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Universidad Central de Venezuela
Facultad de Humanidades y Educación
Instituto de Investigaciones de la Comunicación
APORTES PARA UNA TEORÍA
INSTITUCIONAL DE LA COMUNICACIÓN
Contribuciones desde la historia social de la comunicación
Trabajo de Ascenso que se propone a la Universidad Central de Venezuela
para optar al escalafón de ASISTENTE
Autor: Prof. Bernardino Herrera León
Tutor: Prof. Alejandro Mendible
Julio de 2010
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APORTES PARA UNA TEORÍA
INSTITUCIONAL DE LA COMUNICACIÓN
Contribuciones desde la historia social de la comunicación
Autor: Prof. Bernardino Herrera León
Tutora: Prof. Alejandro Mendible
3
El conocimiento es el único bien que
mientras más se distribuye más riqueza produce
4
A mi padre, quien me heredó su amor al trabajo
A mis hijos, para legarles la misma herencia
5
Aportes para una teoría Institucional de la comunicación
Contribuciones desde la historia social de la comunicación
Contenido
Introducción / 7
Capítulo I: El progreso del conocimiento humano / 13
1.1. La naturaleza del saber y el conocimiento / 15
Aislacionismo versus difusionismo y “filtro cultural” / 17
La paradoja memoria individual y memoria colectiva / 20
El aumento exponencial en la tasa del conocimiento / 23
La línea clásica del saber occidental / 31
1.2. Los conocimientos / 44
El conocimiento circunstancial / 44
El conocimiento general / 45
El conocimiento abstracto / 46
Hedonismo del conocimiento / 47
1.3. Velocidad en los tiempos de la comunicación: de la inamovilidad del
tiempo al sorprendente dinamismo del micro-tiempo / 50
Capítulo II: Aportes para una teoría institucional de la comunicación / 57
2.1. Una primera aproximación al modelo teórico / 62
Las percepciones como resultado de la comunicación / 62
Pautas teóricas de la historia social de la comunicación / 65
2.2. Conceptos básicos de la historia social de la comunicación / 67
2.3. Campos de la historia social de la comunicación / 76
El campo de los medios de comunicación social / 77
El campo de la función social del lenguaje / 80
El campo de la difusión de los sistemas de ideas / 84
6
Capítulo 3: Líneas de pensamiento y grandes períodos históricos / 90
3.1. Líneas de pensamiento y modelos mentales / 92
Línea de pensamiento pragmático / 94
Línea de pensamiento religioso / 97
Línea de pensamiento artístico / 102
Línea de pensamiento científico / 104
3.2. Modelo de periodización de historia universal del conocimiento
y la comunicación / 107
Los primero modelos de la antigüedad / 108
Las propuestas griegas del saber / 112
El modelo de sociedad romana / 117
La Edad Media: escolástica y teocracia / 121
El inicio de la revolución del conocimiento: el Renacimiento / 126
Las revoluciones de aplicación / 136
3.3. La oferta de la democracia: sociedad comunicacional / 139
Conclusión / 155
Fuentes / 158
7
Introducción
La quimera propuesta por el Círculo de Viena, a principios del siglo XX, aspiraba la
creación de un lenguaje unificado de la ciencia, con el que las diferentes disciplinas científicas
podían entenderse más eficientemente entre sí, para lograr una mayor acumulación del
conocimiento y la experiencia. Así, las teorías científicas dispondrían de un piso más sólido
dónde sostenerse, intercambiar y avanzar hacia teorías integrales, con mayor poder explicativo
para resolver las preguntas de la ciencia y otorgarle mayor capacidad para resolver los
problemas que aquejan a la humanidad. En ese esfuerzo destacaron la Física, por el campo de
las ciencias naturales, y la Psicología, por el campo de las ciencias sociales.
Este trabajo comparte lo esencial de aquella quimera para el campo de la comunicación
social. Tenemos un déficit en los presupuestos explicativos en las teorías de la comunicación
conocidas, y al mismo tiempo, una gran dispersión de las mismas. Sin renunciar a la necesaria
condición de pluralidad en la producción de conjeturas, hipótesis y teorías, lo cual más bien
hay que incentivar, lo esencial de la quimera de Viena implica construir un sistema de teorías,
si bien diferentes, complementarias, capaces de enriquecerse entre sí, al compartir su material
de información, saberes conocimientos y experiencias.
Es lógico que el cuerpo teórico de la comunicación aún se halle en pleno proceso de
formación. La comunicología es una disciplina en fecundación y la comunicación masiva es
un fenómeno histórico reciente. La mayor parte de las teorías sobre la comunicación
ofrecieron respuestas a las interrogantes de un pasado inmediato. Pero los tiempos históricos
de la comunicación han cambiado sorprendentemente en el breve lapso del siglo XX, por
cierto, abundante en eventos colosales que afectaron a la casi totalidad de las sociedades.
Si bien la centuria comienza con el fortalecimiento de la prensa escrita como gran medio
de comunicación, el alfabetismo seguía siendo muy bajo a nivel mundial. La aparición de la
radiodifusión amplía el acceso informativo a la población no lectora disminuyendo la
restricción de la prensa como único medio masivo. El uso propagandístico que la prensa y la
radio y la iconografía impresa, incentivó el surgimiento de las primeras teorías del siglo XX.
8
Las teorías sobre los efectos y de los enfoques críticos y culturales aparecen como
respuesta a la coyuntura en que aparecen los regímenes totalitarios enfrentados en la Segunda
Guerra Mundial y la aparición del mundo bipolar de la postguerra. Entonces, los medios de
comunicación masivos fueron vistos como instrumentos de dominación pues los bandos en
pugna dedicaron grandes esfuerzos y recursos en intensas campañas propagandísticas. La
llamada Guerra Fría se escenificó mayormente en el campo de batalla de los medios de
comunicación.
Tardarían en aparecer teorías más puntuales del problema de la comunicación: las de
teorías del discurso; las de las mediaciones entre los mensajes y las audiencias; las teorías
sobre el comportamiento de las audiencias; y en particular, las teorías sobre la opinión pública
y su relación con la agenda de los contenidos de los medios masivos. La aparición de la
Internet, como poderoso e integrador medio de comunicación masiva, ha potenciado estas
teorías y ha incentivado nuevas búsquedas teóricas.
Desde un punto de vista histórico, la mayor parte de las teorías sobre la comunicación no
han dispuesto ni del tiempo suficiente ni de la experiencia social como para desarrollar sus
capacidades explicativas, ajustarse o revisarse. Cada medio de comunicación masivo necesita
un tiempo para su desarrollo y consolidación, en la medida en que va impactando sobre el
tejido social, por tanto, teorizar sobre ello implica un período de maduración y experiencia.
Pero los medios han acusado constantes innovaciones tecnológicas que han cambiado,
considerablemente, su manera de comunicar y conectarse con que los diferentes públicos. Con
cada innovación, se incorporan nuevas formas inéditas de funcionar como medio y nuevas
dinámicas de contener y difundir información saberes y conocimientos. Esto hace compleja la
posibilidad de estudiar al medio desde el punto de vista de su permanencia como agente de
intervención social. Justamente allí estriba el esfuerzo de la historia social de la comunicación
como disciplina científica.
Las telecomunicaciones cuentan con una cronología de 150 años, aproximadamente. El
telégrafo ocupa poco menos de un siglo, técnicamente hablando, aunque su influencia duró
hasta poco después de la Segunda Guerra Mundial al innovarse en los teletipos, el fax y con la
aparición de los servicios telefónicos más sofisticados. Mientras el telégrafo cubría largas
distancias, el teléfono clásico se mantuvo por mucho tiempo en los estrictos límites de las
9
ciudades. Fue en el último tercio del siglo cuando el panorama cambia por completo con la
telefonía a distancia y satelital, hasta innovarse por completo en la telefonía celular, rebasando
las restricciones obvias de la telefonía clásica y transformando por completo la función social
del medio.
La prensa se ha mantenido como el medio masivo clásico, evolucionado en el sentido de
mayor especialidad en sus contenidos a través de un conjunto cada vez más numeroso de
temas y reinventándose en la Internet. El cine, con poco más de cien años de historia, ha
vivido reinvenciones en la búsqueda de un público cada más desagregado en intereses y
gustos. La radiodifusión también ha sufrido una cadena de innovaciones y cambios frecuentes
en sus formatos y manera de conectarse con las audiencias; y la televisión ha multiplicado su
diversidad en temas, especialidades y géneros, cambiando radicalmente su relación con el
público entre su origen y lo que actualmente es.
Cada ciclo de innovación recrea nuevos impactos, forma nuevos públicos, cambia por
completo las expectativas y las velocidades y altera la profundidad, la calidad y el impacto de
los contenidos que circulan en un torrente comunicacional, más numeroso en cantidad y más
complejo en cualidad. Los nuevos escenarios resultantes amplían el espectro comunicacional,
el acceso a más modelos mentales competitivos y, en consecuencia, ensanchan el horizonte de
sentido de la sociedad humana en todos los órdenes.
En este texto se parte de la convicción de que no son suficientes los estudios históricos
habidos como para disponer de un piso donde sostener las teorías. El impacto social de los
sucesivos cambios, requieren ser minuciosamente evaluados, con instrumentos teóricos más
eficientes. Una teoría que contextualice el momento histórico y su relación con los contenidos
y el lenguaje dentro del torrente de los medios masivos que los comunican. Es también
convicción de este trabajo que la teoría institucional puede contribuir considerablemente en
este sentido. Pero es preciso convertirla en una teoría de la comunicación.
Por instituciones se entiende las “reglas de juego” que proponen un orden social. Las
instituciones formales comprenden las constituciones, las leyes y las normativas que ofrecen
un marco para el comportamiento social. Las instituciones informales se manifiestan a través
de los convencionalismos sociales, los prejuicios, las pautas morales, las tradiciones y
10
costumbres que modelan de igual modo el comportamiento de los individuos. Mientras las
instituciones son las reglas de juego, las organizaciones son sus ejecutores, de modo que no
basta observar el conjunto de instituciones que ofrecen un marco conceptual y normativo al
comportamiento social, también es preciso estudiar la evolución del comportamiento de las
organizaciones y de su credibilidad ante la sociedad para aplicar, en forma eficiente, el marco
institucional donde actúan.
Las conexiones entre la teoría institucional y la comunicación son variadas y poderosas.
En primer lugar, la teoría institucional es una teoría de la historia, es decir, una propuesta
explicativa sobre la evolución de la sociedad en general, que pone el énfasis en los cambios
institucionales, sus causas, cómo operan y cómo se consolidan en tiempo, o por el contrario,
en cómo las culturas ofrecen resistencia a los cambios y cómo fracasan los proyectos de
cambio institucional. En este concepto clave, la comunicación juega un papel estelar. Esa
teoría histórica considera que los cambios institucionales no operan sino en el largo plazo, en
la medida en que los individuos de una sociedad van cambiando lenta y progresivamente sus
percepciones y perspectivas. Esto coincide plenamente con el enfoque de la historia social de
la comunicación de la mayor parte de las investigaciones disponibles en esa línea.
En segundo lugar, la teoría institucional propone que la condición del cambio o
resistencia al cambio institucional depende del cambio o ratificación de las percepciones de
los individuos y organizaciones. Aquí también el sistema comunicacional cumple un rol
importante, pues el postulado propondría que la mayor o menor cantidad de información,
saber y conocimiento circulando en el torrente comunicacional será determinante en la
percepción de los individuos y organizaciones como para que éstos cambien sus convicciones
o las mantengan. En consecuencia, la velocidad de los cambios históricos es función de los
cambios en el sistema comunicacional.
En tercer lugar, la teoría institucional concede al conocimiento un papel en la evolución
y comportamiento social. De ello dependería la fortaleza o debilidad institucional. La fortaleza
institucional se concibe como la mayor capacidad que tiene una sociedad en asimilar las
presiones de cambio, en variables como la estabilidad y los costos de las fuerzas históricas de
cambio (demografía, hábitat natural, recursos disponibles, tecnologías). La naturaleza del
conocimiento es también un concepto clave en la historia social de la comunicación, pues de
11
ello depende la estructura y naturaleza de los contenidos, conectados estrechamente al
lenguaje y a la capacidad de los medios de comunicación disponibles para acceder, interactuar,
procesar y actuar en consecuencia. Por ello, la sociedad y su evolución se encuentra muy
estrechamente vinculadas a la dinámica del conocimiento.
Además, la teoría institucional utiliza otros conceptos vinculantes entre dinámica social
y la comunicación. Por ejemplo, “Dependencia de trayectoria”, que consiste en la fuerza de las
instituciones a permanecer inalteradas en el tiempo, gracias a los mecanismos mentales que se
producen para anular la competencia de otros modelos. Este punto se encuentra relacionado
con la capacidad comunicacional de las ideas para construir fidelidad y relevo generacional de
las ideas.
Otro concepto es el de “costos de transacción”, una de las novedades más destacadas de
la teoría económica institucional, que propone la diferencia entre los costos clásicos de la
estructura de precios y los costos de las sociedades que dependen de las percepciones, los
conocimientos, la credibilidad y las expectativas que incentivan a individuos y organizaciones,
y que influyen considerablemente en la curva de costos y productividad. En otras palabras, los
costos de transacción determinan la viabilidad y sostenibilidad de los modelos sociales, de allí
la estrecha relación con el sistema de comunicación. El enfoque la historia social puede
contribuir a establecer la relación entre la historia de los costos de una sociedad, su viabilidad
en el tiempo y su capacidad para cambiar y sobrevivir a las presiones de las constantes de las
fuerzas del cambio histórico.
El propósito de este trabajo consiste en poner en evidencia estos aspectos y alistarlos
para un mayor procesamiento y contrastación, tomando en cuenta que se trata de una
propuesta inicial, que propone una nueva teoría de la comunicación. Por lo pronto se proponen
tres capítulos para iniciar el debate. El primero, trata un concepto clave de la teoría
institucional y de la historia social de la comunicación: el concepto de conocimiento. Se trata
de una perspectiva cognitivista que relaciona conocimiento con la acción social humana, en
función del tiempo. De allí el título: El progreso del conocimiento humano. Se hace énfasis en
tres aspectos típicos del enfoque histórico: en su naturaleza, en sus tipologías, y en la dinámica
de velocidades en la sociedad histórica. Se intenta percibir una evolución del conocimiento
12
que sirva para fundamentar y confrontar los razonamientos propuestos por la teoría
institucional.
En el segundo capítulo se desarrollan más puntualmente conceptos de la teoría
institucional relacionados con la historia social de la comunicación, a efectos de precisar sus
conexiones. Abre con el núcleo teórico más vinculado de la teoría institucional, apoyado sobre
todo en los escritos de Douglas North, su más destacado exponente. Luego se exponen los
conceptos básicos que se proponen desde la historia social de la comunicación, inspirados en
parte por la teoría institucional. Cierra el capítulo con la definición de los campos de estudio e
investigación de esta propuesta teórica, en tres áreas: el de los medios propiamente dichos, el
de los usos sociales del lenguaje y el de los sistemas de ideas, o modelos mentales que surten
los contenidos de la comunicación. En resumen, este capítulo esboza lo podría ser el modelo
teórico propiamente de este propuesta central.
El tercer y último capítulo de este trabajo se propone como una aplicación del modelo
teórico, al caracterizar las líneas de pensamiento durante períodos históricos destacados. En la
primera parte se proponen las cuatro grandes modelos mentales que influyen en el
pensamiento y concepción del mundo: el pensamiento pragmático, el religioso, el estético
artístico y, de más reciente aparición, el pensamiento científico. Se complementa con una
oferta de periodización de los modelos civilizatorios que suman el patrimonio institucional de
la humanidad, que se resumen justamente, en la tercera y última parte de este capítulo: la
oferta de la democracia, ensayo final, donde se sostiene que el desarrollo institucional tiene en
la democracia moderna su más alto nivel evolutivo, en pleno desarrollo, pues avanza hacia la
conformación de una institucionalidad global, que modificará por completo la dinámica de la
sociedad humana.
El tercer y último capítulo de este trabajo pone en evidencia que este esfuerzo teórico
no pretende estancarse en los límites de la formulación de un modelo de análisis. Desde un
principio, intenta aplicarse en el único laboratorio con que cuenta las ciencias sociales para
experimentar sus conjeturas: la historia. De eso se trata el método histórico por excelencia: de
contrastar lo que postulan las teorías, bien para corroborarlas, bien para hallar debilidades,
bien para perfeccionarlas o bien para desecharlas.
13
Las experiencias sociales acontecidas el último siglo se apoyaron en teorías
sociológicas propuestas en el siglo XIX. Sus programas políticos resultantes han conducido a
distintos resultados. Unos han sido exitosos en producir inclusión, consenso, democracia y
desarrollo económico, suficiente como para abatir la pobreza de la mayor parte de su
población. Otros, en cambio, produjeron exclusiones, disensos, conflictos internos, regímenes
arbitrarios, estancamiento económico y pobreza. Y para colmo, estimularon desconfianza
mutua entre los países y una tensión internacional que provocaba guerras internacionales y
justificaba carreras armamentistas. El modelo teórico acá propuesto no estaría a gusto sin
asumir una revisión concienzuda sobre el papel de las teorías y programas sociales en la
dinámica social del pasado y del presente. Por eso, en las líneas que siguen, aunque de
enfoque histórico, se preocupa por los problemas del presente.
Progresivamente, ciencia y humanidades han contribuido a fortalecer la democracia
como forma de vida. La ciencia, promoviendo la racionalidad necesaria para la construcción
de un marco institucional global, con criterios de convivencia, desarrollo y superación de los
problemas humanos. Las humanidades, con sus imprescindibles aportes para un marco ético y
un mundo estéticamente atractivo. Esto conforma un marco institucional que implica un
importante cambio en nuestras percepciones y modos de vida, donde los gobiernos renuncien a
la manipulación de las leyes, donde las organizaciones se apeguen a las normativas y donde
los individuos asuman la responsabilidad que necesita la convivencia en libertad.
Finalmente, es importante insistir en que el contenido de estas líneas se tome como
incentivo para el debate, contribuyendo en la construcción de una necesaria teoría general de
la comunicación. No implica descartar lo heredado, como tampoco creer, arrogantemente,
estar creando algo original. La historia del conocimiento nos revela que no existe la
originalidad sino continuidad. Esta nueva teoría tiene que construirse armando las piezas
sueltas del rompecabezas disperso que es aún la Comunicología como disciplina de las
ciencias sociales.
14
Capítulo I
EL PROGRESO DEL CONOCIMIENTO HUMANO
15
Capítulo I:
El progreso del conocimiento humano
El conocimiento es el concepto clave, sobre el cual se sostienen los argumentos
centrales de la teoría institucional de la comunicación que se propone en esta obra. El
propósito de este capítulo es explorar diversos aspectos sobre el concepto, su naturaleza, tipos
de conocimiento y el impacto que en la velocidad de los tiempos en comunicación, que ponen
en evidencia el sorprendente poder de cambio histórico del conocimiento como fenómeno
social.
No se trata de un tratado de teoría cognitiva, aunque en alguna medida, la teoría
institucional toma de ésta algunos aspectos para sostenerse, como es el argumento que afirma
la poderosa influencia del conocimiento en el comportamiento social. Sino más bien de poner
de relieve puntos que nos interesan reseñar como ejercicio histórico. Por ello, el esfuerzo en
presentar la historia de la humanidad como una historia de la evolución del conocimiento.
Este capítulo intenta poner de relieve algunos aspectos paradójicos que suelen quedar
como cabos sueltos en la historiografía. Razón por la cual se inician estas líneas con temas que
bien pueden ser polémicos, tales como las tesis históricas del difusionismo cultural y el
aislacionismo, que aún provocan debates en los expertos. Temas tan vinculados a nuestro
presente como la oposición entre memoria colectiva y memoria individual que, desde la
perspectiva histórica que se propone, no son opuestas sino complementarias. También se alude
el aspecto incremental del conocimiento y su capacidad para modificar nuestro presente,
puesto que la experiencia histórica del conocimiento representa un agregado de ensayo y error
que han dado paso a una mayor asertividad y efectividad en su aplicación. Acumulación que
se ve representada en las líneas clásicas del saber occidental, aclarando que se entiende por
saber occidental al fenómeno histórico que en diferentes épocas representan un salto
cualitativo importante en la percepción del mundo y que lo han modificado sin límites
geográficos ni étnicos. Quedan, por supuesto, muchos cabos sueltos, así que tómense estas
líneas como una entrada para debatir.
16
1.1. La naturaleza del saber y el conocimiento
Es preciso establecer la diferencia entre la evolución historia de la sociedad humana,
por una parte, y la evolución del pensamiento y el conocimiento humano1, por otra. Las líneas
que trazan ambos conceptos en el tiempo no siempre coinciden. No sólo no coinciden sino
que, además, se separan en ocasiones. Algunos pueblos tienden a valorar el saber, y en
consecuencia, a incentivar y premiar la innovación y el desarrollo del saber, a ampliarlo y
difundirlo, es decir, a compartirlo.
Esta idea supone que, mientras más conocimiento esté en manos de la población mayores serán
las posibilidades de elevar la innovación técnica y social. Las tribus más antiguas tendían a practicar
formas de compartir el saber, gracias a lo cual algunas de ellas alcanzaron formidables desarrollos.
Aunque luego, en algún punto del desarrollo, el saber se asoció al poder y a ser controlado y regulado
por éste.
Otros pueblos en cambio, protegiendo sus patrimonios culturales, desarrollaron mecanismos
mentales de protección, tan eficientes, que impermeabilizan sus culturas frente a cualquier influencia
externa y a cualquier cambio interno. El saber y el conocimiento tienden a ser controlados y
severamente administrados, mediante el ejercicio discrecional del poder, apoyado por tale códigos
mentales. En este supuesto, la sociedad debe permanecer ignorante, guiada por una élite dirigente que
interpreta, legitima y administra el saber.
El nacionalismo, por ejemplo, es un fenómeno cultural que ha logrado construir tradiciones
xenofóbicas, de tanta fuerza e influencia, que logran impedir que otros saberes indispensables para el
bienestar humano puedan difundirse hacia el tejido social al que se pretende proteger. Pese a su
reciente aparición histórica, poco más de cinco siglos, el nacionalismo ha logrado imponer un enfoque
del mundo, poniendo en evidencia que un mecanismo mental puede convertirse en un dispositivo
inhibidor del cambio social, al construir una red de prejuicios modeladores del comportamiento social.
Contamos con muchos casos similares que ratifican esta aseveración. Casos que tienen su
origen en la inclinación humana para construir mitos y prejuicios alrededor de los eventos del saber y
el conocimiento. Para la mayoría de las culturas antiguas, y aún hay muchas tradiciones que creen
firmemente en esto, la mayor parte de los fenómenos de la naturaleza permanecieron sujetos a la
voluntad de las fuerzas sobrenaturales, que actuaban conforme a una relación pendular con los seres
1 Por “saber” se entiende la disposición de la mayor cantidad de información posible sobre determinados eventos
y fenómenos. Mientras que por “conocimiento” a la capacidad de procesar ese saber para transformarlo en alguna
aplicación, enfoque, perspectiva o interpretación de dichos eventos o fenómenos.
17
humanos. Una veces a favor, otras en contra. Muchos pueblos pagaban costosos sacrificios para
invocar el favor de estas fuerzas sobrenaturales. Muchos de estos sacrificios se practicaban con
humanos y fueron causa de grandes conflictos entre civilizaciones.
Las diferentes modalidades que se observan en la historia y el desarrollo civilizatorio,
corroboran que el conocimiento evoluciona de forma independiente al de la sociedad humana en su
conjunto, y muchas veces, a pesar o en contra de ésta. Es decir, que ante la insistencia de muchas
culturas por no cambiar, el conocimiento operará, tarde o temprano, como una poderosa fuerza para
alterarlas de algún modo.
Si bien ambos conceptos, conocimiento y sociedad, parece evolucionar con relativa autonomía
uno de otro, la evolución histórica tiende a empeñarse en el siguiente determinismo: la evolución de la
sociedad humana está considerablemente influenciada por la historia del conocimiento humano.
Por ser éste un punto central de la propuesta teórica que apuntamos a lo largo de este trabajo,
es preciso repasar algunos aspectos imprescindibles de la historia del conocimiento humano, que
muchas veces suelen perderse de vista. Uno de los puntos problemáticos es el constatar la persistencia
humana por aferrarse a las tradiciones, al deseo de no cambiar, cuando todo parece indicar que la
naturaleza humana está presionada hacia el progreso y el cambio constante. Y en efecto, los humanos
pensamos constantemente en el modo de innovar y mejorar nuestras acciones y en cada procedimiento
que nos toca realizar en las actividades esenciales: ganarse la vida, protegerse, descansar, recrearse y
“crear”, en el sentido artístico del término.
En un momento determinado, alguien consigue introducir alguna innovación en algún
procedimiento que hemos estado haciendo rutinariamente por mucho tiempo. Si constatamos que esa
innovación nos ahorra esfuerzo y costos, la adoptamos de inmediato, es decir, introducimos un cambio
en nuestras tradiciones. El acto de cambiar es innato en los humanos, y está asociado, en su mayor
parte, con la relación costo-beneficio de nuestro comportamiento. Si estamos convencidos acerca de la
condición renovadora de la humanidad, que de hecho explica la historia en sí misma, entonces: ¿Por
qué las sociedades se resisten a introducir cambios?
El destacado filósofo y matemático europeo del siglo XVII, Blaise Pascal (Reale y Antiseri,
2001), considerado una de las mentes más brillantes de la historia del pensamiento europeo de todos
los tiempos, creía firmemente en la condición innata del progreso en el conocimiento humano. El
progreso se convierte, en el enfoque pascaliano, en una constante histórica que actúa en un
18
determinado sentido sobre la evolución sociológica humana, según la cual, todo individuo progresaba
día a día, del mismo como que, en consecuencia, lo hacía el resto de la humanidad
Pero tal enfoque optimista de Pascal se refuta en muchos casos, en los que individuos y
sociedades, pese a entrar en contacto con saberes y conocimientos, no sólo los desconocen sino que los
niegan y bloquean en sus estructuras mentales. Esta paradoja requiere de una explicación más eficiente
que las que hasta ahora hemos heredado de nuestros sabios, filósofos, científicos, artistas e
intelectuales.
Pero también es cierto lo que afirmaba Pascal de modo tan contunde. De algún modo
aumentamos a diario nuestro caudal de saberes. Lo confirma el hecho cierto de que cada día
recordamos alguna experiencia anterior, que interviene en nuestra percepción del presente y del futuro.
Esta es la forma más sencilla de operar el aprendizaje, y ocurre en todas las sociedades, sin importar las
resistencias culturales y los diferentes esquemas mentales que imponen restricciones al aprendizaje de
nuevos conocimientos.
Sabemos que la paradoja cambio y no cambio histórico está vinculado a las claves
“conocimiento” y “modelos mentales” en la sociedad. Pero una perspectiva de la evolución histórica de
ambos conceptos no basta para explicar las sorprendentes asimetrías de la evolución de las sociedades
humanas. El por qué algunas sociedades permanecen inalterables en el tiempo y el por qué otras
cambian a alta velocidad. Esta es la paradoja que intenta resolver la teoría institucional.
Aislacionismo versus difusionismo y “filtro cultural”
Gracias a este constante afán por aprender, los individuos pueden reflexionar sobre sus
propias experiencias de manera permanente. Este aspecto influye considerablemente en la
concepción de la historia del saber, y llevaba a Pascal a creer firmemente en la condición
innata e inevitable del progreso humano. El problema con esta proyección de Pascal es que no
puede explicar el problema de las asimetrías del desarrollo en el progreso humano actual. Si
los humanos de ahora no son tan diferentes de aquellos humanos de la antigüedad, en cuanto a
su condición de aprender, entonces por qué las diferencias actuales, tan abismales, en los
llamados “estados de desarrollo”.
19
Una respuesta rápida a esta interrogante se apoya en la tesis del aislamiento, según la
cual, durante la mayor porción de la historia, los diferentes grupos humanos se hallaban
aislados entre sí, con bajos grados de comunicación e intercambio. Mientras unos grupos
desarrollaron saberes, conocimientos, y con ello, tecnologías, otros los ignoraban y se
mantuvieron sin cambios sustanciales en sus tasas de innovación. De esta manera se fue
extendiendo y consolidando el fenómeno de la asimetría en la tasa social de conocimientos,
asimetría que aumentaba conforme también lo hacía el grado del aislamiento.
Esta tesis del aislamiento confronta problemas para explicar las evidencias históricas
que muestran complejos escenarios de interactividad intensa entre los grupos humanos, sobre
todo a partir de la expansión provocada por la aparición y desarrollo de la agricultura. De
hecho, aún aisladas, las grandes culturas de la antigüedad practicaban el sedentarismo agrícola.
De estos núcleos civilizatorios, los grupos más hábiles en tecnología, sobre todo de en
tecnología bélica, expandieron sus grados de influencia en extensos territorios, sometiendo
militarmente o culturalmente a otros grupos o núcleos, apropiándose, absorbiendo o
intercambiando conocimientos.
Este comportamiento temprano de la antigüedad caracterizaba a los cinco grandes
imperios que entonces conocía la humanidad. Centros imperiales que mantenían una intensa
actividad comercial dentro y fuera de sus dominios, actividad que conllevaba al intercambio
constante de saberes. Aunque las distancias continentales aislaban a algunos de estos imperios,
o grandes núcleos civilizatorios, que se ignoraban entre sí, el patrón de desarrollo fue
relativamente similar entre ellos. Esa evidencia hace cuesta arriba sostener la tesis del
aislamiento.
Paradójicamente, es a partir de los viajes intercontinentales cuando comienzan a
extenderse las brechas entre las sociedades según su desarrollo tecnológico, comercial y
productivo. En efecto, las intensas relaciones entre aquellos pueblos, incentivaron la evolución
hacia la cultura del comercio y del intercambio como parte esencial de la sobrevivencia social.
Esta cultura comercial condujo a la Era Global, es decir, a la condición de la escala planetaria
de la sociedad humana que surgiera poco después de los llamados viajes de descubrimiento
(Ferrer, 1996).
20
Descartada la tesis del aislamiento comunicacional2, la conjetura explicativa acerca de
las asimetrías del desarrollo social humano, desde el pasado y hasta el presente, podría
descansar en los diversos modelos mentales que muestran las culturas humanas. Dichos
modelos mentales actúan como “filtros” seleccionadores de saberes. Cada cultura impone un
programa de prioridades e incentivos que privilegian unos saberes por sobre otros, así como
pueden ignorar a otros conocimiento por completo. Cada “filtro” cultural parece predisponerse
a la fuerza de cambio producida por el efecto incremental del saber y del conocimiento. Y en
efecto, muchas culturas se resisten a “aprender”, como modo de comprender y valorar al
mundo, legítimo o no, con el propósito de sobrevivir al tiempo histórico que le ha tocado vivir.
Frente a otras tesis, esta conjetura explicaría más eficientemente lo paradójico de un
mundo tan desigual, a pesar de haberse alcanzado grados fantásticos de complejidad y
desarrollo del saber y el conocimiento. Por alguna razón, que toca ahora a las teorías de la
historia explicar, algunas sociedades disponen de culturas más inclinadas al conocimiento, y
por tanto, a comportar el cambio incremental por conocimiento en sus culturas. Otras, en
cambio, tienden a aniquilar, restringir o predisponerse al conocimiento nuevo, casi siempre
con el argumento de la preservación de las tradiciones. Aquellas, han logrado avanzados
desarrollos tecnológicos que observamos hoy, para bien y para mal. Éstas aún se mantienen
viviendo similar a sus antepasados, como si el tiempo histórico no hubiera transcurrido.
2 Superada las primeras tesis antropológicas del siglo XIX, según las cuales la cultura humana surgió de un
núcleo en particular (difusionismo monocéntrico), han ganado más consenso las tesis del difusionismo
policéntrico, es decir de la existencia inicial de varios núcleos de innovación desde donde fluyeron los saberes
hacia el resto de los grupos humanos. Pero esta tesis padece de la misma inconsistencia del aislacionismo en el
sentido de que postula que las culturas avanzadas influencian inevitablemente a las menos avanzadas. Justamente
es el problema. Para una aproximación más detallada de las teorías antropológicas sobre la expansión humana y
sus culturas se recomienda el capítulo de LEROI-GOURHAN, André. “La Arqueología y la Prehistoria”, en
Corrientes de investigación en ciencias sociales. Madrid: Tecnos-UNESCO, 1981.
21
La paradoja: memoria individual y memoria colectiva
La capacidad racional del hombre descansa en su capacidad para recordar sus
experiencias diarias, para reflexionar sobre ellas y acumularlas en forma de aprendizaje. Este
proceso mental dota a las personas de mayores posibilidades para enfrentar con mayor certeza
y fiabilidad los acontecimientos que le están por venir. El ser humano, en tanto ser individual,
tiende a ser racional por naturaleza, sin menoscabo de su abrumadora naturaleza emocional.
Del mismo modo con que opera la memoria individual, igual parece funcionar la
memoria colectiva3, pues una parte del conocimiento del pasado se retiene y se acumula, en la
medida en que se encuentran formas y mecanismos de aumentar el caudal de la memoria del
pasado. Desde la antigüedad más remota, los mitos oralmente transmitidos de generación en
generación fueron el recurso por excelencia de la memoria colectiva.
Otro mecanismo poderoso y eficiente ha sido, y aún lo es, la iconografía. Las
imágenes, al no requerir la compleja condición del lenguaje escrito, posee la poderosa
capacidad de transmitir ideas con gran impacto a través del tiempo. La popular frase “una
imagen vale más que mil palabras” es completamente obvia: el homosapiens ha vivido en el
planeta desde hace, aproximadamente, 200.000 años, y de estos harán 10.000 años desde que
dispone del alfabeto. Apenas el cinco por ciento del tiempo de su existencia.
La memoria colectiva no equivale a la sumatoria de las memorias individuales, ya que
la primera es un mecanismo de representación social y la segunda una expresión de la
individualidad. En la medida en que retrocedemos en el tiempo histórico, la memoria colectiva
se impone considerablemente sobre la memoria individual, porque una se halla contenida en la
otra. Los individuos abrazan la memoria colectiva como una manera de proveerse de
3 La definición del año 1925 de Halbwachs, señala que la memoria colectiva es la memoria de los miembros de
un grupo que reconstruyen el pasado a partir de sus intereses y del marco de referencias presentes (Bergero y
Eati, 1997).
22
certidumbres y de pertinencia social. Su memoria individual depende, en alguna medida, del
orden que le provee la memoria de su clan o nación.
La memoria colectiva tiende a ignorar a la individualidad y hasta suprimirla, al forzar a
los individuos a aceptar como verdades indiscutibles la estructura de sentido heredada como
patrimonio de dicha memoria colectiva. Es lo que solemos llamar “tradiciones”, gracias a las
cuales los individuos suelen sentirse “seguros” y confortables como para que se sientan poco
inclinados a cambiar sus percepciones.
Sin embargo, lo individual es insustituible en la condición humana. Por alguna razón,
no tan fácil de explicar, algunos individuos “disienten” de las tradiciones, las cuestionan y
construyen nuevas opciones de pensar y de dar sentido a la realidad. En ocasiones, basta que
un individuo tenga una ocurrencia innovadora para alterar todo un orden de estable tradición.
Son abundantes los casos en los que una sola idea innovadora llega a convertirse en una
convicción tan poderosa como para alterar radicalmente la estructura armónica de una fuerte
tradición de memoria colectiva de su sociedad precedente. Este es un patrón de
comportamiento muy común en la historia del conocimiento humano.
De manera que no es muy seguro afirmar que la suma de las experiencias individuales
equivale al total de la experiencia colectiva. Esta idea puede describir los casos de algunas
sociedades en donde el desarrollo del conocimiento surgido de las iniciativas individuales se
incentiva, se protege y se difunde, para compartirse con el resto del tejido social. La patente4,
por ejemplo, es una institución que más visualiza este fenómeno. Luego, el éxito social y
buena acogida del saber novedoso impulsan a muchos individuos a la invención y la
innovación, a través de un efecto exponencialmente reproductivo. Ciertamente, la mayor parte
de los inventos que conocemos en el presente son parte de una cadena progresiva de
invenciones y sus sucesivas innovaciones.
4 La patente es un conjunto de derechos que el Estado, en representación de la nación, otorga a un particular para
la explotación exclusiva de una invención o innovación por un período de tiempo determinado, al término del
cual dicha invención o innovación pasa al dominio público. Esta institución se viene practicando desde el siglo
XVI, en Inglaterra, y que progresivamente se ha extendido al resto del mundo.
23
Muchos de los primeros innovadores aprovecharon sus inventos para hacerse ricos y ascender
socialmente. En aquella época muy pocas sociedades ofrecían posibilidades de escalar económica, y
mucho menos, socialmente. En algunas sociedades occidentales la inventiva pasó a ser un talento
apreciado socialmente, ofreciendo expectativas atractivas de ascenso social. Mientras que en otras
sociedades, el talento constituía más bien un peligro para la integridad física de quien lo mostrara e
hiciera público.
No obstante, a medida que nos aproximamos al presente, saber y talento fueron
convirtiéndose en un bien apreciado, a pesar de la resistencia de muchas culturas socialmente
establecidas, que reaccionaban negativamente a través de las tradiciones. El conocimiento
innovador tuvo que enfrentar una cadena de muros mentales impuestos por la memoria
colectiva. En consecuencia, la experiencia colectiva suele, por su propia naturaleza, cumplir
un papel inhibidor de la experiencia individual, salvo en aquellos casos en que la sociedad ha
consolidado instituciones protectoras o promotoras del conocimiento innovador, como lo fue
el caso de la patente referido, la cual surge tardíamente, en Inglaterra, a mediados del siglo
XVII.
Pero la memoria humana es débil y finita. La muerte de cada individuo implica la
pérdida de su caudal de experiencias. Lo mismo ocurre con la memoria colectiva cuando algún
evento interrumpe la continuidad de su transmisión. Las capacidades y las destrezas que
disponga una sociedad es una función directa de su habilidad para acumular, preservar y
proteger de la adversidad de la muerte el patrimonio de suma agregada de sus experiencias
individuales.
Ello explica por qué del patrón que siguen las memorias colectivas para protegerse del
caos que sobreviene cuando se produce una crisis por conflicto entre los individuos de una
banda, tribu o sociedad, es decir, cuando ocurre una crisis de desobediencia de la memoria
colectiva integradora y proveedora de un orden. Se explica y se comprende el por qué el orden
colectivo conocido busca protegerse de la potencial capacidad de los genios individuales para
introducir cambios.
24
Como muchas fuerzas de cambio social, este aspecto de la memoria social se nos
presenta como una contradicción: la resistencia natural a protegerse y sobrevivir de la
memoria colectiva impone escasos incentivos a los individuos para contribuir con su
innovación. Incluso, muchas sociedades de ayer y de hoy imponen castigos a quienes se
atrevan a disentir del modelo heredado y aceptado. Es lo que se llama herejía. Y sin embargo,
para que una memoria colectiva ofrezca la mayor cantidad de certeza y eficiencia en proponer
un orden efectivo y en ofrecer la solución explicativa de los eventos novedosos requiere
considerables incentivos a los individuos más talentosos para que ajusten de forma constante y
progresiva dicha memoria, aumentando de este modo su caudal de saberes.
Las complejas asimetrías que muestra la historia del conocimiento humano, y en
consecuencia, en la historia de la civilización humana, parecen subrayar esta paradoja crucial.
Así pues, la historia social de la comunicación debe dedicarse a estudiar y resolver estas
contradicciones, a la luz de los casos que nos brinda la historiografía disponible, e incluso
construir nuevos casos de estudio sobre conocimiento como evento consustancial humano.
Toca reconstruir la historiografía con base en estas interrogantes.
El aumento exponencial en la tasa del conocimiento
Por otra parte, el ritmo con el que se acumula la totalidad del conocimiento humano
cambia considerablemente de acuerdo con la época. Por diferentes razones, la velocidad en el
ritmo de la producción y acumulación del conocimiento se acelera en determinados momentos
históricos. Es notable la aceleración ocurrida en el siglo V antes de Cristo, desde el epicentro
de la cultura griega, o durante el Renacimiento con la aparición del Humanismo y la
Ilustración, o durante la Revolución Industrial, o en la actual Era de la Informática que aún
vivimos.
También se observan períodos muy lentos, como el de la Edad Media europea, y casos
de sociedades que permanecen inmutables en el tiempo, como algunas sociedades
predominantemente islámicas, que permanecen sin cambios sustanciales desde su conversión
al Islam, o como algunas sociedades asiáticas, con un peso muy poderoso de las tradiciones.
25
Esto no significa que ni el Islam ni las culturas orientales sean modelos que no generen
cambios. Muchas culturas islámicas cultivaron y apreciaron el conocimiento como un bien
beneficioso y de prestigio. Algunas sociedades islámicas de la época pre-medieval destacaron
en matemáticas y tecnologías diversas, y es notable la influencia de la tecnología oriental en
Europa gracias a las cuales fueron posibles los viajes de descubrimiento. Los diferentes
períodos históricos que se destacan muestran patrones que los caracterizan de acuerdo con el
ritmo con el que el conocimiento influye en su dinámica de cambios o resistencia al cambio.
Es labor de la historia estudiarlos y aprovecharlos para la actualidad.
Lo que sí parece comportarse como una constante histórica es la tasa de acumulación
del conocimiento. Ésta no se ha detenido desde que ocurrieron las grandes singularidades
históricas del saber, como la invención y difusión del alfabeto, la consolidación de la
agricultura y con ello la sedentarización, la capacidad de medición del tiempo, las
herramientas, las máquinas. Y por supuesto, hoy menos que nunca, podría detenerse5.
Gracias a esta acumulación exponencial del conocimiento, a medida en que nos
acercamos al presente, sabemos más de nuestro pasado. El progresivo mejoramiento en el
conocimiento del pasado, en todos los órdenes de la vida, tiende a aumentar nuestra capacidad
para comprender lo que ha ocurrido con nuestra civilización. Ahora sabemos más de la
historia natural o geológica, y ese saber ha sido cada vez más útil en la relación de las
sociedades con la naturaleza. El caso, por ejemplo, del descubrimiento del mapa genético
humano y el de otros seres vivos, ha dotado a la humanidad del poder de modificar o alterar lo
que la naturaleza ha construido. Con conocimiento más completo acerca de la estructura de
gobierno de la vida biológica encerrada en las moléculas del ADN los humanos han adquirido
un inmenso un poder, equivalente a la metáfora de Dios que describen las escrituras sagradas
de las religiones modernas (Judaísmo, Cristianismo e Islamismo). Lo mismo ocurre con la
tecnología de la manipulación molecular más reciente, y particularmente con las llamadas
“nanomáquinas”, aún en etapa de investigación y sobre todo de especulación científica, pero
5 Dereck de Solla Price (1973) analizó que el crecimiento de la información científica, se incrementa a un ritmo
muy superior con relación a otros fenómenos sociales, pero muy similar a otros hechos naturales, como los
procesos biológicos. Algunas áreas del conocimiento pueden tener un crecimiento exponencial que puede ser el
doble en un lapso de 10-15 años, y que podría oscilar entre el 6% y el 7 % anual.
26
que de concretarse ofrecerían un poder inmenso: el de la posibilidad de la manipulación y
alteración molecular.
En relativo poco tiempo histórico, la civilización ha alcanzado un casi ilimitado poder
de transformación de la naturaleza y la sociedad, gracias al constante incremento en la tasa
individual y en la tasa social del conocimiento. Todo esto ocurriendo en el contexto de un
mundo que aún padece profundas asimetrías, y que aún padece de los males más antiguos. En
efecto, la humanidad aún padece problemas, los naturales, como hambrunas, enfermedades
epidémicas y endémicas, catástrofes naturales; y problemas sociales como: pobreza, guerras,
conflictos sociales, discriminación, el terrorismo, por nombrar sólo algunos. Es a partir de la
segunda mitad del siglo XX cuando la humanidad ha decidido enfrentar estos problemas a
escala mundial. Apenas se dan los primeros pasos gracias a la institucionalidad alcanzada por
la Organización de Naciones Unidas.
Es también desde la segunda mitad del siglo XX cuando comienza a hacerse efectiva la
masificación del conocimiento. Cada vez más sociedades construyen aparatos educativos
capaces de dotar de un nivel de conocimiento a sus poblaciones. La antigua élite exclusiva de
de sabios ha sido progresivamente sustituida por una comunidad de científicos, técnicos y
profesionales en una formidable expansión de la especialización y temáticas. Se trata de una
fase inédita en la historia del saber, la “sociedad del conocimiento” se encuentra en pleno
proceso de formación y su impacto como vector de cambio social se está comenzando a sentir
al constatarse una mayor participación de las instituciones de conocimiento para con los
grandes o cotidianos problemas de la humanidad.
No obstante, para algunas sociedades el saber equivale a una banalidad. Son sociedades
donde a pocas personas les interesa instruirse y acceder al conocimiento, en contraste con las
posibilidades cada vez más abiertas de acceder al saber, como nunca antes lo estuvo. Aún en
muchas culturas y sociedades diversas, el saber es un bien indiferente, o temido, asumido
como una señal de destrucción, como una amenaza. Desde estos enfoques, el conocimiento es
una fuente de temor frente a las consecuencias del conocimiento. Miedo al cambio y por tanto
de resistencia a cambiar. Esta es también una interrogante importante en el enfoque teórico de
las instituciones, averiguar el por qué algunas sociedades se hacen resistentes o altamente
seleccionadoras del saber y el conocimiento.
27
En este mismo orden de ideas, muchas civilizaciones sabias se afanaron en construir
poderosas maquinarias de guerra y destrucción. Unas veces con la excusa de su propia
seguridad, y otras, para sencillamente asegurarse suministros y fuentes de energía. No todas
las elites dirigentes de los grandes estados históricos, aquellos que tuvieron una influencia
política o económica o cultural o militar, actuaron orientados por la sabiduría y la sensatez. En
la medida que retrocedemos en el pasado, hallaremos experiencias catastróficas. Quizás un
gran ejemplo más reciente, el caso del muy sabio pueblo alemán, “seducido” por un líder de
ideas primitivas que condujo a la nación a una de las más destructivas guerras que ha conocido
la humanidad. Fue el de Adolfo Hitler y de muchos otros casos como el suyo que conocemos
gracias a la historiografía.
Este contrasentido, esta paradoja, según la cual a pesar de que disponemos de
suficiente acumulación de saber como para resolver gran parte de los problemas humanos, sin
embargo, observamos culturas que desprecian, rechazan, ignoran y hasta condenan ese saber.
Es una interrogante que una historia social de la comunicación debería intentar responder,
pues las explicaciones de teorías sociológicas disponibles no han sido del todo satisfactorias.
La civilización humana ha hecho avances significativos en los saberes sociales más
complejos. El sistema político se ha abierto y la democracia ha emergido en el siglo XX, con
sus marchas y contramarchas. Todavía con más retos y promesas que logros alcanzados.
Quedan por resolver muchos problemas por parte de los sistemas políticos abiertos, frente a
una demanda de mayor participación en las tomas de decisiones.
Vale la pena indagar por qué algunos pueblos se permiten períodos cíclicos de
regímenes despóticos y totalitarios, cuando conocen de experiencias de sociedades abiertas y
democráticas, e incluso, que las han vivido y experimentado. No parece que suficiente haber
alcanzado, producido y acumulado considerables porciones de saber y conocimiento. Algo
ocurre en el traspaso generacional, en el acto de difusión de los saberes, en la relación de los
individuos o los colectivos en su contacto y relación con el conocimiento. Es preciso evaluar
las consecuencias deseadas o las no-deseadas de la planificación de la sociedad. Tratar de
entender el por qué de esta especie de cansancio o agotamiento en el ánimo social, o
escepticismo e incredulidad frente a un posible mejor futuro, o frente a la aparente corrupción
de los valores que inicialmente dieron impulso a las gestas por lograr el bienestar de las
28
siguientes generaciones. Algo pasa que es preciso averiguar, pues ante un ensanchamiento sin
precedente en el horizonte del saber, de pronto todo parece perder o carecer de sentido.
La moraleja de estas desalentadoras conjeturas sobre la indiferencia social ante el
conocimiento parece indicarnos que la acumulación de saberes no nos hace mejores personas.
Los científicos alemanes que sirvieron a la causa del nazismo, por ejemplo, destacaron en el
saber heredado de una larga tradición de conocimiento, que destacó al pueblo alemán. No
puede ponerse en duda la notable tradición germánica por el saber que lo ha convertido en
unos de los pueblos más destacados en la producción intelectual. No obstante, los nazis
utilizaron ese conocimiento como un instrumento de destrucción masiva de otros seres
humanos, y para dominar por la fuerza a otros pueblos. Cuesta creer que la dirigencia de un
pueblo tan instruido haya intentado exterminar, poco les faltó, a otros grupos humanos por
considerarlos “inferiores”.
Esta perspectiva nos indica que la estructura de saber tampoco es simétrica en su
desarrollo. El impacto del conocimiento en la sociedad no traza una línea recta en la evolución
histórica. La ciencia y la tecnología, por ejemplo, evolucionan a velocidades espectaculares, es
algo que salta a la vista. Pero la filosofía, la ética, la política y las ideas modernas sobre la
tolerancia, la aceptación mutua y la convivencia social no han mostrado un desarrollo similar.
Tal vez sea cuestión de tiempo. Tiempo para que el esfuerzo institucional alcanzado
mundialmente por las organizaciones logre aprovechar al máximo los avances más destacados
de la democracia, como un sistema de convivencia de las diferencias humanas y con
beneficios como la estructura de derechos sociales y humanos que se han constituido como
leyes y referencias de comportamiento por todo el mundo.
Probablemente haga falta un enfoque diferente en esta historia de la evolución del
saber. Hasta hace poco se asociaba el saber y el conocimiento al campo exclusivo de la ciencia
y la tecnología. Quizás el impacto del conocimiento acumulado y por producir aún esté por
influir sobre el comportamiento emocional humano. Aunque reciente, la aparición del
concepto “inteligencia emocional”, propuesta por Daniel Goleman (2005), ofrece pistas
respecto. Y en efecto, es reciente el énfasis que hoy le prestan las comunidades científicas a la
estructura de las emociones humanas. Ahora tenemos certeza acerca de la abrumadora
29
proporción con que las emociones interfieren en el comportamiento humano, en todos los
órdenes y en todos los tiempos. Todas las disciplinas científicas que han estudiado el
comportamiento humano han reconocido este hecho. Los humanos toman decisiones
motivados por muchos factores. Un número de éstas racionales, pero las más son emocionales.
En su trabajo Televisión subliminal…, Joan Ferrés (1996) expone este aspecto del
comportamiento humano, con abundantes evidencias y dejando pocas dudas. Además, se deja
también clara la participación de la comunicación moderna como fuente de influencias y
referencias en las personas en la actualidad.
La ausencia del tema acerca de la influencia de las emociones como parte importante
en la dinámica del comportamiento es una debilidad del conocimiento científico, y lo que
explica que hayamos avanzado tan poco en conocer la estructura de funcionamiento de
nuestras emociones, desde la perspectiva científica. Es decir, sistemática, objetiva y aplicada.
Esta afirmación no desconoce el esfuerzo de disciplinas científicas como la Psicología. Pero el
comportamiento humano es un problema a compartir por todas las ciencias, y en consecuencia
requiere de un esfuerzo de todas las disciplinas. Ha sido el arte, a través de la plástica, el
teatro, la música y la literatura las disciplinas que han dedicado esfuerzos por hacernos
comprender la importancia del fenómeno de las emociones sobre nuestras vidas, las cotidianas
y las trascendentes. Toca ahora a la ciencia, intentarlo.
Sorprende que, a comienzos del siglo XXI, pese a tener disponible y haberse
consolidado la cultura de derechos humanos, aún persistan acontecimientos que muestran la
condición primitiva del hombre. Los casos relativamente recientes del Holocausto judío, la
exterminación étnica en la guerra civil de la antigua Yugoslavia y la persistencia de guerras de
diferentes escalas, donde aún se practican crueles y degradantes actos contra las personas,
constituyen evidencias acerca de la persistencia de anomalías en el comportamiento humano.
Pero, para concebir que se trata de una anomalía, ha sido necesario saber que es una anomalía,
y que se trata de una anomalía.
El progreso del conocimiento fue trabajosamente lento en los tiempos en que la
memoria colectiva apenas lograba traspasar las brechas generacionales. Muchos saberes
acumulados, tras penosas experiencias y mucho tiempo de observación se perdían
irremediablemente por carencia de un sistema de almacenaje, conservación y accesibilidad. La
30
invención del alfabeto comenzó a resolver esta restricción. Desde entonces cambió, para
siempre, el ritmo de transferencia del saber en el tiempo y se disparó la curva hacia arriba en la
tasa social del conocimiento, de un modo espectacular, que aún no se ha detenido.
Pero el alfabeto no sólo permitió almacenar saberes, también creó nuevos tipos de
conocimientos. Los humanos aprendieron muy lentamente a pensar con las palabras, a
construir un lenguaje abstracto, como el lenguaje de las matemáticas, el lenguaje de la
filosofía, el lenguaje de la ciencia. El lenguaje se convirtió en una dimensión real, donde el
pensamiento construye sistemas complejos con sus propias leyes y reglas de funcionamiento.
Una realidad abstracta, pero en conexión con la realidad cotidiana. Las ecuaciones
matemáticas no existen en la realidad cotidiana, pero contribuyen a comprenderla y hasta
modificarla. En consecuencia son tan reales como la realidad. Esto fue impensable e imposible
en los tiempos de la transmisión oral del saber.
Pero el pensamiento abstracto no es exclusivo de los pueblos alfabetos. Muchas
culturas con algún nivel rudimentario de escritura o que han usado alguna forma primitiva de
alfabeto o, simplemente, sin siquiera poseer alfabeto alguno, lograron importantes avances en
diferentes terrenos, tales como la ingeniería, técnicas agrícolas, organización social y otros
avances por el estilo. Las experiencias sociales de los egipcios, los aztecas, los incas, los malí,
los songhai y muchos otros antiguos, casi todos de modelos imperiales, son prueba de que la
capacidad humana para construir pensamiento complejo con apoyo de signos ideográficos
(Ferrer, 1996).
Esto pone en duda las nociones de Prehistoria e Historia, que como se sabe, toman
como vértice temporal la invención de la escritura para separar, en dos grandes bloques
temporales, la historia de la humanidad. Podría ser una percepción engañosa, que requiere
corregirse de inmediato, porque conduce a una inevitable discriminación que de ella se deriva:
que los pueblos analfabetas son “atrasados” con respecto a los pueblos alfabetizados. Se
pueden presentar ejemplos de la Antigüedad que contradicen tal deducción. Aunque la
humanidad dispone de alfabeto, es decir, un sistema de signos para el registro escrito de los
fonemas, no fue sino hasta bien entrado el siglo XX cuando el alfabeto se hace masivo.
31
Luego, los idiomas alfabetizados esperaron la invención de la imprenta para
estandarizar su sistema de signos. Y de allí, superar una gran cantidad de barreras hasta la su
expansión y uso masivo. Saber leer y escribir es un bien cultural reciente. Muchos pueblos
están saliendo de los límites del analfabetismo. Y aunque la cultura oral e ideográfica o
iconográfica posee grandes cualidades para procesar saberes y conocimientos, es indudable
que los lenguajes escritos son indispensables para acceder a bienes de conocimiento
complejos6.
La historia social de la comunicación no puede limitarse a una cronología de eventos
comunicacionales. Aunque dicha cronología sea su materia prima por excelencia. Tampoco a
restringirse al relato de cómo los medios de comunicación humana han contribuido a construir
el andamiaje del saber civilizatorio, que ha sido el aporte sustancial de la historiografía para la
comunicación. Pero estos activos no bastan para responder las preguntas tales como las que se
han expuesto párrafos arriba.
La historia social de la comunicación puede ser también una opción explicativa, acerca
del cómo en las diferentes épocas la humanidad se han podido resolver o sucumbir a diferentes
retos de su propia sobrevivencia y desarrollo como especie en el planeta. Una historia que
narre cómo el saber y el conocimiento han transformado al individuo y a la sociedad en su
conjunto. Una historia que intente explicar el cambio y la resistencia al cambio de los grupos
humanos, hasta el punto de encontrarnos, hoy, un desarrollo formidable, pero con un mapa
global con grandes asimetrías. Una ciencia histórica así planteada podría arrojar luces a las
paradojas que nos sorprenden aún y de los problemas que nos aquejan.
6 Claude Levy Strauss (2004), en su Antropología estructural, introdujo el tema de las religiones comparadas en
pueblos “sin escritura”, donde apuntaba sobre el nivel de complejidad del pensamiento religioso en culturas con o
sin escrituras.
32
La línea clásica del saber occidental
En su tiempo, la disolución del Imperio Romano en el quinto siglo equivalió a un
cataclismo social. A partir de la debacle de Roma como civilización, con alrededor de un
milenio de duración, aquel mundo optimista que había creado dio paso a un mundo oscuro, de
miserias, violencia y el terror. Estos males lo vivieron con particular intensidad la mayor parte
de los pueblos de Europa, que habían disfrutado de una época de oro y relativo bienestar.
Con todas las iniquidades resultantes, propia de su expansión militar, el Imperio
proveía de certidumbre y seguridad al conjunto de la civilización europea. Creó también un
mercado relativamente surtido y estable de alimentos básicos, semillas y herramientas tanto
para el cultivo como para el pastoreo. El orden romano ofrecía autoridad, leyes, protección y
confianza, bienes institucionales imprescindibles para las relaciones económicas cotidianas. A
diferencia de las sociedades vecinas y contemporáneas con Roma, el orden romano garantizó
el respeto a la propiedad y a la vida, a partir del cual era posible prosperar. Sólo en épocas de
crisis política y guerras civiles los pobladores de los dominios romanos sufrieron los abusos de
las épocas sin ley.
Desaparecida Roma, el mundo occidental conocido se tornó a la anarquía, dando paso
al mundo restringido de la Edad Media. En términos de conocimiento la historia del Imperio
Romano ofrece una moraleja. Nos dice que no basta acumular suficiente saber, o de
transmitirlo eficientemente a través de la enseñanza pública, como tampoco poseer un riguroso
sistema jurídico, un Estado fuerte que haga cumplir dichas normas y poseer una ciudadanía
como mecanismo eficiente de identidad de la su sociedad. Todos esos bienes pueden, en un
momento de crisis, sucumbir y retornarse al caos de donde surgió.
En sus mejores tiempos, la oferta romana fue exitosa y atractiva para los pueblos
vecinos que los romanos llamaban “bárbaros”. El éxito de la expansión del sistema imperial
consistió en asimilar progresivamente a los pueblos conquistados, haya sido por la vía militar
o pacífica. El régimen romano siempre ofrecía la opción de la sumisión y pago de impuestos.
A cambio, Roma ofrecía respeto a las costumbres, religión y cultura de los pueblos sometidos.
En cambio, Roma dejaba claro que la derrota militar representaba esclavitud y penalidades
33
mayores, generalmente con confiscaciones o mayores tributos. Fue el mecanismo que el
Imperio aplicaba para desincentivar la resistencia a su expansión. Pero la geografía se le hizo
grande a Roma, que al cabo optó por consolidar lo conquistado.
En la medida en que el orden romano fue consolidándose, en esa medida los pueblos
no-romanos fueron atraídos a emigrar hacia los centros poblados romanos. Roma ya no era
una ciudad, sino una extensión territorial con el dinámico epicentro del mar Mediterráneo. Un
fenómeno muy similar al actual México con los Estados Unidos, al de África con Europa.
Pero además de emigrar para conseguir un lugar donde subsistir, la ciudadanía romana
fue haciéndose cada vez más atractiva al representar una opción de vida para prosperar. Las
migraciones a lo interno de los dominios romanos, que podían transcurrir con relativa libertad
por el vasto territorio, incentivaron la inversión y el crecimiento económico (North y Thomas
1991). Jamás antes se conocía precedente histórico de esta dinámica. Roma, o lo que es lo
mismo decir, todo lo largo y ancho del territorio europeo central, podía recorrerse sin
pasaporte y con una sola moneda. Luego de la desaparición del Imperio, eso fue sólo posible
con la consolidación de la Comunidad Europea, a partir de la última década del siglo XX.
Los llamados pueblos “bárbaros” no asimilados y que habían quedado fuera del afán
expansionista romano, tuvieron dos actitudes frente a la experiencia de Roma: una, emigrar y
reclamar un espacio de ciudadanía romana; otra, saquear. Las presiones migratorias a Roma
fueron continuas, sobre todo hacia las regiones que se ofrecían ricas y poco pobladas. Pero en
la medida que se sobre-poblaban, las fronteras romanas se fueron cerrando progresivamente.
Entonces, las presiones violentas arreciaron en número e intensidad, para dar inicio a períodos
sucesivos de las llamadas “invasiones bárbaras”, que se hicieron cada vez más violentas y
destructivas, y cuyas presiones alteraron el equilibrio interno, hasta hacerlo, finalmente,
colapsar.
La experiencia histórica romana echa por tierra la creencia, según la cual, la tasa de
evolución del saber garantizaría automáticamente el desarrollo y el bienestar. Las evidencias
históricas, como la del caso de Roma, indican que la sociedad no funciona de ese modo. El
saber y el conocimiento no conllevan infaliblemente un bienestar consecuente. Del mismo
34
modo como sucumbió la poderosamente sabia sociedad imperial egipcia, del mismo modo,
eventos impredecibles acabaron con la atractiva sociedad romana y su modelo de vida.
Tras el caos posterior, aparece la llamada “época oscura”, una sociedad de miedo y
terror. La sociedad multireligiosa romana dio paso a una monoreligiosa, pero al mismo
tiempo, llena de prejuicios, mitos aterradores y leyendas que fomentaban el pánico a lo
desconocido, y también, al saber mismo. Así caracteriza la historiografía a la época conocida
como Edad Media.
Al cabo de un milenio después, cuando ya el saber y el conocimiento greco-romano
caían en el más completo olvido, ocurre de pronto el inesperado redescubrimiento de toda
aquella acumulación de saber. Con razón, a este despertar se le dio el nombre de
Renacimiento, fenómeno histórico que tuvo a la imprenta, como protagonista formidable.
La experiencia del Renacimiento representa el impulso crucial que generó la energía
para la transformación del mundo, tal como hoy lo conocemos. El Renacimiento como
experiencia histórica multidimensional, localizado fundamentalmente en Europa, diseñó la
sociedad moderna, a la futura escala global. Un proceso que ha tomado varios siglos y que fue
gestado desde las ciudades comerciales por excelencia. Justo en aquellas ciudades que
gozaban de libertad para el mercado de bienes de consumo, de bienes de servicio y de bienes
de conocimientos.
Esas ciudades fueron además, los espacios para el mestizaje y para la aparición de
nuevos grupos humanos. Siempre fueron pequeñas y débiles ciudades, amenazadas
permanentemente por las fuerzas del oscurantismo medieval y por el terror de la barbarie que
practicaba el saqueo cíclico como forma de vida. Florencia, Venecia, Génova, Roma, Praga,
Sevilla (Martínez, 1991), fueron ciudades mercantiles, acusadas constantemente de propiciar
la perversión humana por parte de la ortodoxia religiosa, según el mito bíblico de Sodoma y
Gomorra. En esos espacios se gestó el Humanismo y se dio inicio a la génesis originaria del
pensamiento científico y del concepto de la condición universal del conocimiento que hoy
mueve globalmente a las sociedades humanas. El fenómeno se desarrolla a partir de la frágil y
modesta experiencia social de las ciudades mercantiles.
35
La experiencia del Renacimiento y el Humanismo como enfoques del mundo
incrementaron la tasa social del conocimiento, a pesar del escenario hostil, restringido y
penalizador del contexto histórico donde emergieron. Esta evidencia contradice con la
creencia acerca de la evolución lineal del conocimiento. Nuevamente, las formas de la
comunicación intervienen para manifestarse en forma de paradoja, aparentemente, irresoluble.
Si el contexto mental, cultural e ideológico no ofrece incentivos para cambiar de mentalidad,
entonces por qué ocurrieron los sorprendentes cambios representados por el Renacimiento y
Humanismo. Y si más bien, pensar diferente podría representar penas, castigos y peligros,
entonces, cómo fue posible que en el relativo corto lapso de tres siglos haya tenido lugar los
cambios mentales más radicales y extraordinarios que haya visto la historia del conocimiento
humano.
La respuesta puede estar en que aquellas ciudades mercantiles por excelencia. Éstas se
vieron envueltas en la dinámica silenciosa del sincretismo resultante de la intensa
interactividad cultural humana. Luego, este sincretismo tomó el curso del arte y la
intelectualidad en temas más humanos que teológicos. Las primeras manifestaciones del
humanismo se pusieron en evidencia con la recuperación de los textos antiguos, que habían de
reescribirse, ilustrarse y decorarse en manuscritos, primero, y luego en la imprenta, después,
en la medida que la censura monástica fue cediendo a la atractiva posibilidad de reproducir
muchos ejemplares para tantas bibliotecas (Eco, 1995). En la medida en que aumentaba la
edición impresa de libros antiguos, en esa medida aumentaba el interés tanto por editar más de
ellos como para reproducir ejemplares a más bibliotecas.
El celo con que la Iglesia Católica resguardada las bibliotecas no pudo evitar la
difusión masiva de aquellos libros. Pronto, el conocimiento producido por la Antigüedad fue
estimulando el interés por temas relegados por el ambiente medieval. Al principio, sólo un
selecto grupo de personas que leían, y otras menos, escribían, por lo que pocos podían tener
acceso a aquellos temas. Algunos eran miembros de la nobleza, y otros escribanos, abogados,
contadores y artistas. Pero la alfabetización comenzó a acelerarse. La imprenta estandarizó los
signos del alfabeto. Antes, los escribas escribían los libros con muy diversas formas de signos
difíciles de identificar. La estandarización de la imprenta facilitó considerablemente el
aprendizaje del alfabeto.
36
La aparición del protestantismo en Europa en el siglo XIV, en plena decadencia
medieval, contribuyó al fomento de la alfabetización. Mientras que el catolicismo imperante
hasta entonces reservaba a los sacerdotes la lectura e interpretación de las escrituras sagradas,
el protestantismo, en cambio, inducía a la lectura individual de la Biblia. La Iglesia Católica
prohibió expresamente la impresión de la Biblia en otra lengua que no fuera el latín.
Justamente, uno de los primeros actos de rebeldía protestante, como el caso de Martín Lutero,
fue traducir e imprimir ejemplares al alemán.
Pronto, la expansión del alfabetismo tendría un efecto espectacular sobre la difusión
del conocimiento en general, tanto el que se hallaba hibernando desde la Antigüedad, como el
que se producía en aquellos tiempos, como consecuencia de la aceleración del razonamiento
lógico, el humanismo y la necesidad de resolver problemas técnicos. La explosión de
científicos, técnicos, filósofos, pensadores, inventores, escritores, educadores aparecieron muy
rápidamente por toda Europa, tanto católica como protestante, aunque con mucha resistencia,
represión, persecución y temores. Incluso mucho después, en el siglo XIX por ejemplo,
Charles Darwin se atreve a publicar El origen de las especies, poco antes de su muerte,
consciente de las consecuencias que le acarrearía para su seguridad personal. La polémica en
torno suyo se mantuvo, hasta muy avanzado el siglo XX, sobre si sus teorías debían o no
formar parte de los programas de enseñanza formal.
La diáspora del conocimiento fomentó considerablemente la tasa social de la
innovación, y rompió con los monopolios del saber, concentrado en las bibliotecas monacales,
abadías y centros religiosos, o en los espacios al servicio exclusivo de gobernantes. De modo
que los inventos, los procedimientos y las teorías ensancharon la base de autores y nuevos
protagonistas. Aún hoy ocurren sorpresas de este tipo. Por ejemplo, la célebre clonación de la
oveja Dolly, en febrero de 1997, ocurrió en el Instituto Roslin de Edimburgo7, en un
laboratorio no tan reconocido, en comparación con los más sofisticados laboratorios que
contaban con equipos completos para lograr tan ansiada hazaña. Muchos por el estilo muestran
que el saber y el conocimiento, cuando ensancha su accesibilidad, no obedece a pautas lineales
7 Los creadores de la oveja Dolly fueron los científicos del Instituto Roslin de Edimburo, Escocia, Ian Wilmut y
Keith Campbell, instituto financiado por el Consejo de Investigación en Ciencia Biológica y Biotecnología del
Reino Unido (Biotechnology and Biological Sciences Research Council) (BBSRC), está asociado con el Royal
(Dick) School of Veteninary Studies, escuela veterinaria número uno en el año 2008, en el ranking del Reino
Unido.
37
predecibles. Más bien sus resultados son impredecibles por una razón: que aún no construimos
un modelo eficiente y satisfactorio para explicárnoslo.
Indagar con la mayor precisión posible y con nuevos modelos de explicativos es el
ánimo de esta historia social de la comunicación que acá se propone. Una historia que narre la
forma en que se construye el conocimiento, cómo se almacena, cómo se acumula, cómo se
difunde, cómo se enseña y cómo se aprehende. Cómo algunos pueblos lo usan con especial
intensidad, y de cómo otros lo ignoran y desprecian. Una historia que explique cómo los
pueblos cambian aceleradamente cuando procesan conocimientos, o cómo se resisten a los
cambios con parca terquedad para mantenerse “ausentes de la historia”, como lo diría, Claude
Levy Strouss, como en efecto lo muestran aún muchas sociedades que permanecen tal y como
vivían sus ancestros más primitivos y antiguos.
De mismo modo, existen sociedades con regímenes teocráticos que temen y rechazan
el conocimiento, aún cuando lo utilicen pragmáticamente para fines de control social. Los
regímenes islámicos, ortodoxos en extremo, son evidencia de ello. Muchas de sus sociedades
viven tal como lo hacían en el siglo VI después de Cristo, en plena Edad Media, negándose al
conocimiento del llamado mundo cristiano occidental, por considerarlo perverso y corruptor
de sus tradiciones y costumbres.
También existen sociedades que han alcanzado un altísimo nivel de bienestar material,
pero con una total ausencia de libertades individuales. La China actual es un ejemplo de ello,
es una sociedad que ha comenzado a ofrecer calidad de vida para buena parte de sus
habitantes, pero carentes de las libertades más esenciales, como la libertad religiosa, que sólo
puede practicarse de manera clandestina. Son pueblos con regímenes que impiden el disfrute
pleno de las libertades que ofrece la democracia. Los argumentos para justificar la ausencia de
libertades son similares a la de los teócratas: tales libertades son fuerzas destructivas de su
mundo particular.
Casos similares nos muestra la historia europea: los feudos cerrados y de disciplina
militar del mundo de la Edad Media; las monarquías absolutistas y centralistas de la Edad
Moderna; los regímenes totalitarios del siglo XIX: bonapartismo y monarquías
contrarreformistas y antiliberales; los totalitarismos del siglo XX, fascismo, nazismo y
comunismo soviético y chino. Todas estas experiencias históricas intentaron limitar las
38
libertades que traían consigo el desarrollo del saber y el conocimiento. Sin embargo, los
pueblos europeos se rebelaron constantemente contra tales regímenes, hasta alcanzar los
niveles de democracia, libertad y estado de derecho que hoy exhiben al mundo. Y aunque la
historia europea estuvo plagada de guerras y conflictos internos; aunque siga siendo el
continente con más diversas de idiomas, hoy Europa se muestra como la experiencia de
integración regional más exitosa.
No obstante, estos pueblos prósperos padecen serios problemas internos. Continúan
siendo notables las contradicciones al interior de sus sociedades. Por ejemplo, sus ciudadanos
han dejado procrear como antes, cuando se mantenía una tasa demográfica cerca del 2%
interanual. Desde la década del 1980, Europa crece a una tasa promedio de 0,7%8, trayendo
como consecuencia que la población europea haya envejecido considerablemente. La edad
promedio actual en Europa es de 39 años y la esperada en el 2050 es de 49 años. En
consecuencia, al Viejo Continente le hace falta inmigración. Esta necesidad es una paradoja:
las intensas corrientes inmigratorias ejercen presiones que amenazan la estabilidad lograda con
su sistema de seguridad social, llamado Estado de Bienestar.
Asimismo, son cada vez mayores las reacciones sobre la denunciada decadencia y
corrupción de los valores que experimenta supuestamente la cultura occidental. En su
voluminosa obra, La decadencia de occidente…, Oswald Spengler (2004) influyó
considerablemente, en buena parte del siglo XX, con su tesis acerca de la evolución cíclica de
la civilización, advirtiendo que la cultura occidental estaba llegando a su ciclo de “vejez” o
decadencia, y con ello a su pronta extinción.
Otros historiadores advirtieron desde un enfoque similar, que estaba transcurriendo un
período equivalente al del Imperio Romano en los tiempos cercanos a su caída, comparación
histórica que hacía énfasis con las actuales presiones inmigratorias. La caída de Occidente
supondría tras de sí, una nueva era de cataclismos sociales. El mundo religioso también ha
contribuido a propagar una perspectiva pesimista y catastrofista del futuro de la cultura
8 Las tasas de crecimiento poblacional en el mundo, según la ONU, se comportan así: Mundial 1950-1985: 1,9%;
1985-2010: 1,7%; Canadá 1950-1985: 1,87%; 1985-2010: 0,7%; Estados Unidos de América: 1950-1985: 1,34%;
1985-2010: 0,75%; Europa 1950-1985: 0,7%; 1985-2010: 0,7%; Rusia 1950-1985: 1,29%; 1985-2010: 0,69%;
África 1950-1985: 2,55%; 1985-2010: 2,93%; Asia 1950-1985: 2,1%; 1985-2010: 1,61%; Latinoamérica 1950-
1985: 2,61%; 1985-2010: 1,83%; y Oceanía 1950-1985: 1,96%; 1985-2010: 1,29%.
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occidental y su liberalismo. Los pueblos islámicos se horrorizan antes hechos como la
legalización de los matrimonios entre homosexuales y la libertad y crecimiento del consumo
de la pornografía y el consumo banal y hedonista. Para estos pueblos, Europa representa el
peligro inminente de corrupción y decadencia de la humanidad, y se molestan
considerablemente cuando “Occidente” caricaturiza al Islam y a su profeta Mahoma, como
ocurrió con las declaraciones del actual Papa, Benedicto XVI, quien se vio forzado a
disculparse públicamente. También ocurrió unas caricaturas publicadas por un diario danés
Jyllands-Posten, en septiembre de 2006, y que provocaron una ola de protestas generalizadas
en el mundo islámico, dentro y fuera de Europa.
La percepción actual del mundo se complica por las asimetrías globales (Held, 2003),
cada vez más notorias, y en plena época de prosperidad económica de esa parte del planeta.
Las economías desarrolladas se han convertido en un centro poderosamente atractivo de
migraciones provenientes de los países pobres. De esta brecha en el bienestar económico se ha
pasado en creciente hacia los choques culturales, una especie de nueva tradición de
discriminación que tiende a profundizar y fomentar mayores desigualdades. El impacto que en
el imaginario tienen estas presiones conflictivas pone en duda la estabilidad alcanzada por las
naciones más prósperas y la viabilidad del proyecto de expansión de la prosperidad,
prometidas por las organizaciones globales de fomento del desarrollo económico y social de
los pueblos9.
La historia social de la comunicación debe hacer un esfuerzo por anticiparse y advertir
acerca de estas percepciones y sus posibles consecuencias para la estabilidad de los pueblos,
sobre la base de la experiencia histórica. No hay otra forma de extraer referentes de
pensamiento aplicado, sino desde el estudio del pasado desde las perspectivas más amplias. Y
tal conocimiento requiere ingresar de inmediato al torrente comunicacional de la sociedad
global, un rol que deben cumplir las universidades.
9 Desde su fundación, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha generado programas de fomento al
desarrollo tales como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) creado en 1980), la
Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial la (ONUDI, creado en 1966), además de la
Organización Mundial de la Salud (OMS), la UNESCO, las comisiones económicas para cada continente, entre
otros sub-organismos que hacen esfuerzos por promover el desarrollo económico, social y cultural del planeta.
40
La advertencia acerca de la gravedad del “calentamiento global” tardó algunas décadas
en consolidarse como una preocupación universal, primero, y en forma de decisiones políticas
concretas, después, para contrarrestar el fenómeno que ya padecemos en toda su intensidad.
Esto ha dado lugar a un amplio movimiento político y cultural se ha extendido por todo el
mundo, presionando por cambios radicales en nuestra manera de relacionarnos con el medio
ambiente. Tales cambios han comenzado a tomar forma en forma de acuerdos internacionales,
como el Protocolo de Kioto, contraído en el 2005 para desarrollar un programa de reducción
en la producción de los llamados gases de efecto climático, durante el lapso 2008-2012.
Lograr acuerdos como éste ha costado décadas y esfuerzos. Primero es preciso superar el reto
del conocimiento, pues la ignorancia y la resistencia al cambio nos hacen débiles y
autodestructivos respecto a nuestro medio ambiente. La comunicación es crucial en este punto.
No basta saber de ello, como tampoco informar. Es imprescindible “comunicar” de modo
eficiente. Este es el punto complejo del problema de la comunicación.
Lo mismo debe ocurrir con los conceptos producidos desde las ciencias sociales10
.
Muchos de estos conceptos no encuentran, aún, asidero en la conciencia y mentalidad
colectiva. Ni siquiera la enseñanza formal, a través de los sistemas educativos, garantiza la
efectiva difusión, por una parte, y la apropiación, por otra, de los saberes e innovaciones que
va produciendo la ciencia social y que va ganando consenso a través de las organizaciones que
se encargan de revisarlos y formalizarlos. Parece oponerse una especie de resistencia cultural,
un muro invisible que impide que el desarrollo del conocimiento impacte cualitativamente de
inmediato en el tejido social, y en consecuencia, sobre el comportamiento social.
Esto nos regresa al punto inicial de este capítulo. A la ciencia social no le basta con
producir conocimientos. Debe también procurar los mecanismos de su difusión pedagógica,
para promover su apropiación social como bien de saber y conocimiento. Es un punto a
resolver. Y no parece suficiente el método de la explicación sencilla, si la hay, para explicar
los conceptos complejos de la ciencia. Se requieren nuevas teorías que abran perspectivas y
formas novedosas de mirar el problema de la conexión comunicacional entre los centros de
10 Aunque estoy por completo en desacuerdo con expresar en plural “ciencias sociales”, pues considero que lo
correcto sería el singular “ciencia social”, el sentido dado en esta obra es el de aludir a las diferentes disciplinas
científicas que componen esta área del conocimiento científico que ya dejó de ser simplemente “sociología”.
41
producción de saber y el resto del tejido social. Se necesitan teorías que ayuden a cumplir este
propósito.
La historia de la comunicación contribuye con la búsqueda de enfoques frescos
respecto al tema del conocimiento y su difusión, que es la preocupación central del presente
capítulo. La condición progresiva y constante del conocimiento ha mostrado “picos” históricos
explosivos y expansivos. Esto ha puesto en evidencia que la acumulación de saberes
ordenados, actuando adecuadamente en un sistema de ideas coherentes, se convierte en una
extraordinaria fuerza histórica de cambio. Fue lo que ocurrió con la aparición de la ciencia
como enfoque del mundo, cuando hasta entonces la concepción religiosa ordenaba la mayor
parte de las percepciones de las sociedades. Aún hoy lo hacen, pero compartiéndola cada vez
más con la ciencia.
Ciertamente, el conocimiento científico provocó un vuelco del concepto de mundo. Reforzó la
idea humanista según la cual, en lugar de Dios, el hombre debe ocupar el centro de la preocupación
intelectual. Por siglos, los humanos vivían desplazados de su propia realidad, exiliados en la periferia
mental de las causas que mueven la realidad. Los humanos sólo debían cumplir el papel de contemplar
el fantástico edificio de la creación divina. Muchos piensan que siempre ha debido ser así, que esa idea
no ha debido alterarse, tal como se desprende de la metáfora bíblica del “Pecado Original”, que
condenaba a los primeros padres de la Humanidad, representados en Adán y Eva, como consecuencia
de desobedecer el mandato divino que prohibía comer del “árbol del conocimiento del bien y el mal”.
Los humanos, movidos por el temor a Dios o a los dioses, debieron mantenerse dentro de los límites
del pensamiento mágico-religioso. Quienes así opinan observan a la ciencia como una especie de
amenaza depravadora de la inocencia humana, o como un instrumento de autodestrucción. Se acusa a
la ciencia de haber desatado las incontrolables fuerzas destructoras de la creación, haciendo que los
humanos asuman la posibilidad de “jugar a ser Dios”.
Hay algo de razón para temer en esta perspectiva religiosa-catastrófica de la ciencia. El
conocimiento científico ha potenciado, hasta extremos inimaginables, la capacidad destructiva
de los humanos. Pero el punto es que no puede acusarse a la aparición de la ciencia como
causa del comportamiento bélico de los humanos. El belicismo es una constante persistente del
comportamiento clásico del hombre pre-científico. La violencia y la guerra son instrumentos
clásicos del pasado previo a la civilización, por más que aún la padezcamos, revelándonos que
no se ha alcanzado un pleno desarrollo de la civilización, que haga completamente innecesaria
42
la confrontación violenta para resolver las diferencias entre los humanos. Es apenas muy
reciente y débil la creación progresiva de un sistema de derecho internacional que regule la
humana tendencia perversa de optar por la guerra, antes que la negociación.
En poco menos de un siglo, tomando en cuenta lo reciente de la inserción del
conocimiento científico en los sistemas de educación pública masiva, la ciencia no ha podido
cambiar la percepción y los modelos mentales instalados como tradición durante milenios. Las
mentalidades no ceden con la simple presencia de un nuevo saber.
El primer gran paradigma científico, el paradigma newtoniano, redescubrió la
capacidad humana para pensar mecánicamente el universo que le rodea. Tal como proclamó
Pitágoras, el hombre se convirtió en “la medida de todas las cosas”. Pero, el mundo no
funciona exactamente como un gigantesco mecanismo de relojería, tal como lo postulan las
mecánicas celestes de Newton. Eso lo sabemos recientemente, tras la aparición del segundo
gran paradigma de las ciencias, el paradigma de Albert Einsten. Sin embargo, el modelo de
Newton se constituyó en un poderoso sistema de predicción de un buen grupo de fenómenos
físicos. Ese poder fue suficiente como para alimentar la arrogante creencia sobre el poder
omnipotente de la ciencia, una arrogancia costosa, que condujo a muchos científicos por las
rutas de una nueva oscuridad. La oscuridad del poder de lo racional sobre el resto de la
complejidad humana. Rutas que llevaron a la ciencia a convertirse en una especie de nueva
religión, promoviendo poderosas teorías omni-explicativas, peligrosas, cuando se extendieron
al mundo de las ciencias sociales. No olvidemos que fue desde el mundo “científico” donde se
originó y promovió la idea de la superioridad de una “razas” sobre “otras”.
Hubo que esperar a principios del siglo XX, a que Einsten hiciera pedazos el origen de
tan soberbia certidumbre. Einsten demostró que las mediciones, de las que dependen todas las
posibilidades de la ciencia, son hechos singulares que dependen de la capacidad personal de
cada científico. Cuando siempre se creyó en la impersonalidad como requisito del
conocimiento científico, un científico equilibrado estudiando un universo supuestamente
imparcial. Por el contrario, el acto científico era un acto humano por excelencia, y por tanto,
determinado por un punto de vista, en el tiempo y en el espacio, y siempre, un punto de vista
particular del observador. Este fue el punto crítico de la teoría de la relatividad que dio al
43
traste con el poderoso paradigma newtoniano, cambiando a su vez la epistemología de la
ciencia, en adelante.
Este enfoque se profundizó a mediados del siglo XX, con los trabajos de Niels Bohr,
en su teoría cuántica (1913) y de Werner Karl Heinsenberg, con su “principio de
incertidumbre” (1927). Ellos nos hicieron entender que el mundo no es precisamente un
universo objetivo. Lo que sabemos del universo son apenas una serie de aproximaciones. El
universo existe sólo en los límites de nuestra relación con él. Únicamente, a través del
descubrimiento de las leyes de la comprensión humana, será posible discernir, en alguna
medida, entre las realidades universales de las ideas y percepciones que de éste tenemos.
La realidad ocurre fuera del mundo de nuestras ideas. Son realidades caóticas, que se
muestran impredecibles, en muchos casos, y abrumadoramente invisibles para muchos de
nuestros conceptos. Lo que hacemos cuando intentamos ofrecer una explicación del universo
es dar apenas una versión. Por ello, es preciso tener presente que siempre estaremos frente a
diversas versiones del universo. Llegado a este punto, lo que aspiraría hacer la ciencia es
construir un modo de hacernos con aquella versión que más se parezca a la realidad universal,
y que mejor explique el caos que no comprendemos.
Este enfoque radical acerca del conocimiento objetivo, que adelantaran Bohr y
Heinsenberg como resultado lógico de las asombrosas conclusiones a que les llevaron sus
interpretaciones sobre el comportamiento de la microfísica del universo, fue reinterpretado por
el filósofo de la ciencia Karl Popper, para construir y proponer un modelo filosófico para la
ciencia (1963). Popper propuso que toda forma de conocimiento que se exprese a través de las
teorías científicas debe incluir un mecanismo de falsación de los postulados científicos, si es
que se aspira a hacer ciencia y no otra cosa. Las teorías deben demostrar que lo que dicen no
es falso, antes que demostrar que son ciertas. Con esto, el mundo científico inicial de la
mecánica física y el mundo natural, son colocados de cabeza. Esta es, justamente, la
revolución del pensamiento científico que estamos viviendo las presentes generaciones.
Con tales proposiciones, se impuso una necesaria revisión de las teorías disponibles, la
mayor parte de ellas heredadas de la influencia del positivismo del siglo XIX. En ello se han
invertido los esfuerzos de la ciencia, no sin grandes tropiezos, a lo largo del accidentado y
44
difícil siglo XX. Un largo período definido como “crisis de paradigmas”, en la obra de
Thomas Kunh, La estructura de las revoluciones científicas (1962). Un período que ha
trasformado por completo la mentalidad y la cultura del llamado campo científico, que aquí se
prefiere denominar: el enfoque científico del mundo.
No pocas confusiones se han vivido y se viven desde entonces. Hasta incluso con
destacados grupos de intelectuales que han reaccionado duramente en contra de la
“racionalidad científica”, acusándola de falsa y engañosa. Y más, estos grupos critican todo el
sistema racional construido desde la llamada modernidad, acusada de construir una
concepción “clasista”, “discriminadora” y “controladora del mundo”. A cambio, postulan la
“insurgencia”, una de sus palabras favoritas, de una nueva racionalidad “postmoderna”, que
decreta la “inconmensurabilidad” de las teorías científicas, es decir, una especie de condición
“feudal” de las teorías científicas, donde cada cual no tiene por qué responder a ningún criterio
de delimitación científica ni a ningún otro criterio acordado por comunidad científica alguna.
El problema es que tal perspectiva caótica de la ciencia como mecanismo
representación del mundo parece ser el producto de un estado de ánimo, más que de una
verdadera conmoción en los cimientos del mundo científico. Lejos de esta polémica
epistemológica, el mundo científico se ha concentrado en formidables proyectos, tales como el
descubrimiento del genoma humano, la búsqueda de una teoría unificada del funcionamiento
físico del universo, la cura de las enfermedades mortales, la propuesta de planes para revertir
el fenómeno del calentamiento global, y muchos otros. A pesar de las duras críticas y las
dudas que aún abundan acerca de la veracidad de sus propuestas, la ciencia continúa haciendo
lo que desde el principio: producir más conocimientos e incentivar los cambios. No parece
haber otro camino que la marcha de la humanidad hacia la sociedad del conocimiento, una
quimera aún, pero la historia así lo está anunciando.
Otro debate se concentra en el sentido que pudiera tener el conocimiento producido por
la ciencia. Temas cruciales como la manipulación genética o la manipulación molecular, sobre
sus impredecibles consecuencias, por ejemplo, son terrenos para una ética de la ciencia o del
conocimiento científico. Probablemente, el presente sea un buen momento para una revisión
de perspectiva ética sobre el conocimiento humano, donde el conocimiento científico juega un
rol estelar, como también lo juega la religión como enfoque del mundo. Este es un terreno
45
fértil para una historia de la comunicación, el tema de la ética del conocimiento, no como una
disciplina reservada a filósofos o a los teólogos, sino como una disciplina implícita en la
producción de saberes que pueden, como lo demuestra la historia, transformar radicalmente el
mundo conocido en otro que tal vez ni siquiera sospechamos imaginar.
46
1.2. Los conocimientos
Los humanos, despojados de ropas y tecnología, somos débiles y frágiles. El resto de
los animales logra sobrevivir con lo que tienen, sin ningún complemento adicional. La
diferencia entre uno y otro estriba en el conocimiento. La ilimitada capacidad del saber
humano le convierte en una especia única, especial, en la criatura más poderosa del planeta. La
forma en que nuestros ancestros más primitivos adquirieron el saber es la misma como hoy la
adquirimos. Quizás hayan ocurrido algunos ajustes biológicos. Quizás seamos más altos como,
en efecto, lo somos; quizás más inmunes y por tanto más longevos. Pero, básicamente, los
humanos de hoy son los mismos humanos de las primeras épocas.
El conocimiento circunstancial
Este ejercicio comparativo nos permite separar diferentes formas de saber y
conocimiento El tipo más básico de conocimiento es el circunstancial, el cual puede definirse
como aquél que se necesita para moverse en un espacio determinado, y que nos permite
orientarnos geográficamente. Con él, reconocemos de inmediato las cosas que nos rodean,
sencillamente, porque nos resultan familiares. Y si no, pues de inmediato las relacionamos con
aquellas que ya conocemos, las comparamos y, finalmente, la incluimos dentro de nuestros
saberes.
El conocimiento circunstancial es el que compartimos con el reino animal. Explica
ciertas habilidades desarrolladas por los animales que a veces nos sorprenden y que no
dudamos en calificar de “inteligentes”. Este conocimiento ocupa la mayor parte de la memoria
de los animales, pero apenas si ocupa una parte ínfima en la capacidad memorística de los
humanos. Es exponencial la gran cantidad de saber circunstancial que poseemos. Su cantidad
es creciente e ininterrumpida en la medida que maduramos, y sin embargo, no nos sentimos
abrumados por tanta información.
47
El conocimiento general
Hay un conocimiento general, que sólo los humanos poseen. Son aquellos que
deducimos por observación simple. Sabemos de la naturaleza del día y de la noche, su
duración, el por qué hay días y por qué noches. Sabemos de la muerte, sus causas, así como las
causas de muchos eventos, del agua cuando cae, de las sucesivas estaciones, y muchos otros.
Se trata de un conocimiento más que circunstancial. Cuando decimos: “los pájaros hacen nidos
en los árboles”, aludimos a un conocimiento circunstancial, mientras que cuando decimos
“todos los seres vivos tienen que morir”, implica una deducción general, un saber general. Lo
hemos aprendido por observación y aprendizaje.
Para expresar el conocimiento circunstancial sólo hace falta un lenguaje natural, el que
está compuesto por la mayor parte de las palabras que usamos a diario y que denotan los
nombres de las cosas y acciones que ocurren, sus cualidades y las cualidades de las acciones.
Pero el conocimiento general requiere de un lenguaje especial como único modo de
aprehenderlo y expresarlo. El conocimiento general ya impone una necesidad de
comunicación con un nivel de complejidad. La frase, “todo ser vivo tiene que morir” tiene, por
una parte, un sentido obviamente literal. Pero, al mismo tiempo, encierra una metáfora, una
reflexión que no tiene un referente objetivo. Más bien tiene un sentido subjetivo y existencial.
El conocimiento general se apoya en dos formas de saber: uno, es el saber que se
comunica a través de proposiciones, de axiomas, de expresiones relativamente lógicas,
coherentes y objetivas. A menudo, no hace falta comprobarlas, en el sentido estricto. Basta
inferir y relacionar lo que se comunica, para asumirlo como un conocimiento seguro. Y dos, el
saber que se comunica a través de la fe, del mito, del lenguaje poético, el cual requiere más
elaboración metafórica, pero igualmente con referentes objetivos.
Por más abstracta que sea una proposición, siempre requiere un referente objetivo, un
conector con la realidad. No es casual que la mayoría de las religiones postulen que Dios, o los
dioses según sea el caso, hayan creado al hombre a su imagen y semejanza. El acto de creer en
48
Dios requiere una conexión con la realidad. Es parte sustancial vincular la vida con la
necesidad de comunicar la idea religiosa que se encierra en el concepto “Dios”.
El conocimiento abstracto
El progreso o evolución lógica del conocimiento general, y sobre todo de la capacidad
para comunicar este conocimiento, fue lo que dio paso al conocimiento abstracto. Popper11
llama al conocimiento científico “mundo tres”, para diferenciarlo de los otros dos mundos que
también define en su modelo acerca de la naturaleza del conocimiento. El mundo uno estaría
contenido por lo natural o circunstancial, mientras que el mundo dos, el del conocimiento
objetivo o general. El mundo tres contendría el conocimiento abstracto. Es el mundo de las
matemáticas, cuyas proposiciones axiomáticas serán ciertas, siempre que aceptemos los
supuestos abstractos en los que se basan sus razonamientos. No necesita de referente objetivo.
Claro, la aritmética, como primera manifestación de las matemáticas, contiene un alto
componente de aplicación objetiva, ya que nace de la preocupación por resolver problemas
cuantitativos muy objetivos, que padecieron los humanos en todos los tiempos. Pero por
propia naturaleza, las matemáticas evolucionan hacia lo abstracto, hasta construir un mundo
que no es real, una especulación pura que se rige por estrictas reglas propias. Un mundo
diferente completamente creado por la capacidad de comunicación humana. Es lo que
pretendía expresar Popper como noción crucial para el mundo de la ciencia.
El conocimiento científico es tan abstracto como el pensamiento religioso, siempre que
aceptemos también sus postulados y proposiciones. La religión no se limita a dar una
explicación del origen del mundo. También se esfuerza por dotar a los humanos de un orden,
de reglas y valores para establecer un equilibrio en sus relaciones entre sí y con la naturaleza.
El pensamiento religioso, sobre todo de las religiones modernas, judaísmo, cristianismo e
islamismo, proveen a la humanidad de un cuerpo ético, de una moralidad que necesita para
hacer soportable la convivencia humana.
11
Popper refirió su tesis de los tres mundos en su conocida obra El conocimiento objetivo, con ediciones en
diferentes editoriales.
49
La matemática es tan antigua como la religión. Ambas son formas de explicarnos el
mundo a partir de unas reglas lógicas. Muchos filósofos, que al mismo tiempo fueron grandes
matemáticos, proclamaron incluso que la creación divina se expresa por los números. Son,
pues, las primeras formas complejas del saber y del conocimiento que, en términos históricos,
son de relativamente reciente adquisición. La ciencia, concebida como cosmovisión del
mundo, es el resultado lógico de la evolución de esta complejidad de pensamiento abstracto.
Pereciera que la mente humana estuvo preparándose para ello desde los tiempos más remotos,
pasando por la aparición religiones complejas. Progresivamente, la mente humana fue
haciéndose capaz de ordenar y explicarse al mundo de un modo cada vez más complejo.
Hedonismo del conocimiento
El siguiente paso del conocimiento es el que se relaciona con la felicidad y el placer.
Aunque suene obvio, la felicidad es un concepto complejo y abstracto. Es una idea asociada al
saber, tal como la concibieron los griegos desde la antigüedad. Pero es apenas reciente la
asociación del placer al conocimiento, como parte de la concepción en la Era Moderna. Y
mucho más reciente el fenómeno de masificación del conocimiento, como un bien apreciado
que se disfruta y se aprecia.
La felicidad fue un concepto debatido y reflexionado desde el surgimiento de los
primeros sistemas de pensamiento filosófico, conocidos. Para Aristóteles, por ejemplo, la
felicidad equivalía al “bien supremo”. Tal “bien” se interpreta como el fin último de nuestras
acciones, y consiste, como lo expresa el filósofo en su Ética a Nicómaco, en…“una actividad
del alma en consonancia con la virtud”. Este enfoque aristotélico de la felicidad compitió con
el concepto judeo-cristiano, donde para éste, la felicidad es sólo alcanzable plenamente en la
comunión perfecta con Dios. Ambos enfoques fueron pares que alimentaron y constituyeron
las bases originarias de la ética occidental. De allí, la extrema importancia del concepto
felicidad.
No sorprende que, con la irrupción del conocimiento científico, la idea aristotélica
recobrara fuerza, ante el abrumador peso de la tradición religiosa, pues el pensador
50
proclamaba que el ser humano posee una función natural, “una cierta vida práctica de la parte
racional del alma”. Las llamadas “virtudes intelectuales”, tales como la prudencia y la
sabiduría, son sólo posible adquirirlas por aprendizaje y experiencia, y son parte de la esencia
del alma humana, en el modelo aristotélico. De tales virtudes intelectuales se derivan, en
consecuencia, las virtudes morales: valentía, moderación y justicia, entre otras del mismo
tenor. De este modo, la virtud se define como el hábito de decidir, preferiblemente, exponía
Aristóteles, de manera justa y racional, como lo haría el “hombre prudente”. Así, el deseo de
lograr nuestros fines es lo que modela nuestro razonamiento. Este enfoque fue, sin dudas,
apropiado por la ciencia cuando, en su momento, le tocó “desprenderse” de la ética religiosa
que, como sabemos, imponía un estrecho margen al saber científico.
De esta manera, se fue desmitificando la idea de que sólo se es feliz, como suponemos
que lo son los animales, viviendo en la ignorancia más absoluta. Muchas sociedades del
pasado, cultivaron con especial celo este mito, poniendo particular énfasis en monopolizar el
saber, con la convicción de evitar “contaminar” a las “mentes frágiles”, como se les solía
concebir a los humanos corrientes. Un ejemplo contundente de esto nos lo ofrece la historia de
la censura de los libros, la mayor parte fundamentada en el temor a la difusión del saber.
La historiografía nos muestra que el mito no satisface plenamente la curiosidad
humana. El saber es un deseo innato en la condición humana. Cierto que, por mucho tiempo,
la sed de saber fue saciada por la fe, y luego, por la literatura, hasta que aparecen, finalmente,
los libros masivamente impresos. En la medida en que se hacen atractivas otras opciones de
saber, en esa medida el deseo de conocer se acrecienta. Esto explica el empeño por buscar
siempre una nueva explicación e indagar más sobre un asunto que se supone resuelto por la fe,
o por otro saber que heredamos como indiscutible. Pero además, satisfacer el deseo de saber
produce una extraordinaria sensación placentera del logro, una felicidad comparable con el
resto de los placeres. Sin duda, una fuerza poderosa mueve a los humanos a buscar satisfacer
su afán de conocer, justamente es el modo en cómo ha transcurrido su propia historia. Pues no
hay historia sin cambios, y no hay cambios sin el motor de la información, el saber y el
conocimiento.
Todas estas formas de saber están asociadas a la comunicación como fenómeno social
por excelencia. El lenguaje ha debido sufrir importantes mutaciones para hacer posible los
51
cambios en las tres modalidades del conocimiento. Como el lenguaje es parte de la
comunicación, es allí donde operan las complejas interacciones entre los tres compenentes
básicos de la comunicación: uno, los medios con que cuentan los humanos para expresarse y
relacionarse entre sí; dos, el mundo del lenguaje propiamente dicho; y tres, el mundo de las
ideas disponibles.
Una interacción dinámica e influyente entre las tres dimensiones del saber:
circunstancial, general y abstracto. La necesidad de expresar una idea impone una necesidad
de lenguaje y de un medio que lo difunda. El desarrollo en los medios de comunicación
comporta mayores incentivos en la producción de ideas por interactividad. Y también, a los
cambios en el lenguaje, los cuales estimulan las capacidades de ir más lejos en las
especulaciones sobre la interpretación del mundo, en una dimensión de ideas abstractas. Como
portadora de conocimiento, la comunicación no se limita a la transmisión de información,
direccional o bidireccional, como suele sostenerse aún. La comunicación es un fenómeno que
contiene las tres dimensiones arriba referidas. Y éstas, a su vez, guardan una estrecha relación
con el contexto de cada época. Este es el principio crucial del enfoque histórico que se
pretende proponer en este trabajo. Por ello, teorizar la comunicación implica teorizar sobre la
historia.
52
1.3. Velocidad y tiempos en las comunicaciones: de la inamovibilidad del
tiempo al micro-tiempo.
Los sorprendentes cambios de velocidad en los tiempos de transmisión de la
información, ofrece una idea de los desafíos a los que se enfrenta la civilización humana.
Hasta la aplicación de las tecnologías de navegación, que permitieron los viajes
interoceánicos, los tiempos en las sociedades humanas trascurrían con relativa lentitud,
alterada sólo por los ciclos ambientales extraordinarios, que implicaban catástrofes naturales,
epidemias, hambrunas, que obligaban a forzosas migraciones en penosas condiciones.
También alteraban la percepción de inamovilidad del tiempo la aparición de alguna
nueva tecnología, o más común, la guerra, entre muchas otras causas. Todas constituían
interrupciones a la cotidianidad de la sociedad primitiva, antigua y medieval, creando la
sensación, en el imaginario social, de que el tiempo no transcurría.
En el caso del transporte, la tasa de los cambios fue exponencial, a partir de los viajes
interoceánicos desde mediados del siglo XV. Es la época que comenzamos a llamar Moderna.
Ya en el año 1800, las personas podían viajar un promedio de treinta y ocho kilómetros diarios
con cierta comodidad, es decir, dentro del límite normal de fuerzas requeridas que incluye
hombres, mujeres, niños y ancianos, en un promedio aceptable. Obviamente, los hombres de
mediana edad tenían más resistencia y mayor capacidad para recorrer distancias mayores.
El indispensable servicio de correo de cualquiera de los imperios de la antigüedad
seleccionaba a los hombres más resistentes y veloces, que equivalen hoy a los atletas de
maratonismo de las competencias de atletismo. Pero, en promedio, la capacidad de
desplazamiento humano puede estimarse alrededor de cinco kilómetros por hora, que a razón
de una jornada de viaje de un máximo de ocho horas por día, menos el descanso necesario,
obtendríamos la cifra de treinta y ocho kilómetros diarios de capacidad desplazamiento a pie.
En sus vidas cotidianas de aquellas difíciles épocas preindustriales, muchas personas se veían
obligadas a desplazarse por largas distancias de ida y vuelta para lograr el sustento diario. Eran
jornadas de a pie, pues como ocurre con los vehículos de hoy, la gran mayoría no podían
poseer los costosos caballos o mulas. Pero aún con caballo, una distancia mayor de treinta y
ocho kilómetros diarios de ida y vuelta ya resultaba fatigante. En términos normales, esa era la
53
distancia habitual de desplazamiento de los humanos antecesores. Y ese era también el tiempo
que marcaba el ritmo de sus vidas.
Por supuesto, esa capacidad para transportarse, en los principios del siglo XIX,
equivale también para la antigüedad, aunque no tan sencillo como en esta última época.
Desplazarse a ese ritmo necesitaba algunos requisitos. Construir una estructura de caminos y
rutas de navegación que permitiese este desplazamiento de manera cómoda y con bajo riesgo
constituía ya todo un reto para las sociedades de épocas antiguas. No en todas las regiones del
mundo se disponían de caminos o accesos a rutas de navegación conocidos, señalizados y
seguros por la mayoría de las personas. Se requería, para ello, un Estado lo suficientemente
fuerte como para disponer de fondos para la construcción y mantenimiento de caminos y
puertos fluviales y marítimos. En la medida que retrocedemos al pasado, disminuyen también
las posibilidades de cumplir con este requisito para la libre circulación de las personas.
A medida que retrocedemos en el tiempo, tampoco se concebía la libre circulación de
las personas. Por lo general los individuos medios o comunes debían restringirse de viajar, no
sólo por razones de costo, como ocurre hoy día, sino la más de las veces, por prohibiciones
expresas. Se necesitaban permisos, visas, no solo para llegar a algún lugar, como ocurre
actualmente, sino para salir de donde se residía. Aunque aún ocurren en algunos países. Por lo
general sólo viajaban los comerciantes, en tiempos de paz, y los ejércitos en tiempos de
guerra. La prohibición de viajar también se debía al temor a la migración, por la escasez de
mano de obra. Recordemos que en la antigüedad y hasta muy entrada la Modernidad, el
crecimiento demográfico siempre se encontraba por debajo de los índices contemporáneos,
hasta el punto del crecimiento vegetativo, cuando el crecimiento de la población apenas
lograba superar el umbral de nacimientos con respecto a la mortalidad. En consecuencia, las
sociedades premodernas padecían de una permanente falta de mano de obra. Esto incentivaba
a los gobiernos locales a tratar de impedir las migraciones poniendo severas restricciones a los
potenciales viajeros.
La noción de “libre circulación por el territorio” es muy reciente. Incluso, es una
noción más tardía que la de la libertad de expresión. Para que el concepto de libre circulación
evolucionara a como actualmente lo concebimos, han debido ocurrir muchos eventos previos.
No bastaba el espíritu rebelde de algunos individuos que se atrevían a aventurarse en viajes.
54
Ciertamente, los humanos se destacaron, por milenios, por su condición nómada, lo cual
garantizaba en buena medida su sobrevivencia. Aunque se tratara de un nomadismo
trashumante, tratando siempre de establecer un territorio propio de la banda, los humanos
desarrollaron la tendencia a desplazarse en forma cíclica o periódica, por razones más forzosas
que placenteras.
El sedentarismo es más bien un fenómeno reciente de la historia de la civilización
humana. Cuando los territorios se hicieron escasos y la competencia por poseerlos se hizo más
difícil y costosa, no quedó más opción que permanecer más tiempo en el mismo lugar. Hubo
que sobrevivir en el territorio disponible, ofreciera o no, abundancia de bienes para la
sobrevivencia. Pocos territorios se ofrecían paradisíacos, llenos de abundancia para una fácil
recolección, abundante caza y exitosa pesca. Así que hubo que “obligar” a la naturaleza, a
través de la agricultura, la cría y la pesca más allá de la orilla de la playa o el río, a proveer de
los bienes de subsistencia. Pero estas actividades indispensables requerían más humanos del
número que conformaban, en promedio, las bandas o grupos de la era pre-agrícola. En
consecuencia hubo que estimular la procreación, cuidar más a los críos, atraer más población y
crear incentivos o mecanismos de restricción e incentivo al arraigo. En este nuevo escenario,
el nomadismo y la libre circulación resultaban contrarios e inconvenientes para las exigencias
de la nueva realidad. Pronto desaparecerían de la mentalidad social. El nomadismo sería
concebido como un primitivismo.
En este período de restricciones migratorias comienzan a ceder con la emergencia del
comercio intercontinental. La reaparición de la libre circulación y la consolidación de los
caminos comerciales, abarataron los costos y riesgos de migrar e incentivaron los viajes.
Desde la antigüedad, sólo los grandes imperios poseían la ingeniería capaz de construir
caminos y puertos. El Imperio Romano fue famoso por su extraordinaria red de caminos,
gracias a lo cual se debía su fuerza como modelo civilizatorio y su capacidad para mantenerse,
no sólo en el aspecto militar, sino además, con el comercio nutriente de su economía.
La necesidad de crear una estructura de caminos no fue una singularidad exclusiva de
la experiencia romana, aunque nadie como los romanos para llegar más lejos que ninguna otra
civilización de su época en este aspecto. Todas las experiencias imperiales destinaron
considerables esfuerzos e inversiones para hacerse de una estructura de caminos rápidos,
55
seguros, confiables y confortables. De ello dependía, en buena medida, la estabilidad y
consolidación del Estado, de ello dependía su alimentación y su bienestar.
Pero, si bien los caminos son sustanciales a la estabilidad de los imperios, también lo
son sus restricciones. Los romanos impusieron regulaciones estrictas en sus fronteras, en un
intento por administrar en lo posible las migraciones de población no-romana, o mejor, no-
romanizada que ellos llamaban “bárbaros. En contraste, los ciudadanos romanos, incluidos los
de las provincias conquistadas, podían circular libremente por el extenso territorio que
equivale hoy al de la Unión Europea, con un solo pasaporte y una misma moneda.
Precisamente, el orden romano terminó de sucumbir, ante la presión migratoria en las
fronteras que tanto se empeñó en impedir. Un fenómeno muy similar vive Europa ante las
presiones migratorias provenientes de otros continentes menos favorecidos económicamente.
Un caso emblemático de control de las migraciones fue el imperio Chino. A pesar de
que los asentamientos humanos de la China actual se remontan a más de trescientos cincuenta
mil años, fue sólo durante la dinastía Qin, a partir del 221 AC, cuando se consolida lo China
moderna. El primer emperador de esta dinastía, Qin Shi Huangdi llevó a cabo el primer gran
proyecto imperial: la construcción de una red de carreteras. Luego, pasaron a construir
murallas en las fronteras, sobre todo en la frontera norte. Cientos de miles de hombres
trabajaron en el más espectacular proyecto de construcción pública de la época: la Gran
Muralla China, una fantástica obra de mil novecientos kilómetros de largo y más de diez años
de construcción, cuyo legado continuó hasta extenderla después a los seis mil kilómetros que
actualmente exhibe. Igual que las fronteras romanas, la intención de ese gigantesco muro fue
la de separar la “barbarie” de la “civilización”. Entonces, como ahora, China es la nación más
poblada del mundo.
A pesar de que el imperio se vino abajo tras la muerte de Shi Huangdi, la nación se
mantuvo respetando su modelo totalitarista impuesto con métodos tiránicos. Para ello, se
unificó el sistema jurídico, el sistema de pesas y medidas y, en especial, se estableció un único
alfabeto para todas las lenguas, que fueron muchas: mandarín, xiang, yue, min, gan, yue, kejia,
wu, los dialectos principales.
56
Toda tesis o teoría no reconocida, toda forma de disidencia con los preceptos
establecidos fue duramente perseguido, sus libros quemados y prohibidos. La China fue una
civilización que reguló con cruel eficiencia el conocimiento. Lo sigue haciendo hoy día. Otros
imperios, desde la antigüedad hasta el comienzo de la era global, a partir del siglo XVI,
intentaron aplicar métodos similares en búsqueda de la estabilidad.
El período del Imperio Romano, mostrando un patrón de tendencia similar a otras
experiencias imperiales afines, fue particularmente rico en ofrecer datos sociológicos y
antropológicos orientadores sobre la transferencia civilizatoria de saberes. Durante aquellas
épocas, el intercambio intercultural fue mucho más intenso, independientemente de que las
corrientes migratorias fuesen violentas o pacíficas. Un intercambio intenso, tanto en períodos
de expansión bélica, como en período de paz. Intenso intercambio comercial, incluso con
naciones consideradas hostiles y enemigas.
El ritmo de este intercambio dependía de la capacidad de desplazamiento. La
comunicación y el transporte estaban unidos inseparablemente, hasta la invención del
telégrafo. De manera que el estándar inmemorial del recorrido de treinta y ocho kilómetros
diarios se mantuvo hasta la aparición de nuevos medios de transporte masivo. Quizás algunos
kilómetros más a caballo o a carros tirados, lo cual era ya un privilegio de pocos, nunca de
carácter masivo. En consecuencia, fue un período en la historia de lenta formación
intercultural, de los que hay que excluir aquellos períodos de aislamiento e incomunicación,
como el que vivió Europa, durante la llamada Edad Media, que se inicia justamente con la
caída del imperio romano y la fragmentación territorial de sus antiguos territorios.
Con la desaparición del Imperio Romano, también desapareció la seguridad de los
caminos y la seguridad en general. Surge, en consecuencia, una sociedad hostil, guerrera, y
sumida por completo en el terror. La vida cotidiana se convirtió entonces en un verdadero
tránsito penoso, soportable gracias a la fe religiosa, que prometía una vida después de la vida.
La poca seguridad disponible era costosa. Los guerreros protectores de los territorios
asediados por otros guerreros imponían cada vez precios más altos por sus servicios, hasta
hacerse prácticamente los dueños de las vidas de los infelices que quedaban atrapados en sus
territorios-fortalezas, obligados a trabajar apenas para sobrevivir y pagar sus costosas cuotas
de protección a los señores que protegían sus vidas, bienes y familias. Fue la sociedad feudal,
57
de cultura tribal y violenta, aislada e ignorante. No por nada se ganó el epitafio “Edad
Oscura”.
Las murallas de los grandes imperios dieron paso a las ciudades amuralladas. Los
desplazamientos se hacían más cortos y poco frecuentes, dado el alto costo de la seguridad de
transportar personas, mercancías e información. Fueron períodos en que el mundo se hacía
sumamente lento, dando la sensación de que el tiempo estaba detenido. Lo que explica el poco
afán tecnológico por medir el tiempo. El desarrollo en la relojería, es decir, en la necesidad de
medir con mayor exactitud el tiempo, comenzó a acelerarse justo con el boom de los viajes
interoceánicos y con la explosión del crecimiento urbano.
Con la llegada del ferrocarril en el siglo XIX, la civilización humana llega al año 1900
multiplicando por cinco las distancias estándares de recorrido promedio por habitante. De 35
kilómetros diarios, el promedio se eleva a 190 kilómetros diarios. En Inglaterra, a mediados de
siglo XIX, la red de ferrocarriles ya servía a casi todo su territorio. En los Estados Unidos de
América (EUA), las grandes distancias fueron vencidas con el ferrocarril, gracias a lo cual fue
posible la llamada “conquista del Oeste”. No cabe duda que el ferrocarril fue la clave en el
despegue económico de los EUA como nación, sobre todo siendo una nación
fundamentalmente agrícola, que aún sigue siendo.
Además, el ferrocarril hace el viaje más cómodo y seguro, y sobre todo lo hace masivo.
Ahora no sólo se podían desplazar las personas fuertes y ricas. También lo podían hacer niños,
mujeres y ancianos, así como viajar con poco dinero, pues el ferrocarril nació como un
negocio que buscaba transportar la mayor cantidad posible de personas y mercancías. Aunque
hoy parezca muy normal, esa diferencia impactó considerablemente en la manera de concebir
la vida de aquella época.
Un siglo después, en el 2000, ya es común que millones de personas aborden autos,
trenes y aviones, para desplazarse muchísimos kilómetros más al día. Más personas y más
distancias. Un promedio estadístico ubicaría el cierre del siglo XX con una distancia de 950
kilómetros en un día, con un aumento importante en velocidad, confort y lo masivo. Es cinco
veces mayor que al cierre de 1900.
58
Con estos tres promedios anteriores, puede especularse acerca de las distancias que
posiblemente se promedien dentro de cien o doscientos años, previendo incluso vuelos
supersónicos y hasta distancias espaciales. No es especulación, pues ya se están comenzando a
comercializar los viajes al espacio. No es descabellado seguir multiplicado por cinco para
obtener, para el año 2100, un promedio de 4.750 kilómetros por día, y para el año 2200, una
media de 23.750 kilómetros cada día. Probablemente, tocarán rendimientos decrecientes en
esta tendencia o posiblemente superen el factor cinco histórico. Lo que es seguro es que las
distancias actuales serán superadas considerablemente, ofreciendo a los humanos de entonces
una perspectiva de amplitud y rapidez del tiempo y las distancias, lo cual continuarán
modificando radicalmente las perspectivas mentales.
Esta proyección de ejercicio simple es útil para subrayar la capacidad humana para
adaptarse a los súbitos aumentos en las velocidades, no sólo de transportarse, también de saber
y conocer. Pues con esta velocidad, el pensamiento y la capacidad para trasmitirlo han
cambiado con tal rapidez, que aún no ha sido posible reflexionarlo.
Esto también es parte de las preguntas para una historia social de la comunicación. Los
humanos vivieron la mayor parte de su tiempo histórico en un mundo donde el tiempo y las
distancias eran prácticamente inamovibles, promoviendo una vida aislada o muy parcial del
mundo. Esta condición impactaba sobremanera sobre las mentalidades y los comportamientos.
Apenas comenzaron a producirse cambios en la percepción de las distancias, por ejemplo,
cuando a fines del siglo XV comenzaron los llamados viajes de descubrimiento, comienzan a
incentivarse las fuerzas migratorias. Muchos europeos empezaron a soñar con “una nueva
vida” en un “Nuevo Mundo”. Este simple cambio en las perspectivas fue suficiente como para
generar un movimiento que influyó en todas las áreas de conocimiento. Sobre todo, cuando se
logra saber de la escala planetaria del mundo.
La evidencia histórica nos dice entonces que, a un cambio en la velocidad de los
tiempos de recorrido, y con ello de la velocidad con que viajan las informaciones, sumado a un
cambio en las percepciones de las distancias, influyen directamente para la alteración en los
imaginarios, las mentalidades y las perspectivas que los humanos tienen del mundo que les
rodea, y en consecuencia sobre una probable modificación de los comportamientos y las
tradiciones.
59
Es este un punto importante en el enfoque histórico contenido en el presente trabajo,
que al mismo tiempo sirve de marco introductoria para pensar la comunicación en la búsqueda
de una teoría más eficiente que la explique, tal como se propone en el capítulo que sigue.
60
Capítulo II
APORTES PARA UNA TEORÍA INSTITUCIONAL
DE LA COMUNICACIÓN
61
Capítulo II:
Aportes para una teoría institucional de la comunicación
Repasar el inventario de teorías de la comunicación disponibles es una tarea constante
del oficio del historiador de la comunicación. Igual como ocurre con las diferentes disciplinas
que son objeto del estudio de la historia. El inventario consiste en identificar las herramientas
conceptuales que se puedan tomar en cuenta para elaborar una explicación del pasado que se
reconstruye. Pero además de la explicación, también los conceptos son necesarios para aplicar
las preguntas correctas. Para esto es preciso estar al día con las ofertas teóricas.
Claro está que los conceptos por sí solos no se bastan. Es preciso que formen parte de un
sistema argumentativo más complejo. De eso se trata las teorías. Las herramientas
conceptuales pueden adquirir diferentes matices de acuerdo con los predicados argumentativos
de las diferentes teorías que las usan. Los conceptos no son necesariamente exclusivos de
determinada teoría, incluso aunque éstas los hayan acuñado antes.
El cuidado habría que ponerlo en los postulados básicos de las teorías de tal modo que
podamos establecer una tipología de relación entre ellas. En este punto, podemos proponer tres
tipos de relación entre teorías. Una, cuándo las teorías se presentan diferentes pero
complementarias, es decir, teorías que no compiten en una misma temática pero que se pueden
agregar ayudándose una con a otra. Por ejemplo, la teoría de la agenda setting (Rodríguez,
Díaz, 2004) aborda temáticas diferentes a la teoría de la espiral del silencio (Anderson, 1996)
de la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Newmann, por lo que son diferentes. Sin embargo,
ambas pueden ser aplicadas de manera complementaria.
Dos, pueden ser teorías rivales, pero igualmente complementarias, en el sentido que lo
que dice una no anula necesariamente a la otra. Por ejemplo, las teorías de los efectos fuertes
(Monzón, 1996) rivalizan o compiten en sus explicaciones con la teoría de las audiencias
(Morley, 1993), pero como ambas tienen comprobada veracidad y aplicabilidad, pueden usarse
complementariamente. Y tres, el caso de hallar teorías rivales excluyentes, cuyos postulados
se contradicen mutuamente, como es el caso de muchos conceptos usados por la teoría crítica
62
(Horkheimer, 2003) con respecto a los conceptos usuales de las teorías funcionalistas (Baert,
2001).
Para la tesis que se presenta en esta obra, el inventario de teorías clásicas de la
comunicación sufre un notable agotamiento. Para afirmar esto se toma como punto central la
aplicación de las teorías en los diferentes escenarios históricos. Y aquí es donde aparece un
problema considerable. Las teorías clásicas han sido pensadas para una coyuntura histórica
precisa, es decir, la mayor parte de ellas aparecieron como respuesta a los eventos ocurridos
durante el siglo XX, la centuria donde surgen y se consolidan los medios de comunicación
masivos: el cine, la radio y la televisión.
Las teorías clásicas se vieron también sometidas a inmensas presiones ideológicas, en
los escenarios de grandes guerras y confrontaciones civilizatorias. Las guerras mundiales de la
primera parte del siglo XX alteraron dramáticamente las sociedades del todo el planeta, a pesar
de que el campo de batalla haya sido el territorio europeo. Mientras que la segunda mitad del
mismo siglo se vio poderosamente influido por la Guerra Fría, que partió al mundo en dos
lados extremadamente maniqueístas, el llamado lado capitalista y el llamado lado comunista.
Esta guerra no declarada se manifestó en una multitud de “batallas” que ocurrieron a lo largo y
ancho del mundo, donde las grandes potencias de lado y lado intervenían de diversas maneras.
No había declaración o propuesta teórica que no estuviera influenciada por esta realidad, ya
sea para estar al lado de uno de los dos bandos o con una postura neutral.
Pero al cesar la Guerra Fría, no sólo no acabaron los problemas que se derivaban de ella,
sino que además aparecieron muchos otros problemas nuevos. Tales nuevos problemas no se
hallaban en el inventario de problemas de las teorías, aunque algunos pensadores, que
podemos considerar teóricos de la comunicación, como Marshall McLuhan12
, previeron la
aparición de nuevas pautas de organización social y fenómenos históricos que, como el de la
“globalización”, vienen muy de la mano con el desarrollo de los medios masivos, en las dos
últimas décadas del siglo veinte.
12
Entre sus obras podemos mencionar: en 1951: The mechanical bride: Folklore of industrial man, con
Carpenter, Edmund 1960: Explorations in communication; 1962: The Gutenberg Galaxy: The making of
typographic man; 1964: Understanding media: The extensions of man; 1967: The medium is the massage (escrito
con Quentin Fiore); 1968: War and peace in the global village; 1970: Culture is our business; 1977: City as
classroom: Understanding language and media; 1989: The global village con Bruce R. Powers.
63
Por otra parte, la mayor parte de las teorías de la comunicación se inspiraron en las
grandes corrientes teóricas que nacieron en el siglo XIX. El positivismo sociológico
decimonónico, por ejemplo, orientó muchas tesis funcionalistas que explicaban el fenómeno
de la comunicación como resultado de la interacción orgánica de las partes integrantes de la
sociedad. El marxismo, a su vez, se caracterizó por su poderoso influjo sobre un buen número
de teorías de la comunicación, como la teoría crítica. Y así en muchas de ellas. Sin embargo,
los problemas aparecidos en el siglo XX en poco o nada tienen que ver con aquellos
problemas que observaron y preocuparon a los científicos sociales y demás teóricos de la
sociedad humana de la antepasado centuria.
El agotamiento en la capacidad explicativa de las teorías tiene, entre otras causas, la
influencia de las teorías decimonónicas, que aparecieron en un contexto histórico muy
diferente al surgido en las sociedades mediáticas13
del siglo XX. Entonces, no podían
disponerse de evaluaciones acerca de las consecuencias, aguas debajo, del impacto de los
medios masivos, recién estrenados sobre sociedades que jamás habían experimentado tales
escenarios.
Luego, la abrumadora y hasta asfixiante influencia de la Guerra Fría sobre las
mentalidades intelectuales del siglo XX, imprimieron un sesgo casi inevitable de maniqueísmo
que impidieron posibles desarrollos posteriores en las academias. Un esfuerzo por
contrarrestar este efecto, lo tenemos en el intento de la UNESCO por reunir a los pensadores
de la comunicación, con el objeto de unificar los criterios teóricos que sustente y promuevan
un sistema mundial de comunicación, o como lo llamaron entonces, un Nuevo Orden Mundial
de la Información y la Comunicación (NOMIC). Un primer paso, consistió en crear una
comisión internacional promotora de esta meta. Y para presidirla eligió a Sean MacBride, el
único intelectual que había logrado obtener los dos premios máximos de cada “mundo” en
pugna en la Guerra Fría, el premio Nobel de la Paz y el premio Lenin de la Paz. Fue un intento
por captar credibilidad de los intelectuales de lado y lado.
Pero, como lo demostró el trabajo aportado por la llamada Comisión MacBride y su
informe de 1980: Un solo mundo, voces múltiples: Comunicación e información en nuestro
13
Llamemos “sociedades mediáticas” a aquellas sociedades que se han apropiado del complejo sistemas de
medios de comunicación masiva como canal para obtener la información, el saber y el conocimiento como parte
de su cotidianidad cultural. Esto en oposición a aquellas sociedades que se resisten a hacerlo.
64
tiempo, tal agotamiento de las teorías de principio de siglo no implicaba obsolescencia de
desecho. Con las teorías no ocurre lo mismo que con las cosas materiales. Las teorías pueden
reinventarse a partir de sus propios elementos constituyentes. Muchas de las teorías que acá se
les objeta agotamiento en su poder de explicación han aportando conceptos que se han
incorporado al lenguaje intelectual cotidiano.
Pero han aparecido nuevas ofertas teóricas surgidas de los descubrimientos más notables
del siglo XX, y de la propia reflexión acerca del giro sorprendente que ha tomado la sociedad
humana en estas últimas décadas. Algunas de las cuales se apuntan en el siguiente capítulo, y
tratan de aplicarse en los otros siguientes. Nuevos aportes tales como: la teoría de las
instituciones (Shepsle, 2007), los impresionantes aportes de los estudios neurolingüísticos, el
avance del interaccionismo simbólico (Blumer, 1982), los de las teorías cognitivistas
(Fundación Chile) y constructivistas (Barnett Pearce, 1994) y la aparición de la teoría del caos
(Ott, 2002), la aparición de las matemáticas complejas, y muchos otros proyectos intelectuales.
Todos estos pensamientos pueden representar el anuncio de una nueva era del desarrollo
científico, en los terrenos de las ciencias sociales y humanas.
Por ello, este capítulo está concebido como un intento por avanzar, como lo hiciera
exitosamente la Comisión MacBride, hacia un proyecto de unificación de las teorías de la
comunicación. Una teoría unificada capaz de dar respuesta a los problemas actuales, que son
muchos, desde la perspectiva de la comunicación.
65
2.1. Una primera aproximación al modelo teórico
El enfoque de la historia social de la comunicación tiene como propósito contribuir con
la comprensión de la relación entre la comunicación y la evolución de la sociedad. Se trata de
una relación intensa y estrecha, por lo que todo evento que, después de ocurrir, ingrese a la
dinámica de la comunicación tendrá un determinado impacto en la sociedad.
La condición de “sociedad” existe en la comunicación. En el acto de comunicar se
construyen las muchísimas opciones de nuestra condición humana. Se elabora el sentido que le
damos a nuestras vidas y la percepción del mundo que habitamos. En consecuencia, la relación
humana con su hábitat es, también, un evento comunicacional, en la medida en que
construimos en nuestra interactividad social los diferentes conceptos acerca de nuestra propia
naturaleza y la que nos rodea.
Desde este concepto, la comunicación dejaría de estar limitada a las funciones
gramaticales del lenguaje. No delineamos al mundo con sustantivos y sus adjetivos, o a los
verbos con sus adverbios, también “metaforizamos” lo que vemos, como lo que no podemos
ver, pero imaginamos que existe. En la comunicación, el Universo se expande o se contrae,
según sea la capacidad del individuo que lo reflexiona.
Las percepciones como resultado de la comunicación
En una de sus obras centrales, escrita en 1922, el Tractatus Logico-philosophicus
(Brand, 1981), Wittgenstein afirmaba que el lenguaje construye proposiciones complejas, que
pueden analizarse por sus partes sencillas, hasta lograrse una formulación elemental. Ocurre
igual que con el mundo físico, compuesto de hechos complejos que pueden ser analizados
desde eventos menos complejos, hasta llegar a los hechos simples o atómicos. El mundo se
concibe como la totalidad de esos hechos.
66
En la teoría del significado de Wittgenstein, la naturaleza lógica de las proposiciones
elementales representa hechos atómicos o “situaciones”, pero sólo las proposiciones que
representan hechos, como las proposiciones de ciencia, son consideradas cognitivamente
significativas. Las declaraciones éticas y metafísicas no son afirmaciones significativas ni
relevantes en este modelo. En consecuencia, “los límites del mundo son los límites del
lenguaje”.
Sin embargo, el mismo Wittgenstein puso en duda las consecuencias de esta teoría. En
sus Investigaciones filosóficas defendió la investigación de los usos del lenguaje. Las palabras
actúan como herramientas que cumplen diversas funciones. Algunas expresiones representan
hechos, otras ordenan, o interrogan, oran, agradecen, maldicen, y así, sucesivamente.
El reconocimiento de la pluralidad y flexibilidad lingüísticas llevó a Wittgenstein a
contradecir su teoría inicial. Esta vez, decidió concebir el lenguaje como juegos lingüísticos,
según los cuales la gente interpreta diferentes “juegos” de lenguaje. El científico, por ejemplo,
está inmerso en un juego lingüístico diferente al que está inmerso el teólogo. El significado de
una proposición sólo ha de ser comprendida en el ámbito de su contexto, esto es, en los
términos en que se construyen las reglas del juego del cual, determinada proposición es una
parte. La clave para resolver este rompecabezas filosófico consistiría en una especie de
proceso terapéutico, que consiste en examinar y describir el lenguaje en uso. En consecuencia,
“los límites del lenguaje son los límites del mundo”.
Esta idea acerca de la capacidad del lenguaje para construir diferentes percepciones e
imaginarios de la realidad, es un punto de partida para construir una nueva teoría de la
comunicación, desde la experiencia de la historia social de la comunicación. En esta teoría, la
comunicación deja de ser, exclusivamente un sistema de intercambio de información entre los
humanos. Es además, un sistema de construcción de percepciones del mundo. Algunas
percepciones son colectivas, pero cada individuo construye una versión particular, lo cual
explica por qué los imaginarios suelen progresar conforme también evolucionan los contextos
en los que los individuos interactúan.
67
En este punto, la historia social de la comunicación pone el énfasis en la investigación
de los cambios, como de los no-cambios en la estructura del saber y el conocimiento, y su
relación con los cambios o resistencias al cambio en las sociedades humanas.
Según el enfoque teórico arriba expresado, para que ocurra un cambio notorio y
significativo en los contextos sociales han debido ocurrir, previamente, cambios de
considerable magnitud en las percepciones sociales. Y para que esa última condición se
cumpla se requiere que al menos una percepción individual dentro del mismo “juego de
lenguaje”, como lo diría Wittgenstein, que proponga una alteración, lo suficientemente exitosa
y atractiva como para incentivar una modificación de la percepciones sociales.
La percepción social es fácil de observar en las sociedades primitivas. También es
relativamente fácil inferir cuándo ha ocurrido un cambio importante en dicha percepción. La
dificultad comienza cuando las sociedades humanas se hacen más complejas, por cuanto se
amplían los “juegos del lenguaje”, es decir, aparecen diferentes percepciones, que construyen
una especie de “sistema de percepciones”, dentro de los cuales, las diferentes percepciones
componentes ejercen diferentes grados de influencias. Estos sistemas de percepciones bien
pueden construir “ideologías”. En la medida que las sociedades humanas evolucionan hacia la
complejidad, en esa misma medida se amplían los horizontes donde las ideologías interactúan,
bien sea para competir excluyentemente o para compartir complementariamente.
Pautas teóricas de la historia social de la comunicación
Estas percepciones sociales, así como las percepciones individuales son la consecuencia
del sistema de comunicación, por consiguiente el campo de investigación para este enfoque
teórico comprende los siguientes requisitos:
En primer lugar, la evolución tecnológica de los medios de comunicación. La naturaleza
de los medios es determinante para el acto comunicativo. Son, pues, datos indispensables para
explicar la dinámica social-comunicacional, conocer el inventario de medios en determinadas
épocas, sus coberturas geográficas, los tiempos del flujo comunicacional y alcance hacia el
68
conjunto de los individuos que componen la identidad cultural o social, en los diferentes
tiempos históricos.
En segundo lugar, tenemos el impacto que sobre la estructura social implica la aparición
de los medios de comunicación. Par ello, es preciso establecer conexiones de cada medio en
particular con el proceso productivo, en el comportamiento del Estado, con el resto de las
instituciones sociales y en la interrelación entre los distintos pueblos y culturas. Pero además,
cómo se integran los medios disponibles para ir creando un sistema de medios, y en
consecuencia, una dinámica en la transmisión de las ideas. Acá juega un papel crucial el
concepto de “usos sociales del lenguaje”, pues los medios son, en tanto se conectan con los
individuos a través de un lenguaje comprensible.
La tercera parte del modelo, se concentra en el inventario de los sistemas de ideas que
ocupan la agenda de los contenidos, ya sea en forma de corrientes artísticas, políticas,
religiosas, filosóficas, como en los rituales, formales e informales, que se manifiestan y actúan
en los espacios públicos. Estos sistemas de ideas agregan y alimenta los grandes conjuntos de
las ideologías y los imaginarios colectivos, ya sea para afirmarlos, ya para alterarlos.
A partir de este modelo, se abre un abanico de nuevos temas en todas las áreas de las
ciencias sociales y humanas. En economía preocupa, en primer lugar, los costos incurridos en
el sistema de comunicación, a fin de difundir toda la información, saberes y conocimientos
que requiere cualquier sociedad para funcionar, conforme un consenso. El costo del sistema de
comunicación podría explicar los desarrollos acelerados o los estancamientos.
Por otra parte, es cada vez más obvio que la información es un componente esencial para
el desarrollo y el funcionamiento de las economías, desde las más cerradas hasta las más
abiertas. Los teóricos institucionales sostienen que las economías están muy determinadas por
los “costos de transacción”, concepto que contiene los costos en los que incurren las
organizaciones para proveerse de información, seguridad y certidumbre para planificar a
futuro.
La suma compleja de todos estos elementos desprendidos del fenómeno de la
comunicación, de las sociedades históricas, implica un ajuste por defecto en todas las
disciplinas de las ciencias sociales. En sociología, por su propia naturaleza y por su condición
69
de primera disciplina de las ciencias sociales, permite comprender que la mayor parte del
inventario teórico que sobre la comunicación disponemos proviene de esta disciplina
científica. Pero las sociedades mediáticas han evolucionado de forma no prevista por la
sociología clásica. En consecuencia, se han abierto nuevas revisiones y ajustes, de acuerdo a
las interrogantes, algunas de las cuales hemos asomado en el primer capítulo, y otras en los
capítulos posteriores.
La antropología juega un papel estelar en este modelo. La mayor parte de la información
histórica nos viene de su trabajo de casi doscientos años de recuperación de información en un
rompecabezas extraordinariamente complejo que aún requiere de muchos análisis. Por eso, los
trabajos de antropología como los de historia han tenido en la última década un resurgimiento
como literatura cotidiana en el campo de las ciencias sociales.
Por supuesto que el campo de la psicología social, ha tenido mucho que ver junto con la
sociología en el sello de origen de las teorías de la comunicación social. Tampoco dejan de
tener aportes la politología, la lingüística, la pedagogía y demás ciencias del aprendizaje.
Parece que este es el tiempo para armar una teoría unificada en ciencias sociales. Solo hay que
identificar y construir un nuevo inventario de problemas implicados en los diferentes campos
de estas disciplinas, que guardan estrecha relación con el pasado, visto desde el enfoque
comunicacional que aquí se propone. Sobre todo, un inventario de experiencias históricas para
el campo comunicación, como importancia y consecuencias del tema comunicacional, dada la
evaluación de las experiencias habidas, nacionales o internacionales, y sus consecuencias para
el equilibrio social y el desarrollo.
70
2.2. Conceptos básicos de la historia social de la comunicación
Se concibe el hecho comunicacional como una institución social por excelencia. Como
institución14
se define al conjunto de normas formales e informales15
que regulan la actuación
humana, tanto individual como social, establece pautas de comportamiento y de toma de
decisiones por parte de los individuos o grupos en el intercambio social. El parentesco y la
familia, la propiedad privada y/o social, la religión, el Estado y la comunicación son, desde
este enfoque, instituciones básicas en el devenir humano.
Mientras las instituciones son sistemas de normas, que pautan y confieren sentido al
comportamiento de la sociedad, las organizaciones son sus manifestaciones más concretas,
responsables de aplicar el orden abstracto enunciado por los arreglos institucionales. En
consecuencia, las organizaciones también podrán ser formales e informales, de acuerdo con las
instituciones que representen, y la conforman grupos de individuos unidos por un propósito
común.
El Estado, por ejemplo, es la institución de orden político por excelencia de las
sociedades, desde los tiempos tribales hasta los estados modernos, mientras que los gobiernos,
los parlamentos, los partidos políticos, los grupos de presión, son sus organizaciones más
afines. Las instituciones económicas por excelencia, como la propiedad y el mercado, tienen
en las empresas, cámaras, gremios, sindicatos, cooperativas, ligas de artesanos, sus
expresiones organizacionales. Las instituciones sociales poseen las organizaciones religiosas,
las asociaciones deportivas y culturales, los clubes, entre otras. Las instituciones
comunicacionales descansan en los medios y en los generadores de contenido.
Las instituciones son abstractas, se construyen secularmente en el tiempo, como
evolución de una secuencia agregada y progresiva de los modelos mentales que ordenan la
14
Se toma la noción de institución desde la perspectiva de los teóricos del neoinstitucionalismo, de autores como
Douglass North, entre otros, referidos en las fuentes. 15
Las estructuras de normas formales son aquellas que han logrado cierto grado de consolidación, que se
manifiestan desde en los rituales públicos (pésame, graduaciones, bautizos, saludos) hasta en marcos jurídicos
como las constituciones, leyes y códigos; las informales son aquellas que, por cotidianas (creencias morales,
convencionalismos sociales, formas de interactividad social, entre otras), tienden a pasar inadvertidas o a darse
por obvias.
71
vida social. Por tanto, el cambio institucional es más resistente de ser modificado. El factor
imprescindible del cambio institucional es el aprendizaje social. Los cambios comienzan a
ocurrir cuando los individuos perciben y calibran nuevos referentes mentales que los
convencen de que las modificaciones que éstos implican son convenientes. En consecuencia,
la ocurrencia de los cambios es función del ritmo del aprendizaje. Se habrá requerido antes, un
largo período de procesamiento de las ideas. El cambio institucional depende, por tanto, de la
capacidad que posean los sistemas de ideas en ajustarse y mejorarse, así como de los sistemas
de comunicación para difundirlas, hacerlas accesibles a los individuos y a las organizaciones.
En cambio, las organizaciones son sistemas normativos más concretos. Operan dentro
del marco institucional, gracias a un conjunto de reglas más específicas, que permiten a los
individuos visualizar objetivos e intereses concretos y reducir así su incertidumbre respecto al
futuro. Las organizaciones son construidas por diseño y, contrario a las instituciones, son más
fácilmente ajustables, modificables o sustituibles en el tiempo.
Por ser clave el concepto de aprendizaje en el proceso de cambio y del no-cambio social,
es necesario detenerse un tanto para ampliarlo. Los aportes de intelectuales como Noam
Chomsky (1981) y Jean Piaget (1971, 1974, 1975) del paradigma genetista, de Vigotsky
(1998) la cultura del conocimiento y de Ausbel el aprendizaje significativo, resultan útiles.
Estos acercamientos son revisados y sincretizados más recientemente por autores como Andy
Clark y Annette Karmiloff-Smith, quienes acuñan el término “redescripción representativa”16,
tomados luego en cuenta por pensadores institucionalistas, como Douglas North (1993), quien
rebautiza estos aportes como el enfoque “institucional-cognoscitivo”. Según este último autor,
el aprendizaje consiste en el desarrollo de la estructura cognoscitiva humana, que le permite
interpretar las diferentes percepciones que reciben los sentidos. El aporte genético, trasmitido
de generación en generación, dota al individuo de una arquitectura básica de interpretación,
pero serán las experiencias de vida, su momento histórico, su contexto sociocultural, las que
construirán los andamiajes subsiguientes que fundamentan los imaginarios.
16
Estos autores, Clark y Karmiloff-Smith, sostienen que el aprendizaje de los humanos difiere del de otros seres
vivos, rompiendo con la creencia que establece una analogía entre la computadora y la inteligencia artificial con
la formación humana. Por el contrario, la mente parece ordenar y reordenar los modelos disponibles hasta
cambiar el propósito de origen de un conocimiento adquirido, para llevarlo a formas abstractas con el fin de
poder procesar otras informaciones. Así, la capacidad de deducir de lo particular a lo general y aplicar analogías
entre eventos aparentemente sin relación, son parte de este proceso de “redescripción representativa”.
72
Estas experiencias de vida se dividen en dos tipos: las que provienen del medio físico del
individuo y las que le proveen su universo sociocultural y lingüístico. Al irse completando las
categorías que conforman la estructura cognoscitiva, se van constituyendo los modelos
mentales que permiten explicar e interpretar los sucesos que ocurren a su alrededor. Pero estas
categorías mentales evolucionan en un proceso de realimentación, que actúan reforzando o
modificando los modelos iniciales, redefiniéndolos continuamente con base en la experiencia,
o con el contacto con otras ideas que resulten más atractivas y eficientes que las habidas.
Aquí el punto básico de partida de nuestra teoría de la historia de la comunicación: la
institución comunicacional impone una relación muy estrecha entre el conjunto de las
instituciones de que se provee y se organiza, tanto la sociedad como las organizaciones que
llevan a cabo dichos arreglos institucionales. En otras palabras, el sistema comunicacional de
una sociedad determina el grado de correlatividad entre el sistema de creencias, ideas, valores
y convicciones y las organizaciones que hacen operativas estos sistemas de creencias. De esta
forma, el sistema comunicacional es potencialmente promotor del cambio institucional.
El caso de la “oralidad” y la imprenta permiten visualizar el postulado del párrafo
anterior. El nacimiento de la imprenta se constituye como una referencia temporal para el
nacimiento de la Edad Moderna en la Europa de mediados del siglo XV, a partir del cual
ocurre un ensanchamiento de la base organizacional de la institución comunicacional con todo
su impacto sobre el resto del tejido institucional. En las sociedades premodernas, la oralidad es
el medio de aprendizaje cultural por excelencia. Pero la oralidad impone un conjunto de
restricciones al universo cultural, toda vez que implica un sistema limitado de comunicación
del conjunto social para acceder a mayores opciones en el sistema de ideas. Esto implica que
la herencia cultural en tiempos premodernos tendía a facilitar la reducción de las divergencias
entre los modelos mentales rivales y entre los diferentes individuos de una sociedad. En
consecuencia, la oralidad tiende a conservar y mantener casi intactas las percepciones
unificadoras, pese a los sucesivos cambios generacionales. Por lo general, los cambios eran
promovidos por la hostilidad de la naturaleza, la restricción de sus recursos escasos, el
crecimiento demográfico, los encuentros con otros grupos humanos en su mayoría violentos, y
por la aparición de nuevas tecnologías que modificaban los costos en el esfuerzo productivo.
73
Esta condición de la oralidad explica la poca diferenciación entre el pasado y el presente
que percibían los individuos pre-modernos, así como, los comportamientos sociales del pasado
reciente y del presente, dado que aún persisten los mecanismos de la oralidad como parte del
sistema comunicacional moderno. En ningún modo, el desarrollo civilizatorio global se ha
mostrado unidireccional, ni total, ni sincrónico. Por el contrario, ha sido “pluri-direccional”,
parcial y “dis-crónico”. Pluri-direccional, por cuanto la modernidad civilizatoria ofrece un
conjunto de opciones a veces rivales y excluyentes, a otras diferentes, pero complementarias.
Parcial, ya que no todos los grupos humanos del planeta han cedido a los cambios propuestos
por la modernidad. “Dis-crónico”, porque aún existen formas sociales que mantienen
tradiciones premodernas.
Pese al desarrollo de la cultura de la imprenta, en tanto uno de los eventos más
destacados de la modernidad, la práctica de la lectura continúa siendo, con diferentes escalas,
una práctica selectiva. Parece que aún es muy temprano para hablar de la expansión del
pensamiento complejo, entendiendo por tal, al conjunto agregado de los movimientos
filosóficos, políticos y culturales que se inician y hacen presencia, como fuerza de cambio
institucional, en la Era Moderna, que postula que el conocimiento no es producto de una
lógica lineal, sino multi-lineal, y que aún se encuentra en proceso de conformación. Han
transcurrido apenas cinco siglos desde que el pensamiento filosófico y ciencia se fundieron, y
dos, desde que la ciencia y la tecnología se fusionaron (hoy se suele hablar de tecnociencia).
Estos tiempos contrastan con los milenios de pensamiento mítico y lenta conformación de la
civilización moderna.
Es oportuno detenerse aquí para destacar algunas coincidencias del enfoque desarrollado
hasta ahora con respecto a la teoría del desarrollo dis-crónico, expuesta por Graciela Soriano
(1993). Esta teoría supone que la realidad histórica está constituida por distintos órdenes,
llamémosle aquí subórdenes o sectores en los que ocurren diferentes formas de vida, con las
que los grupos humanos se ordenan, constituyen su esencia y crean su historia. Cada suborden
representa un tiempo histórico. Ello permite reconocer la existencia de tradiciones y formas de
vida que se mantienen en el tiempo, vinculadas a las diferentes etnias, culturas y cualquier
forma de agregación humana que implique una manera de vivir que no necesariamente
coincide con el orden general dominante.
74
El orden social es posible gracias a la coexistencia de los diversos subórdenes que la
constituyen. Cuando esta coexistencia no es posible, sobrevienen las “crisis de discronías”.
Desde esta perspectiva, la historia transcurre en un movimiento constante de adecuación e
inadecuación, de tensión, de contradicción y de crisis de discronías. El modelo percibe cuatro
consecuencias que resultarían de las crisis discrónicas: Una, encuentro y coexistencia de
distintas culturas o mestizaje entre ellas. Dos, resolución o tensión permanente entre lo viejo y
lo nuevo. Tres, la intromisión de causales externas como factores de equilibrio o de crisis. Y
cuatro, convivencia o contradicciones entre los órdenes que tienden a constituirse en pautas
rectoras de conflictos. Dichos conflictos se resuelven o por sincretismo, por asimilación e
integración, graduación por adecuación, o violentamente, por una revolución.
Así, la teoría del desarrollo “dis-crónico” es un esfuerzo por explicar el cómo diferentes
tiempos históricos, con su carga económica, política, social y cultural, sobreviven a los
tiempos y a los cambios o desaparecen, se transforman o se ajustan. En la medida en que
determinado orden, o suborden como se prefiere aquí, sobrevive ante el desarrollo del tiempo
histórico global, en esa medida habrá logrado ajustarse sin afectar el curso de trayectoria
histórica o más bien plegándose a él. Esta perspectiva compleja supera la idea del curso lineal
de la historia, y se acopla con la percepción, aquí sostenida, acerca de la evolución multilineal
de las instituciones y la “dependencia de la trayectoria”17
de las sociedades respecto de sus
tradiciones. Advierte sobre la factibilidad de que existan “formas del pasado” en el presente,
bajo múltiples modalidades, y ese sólo hecho ayuda en el intento de identificarlas.
Nos encontramos aún en plena crisis de paradigmas y de los modelos teóricos vigentes18
,
que puede estar anunciando un tiempo similar a la experiencia vivida por el pensamiento
científico durante los siglos XV al XVIII. Los sincretismos resultantes de este encuentro
extraordinario del horizonte global de ideas, que está ocurriendo en el presente, las verán las
17
Tomamos el concepto de dependence path, “dependencia de la trayectoria” o “pauta de dependencia” de los
teóricos del institucionalismo. Consiste en que la evidencia histórica revela la insistencia de las organizaciones y
los individuos por aferrarse a la dinámica socioeconómica predominante, oponiéndose a los cambios, o incluso, a
pesar de los cambios. Ejemplo de ello se tiene en la práctica del esclavismo, que insistió en perdurar en el tiempo
a pesar de ser desplazado por otros esquemas de servidumbre económicamente eficientes. El caso particular del
esclavismo norteamericano es notorio, pues se mantuvo formalmente hasta mediados del siglo XIX, lográndose
su eliminación legal al costo de la única guerra civil vivida por ese país, pero que continuó bajo modalidades
discriminatorias hasta bien entrado el siglo XX, y aún con muchas reminiscencias. 18
Una síntesis histórica sobre la evolución de la filosofía de la ciencia durante el siglo XX, y que retrata muy
bien qué se quiere decir con “crisis de paradigmas y modelos científicos” se tiene en la obra de Javier Echeverría,
Introducción a la metodología de la ciencia. La filosofía de la ciencia en el siglo XX Madrid: Cátedra, 1999.
75
próximas generaciones, como lo han hecho las correspondientes predecesoras de los siglos
XIX y XX, testigos de época de la multitud de acontecimientos que han modificado
radicalmente, y aún lo hacen, las diversas formas de vida. Un fenómeno que se despacha, a
veces con demasiada facilidad, con el término “globalización”. Estos cambios tienen particular
intensidad por el desarrollo de las tecnologías comunicacionales. Una idea de lo que hoy nos
ocurre lo tenemos con la experiencia vivida en las ciudades europeas de Venecia y Florencia
hace seis siglos atrás, primeros espacios urbanos en practicar un intenso comercio libre,
convocando el encuentro abierto entre muchas y diferentes culturas, en plena época de
transición entre la Alta Edad Media y la Era Moderna. El resultado más notorio fue el
Humanismo como cosmovisión del mundo: una nueva mentalidad, un principio emergente de
la historia de la civilización.
El desarrollo de las comunicaciones consistió, en una primera época, en la
institucionalización del correo, en el poder comunicacional de la imagen y en la progresiva
acumulación de libros manuscritos. Con la aparición y expansión de la imprenta, se acelera
este desarrollo. Anexa, nace la idea de la libertad de expresión, lo cual introdujo una
ampliación del horizonte de ideas, percepciones y “experiencias no-directas” de los
individuos. El saber se fue haciendo más impersonal. Es el período histórico en el que el
estrecho margen de opciones mentales y la muy relativa certidumbre, típicas del mundo
premoderno, comienzan a ceder espacios.
De modo que la institución comunicacional es vital para la estabilidad social. En ella se
incuban las expectativas sobre los cambios sociales, al producirse el intercambio de la
información y del conocimiento, indispensables para que las organizaciones humanas
procesen las convicciones que las convencen y estimulan a cambiar o a resistirse al cambio. La
historia de la comunicación da cuenta del inventario disponible, en un momento histórico
determinado, de esta relación que hace tan diferentes a las distintas sociedades humanas,
incluso aquellas que heredan, por conquista, colonización o integración voluntaria, los activos
de conocimientos de otras.
Es preciso incluir aquí las definiciones que diferencian los conceptos de información,
saber y conocimiento. Por información se entiende el mundo de las experiencias personales e
impersonales observadas a través de una acumulación de eventos, con los que estamos
76
involucrados directa o indirectamente. Son los datos caóticos que recibimos por los sentidos y
por el lenguaje disponible. Para que estos datos encuentren sentido, se requiere un sistema de
ideas que llamamos saber. Un mundo determinado por nuestras convicciones aprendidas, que
implica un modo de “mirar” la ocurrencia de sucesos.
El conocimiento, en cambio, es el mundo donde se contrastan las experiencias con
nuestra visión del mundo. Los individuos reciben información, es decir, experiencias
procesadas de un determinado modo, que sólo tienen sentido en el saber. Luego, relacionan
ese saber en su consistencia o no consistencia con cosmovisión general del mundo o
ideología. En consecuencia, el conocimiento es el espacio que orienta nuestra toma de
decisiones. El conocimiento es el saber que permite modificar al mundo que conocemos.
El conocimiento es resultado del aprendizaje, a través del cual confirmamos, ajustamos
o cambiamos nuestros valores, juicios, conjeturas e hipótesis de lo que entendemos por
realidad. De tal modo que no existe una sola realidad, sino tantas versiones de realidad como
percepciones y conocimientos tengamos del mundo. El modo en que se procesan, se priorizan
y se construyen las informaciones dependerá pues de nuestro sistema de ideas o visión del
mundo. Del mismo modo, la mayor o menor capacidad de nuestro conocimiento para
contrastar ideas dependerá del flujo y calidad de la información que recibamos. El mundo de
la comunicación está inevitablemente relacionado con la información y el conocimiento, y éste
depende del horizonte de ideas disponibles, indispensables para procesar nuestra relación con
la realidad.
En suma, la tasa de cambio institucional19
que acontece en una sociedad, depende en
buena medida de la velocidad con que los contenidos, informaciones, ideas, procedimientos
tecnológicos, metodologías, convicciones y valores circulen en el torrente comunicacional. A
mayor flujo de ideas novedosas en el sistema comunicacional mayor será el estímulo hacia
probables escenarios del cambio social. Mientras que, al contrario, a menor flujo del
inventario de ideas disponibles mayor vigencia tendrán los escenarios de no-cambio o de
resistencia al cambio. Además, dicha tasa de cambio estará sujeta al aprendizaje social
19
Por “tasa de cambio” se entiende la ocurrencia en períodos de tiempo en que aparecen nuevas organizaciones
económicas, políticas, sociales y culturales, diferentes a las ya establecidas y que actúan conforme a nuevas ideas
o a la innovación de las ya conocidas. Este concepto se aplica desde una perspectiva no-matemática o cualitativa,
aunque puede ser susceptible de medición histórica.
77
generacional, y ello dependerá de la capacidad que tengan los sistemas de ideas de mantenerse
y sobrevivir al traspaso generacional y a su resistencia en tanto ideas preestablecidas. Luego,
la estructura de creencias es permanentemente procesada por las instituciones. Allí se
formalizan o se mantienen informales, y ellas son determinantes para el desarrollo o el
estancamiento social.
Esta idea central de nuestra teoría histórica de la comunicación es aplicable a todos los
tiempos históricos, y a todas las culturas del conjunto de la civilización humana. Allí radica su
eficiencia. Implica recrear las especificidades de cada cultura y cada tiempo histórico,
partiendo de los denominadores comunes que son la estructura institucional, en particular la
comunicacional, y las organizaciones que hacen posible dicha estructura. Ayuda a comprender
las discronías que diferencian a los pueblos, y cómo la intervención y expansión de los medios
actúan en distintas direcciones, en la conformación de las identidades y los imaginarios
colectivos. Explican, asimismo, el fracaso en muchos intentos de transpolar las instituciones
de unas a otras civilizaciones y la fuerza de las civilizaciones en construir sus especificidades.
Podemos ahora puntualizar nuestro esquema modélico en los siguientes postulados:
1. Pensamos con los modelos del pasado. Esto es: tendemos a explicar los eventos del
presente con los conceptos, referencias y experiencias que tomamos del pasado, ya sea por
nuestras experiencias directas, por las de otros, o por la de nuestros antepasados, que
obtenemos a través de la transmisión oral, por educación o autoformación.
2. La dinámica del presente fuerza un constante aprendizaje social que promoverá o
restringirá la información y el conocimiento, del cual depende la estructura institucional de la
sociedad. La institución comunicacional es esencial en dicha dinámica, pues a ella
corresponderá la cantidad y calidad de la información puedan adquirir los individuos.
3. El aprendizaje no es, necesariamente, innato en todos los sistemas de ideas. Ciertas
percepciones del mundo mantienen mecanismos que impiden la contrastación, y en
consecuencia, el aprendizaje. Esta resistencia es más probable en escenarios donde
predominan las doctrinas religiosas y otras doctrinas laicas que se aferran a sus dogmas como
su fuente de sentido. Aún así, una considerable repetición de las inconsistencias apreciadas por
los individuos forzará tarde o temprano ajustes en la doctrina.
78
4. Así pues, tendremos al menos dos posibles escenarios, conforme se constituyan,
evolucionen, se consoliden o se hagan obsoletas los sistemas de ideas. Por un lado, los
escenarios de cambio, que ocurren cuando el poder explicativo de los paradigmas acusa
“rendimientos decrecientes”20
en su interpretación de la realidad. En este caso, los individuos
y sus organizaciones introducen ajustes al modelo existente o se desplazan hacia otros
modelos rivales competitivos. Basta que un grupo asuma los nuevos conceptos para crear un
escenario de posibles cambios, aún cuando tengan que competir con otros modelos.
Y por otro lado, los escenarios de no-cambios, tienen dos fuerzas conservadoras por
excelencia: una, la fuerza de las tradiciones que actúa con el efecto de dependencia de
trayectoria y dos, la fuerza de los rituales mentales, que persisten en el tiempo gracias a los
fanatismos y las ortodoxias. Pero éstas necesitan cumplir un requisito básico: deben ofrecer
eficiencia a sus adeptos en cuanto a cuotas de certidumbre y explicación del mundo.
5. En cualquier caso, los sistemas de ideas se enfrentan, en todo tiempo, contra el
comportamiento oportunista de los individuos. Por comportamiento oportunista se entiende
como la racionalidad “maximizadora” (obtener más por el menor esfuerzo), implícita en la
condición humana, que lleva al cálculo individual y hedonístico de los costos y beneficios de
actuar. Las ideologías, las instituciones, como mecanismos de restricción, deben superar antes
que nada el comportamiento oportunista, pues ninguna sociedad sería viable, sin tales
restricciones. El desempeño económico y el equilibrio social dependen, pues, de la eficacia del
orden institucional, que en primer lugar convence a los individuos a ceder parte de su propio
interés a cambio de estabilidad social, y luego a aceptar que no hay mejor orden que el que
propone.
6. Es preciso advertir que éste es un enfoque histórico no-incremental. Es decir, no
comparte la idea de que el conocimiento actual cancela el conocimiento del pasado, tomando
su lugar. Tampoco la idea de que el conocimiento del futuro convertirá en obsoleto el
conocimiento del presente. Por tanto, se afirma que todo lo útil del conocimiento del pasado
queda incluido en el conocimiento del presente, tratando de dejar atrás sólo aquellas teorías y
20
Usamos este término prestado de la economía; en términos simples quiere decir que el rendimiento puede
llegar a un punto en que, por más que aumente en cantidad o intensidad, ya no puede obtenerse un retorno similar
al esfuerzo.
79
conjeturas suficientemente contrastadas, de tal modo que la historia actúa como un tamiz
donde compiten y se contrastan, en el sentido popperiano21
del término, diversas opciones
explicativas del pasado.
21
Se refiere a Karl Popper y su dilatada obra filosófica y epistemológica.
80
2.3. Campos de la historia social de la comunicación
El enfoque histórico-comunicacional requiere abarcar del modelo teórico propuesto al
menos, tres grandes campos de aplicación:
a. El campo de los medios de comunicación, en su condición de tecnologías.
Subdivididos en dos conjuntos: uno, los medios verticales que incluyen la iconografía, la
escritura amanuense, la prensa, la fotografía, el cine, la radio, la televisión e Internet. Y dos,
los medios horizontales o de redes, que en orden cronológico son el correo, el telégrafo y sus
variantes, el teléfono y sus variantes, los servicios satelitales y también Internet.
b. El campo de los usos sociales del lenguaje: que implica la oralidad, la simbología, la
iconografía y la escritura, así como sus usos sociales implicados en los ambientes de clases
sociales, grupos específicos, élites literarias y del conocimiento, entre otros.
c. El campo de la difusión de los sistemas de ideas, donde se estudia el fenómeno de
expansión de las creencias mágico-religiosas, las doctrinas políticas, los sistemas educativos,
el conocimiento científico y tecnológico, los cuerpos y doctrinas morales, de valores. En este
campo, el concepto de “espacio público”22
, adquiere singular relevancia.
Antes de proponer una línea de periodización conforme nos orientan estos postulados,
bien vale unos comentarios sobre cada uno de estos campos referidos, aludiendo en lo posible
los distintos modelos teóricos de que son tributarios:
22
El concepto de opinión pública es válido pero limitado, pues se restringe al período de aparición de los grandes
medios de comunicación de masas que se estrena con la imprenta, y sobre todo la aparición de la gran prensa en
el siglo XIX, el concepto está muy vinculado a los problemas centrales de la revolución liberal, ya en plena
ebullición, como lo son: la construcción de la nación, las libertades públicas y la viabilidad del sistema
republicano como antítesis de las monarquías absolutistas. En consecuencia, la noción de “espacio público”
permite la inclusión de experiencias comunicacionales previas a aquellos acontecimientos. Se definen como
espacios donde la difusión de contenidos operaba tanto en la consolidación como en la insurgencia de las
estructuras institucionales. Respecto al concepto espacio público, recomiendo el texto de diversos autores donde
se aplica la noción espacio público al contexto latinoamericano: GUERRA, Francois-Xavier y LEMPÉRIERE,
Annick (Compiladores). Los espacios públicos en iberoamérica. Ambiguedades y problemas. Siglos XVIII y XIX.
México: Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos y Fondo de Cultura Económica, 1998.
81
El campo de los medios de comunicación social
En principio, la historia de los medios se ciñe a la evolución tecnológica de los grandes
medios modernos de hoy día. Desde esa perspectiva, apenas tenemos 500 años de imprenta,
algo más de un siglo de cine, algo menos de radio y medio siglo de televisión, ni hablar de la
breve edad de Internet. De este modo, excluimos medios pre-modernos. Sin embargo, una
historia de la comunicación no puede ignorar la oralidad como la condición más permanente
de la civilización, que ha actuado con determinante influencia sobre los conglomerados
humanos y que aún lo sigue haciendo. La sociedad de lectores es, en términos masivos, un
hecho reciente.
A mitad del siglo XX, es cuando más de la mitad de la población mundial ha aprendido
a leer, y algo menos a escribir. Los sistemas de educación masiva son una experiencia muy
novedosa del mundo occidental y, salvo excepciones, una vaga idea en el mundo no
occidental. El poder de penetración del cine, la radio y la televisión cuyos contenidos, como
sabemos, exigen economía del lenguaje, no son comparables con los índices de lectura en
términos de cantidad, y menos en términos de calidad. Estos medios son, como sabemos,
orales combinados con la imagen.
Pero gracias a ello, la humanidad asiste al mayor ensanchamiento del horizonte de ideas
sin precedentes. La velocidad en la tasa de innovación de los medios es sin duda mucho mayor
que la velocidad del inmenso ajuste en las capacidades del lenguaje ocurrido desde el
conocimiento de la escala planetaria, y más aún en relación con el procesamiento y
percolación del sistema de ideas en el tejido social. Sin duda, la aparición y consolidación de
un nuevo medio de comunicación trae consigo un vector de presión hacia el cambio, o cuanto
menos, al ajuste de lo establecido. Dependerá de cada experiencia social, de sus
especificidades del lenguaje y de los activos culturales, el resultado del impacto de la presión
de los medios.
En tiempos pre-telegráficos, la velocidad del flujo informativo dependía de la tecnología
del transporte y de la movilidad geográfica de los grupos humanos. El correo y la vocería
informativa es, pues, función del transporte. Los límites de la comunicación son los límites
82
geográficos accesibles de los paisajes de recorrido. La telegrafía, iniciador de la era de las
telecomunicaciones, no es sino una revolución del tiempo comunicacional, el divorcio
definitivo de la comunicación y el transporte, que redujo a horas los meses de distancias que
separaban las noticias entre los pueblos. La imprenta, por su parte, fue una revolución de la
cantidad, un ensanchamiento del acceso al conocimiento, el principio del fin del monopolio
del saber de las élites, de las estrechas posibilidades del período amanuense, el comienzo del
fin del mito de la Torre de Babel.
Tiempo y cantidad que chocan contra el caos de la diversidad de los idiomas y del
lenguaje. El resultado fue un progresivo dominio del alfabeto latino, tributario de la cultura
mesopotámica. Unas pocas culturas, en la actualidad, aún le hacen resistencia. Experiencia
similar ocurrió con los sistemas de numeración, en el que el sistema árabe se impuso
hegemónicamente. Ningún otro sistema superaba su capacidad de cálculo abstracto. Sin ello,
los aportes del saber antiguo no habrían sido posibles tal como hoy lo conocemos. Y los
números son un lenguaje como cualquier otro. Así que, la relación entre medios y lenguajes
también es estrecha, son uno del otro, función secular, y en consecuencia, arte del aprendizaje
del pasado.
Las lenguas han tenido que ceder al complejo intercambio de bienes conceptuales, bien
sea por la fuerza de la conquista o las necesidades del intercambio comercial. El inglés ha
debido beber del latín, del francés y de otras fuentes para completar su capacidad de
procesamiento. Igual ocurre con casi todos los idiomas. Muchas palabras de los antiguos
dialectos precolombinos han sobrevivido a la implantación colonial, se han combinado y
mezclado. Y así muchos ejemplos. El lenguaje está sometido a una dinámica constante,
inevitable, que evoluciona de la simplicidad a la complejidad.
Algo similar ocurre con los sistemas de ideas, sólo que con mayor lentitud. Las
velocidades de innovación de medios, de lenguajes y de ideas son diferentes. En la era
premoderna, fueron los viajeros y guerreros quienes difundían, a su vuelta, realidades y
costumbres extrañas, casi míticas. La narrativa oral, el canto, el teatro tomaban de estas
narraciones sus argumentos. La imprenta, la iconografía y la palabra escrita cumplieron con
mayor capacidad el rol de la vocería. La imagen diversa del mundo se iba progresivamente
perfeccionando con mayor coherencia y realismo.
83
Ciertamente, los medios poseen su propia biografía, cada uno sus especificidades. Pero
la historia social de la comunicación toma de éstas la referencia. La palabra clave es
“conexiones”, es decir, los puentes tendidos entre las dinámicas de los diferentes medios,
lenguajes e ideas. Pero además, los medios son bienes y servicios, y como tales se encuentran
sujetos a una serie de factores que determinan su factibilidad. Como tecnología, están
determinados por los ciclos que toda tecnología debe transitar hasta consolidarse. Es preciso,
por eso, una teoría de los ciclos tecnológicos de los medios de comunicación. Es decir, un
conjunto de hipótesis capaces de dar con los patrones de comportamiento de las tecnologías
comunicacionales, tales como incubación, primeras aplicaciones, sucesivas innovaciones, y
obsolescencias.
Como instrumentos de poder, los sistemas de comunicación se encuentran lógicamente
sometidos a las presiones del poder, por lo que preciso la mayor claridad posible acerca de
cómo opera el sistema de toma de decisiones en el orden político. Y también como bienes y
servicios, el sistema de comunicación está sujeto a la dinámica del mercado, por lo que
conviene conocer el contexto histórico de los intercambios donde aparece un medio de
comunicación y cómo se ve regulado, tal como ocurre con el resto de los bienes y servicios
producidos por la economía. Así pues, hablamos de conocer el sistema de incentivos que
tienen una sociedad para estimular el desarrollo del sistema de medios, o si por el contrario, si
las posibilidades de desarrollo de las tecnologías se encuentran restringidas por los sistemas de
control o, sencillamente, por instituciones obstruccionistas o tecnofóbicas.
Al cabo, conocer con mayor profundidad todas estas aristas requiere ampliar, como
vemos, el entramado de conexiones del sistema social en particular, donde toca la decisión del
desarrollo comunicacional como problema. Estos aspectos son a veces ignorados por los
estudios de tipo biográfico de los medios. La orientación teórica que aquí se asume propone
superar esta limitación, y dedicar a cada medio de comunicación tanta integridad que el
sistema muestre y sea posible descubrir, y tanto nominalismo como sea necesario, para evitar
correr el riesgo del estudio aislado del resto del conjunto social, que lo explica a fin de
cuentas.
84
El campo de la función social del lenguaje
Es sumamente rica la herencia legada por la filología. Su contribución secular sirvió a
los padres de la semiología o lingüística moderna, como Ferdinand Saussure (1991), entre
otros, a formularse las preguntas que dieron como resultados extraordinarios aportes aún en
ciernes. Habla por sí sólo el hecho de que ya tengamos estudios de postgrado en el campo del
análisis del discurso. Separar el significado del significante, por ejemplo, permitió caer en
cuenta que los conceptos no son “a-históricos”, es decir, sin historia o que no son afectados
por ésta. Por el contrario, tienen una enorme carga histórica, y que el lenguaje posee una
dinámica compleja en el que el factor tiempo juega un papel estelar.
Esta herencia filológica es insustituible para el caso del estudio de las culturas
precolombinas, gracias a lo cual se conservan los muchos dialectos que se agrupan en los siete
grandes troncos lingüísticos, tres de los cuales se hablaron en el territorio de lo que es hoy
Venezuela. Muchas de las preguntas legadas por los estudiosos de la lengua, en su mayoría
misioneros y sacerdotes de diversas órdenes de la Iglesia Católica, no obtuvieron todas las
respuestas. Aunque tardío, algunos historiadores que actualmente comparten este enfoque
vienen preocupándose por retomar antiguas pero vigentes interrogantes.
Referimos en especial a dos historiadores, que en obras recientes, han iniciado rutas de
investigación que se ofrecen útiles para una teoría de la historia de la comunicación.
Mencionemos primero a Hayden White (1992), quien aplica recursos lingüísticos para un
análisis de los principales historiadores europeos del siglo XIX. Puede hacerse uso de este
enfoque en los casos de aquellos textos cruciales que describen como nada el espíritu de la
época. La teoría de los tramados23
de White, que pueden leerse como los “estados de ánimo”
de quienes escriben y describen su momento. Es un eficiente recurso que auxilia la
comprensión de las intenciones de los autores, sin distingo de épocas.
23
Como parte de una teoría más amplia, White propone la teoría de los tramados proponiendo que todo discurso
histórico se apoya en una manera de tramar, identificando cuatro maneras: trama romántica, trama trágica, trama
de comedia y trama satírica. Cada una de ellas correlacionada con una cosmovisión del mundo y por ende del
pasado.
85
Peter Burke (1996), por su parte, en su particular historia del latín como lengua, propone
un sencillo pero interesante modelo. Establece, en primer lugar, que una sola lengua puede
tener distintas variedades de lenguaje, según las distinciones de clases sociales, grupos
culturales, grupos étnicos, grupos de ideas, entre otros aspectos. Estas variedades del lenguaje
refieren, además de los sincretismos entre idiomas, dialectos y localismos, a la diversidad de
formas que concurren en un contexto nacional, regional o local.
De esto se desprende el segundo punto del modelo Burke, el hecho de que los mismos
individuos de una clase o grupo emplean a su vez de distintas formas el lenguaje, de acuerdo
con las diferentes situaciones sociales en las que se encuentra. El lenguaje permite a los
individuos transitar muchos escenarios sociales que requieren de estilos y expresiones
necesarios para la aceptación social. No es preciso que nos obliguen a no decir ciertas
palabras, pues sabemos que algunas expresiones no son adecuadas en determinados contextos.
El lenguaje público y el lenguaje privado son dos modalidades claras de un mismo idioma.
Un tercer argumento propone que la lengua como especie de “espejo”, donde se refleja
el perfil cultural de la sociedad que la usa. No basta el lugar común que afirma que el fin del
lenguaje es comunicar a los individuos entre sí. La ideología habita en el lenguaje. Es su único
hogar. Wittgenstein lo dice a su modo: los límites del mundo son los límites del lenguaje, y a
su vez, los límites del lenguaje son los límites del mundo. La lengua ofrece las herramientas
para construir los sistemas de representación e identidad, por lo cual, además de expresar ideas
naturales, o sistemas abstractos y complejos, es capaz también de influir en los
comportamientos y estados de ánimo sociales.
Por último, la lengua modela a la sociedad que la usa. Parece una obviedad, pero algunas
experiencias del pasado y del presente parecen sostener la hipótesis de que algunos pueblos
pueden apreciar aspectos que otras no pueden. Algunos idiomas son resistentes a incorporar
neologismos venidos de otras lenguas. El caso de la experiencia lingüística árabe es un
ejemplo. Un audaz gobernante turco, de principios de siglo XX, Kemal Ataturk, tomó la
decisión de adoptar el alfabeto latino, con lo cual impuso la posibilidad de acceder al nuevo
universo lingüístico universal disponible de su tiempo. El aislamiento conlleva tarde o
temprano a la obsolescencia social. Hasta las civilizaciones más conservadoras están
acechadas por las fuerzas inevitables de cambio: crecimiento demográfico, rendimientos
86
decrecientes en sus sistemas económicos, agotamiento de recursos, necesidad de bienes
tecnológicos, conocimientos e intercambio con otras culturas.
Pese al efecto Torre de Babel, y desde la más remota antigüedad, las distintas
civilizaciones han interactuado. El descubrimiento de la escala planetaria, la imprenta y el
desarrollo de los demás medios, no ha hecho sino acelerar la interactividad multicultural. El
último gran paso en ese sentido ocurre con la Internet. Es aún muy reciente la idea de la
condición multicultural del mundo, por lo que apenas asoman los contornos de las
consecuencias de la interactividad entre diferentes culturas. En la medida en que se han
consolidados los sistemas políticos abiertos, y las diferentes expresiones étnicas y culturales
encuentran espacio para habitar libremente, en esa medida sus intercambios tendrán mayores
probabilidades de influenciar y ser influenciadas, de mezclar, tomar o dejar de una u otra
experiencia, esta vez sin los mecanismos de sometimiento y control de los regímenes del
pasado, a pesar de los cuales, muchas culturas, tradiciones y expresiones culturales
sobrevivieron. Tarde o temprano las largas exposiciones interculturales darán lugar, sino es
que ya esté ocurriendo sin que nos demos cuenta, a importantes ajustes en nuestros sistemas
ideológicos, y tales ajustes requerirán mayores requerimientos al lenguaje humano y sus
cientos de idiomas diferentes.
Es fácil observar que el inglés viene erigiéndose como una especie de idioma universal.
Muchas naciones del oriente y de occidente lo han adoptado como segundo idioma, y casi no
hay sistema educativo que no lo incluya en sus contenidos obligatorios de enseñanza. Similar
papel cumplió el latín para el mundo cristiano y el árabe para el mundo islámico, ambas
lenguas cumplirán un rol aglutinante y de intercambio intenso de las expresiones culturales.
Hasta ahora ello ha ocurrido sin que se esfumen por ello las particularidades y diferencias
entre los pueblos. No obstante, pese a la fuerza estandarizadora de lenguas como el inglés, han
logrado sobrevivir otras muchas lenguas locales.
El caso chino, con su larga era imperial, es un ejemplo. Su complejo alfabeto de más de
4.000 signos armonizaba con la diáspora de cientos de dialectos que se hablaban dentro de los
límites territoriales del imperio. Pese a tal diversidad idiomática, un alfabeto permitió la
unidad cultural del pueblo chino, gracias a la sencilla pero poderosa filosofía confuciana. Fue
87
inútil el intento de borrar la tradición confuciana del pueblo chino durante las dos décadas de
Revolución Cultural llevada a cabo por el gobierno comunista en tiempos de Mao Tse Tung.
De las civilizaciones precolombinas, su riqueza lingüística fue prácticamente sustituida
por el desplazamiento y dominio de la conquista europea, las evidencias documentales pueden
permitir construir modelos de experiencias y tendencias comparadas con la experiencia
universal. En todo caso, una parcialidad de aquel patrimonio lingüístico ha sobrevivido, en
parte, gracias a la preocupación clerical por las lenguas extrañas en su empeño por
evangelizar.
A propósito de un debate sobre el papel de los intelectuales en su relación con el poder,
Norberto Bobbio (1998) pone el énfasis en lo que llama el “poder ideológico”, que se ejerce a
través de la producción y la transmisión de ideas, de símbolos, de visiones del mundo y de
enseñanzas prácticas, mediante el uso de la palabra. Es decir… el poder ideológico depende
estrechamente de la naturaleza del hombre como animal que habla. Bobbio, agrega que la
actividad intelectual y la ampliación del poder ideológico han aumentado con el desarrollo de
las “sociedades pluralistas” y con la expansión de los medios. Este concepto de “poder
ideológico” utilizado por Bobbio coincide con el propuesto por North en su Estructura y
cambio…, que se comentará más adelante, que apunta a la estrecha relación entre la
producción de convicciones ideológicas y su vehículo principal, que es el lenguaje. Una
multitud de experiencias históricas parecen esperar el resultado de los estudios bajo la
perspectiva de tal conexión. Esa es misión de la historia social de la comunicación.
En todo caso, en esta perspectiva el historiador de las comunicaciones puede reunir un
conjunto de piezas que le permitan visualizar el impacto que el desarrollo tecnológico y
expansivo de los medios de comunicación tiene sobre el tejido social. Puede concebir las
posibilidades que tienen los pueblos, en un momento histórico determinado, de insertarse o
aislarse, de los beneficios o peligros de la interactividad cultural, según sea la percepción de
sus instituciones comunicacionales. De las capacidades de la lengua dependen la velocidad y
alcance con que los sistemas de ideas se difundan en el torrente comunicacional, ofreciendo a
cada experiencia civilizatoria la posibilidad de involucrarse o distanciarse de la marcha de la
civilización humana, que ahora muestra la diversidad del “todo” global.
88
El campo de la difusión de los sistemas de ideas
Por el entusiasmo con que defienden sus preocupaciones, es inevitable la presencia, cada
vez mayor, de las recientes escuelas históricas que estudian el fenómeno de la difusión de las
ideas. Pueden encontrarse en este terreno ricas perspectivas que en la actualidad se reúnen bajo
títulos sugerentes como “opinión pública”, que lleva ya algunas generaciones de estudio, sin
que se haya agotado su capacidad de debate y polémica. El concepto de opinión pública ya fue
acuñado en el siglo XVIII, dando lugar desde entonces a un encendido debate que aún perdura
hasta nuestros días. Si bien el término contiene una enorme carga histórica, en el sentido de
que opinión pública implica apertura y disponibilidad de la información y del conocimiento,
que sólo fue posible gracias a la imprenta y a la libertad de expresión, no es menos cierto que
muchas experiencias del pasado premoderno ya mostraban la incidencia del sistema de
creencias en la toma de decisiones públicas, o lo que es lo mismo, de formas premodernas de
opinión pública.
El Humanismo es un fenómeno nacido de las ciudades medievales de puerto franco,
como Venecia y Florencia, gracias a su intenso comercio mundial. El obligatorio sincretismo
cultural que obligaba esta condición estimuló la insurgencia de diversas formas de pensar. El
hecho de que esas ciudades se negaran tercamente al intento de diversos gobiernos imperiales
para controlarlas, pone en evidencia una fortaleza social que es sólo posible gracias a una
eficaz red de opinión de sus habitantes. Otro caso lo tenemos en el éxito de casi un milenio de
administración del Imperio Romano, caracterizado por la tolerancia del régimen hacia los
valores locales, al mismo tiempo que intentaba convencer a los pueblos dominados de las
bondades de formar parte de la romanidad. Ello implicó una relativa toma de consideración de
la opinión general en los territorios conquistados, muchos militarmente, otros por alianzas,
cuando el costo de convencer la opinión favorable de aquellos pueblos fue más bajo que el
costo de vencerlos militarmente. Son este tipo de ejemplos históricos los que pueden
enriquecer los precedentes de formación de opinión pública antes de la era moderna.
Esta perspectiva se ve complementada con el concepto de “espacio público”, que se
viene convirtiendo en un gran contenedor de un conjunto de líneas de investigación, tales
89
como: historia de los actores políticos, historia de las ideas, los imaginarios y los valores,
historia privada, historia sobre las formas de sociabilidad, y otras similares. La idea de
“espacio público” cobra mucha proporción en la preocupación de los historiadores actuales.
Por ejemplo, es notorio detectar que los problemas centrales que coparon el inventario político
del siglo XIX fueron la construcción de la nación y de la república como paradigma de
organización política y social. De estos ejes centrales se desprenden subtemas tales como:
representación política, ciudadanía, sistemas electorales, opinión pública, libertad de
expresión, expresiones del mercado, entre otros. En nuestro país, recientes trabajos publicados,
que referimos en las fuentes, corroboran preocupación por estas cuestiones, y con cuyos
productos es afortunado contar para un proyecto de historia social de las comunicaciones en
Venezuela.
Desde nuestra perspectiva de historia social de las comunicaciones, la idea de espacio
público permite concentrar la observación y verificación de los sistemas de ideas. El espacio
público no se define como todo lugar no-privado, sino como la dimensión donde interactúa la
dinámica social. El sistema de medios sería así una extensión importante y considerable del
espacio público, en consecuencia, es la dimensión donde se hacen visibles todos los sistemas
de ideas.
En consecuencia, es preciso intentar la identificación de los sistemas de ideas. Tomando
la noción de “poder ideológico”, de Bobbio, nos asiste el aporte de North (1984) cuando
propone una hipótesis que conduzca hacia una teoría general de la ideología, también llamada
teoría de la sociología del conocimiento. Detenerse en este punto es pertinente. La definición
de “ideología” es vital para el modelo teórico que se intenta construir aquí. En ese sentido,
North (1984, p. 19) sostiene que “la solidez de los códigos morales y éticos de una sociedad es
el cemento de la estabilidad social, que hace viable un sistema económico”. A partir de esta
premisa, es preciso disponer de una teoría explícita de la ideología a fin de tener alguna
posibilidad de explicar los cambios y ajustes en la historia y la importancia del sistema de
medios en hacerlo posible. Como parte de este problema se incluye resolver también lo que
North llama “el dilema fundamental del problema del gorrón”24
.
24
Según North, el dilema del “problema del gorrón” se define del siguiente modo: primero, se concibe como
problema del gorrón al comportamiento oportunista de los individuos o racionalidad del máximo beneficio
90
Nuestra coincidencia con North consiste en la preocupación por estudiar el cómo se
difunden los sistemas de ideas y creencias, que se visualizan en el espacio público y se
verifican en el proceso de toma de decisiones sociales, grupales e individuales. Un intento por
sistematizar, a grandes rasgos, los sistemas de ideas es el siguiente: en primer lugar, interrogar
al pasado sobre el conjunto de creencias mágico-religiosas que compiten en el sistema. Sigue
el preguntarse por el sistema educativo, sus contenidos y paradigmas que lo definen y
orientan, y su alcance y cobertura en el tejido social. También es preciso inventariar el
horizonte de doctrinas políticas con las cuales se justifica el orden político y las decisiones
públicas. Se incluye la acumulación de conocimientos científicos y tecnológicos, y la manera
como se conserva y se trasmite en las sucesiones generacionales y su accesibilidad por
pueblos, etnias, clases y grupos sociales. Y finalmente, el conjunto donde se identifican los
valores laicos cotidianos, esto es, todas aquellas convicciones formales e informales que
incitan a los individuos a comportarse socialmente de un modo determinado y a restringir su
actuación definida por unos como antisocial o aceptada por otros como normal.
Por su parte, la ideología se define como un mecanismo economizador de la toma de
decisiones. Los individuos se proveen con ella de una visión del mundo que les simplifica
decidir su comportamiento. Por ello, la ideología está estrechamente articulada con los juicios
morales, los compromisos éticos, la idea de justicia y del papel a cumplir en la sociedad,
sustentada por la familia, la religión, la filosofía, la ciencia, la tecnología y demás aspectos de
la cultura disponible. Si bien es posible encontrar casos de dominio homogéneo de una
ideología en particular, es históricamente más probable hallar un sistema de varias ideologías
rivales en competencia o diferentes pero complementarias o ambos casos inclusive.
El cambio histórico ocurre como resultado de la modificación de las perspectivas
ideológicas de los individuos y grupos. Cuando las experiencias comienzan a revelar la
inconsistencia de la ideología para explicar la realidad, los individuos desarrollarán nuevas
búsquedas o harán ajustes importantes en su base de creencias. Las inconsistencias entre la
individual, es decir, a la tentación que acosan a los individuos y grupos que les lleve a romper las reglas sociales
establecidas, cuando en su cálculo el costo de desobedecer es menor que el de observar dichas normas. Esta
tendencia se supone contrarrestada con la vigencia del Estado hobbesiano (Estado represivo). El dilema consiste
en que si los individuos actúan con la racionalidad maximizadora, el costo y posibilidad de un Estado represivo
será muy alto, y por tanto inviable en el tiempo. Así, esta teoría no puede explicar por qué ocurre que muchos
individuos no desobedecen las reglas cuando constatan los bajos beneficios de respetarlas; ni tampoco explica
cuánto de ese costo adicional resistirían los individuos antes de que se conviertan en un “gorrones”.
91
experiencia y la ideología tendrán que ser numerosas para estimular a los individuos a su
ajuste o cambio, como también dependerá dicho cambio de otras opciones ideológicas
disponibles. Aquellos cambios que logren mayor bienestar, equilibrio y expectativas serán más
rápidamente adoptados.
Pero si no se encuentran ideologías rivales competitivas que subsanen las deficiencias de
la ideología dominante, es decir, que ocurra una crisis ideológica, es muy probable que los
individuos se refugien en el comportamiento del gorrón. Esto aumentará el caos y la crisis,
pues la sociedad “gorrona” es costosa y tarde o temprano inviable, lo que demandará un nuevo
orden, una nueva ideología o un ajuste importante de la anterior. Así que una ideología será
exitosa cuando sea capaz de vencer el comportamiento del gorrón. Y luego, ser lo
suficientemente flexible al ajuste permanente como para retener la lealtad de sus adeptos en el
momento en que ocurran eventos externos que contradigan sus postulados.
Junto con North, se descarta aquí la idea marxista de ideología, calificada como “falsa
conciencia” o como mecanismo de dominación clasista, que se propone como una ley
determinista. Se trata de un postulado reduccionista, pues excluye una multitud de
comportamientos humanos que no necesariamente obedecen al concepto clasista de
“conciencia de clase” como opuesto a ideología. Dicha conciencia, supuso Marx y alegan los
marxistas, derivaba del papel que cada individuo ocupa en el proceso productivo. Pero muchas
evidencias constatan que los individuos de una misma clase social pueden tener diferentes
visiones del mundo, y en consecuencia, diferentes comportamientos. La dinámica histórica se
encargó de refutar esta tesis marxista. En la medida en que avanzaba el sistema industrial y los
salarios reales del proletariado industrial aumentaron considerablemente, apareció una clase
media cuyo comportamiento se distanció de aquél presupuesto por la teoría de la ideología
marxista sobre la conciencia de clase.
Pese a su resistencia a modificarse, el marxismo no tuvo más remedio que ajustar sus
postulados teóricos, acudiendo a conceptos como “clase en sí” y “clase para sí”, y apoyarse en
la idea de “falta de conciencia”, cuando las clases proletarias no actuaban conforme al
predicado marxista. Menos aún podían explicar el comportamiento del campesinado ni la
actitud de otros pueblos preindustriales y no-industriales en el mundo. Al contrario, los
movimientos marxistas sólo pudieron alcanzar el poder en sociedades preindustriales y/o
92
dominados por la tradición totalitaria de sus regímenes monárquicos, dictatoriales o
populistas. Además, los partidos comunistas en el siglo XX invirtieron enormes esfuerzos en
convencer al proletariado para hacerles “entender” su conciencia de clase, conciencia que,
según su propia teoría, debía brotar por la naturaleza propia de la clase social, sin necesidad de
propaganda alguna. Ni siquiera la posesión monopólica de los medios de comunicación y de la
difusión adoctrinadora de la “conciencia socialista”, por parte de los regímenes comunistas
conocidos, pudieron convencer a sus sociedades para que renunciaran a la pluralidad de
creencias y tradiciones existentes antes de la instauración de dichos regímenes, a pesar del
empeño con el que dicha propaganda combatía a la ideología burguesa y las creencias del
pasado.
Del mismo modo, se supera la idea neoclásica, o neoliberal, de un mundo determinado
puramente por el comportamiento egoísta de la “mano invisible” o racionalidad
maximizadora. Son muchos los casos de personas y grupos que sacrificaban sus vidas por la
conquista de ideales, más allá del beneficio individual. Estos casos no encuentran explicación
en el contexto de esta teoría. Por otro lado, la mayor parte del comportamiento social no viene
dado por la amenaza de castigo por infringir las normas. Las convenciones sociales, las pautas
morales, los principios éticos se hacen cargo de ello en considerable proporción. Quienes
desdeñan el poder de los sistemas de auto-regulación ignoran que, gracias a ello, la sociedad
humana es posible. El comportamiento altruista y cooperativo es, en suma, una debilidad que
el modelo neoclásico no puede explicar y que no incluye en su modelo, por lo cual es preciso
superarlo.
Las ideologías convencen a los individuos a vivir en sociedad conforme los roles que se
asignan a individuos y grupos sociales, y esto implica una permanente competencia por
satisfacer al máximo las aspiraciones de sus adeptos. La sociedad es viable en tanto la mayor
parte de sus individuos estén convencidos y compartan un sistema de creencias básico que les
provee de reglas y normas, de valores y expectativas, de confianza y certidumbres, nos
parezcan justas o no. El historiador trata de explicar estos mecanismos, sin hacer juicios de
valor con sus herramientas morales y conceptuales. No se construye una historia de acuerdo
con el ideal del presente, se escribe historia con las evidencias disponibles y las herramientas
93
mentales, morales y éticas de cada época, y sus correspondientes modelos de organización
social, política y económica subsiguiente.
El aporte de la historia social de la comunicación en este campo estriba en identificar y
comprender cómo se difunden, se mezclan, compiten, se sincretizan, se consolidan o
desaparecen las corrientes de ideas que construyen los sistemas ideológicos de una sociedad
en un momento histórico determinado. Para lograrlo es preciso responder al problema de cómo
operan los sistemas de difusión de dichas ideas.
Hemos de usar, para lograrlo, muchos métodos. Un ejemplo que proponemos es el
método de las “tradiciones”, entendida como fuerzas omnipresentes que se trasmiten de
generación en generación, que habitan en los rituales, en los mitos, en la fuerza de las
costumbres, y que suelen yacer notablemente en la literatura. Hemos de detectar su aparición,
sus puntos de inflexión, su capacidad para “desaparecer” y “reaparecer”, de resistirse a la
acción del tiempo y la competencia de nuevas tradiciones, su enorme poder para crear
mecanismos de convicción en los imaginarios colectivos. Su inmensa capacidad para trazar
pautas de dependencia, su obstinado aferramiento al pasado, su alta resistencia al cambio, su a
veces insustituible capacidad para mantener cohesionados a los pueblos.
En este campo de la difusión de los sistemas se incluyen líneas propias de la historia de
los medios. Desde la adopción de la privacidad en el servicio de correo, del cual tenemos
evidencias en el siglo XVII para el caso del imperio español, pasando por una multitud de
preocupaciones ya constatadas en la historiografía disponible como la evolución de la libertad
de expresión, historia del libro, historia de la lectura, historia de las teorías sobre los medios de
comunicación, entre muchas otras. Por ser estas perspectivas parte del problema de la difusión,
pasan a ser activos de esta parte de la historia social de la comunicación.
94
Capítulo III
LÍNEAS DE PENSAMIENTO
Y GRANDES PERÍODOS HISTÓRICOS
95
Capítulo III: Líneas de pensamiento y grandes períodos históricos
La historia no es una cronología. Es decir, la historia no se reduce a narrativas que
transcurren en la sucesión de unos años tras otros. La historia es una interpretación, o mejor,
un conjunto de interpretaciones acerca del impacto que tiene el pasado sobre nuestro presente.
Es la interpretación, o interpretaciones, acerca de cómo opera la permanencia de ese pasado
que se resiste a cambiar, por ejemplo, a través de la poderosa influencia de las tradiciones, que
nos lleva a mantener las cosas como las conocimos y que nos incentiva a no cambiar.
Pero también la historia es la interpretación, o interpretaciones, sobre la insatisfacción
humana por el pasado, incentivándolo a buscar opciones y alternativas respecto de lo ya
vivido. Es la poderosa fuerza del cambio y de la innovación. Una interpretación de la historia
humana nos expresa que la sociedad se ha debatido entre el cambio y la resistencia al cambio.
Un patrón que se observa en los llamados momentos históricos cruciales.
Desde esta perspectiva, la cronología no es sino una herramienta para ordenar la
información y los datos históricos, y al mismo tiempo, relativizar el sentido distintivo de cada
grupo de años, estableciendo lo que los historiadores llamamos períodos. Es decir, lapsos
donde predomina un patrón específico de funcionamiento de la sociedad humana.
Este capítulo aspira contribuir a identificar algunos de esos patrones distintivos de los
tiempos históricos y a proponer cronologías temporales. Comenzamos por precisar lo que esta
perspectiva de la historia de la comunicación le interesa: las grandes líneas de pensamiento
que rigen y ordenan la interpretación humana del mundo que le rodea. Luego, pasamos a
proponer períodos factibles de ser estudiados conforme a su patrón distintivo, tanto para la
historia universal, como para la historia nacional.
96
3.1. Líneas de pensamiento y modelos mentales
El modelo teórico para construir una historia social de la comunicación necesita
precisar y caracterizar los grandes bloques temporales en la historia civilizatoria. Esto va tanto
como para la historia universal como para nuestra historia nacional. En cuanto a la historia
universal, estos grandes bloques coinciden en mucho con los propuestos por la historiografía
clásica, aunque estemos inconformes con sus rígidas generalidades. Coinciden porque en
efecto, la historiografía clásica es eficiente para ordenar la cronología civilizatoria con la
aparición de los grandes bloques o líneas de pensamiento.
Además, este modelo teórico que se propone acá no pretende una ruptura radical con
los modelos históricos heredados. Entre otras razones, porque el modelo mismo rechaza de
plano las rupturas radicales en la evolución de la historia del pensamiento, e incluso, en la
historia de la sociedad, en el sentido que lo referimos en los capítulos precedentes. Ello no
implica que manifestemos nuestras inconformidades, por ejemplo con la idea inaceptable de
separar prehistoria de historia, dado el abrumador número de evidencias que rebaten tal
separación cronológica.
Establecer con claridad el aporte de cada período histórico, contribuye a hacerse una
idea de los grandes modelos mentales que estuvieron vigentes en su momento, pero que,
también, se han mantenido en su trayectoria por siglos, consolidándose en forma de
tradiciones.
Estas tradiciones evolucionan históricamente, es decir, se ajustan en función del
tiempo, y en la medida en que las nuevas generaciones aumentan su creciente demanda de
opciones explicativas y de pareceres alternativos a los ya disponibles. Esta parece ser una
constante en todas las civilizaciones y cultura, el que cada generación trae consigo una especia
de “inconformismo congénito”, por llamarlo de algún modo, que la incentiva a buscar nuevas
explicaciones de las que hereda.
97
El “relevo generacional”, es un aspecto histórico, relativamente fácil de observar, que
complementa la idea que tenemos acerca de la formación de “paradigmas”, en el sentido
explicado por Thomas Khun (1992). Y en efecto, los nuevos paradigmas aparecen tras una
larga serie de ajustes previos, generalmente asociados con la incorporación de las nuevas
generaciones en el protagonismo del pensamiento. Los nuevos paradigmas se hacen más
visibles en los escenarios crisis de los modelos vigentes del pensamiento. Acá se entiende por
crisis al déficit explicativo que comienza a padecer un modelo vigente para satisfacer las
inconsistencias detectadas entre la realidad y dicho modelo explicativo. Sin embargo, y para
efectos de nuestro modelo, se aclara que el fenómeno de los paradigmas no se restringe
exclusivamente al pensamiento científico, tan como lo expone Khun, sino que también puede
aplicarse a los diferentes modelos mentales y líneas de pensamiento que se han construido y
que hoy disfruta la actual civilización.
En efecto, los paradigmas científicos no son construidos desde la nada, por el contrario,
se alimentan de las tradiciones, y se van formando hasta un punto en que son capaces de
producir un nuevo “principio emergente” en algún punto de la línea de pensamiento. Abrevan
pues de las tradiciones tanto dentro de sí como de otras culturas externas. Es preciso entonces
que se produzca un proceso de “contaminación” de las tradiciones con la aparición de nuevas
ideas en el horizonte.
La velocidad con que evolucionen las tradiciones y la velocidad con que se producen
los sucesivos cambios previos, dependerá de la intensidad y de la velocidad con que
interactúen y se intercambien datos, saberes y conocimientos, entre sí. Esto quiere decir que
las presiones al cambio de las tradiciones y de los modelos del pensar dependen del perfil del
sistema comunicacional disponible en una sociedad. Sólo cumplida esta condición de
intercambios de conocimientos hace posible pensar en un cambio o ajuste de las tradiciones
vigentes, y más si es el caso, de la aparición progresiva de un nuevo paradigma.
En términos de estructura, la civilización humana ha construido al menos cuatro
bloques o modelos mentales en los que ha ordenado la idea general de su civilización. Lo
llamamos “líneas de pensamiento” a falta de una mejor definición, pero dicho de este modo
podemos asociarlo más pedagógicamente fácil con la perspectiva de su evolución en el tiempo
histórico, así como de su condición estrictamente heterogénea. Es decir, de que una línea de
98
pensamiento comporta muchas opciones para pensar de un determinado modo. Ya veremos
más adelante por qué. Baste por ahora mencionar, como dijimos, al menos cuatro: línea de
pensamiento pragmática, pensamiento religioso, pensamiento artístico y pensamiento
científico. Pasemos a explicar cada uno de estos conceptos, que son útiles para comprender el
enfoque histórico de nuestro modelo teórico comunicacional.
99
Línea de pensamiento pragmático
No es fácil definir el pensamiento cotidiano con el que los individuos toman decisiones
a diario, guiados en un primer término por una especie de instinto de conservación. Destaca el
interés, en tanto individuos, para beneficiarse individualmente, o familiarmente, o moviéndole
el bienestar de su grupo, tribu. Hasta aquí, los individuos trazan una frontera mental con los
ideales abstractos.
No obstante, el interés individual puede extrapolarse al interés de la nación. Sabemos
que los nacionalismos comportan una dosis de pragmatismo tal, que los individuos pueden
adoptar sus postulados, sin que por ello sacrifiquen satisfacciones pragmáticas y oportunistas.
Sobre todo, a medida que retrocedemos en el pasado, esta relación suele mostrarse claramente.
Pero, mientras más se distancien los intereses pragmáticos individuales del ideario abstracto
de ofertas ideológicas, tales como el nacionalismo, más se distanciará el pensamiento
pragmático y más difícil se le hace a una ideología convencer a los individuos de actuar de un
modo contrario a sus primarios intereses individuales.
Aunque pragmático, es preciso llamarlo pensamiento, sencillamente porque, en efecto,
lo es. Cumple con los requisitos que debe tener un enfoque del mundo para postular formas de
comportamiento humano. Lo que ocurre es que, por ser el más informal de todos los modelos
de pensamiento, suele pasar desapercibido. Nadie postula al pragmatismo como un
pensamiento, loable al menos, sino más bien como un razonamiento inevitable. No le hace
falta postularlo.
El pragmatismo se va constituyendo sobre la base de experiencias cotidianas, y se va
trasmitiendo de generación en generación a través de expresiones populares, aforismos,
cantares, textos poéticos y esa especie de “sabiduría” popular de los refranes o los “dichos”.
Progresivamente va encajando y consolidándose como parte de la “filosofía” popular,
característica de cada pueblo, con gran capacidad de orientar la socialización y formación de
los individuos y tomas de decisiones de las personas comunes.
En consecuencia, el pensamiento pragmático no se muestra en libros sagrados, no se
enseña en las escuelas, tampoco se escriben manuales de cómo pensar pragmáticamente. No se
100
conoce de algún grupo, movimiento, partido u organización en específico que lo cultive, lo
cuide y lo difunda, como sí ocurre con los otros modelos de pensamiento. En consecuencia, es
particularmente difícil de sistematizar, entre otras razones, porque cada cultura desarrolla sus
particulares formas pragmáticas de “ver” el mundo.
La base del pensamiento pragmático se apoya en el cálculo hedonista de la relación
“costo-beneficio” o conveniencia personalista de los individuos en una sociedad. Pero esto no
le resta sentido de identidad de familia o de grupo. Tampoco implica que el pragmatismo sea
un pensamiento antisocial, ni menos que derive, inevitablemente, en el comportamiento
delictivo. El comportamiento orientado por el pensamiento pragmático puede proveerse de un
conjunto de principios morales perfectamente coherentes con el interés individual. Por
ejemplo, aquél que nos cohíbe involucrarnos con las cosas del vecino.
Sin embargo, del pragmatismo se desprende sin duda el comportamiento oportunista
extremo, el cual se manifiesta en el fraude y las actividades delictivas comunes. Douglas
North (1998) lo llama “el problema del gorrón”, y propone que el reto crucial de las ideologías
es, justamente, superar el problema del gorrón. Una idea que recuerda la propuesta central del
sistema filosófico sociológico de Thomas Hobbes respecto a la necesidad de que prevalezca la
idea de un Estado frente a la permanente amenaza de la anarquía del individualismo25
.
El fraude y el delito son, desde esta perspectiva institucionalista, otro problema central
en la ciencia social moderna. Estos problemas representan los comportamientos de ruptura con
el orden social y el sistema de valores vigente. Orden social y sistema de valores que hoy se
expresan en conceptos tales como gobernabilidad, sustentabilidad, ciudadanía, cohesión
social, reconocimiento social y estado de derecho, entre otros.
Lo que intenta captar o representar el concepto “pensamiento pragmático” es a aquella
franja de comportamientos y decisiones humanas que son orientadas por la acumulación del
saber de la experiencia informal, que se aprende en la cotidianidad informal de los individuos
comunes, posiblemente ajenos a la trascendencia de los demás modelos mentales.
25
Esta idea la plantea Thomas Hobbes en el Leviatán, obra escrita en 1651, que comienza con un análisis psico-
antropológico del comportamiento humano y termina exponiendo la primera teoría institucional del Estado, con
base al concepto de contrato social, posteriormente readaptado por Jean-Jacques Rousseau.
101
Entre los vehículos por los cuales se transmite el pensamiento pragmático destacan la
herencia generacional, que se transmite con los cambios generacionales, lo cual explica su
poderosa persistencia en forma de tradiciones, así como los “quiebres” o “rupturas” que
llamamos generacionales, que ocurren cuando las nuevas generaciones se niegan a continuar
practicando las mismas de sus antecesores.
También la interacción social de los grupos de identidad, o grupos de pares, son los
espacios sociales donde se cultivan las tradiciones que caracterizan al pensamiento
pragmático. Observándose, incluso, casos de verdaderos sistemas complejos de identidad y
reconocimiento social, típico de los grupos juveniles de cada generación o de los “grupos
territoriales”, los cuales suelen crear sus propios sistemas de comportamiento muy de la mano
con el pragmatismo.
El pensamiento pragmático puede complementarse sin problemas con los demás
enfoques y modelos mentales del mundo, sobre todo cuando coinciden. Hacer gala de un
pensamiento pragmático no excluye de sumarse a otra oferta de ideas o sistemas ideológicos.
En ocasiones, es más posible que los demás enfoques traten de incorporar dosis de
pragmatismo o de conveniencia a sus ofertas ideológicas a fin de hacerse atractiva. Este
fenómeno se manifiesta, por ejemplo, en el pragmatismo de las propuestas políticas, en la
dosis de “populismo”, entendido como promesas de beneficios individuales, y en los casos de
aquellas religiones que “prometen” bienestar individual a sus fieles.
102
Línea de pensamiento religioso
Pero, el pensamiento pragmático se agota en el límite de la satisfacción de necesidades
primarias. Tampoco es suficiente dotar a los grupos humanos de cierto estatus de
reconocimiento y escala social entre sí, como ofrecer ventajas individuales de seguridad y
coexistencia social. La metáfora cristiana: no sólo de pan vive el hombre, no implica sólo una
justificación. Los humanos necesitan una explicación racional del mundo que habitan. Una
explicación que les facilite actuar predeciblemente con su hábitat. Pero no basta tampoco una
explicación racional del mundo, es preciso también una explicación que dote de sentido a la
existencia humana en el mundo que habita. Más que lo primero, esto último es que lo ofrece el
pensamiento religioso. Además de sentido, el pensamiento religioso dota a la sociedad de un
sistema moral, y quizás el más imperceptible de sus beneficios, la fe.
Un pensamiento tan poderoso que aún resiste, sobre todo desde hace varios siglos, la
aparición de otros enfoques competitivos, más racionales, más eficientemente racionales. Pero
aún con todo el poder que ha demostrado la explicación racional no-religiosa, sus respuestas
no logran construir un sentido lógico, un para qué estamos acá. Y la condición humana no se
conforma con un por qué. Este aspecto puede explicar la persistencia del pensamiento
religioso en las sociedades humanas.
Otro aspecto estelar del pensamiento religioso es su rol de aportar un sistema moral a
los seres humanos. Ningún otro sistema de pensamiento ha sido más eficiente en este ángulo
fundamental de la sobrevivencia humana. Los sistemas jurídicos, desde los más antiguos hasta
los más recientes se han inspirado en los modelos morales de las religiones.
Sin embargo, el marco de leyes como el derecho en general, en tanto sistema de orden,
ha ido evolucionando alimentándose con el enfoque laico del mundo. Un caso ejemplar es el
Código de Hammurabi, texto en cuya piedra esculpida se representa la legitimidad otorgada
por un dios Sol, Samas, divinidad asociada con la idea de justicia. Aún así, sorprende que, a
trece siglos del nacimiento de Cristo, el concepto individuo se constituya en el eje de la
filosofía moderna del derecho. Sobre todo cuando el texto esculpido termina con un epílogo
moralizante resalta la eficacia del código y de su administrador, el rey Hammurabi, para lograr
la paz y la justicia social. Una misión encomendada por los dioses al monarca para que “la
causa de la justicia prevalezca en el mundo, para destruir al malvado y al perverso”. Incluso
103
una temprana cátedra de política: define a las leyes como medio para que “la tierra disfrute de
un gobierno estable y buenas reglas”, dictadas para que “el fuerte no pueda oprimir al débil, y
la justicia acompañe a la viuda y al huérfano” (Blanco Vila, 1997).
Esta idea mística moral de la justicia no perecerá con la caída de los reinos que las
auparon. Serán recicladas en nuevos sistemas de pensamiento, como por ejemplo el
cristianismo, que difundirá el concepto de justicia asociada al pensamiento religioso hasta
convertirlo en un sistema de derecho universal que es hoy (García Santacana, 1991).
Todos los pueblos antiguos comenzaron a aferrarse a las explicaciones míticas sobre el
funcionamiento del mundo. Las mitologías iniciales dieron paso a los primeros sistemas
religiosos primitivos, en su mayoría politeístas (Willis, 2007). Sin embargo, la relación
humana con los dioses y fuerzas sobrenaturales que gobernaban al mundo se apoyaba en una
relación pragmática: mientras los humanos ofrendaban sacrificios los dioses y fuerzas
sobrenaturales compensaban con buena caza, recolección o cosecha.
Inicialmente, durante el período de grupos de cazadores-recolectores, los objetos de
sacrificios fueron animales y objetos. De algún modo, con las sociedades agrícolas apareció en
terrible ritual de los sacrificios humanos. Las causas culturales que expliquen la aparición del
macabro ritual son aún motivo de especulación entre historiadores y especialistas en el tema
de la religión y la cultura. El punto es que los sacrificios humanos provocaron numerosos
conflictos intergrupales, que pueden explicar, por ejemplo, el derrumbe de la sorprendente
civilización maya, famosa por sacrificar en masa a los miembros de otras tribus capturados en
campañas de expansión territorial. El abuso extremo de estos sacrificios humanos, provocaron
guerras civiles que terminaron en la anarquía, la disolución y el abandono de ciudades tan
extraordinarias como las construidas con tanto ingenio y esfuerzo por civilizaciones como la
de los mayas.
Pero, al cabo, dichos sacrificios seguían constituyendo una visión pragmática del
mundo. En algún momento histórico los pueblos comenzaron a percatarse de que lo religioso
comportaba más que una relación pragmática entre los humanos y los dioses. Fue ese el
comienzo que encauzaron las grandes religiones modernas. Este es un punto crucial en la
104
historia de los modelos mentales, y también, en un momento espectacular en la historia de la
comunicación de las ideas.
La metáfora que mejor resume este paso en la evolución del pensamiento religioso lo
contiene el pasaje bíblico del vigésimo segundo capítulo del Génesis, que cuenta la historia de
sacrificio frustrado de Isaac por parte de su padre Abraham. Según este pasaje, Dios pidió a
Abraham a su hijo en sacrifico. En el instante en que éste estuvo a punto de hacerlo, el mismo
Dios lo detuvo en un dramático momento. El argumento de Dios para cambiar la orden fue el
sentirse satisfecho por el temor a Dios demostrado por Abraham, y éste en agradecimiento por
retirar tal orden sacrificó en cambio a un cordero.
Esta moraleja nos sonará extrema en el presente, pero en su tiempo expresaba con
claridad que los sacrificios humanos eran mal vistos por los ojos divinos. Probablemente, los
judíos, el pueblo que promovía la religión del libro sagrado, la Biblia, dejaron de practicar
sacrificios humanos y desarrollaron, en lo sucesivo, la construcción de un sistema moral con el
objeto de modelar el comportamiento humano.
Los cristianos, continuaron las tradiciones judías y jamás practicaron sacrificios
humanos, aunque, en su eucaristía, se encierre el sacrificio único de Jesús por los pecados del
mundo, ritual de sacrificio que los cristianos repiten en cada misa. Los budistas y los
islamistas también se libraron de los sacrificios humanos desde sus comienzos hasta el
presente. Gracias a esa lección moral, estas cuatro grandes religiones se han convertido en las
religiones modernas de nuestro tiempo actual.
Este cambio histórico no aplica igual para el concepto de la pena de muerte. Por
ejemplo, el judaísmo aprueba la pena de muerte, pero a cambio de pruebas acusatorias muy
exigentes, de tal modo que coloca este castigo como una situación de pena extrema. A más de
medio siglo de la creación del Estado de Israel sólo se ha aplicado oficialmente en una
oportunidad, ejecutando al oficial nazi Adolf Eichmann, por crímenes de guerra, en 1962
(Zylverman, 2007). Por su parte, el Corán excluye de pena muerte a delitos como el robo y el
adulterio, pero la Sharia, o ley islámica, la permite aplicar con diferentes criterios que varían
conforma varían las diferentes culturas que conforman el mundo islámico. Según el informe
anual de ejecuciones judiciales de Amnistía Internacional en el año 2007 fueron ejecutadas al
105
menos 1.146 personas en 28 países, Irán mató a 317 personas, Pakistán a 135. La última
nación en abolir la pena de muerte para todos los crímenes ha sido Albania, a principios de
2007. En los Estados Unidos de América se llevaron 42 penas máximas, lo cual puede resultar
paradójico por su tradición cristiana, sobre todo protestante. El cristianismo nace en un acto de
sacrificio de Jesús, el hijo de Dios, justamente en una pena de muerte. En consecuencia, esta
práctica es por principio, condenada. Sin embargo fue luego aceptada y justificada por algunas
corrientes teológicas del catolicismo y del protestantismo. Finalmente, el Papa Juan Pablo II,
en su encíclica Evangelium Vital, de 1995, la condena en todas sus formas, incluso
concibiendo el aborto como parte de esta cultura.
En otro extremo, en la República Popular China se llevó a cabo la ejecución de 470
oficiales, en el 2007. Aunque la Fundación Dui Hua, con sede en Estados Unidos, estima que,
según cifras facilitadas por funcionarios del país, el año pasado se ejecutaron 6.000 personas,
(Amnistía Internacional, S/f). El caso es que el régimen chino se declara así mismo enemigo
de las religiones y afecto al ateísmo, y el punto estriba en que mientras las religiones modernas
han impuestos restricciones a la pena de muerte, algunos enfoques políticos no-religiosos o
anticlericales la justifican y la aplican sin ningún tipo de prejuicios morales.
Otro aspecto es la fe, terreno conceptual donde no compite ningún otro enfoque del
mundo. En todos los sistemas religiosos es el acto puro de la intervención divina, así como
también la fidelidad al credo, cualquiera éste sea. Pero, para la gente común la fe puede llegar
a ser un acto de sobrevivencia misma. Una manera de sobreponerse a las terribles presiones
que impone la vida. A medida que retrocedemos en el tiempo, la cotidianidad humana es cada
vez más hostil, acosada por un puñado de males constantes, muchos de los cuales hoy
subsisten casi intactos. Ante tales vicisitudes, los humanos se refugiaban en la fe, en el
consuelo de una mejor vida extraterrenal, en la esperanza de un futuro mejor, en la aceptación
inevitable del dolor humano ante la muerte y en la reconciliación con su propio espíritu, es
decir, con sus emociones existenciales.
Así pues, no es sencilla una definición de la fe. En términos modernos, las grandes
propuestas políticas se han apoyado en quiméricas promesas de un futuro diferente y
satisfactorio, y con esto no han hecho nada original que tomar del pensamiento religioso uno
de sus aspectos esenciales. Pero difícilmente las quimeras políticas puedan proveer de
106
consuelo y resignación. Este es un punto poderoso e insustituible del pensamiento religioso,
aunque éste se camufle de algún programa político o de teoría científica.
Visto desde estos ángulos, el enfoque religioso representa en la evolución del
pensamiento humano. Más que un intento de explicación racional del mundo, del origen físico
del universo y del hombre, es un sistema complejo de reglas, es un orden moral. Y junto con
los códigos y leyes civiles no religiosos de la antigüedad intentaron construir una sociedad
ordenada de un modo determinado. Y como todo orden, dependía considerablemente de cómo
se comunicaba.
Las grandes religiones modernas comparten y compiten con las creencias mágico-
religiosas primitivas, animistas y politeístas, creencias que han sobrevivido todos los tiempos,
por sobre la oferta de proveer sentido, orden moral y fe a las sociedades humanas. Todas estas
forman parte del conjunto que podemos denominar el enfoque religioso del mundo. La
importancia de este concepto estriba en reconocer que el pensamiento religioso aún forma
parte importante en el comportamiento individual humano del presente, en todas las
sociedades y pueblos que habitan al planeta.
A partir de este enfoque, los humanos modernos construimos buena parte de los juicios
morales, y por tanto, de éste depende en buena medida nuestro comportamiento moral y ético.
También el componente abstracto, complicado de explicar, de la fe y la estabilidad emocional.
La fe religiosa continúa siendo un poderoso proveedor de sentido de muchas acciones
humanas. Explica su extraordinaria persistencia en las ideologías y modelos mentales y su
influencia hacia el resto de las líneas de pensamiento humano.
Es un error notable ignorar la influencia del pensamiento religioso en el comportamiento
humano para construir una imagen de su mundo. Una tendencia del pensamiento humanista,
como del pensamiento liberal, del pensamiento científico, y también del pensamiento artístico,
han reaccionado destructivamente en contra de la fe religiosa. Son famosos los movimientos
anticlericales surgidos en las crestas de las olas de la historia del pensamiento humano, pero
dudosos los resultados de tal reacción. Muchas doctrinas laicas han intentado sustituir la fe por
un sistema racional de convicciones. El problema es que no terminan de ofrecer certidumbre,
sino más bien que conllevan a mayores dudas. El ateísmo, por ejemplo, sustituye a Dios, y a
107
todo lo que éste representa, pero a cambio da lugar a una formidable soberbia humana que
termina recreando lo que sus postulados juraron superar: el culto a la personalidad. Todas las
versiones ateístas han terminado con algún tipo de culto, ya sea a un caudillo, ya a un credo
laico.
Pero no es punto de este trabajo las consecuencias de la polémica anticlerical del
pensamiento moderno. Sólo apuntar, con este ejemplo, la extraordinaria influencia que el
pensamiento religioso posee sobre el devenir humano del pasado y el presente. Suficiente
como para no perderla de vista en una análisis comunicacional de la sociedad.
108
Línea de pensamiento artístico
Similar a las otras líneas de pensamiento ya comentadas, el pensamiento artístico
aparece desde la más temprana antigüedad de los grupos humanos. Los dibujos de la cueva de
Altamira26
son quizás la evidencia mejor elaborada de la expresividad artística del homo
sapiens en los tiempos de la caza y la recolección. En una era particularmente difícil para la
especia humana, las expresiones artísticas se encontraban sometidas a las lógicas presiones del
pragmatismo y la religión. Sin embargo, aún en estos tiempos, el enfoque artístico del mundo
pudo mostrar destello de autonomía.
La mayor parte del pensamiento artístico en la época de la historia, es decir, después de
la invención de la escritura y la entrada humana a la Edad Antigua y a la era de los grandes
imperios, las expresiones artísticas sirvieron de vehículo comunicacional por excelencia del
pensamiento religioso. Sin embargo, entre los siglos XIII y XIV, pintores como el italiano
Giotto introdujeron un “nuevo estilo” en el cual se abandonaban progresivamente los motivos
y simbología religiosa, para darle paso a un nuevo tipo de realismo, centrado en las
experiencias de la gente real, incluso de hombres y mujeres corrientes. Aunque nos suene
normal, en aquella época representó toda una irrupción. La consecuencia fue la invención del
Renacimiento, con todo el impacto que trajo al pensamiento.
El nuevo tipo de línea artística comenzó a ofrecer una perspectiva no religiosa a la
relación entre los seres humanos y el cosmos. Inicialmente se pensaría que se trataba de una
repetición de las propuestas griegas y romanas, donde los temas como la belleza, la juventud,
el placer, y el dinero predominaban. Pero luego, el arte renacentista comenzaría a mostrar un
concepto diferenciado y novedoso.
El arte comenzó a ocupar un lugar de considerable importancia en el pensamiento
humano. Dotando a la sociedad de una visión estética del mundo, de un orden gobernado por
el equilibrio, la simetría, el ritmo y la correspondencia entre lo humano y lo terrenal. Dios
26
Se trata de un yacimiento del Paleolítico, estimado en 15 mil años de antigüedad y declarado Patrimonio
Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1985.
109
comenzó a dejar de ser el protagonista principal de todo razonamiento y ceder espacio a una
complejidad de relaciones, que en nada tenían que ver con lo mítico y lo sobrenatural.
Con Francesco Petrarca, quizás el más destacado poeta lírico del siglo XIV, el realismo
humanista del Renacimiento pasará a la literatura. A sus 35 años, se había convertido en el
más destacado erudito de la civilización clásica, colapsada mil años atrás. Junto con otro gran
escritor, Giovanni Boccaccio, se dedicaron a recorrer las bibliotecas conventuales para
recuperar los textos más famosos de la antigüedad clásica, prácticamente sepultados en el
olvido, por ejemplo, las cartas de Cicerón, que se suponían perdidas para siempre. Estos
hombres se dedicaron, incluso, a aprender griego, con el objeto de recuperar tales documentos.
Y gracias a los conocimientos de griego y de latín se dedicaron a traducir obras de una a otra
lengua, y luego al italiano, por el afán de darle al descubrimiento de estas obras un carácter
masivo. Obvia suponer el encuentro de este esfuerzo, seguido por otros eruditos, con la
invención de Gutenberg, un siglo más tarde.
De la plástica a la literatura, de la literatura a la música, de la música a la política y de
la política a la filosofía. No hay modo de establecer un orden lógico de influencias recíprocas
tan compleja que expliquen la irrupción del Renacimiento como fenómeno del pensamiento
humano. Pero es importante saber que el enfoque artístico del mundo nunca estuvo relegado
por completo, que siempre permitió al hombre observar la realidad desde otras perspectivas.
Con el Renacimiento se consolida como una alternativa emancipada de pensamiento, muy
resistente a someterse a otros sistemas de pensamiento. Luego ofreciendo una enorme
capacidad metafórica, es decir de capacidad de construir modelos mentales, con la cual,
pueden recrearse las más avanzadas perspectivas, sin la necesidad de aprobación referencial
alguna. Sin necesidad de aprobación del pragmatismo. Sin la aprobación de Dios, sin la
aprobación de la objetividad científica. Pura y simple imaginación donde la realidad es
proyectada una y otra vez, como un eficiente simulador, donde se prueban las ideas otro costo
que el delirio de la quimera.
110
Línea de pensamiento científico
Es lo que diferencia el arte de la ciencia. La ciencia está obligada a sujetarse a las
evidencias del mundo objetivo o lo que llamamos el mundo real. Lo cual no que significar una
rivalidad excluyente con respecto al enfoque artístico. La ciencia aparece como un intento de
estructurar el conocimiento y comunicarlo de diferentes maneras, de modo matemático como
de modo no-matemático, incluso a veces necesariamente con metáforas de préstamo literario.
El pensamiento científico es la última adquisición de la línea del pensamiento humano,
en un intento por construir un enfoque alternativo del mundo que se acerque lo más posible a
la verdad objetiva, a la realidad de los fenómenos que acontecen, a través de explicaciones
eficientes e irrefutables.
Pero la ciencia, además de un enfoque alternativo del mundo, es además un
instrumento poderoso para el cambio social. Ha permitido a la tecnología ahorrarse los
caminos largos del ensayo y el error y atinar con más certeza en sus procedimientos. Pero la
tecnología en sí misma no tiene más sentido que la de construir poderosas herramientas de
transformación. De tal modo que no puede reducirse a tecnología la consecuencia lógica del
pensamiento científico.
La ciencia construye, antes que nada y sobre todo, un inventario de prerrogativas, de
caminos para indagar y buscar respuestas. Es un enfoque en permanente insatisfacción, en
búsqueda constante por la verdad real y factible de todos los fenómenos que podamos
registrar. La ciencia es un universo muy diverso de alternativas que explican la realidad que
rodea al ser humano.
Además de explicar, la ciencia se empeña en predecir. En un esfuerzo equivalente a los
oráculos en el pensamiento mágico-religioso. Pero esta vez, con los recursos de la
racionalidad, excluyendo lo sobrenatural como fuente de sentido. Las capacidades predictivas
en la que se empeñan las teorías científicas son, a un mismo tiempo, su ventaja y su debilidad.
Mientras más capacidad ofrezca una teoría para predecir acontecimientos, mayor será la
credibilidad depositada en ella. Pero basta tropezar con un fallo, una contingencia, para que
surja la duda, la revisión y el perfeccionamiento de la teoría. Es este el mecanismo de
111
perfeccionamiento por excelencia de la ciencia. Y es acá donde marca una gran distancia de
las demás líneas de pensamiento.
Es difícil precisar los puntos históricos o una línea evolutiva suficientemente clara del
pensamiento científico. El teorema de Pitágoras fue registrado ocho siglos antes de Cristo, y
aunque las repercusiones de sus postulados aún tienen implicaciones en el presente, no puede
asegurarse que ya entonces haya existido un sistema científico. Para que esto sea posible es
preciso que el pensamiento sea compartido por la comunidad humana, digamos en un conjunto
apreciable de ésta, con capacidad para influir sobre el resto de la sociedad. Se requiere para
ello un sistema comunicacional, el cual no estuvo a punto sino mucho después de la invención
de la imprenta, a través de la cual, finalmente los nuevos científicos tuvieron la oportunidad de
difundir e influir sobre las mentalidades de su época. Sin embargo, parte de los saberes de la
antigüedad lograron sobrevivir al tiempo y se agregaron en una línea de evolución que
llamamos conocimiento clásico, desde ese momento puede afirmarse que el pensamiento
científico se hallaba en gestación. Un largo período de formación para constituirse.
Todo parece indicar que el siglo XVIII podría destacar como particularmente fértil en la
cronología inicial del pensamiento científico moderno. Además de que un puñado de genios
sorprendiera al mundo con sus propuestas explicativas, quizás el evento más formal fuera la
fundación de la Royal Society de Londres. En efecto, Galileo hizo conocer su telescopio,
Kepler logra describir las órbitas planetarias, Pascal inventa una máquina para calcular,
perfeccionada poco después por Leibniz, la física y la matemática logran enormes avances con
Newton. Pero será a partir de la fundación de la Royal Society of London for Improving
Natural Knowledge (Real Sociedad para el Avance de la Ciencia Natural), en 1662, tras una
saga de reuniones desde 1645, cuando se oficializa la primera organización formal promotora
de la ciencia. Su primerísima misión: promoción del saber experimental físico-matemático
(Spratt, 2003).
Desde entonces, han transcurrido poco más de tres siglos de emergencia formal del
pensamiento científico como parte de la oferta mental del pensamiento humano. Aún
con tan poco tiempo, las transformaciones ocurridas en la sociedad desde su aparición
han sido abrumadoras. El paisaje actual en todos los órdenes de la vida es por completo
diferente. Una capacidad de transformación que no poseen otros enfoques de
pensamiento (Crombie, 1987).
112
Sin embargo, su capacidad para comunicar y para crear un lenguaje coherentemente
unificado es aún una quimera. La ciencia no ofrece un sistema congruente de comunicación
cómodo y accesible, seguro y confiable. Sus disputas internas han consumido parte del
esfuerzo por construir un discurso proveedor de certidumbre, para compartir con el
pensamiento religioso, poder e influencia. Pero, apenas entramos en la era del pensamiento
científico. Una porción reciente de la historia humana, con varios milenios de primacía del
pensamiento primitivo e infantil.
El poder comunicativo de la ciencia está adquiriendo una nueva dimensión con la era de
las comunicaciones. Un nuevo lenguaje global está surgiendo, que implica una forma de
explicar las cosas, que se va masificando y modelando la forma de pensar de las nuevas
generaciones. La ciencia es un evento irrevocable, sin retorno. Sin los que ahora vivimos y
presenciamos sus sorprendentes descubrimientos, quizás no tengamos idea de las perspectivas
que aún están por ocurrir al modificar radicalmente la manera de pensar del individuo medio y
común.
113
3.2. Modelo de periodización para una historia universal del conocimiento y la
comunicación
Carecería de sentido que la historia social de la comunicación pierda de vista la
evolución de los contenidos que se comunican. El pasado está más presente en el presente de
lo que imaginamos. Presente en costumbres, en tradiciones, en nuestra natural adicción por las
cosas antiguas, al punto que las antigüedades suelen revalorarse con el tiempo. Cierto que lo
nuevo también ejerce una fascinación, pero en unas culturas más que otras. El pasado, en
cambio, ejerce un encanto, una fascinación en todas las culturas, sin excepción.
Ello se debe a que los humanos pensamos con los modelos mentales del pasado.
Cuando nos tropezamos con un evento novedoso en el presente, echamos mano en nuestra
memoria individual a los recursos de nuestra experiencia personal directa, o a las experiencias
personales indirectas que hemos conocido de otras personas, o al aprendizaje social, con las
que hemos sido socializados.
Con saberes del pasado y del presente, los grandes modelos mentales compiten por
ordenar nuestras vidas. Son los modelos mentales que heredamos del pasado, y con los que
construimos una manera de percibir al mundo. Cuando separamos al mundo entre barbarie y
civilización, entre cultura occidental y oriental, entre mundo cristiano, o judío, o islámico, o
budista o politeísta, entre el mundo comunista o el mundo capitalista, entre países
desarrollados o países subdesarrollados, y en fin, muchos otros tipos, cuando clasificamos
estamos convocando y usando modelos mentales heredados. Todos esos modelos conviven en
el torrente de la comunicación. De allí la primordial tarea de esforzarse en sistematizar en lo
posible tales modelos mentales, y también en lo posible su evolución a lo largo de la historia.
114
Los primeros modelos de la antigüedad
Cuando finalmente se comenzó a escribir la historia, es decir a dejar registros acerca de
los acontecimientos pasados, la humanidad había alcanzado el nivel cultural máximo, tanto
como lo conocemos hoy día. La diferencia consiste en que, desde entonces, se ha
incrementado la cantidad de información, y se han perfeccionado nuestros métodos de
procesar el saber y conocimiento.
Sin embargo, separar “Historia” de “Prehistoria” tomando como hito la invención de la
escritura es cada vez más inadecuado. En primer lugar, porque la humanidad continuó siendo
analfabeta, por lo menos hasta mediados del siglo XX, cuando comienzan a bajar las tasas
mundiales de analfabetismo27
. Fue con el movimiento cristiano protestante cuando la
condición de leer y escribir comenzó a considerarse importante para los individuos de aquellas
culturas. Durante en el siglo XX, comienzan a aplicarse sistemas de masificación de la
educación, en la mayoría de los países del mundo, reduciendo drásticamente en el lapso de ese
siglo el analfabetismo. En suma, aún no cumple la humanidad un siglo de alcanzar la
condición global donde la mayor parte de los humanos adquieran la destreza simple de saber
leer, otros menos de saber escribir.
En otras palabras, durante la mayor parte de la denominada Historia, una aplastante
mayoría de seres humanos fue analfabeta. Aún así, la civilización conquistó grandes avances
en los diferentes terrenos de saber y el conocimiento, léase religión, arte, ciencia y técnica.
Bastaba que una élite poseyera los saberes como para movilizar los cambios consecuentes. En
consecuencia, la pauta del analfabetismo no implica una condición de “Historia” o de
“Prehistoria”. Pero seguimos siendo educados con esa idea, ya que aún se enseña este criterio
en nuestras escuelas. Esto implica creer que bastaba la invención de la escritura para otorgar
un rango diferente a la época posterior.
27
La Tasa Mundial de Analfabetismo es un indicador de la UNESCO, y muestra que fue que en la segunda mitad
del siglo XX cuando comienza a ceder hacia la baja. Sin embargo, en el 2002, sólo los países más desarrollados
mostraron tasas por debajo del 2%. América Latina con cifras alrededor del 10% y las demás regiones con tasas
por encima del 20%. Cabe destacar que en Asia, África subsahariana y países árabes, con tasas superiores al 20%,
se presenta una alta asimetría de analfabetismo por géneros, donde la población femenina muestra hasta 20
puntos de diferencia con respecto a la población masculina.
115
En la antigüedad, durante el tiempo que aún llamamos prehistoria, los grupos humanos
de todas partes, de manera sorprendentemente homogénea, ya sabían cómo usar pieles y
plumas para vestirse y construir además una gran variedad de objetos. El cuero fue por mucho
tiempo uno de los materiales esenciales, tanto como hoy el plástico y los materiales sintéticos,
invenciones ocurridas en las primeras décadas del siglo XX.
También antes de la escritura, los humanos, sin excepción, tejían complejas telas,
aprendieron a cultivar, a construir casas y a elaborar muchas herramientas. Desde la
antigüedad más remota, los humanos ya practicaban el arte como una necesidad innata de
expresión humana y cósmica. El arte actuaba como un mecanismo mental sorprendente. No
sólo permitía la expresión estética, también proveía de fuente de sentido y referencia inter-
grupales. A través del arte, los humanos se comunicaban con sus divinidades, expresaban sus
estados de ánimos y desarrollaban pensamiento abstracto. El diseño es un arte poderoso, con
gran capacidad para resolver problemas que de otro modo se harían casi imposibles de
alcanzar.
La escritura, es decir, el alfabeto como sistema de signos de comunicación fue muy
posterior a todas las conquistas humanas en todos los terrenos del saber. Fue el resultado de
milenios de comunicacional gestual, de comunicacional oral y de comunicación iconográfica.
La idea que ofrece la separación historia-prehistoria es exactamente al contrario de cómo
realmente ocurrió la evolución del pensamiento humano.
Lo que sí ocurrió con la escritura, o mejor, con el alfabeto, fue un primer paso para
“globalizar” el lenguaje, y homogenizar así la Torre de Babel de los idiomas. Además, y
mientras tanto, los idiomas susceptibles de alfabetizarse pudieron construir un patrimonio de
conocimiento, traducido en panfletos, libros, bibliotecas y documentos. La acumulación de los
escritos pudo, finalmente, estar disponible con la invención de la imprenta, cuando el alfabeto
ya perfeccionado y homogenizado comenzó a masificar el lenguaje escrito y a hacerlo más
correlacionado con el lenguaje oral. Desde este enfoque, bien podríamos decir que la Historia
ha comenzado apenas recientemente, digamos, con la invención de la imprenta. Claro, la
imprenta es una tecnología, mientras que la escritura es un sistema de signos. Pero también, la
116
imprenta es una tecnología que perfeccionó el sistema de signos, y más pudo hacer posible la
era de la alfabetización. ¿De qué vale tener un sistema de escritura si muy pocos saben usarla?
Tal vez, desde esta perspectiva, la idea propuesta por Marshall McLuhan, en 1962,
acuñando el concepto aldea global (McLuhan, 1969), tenga más sentido que la periodización
histórica clásica. Esta idea pronosticaba entonces los hechos que hoy se corroboran
contundentemente, después de medio siglo: el mundo se ha transformado radicalmente debido
a la velocidad de las comunicaciones. Esta transformación ha ocurrido más de la mano de las
telecomunicaciones, la mayor parte a través de la oralidad y la imagen. La porción escrita del
conocimiento, si bien ha jugado un rol estelar en el desarrollo del pensamiento, continúa,
digámoslo así, concentrada en una élite, más amplia, de teólogos, intelectuales, científicos y
artistas. Similar al rol de los chamanes en las sociedades “prehistóricas”. Queda pues, expuesta
la idea acerca de una necesaria revisión de la Prehistoria, pues desde el punto de vista de la
historia social de la comunicación el concepto ofrece muchas inconsistencias.
De la antigüedad son estelares los aportes de civilizaciones como la egipcia y la
mesopotámica. Los egipcios construyeron una de las grandes civilizaciones, aprovechando al
máximo la fertilidad de los territorios a orillas del Nilo. Desarrollaron en consecuencia
disciplinas tecnológicas como la agrimensura y descollaron en los cálculos geométricos
básicos. Ni hablar de la arquitectura y obras de ingeniería, de la escultura, y demás artes
decorativas. Pero destaca su afán de pueblo conservador y extremadamente tradicional. Su
acentuada fe religiosa politeísta les hacía creer que la vida era apenas un tránsito
circunstancial, y que lo importante era prepararse para la muerte. Los egipcios ricos invertían
sus fortunas en rituales y obras funerarias y los pobres se dedicaban a una vida frugal que les
garantizara, a los ojos de Ra, el dios del Sol, la vida eterna. El progreso y el cambio no eran
conceptos atractivos en este esquema mental. Ello fue quizás lo que llevó al imperio a la
debacle frente a la competencia y rivalidad de otros pueblos guerreros. Fue el precio de no
progresar, a pesar de disponer de bienes de saber y conocimiento acumulados con siglos de
experiencia.
Otras civilizaciones antiguas, como la India y la China legaron modelos de orden social
incuestionables. Los entonces pobladores de la India construyeron un sistema de castas que no
requería de leyes ni de la acción disuasiva de la represión, pues la cultura incentivaba a los
117
individuos a aceptar, sin cuestionamientos, la casta a la que pertenecía, y en consecuencia a
aceptar también las limitaciones que ello imponía.
Los chinos, por su parte, tienen en particular exponer el sistema imperial más longevo
que exista. Pero sobre todo el fenómeno de la filosofía confuciana, compleja y de poderosa
influencia, cuyo principio es muy simple: todo reconocimiento social deben basarse en el
mérito. De modo que, la habilidad, el talento y excelencia moral son los requisitos claves para
el liderazgo, no el nacimiento, ni el origen ni la cultura. Desde la antigüedad el pueblo chino
siempre ha sido cultor de estos valores. Durante los años de la década de los 1960, el régimen
comunista de Mao Tse Tung intentó borrar de la memoria y los valores confucianos del pueblo
chino, a través de un experimento social que se llamó Revolución Cultural. El programa
terminó convirtiéndose en un sistema de persecución de ideas, destrucción del sistema
educativo y censura de toda actividad intelectual libre, lo cual resultó en un fracaso
estruendoso, causando el rechazo al maoísmo como tendencia política. Salvo este capítulo
cruento, de persecución de ideas, el confucionismo en China aún continúa perdurando como
esquema mental por excelencia de esa cultura milenaria.
Finalmente, el aporte de la civilización mesopotámica fue que legó básicamente el
sistema inicial de la escritura. No era el único en la época, claro. Los chinos ya habían
elaborado un sistema de dos mil quinientos caracteres hacia el 1400 AC. Los sumerios, pueblo
del sur mesopotámico, ya elaboraban manuscritos con símbolos similares al alfabeto moderno,
alrededor de los 8000 AC. Doscientos caracteres, aproximadamente, servían principalmente
como sistema de contabilidad. Las civilizaciones mesopotámicas fueron muy eficientes en
construir una sociedad donde el tributo era su base de sustentación. El alfabeto fue
perfeccionado por acadios, babilonios y asirios, hasta que finalmente los griegos agregaron las
vocales para armarse el rompecabezas del alfabeto moderno. Al parecer, el mundo antiguo
había ofrecido muchas piezas a las agitadas épocas históricas que siguieron antes de la
aparición de la sociedad moderna e industrial actual.
118
Las propuestas griega del saber
Se suele decir que en la historia del saber han ocurrido don grandes “explosiones” de
conocimiento: el Renacimiento, con el llamado movimiento de la Ilustración, y la que
comenzó en Grecia a partir del sexto siglo antes de Cristo. Esta se prolongó durante mucho
tiempo más, en la medida que aumentaba su influencia geográfica y su capacidad para
comunicarse. Las limitaciones comunicaciones fueron entonces el obstáculo más severo que
restringió aquella explosión de conocimiento.
Ya sabemos que los griegos no propusieron la ciencia, ni la economía, ni la psicología
o la sociología. El aporte griego consistió en dos grandes campos del saber que aún hoy tienen
una enorme vigencia: la filosofía y la ética. Con la abrumadora presencia de la ciencia en la
actualidad, tal vez pensemos que la filosofía esté debilitada. Sin embargo, si exploramos
acerca del “centro de gravedad” de la preocupación científica del presente, notaremos que el
campo de mayor actividad en el mundo de la ciencia se concentra en la epistemología. Es
decir, en la filosofía de la ciencia. Dicho de otro modo, la ciencia hoy se preocupa por
encontrar sentido y la finalidad de su existencia. Buena parte de las tres últimas décadas,
llamémosla “post-popperiana”, se ha producido una revolución del pensamiento científico.
Karl Popper, uno de los más destacados representantes de esa generación de filósofos de la
ciencia, se ha inspirado en la filosofía griega para proponer un sistema epistemológico para el
funcionamiento más eficiente de la ciencia.
De tal modo que la filosofía es ahora uno de los bienes preciados que aún hoy se sigue
descubriendo y sopesando. Todavía se percibe el impacto de la filosofía de la Grecia antigua.
Del mismo modo ocurre con la ética como campo del saber. La racionalidad científica del
siglo XIX, caracterizada por una exagerada arrogancia, había desdeñado la dimensión ética de
la actuación humana y creía suficiente el poder de la racionalidad científica para encarrilar las
acciones y productos de la ciencia. Los desastrosos acontecimientos ocurridos en el siglo XX
han demostrado que no fue así.
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La experiencia de la Alemania nazi y el estallido de la bomba nuclear en el océano
Pacífico, entre muchos otros casos, evidenciaron que la carencia de una cultura ética en el
quehacer y la formación científica pueden acarrear consecuencias desastrosas. Por increíble
que parezca, la filosofía griega clásica ya había advertido sobre tales consecuencias. Incluso,
daban a la arrogancia humana un nombre específico: hubris, y lo consideraban un pecado, que
la Diosa Némesis se encargaba de castigar.
Un primer aporte del pensamiento griego se encuentra en Tales de Mileto. Este filósofo
formuló la idea de que tras todo cambio siempre se encuentra una constante inamovible.
Usaba el agua como el elemento que más se ajustaba a este principio, ya que el agua
podía pasar por diferentes estados físicos radicalmente diferentes unos de otros, sin dejar
por ello de ser agua.
En consecuencia, una primera meta del pensamiento consiste en descubrir el principio
inamovible que subyace en todo cambio, principio que se puede aplicar tanto a los eventos
naturales como a los eventos sociales. Aunque parezca simple, el principio de Tales
contribuyó a pensar en los fenómenos que ocurren a nuestro rededor sin recurrir a
explicaciones animistas y religiosas y proclamar la condición inteligible del mundo. Sin duda
un aporte espectacular de la experiencia del pensamiento griego clásico.
Otro aporte crucial de la experiencia griega lo fue el sistema pitagórico, es decir,
concebir la existencia de una estrecha conexión entre la realidad y los números. En
consecuencia, la realidad podría expresarse en lenguaje matemático. Si tomamos en cuenta
que las matemáticas son el lenguaje por excelencia de la ciencia, habrá que reconocer que la
idea pitagórica constituye una piedra angular en esa línea de evolución histórica. En el año 300
antes de Cristo, un filósofo pitagórico, Euclides, completó sus Elementos de geometría,
ofreciendo así un sistema capaz de resolver gran cantidad de problemas prácticos, y al mismo
tiempo aportando una de las más poderosas herramientas para pensar, la geometría.
En otro orden, Demócrito aportó el concepto de un mundo constituido por partículas
llamadas átomos. Con esto conceptos capitales como espacio, cosmos, universo, vacío y
materia. La idea de un mundo pequeño e invisible, pero que podía ser descrito con un modelo
de representación. La idea de que ese mundo se hallaba en constante movimiento. Tal
movimiento producía una fuerza especial, la inercia. Incluso, el alma humana estaba
120
constituida por átomos, una idea que generó polémica histórica, pues fue rechazada tanto por
aristotélicos como por cristianos, y que aún hoy es controversial, un reto para la física
moderna.
En el plano humano, un trío de pensadores griegos, Sócrates, Platón y Aristóteles,
construyeron todo un sistema de pensamiento para la posteridad. En primer lugar, fundaron un
eje de pensamiento, una preocupación constante del ejercicio intelectual humano, el tema del
ser o la ontología. Este fue un paso de considerable proporciones para la construcción del
pensamiento científico, y aún hoy, para el pensamiento religioso.
Reflexionar sobre el ser, sobre la existencia humana, y de esta perspectiva meditar
sobre las relaciones humanas, fue sin duda el requisito previo para pensar la política, la
economía, la psicología, la sociología, la cultura, la deontología. Esos filósofos, legaron
además un sistema de razonamiento lógico, cuya herencia recogerían magistralmente los
pensadores de la Ilustración. Ciencias naturales, ciencias sociales y humanas comparten este
bien acumulado de la historia del saber.
Pero Grecia también legó otra moraleja importante a la humanidad. La Grecia antigua
era una nación muy particular, una nación muy modesta, sin grandes riquezas, poco poblada,
constituida por un puñado de ciudades estados independientes entre sí. La mayor parte de su
historia, estas ciudades más bien rivalizaban tanto en competencias deportivas como en
guerras destructivas. Sin embargo sobrevivieron a ellas mismas. En buena medida, todas estos
mini-estados compartían una misma lengua y una misma religión, pero paradójicamente, una
abierta incapacidad para construir una unidad territorial.
Medio siglo antes de Cristo, apareció un poderoso enemigo externo que alteró ese
extraño equilibrio de fuerzas rivales internas. Los persas, entonces un reino sumamente rico,
provisto de avanzadas tecnologías, comenzaron una zaga épica de ataques intentando
conquistar Grecia. Un primer ataque en gran escala tuvo lugar en el 490 antes de Cristo, donde
sorprendentemente, los persas salieron derrotados en la mítica batalla de Maratón. Diez años
después, en el 480 AC, el rey Jerjes insistió con una flota de ataque aún mayor, que logró
superar la feroz resistencia espartana y tomar Atenas, la ciudad más codiciada de Grecia. Pero
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una fuerza combinada griega, al mando de Temístocles, detuvo a la infantería persa, capturada
y destruida su flota.
Los griegos alardeaban la explicación de esta gran victoria frente a tan poderoso
enemigo. El ejército persa estaba conformado por esclavos, obligados a combatir. El ejército
griego por hombres libres, defendiendo no sólo su territorio, sino el modo libre de vivir, su
cultura, su sociedad. Lo más sagrado para los griegos era su libertad e independencia. Este
legado pasó a la cultura universal en forma de mitos y literatura, prácticamente de forma oral,
de generación en generación. Sobreviviendo incluso a épocas oscuras donde la información, el
conocimiento y el saber se hallaban severamente restringidos. La metáfora de la épica griega
sobre la libertad es hoy el principio básico que guía la libre determinación de los pueblos
consagrada en el derecho internacional.
Las rivalidades internas entre Atenas y Esparta terminaron en una cruenta y agotadora
guerra civil, en buena medida financiada por el oro persa, que esperaba pacientemente el
debilitamiento fratricida del país para intentar de nuevo su conquista. Pero de esta destructiva
guerra ganada por Esparta, ciudad que luego se vería envuelta en guerras civiles entre los
persas, quienes no pudieron evitar el virus del conflicto interno, surgió el fenómeno de
Alejandro Magno como monarca unificador de toda Grecia. Consolidado y pacificado el país,
Alejandro dio inicio a una formidable campaña militar de conquista y expansión, desde el 334
AC, anexándose los tres grandes imperios de entonces: India, Egipto y Persia. Convirtió así a
una pequeña nación en un nuevo gran impero jamás conocido.
Pero Alejandro Magno se contagió con los rituales de adoración de los persas, asiáticos
y egipcios, quienes adoraban a sus reyes como si fueran dioses mismos. Alejandro intentó
imponer dichos rituales a los griegos, quienes al principio creyeron que se trataba de una
broma. El ritual atacaba el centro del espíritu de libertad como piedra angular del orgullo
helénico. Aunque esta orden fue anulada tras la prematura muerte de Alejandro, su impacto
aceleró el fin de Grecia como una nación de provincias independientes, pues, la gesta
alejandrina preparó la ruta de la posterior, más exitosa y duradera expansión romana.
Por otra parte, el plan de conquista de Alejandro no se limitaba a la posesión de
territorios y riquezas, a través de un sistema tributario, como el sofisticado sistema persa, y
122
con el sometimiento a la esclavitud de las poblaciones conquistadas. Su proyecto intentaba
unificar Oriente con Occidente. Un verdadero experimento de sincretismo cultural, tratando de
construir un sistema de educación helénico, a través de la enseñanza del idioma griego. Con
esta expansión cultural, Alejandro protegió la cultura griega y la ayudó a sobrevivir a los
tiempos históricos posteriores.
Buena parte de la sobrevivencia de los bienes de saber helenísticos se explica por la
invención de la Historia, tanto como género literario como género del pensamiento reflexivo,
crítico y científico, es decir, como una fuente de explicación no fantasiosa de acontecimientos.
Herodoto, quien escribiera extensamente la victoria griega sobre los persas en la década 490-
480 AC, inspiró a una saga de historiadores que reprodujeron su modelo narrativo y analítico,
por ejemplo, a explicar un complejo sistema de causas y consecuencias apoyada en el estudio
del pasado precedente al hecho histórico del presente reciente que se narra.
Fallecido en el 420 AC, a Herodoto le tocó historiografiar el período de esplendor del
ser griego antiguo. Tocaría a Tucídides, soldado y testigo de excepción en la guerra del
Peloponeso, donde la Grecia se dividía entre dos confederaciones lideradas por Esparta, una, y
Atenas, la otra. Siguiendo el modelo herodotiano, Tucídides introduce la innovación de incluir
textos a través de los cuales los personajes importante hablan sobre los hechos, sus razones y
argumentos. Por supuesto, esta novedad fue duramente criticada pues era imposible que el
historiador haya estado presente cuando los personajes expresaran sus ideas. No obstante, se
trataba de un recurso atractivo al lector, que permitía al historiador expresar ideas de la época.
Citemos, por ejemplo, un fragmento del discurso fúnebre del líder ateniense Pericles,
expresando con puntual síntesis el sentir griego representado en el liderazgo que representó el
caudillo, que aprovecha el autor para impartir lecciones de política y moral:
(…) Cultivamos el refinamiento sin extravagancia; la comodidad la apreciamos si
afeminamiento; la riqueza la usamos en cosas útiles más que en fastuosidades, y le
atribuimos la pobreza a una única desgracia real. La pobreza es desgracia no por la
ausencia de posesiones sino porque invita al desánimo en la lucha por salir de ella.
Nuestros hombres públicos tiene que atender a sus negocios privados al mismo tiempo
que a la política y nuestros ciudadanos ordinarios, aunque ocupados en sus industrias, de
todos modos son jueces adecuados cuando el tema es el de los negocios públicos. Puesto
que discrepando con cualquier otra nación donde no existe la ambición de participar en
esos deberes, considerados inútiles, nosotros los atenienses somos todos capaces de
juzgar los acontecimientos, aunque no todos seamos capaces de dirigirlos. En lugar de
123
considerar a la discusión como una piedra que nos hace tropezar en nuestro camino a la
acción, pensamos que es preliminar a cualquier decisión sabia. (…)
En lo referente a la generosidad nos destacamos asimismo en forma singular, ya que nos
forjamos amigos, dando en lugar de recibiendo favores. Pero por supuesto, quien hace
los favores es el más firme amigo de ambos, de manera de mantener al amigo en su
deuda, mediante una amabilidad continuada (…) Y son solamente los atenienses quienes
sin temor por las consecuencias abren su amistad, no por cálculos de una cuenta por
saldar sino en la confianza de la liberalidad (…)
En pocas palabras, digo que nuestra ciudad es la escuela de Grecia… (Pericles)
En suma, todo este legado griego de pensamiento que ellos trataron de concentrar en un
solo concepto: episteme, si difundió a través de libros, mitos y épicas. El pensamiento griego,
su sociología, su política y su cultura se ofrecieron en forma de conocimiento organizado.
Conocimiento que debía ser público. La opinión pública, que aún hoy es un concepto tan
complicado de definir fue uno de los aportes griego a la cultura universal. ¿Cómo ha
sobrevivió esta herencia a través de los tiempos? Es una pregunta que debe explicar la historia
social de la comunicación.
124
El modelo de la sociedad romana
El mito de la fundación de Roma, tras de su independencia de los etruscos alrededor
del 500 AC, dejó para siempre el lema “el Senado y el Pueblo de Roma”, que con las siglas
SPQR, pueden encontrase por toda la ciudad. La figura del senado, como un foro de debate y
toma de decisiones, es quizás la primera manifestación trascendental del modelo romano. Hoy,
no existe nación alguna que no posea una institución similar.
A Roma puede acusársele de construir una versión de la cultura griega. La Odisea de
Homero fue versionada sin duda en la Eneida de Virgilio. Pero los héroes de ambas épicas,
que sirvieron de inspiración moral y patriótica a griegos y romanos, son paralelos opuestos. A
Odiseo se le describe como un aventurero y bohemio, orgulloso de sus continuos viajes de
conquistas, seguro que su gran amada Penélope siempre le esperaría, aunque en sus aventuras
geográficas incluyan también aventuras amorosas con otras mujeres. A Odiseo le apremiaba
un constante afán de conocer lo desconocido, y su casa es apenas un lugar más donde regresa a
descansar.
Al Eneas de la Eneida, en cambio, le guía su apego al hogar. No le queda más remedio
que deambular forzado el exilio tras la caída de Troya y la muerte de su esposa. Luego de un
periplo de aventuras, encuentra un nuevo hogar en Italia, protegido por los Latinos, donde
encuentra nueva esposa. La moraleja épica del héroe es su amor por la nueva tierra, en el
contexto de la república, es decir, un modelo de autogobierno por representación.
El crecimiento y prosperidad de la nueva ciudad Estado requería de la seguridad
comercial en el escenario del Mediterráneo. La ciudad de origen fenicio de Cartago, cuyos
habitantes eran llamados poenis por los romanos, se convirtió en un gran obstáculo para este
propósito comercial. Fue el origen pragmático de las guerras púnicas, donde Roma tardó un
costoso siglo bélico para someterla, del 250 al 150 AC. A partir de este momento se llevó a
cabo un fenómeno civilizatorio extraordinario en los siguientes tres siglos que trascurren entre
el 150 AC al 150 DC: el surgimiento de la Roma clásica como un modelo de sociedad para el
mundo. En ese período la república dio paso al imperio, con un híbrido donde el poder
absoluto del emperador estaba limitado por el poder de consulta y veto del senado,
controlando una colosal extensión territorial que abarcaba desde el Asia occidental, Europa y
125
el norte de África. Como nación imperial Roma duraría tres siglos más, durante el cual se
cristianizaría y se dividiría en dos imperios, el Bizantino en oriente y el occidente romano, que
sucumbirían.
Como en el caso de la Odisea y la Eneida, fuentes por excelencia del espíritu de ambos
pueblos, la relación cultural entre Grecia y Roma es muy estrecha: religión, arte, gustos y
modelos de vida, son similares sin duda. No obstante los romanos se jactan en manifestar
durante todos los tiempos que fue la cultura romana la que dio a la herencia helénica un
carácter práctico y aplicable. Por ejemplo, transformaron al restringido sistema educativo
griego propuesto por Aristóteles, la paideia, y la convirtieron en cursos de retórica y oratoria
que enseñaban a convencer sobre la toma de decisiones en la política y en los negocios. En
términos modernos este ajuste equivale a reducir la formación humanística actual en un
sistema de formación profesional y técnica.
Los romanos también tomaron la idea de la fama e inmortalidad que proveía el honor
griego depositado en el gentilicio, en el honor mortal depositado en el caudillo romano,
imponiéndose la idea de la adoración del emperador casi como a un Dios, que tanto
rechazaron los griegos, incluso, cuando su máximo héroe, Alejandro Magno intentó imponer.
Con el triunfo de Augusto, la quimera inicial de la república, sólo posible en la
confederación de ciudades estados, derivo en un modelo de república centralizada que
terminó, como sabemos, eficiente y sofisticado imperio totalitario. En la medida que se
expandía, Roma ofrecía libertad cultural y seguridad militar a cambio de sumisión territorial y
pago de tributos, una especie de trueque pragmático. La tendencia fue a divorciarse del sentido
de sus orígenes mientras construía un modelo de sociedad práctica, que adoraba la tecnología,
la milicia, los lujos, la ostentación, pero sobre todo, el orden que emanaba a través del
derecho.
Así, mientras los filósofos griegos se concentraban en un concepto abstracto de
justicia, el derecho romano se concentró en leyes prácticas y aplicables. El derecho griego
razonaba en cada caso, a través de un sentido común que se le confiaba a los sabios. El
romano, a través de reglas que pautaban el comportamiento, que conservaban las tradiciones y
126
creaban un orden con el cual se relacionaban los romanos. Ese orden se llamaba ciudadanía,
otro de los grandes aportes romanos al mundo.
El imperio romano creó una sociedad donde la ciudadanía resultaba un bien apreciado,
especia de estatus de reconocimiento y bienestar. Con dicha ciudadanía se podía viajar desde
Constantinopla a Britania, sin ser molestado. Un beneficio equivalente a la ciudadanía
comunitaria europea actual. Incluso, con las ventajas de un mismo signo monetario, un mismo
sistema de medidas favorecedor del comercio y el intercambio financiero, como actualmente
disfruta el más antiguo y eficiente sistema de integración regional contemporáneo: la
Comunidad Europea.
El punto que hacía más exitoso el derecho romano, y lo que le hizo imponerse como
sistema básico de derecho mundial, consistió en tener claro que el objetivo del derecho es
regularizar el comportamiento de los individuos comunes. Para ello crearon progresivamente
un cuerpo de leyes complicado e ingenioso. Regulaban la sucesión y la herencia, los contratos,
la propiedad, el comportamiento personal que derivó en el derecho penal, la familia, a través
del derecho civil, los esclavos y la ciudadanía. Con el tiempo estas leyes se hicieron más
numerosas e inaccesibles al común, además de los procedimientos engorrosos que implicaban,
que pronto fue surgiendo un grupo de individuos especialista que servían de intermediarios
entre la sociedad y las instituciones que velaban por la administración de las leyes. A pesar de
los intentos por volver a simplificarlo. Uno de esos intentos lo lleva a cabo el emperador
Justiniano en el 529 DC, y aunque no resultaba más simple que el sistema complejo que
intentó sustituir, se impuso aplicándose durante un milenio, y aún sigue siendo la base de los
sistemas legales de la mayoría de los países europeos y otros países en el mundo, incluyendo
el estado de Luisiana, en los Estados Unidos. En términos concretos, ese fue el mayor legado
cultural de la experiencia de Roma.
En la medida que se difundía el modelo romano, en toda su complejidad, en esa
medida no había pueblo que se resistiera a su atractiva influencia. Las grandes naciones
surgidas de la Modernidad, se inspiraron en el modelo de la República Romana. Francia y los
Estados Unidos se reconstruyeron, de la monarquía el primero, y del dominio colonial el
segundo, como nuevos modelos de sociedad, emergiéndose en medio de un contexto donde
prevalecía, global y exclusivamente, el modelo de las monarquías absolutas. La poderosa
127
capacidad comunicativa de estos modelos se extendió velozmente por el mundo, que era
global desde el siglo XVI, y desde entonces, el mundo se ha organizado por un sistema de
naciones, conformadas con base a unos conceptos modelos llamados constitución, la mayor
parte de esas naciones bajo modelos republicanos, y los que no, con sistemas monárquicos
controlados por sistemas parlamentarios, tal como lo habían inventado los romanos en la
época de los primeros tiempos imperiales.
Otro legado espectacular del modelo romano fue el afán comunicacional. Roma
concebía el progreso a través de carreteras y caminos. Supieron dónde y cómo hacerlas, y
hacerlas bien. Son legendarias la resistencia y durabilidad de las carreteras romanas, y más su
intrincada red de interconexión. Mientras la tecnología etrusca y griega producía carreteras de
construcción rápida que se deterioraban con rapidez y que requerían mucho mantenimiento,
casi reconstruirlas. Las etruscas eran de mejor calidad pero muy adaptadas a la sinuosidad
topográfica. Las carreteras romanas en cambio se imponían en rectas, utilizando puentes,
túneles y rellenos. Acompañando las carreteras, se agregaban los acueductos que resolvían el
problema de suministro de agua a las regiones carentes de ella. No es necesario comentar lo
que implica ese detalle para la civilización.
Finalmente, el milenio romano legó un puñado de autores de mucha influencia en el
pensamiento moderno y contemporáneo. Si bien los romanos no destacaron en la filosofía,
sólo hicieron en la reflexión acerca de la sociología, la educación, la literatura, el teatro y las
artes iconográficas. Destaca entre sus muchos autores, el abogado, político y escritor Marco
Tulio Cicerón, quien propuso una regla básica de vida para la sociedad romana, en la que se
fundamentaba el sistema educativo romano. La regla es muy simple: haz siempre lo correcto.
¿Y qué era lo correcto para Cicerón? En primer lugar, lo legal, respetar la ley. Pero, si la ley
no es justa, entonces lo correcto es lo honesto, mantener la palabra sin importar las
consecuencias. Tratar a todo por igual, ya que todos son seres humanos, es decir, lo correcto es
la humanidad que implica que a cada ser humano se le trate con respeto. Y finalmente el yo
interior capaz de decirnos cuándo hacemos algo bien o cuando mal, ya que en el curso de
nuestras vidas son muy contadas las veces en que tenemos dudas al respecto. Esta regla simple
de Cicerón casi resume la ética aspirada por la cultura romana. Su moraleja resumen estribaba
en la quimera según la cual era posible sustituir un gobierno de hombres por un gobierno de
128
leyes, donde la rigidez de las mismas se flexibilicen con el uso de la razón. La historia nos
afirma ahora que la experiencia romana fue el teatro antiguo de las experiencias políticas y
sociales del presente.
La Edad Media: escolástica y teocracia
Tras el desvanecimiento de Roma, en el 476, los territorios bajo control romano
cayeron en una especie de control caótico de reinos llamados “bárbaros”. La unidad milenaria
del territorio europeo se había quebrado. Ya no se podía transitar por Europa bajo el signo de
una única ciudadanía, una única moneda y una red de caminos. La llamada Edad Media, trajo
consigo miles de fronteras.
Sólo queda en pie el Imperio Romano de Oriente, o Imperio Bizantino, el cual perduró
otros mil años, hasta 1453. Pero el lado occidental de Roma, luego de la caída de esa parte del
Imperio quedó a merced de la anarquía. La mayor parte de la población, digámoslo así, culta,
se había refugiado en Constantinopla, capital del Imperio Bizantino. Las carreteras quedaron
desasistidas y la inseguridad forzó a comerciantes y viajeros a abstenerse de usarlos. Las
diferentes regiones comenzaron a despoblarse.
La ausencia de un Estado fuerte disminuyó la construcción de obras públicas. Y las
pocas que quedaban fueron eran constantemente destruidas y saqueadas. Progresivamente las
poblaciones se fueron quedando aisladas, construyendo sólo fortalezas para defenderse de las
constantes invasiones saqueadoras. La hostilidad entre los hombres aumentó sobremanera.
Para la defensa de las poblaciones fueron constituyéndose ejércitos personales, que cobraban
altos precios por sus servicios. Una generación de guerreros fue apareciendo, cuyos
descendientes serán los señores feudales clásicos de la Edad Media.
El derecho y sistema de leyes desapareció, y en su lugar se fue imponiendo un sistema
de caudillos y de servidumbre. Los gobiernos, representados por una explosión de reyezuelos
funcionaban en el ámbito primitivo, con base en la guerra y el sometimiento. Mantener el
ejército del rey costaba muy caro, por lo que se fue haciendo insoportable el sistema de
tributos en aumento, hasta el punto de someter a las regiones a las más severas de las
pobrezas. Tal situación se agravaba con la ausencia de un sistema comercial seguro y
129
confiable. Transportar una mercancía requería ser acompañada de un costoso ejército, y aún
así el riesgo de perderla por robos y saqueos eran altos.
En ese escenario, los bienes producidos por el arte y la filosofía, tan apreciados durante
la época helénica y romana, carecían de valor. La tecnología militar era la única forma útil de
conocimiento que valía la pena. Los historiadores cuentan que el siglo 450 al 550 que procedió
a la caía de Roma occidental ha sido uno de los períodos más difíciles de a Europa, sometida
al vacío intelectual y acosada por la rapiña y la muerte.
Sobrevivir al espantoso escenario fue difícil para los individuos. La mayoría estaban
obligados a trabajar la tierra apenas para comer, pues cualquier excedente debía entregarse a la
defensa de los hombres fuertes de la milicia local dominante. Por supuesto la competencia
entre grupos militares rivales fue constante. Cada región vivía un estado de guerra
permanente.
Los reyes apenas si controlaban una parte del territorio que se suponían gobernaban,
por lo que debían hacer alianzas con otros feudos militares. Fue surgiendo una nobleza militar,
nobles que se consideraban “pares” del rey, quien debía consultarles para transitar su territorio
o crear una alianza militar para derrotar a otros reyes rivales. Los habitantes de cada localidad
fueron perdiendo la otrora libertad, y hasta debían solicitar permisos y gracias a los dueños
militares del territorio. El concepto de ciudadanía, tan caro, soberbio y orgulloso para Roma,
desapareció por un sistema cruel y brutal de servidumbre. Un estado de cosas que empeoraba
la situación de las personas comunes en comparación con la época de los esclavos romanos,
quienes, al menos, gozaban de ciertos derechos y protección del Estado.
El aislamiento de las diferentes regiones, prácticamente amordazadas por los
regímenes feudales del momento, fue imponiendo una diáspora comunicacional por la
aparición de cientos de lenguas. Unas venidas e impuestas por las etnias invasoras llamadas
bárbaras por los romanos, otras por la permanente corrupción del latín (Burke, 2001). La
ausencia de espacios públicos y de sistemas educativos agravó la corrupción y proliferación de
los idiomas.
También comenzaron a escasear las noticias dado el bloqueo de las fronteras locales, y
también el tiempo libre para detenerse a enterarse de lo que ocurría en otros lugares. El
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esfuerzo por sobrevivir impone una lucha constante que terminaba por reducir el interés por
las desgracias ajenas. Bastó un siglo de devastación para destruir casi todo lo que Europa
había tardado un milenio en construir como modelo de civilización.
El aislamiento, la ausencia de obras públicas o de servicios públicos, ofrecieron
condiciones para que las epidemias actuaran con mayor ferocidad. A mediados del siglo XIV,
al menos la mitad de la población europea murió por efectos de la llamada Peste Negra, una de
las crisis demográficas más dramáticas de todos los tiempos. Sin embargo, y paradójicamente,
luego de la terrible secuela de la peste, Europa vivió un importante boom económico que
permitió fortalecer los nuevos estados nacionales.
Ciertamente, la historiografía presenta a la Edad Media como un período de disolución
civilizatoria y de brusca ruptura con el desarrollo cultural representado en el modelo romano
de sociedad. Sin embargo, muchos historiadores proponen que fue el período de la gestación
de Europa.
En efecto, a pesar de la extraordinaria diversidad étnica de Europa, el período de la
Edad Media contó con un programa ideológico aglutinador: el cristianismo. Convertida en
religión oficial romana por Constantino, en el siglo IV AC, luego de haber sido un culto
severamente perseguido. Pero el éxito estelar del cristianismo no estriba en haberse erigido
como la religión oficial de un imperio pagano por excelencia, sino en haber cristianizado a las
culturas más heterogéneas que poblaban Europa y el Asia occidental.
Desde el punto de vista de la historia del saber y de los modelos mentales, la
experiencia de la Edad Media destaca por el proyecto teocrático del cristianismo europeo.
Obviamente no se trataba de una idea novedosa. Desde la antigüedad, reyes, emperadores y
faraones afirmaban ser dioses. En consecuencia, sus gobiernos eran gobiernos regidos por
dictámenes divinos. Desde Augusto, todos los emperadores romanos se hacían adorar como
dioses. Pero al adoptar Constantino al cristianismo como religión oficial no afirmó ser el Dios
cristiano. Un único dios todopoderoso, omnipresente y omnisciente. A diferencia del judaísmo
y el islamismo, la Iglesia cristiana que se deriva de la Edad Media se reservaba la capacidad de
interpretación de las escrituras, imponiendo el monopolio de la exégesis bíblica. Esto reviste
131
gran importancia pues el sistema aplica muy bien en una sociedad analfabeta, donde la
oralidad es la única forma de lenguaje para obtener información, saberes y conocimiento.
Muy pronto se construyó por toda Europa una red de conventos, iglesias y otras
modalidades de espacios religiosos. Una red bien tejida de organizaciones religiosas
concentradas en una jefatura máxima: el papado. En el 742, ya Carlomagno se había
convertido en el rey de francos y lombardos, el más poderoso de sus monarcas pares. Sin
embargo, fue coronado con la legitimidad del Papa León III. En eso consistía la teocracia
medieval de Europa, en una relación de interdependencia entre el llamado “poder temporal” y
el “poder espiritual”.
Pero la historia de la relación papado-monarquías europeas nunca fue regular y
constante. En algunas coyunturas, el Papa tenía mucho poder frente a determinado monarca, y
en otras, era francamente débil. Pero esta ambigua relación sobrevivió por quinientos años,
cuando entre 1309 y 1377 el papado acosado por intrigas y asaltos a Roma, se exilió en la
ciudad francesa de Aviñón, a lo que siguieron disputas de sucesión. Desde entonces el papado
había perdido el poder político que tuvo, y el sistema teocrático cristiano dio paso a los
regímenes absolutistas con los que se construyeron los grandes estados nacionales europeos
modernos.
La teocracia cristiana de la Edad Media se diferenciaba entonces de sus modelos
antecesores, y también de las que vendrían en el futuro, de la mano del Islam, quienes
impusieron en diversas culturas sistemas políticos teocráticos gobernados por sacerdotes,
gobernando en nombre de Dios.
La unidad religiosa de la étnicamente variada Europa alcanzó gestas épicas como las
cruzadas, y mantuvo al continente en constante guerra contra el Islam. La religiosidad fue el
signo distintivo de aquella Europa. Tal vez, no había otro modo de soportar las vicisitudes de
una vida terrible, llena de tantas privaciones, calamidades, amenazas y sufrimientos.
Progresivamente, el lado oscuro de la religión fue asomando en forma de temor, superstición y
prejuicios. Le costó mucho a Europa superar los miedos y temores, su casi innata desconfianza
mutua. El siglo XX fue testigo del horror de las dos guerras más destructivas jamás conocidas.
132
Luego la experiencia de integración europea parece anunciar la época de la quimera de una
sola Europa.
Finalmente, la Edad Media Europea también legó al mundo un esquema mental
producto del sincretismo entre religión y pensamiento clásico: la escolástica, un sistema de
racionalidad y teología. El escolasticismo hizo posible la impresionante complejidad del
cristianismo católico. Boecio, el filósofo romano de siglo V, traductor de las obras de
Aristóteles, acuñó la poderosa frase distintiva de esta corriente teológica-filosófica: “Hasta
donde puedas, une fe y razón”. Su influencia se reflejó fundamentalmente en las
universidades. Luego la formación de escuelas viene de la idea de que la educación era crucial
para el orden y el equilibrio de la sociedad. Una idea estelar, pues hasta entonces la idea más
dominante era concebir el orden como el producto de la represión de los gobernantes, o en su
defecto su temor, o el temor a Dios. El modelo de Escuela que aún sobrevive globalmente fue
un legado de la escolástica. La Edad media no fue tan oscura después de todo.
El inicio de la revolución del conocimiento: el Renacimiento.
El Renacimiento, como lo define Georges Léfebrve (1974), es la etapa de la historia
occidental que transcurre entre el fin de los tiempos medievales y la primera revolución
industrial. Abarca, en consecuencia, cuatrocientos años entre los siglos XIV y XVIII. Más que
cambios histórico-sociales, que los hubo en abundancia, este período registra la aparición y
consolidación de un puñado de conceptos que construyeron una nueva mentalidad, la cual
tendrá alcance global.
Entre los cambios histórico-sociales son relevantes los descubrimientos geográficos
que permitieron conocer la extensión planetaria y que dieron lugar a la expansión global
europea (Ferrer, 1996). Asimismo, la Reforma, importante cisma en la unidad ideológica que
sostenía la iglesia cristiana durante siglos, provocó la ruptura mental con el orden medieval.
Mientras que en el campo político secular, ocurre la formación de los estados modernos que
hoy llamamos naciones, contrarios a las autonomías y privilegios feudales característicos de la
Edad Media. Estos factores: Reforma y consolidación de los estados nacionales fueron
133
creando tensiones entre las monarquías absolutistas derivadas de éstos, en contra de las
oligarquías feudatarias, que aún se resistían a ceder las dependencias contractuales y
privilegios de la sociedad feudal.
Varios factores cooperaron para que progresivamente se fuesen imponiendo las fuerzas
de cambio histórico. Entre ellos, la competencia entre las monarquías europeas por conquistar
cuotas en el dominio mundial, territorial y/o comercial, a partir de los descubrimientos,
empresa que requería unidad centralizada de recursos y toma decisiones. Otra, las ya cíclicas
convulsiones sociales, particularmente de rebeliones campesinas contra el sistema de
impuestos feudales, se agudizaron en el siglo XVI por una severa estampida inflacionaria,
estimulando motines campesinos en toda Europa y éxodos masivos de las zonas rurales a las
ciudades. Las nuevas oligarquías urbanas, las llamadas burguesías, acusaban esta crisis y
comenzaron a apoyar a príncipes y reyes en su camino al absolutismo antifeudal y en favor de
aperturas comerciales más allá de las fronteras.
Sobre estos acontecimientos ocurre el fenómeno cultural del Humanismo y el
Renacimiento. Si bien no es posible someterlo a un modelo simple, cronológico o de línea
evolutiva, es posible definirlo como un gran movimiento de múltiples orígenes que terminaron
convenciendo a una gran cantidad de pensadores, artistas e intelectuales sobre un conjunto de
convicciones que pueden reunirse en los siguientes patrones: interés y veneración por el
conocimiento producido en la antigüedad; afán por la filología; opción por el “método
científico” de racionalidad, sea lógico-deductivo o empírico-inductivo; revalorización de la
Historia como fuente de conocimiento; secularización del conocimiento con la aparición de
academias y universidades laicas en franca competencia con el monopolio educativo
eclesiástico; laicización del mecenazgo, gracias a lo cual los artistas se liberan de los patrones
religiosos para la creación artística; reaparición de atributos clásicos como valores artísticos
(desnudos, naturaleza, perspectiva) y en general de un nuevo ideal académico de la belleza. A
estos nuevos valores insurgentes se da en llamar “Humanismo”.
Un primer ciclo de formación primigenia del Humanismo tiene lugar en el mundo
artístico, particularmente en ciudades “mundanas” y con grandes cuotas de libertad y contacto
con otras civilizaciones como lo fueron las ciudades italianas de Florencia, Roma y Venecia.
Esta primera corriente ya postulaba un conjunto de principios básicos: postura no escolástica,
134
búsqueda de lo racional y humano, rescate de la pureza de las fuentes clásicas, adoración a la
elegancia de las formas y la pureza del estilo, optimismo en la nobleza humana, pasión por la
estética, la exactitud y la armonía, exaltación del individualismo y defensa de la dignidad
humana, las bellas artes como vehículo de expresión y comunicación de ideas. A medida que
estos valores se difunden, con extraordinaria rapidez sobre todo a partir de la invención y
expansión de la imprenta, este humanismo de origen artístico evoluciona hacia un humanismo
crítico y científico, conquistando progresivamente espacios en las universidades, academias y
grupos de librepensadores.
Los acontecimientos “renacentistas” transformaron la estructura interna del “viejo
continente”, y las nuevas instituciones y actitudes fueron inevitablemente “exportados” a
escala universal. La ebullición de ideas y enfoques humanistas, que alcanzaron en el siglo XVI
protección y rango de Estado, incentivarían una explosión de pensamiento en los siglos XVII
y XVIII, que muchos historiadores coinciden en denominarlo como el movimiento de la
Ilustración. Por paradójico que fuese, en parte de esta exportación del Renacimiento, se
concentraba la nueva mentalidad que derivó inevitablemente en antimonárquica, aunque no
fuera esa su intención original. Estas ideas se verificaban en las instituciones que los europeos
se construyeron para sí y para sus dominios extracontinentales, ya sea en forma directa, a
través de la colonización, o en forma indirecta, a través del comercio y las relaciones políticas.
Pero fue en el movimiento ilustrado donde se incubaron las tesis que se revelaron a fines del
siglo XVIII como importantes movimientos políticos de cambio.
La tradición anti-romana en Alemania parece ser una raíz que explica el surgimiento de
corrientes opuestas al predominio eclesiástico de Roma, como centro de la unidad cristiana.
Ya Erasmo de Rotterdam, en su Elogio a la Locura, hacía evidente el sentimiento que se
generalizaba según el cual la iglesia católica atendía más sus intereses materialistas que a su
rol espiritual. La acción eclesiástica tendía a mantenerse más por la prédica del miedo al
castigo divino que a la conversión por la fe. El desarrollo del individualismo humanista que ya
era notorio en el siglo XV comenzará a fomentar la búsqueda de la salvación desde la soledad
del cristiano, y esta nueva modalidad se popularizaba en la medida en que la iglesia prestaba
menos atención a los problemas espirituales individuales. De esta tradición paralela se va
desprendiendo la idea de búsqueda de la divinidad al margen de la estructura formal de la
135
iglesia. Se agregaron luego, la incorporación de opciones eclesiásticas que hicieron un
principio el abogar por la justicia, algo que nos recuerda muy bien la gesta prohumanista de
Bartolomé de Las Casas.
Los movimientos protestantes estallan como fenómenos locales. A mediados del siglo
XVI, Bodenstein en Wittenberg (Inglaterra) inicia una reacción radical, desterrando imágenes,
cambiando la misa por la cena y promoviendo disturbios en contra de clérigos católicos.
Zwinglio, en Suiza, opta por una línea similar a la de Bodenstein, pero con énfasis en el
carácter social de la iglesia a favor de los desposeídos, aunque provocando como consecuencia
motines anticlericales en diversos lugares del país. Su obra, Comentarios sobre lo verdadero y
lo falso de la religión, publicado en latín en 1525, ofreció las bases para una doctrina de
reinterpretación de la fe cristiana. Pocos años después las consecuencias fueron políticas, pues
muchos conventos fueron abolidos y convertidos en albergues y hospitales para los pobres.
Esta acción política tuvo efectos fulminantes. Este camino lo seguirían Lutero y Calvino,
quienes se convirtieron en los grandes reformadores doctrinarios, aunque trataron de impedir
en vano las consecuencias violentas que el cisma eclesiástico tendría en toda Europa.
La reacción católica frente al movimiento reformista fue dual, y se manifestaron en el
Concilio de Trento de 1542. Por una parte, la posición de combatir violentamente la Reforma,
de lo cual se alimenta y se deriva el papel de la Inquisición. La otra proponía una reforma
catolicista, una modernización da la estructura y función de la iglesia para hacerla más
competitiva con el nuevo movimiento rival. El resultado del concilio favoreció a la línea dura,
polarizando aún más el debate y las consecuencias políticas, sociales y culturales del
enfrentamiento interdoctrinario.
El punto específico que interesa al tema de la historia de la comunicación estriba en
que la Reforma abogó por la lectura individualizada de la Biblia. Esto estimuló el avance de la
élite alfabeta y fomentó el gusto de la lectura por otros temas, incluso de ciencias y
tecnologías. La expansión de la imprenta debe a este hecho buena parte de sus primeros
impulsos, pese al intento de restricción de los gobiernos. A mayor alfabetismo, a mayor interés
por la lectura, mayor espacio para la difusión y más acceso de intelectuales medios al ideario
naciente en esa época.
136
Como “crisis de conciencia” calificó Paul Hazard (1991) el impacto que el
racionalismo y los libres pensadores causaron a la sociedad europea del siglo XVIII.
Ciertamente, en las dos últimas décadas de ese siglo, se difunden obras representativas que
muestran abiertamente un cuestionamiento frontal al “principio de autoridad”, base vital de
todo el orden político y cultural que entonces organizaba la vida social en la Europa medieval.
Sin embargo, lejos de ser una ruptura ideológica única, el movimiento de la Ilustración fue
alimentado por diferentes orígenes, fundamentos e intereses. Desde el campo de la aristocracia
ganaba terreno la referencia de la “Revolución Gloriosa” de 1688, en Inglaterra, que aspiraba
poner límites al poder absoluto de la monarquía, mediante reformas que permitieran a los
parlamentos representativos retener cuotas de toma de decisiones. Los grupos artísticos
reclamaban más libertad y menos represión en la actividad creativa, los grupos científicos
autonomía, y los grupos políticos de clase media mayor cuota en la toma de decisiones.
Así, la Ilustración se convierte en un término histórico utilizado para reconocer las
tendencias del pensamiento y la literatura en Europa, que se extiende a América durante el
siglo XVIII, antes de la Revolución Francesa. El término fue acuñado por los propios
escritores de este período, quienes estaban convencidos de representar la emergencia de los
siglos de oscuridad e ignorancia precedentes, hacia a una nueva época iluminada por la razón,
la ciencia y el respeto a la humanidad.
Pero fue en el siglo XVII cuando las corrientes humanistas comienzan a consolidarse
como un movimiento racionalista. Las aportaciones de racionalistas científicos como René
Descartes y Baruch Spinoza, los filósofos políticos Thomas Hobbes y John Locke y de
pensadores de la corriente escepticistas como Pierre Bayle o Jean Antoine Condorcet, pueden
contarse como los orígenes básicos, aunque no los únicos, del movimiento intelectual del siglo
XVIII. El valor básico de estos orígenes fue la inmensa confianza en el poder de la razón
humana.
El impacto intelectual causado por la exposición de la teoría de la gravitación universal
de Isaac Newton ofreció la convicción de que la humanidad podía explicar las leyes del
universo y reflexionar, a partir de ellas, las propias leyes de Dios. Esto incentivó la tendencia a
tratar de descubrir las leyes que determinan a la naturaleza y a la sociedad. Mediante un uso
equilibrado juicioso de la razón tendría lugar un progreso ilimitado de la sociedad humana. El
137
progreso en conocimientos y logros técnicos tendrían consecuencias similares en los valores
morales.
Fundamentados en filosofía de Jonh Locke, los intelectuales del siglo XVIII afirmaron
que el conocimiento no es innato, tal como era sostenido por la escolástica y los valores del
“viejo régimen”, sino que procede exclusivamente de la experiencia y la observación
orientadas por la razón. La expectativa de este razonamiento era extraordinaria: a través de la
educación apropiada, la humanidad podía ser modificada, cambiando su naturaleza de barbarie
para mejorar hacia la civilización. A pesar de que muchos pensadores ilustrados fueron
abiertamente antirreligiosos, la mayoría de los intelectuales aceptaban la existencia de Dios y
la necesidad de las instituciones religiosas, pero criticando el rol eclesiástico en la represión de
la inteligencia humana en el pasado y rechazando muchos postulados de la teología cristiana.
Por ejemplo, y muy importante para la vida cotidiana, los ilustrados proponían que las
aspiraciones humanas no deberían “esperar” la próxima vida, sino concentrarse en los medios
posibles para mejorar las condiciones de la existencia terrenal, en otras palabras, la felicidad
mundana fue opuesta a la salvación religiosa, y esto implicaba un vuelco radical del papel
ideológico de la iglesia en la sociedad occidental.
Pero la verdadera riqueza del movimiento de la Ilustración no estaba restringida al
inventario de ideas fijas, que equivaldría a su aplicación ortodoxa en todas partes. La
Ilustración implicaba más bien una visión del mundo, una actitud, sobre todo un método para
pensar, en lo que Immanuel Kant llamó “atreverse a conocer”. Con esta actitud cada pensador
debía reexaminar y cuestionar las ideas y los valores recibidos, viniesen de donde viniesen, y
explorar nuevas ideas en direcciones muy diferentes. Por ello, el movimiento muestra un
sinnúmero de inconsistencias y contradicciones, distanciándose de ofrecer una ideología
coherente.
Esta licencia, en la libertad de reinterpretar fomentó la aparición de una gran cantidad
de intelectuales de rango medio, sobre los cuales pesó en gran medida su capacidad
divulgativa de los idearios ilustrados. La mayoría no eran filósofos ni científicos ni artistas
sino, verdaderos autodidactas quienes tuvieron la oportunidad de formarse y acceder a la
literatura primigenia, convirtiéndose en re-escritores y difusores con el fin de ganar más
adhesión. Así, desde obras muy acuciosas y detallistas hasta panfletos de todo tipo se dieron a
138
la tarea de difundir, más que autores, ideas. Muy pronto, la gran prensa periódica del siglo
XVIII de Inglaterra, Francia y otros países europeos se hacía vehículo de estos escritores de
rango medio. El caso de España, cuya monarquía se contaba entre las más renuentes a aceptar
la divulgación anárquica de las ideas ilustradas, la entrada de este ideario ocurre a comienzos
del siglo XVIII a través de la solitaria obra del fraile benedictino Benito Jerónimo Feijoo,
quien se convertiría en el pensador crítico y divulgador más conocido durante los reinados de
los primeros reyes borbones. Con obras como el Teatro crítico universal (1739) de nueve
tomos y Cartas eruditas (1750) en cinco, los lectores españoles pudieron acceder a buena parte
del inventario de razonamientos básicos que se debatían en la época y más abiertamente en
otros lugares de Europa.
El movimiento en Francia mostró un desarrollo más sobresaliente. El filósofo, político
y jurista como Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu, se convirtió en uno de los
primeros representantes del movimiento, con la publicación obras satíricas críticas de las
instituciones existentes, pero también contribuyendo con su estudio de las instituciones
políticas en El espíritu de las leyes (1748). Entre 1751 y 1772, un autor de panfletos
filosóficos, Denis Diderot, emprendió la edición de la Enciclopedia, obra serial en la que
participaron numerosos autores de gran calibre, con la pretensión de convertirse en el
compendio de todos los conocimientos, sin renunciar a la polémica, ya que el método usual
consistía en confrontar las posiciones de la Ilustración con los argumentos oponentes. No
obstante, el autor más influyente y representativo de los escritores franceses fue Voltaire, de su
escritura polémica y abundante salieron numerosos panfletos, ensayos, sátiras y novelas
cortas, con el fin de popularizar la ciencia y la filosofía de su época. Igual prestigio adquirió la
obra de Jean Jacques Rousseau (Contrato social, 1762, Emilio, o la educación, 1762 y
Confesiones, 1782), cuya influencia en las teorías políticas y educativas contemporáneas aún
se debaten, además de inspirar el romanticismo literario del siglo XIX.
La Ilustración también se convirtió un movimiento que impulsó el cosmopolitismo,
según el cual la cultura es un valor universal, y en consecuencia, nutriente de una tesis
antinacionalista, cuyos representantes fueron importantes filósofos modernos: Kant en
Alemania, David Hume en Escocia, Cesare Beccaria en Italia, Benjamín Franklin y Thomas
Jefferson en las colonias británicas, entre otros. Su antinacionalismo se expresaba en la
139
necesidad de fomentar un movimiento universal de valores humanos y científicos capaces de
ampliar el poder transformador del ideario a escala mundial.
Estos argumentos universalistas llegaron a la América española de múltiples formas y
con no menos numerosos enfoques. Fue particularmente fructífera en este sentido, la época del
reinado de Carlos III, el ‘rey ilustrado’ quien gobernó en un período crucial entre 1788 y 1808,
caracterizado por la renovación de la vida cultural y política de España, con la extensión de la
educación a grupos excluidos, la formación de “Sociedades económica amigos del país”,
impulso de reformas en la educación universitaria, y la modernización del Estado. En este
período, las obras de los escritores franceses se leían en español, y se contaba con cierta
permisividad que hacía posible que muchos intelectuales españoles e hispanoamericanos
viajaran a Francia por motivos de estudio e instrucción, en las artes y las ciencias. Así
surgieron dirigentes políticos como el conde de Aranda, el conde de Campomanes, el conde de
Floridablanca, el duque de Almodóvar, entre otros, quienes promovieron el trato con los
pensadores y filósofos de las nuevas ideas. A pesar de las restricciones que aún se mantenían,
los espacios de expresión del ideario ilustrado español fueron algunos periódicos, en las
universidades y en las Sociedades de Amigos del País, que se implementaron también en
América. Pueden citarse entre los españoles ‘ilustrados’, que tuvieron sobre todo influencia en
el mundo educativo, a Isidoro de Antillón, geógrafo e historiador; Francisco Cabarrús, crítico
y cronista; Juan Meléndez Valdés, quien convirtió a la Universidad de Salamanca en un centro
de debate ‘ilustrado’; Gaspar Melchor de Jovellanos, político y reformador; y Valentín de
Foronda, embajador y economista.
El movimiento ilustrado encontró, por supuesto, muchísima resistencia. Muchos
intelectuales fueron encarcelados por sus escritos, y la gran mayoría sufrieron diferentes
formas de persecución y censura gubernamental o religiosa. Sin embargo, a fines del siglo
XVIII, las corrientes más moderadas revelaron el triunfo del movimiento en Europa y en toda
América. La segunda generación de ilustrados recibió pensiones del gobierno y asumió la
dirección de academias intelectuales establecidas, como ya se vio en el caso de la recalcitrante
y religiosa España. Pero el éxito más rotundo de la Ilustración se concentra en el inmenso
incremento de la lectura y en la publicación de periódicos y libros, sin precedentes, lo cual
aseguró su amplia difusión.
140
Así fue haciéndose corriente que las teorías y prácticas científicas y los escritos
filosóficos estuvieran al alcance de amplios círculos de la sociedad, incluidas la nobleza y la
iglesia. Algunos monarcas europeos adoptaron también ideas o al menos el vocabulario de la
Ilustración. Autores como Voltaire promovieron la idea del rey-filósofo, con la cual muchas
ideas ilustradas ganaron terreno en la aristocracia palaciega. La idea del despotismo ilustrado,
del que Federico II de Prusia, Catalina la Grande de Rusia, José II de Austria y Carlos III de
España fueron los ejemplos más célebres es la consecuencia de la multiplicidad de enfoques
del método de la ilustración, aun cuando muchos gobiernos terminaron por manipular el
movimiento con fines propagandísticos más que por convicciones.
Pero las consecuencias más importantes de este movimiento de ideas consistieron en el
cambio de perspectivas que terminó obligando a los Estados a modernizarse, a desarrollar
políticas económicas, a ocuparse de la educación y a permitir instituciones con posibilidades
de influir en las tomas de decisiones, antes exclusivamente reservadas al monarca o a la
oligarquía feudal. En otro extremo, la aparición del sistema republicano, como modelo
opuesto a la monarquía, se sustenta en estas ideas, sobre todo en las de Montesquieu y las de
Rousseau, inspiradores de propuestas que se revelaron en la Revolución Francesa, mientras
que en otras latitudes, la ilustración inspiró movimientos de independencia en los Estados
Unidos y de las colonias iberoamericanas. Y asimismo, la Ilustración sentó bases para el
desarrollo de la ciencia como un espacio social independiente.
En la década de 1770, una nueva generación del movimiento se atrevió abordar nuevos
temas en materia política y económica, reforzado con el entusiasmo de observar que las
nuevas ideas no sólo eran tema de debates sino que además era posible y comenzaban a
aplicarse. Si bien no se continuó hablando del movimiento ilustrado para el siglo XIX, es
imposible evadir su condición tributaria de los movimientos políticos, filosóficos y científicos
que se desarrollaron en las centurias que siguen.
El enorme impacto que la Revolución Francesa causó tanto en España como en
América, tras la muerte de Luis XVI, justificó una violenta persecución de los intelectuales
ilustrados, y de toda obra que se sospechase difundiera sus ideas. Se reforzó la censura y se
ordenó el cierre de las fronteras con la prohibición de todo tipo de libros y folletos a España y
su embarque a América. No obstante, las Sociedades de Amigos del País en los virreinatos y
141
capitanías se mantuvieron, y en ellos se continuó fomentando la ‘Ilustración’ en América
Latina. En el caso venezolano, la Sociedad se mantuvo hasta años después de la
independencia.
En suma, el legado del Humanismo de los siglos XV y XVI, de la Reforma protestante,
del paradigma científico nacido en el siglo XVII (Newton, Descartes, Looke y muchos otros),
y del enfoque político de la Ilustración en el siglo XVIII, alimentaron las bases para tres
colosales proyectos de cambio social, aunque sometidos a una especie de diáspora de matices.
Uno de estos proyectos reúne posiciones conservadoras, que van desde el Despotismo
Ilustrado hasta las monarquías constitucionales, como las que hoy conocemos por ejemplo en
los casos de España e Inglaterra. Otro proyecto atrae a las posiciones moderadas, las cuales
gradúan una diversidad de opciones como las de monarquías constitucionales muy reducidas
por el poder parlamentario, hasta las repúblicas restringidas y centralistas como las que
cundieron por toda la América Hispana después de la independencia. Y finalmente el tercer
proyecto, de corte radical, que impulsaban desde formas republicanas descentralizadas hasta
férreas dictaduras populares de estilo jacobino. Estos proyectos comenzarán a aplicar sus
experimentos sociales a lo largo del siglo XIX, y con nuevos sincretismos, en el siglo XX.
Las diversas modalidades de cada una de estas tres corrientes estuvieron presentes en
la Venezuela pre-independiente. Su entrada, expansión, lectura y desarrollo dependieron de los
múltiples factores sociales, económicos y culturales que, pese a lo joven de la colonia, ya
mostraba “particularidades”, de las que podríamos llamar orígenes de nuestra raíz nacional.
Nuestro país no contaba con imprenta, pero sí con una nada despreciable distribución de
libros, lícitos o prohibidos. Contaba con una iglesia dispuesta a combatir ideológicamente
contra el pandemónium de los ideales ilustrados y las opciones protestantes. Pero al mismo
tiempo, la propia ineficiencia de su modelo educativo restrictivo, la precariedad en la
asistencia a los púlpitos dada la vida dura del habitante común y la aburrida indiferencia de las
clases mantuanas y medias para con ese discurso, le hicieron muy cuesta arriba enfrentar la
avalancha. Y algo puede decirse del gobierno colonial, agotado por la crisis heredada del
conflicto entre los productores locales y la Compañía Guipuzcoana, las marchas y
contramarchas en asumir plenamente la política económica de libre comercio y aturdido por
los acontecimientos de Europa de fines del siglo XVIII, terminó muy débil para convencer de
142
la viabilidad del régimen monárquico colonial. Así que su opción fue la de reprimir, perseguir
conspiraciones y pensadores o a todo aquél que portase algún panfleto que antes circulaban
abierta y abundantemente.
Así pues, el peso de los cambios ideológicos que se volcaron las entrañas de Europa,
esta vez con la nueva arma de la imprenta apoyada en el comercio, minaron las bases del
“antiguo régimen”. Y a pesar de lo reciente y relativamente joven del traslado institucional
colonial en América, el sistema ya acusaba obsolescencia, urgido de los cambios que
reclamaban los grupos sociales más activos de la vida colonial.
143
Las revoluciones de aplicación
El siglo XIX conoce dos tecnologías comunicacionales que transforman radicalmente
la dinámica del intercambio social hasta entonces conocido por la humanidad. Una es el vapor
y la otra la telegrafía. El vapor, entre otras muchísimas aplicaciones, tuvo un impacto
considerable en el transporte terrestre y marítimo. Se redujeron drásticamente los tiempos de
recorrido, tanto al interior de las naciones, como en las rutas internacionales. La lógica de las
redes ferrocarrileras coincidía con los sistemas de puertos marítimos y fluviales. Los
cargamentos pasarían de los trenes a las bodegas y de los depósitos a los buques de vapor
transoceánicos, que progresivamente sustituían las embarcaciones a vela.
La aplicación del vapor tuvo, entonces, consecuencias dramáticas al modificar
radicalmente los costos de intercambio. Además, se ampliaban considerablemente las
coberturas geográficas, y por ende, las escalas de los mercados disponibles. Se aceleraban
también la velocidad en los traslados y se aumentaban las capacidades de carga.
Los nuevos escenarios socioeconómicos resultantes de esta alteración radical en los
costes en las transacciones, se vieron complementados con la segunda tecnología
decimonónica de la telecomunicación eléctrica. Con la telegrafía se divorcian definitivamente
la noción de transporte y comunicaciones, que eran entonces inseparables. De modo que la
información corre autónoma con la capacidad de su transportación física. Esto es información
anticipada de la situación de los mercados, y en consecuencia, la reducción de incertidumbres
que hasta entonces eran parte cotidiana de las transacciones comerciales, con su dosis de altos
costos adicionales.
La telegrafía fue la primera aplicación práctica de la electricidad a gran escala. Luego
se agregaría el teléfono. Más tarde la luz eléctrica y los motores. En menos de medio siglo, se
habían alterado considerablemente la estructura de la producción y de costes, y creado de
súbito todo un mercado de nuevos bienes y servicios. Al mismo tiempo, también se
modificaban profundamente las expectativas económicas, sociales y culturales de la sociedad
occidental.
144
Impulsadas por los imperios europeos, principalmente el Imperio Británico, ambas
tecnologías, del vapor y las telecomunicaciones se expanden con relativa simultaneidad por
todo el mundo, constituyéndose en verdaderas avanzadas del progreso material y haciendo
obsoletos los sistemas de comunicación empleados hasta entonces. Aunque el correo continuó
existiendo, hubo de complementarse y compartir la demanda de comunicación junto al
telégrafo y al teléfono, utilizando los nuevos sistemas de transporte a vapor, que ofrecieron
rapidez, más bajos precios y mayor seguridad de traslado.
Pronto, los debates sobre los sistemas políticos y económicos vigentes, donde
predominaban la larga tradición del mercantilismo y su complejo sistema proteccionista, se
comenzaron a escuchar discursos a favor del libre comercio, reforzadas con los poderosos
argumentos que ofrecían las nuevas tecnologías, un debate que aún hoy se verifica con mucha
fuerza. Cabe como ejemplo revelador de aquella época, el discurso del líder conservador
Robert Peel al Parlamento Británico en 1846, en defensa de la libertad de comercio, que bien
vale citar extensamente:
Nos encontramos en los confines de la Europa occidental, en el principal punto de unión
entre el viejo y el nuevo mundo. Los descubrimientos de la ciencia, los progresos de la
navegación, nos han colocado a menos de diez días de Nueva York. En relación con
nuestra población y a la superficie de nuestro país, tenemos una extensión de costas
superior a las de cualquier otra nación, lo cual nos asegura la hegemonía y la
superioridad en el mar. El hierro y el carbón, esos nervios de la producción, nos
proporcionan en la gran competición de la industria una ventaja sobre nuestros rivales.
(...) Nuestro carácter nacional, las instituciones libres que nos administran, nuestra
libertad de pensamiento y de acción, una prensa sin cortapisas que difunde todos los
descubrimientos y avances de la ciencia, se combinan con nuestras ventajas naturales y
físicas para colocarnos a la cabeza de las naciones que se benefician del libre
intercambio de sus productos. ¿Es entonces éste el país que se sustraerá a la
competencia? (Edetania, 1995).
Una nueva economía surgía de estos radicales cambios tecnológicos. Ésta exigía como
condición una estructura mínima de servicios de transporte y telecomunicaciones. Una
imposición inflexible para el desarrollo y el progreso. De inmediato todos los países se
apresuraron a instalar estructuras de telégrafo y transporte a vapor.
En la mayor parte del siglo XIX se conocen esfuerzos por poner al día a cada país en la
nueva infraestructura tecnológica. Un siglo muy rápido, por cierto, que transcurrió entre el
145
período de la aparición de las nuevas tecnologías, sus fases de innovación y su consolidación y
masificación en la dinámica productiva. Y en efecto, las instalaciones globales de las nuevas
tecnologías ocurrieron casi simultáneamente en todos los rincones del planeta. Al cerrarse esa
centuria, el cable telegráfico ya interconectaba efectivamente a los cinco continentes.
Sin embargo, los desniveles en el sistema de costes agregados entre una y otra época
imponían enormes diferencias entre las naciones, de acuerdo con la mayor o menor posibilidad
de acceder y/o disponer de las nuevas herramientas tecnológicas. Las naciones productoras de
las nuevas tecnologías impusieron una nueva dependencia con las que compraban los paquetes
tecnológicos. En otras palabras, las nuevas tecnologías del transporte y las comunicaciones
reestructuraron el orden mundial, imponiendo una nueva geografía a la escala del desarrollo.
La producción agrícola, aunque no variaría sino hasta la aparición de los sistemas de
granjas industriales a fines del siglo XIX, se vio afectada en sus fases de traslado y comercio,
así como por el conocimiento anticipado y en menor tiempo de la situación de oferta y
demanda de los mercados accesibles, a través de la telecomunicación. Esto imponía un
considerable diferencial en la estructura de los precios, colocando en serias desventajas a las
economías que no incorporasen el vapor y las telecomunicaciones a sus sistemas productivos.
Fenómeno similar a la fluctuación de los precios en épocas inmediatamente anteriores, en
virtud de la aparición de nuevas rutas comerciales y la incorporación de nuevos mercados de
oferta. La Revolución Industrial obligaba al cambio de cualquier modo: la sobrevivencia
misma de las naciones se encontraba de por medio.
Sin considerar las consecuencias de las otras muchas aplicaciones del vapor, el impacto
de la telecomunicación fue también determinante en casi todos los órdenes de la vida
cotidiana. Baste mencionar a manera de ejemplo los cambios producidos en la prensa
informativa.
146
3.3. La oferta de la democracia: la sociedad comunicacional
La democracia, tal como hoy la conocemos, ha sido en buena medida el resultado del
desarrollo espectacular de la comunicación. La comunicación es consustancial a la
democracia, y ambas han jugado un rol estelar en el desarrollo de la sociedad actual. La
democracia está sujeta al desarrollo de la comunicación en todas sus dimensiones: en sus
contenidos, con la ampliación de los diversos modelos mentales que compiten por la
interpretación del mundo; en el lenguaje, primero por la alfabetización comunicacional de la
población mundial y luego por la avanzada del bilingüismo en pos de una lengua global; y, por
el desarrollo en los medios de difusión que permiten el acceso desde cualquier parte del
planeta y al más bajo costo conocido.
Por ello, no es casual que la democracia haya sido posible en la segunda mitad del
siglo XX. Fue en la segunda parte de esa centuria cuando la sociedad mundial cuenta con el
inventario de medios masivos actualmente disponibles, sin precedentes en otras épocas. Fue
también el lapso donde se ha alcanzado mayor eficacia en los usos sociales del lenguaje, sobre
todo con la masificación del bilingüismo, con predominio del inglés, la aparición de una
ciudadanía mundial. También ocurre en esos últimos cincuenta años la difusión más
extraordinaria de contenidos sin precedentes en la historia de la humanidad, de tal modo que
no existe cultura el mundo que al menos no sea conocida en los más remotos lugares donde
exista alguna forma de sociedad humana.
Con estos tres aspectos esenciales de la comunicación, los ciudadanos en las diferentes
naciones acceden a la información necesaria donde apoyar su capacidad para comprender y
ejercer tal ciudadanía. Así que la democracia es comunicacional por excelencia. Este es un
punto nodal que conecta a la teoría institucional con la comunicación como disciplina de las
ciencias sociales.
La mejor evidencia que puede disponer la teoría institucional de la comunicación es el
desarrollo cada vez más extensivo del escenario democrático. Una vez que la comunicación se
instituye como derecho, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el impacto de
147
su difusión por el mundo influyó considerablemente en los cambios sociales que han
acontecido en todas las culturas y sistemas de organización humana.
En los capítulos anteriores, se definen instituciones como las reglas de juego que
orientan a los individuos a comportarse conforme una idea de orden, establecido de manera
tanto formal como informal. Así que la sociedad depende de su sistema institucional para
mantener su equilibrio, satisfacer las necesidades y desarrollarse conforme evolucionan las
fuerzas que impactan a la sociedad: recursos disponibles, demografía, tecnología y
conocimientos, identidad cultural, entre otras.
La comunicación es una institución en cuanto ella implica un sistema de derechos y
deberes y un orden que orienta cómo proceder y comportarse los individuos y las
organizaciones. El sistema de derecho comunicacional se apoya en aspectos cruciales como: el
derecho de los individuos a expresar formas de pensar y pareceres, sin que ello acarree
persecución o discriminación, un aspecto inexistente en los sistemas políticos anteriores a la
aparición de las repúblicas o a las monarquías constitucionales.
También la obligación del Estado, en tanto representante de toda la nación, a informar
oportuna y constantemente de los asuntos públicos, de tal modo de minimizar el llamado
“secreto de Estado”, según el cual los gobiernos se reservan la potestad de ocultar información
y clasificar archivos sobre asuntos diversos. En este aspecto, la tendencia actual ha tendido a
la reducción del número de materias susceptibles de ser sometidas al secreto oficial, a acortar
el tiempo de la condición de “clasificado” de algunos archivos públicos, y a una mayor presión
en la obligatoriedad de los gobiernos a informar sobre gastos, planes, procedimientos,
acuerdos, y en general, sobre todas aquellas decisiones públicas que involucren y
comprometan el equilibrio y el bienestar social y el resto del estado de derechos individuales y
sociales. Incluso, a un mayor acceso de los asuntos militares y de seguridad.
El desarrollo institucional lógico, siguiente a la aparición histórica del derecho
comunicacional como orden institucional, ha derivado hacia el fortalecimiento de la
privacidad como derecho individual, tanto en el aspecto comercial y financiero como lo que se
refiere a los individuos en su relación con el Estado. La tradición, que aún se mantiene con
fortaleza en buena parte del mundo, otorga a los gobiernos la potestad de intervenir
148
arbitrariamente en la privacidad de los ciudadanos bajo el argumento de la seguridad del
Estado. En pocas palabras, la tradición conocida como la doctrina “razón de Estado”, concepto
acuñado por Nicolás Maquiavelo, y según la cual la supervivencia del Estado está por encima
del estado de derecho.
El avance en la complejidad y ampliación del derecho a la privacidad de la información
personal se ha visto, sin embargo, contrariada por coyunturas críticas tales como la
intensificación del terrorismo en sus diferentes versiones y modalidades, sobre todo a partir
del tristemente célebre atentado contra las torres gemelas del World Trade Center, el 11 de
septiembre de 2001, y más recientemente, a raíz de última recesión mundial, que tuvo como
origen la insolvencia de los créditos hipotecarios. Ante el causal del terrorismo, muchos
gobiernos aplicaron superados procedimientos expeditos, sin orden judicial ni requisitos
previos. Y respecto a la crisis económica y la recesión mundial se proponen medidas tales
como la posibilidad de que las instituciones financieras tengan más acceso a información de
los particulares, del mismo modo como los gobiernos se abrogan la potestad de acceder a
datos bancarios y financieros en temas tributarios y de seguridad.
La perspectiva institucional de la comunicación podría aconsejar la búsqueda de un
equilibro reglamentario entre la transparencia y el derecho a la privacidad. La trasparencia es
cada vez más necesaria para generar confianza en el sistema social, reducir la incertidumbre y
restablecer el equilibrio en las coyunturas de crisis. Mientras que la privacidad es un requisito
crucial de los derechos individuales en la sociedad moderna, ya que sin tales derechos las
personas vivirían sintiéndose vigiladas y desprotegidas de los poderes arbitrarios de los
funcionarios públicos, ofreciendo un poderoso incentivo a la corrupción por abuso de poder.
La privacidad no tiene por qué ser, necesariamente, una amenaza a la seguridad del Estado. El
desarrollo de las tecnologías de la información, sobre todo en el terreno de las bases de datos,
ofrece muchas posibilidades para reducir las opciones del uso fraudulento de la privacidad sin
prescindir del derecho a la defensa y al justo proceso.
La trasparencia, por su parte, tampoco ofrecería mayores peligros a la seguridad de los
estados. Por el contrario, constituiría un poderoso incentivo para ofrecer confianza y seguridad
entre las naciones si se instituyeran poderosos mecanismos de procesamiento y accesibilidad
de la información tanto de las naciones como de las relaciones internacionales. Sobre todo en
149
terrenos militares y de producción y disposición de armas, en particular las de exterminio
masivo como el de los arsenales nucleares. Igual ocurre con el tratamiento de temas como la
manipulación bacteriana, los procesamientos químicos, el desarrollo militar y pacífico de la
energía nuclear y los productos farmacológicos que cada vez adquieren más condición de
bienes necesarios para la humanidad. La obligatoriedad en la trasparencia sobre estos y otros
temas, parece ser una de las pocas salidas que tienen las naciones en el mundo para reducir las
desconfianzas mutuas. En pos de ello media todo un período de construcción de un enramado
institucional sólido y poderoso, capaz de superar la tradición del caudillismo y el personalismo
arbitrario y totalitario en el comportamiento de los asuntos y decisiones públicas. En este
terreno es útil y válido el aporte de la teoría institucional, donde el aspecto comunicológico y
del derecho comunicacional son el primer paso al desarrollo institucional.
Comienzan a observarse evidencias de esa tendencia, tanto en el orden mundial como
al interior de las diferentes naciones. Al menos en los sistemas jurídicos más recientes se
observa la inclusión de más dispositivos obligantes de la trasparencia de Estados y gobiernos,
y hacia una mayor desconcentración de la capacidad arbitraria de los gobiernos para intervenir
en la vida de las organizaciones jurídicamente establecidas y de las personas naturales.
De modo que el desarrollo de la comunicación, tanto en sus teorías y conceptos
sociales, culturales, políticos y jurídicos, como en sus tecnologías de difusión y accesibilidad,
obligan a un ajuste de considerable magnitud en el concepto democracia, tal como hoy se
aplica y se conoce cotidianamente en el mundo moderno, sobre todo en aquellas sociedades
que disfrutan del bienestar de un sistema político de libertades.
Una retrospectiva del concepto de democracia, permite observar tal cambio asociado al
desarrollo de la comunicación, en el sentido en que se afirma en este trabajo: sólo gracias a la
aparición de la comunicación masiva es que ha sido posible el desarrollo de la democracia.
En primer lugar, es preciso tener claro que democracia es un fenómeno histórico
reciente. Suele confundirse la relación de la república con la democracia. La república no
implica necesariamente democracia, así como monarquía la inexistencia de ella. Muy por el
contrario, en el siglo XIX, cuando el modelo republicano comenzaba a expandirse por el
mundo occidental, la democracia se reducía al sistema electoral republicano, además, con
150
muchas limitaciones. El primer siglo de las repúblicas, y/o monarquías constitucionales
equivalentes, se caracterizó por la aplicación de sistemas electorales restringidos, con
limitaciones que iban desde los ingresos monetarios de las personas hasta la condición de
alfabetismo para elegir. Y mucho más restricciones de este estilo para ser elegidos. Las
mujeres, por ejemplo, no alcanzaron derechos políticos, incluidos los derechos de elegir y ser
elegidas sino ya avanzado el siglo XX. Sólo cuando una buena porción de las naciones en el
mundo han instituido el sistema electoral abierto sin restricciones de clase, creencias ni
género, salvo el de la edad, es que puede hablarse de de la práctica de uno de los requisitos
básicos de la democracia: la mayor participación posible de los ciudadanos en la toma de
decisiones públicas, tanto para designar cargos públicos como para decidir sobre diferentes
materias.
Este punto de la ampliación de las bases electorales es crucial para los sistemas
políticos abiertos, por cuanto han fortalecido la fuerza y capacidad de la opinión pública para
influir en el comportamiento de las personas y los líderes de todos los órdenes de la actividad
social humana.
Desde la aparición del modelo republicano o en su defecto de las monarquías
constitucionales, han ido apareciendo una gran cantidad de dispositivos sociales, políticos,
económicos y culturales que se han alimentado y constituido complejos sistemas derechos
sociales e individuales hasta punto de convertirse en condiciones insustituibles de las
sociedades actuales. Allí, el campo de la comunicación ha generado un considerablemente
amplio inventario de pautas y criterios. No se concibe la democracia sin libertad de
información, en el sentido más general y simple del concepto. En la medida que se avanza en
el perfeccionamiento y ampliación de los derechos individuales, en esa medida se ha avanzado
en lograr una mayor armonía de aquella con respecto a los derechos sociales.
De aquella democracia de mayorías relativas y de elecciones periódicas, se ha
evolucionado a la democracia como un sistema de reconocimiento y coexistencia de las
diferencias humanas. El despliegue complejo de los derechos individuales ha reducido los
márgenes de la arbitrariedad en el ejercicio del poder, no sólo del poder gubernamental, sino
de todo ejercicio público del poder. Desde el poder de los padres con respecto a los hijos, del
poder de las empresas y su relación con el mundo laboral y el ecosistema, del poder del
151
gobierno y las demás organizaciones del Estado con respecto a los ciudadanos incluidos en la
sociedad civil, y en fin del poder donde quiera que este pueda ser ejercido, se encontrará de un
modo u otro regulado por un sistema normativo.
Así que la calidad de la democracia estará sostenida por aquel sistema de libertades,
capaz de tomar decisiones en beneficio del cuerpo social sin pasar por excluir o conculcar los
derechos individuales de los diferentes grupos que constituyen la comunidad. Esto se aplica,
no sólo a las naciones administrativo-territoriales, sino además a las expresiones globales con
el que viene construyéndose progresivamente el gobierno mundial.
La condición de la democracia como sistema de reconocimiento y coexistencia de las
diferencias es el criterio nodal en la toma social de decisiones públicas, puesto que bajo esta
premisa se espera el más bajo impacto de conflictos y resistencia social respecto de las
decisiones.
Por diferencias humanas se entiende la condición social donde las personas puedan
optar por el modo de vida de su preferencia, sin que esto implique una agresión hacia otras
personas ni contra la sociedad. No cabe duda que los humanos somos diferentes unos de otro
en todos los órdenes de la vida, tanto biológicos como sociales y culturales. Los experimentos
sociales que han intentado construir una igualdad social, cultural o ideológica han fracasado
estrepitosamente. Quizás uno de los casos más emblemáticos fue el de la Revolución Cultural
que se intentó en la China bajo el régimen maoísta durante los años sesenta, donde se llegó al
extremo de eliminar el uso de colorantes en producción textil, por considerar costosa e
innecesaria la preferencia en los colores de los vestidos, lo cual constituía un vicio “burgués”
Esta anécdota es apenas un detalle curioso, pues la llamada Revolución Cultural China fue,
fundamentalmente, un movimiento de represión y violencia contra la intelectualidad, la
libertad de pensamiento y creatividad, argumentando fidelidad ideológica a los valores de la
“revolución”, pero más al culto a la personalidad y fidelidad extrema al poder de Mao Zedong.
El epílogo de este experimento político-cultural fue desastroso en vidas, patrimonios
arquitectónicos y conflictos sociales.
El aspecto aparentemente trivial de las diferencias en las preferencias y los gustos
personales, tardaría mucho tiempo en ser comprendido como un factor crucial de la estabilidad
152
social. Obviando el aspecto religioso del punto, el ideal de felicidad humana ya no puede
limitarse a la estricta satisfacción de necesidades primarias. Ello fue así por mucho tiempo en
la historia, dada la condición de economías de escasez, que privó por siglos en la tradición
mental de nuestras culturas. Pero la historia de la escasez cambio por completo con el período
de la superproducción de bienes, tras el impacto de la Revolución Industrial. Como
consecuencia surgieron las economías de la abundancia, las cuales impusieron un ajuste
crucial en el ideal de felicidad humana hasta entonces predominante, modificando en
consecuencia el horizonte de las opciones de modos de vida y preferencias personales, para
ampliar de un modo impensable.
Comprender la necesidad de las personas por diferenciarse entre sí, incentivó también
la comprensión acerca de la necesidad de que las sociedades garanticen y promuevan la
libertad de elección a los individuos. Al menos ese fue el enfoque que comenzó a surgir con el
fenómeno del humanismo, a partir del cual fue el Hombre y no Dios el centro de las
preocupaciones de los intelectuales. Esto lo comprendieron y sistematizaron los pensadores y
filósofos de la Ilustración y el Liberalismo, más políticos que artísticos, quienes postularon
que la única igualación posible y factible de lograr es la igualdad ante la ley. Es decir, que los
derechos y las obligaciones deben extenderse a todos, sin excepción, y que ese debía ser la
misión más relevante del Estado.
El reconocimiento de las diferencias humanas, como práctica social o como estado de
derecho, sólo ha sido posible en la democracia, puesto que los regímenes cerrados o
totalitarios tienden a abrogarse la potestad de decidir sobre las preferencias y destinos
personales, argumentando que esta restricción de la libertad individual se hace en aras del
bienestar colectivo. Es el patrón máximo y más repetitivo de los regímenes cerrados: sobre el
bienestar individual debe privar el bienestar colectivo. Es lo que argumentaban los regímenes
feudales de la Edad Media, las monarquías absolutas de la Modernidad y los regímenes
totalitarios de nuestro tiempo contemporáneo.
La democracia será, pues, el sistema político que reconoce la inevitable realidad de que
la condición humana tiende a individualizar los modos de vida, de tal modo que las decisiones
políticas, económicas, sociales y culturales estarán inclinadas a considerar este aspecto nodal:
ratificar e incentivar la libertad de elección y evitar en lo posible restricciones al derecho a
153
elegir: consumir, viajar, elegir el empleo, la carrera, decidir el lugar para vivir, entre otras
tantas elecciones de vida. Un logro en este sentido, venido del campo del derecho
internacional, puede tenerse en la eliminación progresiva de la obligatoriedad del servicio
militar. Se trata del Convenio Internacional Contra el Reclutamiento…” , aprobado el 4 de
diciembre de 1989 por la ONU, donde los países suscribientes se comprometían a transformar
sus ejércitos en cuerpos profesionales, eliminando la obligatoriedad del servicio militar, con lo
que, en adelante, pertenecer al ejército se convertiría en una elección individual y no en una
coacción del Estado.
En este orden de ideas, la libertad de comunicación ha suscitado intensos debates
acerca del poder que tienen los contenidos difundidos en los medios masivos para inferir e
intervenir en las preferencias de las personas en una sociedad, tal como se expresa, páginas
atrás, cuando se aluden a los modelos de la comunicación conocidos en la historia de la
comunicación. Los partidarios del liberalismo comunicacional aprueban la mayor ampliación
posible del horizonte de los contenidos, con la menor cantidad de restricciones. El argumento
clásico de éstos seria que: en la medida en que las audiencias cuenten con más opciones en esa
medida se enriquecen las posibilidades de elegir de las personas.
Las tesis contrarias a este argumento del liberalismo comunicacional varían según la
capacidad para regular y restringir contenidos. Con sus diferentes gradaciones, al argumento
liberal se opone la tesis de la necesaria regulación, la cual se ha venido aplicando, incluso, en
las democracias más complejas. La actividad publicitaria, por ejemplo, es quizás la materia
más regulada a nivel mundial, sobre todo en el campo de los bienes farmacológicos y
químicos. Obviamente, es un requerimiento de salud pública que la promoción de bienes
farmacéuticos se ajuste, estrictamente, a la función y consecuencias que los medicamentos
describen. No en vano, aprobar un medicamento requiere un lapso considerable para probar su
efectividad y prever sus efectos secundarios.
En esta misma línea, es prácticamente un consenso la necesaria diferenciación etaria de
los públicos. La población infantil requiere una protección especial respecto de los contenidos
que pueden alterar la salud psicológica en esa etapa de la vida donde los humanos carecen de
referentes para discernir y asimilar el impacto emocional de imágenes e informaciones. El
resultado institucional de estas convicciones se ha reconocido en diferentes códigos de ética,
154
reglamentos y leyes sobre el ejercicio profesional de quienes tienen a cargo la producción de
los contenidos en todos los campos de la comunicación. Y más allá, es observable a simple
vista un patrón de comportamiento de los profesionales de la comunicación en el sentido de
conservar una sindéresis entre los contenidos, la fidelidad de los hechos que se narran y un
margen de permisibilidad o de decoro público.
El reto de las democracias estriba en proteger estas libertades y al mismo tiempo
mantener un equilibrio en el complejo, engorroso y estrecho margen de opciones para las
decisiones políticas. De tal modo que, en la medida en que los gobiernos marchen al compás
de este criterio para tomar decisiones, en esa medida dichas decisiones serán asimiladas con
bajo nivel de rechazo y conflicto. Por el contrario, las decisiones que se distancien de este
criterio tenderán a incentivar la conflictividad social, el rechazo y la inviabilidad de las
medidas que se pretenden aplicar.
Dicho de otro modo, será la democracia el régimen donde los grupos que ejerzan el
poder, por mayoritarios que sean, encuentren desincentivos institucionales que disminuyan o
minimicen la tendencia de imponer a otros grupos, por minoritarios que sean, decisiones que
alteren, modifiquen, restrinjan o prohíban a optar libremente la forma de vida y demás
opciones personales que prefieran.
La única restricción universalmente aceptada es la que propone el principio liberal
según el cual los derechos de un individuo terminan justo donde comienzan el de otros
individuos. Es decir, la libertad de opción no debe impedir ni coartar a otros tal disfrute. Este
es el aspecto más exitoso de los sistemas políticos modernos, y el punto que distancia la
concepción inicial de la democracia, que fue apenas una idea vaga y académica en el siglo
XIX, de la concepción masiva y extendida sin precedentes de la actual de la democracia.
La mayor parte del sistema democrático moderno está contenido en la complejidad de
derechos políticos, económicos, sociales y culturales que ha promulgado la Organización de
Naciones Unidas, desde su fundación hasta el presente. Estos activos institucionales han
convertido de quimeras a posibilidad factible la conformación de un gobierno mundial, cuya
única opción de existir es a través de la democracia concebida como un sistema de
155
administración negociada de las diferencias. Sobre este punto del gobierno mundial
volveremos para finalizar este subcapítulo.
Hasta aquí, es preciso agregar que existe una distancia considerable entre la sofisticada
estructura de derechos acumulada desde 1948 hasta el presente, con respecto a las realidades
cotidianas en la mayoría de los países en el mundo. La comprensión y asimilación de una
cultura de derechos, como la que se encuentra disponible como patrimonio de la humanidad,
no parece depender de la velocidad e intensidad con que se difunden las informaciones y
conocimientos de estos activos de bienestar ciudadano hacia el conjunto social global. A pesar
de su difusión, muchas naciones observan un déficit considerable en el ejercicio y aplicación
de los derechos humanos, incluso en gobiernos que suelen ser exitosos electoralmente.
Al respecto, el enfoque institucional explica que no basta informar para garantizar y
promover el cambio institucional, en el sentido en que lo hemos expuesto que es el de la
estructura de derechos humanos. Es necesario, además, un tiempo previo de información,
conocimiento y aplicación de dicho conocimiento. Sólo cuando los individuos constatan las
ventajas del cambio es cuando estarían dispuestos a cambiar realmente. Así que un primer
requisito es el del capital crítico de opinión pública a favor de un determinado cambio
institucional. Esto requiere un largo tiempo de difusión, donde no basta con expresar la idea en
términos técnicos, sino que implica el más eficiente uso pedagógico y comunicacional de los
contenidos a promover.
Pero el cambio institucional es más complejo aún, incluso habiendo alcanzado un
cambio agregado de las convicciones individuales. Es preciso que las organizaciones privadas
y los entes públicos comiencen a percibir también las ventajas y conveniencias de promover y
aplicar los cambios. Cuando ambas condiciones, opinión pública a favor y organizaciones
interesadas concuerdan, entonces faltaría un tercer requisito: la aparición de una experiencia
exitosa, que sirva de referencia, experiencia, ensayo y error, al conjunto de organizaciones
afines. Sólo así puede comenzar a operarse el cambio institucional en términos reales.
Como se desprende de este enfoque, el proceso del cambio institucional suele requerir
muchos años. Luego, necesita sostenerse, robustecerse y enfrentar en el tiempo a la parca
resistencia de las tradiciones. Es preciso aclarar que cuando se alude a opinión pública y a
156
organizaciones interesadas, no implican, necesariamente, la condición de masivas. El cambio
institucional puede ocurrir en una comunidad de escala, es decir, de una dimensión suficiente
para contener a los individuos que cumplen un específico patrón de asociación, como una
comunidad científica, el sector político, el mundo empresarial de determinada rama de
especialidad, grupos religiosos, entre muchos otros.
La experiencia en forma de conocimiento hasta ahora disponible y el desarrollo de la
teoría institucional han consolidado la convicción de que el cambio institucional necesita,
como indispensables, un conjunto de organizaciones de intermediación y promoción de dicho
cambio. Hasta ahora, ese papel estelar lo han asumido las Organizaciones No
Gubernamentales, ONG’s, definidas, reglamentadas y apoyadas por la ONU, para cumplir
funciones de promoción y asesoramiento del cambio institucional, las cuales cooperan junto
con las organizaciones del Estado y las organizaciones privadas en producir, evaluar, revisar,
difundir y entrenar en el conocimiento sobre los aspectos puntuales del cambio institucional.
Se trata, como puede inferirse, de un amplio rango de la estructura de derecho, que implica
una compleja ingeniería social para el cambio y la consolidación de dicho cambio.
Tal conocimiento requiere un alto nivel de especialización. Requiere un ajuste
considerable en los programas y orientación universitaria, y aguas abajo hacia el resto del
tejido educativo, formal e informal de las naciones. Requiere un compromiso del Estado, que
se mantenga en el tiempo, sin depender de los cambios de grupos de gobierno, pues son
muchos los casos en que nuevos gobiernos han retrocedido en los compromisos adquiridos en
los convenios internacionales. Requiere compromiso de las organizaciones privadas, sobre
todo de las que producen capital, bienes y servicios, conscientes de que dicho cambio les
beneficia y mejora las condiciones y calidad de los mercados donde operan. La estructura de
derechos disponible es de gran complejidad, lo que implica un compromiso de los diferentes
sectores conectados e involucrados con cada una de las materias impactadas por los cambios
institucionales: económicos, políticos, culturales, educativos, de género y espirituales.
Las posibilidades y perspectivas de un gobierno mundial implican, necesariamente, un
largo y lento proceso de institucionalización global. Esta evolución puede notarse claramente
en el Proyecto de Estatuto de una Corte Penal Internacional, a partir del cual se crea el
157
Tribunal Internacional Penal, aprobado en 1992 y puesto en funcionamiento a fines de esa
década.
En la lista de crímenes objeto de este tribunal, puede observarse la evolución de los
diferentes acuerdos, consolidados a lo largo de 64 años de existencia de la ONU. Veamos: el
primer delito fue establecido en el Acuerdo de Ginebra de 1949, sobre la suerte de los heridos,
enfermos y náufragos en las fuerzas armadas en campaña. El mismo documento se incluye los
temas del tratamiento de los prisioneros de guerra y a la protección de civiles. Luego, el
Protocolo de Ginebra de 1977 sobre el apoderamiento de aeropuertos y aeronaves civiles, y de
seguridad de la aviación civil. Siguen los crímenes de apartheid y los crímenes conexos, de la
Convención Internacional sobre la Represión al Castigo y el Crimen de Apartheid de 1973.
Continúan con los crímenes cometidos contra personas protegidas por los convenios
diplomáticos. Vienen luego otro conjunto de crímenes tipificados en diferentes convenciones
aprobadas durante las décadas de los ochenta y noventa, sobre la tortura y otros tratos crueles
e inhumanos, los delitos de tráfico de drogas, y otros delitos de delincuencia internacional. Así
que este producto institucional reciente, como lo es el Tribunal Internacional Penal ha
requerido al menos medio siglo de evolución legislativa, sin contar los años precedentes en
que se convinieron tratados similares que intentaron regularizar y humanizar la guerra.
Sin duda, la principal fuerza del cambio institucional se concentra en la expansión
global del estado de derecho, como oponente del comportamiento abusivo y arbitrario de los
gobiernos y demás organizaciones con poder, y de los derechos humanos como una cultura
cotidiana del comportamiento humano.
Otra fuerza fundamental del cambio institucional es la democratización del sistema
político mundial. Si bien aún son más las expectativas que los logros en el terreno
democrático, también son notables los avances pues un buen puñado de naciones que se
esfuerzan por construir instituciones democráticas tales como renovación de gobernantes a
través de sistemas electorales, garantías de estado de derechos, reconocimiento de minorías,
independencia de poderes, medios de comunicación privados e independientes, entre otras.
En efecto, durante esta década que está por terminar, se han concretado esfuerzos en la
formulación explícita de un conjunto de conceptos sobre institucionalidad democrática. Estos
158
conceptos echan las bases para un sistema de medición y creación de diversos indicadores. Un
ciclo de conferencias y grupos de trabajo (ONU, 2000) propuso un conjunto de criterios para
la evaluación de la gobernabilidad y el desempeño democrático. Temas que se han venido
debatiendo en el Informe de Desarrollo Humano del PNUD, en sus ediciones de 2000 y 2002,
de donde surge la idea de aplicar una auditoría ciudadana sobre la calidad las democracias,
proyecto que se llevó a cabo en Costa Rica, en 2001, y de cuya experiencia se estimularon
investigaciones similares para el resto de América Latina. De tal modo que en estos nuevos
estudios se incluyen la variable de la percepción pública sobre el sistema político que les
gobierna.
Ya se cuenta con una variedad de datos estadísticos, en lo que va de década de 2000,
que miden una diversidad de aspectos tales como: participación electoral, número de mujeres
en los cuerpos deliberantes y libertad de prensa, derechos humanos y calidad de vida. Las
fuentes de datos, apoyadas mayormente en encuestas, complementan los numerosos índices
que sobre democracia se han propuesto por parte de académicos y organizaciones no
gubernamentales.
Sin embargo, el desarrollo expansivo de un sistema internacional de derechos, y la
ampliación de la democracia como sistema político aceptado y promovido por los organismos
de gobierno mundial, se enfrenta con fuerzas de resistencia al cambio institucional. En primer
lugar, la resistencia que ofrecen los nacionalismos. Si bien el criterio de la ONU y sus
organizaciones derivadas es de aceptación de la autodeterminación nacional de cada país,
resulta cada vez más incompatible el derecho internacional con los sistemas jurídicos
nacionales, a pesar de que cada vez que una nación firma un tratado internacional compromete
su estructura jurídica interna y se obliga a abrirse a la evaluación internacional sobre su
cumplimiento. Muchos gobiernos tienden a “maquillar” estadísticas y a ignorar o demorar las
evaluaciones que obligan los tratados internacionales. Destaca, por ejemplo, el caso del
“Protocolo de Kioto”, convenio suscrito en 1997 para intentar reducir las emisiones de los seis
gases responsables de los cambios climáticos, como una muestra de la tirantez entre la fuerza
de la ley global y el pragmatismo político, y de los gobiernos que apelan al principio de la
autodeterminación cuando toca evadir los compromisos internacionales.
159
Por otra parte, el sistema internacional de derecho sigue manteniendo la debilidad de la
observancia voluntaria, sin capacidad de imponerse del mismo modo como se aplican las leyes
nacionales. El sistema de derecho requiere imponer su aplicabilidad para que sea creíble. Una
fuente importante de esa fortaleza es el de la opinión pública en cada una de las naciones.
También de la opinión pública internacional, fenómeno político que viene extendiéndose con
la fuerza de los movimientos internacionales de derechos humanos, los movimientos
ambientalistas y conservacionistas y demás organizaciones civiles. El apoyo de la opinión
pública de suma importancia para la consolidación exitosa del gobierno mundial, la
comunicación institucional juega un rol estelar. A pesar de la abundante información
disponible, puede percibirse una débil difusión y mucho más débil aún empoderamiento de la
opinión pública nacionales con respecto a los temas de derechos, la democracia y demás
convenios que cada nación mantiene al suscribir acuerdos y el compromiso de su
cumplimiento. Los mismos indicadores de los estudios sobre índices de aceptación
democrática del PNUD recientes, referido párrafos arriba, anuncian este preocupante
desinterés y desinformación sobre los temas de derecho implicados en los convenios
internacionales.
Y más, aún se está distante de que pueda concebirse, en términos de ciudadanía
cotidiana, la idea compartida de que el derecho internacional pueda ser aplicada en cualquier
parte del mundo, independiente de los gobiernos nacionales. La cultura del Estado nacional es
aún muy sólida como para aceptar que la justicia sea global, aplicable por encima de la
autonomía de los Estados. Esa idea, aún muy vaga en la actual doctrina de la ciudadanía,
requiere tiempo y difusión, y sobre todo, de un enfoque teórico institucional, cuyo criterio
esencial es la de concebir el cambio institucional como un proceso gradual, al más bajo costo
de conflictividad y con el mayor consenso posible.
El tiempo requerido para construir una cultura compartida y relativamente consensual
acerca de un sistema mundial de derechos, democracia, justicia y desarrollo humano
dependerá del mayor o menor desempeño de la comunicación para superar las asimetrías
políticas, sociales, culturales, étnicas, políticas y sobre todo, las religiosas que separan y
distancias a las diferentes sociedades y culturas en el mundo. Tales diferencias contribuyen a
160
mantener las trayectorias tradicionales de la desconfianza mutua, que alimentan a su vez el
armamentismo y a la violencia como opción para imponer criterios.
La gobernanza mundial pasa, por supuesto, por superar las asimetrías
socioeconómicas. Si aún nos sorprende la terca tradición bélica de las sociedades humanas,
también debe sorprendernos el alto contraste entre las economías de abundancia y las
economías de escasez y hambre. La ONU acaba de reconocer, recientemente en el 2009, que
aún se supera la cifra de más de mil millones de personas en el planeta que padece hambre. Un
mundo mundialmente gobernado, con los criterios del derecho internacional de justicia en
derechos humanos, democracia paz y desarrollo, no puede admitir la existencia de la pobreza
crítica y menos la extrema en ninguna zona del mundo. Pero esto implica una revisión
exhaustiva de los enfoques con los que hasta ahora se han tratado estos problemas, pues
parecía muy firma la convicción de que basta aplicar los programas para promover de
inmediato los cambios en tal sentido. Los resultados no suelen ser alentadores.
El aspecto de la salud es otro de los campos fértiles para el éxito de un gobierno
mundial. Las enfermedades, endemias y epidemia son globales. Enfrentarlas requiere del
mayor esfuerzo global posible. El éxito de la salud mundial depende, por supuesto, que la
tecnología y el conocimiento de las muy avanzadas ciencias de la salud se encuentren
organizadas, reglamentadas y promovidas por el gobierno mundial. Las inversiones y
resultados que puedan obtenerse en vacunas, tratamientos y protocolos de prevención deben
canalizarse hacia el uso social y global de sus beneficios. Los ejemplos al respecto son
alentadores y sumamente exitosos, desde la fundación de la Organización Mundial de la Salud
(OMS), o en casos como el Proyecto Internacional del Genoma Humano, que desde 1990
hasta el 2003 logró complementar el mapa de ADN humano, con información de altísimo
valor en las investigaciones contra las enfermedades más terribles, consideradas incurables,
como el cáncer, el mal de Parkinson, el SIDA, entre otras. Las naciones, sin importar su escala
ni condición económica requieren cada vez de la gestión mundial en el área de salud para
enfrentar exitosamente los retos de salud pública. El nacionalismo no tiene mucho que hacer
en este terreno, y la comunicación un rol importante en la construcción de una cultura de salud
y asepsia pública acordes con los estándares de calidad vida concebida y disponible.
161
Para terminar el punto sobre el gobierno mundial, las instituciones y la comunicación,
vale la pena referirse a los ocho objetivos del milenio que constituyen retos concretos y con
plazos de tiempo. Retos que implican mayor protagonismo de las ciencias y novedosos y más
eficientes enfoques. Estos retos son inmensos: erradicación de la pobreza extrema y el hambre;
masificar la enseñanza primaria universal; fortalecimiento de la igualdad entre los géneros y la
autonomía de la mujer; reducir la mortalidad infantil y mejorar la salud materna; combatir el
VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades; garantizar la sostenibilidad del medio
ambiente y fomentar una asociación mundial para el desarrollo de los pueblos.
Aspirar cumplir con tales metas implica la necesaria existencia de poderosos sistemas
de conocimiento e innovación social. Sólo en el contexto de una sociedad global del
conocimiento, es que será posible esperar que con alguna probabilidad el mundo se acerque a
dichos objetivos. Dicha sociedad global del conocimiento sólo puede aparecer y existir en el
contexto de una comunidad mundial institucionalizada, o dicho más sencillamente, en el
contexto de un gobierno mundial. Sencillamente porque el conocimiento es de condición
universal, trasciende las fronteras, y muy a pesar de las fronteras nacionales que en ocasiones
tratan de impedir e imponer control al conocimiento, ya sea por temor o por la conservación
pragmática del poder de sus gobernantes. En consecuencia, el campo del conocimiento
evolucionará cada vez más como una de las competencias más esenciales del sistema de
gobierno mundial.
La sociedad global del conocimiento requiere también como indispensable un marco
esencial de libertades. Algo que sólo es posible en democracia, concebida como se ha
expuesto párrafos antes, como un sistema de administración y negociación de las diferencias.
Hasta el presente, se han consolidado los conceptos de libertad de expresión y derechos de
información en todas las legislaciones mundiales, en la gran mayoría de los países que
conforman el concierto mundial de naciones. Pero, dichos conceptos requieren mayor
precisión, expansión y desarrollo. La teoría institucional tiene posibilidades de contribuir en
este reto: incentivar el cambio cultural que implica acatar el orden propuesto por este
novedoso marco legal. Es ese el propósito crucial de la teoría institucional de la comunicación
que se propone en el presente trabajo.
162
Conclusión
Este modesto trabajo comienza con un epígrafe ambicioso: “El conocimiento es el
único bien que mientras más se distribuye más riqueza produce”. En ese predicado puede
resumirse el propósito de los apuntes teóricos que se esbozan en esta obra. En éste se reconoce
al conocimiento como un bien patrimonio de las sociedades humanas a lo largo del tiempo,
que debe difundirse gracias a un sistema de comunicación eficiente, y que puede, una vez que
alcance la mayor socialización posible, producir riqueza, entendida como bienestar social.
Estos tres aspectos son los que se han resaltado como elementales en el modelo teórico que se
propone.
Como bien de conocimiento accesible, la teoría institucional es de reciente aparición.
Sin embargo, tiene ya una historia de poco más de un siglo, cuando sus primeros esbozos se
manifestaron en los pensadores alemanes, a fines del siglo XIX. Y hasta su salida de los
predios académicos, en última década del siglo XX, siempre estuvo contenida desde y en la
especialidad de la ciencia económica. Pero hace poco más de una década, las aplicaciones de
la teoría institucional se han extendido hacia muchos campos de las ciencias sociales.
Uno de esos campos de las ciencias sociales es la comunicación, o mejor, la
comunicología. Esta especialidad se esfuerza hoy día por un lugar de rango científico. Si bien
la comunicación fue una preocupación de psicólogos, politólogos, sociólogos, antropólogos e
historiadores, entre otras especialidades, es cada vez más notorio la aparición de especialistas
en comunicación. De hecho los espacios universitarios han evolucionado desde “periodismo”,
pasando por “comunicación social” hasta las actuales facultades de “ciencias de la
información”. Probablemente, la evolución de la comunicología tienda hacia la “ciencia de la
comunicación” en términos de estudios formales universitarios, algo que ya está ocurriendo en
los niveles de postgrado.
Para dar el paso a “ciencias de la comunicación”, la comunicología tiene que superar la
natural dispersión de la diferentes teorías de que dispone, desde principios del siglo XX. A las
teorías de los contenidos de los medios, se agregan las teorías de las audiencias y las del
complejo fenómeno de opinión pública. Todas estas teorías pueden verse potenciadas en un
163
sistema inter complementario de teorías de comunicación. Es lo que propone puntualmente
esta obra. Para lograr este propósito es preciso el apoyo de una teoría explicativa del
funcionamiento de la sociedad como la teoría institucionalista.
El nodo conceptual más destacado de la teoría institucional es concebir a la sociedad
como un orden regido por un conjunto de instituciones, definidas como reglas de juego,
gracias a lo cual los individuos regulan su propio comportamiento en sociedad. Este aspecto
está estrechamente ligado a la comunicación, pues medios de comunicación, usos sociales del
lenguaje y modelos mentales como fuente de los contenidos son las bases con las cuales
operan dichas instituciones.
En esta obra, apenas se asoman cuestiones como la expresada en el párrafo anterior. La
intención es abrir líneas para pensar y discutir los diferentes aspectos de aplicación de estos
conceptos institucionales y comunicacionales. Los problemas del conocimiento, el desarrollo
social, el cambio y la resistencia al cambio, la democracia, el gobierno mundial, la ciudadanía
como nuevo modelo mental o como cultura institucional, y muchos otros aspectos y problemas
vigentes son aludidos en este trabajo para estimular el debate necesario.
Sin duda, es necesaria una nueva teoría de la comunicación, la cual logre sintetizar y
fundir a las teorías que ya disponemos desde hace más de un siglo con las que vienen
surgiendo, en la medida que el desarrollo comunicacional presiona por cambios sociales sin
precedentes. Cambios que apenas comienzan y que aún no permiten visualizar cómo serán las
sociedades en un futuro no muy lejano, dentro de media centuria. Quienes vivieron en la
primera mitad del siglo XX no podían imaginar lo radicalmente distinto que se mostró la otra
mitad. En ese cambio tan profundo tuvieron que ver las comunicaciones, en las dimensiones
que en esta obra se han descrito.
La sociedad presente está muy impactada por la comunicación. Se perece, cada vez
menos a las sociedades del pasado remoto y reciente y menos al futuro que imaginamos. Esta
condición impone nuevos concepto, un ajuste en los enfoques, y un rediseño en nuestros
modelos de pensar. No se trata de una consigna, de un slogan. Se trata de la propia
supervivencia y viabilidad de nuestras sociedades.
164
Los conceptos que acá se esbozan apuntan en ese sentido. La teoría institucional, la
cual nació en el campo de la historia económica, ha influido en los cambios de percepción de
la economía actual. No es casual que durante la década de los noventa, del pasado siglo, los
teóricos institucionalistas, han acaparado y lo siguen haciendo, los premios Nobel de
economía. Pero pronto esta teoría comenzó a ganar influencia en otros campos como la
sociología y la política. Fueron derivándose de éstas teorías complementarias o subsidiarias
como la teoría de la gobernabilidad, la teoría del desarrollo sustentable, la teoría del capital
social y muchos otros sistemas de conceptos.
Toca ahora a la comunicología la parte de trabajo que le corresponde: incluir la
información, el saber y el conocimiento como partes indispensable de los sistemas de
comunicación modernos, para acelerar y consolidar los cambios económicos, sociales y
culturales que requieren las sociedades democráticas, con probabilidades de desarrollo
suficiente como para abatir la pobreza y demás males históricos. Esperamos que estas líneas,
aunque modestas y muy principistas, contribuyan a crear un ambiente favorable para un
cambio de perspectiva en nuestro campo de estudio, lo cual ya está ocurriendo en muchas
universidades en el mundo.
165
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