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A lo largo de mi vida he tenido diversos encuentros con la mente humana y sus expresiones, con el quehacer y la condición de la humanidad. Uno de tales encuentros se dio cuando asistía, aparte de mis clases en la Facultad de Medicina, a las que los inolvidables maestros Fran- cisco de la Maza y Justino Fernández impartían en la Facultad de Filosofía y Letras, en la antigua Casa de los Ma s c a rones, en la Ribera de San Cosme. Esto fue como una suerte de detonador que me permitió comprender la enorme atracción que sobre mí ejercía el arte mexi- 38 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO Entre mayas y olmecas Beatriz de la Fuente Especialista en el arte mural y la escultura prehispánica, la doctora de la Fuente —referente indispensable por la calidad y la originalidad de su producción como investigadora y form a- dora de generaciones de historiadores y estudiosos de las cul- turas mesoamericanas— nos deja en estas páginas inéditas una memoria de su acercamiento al estudio de las expresiones estéticas indoamericanas donde revela, asimismo, la construc- ción de su audaz y fructífera metodología para vincular dos estilos diversos: el arte olmeca y el arte maya. Particularidades anatómicas de la escultura cerámica de la región Teuchitlán

Arte Olmeca-maya Beatriz de La Fuente

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A lo largo de mi vida he tenido diversos encuentros conla mente humana y sus expresiones, con el quehacer y lacondición de la humanidad. Uno de tales encuentrosse dio cuando asistía, aparte de mis clases en la Fa c u l t a dde Medicina, a las que los inolvidables maestros Fran-

cisco de la Maza y Justino Fernández impartían en laFacultad de Filosofía y Letras, en la antigua Casa de losMa s c a rones, en la Ribera de San Cosme. Esto fue comouna suerte de detonador que me permitió comprenderla enorme atracción que sobre mí ejercía el arte mexi-

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Entre mayasy olmecas

Beatriz de la Fuente

Especialista en el arte mural y la escultura prehispánica, ladoctora de la Fuente —referente indispensable por la calidady la originalidad de su producción como investigadora y form a-dora de generaciones de historiadores y estudiosos de las cul-turas mesoamericanas— nos deja en estas páginas inéditasuna memoria de su acercamiento al estudio de las expresionesestéticas indoamericanas donde revela, asimismo, la constru c-ción de su audaz y fructífera metodología para vincular dosestilos diversos: el arte olmeca y el arte maya.

Particularidades anatómicas de la escultura cerámica de la región Teuchitlán

c a n o. Con ambos maestros aprendí a ver las formas art í s-ticas, a conocer el ejercicio de historiar el arte, y a vislum-brar los inicios de la vía regia que conducía al arte pre-hispánico de Mesoamérica.

Movida por el afán de adentrarme en el conocimien-t o de formas plásticas y significados culturales comoexpresiones concretas del hombre y su capacidad crea-dora, resolví estudiar Historia, en especial historia delarte antiguo mexicano. Así, elegí la escultura relevadade Palenque como tema de investigación para lo que seríami tesis de maestría. Para alcanzar tal meta no bastabanlas ilustraciones y fotografías de los relieves ya publica-dos y de los hallazgos recientes del equipo encabezadopor el maestro Alberto Ruz Lhuillier. Surgió en mi inte-r i o r la necesidad imperiosa de ir a Palenque, de mirar,a p re c i a r, sentir y analizar los ya por entonces afamados re-l i e ves de estuco y de piedra de la inigualable ciudad maya.

Me acompañaron mi hija Magdalena, madre deDiego, el mayor de mis nietos, ahora médico, y mis en-trañables amigos Marta Foncerrada de Molina, suesposo Augusto y su hijo Miguel, y partimos en coche,en un viaje largísimo y no exento de aventuras, desde laCiudad de México hasta Santo Domingo de Palenque,en Chiapas. En el trayecto, Xalapa era una parada obli-gada y su Museo de Antropología imprescindible. Aq u ít u ve otro encuentro decisivo: me asombraron inquieta-mente las Cabezas Colosales, en especial la número unode San Lorenzo, que entonces lucía sorpresiva y ace-chante en los jardines a la entrada del antiguo museo deesta ciudad. Mi sorpresa, mis inquietudes y una suertede inevitable llamado para entender las esculturas mo-numentales olmecas se suscitaron con el solo hecho dea c e rcarme y mirar detenidamente. Un vigoroso impulsopara abrirme, sin trabas ni prejuicios al encuentro de esasgrandes creaciones humanas, se apoderó de mí. Y mepropuse en ese momento, en cuerpo y alma, estudiar elarte olmeca. Sin embargo, habría de esperar a terminarla investigación sobre los relieves palencanos para que,e n t re otras actividades de enseñanza y de difusión, enfo-cara mis esfuerzos al monumental legado olmeca. Estosafanes dieron comienzo con un registro exhaustivo ne-cesario que constituyó, a la fecha de 1974, el único catá-logo sobre las colosales esculturas olmecas.

Me encontraba en el parteaguas de dos modos deexpresión distinta, tanto en su dimensión espacio-tem-poral, como en las voluntades plásticas que las rigen; lamaya con su acentuada inclinación por el re l i e ve, lo escé-nico y lo históricamente humano; y lo olmeca con elférreo gusto por la tridimensionalidad, el concepto y loesencial del espíritu humano. Distanciadas por kilóme-tros y siglos, las obras olmecas y mayas me enseñaron,en su expresividad, los modos inherentes a su aprox i m a-ción. Varias veces he dicho que son las obras mismas lasque deben guiar al historiador del arte o al crítico en sus

afanes para ahondarlas. Los objetos de arte al comuni-carse con quienes las confrontan anuncian las vías paraconocerlas, esto ocurre en particular en gran parte deluniverso prehispánico, en donde carecemos de ayudatextual que colabore al esclarecimiento de los significa-dos. Las formas, cierto es, hablan por sí mismas y debenser miradas con riguroso análisis y particular sensibili-dad; lo que las formas encubren debe articularse con baseen la comprensión y conocimiento de ideas, costumbre sy prácticas de la comunidad que las origina.

Conviene recordar que si bien los estudios formalesson parte sustantiva para el reconocimiento del estilo,los asuntos representados no les son ajenos, ya que, enúltima instancia, hay una suerte de cadena indisolublee n t re forma y contenido. Los hilos re c t o res para el acer-camiento de dos estilos diversos —el olmeca y el maya—a la vez que integrados en una matriz, son los propios deun historiador del arte que se comunica directamente ysin prejuicios a los objetos de estudio. Superado el análi-sis formal el objetivo fue compre n d e r, en ambos casos, susignificado cultural profundo por medio de algo que sepodía llamar una aproximación iconográfica no orto-doxa, teniendo siempre como línea conductora la quep a rte de la propia imagen artística y no la que se obtiene

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Infante con casco, Bocas, Puebla

de un esquema preestablecido. Dicho de otro modo, elintento de lectura recuerda los principios establecidospor el insigne historiador de arte Edwin Panofsky, perose aleja de ellos considerablemente en uno de los pasosa seguir cuando no se tienen textos que especifiquen laidentidad de las imágenes; para ello hay que recurrir,repito, a las raíces del conocimiento cultural de la socie-dad que produjo las obras de arte en estudio por diver-sas vías: arqueológicas, analógicas, etnológicas, etcétera.C i e rto es que los historiadores del arte contamos conherramientas metodológicas afines a nuestros propósi-tos, sin embrago, siempre he aplicado tales herramientascomo consecuencia de lo que las obras me señalan. Ac a s oel propósito final sea alcanzar, en diferentes facetas, unode los aspectos radicales de la conducta humana: su cre a-tividad. Por ello, no ha de extrañar que mi guía ha sido,en no pocas ocasiones, la re p resentación artística de la fi-gura humana, en su espacio, en su contexto, en sus acti-tudes, en sus semejanzas, en sus diferencias, en fin, entodo aquello que nos es asequible por su percepción vi-sual y táctil.

En el caso palencano, el interés se centró en pro c u r a restablecer una secuencia temporal del estilo, a la vez queentender los asuntos figurados en los relieves de estucoentonces conocidos. Re c u é rdese que esto fue a principiode los años sesenta, cuando la lectura epigráfica se cir-cunscribía a signos numéricos y calendáricos. Los hallaz-gos de Proskouriakoff en Ya xchilán y de Berlin en Pa l e n-que iniciaron posteriormente lo que podríamos llamar

verdadera lectura. De ahí que fuese necesario un acer-camiento formal e histórico a partir de un elementoo m n i p resente, la figura humana. Me interesé en su ubi-cación y postura en el ámbito que le estaba destinado,en la presencia de uno o más personajes, las maneras enque éstos se relacionan entre sí, los sistemas de propor-ciones y además su indumentaria y los signos y símbo-los asociados. De modo sintético y general, el estudio deéstos y otros elementos en los relieves palencanos mellevó a distinguir dos periodos:

1. El hierático-mitológico, que se reconoce por el trata-miento rígido y solemne de los hombres y mujeres,involucrados en actos de la máxima trascendenciaideológica y religiosa.

2. El naturalista-dinámico, cuyos rasgos principales radi-can en mayor libertad formal —en posturas y actitu-des— otorgada al cuerpo humano, y que se relacionacon diversas maneras de la vida cortesana y la transmi-sión del poder político.

Entre ambos periodos mediaba un hiato y les cerrabauna fase decadente. En conjunto, las cuatro etapasabarcaban toda la producción de relieves palencanos ycubrían el lapso de 610 a 783 d.C. No deja de sorpren-derme que en un reciente y breve estudio en este año deun relieve palencano en Washington, ya fechado hacia702 y 721 d.C., el análisis estilístico que realicé lo sitúaen la etapa naturista-dinámica, que había yo prefigura-do hace tanto tiempo, cuando no se conocían los nom-bres de los gobernantes ni sus secuencias dinásticas.

Además, ese arte hablaba —y sigue hablando—asuntos caros a los humanos que gobernaron Pa l e n q u e ,que le dieron forma y le llevaron a su esplendor en elClásico Ta rd í o. Concluí que la originalidad de los re l i e ve spalencanos da a conocer el camino transitado desde lasescenas simbólicas religiosos a las palaciegas, en un claroejemplo de conciencia histórica y humanismo mayas.Actualmente los hallazgos y las investigaciones enrique-cen la discusión, gracias a reflexiones y enfoques multi-disciplinarios que se suman a una larga lista de obrasacerca del tema. Éste parece inagotable.

Por cuanto cabe a la escultura olmeca, el primer pasofue realizar, como dije arriba, un registro completo, en-tonces inexistente y a la fecha inacabado por otros estu-diosos. La congregación del corpus obedeció principal-mente a que para esos tiempos no todas las esculturasolmecas eran conocidas, y sin embargo, los interesadosproponían hipótesis poco fundamentadas de sus temasprimordiales a partir de un reducido número de piezas.

Tengo para mí que existen algunas “obras maestras” ,son las que verdaderamente guardan lo fundamentalde los credos y de las ideas por comunicar; pienso enestos casos excepcionales en la Gran Coatlicue mexica

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Dintel 24, Yaxchilán, Chiapas

o en la Lápida del sarcófago de la tumba del Templo delas Inscripciones en Palenque. Ambas guardan infor-mación que todavía se discute, ya que al parecer no hasido cabalmente entendida. Ahora bien, he dicho queson excepciones, de ahí que para tener nociones más am-plias de lo que las formas y los asuntos comunican sedebe revisar meticulosamente el material asequible. Noes válido emitir juicios de valor estético y cultural basa-dos en el estudio de un solo objeto, hay que considerar elcontexto, establecer relaciones articuladas entre dive r s o sobjetos de la misma comunidad y de otras afines tem-poralmente. No se ha de descartar los vínculos espacia-les que puedan existir por sobre v i vencia o por contacto,además de los rasgos que indican una acentuada cre e n c i a .

Ese interés de conjuntar el material permitió teneruna visión de conjunto y como consecuencia realizar unanálisis sistemático y extensivo. Las mismas razones alen-taron el logro de otros catálogos, como el de las escul-turas de la Huasteca y de Tula.

Re g resando a la escultura olmeca, después del catálo-go procuré establecer las características formales que danidentidad a la escultura monumental, a saber: volumenpesado y compacto, ritmo interno, predominio de la tri-dimensionalidad, gusto por las formas redondeadas ysobretodo el uso invariable de una definida proporciónarmónica. Esto último confiere a las esculturas olmecas,y aquí me re f i e ro también a las de pequeño formato, unaempatía visual que se ancla en la reiterada estructura deformas geométricas. El tener una vista panorámica meposibilitó agrupar las obras bajo tres rubros temáticosprincipales, cada uno con modalidades internas:

1. Las imágenes míticas, donde se incorporan personajesque emergen de una horadación —como en el caso delos tronos— y las figuras exentas, como El Señor de lasLimas. En ambos casos hay obras que sostienen en losbrazos a otras figuras más pequeñas de apariencia hu-mana y fantástica. También hay imágenes compuestaspor felinos y humanos, que se han interpretado comorepresentaciones de unión sexual.

2. Las efigies sobrenaturales, donde abundan animaleshumanizados y seres humanos que se funden con imá-genes fantásticas, resultado de la mezcla entre la fauna— p redominan los felinos—, vegetales y diseñosgeométricos y simbólicos.

3. Las figuras específicamente humanas, las más numero-sas. Pueden estar solas o se acompañan por otras, de va-rias dimensiones, como se advierte —por ejemplo—en los Gemelos de El Azulzul y en la Estela 2 de LaVenta; destaca en este conjunto el de las diecisieteCabezas Colosales por hoy conocidas.

Estos grupos, he dicho anteriormente, manifiestan unaexperiencia vital en que el ser humano se sitúa al cen-tro de su cosmovisión y exhibe ciertos atributos sobre-naturales. Por ello, porque el tema central es el hombre ,he calificado a la estatuaria olmeca como radicalmentehomocéntrica.

Los hallazgos recientes por parte de numerosos espe-cialistas han contribuido con lecturas cosmogónicas ehistóricas que aún están en vías de confirmación.

Mayas y olmecas me indicaron los primeros de-r ro t e ros de un trayecto, que anclado en la historia del

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Soporte de un vaso trípode cilíndrico, fase Cacahuatal (ca. 350-600 d.C.), Morgadal Grande

a rte, me ha conducido por diferentes culturas de Me-s o a m é r i c a .

Hoy las condiciones de acceso son distintas, es másfácil llegar a San Lorenzo, La Venta, Tres Zapotes, Pa-lenque y otros muchos sitios. También las selvas se hanmodificado —mejor dicho aminorado— y los logrostecnológicos avanzan a pasos veloces, como atestigua,entre otros, la fotografía digital y la cibernética. De ahíque mi información, apreciaciones e ideas acerca de es-tos primeros encuentros con el arte maya y olmeca ha-yan sufrido particulares alteraciones. Sin embargo, micomunicación afectiva, reconocimiento y admiraciónpermanecen: considero siempre que los relieves palen-canos y las esculturas olmecas se sitúan con solidez in-discutible entre las más excelsas obras de arte que hacreado el hombre.

El arte es la vía regia por medio de la cual podemosaproximarnos a esos seres cuya naturaleza comparti-mos, a quienes dejaron en sus creaciones la huella con-tundente de su andar por este mundo. La obra de artees, acaso, el detonante que hace vivos a quienes desapa-recieron tiempo atrás. Tratar de comprenderlos en sus

afanes y búsquedas existenciales equivale a indagar enlas obras artísticas que nos legaron. Es, pues, en ellas,que surge el contenido primordial de la existencia hu-mana, donde se arraiga con profundidad lo universal ylo individual, lo divino y lo humano, el espíritu y lamateria, lo eterno y lo mudable.

Así, cada vez que me acerco al arte prehispánico ysus variadas expresiones —sin importar el número deocasiones que esto haya ocurrido, como sucede con misentrañables palencanos y olmecas— busco establecerel diálogo íntimo y todavía me asombro cual la primeravez. Intento penetrar en los ocultos significados que aúntransmiten y trato de aproximarme al vivir de quienesdesvelaron, en sus obras, su existencia y manera de ubi-carse en el mundo. Y es que el arte me habla, a grandesvoces, de la humanidad y sus preguntas, aquellas que leotorgan razón de ser y trascendencia universal.

Este viaje dio comienzo al encontrarme atrapada en-tre mayas y olmecas.

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Tablero del Templo de la Cruz, Palenque, Chiapas

Este texto fue leído por su autora en el Museo de Antropología de Xalapa enabril de 2004.