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    VI JORNADAS DE CASTILLA-LA MANCHA SOBRE INVESTIGACIN EN AR-CHIVOS. GUADALAJARA 2003.MANUEL ORTIZ HERAS

    UNIVERSIDAD DE CASTILLA-LA MANCHA.

    A pesar de todo lo que se ha dicho y escrito en la historiografa reciente no

    todo es consenso1 sobre las teoras que analizan la transicin democrtica, ni todo

    est dicho2, ms bien, la investigacin en el campo de la transicin poltica se en-

    cuentra completamente abierta y tiene que recorrer todava un largo camino3. Por

    cierto, los historiadores hemos andado bastante remisos a la hora de tratar la

    cuestin y ha sido, sobre todo, la sociologa poltica quien ms atencin le ha dedi-

    cado hasta los ltimos aos. Aunque, despus de un lapso temporal excesivo, y

    aparentemente agotadas todas las explicaciones plausibles por parte de estas otras

    1... entre los historiadores reina un apreciable consenso en la interpretacin del pasado ms re-ciente, frase de Javier Tusell (Fue modlica la transicin a la democracia?, en El Pas, 2 de no-

    viembre de 2000) que parece imponer un discurso oficial sobre la cuestin que pretende deslegi-timar cualquier tipo de disidencia intelectual al respecto y cerrar apresuradamente un debate queentre los historiadores apenas ha estado abierto. Podramos citar una amplia serie de articulistasque opinan en una lnea diferente. Por ejemplo, Vicenc Navarro, La Transicin no fue modlica,en El Pas, 17 de octubre de 2000 Jos Vidal-Beneyto, El modelo de una transicin modlica, en El Pas, 22 de febrero de 2001 o Josep Fontana, Una transicin de risa, en El Pas, 3 de diciem-bre de 2000, donde, precisamente, arremete contra algunas de las tesis ms clsicas sobre la cues-tin en estos trminos: La ficcin histrica de la transicin sostiene que en los ltimos aos delfranquismo, conscientes de que la muerte de Franco ofrecera posibilidades para un cambio poltico,una serie de personajes del propio sistema, comenzando por el sucesor designado por el caudillo,se conjugaron para llevarnos pacficamente a todos los espaoles hacia la democracia, de acuerdocon un plan sabiamente urdido, sin que tuvisemos que hacer nada para merecer este generosoregalo,... (Y) sostienen, por ejemplo, contra toda evidencia, que las huelgas eran prcticamente

    inapreciables y que los trabajadores vivan felices, bendiciendo al rgimen.2 Uno de los ltimos balances historiogrficos publicados resalta, precisamente, la prevalencia delas hiptesis frente a las tesis slidamente documentadas sobre la cuestin. David Ruiz, La Espaademocrtica (1975-2000). Poltica y sociedad, Madrid, Sntesis, 2002. Debates interpretativos y

    estados de la cuestin, pgs. 183-222. Agrupa en cuatro categoras los trabajos sobre la transi-cin: 1. Estructuralismo economicista (la modernizacin econmica de los aos 60 llevara inexora-blemente al cambio poltico), 2. Equilibrio de fuerzas polticas: reformistas y oposicin democrtica(cambio desde arriba en oposicin a la rupturista), 3. Interpretacin gentica-materialista interesa-da en el transfondo social del proceso de cambio y en la conflictividad de clases y grupos de poder(especial atencin al perodo 1973-78), 4. Influencia del contexto de Guerra Fra que provoca unproceso controlado por las potencias occidentales.

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    ciencias sociales, se est convirtiendo en un objeto de anlisis reservado cada vez

    ms casi en exclusiva a la mirada profesional de los historiadores4.

    Tratar de demostrar que siguen predominando los clichs estereotipados y

    las frmulas polticamente correctas que hacen difcil cualquier interpretacin

    crtica con el proceso espaol. Veamos los ms reiterados y consolidados. Se han

    establecido unas categoras que enaltecen nuestro caso calificndolo de nico y

    modlico. Contra este primer calificativo podemos precisar que diecisis de los

    treinta y cinco pases que se democratizaron entre 1974 y 1990 siguieron la va de

    la transformacin -los que estaban en el poder fueron los actores decisivos para

    acabar con el rgimen y reconvertirlo en un sistema democrtico- para transitar

    desde el autoritarismo a la democracia5. En este sentido, la frmula basada en el

    consenso con la que Espaa pas, en slo unos aos, de la dictadura a la demo-

    cracia se ha convertido en un modelo paradigmtico a imitar. Se incorpora aqu la

    pcima mgica a la que todos parecen acudir como contexto general en el que

    se llev a cabo todo el proceso. Mas, esta premisa ha llegado a ser tan recurrente

    que muchos de los problemas de la poltica espaola actual se tratan de explicar

    en funcin de su escasa presencia, olvidando as que, en bastantes ocasiones,

    aquel consenso se debi ms a la debilidad de los actores que a la voluntad firme

    de muchos de aquellos protagonistas. No creo que resulte descabellado plantearse

    3 Manuel Redero San Romn, Apuntes para una interpretacin de la transicin poltica en Espaa,en Ayer(36), 1999, pp. 261-281.4

    Ibdem. Este es, en parte, el motivo que nos ha llevado a titular as la ponencia, ponderando mslas aportaciones exclusivamente del gremio de historiadores, sin pretender, ni mucho menos por-que entre otras cosas sera ridculo por autista, olvidarnos de las muchas y ricas aportaciones deotros cientficos sociales. Este autor sintetiza las diferentes teoras vertidas sobre el tema en cuatro:1. el enfoque funcionalista (modernizacin econmica) 2. el planteamiento estructuralista (la vade la reforma interna en una especie de reforma otorgada) 3. la teora de la movilizacin social y4. una ltima, por la que se decanta, que podramos calificar de eclctica en torno al importantepapel desempeado en el proceso de transicin por el poder poltico a causa del elevado grado deautonoma que el Estado franquista haba adquirido en sus relaciones con las distintas clases ysectores sociales y (que) tiene en consideracin las favorables condiciones estructurales en las quese produjo.

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    otro comportamiento, por ejemplo, de la UCD si en las elecciones de junio de 1977

    hubiese obtenido otros resultados. Otra frmula tambin muy practicada -once

    pases, entre los que destacan Polonia, Checoslovaquia y Sudfrica- es la de tras-

    paso o liberalizacin, basado en una colaboracin entre el gobierno y la oposi-

    cin. En el mismo periodo el modelo rupturista fue otra opcin si bien apenas

    practicada con slo seis casos en su haber, entre los que merecen especial men-

    cin los de Grecia y Portugal6. Adems, pocos comentarios se han vertido en co-

    ntra de aquel consenso lo que ha impedido valorar en sus justos trminos la re-

    nuncia de determinadas organizaciones a sus principios y el efecto desmovilizador

    que pudo tener en un importante sector del electorado, que rpidamente se sinti

    defraudado.

    Adems, tambin observamos una reiterada alusin al determinismo del

    cambio en el sentido de que slo poda realizarse de la manera que hoy conoce-

    mos, siguiendo un guin previo en cuya autora siempre aparecen unos pocos pi-

    lotos cuyas convicciones democrticas quedan siempre fuera de toda duda. Es

    decir, se dibuj un plan desde arriba en el que la sociedad espaola suele jugar

    una funcin de comparsa. Se sobredimensiona as el rol de la clase poltica, en de-

    5 S.P. Huntington, La tercera ola. La democratizacin a finales del siglo XX , Paids, Barcelona,1994.6 Cayo Sastre Garca, Transicin y Desmovilizacin poltica en Espaa (1975-1978), Universidad de

    Valladolid, 1997. Es, sin embargo, representante de una gran mayora que mantiene que la transi-cin espaola constituye un , explicada as: el origen dela quiebra en la coalicin autoritaria estara en el desacuerdo entre las distintas facciones frente a larespuesta que habra que dar a las demandas polticas consecuencia de los cambios econmicos enla dcada de los aos 60, y que alcanzaron dimensiones crticas antes de la muerte de Franco en1975. Ms tarde, el pacto entre los elementos reformistas del franquismo y las fuerzas de la oposi-

    cin hara posible la democracia. Resume as las principales versiones explicativas de la exitosatransicin: 1. El factor econmico(modernizacin) actu como elemento determinante para la de-mocratizacin. Parte de la tesis de S.M. (Political man. The social bases of politics, New

    York: Doubleday, 1960): la democracia es consecuencia del grado de desarrollo econmico y demodernizacin (nivel de renta, industrializacin, urbanizacin, educacin, secularizacin, etc.). 2. Laque sostiene que la propia naturaleza del franquismo conduca a la democracia 3. Aquella quepresenta la alternativa democrtica como la nica opcindespus del franquismo 4. La versin queenfatiza el liderazgode los actores polticos para explicar el xito del proceso de cambio democrti-co. Concretamente el propio autor se adscribira a esta tesis: el proceso de redemocratizacin es-paol se sustenta en un pacto entre elites que gozaron de un amplio margen para la negociacin,gracias a la existencia de una sociedad polticamente desmovilizada, tal y como pone en evidenciael estudio de la participacin poltica no convencional de la sociedad espaola en el perodo 1975-1978.

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    trimento siempre de los factores sociales y del papel del antifranquismo7, y se co-

    mete un grave error al suponer que alguien podra tener por anticipado una idea

    completa de cules seran las etapas y el resultado final del proceso de salida de la

    dictadura8. Adems, la democracia es siempre un proceso que institucionaliza la

    incertidumbre y su adopcin siempre requiere un recorrido de aprendizaje poltico

    que impide la exclusividad en el proceso espaol por parte de los autoritarios9.

    Otro dato importante que contraponer a esta teora del liderazgo poltico es el re-

    sultado de la elecciones de 1977, muy positivos para el Partido Socialista y las

    fuerzas nacionalistas, especialmente fuertes en algunas comunidades autnomas,

    que dibujaron un mapa poltico nuevo que alter y condicion cualquier hipottica

    idea previa. Lo cual no impide que podamos asumir un evidente cambio de actitud

    poltica por parte de un sector del propio rgimen tambin llamado derecha civili-

    zada- que comprendi que su propia supervivencia se vera mejor garantizada con

    una cierta liberalizacin que a la postre facilit el camino10.

    Una variable intermedia y heredera de la anterior que ha tenido tambin

    mucho xito plantea el tema como una mezcla extraa e indita de pragmatismo

    en los polticos y madurez poltica del pueblo, destacando con ello el carcter mo-

    7Un clsico modelo muy crtico con la utilizacin predominante de factores sociales y econmicos esel de D. Rustow, Transitions to democracy, en Comparative Politcs, 2, 1970, pgs. 337-363. Esta-blece tres fases en el proceso: 1 fase preparatoria, caracterizada por una lucha poltica prolongaday sin solucin, protagonizada por una polarizacin cuyos protagonistas son un movimiento de ma-sas de las clases bajas lideradas por disidentes de la clase alta. 2 fase de decisin, en la cual unafaccin de dirigentes polticos entre los cuales pueden figurar aquellos pertenecientes a la primerafase-, aceptan un compromiso pluralista y democrtico a travs del consenso y en detrimento de lamovilizacin de masas. 3 Fase de habituacin, que corresponde a la fase de la consolidacin de la

    democracia.8 Josep M. Colomer, La transicin a la democracia: el modelo espaol, Anagrama, Barcelona, 1998.Los reformistas se sorprendieron a s mismos defendiendo un cambio integral de las reglas deljuego que definen un rgimen y los rupturistas no pudieron dejar de experimentar cierto asombroal verse transitando por vas tendidas por sus iniciales adversarios. Puede decirse, as, que lo quese consigui por esta hbrida va fue una significativa reduccin de los lmites del proyecto reformis-ta, o, en palabras no ms paradjicas que el proceso mismo, una

    .9A. Przeworski, Problems in the study of transition to democracy, en ODonnell, G., Shmitter, P.,y Whitehead, L., Transitions from Authoritarian Rule: Comparative Perpectives, Baltimore and Lon-don: Johns, 1986.10 Paul Preston, Espaa en crisis: la evolucin y decadencia del rgimen de Franco, Fondo de Cultu-ra Econmica, Madrid, 1977.

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    derado de los espaoles frente a la posibilidad de ruptura revolucionaria y la inve-

    terada leyenda negra sobre la incompatibilidad del carcter hispnico con los sis-

    temas democrticos y nuestra tendencia a la violencia poltica. Todo parte un tanto

    de los tpicos que venimos soportando sobre la excepcionalidad espaola dentro

    del contexto europeo: la propensin hacia el radicalismo tradicionalmente atribui-

    da a los espaoles pareca alejarnos de manera casi irremediable- de nuestro en-

    torno sociocultural ms prximo. Por el contrario, se da una gran similitud entre el

    comportamiento de los espaoles en los ltimos aos con el de los europeos de-

    mocrticos y es que la actuacin de los espaoles durante la mayor parte de la

    transicin fue siempre muy moderada -en el sentido de opuesta al extremismo,

    moderacin sociopoltica- pudindola calificar de mayoritariamente reformista11

    en cuanto a las distintas opciones polticas con una muy escasa polarizacin entre

    gobierno y oposicin, menor que en el sur de Europa, segn se desprende de los

    resultados electorales del periodo estudiado, lo cual tambin est en relacin con

    la escasa movilizacin social de apoyo a los partidos. Esta teora vendra a legitimar

    la va reformista de la transicin frente a la rupturista que quedara as descalifica-

    da por alejamiento de la voluntad popular. No deja de ser un tanto ambiguo el

    debate sobre estos apelativos ya que aunque reformista en las formas, el proceso

    poltico puede calificarse de ruptura final, aunque pactada, si comparamos la natu-

    raleza de la dictadura y la del rgimen democrtico instaurado por la Constitucin

    de 1978. Por cierto, otro tema tambin preado de tpicos, entre otras cosas por

    el general desconocimiento que se tiene de la carta magna que propician ciertas

    11

    Jorge Benedicto Milln, Sistemas de valores y pautas de cultura poltica predominantes en lasociedad espaola (1976-1985), en Jos Felix Tezanos, Ramn Cotarelo y Andrs de Blas (eds.),La transicin democrtica espaola, Editorial Sistema, Madrid, 1989. pgs. 645-678. Para explicarlo,el autor habla de un intenso deseo de cambios y reformas sociales que empieza a fraguarse apartir de 1980, una vez que los cambios polticos ya se han producido. Las estructuras polticas yase haban transformado sin traumas evidentes, pero las estructuras sociales permanecan todavabsicamente inalteradas. En la medida en que las transformaciones sociales deseadas siguen sien-do ms un deseo que una realidad, quedara justificada la persistencia de la inclinacin hacia acti-tudes reformistas y el escaso peso de las posturas defensivas. Al tiempo, la no derivacin haciaactitudes extremistas revolucionarias es fcilmente comprensible, porque a pesar de esta hipotticainsatisfaccin de las expectativas de cambio la estructura valorativa y creencial predominante ennuestra sociedad sigue siendo bsicamente moderada. Lo que se reivindica no es un cambio radi-cal, sino un cambio moderado.

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    alarmas que, en otras circunstancias, estaran fuera de lugar por ejemplo con to-

    do lo que refiere al ttulo octavo-. Se trata del comn comentario sobre el casi

    unnime apoyo popular con el que fue aprobada que olvida los fros datos: slo

    se manifest a favor el 58,97 por ciento de los espaoles con derecho a voto. Por

    no hablar del terrible revuelo que se orquesta a propsito de plantear cualquier

    posible reforma del texto por su cuasi consideracin de dogma de fe.

    Por otra parte, el tpico carcter moderado hispnico, no siempre relaciona-

    do con la incertidumbre caracterstica del contexto poltico del perodo y, ms tar-

    de, con un bipartidismo que, como en el resto de los pases donde impera, tiende

    a colonizar el centro ideolgico para poder conquistar el poder, se extiende tam-

    bin al escaso o nulo inters por cuestiones de ndole poltica de donde se deriva-

    ra una supuesta limitada participacin poltica de los espaoles que, en realidad, y

    al menos para el tiempo acotado de la transicin nunca se dio, a juzgar por los

    elevados niveles de participacin electoral12. Es decir, adems de un sntoma muy

    parecido al de otros estados de nuestro entorno, esta aparente patologa del suje-

    to social no es explicado a partir, pongamos por caso, del dbil sentimiento de

    competencia entre los partidos, la desconfianza hacia una clase poltica que pun-

    tualmente ha hecho mrito para ello, por no hablar de la baja identificacin parti-

    dista hacia unas organizaciones que arrastran graves problemas de funcionamien-

    to.

    No menos preocupante resulta en buena parte de las teoras el papel des-

    empeado por la dictadura franquista, ya que se ha extendido la idea de que vo-

    luntariamente el propio rgimen facilit las cosas para desembocar en la actual

    democracia13. Algunos lo han llamado carcter biodegradable, es decir, la posibili-

    12 Jorge de Benedicto, Ob. Cit. Cuando la situacin poltica ofrece novedades del tipo que sea-,un mayor nmero de ciudadanos se interesa por lo que all ocurre cuando retorna a la tona nor-malidad, aqullos vuelven a replegarse hacia su privacidad13 Esta interpretacin es deudora de aquellos que como A. Stepan, Paths toward redemocratiza-tion: theoretical and comparative considerations, en ODonnel, Schimitter, P. And Whitehead(eds.), Ob. Cit., o el propio Huntington mantienen que los autoritarios tienden hacia la democra-cia por la idea que tienen en virtud de la cual sus intereses se defendern mejor a largo plazo enun contexto democrtico. L. Morlino, Los autoritarismos, en G. Pasquino, S. Bartolini, M. Cotta, L.Morlino y A. Panebianco, Manual de Ciencia Poltica, Madrid, Alianza Universidad Textos, 1988,

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    dad de generar en su interior procesos evolucionistas o de autorreforma que trans-

    formarn al rgimen, paulatina pero inexorablemente, en una democracia14. Una

    cosa es admitir la utilizacin de la legalidad franquista para establecer la legalidad

    democrtica y otra muy distinta, y desde mi punto de vista inadmisible, deducir

    que la dictadura se democratiz, sobre todo, porque no existe continuidad posible

    entre ambas categoras histricas15.

    En una valoracin de conjunto podemos afirmar, sin duda, que, por encima

    de los dems tpicos, predomina el calificativo de modlica16 transicin poltica

    por coincidir, sobre todo, con la valoracin de la democracia como el nico sistema

    de gobierno legtimo y por la influencia del supuesto seguimiento que en Amrica

    Latina y el Este europeo se nos ha hecho. Mas, contra esta opinin, nuestro proce-

    so fue menos estudiado y emulado por los actores polticos latinoamericanos de lo

    que se dice, sirviendo, en todo caso, como estmulo pragmtico de cambio pero

    no como modelo analtico de transicin en la mayora de los pases latinoamerica-

    nos, a excepcin de Brasil y Chile, aunque s fuimos ms imitados por los euro-

    peos del Este, en especial por Polonia y Hungra. A pesar de lo cual slo un minora

    tambin ha contribuido a ello al considerar que el camino ms seguro y probable para la instaura-cin democrtica es el que inicia el mismo rgimen autoritario, mientras que cuando es la oposicinla protagonista del cambio el final del proceso es probable que no sea la democracia. Aqu R.Carr yJ.P. Fusi, Espaa de la dictadura a la democracia, Planeta, Barcelona, 1979, fueron de los primerosen centrar sus atencin en la evolucin interna del propio rgimen franquista. Ver, asimismo, elartculo de denuncia de Santos Juli dirigido a Lpez Rod, La verdadera democracia, en El Pas,octubre 22, 1992.14 M. Pastor, Las postrimeras del franquismo, en Cotarelo, R. (comp.), Transicin poltica y conso-lidacin democrtica. Espaa (1975-1986), CIS, Madrid, 1992, Pgs. 31-46.15Valga como comentario la siguiente frase que atestigua lo alejado que acab siendo el tardofran-

    quismo de sus propsitos originales, medios y finales: Walther L. Bernecker, La transicin en elmarco histrico del siglo XX espaol, en Javier Ugarte (ed.), La transicin en el Pas Vasco y Espa-a. Historia y memoria, Universidad del Pas Vasco, Bilbao, 1998, pgs. 15-36. El resultado de lapoltica franquista contradeca en casi todos los puntos a las intenciones originales. Al final de la erade Franco, la sociedad espaola estaba ms politizada, urbanizada y secularizada que nunca.16 Segn el Diccionario de Mara Moliner se puede entender por modelo: cosa en que alguien sefija para hacer otra igual, pero tambin representacin o esquema utilizado para explicar o estu-diar algo. Esta dualidad puede, por tanto, extrapolarse tambin al concepto modlico: se aplica alo que puede servir de modelo. Es decir, cuando utilizamos ambas expresiones no necesariamentetenemos que partir de una premisa emuladora y, adems, positiva (en este caso la transicin espa-ola). Se puede utilizar, sin ms, para referirse a algo singular que desde un punto de vista prag-mtico puede servir de referencia, aunque se podra actuar de manera diferente a la de ese hipot-tico patrn.

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    de la treintena de pases de la tercera ola ha seguido claramente la va espao-

    la17.

    A pesar de todo lo dicho y la contundencia de estos tpicos cada vez se

    oyen ms voces que al menos matizan todas las excelencias comentadas del pro-

    ceso transicional. Si bien, entre los espaoles el debate se ha llevado por otros

    derroteros ms prximos a las formas que al fondo de la cuestin motivados por

    las distintas posiciones ideolgicas que profesamos, el origen de la discusin inte-

    lectual surge desde el momento en que se intentaron establecer o adaptar prerre-quisitos para el establecimiento de una democracia como se haba hecho en otros

    casos. Hasta tal punto ha influido la militancia poltica que se ha llegado a explicar

    el proceso en clave partidista, atribuyendo a las organizaciones de izquierda un

    casi total protagonismo frente a la oposicin o pusilanimidad de la derecha18. A

    pesar de las dificultades para su formulacin, el impulso de la sociologa poltica,

    particularmente, nos ha llevado a elaborar un amplio listado de circunstancias en

    17 Jos Casanova, Espaa como modelo de cambio?, en Javier Ugarte, Ob.Cit. pgs. 37-46. Se-gn este autor lo que result verdaderamente paradigmtico en Espaa no fue el hecho de ser elcaso ms extendido, sino el ser el ms representativo y peculiarmente distinto de esta tercera ola:la combinacin de reforma desde arriba y ruptura desde abajo, o la fusin de reforma pactada yruptura pactada.18 Jos A. Gmez Yaez, Bibliografa sobre la Transicin a la Democracia en Espaa, en J. F. Te-

    zanos, R. Cotarelo y A. De Blas (eds.), La transicin democrtica espaola, ob.cit. pp. 807-856.Parte de la dicotoma derecha/izquierda de nuestro panorama poltico al relacionar la democraciaslo con la segunda de aquellas opciones ideolgicas: podemos decir que con la Transicin sesald el dilema entre dos concepciones de Espaa cuyo enfrentamiento presidi la poltica espaoladesde comienzos del siglo pasado: La Espaa tradicional, religiosa, monrquica, nacionalista...,frente a la Espaa nueva, transformadora, europesta, democrtica.... La transicin aparece asexclusivamente como el . Establece as el au-tor una primera divisin historiogrfica: para los sectores sociales que representaron mejor la con-cepcin tradicional de Espaa, la Transicin fue vivida y valorada, sobre todo en algunas de susetapas, como la quiebra de la propia realidad de Espaa. Mientras, para otros sectores, sin dudamayoritarios, las distintas etapas de la Transicin iban representando avances hacia una visin deEspaa que entroncaba con una rica tradicin de pensamiento y accin poltica de los sectores msprogresistas de la historia de Espaa.

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    los que es factible un rgimen democrtico19, a partir del cual poder hablar de dis-

    tintos momentos democratizadores.

    Despus de un breve repaso a las distintas teoras utilizadas, debemos con-

    cluir que son muchos los factores que propician una democracia y no existe una

    sola variable independiente universal: ni el desarrollo econmico y la moderniza-

    cin social, ni la tradicin democrtica, ni la crisis del sistema o la presin exterior.

    Huntington ha observado, para la dcada de los aos sesenta, cinco variables in-

    dependientes que han confluido en un modelo final, es decir, los procesos de de-

    mocratizacin de los aos setenta y ochenta:

    a) los problemas de legitimacin de los regmenes autoritarios despus de sufrirderrotas militares Argentina, Portugal, URSS y Grecia-, agravados por los pro-blemas econmicos que se manifiestan tras las crisis del petrleo de los seten-ta

    b) el crecimiento econmico mundial en los aos sesenta con la consiguienteemergencia de clases medias urbanas en muchos pases

    c) los cambios en la doctrina de la Iglesia Catlica que, a partir del Concilio Vati-cano, se opuso a los regmenes autoritarios de Brasil, Chile, Filipinas o Polonia

    d) la atraccin ejercida por la Comunidad Econmica Europea sobre muchos pa-ses, el giro de las polticas de los Estados Unidos, a comienzos de 1974, hacia

    la promocin de los derechos humanos y la democracia en otros pases, y laperestroika de Gorbachov en la URSS y por ltimo,e) lo que Huntington denomina el efecto bola de nieve, o efecto demostracin,

    que estimul y proporcion a otros pases modelos de transicin.

    Adems, ODonnell, Schmitter y Whitehead20 han destacado estos otros tres

    aspectos, desde mi punto de vista ms discutibles pero que conviene conocer:

    1. el papel secundario jugado en las transiciones por los factores internaciona-les. Lo cual puede entrar en contradiccin con la evidente occidentalizacinde los valores culturales e ideolgicos.

    19 Otro balance historiogrfico es el aportado por lvaro Soto, La transicin a la democracia. Espaa1975-1982, Madrid, Alianza Editorial, 1998. Introduce una novedad al apostar por explicar las difi-cultades de la democracia en Espaa a partir de la (podramos hablar de giro lingstico) entendida como conjunto de valores que contribuyen a lacreencia en la libertad, la participacin, el disenso, la negociacin, el compromiso, la tolerancia o elrespeto a la leyes, y la existencia de una economa de mercado integradora en la que se conjugael desarrollo econmico y el bienestar social.20Ob. Cit.

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    2. el hecho de que no hay transicin cuyo inicio no sea una consecuencia dire-cta o indirecta de las divisiones dentro de la coalicin gobernante entre con-servadores y reformistas

    3. por ltimo, que la democracia slo es posible a travs de un compromiso opacto entre elites polticas. De este modo, el pacto, o mejor dicho, el pac-to entre elites se ha convertido en el elemento crucial en el xito de lastransiciones polticas.

    No menos repercusin han tenido las teoras de la democracia consociativa de

    Lijphart21, que destacan el papel de las elites, concediendo una mayor importancia

    a las actitudes polticas de aquellas que a la cultura poltica o democrtica de las

    masas. La teora del pacto o estrategia consociacional ha cundido tambin en ex-

    ceso entre los nuestros y aunque no se presente como nica variable independien-

    te s forma parte muy activa de gran parte de teoras. Entre nosotros, por ejemplo,

    podemos destacar el trabajo de Huneeus sobre el partido poltico que hegemoniz

    los primeros momentos del proceso22.

    Aunque ms antiguas tambin han dejado su impronta las teoras neoinstitu-

    cionalistas de Einsenstadt23, influidas por la modernizacin econmica y el cambio

    social: la democratizacin sera un proceso basado en la racionalizacin de la auto-

    ridad, la diferenciacin estructural y la expansin de la participacin. Era necesario

    el desarrollo e institucionalizacin de organizaciones y procedimientos polticos ca-

    paces de responder a las nuevas demandas y fuerzas sociales producidas por un

    cambio global. En Espaa la falta de capacidad de adaptacin poltica del rgimen

    a las nuevas circunstancias llevaran sin solucin de continuidad al cambio poltico.

    En otros casos subdesarrollo y autoritarismo han sido fenmenos implcitos al de-

    sarrollo y sistema de explotacin capitalista: la emergencia de los gobiernos autori-

    tarios en pases latinoamericanos era consecuencia de su posicin perifrica en el

    sistema econmico capitalista mundial y del apoyo interesado que reciban de las

    elites econmicas, polticas y militares de los pases desarrollados.

    21A. Lijphart, Democracy in plural societies, New Haven: Yale University Press, 1975.22 Carlos Huneeus, La Unin de Centro Democrtico y la transicin a la democracia en Espaa, Ma-drid, Centro Investigaciones Sociolgicas, 1985.23 S. Einsenstadt, Modernization: protest y change, Englewood Cliffs, Prentice Hall, 1965.

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    Siguiendo con la consideracin modlica de nuestro proceso, una vez in-

    sertado en el contexto internacional y, por tanto, excluido el axioma exclusivista

    del caso hispano, podemos resumir que hay acuerdo en la naturaleza especial de

    nuestra transicin, entre otras cosas porque es bien sabido que la democracia no

    es el nico resultado posible en una transicin y en el amplio apoyo social y en el

    carcter nada traumtico de la misma. Luego algunos prefieren calificarlo como

    algo atpico o sorprendente mientras otros, caso de Arstegui24, lo niegan. En todo

    caso, en lo que no podemos dejar de coincidir todos es en la excepcionalidad del

    modelo espaol al no producirse el final traumtico, cosa, por otra parte, que se

    perciba mucho ms desde fuera del pas. Incluso a la hora de subrayar las actitu-

    des sociales empieza a cobrar fuerza, como veremos, la opinin de aquellos que

    sostienen que el abrumador apoyo social tiene que ver con la falta de cultura pol-

    tica democrtica a la que antes nos referamos o, lo que es igual, la desmoviliza-

    cin y despolitizacin de los espaoles producto de tan larga experiencia dictatorial

    y su socializacin poltica25.

    24 Julio Arstegui, La transicin poltica y la construccin de la democracia (1975-1996), en JessA. Martnez (coord.), Historia de Espaa siglo XX. 1939-1996, Madrid, Ctedra, 1999. Pgs. 245-364. Precisamente una de sus reflexiones ms sugerentes tiene que ver con la incorporacin de lahistoria del presente, como un elemento ms de normalizacin poltica y cultural del pas, a estostemas ya que hace an muy pocos aos hubiera sido impensable que la historia se ocupase deuna realidad tan inmediata al hoy.... En gran parte, aqu tenemos la explicacin al porqu de lademora del gremio de historiadores a la hora de abordar la cuestin transicin. Tambin hacemosnuestra su definicin del concepto transicin poltica como una categora histrica ms: pasocontrolado de un sistema poltico a otro, sin que exista un momento identificable de ruptura entreel rgimen precedente y el consecuente, producindose un cambio paulatino en el curso del cual sealteran las reglas del juego para el acceso y conservacin del poder sin que durante el procesomismo cambie el titular del poder de hecho existente.... No podemos considerar, pues, nunca el

    proceso como una simple sucesin de acontecimientos que parecen predeterminados. En lo que nopodemos estar de acuerdo con l es en la premisa de que toda transicin, por definicin, signifiquepacto, como atestiguan, por ejemplo, aquellos casos en los que ha predominado la ruptura comofueron Portugal o Grecia. Como seala tambin Cayo Sastre, Lynn y Schmitter se refieren a cuatrotipos de transicin: 1. Por pacto, 2. Por imposicin, 3. Por reforma, 4. Por revolucin o levantamien-to popular armado y derrocamiento del rgimen autoritario. Es decir, vemos que no slo puedeexistir la transicin por el pacto aunque, eso s, estos autores creen que el modo ideal para la viabi-lidad de la democracia sea la primera. Modes of transition in South and central America southernEurope and Easterm Europe, Instituto Juan March, Madrid, 1990.25 Todo parece indicar, no obstante, que desde 1966 se aprecia un lento pero continuado creci-miento de opiniones entre los espaoles favorables a la democracia. Progresivo predominio de lasactitudes partidarias de la democracia y, a la vez, preocupacin e inquietud acerca del futuro polti-co eran, probablemente, las actitudes ms caractersticas para definir el estado de la opinin pbli-

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    En estos nuevos y crticos enfoques ha influido sobremanera la deficiente

    valoracin que de la actual democracia se viene practicando por toda una serie de

    dficits que deben mucho a los elementos de continuidad del franquismo en nues-

    tro sistema democrtico. Es el caso, por ejemplo, de la propia monarqua que fue

    confirmada gracias al activo papel del rey Juan Carlos en la democratizacin. Pero

    no hubo en Espaa una consulta popular sobre la forma de gobierno separada del

    resto de la constitucin a diferencia de lo ocurrido, por ejemplo, en Italia y en Gre-

    cia. Los franquistas no sufrieron represalias, en contraste con lo que haba sucedi-

    do no slo en Francia e Italia al final de la Segunda Guerra mundial sino tambin

    en Portugal y Grecia a mediados de los setenta. Tampoco hubo ruptura en las

    fuerzas armadas, la polica, la justicia y la administracin civil del Estado. Como

    consecuencia de los pactos por arriba durante la transicin, las decisiones polti-

    cas en democracia quedaron fuertemente concentradas en los lderes de los princi-

    pales partidos, los cuales han mantenido estrategias de gran autonoma con res-

    pecto a los electores y los grupos sociales. Adems, el Pas Vasco se mantuvo al

    ca en el perodo crucial de los ltimos aos del franquismo y la transicin, Joan Botella, La culturapoltica en la Espaa democrtica, en Ramn Cotarelo (compilador), Transicin poltica y consoli-dacin democrtica. Espaa (1975-1986), Madrid, Centro de Investigaciones Sociolgicas, 1992.Elementos que pueden determinar la baja cultura poltica de los espaoles: baja participacin elec-toral, debilidad de los partidos como organizaciones (baja militancia y poca voluntad de adquirirmayor afiliacin y densidad organizativa), profunda aceptacin del sistema democrtico y nula opo-sicin de fuerza poltica alguna al entramado constitucional, aunque a la vez baja puntuacin delsistema poltico, moderacin ideolgica de los espaoles y de los actores del proceso poltico, bajointers por la poltica, bajos ndices de difusin de la prensa y la ausencia de partidos polticos visi-bles en la cotidianeidad de los ciudadanos.

    Explica el autor que el legado de la escasa cultura poltica en Espaa es que: la actividadpoltica pasa a ser vista como una actividad peligrosa individualmente, para quien la practica, siem-

    pre sujeto a la posibilidad de futuras represalias, y en trminos sociales, por cuanto la implicacincolectiva, la participacin, adquiere potencialmente connotaciones violentas. Pero a la vez, al des-conectarse la actividad poltica de la vida cotidiana de la poblacin, pasa a ser exclusivamente elcampo de accin de unos cuantos polticos profesionales, de los que poco se puede esperar: en elmejor de los casos, la concesin de favores de tipo individual en el peor, fenmenos de corrup-cin. Adems, las caractersticas represivas del rgimen (franquista) hacan imposible la genera-cin de hbitos democrticos en el interior de las fuerzas opositoras, y daban a la accin polticademocrtica un carcter fragmentario, ocasional y geogrficamente disperso. Tambin se apunta adestacar los cambios acaecidos a raz del desarrollismo y sus consecuencias sociales, en concreto,los profundos cambios en las mentalidades que le llevan incluso a plantear la existencia de una

    generacin democrtica formada en buena parte por los nacidos entre, aproximadamente, 1940 y1955, que ser ms tarde la protagonista destacada de la transicin y del futuro sistema democr-tico.

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    margen de la institucionalizacin democrtica, ya que el nacionalismo vasco no

    comparti la coalicin constitucional, mientras que el independentismo intensific

    la violencia terrorista hasta llegar a nuestros das26.

    Por esto, no podemos seguir confundiendo ambos conceptos. Democracia y

    transicin son correlativos pero no simultneos y vienen precedidos siempre de

    una indiscutible crisis de la dictadura franquista que, no lo olvidemos, constituye el

    claro punto de partida y a la que nos tendramos que remontar para una correcta

    comprensin del fenmeno27. Desbrocemos la segunda sin que nos pese de forma

    teleolgica la buena o mala consideracin que tengamos sobre la primera y ha-

    bremos ganado un gran trecho28. Para ello, por descontado, tambin sern nece-

    sarias algunas precisiones cronolgicas que eviten el mantenimiento de la inope-

    rante periodizacin que seguimos utilizando.

    Despus de un transcurrir histrico del que pocos motivos para la compla-

    cencia podamos tener los espaoles, se haba creado ya una clara necesidad de

    encontrar algo de lo que presumir como ciudadanos de la nacin espaola y lo en-

    26 Josep Colomer, Ob.Cit., Este autor caracteriza la transicin con los siguiente diez puntos: equili-brio de fuerzas, recuerdo de la guerra civil, debilidad de los maximalistas, fraccionamiento de laslites polticas (continuistas, aperturistas, reformistas, rupturistas), anticipacin del futuro, pluralis-mo poltico-ideolgico, reforma pactada, ruptura pactada, reconciliacin nacional y (como resultadofinal) una democracia de confrontacin.27 Uno de los pocos autores en negar la existencia de una profunda crisis en la dictadura franquistaes J. Linz, La transicin a la democracia en Espaa en perspectiva comparada, en Cotarelo, R.(comp.), Transicin poltica y consolidacin democrtica. Espaa (1975-1986), CIS, Madrid, 1992.

    El rgimen tena una considerable estabilidad y salvo la sucesin de Franco por su muerte, no seenfrentaba con una profunda crisis. P. 435-436.28 Josep M. Colomer, Ob.Cit. Hay unas relaciones paradjicas entre la transicin y la democracia.

    En el modelo espaol, el temor a un enfrentamiento fatal y la tendencia a la componenda, a la vezque facilitaron el logro de una transicin pactada, dieron un amplio margen de maniobra a los lde-res polticos y predispusieron al estado latente de la ciudadana. Puede comprenderse as la unidadde las dos caras de la poltica espaola en el ltimo cuarto del siglo XX. Por un lado, una transicinque, por el predominio de la negociacin y el pacto y la escasez de violencia, es contemplada comoejemplar. Por otro lado, una democracia que, como resultado de las mismas precauciones contra lainestabilidad y la misma propensin al pasteleo por arriba que inspiraron la transicin, restringe elnmero de actores relevantes y aleja a los ciudadanos de los lugares de decisin. Lo que en unafase fue fecundo y modlico para una cambio continuado y sin confrontacin, en la otra produceexclusiones y desinters. Las virtudes de la transicin se han convertido en vicios de la democra-cia. Creo que tambin es muy significativo que algunos hablen ya, en referencia a los cambiospolticos de 1996, de un agotamiento del modelo que trajo la transicin. Julio Arstegui, Ob. Cit.P. 249.

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    contramos en la transicin29. Motivos tenemos los espaoles de autocomplacencia

    por tratarse, con diferencia, de la menos traumtica y la de ms amplio apoyo de

    cuantas hemos protagonizado en la contemporaneidad. Sin embargo, esto no nos

    debe llevar al error de perder nuestra capacidad de crtica ante unos acontecimien-

    tos que pudieron haber sido totalmente diferentes sin caer en los tpicos determi-

    nismos formulados para la ocasin. En este sentido, considero que se ha modelado

    la memoria histrica de los espaoles, por ejemplo utilizando encuestas de opinin

    como las realizadas por el Centro de Investigaciones Sociolgicas, mitificando al-

    gunos resultados cuya santificada interpretacin ha contribuido a una especie de

    tab, de convencin que justifique la convivencia de los espaoles pensando en el

    futuro y legitimando el presente como inamovible30.

    A modo de resumen general de todas las teoras aparecidas podemos echar

    mano del balance del profesor lvarez Junco31 que sintetizaba en cuatro las dife-

    rentes posturas explicativas, aunque desde mi punto de vista se pueden comprimir

    29 Jos A. Gmez Yaez, Ob. Cit. Partimos siempre de unade la Transicin espaola que nos lleva a afirmaciones tan contundentes como: con casi toda se-guridad, los historiadores del futuro concluirn que la Transicin a la Democracia fue el

    . De hecho, la Transicin pusofin a casi dos siglos de turbulencias polticas que condujeron a guerras civiles, un rosario de Consti-tuciones y al aislamiento de Espaa de las principales corrientes del progreso cultural, poltico yeconmico de Europa, que slo llegaron, cuando lo hicieron, parcial y tardamente. Dos siglos quetranscurrieron en un contexto de retraso econmico y social, en comparacin con el conjunto delcontinente, y de perpetuacin de desigualdades seculares.30 Juan Avils Farr, Veinticinco aos despus: la memoria de la transicin, en Historia del pre-sente, nmero 1, 2002, pp. 88-97. No es deseable que la memoria histrica de un pueblo se trans-

    forme en una leyenda rosa, pero la satisfaccin compartida por los logros del pasado es sin dudaun factor que facilita la convivencia. En ese sentido la memoria de la transicin representa un com-ponente fundamental de nuestra cultura poltica, un liu de la mmoire, por decirlo a la francesa,particularmente querido. En definitiva, el punto de origen de ese sentimiento difuso, difcil de defi-nir pero no de apreciar, que se manifiesta en la Espaa de comienzos del siglo XXI y que algunosdenominan patriotismo constitucional. Por ejemplo, segn una encuesta de ICSA-Gallup publicadaen Nuevo Diario(22-11-1975), el 82 por ciento de los espaoles sintieron dolor, pena y una prdidairreparable, compatible, todo hay que decirlo, con que el 60 por ciento se manifestara tranquiloante la coyuntura. Dada la inmediatez de la encuesta con la muerte del dictador se puede interpre-tar de muchas maneras pero siempre estar presente el xito del propio rgimen en su socializa-cin poltica y el miedo.

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    en slo dos con matices y puntualizaciones: vendra a ser la primaca de los plan-

    teamientos polticos frente a las posturas de la historia social, que con el tiempo se

    han ido aproximando y que desde mi particular modo de ver son irremediablemen-

    te complementarias en el caso que nos ocupa.

    Visin socio-estructural. La lucha de clases. Sera la revolucin desde arriba.

    La burguesa nueva y reformista surgida del desarrollo capitalista del segundo

    franquismo habra impulsado el cambio poltico y se habra beneficiado ms que

    nadie del mismo. Su objetivo prioritario habra sido la desactivacin de la protesta

    obrera que, bsicamente, se llevara a cabo con los Pactos de la Moncloa de 1977

    que vendran a reducir considerablemente cifras tan alarmantes, por ejemplo, co-

    mo las de 1967 en que el cuarenta y cinco por ciento de las huelgas fueron por

    motivos polticos.

    Los puntos dbiles de la teora seran: el escaso papel poltico asignado a las

    nuevas elites econmicas al igual que a las oligarquas tradicionales tampoco el

    elemento obrero tuvo tanto protagonismo en las movilizaciones sociales ya que

    pesaban ms las clases medias profesionales o intelectuales/funcionariales, los

    estudiantes, el distanciamiento de la Iglesia catlica o los nacionalismos perifri-

    cos adems, la capacidad movilizadora de la oposicin antifranquista fue por mo-

    mentos y en determinados espacios escasa -Franco muri en la cama, el aparato

    represivo estaba intacto, el recuerdo de la guerra, la crisis econmica del 73, el

    desprestigio de los sistemas comunistas...- por ltimo, el supuesto objetivo de la

    desactivacin de la protesta obrera no se consigui.

    Modelo funcionalista: La democracia, consecuencia de la modernizacin. La

    teora constata una relacin inextricable entre desarrollo econmico y democracia.

    Santos Juli32 sugiri que nuestra transicin fue el resultado lgico, esperado, y

    casi predecible del cambio social de los sesenta. Una sociedad industrializada, ur-

    31 Jos lvarez Junco, Del franquismo a la Democracia, en Antonio Morales Moya y Mariano Este-ban de Vega (Eds.), La historia contempornea en Espaa, Salamanca, 1996. Pp.159-170.32 Santos Juli, Transiciones a la democracia en la Espaa del siglo XX, en Sistema, 84, 1988, pgs.25-40 y Obreros y sacerdotes: cultura democrtica y movimientos sociales de oposicin, en J.Tusell, La oposicin al rgimen de Franco, Madrid, UNED, 1990, Pgs. 147-160.

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    banizada, moderna desde sus variables demogrficas a sus valores morales, no

    poda soportar ms tiempo unas instituciones polticas propias de una sociedad

    rural y asentada en valores tradicionales. En resumen, aquellas transformaciones

    dieron mejores perspectivas de futuro a amplios sectores de la sociedad y les hizo

    adoptar una posicin ms compleja, gradualista y secularizada de la poltica.

    El fallo radicara en establecer automatismos entre los cambios sociolgi-

    cos y la transicin poltica. Adems, sabemos que hay democracia en pases no

    desarrollados, que no existe democracia en otros prsperos, conocemos la emer-

    gencia del fascismo en sociedades relativamente avanzadas o de la quiebra de la

    democracia en pases industrializados de Amrica Latina, por ejemplo.

    A pesar de todo, creo que no se puede negar que la modernizacin de los

    sesenta gener una serie de contradicciones cada vez ms graves entre liberalismo

    econmico y estado autoritario, as como entre los miembros de la propia coalicin

    reaccionaria, que coadyuvaron a que la democracia fuera a medio plazo algo irre-

    versible.

    lvarez Junco apunta otras caractersticas que la modernizacin no acab de

    eliminar como la cultura poltica heredada -apoliticismo, apego a los hbitos tradi-

    cionales, inmadurez, confianza en las autoridades fuertes, supersticin del orden

    pblico y la estabilidad-, y el protagonismo de otros factores como el papel de las

    nacionalidades, las diferentes nuevas clases medias, los actores reales del cam-

    bio, etctera. Con todo, sin quitar importancia a los efectos de la modernizacin

    econmica en la crisis del sistema franquista, hoy ya es difcil negar tambin la

    repercusin del distanciamiento de la Iglesia, la emergencia de los nacionalismos

    vasco y cataln, la influencia de la crisis econmica de 1973, el resurgimiento de la

    oposicin y la propia muerte de Franco agrandando las rivalidades internas del r-

    gimen. Adems, en la modernizacin no todo fue contra el sistema ya que una de

    sus primeras e inmediatas consecuencias para con el franquismo fue su legitima-

    cin, la segunda, a decir verdad, despus de la que supuso la victoria en la guerra

    civil.

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    El recurso a lo subjetivo: causas psicolgico-culturales o teora del liderazgo.

    Sobre todo se destaca al Rey y a Adolfo Surez. En menor medida a Gonzlez y

    Carrillo. Esta es seguramente la tesis que ms seguidores cuenta en la actualidad.

    Es la teora de la democracia en trminos de political crafting que subraya la im-

    portancia de las elites o de los actores polticos y sociales que en su da puso de

    moda Linz33.

    Posibles pegas, aceptadas sin demasiada conviccin por parte de quienes se

    adscriben claramente a dicha corriente, seran los protagonismos desempeados

    por las elites no polticas y la opinin pblica en general que jugaron una especial

    cautela y moderacin debido a un cmulo de factores entre los cuales hay que

    destacar el contexto internacional -experiencias griega, portuguesa, francesa y

    apoyo de la social-democracia alemana al PSOE-. Algunos incluso creen ver un

    destacado protagonismo en los profesionales de la administracin estatal, la mayor

    parte de los cuales habran optado por el cambio poltico erosionando el poder de

    los primeros componentes de la coalicin franquista en las instituciones. Esta teo-

    ra sobrestima a los actores polticos y les atribuye un potencial poltico movilizador

    que nunca tuvieron.

    Un poco ms abierta en su concepcin sera la tesis de Prez Daz34 al sea-

    lar el cambio como resultado de la emergencia gradual de una tradicin liberal

    democrtica en la sociedad civil combinada con la invencin de una nueva cultu-

    ra poltica, que hicieron posible la consolidacin del nuevo rgimen democrtico.

    Una visin poltico-estructural: debilidad de los actores, fuerza del Estado.

    Ciertamente la oposicin haca gala de una notable debilidad pero el propio rgi-

    men tambin la exhiba en ocasiones al carecer de proyecto poltico, al no saber

    responder a las nuevas relaciones laborales o a las demandas intelectuales y juve-

    niles. Adems, era cada vez ms notable su falta de legitimidad ante las nuevas

    generaciones. Mas, en el Estado no todo era debilidad. Por primera vez en la histo-

    33 Juan J. Linz, Innovative leadership in the transition to democracy and a New democracy: thecase of Sapin. Yale Univ. Press, New Haven, 1987.34Vctor Prez Daz, La primaca de la sociedad civil, Alianza Editorial, Madrid, 1993.

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    ria espaola un giro poltico de esta naturaleza no se vio acompaado de una crisis

    general del Estado. Adems, la transicin nunca provoc en la sociedad una sen-

    sacin de crisis o de vaco poltico, ni el franquismo engendr en su larga existen-

    cia elementos para la total descomposicin y desorganizacin del Estado.

    Asunto muy importante para entender el proceso poltico es que en ningn

    momento se produjo, a la muerte del dictador, un vaco de poder, algo que la opo-

    sicin, especialmente el PCE, haba pensado como ineludible y previo a la toma de

    posiciones que le llevaran a jugar un papel mucho ms protagonista en el proceso

    de transicin. El deseo mayoritario de los espaoles era evitar incertidumbres de

    imprevisibles consecuencias, agravado adems, por el control que en todo momen-

    to se hizo por parte de la clase poltica heredera del franquismo35.

    A pesar del bnker, el rgimen no estaba realmente atrincherado y Franco

    dejaba un buen recuerdo en la memoria de amplios sectores de la poblacin, apa-

    reciendo como un anciano gobernante venerable. El franquismo sucedi varios

    aos a su fundador -prensa, ejrcito, cuerpos de seguridad, autoridades locales,

    instituciones educativas y judiciales...- y la nica parte del Estado que se desmont

    con rapidez fue precisamente la ms agonizante de todas: el sindicato vertical.

    Podramos incluir aqu el planteamiento que parte del anlisis de la naturaleza pol-

    tica del franquismo: un rgimen -autoritario y no fascista-, que por sus peculiari-

    dades estaba destinado a generar procesos de autorreforma que a la postre con-

    duciran a la democracia36.

    As pues, los lderes, en especial los reformistas del rgimen, dispusieron de

    una gran autonoma para actuar y tomar decisiones gracias a que la crisis del r-

    gimen era parcial (...) frente a una sociedad claramente desmovilizada, moderada

    y carente de cultura poltica.

    35 Roberto Dorado e Ignacio Varela, Estrategias polticas durante la transicin, en Tezanos, Cota-relo y de Blas, Ob. Cit. pgs. 251-274.36 Joan Botella, La cultura poltica..., Ob. Cit., ha llegado a escribir que la experiencia franquistapuede haber tenido efectos positivos en este contexto. No slo el rgimen de Franco hico posible eldesarrollo econmico que ha cambiado las bases de la estructura social espaola, sino que, al ha-ber impedido el florecimiento de organizaciones polticas pluralistas en los aos cincuenta y sesen-

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    En concreto, Cayo Sastre mantiene que el proceso de redemocratizacin es-

    paol se sustenta en un pacto entre elites que gozaron de un amplio margen para

    la negociacin, favorecido por la existencia de una sociedad polticamente desmo-

    vilizada. Es decir, pretende mostrar que la desmovilizacin de la sociedad prede-

    mocrtica favoreci la estrategia de cambio diseada por las elites polticas espa-

    olas. No hace sino abundar en la idea, sostenida por otros, de que la moderacin

    y el miedo parecen una consecuencia reactiva de la guerra civil y del propio fran-

    quismo y que recorrieron como un espectro omnipresente toda la transicin37.

    El autor del trabajo asegura que un 77,6 por ciento del total de las manifesta-

    ciones polticas no presentaron ningn desafo bsico para la transicin, al no in-

    troducir nuevas demandas polticas que desbordasen el modelo de reforma polti-

    ca. Destaca, eso s, la novedad que supuso la movilizacin cvica que encerraba

    nuevas preocupaciones polticas que tambin haban arraigado en la sociedad es-

    paola aun bajo condiciones polticas autoritarias: objecin de conciencia, reivindi-

    caciones ecologistas, feministas, pacifistas, por los derechos humanos y acciones

    de solidaridad. Casi siete de cada diez manifestaciones ciudadanas durante la tran-

    sicin fueron de naturaleza no poltica. Los ciudadanos espaoles habran deman-

    dado la ampliacin de algunos derechos polticos y una mejora de la calidad de

    vida, frente a cambios polticos profundos que implicasen otro modelo de Estado o

    a la transformacin del sistema socioeconmico. Como colofn subraya que la so-

    ciedad espaola no se moviliz de forma activa ni por la democracia ni por el man-

    tenimiento del rgimen franquista, y, por ende, dej exclusivamente en manos de

    los polticos la resolucin del problema de la transicin.

    Finalmente, despus de las diferentes apuestas independientes, empezamos

    a ver propuestas conjuntas. As, y sin perder nunca la condicin de modlica ca-

    be mencionar la tesis de Fusi y Palafox38. En un planteamiento eclctico hablan de

    ta, habra legado un panorama poltico en el que las propuestas modernizadoras, desideologizadas,pueden avanzar ms lentamente.37 Paloma Aguilar Fernndez, Memoria y olvido de la Guerra civil espaola, Madrid, Alianza, 1996.38 Juan Pablo Fusi y Jordi Palafox, Espaa: 1808-1996. El desafo de la modernidad, Madrid, Espasa-Forum, 1997.

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    cuatro pilares que sostendran la transicin, con lo que empezaran a construir una

    frmula terica incluyente de variables nicas que, como hemos visto, se haban

    utilizado de forma independiente:

    1. Transformacin social y econmica espaola de los aos sesenta como agentede unas condiciones de estabilidad y relativa prosperidad para el despeguedemocrtico.

    2. La evolucin democrtica era poco menos que inevitable y la dictadura se veacomo una anacronismo inadmisible en el contexto internacional.

    3. Papel clave del rey desde la eleccin de Surez, a la neutralizacin del ejrcitoy su saber hacer en el plano internacional.

    4. La oposicin tambin supo anteponer el restablecimiento de la democracia aconsideraciones maximalistas y doctrinarias. Curiosamente, esta idea ha idoganando terreno para consolidar la teora del consenso ya que en un principioslo se destacaba de l la aportacin de la clase poltica procedente del fran-quismo. Implcitamente, tambin aqu se valora en positivo el comportamientode la oposicin que se acab alejando de los principios polticos que profesaronen el antifranquismo, descalificando as cualquier otra posibilidad que hubiesesignificado una forma de ruptura. Creo as que, una vez ms, se tiende comoapriorismo terico a designar la reforma como nica va posible de la transi-cin39.

    Sera el discurso polticamente correcto que olvida flaquezas como la debilidad

    del nacionalismo espaol frente a los perifricos o alternativos, la persistencia de

    instancias y valores de la dictadura como el abuso de la violencia y su legitimidad

    para combatirlo y algunos otros, en aras de fortalecer la idea de la normalidad his-

    trica de nuestro pas.

    En este punto, me inclino por destacar las posibilidades que ofrecen, especial-

    mente, las propuestas sociales y polticas. Es decir, ni podemos negar la trascen-

    dencia de las consecuencias de las transformaciones ocurridas en Espaa, y en el

    contexto internacional, desde la dcada de los sesenta que afectarn tanto a la

    inmensa mayora de los espaoles como a los actores polticos, tanto los del rgi-

    39 Jorge de Esteban, El proceso constituyente espaol, 1977-1978, en Tezanos, Cotarelo y de Blas(eds.) Ob.Cit. pgs. 275-316. Elogia el comportamiento de la oposicin por su moderacin y cordu-ra parlamentaria e incluso, salvo excepciones, extraparlamentaria.

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    men como de la oposicin, ni podemos descartar las teoras ms estrictamente

    polticas que enfatizan la teora del pacto entre pocos actores en un contexto ca-

    racterizado por una sociedad temerosa, expectante pero segura de no volver a

    caer en enfrentamientos cruentos, ante un Estado franquista todava slido que

    mantuvo el control ms all de la muerte del dictador. Lo que, no obstante, nunca

    nos debera llevar a calificar como la mejor de las transiciones o la nica posible a

    la que protagonizamos los espaoles.

    Y es que frente al predominio abrumador de la historia poltica mencin desta-

    cada merecen las tesis planteadas desde la historia social. En este terreno no po-

    demos sustraernos a los resultados ofrecidos por Carme Molinero y Pere Yss en

    cuanto al destacado protagonismo de las reivindicaciones democrticas de sectores

    sociales amplios que llegaron a condicionar la opcin democrtica de una parte

    significativa de las clases dirigentes40. En sus mltiples trabajos han tratado de

    demostrar unas hiptesis que, desde mi punto de vista, no acaban de ser incompa-

    tibles, en parte y en determinados momentos, con las tesis polticas elitistas 41. Ms

    radical en sus planteamientos pero en la misma direccin de subrayar la aportacin

    de la sociedad civil en la construccin de la democracia espaola encontramos los

    planteamientos de Xabier Domenech, para quien la Transicin tom la forma que

    tom gracias a las movilizaciones que imposibilitaron cualquier proyecto de conti-

    nuidad del rgimen y condicionaron los principales puntos de la agenda del cambio

    poltico... Estos cambios tampoco tienen su fundamento nico en el cambio eco-

    40 En este ostracismo de las tesis sociales se ha llegado a minusvalorar de tal forma el fundamental

    papel jugado por el pueblo espaol que inconscientemente se han escrito frases como: ... inclusoel pueblo espaol en su conjunto, contribuy (junto a la oposicin, los medios de comunicacin, elEjrcito y la Iglesia) al xito de la transicin). Carlos Barrera, Historia del proceso democrtico enEspaa. Tardofranquismo, transicin y democracia, Editorial Fragua, Madrid, 2002. P. 84.41Valga de ejemplo la siguiente frase: La poltica de consenso tuvo un elevado precio, especial-mente para la izquierda y sobre todo para la comunista, al recluir el debate poltico en crculos muyrestringidos y tender a diluir, al menos aparentemente, las diferentes opciones polticas. Esto con-tribuy a la desmovilizacin poltica de sectores que haban sido muy activos desde los ltimos aosde la dictadura, convertidos ahora en testigos de decisiones en ocasiones apenas explicadas, ascomo a reforzar una cultura poltica pasiva, muy extendida en la sociedad espaola, favorecida porla propia larga etapa dictatorial y acentuada por las pautas de la sociedad de consumo extendidasdesde la dcada de los aos sesenta. La transicin democrtica, 1975-1982, en Jos Mara Ma-rn, Carme Molinero y Pere Yss, Historia poltica 1939-2000, Madrid, Istmo, 2001.

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    nmico y social generado en los aos sesenta, sino en las gentes que interactuan-

    do con l decidieron actuar contra el franquismo y consiguieron establecer un mo-

    delo de lucha contra el rgimen que les permiti pasar de la resistencia a una opo-

    sicin que comenzaba a cosechar xitos42.

    Es decir, abogamos por estudios que enfaticen el elevado protagonismo de

    las movilizaciones populares, por cierto, no siempre con mviles econmicos o la-

    borales, as como el creciente nivel de conciencia poltica democrtica demostrada

    en numerosos y diferentes tipos de asociaciones nacidas a finales de la dictadura

    que impidieron al rgimen actuar con las manos libres y que condicionaron en todo

    momento un guin poltico que se fue construyendo ms o menos sobre la mar-

    cha. Se hace cada vez ms necesario estudiar con ms ahnco aquella honda

    transformacin en la cultura poltica sufrida en el seno de la clase obrera y la bur-

    guesa desde comienzos de la dcada de los aos sesenta43.

    Es evidente que adems de la riqueza de conocimientos que, en este senti-

    do, pueden aportar los estudios desde abajoes tambin preciso romper una lanza

    en favor de los trabajos regionales y locales que nos ofrecern mejor los distintos

    comportamientos y actitudes de los espaoles en el cambio como verdaderos acto-

    res y no slo, como ha venido hacindose hasta aqu, como sujetos pacientes de

    42 Xavier Domenech, El cambio poltico (1962-1976). Materiales para una perspectiva desde aba-jo, Historia del presente, nmero 1, 2002, pp. 46-67. A pesar del radicalismo verbal no es tannovedoso e iconoclasta como pueda parecer por sus propias intenciones, porque integrar los con-flictos sociales y polticos vividos durante aquellos aos en los paradigmas establecidos sobre latransicin no significar su desaparicin, en todo caso, cuestionaremos aquellas tesis que excluyende la explicacin las causalidades sociales. Aunque tal vez con no demasiada conviccin y proseli-

    tismo, este tipo de tesis tienen ya entre nosotros tambin alguna que otra telaraa aunque nosean agraciadas con el galardn de lo polticamente correcto. Uno de los primeros en apostar porestos planteamientos fue J.W. Foweraker, La democracia en Espaa, Arias Montano Editores, Ma-drid, 1990. De todas formas, aunque la percepcin que se pueda tener desde un foco industrializa-do como Sabadell nos pueda llevar a pensar, que sera en todo caso discutible, que la hegemonapas a manos de la sociedad civil antifranquista en los estertores del franquismo no parece que esopueda generalizarse para el conjunto del pas. El autor sintetiza tambin en cuatro las teoras apa-recidas: 1. Transicin por modernizacin econmica, 2. Transicin por omisin del sujeto social(autocontrol obrero), 3. La transicin de los de abajo es igual a los de arriba, (elites polticas), 4.Giro lingstico (el aprendizaje del lenguaje de la democracia.43 Este es, fundamentalmente, el objetivo que nos proponemos en el proyecto de investigacin(BHA2002-03897) Sociabilidad y movimientos sociales en Castilla-La Mancha (1959-1986)que dirijoen la UCLM.

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    una serie de decisiones que se tomaban al ms alto nivel44. Para ello, todo hay que

    decirlo, debemos aprender de otras temticas y no perder nunca de vista el con-

    texto general para evitar hacer estudios clnicos con investigaciones que sirvan

    para el recordatorio de algunos personajes y el homenaje popular y poco o nada

    para la comprensin de un fenmeno colectivo.

    44 Por ejemplo, sabemos que durante la transicin se daba un bajo nivel de identificacin con lospartidos por parte de la poblacin, de tal manera que cerca del 50 % del electorado no se sentaprximo a ninguno de ellos. J.M. Maravall, La poltica de la transicin, 1975-1980, Madrid, Taurus,1981. Tendramos que conocer, entre otras cosas, cmo surgieron en cada municipio estos partidosy sus lderes y qu problemas de credibilidad pudieron tener ante el electorado, qu asociacionesaparecieron y qu tipo de sociabilidad se estableci en aquellos aos.