en Diskette indicando el procesador de tex-tos utilizado, acompañado de dos copias impresas.La presentación no incluirá tabulaciones, ni sangra-do alguno.

Los autores incluirán en hoja aparte su nombre,dirección y filiación. Se recomienda adjuntar tambiénteléfono, fax y e-mail de contacto, así como las acla-raciones pertinentes para la correcta publicación deltrabajo.

Los diferentes apartados y subapartados que com-pongan el artículo, se numeraran correlativamentede la siguiente manera: 1, 1.1, 1.1.1, 1.2, 1.2.1, etc.,evitando usar negritas, cursivas o subrayados paradiferenciar subcapítulos de capítulos.

Las citas bibliográficas en el texto incluirán el ape-llido del autor y el año de publicación (entre parén-tesis y separados por una coma). Si el nombre delautor forma parte de la narración, se pone entreparéntesis sólo el año. Cuando vayan varias citas en

el mismo paréntesis, se adopta el orden cronológico.Para identificar trabajos del mismo autor o autores,de la misma fecha, se añaden al año las letras “a”, “b”,“c”, hasta donde sea nacesario, repitiendo el año. Amodo de ejemplo: (Ellis, 1897), (Hirschfeld, 1910a,1910b), (Master y Johnson, 1967).

Las referencias bibliográficas irán alfabéticamenteordenadas al final del texto, según la siguiente nor-mativa:

a) Para libros: Autor (apellido con la primera letraen versal, coma e iniciales de nombre y punto; en casode varios autores, se separan con coma y antes del últi-mo con una “y”); año: (entre paréntesis) y dos puntos;título completo en cursiva y punto; ciudad, punto; edi-torial. En caso de que haya manejado un libro traduci-do con posterioridad a la publicación original, se aña-de al final entre paréntesis “orig.” y el año.Marañón, G. (1926): Tres ensayos sobre la vida sexual.

Madrid. Biblioteca Nueva.Bruckner, P. y Finkielkraut, A. (1979): El nuevo desor-

den amoroso. Barcelona. Anagrama. (Orig. 1977).b) Para capítulos de libros colectivos o de actas:

Autor/es; año; título del trabajo que se cita y punto;a continuación, introduciendo con “En”, el o los direc-tores, editores o compiladores (inicales del nombrey apellido) seguido entre paréntesis de “Dir.”, “Ed.”o “Comp.”, añadiendo una “s” en el caso del plural, ycoma; el título del libro, en cursiva y, entre parénte-sis, la paginación del capítulo citado; la ciudad y laeditorial.García Calvo, A. (1988): Los dos sexos y el sexo: las razo-

nes de la irracionalidad. En F. Savater (Ed.), Filosofíay Sexualidad (pp. 29-54). Barcelona. Anagrama.c) Para revistas: Autor/es; año, título del artículo y

punto; nombre de la revista completo y en cursiva ycoma; volúmen entre paréntesis, seguido del númeroy coma; página inicial y final.Steicen, R. (1994): Du “manque du désir” au “désir du

manque”. Cahiers de Sexologie Clínique, (20) 123,26-36.Los trabajos serán enviados por correo certificado,

en Diskette acompañado de dos copias impresas a:A.E.P.S. (Comisión de Publicaciones)Apdo. de Correos, 102. 47080 ValladolidSe acusará recibo de los trabajos y se notificará por-

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Los editores se reservan la posibilidad de realizarpequeñas correcciones de estilo durante el proceso deedición.

El autor o primer firmante del trabajo recibirá dosejemplares del número de la revista que se publique.

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