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APORTES LINGÜÍSTICOS PARA EL ANÁLISIS DEL TEXTO PERIODÍSTICO COMO FUENTE DE INVESTIGACIÓN HISTÓRICA.
EL CASO ARGENTINO (HASTA 1880)
Por: Julio MoyanoEnsayo ganador del Premio Cortés Conde de Ensayo Literario en 1996
Como testimonio histórico, un texto escrito nunca es un documento completo, sino la huella de
un hecho cultural viviente. No sólo porque implica la codificación lingüística y por lo tanto su
atravesamiento subjetivo, sino muy especialmente porque es sólo una parte de la situación semiótica que
le dio sentido: las condiciones de enunciación y recepción, la situación histórica del lenguaje dentro de
cuyo marco las personas se comunican, etc. Por tal motivo la aplicación de herramientas lingüísticas en el
tratamiento de algunos textos-fuente de investigación histórica permite un acercamiento más óptimo al
objeto de estudio y la superación de numerosas dificultades.
Ni el carácter primario de la fuente, ni el hecho de codificarse bajo convenciones ampliamente
"universales" de acuerdo con las reglas de un sistema discursivo explícito, exime al texto de problemas al
momento de ser abordado hermenéuticamente. Ningún texto llega inmaculado de dificultad de
comprensión más allá de su propio horizonte histórico.
Nuestra joven historia como Estado nacional presenta, lingüísticamente hablando, dificultades
relativamente menores comparándola con, por ejemplo, la historia de los Estados nacionales europeos: la
Argentina posee una unidad notoria en cuanto a su idioma nacional ya constituido al momento de
formarse la nación, y en cuanto a las distancia temporal recorrida. En los países europeos existen
procesos históricos y su correspondiente documentación en los que coexisten varios idiomas en un
espacio territorial reducido, y donde cada uno de estos se ha transformado en gran escala a lo largo de
tales procesos. Esto no significa minimizar la diversidad cultural del espacio argentino en sus orígenes y
desarrollo, tanto en lo relativo a las culturas indígenas como al ingreso de corrientes migratorias, sino
destacar la distancia en cuanto a la situación del historiador en uno y otro punto de referencia. Hecha
esta salvedad, resulta notorio el vastísimo campo de intervención de la ciencia lingüística en el análisis del
texto como fuente histórica, y en el estudio de la historia social y cultural. El presente trabajo no pretende
-ni mucho menos- abarcar este vastísimo campo, en el que investigadores del mayor nivel vienen
realizando aportes desde hace muchas décadas, sino ocuparse de una única cuestión: el texto periódístico
en la argentina anterior a la Organización Nacional, especialmente en el interior del país incluido Entre
Ríos, provincia que en esa etapa cumplió un rol destacadísimo en nuestra historia.
El periodismo en dicha época no es un género menor ni es sólo una práctica de gran riqueza: el
grueso de nuestra literatura se inició en estrecha vinculación con la práctica periodística por la actividad
principal de sus protagonistas, por ser la prensa periódica el vehículo privilegiado para difundir materiales
literarios, y por ausencia de otro mercado editorial firme por fuera del ámbito de la prensa periódica. La
prensa fue el vehículo privilegiado de información económica, debates doctrinarios, publicación de leyes,
combate político y militar, e incluso dio forma a otros géneros, como la carta pública, de gran valía para
el historiador, o la divulgación de obras europeas de folletín, entre otros elemento. La propuesta que aquí
presentamos se centra en la reconstrucción de las condiciones de producción y recepción del texto
periodístico en la Argentina recién independizada, y especialmente en ciertas particularidades de la
relación entre sus aspectos sintácticos, semánticos y pragmáticos.
Un error repetido en muchos trabajos de historia es tratar las fuentes como si la lengua no fuese
un hecho histórico, y como si las condiciones de emisión y recepción dependieran de una única variable:
el uso "racional" de un código unívoco para emitir relatos, argumentos o descripciones en función
referencial, expresiva o persuasiva. Así, un texto sería una ventana transparente para el conocimiento de
una serie de datos, de una situación polémica o de conflicto, o la expresión directa del espíritu del emisor.
No se trata de que no pueda ser así. Pero tal tratamiento resulta en muchos casos peligrosamente
reduccionista, e incluso lleva a callejones sin salida al no poder explicar lo que a la luz de una lectura
unívoca resulta por completo contradictorio y sin orientación alguna. Por el contrario, es preciso
reconocer muy fuertes discontinuidades históricas en la organización de los discursos de prensa -y en
general en todo discurso público- antes y después de la organización nacional, y en ese proceso, entre
Buenos Aires y el interior. Podemos sintetizar, extremando nuestra brevedad, la cuestión, como "el
problema de la incorporación al moderno mercado mundial capitalista, con su consiguiente construcción
de un Estado moderno y de una clase nacional que lo dirija" en términos de historia social, o del
"problema de la transición a la modernidad” en términos de historia cultural. Esto requiere observar dos
ejes: el del paso de la premodernidad a la modernidad como fenómeno de la civilización occidental en
general, que afecta a nuestro país como parte de la misma, y el fenómeno específico de una transición
acelerada a dicha modernidad cuando la misma ya se hallaba desarrollada, como es el caso de nuestro
país en el siglo pasado.
Modelos de representación
La transición europea del feudalismo al capitalismo fue el escenario del surgimiento de ámbitos
de construcción y legitimación de discursos y de poderes diferenciados, es decir, del paso de bloques
indiferenciados de aspectos de una relación de dominación, a la posibilidad de articular en un solo sistema
de relaciones ámbitos diversos en cuanto al poder material y a los discursos. Se desprendieron
paulatinamente así del discurso teológico las disciplinas científicas, y del poder estatal y su orden
discursivo, esferas distintas para sus diversos y nuevos componentes. Se vivió entonces el paso del poder
del Estado como cristalización concreta de la fuerza con remisión a la legitimidad religiosa, a otro en que
ese poder se constituye en signo representativo del pueblo sobre el que reposa, separando espacios y
estableciendo no sólo reglas diferentes para cada uno de ellos sino también la legalidad de su propia
crítica. Nacieron con ello las separaciones y nuevas articulaciones propias de la modernidad, entre las
esferas estatal, pública y privada, entre los órganos ejecutivo, legislativo y judicial, entre los ámbitos
religioso, político, económico y militar, etc. Del mismo modo, también entre el discurso religioso y el
científico, entre las diversas disciplinas y campos (Bourdieu, P., 1969, 1988) de legitimidad artística,
cultural, intelectual, o de la prensa periódica.
Es observable en esta transición el paso de formas de representación indiciales a otras que
requieren de operaciones de abstracción bastante más complejas para ser comprendidas; de la
representación como situación material concreta, en que el noble y sus estamentos son el Estado, a la
representación como significación de relaciones entre conceptos abstractos (ciudadano, persona, etc.).
Habermas muestra cómo el cambio de las relaciones entre Estado y sociedad alcanza en su profundidad
no sólo la forma sino el concepto mismo de la representación, que pasa en la transición del Estado feudal
al parlamentario de anclar en el término “räpresentieren”, cuyo significado remite a ideas que implican
relación directa y natural entre elementos, como “intermediario”, “figura”, “emisario”, a hacerlo en la
palabra “vertretung”, que remite a “sustitución”, “reemplazo”, “en lugar de”. En los Estados
premodernos el jefe es el poder, o bien un fragmento o un índice de un poder mayor, por encima de él, y
por lo tanto oculto en su mayor parte a los gobernados, que están por debajo. En el Estado parlamentario
moderno, un gobernante es un componente concreto y por lo tanto no permanente de un conjunto de
instituciones estables que se constituyen en significante (representamen) simbólico de la soberanía
popular (objeto/fundamento) para la sociedad que es su interpretante (Cfr. Ojeda, A., 1994). “Sociedad”
que también es un signo simbólico, y por lo tanto escenario de luchas discursivas, pues en tanto lo
abstracto permite poner de manifiesto lo igual en las relaciones, también permite el ocultamiento de lo
diferente -en tanto no se recupere lo concreto por medio de la multideterminación- , abriendo así camino
a la ideología.
Estas diferenciaciones impactan gravemente sobre las características del texto. En primer lugar,
las gramáticas de cada sistema discursivo dejan de hallarse indiferenciadas y pasan a remitirse a su propia
y autónoma metodología para legitimarse1. En segundo lugar, los objetos que estos discursos nombran y
las unidades mínimas de discurso con que se los nombra se modifican profundamente. En tercer lugar, el
uso, las situaciones, en síntesis, el aspecto pragmático de los discursos cambia en gran escala al ritmo del
conjunto de las transformaciones de las relaciones sociales.
En este proceso de cambio, la prensa periódica ha evolucionado desde la existencia de textos
escritos que no podían sino remitir al poder, hasta el surgimiento de discursos críticos de ese poder. Ha
cumplido un rol fundamental en la construcción de una esfera burguesa de lo público separada del
Estado, y se contrapone tajantemente al modo concreto e indiferenciado del discurso de la aristocracia. Y
desde allí continúa para ser parte de la construcción del Estado democrático parlamentario, como
constructora de la publicidad de los actos de gobierno, garantía de ámbitos de debate y crítica, vehículo
de partido, etc. En 1850, la prensa periódica es un componente económico, político y cultural
fundamental de las formaciones sociales capitalistas, constituida ya por empresas muy grandes y
poderosas, y en pleno proceso de revolución industrial, con todo el dinamismo que esto implica en tanto
producción de mercancía. Es ya una prensa que comienza a ser mediadora en la relación entre
vendedores y consumidores de mercancías, en términos impersonales pero cuantificables, rol que
comienza a incidir en su propio proceso evolutivo; una prensa que es componente fundamental de la
política burguesa y sostén de la esfera pública de debate político y cultural, y que constituye ya un campo
autónomo (Cfr. Bourdieu, 1969) y se aplaude a sí misma por ello.
Nuestro análisis de la prensa argentina muestra, hasta 1870, una situación bastante diferente.
Expresado muy sintéticamente: en tanto se toma como modelo a imitar el de la prensa europea de su
tiempo, esto sólo sucede en cuanto a sus aspectos formales, en tanto que su rol, la organización de sus
contenidos, la tarea del periodista y la presencia de la crítica son enteramente distintos, en todo el país
hasta el gobierno de Rosas, y en el interior hasta después de la batalla de Pavón (1861) e incluso hasta
1874. Lo primero que observamos investigando los contenidos de la prensa del interior del país en el
período mencionado, es su inexistencia como campo, superpuesta a un gran esfuerzo formal por
presentar en el discurso a este campo como realmente existente. En el trabajo de Halperín Donghi (1985)
sobre José Hernández puede notarse con claridad la persistencia en la prensa que él llama "faccional", de
mecanismos discursivos donde predomina la combinación de unidades formularias sin otro referente que
1 La indiferenciación de ámbitos es fácilmente observable, por oposición, en la antigüedad clásica, en la mezcla entre mito, religión, arte y filosofía, en la indiferenciación de Estado y comunidad.. Cfr. Benjamín, 1987; Finley, 1990.
aquel que el propio interpretante requiera para dar valor de verdad/legalidad a su toma de posición en el
conflicto entre poderes. Reversibles e intercambiables, al servicio del enfrentamiento del bien contra el
mal, dejan con ello ausente todo discurso crítico en que el individuo-periodista actúa en forma
independiente. No se trata de conceptos abstractos aplicables convencionalmente a objetos con los cuales
se pueda operar teóricamente sobre la realidad concreta. No se construye abstracciones para operar con
ellas. No se va más profundamente al objeto: se aleja de él tanto como se pueda para reafirmar la
soberanía y legalidad del enunciador tanto sobre los hechos como sobre sus posibles interpretaciones, en
una situación comunicacional en que el enunciador es la subsunción por el poder del redactor a su
servicio.
Nuestro estudio sobre prensa del interior del país muestra esta característica llevada a niveles
extremos, ya no como herramienta del enfrentamiento de facciones, sino como elemento constitutivo de
la prensa en cuanto tal. Si se piensa que en un país europeo relativamente atrasado como España, ya en la
década de 1830 existían producciones netamente modernas como las de Mariano José de Larra, se nota
aún más la importancia de esta diferencia. La prensa de la Confederación (el Estado argentino durante la
secesión de Buenos Aires (1852-1861)) , por ejemplo, recibió el influjo directo de la europea ya
articulada como campo intelectual sólo en lo que hace a la forma, esto es, a agenda y tratamiento de
algunos temas, uso de términos y estilo de ilustración y romanticismo que impregna esos materiales, etc.
Pero de ningún modo formó "campo intelectual" pues no existía aún autonomía de este sector, que
formaba una unidad con la economía, la política y la fuerza militar. Esto es así porque el esfuerzo de
ingreso en el mercado mundial que realizó el Estado (o el proto-Estado) argentino luego de la disolución
del imperio español no fue producto del desarrollo en su interior de una clase burguesa (como fue el
caso-modelo europeo occidental), sino de un esfuerzo estatal-militar por constituir una economía y una
identidad nacional desde las cuales lograr el acceso buscado.
La enorme presencia del Estado como único factor aglutinante no era producto de su propio
desarrollo o complejidad, sino por el contrario, recortaba la inexistencia o extrema debilidad de la
sociedad civil. El Estado "lo era todo" porque los ámbitos diferenciados que constituyen la red de la
sociedad civil mediando entre aquel y la economía, no existían sino como parte de su unidad concreta: la
jefatura del caudillo. Su cuerpo y fórmulas de presencia representaban el poder en sentido premoderno,
como mediación y cara visible de algo superior (Dios, la salvación, la regeneración) y cristalización de su
propia fuerza, y no en el sentido moderno que corresponde al Estado parlamentario, en que
representación es significación, "estar en lugar de...", reemplazo, reflejo institucional de las propias
relaciones. Y en esta comunidad de discursos indiferenciados la literatura y el arte en tanto discursos
críticos estaban aún ausentes. Y también el discurso autónomo de la prensa, ya no sólo su libertad.
El desarrollo desigual de la clase terrateniente entre Buenos Aires y el interior fue correlativo a su
vinculación con el mercado mundial, y ésta del desarrollo de la sociedad civil. Por eso la prensa como
campo autónomo y su discurso como discurso crítico pudieron aparecer en Buenos Aires en forma clara
ya inmediatamente después de la caída de Rosas -paradójicamente gracias al gobierno de Rosas, que
asentó las bases materiales de este desarrollo-, en tanto demora en el interior hasta más allá de Pavón. La
medida cuantitativa de esta diferencia es contundente: la suma total de números de periódicos publicados
en todo el interior hasta 1852 es menor que la colección de uno solo de los diarios porteños de más tirada
en el mismo período.
La expansión del mercado mundial, al entrar en choque con formaciones sociales precapitalistas,
pone a éstas en la necesidad de apropiarse de tecnologías que le permitan resistir con más eficacia. En el
caso de la prensa, la única vía posible de incorporación, tal como sucedió en la Europa del absolutismo,
fue su utilización como arma de guerra. En el caso de la Argentina en transición (1806-1880), la
incorporación de la prensa incluyó la tensión entre su naturaleza burguesa, su uso como instrumento de
guerra y su necesidad como parte de la construcción del Estado moderno a imagen y semejanza de los
europeos. Por la debilidad de su desarrollo, la primer característica se subordinó en este caso a las otras
dos. No es difícil realizar un seguimiento del segundo aspecto, correlacionando presencia de la prensa y
guerra: los puntos de aparición de prensa periódica en el interior del país entre 1820 y 1852 siguen
milimétricamente los de mayor virulencia de la guerra civil.
El sistema de caudillos del interior articuló una muy difícil convivencia entre las relaciones
personalizadas y piramidales, por un lado, y las instituciones propias del Estado moderno que aparecía
como horizonte. Por eso se desarrollaron ámbitos legislativos, constituciones, gabinetes y elecciones
periódicas en tanto forma, pero éstas se subordinaban al sistema piramidal e indiferenciado de jefaturas
político-económico-militares. Algo muy similar sucedió en la prensa. El periódico yuxtaponía las formas
del discurso de la prensa moderna en cuanto a su misión y prácticas cotidianas, con su articulación en un
sistema de poder precapitalista. Así, la prensa no era un emprendimiento autónomo en una sociedad civil
en desarrollo, sino por el contrario, una operación político militar de Estado. No establecía una
mediación de la sociedad consigo misma, como un lenguaje que abstrae uno de sus aspectos para fijar
determinaciones y operar con ellas, sino una representación premoderna del poder ante el pueblo. Por eso
en esta etapa no existieron periodistas, sino escribas de tiempo completo al servicio del poder, dentro de
cuyas tareas la de prensa era sólo una, junto a otras que expresan tanto la debilidad de la sociedad civil
cuanto la indiferenciación: un solo escriba podía, por orden del jefe caudillo, ser “periodista”, legislador,
ministro, secretario, administrativo, creador de versos, redactor de discursos, convencional constituyente
o delegado.
Modelos de semiosis
A fin de representarnos en términos sígnicos esta situación, la consideraremos a la luz del modelo peirciano.
"Un signo o representamen, es algo que, para alguien, representa o se refiere a algo en algún aspecto o carácter" (Peirce, Ch., 1986: 22).
A partir de esta hoy famosa definición, Peirce propuso una lista mínima de componentes de toda
relación sígnica:
1. Su tríada más conocida
a) Un representamen o signo de partida. b) Un objeto representado según un fundamento c) Un
interpretante que al vincularse los elementos anteriores se constituye en un nuevo signo.
2. Las instancias de emisión y recepción.
Menos estudiadas, pues Peirce no se ocupó tanto de la comunicación como del proceso lógico
de construcción de signos, la distinción no es menos importante que la tríada anterior, incluso en el
proceso de significación de un solo sujeto:
d) Emisor, y e) Intérprete.
"Los signos requieren por lo menos dos cuasi-mentes, un Cuasi-Emisor y un Cuasi-intérprete" (Idem: 81).
3. Una nueva división, aún menos aprovechada, y muy propia de su visión faneroscópica: dos objetos y
tres interpretantes.
f) Objeto Inmediato, interior al signo. h) Interpretante inmediato. g) Objeto Mediato, exterior al signo. i) Interpretante dinámico. j) Interpretante final.
“Debemos distinguir el Objeto Inmediato que es el Objeto tal como es representado por el Signo mismo, y cuyo Ser es, entonces, dependiente de la Representación de él en el Signo.; y por otra parte, el Objeto Dinámico, que es la realidad que, por algún medio, arbitra la forma de determinar el Signo a su Representación. Con respecto al Interpretante, debemos distinguir también, en primer lugar, el Interpretante Inmediato, o sea el Interpretante tal como se revela en la correcta comprensión del Signo mismo, que es comunmente llamado el significado del Signo; y, en segundo lugar, debemos considerar el Interpretante Dinámico, que es el efecto real que el Signo, en tanto Signo, determina realmente. Por último, debemos tener en cuenta lo que he denominado el Interpretante Final, que se refiere a la manera en que el Signo tiende a representarse a sí mismo en tanto relacionado con su objeto” (Idem: 65).
Peirce también vuelve repetidamente sobre esta cuestión en su diálogo epistolar con Lady Welby. Por ejemplo:
"Mi Interpretante Inmediato está implícito en el hecho de que cada Signo debe tener su interpretabilidad peculiar antes de obtener un intérprete. Mi Interpretante Dinámico es aquel que es experimentado en cada acto de interpretación, y en cada uno de éstos es diferente de cualquier otro; y el Interpretante Final es el único resultado interpretativo al que cada Intérprete está destinado a llegar si el signo es suficientemente considerado. El interpretante inmediato es una abstracción: consiste en una Posibilidad. El Interpretante Dinámico es un evento singular y real. El Interpretante Final es aquel hacia el cual tiende lo real" (Carta del 14 de Marzo de 1909).
Estas categorías permiten notar la muy diferente estructuración de la relación comunicacional en
los dos modelos periodísticos analizados. En el diagrama 1.A., observamos cómo tiende a producirse la
relación comunicacional en el periodismo moderno propio de los Estados democrático-parlamentarios: la
relación periodismo-lectores aparece semióticamente mediada en términos harto complejos. El Objeto
Dinámico de la práctica periodística es el conjunto de la realidad, el "mundo", incluyendo el poder en él,
abriendo por lo tanto el espacio de la crítica libre dentro de los determinantes sociales más generales.
Cada comunicación concreta tomará un objeto dinámico de la totalidad del objeto de tal práctica. Nos
permitimos explicitar un elemento más de las categorías: en esta relación el Interpretante Dinámico se
escinde, pues en los niveles de emisión y de recepción/decodificación se está produciendo dos actos
distintos de interpretación. El interpretante final aparece entonces como el espacio dialéctico de la
relación intersubjetiva (Cfr. Habermas, 1987). Para el periodista, el lector es un interlocutor impersonal.
Para el lector, el periodismo es –en la semiosis social- un signo más de la totalidad de la realidad socio-
cultural.
DIAGRAMA 1.A. Esquema del vínculo comunicacional ideal bajo Estados democráctico-parlamentarios.
Este modelo implica una situación lingüística cuasi-ideal. La situación efectivamente determinada
requeriría reconocer los elementos propios de las relaciones histórico-sociales: el poder, su cristalización
institucional, la reproducción de las condiciones de producción de las prácticas socio-culturales, la
hegemonía. El diagrama 1.B. representa esta última situación:
DIAGRAMA 1.B. El vínculo comunicacional ideal se ve tramado por las relaciones de poder dominantes (hegemonía)
Objeto Dinámico
Objeto Inmediato
Emisor Interpretante Inmediato Representamen Receptor o
Intérprete
Interpretante Dinámico I
Interpretante Dinámico II
Interpretante Final
Objeto Dinámico
Objeto Inmediato
Emisor Interpretante Inmediato
Representamen Receptor o Intérprete
Interpretante Dinámico I
Interpretante Dinámico II
Interpretante Final
En el diagrama 2.A observamos cómo se producía la relación comunicacional en el periodismo
pre-moderno propio del absolutismo europeo y de los Estados transicionales como la Argentina anterior
a la Organización Nacional, así como algunos procesos periodísticos secundarios propios de la
modernidad (el ligado orgánicamente a instituciones de lucha política y gremial, por ejemplo). Se notan
importantísimas diferencias respecto del anterior modelo.
En este caso el poder no forma parte del universo de objetos de crítica del periodista, sino que
por el contrario, se encuentra tajantemente fuera de él, y se identifica con el Interpretante Final. Este
último no es, pues, producto de una relación dialéctica intersubjetiva, sino emanación del discurso del
poder2, a un punto tal que absorbe al primer interpretante dinámico (define en toda comunicación
concreta cuál es el interpretante dinámico de la emisión), anulando la capacidad creadora del redactor en
este aspecto.
DIAGRAMA 2.A. El vínculo comunicacional del periodismo en formaciones sociales premodernas
El “periodista” no puede construir críticamente un discurso sobre ningún objeto, pues todo su
potencial interpretativo es subsumido por el poder. De hecho el universo de objetos posibles de
enunciación está delimitado y censurado por ese poder. Le resta entonces exclusivamente la elaboración
formal del texto3. Con la Organización Nacional en el caso particular argentino, o cuando se ingresa en
2 En el caso de las experiencias orgánicas modernas en vez de “el poder", debemos referirnos al "poder de la institución" a la cual se liga esta práctica en condición de escriba. Algunos casos de prensa de partido o gremial tienen estas características.3 Sea en forma simétrica al redactor -dependiente del poder- sea en forma crítica si es por ejemplo un lector de una sociedad
Objeto Dinámico
EmisorPERIODISTA
Interpretante Inmediato Representamen Receptor o
Intérprete
Interpretante Dinámico I
Interpretante Dinámico II
Interpretante FinalPODER
Objeto Inmediato
la modernidad en términos más generales, se pasa de uno a otro modo de comunicación.
El paso de la prensa premoderna a la moderna fue más o menos traumático según la región, la
época y los hechos concretos acaecidos en su proceso. En la mayor parte hubo procesos de guerra luego
de los cuales se consolidó el conjunto de instituciones y mecanismos propios del sistema triunfante. Pero
es también notable toda una etapa transicional, en que la prensa periódica fue encontrando espacios para
la producción textual a salvo de los requerimientos de enunciación pre-modernos. En la prensa burguesa
europea se concedió silencios, formas de aceptación de la legalidad nobiliaria, estilos que reconocían la
impronta aristocrática, pero sobre todo es propia de la transición la construcción de un espacio de
complicidad, de mutua pertenencia a un espacio político-cultural, caracterizado por la construcción de
reglas del sobre-entendido, del “entre líneas”, de la afirmación de autoridad del enunciador basada
precisamente en el desdibujamiento del propio poder para hallarse en el lugar del sentido común, del
discurso científico o racional, o incluso del discurso dominante al cual veladamente se critica y socava.
Este modelo, que marca su impronta sobre toda la prensa moderna hasta el día de hoy (basta leer los
artículos de fondo de los diarios nacionales más importantes), puede diagramarse en su etapa de
transición como se muestra en el diagrama 2.B.
DIAGRAMA 2.B. El vínculo comunicacional del periodismo en transición hacia la modernidad
parlamentaria que accede al texto, sea con absoluto rechazo si pertenece a otra comunidad integrante del mismo sistema pero enemiga.
Objeto Inmediato
Emisor Interpretante Inmediato
Representamen
Receptor o Intérprete
Interpretante Dinámico I Moderno
Interpretante Dinámico II Pre-
moderno y Moderno
Poder Pre-moderno Interpretante Final
Objeto Dinámico Moderno
Interpretante Final Moderno
Poder Pre-moderno en transición hacia la hegemonía
Interpretante Dinámico Pre-moderno
Objeto Dinámico Pre-
La transición en países periféricos, o de la Europa absolutista (artesanado con licencia,
licenciatarios), muestra un proceso similar aunque distinto en algunos aspectos: no veremos aquí el juego
de complicidades y entrelíneas, sino el surgimiento de espacios temáticos acotados fuera de los cuales no
había intento alguno de trascender el discurso del poder, pero dentro de los cuales se estaba a salvo de su
constante presencia. Son ejemplos de esa etapa en la Argentina la información económica-estadística
(precios, entrada y salida de barcos, etc.) , la correspondiente a lo que ya se reconocía como “privado”
(lazos familiares, especialmente en lo referido a mujeres y niños, lazos de amistad íntima, actividad
económica privada), aspectos de la sección literaria, incluido el folletín, la información extranjera,
comentarios amenos, curiosidades, la publicación de artículos doctrinarios referidos a las grandes líneas
de construcción del Estado moderno, con especificidad y abstracción suficiente como para estar a salvo
de los ejes de conflicto: educación, actividades culturales, urbanización, colonización, etc. Cada uno de
estos espacios al comienzo es muy reducido: la información económica que no afecte la “verdad” del
discurso oficial sobre la marcha de la economía, la poesía cuyo tema sea exclusivamente subjetivo
intimista, el folletín romántico europeo, etc. Lo familiar no necesariamente ocupa espacio, pero es un
espacio a salvo en tanto no es tema de discurso faccional. Podría diagramarse este proceso de apertura de
espacios o zonas a salvo del poder pre-moderno de la siguiente manera :
DIAGRAMA 2.C. El vínculo comunicacional del periodismo en transición hacia la modernidad en formaciones periféricas como la argentina.
Objeto Dinámico
Emisor Interpretante Inmediato
Representamen
Receptor o Intérprete
Interpretante Dinámico
Interpretante Dinámico
Interpretante Final
Interpretante Final en el espacio de control
pre-moderno
Objeto Inmediato
Construcción de la hegemonía
El poder indiferenciado dio así lugar primero a la diferenciación de objetos dinámicos posibles de ser
mirados autónomamente, de ser repensados discursivamente y finalmente de ser objeto de crítica. Este
objeto “volvía” al redil del poder si éste se sentía por algún motivo amenazado, pero tendía a quedar
resguardado cada vez más. Este Objeto autonomizado del poder permitía completar la relación triádica
con un interpretante dinámico también autónomo, y por lo tanto con un interpretante final también
diferenciado del poder siempre y cuando se avanzase en el espacio autorizado por éste. El siguiente paso
de la transición estuvo dado en el caso argentino por la victoria de la burguesía comercial de Buenos
Aires primero, la constitución de una clase terrateniente nacional más adelante, y la afirmación de un
Estado parlamentario moderno acorde con ello. La eliminación del sistema piramidal de caudillos y su
reemplazo por el sistema parlamentario (o la subordinación al mismo), sumada al hecho de que la victoria
definitiva de uno de los contendientes transformó una fracción beligerante en hegemonía sobre el
conjunto, dio lugar a una nueva articulación entre los elementos. El poder en la modernidad se “disuelve”
en el conjunto de las relaciones e instituciones legítimas, estableciendo así el horizonte de toda crítica,
dentro del cual casi todo es permitido y fuera del cual nada es posible. El interpretante final no es
entonces dado de antemano, sino resultado de una construcción comunicacional, del encuentro entre
interpretantes dinámicos, más allá de las posibles asimetrías de poder entre ellos.
La observación de los modelos que hemos propuesto nos ofrece pistas para el análisis de los
enunciadores y del texto histórico. Dos de las más notorias son las siguientes:
a) En la etapa anterior a la modernidad sería muy raro que los poderosos escribiesen
-periodísticamente hablando- y muy normal que los redactores fuesen personas sin poder. En la prensa
moderna sucedería lo contrario. Es decir, un rol socialmente subordinado no convocaría agentes sociales
dominantes, y un rol socialmente estratégico y prestigioso sí lo haría.
b) Si el rol del redactor pre-moderno es fundamentalmente de operación formal, esto deberá
notarse en el texto escrito, con las correspondientes huellas para el historiador.
En cuanto a la pista a) es notable por ejemplo que en Buenos Aires, tan pronto se constituyó la
base del sistema parlamentario burgués a partir de 1852, el grueso de los dirigentes (Mitre, Sarmiento,
etc.) ejerció el periodismo, y el grueso de los periodistas tuvo incidencia política. En el interior, en
cambio, la realidad fue diametralmente opuesta. Los jefes político militares no escribían, sino mandaban.
Y todos los periódicos cumplían una función político-militar, encargándosele la pluma a un escriba. Esta
pista tiene corolarios interesantes, pues ofrece indicios incluso para la investigación historiográfica no
sólo hermenéutica sino documental. Algunos ejemplos de Entre Ríos:
- Aníbal S. Vázquez y otros autores intentan explicar, infructuosamente, la presunta existencia de
un periódico en Concepción del Uruguay ("El Observador del Uruguay") a fines de Julio de 1822.
Nuestra pista nos orienta a una experiencia militar ligada al poder, y por lo tanto ha de buscarse en primer
término documentación de movimiento militar. En efecto, hallamos que se trata del boletín no de esa
ciudad, que aún no tenía ese nombre, sino del Ejército "Observador" dirigido a la costa del Uruguay en
esa fecha y conducido personalmente por el gobernador Mansilla, que traslada prensa y redactor con él
desde Paraná, donde se redactaba “El Correo Ministerial del Paraná” (la anécdota de Mansilla-Oro que
cuenta Lucio V. Mansilla en sus "Memorias" tiene que ver con este hecho).
- Resulta difícil aceptar la versión historiográfica clásica de que el primer periódico de
Concepción del Uruguay, “El Porvenir de Entre Ríos" (1850) fuese redactado por el librero e imprentero
español Hernández, quien estaba a cargo de la "Imprenta del Colegio" contratado por Urquiza, pues
Hernández se limitaba a sus tareas, y no redactaba más allá de transcribir algún artículo de interés tomado
de la prensa o libros españoles, y de temática española o de amenidad. De acuerdo con nuestro modelo
de análisis debió existir un "escriba" encargado de la redacción. En efecto, no es difícil detectar en la
correspondencia de Urquiza existente en el Archivo Histórico Nacional referencias de que fue Juan
Lasserre el escriba encargado del periódico, hasta su destitución y reemplazo a pesar de sus ruegos al
caudillo, unos meses más tarde.
- ¿Por qué reaparece el periodismo en Paraná en 1840 luego de un silencio de casi dos décadas?
Para responder militarmente al periódico editado por el ejército de Lavalle desde Santa Fe, recién
tomada por su ejército. ¿Quién es su redactor? Ruperto Pérez, escriba recién incorporado a la
administración pública, y que tuvo en 1839 su primer tarea en el tema en la provincia durante la invasión
del Gobernador Echagüe al Uruguay, quien lleva imprenta y periódico con su ejército. ¿Por qué,
concluida la invasión, tras un mes de silencio reaparece un periódico en Paraná y continúa
indefinidamente? Porque a partir de entonces la situación de guerra o de preparativos para ella fue
crónico.
En cuanto a la pista b) notaremos en estos años un estado de violencia extremo en el discurso y la
mencionada labilidad formal de los redactores. Desde el punto de vista de la relación del texto con su
objeto, esto ha sido notado ya en numerosos trabajos importantes. Un estudioso del tema como el Prof.
Jorge Rivera (1990: 3 in fine) sintetiza:
"La década de 1860, por ejemplo (...) se define por un diarismo (...) agresivo, personal, hiriente (...) [en el que] encuentra amplio terreno la ejercitación de subgéneros (...) como el brulote, la diatriba, el panegírico, la catilinaria, la difamación, la loa y la admonición. Auge y apoteosis, por lo tanto, de una prosa que cultiva abundantemente las figuras de la retórica, y para la cual se es un buen pendolista (esto es:
un hombre que sirve a la gloria cívica de tal o cual facción con el uso y abuso de la pluma) si se manejan con fluidez el género sublime y los múltiples recursos que brinda el arsenal de las figuras de sentencia (...) Denunciar las maneras de los abundantes viejos vizcachas de nuestra política se convierte, para muchos, en un ejercicio de pasión y espontaneidad, pero también en una operación retórica en la que traslucen los grandes modelos de la oratoria clásica (los de Cicerón, desde luego) cuando no los recursos escolares y dialécticos del frecuentado manual de elocuencia de don Antonio de Capmany, que salvan providencialmente los baches de la "inspiración". (...) La prensa y su escritura, entonces, son los lugares de la impostación civilista. Su gratitud, sus retóricas, su reversibilidad (el texto de Andrade sobre Peñaloza circuló durante algún tiempo como "homenaje" a Lavalle), su oportunismo (el "cambio de signo" de Rivera Indarte es suficientemente elocuente), sus vacíos de sentido, parecen compensados en muchos casos por el tono y sujeto elegidos".
También Tulio Halperín Donghi (1985: 146), en su trabajo sobre José Hernández, aporta
elementos significativos:
"En un pasaje bien conocido, su hermano Rafael ponderaba entre éstas una "retentiva firme y poderosa, que le permitía repetir "páginas enteras de memoria", y ejercer sobre ellas su vertiginosa habilidad combinatoria: "se le dictaban hasta cien palabras, arbitrarias, que se escribían fuera de su vista, e inmediatamente las repetía al revés, al derecho, salteadas, y hasta improvisando versos y discursos, sobre temas propuestos, haciéndolas entrar en el orden que habían sido dictadas". (...) El periodista engarza, antes que palabras, unidades formularias cuya reiterativa verbosidad, lejos de ser un defecto, es -dadas las circunstancias en que se debe trabajar- su principal mérito. He aquí una escuela que marca indeleblemente a quienes se han formado en ella; si sarmiento logró evitar el sello común a quienes se hicieron escritores en el periodismo gracias a un innato y originalísimo sentido del estilo, éste domina en cambio la entera obra en prosa de Mitre" (...) esas fórmulas así ritualizadas tienen para el lector poco precavido [actual, N. del A.] el sabor del lugar común4. (... ) el secreto del arte de escribir que la práctica de ese periodismo impone consiste precisamente en el uso del lugar común como unidad ínfima sobre la cual se ejerce la habilidad combinatoria del redactor” (Idem).
Es preciso delimitar nuevamente aquí las diferencias entre un ámbito con una esfera política
burguesa (Cfr. Habermas, J.: 1973) y otro con una pirámide de relaciones personales de jefes. Halperín
Donghi se refiere a Mitre en su caracterización de la “combinatoria formularia”, y habla de un uso muy
ocasional de "sabios contrapuntos" por Hernández en su etapa litoral [1859-68]. Si recortamos la época
anterior a 1862, y extendemos el análisis de todas las experiencias periodísticas, no encontraremos
prácticamente ningún caso de este tipo de incorporación, y cuando las hubo, se produjo la inmediata
"puesta en vereda" o el cese inmediato del redactor. La presencia del contrapunto entre el periodista y su
público, buscando conservar la complicidad ganada por medio del ingreso del elemento nuevo
"disfrazado de habitual" es un hecho que corresponde a Buenos Aires. Y el uso de la “combinatoria” para
ingresar ideas propias también. En la Confederación no se constituye complicidad alguna entre el escritor 4 A la constatación del uso de las unidades formularias por motivos que resultan del rol del periodista en relación con la política y el Estado, debe agregarse otra que tiene que ver con el destinatario al que se dirige: la oralidad de estos discursos, o mejor dicho, el previsible y necesario uso oral de las mismas, a lo largo de toda la escala social y política: desde el brindis y el discurso parlamentario en el escalón más "alto", hasta las arengas al gauchaje y los cielitos para cantar en los fogones, en el más "bajo".
y su público, pues ambos conocen el carácter instrumental del primero. En su caso, las operaciones de
ocultamiento por medio de combinaciones formularias se realizan para lograr dos objetivos: evitar tocar
los temas de fondo del enfrentamiento y garantizar la existencia de un discurso de legitimación coherente:
aportar el elemento argumentativo necesario para mantener en pie las formas institucionales de gobierno
y la coherencia discursiva de las acciones que se habrían de defender, las cuales no solían ser coherentes5.
Estos objetivos específicos tienen relación directa con los más generales del ejercicio periodístico, que
son mencionados por Halperín Donghi de la manera siguiente:
[El propósito del ejercicio periodístico es] "servir a una sucesión de empresas políticas que buscan como pueden utilizar las reglas del juego; ese servicio requiere dar de ellas una versión que resueltamente se niega a tomar en cuenta ese dato esencial; el núcleo de temas y criterios ofrecido por la lealtad facciosa tiene en común con el núcleo rival su capacidad de ofrecer un medio para eludirlo; el servicio que Hernández ofrece a la política practicada según las reglas de juego consiste entonces en escamotear esas reglas y su gravitación de la versión positiva que es su tarea ofrecer de esa política" (Idem: 149).
Este mecanismo genera una paradoja: el ocultamiento de esas reglas se realiza haciendo
desaparecer los motivos últimos (o primeros) del conflicto y con ello la posibilidad de un objeto de
argumentación crítica; mientras tanto, permanece y satura el conjunto de discurso la remisión a la
cuestión de la legitimidad (sea cual sea la estilización bajo la cual se presente: fin de las facciones, evitar
"el partido", supremacía de "la ley y el orden", etc., etc.) y por ello lo faccional aparece repetido allí hasta
el hartazgo. Pero en la Confederación la mayor parte del material no se va en esfuerzos de
acomodamiento de argumentaciones, pues el arsenal formulario es tan genérico que puede pasar por alto
toda contradicción sin sonrojar a escritores ni lectores. La gran tarea, entonces, es la repetición constante
de la dicotomía universal respecto de lo que se propone:
"... la contraposición entre los seguidores de la luz y los secuaces de las tinieblas: mientras aquellos aman la paz, la prosperidad y el progreso, con una pasión inspirada a la vez por su espíritu público y su atención inteligente a su propio interés privado, los segundos están manchados por la ambición desorbitada, la total falta de escrúpulos en cuanto a los recursos puestos a su servicio, la indiferencia frente al sufrimiento que sus alocadas empresas subversivas han de infligir a poblaciones inocentes, la ceguera frente al rumbo por el que avanza inexorablemente la historia" (Idem, p. 148).
Halperín Donghi agrega que esta prosa pierde a la larga fuerza expresiva, porque sus giros:
"... terminan por parecerse curiosamente a signos algebraicos que se prestan a ser manipulados según fórmulas bien probadas cuyo uso no arguye nada sobre el estado de ánimo de quien acude a ellas. Así ocurre con la evocación de los crímenes del adversario del momento cuyas víctimas no se limitan
5Por ejemplo, en el uso tremendamente arbitrario de los requisitos para ser elegido diputado o convencional: Victorica es aceptado sin contar con la edad legal suficiente, en tanto du Graty, Coronel del Ejército y hombre de amplios servicios al Estado Argentino, es rechazado por no haber concluido sus trámites de nacionalidad (en realidad por problemas de intriga política). Victorica no tiene inconveniente en escribir en El Nacional Argentino que el rechazo de du Graty es totalmente correcto, y que no puede hacerse una excepción a los requisitos legales para ingresar al parlamento. Otro ejemplo son los giros de 180 grados en la política de alianzas del jefe con respecto a Brasil y Paraguay (1858), a Buenos Aires (1860), etc.
jamás a estar en la cárcel, sino están inexorablemente condenadas a gemir en ella y no podrán morir sin dejar los correspondientes viudas y huérfanos, cuya muda requisitoria no logra turbar la encallecida conciencia del victimario" (Idem).
Este risueño listado de ejemplos podría extenderse hasta el punto en que las fórmulas coincidan
con la totalidad del material escrito. Si optáramos por simplificar ese listado eliminando las repeticiones,
la enorme acumulación de papel podría reducirse a una cincuentena de elementos. Estos mecanismos,
como puede preverse, cuando se acercan a temas menos anecdóticos hacen también del pasado histórico
un conjunto de fórmulas discursivas combinables a discreción: apelaciones a la herencia de mayo,
defenestraciones y reivindicaciones, ocultamiento de hechos y magnificación de otros, etc. Un ejemplo de
esto es el uso en innumerables ocasiones por parte de los enemigos del gobierno porteño, del fusilamiento
de Jerónimo Costa en 1856 como eje temático para colocar a los porteños en el lugar del mal. El grado
de violencia de este hecho había causado un shock entre los federales porque rompía las reglas de juego
de los innumerables conflictos y golpes de mano en la pirámide de poder caudillista y faccional, pues un
sistema diferente de poder político (burgués parlamentario, a pesar de los vicios de su parlamento, contra
el caudillista militar) mostraba requerir el del anterior para poder desarrollarse. Pero no era esta última
cuestión la que aparecía en los textos periodísticos, sino el apego de cada bando a las “reglas universales”
de legitimidad más caras a su lógica: la ejecución posterior a un combate desigual violaba las reglas del
valor militar, y su denuncia fue repetida innumerables veces para anatemizar a los porteños e instaurar la
necesidad y legalidad de la venganza. Los periódicos de la Confederación y los federales posteriores a
ella no se cansarían de repetir este caso. Esto implicaba una operación de magnificación de los
sufrimientos del propio bando y un ocultamiento de los del enemigo. Para decirlo con un ejemplo
extremo: cuando Rafael Hernández (hermano del autor de “Martín Fierro”) afirma en la legislatura
bonaerense -siendo diputado provincial- el 17 de diciembre de 1891, ya bastante después de consolidada
la Argentina moderna, su recuerdo del caso Costa:
"Recuerdo todavía -porque empezaba a ser hombre- una de las más famosas revoluciones de que todos los señores senadores tienen conocimiento, que se operó en la provincia de Buenos Aires. Fue la revolución que se llamó del General Gerónimo Costa, y que tuvo su desenlace funesto en los campos de Villamayor, en Matanza. En esa revolución que había sido originada por los enormes fraudes con que se habían hecho las elecciones; en esa revolución, único medio que el pueblo tenía en esos momentos para expresar su voluntad contra las proscripciones políticas, contra los fraudes electorales y contra todas las iniquidades que se fraguaban para oprimirlos; en esa revolución digo, cayeron prisioneros ciento cincuenta y tantos individuos, de los cuales sólo quince quedaron con vida" (cit. por Chávez, Fermín: José Hernández, p. 28 in fine).
no podía desconocer cuanto menos la transcripción que Zinny hace en la página 230 de "Efemeridografía
argireparquiótica" (y en La Revista de Buenos Aires, entre otros medios insoslayables) de una carta de
Gerónimo Costa correspondiente a una de las operaciones militares -en este caso en Mendoza-, y que fue
además transcripta por Alejandro Dumas del N° 12 del "Boletín de Mendoza" para su "Montevideo ou la
nouvelle Troie" de 1850 (dato de ídem). Comenta Zinny:
"En dicho número se encuentra una carta escrita en el campo de batalla del Arroyo Grande y dirigida al gobernador Aldao, por el Coronel don Gerónimo Costa, en que se dice lo siguiente: "Hemos tomado más de ciento cincuenta jefes y oficiales, que fueron ejecutados al instante".
Así eran las reglas del género.
Lo breve de este ensayo impide incorporar un aparato demostrativo empírico mayor. Nos
limitaremos aquí a comentar muy brevemente un ejemplo de las dos pistas que hemos considerado, esta
vez combinadas, y que utilizaremos para afrontar un problema clásico de la historiografía referida a la
prensa y a quienes ejercían el periodismo: la contradicción.
¿Cómo explicar que Juan Francisco Seguí se opuso en una docena de artículos publicados en El
Nacional Argentino en forma tajante al grueso de la propuesta porteña para la Convención Reformadora
de 1860, y sólo doce días después del último de ellos plantea exactamente lo contrario desde otro
periódico, y vota unos días más tarde a favor de todas las propuestas porteñas en la Convención , sin dar
explicación alguna de su cambio? ¿ Cómo explicar la absoluta lealtad a Urquiza prestada por Federico de
la Barra desde 1853, luego de haberlo injuriado en la prensa porteña durante la campaña de Caseros?
¿Cómo explicar la indiferenciación inicial especialmente en el interior entre poesía y retórica faccional
civilista, y el surgimiento de poesías íntimas subjetivistas antes de pasar al nacimiento de una poesía como
mirada del poeta ante el mundo? ¿Cómo explicar los esfuerzos de O. R. Beltrán (1942) por coherentizar
conductas de periodistas porteños de 1810 en relación con el ideal que promovieron, dado que el hilo
periodístico puede aparecer muy poco coherente?
En el primer caso, porque su discurso en todo momento fue leal y coherente con un hilo
conductor: la estrategia de alianzas de Urquiza, quien lo instaló en ambos periódicos y en la Convención.
Mientras hubo riesgo de alianza Derqui-Buenos Aires, Urquiza aparecía como opositor al acuerdo.
Cuando Urquiza selló el acuerdo con Buenos Aires marginando a Derqui, Seguí siguió haciendo su
trabajo6. Buscar estrictamente en Seguí los interpretantes de su discurso desconcierta: el interpretante y
el objeto están subsumidos por el poder. Sólo reconstruyendo teóricamente la situación semiótica en
que se produjeron los textos podremos devolvernos el Seguí real y comprender su lógica y sus
contradicciones aparentes y/o reales.
6 Urquiza lo designó Convencional 48 horas antes del comienzo de la Convención, y lo colocó de redactor de El Correo Argentino.
En el segundo caso, se trata -visto desde nuestro modelo- de un hecho natural: Urquiza valora la
lealtad del “periodista” a su jefe (Rosas) mantenida hasta el final. El es el nuevo jefe. El “periodista”
continúa cumpliendo su función. Urquiza sabe que De la Barra también le será leal a él hasta el fin,
como efectivamente sucedió.
En el caso de la poesía,
“...la literatura argentina se mueve, desde comienzos de la década de 1840 hasta los propios umbrales del '80, con un modelo férreo: el del lenguaje poético, pero esencialmente el de la poesía civilista (...) En una franja del espectro: A Rosas, de José mármol; en la otra: Al general Ángel Vicente Peñaloza, de Olegario V. Andrade...” (Rivera, J., Idem).
Su fuerte presencia, con sus características civilistas y faccionales, en la prensa de nuestro
período, impidió en los primeros años -y sobre todo antes de Caseros- la apertura del espacio literario no
faccional, pues ésta, por su contenido, se constituía necesariamente en una toma de posición.. Sólo
cuando comience a consolidarse un mito común de origen y un Estado realmente abarcativo de toda la
nación (con monopolio de la fuerza, etc.), fenómeno que se vería recién a partir de los años '60, el
espacio literario tomará forma realmente libre, y una poesía podrá publicarse independientemente de la
posición pública de su autor. Madura entonces un estado lingüístico que en términos gadamerianos
(Gadamer, H., 1977) implicaría la posibilidad de una mutua experiencia hermenéutica en que la
comprensión, la construcción de interpretantes, la experiencia misma de contacto con el signo en tanto
tal, pueden ser un proceso libre y auto-creador. Hubo sin embargo en los años ‘50, como momento
transicional especialmente en el interior (Buenos Aires se adelantaba cada vez más), entrada importante
de literatura romántica, y esta sí permitirá una aceleración de la constitución del ámbito de lectura no
faccioso, especialmente en su orientación a la lectura femenina. Esta entrada se realiza por la vía del
folletín primero, y de los trabajos poéticos de las generaciones más jóvenes que incorporan temáticas
subjetivas (poesía amatoria, poesía a la madre, al lugar de nacimiento, al amigo, etc.) en su producción y
esto permite una autorización para quedar libre de la presencia constante de lo faccional.
Los dos últimos casos son diferentes pues no se refieren al interior pre-moderno, sino al Buenos
Aires que comienza su transición hacia la modernidad. Pero esta transición no coincide en sus tiempos
con los mitos fundacionales de nuestra Patria. Belgrano aún era -en 1810- un funcionario veterano del
Virreynato, en una comunidad cuya gran transformación aún estaba por llegar por la vía de las grandes
transformaciones del mundo europeo. Comenta Beltrán (1943: 34):
“Belgrano sabía muy bien lo que se había propuesto, al fundar su periódico: apreciaba todo el valor de la prensa como arma eficacísima frente al poderío que los criollos iban a derrocar en breve plazo.
Es cierto que si alguien se propusiera conocer lo que ocurrió en Buenos Aires durante el tiempo en que aparecía el Correo de Comercio teniendo como única fuente de información las hojas de este periódico, no podría enterarse de que, precisamente en ese tiempo, se había producido el magno acontecimiento de nuestra emancipación. Sin embargo, allí, en esas hojas, aparentemente desconectadas de la corriente de opinión literaria, latría ya, fecundo, infalible, el germen de los ideales del año ‘10, es decir que, sin necesidad de publicar panfletos incendiarios -en el caso de que le hubiera sido posible- Belgrano fue un magnífico chispero desde las páginas de su Correo. (...) Belgrano supo cumplir sus propósitos en forma tan hábil que no solamente consiguió burlar la vigilancia de los censores para “abrirles los ojos a sus paisanos”, sino que hasta se dio, más de una vez, el caso de que el Virrey (...aquel “sordo” Cisneros) le celebrara precisamente los escritos más peligrosos para los intereses políticos de España”.
Lo contradictorio de las afirmaciones precedentes sólo puede ser comprendido porque el texto de
Galván Moreno es simultáneamente historiográfico (nos informa por ejemplo, de la inexistencia de
noticias sobre la Revolución de Mayo), y ensayístico-panegírico (se propone construir un Belgrano
prócer y genial que ya tenía en mente la Revolución antes de que esta se produzca), y porque el autor
intenta imaginar la práctica periodística de la primer década del siglo XIX con los parámetros típicos del
periodismo ya desplegado como práctica contemporánea. Fuera de la imaginación del autor resulta
imposible pensar en una conducta conspirativa, y mucho menos “chispera” de parte del Secretario del
Consulado, con un periódico que le había sido pedido repetidas veces por Cisneros, continuador de la
línea de los Semanarios de la década previa y con artículos que incluso solían ser repetición de otros
escritos por Belgrano para el periódico español “El Correo Mercantil de España y sus Indias”... diez años
antes7 (Cfr. Mariluz Urquijo, 1978). Mariano Moreno, es otro caso que confunde a Beltrán. Moreno
sólo duró un semestre a cargo de “La Gaceta de Buenos Ayres”, periódico del Estado cuya ruptura
respecto a las experiencias periodísticas anteriores -mal que le pese a algún ensayista ilusionado- no es
tan revolucionaria ni inmediata como se supone, aunque sí lo será en el futuro. Primero porque apenas
unos meses antes se había editado ya una Gaceta del Gobierno de Buenos Aires por orden del Virrey
(existen ejemplares en el Museo Mitre y en la Biblioteca Nacional); segundo, porque el modelo de una
Gaceta que sostiene la opinión favorable al gobierno, denigra enemigos y convoca a los objetivos de la
ilustración y la patria es una matriz presente en España desde mediados del siglo XVIII; tercero, porque
la ruptura de la autoridad estatal producto del éxito de la invasión francesa a la Metrópoli fracturó la
autoridad virreinal, replicándose dos gacetas, una por cada autoridad que se reclama legítima en el Río de
la Plata (en Buenos Aires y Montevideo, ambas con el nombre de Gaceta); cuarto, porque el impulso
hacia adelante que comienza en 1810 arrastra numerosas rémoras que se irán liquidando en los años
siguientes, incluida esta confesión de pre-modernidad discursiva del propio Moreno, glosada por Beltrán:
7
“Había que sacudir los espíritus para librarlos de las salpicaduras de envejecidas opiniones, y, sobre todo, no debía reprimirse “la inocente libertad de pensar en asuntos de interés universal (...) porque si se oponen restricciones al discurso, vegetará el espíritu como la materia, y el error, la mentira, la preocupación, el fanatismo y el embrutecimiento harán la divisa de los pueblos y causarán para siempre su abatimiento, su ruina y su miseria” (Gaceta de Buenos Aires, 21 de junio de 1810). (...) Cree que para la propia felicidad del pueblo es conveniente imponer dos limitaciones: 1) Que no se rocen “las verdades santas de nuestra augusta Religión”; 2) Que no se discutan las resoluciones del Gobierno” (Idem: 46).
Este caso transicional, que muestra las enormes dificultades que sufre quien no encuentra el
espacio “normal” para su rol, como Moreno, nos recorta y delimita aún más la situación del “periodista”
premoderno: Moreno, Secretario de la Junta, comienza actuando como pluma de la misma, y en tal
sentido se acerca al rol pre-moderno. Pero intenta salidse de él abriéndose espacio desde la acción
política y militar contundente. Su rol empujando acciones decididas en la creación del Ejército del Norte
y su avance, en la destrucción del grupo opositor refugiado en Córdoba, pronto deja paso a la
imposibilidad de acción independiente, y esto es uno de los factores que lo deja pronto fuera de la tarea
de redactar la Gaceta. Todavía no coinciden el rol dirigente mayor y el de redacción, y la política
parlamentaria no es dominante en el proceso de legitimación de la autoridad estatal.
Resumiendo lo comentado hasta aquí: el "periodista" pre-moderno no dispone de autonomía, es
mantenido lejos del poder y absolutamente dependiente de él. Esta característica se desdibuja al ponerse
efectivamente en marcha la transición y entrada en la modernidad, hasta desaparecer a manos del
periodista moderno. Su valor principal no es la lealtad a la coherencia interna de su discurso, sino a las
jefaturas tradicionales. Por lo tanto, lo que suele ser interpretado como absoluta incoherencia, vaivén,
traición, etc., de sus textos, no es otra cosa que la ratificación de lealtad a la jefatura en un sistema
piramidal sumamente inestable. Los jefes valoraban altamente estas conductas, y por ello no es casual que
el grueso de los periodistas defensores de Rosas fuesen en la década siguiente a su caída los mejores
defensores periodísticos de Urquiza, a quien incluso habían denostado con la pluma en forma
discursivamente "brutal". Los ejemplos son numerosos: Seguí, Victorica, De la Barra, Ocampo, etc. Su
rol era asumido como el de encargado de expresar por escrito el discurso del poder que lo ampara: una
suerte de “armador de representámenes” que siempre remitirán al objeto e interpretante que el poder
designe., aún si lo hace bajo la forma de “principios mayores” a los que remite el poder (Dios, la Justicia,
la Patria la Regeneración, etc.). Es interesante notar el conflicto que se producía cuando periodistas
formados en la práctica propia de una sociedad parlamentaria se instalaban por algún motivo en el
interior: o bien mutilaron campos completos de su posición autónoma mientras durase su estadía
(Francisco Bilbao, Mansilla en algún momento), o debieron cesar su acción periodística (Du Graty), o
incluso huir del área de influencia del jefe muy pronto, al desatarse un conflicto de función sin punto
medio posible (Sarmiento, Terrade).
En cuanto a contenidos y en tanto se trató de un particular esfuerzo de integración, el campo
temático estuvo dado por la tradición intelectual de la modernidad europea: la ilustración, las ideas de la
democracia, las garantías individuales, la libertad y derechos ciudadanos, el progreso material y cultural,
el desarrollo de la agricultura, industria y comercio, etc., en oposición al despotismo, el atraso material,
institucional y cultural. Llevó además esta tradición los valores de la acción política como un derecho
universal y el ejercicio de los derechos universales como un deber. El conjunto de toda esta tradición
tuvo una constitución histórica y un portador: el desarrollo del modo de producción capitalista, la
conformación de una clase burguesa nacional en la mayor parte de los países europeos y en Estados
Unidos, y las revoluciones contra la aristocracia absolutista que dieron lugar a la aparición de los más
importantes Estados democráticos. La prensa periódica alcanzó su gran desarrollo con estas revoluciones
y con los espacios ganados a partir de la democracia parlamentaria, y construyó en este momento
histórico sus modelos paradigmáticos: el de la prensa inglesa en la primera década del siglo XVIII, el de
la prensa democrática revolucionaria francesa en la última década del mismo siglo, y el de la prensa de la
primera mitad del siglo XIX, protagonista de la transición hacia la democracia en Estados donde a pesar
de la Restauración el modo de producción capitalista saturaba ya las relaciones sociales y políticas. Pero
esta adscripción al sistema discursivo de la prensa europea en tanto sistema, no implicaba la posibilidad
de incorporar el conjunto de elementos propios de su modelo de semiosis social más allá de su uso
formal, pues no existía la base de prácticas sociales de origen. Por lo tanto, las infaltables apelaciones a
estos principios generales, en la prensa de TODAS las facciones de las guerras por la Organización
Nacional, no hablan inmediatamente del pensamiento de sus autores ni de sus mandantes. Sobre el
mismo lenguaje periodístico se montaba en el interior un sistema en el cual la política como espacio de la
acción crítica de los individuos iguales en derechos quedaba anulada. Por lo tanto no había salas de
redacción convertidas en clubes políticos (patrimonio del desarrollo diferencial porteño), y los redactores
no eran militantes de primera línea ni figuras corrientes. En el interior las palabras perdían más que nunca
contacto con lo que pensaba su redactor, para convertirse en repertorios de fórmulas que combinados
adecuadamente daban expresión al pensamiento y acciones del poder. El grado de repetición, y peor aún,
de reversibilidad de las fórmulas y argumentos era tal que podría llegarse al extremo de utilizar un mismo
artículo para dos posiciones contrapuestas sin que se note la diferencia (hay ejemplos muy conocidos al
respecto).
Las desagradables situaciones causadas por el cambiante mapa de relaciones de fuerzas y su
consiguiente efecto sobre la coherencia discursiva8, por el hecho de que los redactores de textos
periodísticos, poesías laudatorias y patrióticas, oraciones sagradas luego de triunfos militares, brindis y
discursos apologéticos no expresaban su propia autonomía crítica sino la voz de un poder ajeno e
imprevisible, con el consiguiente riesgo de no dar en la tecla adecuada de lo esperado por el jefe., y
sumadas ambas cuestiones a una falta general de preparación , de ámbitos formativos y de competencia
lectora amplia, se produce un fenómeno característico, y que requiere más que ningún otro un cuidadoso
análisis lingüístico: el corrimiento de todo el sistema discursivo de prensa hacia un conjunto sumamente
formal de unidades formularias, lugares comunes y códigos de reconocimiento escritos y orales, en los
que la violencia del discurso no era directamente proporcional a la violencia material, en los que el grueso
de los problemas concretos se diluía en la conformación de códigos de eufemismos, silencios, omisiones,
ocultamientos, fórmulas discursivas vacías de contenido concreto y repletas de representaciones míticas y
maniqueas de la realidad, con las cuales las flagrantes contradicciones se diluían en una universal
repetición de la afirmación de la lucha del bien contra el mal.
Estas unidades formularias servían a la función del redactor que a efectos de identificarlo mejor
hemos llamado "escriba". Con este término intentamos conceptualizar la especificidad del rol que
cumplieron en la etapa estudiada en el interior del país los hombres (no existían mujeres en ámbitos
cercanos al poder) con formación intelectual superior (lograda en Buenos Aires o Córdoba) y que no
eran hacendados importantes ni grandes comerciantes, ni militares (la actividad de estos personajes se
excluía con las tres mencionadas). Dependían en grado extremo para su supervivencia de su buena
relación con algún caudillo que los ampare a cambio de su trabajo intelectual, que podía tomar la forma
de periodismo, secretaría personal, cargo de escribiente, convencional constituyente (la mayor parte de
los Constituyentes era este tipo de persona), diputado, senador, juez, procurador, fiscal, oficial mayor en
algún ministerio nacional o provincial, incluso ministro en algún caso, representante del jefe en tratativas
diplomáticas, y alguna que otra actividad más (por ejemplo José Hernández aprendió taquigrafía y pudo
8 Este inestable mapa no es exclusivo del caso argentino, sino por el contrario, el argentino ya era transicional y en proceso de disolución. Otros modelos más clásicos de sistemas piramidales funcionaron así durante muchos siglos. Un ejemplo clásico es el de Medio Oriente. El siguiente relato recuerda hechos sucedidos en el siglo XI, y es notable que cambiando nombres de personas, ciudades y regiones, el texto cuadra a cualquier formación social de estas características: “Como hombre realista que es, Yaghi Siyan sabe que se harán de rogar, que lo obligarán a mendigar los socorros [militares], que le harán pagar sus astucias, sus artimañas, sus traiciones. Supone, sin embargo, que no llegarán hasta el extremo de entregarlo atado de pies y manos a los mercenarios del basileus. Al fin y al cabo, sólo ha intentado sobrevivir en medio de un avispero despiadado. En el mundo en que se mueve, el de los príncipes selyúcidas, las luchas sangrientas no cesan jamás, y el señor de Antioquía, al igual que todos los emires de la región, se ve obligado a tomar postura. Si se encuentra en el bando perdedor, lo que le espera es la muerte o, como mínimo, la cárcel y caer en desgracia. Si tiene la suerte de elegir el campo del ganador, saborea un tiempo su victoria, recibe como premio unas cuantas hermosas cautivas, antes de verse metido en un nuevo conflicto en el que se juega la vida. Para durar, hay que apostar por el buen caballo y no empeñarse en hacerlo siempre por el mismo. Cualquier error es fatal y los emires que mueren en su cama son pocos” (Maalouf, 1994: 38).
entrar como taquígrafo del senado). Si la relación con el caudillo era estrecha, estas actividades
totalizaban por completo la actividad laboral del "escriba". Si no lo era tanto, debía complementar alguna
de estas con otras en el ámbito privado, y éstas eran muy pocas en esa época: actuar como abogado en
pleitos civiles, o como contador de algún comercio. La característica fundamental e identificatoria de
todos estos roles en el interior pre-moderno es la inexistencia de independencia crítica de parte del
escriba con respecto al jefe que lo ampara. Su rol es precisamente traducir en palabra oral y escrita el
pensamiento y decisiones del jefe. Y esto se hacía a rajatablas, especialmente en el periodismo y en el
parlamento, instituciones ajenas al mecanismo caudillista, y por ende requeridas de constante
reafirmación de la lealtad incondicional.
Conclusión
Creemos, en conclusión, que existe un espacio de intervención lingüística en el análisis del texto
periodístico de gran riqueza y potencialidad, en tanto la prensa es -considerada como objeto semiótico-
diferente en sus distintas etapas requiriendo por ello métodos de abordaje diferentes. Durante la primer
mitad del siglo pasado en Buenos Aires y hasta la década de 1870 en el interior el rol de la prensa, de los
periodistas en ella, y la construcción y significación de sus discursos fueron diferentes de lo que la sola
lectura de su forma como análoga a la europea -o la argentina actual- podría hacer suponer. Toda lectura
de la construcción discursiva en esta etapa requiere reconocer la importancia de la dimensión pragmática
de las unidades de significación, en relación con la estructura de poder en que fue producida.
La prensa premoderna fue en Argentina una operación político-militar de Estado donde los
redactores no hablaron por sí mismos, sino que fueron escribas - al servicio de un poder concreto e
indiferenciado- de operaciones retóricas cuyo contenido no les pertenecía. La prensa transicional
conservó estos elementos, de los cuales se diferenciaron lentamente campos temáticos tales como la
información comercial, producciones literarias no faccionales ni apologéticas, etc. La prensa moderna, en
cambio, nació cuando el país ya había eliminado el sistema piramidal de jefaturas indiferenciadas, o las
había subordinado al Estado moderno. Pudo construirse entonces como campo autónomo en una
sociedad civil que se desarrollaba amparada por la consolidación de tal Estado.
Hemos considerado este problema con ayuda de dos grupos de categorías: uno analiza las
condiciones diferenciales de producción de los discursos en distintas etapas y condiciones históricas,
observando con ella diferentes modos de representación, de circulación de los discursos y de
conformación de la enunciación de los mismos. El otro nos permite analizar por medio de diagramas
generales la conformación típica de las situaciones semióticas diferentes de acuerdo con las distintas
condiciones históricas, las relaciones entre sus elementos fundamentales y las consecuencias de las
mismas al momento de abordar el análisis del texto como testimonio de una realidad viviente.
Entendemos que el instrumento de análisis aquí propuesto puede ser de utilidad para un mejor abordaje
de los distintos tipos de prensa analizados, y por ello, para una mejor comprensión del texto como fuente
de investigación histórica.
Bibliografía
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