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95 COMUNICAR 11, 1998; pp. 95-100 Temas El papel de los arquetipos en los actuales estereotipos sobre la mujer Ana Guil Bozal Ana Guil Bozal Sevilla Sevilla En el inconsciente colectivo de los individuos de una determinada cultura perviven una serie de arquetipos y estereotipos que condicionan su manera de ver y vivir el mundo. Los arquetipos de género han estado especialmente presentes en la cultura occidental condicionando de forma importante el papel de los hombres y las mujeres. La autora de este trabajo propone la toma de conciencia reflexiva sobre estos mitos para recorrer el «difícil camino de salida de sus dominios». Los arquetipos pueden ser considerados los ancestros de los actuales estereotipos. De alguna manera constituyen su arqueología, al ser los vestigios que quedan de los modelos prototípicos que estuvieron vigentes en cultu- ras primitivas y que han llegado hasta nuestros días a través de la mitología. Al igual que sucede con los personajes mitológicos, los modelos arquetípicos conju- gan hechos históricos con fantasías, realida- des con deseos, tragedias con miedos y temo- res; aglutinado todo ello con creencias religio- sas, valores éticos y prescripciones o proscrip- ciones morales sobre lo que se debe pensar, sentir y hacer. Son, por lo tanto, la base sobre la que se construyen nuestros valores. Al formar parte de nuestra herencia cultu- ral, los modelos arquetípicos perviven tam- bién en la actualidad en el inconsciente colec- tivo que todos introyectamos simplemente por el hecho de nacer en el seno de determinado grupo social. Son elementos básicos de lo que consideramos más profundo, más enraizado en el interior de nuestro propio ser, algo que permanece allí mientras no haya un contraste con la realidad exterior que nos obligue a replanteárnoslo. Y aun así, es difícil deshacer- se de este enorme peso arcaico. Eso es precisamente lo que sucede con las creencias estereotipadas sobre las característi- cas de los hombres y las mujeres en la actuali- dad. Cualquier persona piensa que las mujeres son de tal o cual manera y que eso es un hecho, que esas peculiaridades son atributos constitu- tivos de la esencia femenina que no admiten posibilidad alguna de debate.

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COMUNICAR 12, 1999

COMUNICAR 11, 1998; pp. 95-100

Temas

El papel de los arquetipos en losactuales estereotipos sobre la mujer

Ana Guil BozalAna Guil BozalSevillaSevilla

En el inconsciente colectivo de los individuos de una determinada culturaperviven una serie de arquetipos y estereotipos que condicionan su manera de ver y vivirel mundo. Los arquetipos de género han estado especialmente presentes en la culturaoccidental condicionando de forma importante el papel de los hombres y las mujeres.La autora de este trabajo propone la toma de conciencia reflexiva sobre estos mitos pararecorrer el «difícil camino de salida de sus dominios».

Los arquetipos pueden ser consideradoslos ancestros de los actuales estereotipos. Dealguna manera constituyen su arqueología, alser los vestigios que quedan de los modelosprototípicos que estuvieron vigentes en cultu-ras primitivas y que han llegado hasta nuestrosdías a través de la mitología.

Al igual que sucede con los personajesmitológicos, los modelos arquetípicos conju-gan hechos históricos con fantasías, realida-des con deseos, tragedias con miedos y temo-res; aglutinado todo ello con creencias religio-sas, valores éticos y prescripciones o proscrip-ciones morales sobre lo que se debe pensar,sentir y hacer. Son, por lo tanto, la base sobrela que se construyen nuestros valores.

Al formar parte de nuestra herencia cultu-ral, los modelos arquetípicos perviven tam-

bién en la actualidad en el inconsciente colec-tivo que todos introyectamos simplemente porel hecho de nacer en el seno de determinadogrupo social. Son elementos básicos de lo queconsideramos más profundo, más enraizadoen el interior de nuestro propio ser, algo quepermanece allí mientras no haya un contrastecon la realidad exterior que nos obligue areplanteárnoslo. Y aun así, es difícil deshacer-se de este enorme peso arcaico.

Eso es precisamente lo que sucede con lascreencias estereotipadas sobre las característi-cas de los hombres y las mujeres en la actuali-dad. Cualquier persona piensa que las mujeresson de tal o cual manera y que eso es un hecho,que esas peculiaridades son atributos constitu-tivos de la esencia femenina que no admitenposibilidad alguna de debate.

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No es de extrañar, pues, que pensadoresilustres de la talla, por ejemplo, de Miguel deUnamuno, hayan realizado alegremente lassiguientes afirmaciones:

«Hay un hecho, señores, que distinguegrandemente a los salvajes y los pueblos pri-mitivos de los amasados en la cultura y quellevan la civilización en las venas. La diferen-cia de la capacidad relativa del cráneo de lamujer al del hombre es mayor en los puebloscivilizados que en los que no lo están; entre lossalvajes, la mujer es tan inteligente como elhombre; entre los cultos, la diferenciación seha operado, y mientras el hombre llega a laedad adulta, la mujer apenas pasa de la infan-cia». Espíritu de la raza vasca, pág. 159 (to-mado de Juaristi, J. (1997): El bucle melancó-lico. Espasa Calpe, Madrid, pág. 168).

Ante este tipo de creencias huelgan razo-namientos, porque además aquí se está mane-jando una de las estrategias que –como másadelante abordaremos– con más fuerza se haesgrimido contra las mujeres: el reducirlas a lanaturaleza, mientras que el hombre, el varón,se hacía depositario de la cultura. No obstante,la evidencia poco a poco va desmontando estosancestrales argumentos. También la Psicolo-gía Social analiza cómo la mejor manera decambiar un estereotipo –que es el componentecognoscitivo de una actitud– es aportar conoci-mientos más acordes con la realidad que tirenpor tierra, que hagan caer por su propio peso,las anteriores creencias estereotipadas.

1. ¿Qué son los arquetipos?Uno de los autores que con más rigor ha

profundizado en el estudio de los arquetipos essin duda Carl Gustav Jung. Él llama imágenesarquetípicas a aquellos contenidos del incons-ciente del hombre moderno, que se asemejan alos productos de la mente del hombre antiguo.Al igual que el ser humano ha evolucionadofísicamente, conservando sin embargo vesti-gios del hombre primitivo, también en laevolución psíquica siguen coexistiendo restosprimitivos, pese a la innegable evolución de laHumanidad.

Ya Freud había observado y comentadocómo, con frecuencia, en el sueño surgen as-pectos que no son individuales y que no pue-den derivarse de la experiencia personal delsoñante. A esos elementos les llama «remanen-tes arcaicos, formas mentales cuya presenciano puede explicarse con nada de la propia vidadel individuo y que parecen ser formas aborí-genes, innatas y heredadas por la mente huma-na» (Jung, 1995: 67).

Continúa Jung argumentando que lasimágenes arquetípicas del inconsciente huma-no, son tan instintivas como la capacidad delas aves para emigrar y hacerlo en formación,como la de las hormigas para formar socieda-des organizadas, o como la danza de las abejaspara comunicar al enjambre la situación exac-ta de una fuente de alimento.

2. Los arquetipos de género en la cultura oc-cidental

Los pocos vestigios que conocemos deantiguas culturas prehistóricas matriarcales através de la mitología, si bien les reconocenimportantes avances que contribuyeron a queel género humano saliera de su condiciónprimitiva; por ejemplo la creación de un calen-dario lunar, una perfecta organización socialcomunitaria, la religión y el culto a los muertosy a la diosa madre tierra (Gea), origen de laagricultura, etc. (Bachofen, 1988), las hicie-ron, pese a ello, responsables de la mayoría delos males de la Humanidad. De las amazonasse cuenta, por ejemplo, que eran temibles gue-rreras que devoraban a sus amantes y a susenemigos. Las primitivas diosas matriarcales:Perséfone, diosa de las tinieblas y el submundo,Cibeles, de la superficie de la tierra y la agri-cultura y Tetis, diosa del mar, fueron en el ini-cio de los tiempos reemplazadas (perdiendotodo su poder efectivo y pasando a un segundoplano), por dioses patriarcales, Apolo y Dio-nisos fundamentalmente. Cambio mucho másprofundo que el que efectuaron los romanos alsimplemente sustituir el nombre a los diosesgriegos por nombres latinos, cuando alcanza-ron el poder.

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La transición del sistema matriarcal alpatriarcal es simbolizada en la cultura griegapor el «mito de Teseo» –patrón de Atenas– quevence al minotauro, que representaba para losgriegos al anterior régimen matriarcal. Elhecho de que el minotauro viviera en unlaberinto es muy significativo de cómo losgriegos concebían la mente femenina comoalgo fuera de la lógica, unauténtico laberinto. Teseo ade-más, es ayudado por otra mu-jer, Ariadna, con lo que depaso insinuaban que las muje-res por amor, son capaces dellegar a la mayor de las trai-ciones.

Parece que el descubri-miento del papel del varón enla fecundación de la mujer fueuna de las claves para su nece-sidad de control sobre ellas,aprovechando su preponde-rancia física. No sin gran tra-bajo, consiguieron sustituir lasantiguas culturas matriarcalesy, una vez que hubieron toma-do las riendas de la historia,guardaron a buen recaudo enla «caja de Pandora» todo lofemenino, como un maravi-lloso regalo inútil, imposiblede utilizar, puesto que no po-día ser abierto sin exponerse aque reinara nuevamente el caos al resurgir eldominio de la mujer.

Los múltiples arquetipos sobre lo femeni-no y lo masculino, por su enorme trascenden-cia en la formación de la identidad de género,no sólo han propiciado la distancia entre lossexos, sino que además han contribuido a ca-talogar determinados valores o determinadascaracterísticas como positivas o negativas:

Lo masculino fue considerado luz, sol, tiem-po, impulso, orden, exterioridad, frialdad, obje-tividad, razón, agresividad, combate, violen-cia, trascendencia, claridad, etc.

Lo femenino representaba profundidad,

intuición, noche, sombra, interioridad, natu-raleza, tierra, calor, sentimiento, pasión, caos,vitalidad, receptividad, suavidad, reposo, con-servación, defensa, etc.

Lo masculino era lo apolíneo, luminoso ydominador de las fuerzas del cosmos.

Lo femenino, lo dionisíaco, irracional einstintivo y pese a ello –porque esto no podía

ser negado ya que las mujeresdan a luz–, la afirmación de lavida.

En la mayoría de las mi-tologías encontramos ejem-plos de mujeres que, comoEva, Ginebra y Medea, consus «artimañas femeninas»,celos, envidias, lujurias, vani-dades, etc., fueron la causa dela ruina de grandes hombres ygrandes imperios. Como con-traste, el modelo de virgen ymadre, de esposa fiel que comoPenélope aguarda tejiendoinútilmente el regreso de sumarido, ofrecen visiones de lamujer como un ser temido quenecesita ser acallado y redimi-do por la fuerza y el amor deun varón.

Ciertamente desde Eva yaún antes, a excepción de lasescasas culturas matriarcales,lo femenino siempre ha sido

asociado al lado oscuro, misterioso de la vida;algo comprensible puesto que son creenciasforjadas en culturas patriarcales, que comotales aportan la perspectiva exclusiva del va-rón. La historia la escriben siempre los vence-dores borrando toda huella que pueda poner enduda su credibilidad. Esto es una realidad quesubyace a las críticas del movimiento feminis-ta a la razón patriarcal ya que, al haber estadodurante siglos lo humano totalmente identifi-cado con lo masculino, su sello se plasmó entodas las manifestaciones culturales, el len-guaje que masculiniza la mente, los valores,las leyes, las costumbres, etc.

Ciertamente desdeEva y aún antes, aexcepción de lasescasas culturasmatriarcales, lo

femenino siempre hasido asociado al ladooscuro, misterioso de

la vida; algo com-prensible puesto queson creencias forja-

das en culturaspatriarcales, que

como tales aportanla perspectiva exclu-

siva del varón.

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Lógicamente la perspectiva de las mujereses algo distinta. Cuando «las mujeres irrumpenen la historia» (Ander-Egg, 1980), comienzana contrastar sus vivencias con lo que teórica-mente tendrían que pensar,sentir y hacer, de acuerdo conlas creencias y expectativassociales, incluso con lo que laciencia oficial había dicho deellas a lo largo de siglos.

Mediante «ejercicios delectura no androcéntrica» (Mo-reno Sardá, 1987) se constatafácilmente como cuando du-rante milenios se había consi-derado a la Humanidad, enrealidad se trataba exclusiva-mente de la mitad del génerohumano, de los varones. Apartir de aquí poco a poco,muy lentamente, se han co-menzado a desvelar los prejui-cios y las discriminaciones quelos estereotipos sobre la mujerestaban encubriendo.

Al iniciar la mujer su in-corporación al mundo públi-co, desempeñando roles fuerade los arquetípicamente atri-buidos a su condición femenina, se ha tenidode alguna manera que masculinizar, viviendoterribles luchas internas contra su socializa-ción tradicional si quería trabajar al mismonivel que los hombres en un mundo competi-tivo hecho a medida del varón.

3. Patriarcado y legitimación «científica»de las discriminaciones

La cultura occidental es heredera directadel mundo clásico. Nuestra forma de construc-ción del conocimiento proviene de la filosofíagriega, que es el tronco común de todas lasciencias. Allí surgió y se inició el proceso delegitimación de desigualdades y posterioresdiscriminaciones entre géneros, mediante laciencia oficial. Si analizamos «la otra políticade Aristóteles» (Moreno, 1988) fácilmente

entendemos que el ciudadano griego era va-rón. A su imagen y semejanza se construyeronlas bases de su cultura, lógicamente andro-céntrica. Si alguna mujer tenía la osadía de

filosofar, podía sucederle co-mo a Hipatía de Alejandría,que terminó apedreada hastala muerte por el pueblo, pre-viamente incitado por unosmonjes que no podían aceptartan sólo la idea de una mujercon pretensiones de científi-ca.

Las mujeres que ejercíanla medicina, escapando al con-trol oficial, eran consideradasbrujas y quemadas en la ho-guera, mientras que a los va-rones que tenían dedicacionesparecidas se les veneraba comosabios u hombres de Dios(Bhrenrech y Enqlish, 1986).

En la actualidad, las mu-jeres científicas para poderacceder a su trabajo, han teni-do que hacer suyos los esque-mas viriles con que desde susinicios se estructuró toda lavida académica, pese a que se

hayan ocupado inicialmente, en su mayoría,en especialidades asistenciales que reprodu-cen a escala pública las ocupaciones privadas:educación, salud y administración.

La peligrosa dicotomización entre natura-leza y cultura, es considerada en gran medidauna importante clave para la comprensión delcontrol de un género sobre otro, así comotambién para la legitimación del uso y abusodel hombre sobre los recursos de la naturaleza.

La cultura, en su más amplio sentido, es latransformación que el ser humano realizasobre la naturaleza. Con la ciencia y la cultura,el hombre –en sentido restringido, es decir, elvarón, el macho de la especie humana– hacontrolado y dominado durante siglos a lasfuerzas naturales y también a la mujer como unelemento más de las mismas.

Si alguna mujertenía la osadía de

filosofar, podíasucederle como a

Hipatía deAlejandría, que

terminó apedreadahasta la muertepor el pueblo,

previamente incita-do por unos monjes

que no podíanaceptar tan sólo laidea de una mujer

con pretensiones decientífica.

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4. De los arquetipos a los mitos y estereoti-pos

Sobre amplias bases arquetípicas, a lolargo de la historia se han ido desarrollandoteorías explicativas de las consecuencias de lasdiferencias biológicas entre hombres y muje-res, cuya principal función no ha sido otra quela justificación de las discriminaciones exis-tentes.

Los primitivos arquetipos han sido conti-nua e históricamente recreados a través de losmúltiples mitos transmitidos en los antiguosrelatos, en la literatura y hasta en los cuentosinfantiles, haciéndonos a todos conocedores ycopartícipes de sus modelos y sus valores. Entodas las culturas occidentales aparece una«cenicienta» o una «bella durmiente», espe-rando al «príncipe» que llega-rá para redimirla de todos suspesares. Son precisamente es-tos conocimientos arquetípicoslos que sustentan la base de losactuales estereotipos de géne-ro con que nos manejamos enla actualidad.

Los arquetipos y los mi-tos, han cumplido, en definiti-va, la misión de hacernos lle-gar a todos, hombres y muje-res, modelos androcéntricos ypatriarcales sobre las caracte-rísticas de uno y otro sexo, so-bre lo que deben hacer y lo proscrito para cadauno de ellos. Mientras las mujeres estuvierona la sombra, fuera de la historia que escribíanlos varones, nadie puso en duda que estosmodelos eran sólo construcciones sociales conuna determinada intencionalidad: mantenerel control. A los varones lógicamente nuncales molestaron estos estereotipos, puesto queellos eran el primer sexo.

5. El camino hacia el cambioHoy día el feminismo no sólo denuncia el

control al que hemos estado sometidos en lacultura patriarcal dominante, sino que reivin-dica muchos de los valores del matriarcado

que siempre han estado allí. Porque, siguiendoa Newmann (1994), el matriarcado no es algoexclusivo de la mujer, ni una fase histórica oun modo de organización sociopolítica en laque el poder fuera detentado por ellas. Es unaetapa arquetípica –no simplemente histórica–en el desarrollo de la conciencia, en la que elyo se encuentra bajo el influjo del inconscientey no es autónomo. El patriarcado sería unestadio posterior en el que el yo se ha emanci-pado del inconsciente y lo ha dominado.

Como señala Panikkar (1994), en ciertosmomentos históricos como el presente, losmitos dominantes se derrumban. Y si la razónfue el mito de la Ilustración y de la Moderni-dad, ahora se habla de Postmodernidad. Sepasa del logos al mito y viceversa. Se trata de

buscar otra posibilidad de ac-ceso a lo real que no sea aqué-lla a la que estamos acostum-brados y precisamente la con-ciencia simbólica nos abre a larealidad sin excluirnos de ella.Porque el mito extrae su fuer-za de la participación: En cuan-to se deja de creer en él seconvierte en fábula, en leyen-da, en una simple cosmovisión.

La conciencia de la razónpatriarcal y matriarcal, crea-dora de arquetipos y mitos–con su consiguiente peso so-

bre los estereotipos–, es un paso decisivo en elanálisis del inconsciente colectivo de la Hu-manidad. Sólo reconociendo estas imágenesancestrales iniciaremos el camino de salida desus dominios.

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El mito extrae sufuerza de la partici-pación. En cuanto sedeja de creer en él seconvierte en fábula,en leyenda, en unasimple cosmovisión.

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• Ana Guil Bozal es profesora del Departamento de Psicología Social de la Universidadde Sevilla.

Mi sonrisa enigmática fue mode-lo de belleza en el Renacimiento.Se nos veía en los museos. Yoen el Louvre.

Nuestra belleza es modelo parael Renacimiento del siglo XXI.Se nos ve en todas las cadenasde la tele.