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Propuesta de artículo para Anuario XVIII del CONEICC 2011
Título: Apuntes para la construcción de una teoría de la comunicación estética
Autora: Vivian Romeu Aldaya*
Resumen: Este trabajo tiene por objetivo articular conceptualmente el campo del arte y al
campo de la comunicación a partir de la revisión del concepto de diálogo. Dicho concepto
se aborda desde lo comunicativo como condición ontológica de la comunicación, y
gnoseológicamente desde un enfoque comunicológico; para el arte el abordaje al diálogo se
realiza desde el concepto de práctica artística en tanto suceso creativo y el concepto de
experiencia estética. La propuesta teórica y conceptual resultante de estas reflexiones estará
aunada también en consecuencia a una propuesta metodológica para el análisis de los
procesos de recepción estética.
Palabras clave: comunicación estética, diálogo, experiencia estética, arte, práctica artística
Abstract: This work must by objective conceptually articulate the field of the art and to the
field of the communication from the revision of the dialogue concept. This concept is
approached from the communicative thing like ontologism condition of the communication,
and communicology perspective; for the art the boarding to the dialogue will be made from
the concept of artistic practice, as much creative event, and the concept of aesthetic
experience. The theoretical proposal and conceptual resultant of these reflections will also
be combined consequently to a methodologic proposal for the analysis of the processes of
aesthetic reception.
Kee words: aesthetic communication, dialog, aesthetic experience, art, artistic practice.
*Dra. Vivian Romeu Aldaya. Universidad Autónoma de la Ciudad de México, academia de
Comunicación y Cultura. Email: [email protected]
1. Introduciendo la relación entre la esfera del arte y los estudios de
comunicación
Arte y cultura son dos conceptos secularmente imbricados en el sentido de que desde una
perspectiva elitista de la cultura como sinónimo de cultivo en áreas como la filosofía y el
arte en general ha llevado a muchos a desconocer el hecho de que el arte como fenómeno
social es también y justo por ello un fenómeno cultural. Recientemente, han fructificado los
esfuerzos que desde las Vanguardias se vienen gestando por instituir una relación entre arte
y cultura más allá de esta visión reducida de una y otra parte, concretamente han sido
importante las reflexiones gestadas en el seno de los llamados Estudios Visuales, y desde el
campo de la Estética contemporánea.
Como se puede ver, han sido los campos del arte y de la estética los pioneros en
promover una relación estrecha con la cultura, e incluso, como se verá más adelante con la
comunicación. Sin embargo, estas iniciativas aún no logran dar un vuelco radical ni a la
teoría estética, ni a la teoría de la cultura. Donde quizá se ha afianzado con mayor solidez
ha sido en el campo de la teoría del arte, sobre todo a partir de las aportaciones de la
semiótica postestructuralista, la teoría literaria postformalista y últimamente con los
enfoques teóricos de los denominados estudios sobre estética de la recepción.
La cultura, entendida como el entramado de prácticas y significaciones en torno a lo
social, dista mucho de presentarse como un cúmulo de saberes intelectualmente válidos
para dar paso a una concepción menos objetualista, y sobre todo, menos divorciada de la
realidad cotidiana, es decir, del hacer cotidiano cuya trascendencia precisamente se halla
enmarcada en los procesos de producción y reproducción cultural, que son a fin de cuentas
procesos de producción y reproducción del sentido a nivel social, cuya naturaleza es
eminentemente comunicativa.
En ese escenario, tanto el estudio del arte como el estudio de la cultura no pueden
ignorar el bagaje teórico, conceptual y metodológico que el campo de estudios de la
comunicación puede aportar al esclarecimiento, explicación y análisis de los fenómenos y
procesos que se dan constantemente en la matriz de lo social-cultural. De hecho, no lo hace.
Pero curiosamente, si bien la relación entre los estudios de la comunicación y los estudios
de la cultura llevan ya tres décadas de reflexión y trabajo empírico, la comunicación -ni en
tanto campo de estudios ni como campo académico- aún no da cuenta de todas las
posibilidades heurísticas que acentúa su relación con el arte.
El vínculo existente entre el campo del arte y el campo de la comunicación ha
formado parte del cuerpo de preocupaciones de la teoría estética desde Baumgarten en el
siglo XVIII, pasando por la estética italiana (Croce, Pareysson) y francesa (Bayer) de la
primera mitad del siglo XX hasta llegar a los años 60, 70 y 80 al análisis formal de los
estudios literarios (Propp), así como a las reflexiones teórico-metodológicas de la Escuela
de Constanza (Jauss, Iser, Gumbretch), y al abordaje semiótico de la cultura por parte de la
Escuela de Tartu (Lotman), respectivamente. En los finales del siglo XX comienza a
hablarse concretamente de comunicación artística (Everaert) y para el comienzo del XXI ya
hay autores que se refieren desde la estética y la filosofía a la razón comunicativa del arte
(Vilar). Entre unos y otros, sin embargo, se hallan un sinfín de trabajos y reflexiones que
de manera aislada aunque sostenida constituyen también el conjunto de antecedentes en el
abordaje y tratamiento de las relaciones entre el arte y la comunicación. Ejemplo de ello es
la obra de Omar Calabrese, Nelson Goodman, Umberto Eco, por sólo mencionar algunos.
Además, podemos situar también algunas reflexiones en el campo de la filosofía y la
sociología con Martin Heidegger, Friederich Nietzsche, Theodoro Adorno y Hebert
Marcuse.
El estudio de la obra de estos autores, y otros muchos que no han sido mencionados,
nos indica que los antecedentes de las relaciones entre arte y comunicación tienen su origen
mayormente en la conceptualización del arte como lenguaje, pero no han dado a la luz
lamentablemente modelos de análisis más allá de los enfoques semiótico-comunicativos de
Umberto Eco y Nicole Everaert, y de cierta manera el cúmulo de propuestas del grupo de
trabajo sobre Estética de la Recepción en Europa (Romeu, 2008).
Esta evidente carencia se debe en nuestra opinión al hecho, por una parte, de la
obcecada fijación de los estudios en comunicación en los medios, y por la otra en que la
teoría estética estuvo mezclada con la teoría del arte hasta principios del siglo XX. Es
justamente a partir de su separación que la teoría estética recupera el lugar del sujeto en la
experiencia estética y con ello la recolocación de su experiencia en el centro de la discusión
sobre el arte, circunstancia que a nuestro juicio, sitúa al arte como hecho y práctica en una
dimensión humana, es decir, en un pensar y hacer propio y distintivo de lo humano, y en
tanto obra humana, como parte también de lo social-humano.
Pero no se puede hablar de lo social-humano sin tener en cuenta que lo
comunicativo juega un papel constitutivo en el hecho humano mismo. El rechazo y
negación de estas aseveraciones ha impedido hasta hoy el abordaje del arte, por ejemplo,
desde perspectivas comunicativas y ha circunscrito la relación entre el arte y la
comunicación en términos netamente campales, es decir, restrictivo a las circunstancias de
la relación entre ambos campos por demás escasas e insuficientes hasta la actualidad. No
obstante lo anterior hay que señalar que desde la aparición de la semiótica como
herramienta para la apreciación artística y para el análisis estructural, crítico y pragmático
de las obras de arte, el vínculo entre el arte y la comunicación se ha radicalizado
enfocándose en el valor de significación de las obras, mismo que a su vez ha sido pensado
como materia prima de la comunicación.
Sin embargo, la idea de que la significación de la obra sea el soporte de la relación
entre comunicación y arte resulta ser -en nuestra opinión- una fallida expectativa que la
gran mayoría de los estudiosos y críticos del arte dan por establecida a partir de la falsa idea
de que el hecho de que la obra de arte comunique se debe a que produce y transmite
información significante, es decir, información que está “vertida” en símbolos. Esto último,
sin embargo, si bien resulta plausible la conclusión de que por ello comunique no lo es.
Hjmslev, en Prolegómenos para una teoría del lenguaje (1971) señala que la forma es
expresión y contenido, por lo que si bien en términos del lingüista de Copenhague, la forma
se supedita al contenido (a la sustancia), éste es ontológicamente especulativo. Esta
conclusión es justamente lo que marca la pauta para pensar el atributo comunicativo de la
obra de arte a partir de una perspectiva relacional que necesariamente debe incluir al otro, y
en ese sentido fundarse como postura pragmática e interactiva.
Esta nueva orientación de lo comunicativo, también llamado o conocido por
enfoque comunicológico desarrollado en México por GUCOM (Grupo de trabajo Hacia una
comunicología posible), preside pautas epistémicas distintas a las que hasta ahora han dado
cuenta del fenómeno de la comunicación ya que tradicionalmente la comunicación se ha
ocupado de los textos, los mensajes, la producción y la recepción que son objetos y ámbitos
de estudio que han soslayado de una forma u otra la interacción que es donde a nuestro
entender se encuentra la forma de pensar la comunicación en tanto red configuradora de las
relaciones sociales, y donde el arte sin dudas se coloca como una pieza más.
2. Arte y comunicación. Acercamientos
El abordaje del arte como producto y práctica esencialmente comunicativos se le debe a la
tradición interpretativa de los estudios de la comunicación que abreva directamente de la
hermenéutica y la fenomenología con la aparición del paradigma del receptor activo, el
papel de las mediaciones en los procesos de recepción y el concepto de democracia
interpretativa ya que todos estos factores consolidan la mirada sobre la indivisibilidad entre
los fenómenos de la cultura, los fenómenos sociales y los fenómenos comunicativos. A
pesar de ello, sin embargo, el arte continúa siendo hoy en la primera década del siglo XXI,
un enorme pendiente en la investigación sobre comunicación.
A favor de este argumento podemos decir que la tradición interpretativa no ha
logrado salirse del abordaje del arte desde un punto de vista metodológico (mayormente
semiológico) y ha hecho bastante poco por vehicular un anclaje epistémico que configure
incluso el escenario teórico de dicha tradición. Sin embargo, aunque el Interaccionismo se
ha constituido en el campo más fértil en esta empresa, la matriz sociológica y psicológica
de estos acercamientos ha impuesto, mayormente, en contra de toda expectativa
passeroniana y bourdiana, una concepción dominantemente multidisciplinar que no
posibilita la fusión entre disciplinas, y en consecuencia obstaculiza la construcción de
conocimiento nuevo. La ausencia del arte en los ámbitos de estudio de la comunicación
constituye en ese sentido más un problema epistémico que un mero “lapsus” campal.
A nuestro juicio, se hace necesario y urgente lograr una articulación coherente entre
las diferentes ciencias particulares del campo de las ciencias sociales para ampliar y
pluralizar los marcos explicativos de cada una de ellas en lo específico y del hecho social
como objeto de estudio de las ciencias sociales en lo general. Con ello la concepción
epistémica de la comunicación cobraría vitalidad en los estudios del campo y la relación
con el arte pasaría a entenderse como una de las tantas formas en que la comunicación
humana se manifiesta. El arte en ese sentido, como el resto de las relaciones sociales, tiene
también lugar al interior de los procesos humanos de comunicación mismos en los que el
intercambio de significados entre sujetos aparece necesariamente mediado por la
interacción. Como se puede notar, la interacción no sólo resulta clave para comprender la
relación entre lo comunicativo y lo social, y entre lo social y lo humano, sino también la
relación entre el arte y la comunicación.
Es evidente que la raíz sistémica de este planteamiento tiende a dominar nuestra
reflexión toda vez que la sistémica como paradigma enfocado en los procesos de relación,
conduce necesariamente a entender dichos procesos como la base de la existencia y el
funcionamiento de los fenómenos no sólo físicos, sino también simbólicos. Es en estos
últimos en los que el arte tiene cabida ya que el intercambio de información significante
que ocurre entre artistas y públicos mediante la obra de arte, no sólo se constituye en una de
las formas en las que también se funda lo social, sino que responde de alguna manera a la
configuración misma de su existencia.
3. El arte como práctica comunicativa
Para desarrollar este apartado es necesario afianzar el hecho, antes mencionado, de que la
comunicación debe ser conceptualizada desde lo transdisciplinar, multidimensional y
complejo, a partir de su concepción como configuradora y articuladora de las relaciones
sociales; de esa manera, la relación que pueda tener la comunicación con la cultura como
campo, y con los hechos y fenómenos de la cultura en lo general, no pueden concebirse
desde ninguna perspectiva como expresión de meras articulaciones circunstanciales, sino
como el despliegue de redes de estructuración social donde lo comunicativo deviene
precisamente factor organizador e incluso regulador de las mismas.
Es así que para nosotros, pariendo justamente de lo anterior, el arte puede ser
pensado coherentemente como producto y práctica al interior del campo de lo
comunicativo, en tanto constituye red estructurada y estructurante –como dijera Bourdieu
(1990; 1995)- de las relaciones sociales, ya se trate de grupos, individuos o colectividades.
El arte al ser actividad simbólica por excelencia -producida por agentes sociales
concretos (los artistas) e inserta en tanto quehacer humano en la vida social- se halla
sometido como cualquier otra práctica productiva y de consumo a las reglas que hacen
posible su reconocimiento, reproducción simbólicas e inserción campal, pues dichas reglas
son configuradas por y desde las prácticas productivas de los artistas, mismos que junto con
los críticos, las instituciones del arte, los públicos, etc., conforman el tejido social que
permite que el campo del arte geste relaciones tanto estables como coyunturales con otros
campos y otros agentes pertenecientes también a otros sistemas, de cuya interrelación
depende la organización misma del sistema social.
Es por ello que, inserto en la vida social donde despliega su simbolicidad, el arte es
producido por los artistas mediante la práctica artística que es la práctica propia del campo
del arte (Bourdieu, 1995), lo que conduce a afirmar que la producción artística está
sometida a las reglas discursivas y propiedades simbólicas que se configuran mediante la
acción e interacción interna de los agentes del campo artístico y de estos mismos agentes
con otros del campo social. Dichas reglas, al decir de Bourdieu, no sólo regulan al campo
en cuestión, sino que, reiteramos, permite configurar y regular las relaciones con el resto de
los campos y sus agentes.
Y es que por ser justamente lo social un tejido heterogéneo, pero configurado en un
orden específico, lo social alberga en su conformación campos y agentes cuyas productos y
prácticas legitiman, en su interrelación con las prácticas y productos de otros agentes y
campos el orden social donde se insertan y se definen por lo que representan a través de la
producción de los significados simbólicos que posibilitan la conformación del sistema
social. Los significados simbólicos constituyen así el lugar desde el que se despliega lo
comunicativo en todos sus niveles, de ahí que los miembros de una interacción
comunicativa cualquiera tengan que construir sus propias relaciones a partir de la posición
que ocupan dentro de dicha interacción ya que ésta no es más que la mezcla de información
proveniente de la circunstancia concreta del presente en la que la interacción se da y el
cúmulo histórico de su genealogía. En ese sentido, las relaciones simbólicas, en tanto fruto
de las relaciones configuradas al interior de lo social, no pueden existir fuera del contexto
sociocultural en donde se gestan ni tampoco del sentido histórico que las ha configurado.
Justo ello es lo que pasa con el arte. Los artistas son productores de obras de arte y
por ello adquieren en lo social un lugar diferente al de los críticos, museos y los públicos;
pero su posición no sólo delimita un territorio físico (el museo, las galerías, los talleres y las
escuelas de arte), sino que demarca y distingue un espacio simbólico otro, la mayoría de las
veces inaccesible y elitista del que por ejemplo, los públicos en su gran mayoría, quedan
excluidos. Es así que el arte como práctica comunicativa, y también como producto en
cierto modo, cobra sentido.
Esa es la razón que nos permite afirmar que el arte como proceso necesariamente
interactivo deviene tanto práctica cultural como práctica comunicativa. Como práctica
cultural es síntoma o condición cultural de una época, pero también red de interacciones
socioculturales que se tejen al interior de una organización social determinada, a partir de
las prácticas de cada uno de los agentes sociales que cohabitan dicha red. Como práctica
comunicativa es intercambio de información y significación entre los artistas que hacen la
obra y los públicos que la consumen.
4. El producto del arte y el diálogo
Junto con Bourdieu, en el apartado anterior entendimos al arte como práctica comunicativa
en tanto acciones propias de los agentes-artistas del campo artístico, el arte entendido como
producto va a definirse como obra de arte cuyas características al decir del sociólogo
francés se resumen en dos: difícil lectura o acceso e innovación permanente. En este
apartado partiendo de lo expresado por Bourdieu, pero en constante conversación con la
tradición interpretativa y fenomenológica de los estudios de comunicación, daremos paso a
reflexionar sobre la naturaleza de la obra de arte, y en específico su condición dialógica.
La condición dialógica de la obra de arte se puede observar a través del análisis de
la relación de recepción que establece el lector con ella. La tradición interpretativa en los
estudios de comunicación ha posibilitado el posicionamiento conceptual para abordar este
proceso; de ahí que en el arte, lo comunicológico, que no es más que lo comunicativo
entendido a través de los procesos de relación, permita entender la relación constitutiva
entre dos sistemas de información distintos: obra y lector. Ambos sistemas se hallan
vinculados entre sí mediante la circunstancia de la recepción que es al mismo tiempo una
instancia de interacción donde el intercambio de información entre uno y otro sistema
constituye no sólo el fin de la interacción misma, sino la constitución del sistema de
información y comunicación por medio del cual dicha interacción es posible. El
intercambio se torna así la acción fundamental del diálogo, es decir, su posibilidad; y lo
comunicológico estatuto constitutivo del mismo.
Por su parte, el diálogo es un concepto eminentemente pragmático porque pone en
relación dialógica al menos dos instancias que intercambian información significante, por
ello es intrínsecamente comunicativo. Pero ¿en qué sentido dicho concepto se “muestra” en
el arte?, ¿podríamos afirmar que el arte portador de diálogo? Partiremos de considerar que
el arte es portador de diálogo y poseedor de dialogicidad porque es inteligible, y lo
inteligible no sólo es condición para el diálogo sino dialogicidad intrínseca, como dijera
Vilar (2005), comunicabilidad. Veamos.
Con anterioridad comentamos que el producto (obra de arte) de la práctica artística
desplegada por los agentes (artistas) del campo del arte tiene ciertas propiedades
“especiales” que marcan la distancia de las obras de arte de otros productos simbólicos con
los que coexiste en el escenario de la cultura. La “especialidad” de las obras de arte ha sido
conceptualizada por la mayoría de los teóricos del arte, como “simbolismo”, pero algunos
más osados la han nombrado “poética”. Sin embargo, para evitar caer en
trascendentalismos extremos debemos señalar que lo simbólico o poético no puede
pensarse como propiedad física o simbólica de los objetos, textos o eventos artísticos como
tal; o sea, lo poético no puede ser entendido como propiedad ontológica del arte, sino como
propiedad netamente relacional, es decir, dada a través de la experiencia estética del sujeto
a través de sus procesos de recepción y consumo.
Como dijera Nelson Goodman, la experiencia estética es una experiencia del
conocimiento sensible (Goodman: 1990) y propia de la actividad humana (Schaeffer:
2005); es ante todo una experiencia cognitiva del sujeto que involucra lo sensorial y lo
placentero, y ocurre a partir de la puesta en relación de los objetos, textos y/o eventos del
arte por una parte, y el público que los recepciona y consume por la otra. La experiencia
estética constituye el mismísimo lugar del diálogo y presupone actividad (en tanto relación,
vinculación) de parte de los públicos hacia estos objetos, textos y/o eventos del arte. Se
trata de una experiencia singular en la que el lector participa volitivamente.
4.1. Lo estético y el diálogo
Como hemos mencionado, los objetos del arte son objetos, textos y/o eventos “especiales”,
que poseen propiedades simbólicas a través de las cuales recrean una realidad ficcionada
que está a su vez signada por un principio de inteligibilidad, aun y cuando dicha realidad
sólo pueda ser accesible a la mente humana a través de la imaginación. Como no refieren
directa ni objetivamente a la realidad, el arte suele resultar altamente opaco a la
interpretación toda vez que se halla normalmente estructurado desde núcleos de
indeterminación del sentido, mismos que se configuran a partir de la presencia de vacíos o
lagunas de información y significación que se corresponden con la forma fragmentada,
contradictoria, incluso sugerida o “absurda” en la que aparecen algunos elementos, en su
relación con otro, al interior de la organización estructural de las obras de arte.
La opacidad, cuya función es complicar el entendimiento o hacerlo poco
transparente (o como dijera Lotman (1994), dificultar su transposición lineal), es intrínseca
de lo estético en el arte en tanto funge como condición para determinar su grado de
accesibilidad (a mayor opacidad, mayor accesibilidad por la vía de la imaginación y la
hipótesis). La opacidad, así entendida, resulta una propiedad de lo estético, y lo estético a
su vez una propiedad de aquellos textos y/o acontecimientos que desplieguen
estructuralmente elementos fragmentados, contradictorios, sugeridos o “absurdos” que
compliquen a su vez el entendimiento y dificulten su aprehensión lógica. Sin embargo, se
debe aclarar que el hecho de que compliquen y dificulten el entendimiento no significa que
lo anulen.
Paul Ricoeur (1977), en su conceptualización de la metáfora, plantea que la
metáfora es el lugar de conflicto desde el que se gesta conocimiento nuevo. Para el filósofo
francés, la metáfora es un fenómeno del discurso que al desplegar la tensión conflictiva
entre las significaciones precisa de destruir el sentido literal de las mismas para dar paso a
un sentido nuevo que surge de la aproximación interpretativa de las significaciones en
tensión. Sin embargo, es importante señalar que se trata de un sentido emergente,
inconcluso, pues la aproximación interpretativa nunca llega a agotarlo.
Una complicación en el entendimiento es, a la luz de la teoría de la metáfora de
Ricoeur, pretexto para construir un nuevo sentido, siempre y cuando dicha complicación
provenga de la tensión conflictiva de las significaciones en un discurso; de ahí que la
opacidad o falta de transparencia en los textos estéticos que constituyen las obras de arte
implique en el algún sentido presencia metafórica.
Dado lo anterior podemos afirmar que lo opaco, lejos de impedir la construcción de
nueva información, lo posibilita, es decir, lo hace literalmente “posible”. Y nos referimos a
lo posible como posibilidad y no como hecho en tanto la presencia de la metáfora configura
y despliega las condiciones estructurales para que se dé el diálogo entre obra de arte y
lector. Pero lo posible es sólo posibilidad: como dijera Peirce (1987) lo posible no guarda
relación con nada porque no existe propiamente, expresa una idea inapresable en sí misma
en tanto no es idea alguna aún. Por ello, la posibilidad se configura múltiple, es decir, puede
tomar una forma u otra, o lo que es lo mismo, se puede concretar de múltiples maneras,
incluso puede no concretarse en absoluto.
En los textos y eventos estéticos, como sucede con algunas obras de arte, la no
concreción de lo posible produce indeterminaciones (Iser: 1997) o lo que es lo mismo
“vacíos” de sentido que son lagunas de información que deja el autor -consciente o
inconscientemente- para que el lector las complete. Para Iser, un texto deviene obra cuando
el lector participa de su proceso de concreción (Iser: 1997) puesto que con la participación
del lector el texto al completarse, existe. La concreción es un acto de completamiento del
sentido (Iser: 1987, 1997) donde no se restituye el sentido original del texto, sino que se
promueve un sentido nuevo a partir de un proceso de interpretación que en la medida en
que propone lecturas nuevas, las verifica en el texto, completándolo.
Así, durante el proceso de lectura, el lector sostiene una especie de diálogo con la
obra en el que configuran sentidos nuevos a partir tanto de la participación del lector como
de la presencia de indeterminaciones, vacíos de información o inconsistencias semánticas al
interior del enunciado poético. Lo anterior supone que el autor del texto deba dejar cosas
sin decir pues sólo así el lector podrá completar con su interpretación esos vacíos de
información. Dichos vacíos son el germen de lo estético que, como ya se ha abordado, da
cuenta de lo dialógico. En ese sentido, lo dialógico viene dado de forma inmanente por la
indeterminación, y la indeterminación por el conflicto tensional entre las significaciones, lo
que provoca los vacíos de información que gestan la opacidad propia de los textos y
eventos estéticos.
Una alta dosis de indeterminación supone un alto grado de conflicto tensional en las
significaciones, y ello a su vez conmina al lector a participar en el proceso de
completamiento del sentido. De ahí que consideremos que lo dialógico, desde su
inmanencia, es además de comunicativo, intrínsecamente pragmático.
4.2. Lector y lectura
Como sostuvimos con anterioridad, lo posible no está determinado a priori, sino sólo por la
contingencia del acto de interpretación. Es la interpretación lo que permite al sujeto entrar
en relación con lo otro, es decir, gestar y construir diálogo. La naturaleza dialógica del texto
estético, al igual que el concepto mismo de diálogo, se presupone crucial y constitutivo de
toda experiencia estética. Pero para que ello sea posible, tanto el texto como el lector
necesitan intervenir (Schaeffer: 2005; Romeu: 2006). En cuanto al texto, su intervención se
manifiesta asegurada, como vimos en el apartado anterior, a través de la presencia de la
metáfora, cuya concreción se da justamente a partir de lo dialógico. La metáfora posibilita
el despliegue de lo dialógico en la obra de arte porque resulta ser lo no formulado o lo
formulado de forma diferente. En cualquiera de ambos casos, el lector siempre debe
recurrir a una dinámica de configuración del sentido desconocida o inexistente hasta ese
momento para lo cual resulta imprescindible que el lector esté dispuesto a dialogar, es
decir, desee disponer sus facultades reflexivas a favor de la interpretación pues así se
constituye éste en diálogo.
A propósito de lo anterior, Karl Maurer (en Mayoral, 1997) señala que los deseos,
intereses o motivaciones del receptor para establecer un intercambio de información
dialógico con la obra requiere atravesar los escabrosos caminos de la identificación, la
orientación y la verosimilitud, por lo que la dialogicidad de la obra se halla justamente en el
hecho de generar “pistas” (Everaert, 2005) que puedan ser apreciadas por éste en algunas o
todas las fases mencionadas por Maurer, además de contener indeterminaciones que
posibiliten la dinámica del diálogo. En la medida en que el texto y/o los eventos estéticos se
abren al lector como posibilidad y el lector a su vez “juega” a buscar su sentido abierto, este
proceso de intercambio y relación constituye la instancia de participación del lector que
transforma un simple escenario de recepción e interpretación en una actividad dialógica.
La actividad dialógica no se realiza de manera lineal y unívoca, sino a través de un
proceso multidimensional y complejo del que da cuenta Wolfgang Iser para quien la
continua modificación de las estructuras interpretativas del texto por parte del lector impide
que las expectativas del lector se cumplan del todo (Iser: 1997). Según Iser, ante cada idea
imaginada se producen rupturas (pues no siempre lo imaginado coincide con la información
textual siguiente) y el lector debe re-significar la obra de arte cada vez que sus expectativas
se ven decepcionadas, revelando así la multiplicidad de conexiones potenciales entre los
elementos de la obra y su imaginación.
En ocasiones, plantea Iser, estas re-significaciones desorientan al lector y lo hacen
desistir, lo que resulta un verdadero problema en el proceso de concreción de la obra
porque para este autor una lectura no sólo es activa y creativa cuando compromete la
imaginación del lector, sino también cuando es placentera. Pero la “ilusión” de un lector,
que es el cuerpo de creencias y expectativas que posee un lector con respecto a la obra de
arte figura más bien, ante la polisemia de lo estético, como agente obstaculizador de la
actuación comprensiva del lector, es decir, de su interpretación, por lo que se puede decir
que restringe la libertad con que puede abordar las indeterminaciones presentes en ella. En
nuestra opinión, entonces, el papel del lector se torna relevante en tanto se articula como
“disposición” para dejar a un lado el mayor número de sus “ilusiones” y “darse” a una
experiencia interpretativa diferente.
Como ya hemos comentado con anterioridad, el arte es creación humana y no puede
estar inscrito fuera de contexto, no sólo del contexto lingüístico, sino también del histórico,
el social, el cultural, el político, etc., de ahí que la relación ontológica entre el arte y la obra
de arte que lo representa, esté mediada por su inteligibilidad, es decir, por su razón
comunicativa (Vilar: 2005). Esto nos lleva a concluir que la obra de arte no sólo es histórica
y socialmente situada, sino que al emplear parte del material discursivo que le antecede
(material que no sobra advertir, está conformado por el lenguaje siempre intersubjetivo)
contiene dentro de sí tanto la “comunicabilidad” de la que hemos hablado más arriba como
los modos o modalidades intelectivas en que dicha comunicabilidad se legitima, o sea, se
hace visible (Leenhardt: 1990); en ambos casis nos referimos a su propiedad inteligible.
5. Metodología para el análisis de los procesos de recepción en el arte como
procesos de recepción estética
No hay cultura humana sin práctica artística, por ello su raíz social y cultural –léase
colectiva, compartida- no puede soslayarse. El arte es una práctica humana inscrita en la
cultura, y es desde ahí justamente donde el acto creativo, si bien individual, muestra su
comunión con la Historia. El artista que hace arte no puede eludir inscribirlo en el universo
simbólico que le precede pues la dificultad para evadir esto radica en la inserción misma
del artista y su obra en una comunidad de sentidos y de lenguajes compartidos, o sea, de
modos de interlocución con el mundo, lo que si bien no excluye la novedad impide la
innovación total.
Umberto Eco, en sus reflexiones sobre la interpretación (1992, 1996) defiende la
tesis de que los procesos interpretativos no pueden, bajo ninguna circunstancia, dar cuenta
de interpretaciones que no observen mínimamente la orientación que el propio objeto a
interpretar ofrezca. En ese sentido, la tesis de Eco argumenta que no puede haber
interpretación propiamente dicha si es independiente del texto que se interprete, con lo que
el autor afirma la posibilidad de establecer una especie de comunión mínima entre los
participantes en el proceso interpretativo (en este caso obra de arte y lector), y la
posibilidad de sentar las bases que permiten construir las premisas para el diálogo.
El diálogo suscitado a partir del lector hacia la obra en ningún caso puede restituir
(ni lo pretende) el sentido original de la obra de arte en cuestión porque el trabajo de
interpretación se sostiene en un proceso en el que se involucran tanto la selección de
aspectos pertinentes para la interpretación, la interpretación misma como proceso de
reconstitución del relato presente en el texto a partir de las cualidades y competencias
específicas de cada lector, y la reconstrucción final, mas no única, del relato con fines de
apropiación y autorreflexión. En ese sentido, nos distanciamos de Jauss cuando afirma que
los procesos de interpretación terminan cuando se reconoce el horizonte de expectativas de
la obra y se funde éste con el horizonte de expectativas del lector (Jauss: 2002); y nos
distanciamos de Iser cuando afirma que el lector puede configurar los sentidos
indeterminados de las obras estéticas e interpretarlos a su modo (Iser: 1997).
La interpretación tal y como Jauss la entiende resulta pobre ya que plantea que para
que haya recepción estética basta con que el lector identifique o reconozca en el texto
elementos propios de la historia del arte, como el género por ejemplo, mientras que en el
enfoque de Iser centrado en el completamiento de las indeterminaciones presentes en la
obra a través de la interpretación del lector, podemos observar un fundamento democrático
de profundas urdimbres libertarias con el que no podemos estar de acuerdo. Si la
comunicación es relación, vinculación, diálogo, resulta imposible soslayar “el decir” del
otro, que en este caso es el decir de la obra.
Como se puede apreciar de lo anteriormente dicho, la necesidad de fusionar ambos
postulados se da en nuestra opinión porque a Iser carece de pericia para comprender que la
información de contexto, como bien afirma Jauss, “dispone” las preguntas que el lector le
hace al texto para poder entenderlo, pero al mismo tiempo a Jauss falta comprender que el
sólo reconocimiento y/o identificación de una obra de arte dentro del torrente histórico del
arte no puede resultar suficiente para entenderlo.
Dado todo lo anterior, coincidimos con Eco (1992, 1995) cuando señala que para
interpretar adecuadamente un texto se hace necesario conocer su naturaleza a través del
análisis de su intentio operis, que es la intención que tiene el propio texto una vez
construido al margen de la intención de su autor o de su lector. Para Eco (1995) existe una
diferencia entre la intentio operis y la intentio actoris ya que para este autor, una cosa es
que el emisor pueda tener una intención previa que es con la que crea el mensaje, y otra que
el productor del mensaje sea lo suficientemente hábil y competente para crea un texto fiel a
la idea previamente determinada como intención; de hecho éstas pueden modificarse en el
transcurso de la enunciación. La intentio operis se define entonces como la estrategia
textual por la que el texto, en relación estrecha con el lector, “produce” un determinado
sentido, aunque la interpretación del lector está sujeta a determinados límites que son por
un lado, la gama de opciones conjeturales que el lector puede proponerse para abordar el
texto (intención de lector), y por el otro la malla de sentidos que el texto “aprueba” para sí,
dejando al autor fuera del juego interpretativo. Para mayor información al respecto se
recomienda consultar las obras de Umberto Eco referidas en la bibliografía al final de este
trabajo.
Si el análisis de la intentio operis a través del análisis de su organización estructural,
no permite revelar su sentido, al menos podrá el lector saber con cierta certeza cuál es
definitivamente el sentido que no autoriza el texto en cuestión Para las obras de arte, tal y
como hemos apuntado a lo largo de este trabajo, la presencia de metáforas e
indeterminaciones complica este ejercicio, pero al ser arte lenguaje, y en tanto tal,
inteligible en algún sentido al fin y al cabo, la tarea interpretativa –después de todo- no es
ni puede ser entera ni absolutamente imposible.
6. Reflexiones en torno a una propuesta teórica sobre la comunicación estética
La teoría de la comunicación estética que aquí se apunta como propuesta comunicológica
del arte tiende a explicar los procesos de intercambio de información y significación
dialógica que tienen lugar durante la experiencia estética del lector cuando se expone y
dispone al diálogo con la obra de arte. Se trata, como ya hemos comentado, de un proceso
dialógico donde la interpretación del sujeto se instala como la actividad relacional misma
ya que en la interpretación, más allá de la adquisición de significaciones para el
completamiento textual se construyen las relaciones sociales de las instancias en acción, el
artista – y por medio él, la obra- y el lector.
Desde esa perspectiva, una teoría de la comunicación estética explicaría también la
manera en que se configuran y construyen socialmente las posiciones simbólicas de los
agentes e instituciones sociales, al tiempo que posibilitaría además la explicación sobre la
forma en que dichas configuraciones inciden en los procesos de lectura y consumo de los
textos y/o eventos del arte. Nótese que en tanto se ha comprendido aquí a la Estética como
disciplina que se ocupa de los fenómenos y prácticas artísticas en la cultura, las formas de
organización social y las formas de experiencia perceptiva y cognitiva, no aludimos para
nada a la Estética Tradicional –centrada en la belleza como supuesto axiológico del arte y
negada consecuentemente a aceptar el carácter estimativo y discursivo de lo bello y los
vínculos que dicho criterio establece con lo cultural-, y tampoco necesariamente a una
teoría de la comunicación artística.
La teoría de la comunicación estética que aquí se propone se ocuparía de los objetos
y fenómenos estéticos que ya abordamos como objetos, textos y/o eventos con propiedades
simbólicas o poéticas, sean concebidos o no como obras de arte, con lo que se extiende el
concepto de esteticidad a instancias diferentes a la artística propiamente dicha. Una teoría
de la comunicación estética como la que esbozamos podría dar cuenta de los procesos de
interrelación comunicativa entre sujetos por medio de los procesos de percepción sensible,
y en ese sentido, guardaría relación también con los procesos de construcción de la
subjetividad, los procesos cognitivos, la ética y la política.
Por otra parte, y en lo que respecta al arte, una teoría de la comunicación estética
permitiría explicar las formas dialógicas que adquiere la interpretación tanto en los
procesos de creación como en los de recepción, lectura y consumo de los fenómenos y
prácticas artísticas. Los conceptos a través de los cuales se explicaría se resumen a
continuación:
- el concepto de diálogo: actividad cognitiva creativa y placentera que permite
“poner” en relación vinculante, a partir del intercambio de información y
significación, a dos o más instancias en situación de comunicación. Toda actividad
dialógica es actividad interpretativa.
- el concepto de metáfora: fenómeno del discurso estético que aparece cuando existe
conflicto tensional en las significaciones. La metáfora convoca a la construcción de
sentido nuevo a través de la “destrucción” de las significaciones en tensión
(Ricoeur, 1977).
- el concepto de indeterminación: fenómeno del discurso que produce vacíos o
lagunas del sentido, cuya función es conminar al lector a completarlas (Iser, 1987,
1997).
- el concepto de esteticidad: propiedad inmanente a los objetos y fenómenos estéticos
que permite gestar gracias a la presencia de elementos indeterminados y
metafóricos, la posibilidad de diálogo.
Como se puede apreciar, una teoría de la comunicación estética puede explicar en
términos generales el papel de la interpretación como diálogo, tanto a partir de la manera en
que constituyen configuraciones metafóricas desde las cuales se producen
indeterminaciones del sentido, como a partir de las formas en que la esteticidad presente en
ellos convocan la participación activa y creativa del lector ya que a mayor número de
indeterminaciones, mayor esteticidad, y por lo tanto mayor convocatoria al diálogo entre
lector y obra. Asimismo, a mayor conflicto entre las significaciones (sean o no creadas
éstas por indeterminaciones) mayor posibilidad de crear conocimiento nuevo a través de la
participación del lector. En cualquiera de estos casos, como se puede notar, los textos
metafóricos o indeterminados configuran esteticidad, y la esteticidad diálogo. Por ello
podemos decir que una teoría de la comunicación estética es ante todo, una teoría del
diálogo desde un punto de vista comunicativo, donde lo estético se constituye
simultáneamente en el elemento principal de la reflexión de lo que hemos llamado en otros
textos “dimensión comunicológica del arte” y en concepto clave para desarrollar una teoría
de la comunicación estética.
Las premisas metodológicas para esta teoría podemos hallarlas, como ya
explicamos en el apartado anterior, en el modelo de la interpretación propuesto por Eco
(1992, 1996), específicamente en los conceptos de “naturaleza textual” e “interpretación”
ya que esta última resulta ser la actividad que despliega el lector cuando trata de entender la
naturaleza textual de tal manera que una actividad diferente no sería interpretación en
absoluto (Eco, 1996). Con esta aseveración el semiólogo italiano se asegura desechar como
interpretación cualquier otra actividad en el proceso de lectura que, por ejemplo, pretenda
“entender” o “leer” lo que el texto de ningún modo dice. Como se puede observar, en la
construcción metodológica de una teoría de la comunicación estética reconocer los
derechos del texto como elementos orientadores del diálogo interpretativo del lector con
respecto a la obra, es reconocer también a la actividad dialógica como actividad que
privilegia la presencia de lo inteligible.
Dicho de otra manera, el modelo de Eco plantea la observancia de una necesidad
“comunicológica” en la teoría de la comunicación estética (por eso sólo el enfoque
comunicológico es el único viable para ella) que consiste en establecer relaciones
interpretativas de tipo dialógicas entre obra y lector ya que, coincidentemente con Eco, en
la comprensión de un texto cualquiera sea estético o no hay derecho a evadir la
responsabilidad que nos supone escuchar la voz del otro, es decir, la voz del texto en
cuestión.
Si bien todo ejercicio analítico, como la interpretación misma de la que se pretende
dar cuenta, es aproximativo, el de una teoría de la comunicación estética también lo es; ello
no impide, sin embargo, que podamos describir, explicar, analizar y evaluar mediante ella
los procesos de relación significante entre texto y lector circunscritos a la relación dialógica
en sí misma. En resumen: una teoría de la comunicación estética daría cuenta también de
una teoría sobre la creación artística (valorando el desarrollo de lo intrapersonal expresado
mediante la relación creador, obra creada y proceso de creación) y de una teoría de la
recepción estética a la manera de una comunicación gestada también a nivel intrapersonal
(Romeu, 2010). En ambos casos, la matriz comunicológica evidenciaría también los
vínculos pendientes de la comunicación con la psicología y el cognitivismo -aunque ese
planteamiento ya se escapa de los límites de este trabajo-.
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