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Bilbao 26 2015eko uztaila Carlos Bacigalupe PARECE que viene de antiguo. Pues, sí señor. Los bancos, de siempre, la han tomado contra los cafés. En septiembre de 1918 lo señalaba en El Liberal el estu- pendo columnista Teodosio de Mendive, cuando advertía a sus lectores cómo “los bancos de Bil- bao conseguirán cerrar todos los cafés”, para añadir después que “los bancos dan la batalla a los cafés porque éstos son los mayo- res detractores del ahorro”. Puede que el sustrato de su comentario lo encontrara en el cierre del Ca- fé García, de la Gran Vía, llevado a cabo en aquellos días para le- vantar el Banco de Bilbao. Ya en tiempos más recientes, el Banco de Vizcaya acabó con el Lion d’Or y la Caja de Ahorros Vizcaína con el viejo Toledo. Fue en 1970 cuando Pedro Je- sús Irureta, Bernabé y Gabriel Unda determinaron alumbrar un establecimiento de hostelería a la altura de los mejores, sin escati- mar un solo duro en dotarlo de la mejor y más cara decoración. Na- cía así el Oliver –como siempre fue conocido–, quizá a imitación de su homónimo madrileño, más antiguo, donde recalaba toda la farándula noctívaga y hasta gan- dula de la capital. Aunque el de Bilbao sólo compartió nombre, pues su intención en cuanto al pú- blico fue la de procurárselo adi- nerado, con clase y fama, si es que ello fuera posible. Tuvo siempre un inequívoco toque de distinción. Totalmente vestido de madera sólida y cara, abundado de mármoles en pare- des, sus divanes laterales elegan- temente dispuestos delante de unas coquetas mesitas dotaban a la estancia de una apreciable y graciosa confortabilidad. Frente a ellos una barra no menos tentado- ra diligentemente comandada por el encargado, Graciniano Alonso Blanco, cuyo brillante currículo profesional se engrandecía por haber servido en el Drugstore de la antigua Banderas de Vizcaya, hoy Telesforo Aranzadi. Y en eso llegó Bosé Como se dice, pasó a ser una cafetería de lujo en el Bilbao de Colón de Larreátegui, al lado de Albia. A las gentes con posibles se unían en el conjunto de la pa- rroquia cantantes, actores, futbo- listas, toreros…,¡ah!, y periodis- tas, jóvenes periodistas que se- dientos de copas y aventuras to- caban puerto en tan acogedor re- fugio, llegados de Radio Popu- lar, Telenorte –que celebró en Oliver su almuerzo inaugural–, Agencia Efe, Hierro, y La Gaceta del Norte –¡uff!–, cuyas redac- ciones estaban peligrosamente próximas. –Especialmente los de “la Po- pu” –me dijo Alonso en su día– ligaban a esgalla, o sea, a porri- llo. Las chicas venían en tromba para tomar una copa con ellos. Disculpe que no le dé nombres, –¿Miguel Bosé, dice usted? –me interpelaba Alonso–. Aque- llo fue Troya. Yo no sé cómo las chavalitas del Sagrado Corazón se enteraron de que estaba en Oliver, lo cierto es que invadieron el lo- cal. Lo besaron, lo estrujaron, qui- sieron arrancarle trozos de la ro- pa… El pobre chaval, acojonado, tuvo que esconderse en el servi- cio, debidamente custodiado por los camareros. Franco tuvo la culpa Los camareros. Casi históricos fueron Javi, Vidal, Antonio, y Do- mi, este último hoy acreditado fo- tógrafo freelance, algunas de cu- yos trabajos se han publicado en este periódico. Y hablando de cantantes, no fue menor la que armó un cliente, as- turiano según él, bien vuelto en vino, cuando desde un extremo de la barra le gritó a Víctor Manuel, acusándolo de haber sido el único cantautor en componerle un tema a Franco –Un gran hombre, de 1966–, consiguiendo que el artista diera la callada por respuesta. El Refugio de jóvenes periodistas y cantantes de moda, la llegada de Miguel Bosé causó un escándalo mayúsculo por culpa de unas colegialas Así era el Miguel Bosé del escándalo Desaparecida en 1998, acogió el nacimiento de Jueces para la Democracia y la refundación de la bilbainísima Sociedad El Sitio Aquella notable cafetería llamada Oliver que hoy son todos muy conocidos. Peor me fue con otro periodista, ¡Dios le tenga en su gloria!, que me dejó una raya grandísima, des- pués de comer y tomar copas a tumba abierta, el muy jeta. Pero Oliver también se frecuen- taba de una fauna tenida por nor- mal. La que comenzaba tomándo- se el café a primera hora de la ma- ñana y a mediodía, por cuestiones de negocios, despachaba un aperi- tivo. Martinis, preferentemente. De entre aquellos los había con una clara vocación de apego a la barra, pues, todavía no se sabe có- mo, frecuentaban Oliver a cual- quier hora del día, rematando la faena con una consumición de va- so largo cuando la jornada ya pe- día su relevo. No era menos recomendable su cocina. Dirigida por Iñaki, a cuyas órdenes laboraba Juan –de gene- rosa romana y delirios por ser cá- mara de tv–, sus platos pasaban por excelentes, bien servidos co- mo menú del día en las mesas de abajo o formando parte de la car- ta, obligada si se quería ocupar plaza en la primera planta. Oliver también sirvió de ampa- ro a la intelectualidad de los 70. A la tertulia de la izquierda según se entraba, mesas y sillas dispuestas, acudían los inquietos. Me lo con- taba Gregorio San Juan: –Allí cuajó la idea de reflotar la Sociedad El Sitio. Acudíamos con asiduidad Gabriel Moral, Alfonso Carlos Saiz Valdivielso –un hura- cán–, Ramón Martín Mateo, Eu- sebio Abásolo, Fernando García de Cortázar, José Ramón Blanco, Luis Aldecoa, Michel Azaola, Jo- sé Miguel Toledo y algún otro que se me escapa de la memoria. En la primera planta, al tiempo, se reunía Alberto Belloch con un puñado de jueces llegados previa cita desde Madrid, Barcelona, Se- villa y Zaragoza. Así que, inevita- blemente, de aquellas asambleas nació Jueces para la Democracia. Oliver, que bien lo sé, mostró su contento por el suceso. Luego, en materia de cantantes, la cafetería se engalanaba un día sí y otro también con alguno muy significado. Verbigracia, con el eurovisivo Micky, un tipo diverti- do, parlanchín que no lenguarato, cuya afección a los champiñones era más que llamativa. O con Al- berto Cortez, exagerado de anato- mía y metáfora, que se dejaba querer ante un buen gin-tonic. Y hasta con Patxi Andión, recién vi- sitado el repertorio del bardo Ipa- rraguirre, bajo la tutela de Luis Iriondo. A todos ellos, y desde la discoteca de Radio Popular, los llevaba Félix Linares. Un día lle- gó Bosé. Acababan de inaugurar- se los 80. beodo, patoso e inoportuno, fue expulsado de inmediato. Pero Oliver pasó por ser un lu- gar calmo y distinguido. A media tarde, señoras de un buen llevar económico se reunían para despa- char unas pastas bañadas en te o café, propiamente arrellanadas ellas en los divanes referidos. Los domingos a mediodía tenía lugar en idéntico sitio una tertulia por más que animada, a la que acudían médicos y profesionales de distintas procedencias, donde el radiofónico Luis Hernández Franch, especialista, según él, en ufología, presumía de haber es- pantado de Radio Bilbao a Juanjo Benítez: “No tuvo el valor de en- frentarse a mis conocimientos en la materia”, alardeaba. Y otra. Mi recuerdo más descar- nado de Oliver procede de la no- che que sucedió a la ejecución de Puig Antich (2 de marzo de 1974). Junto a Antonio Ribera, investiga- dor de paranormalidades, pude oír una psicofonía de su obtención en la que pretendidamente se podía escuchar el chasquido del cuero que precedía al tornillazo del ga- rrote vil. En agosto de 1998, la Cafetería Oliver perecía ante el acoso insis- tente de Caja Madrid. Otra vez una entidad bancaria ganaba la partida. Joaquín Sabina lo cantó parecido tiempo adelante con aire de ranchera, en Y nos dieron las diez: “Y en lugar de tu bar/ me en- contré una sucursal del Banco Hispanoamericano”. Un rótulo inolvidable Paisaje con figura. El Oliver comandado desde la barra por Graciniano Alonso

Aquella notable cafetería llamada Oliver

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B i lbao26 2015eko uztaila

Carlos Bacigalupe

PARECE que viene de antiguo.Pues, sí señor. Los bancos, desiempre, la han tomado contra loscafés. En septiembre de 1918 loseñalaba en El Liberal el estu-pendo columnista Teodosio deMendive, cuando advertía a suslectores cómo “los bancos de Bil-bao conseguirán cerrar todos loscafés”, para añadir después que“los bancos dan la batalla a loscafés porque éstos son los mayo-res detractores del ahorro”. Puedeque el sustrato de su comentariolo encontrara en el cierre del Ca-fé García, de la Gran Vía, llevadoa cabo en aquellos días para le-vantar el Banco de Bilbao.

Ya en tiempos más recientes, elBanco de Vizcaya acabó con elLion d’Or y la Caja de AhorrosVizcaína con el viejo Toledo.

Fue en 1970 cuando Pedro Je-sús Irureta, Bernabé y GabrielUnda determinaron alumbrar unestablecimiento de hostelería a laaltura de los mejores, sin escati-mar un solo duro en dotarlo de lamejor y más cara decoración. Na-cía así el Oliver –como siemprefue conocido–, quizá a imitaciónde su homónimo madrileño, másantiguo, donde recalaba toda lafarándula noctívaga y hasta gan-dula de la capital. Aunque el deBilbao sólo compartió nombre,pues su intención en cuanto al pú-blico fue la de procurárselo adi-nerado, con clase y fama, si esque ello fuera posible.

Tuvo siempre un inequívocotoque de distinción. Totalmentevestido de madera sólida y cara,abundado de mármoles en pare-des, sus divanes laterales elegan-temente dispuestos delante deunas coquetas mesitas dotaban ala estancia de una apreciable ygraciosa confortabilidad. Frente aellos una barra no menos tentado-ra diligentemente comandada porel encargado, Graciniano AlonsoBlanco, cuyo brillante currículoprofesional se engrandecía porhaber servido en el Drugstore dela antigua Banderas de Vizcaya,hoy Telesforo Aranzadi.

Y en eso llegó BoséComo se dice, pasó a ser una

cafetería de lujo en el Bilbao deColón de Larreátegui, al lado deAlbia. A las gentes con posiblesse unían en el conjunto de la pa-rroquia cantantes, actores, futbo-listas, toreros…,¡ah!, y periodis-tas, jóvenes periodistas que se-dientos de copas y aventuras to-caban puerto en tan acogedor re-fugio, llegados de Radio Popu-lar, Telenorte –que celebró enOliver su almuerzo inaugural–,Agencia Efe, Hierro, y La Gacetadel Norte –¡uff!–, cuyas redac-ciones estaban peligrosamentepróximas.

–Especialmente los de “la Po-pu” –me dijo Alonso en su día–ligaban a esgalla, o sea, a porri-llo. Las chicas venían en trombapara tomar una copa con ellos.Disculpe que no le dé nombres,

–¿Miguel Bosé, dice usted?–me interpelaba Alonso–. Aque-llo fue Troya. Yo no sé cómo laschavalitas del Sagrado Corazón seenteraron de que estaba en Oliver,lo cierto es que invadieron el lo-cal. Lo besaron, lo estrujaron, qui-sieron arrancarle trozos de la ro-pa… El pobre chaval, acojonado,tuvo que esconderse en el servi-cio, debidamente custodiado porlos camareros.

Franco tuvo la culpaLos camareros. Casi históricos

fueron Javi, Vidal, Antonio, y Do-mi, este último hoy acreditado fo-tógrafo freelance, algunas de cu-yos trabajos se han publicado eneste periódico.

Y hablando de cantantes, no fuemenor la que armó un cliente, as-turiano según él, bien vuelto envino, cuando desde un extremo dela barra le gritó a Víctor Manuel,acusándolo de haber sido el únicocantautor en componerle un temaa Franco –Un gran hombre, de1966–, consiguiendo que el artistadiera la callada por respuesta. El

Refugio de jóvenes periodistasy cantantes de moda,la llegada de Miguel Bosécausó un escándalo mayúsculopor culpa de unas colegialas

Así erael MiguelBosé delescándalo

Desaparecida en 1998, acogió el nacimiento de Jueces para la Democracia yla refundación de la bilbainísima Sociedad El Sitio

Aquella notable cafetería llamada Oliver

que hoy son todos muy conocidos.Peor me fue con otro periodista,¡Dios le tenga en su gloria!, queme dejó una raya grandísima, des-pués de comer y tomar copas atumba abierta, el muy jeta.

Pero Oliver también se frecuen-taba de una fauna tenida por nor-mal. La que comenzaba tomándo-se el café a primera hora de la ma-ñana y a mediodía, por cuestionesde negocios, despachaba un aperi-tivo. Martinis, preferentemente.De entre aquellos los había conuna clara vocación de apego a labarra, pues, todavía no se sabe có-

mo, frecuentaban Oliver a cual-quier hora del día, rematando lafaena con una consumición de va-so largo cuando la jornada ya pe-día su relevo.

No era menos recomendable sucocina. Dirigida por Iñaki, a cuyasórdenes laboraba Juan –de gene-rosa romana y delirios por ser cá-mara de tv–, sus platos pasabanpor excelentes, bien servidos co-mo menú del día en las mesas deabajo o formando parte de la car-ta, obligada si se quería ocuparplaza en la primera planta.

Oliver también sirvió de ampa-

ro a la intelectualidad de los 70. Ala tertulia de la izquierda según seentraba, mesas y sillas dispuestas,acudían los inquietos. Me lo con-taba Gregorio San Juan:

–Allí cuajó la idea de reflotar laSociedad El Sitio. Acudíamos conasiduidad Gabriel Moral, AlfonsoCarlos Saiz Valdivielso –un hura-cán–, Ramón Martín Mateo, Eu-sebio Abásolo, Fernando Garcíade Cortázar, José Ramón Blanco,Luis Aldecoa, Michel Azaola, Jo-sé Miguel Toledo y algún otro quese me escapa de la memoria.

En la primera planta, al tiempo,se reunía Alberto Belloch con unpuñado de jueces llegados previacita desde Madrid, Barcelona, Se-villa y Zaragoza. Así que, inevita-blemente, de aquellas asambleasnació Jueces para la Democracia.Oliver, que bien lo sé, mostró sucontento por el suceso.

Luego, en materia de cantantes,la cafetería se engalanaba un día síy otro también con alguno muysignificado. Verbigracia, con eleurovisivo Micky, un tipo diverti-do, parlanchín que no lenguarato,cuya afección a los champiñonesera más que llamativa. O con Al-berto Cortez, exagerado de anato-mía y metáfora, que se dejabaquerer ante un buen gin-tonic. Yhasta con Patxi Andión, recién vi-sitado el repertorio del bardo Ipa-rraguirre, bajo la tutela de LuisIriondo. A todos ellos, y desde ladiscoteca de Radio Popular, losllevaba Félix Linares. Un día lle-gó Bosé. Acababan de inaugurar-se los 80.

beodo, patoso e inoportuno, fueexpulsado de inmediato.

Pero Oliver pasó por ser un lu-gar calmo y distinguido. A mediatarde, señoras de un buen llevareconómico se reunían para despa-char unas pastas bañadas en te ocafé, propiamente arrellanadasellas en los divanes referidos.

Los domingos a mediodía teníalugar en idéntico sitio una tertuliapor más que animada, a la queacudían médicos y profesionalesde distintas procedencias, dondeel radiofónico Luis HernándezFranch, especialista, según él, enufología, presumía de haber es-pantado de Radio Bilbao a JuanjoBenítez: “No tuvo el valor de en-frentarse a mis conocimientos enla materia”, alardeaba.

Y otra. Mi recuerdo más descar-nado de Oliver procede de la no-che que sucedió a la ejecución dePuig Antich (2 de marzo de 1974).Junto a Antonio Ribera, investiga-dor de paranormalidades, pude oíruna psicofonía de su obtención enla que pretendidamente se podíaescuchar el chasquido del cueroque precedía al tornillazo del ga-rrote vil.

En agosto de 1998, la CafeteríaOliver perecía ante el acoso insis-tente de Caja Madrid. Otra vezuna entidad bancaria ganaba lapartida. Joaquín Sabina lo cantóparecido tiempo adelante con airede ranchera, en Y nos dieron lasdiez:

“Y en lugar de tu bar/ me en-contré una sucursal del BancoHispanoamericano”.

Un rótulo inolvidable

Paisaje con figura. El Oliver comandado desde la barra por Graciniano Alonso