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Suma teológica - Parte II-IIae - Cuestión 40 La guerra Artículo 1: ¿Es siempre pecado guerrear? Objeciones por las que parece que es siempre pecado hacer la guerra: 1. No se inflige pena más que por el pecado. Ahora bien, a quienes pelean el Señor les tasa pena, a tenor de estas palabras: Todo el que empuñare la espada, morirá (Mt 26,52). Por tanto, toda guerra es ilícita. 2. Es pecado cuanto contraría al mandamiento divino. Pues bien, guerrear contraría al precepto divino, pues se dice: Yo os digo: no resistáis al mal (Mt 5,39), y también: No defendiéndoos, carísimos, sino dando lugar a la ira (Rom 12,19). Guerrear, pues, siempre es pecado. 3. Nada sino el pecado contraría a la acción virtuosa. Ahora bien, la guerra contraría a la paz. Luego la guerra siempre es pecado. 4. Finalmente, la práctica en cosa lícita es lícita, como resulta evidente en la práctica de las ciencias. Pues bien, la Iglesia prohibe los ejercicios bélicos que se hacen en los torneos, ya que, a quienes mueren en ellos, se les priva de sepultura eclesiástica. Así, pues, la guerra parece pura y simplemente pecado. Contra esto: está el testimonio de San Agustín en el sermón De puero Centurionis: Si la doctrina cristiana inculpara todas las guerras, el consejo más saludable para los que lo piden según el Evangelio sería que abandonasen las armas y se dejaran del todo de milicias. Mas a ellos les fue dicho (Lc 3,14): A nadie hiráis; os baste con vuestro estipendio. A quienes ordenó contentarse con su propia paga, no les prohibió guerrear. Respondo: Tres cosas se requieren para que sea justa una guerra. Primera: la autoridad del príncipe bajo cuyo mandato se hace la guerra. No incumbe a la persona particular declarar la guerra, porque puede hacer valer su derecho ante tribunal superior; además, la persona particular tampoco tiene competencia para convocar a la colectividad, cosa necesaria para hacer la guerra. Ahora bien, dado que el cuidado de la república ha sido encomendado a los príncipes, a ellos compete defender el bien público de la ciudad, del reino o de la provincia sometidos a su autoridad. Pues bien, del mismo modo que la defienden lícitamente con la espada material contra los perturbadores internos, castigando a los malhechores, a tenor de las palabras del Apóstol: No en vano lleva la espada, pues es un servidor de Dios para hacer justicia y castigar al que obra mal (Rom 13,4), le incumbe también defender el bien público con la espada de la guerra contra los enemigos externos. Por eso se recomienda a los príncipes: Librad al pobre y sacad al desvalido de las manos del pecador (Sal 81,41), y

Aquino. Suma Teológica. Q 40. GUERRA

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  • Suma teolgica - Parte II-IIae - Cuestin 40 La guerra

    Artculo 1: Es siempre pecado guerrear?

    Objeciones por las que parece que es siempre pecado hacer la guerra: 1. No se inflige pena ms que por el pecado. Ahora bien, a quienes pelean el Seor les tasa pena, a tenor de estas palabras: Todo el que empuare la espada, morir (Mt 26,52). Por tanto, toda guerra es ilcita. 2. Es pecado cuanto contrara al mandamiento divino. Pues bien, guerrear contrara al precepto divino, pues se dice: Yo os digo: no resistis al mal (Mt 5,39), y tambin: No defendindoos, carsimos, sino dando lugar a la ira (Rom 12,19). Guerrear, pues, siempre es pecado. 3. Nada sino el pecado contrara a la accin virtuosa. Ahora bien, la guerra contrara a la paz. Luego la guerra siempre es pecado. 4. Finalmente, la prctica en cosa lcita es lcita, como resulta evidente en la prctica de las ciencias. Pues bien, la Iglesia prohibe los ejercicios blicos que se hacen en los torneos, ya que, a quienes mueren en ellos, se les priva de sepultura eclesistica. As, pues, la guerra parece pura y simplemente pecado. Contra esto: est el testimonio de San Agustn en el sermn De puero Centurionis: Si la doctrina cristiana inculpara todas las guerras, el consejo ms saludable para los que lo piden segn el Evangelio sera que abandonasen las armas y se dejaran del todo de milicias. Mas a ellos les fue dicho (Lc 3,14): A nadie hiris; os baste con vuestro estipendio. A quienes orden contentarse con su propia paga, no les prohibi guerrear. Respondo: Tres cosas se requieren para que sea justa una guerra. Primera: la autoridad del prncipe bajo cuyo mandato se hace la guerra. No incumbe a la persona particular declarar la guerra, porque puede hacer valer su derecho ante tribunal superior; adems, la persona particular tampoco tiene competencia para convocar a la colectividad, cosa necesaria para hacer la guerra. Ahora bien, dado que el cuidado de la repblica ha sido encomendado a los prncipes, a ellos compete defender el bien pblico de la ciudad, del reino o de la provincia sometidos a su autoridad. Pues bien, del mismo modo que la defienden lcitamente con la espada material contra los perturbadores internos, castigando a los malhechores, a tenor de las palabras del Apstol: No en vano lleva la espada, pues es un servidor de Dios para hacer justicia y castigar al que obra mal (Rom 13,4), le incumbe tambin defender el bien pblico con la espada de la guerra contra los enemigos externos. Por eso se recomienda a los prncipes: Librad al pobre y sacad al desvalido de las manos del pecador (Sal 81,41), y

  • San Agustn, por su parte, en el libro Contra Faust. ensea: El orden natural, acomodado a la paz de los mortales, postula que la autoridad y la deliberacin de aceptar la guerra pertenezca al prncipe. Se requiere, en segundo lugar, causa justa. Es decir, que quienes son atacados lo merezcan por alguna causa. Por eso escribe tambin San Agustn en el libro Quaest.: Suelen llamarse guerras justas las que vengan las injurias; por ejemplo, si ha habido lugar para castigar al pueblo o a la ciudad que descuida castigar el atropello cometido por los suyos o restituir lo que ha sido injustamente robado. Se requiere, finalmente, que sea recta la intencin de los contendientes; es decir, una intencin encaminada a promover el bien o a evitar el mal. Por eso escribe igualmente San Agustn en el libro De verbis Dom.: Entre los verdaderos adoradores de Dios, las mismas guerras son pacficas, pues se promueven no por codicia o crueldad, sino por deseo de paz, para frenar a los malos y favorecer a los buenos. Puede, sin embargo, acontecer que, siendo legtima la autoridad de quien declara la guerra y justa tambin la causa, resulte, no obstante, ilcita por la mala intencin. San Agustn escribe en el libro Contra Faust.: En efecto, el deseo de daar, la crueldad de vengarse, el nimo inaplacado e implacable, la ferocidad en la lucha, la pasin de dominar y otras cosas semejantes, son, en justicia, vituperables en las guerras. A las objeciones: 1. Segn San Agustn en el libro II Contra Manich., quien empua la espada sin autoridad superior o legtima que lo mande o lo conceda, lo hace para derramar sangre. Mas el que con la autoridad del prncipe, o del juez, si es persona privada, o por celo de justicia, como por autoridad de Dios, si es persona pblica, hace uso de la espada, no la empua l mismo, sino que se sirven de la que otro le ha confiado. Por eso no incurre en castigo. Tampoco quienes blanden la espada con pecado mueren siempre a espada. Mas siempre perecen por su espada propia, porque por el pecado que cometen empuando la espada incurren en pena eterna si no se arrepienten. 2. Este tipo de mandamientos, como dice San Agustn en el libro De Serm. Dom. in Monte, han de ser observados siempre con el nimo preparado, es decir, el hombre debe estar siempre dispuesto a no resistir, o a no defenderse si no hay necesidad. A veces, sin embargo, hay que obrar de manera distinta por el bien comn o tambin por el de aquellos con quienes se combate. Por eso, en Epist. ad Marcellinum, escribe San Agustn: Hay que hacer muchas cosas incluso con quienes se resisten, a efectos de doblegarles con cierta benigna aspereza. Pues quien se ve despojado de su inicua licencia, sufre un til descalabro, ya que nada hay tan infeliz como la felicidad del pecador, con la que se nutre la impunidad penal; y la

  • mala voluntad, como enemigo interior, se hace fuerte. 3. Tambin quienes hacen la guerra justa intentan la paz. Por eso no contraran a la paz, sino a la mala, la cual no vino el Seor a traer a la tierra (Mt 10,34). De ah que San Agustn escriba en Ad Bonifacium: No se busca la paz para mover la guerra, sino que se infiere la guerra para conseguir la paz. S, pues, pacfico combatiendo, para que con la victoria aportes la utilidad de la paz a quienes combates. 4. Los ejercicios militares no estn del todo prohibidos, sino los desordenados y peligrosos, que dan lugar a muertes y pillajes. Entre los antiguos tales prcticas no implicaban esos peligros, y por eso se les llamaba simulacros de armas, o contiendas incruentas, como conocemos por San Jernimo en una de sus cartas. Artculo 2: Les es lcito combatir a los obispos y clrigos?

    lat Objeciones por las que parece que a los obispos y clrigos les es lcito combatir: 1. Las guerras son lcitas y justas, como acabamos de ver (a.1) en la medida en que defienden a los pobres y a toda la repblica contra las injurias de los enemigos. Ahora bien, esto parece que incumbe sobre todo a los prelados, segn expone en una homila San Gregorio: El lobo se lanza sobre las ovejas cuando un injusto raptor oprime a algn fiel o a algn sencillo. l que pareca pastor y no lo era, abandona las ovejas y huye. En efecto, temiendo para s el peligro, no osa hacer frente a la injusticia. En consecuencia, a los obispos y a los clrigos les es lcito pelear. 2. San Len papa escribe: Como muchas veces vengan de tierra de sarracenos noticias adversas diciendo algunos que con vigilia y a hurtadillas iban a dar en el puerto de Roma, mandamos congregar a nuestro pueblo y bajar al litoral. Por tanto, es lcito a los obispos proceder a la guerra. 3. Parece que hay el mismo motivo para hacer una cosa y para consentir que otro la haga, segn el testimonio de la Escritura: Son dignos de muerte no slo los que tales cosas practican, sino los que aprueban a los que las cometen (Rom 1,32). Pues bien, por una parte da grandes muestras de aprobacin quien induce a otro a realizar alguna cosa; por otra, es lcito a los obispos y a los clrigos inducir a guerrear, a tenor del siguiente testimonio de que por exhortaciones y splicas de Adriano, obispo de la ciudad romana, tom Carlos a su cargo la guerra contra los lombardos. Por consiguiente, tambin les es lcito pelear. 4. Lo que es honesto y meritorio en s mismo no es ilcito para los obispos y los clrigos. Ahora bien, combatir resulta a veces no solamente honesto, sino tambin necesario, a tenor de este testimonio: Si alguno fuere muerto por la verdad de la fe, la salvacin de la patria y en defensa de los cristianos, recibir de Dios premio celeste. Por tanto, est permitido a obispos y clrigos ir a la

  • guerra. Contra esto: est el hecho de que en la persona de Pedro se ordena a obispos y clrigos: Envaina la espada (Mt 26,52). Por tanto, no les es lcito pelear. Respondo: Hay muchas cosas necesarias para el bien de la sociedad humana. Pues bien, la diversidad de funciones est mejor atendida por varias personas que por una sola, como demuestra el Filsofo en su Poltica. Hay, adems, ciertos negocios incompatibles entre s que no pueden despacharse simultneamente de forma adecuada. Por eso, a quienes se les encomiendan oficios mayores, se les prohiben los menores. As, por ejemplo, las leyes humanas prohiben el comercio a los soldados encargados de los trabajos de la guerra. Esta clase de trabajos son, en realidad, del todo incompatibles con las tareas encomendadas a los obispos y a los clrigos por dos razones. La primera es de tipo general. Los trabajos de la guerra conllevan, en efecto, grandes inquietudes y, por lo mismo, son obstculo para la entrega del alma a la contemplacin de las cosas divinas, a la alabanza de Dios y a la oracin por el pueblo, tareas que ataen al oficio de los clrigos. Por eso, igual que se prohibe a stos el comercio porque absorbe mucho su atencin, se les prohiben tambin los trabajos de la guerra, a tenor del testimonio del Apstol: El que milita para Dios no se embaraza con los negocios de la vida (2 Tim 2,4). Hay adems otra razn especial. En efecto, las rdenes de los clrigos estn orientadas al servicio del altar, en el cual, bajo el sacramento, se presenta la pasin de Cristo segn el testimonio del Apstol: Cuantas veces comis este pan y bebis el cliz, otras tantas anunciaris la muerte del Seor hasta que venga (1 Cor 11,26). Por eso desdice del clrigo matar o derramar sangre; ms bien deben estar dispuestos para la efusin de su propia sangre por Cristo, a fin de imitar con obras lo que desempean por ministerio. Por eso est establecido que los derramadores de sangre, aun sin culpa por su parte, incurren en irregularidad. Mas a quien est destinado a un cargo no se le permite aquello que le hace no apto para el mismo. En consecuencia, bajo ningn ttulo les es permitido a los clrigos tomar parte en la guerra, ordenada a verter sangre. A las objeciones: 1. Los prelados deben resistir no slo a los lobos, que matan espiritualmente a la grey, sino tambin a los raptores y tiranos, que la maltratan corporalmente. Y las armas de que se han de servir (los prelados) no son, en realidad, materiales, sino espirituales, segn las palabras del Apstol: Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino espirituales (1 Cor 10,4). Esas armas son los avisos saludables, las devotas oraciones y sentencia de excomunin contra los pertinaces. 2. Los obispos y los clrigos pueden asistir a las guerras con autoridad del superior, no para combatir ellos con su propia mano,

  • sino para atender con exhortaciones, absoluciones y otros auxilios espirituales; lo mismo que en la antigua ley se mandaba que los sacerdotes tocaran las trompetas en los combates (Jos 6,4). Y para esto se concedi a obispos y clrigos ir a la guerra. Que algunos personalmente combatan, es abusivo. 3. Como ha quedado expuesto (q.23 a.4 ad 2), toda potencia, arte o virtud que tiene por objeto el fin, debe disponer lo que conduce a l. Pues bien, las guerras materiales en el pueblo fiel deben tener como fin el bien espiritual divino, al cual estn destinados los clrigos. De ah que a stos les compete disponer y orientar a los dems a hacer guerras justas. En realidad no se les prohibe combatir porque sea pecado, sino porque ese ejercicio no es decoroso para sus personas. 4. Aunque sea meritorio hacer guerra justa, se torna ilcita para los clrigos por el hecho de estar destinados a obras ms meritorias, igual que el acto matrimonial puede ser meritorio, y, sin embargo, se hace condenable en quienes tienen voto de virginidad, por la obligacin que les une con un bien mayor. Artculo 3: Es lcito usar de estratagemas en las guerras?

    lat Objeciones por las que parece que no es lcito usar estratagema en las guerras: 1. En la Escritura leemos: Ejecutaris justamente lo que es justo (Dt 16,20). Ahora bien, la estratagema, por ser engao, parece injusticia. En consecuencia, no se debe usar de estratagemas ni siquiera en guerra justa. 2. La estratagema y el engao parecen oponerse a la fidelidad, lo mismo que la mentira. Pues bien, dado que debemos guardar fidelidad a todos, a nadie se le debe mentir, como se ve en San Agustn en el libro Contra Mendacium. Por tanto, ya que se ha de guardar lealtad al enemigo, segn afirma San Agustn en Ad Bonifacium, parece que no se debe usar de celadas contra l. 3. En expresin de San Mateo, lo que queris que hagan los hombres con vosotros, hacedlo vosotros con ellos (Mt 7,12), y eso se debe observar con el prjimo, cualquiera que sea. Ahora bien, los enemigos son prjimos. En consecuencia, dado que nadie quiere que le hagan emboscada ni trampas, parece que nadie debe usar tampoco estratagemas en la guerra. Contra esto: est el testimonio de San Agustn en el libro Quaest.: Cuando se emprende guerra justa, no afecta a la justicia que se combata abiertamente o con estratagema. Esto lo prueba con la autoridad del Seor, que mand a Josu poner celadas a los habitantes de la ciudad de Hai, como consta en la Escritura (Jos 8,2). Respondo: La finalidad de la estratagema es engaar al enemigo. Pues bien, hay dos modos de engaar: con palabras o con obras. Primero, diciendo falsedad o no cumpliendo lo prometido. De este

  • modo nadie debe engaar al enemigo. En efecto, hay derechos de guerra y pactos que deben cumplirse, incluso entre enemigos, como afirma San Ambrosio en el libro De Officiis. Pero hay otro modo de engaar con palabras o con obras; consiste en no dar a conocer nuestro propsito o nuestra intencin. Esto no tenemos obligacin de hacerlo, ya que, incluso en la doctrina sagrada, hay muchas cosas que es necesario ocultar, sobre todo a los infieles, para que no se burlen, siguiendo lo que leemos en la Escritura: No echis lo santo a los perros (Mt 7,6). Luego con mayor razn deben quedar ocultos al enemigo los planes preparados para combatirle. De ah que, entre las instrucciones militares, ocupa el primer lugar ocultar los planes, a efectos de impedir que lleguen al enemigo, como puede leerse en Frontino. Este tipo de ocultacin pertenece a la categora de estratagemas que es lcito practicar en guerra justa, y que, hablando con propiedad, no se oponen a la justicia ni a la voluntad ordenada. Sera, en realidad, muestra de voluntad desordenada la de quien pretendiera que nada le ocultaran los dems. A las objeciones: Con lo dicho quedan resueltas.

    Artculo 4: Es lcito combatir en das festivos? lat

    Objeciones por las que parece que no es lcito combatir en das festivos: 1. Las fiestas estn instituidas para vacar a las cosas divinas; es el sentido de la prescripcin de observar el sbado, como consta ya en el libro del xodo (20,8ss); sbado, en efecto, significa descanso. Pues bien, las guerras conllevan gran agitacin. Luego de ningn modo debe lucharse en das festivos. 2. En la Escritura son reprendidos algunos porque dice ayunis para litigio y pleito y para dar puetazos al desvalido (Is 58,3-4). Con mayor razn es ilcito combatir en das festivos. 3. Jams se debe hacer nada de manera desordenada para evitar perjuicio temporal. Pues bien, combatir en da festivo parece de suyo algo desordenado. En consecuencia, jams se debe combatir en da festivo para evitar cualquier tipo de dao temporal. Contra esto: est el testimonio de la Escritura: Laudablemente resolvieron los judos: todo hombre, quienquiera que sea, que en da de sbado viniere a pelear contra nosotros, sea de nosotros combatido (1 Mac 2,41). Respondo: La observancia de las fiestas no impide hacer lo que est ordenado a la salud, incluso temporal, del hombre. Por eso reprende el Seor a los judos diciendo: os indignis contra m porque he sanado a todo el hombre en sbado? (Jn 7,22). Por eso, lcitamente, pueden curar los mdicos a los enfermos en da festivo. Pues bien, ms que por la salud corporal de un solo hombre, se debe velar por el bien pblico, que permite evitar muchas muertes e innmerables males, tanto espirituales como temporales. Por eso,

  • en defensa del bien pblico de los fieles, es lcito hacer guerra justa en das festivos si la necesidad lo exige. Sera, en efecto, tentar a Dios dejar de combatir ante una necesidad de ese tipo. Pero si no hay necesidad, no es lcito combatir en das festivos por las razones expuestas. A las objeciones: Con esto se responde a ellas.