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OPINIÓN Así no, mi estimada Vicky; así no; por Patricia Janiot | PÁG. 3 @UNPASQUIN | WWW.UNPASQUIN.COM “La desigualdad tiene nombre propio: las políticas neoliberales”: Joseph Stiglitz Entrevista de Olgahelena Fernández World Economic Forum / Boris Baldinger POLÍTICAMENTE INCORRECTO F VALOR: CIVIL FEBRERO DE 2020 F EDICIÓN 82 EJEMPLAR GRATUITO

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OPINIÓN Así no, mi estimada Vicky; así no; por Patricia Janiot | PÁG. 3

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“La desigualdad tiene nombre propio: las políticas neoliberales”: Joseph StiglitzEntrevista de Olgahelena Fernández

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POLÍTICAMENTE INCORRECTO F VALOR: CIVIL FEBRERO DE 2020 F EDICIÓN 82

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2 02.20

EL PERIÓDICO DE LA O

DIRECTOR: VLADIMIR FLÓREZ [VLADD0]

Dibujan: Fontanarrosa, Betto, Guaica, Jarape, Mheo y Elena Ospina. || Caricaturas de Vladdo, cortesía de Semana y DW en Español.

Escriben: Juliana Bustamante, Olgahelena Fernández, Juliana González, Gonzalo Guillén, Patricia Janiot, Juan Manuel López Caballero, Jorge Gómez Pinilla, Rodrigo Pombo Cajiao, Santiago Londoño Uribe, Ricardo Sánchez Ángel

Edición 82 — FEBRERO DE 2020

Asesor Gráfico: Gustavo del Castillo

Diseño de portada: Vladdo

Producción: VladdoStudio

www.unpasquin.com

Mail: [email protected]

Twitter: @unpasquin

DERECHOS RESERVADOS © 2020 VLADDOSTUDIO

E D I T O R I A L

Periodismo de alto voltaje

F ue bochornoso el espectáculo en que quedó convertida la entrevista de Vicky Dávila, di-rectora del nuevo canal digital de Semana, con Hassan Nassar, Consejero Presidencial para las Comunicaciones de Iván Duque.

Este episodio debería verse y repasarse con mucha atención en las facultades de comunicación y en las salas de redac-ción, para que sirva de referencia de lo que no se debe hacer en periodismo. Si en la esfera privada es contraproducente perder la compostura, cuando se trata de un incidente pú-blico, protagonizado por dos figuras nacionales, el asunto adquiere tintes dramáticos. Y si la polémica gira en torno a dos periodistas, la cosa es poco menos que catastrófica.

Aunque se suponía que iban a conversar sobre el uso que la Primera Dama le había dado a un avión de la Presidencia, la entrevista terminó en una trifulca nunca an-tes vista entre un funcionario del gobierno y una periodista. Si bien ambos se han caracterizado por practicar un perio-dismo de alto voltaje –que en no pocas ocasiones bordea el sensacionalismo–, esta vez la situación se les salió de madre y ambos quedaron mal parados: Hassan, no sólo por tratar de defender lo indefendible, sino porque ahora, desde la Casa de Nariño, intenta justificar actuaciones que antes con-denaba ferozmente; y Vicky, porque se dejó arrastrar por la ira y obró muy torpemente.

De hecho, ella fue la peor librada, pues, por muy hu-mana y sensible que sea, la directora de un espacio informa-tivo no puede perder el control, ni terminar insultando al entrevistado, golpeando la mesa y diciendo malas palabras. Siempre habrá invitados difíciles y un periodista debe saber cambiar de tema o cortar la conversación antes de caer en una conducta de esa índole.

Por otra parte, Vicky irrespetó también a la audiencia en momentos en que la credibilidad de la prensa está bas-tante golpeada. Por donde se mire,

A T R A Z O

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Así no, mi estimada Vicky; así no

D esde hace días estoy mortificada. Es como si se hubiera materializado lo que por algún tiempo temí que me podría suceder. Le sucedió a Vicky Dávila, una colega quien a pesar de

haber visto personalmente una vez, nuestras ocasio-nales conversaciones telefónicas se convirtieron en charlas de solidaridad profesional en las que he perci-bido al otro lado del celular, a un ser cálido y sensible frente a la naturaleza humana. Solo que esta vez no puedo ser solidaria.

Siempre pensé que Vicky, independientemente de su línea editorial, representaba a la mujer va-liente, profesional, directa, que se abrió su propio camino a pulso y con disciplina, lo cual le ha dado la posibilidad de reinventarse. También deduje que al-gunos de sus trabajos periodísticos que la involucra-ron en controversias y escándalos eran, en parte, el reflejo de la ausencia en muchas de nuestras salas de redacción, de precisos códigos de ética periodística, y que ese vacío la había convertido en una víctima que sucumbía ante el poder que otorga un micró-fono en los tiempos del cuestionable periodismo de espectáculo.

Pensé que con sus tropiezos profesionales tenía aprendidas importantes lecciones sobre los valores y límites que impone este oficio. A ti, mi estimada Vicky, te digo con sincero aprecio: fue vergonzosa e indigna la manera cómo manejaste la entrevista con el vocero presidencial Hassan Nassar. Ese periodismo grosero, arbitrario y engreído, no nos representa.

Habría sido muy fácil rebatir los argumentos de hipocresía que esgrimía Hassan. Ya tenías listos sus tweets cuando en el pasado criticaba en términos burlescos lo que ahora el portavoz presidencial quiso defender con cierta soberbia. Esos trinos eran tu me-jor arma para desenmascararlo.

Resultaba aún más fácil responder a la zanca-dilla que te tenía preparada con muy mala intención y prepotencia cuando el Alto Consejero para las Comunicaciones del Gobierno de Iván Duque te recordó que tu esposo te acompañó en un viaje en el avión presidencial cuando fuiste invitada por el entonces presidente Juan Manuel Santos. Le debiste haber dicho que ese era un viaje para atender un asunto de Estado.

A esos eventos de interés nacional, generalmen-te los mandatarios invitan a personajes de la vida nacional con sus acompañantes, y tú eras uno de esos personajes. En este caso, como lo alcanzaste a expli-car en tu programa, el avión no se estaba utilizando para un evento social de la familia. Se trataba, nada

menos, que de la santificación de una ciudadana co-lombiana.

No entiendo por qué te sentiste agredida con la pregunta de Hassan, a quien, por cierto, no conozco ni tampoco pretendo defender. Este funcionario utili-zó unas tácticas rastreras al desempolvar documentos del pasado para fundamentar su defensa atacándote con lo que él llamó doble moral. Sin embargo, esta oscura estrategia de Hassan para nada justifica tu irrespeto al atacarlo con ferocidad. Me niego a colo-car en un mismo plano de responsabilidad tu com-portamiento con la cuestionable conducta del vocero gubernamental.

Fue absolutamente repudiable verte perder el control sin argumentos, y de una manera poco profe-sional escucharte recitar toda clase de improperios e insultos para demostrarle a tu interlocutor cuánto lo desprecias por atreverse a formular unas preguntas incómodas.

¿No es eso para lo cual los periodistas estamos en-trenados? ¿Quién dijo que nuestros invitados no pue-den también plantearnos preguntas incómodas? Esto último era predecible, porque estabas hablando con otro periodista que, además, conocías bien. Pero se te fueron las luces. La oscuridad te hizo perder la razón y la capacidad que tenemos en este oficio de reportar los hechos tal como sucedieron y apegarnos a la verdad.

La labor del periodista constantemente está ex-puesta ante nuestra audiencia –a la que nos debemos– lo cual nos compromete a ser profesionales y des-empeñarnos con altura y responsabilidad. Cualquier ser humano, incluyendo algunos de los detestables interlocutores de nuestras entrevistas, merece res-peto y ese es un valor básico que debe prevalecer en cualquier interacción de nuestra vida diaria, y en este asunto tan elemental, estimada Vicky, has perdido la brújula y has contribuido al desprestigio con que se acosa a tantos periodistas.

Intentaste hacer un acto de contrición cuando al final de la emisión pediste perdón a tu audiencia por el bochornoso altercado, pero debo decirte que eso fue lo que más me entristeció. Aun con cabeza fría, deliberadamente subiste la apuesta de los insultos, seguiste denigrando a tu entrevistado y lo volviste a ofender. Como si fuera poco, justificaste tu indecen-cia verbal con argumentos falsos, haciéndonos creer que hablabas de Hassan cuando tus propias críticas en su contra aplican al mal comportamiento que pro-tagonizaste en la entrevista.

Así no, mi estimada Vicky; así no.

http://www.patriciajaniot.news/

Por Patricia Janiot

Fue absolutamente repudiable verte perder el control sin argumentos, y de una manera poco profesional escucharte recitar toda clase de improperios e insultos.

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E l Hay Festival nació hace 15 años como un evento literario, pero con los años se ha transformado en un espacio para conversar

sobre todo tipo de temas: económicos, ecológicos, periodísticos, filosóficos, literarios y todo lo que cause curiosidad en las mentes. Este año uno de los con-ferencistas más aplaudidos fue Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2001. Este estadounidense, que fue asesor del presidente Clinton, exvice-presidente del Banco Mundial, y quien es considerado unos de los economistas más influyentes del mundo, es un criti-co de la globalización.

Aquí un resumen de sus ideas.

Ya que estamos en Colombia hablemos del vecindario. El año pasado cerró con protestas grandes en Chile, Ecuador, Colombia y pare-ciera que este año van a continuar.Todas estas marchas surgen por lo mis-mo: inequidad social y económica.

Chile es el mejor ejemplo pues, aunque pertenece al OCDE (Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo, por sus siglas en inglés) no ha podido acabar con la desigualdad. Todo esto empezó

hace 40 años con los experimentos neoliberales de los ‘Chicago boys’. Experimentaron en Estados Unidos, Europa y América Latina, prometieron un crecimiento para toda la población y en realidad solo se enriqueció el 10%. 

La receta era: baje los impuestos, desregularice los mercados, privatice las pensiones y privatice la mayor can-tidad de empresas. El fracaso fue total, pues el 90% de la población se empo-breció.

En América Latina los países de-penden de las materias primas, pero irónicamente los que tienen más re-cursos naturales no crecen bien. A esto se le conoce como “la maldición de los recursos naturales”.

Cuando hay gobiernos sólidos y se usan bien los recursos naturales, estos se convierten en un factor determi-nante de la economía de ese país. Por ejemplo, Noruega es un país de tan solo 4 millones de habitantes con menos recursos naturales que muchos países suramericanos y sin embargo logró un fondo de 1 trillón de dólares.

La lección es: si usted saca de la tie-rra los recursos naturales, los vende y se gasta la plata, se empobrece, porque está consumiendo sus bienes; pero si

saca los recursos, los vende y coloca ese dinero en un fondo, logra unos ahorros para el país, que le da solidez.

Usted habla de inequidad constantemente... Es una realidad que en los últimos 40 años la economía ha crecido, pero ha sido lentamente por culpa de las políti-cas neoliberales. La vasta mayoría del crecimiento solo llega al top de la pobla-ción. El mejor ejemplo de inequidad es Estados Unidos. El ingreso del 10% más rico se ha desbordado mientras que los salarios del 90% (ajustados a la infla-ción) son iguales que hace 60 años.

¿Y cómo se puede solucionar eso?La inequidad surge de los monopolios, de la debilidad de los sindicatos y del sistema financiero, y eso lo podemos confirmar porque hoy en día tenemos mejores datos que nos permiten saber con exactitud cuanto pagan las perso-nas y las empresas en impuestos. Con esos datos queda claro que la riqueza está muy mal distribuida.

Otra forma de medir la inequidad es viendo la esperanza de vida. Los más ricos viven muchísimos años más que los pobres. La desigualdad tiene nom-bre propio: las políticas neoliberales.

ENTREVISTA

“La desigualdad tiene nombre propio: las políticas neoliberales”: StiglitzEl economista Jospeh Stiglitz habla sin rodeos y sin preocuparse por ser políticamente correcto. Es un crítico feroz de los monopolios tecnológicos y un pesimista ante las fake news. un pasquín conversó con él en el Hay Festival.

Por Olgahelena Fernández | Cartagena

El mejor ejemplo de inequidad es Estados Unidos. El ingreso del 10% más rico se ha desbordado mientras que los salarios del 90% son iguales que hace 60 años.

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Dicen que el capitalismo es propenso a caer en crisis económicas cada cierto tiempo. ¿Por qué?El mundo vivió 50 años sin crisis eco-nómicas porque después de la gran depresión los mercados financieros fueron regulados y eso permitió que no hubiera crisis, pero justamente por esa falta de crisis, desregularizaron los mercados y esto llevó a las nuevas cri-sis. La respuesta es muy clara: un siste-ma desregularizado propicia las crisis y como siempre los contribuyentes son los que terminan pagando al perder sus empleos, sus viviendas…

Hablemos de la crisis climática.Podemos estar seguros de que bajo el actual régimen de Trump no habrá cam-bios positivos.

¿Pero hay algo que se pueda hacer?Los economistas hacen énfasis en que hay que ofrecer incentivos y poner reglas claras. Por ejemplo: actualmente el precio del carbón es $0, entonces no hay incen-tivo para dejar de usarlo. Las compañías de carbón y petróleo tienen una gran ri-queza y eso les da poder y si el mundo se moviera hacia una economía verde van a perder ese poder.

El cambio climático es un tema tan importante que yo quisiera que se inclu-yera como un factor para medir el PIB de un país. También se debe tener en cuenta la degradación del ambiente para que el resultado que salga sea un “PIB verde”.

Las empresas de carbón obvia-mente no quieren eso y ya están amena-zando con que si lo hacen les quitan el financiamiento a los centros de estudios económicos.

Hablemos del poder de las corporaciones tecnológicas. Nos enseñan en los libros que en Estados Unidos hay libre competencia, pero eso no es verdad. Todos los sectores están dominados por un monopolio: desde las empresas que fabrican esmalte de uñas hasta los monstruos tecnológicos. El pro-blema de estas empresas de tecnología es que tienen el nuevo poder de los datos. Con toda esa información que recaudan –que ni nos la alcanzamos a imaginar– ellos saben cuál es el blanco al que le deben apuntar en el sector de mercadeo y ventas… Pero no solo lo usan para vender más; usan esos datos para robarnos la privacidad, manipular las ideas políticas y desinformar.

Las fake news se han convertido en un problema gravísimo al que no le veo solución. Antes los gobiernos tenían reglas que castigaban el fraude, la publi-cidad mentirosa y  había leyes claras para la prensa, pero desde el principio de la formación de las empresas de tecnología, estas lograron convencer a los gobiernos de que los eximieran de esas responsabi-lidades. Ahí se abrió la puerta para todas las noticias falsas con las que estamos viviendo.

Demasiada libertad de los mercados es mala, pero demasiada intervención del gobierno también es mala...Es demasiado simplista dividir al mundo en mercado y gobierno. También existen otras instituciones como las universida-des, las fundaciones, las cooperativas, las asociaciones de crédito. Ninguna de estas organizaciones sufrió durante la crisis del 2008.

Yo creo que la sociedad tiene que fiscalizar y evitar los abusos tanto del go-bierno como de las empresas.

Antes los gobiernos tenían reglas que castigaban el fraude, la publicidad mentirosa y  había leyes claras para la prensa.

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En las jornadas del fin del año 2019, desde la huelga de masas del 21 de noviembre hasta los conciertos de cierre de año por la paz, lo social, lo laboral, lo ambiental, las mujeres marcaron el sello de la re-

sistencia ante un gobierno malo y débil que acude a aparatos represivos como el Esmad para sostenerse. No un gobierno democrático, sino bonapartista. A lo que se agrega la utilización del presupuesto nacional, como el “barril de los puercos”, para recomponer el uribato, y avanzar en los pactos con Cambio Radical, el Partido de la U y otros que comenzaron con la apro-bación de la reforma tributaria-financiera, que favore-ce a los grandes intereses y reparte migajas entre los pobres.

Me parece que el movimiento en curso, sin abandonar sus reclamos y propuestas variopintas, debe concentrarse en detener esta barbarie maqui-llada de progreso, crecimiento, civilización y de-mocracia. En este país reina la violencia y la guerra con sus saldos elocuentes.

Desde 2016 al 2019, se han asesinado alrededor de 980 líderes sociales, indígenas y exguerrilleros, sin contar los feminicidios en pleno desarrollo y los no reportados. Una carnicería que nos permite rei-terar que la civilización está ausente, y que la crisis humanitaria no se superó con los acuerdos del go-bierno Santos y las Farc. Lo que hubo fue una pau-sa para recomenzar al ritmo que el baile macabro lo requiera. Como corolario, la paz fue convertida en pacificación.

Mientras tanto continúan las expropiaciones, los despojos, los marginamientos, el desempleo, el no futuro para las mayorías nacionales, con sus caravanas de desplazados internos. Los muertos en Colombia son como los de la tragedia Macbeth, de Shakespeare, en tanto las noticias sobre los muer-tos de hoy son los de ayer, porque se anuncian los nuevos de mañana.

El 2 de enero del 2020 inauguró su onda de muertos con los 2 líderes afros de Guapi, y ya van treinta y cinco… En esta barbarie de la muerte también son víctimas los migrantes venezolanos, hermanos buscando nueva vida, que el gobier-no ofrece al menudeo y como arma política para entrometerse en los asuntos de Venezuela. En su columna Génesis (El Espectador, 29 diciembre de 2019), Tatiana Acevedo cuenta con nombres pro-

pios 44 mujeres asesinadas en el 2019. Está muy bien que dimensione el feminicidio en curso contra las venezolanas, cuyas causas están articuladas con la xenofobia, comenta la autora. Sobre todo, las asesinan por ser venezolanas vulnerables. Según Beverly Goldberg (El Espectador, 29 de enero de 2020), la cifra asciende a 83 mujeres venezolanas muertas, ya sea por casos de homicidio, accidentes o enfermedades.

Para desenredar la madeja de la violencia, re-querimos volver al cumplimiento del Tratado de la Habana y reanudar el diálogo hacia la negociación con el ELN, combinando esto con una verificable política de terminación radical del paramilitarismo con su terrorismo de Estado.

Hay que construir los puentes por el logro de estos objetivos. Este gobierno está lejos de tomar decisiones de fondo sobre las causas de la guerra y la violencia, porque él mismo es responsable. Los asesinatos de niños por bombardeos y el espionaje a contradictores y magistrados por la fuerza públi-ca han creado un estado de alarma en la opinión nacional.

Debería considerarse la exigencia: que la pareja Duque/Marta Lucía renuncie a sus cargos y se con-voquen elecciones para presidente y vicepresiden-te, en aras de conformar un gobierno de transición hacia la paz. Desde la resistencia ciudadana se pue-de construir este puente. Existen los anteceden-tes de los presidentes Marco Fidel Suárez, quien renunció en un escándalo de corrupción, y López Pumarejo, cercado por la oposición.

Este 21 de enero la protesta se reanudó con mo-vilizaciones, concentraciones y bloqueos de rutas. Algunos sectores de la protesta acuden a la violencia ante la represión de la fuerza pública, como ocurrió en la Plaza de Bolívar con el concierto. La mala hora es la ruidosa división del Comando Nacional del Paro, donde los sindicalistas cerraron la participación de los otros protagonistas del común. Lo imperativo es cons-truir los espacios de la unidad.

*Profesor emérito, Universidad Nacional. Profesor titular, Universidad Libre

Opinión de Ricardo Sánchez Ángel*

Desde 2016 al 2019, se han asesinado alrededor de 980 líderes sociales, indígenas y exguerrilleros, sin contar los feminicidios en pleno desarrollo y los no reportados.

La renuncia de Duque y Marta Lucía

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Hubo un tiempo en que el mundo geopolítico era sencillo. El poder lo detentaban dos grandes potencias. Cada una encarnaba la aspiración de ser el mejor de los sistemas posibles.

La Unión Soviética perseguía el mundo de los igua-les. Estados Unidos aspiraba a ser el de las libertades. Muchos países, consciente e inconscientemente, li-bremente o por coerción, emulaban a uno o al otro.

En la mayoría de las democracias europeas y norteamericanas, Occidente era la suma de aque-llas ansias de ser libres de pensar, hablar y actuar. Libres de reunirnos y protestar. Libres de crear capital, de defender las causas ambientales y socia-les. Libres, pero dentro de un marco. Occidente no era la libertad caótica. Más bien era un conjunto de reglas que han asumido que el individuo prima por encima de todo, y que desembocan en una felicidad colectiva. Concepto que no hace falta criticar, des-pués de enunciado, porque a la luz de los eventos, se cae de su peso.

Con sus bemoles, y sus diferentes interpreta-ciones, parecía que el consenso del significado de Occidente era claro: libertad y orden. Estado de Derecho. Cooperación Internacional. Respeto por los derechos humanos. Democracia. Capitalismo. Europa. Estados Unidos. Prosperidad y pobreza so-bre los cimientos de la economía de mercado.

Con la desintegración del sistema de poderes bipolar, nuevos actores aparecieron en escena. Incluso uno de ellos, China, con una curiosa arma-dura construida sobre extractos del comunismo y del capitalismo. También aparecieron poderes me-dianos como Brasil, India o Corea del Sur. Actores de segunda línea con áreas de influencia creciente y economías en expansión. Otros actores como Israel, Turquía e Irán demuestran que sus brazos son más largos que sus fronteras. Países, todos ellos, con modelos de desarrollo que semejan mo-saicos.

Estos sistemas de mosaicos fueron creciendo ante la vista de todos, y apoyándose incluso en los errores de Occidente. Por ejemplo, creer cie-gamente que la economía era capaz de autorre-gularse para beneficio de todos. O el más reciente que invita al cierre de fronteras, a la exacerbación de los nacionalismos. Este nuevo escenario es lo que la Primera Ministra de Nueva Zelanda, Jacinta Ardern, definiría así: “Vivimos tiempos donde nuestra confianza choca con un periodo de mayor tribalismo… Sin importar si es la raza, la clase, el país o hasta lanzar una moneda, siempre ha exis-

tido la tendencia de formar un nosotros contra otros.” Y sí, la otredad siempre asumida como el polo negativo. Un concepto tan arraigado en las raí-ces de Occidente, que se lo carcome en silencio.

Y en los tiempos que corren, Occidente ve cómo de sus entrañas se desprenden grupúsculos capaces de desestabilizar el sistema de valores. Hay una cre-ciente multiplicación de movimientos nacionalistas y ultra conservadores. Movimientos que cuestionan y rechazan las libertades alcanzadas por las muje-res, los negros, los indígenas, los musulmanes, los LGTBI+, los migrantes y ni qué decir de los refugia-dos. Se multiplican las tribus de las que habla Jacinta Ardern. Clanes que basan su fortaleza en los lazos de sangre, donde las traiciones se pagan con la vida, o con retaliaciones comerciales en el caso de los países. Movimientos que llegan al poder y ocupan escaños en parlamentos regionales pero que también enca-bezan gobiernos. Desde allí la emprenden contra la globalización, la internacionalización y la coopera-ción. Un mundo expuesto en el discurso de Joaquin Phoenix, cuando recibió el Oscar este año: no es la competencia sino el apoyo mutuo el que nos hace más fuertes. Esa capacidad de ofrecer y tomar segundas oportunidades. Un mundo contrario a la visión que Donald Trump presentó ante Naciones Unidas en 2019, cuando dijo que “el futuro no le pertenece a los globalizadores. El futuro le pertenece a los patriotas”. Y ahí reside otro de los procesos de fragmentación de Occidente. Islitas. Grupúsculos de valores ultra con-servadores, pero con músculo financiero. Vendedores de religiones y de humo. Nostálgicos de las hegemo-nías. ¿Dónde queda entonces Occidente a la hora de impedir la naturalización de las ideas que revocan sus luchas primarias en pro de la libertad? ¿Dónde queda Occidente, más allá de la geografía, a la hora de poner-le coto a aquellos que venden la idea de ser los únicos salvadores, los únicos capaces de ofrecer un modelo de vida? Los errores de Occidente, como la indife-rencia durante décadas al problema de la inequidad, permite que aquellos populistas logren “retomar el control”. Un control que se alimenta de la frustración y las desigualdades que la globalización impulsada por Occidente no ha sabido corregir.

*Analista Política; Máster en Políticas Públicas y Economía para el Desarrollo. @JuliGo4

¿Dónde queda Occidente?

Opinión de Juliana González*, desde Berlín.

Occidente ve cómo de sus entrañas se desprenden grupúsculos capaces de desestabilizar el sistema de valores. Hay una creciente multiplicación de movimientos nacionalistas y ultra conservadores.

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10 02.20

Historias sin héroes y monstruos

Aunque ya se ha dicho antes, por muchos y en diferentes épocas, hay que insistir en que somos las historias que contamos y que escuchamos. En los últimos años Yuval Noah Harari, con sus profundos

y provocadores ensayos, nos ha vuelto a enfocar en la palabra y en nuestra capacidad, única entre las especies, de dotar de sentido nuestra vida a través de historias. Harari, no obstante, simplemente retoma y revisa lo que ha sido claro desde la Iliada y desde el análisis de obras como el Popol Vuh, el Chilam Balam y las Mil y Una Noches (por mencionar solo algu-nas) y es que las historias que componemos no solo recuerdan hechos o describen situaciones sino que construyen y delimitan nuestras realidades, e incluso condicionan nuestro futuro.

Nuestras historias no son simples recuentos y descripciones. En nuestras historias, en todas, desde el chisme y el chiste hasta el poema y la novela , ex-presamos valores, principios, conceptos y juicios. En ellas hablamos de nuestras búsquedas, de nuestros miedos, de las aspiraciones más loables (ética) y de aquello que consideramos desechable, execrable o simplemente inhumano. Ahí están nuestros héroes, nuestros hermanos, nuestros amores y, claro, nues-tros monstruos.

El fin de 50 años de conflicto armado con las FARC, además de cortar con una espiral de violencia que dejó cerca de 9 millones de víctimas y avalanchas de dolor en todas las regiones y en casi todas las fami-lias de este país, nos abre la puerta a una emocionante y peligrosa oportunidad. El silencio de los fusiles (de esos fusiles) significa la posibilidad de que víctimas, victimarios y ciudadanos en general recurramos a la palabra para contar las historias de “nuestro” conflicto armado. Es una oportunidad porque por primera vez podremos contar historias polifónicas en las que se entrecrucen, complementen, enriquezcan y confron-ten diferentes miradas y experiencias. Pero también es un riesgo ya que puede ser el inicio de un conflicto ideológico y verbal que nos embarque otra vez en la confrontación mortal. Los diferentes sectores, ahora enfrentados en el campo de la política, la memoria y la reconstrucción de la verdad, querrán adueñarse de la narrativa y de las historias. Su objetivo será posicionar una historia “oficial” o única en la que ellos figuren como héroes y salvadores y en la que los “otros” serán villanos, o mejor (peor) aun, monstruos (no humanos).

El proceso de paz, y antes la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, crearon o adecuaron varios espacios para la construcción de narrativas. Algunos, como el Congreso, no son nuevos pero con la presen-

cia de los parlamentarios de las FARC podrían tener nuevos alcances. Allí, no obstante, no ha habido ni habrá nuevas narrativas conjuntas sino venenosos y estériles enfrentamientos en la búsqueda de la ver-sión política única y ganadora. El Centro de Memoria Histórica ha hecho un gran trabajo por documentar e interpretar el conflicto, pero al depender del gobier-no de turno corre el riesgo (real y actual) de estar al servicio de un proyecto político. La Justicia Especial para la Paz (JEP) sí es un nuevo espacio para construir historias y allí se avanza, y se tendrá que avanzar mu-cho más, en la narrativa judicial de lo ocurrido. Estos relatos permitirán que se escuchen muchas voces y diferentes versiones, pero la naturaleza adversarial del proceso judicial y la necesidad de que el mismo desemboque en reconocimientos o condenas de res-ponsabilidad, limita la construcción de una narrativa colectiva y compartida más allá del juicio.

Es la Comisión de la Verdad el espacio de la cons-trucción colectiva y abierta de una verdadera nueva narrativa del conflicto armado en la que coexistan y dialoguen las versiones, interpretaciones y razones de víctimas, victimarios y terceros. A pesar del pomposo y ambicioso título, la comisión no está detrás de una única Verdad (con mayúscula) sino que, como lo ha di-cho su presidente, Francisco De Roux, “es una verdad para la no repetición y la reconciliación” que permita “construir juntos un país nuevo, donde quepamos en nuestras diferencias, donde nos respetemos.”

La única manera de construir esa verdad, esa nueva narrativa del conflicto, es a muchas voces y con la intención firme, no de justificar (cada actor se en-carga de esto) ni de condenar o responsabilizar (la JEP tiene ese objetivo), sino de comprender los contextos, las motivaciones, las razones y los perfiles de quienes hicieron y sufrieron la guerra. Solo transitando por la frontera porosa entre la condición de víctima y victi-mario, y constatando que, no obstante las barbarida-des y el dolor infringido, fuimos los padres, madres, hijos, hermanos y vecinos colombianos los que nos hicimos esto, podremos realmente avanzar en un nue-vo relato de país.

Construir paz no es solo llevar institucionalidad, derechos y oportunidades a las regiones afectadas por el conflicto o reparar a las víctimas o hacer justicia con los victimarios. Construir paz es también crear nuevos relatos de país a partir de la comprensión del pasado para, con suerte y con decisión, evitar que la tragedia se repita. Nos debemos nuevas historias más allá de los héroes y los monstruos.

*Abogado; magister en Derecho Internacional.

Opinión de Santiago Londoño Uribe*

El silencio de los fusiles (de esos fusiles) significa la posibilidad de que víctimas, victimarios y ciudadanos en general recurramos a la palabra para contar las historias de “nuestro” conflicto armado.

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11 02.20

Los nuevos formatos de lo mismo

L a gran transformación cultural por cuenta de lo digital ha llevado a que hoy la gente esté mucho más informada y conozca de primera mano y sin filtro la realidad del mundo en el que vive. Las nuevas genera-

ciones han logrado desarrollar niveles de conexión muy importantes con los seres más marginados y las causas menos amparadas tradicionalmente. Han surgido así mo-vimientos muy poderosos que defienden lo ancestral y lo natural, la igualdad, la diversidad, el medio ambiente, los animales. Se aboga por la vida, la dignidad y los derechos de todas estas personas y criaturas en aras de una mejor humanidad. Y en esa búsqueda de sentido al sinsentido de un mundo contaminado, violento, segregador y des-igual, estamos en la era de la corrección política. Se trata de un nuevo lenguaje y modo de actuar que establece lo aceptable y permitido, y que condena y descalifica de manera implacable a quien se salga de esos postulados o no los represente.

Las versiones extremas de esta tendencia se ven, por ejemplo, en el feminismo radical que, partiendo de llamados justos y necesarios de respeto y dignidad, ter-mina considerando a todos los hombres -e incluso a las mujeres trans- sus peores enemigos, quienes no pueden decir nada de, ni a las mujeres, sin estar ocupando un lugar al que no pueden ni acercarse por ser violentos, patriarcales y abusivos. Las reales luchas de mujeres violentadas por años en manos de hombres, son incues-tionables; movimientos como el #metoo han sido de la mayor importancia para develar esas realidades de abuso de poder que los hombres lograron mantener por tanto tiempo y de las que hoy nos estamos sacudiendo. Pero de ahí a partir de la base que relacionarse con hombres es sumisión y que todos generan sospecha por ser tales, hay un trecho muy grande, un descono-cimiento de muchas otras verdades que, no por no ser dramáticas, son menos ciertas. El movimiento ambien-talista también cae, en ocasiones, en un fundamentalis-mo ideológico que ha llevado a condenar a todo aquél que, por ejemplo, todavía sea carnívoro. Es evidente que parte de las medidas para la protección del planeta tendrán que implicar adquirir nuevos hábitos alimenti-cios y de consumo, pero eso no hace del que come car-ne un asesino de animales despiadado y sin moral.

A pesar de esto, el sistema consumista, que se pensaría amenazado con estos movimientos, ha veni-do adaptándose y sacando dividendos de las nuevas posturas con productos innovadores que también atienden esa tiránica corrección política y que ayudan a la persona del común -hoy tan informada- a sentirse menos mal de vivir en un mundo como el actual: hay opciones vegetarianas y veganas en todas partes, in-

cluso la ropa es más cara pero más cool por tener ese ‘sello’ tan correcto; hay tiendas y centros para mas-cotas mejores que muchas EPS; en el mes del orgullo gay las vitrinas se llenan de arco iris; cada vez hay más campañas publicitarias con mensajes empoderadores para las mujeres; paquetes turísticos, clases y equipos para meditación: mercado para todos los gustos y fi-losofías. Vemos ahora muchos negocios de alimentos saludables, más empresas reorganizándose para ven-der lo que hoy dicta esa ética alternativa, -incluso con voceros inspiradores pagados- y cada vez más clientes jugando a ser buenos ciudadanos en un mundo muy costoso para atender las nuevas necesidades creadas; esas que quitan la sensación de culpa, que hacen sentir al consumidor bondadoso y espiritual, encantado de contribuir con la responsabilidad social empresarial con una gotica de amor que solo favorece a las em-presas y no significa nada. Por su parte, los gobiernos, desde sus propias lógicas, atienden los reclamos socia-les con maniobras presupuestales y creando comisio-nes de alto nivel, intentando transmitir un mensaje de compromiso al destinar más burocracia y más plata a estructuras y programas que no reforma de fondo.

La forma como el sistema capitalista neoliberal, del que no salimos y al que seguimos sometidos sin remedio, está manipulando y aprovechando la inge-nuidad de estos nuevos revolucionarios, ha llevado a que esos discursos radicales de las generaciones más jóvenes -que buscan reales transformaciones- solo es-tén encontrando respuestas empresariales o económi-cas, públicas o privadas, a sus demandas. Los nuevos lenguajes digitales, los nuevos discursos éticos y la nueva cultura de la corrección política, ajustada por las reglas vigentes del mercado, no terminarán siendo nada, en tanto nuestros sistemas político, económico y social se mantengan incólumes. Las intentonas de acabar con eso, tan aparentemente decididas en un principio, parecen no haber salido con nada, y haber cedido a las lógicas individualistas del consumo y del statu quo que, lamentablemente, parecen más pode-rosas que las de lo colectivo. Por eso, en tanto no exista un verdadero movimiento social con miras a cambiar de fondo el sistema en el que estos aparentes cambios están ocurriendo, solo habrá un reacomodamiento del mercado y de la sociedad inequitativa que seguirá viviendo de la opresión de unos sobre otros y de crear nuevas necesidades para justificar una existencia que, sin esos distractores, no encontraría esperanza en el futuro.

*Abogada, magister en Derecho Internacional y en Relaciones Internacionales y Derechos Humanos.

Opinión de Juliana Bustamante*

El movimiento ambientalista también cae, en ocasiones, en un fundamentalismo ideológico que ha llevado a condenar a todo aquél que, por ejemplo, todavía sea carnívoro.

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12 02.20

Proteger a los manifestantes

C on cierto halo de imperturbabilidad, como si se tratase de algo perfecto e intocable, los políticos y los intelectua-les (y los que se creen lo uno y lo otro), se auxilian en la Constitución de 1991

con el objetivo de validar sus tesis, como si acudir a la Carta Política mejorase la calidad del argumento o lo tornara irrefutable.

Pero a pesar de que nuestra constitución es ma-ravillosa por su origen, por el relativo consenso que implicó y por la vitalidad que se le ha dado, no pode-mos desconocer que acudir a ella para evitar el debate dialéctico es cobarde y eufemístico. En efecto, poco queda de la norma original después de más de 50 re-formas y de varios e ininteligibles bloques de constitu-cionalidad; la gente no sabe que la “norma de normas” que citamos con tanto orgullo, no fue la que eligió el constituyente y que a ella llegamos a trancazos y por el camino que más nos gusta: las vías de hecho.

Pero nada de eso le quita su grandeza y quienes la defendemos lo hacemos con altura por lo mucho que representó desde el punto de vista político y a pesar de que desde la mirada jurídica amerite infini-dad de críticas.

Por eso me ha causado tanta sorpresa que sean los llamados “progresistas” los que más se estén opo-niendo a desplegar los tentáculos de nuestra consti-tución. El último de los debates que ha patentado esa postura obstruccionista ha corrido por cuenta de la reglamentación del artículo 37 que demanda que sola-mente el legislador, mediante una ley tan calificada como la estatutaria, debe regular el sagrado derecho a la manifestación social y pa-cífica. Y a pesar de que la deuda con el constituyente supera los 28 años, insisten en oponerse.

Las posturas se han di-vidido, en suma, en tres: los liberales que sostienen que no cobra mayor sentido regular la manifestación toda vez que ésta, (como casi todo en ellos) debe ser el resultado espontáneo de un mercado compuesto de agen-tes libres que demandan la no interferencia del gobierno, ni si-quiera para limitar los desmanes policiales o evitar la cooptación de las masas a manos del vandalismo.

La otra tesis corre por cuenta de los socialde-mócratas, siempre atentos a regularlo todo, o casi todo, para que todo, o casi todo, quede en manos del Estado y este pueda decidir hasta el último de los instintos del ser humano. Eso equivale, como ocurrió después de los Soviets en Rusia o de los Castro en Cuba, a aniquilar cualquier pronunciamiento colecti-vo y público.

Los conservadores, por su parte, han presentado en el contexto colombiano un proyecto de ley que pretende regular la manifestación social y pacífica precisamente para protegerla porque entienden que en las calles muchas veces fluye la sabia de la demo-cracia y el aroma del cambio. Y la regulan para prote-ger a los manifestantes de unos vándalos desadapta-dos y adoctrinados tan intolerantes como insensibles con el devenir incansable del cambio. También lo ha-cen para limitar al poder a través del establecimiento de mecanismos razonables y del trato inteligente y respetuoso a los ciudadanos.

Vamos a ver que sucede en el Congreso, pero mientras que no nos pongamos de acuerdo en un punto tan elemental como obedecer lo mandado por la Constitución podemos estar ciertos de que cual-quier pacto sobre lo fundamental nos será siempre esquivo.

*Abogado, analista político.

Opinión de Rodrigo Pombo Cajiao*

Mientras que no nos pongamos de acuerdo en un punto tan elemental como obedecer la Constitución cualquier pacto sobre lo fundamental nos será siempre esquivo.

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14 02.20

TRES EN UNOPor Gonzalo Guillén*

SON Con excepción de Álvaro Uribe y su pandilla íntima, a nadie se le ocurrió nunca que Iván Duque fuera a gobernar absolutamente nada, pero tampoco que resultara ser tan indelicado. Un amigo mío –muy ingenuo o muy optimista– nunca imaginó que la presencia de maleantes de talla mundial como invitados especiales en su posesión indicara que Duque pudiera pasar de ser más que un monigote obeso, de canas pintadas y Rolex de acero. Un convidado muy especial el 7 de agosto del 2018 era el narcotraficante ‘Ñeñe’ Hernández, testaferro del ma-fioso internacional ‘Marquitos’ Figueroa. ‘Ñeñe’ tuvo mejor silla y más abrazos de Duque que los magistrados de las altas cortes y los dos o tres presidentes de repúblicas bananeras presentes. A los pocos meses, ‘Ñeñe’ fue asesinado en Brasil y Estados Unidos le incautó bienes por dos millones de millones de pesos colombianos. 

UNOSDesde el primer día, Duque les entregó, en efecto, todas las che-queras y los fondos del estado a un puñado de saqueadores puestos directamente por Uribe, lo que era normal y previsible. Parecía que mi amigo tenía razón: el nuevo presidente de lo único que abusaba era, al parecer, de la despensa de la Casa de Nariño, tanto así que a los pocos días de estar allí, comiendo de día y de noche, tenía el aspecto de un enorme globo que ha seguido aumentando de tamaño a costillas nuestras. 

AVIONESEmocionado, pasó la despensa al avión presidencial y con su mamá, su suegra, unas amigas, unos edecanes y un puñado de lagartos le ha dado varias veces la vuelta al mundo. Pasó por la China, por Europa, fue a visitar a Pachito Santos en Washington y dejó a su paso por el mundo una estela de cónsules y embajadores colombianos ineptos, de mala leche y poca monta, pero uribistas. Y ahora descubrimos que toda su familia les da a los aviones de la presidencia como a violín prestado. Su esposa (¿alguien se acuerda quién cómo se llama?) vuela de Cartagena a Bogotá a cambiarse los zapatos y regresa, lo que vale en combustible y otros ítems cerca de cien millones de pesos. Y para completar los hijos llevan a todo su colegio –incluidos los padres de familia– en el FAC 02 a pasear por el Eje Cafetero y las horas de vuelo que restan se desti-nan a pasear por el mundo al mamarracho venezolano Juan Guaidó. Y mientras tanto en la Guajira los niños wayúu siguen muriendo de inanición y en el Chocó las ratas, la ruina y la bazofia se apoderan por completo de los hospitales públicos.

*Periodista

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