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MORAL LA GRAN MORAL MORAL A EUDEMO ARISTÓTELES

 · ARISTÓTELES 4 es, porque es preciso estudiarla para saber cómo se adquiere, puesto que en el presente caso queremos, a la vez, saber la cosa y conformarnos nosotros mismos a

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    L A G R A N M O R A LM O R A L A E U D E M O

    A R I S T Ó T E L E S

    Diego Ruiz

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    LIBRO PRIMERO

    CAPÍTULO PRIMERODE LA NATURALEZA DE LA MORAL

    Siendo nuestra intención tratar aquí de cosaspertenecientes a la moral, lo primero que tenemos que haceres averiguar exactamente de qué ciencia forma parte. Lamoral, a mi juicio, sólo puede formar parte de la política. Enpolítica no es posible cosa alguna sin estar dotado de ciertascualidades; quiero decir, sin ser hombre de bien. Pero serhombre de bien equivale a tener virtudes; y por tanto, si enpolítica se quiere hacer algo, es preciso ser moralmentevirtuoso. Esto hace que parezca el estudio de la moral comouna parte y aun como el principio de la política, y porconsiguiente sostengo que al conjunto de este estudio debedársele el nombre de política más bien que el de moral. Creo,por lo tanto, que debe tratarse, en primer término, de lavirtud, y hacer ver cómo es y cómo se forma, porque ningúnprovecho se sacará de saber lo que es la virtud sino se sabetambién cómo nace y por qué medios se adquiere. Sería unerror estudiar la virtud con el único objeto de saber lo que

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    es, porque es preciso estudiarla para saber cómo se adquiere,puesto que en el presente caso queremos, a la vez, saber lacosa y conformarnos nosotros mismos a ella; y es claro queseremos incapaces de conseguirlo si ignoramos el origen dedonde procede y cómo puede producirse.

    Por otra parte, es un punto muy esencial saber lo que esla Virtud, porque no sería fácil saber cómo se forma y cómose adquiere, si se ignorara su naturaleza, como no lo sería elresolver cualquiera cuestión de este género en todas lasdemás ciencias. Un punto no menos indispensable es saberlo que otros antes que nosotros han podido decir sobre estamateria.

    El primero que se propuso estudiar la virtud fuePitágoras, pero no pudo lograr su propósito, porquequeriendo referir las virtudes a los números, no creó conesto una teoría especial de las virtudes; pues la justicia, dígaselo que se quiera, no es un número igualmente igual, unnúmero cuadrado. Sócrates, que vino al mundo muchodespués que él, trató este punto con más extensión yprofundidad, mas tampoco consiguió su objeto. Quisoconvertir la virtudes en conocimientos, y es absolutamenteimposible que semejante sistema sea verdadero. Losconocimientos sólo se forman con el auxilio de la razón, y larazón está en la parte inteligente del alma. Por consiguiente,todas las virtudes se forman, según Sócrates, en la parteracional de nuestra alma. Y así, formando de las virtudesotros tantos conocimientos, suprime la parte irracional delalma, y destruye de un golpe en el hombre la pasión y lavirtud moral. Sócrates, desde este punto de vista, no estudió

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    bien las virtudes. Después de estos dos filósofos vino Platón,que dividió muy acertadamente el alma en dos partes, unaracional y otra que carece de razón, y a cada una de estas dospartes atribuyó las virtudes que le son realmente propias.Hasta aquí marcha bien pero después ya no está bien en locierto. Mezcla el estudio de la virtud con su tratado sobre elbien, y en este punto no tiene razón, porque no es éste ellugar que debe ocupar. Hablando de los seres y de la verdad,ninguna necesidad tenía de hablar de la virtud, porque, en elfondo, estos dos objetos nada tienen de común.

    He aquí cómo nuestros predecesores han tocado estasmaterias, y hasta qué extremo las han llevado. Exponiendolo que tenemos que decir sobre este punto, no haremos sinocontinuar su obra.

    Por lo pronto, es preciso tener en cuenta que todoconocimiento y toda facultad ejercida por el hombre tiene unfin, y que este fin es el bien. No hay conocimiento nivoluntad que tenga el mal por objeto. Luego, si el fin detodas las facultades humanas es bueno, es incontestable queel mejor fin pertenecerá a la mejor facultad. Pero la facultadsocial y política es la facultad mejor en el hombre, y porconsiguiente su fin es el bien por excelente. Deberemos,pues, hablar del bien, pero no del bien entendido de unamanera absoluta, sino del bien que se aplica especialmente anosotros. No se trata aquí del bien de los dioses, porque estorequiere un estudio distinto e indagaciones de otro género.El bien de que tenemos que tratar es el bien desde el puntode vista político, para lo cual conviene hacer, desde luego,una distinción. ¿De qué bien se intenta hablar? Porque esta

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    palabra bien no es un término simple, puesto que lo mismose llama bien a lo que es mejor en cada especie de cosas, yque es, generalmente, lo que es preferible por su propianaturaleza, que a aquello cuya participación hace que otrascosas sean buenas, y entonces entendemos que es la Idea delbien. ¿Nos ocuparemos de esta Idea del bien o deberemosdespreciarla y considerar tan sólo el bien que se encuentrarealmente en todo lo que es bueno? Este bien efectivo y reales muy distinto de la Idea del bien. La Idea del bien es ciertacosa separada, que subsiste por sí aisladamente, mientras queel bien común y real de que queremos hablar se encuentra entodo lo que existe. Este bien real no es el mismo que es otrobien que está separado de las cosas, mediante a que lo queestá separado y lo que por su naturaleza subsiste por símismo jamás pude encontrarse en ninguno de los otrosseres. ¿Deberemos, por tanto, ocuparnos con preferencia delestudio de este bien que se encuentra y subsiste realmente enlas cosas? Y si no es posible desentenderse de él, ¿por qédeberemos estudiarle?. Porque este bien efectivamente escomún a las cosas, corno lo prueban la definición y lainducción. Y así la definición, que se propone explicar laesencia de cada cosa, nos dice que una cosa es buena o quees mala, o que es de tal o cual manera. La definición en estecaso nos enseña que el bien tomado en general es lo que esapetecible en sí y por sí, y el bien que se encuentra en cadauna de las cosas reales es igual al de la definición. Pero si ladefinición nos dice lo que es el bien, no hay conocimiento nifacultad alguna que diga de su propio fin que él es bueno.Otra ciencia es la que está llamada a examinar esta cuestión

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    superior; por ejemplo, ni el médico ni el arquitecto nos dicenque la salud o la casa sean buenas, y se limitan a decirnos, elprimero, que da la salud y cómo la da, y el segundo, queconstruye la casa y cómo la construye.

    Esto nos prueba claramente que no toca a la políticaexplicar el bien que es común a todas las cosas, porque lapolítica no es más que una ciencia como todas las demás, yya hemos dicho que no pertenece a ninguna ciencia ni aninguna facultad tratar del bien como su fin propio, y, porconsiguiente, no compete a la política hablar de este biencomún que nos ha dado a conocer la definición. Ni tampocopuede ella tratar de este bien común, según nos lo harevelado el procedimiento de inducción. ¿Y por qué? Porquecuando queremos indicar especialmente un bien cualquieraen particular, podemos hacerlo de dos maneras. Primero,recordando la definición general, podemos hacer ver que lamisma explicación que conviene al bien en general convienetambién a esta cosa que queremos designar especialmentecomo buena. En segundo lugar, podemos recurrir alprocedimiento de inducción; por ejemplo, si queremosdemostrar que la grandeza de alma es un bien, diremos quela justicia es un bien, que el valor es un bien, y, en general,que todas las virtudes son bienes; es así que la grandeza dealma es una virtud; luego, la grandeza de alma es un bien. Seve, pues, que la ciencia política no tiene tampoco queocuparse de este bien común que conocemos por inducción,porque la misma imposibilidad señalada arriba se ofrecerá eneste caso como se ofrece con respecto al bien común dadopor la definición, porque entonces la ciencia llegaría a decir

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    también que su propio fin es un bien. Por consiguiente, lapolítica debe tratar del bien más grande, pero, añado yo, delbien más grande con relación a nosotros.

    En resumen, se ve claramente que ni a una sola ciencia,ni a una sola facultad pertenece hablar del bien en sutotalidad y en tal. ¿De dónde nace esto? Nace de que el biense encuentra en todas las categorías: en la sustancia, en lacualidad, en la cantidad, en el tiempo, en la relación, en ellugar; en una palabra, en todas sin excepción. Pero en cuantoal bien que sólo se refiere a un momento dado del tiempo,en la medicina, por ejemplo, sólo el médico que conoce; lomismo que en la náutica sólo el marino; y en general, en cadaciencia el sabio que a ella se consagra. En efecto, el médicosabe el momento en que es preciso hacer una amputación,como el marinero sabe el momento en que es precisohacerse a la vela. Cada uno en su esfera conoce el momentoque es bueno para todo aquello que le concierne. Y así elmédico no podrá conocer ese momento crítico en el artenáutico, como el marinero no lo conocerá en la medicina.No es, pues, así cómo debe hablarse del bien común engeneral, porque el bien relativo al tiempo es un bien común atodas las ciencias. Así también el bien que se refiere a lacategoría de la relación y que está igualmente en las demáscategorías, es común a todas. Pero ni a una sola al tiempoque se encuentra en cada una de las categoría en la mismaforma que la política no debe ocuparse del bien en general, ylo que debe estudiar es el bien real y el mejor de los bienes,pero el mejor con relación a nosotros.

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    Añado que cuando se quiere hacer alguna demostraciónes preciso servirse de ejemplos que no sean perfectamenteclaros; y sí valerse de otros evidentes, para aclarar las cosasque lo han menester; se necesitan ejemplos materiales ysensibles para las cosas del entendimiento, porque éstos sonmucho más tangibles; y he aquí por qué cuando se intentaexplicar el bien no debe traerse a cuento la Idea del bien. Sinembargo, hay gentes que se imaginan que no se puede hablardebidamente del bien sin acudir forzosamente a su idea o laIdea del bien. Es preciso, dicen, hablar de este bien, por quees el bien por excelencia, y como en todas las cosas laesencia, tiene este carácter eminente, concluyen de aquí quela Idea de bien es el supremo bien. No niego que esterazonamiento tenga algo de verdadero. Pero la ciencia, elarte político de que aquí se trata, no tiene en cuenta estebien, porque lo que indaga es el bien relativo a nosotrosmismos. Así como ninguna ciencia ni arte dice que el fin quese propone es bueno, la política tampoco lo dice del suyo, ypor consiguiente no discute ni habla del bien que sólo serefiere a la idea.

    Pero se dirá, quizá, que es conveniente y posible partirde este bien ideal como de un principio sólido, y tratar enseguida de cada bien particular. Rechazo este método,porque jamás debe recurrirse a otros principios que los quesean propios de la materia que se va a estudiar. Por ejemplo,para probar que un triángulo tiene sus tres ángulos iguales ados rectos, sería un absurdo partir del principio de que elalma es inmortal. Este principio nada tiene que hacer con lageometría, y un principio debe ser siempre propio y ligado

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    con su objeto, y en el ejemplo que acabo de presentar sepuede muy bien probar que un triángulo tiene sus tresángulos iguales a dos rectos sin el principio de lainmortalidad del alma. En la misma forma se puedenestudiar muy bien los demás bienes, sin acordarse de la Ideadel bien, porque la idea no es el principio propio de este bienespecial que se busca y se estudia.

    Sócrates persigue una sombra cuando quiere convertirlas virtudes en otras tantas ciencias. Mejor hubiera sostenidoeste otro principio de que en la naturaleza nada se hace envano, y entonces habría visto que si las virtudes son ciencias,como dice, resultaría necesariamente que las virtudes sonperfectamente vanas. ¿Y por qué?. Porque en todas lasciencias, desde el momento que se sabe de una lo que es, esuno, no sólo conocedor, sino poseedor de ella. Por ejemplo,si se sabe lo que es la medicina, desde aquel acto el que lasabe es médico, y lo mismo en todas las demás ciencias. Peronada de esto sucede respecto a las virtudes, porque podráuno saber lo que es la justicia no por eso se hace justo en elacto, y lo mismo sucede con todas las demás. Y así lasvirtudes serían perfectamente vanas en esta teoría, precisodecir que no consisten únicamente en la ciencia.

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    CAPÍTULO IIDIVISIÓN DE LOS BIENES

    Sentados estos preliminares, procuraremos distinguir lasdiferentes acepciones de la palabra bien. Entre los bienes,unos son verdaderamente preciosos y dignos de estimación,otros sólo son dignos de alabanza, y otros, en fin, no sonotro cosa que las facultades que el hombre puede emplear enun sentido o en otro. Entiendo por preciosos y dignos deestimación los que tienen algo de divino y que son lo mejorrespecto a todo lo demás, como el alma y el entendimiento.También tengo por tal lo que es primero y anterior, lo quetiene el concepto de principio y las demás cosas de estegénero, porque los bienes preciosos son aquellos que sesuponen de un gran precio y dignos de un gran honor, decuya condición participan los que acabamos de enunciar. Yasí la virtud es cosa muy preciosa cuando, debido a ella, sehace uno hombre de bien, porque entonces el hombre que laposee ha llegado a la dignidad y a la consideración de lavirtud. Hay otros bienes que sólo son laudables; tales son,por ejemplo, las virtudes, porque la alabanza en este caso delas acciones que ellas inspiran. Otros bienes no son más que

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    simples potencias y simples facultades como el poder, lariqueza, la fuerza, la belleza, porque estos bienes son de talcalidad, que el hombre de bien puede hacer de ellos un buenuso, lo mismo que el malvado puede hacerle malo. Por estodigo que existen sólo en potencia. Sin embargo, también sonbienes, porque la estimación que se da a cada uno de ellos segradúa por el uso que de ellos hace el hombre de bien y, nopor el que hace el hombre malo. Además los bienes de estegénero deben, las más de las veces, su origen al azar que lesproduce. En este caso, por lo común, están la riqueza y elpoder, lo mismo que todos los otros bienes que se colocanen la categoría de simples poderes. Puede contarse tambiénuna cuarta y última clase de bienes, la de los que contribuyena mantener y hacer el bien, como, por ejemplo, la gimnasiapara la salud, y otras cosas análogas.

    También se pueden dividir los bienes de otra manera.Pueden distinguirse los bienes que siempre y en todas partesson deseables y otros que no lo son. La justicia, y en generaltodas las virtudes, son siempre y en todas partes deseables.La fuerza, la riqueza, el poder y las demás cosas de esteorden no son siempre ni a todo trance apetecibles. He aquíotra división. Entre los bienes pueden distinguirse los queson fines y los que no lo son. La salud es un fin, un término,pero lo que se hace para conservarla no es un fin. En todoslos casos análogos el fin es siempre mejor que las cosas pormedio de las cuales se busca aquél; por ejemplo, la salud valemás que las cosas que deben procurarla. En una palabra, elobjeto universal, en vista del cual se hace todo lo demás,siempre queda muy por encima de las otras cosas que se

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    hacen para servirle. Entre los fines mismos, el fin que escompleto siempre es mejor que el fin incompleto. Llamocompleto aquello que, una vez adquirido, no nos deja desearotra cosa, e incompleto cuando, después de obtenidotambién por nosotros, aún advertimos la necesidad de algunaotra cosa. Por ejemplo, poseyendo la justicia, aún advertimosla necesidad de algo más que ella; pero teniendo la felicidadnada echamos de menos. El bien supremo que buscamos es,pues, el que constituye un fin último y completo; este finúltimo y completo es el bien; y hablando en términosgenerales, el fin es el bien.

    Una vez sentado esto, ¿qué deberemos hacer paraestudiar y conocer el bien supremo? ¿Será, quizá,suponiendo que haya de estar ligado a los otros bienes? Estosería absurdo, y he aquí porqué. El bien supremo, el mejorbien es un fin último y perfecto, y el fin perfecto del hombreno puede ser otro que la felicidad. Pero como, por otraparte, consideramos la felicidad compuesta de una multitudde bienes reunidos, si, estudiando el mejor bien, lecomprendéis igualmente entre todos los demás bienes,entonces el mejor bien será mejor que él mismo, puesto quees el mejor respecto del todo. Por ejemplo, si estudiando lascosas que proporcionan la salud, y la salud misma, se fija unoen lo mejor de todo esto, y se halla que lo mejor es la salud,resulta de aquí que la salud es la mejor de todas estas cosas yla mejor en comparación con ella misma. Lo cual es unabsurdo. No es, quizá, éste el mejor método para estudiar lacuestión del bien supremo, del mejor bien. ¿Pero serápreciso estudiarle aislándole, por decirlo así, de sí mismo? ¿Y

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    no sería, también, un absurdo este segundo método? Lafelicidad se compone de ciertos bienes, y averiguar si elmejor bien está fuera de los bienes de que se compone es unabsurdo, puesto que sin estos bienes la felicidadseparadamente no es nada, porque la felicidad la constituyenestos bienes mismos. ¿Pero no podrá encontrarse elverdadero método apreciando el mejor bien porcomparación? Me explicaré: por ejemplo, comparando lafelicidad compuesta de todos los bienes que sabemos con Iasotras cosas que no están comprendidas en ella, ¿nopodremos indagar cuál es el mejor bien, y por este mediodescubrir la verdad? Pero el mejor bien que buscamos eneste momento no es simple, y es como si se pretendiese quela prudencia es el mejor de todos los bienes con los cuales sehubiere comparado. Pero no es de esta manera, quizá, comodebe estudiarse el mejor bien, puesto que buscamos el bienfinal y completo, y la prudencia por sí sola no es completa.No es éste, por consiguiente, el mejor bien a que aspiramos,como no lo es ningún otro que se repute mejor en estemismo concepto.

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    CAPITULO IIIOTRA DIVISIÓN DE LOS BIENES

    A esto añadiremos que los bienes pueden serclasificados también de otra manera. Unos pertenecen alalma, como las virtudes; y otros al cuerpo, como la salud y labelleza; y otros nos son extraños y exteriores, como lariqueza, el poder, los honores y otras cosas análogas. Detodos estos bienes, los más preciosos son, sin contradicción,los del alma. Los bienes del alma se dividen, a su vez, en tresclases: pensamiento, virtud y placer. La consecuencia y elresultado de todos estos diversos bienes es lo que todo elmundo llama, y es realmente el fin más completo de todoslos bienes, es decir, la felicidad, siendo en nuestra opinión lafelicidad una cosa idéntica a obrar bien y conducirse bien.Pero el fin nunca es simple porque es siempre doble. Enciertas cosas es el acto mismo, el uso lo que es su fin amanera que, respecto a la vista, el uso actual es preferible a lasimple facultad. El uso es aquí el verdadero fin, y nadiequerría la vista, a condición de no ver y tener cerradosperpetuamente los ojos. La misma observación tiene lugarrespecto del oído y de todos los demás sentidos. En todos

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    los casos en que hay uso y facultad, el uso es siempre mejory más apetecible que la facultad y la simple posesión, porqueel uso y el acto constituyen por sí mismos un fin, mientrasque la facultad y la sobre posesión sólo existen en virtud deluso. Si se echa una mirada sobre todas las ciencias, se verá,por ejemplo, que no es una ciencia que hace la casa y otraciencia la que la hace buena, sino que es únicamente laarquitectura la que hace ambas cosas. El mérito, delarquitecto consiste precisamente en hacer bien la obra queejecuta, y lo mismo sucede en todas las demás cosas.

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    CAPÍTULO IVDE LA FELICIDAD

    Después de lo dicho es preciso tener en cuenta quenosotros no vivimos realmente mediante ningún otroprincipio sino el de nuestra alma. La virtud está en el alma, ycuando decimos que el alma hace tal cosa, esto equivale adecir que es la virtud del alma la que la hace. Pero la virtuden cada género hace que la cosa de la que ella es virtud seabuena cuando pueda serlo, y como vivimos mediante elalma, es claro que a causa de la virtud del alma vivimos bien.Pero vivir bien y obrar bien es lo que llamamos ser dichosos;y así ser dichoso o la felicidad sólo consiste en vivir bien, yvivir bien es vivir practicando la virtud. En una palabra, lafelicidad y el bien supremo constituyen el verdadero fin de lavida. Por consiguiente, la felicidad se encontrará en ciertouso de las cosas y en cierto acto, porque como ya hemosdicho, siempre que se encuentran a un mismo tiempo lafacultad y el uso, el verdadero fin de las cosas está de partedel uso y el acto de las virtudes que posee, y, porconsiguiente, el uso y el acto de estas virtudes son las queconstituyen su verdadero fin. Luego la felicidad consiste en

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    vivir según piden las virtudes. Por otra parte, como lafelicidad es el bien por excelencia y constituye un fin en acto,se sigue de aquí que, viviendo según pide la virtud, somosdichosos y gozamos del bien supremo. Consecuencia de estoes que como la felicidad es el bien final y el fin de la vida, esbueno tener en cuenta que sólo puede realizarse en un sercompleto y perfectamente finito. Me explicaré; digo, porejemplo, que la felicidad no puede encontrarse en el niño, niéste puede ser dichoso, lo cual tiene lugar exclusivamente enel hombre formado, porque es un ser completo. Añado quetampoco se encontrará la felicidad en un tiempo incompletoe indeterminado, y sí en un tiempo completo y consumado, ypor tiempo completo entiendo el que abraza la vida enteradel hombre. A mi parecer tienen razón los que dicen que nopuede formarse juicio sobre la felicidad del hombre, si no serecae sobre el tiempo más dilatado de su vida; y el vulgo,ateniéndose a esta máxima, cree que todo lo que es completotiene que realizarse en un tiempo completamente acabado yen un hombre completo. He aquí otra prueba de que lafelicidad es un acto. Si nos imaginamos un hombredurmiendo toda la vida, de ninguna manera supondríamosque era un ser dichoso durante este largo sueño. Sinembargo, este hombre vive en este estado, pero no vivecomo exigen las virtudes; y sólo vive en realidad, como yahemos dicho, el que vive en acto.

    Después de estas consideraciones vamos a tratar de unacuestión que no será ni completamente propia nicompletamente extraña a nuestro asunto. Diremos, pues,que al parecer hay en el alma una parte por la que nos

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    alimentamos y que llamamos parte nutritiva. La razón puedecomprender esto sin dificultad. Como las cosas inanimadas,por ejemplo las piedras, son evidentemente incapaces dealimentarse, resulta de aquí que alimentarse es una funciónde los seres que están animados, que tienen un alma; y si estafunción sólo pertenece a los seres dotados de un alma, esclaro que el alma es la causa de ella. Entre las partes de quese compone el alma hay unas que no pueden ser causa de lanutrición: por ejemplo, la parte que razona, la parteapasionada, la parte concupiscible, y separadas estas diversaspartes sólo queda en el alma esta otra, a la que no podemosdar mejor nombre que el de parte nutritiva. Pedro podríapreguntarse: ¿es posible que esta parte del alma puedaparticipar también de la virtud? Si pudiese, es evidente quesería preciso que el alma obrase también mediante ella,puesto que la felicidad la constituye el acto de la virtudcompleta. Si hay o no hay virtud en esta parte del alma, esuna cuestión de otro orden, pero si por casualidad la hay,para ella no existe acto. Y he aquí por qué: los seres quepueden tener un acto que sea propio de ellos; y en esta partedel alma de que se trata no aparece movimiento espontáneo.Puede decirse, con verdad, que se parece algo a la naturalezadel fuego; el fuego devora cuanto en él se arroja, pero si nole echáis material, ningún movimiento hace él para ir en subusca. Así sucede con esta parte del alma; si se le suministraalimento, nutre al cuerpo, y si no se le suministra, no tiene elpoder propio y espontáneo de nutrirle. Donde no hayespontaneidad, no hay acto; y, por consiguiente, esta partedel alma no contribuye nada a la felicidad.

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    Después de lo que precede, debemos explicar lanaturaleza propia de la virtud, puesto que el acto de la virtudes el que constituye la felicidad. Por lo pronto, puede decirsede una manera general que la virtud es la facultad y ladisposición mejor del alma. Pero quizás una definición tanconcisa no baste, y habrá necesidad de desenvolverla parahacerla más clara.

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    CAPITULO VDIVISIÓN DEL ALMA EN DOS PARTES, Y

    VIRTUDES PROPIAS DE CADA UNA

    En primer lugar es preciso hablar del alma, en la quereside la virtud. Pero aquí no tenemos que tratar de laesencia del alma, porque esta cuestión corresponde a otrolugar, y así nos limitaremos a bosquejar sus rasgosprincipales. El alma, como acabamos de decir, se divide endos partes: una racional y otra irracional. En la parte que estádotada de razón se distinguen la prudencia, la sagacidad, lasabiduría, la instrucción, la memoria y otras facultades deeste género. En la parte irracional es donde se encuentra loque llamamos virtudes: la templanza, la justicia, el valor ytodas las demás virtudes morales que son dignas deestimación y de alabanza. Cuando las poseemos, a ellasdebemos el que se diga que merecemos la estimación y loselogios. Mas con respecto a las virtudes de la parte racionaldel alma, jamás se recibe por ellas alabanza, y así sucede quenunca se alaba a uno directamente por ser sabio, por serprudente, ni en general por ninguna de las virtudes de estaclase. Quiero decir que únicamente se alaba la parte

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    irracional del alma, en tanto que puede servir y sirve a laparte racional, obedeciéndola.

    Pero la virtud moral se destruye y se pierde a la vez porsobra y por falta. Que esta sobra y esta falta destruyen lascosas es muy fácil de ver en todas las afecciones morales.Mas como para las cosas oscuras es preciso valerse deejemplos perfectamente claros, cito los ejercicios gimnásticospara que pueda fácilmente cualquiera convencerse de estaverdad. La fuerza se destruye lo mismo cuando se practicanejercicios exagerados que cuando no se ejecutan losconvenientes. En la comida y en la bebida sucede lo mismo.tomadas en gran cantidad se pierde la salud, y si se toman enmuy poca, también perece; y sólo manteniéndose en unajusta medida, en un término medio, es corno se conserva lafuerza y la salud. La misma observación puede hacerse conrespecto a la templanza, al valor en general, a todas lasvirtudes. Por ejemplo, si se supone un hombre tan pocoaccesible al temor, que no teme ni aun a los dioses, esto noserá valor, será locura. Si, por el contrario, suponéis que atodo teme, será un cobarde. El corazón verdaderamentevaliente no será ni el del que teme a todo, ni el del que noteme a nada absolutamente. Las mismas causas ,ton, portanto, las que aumentan o destruyen la virtud; y así lostemores, cuando son demasiado fuertes y en todo influyenindistintamente, destruyen el valor, así como le destruyen lasobcecaciones, que hacen que no se tema a nada. El valor serefiere a los temores, y los temores moderados aumentan elvalor verdadero; donde se ve que unas mismas causasaumentan y destruyen el valor, porque siempre son los

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    temores los que producen en nosotros estos diversossentimientos. La misma observación puede hacerse conrespecto a las demás virtudes.

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    CAPITULO VIDE LA INFLUENCIA DEL PLACER Y DEL

    DOLOR SOBRE LA VIRTUD

    El exceso y el defecto no son, por otra parte, los únicoslímites que se pueden poner a la virtud, porque también se lapuede limitar y determinar por el dolor y el placer. Muchasveces el placer es el que nos arrastra al mal, como el dolornos impide otras hacer el bien; en una palabra, en ningúncaso se encuentran la virtud o el vicio sin que, al mismotiempo, aparezcan la pena o el placer. Y así, la virtud serefiere a los placeres y a los dolores; y he aquí de donde tomala virtud moral el nombre con que se la designa, si es posibleen la letra misma de una palabra descubrir la verdad yencontrar en ella la realidad, medio que quizás es tanaceptable como cualquier otro. Lo moral, quo en la lenguagriega se llama ethos con e larga, tiene también ladenominación del hábito, que también se dice ethos con ebreve, y la moral, ethike, se llama así en griego, porqueresulta de los hábitos y de las costumbres, ethid-zesthai. Estodebe probarnos claramente que ninguna de las virtudes de laparte irracional del alma nos es innata por la sola acción de la

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    naturaleza. No hay cosa que sea de tal naturaleza que puedapor el hábito hacerse distinta que lo que es. Por ejemplo, lapiedra y en general, todos los cuerpos pesados, todos loscuerpos graves, se dirigen naturalmente hacia abajo; podráarrojarse una piedra al aire y acostumbrarla en cierta maneraa subir; pero jamás irá suyo hacia arriba, sino que irá siemprehacia abajo. Lo mismo sucede en todos los demás casos deesta clase.

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    CAPITULO VIIDE LOS DIVERSOS FENOMENOS DEL ALMA

    Sentado esto, y puesto que queremos estudiar lanaturaleza de la virtud, es preciso averiguar todo lo que hayen el alma y todos los fenómenos que en ella se producen.Hay tres cosas en el alma: afecciones o pasiones, facultades ydisposiciones; de suerte que la virtud debe ser una de estastres cosas. Las pasiones o afecciones son, por ejemplo, lacólera, el temor, el odio, el deseo, la envidia, la compasión ytodos los demás sentimientos de esta clase, que de ordinariotienen por compañeros inevitables la pena y el placer. Lasfacultades son potencias íntimas que nos hacen capaces deestas diversas pasiones: por ejemplo, potencias que noshacen capaces de que montemos en cólera, de que nosaflijamos, de que nos compadezcamos y sintamos otrasafecciones particulares que hacen que estemos bien o maldispuestos con relación a todos estos sentimientos. Y así,con respecto a la facultad de encolerizarse, si uno se arrebatacon excesiva facilidad, estará dotado de una mala disposiciónen punto a cólera. Y si nada nos conmueve, ni aun las cosasque pueden provocar una justa cólera, es ésta también unamala disposición respecto a esta pasión. La disposición

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    media entre estos dos extremos consiste en no dejarsearrastrar violentamente ni ser demasiado insensible, ycuando nos hallamos dispuestos de esta manera, ocupamosun punto conveniente. La misma observación puede hacersepara todos los casos análogos. La moderación, que sólo seencoleriza con motivo, y la dulzura ocupan el término medioentre la irritabilidad, que nos lleva incesantemente a la cólera,y la indiferencia, que hace que no nos irritemos jamás. Lamisma observación tiene lugar respecto de la fanfarroneríaque se alaba de todo, y del disimulo que no descubre lascosas. Fingir tener más que se tiene es lo propio delfanfarrón; fingir tener menos es lo propio del hombredisimulado. Entre estos extremos están la franqueza y laverdad, que ocupan el término medio.

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    CAPITULO VIIDE LAS DISPOSICIONES

    Lo mismo sucede con todos los demás sentimientos.Con respecto a ellos, la función propia de la disposiciónmoral consiste en que estemos bien o mal dispuestosrespecto de las diversas cosas que estos sentimientosprovocan. Estar bien dispuesto significa no incurrir en elexceso, ni en el defecto. Y así la disposición es buenarespecto a las cosas que pueden merecer alabanza, cuando semantiene en esta especie de término medio. La disposiciónes mala cuando se incurre en el exceso o en el defecto.Puesto que la virtud cuando ocupa el medio entre lasafecciones, y que las afecciones o, en otros términos laspasiones del alma son penas o placeres, no hay virtud sinplacer o sin pena. Esto nos prueba también, de una manerageneral, que la virtud tiene relación con las penas y con losplaceres del alma. Podría objetarse a esta teoría que haytambién otras pasiones respecto de las que no consiste elvicio ni en el exceso ni en el defecto, por ejemplo, eladulterio; el hombre que le comete no puede seducir más omenos a las mujeres libres que ha perdido. Pero al hacer esta

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    objeción no se echa de ver que este vicio y cualquiera otroanálogo que pudiera citarse están comprendidos en el placerculpable de la relajación; y que, presentado desde este puntode vista, sea un exceso, sea un defecto, es reprensible delmismo modo que todos los demás.

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    CAPÍTULO IXEL DEFECTO Y EL EXCESO SON LO

    CONTRARIO DEL TÉRMINO MEDIO EN QUECONSISTE LA VIRTUD

    Después de lo dicho es necesario explicar qué es locontrario de este término medio en que consiste la virtud.¿Es el exceso? ¿Es el defecto? Hay ciertos medios cuyocontrario es el defecto; hay otros en que es el exceso. Y así,lo contrario del valor no es la temeridad, que es un exceso;es la cobardía, que es un defecto. No sucede así respecto a latemplanza, que es un medio entre la corrupción sin freno yla insensibilidad en lo que concierne al placer, puesto que locontrario no es la insensibilidad, que es un defecto y así lacorrupción, que es un exceso. Por lo demás, pueden los dosextremos ser, a la vez, contrarios al medio, lo mismo elexceso que el defecto, porque el medio incurre en defectosrelativamente al exceso e incurre en exceso relativamente aldefecto. Esto nos explica por qué los pródigos tienen porfaltos de generosidad a los hombres generosos, y por qué losque no son generosos tratan a los que lo son como si fueranverdaderamente pródigos; así como los temerarios y los

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    imprudentes consideran a los valientes como cobardes, y loscobardes llaman a los valientes temerarios y locos.

    Dos motivos hay para que se consideren el exceso y eldefecto como los contrarios del término medio. Por depronto puede mirarse sólo a la cosa misma, y ver a cuál delos dos extremos se aproxima o de cuál se aleja el medio. Porejemplo, se puede preguntar si es la prodigalidad o la avariciala que más se aleja de la verdadera generosidad, y como laprodigalidad parece aproximarse más a la generosidad,resulta que está la avaricia más distante del medio. Las cosasmás lejanas del medio parecen igualmente las más contrarias.Si sólo nos atenemos a la cosa misma, el defecto, en estecaso, parecerá más contrario al medio que el otro extremo.Pero hay un segundo recurso para apreciar estas diferencias,y es el siguiente: las tendencias a que más nos arrastra lanaturaleza son también las más contrarias al medio: porejemplo, la naturaleza nos arrastra al desarreglo y a ladisipación más que a la economía y a la templanza. Lastendencias que son naturales no hacen más que aumentarsemás y más, y las cosas a que sin cesar nos inclinamos y nosentregamos mucho más a la disipación que a la templanza, yentonces el exceso y no el defecto es el que aparece comomás contrario al medio, porque la disipación es lo contrario ala prudencia, y es un exceso culpable.

    Hemos estudiado, pues, la naturaleza de la virtud, yhemos visto que es una especie de medio en las pasiones delalma. Y así, el hombre que quiera adquirir mediante sumoralidad una verdadera consideración, debe buscar concuidado el medio en cada una de las pasiones. De aquí por

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    qué es una obra grande en el hombre el ser virtuoso y bueno;porque en todas las situaciones es difícil encontrar estemedio. Por ejemplo, si es fácil, a cualquiera trazar un círculo,es muy difícil encontrar el verdadero centro de este círculo,una vez trazado. Esta comparación se aplica igualmente a lossentimientos morales. Tan fácil es encolerizarseconstantemente como permanecer en estado contrario aéste; pero mantenerse en un medio conveniente es cosa muydifícil. Por punto general se ve en todas las pasionesindistintamente que les fácil girar en torno del medio, peroque es difícil encontrar el que verdaderamente merecealabanza, y por esta razón es tan rara la virtud.

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    CAPITULO XLA VIRTUD Y EL VICIO DEPENDEN DEL

    HOMBRE Y SON VOLUNTARIOS

    Puesto que hablamos de la virtud, será convenienteexaminar, visto lo que precede, si puede o no puedeadquirirse, o si, como pretendía Sócrates, no depende denosotros el ser buenos o malos. "Preguntad -decía él- a unhombre, sea el que sea, si quiere ser bueno o malo, y veréiscon seguridad que no hay ninguno que prefiera nunca servicioso. Haced la misma prueba con el valor, con la cobardíay con todas las demás virtudes, y tendréis siempre el mismoresultado." Sócrates deducía de aquí que, si hay hombresmalos, lo son a pesar suyo, y, por consiguiente, que loshombres, a su juicio, son virtuosos sin la menor intervenciónde ellos mismos. Este sistema, diga lo que quiera Sócrates,no es verdadero. Pues de serlo, ¿para qué el legisladorprohibe las malas acciones y ordena las buenas y virtuosas?¿Por qué impone penas al que comete acciones malas o nocumple con las buenas que le prescribe? Bien insensato seríael legislador que dictara leyes sobre cosas cuyo cumplimientono depende de nuestra voluntad. Pero no hay nada de eso,

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    porque de los hombres depende ser buenos o malos, y loprueban las alabanzas y reprensiones de que son objeto lasacciones humanas. La alabanza va dirigida a la virtud y larepresión al vicio; y es claro que ni la una ni la otra podríanaplicarse a actos involuntarios. Por consiguiente, desde estepunto de vista depende de nosotros hacer el bien o hacer elmal.

    Se ha intentado hacer una especie de comparación paraprobar que el hombre no es libre. "¿Por qué, se dice, cuandoestamos enfermos o somos feos no se nos reprende?" Éstees un error; reprendemos vivamente a los que creemos queson causa de su enfermedad o de su fealdad; porque creemosque en esto mismo hay algo de voluntario. Pero la voluntad yla libertad se aplican principalmente al vicio y a la virtud.

    He aquí una prueba más concluyente aún. En lanaturaleza toda cosa es capaz de engendrar una substanciaigual a ella misma; por ejemplo, los animales y los vegetalesque vemos reproducirse. Las Cosas se reproducen en virtudde ciertos principios, como la planta se produce mediante lasemilla, que en cierta manera es su principio. Pero lo quenace de los principios, y según ello, es absolutamentesemejante a los mismos esto puede verse con más claridaden la geometría. Sentados en esta ciencia ciertos principios,las consecuencias que proceden de ellos son absolutamentecomo los principios mismos. Por ejemplo, si los tres ángulosde un triángulo son iguales a dos rectos, y los de uncuadrado iguales a cuatro rectos, desde el momento que laspropiedades del triángulo varíen, variarán también las delcuadrilátero; porque aquellas proposiciones son recíprocas, y

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    si el cuadrado no tuviese sus ángulos iguales a cuatro ángulosrectos, tampoco el triángulo tendría los suyos iguales a dosrectos.

    Esto tiene lugar igualmente y con una perfectasemejanza respecto del hombre. El hombre también puedeengendrar substancias, y, en virtud de ciertos principios y deciertos actos que ejecuta puede producir las cosas queproduce. ¿Ni cómo podría suceder de otra manera? Ningunode los seres inanimados puede obrar en el verdadero sentidode esta palabra, así como entre los seres animados ningunoobra realmente, excepto el hombre. Por consiguiente, elhombre produce actos de cierta especie. Pero como los actosdel hombre mudan sin cesar a nuestros ojos, y jamáshacemos idénticamente las mismas cosas; y como, por otraparte, los actos producidos por nosotros lo son en virtud deciertos principios, es claro que tan pronto como los actosmudan, los principios de estos, actos mudan también, comolo hemos hecho ver en la comparación tomada de lageometría. El principio de la acción, buena o mala, es ladeterminación, es la voluntad y todo lo que en nosotros obrasegún la razón. Pero la razón y la voluntad, que inspirannuestros actos, mudan también, puesto que nosotroshacemos que muden nuestros actos con plena voluntad. Porconsiguiente, el principio y la determinación mudan comomudan aquéllos; es decir, que este cambio es perfectamentevoluntario. Por tanto, y como conclusión final, sólo denosotros depende el ser buenos o malos.

    "Pero, se dirá quizá, puesto que de mí sólo depende serbueno, seré, si quiero, el mejor de los hombres." No, eso no

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    es posible como se imagina. ¿Por qué? Porque semejanteperfección no tiene lugar ni aun para el cuerpo. Podrácuidarse o acicalarse el cuerpo cuanto se quiera, pero no poresto se conseguirá que sea el cuerpo más hermoso delmundo. Porque no basta el cuidado más esmerado, puestoque se necesita, además, que la naturaleza nos haya dotadode un cuerpo perfectamente bello y perfectamente sano. Conel esmero, el cuerpo aparecerá mejor, pero no por eso será elmejor organizado entre todos los demás. Lo mismo sucederespecto al alma. Para ser el más virtuoso de los hombres nobasta quererlo si la naturaleza no nos auxilia; pero se serámucho mejor, si hay esta noble resolución.

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    CAPITULO XITEORIA DE LA LIBERTAD EN EL HOMBRE

    Después de haber demostrado que la virtud depende denosotros, es preciso tratar del libre albedrío y explicar lo quees el acto libre y voluntario, porque tratándose de la virtud ellibre albedrío es el punto verdaderamente esencial. Lapalabra voluntario designa, absolutamente hablando, todo loque hacemos sin vernos precisados por una necesidadcualquiera. Pero esta definición exige, quizá, que se la aclarepor medio de algunas explicaciones. El móvil que nos haceobrar es, en general, el apetito. Pueden distinguirse tresespecies de apetitos: el deseo, la cólera y la voluntad.Indaguemos, en primer lugar, si la acción a que nos obliga eldeseo es voluntaria o involuntaria. No es posible que seainvoluntaria. ¿Por qué? ¿Y de dónde nace esto? Todo lo quehacemos que no proceda de nuestra libre voluntad sólo lohacemos por una necesidad que nos domina; y en todo loque se hace por necesidad advertimos un cierto dolor comosu resultado. El placer, por lo contrario, es una consecuenciade lo que hacemos movidos por el deseo. Así, pues, las cosasque se hacen por el deseo no pueden ser involuntarias, por

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    lo menos en este sentido, y antes bien son ciertamentevoluntarias. Es cierto que a esta teoría podría oponerse laque se ha ideado para explicar la intemperancia: "nadie, sedice, hace el mal por mero gusto, sabiendo que es el mal, y,por tanto, el intemperante incapaz de dominarse, sabiendoque lo que hace es malo, no por eso se abstiene de hacerlo, yes porque sigue el impulso de su deseo. No obra con unavoluntad libre y se ve arrastrado por una necesidad fatal.”

    Refutaremos esta objeción con el mismo razonamientosentado más arriba. No, el acto que provoca el deseo no esun acto necesario, porque el placer es el resultado del deseo,y lo que se hace por placer jamás nace de una necesidadinevitable. También se puede probar de otra manera que elhombre estragado obra con plena voluntad, porque, alparecer, no puede negarse que los hombres injustos soninjustos voluntariamente; es así que los hombres estragadosson injustos y comenten una injusticia; luego, el hombrecorrompido, que no es dueño de sí mismo, cometevoluntariamente los actos de intemperancia que ejecuta.

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    CAPÍTULO XIICONTINUACION DE LA REFUTACION

    PRECEDENTE

    Hay otra objeción que se opone a nuestra teoría, y conla que se intenta demostrar que la intemperancia no esvoluntaria. "El hombre templado, se dice, ejecuta los actosde templanza por un acto propio de su voluntad, porque sele estima por su virtud, y la estimación sólo recae sobre actosvoluntarios. Pero si lo que se hace según el deseo natural esvoluntario, todo lo que se hace contra este deseo esinvoluntario; es así que el hombre templado obra contra eldeseo, luego se sigue de aquí que el templado no esvoluntariamente templado." Pero evidentemente éste es unerror, pues que resulta que lo que se hace según el deseotampoco es voluntario.

    Un sistema del todo semejante se aplica a los actos quese refieren a la cólera, porque los mismos razonamientos quevalen respecto del deseo valen igualmente respecto a lacólera, y presentan la misma dificultad, puesto que se puedeser templado e intemperante en punto a la cólera.

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    La última de las especies que hemos distinguido entrelos apetitos es la voluntad, y nos falta indagar si es libre. Loshombres desarreglados y los intemperantes quieren hastacierto punto los actos culpables a que se precipitan, y puededecirse, por tanto, que tales hombres hacen el malqueriéndolo. Pero se objetará aún: nadie hacevoluntariamente el mal sabiendo que es mal; es así que elintemperante, que sabe bien que lo que hace es malo, noobra con voluntad; luego, no es libre, y la voluntad tampocolo es. Con este precioso razonamiento se suprimenradicalmente el desorden y el hombre desordenado. Si elintemperante no es libre, no es reprensible, pero elintemperante es reprensible; luego, obra voluntariamente;luego, la voluntad es libre. Por lo demás, como en todo estoaparecen razonamientos contradictorios, será bueno explicarcon mayor claridad qué es el acto voluntario y libre.

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    CAPÍTULO XIIIDEFINICIÓN DE LA FUERZA O VIOLENCIA

    Expliquemos, ante todo, lo que se entiende por fuerzao violencia y por necesidad. La violencia se encuentratambién en los seres inanimados. Así se ve que a cada una delas cosas inanimadas se ha señalado un sitio especial: porejemplo, el lugar del fuego es lo alto, y el de la tierra lo bajo.Pero, empleando una especie de violencia, puede hacerseque la piedra suba y que el fuego baje. Con mas razón esposible violentar al ser animado: por ejemplo, se puedeobligar a un caballo a que se separe de la línea recta pordonde corre, haciéndole que cambie la dirección y vuelvapor donde vino. Y así, siempre que fuera de los seres existeuna causa que los obliga a ejecutar lo que contraría sunaturaleza o su voluntad, se dice que estos seres hacen porfuerza lo que hacen. De otra manera, el hombre desarregladoque no se domina reclamará y sostendrá que no esresponsable de su vicio, porque pretenderá que si comete lafalta es porque se ve forzado a ello por la pasión y el deseo.Ésta será, pues para nosotros la definición de la violencia yde la coacción: hay violencia siempre que la causa que obliga

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    a los seres a hacer lo que hacen es exterior a ellos; y no hayviolencia desde el momento que la causa es interior y queestá en los seres mismos que obran.

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    CAPITULO XIVDEFINICIÓN DE LAS IDEAS DE NECESIDAD Y

    DE LO NECESARIO

    El punto de las ideas de necesidad y de lo necesario espreciso decir que no se las puede aplicar indistintamente y atodas las cosas. Por ejemplo, jamás se aplica a lo quehacemos por placer, porque sería un absurdo decir que unose había visto forzado por el placer a seducir a la mujer de suamigo. Y así, la idea de la necesidad no es aplicableindistintamente a todas las cosas: sólo lo es a aquellas quenos son exteriores: por ejemplo, sí alguno se ha visto en lanecesidad de sufrir cierto mal para evitar otro mayor queamenazaba su fortuna. En este concepto yo mismo puedodecir: "Me veo forzado, por precisión, a ir apresuradamentea mi casa de campo, que si tardara sólo encontraría arruinadami cosecha." He aquí los casos en que puede decirse que haynecesidad.

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    CAPÍTULO XVDEL ACTO VOLUNTARIO

    No pudiendo consistir el acto voluntario en unimpulso ciego, es preciso que proceda siempre delpensamiento; porque si el acto involuntario es el que severifica por necesidad y por fuerza, es justo que añadamos,como tercera condición, que tiene también lugar cuando nohan mediado la reflexión y el pensamiento. Los hechosdemuestran esta verdad. Cuando un hombre hiere, y, si sequiere, mata a otro, o comete un acto semejante sin ningunapremeditación, se dice que lo ha hecho contra su voluntad, yesto prueba que se coloca siempre la voluntad en unpensamiento previo. Así es cómo se cuenta de una mujerque, habiendo dado a beber a su amante un filtro yhabiéndose muerto éste de sus resultas, fue ella absuelta porel Areópago ante el cual se la obligó a comparecer; y si eltribunal la absolvió fue por el motivo sencillo de que nohabía obrado con premeditación. Esta mujer dio el brebajepor cariño, sólo que se equivocó completamente. El acto nopareció voluntario, porque no dio el filtro con intención dematar a su amante. Aquí se ve que lo voluntario se da en loque se hace con intención.

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    CAPITULO XVIDE LA PREFERENCIA REFLEXIVA

    Nos resta aún por examinar si la preferencia reflexiva,que determina nuestra elección, debe o no pasar por unapetito. El apetito se encuentra en los demás animales comoen el hombre, pero la preferencia que escoge no aparece enellos. La causa de esto es que la preferencia va siempreacompañada de la razón, y de la razón no participa ningúnotro animal. De aquí podría concluirse que la preferencia noes un apetito. Pero, cuando menos, la preferencia ¿no es lavoluntad? ¿O tampoco lo es? La voluntad puede aplicarsehasta a las cosas imposibles; por ejemplo, podemos quererser inmortales. Pero nosotros no preferimos esto por efectode una elección reflexiva. Además, la preferencia no se aplicaal objeto mismo que se busca, sino a los medios queconducen a él; por ejemplo, no puede decirse que se prefierela salud, sino que se prefieren, entre las cosas, las que laprocuran, como el paseo, el ejercicio, etc., y lo que queremoses el fin mismo, puesto que queremos la salud. Estadistinción nos indica, evidentemente, la profunda diferenciaque hay entre la voluntad y la preferencia reflexiva que

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    decide de nuestra elección. La preferencia, como su nombrelo expresa claramente, significa que preferimos tal cosa a talotra; por ejemplo, lo mejor, a lo menos bueno. Cuandocomparamos lo menos bueno con lo mejor y tenemoslibertad de elección, entonces puede decirse propiamenteque hay preferencia.

    La preferencia no se confunde ni con el apetito ni con lavoluntad. ¿Pero el pensamiento es, en el fondo, lapreferencia? ¿0 bien la preferencia no es tampoco elpensamiento? Pensamos e imaginamos una multitud decosas en nuestro pensamiento. Pero lo que pensamos,¿puede ser también objeto de nuestra preferencia y denuestra elección? ¿O no puede ser? Por ejemplo, pensamosmuchas veces en los sucesos que pasan entre los indios; ¿ypodemos aplicar nuestra preferencia a esto como aplicamosnuestro pensamiento? Por esto se ve que la preferencia no seconfunde absolutamente con el pensamiento.

    Puesto que la preferencia no se refiere aisladamente aninguna de las facultades del espíritu que acabamos deenumerar y que son todos los fenómenos del alma, esnecesario que la preferencia sea la combinación de algunasde estas facultades tomadas dos a dos. Pero como lapreferencia o la elección se aplica. como acabo de decir, noal fin mismo que se busca, sino a los medios que a élconducen; como, por otra parte, sólo se aplica a cosas quesean posibles, y en los casos en que ocurre la cuestión desaber si tal o cual cosa debe ser escogida, es claro que espreciso pensar previamente sobre estas cosas y deliberarsobre ellas, y solamente después que nos ha parecido

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    preferible uno de los dos partidos, y después de bienreflexionado, es cuando se produce en nosotros ciertoimpulso que nos lleva a ejecutar la cosa. Entonces, obrandode esta manera, podemos decir que obramos por preferencia.

    Luego, si la preferencia es una especie de apetito y dedeseo precedido y acompañado de un pensamiento reflexivo,el acto voluntario no es un acto de preferencia. En efecto,hay una multitud de actos que hacemos con plena voluntadantes de haber pensado y reflexionado en ellos. Nossentamos, nos levantamos y realizamos otras mil accionesvoluntarias sin pensar ni remotamente en ellas, al paso que,visto lo que se acaba de decir, todo acto que se hace porpreferencia siempre va acompañado de pensamiento. Eneste concepto, el acto voluntario no es un acto depreferencia, pero el acto de preferencia siempre esvoluntario; y si preferimos hacer tal o cual cosa después deuna madura deliberación, la hacemos con plena y enteravoluntad. Legisladores ha habido, aunque en corto número,que han hecho la distinción entre el acto voluntario y el actopremeditado, formando con ellos distintas clases, eimponiendo penas menores por los actos de voluntad quepor los de premeditación.

    La preferencia sólo cabe en las cosas que el hombrepuede hacer, y en los casos en que depende de nosotrosobrar o no obrar, obrar de tal manera o de tal otra, en unapalabra, en todas las cosas en que puede saberse el porqué delo que se hace. Pero el porqué o la causa no esabsolutamente simple. En geometría, cuando se dice que elcuadrilátero tiene sus cuatro ángulos iguales a cuatro ángulos

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    rectos, y se pregunta el porqué, se responde: porque eltriángulo tiene sus tres ángulos iguales a dos rectos. En lascosas de este género, remontándose a un principiodeterminado, al instante se sabe el porqué. Pero en los casosen que es preciso obrar y en que son posibles la elección y lapreferencia, no sucede lo mismo, porque ningunapreferencia es fija, si está determinada. Mas si se pregunta:¿por qué habéis hecho eso? no se puede menos deresponder: porque no podía hacerlo de otra manera: o bien,porque tuve eso por mejor. Se escoge el partido que parecemejor sólo en vista de las circunstancias, porque éstas son lasque nos deciden a obrar. Además, en las cosas de este géneroes posible la deliberación para saber cómo se debe obrar.Pero es muy distinto cuando se trata de cosas que se saben aciencia cierta. No hay precisión de deliberar para saber cómose escribe el nombre de Arquicles, porque su ortografía lodice, y se sabe positivamente cómo debe escribirse. Si enesto se comete una falta, no está en el espíritu: estaráúnicamente en el acto mismo de escribir. Y es que en todoslos casos en que no cabe error en el espíritu no se delibera, ysólo en las cosas en que la manera cómo éstas deben de serno está exactamente determinada es cuando puede tenerlugar el error. Pero la indeterminación se encuentra en todaslas cosas que el hombre puede hacer, y en todas aquellas enque puede ser la falta doble y en dos sentidos diferentes. Nosengañamos en las cosas que tocan a la acción, y, porconsiguiente, también en las cosas que se refieren a lasvirtudes. Fijos los ojos en la virtud, nos extraviamos, sinembargo, en los caminos que nos son naturales y conocidos.

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    Entonces puede encontrarse la falta lo mismo en el excesoque en el defecto, y podemos vernos arrastrados a uno o aotro de estos extremos por el placer o por el dolor. El placernos arrastra a obrar mal, y el dolor a huir del deber y delbien.

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    CAPITULO XVIICONTINUACION DE LA TEORIA PRECEDENTE

    Añado a lo dicho que el pensamiento no se parece ennada a la sensación. La vista no puede hacer absolutamenteotra cosa que ver, ni el oído otra cosa que oír. Y así no cabedeliberación para saber si es preciso oír o ver por el oído. Encuanto al pensamiento, es cosa muy distinta, porque puedehacer tal o cual cosa, y aquí tiene ya lugar la deliberación. Esposible engañarse en la elección de los bienes que noconstituyen directamente el fin que se busca, porque conrespecto al fin mismo todos están perfectamente de acuerdo;por ejemplo, todo el mundo conviene en que la salud es unbien. Pero cabe engaño con respecto a los medios queconducen a este fin, y así se pregunta si es bueno para lasalud comer o no comer tal o cual cosa. El placer y la penason, principalmente, los que en estos casos nos hacenincurrir en equivocaciones y en faltas, porque huimossiempre de la última y corremos tras el primero.

    Ahora que ya sabemos en qué y cómo son posibles elerror y la falta, es preciso que digamos a qué va unida y a quéaspira la virtud. ¿Es al fin mismo? ¿Es sólo a las cosas que

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    conducen a él? Por ejemplo: ¿es al bien mismo a que seaspira? ¿O, simplemente a las cosas que contribuyen al bien?Pero, ante todo, ¿qué es lo que toca hacer a la ciencia en estepunto? ¿Pertenece a la ciencia de la arquitectura definir bienel fin que se propone al hacer una construcción? ¿O sólo lecorresponde conocer los medios que conducen a este fin?Fijo bien éste, que no es otro que el de hacer una casa sólida,sólo al arquitecto toca procurar y encontrar todo lo que senecesita para realizar su obra. La misma observación puedehacerse respecto a todas las demás ciencias.

    Lo mismo deberá suceder respecto a la virtud; es decir,que su verdadero objeto será ocuparse del fin que debeconstantemente proponerse como bueno y como posible,más bien que de los medios que conducen a este fin. Sólo elhombre virtuoso sabe procurar y encontrar lo que constituyeeste fin, y lo que debe hacer para alcanzarlo. Es, pues, muynatural que la virtud se proponga este fin, que es propio deella, en todas estas cosas en que el principio de lo mejor es, ala vez, el que puede realizarlo y el que puede proponerlo. Porconsiguiente, la virtud es lo mejor que hay en el mundo,porque por ella se hace todo lo demás y porque es la quecontiene el principio de todo. Las cosas que contribuyen alfin que uno se propone están sólo hechas para este fin. Porel contrario, el fin mismo representa, en cierta manera, elprincipio en vista del cual se hacen las demás cosas en lamedida en que cada una de ellas se relaciona con aquél. Asíse verifica respecto a la virtud, puesto que siendo el principiomejor y la mejor causa, aspira al fin mismo con preferencia alas cosas secundarias que conducen a él.

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    CAPÍTULO XVIIIEL VERDADERO FIN DE LA VIRTUD ES EL

    BIEN

    El verdadero fin de la virtud es el bien, y la virtud aspiramás a este fin que a las cosas que lo deben producirmediante a que estas cosas mismas forman parte de la virtud.Por verdadera que sea esta teoría, si se intentarageneralizarla, podría llegar a ser absurda; por ejemplo, enpintura podría ser uno un excelente copista, sin merecer poresto la menor alabanza, a no ser que se dedicaraexclusivamente a hacer copias perfectas. Pero lo propio de lavirtud, hablando absolutamente, es proponerse siempre elbien. "Más, se dirá quizá: ¿no habéis sentado antes que elacto vale más que la virtud misma? ¿Por qué ahora concedéisa la virtud como su más preciosa condición, no lo queproduce el acto, sino aquello en lo que no cabe actoposible?" Sin duda, lo dijimos, y ahora repetimos lo mismo.Sí, el acto es mejor que la simple facultad. Al observar a unhombre virtuoso, sólo podemos juzgarle por sus acciones,porque es imposible ver directamente la intención, quepueda tener. Si pudiéramos siempre conocer en los

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    pensamientos de nuestros semejantes su relación con el bien,el hombre virtuoso nos aparecería tal como es, sin tenernecesidad de obrar.

    Puesto que hemos enumerado, al hablar de las pasiones,algunos de los medios que constituyen la virtud, es precisoque digamos a cuáles de aquéllas se aplican estos medios.

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    CAPITULO XIXDEL VALOR

    Por lo pronto, hallándose el valor en relación con laaudacia y con el miedo, es bueno saber con qué especies demiedo y de audacia se relaciona. El que teme perder sufortuna, ¿es un cobarde sólo por este hecho? Y si uno semanifiesta firme cuando le ocurre una pérdida de dinero, ¿espor esto un hombre valiente? Más aún: ¿basta que uno tengamiedo o que se mantenga firme en una enfermedad paradecir que en un caso es cobarde y que en otro es valiente? Elvalor no consiste en estas dos clases de miedo y deserenidad. Tampoco consiste en despreciar el rayo y lostruenos, y todos los demás fenómenos terribles que estánfuera del alcance humano. Despreciarlos no es ser valiente;es ser un loco. Y así, el verdadero valor se manifiesta sólocuando recae sobre cosas respecto de las que es lícito alhombre tener miedo y audacia; y entiendo por tales las cosasque la mayor parte o todos los hombres temen. El quepermanece firme en tales situaciones es un hombre de valor.

    Sentado esto, como el hombre puede ser valiente de milmaneras, es necesario averiguar ante todo en que consiste

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    precisamente el ser valiente. Hay hombres valientes porhábito, como lo son los soldados, porque saben porexperiencia que en tal lugar, en tal momento y en talsituación no se va absolutamente a correr ningún peligro. Elhombre que cuenta con todas estas seguridades y que poreste motivo espera los enemigos a pie firme, no por esto esvaliente, porque si no se reunieran todas las condiciones queen tales casos se requieren, no sería capaz de esperar alenemigo. Por consiguiente, no se deben llamar valientes losque lo son por efecto del hábito y la experiencia. Y así,Sócrates no tuvo razón para decir que el valor es una cienciaporque la ciencia no se hace tal sino adquiriendo laexperiencia de ella por el hábito. Pero nosotros no llamamosvalientes a los que sólo arrostran los peligros por efecto desu experiencia, ni ellos mismos se atreverían a darse estenombre. Por consiguiente, el valor no es una ciencia. Puedeuno hasta ser valiente por lo contrario de la experiencia.Cuando no se sabe por la experiencia personal lo que puedesuceder, puede uno estar al abrigo del temor, a causa de suinexperiencia; y, ciertamente, tampoco puede tenerse porvalientes a los de esta clase. Hay otros que parecen valientespor la pasión que los anima: por ejemplo los amantes, losentusiastas, etcétera. Tampoco son éstos hombres de valor,porque si se les arranca la pasión de que están dominados,cesan en el acto de ser valientes. El hombre de verdaderovalor debe ser siempre valiente. Ésta es la razón porque nose atribuye valor a los animales. Por ejemplo, no se puededecir que los jabalíes son valientes, porque se defiendenllenos de irritación a causa de las heridas que reciben. El

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    hombre valiente no puede serlo bajo la influencia de lapasión.

    Hay otra especie de valor que podría llamarse social ypolítico. Vemos hombres que arrostran los peligros por notener que ruborizarse ante sus conciudadanos, y se nospresentan como si tuvieran valor. Puedo invocar aquí eltestimonio de Homero cuando hace decir a Héctor:

    Polidamas por de por de pronto me llenará de injurias.

    Y el bravo Héctor ve así en su interior un motivo paracombatir. Tampoco en nuestra opinión es éste el verdaderovalor, y una misma definición no podría aplicarse a todasestas clases de valor. Siempre que suprimiendo un ciertomotivo que hace obrar, el valor cesa, no puede decirse que elque obra por este motivo sea, en realidad, valiente. En fin,otros parece que tienen valor por la esperanza de algún bienque esperan; éstos tampoco son valientes, puesto que seríaun absurdo llamar valientes a los que sólo lo son de ciertamanera y en circunstancias dadas. Por consiguiente, en nadade lo que va dicho se encuentra el valor.

    ¿Quién es, en general, el hombre verdaderamentevaleroso? ¿Cuál es el carácter que debe tener? Para decirlo enuna palabra, el hombre valiente es el que no lo es porninguno de los motivos que quedan expresados, sino porquees de suyo siempre valiente, ya le observé alguno, ya nadie levea. Esto no quiere decir que el valor aparezcaabsolutamente sin pasión y sin motivo, sino que es precisoque el impulso nazca de la razón, y que el móvil sea el bien y

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    el deber. El hombre que, guiado por la razón y por el deber,marcha al peligro sin temerle, este hombre es valiente, y elvalor exige precisamente estas condiciones. Pero no debeentenderse que el hombre valiente carezca de miedo en elsentido de no experimentar accidentalmente la menoremoción de temor. No es ser valiente el no temerabsolutamente nada, porque si tal cosa pudiera admitirse,vendríamos a parar en que las piedras y las cosas inanimadasson valientes. Para tener verdaderamente valor, es precisosaber temer el peligro y saber arrostrarle, porque si searrostra sin temerlo, ya no se es valiente. Además, como yadijimos arriba, al dividir las especies de valor, éste no seaplica a todos los temores ni a todos los peligros; sólo seaplica directamente a los que pueden amenazar la vida.Tampoco el verdadero valor tiene lugar en un tiempocualquiera, ni en cualquier caso, sino en aquellos lances enque los temores y los peligros son inminentes, ¿Será unovaliente, por ejemplo, por temer un peligro que no puedaverificarse hasta año después? Muchas veces se cuenta unoseguro porque ve el peligro lejano, y se muere de miedocuando está cerca.

    Tal es la idea que nos formamos del valor y del hombreverdaderamente valiente.

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    CAPITULO XXDE LA TEMPLANZA

    La templanza ocupa el medio entre el desarreglo y lainsensibilidad en punto a placeres. La templanza, como engeneral todas las virtudes, es una excelente disposiciónmoral, y una excelente disposición sólo puede aspirar a loexcelente. Lo excelente en este género es el medio entre elexceso y el defecto. Los dos extremos contrarios nos hacenigualmente reprensibles, y lo mismo pecamos cayendo en eluno que en el otro. Puesto que lo mejor es el medio, latemplanza ocupará el medio entre el desarreglo y lainsensibilidad, y será el término medio entre estos extremos.Pero si la templanza se refiere a los placeres y a las penas, nose aplica ni a todas las penas ni a todos los placeres, porqueno aparece indistintamente en todos los casos en que lasunas o los otros se producen. Y así, por tener el placer de verun cuadro, una estatua, o cualquier otro objeto análogo, nomerecerá el que lo haga el título de intemperante ydesarreglado. Lo mismo sucede con respecto a los placeresdel oído o del olfato. ¿Pero puede tener lugar con respecto alos placeres del tacto o del gusto? No será templado con

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    respeto a los placeres un hombre, ni aun respecto de estosplaceres particulares, porque no experimente emoción bajola influencia de ninguno de ellos, porque entonces sería unhombre insensible. Pero será templado si, sintiéndola, no sedeja dominar por ellos hasta el punto de despreciar todos susdeberes por el ansia de gozarlos con exceso; y la verdaderatemplanza consistirá en permanecer prudente y moderadoúnicamente por el motivo de que se debe ser, porque si seabstiene de todo exceso en estos placeres, por temor o porotro sentimiento análogo, esto ya no se llama templanza.Fuera del hombre, jamás diremos de los animales que sontemplados, porque no poseen la razón, que podría servirlespara distinguir y escoger lo que es bueno; y toda virtud seaplica al bien y sólo con el bien tiene relación. En resumen,puede decirse que la templanza se refiere a los placeres y alas penas, pero sólo a los que nos pueden dar los sentidos deltacto y del gusto.

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    CAPITULO XXIDE LA DULZURA

    En seguida de lo dicho podemos hablar de la dulzura, ymostrar lo que es y en qué consiste. Digamos, ante todo, quela dulzura es un medio entre el arrebato, que conducesiempre a la cólera, y la impasibilidad que no puede nuncallegar a sentirla. Ya hemos visto que todas las virtudes, engeneral, son medios. Esta teoría fácilmente podría probarsesi hubiera necesidad de hacerlo, y bastaría, al efecto, fijarseen que en todas las cosas lo mejor ocupa el medio, que lavirtud es la mejor disposición, y que siendo lo mejor elmedio, la virtud es, por consiguiente el medio. La exactitudque de esta observación será tanto más evidente cuanto másse la compruebe en cada caso particular. El hombre irasciblees el que se irrita contra todo el mundo en todo caso y másallá de los límites debidos. Es una disposición muyreprensible, porque no conviene irritarse contra todo elmundo, ni por todas las cosas, ni de todas maneras, nisiempre; lo mismo que no conviene tampoco no irritarsejamás, por ningún motivo, ni contra nadie. Este exceso deimpasibilidad es tan reprensible como el otro. Pero si uno se

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    hace reprensible por incurrir en exceso o en defecto, el quesabe permanecer en el verdadero medio es, a la vez, dulce ydigno de alabanza. No es posible aprobar el carácter del queexperimenta muy vivamente el sentimiento de la cólera, ni eldel que apenas lo siente; pero se llama verdaderamente dulceal que sabe mantenerse en lo justo entre estos dos extremos.Así, pues, la dulzura es el medio entre las pasiones queacabamos de describir.

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    CAPÍTULO XXIIDE LA LIBERALIDAD

    La liberalidad es el medio entre la prodigalidad y la avaricia,dos pasiones que tienen por objeto el dinero. El pródigo esel que gasta en cosas que no debe, más que debe y cuandono debe. El avaro, al contrario del pródigo, es el que nogasta en lo que debe, ni lo que debe, ni cuando debe. Ambosson igualmente reprensibles. El uno cae en un extremo porfalta, el otro en el opuesto por exceso. El hombreverdaderamente liberal, puesto que merece alabanza, ocupael medio entre estos dos; y el liberal es el que gasta en lascosas que es preciso, lo que es preciso y cuando es preciso.

    Por otra parte, hay más de una especie de avaricia, yentre las personas liberales es preciso distinguir los quellamamos cicateros, capaces de dividir un grano de anís endos partes; los avarientos, que no retroceden jamástratándose de ganancias vergonzosas, y los tacaños, queexageran a cada momento hasta sus menores gastos. Todosestos matices están comprendidos en la denominacióngeneral de la avaricia, porque el mal tiene una infinidad deespecies, mientras que el bien no tiene más que una; por

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    ejemplo, la salud es simple, y la enfermedad viste mil formas.Lo mismo sucede con la virtud, que es simple, mientras queel vicio es múltiple, y así todos los que acabamos de señalarson indistintamente reprensibles en punto a dinero. ¿Pero elhombre liberal debe adquirir y amontonar riquezas? ¿O debedesentenderse de este cuidado? Las demás virtudes están enel mismo que ésta; no compete, por ejemplo, al valorfabricar armas, porque esto es objeto de otra ciencia, pero alvalor corresponde cogerlas para servirse de ellas. Lo mismosucede con la templanza y con las demás virtudes sinexcepción. No es a la liberalidad que toca adquirir dinero;este cuidado corresponde a la ciencia de la riqueza ocrematística.

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    CAPÍTULO XXIIIDE LA GRANDEZA DE ALMA

    La grandeza de alma es una especie de medio entre lainsolencia y la bajeza. Se refiere al honor y al deshonor; perono al honor de que juzga el vulgo, sino a aquel del que sonúnicos jueces hombres de bien, y el cual es al que atiende lagrandeza del alma. Los hombres de bien que conocen lascosas y las aprecian en su justo valor concederán suestimación al, que merezca semejante honor; y el magnánimopreferirá siempre la estimación ilustrada de un corazón quesabe cuán verdaderamente estimable es el suyo. Pero elmagnánimo no aspira a los honores sin distinción; sólo sefijará en el más elevado, y ambicionará este precioso bien,con el único fin de que pueda elevarle hasta la altura de unprincipio. Los hombres despreciables y viciosos, que,creyéndose ellos mismos dignos de los mayores honores,miden por su propia opinión la consideración que exigen,son los que pueden llamarse insolentes. Por lo contrario, losque exigen menos que lo que se les debe de justicia pruebantener un alma mezquina. Entre estos dos extremos ocupa elmedio el que no exige para sí menos honores de los que le

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    corresponden, ni quiere mas de los que merece, ni pretendetampoco monopolizarlos. Éste es el magnánimo y, repito, lagrandeza de alma es el medio entre la insolencia y la bajeza.

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    CAPITUO XXIVDE LA MAGNIFICENCIA

    La magnificencia es el medio entre la ostentación y lamezquindad. Se refiere a los gastos que un hombre colocadoen alta posición debe saber hacer. El que gasta cuando nodebe gastar, es fastuoso y pródigo; por ejemplo, si a simplesconvidados que contribuyen con su escote a la comida se lestrata como si fueran convidados para una boda, será unaostentación y un fausto ridículo, porque se llama ostentaciónhacer alarde de su fortuna en ocasiones en que no deberíahacerse. La mezquindad, que es el defecto contrario alfausto, consiste en no saber gastar con grandeza cuandoconviene, o bien cuando, resuelto uno a hacer grandesgastos, por ejemplo, con ocasión de una oda o de unaceremonia pública, los regatea y no los hace de una maneraconveniente. Esto se llama ser mezquino. Se comprendeperfectamente que la magnificencia es tal como nosotros ladescribimos, aunque no sea más que por el nombre quelleva; pues porque, cuando llega la ocasión, hace las cosas engrande y cual conviene hacerlas, recibe con razón el nombrecon que se la conoce. Y así, la magnificencia, puesto que eslaudable, es un cierto medio entre el exceso y el defecto en

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    los gastos, según las circunstancias en que conviene hacerlos.A veces se quiere hacer distinción entre los rasgos demagnificencia: por ejemplo, hablando de su sujeto, se dice:"marcha magníficamente". Pero éstas y otras diversasacepciones sólo descansan en una metáfora, y entonces no seemplea esta palabra en su sentido especial. Hablando conpropiedad, no hay en estos casos verdadera magnificencia,porque sólo se encuentra en los límites en que nosotros lahemos encerrado.

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    CAPITULO XXVDE LA INDIGNACION QUE INSPIRA EL

    SENTIMIENTO DE LA JUSTICIA

    La justa indignación, en griego némesis, es el medioentre la envidia, que se desconsuela al ver la felicidad ajena, yla alegría malévola, que se regocija con los males de otro.Ambos son sentimientos reprensibles, y sólo el hombre quese indigna con razón debe merecer nuestra alabanza. La justaindignación es el dolor que se experimenta al ver la fortunade alguno que no la merece; y el corazón que se indignajustamente es el que siente las penas de este género.Recíprocamente, se indigna también al ver sufrir a alguno,una desgracia no merecida. He aquí lo que es la justaindignación y la situación del que se indigna justamente. Elenvidioso es todo lo contrario en cuanto está pesarososiempre de ver la prosperidad de otro, merézcala o no lamerezca. Como el envidioso, el malévolo, que se regocijacon el mal, se considera feliz al ver las desgracias de losdemás, sea o no ésta merecida. El hombre que se indigna ennombre de la justicia no se parece en nada ni a uno ni a otro,y ocupa el medio entre estos dos extremos.

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    CAPITULO XXVIDE LA DIGNIDAD Y DEL RESPETO DE SÍ MISMO

    EN LAS RELACIONES SOCIALES

    La gravedad y el respeto de sí mismo ocupan el medioentre la arrogancia, que sólo parece contenta consigo misma,y la complacencia, que indiferentemente se acerca a todo elmundo. La gravedad se aplica a las relaciones sociales. Elarrogante evita mucho el trato de las gentes y se desdeña dehablar a los demás. El nombre mismo que se le da en griegoparece que viene de su manera de ser. El arrogante es, encierta manera, autoades, es decir, contento de sí mismo, y sele llama así porque se gusta mucho a sí mismo. Elcomplaciente es el que se acomoda a toda clase de personas,bajo todas las relaciones y en todas las circunstancias.Ninguno de estos caracteres es digno de alabanza. Pero elhombre que se presenta digno y grave es digno deestimación, porque ocupa el medio entre estos extremos; nose acerca a todo el mundo y sólo busca los que son dignosde su trato. Tampoco huye de todo el mundo, y sí sólo deaquellos que merecen bien que se huya de trabar relacionescon ellos.

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    CAPITULO XXVIIDE LA MODESTIA

    La modestia es un medio entre la imprudencia, que norespeta nada, y la timidez, que ante todo se detiene. Lamodestia se muestra en las acciones y en las palabras. Elimprudente es el que todo lo dice y todo lo hace en todassituaciones, delante de todo el mundo, y sin ningúnmiramiento. El hombre tímido y embarazado, que es locontrario de éste, es el que toma toda clase depreocupaciones para obrar y para hablar con todo el mundoy en todos los negocios; se siente siempre como trabado eimpedido, y no sirve para nada. La modestia y el hombremodesto ocupan el medio entre estos extremos. El modestosabrá guardarse, a la vez, de decirlo y hacerlo todo, y entodas ocasiones, como el imprudente, así como dedesconfiar siempre y de todo, según hace el tímido, que contanta facilidad se desalienta. Así, el hombre modesto sabráhacer y decir las cosas donde, como y cuando convienehacerlas y decirlas.

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    CAPITULO XXVIIIDE LA AMABILIDAD

    La amabilidad es el medio entre la chocarrería y larusticidad, y tiene relación con la burla y la gracia. El bufón ochocarrero es el que se imagina que puede mofarse de todo yde todas maneras. La rusticidad, por lo contrario, es eldefecto del que cree que jamás debe burlarse de nadie, y quese incomoda si se burlan de él. La verdadera amabilidad estáentre estos dos extremos; no se burla ni de todo ni siempre,al paso que se mantiene lejos de una grosería rústica. Por lodemás, la amabilidad puede presentarse bajo dos fases; sabe,a la vez, divertirse con mesura y soportar, en caso contrario,las chanzonetas de los demás. Tal es el hombreverdaderamente amable, y tal la verdadera amabilidad que dalugar fácilmente al gracejo.

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    CAPITULO XXIXDE LA AMISTAD

    La amistad sincera es el medio entre la adulación y lahostilidad, y se muestra en los actos y en las palabras. Eladulador es el que concede a los demás más de lo queconviene y más de lo que tienen. El enemigo es el que niegalas dotes evidentes que posee la persona que aborrece.Excusado es decir que ninguno de estos dos caracteresmerece alabanza. El amigo sincero ocupa el verdaderomedio; no añade nada a las buenas cualidades que distinguena aquel de quien se habla, ni le alaba por las que no tiene,pero tampoco las rebaja, ni se complace jamás en contradecirsu propia opinión. Tal es el amigo.

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    CAPITULO XXXDE LA VERACIDAD

    La veracidad es el medio entre el disimulo y la jactancia.Sólo afecta a las palabras, y no indistintamente a todas. Eljactancioso es el que finge y se alaba de tener más de lo quetiene o de saber lo que no sabe. El hombre disimulado es locontrario; porque el que disimula finge tener menos quetiene, niega saber lo que : sabe y oculta lo que sabe. Elhombre verídico no hace ni lo uno, ni lo otro. No fingirátener más ni menos de lo que tiene, sino que diráfrancamente lo que tiene, así como dirá lo que sabe.

    Que sean éstas o no verdaderas Virtudes, es unacuestión distinta, pero es evidente que hay términos mediosen los caracteres que acabamos de bosquejar, puesto quecuando se guardan y se respetan estos límites en la conducta,merece elogios el que así lo hace.

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    CAPITULO XXXIDE LA JUSTICIA

    Réstanos ahora hablar de la justicia y explicar lo que es,en qué individuos se encuentra y a qué objeto se aplica.

    Ante todo, si estudiamos la naturaleza misma de lojusto, reconoceremos que es de dos clases. La primera es lojusto, según la ley, y en este sentido se llaman justas las cosasque la ley ordena. La ley prescribe, por ejemplo, actos devalor, actos de prudencia y, en general, todas las accionesque reciben su denominación conforme a las virtudes que lasinspiran. Por esta razón se dice también, hablando de lajusticia, que es una especie de virtud completa. En efecto, silos actos que la ley ordena son actos justos y la ley sóloordena los actos que son conformes con todas las diferentesvirtudes, se sigue de aquí que el hombre que observaescrupulosamente la ley y que ejecuta las cosas justas que ellaconsagra es completamente virtuoso. Por consiguiente,repito que el hombre justo y la justicia se nos presentancomo una especie de virtud perfecta. He aquí una primeraespecie de justicia, que consiste en los actos, y que se aplicaa, las cosas que acabamos de referir.

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    Pero no es esto, por completo, lo justo ni toda la justiciaque buscamos. En todos los actos de justicia, comprendidostal como la ley los comprende, el individuo que los realizapuede ser justo exclusivamente para sí mismo y frente afrente de sí mismo, puesto que el prudente, el valiente, eltemplado sólo tienen estas virtudes para sí y no salen de símismos. Pero lo justo que se refiere a otro es muy diferentede lo justo tal como resulta de la ley, porque no es posibleque el justo, que lo es relativamente a los demás, sea justopara sí sólo. He aquí, precisamente, lo justo y la justicia quequeremos conocer y que se aplican a los actos que acabamosde indicar. Lo justo que lo es relativamente a los demás, es,para decirlo en una sola palabra, la equidad, la igualdad; y loinjusto es la desigualdad. Cuando uno se atribuya sí mismouna parte de bien más grande o una parte menos grande demal, hay iniquidad, hay desigualdad; y entonces creen losdemás que aquél ha cometido y que ellos han sufrido unainjusticia. Si la injusticia consiste en la desigualdad, es unaconsecuencia necesaria que la justicia y lo justo consistan enla igualdad perfecta en los contratos. Otra consecuencia esque la justicia es un medio entre el exceso y el defecto, entrelo demasiado y lo demasiado poco. El que comete lainjusticia tiene, gracias a la injusticia misma, mas de lo quedebe tener; y el que la sufre, por lo mismo que la sufre, tienemenos de lo que debe tener.

    El hombre justo es el que ocupa el medio entre estosextremos.El medio o, lo que es lo mismo, la mitad, es igual; de talmanera que lo igual entre lo más y lo menos es lo justo, y el

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    hombre justo es el que en sus relaciones con los demás sóloaspira a la igualdad. La igualdad supone, por lo menos, dostérminos. La igualdad, en tanto que es relativa a los demás,es lo justo, y el hombre verdaderamente justo es el queacabo de describir y que no quiere más que la igualdad.

    Consistiendo la justicia en lo justo, en lo igual y en uncierto medio, lo justo sólo puede ser lo justo entre ciertosseres, lo igual no puede ser igual sino para ciertas cosas, y elmedio sólo puede ser el medio también entre ciertas cosas.De aquí se deduce que la justicia y lo justo son relativos aciertos seres y a ciertas cosas. Además, siendo lo justo loigual, lo igual proporcional o la igualdad y proporcional serátambién lo justo. Una proporción exige, por lo menos,cuatro términos, y, para formularla, es preciso decir, porejemplo: A es a B como C es a D. Otro ejemplo deproporción: el que posee mucho debe contribuir con muchoa la masa común, y el que posee poco debe contribuir conpoco. Recíprocamente, resulta una proporción igual diciendoque el que ha trabajado mucho, reciba mucho salario, y elque ha trabajado poco reciba poco. Lo que el trabajo mayores al menor, es también lo mucho a lo poco, y el que hatrabajado mucho está en relación con lo mucho, lo mismoque el que ha trabajado poco está en relación con lo poco.

    Ésta es la regla de proporción, relativa a la justicia, queparece haber querido aplicar Platón en su República: "Ellabrador -dice- produce trigo, el arquitecto construye la casa,el tejedor teje el vestido el zapatero hace el calzado. Ellabrador da el trigo al arquitecto, y, a su vez, éste le da lacasa; las mismas relaciones existen entre los demás

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    ciudadanos que cambian lo que poseen con lo que poseenotros". He aquí cómo se establece la proporción entre ellos.Lo que es el labrador respecto al arquitecto, el arquitecto loes recíprocamente respecto al labrador. La misma relacióntiene lugar con el tejedor, el zapatero y con todos los demás,entre los cuales subsiste siempre la misma proporción. Estaproporción es precisamente la que constituye y mantiene losvínculos sociales; y en este sentido ha podido decirse que lajusticia es la proporción, porque lo justo es lo que conservalas sociedades, y lo justo se confunde e identifica con loproporcional.

    Pero el arquitecto daba a su obra un valor mayor que elza- patero, y era difícil que el zapatero pudiese cambiar suobra con la del arquitecto, puesto que no podía hacerse conuna casa en lugar del calzado. Entonces se imaginó un mediode hacer todas estas cosas vendibles, y se resolvió, ennombre de la ley, que sirviera de intermediario en todas lasventas y compras posibles cierta cantidad de dinero, que sellamó moneda, en griego nomisma, del carácter legal quetiene, y para que, entregándose en todos los tratos los unos alos otros una cantidad en relación con el precio de cadaobjeto, se pudiese hacer toda clase de cambios y mantenerpor este medio el vínculo de la asociación política.Consistiendo lo justo en estas relaciones y las demás de quehe hablado arriba, la justicia, que enlaza estas relaciones, es lavirtud que pone al hombre en el caso de practicarespontáneamente todas las cosas de este orden con unaintención perfectamente reflexiva y de conducirse como seacaba de ver en todos estos casos.

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    También puede decirse que la justicia es el talión; perono en el sentido en que lo entendían los pitagóricos. Segúnéstos, lo justo consistía en que el ofensor sufriera el mismodaño que había hecho al ofendido. Esto no es posiblerespecto de todos los hombres sin excepción. La relación delo justo no es la misma la del sirviente al hombre libre, que ladel hombre libre al sirviente; el sirviente que golpea alhombre libre no debe recibir, en recta justicia, tantos golpescomo él dio; debe recibir más, puesto que el talión no esjusto sin la regla de proporción. Tanto como el hombre librees superior al esclavo, otro tanto el talión debe diferenciarsedel acto que da lugar a él. Y añado que, en ciertos casos, lamisma diferencia debe haber tratándose de dos hombreslibres. Si uno ha sacado un ojo a otro, no es justocontentarse con sacar un ojo al ofensor; porque es precisoque su castigo sea mayor conforme a la regla de proporción,puesto que el ofensor fue el primero que atacó y cometió eldelito. En estos dos conceptos se ha hecho culpable, y porconsiguiente la proporcion