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1 Alberto Ferrari Etcheberry Argentina: ¿granero del mundo? ( publicado en "Archivos del Presente, Nº 44) 1. Como es sabido, los estados sudamericanos se fueron insertando en la economía mundial como proveedores de materias primas para los países centrales transformados por la Revolución Industrial: azúcar, y luego café, Brasil; salitre, y luego cobre, Chile; plata, y luego estaño, Bolivia; petróleo, Venezuela; carnes y cereales, la Argentina. Lo común a todos fue el desequilibrio causado por la supeditación económica y social a esa producción dominante. Sin embargo no es lo mismo producir y exportar estaño, café o petróleo que alimentos: esta diferencia es la nota peculiar de la experiencia argentina. Por otro lado, en los países centrales la Revolución Industrial generaba un acelerado proceso de urbanización. La ciudad trae muchos problemas nuevos, pero hay uno que es primordial: cómo alimentar a esa población que no produce lo que consume. Esa situación paulatinamente también fue afectando a los países periféricos, porque en ellos la especialización dominante a menudo implicó un abandono o debilitamiento de la agricultura tradicional, consecuencia del aumento de la población dedicada exclusivamente a la producción privilegiada por la exportación Y así se completó la peculiaridad argentina. Esto es: en un mundo en el que era necesario buscar y comprar alimentos en el extranjero, la Argentina los producía a bajo costo y en cantidades suficientes para alimentar a su escasa población y para satisfacer con un enorme sobrante esa demanda externa.

Argentina: ¿granero del mundo? - argentinahola.com.ar · devaluación no es el que la lleva a cabo sino el que la hace indispensable” (Pinedo). La paradoja de esta devaluación

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Alberto Ferrari Etcheberry

Argentina: ¿granero del mundo?

( publicado en "Archivos del Presente, Nº 44)

1. Como es sabido, los estados sudamericanos se fueron insertando en la economía

mundial como proveedores de materias primas para los países centrales transformados

por la Revolución Industrial: azúcar, y luego café, Brasil; salitre, y luego cobre, Chile;

plata, y luego estaño, Bolivia; petróleo, Venezuela; carnes y cereales, la Argentina.

Lo común a todos fue el desequilibrio causado por la supeditación económica y

social a esa producción dominante. Sin embargo no es lo mismo producir y exportar

estaño, café o petróleo que alimentos: esta diferencia es la nota peculiar de la

experiencia argentina.

Por otro lado, en los países centrales la Revolución Industrial generaba un

acelerado proceso de urbanización. La ciudad trae muchos problemas nuevos, pero hay

uno que es primordial: cómo alimentar a esa población que no produce lo que

consume.

Esa situación paulatinamente también fue afectando a los países periféricos,

porque en ellos la especialización dominante a menudo implicó un abandono o

debilitamiento de la agricultura tradicional, consecuencia del aumento de la población

dedicada exclusivamente a la producción privilegiada por la exportación

Y así se completó la peculiaridad argentina.

Esto es: en un mundo en el que era necesario buscar y comprar alimentos en el

extranjero, la Argentina los producía a bajo costo y en cantidades suficientes para

alimentar a su escasa población y para satisfacer con un enorme sobrante esa demanda

externa.

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En algún momento esa situación se vio como la perfección: “Argentina

granero del mundo”. En la realidad ocultaba una debilidad estructural similar a la de

sus vecinos sudamericanos pues imponía un país chico y de escasa población; en

concreto: la población que fuera compatible con los recursos generados por la

exportación. Quedaba así relegada a utopía irreal la pretensión de Sarmiento de seguir

el ejemplo norteamericano construyendo los cien Chivilcoy en una nación de cien

millones de habitantes.

2. Mientras que en los vecinos todo aumento del precio del bien dominante exportado,

teóricamente al menos, significaba una mayor capacidad de compra de alimentos, en la

Argentina sucedía lo contrario: cuanto más pagaba el extranjero por los cereales y las

carnes, más caro era el alimento para los argentinos, pues – como aún lo está - el precio

interno estaba determinado por el mercado internacional. Por eso no fue necesaria

la crisis mundial iniciada en 1929 para mostrar el conflicto entre exportación y nivel

de vida interno. Así, desde comienzos del siglo pasado se recurrió al impuesto a la

exportación, como mecanismo para reducir el precio de los alimentos para el

consumidor argentino.

Durante la primera guerra mundial, por ejemplo, carnes y cereales vivieron un

boom y hasta los más férreos opositores a los derechos aduaneros, como Juan B. Justo y

el socialismo librecambista, aceptaron los impuestos a la exportación como

mecanismo de defensa de los consumidores. Ese fue el origen de la ley 10.349 (enero

de 1917) que reguló el impuesto mínimo a las exportaciones del 12% y que facultó al

Poder Ejecutivo a prohibir exportaciones por razones de consumo interno. Ratificada,

pese a su carácter transitorio, en 1920 (ley 11.003) siguió vigente ya como norma

permanente, aunque en 1923 se derogó esa facultad del Poder Ejecutivo y fue recién

derogada en 1932, como evidente consecuencia de dos circunstancias entrelazadas: por

un lado, la depresión del mercado mundial con la consiguiente caída de los precios de

las exportaciones y, por otro, el control de los cambios que permitía otro instrumento

regulador de los precios. Los impuestos a la exportación de esos años fue un tributo

importante: desde 1918 a 1931 significaron un ingreso fiscal de 210 millones de pesos

oro. De hecho, este gravamen, de una forma u otra, se mantuvo hasta su supresión casi

general durante la convertibilidad.

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Estaba claro: exportándose alimentos, el mercado internacional y el mercado

interno difícilmente podían no ser contradictorios; las delicias del exportador nativo, el

terrateniente, en suma, a menudo significaban el infierno para el consumidor de carne y

pan.

Pero hay también un segundo aspecto: como lo recordó Federico Pinedo se

defendía, además, el impuesto a la exportación como un sucedáneo del inexistente

gravamen a la principal riqueza, la tierra, en un país que no lo tenía y cuyo Estado vivía

de la tarifas aduaneras que castigaban al consumo, un antecedente del IVA actual. De tal

modo el impuesto a la exportación importaba un enriquecimiento de la comunidad

global, al menos en cuanto pagaba o financiaba la actividad del Estado Nacional. De

alguna manera se expresaba así una cuestión clave: ¿a quién pertenece, al productor

rural o a la comunidad, la renta diferencial determinada por un aumento del

precio externo desvinculado del costo de producción? Esta pregunta, es obvio, sigue

vigente.

3. Luego de la crisis paulatinamente iniciada en 1929, apareció ese nuevo instrumento

para la separación de ambos mercados: el control de cambios. A partir de 1934, el

Estado Nacional luego de haber devaluado el peso se apoderó del “margen de cambios”

de 20%, que reducía en esa proporción el precio interno de los cereales exportados.

También entonces se manifestó ese segundo aspecto en el uso del “margen de

cambios”. Pero no era época de bonanza, como en la primera Guerra Mundial, sino de

crisis y depresión y en principio esa diferencia cambiaria se estableció y se destinó a

financiar el precio sostén, interno, de los cereales, neutralizando de tal modo el efecto

sobre el consumo, pues ahora el mercado doméstico debería pagar más por los cereales

que el comprador externo. Sin embargo, la recuperación casi inmediata del mercado

internacional hizo innecesario ese precio sostén, como que el precio externo era mayor,

por lo que el margen de cambios fue embolsado por el Estado y de tal modo actuó como

un gravamen de 20% sobre el chacarero, favoreciendo el consumo doméstico y

financiando la actividad estatal. Así lo recordó su principal creador, Federico Pinedo, un

cuarto de siglo más tarde.

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4. A la vez que el conflicto entre mercado externo y mercado interno se acentuaba,

crecía en la Argentina la población urbana y consecuentemente aumentaba el consumo

interno que, de tal modo, reducía el volumen exportable, agudizando aún más ese

conflicto.

Fue así que se llegó a la separación absoluta de los dos mercados, el externo

y el interno, con el IAPI del primer gobierno de Perón.

El Estado Nacional, a través del IAPI, era el comprador único de las cosechas

(en cierta medida también de las carnes) que luego el IAPI exportaba como vendedor

único, guardando la ganancia para financiar política industrial o social.

Nuevamente los dos aspectos: defensa del consumo doméstico y destino

digamos social, a través del Estado, de la diferencia sustraída al precio pagado por el

comprador externo.

El mercado interno quedaba, pues, desvinculado del externo. No siempre esa

separación fue pacífica: los precios que llegó a pagar el IAPI no guardaron relación con

los costos de producción – en otros términos: lo que comenzó siendo concebido como

una ganancia de la comunidad sobre el comprador extranjero, concluyó en concreto

como un gravamen sobre el chacarero. De tal modo se llegó a la parálisis de la

producción agraria y como consecuencia al predominio de la estancia ganadera sobre la

chacra, situación simbolizada en las vedas de carne y en el consumo del “pan negro”.

5. Derrocado Perón, con la firma de Alvaro Alsogaray aparecieron por primera vez

formalmente las famosas “retenciones” (reeditando lo ocurrido con el “margen de

cambios” de 1934, según Federico Pinedo) como nueva expresión del antiguo impuesto

a la exportación.

Se devaluaba el peso para favorecer al sector exportador – esto es, para que se

recibieran más pesos por dólar o libras esterlinas – y, como compensación para impedir

una suba proporcional en el precio que debía pagar el consumo interno, el Estado

Nacional, ahora a través del Banco Central, se quedaba con una parte del incremento,

esto es, “retenía” esa porción de las divisas ingresadas por la exportación que integraban

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– otra vez el segundo aspecto de este mecanismo - un “Fondo para la Recuperación

Económica” que sirvió, de hecho, para que el Estado Nacional financiara distintas

actividades, entre otras, continuara pagando subsidios, estos es, donaciones, a los

frigoríficos exportadores.

6. Recurrir ya sea a la devaluación lisa y llana o a la “devaluación compensada” - como

se la llamó y se la llama - se repetiría una y otra vez, al extremo de simbolizar el

conflicto entre exportación y consumo, agro e industria, campo y ciudad.

La devaluación lisa y llana aumentaba tanto el ingreso del exportador de carnes

y cereales como el precio interno, por lo que para muchos argentinos ser el “granero del

mundo” muy a menudo significó “apretarse el cinturón” o “pasar el invierno”, esto

es, reducir su consumo. La capacidad productora del “granero” parecía un dato

inmodificable.

La situación no era mucho mejor con la devaluación compensada,

especialmente porque para muchos – políticos y economistas - el sector agrario

aparecía como la solución fácil y rápida para resolver toda crisis fiscal, con la

imposición de las retenciones que permitían – y permiten – al Estado Nacional (es un

ingreso del que no participaban las provincias) mejorar sus cuentas, evitando de tal

modo la necesidad de diagnósticos más precisos y el riesgo de soluciones más drásticas.

Fácil y rápida porque el chacarero/propietario, a diferencia del comerciante o el

industrial urbanos, no puede cerrar su establecimiento y dedicarse a otra cosa. Su

principal capital es la tierra, que siempre está. y que no se puede mover. Y para el

chacarero/arrendatario la perspectiva de abandonar la chacra era, o es, engrosar los

aledaños marginales de las ciudades. Por lo tanto, aunque se lo apretara con retenciones,

en ambos casos para el chacarero siempre es mejor sembrar y apostar a una buena

cosecha que equilibre lo perdido por las retenciones.

Una de las consecuencias de esa recurrente situación fue el estancamiento

productivo agrícola. Otra, quizás más grave, fue la confusión de valores e intereses y los

falsos agrupamientos que generó. Desaparecieron las contradicciones internas en lo que

hoy se llama la “cadena productiva”, permitiendo la unidad de todos –desde las

gallinas hasta el lobo– contra el Estado, ente por definición indiscutiblemente maldito,

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aunque todos supieran que era precisamente el Estado el principal instrumento de

defensa de los agrarios en todos los países competidores de la Argentina en el mercado

mundial: Estados Unidos, Europa., Australia, Canadá, Nueva Zelanda.

7. Así nació la voz de orden: “achicar el Estado es agrandar la Nación” que,

para el sector agropecuario que la impulsó, proponía recibir el precio internacional

“lleno”, esto es, sin las retenciones que alimentaban al “inútil” Estado. Fue una

aspiración cuya concreción inició el “Rodrigazo”, continuó Martínez de Hoz con la

“tablita” y el consiguiente atraso cambiario y que se completó con la convertibilidad, la

supresión de los organismos estatales y la extranjerización de la economía, pilares de

los años noventa del Gobierno Menem y en particular de su política agropecuaria.

Y así se llegó en 2002 a otra devaluación del peso: “el responsable de una

devaluación no es el que la lleva a cabo sino el que la hace indispensable” (Pinedo).

La paradoja de esta devaluación fue que el “que la hizo indispensable” y “el que la llevó

a cabo” fue el mismo gurú económico: Domingo Cavallo. Porque la devaluación de

diciembre de 2001 al igual que los errores que hubo en su instrumentación, fueron un

ineludible efecto de la convertibilidad y, por lo tanto, responsabilidad de quienes la

impusieron y de quienes absurdamente la mantuvieron.

La primera consecuencia de esta experiencia iniciada con el “Rodrigazo” es

indiscutible: no puede ya desconocerse que el primer objetivo de la producción de

cereales, carnes, alimentos, es la satisfacción del consumo interno. Pero también

debe concluirse que es absurdo negarse a reconocer que la Argentina es un país

inéditamente bien dotado para producir - y exportar - cereales, carnes, alimentos.

Ambas son conclusiones tan obvias como recurrentemente negadas por la

experiencia argentina concreta.

8. Pese a lo caótico, una nueva “devaluación compensada” con tipo de cambio

controlado y alto, impulsó una recuperación agraria espectacular que, junto con la

pesificación permitió aprovechar un ciclo de excelentes precios externos, no sólo sin

perjudicar sino beneficiando al consumo.

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Para comprenderla, es necesario describir el cuadro en el cual se produjo esa

recuperación de “el campo”, recurriendo al neologismo habitual.

En los años 90 “el campo” logró las aspiraciones reclamadas por, al menos, su

dirigencia y sus ideólogos: cero retenciones, cero ingerencia estatal, privatizaciones,

nuevas tecnologías, mecanización.

El resultado fue paradójico: una violenta disminución del número de

productores y entre los no expulsados un alto y creciente endeudamiento.

A la concentración productiva se le sumó, aumentando los costos, un fenómeno

similar en la comercialización, tanto en cuanto a insumos (semillas, fertilizantes,

maquinarias) como en relación al transporte (virtual desaparición del ferrocarril y su

reemplazo por el camión hasta en la larga distancia, encarecido por la aplicación de

peajes en las rutas ya existentes) y la venta de la producción (eliminación de la Junta

Nacional de Granos y debilitamiento o desaparición de los agentes de capital nacional).

Estos sectores extranjeros oligopolizados fueron importantes beneficiarios del

aumento de la producción pues, de hecho, desde la perspectiva del productor que

asumió la modernización e invirtió en consecuencia, el incremento del volumen

cosechado no guardó relación con la rentabilidad, reducida por el endeudamiento y por

los costos medidos en dólares. Eso explica que el valor venal de la tierra haya

disminuido, en marcado contraste con el incremento de la deuda financiera.

Un panorama similar mostraba la actividad vinculada: la decadencia de

pueblos y ciudades tradicionalmente centrados en los servicios rurales: desaparición de

talleres y contratistas, desocupación, fuerte empobrecimiento. Máquinas importadas de

alto rendimiento reemplazaron al parque anterior y, por su precio, estaban fuera del

alcance del contratista habitual. La generalización de la siembra directa (favorecido su

costo por la reducción del precio del glifosato al ser producido libre de los derechos

(vencidos) de su patentamiento y el auge de la soja -un cultivo barato y seguro -

impulsaron este proceso, a la vez que incrementaron la concentración y la

desocupación. Todo agravado por la agudización de otros efectos de la convertibilidad

que coadyuvaban a la reducción del consumo: la ausencia de circulante (y la

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consecuente generalización de las cuasimonedas) y las inversiones financieras de la

clase media, alentadas por las absurdas tasas de interés en dólares.

No parece discutible afirmar que “el campo” a fines de 2001 se encontraba en un

mal momento.

9. ¿Cómo fue posible que se revirtiera tan rápidamente esa situación?

Desde su origen una característica específica de la actividad rural pampeana es

su marcada lógica comercial.

El productor rural responde al precio y al incentivo económico con rapidez.

Esta conducta es la contracara de su aceptación de los aprietes fiscales: la actividad del

productor rural, -propietario o arrendatario chacarero permanente, le impide o dificulta,

por definición, abandonar el negocio, aun cuando la renta se reduzca sensiblemente y

desaparezca la ganancia, buscando para su capital (tierra, maquinarias) otra actividad

con una mayor tasa de ganancia. Esto es, constreñido a una inversión fundamentalmente

ligada a la tierra, en cuanto el precio del producto lo justifica invierte el capital

necesario – propio o a crédito - para aumentar el resultado de su empresa.

De modo similar invierte luego el productor agrícola el beneficio obtenido para

poner al día su capital: las herramientas y las otras inversiones retardadas en los años de

mala rentabilidad.

Así ocurrió rápidamente a partir de la devaluación compensada y la pesificación

de 2002.

El cultivo generalizado de la soja ayudó: cultivo barato y de rápido y seguro

retorno permitió aprovechar tanto el nuevo escenario interno como los precios del

mercado mundial.

Y la reinversión del beneficio fue inmediata: “cambiar la pick up” fue el

símbolo que incluía las maquinarias, mejorar los alambrados, rejuvenecer la casa.

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El efecto en muchas ciudades rurales no fue menos inmediato: recuperaron un

movimiento que parecía perdido definitivamente poco antes.

Puesta al día lo principal, la inversión de la renta y la ganancia empresaria

siguió pautas tradicionales: compra de tierra cuyos precios, como consecuencia,

subieron rápidamente hasta varias veces los de 2001, ayudados por una demanda de

sectores ajenos al sector, inclusive algunos extranjeros, alentada por la alta renta de la

tierra y la ausencia de colocaciones financieras.

Esa misma situación – demanda y precios crecientes - puso un límite a la

reinversión del beneficio en tierra. Cerrado o dificultado el ahorro bancario tras la crisis

de la convertibilidad, el beneficio agrícola frecuentemente se dirige - y así ocurrió - a la

construcción urbana para sectores medios y altos, preferentemente en Buenos Aires y

las grandes ciudades.

Con esa descripción lo único que se pretende es esbozar el mecanismo por el

cual a partir del cambio drástico en las condiciones económicas, el sector rural - ahora

no únicamente el pampeano – se convirtió en el motor de la recuperación de la

economía argentina, que sorprendió tanto en el extranjero como a los gurúes

económicos locales quienes, con sus pronósticos catastróficos, compartían la opinión

que, con mayor buena fe, recordaba un diplomático de la Unión Europea en Buenos

Aires en agosto de 2006: “ A fines de 2002 en Bruselas estábamos esperando la

guerra civil en la Argentina ”.

La lógica comercial sensible al precio y al incentivo económico, pues, moviliza

la conducta del productor agrario argentino. Pero eso no es igual a lógica capitalista.

En cuanto la ganancia deja de ser la esperada o es menor a la ganancia media de

las otras oportunidades de inversión de su capital, podría responder a la conducta

típicamente capitalista – perseguir la mayor tasa de ganancia - un inversor que está en

condiciones de tomar y dejar la tierra y los contratos de laboreo con los contratistas

rurales. Así ocurrió hace unos años con los fondos financieros que creyeron que la

modernización de la administración Menem llevaría a altos rendimientos económicos

para la inversión de capital, captando inclusive parte de la renta agraria. Fracasaron,

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probablemente porque, fuera de casos coyunturales de altos precios internacionales,

para que exista esa situación es necesario un sistema capitalista plenamente

desarrollado, autocentrado y con sólido mercado de capitales, que favorezca la

reinversión en función de la tasa media de ganancia. No es el caso argentino: a menudo

la renta y la ganancia de origen rural en definitiva se encauzaron hacia la fuga de

capitales al exterior.

De todos modos esos fideicomisos agrarios de los años 90 fueron una situación

de excepción en el agro argentino, en el que hoy ya no prevalece el chacarero

arrendatario o mediero, frecuentemente nómade y siempre un monoproductor pobre (

70% a fines de los años 30 en la provincia de Buenos Aires) sino más bien un productor

rural - grande, mediano y chico – que es propietario de la tierra : un terrateniente-

empresario que, por experiencia a menudo heredada, confía en la valorización del

suelo como principal mecanismo de su capitalización en el mediano y largo plazo.

La elevada renta de la tierra es un dato crónico - hoy superior al 40% del

rendimiento bruto en soja – y en alguna medida se explica por esa circunstancia: el

productor propietario “cree” que su ingreso es ganancia – esto es resultado de su

actividad empresaria - cuando en la realidad engloba la renta terrateniente que

constituye la parte fundamental del ingreso.

A partir de la devaluación compensada de 2002 (y la pesificación de las deudas,

sin duda impuesta por los sectores no rurales), la siembra directa, el auge de la soja y los

altos precios internacionales, en las actuales circunstancias internas y externas, el

crecimiento de la renta y de la ganancia agrícolas han sido espectaculares. Lo muestra

que ha favorecido en muchos lugares pampeanos la aparición de la figura del

chacarero-rentista. Quienes hasta hace poco con 100 hectáreas en la zona núcleo

estaban fuera del mercado, hoy las arriendan a precios de no menos de 400 dólares

anuales por hectárea. Esto es: varias veces el salario medio de la economía argentina,

sin trabajar ni arriesgar: pura renta del suelo. Y con semejante renta queda una

importante ganancia para el empresario arrendatario.

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Este beneficio espectacular se logra a pesar del alto impuesto a las exportaciones

que, sin embargo, con el actual nivel del salario no logra resguardar al consumo interno

de los crecientes precios externos.

La descripción hecha basta para mostrar que la recuperación económica

argentina se ha asentado, además de la renegociación de la deuda externa, en la rápida y

eficiente respuesta del agro a las nuevas condiciones internas y externas abiertas a partir

de 2002.

Sin embargo, por un lado, esa recuperación general está muy lejos de acercarse a

la Argentina anterior al Rodrigazo de 1975 que describía la Enciclopedia Británica en su

edición de 1974: "Argentina es uno de los más prósperos países de América latina ... y

a diferencia de sus vecinos no es, estrictamente hablando, un país en desarrollo...

Autosuficiente en cuanto a la mayor parte de los bienes de consumo y a una parte

creciente de bienes de capital... su industrialización separa a la Argentina de otras

naciones en desarrollo dándole una estructura balanceada entre la agricultura y la

industria. Este balance se refleja en el alto standard de vida que goza el argentino

medio y en la ausencia de la pobreza en gran escala que prevalece en cualquier lugar

de América latina."

Los efectos de un inédito proceso de destrucción industrial se mantienen y se

muestran en la pobre calidad del empleo y el salario bajo. La recuperación en buena

medida se asienta en las reservas del Banco Central y en el gasto del estado nacional –

socio del agro a través de las retenciones.

10. Han quedado expuestos los tres aspectos que se pretende subrayar:

i) la capacidad de reacción del agro argentino;

ii) la necesidad de encontrar instrumentos que defiendan el consumo interno sin

afectar la capacidad productiva del agro;

iii) la estrecha vinculación con el marco económico general y, en consecuencia, con la

necesidad de encauzar el beneficio agrario como inversión productiva.

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¿Puede el agro argentino continuar con ese crecimiento impulsado por la reacción

de 2002?

En otros términos: se impone preguntar, en primer lugar, si esta situación es

sostenible, tanto en relación a las perspectivas del mercado mundial como a las

eventuales restricciones domésticas; y en su caso, luego, cuál debe ser el destino

social de ese beneficio.

La perspectiva externa

11. La soja ha sido el principal protagonista del escenario internacional de los últimos

años, alentada su demanda por el consumo chino y restringida básicamente la oferta a

Estados Unidos y los países del MERCOSUR (Brasil y la Argentina y en menos

medida, aunque creciente, Paraguay y Bolivia) 1 La demanda, por otra parte, se ha

dirigido más que al aceite a las harinas (estrictamente el residuo de la molienda) por su

alto valor proteico enriquecedor del forraje para animales. Esto es, la demanda de China

aparece como estructural, en cuanto se encuentra básicamente determinada por su

acelerado proceso de industrialización y urbanización. Por el lado de la oferta, se afirma

que salvo en el MERCOSUR no existen zonas que, sin afectar otras producciones de

mayor valor, puedan dedicarse al cultivo de la soja que, por otra parte, enfrenta también

un escenario, como otras oleaginosas, de uso para la producción de biodiesel.

Se ha agregado recientemente el maíz como un nuevo factor de alta incidencia

en el mercado mundial.

Estados Unidos es el principal exportador mundial de maíz, seguido, muy de

lejos, por la Argentina y China que, por su creciente consumo, reduce rápidamente su

participación. Esa situación está cambiando profunda y rápidamente como consecuencia

1 Entre 1991 y 2004 la demanda mundial de soja creció a una tasa anual acumulada de

5,2% y la producción al 5,1%. La participación de Estados Unidos en el mercado

mundial descendió a menos del 30% desde el 80% que representaba en 1964. En

contraste, Brasil y Argentina, marginales en los años 70, ya en el 2002 sumados

superaban a Estados Unidos; en ese año juntos cubrían más de la mitad del total

mundial.

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del impulso que está recibiendo en Estados Unidos la producción de etanol basado en

maíz, en buena medida responsable por el vertiginoso aumento del precio en los últimos

meses.

No se trata, por cierto, de una situación coyuntural. Las fuentes energéticas

alternativas están siendo impulsadas en Estados Unidos no sólo por los gobiernos

estaduales (California, en primer lugar, cuarta economía del mundo) y luego por el

Gobierno Federal (mensaje del Presidente Bush sobre el estado de la Unión de enero de

2006) sino inclusive por las grandes compañías petroleras, luego de que fuera derrotada

su campaña anti-ecológica en California. Así, por ejemplo, Chevron, en una publicidad

de ocho páginas en The Economist (noviembre 2006) invocando razones ecológicas

alienta las fuentes energéticas alternativas. La extraña metamorfosis se entiende cuando

se explicita que el objetivo es eliminar la dependencia externa de Estados Unidos del

petróleo importado (20% del mercado doméstico). El presidente Bush ha formalizado

este compromiso expresamente, inclusive en el encuentro con el Presidente Lula en

Brasil con un lenguaje inesperado: resguardar la soberanía nacional asegurando la

independencia energética.

Ese objetivo se vincula al resultado de la política estadounidense en Irak y el

Medio Oriente; a la vez que explicita que el petróleo fue causa principal de la invasión

a Irak, muestra la dificultad de Estados Unidos para continuar asentando su interés

nacional en su poderío militar.

Por otra parte, justifica las críticas de los movimientos norteamericanos

ecologistas en cuanto la limitación a fuentes alternativas como reemplazo del petróleo

importado, significa mantener las causas del altísimo consumo, por ejemplo, la

estructura de transporte interno asentada en el automóvil individual. Desde esta

perspectiva parece clara la razón de la política a favor del etanol (y de las otras fuentes

alternativas) de las grandes petroleras y de su vocero político, el Presidente Bush:

asegurar el 80% del enorme mercado norteamericano.

¿Supone lo dicho que el actual impulso al etanol es coyuntural?

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En abril de 2004 The Economist calificaba de “campo de sueños” la posible

conversión masiva de granos en combustibles. En junio, atribuía al uso de maíz para

producir etanol - que había hecho subir el precio más de un tercio en pocos meses - la

caída de los stocks por debajo del límite de seguridad.2 Un año después la descripción

es diferente : “diesel derivado de oleaginosas, gasolina reemplazada por etanol de maíz,

azúcar, grano o aun paja, están ya cambiando los mercados energéticos” y “ya no puede

sostenerse la vieja imagen de los biocombustibles como un desviación (diversion)

“verde” del mundo real”. Sin embargo, todavía en ese momento The Economist

consideraba prematuro un boom inversor en biocombustibles. El énfasis cambia a

comienzos de 2006 : califica como “una de las más improbables conversiones de la

historia” al mensaje del Presidente Bush al Congreso : “ petrolero texano y alcohólico

recuperado, declaró que EEUU es ´adicto al petróleo´ proclamando las virtudes del

etanol, un derivado del alcohol, para asegurar la independencia energética del país.”

Paralelamente se multiplica la inversión de capital de riesgo en las distintas

fuentes de energía limpia. Vinoid Khosia, un multibillonario del Silicon Valley 3

promueve se fije un impuesto al petróleo extranjero cuando el precio de barril baje de

los 40 dólares, para impedir toda maniobra contra las fuentes alternativas.4 En

noviembre ya The Economist señala que “el negocio de la energía limpia es el próximo

boom de las inversiones, estimándose que crecerá durante la década entre el 20 y el 30%

anual…la mayor oportunidad para la creación de riqueza del siglo 21”. El 10% del

capital de riesgo se invierte en el negocio de energía limpia, fortalecido por “razones

sólidas y de largo plazo”, como la polución, y que los gobiernos ya no confían en

lejanos, inestables y hostiles países proveedores de petróleo y gas”, por lo que los

subsidios estatales importan un uso razonable del dinero público”.

2 Cayó 18m de toneladas llegando a 104m, la más baja en tres décadas; el límite de

seguridad mundial es un stock para 70 días y cayó a 59 días 3 Lideran la inversión en energía limpia Dow Chemical, Dupont, Shell, John Deere,

Casa, Volkswagen y en etanol las dos grandes cerealistas norteamericanas: Cargill y,

principalmente, Archer Daniels Midland (ADM). Además, “los barones de la industria

tecnológica”, como Paul Allen y Bill Gates (Microsoft), los fundadores de eBay, y los

de Google, Sergey Brin y Larry Page. En 2004 la inversión en energía limpia sumó

30.000 millones de dólares; en 2005, 49.000 millones y en 2006, 63.000 millones (The

Economist 16.11.2006; como en todas las citas, mi traducción2) 4 En el encuentro anual de Davos un jeque saudí le habría recordado que el costo de

extraer petróleo es menor a un dólar por barril.

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En Estados Unidos se calcula que el negocio de energía limpia crecerá del 20 al

30% por año en la década. California ha establecido para el 2010 que las fuentes

alternativas deberán producir el 20% de la energía. Similares regulaciones han dispuesto

Maine y New Jersey y, con distinto alcance, unos 20 estados más.

Dentro de ese claro panorama de aliento a las fuentes energéticas alternativas a

los combustibles fósiles, en Estados Unidos el etanol de maíz ocupa el lugar de

vanguardia. En Estados Unidos se privilegia absolutamente el uso de la nafta (gasolina)

cuya alternativa es el etanol. En Europa, en contraste, domina el motor a diesel, cuya

alternativa deriva de las oleaginosas: biodiesel. Además de esa razón en Estados Unidos

la producción de etanol se reduce básicamente al maíz - por el alto costo del azúcar de

caña - por lo que el etanol es impulsado por los estados del “corn belt” y el poderoso

lobby agrícola, que además de los subsidios directos ha conseguido incrementar las

defensas contra la importación de etanol brasileño. 5 El costo fiscal es de alrededor de

5.000 millones de dólares anuales e incluye subsidios a los agricultores, a las refinerías,

a las estaciones de servicio y a los consumidores. Pese a esto un ortodoxo vocero

liberal como es The Economist consideraba que es un uso razonable del dinero público.

Más allá de que sea o no apropiado producir etanol de maíz, perspectiva ajena

a este análisis que está centrado en la producción argentina y sus perspectivas, el

etanol tiene y seguirá teniendo efectos directos sobre el volumen exportable de maíz de

Estados Unidos y, consecuentemente, en los precios del mercado mundial,

incrementándose así la importancia de la oferta argentina de un producto esencial para

la alimentación humana y animal. Pero, por otra parte, no se trata de un efecto lineal ni

único: la situación del maíz afectará el área dedicada a otros cultivos anuales, como soja

y trigo, y aun a la ganadería. Así lo ha analizado un reciente estudio efectuado en la

Universidad de Iowa.6

Por otra parte, la Unión Europea está más comprometida, como firmante de los

acuerdos de Kyoto, con la reducción del uso de los combustibles fósiles y

5 El subsidio es de 0,51 dólar por galón y la tarifa aduanera subió a 0,54 dólar por galón.

6 A. Elobeid et al: The Long-Run Impact of Corn-Based Ethanol on the Grain,

Oilseed, and Livestock Sectors: A preliminary Assesment. ( Center for Agricultural and

Rural Development, Iowa State University), November 2006.

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consecuentemente con la producción de biodiesel y también etanol. Lidera Alemania

con uso de centeno; en Francia se ensaya trigo y remolacha. Una firma española es

líder europeo en etanol de maíz. También China está construyendo plantas para etanol.

Los biocombustibles se reducen a etanol de maíz y de caña de azúcar, y

oleaginosas. El Presidente Bush ha respaldado lo que se denomina las fuentes

celulósicas, basadas en el uso del marlo del maíz, paja, desechos agrícolas, pastos sin

valor para su uso actual; todos insumos que exigirían un tratamiento biológico -

descubrir, por ejemplo, las enzimas adecuadas para acelerar el proceso natural .

En concreto: es sensato esperar una demanda sostenida para los granos que la

Argentina exporta y, consecuentemente, el mantenimiento y aun la suba de los actuales

altos precios internacionales y es probable que los efectos no sean lineales ni ordenados.

La respuesta interna

Por otra parte, no parece haber restricciones para que el agro argentino

responda a esa creciente demanda.

Hacia los años 70 se proponía un sistema impositivo para el agro centrado en el

impuesto a la renta potencial de la tierra. Más allá de sus virtudes y defectos, de la

factibilidad práctica, etc., lo que importa subrayar ahora es que su objetivo estratégico

era aumentar la producción llevando los rindes medios a los que ya se obtenían por los

productores de vanguardia. Paradójicamente, uno de los efectos de la enorme expulsión

de agricultores habida en los años 90, es que actualmente parece haberse nivelado esa

diferencia. En concreto: en los 90 hubo sin duda en el agro argentino modernización sin

rentabilidad - que a los más débiles o a los más osados los llevó a la bancarrota

eliminándolos del sector. Probablemente esa tendencia negativa se hubiera acelerado

de haber continuado el proceso centrado en la convertibilidad y su consecuencia, el alto

endeudamiento en dólares sin rentabilidad. Pero, paradoja o no, lo cierto y concreto es

que la devaluación de 2002 y la pesificación permitieron que esos avances tecnológicos

(semillas, sistemas culturales, agroquímicos, equipo) se convirtieran en lo opuesto

profundizando la rapidez de la recuperación.

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De ahí la situación actual: un agro avanzado que puede seguir avanzando

gracias al contexto económico general aprovechando así el factor externo favorable.

Sin duda eso puede influir sensiblemente en el uso del suelo, repitiéndose lo

que ya ha ocurrido con la soja. Librada la producción de granos y oleaginosas a los

precios del momento, la lógica comercial privilegiará el beneficio y la seguridad, más

cuando lo habitual es que los arrendamientos se pacten anualmente o por cosecha, aun

en la ganadería, donde se los simula como contratos de pastoreo. En concreto: al igual

que en Estados Unidos y en el mercado mundial aunque se privilegiara la siembra de

maíz, habrá efectos sobre los otros cultivos, la cría y engorde del ganado vacuno y la

actividad lechera.

Por lo tanto, los altos precios externos afectarán, directa o indirectamente, a los

principales productos del consumo alimenticio doméstico, desde el pan a la carne

vacuna, el pollo, el cerdo, los lácteos, los aceites, repitiéndose el histórico conflicto

entre exportación y nivel de vida interno.

13. Ese conflicto obviamente ya existe, pese a las retenciones, pero el actual nivel de las

retenciones no es suficiente para defender al consumo interno de los altos precios

externos, más cuando el bajo salario medio es aun menor medido en dólares y esto

parece un dato en una situación en la que el tipo de cambio alto aparece como un factor

principal y estructural de la economía argentina.

Por otra parte, las actuales mal llamadas retenciones (estrictamente, los

impuestos a la exportación) repiten las experiencias anteriores al hacer del Estado

Nacional un socio del beneficio exportador. En buena medida tanto el monto inédito de

reservas de divisas como ciertas políticas del Estado Nacional y la sensible mejora en la

recaudación del impuesto a las ganancias, tienen una marcada vinculación con el

ingreso por retenciones.

El segundo aspecto indicado anteriormente - el beneficio de la comunidad –

parece cumplirse, en cuanto se acepte como tal el incremento de ingreso fiscal.

14. En contraste la defensa del consumidor interno de los altos precios externos se ha

tratado de solucionar del peor modo; es notorio que no lo ha conseguido y, además,

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afectando el segundo aspecto que se ha venido subrayando: el beneficio para la

comunidad.

Esta situación estrictamente puede calificarse como una tendencia a la

“privatización” del IAPI, por cuanto se pretende sustraer al sector agrario un ingreso

sin que lo reciba el Estado. En la situación actual de ineficacia del estado argentino, no

hay duda en cuanto lo más fácil negociar con oligopolios, más cuando se garantiza su

ganancia colocándolos, de hecho, en la situación que tuvo el IAPI. Así ha ocurrido y

ocurre, por ejemplo, con el trigo.

En esta pretensión la “fuerza” del Gobierno no viene de bayonetas ni de pistolas

sobre la mesa, sino de dejar en libertad el negocio “hacia afuera” de los exportadores

que quedarían en libertad absoluta para vender en el exterior lo comprado al precio

sugerido o impuesto por el Gobierno, al precio mucho más alto vigente en el mercado

internacional: así ocurrió con el IAPI.

La diferencia esencial es que con el IAPI el beneficio entre el precio de compra

y el precio de venta la guardaba el Estado Nacional y que los altos precios externos

han impedido hasta ahora que se produzca el efecto que el mal manejo del IAPI provocó

sobre la producción agrícola.

En resumen: una equivocada política gubernamental puede impedir o debilitar

las buenas perspectivas que el mercado externo abre a una producción interna

capacitada para darle una plena respuesta.

Surge entonces una cuestión principal : cómo reemplazar esa política

equivocada asegurando el consumo interno.

15. Pero existe otra restricción interna: la infraestructura. Una consecuencia negativa

gravísima de la política de los años 90 fue la destrucción del sistema ferroviario. En el

país “naturalmente” preparado por sus extensas llanuras para el ferrocarril, hoy el

transporte de las cosechas se hace por camión, cuando hasta hace 15 años el camión no

era una opción en distancias superiores a los 200 km. Además el volumen a transportar

se ha duplicado y como efecto obligado el atraso de las rutas se mide diariamente en

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accidentes. De no haber sido por la rápida y eficiente incorporación de los “silos bolsa”

las consecuencias hubieran sido aun mucho peores.

Una expansión como la que es probable va a estar muy limitada, sin o impedida,

por esta infraestructura obsoleta o inexistente.

Recrear el servicio ferroviario es posible y necesario; mucho más, por cierto que

un trena bala a Rosario o a Mar del Plata. Su costo, además, será recuperado por la

expansión productiva.

Lo mismo cabe en cuanto a la modernización y ampliación de rutas y caminos.

Y surge la otra cuestión principal: cómo construir y financiar la

infraestructura necesaria.

Esbozo de una solución

16. Ambos problemas se vinculan y debe partirse de una realidad: el Estado argentino

ha quedado muy destruido y no tiene agencias ni instrumentos aptos para encarar

soluciones que no sean muy simples. Pretender lo contrario es más que un error; es

agravar el diagnóstico.

Más allá de lo que pueda y deba hacerse en materia de subsidios al

consumo, es necesario reconocer que la mejor, o tal vez, única, herramienta

utilizable son las retenciones, esto es, los impuestos a la exportación.

A través de las retenciones, llevadas al nivel que fuera necesario, se pueden

colocar los precios al consumo al nivel que la economía interna puede aceptarlos y a

través de las retenciones puede lograrse el segundo aspecto analizado: el beneficio para

la comunidad.

El problema es que se repita un efecto similar al que trajo el IAPI: el desaliento

de la producción y su disminución, cuando lo que se necesita es precisamente

aumentar la producción para dar respuesta al alentador mercado externo, incrementar

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el consumo y favorecer con la adecuada inversión de la renta y la ganancia

agropecuarias al resto de la economía nacional.

Se presenta el segundo aspecto señalado: retenciones para quién y para qué.

16. Una propuesta debe partir de ciertos fundamentos:

1) El nivel de las retenciones/impuesto a la exportación debe manejarse con un

criterio productivo y global que impida que el alza externa de un producto pueda

llevar al desaliento de otro, esto es, a una expansión que puede destruir

inversiones necesarias difíciles de reponer, especialmente cuando afectan al

consumo interno: por ejemplo, ganadería, tambos, trigo. Esto ha ocurrido con la

soja y puede ocurrir con el maíz. La actividad agrícola no debe ser una tómbola

y es insensato incrementar las determinantes aleatorias específicas, esto es, la

naturaleza y el clima.

2) En un país capitalista desarrollado la renta terrateniente y la ganancia de la

agricultura se “socializan” a través del mercado de capitales, el sistema

financiero, otras oportunidades inversión productiva. Debe aceptarse con

realismo que esa no es la situación argentina, tanto estructuralmente como por

efecto de fenómenos como la inflación, la convertibilidad, la crisis del sistema

financiero y bancario, etc.

3) El alto beneficio de la actividad agropecuaria conspira contra la inversión en

ramas no agropecuarias. En buena media esta situación histórica explica el alto

grado de inversión extranjera en la industria desde la década de 1920; el papel

del Estado como apropiador de recursos y como estado empresario; la función

que se buscó con el IAPI, más allá de la forma de instrumentarlo, y que se

repitió con Krieger Vasena en otro contexto; la extranjerización de empresas

nacionales en los años 90, etc.

4) La solución a esa situación frecuentemente buscada significó de hecho negar la

realidad: una geografía especialmente preparada para la producción de

alimentos, en vez de asentar en ese privilegio un desarrollo industrial sólido.

Así se generó una mentalidad antiagraria que se manifiesta en la pobre

formación en materia agrícola que se imparte en nuestras facultades de

economía. Es impensable, por ejemplo, en México o Chile encontrar

economistas que ignoren al petróleo o al cobre, las condiciones de formación de

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sus precios, etc. cuando la situación similar es habitual en la Argentina, como

lo testimonia la actual política de control de precios, sus autores y sus críticos.

5) Debe afirmarse enfáticamente: es posible y necesario una expansión del sector

agropecuario exportador que beneficie al consumo y a la comunidad y ello no

supone buscar la cuadratura del círculo.

Propuesta

1) En la actual situación del mercado internacional y los precios de exportación,

y más aún en la que es previsible como consecuencia principalmente de la

influencia del etanol de maíz norteamericano, las retenciones deben

llevarse, con el criterio antes indicado, al nivel necesario para que los

precios del consumo interno se acomoden al actual nivel de ingresos,

dejando de lado, fuera de los subsidios al consumo que pudieran

implementarse con eficacia, , toda otra forma de intervención

gubernamental, por ineficaz y contraproducente. Esta medida daría respuesta

al primer problema del conflicto entre precio externo y precio interno.

2) En ese supuesto, el nivel de retenciones no afectaría la rentabilidad posible

de la producción agropecuaria, esto es, en la medida que el sector pudiera

responder con su incremento a la demanda externa. Esto es, la comunidad a

través de las retenciones se apoderaría de la renta diferencial derivada de esa

situación del mercado externo, pero no se afectaría la rentabilidad “normal”

de la empresa agropecuaria.

3) Sin embargo, esa “rentabilidad posible” está determinada por otra

restricción: la infraestructura obsoleta. Sin su superación la expansión

posible no ocurrirá plenamente por lo que el nivel de retenciones en

determinado momento no podrá defender el consumo interno sin afectar la

rentabilidad agropecuaria y por lo tanto el volumen de producción.

4) Por eso es esencial el destino que debe darse a las retenciones, esto es, el

segundo aspecto que se ha analizado: el beneficio comunitario. El Estado

nacional ha sido desde el 2002 con las retenciones un socio de la rentabilidad

agraria que, por otra parte, el propio Estado impulsó, en volumen y en valor,

con la devaluación del peso y su mantenimiento. Ese ingreso ha servido para

afrontar la negociación de la deuda externa, para políticas sociales, etc. pero

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ahora el objetivo es otro: la inversión necesaria para que la infraestructura

actual no trabe la expansión agropecuaria, como pronóstico futuro y como

presente.

5) El Estado no está en condiciones de ser el instrumento para canalizar

esa inversión, tanto por la realidad de la descomposición heredada como por

la desconfianza que su actividad genera. Por eso el aumento de las

retenciones al nivel necesario para defender el consumo interno, no podrá ser

instrumentado si su recaudación fuera apropiada por el Estado Nacional para

gastarla o invertirla a su arbitrio.

6) Las retenciones deben utilizarse para inversión en infraestructura pero el

modo adecuado de lograrlo es que sea una inversión del propio sector

agropecuario.

7) La forma podría ser que los fondos que para ese objeto se recauden sean

recibidos por alguna figura jurídica tal como un fideicomiso cuyo capital

pertenecerá a todos los productores agropecuarios aportantes de las

retenciones:

a) Ese capital se emitirá como bonos o acciones cuyos titulares serán

esos aportantes.

b) El fideicomiso tendrá por objeto financiar las obras de modernización

o construcción de la infraestructura vinculada a la producción

agropecuaria.

c) Las obras se harán por concurso y también por concurso se elegirán

los administradores.

d) En su caso, el uso se pagará con peajes.

e) El titular de la obra nueva o de la parte reconstruída será el conjunto

de bonos o acciones.

f) Los bonos o acciones se entregarán a cada aportante.

g) Durante un período, por ejemplo, 10 años, esos bonos o acciones no

podrán ser transferidos.

h) La renta que devenguen los bonos – por ejemplo el pago de peajes -

será para los titulares aportantes, ya sea con entrega directa o

capitalizando el fondo del fideicomiso durante el período de 10 años.

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i) Como es obvio, la organización, administración, etc. del fideicomiso,

etc. se hará con la máxima publicidad y la mayor intervención

directa de los interesados aportantes/propietarios.

P.S. Para quienes les parezca imposible organizar el sistema propuesto, me permito

recordar que desde finales de los años 30 se pudo organizar la CAP para una actividad

mucho más compleja.

Abril 2007.