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ARTURO SÁEZ ROS
[TRABAJO DE FIN DE MÁSTER] HACIENDO UN EJERCICIO EN EL QUE SE PUEDA COMPROBAR LA ASIMILIACION DE LAS IDEAS RECOGIDASEN EL CURSO A TRAVES DE UNA PROPUESTA EN LA QUE SE ESTUDIE EL HOSPITAL COMO RESPUESTA SOCIAL Y HUMANA, QUE AL MISMO TIEMPO SUPONGA UN EJERCICIO INTERESANTE E IMAGINATIVO, DONDE EL ALUMNO PUEDA CONTRASTAR LA REALIDAD DE LO APRENDIDO
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CLÍNIC
UNA DISTOPÍA SANITARIA
Es duro enfrentarse a la muerte. Llevo intentándolo toda mi vida pero su perseverancia es más
fuerte que mi determinación. Si la maldita Genética Predictiva no se equivoca, el cáncer que
me anticipó acabará conmigo antes de los ochenta y dos años. ¿Era realmente necesaria esa
fría y descarnada exactitud? Como si de un moderno y tecnológico Dios se tratara el
mecanismo contable de las aseguradoras médicas me sometió a las pruebas de diagnóstico
molecular y con su arsenal de tecnología puso ante mí un sobre cerrado con su previsión.
‐Este resultado es totalmente privado Sr. Sáez‐ Me dijo aquél empleado con su cara de ratón.
‐Sólo el sistema conoce estos datos y sólo Usted decide si quiere conocer lo que hay en el
interior‐.
Siempre he sido muy cobarde en temas de salud pero al llegar a casa me pudo más la
curiosidad y busqué en aquel informe la inexorable fecha. ¡Qué exactitud! Pensé para mí.
¿Hasta ese punto habíamos llegado? Supongo que yo no era mas que un apunte contable en
los ajustados algoritmos de su equilibrado negocio.
En cualquier caso hoy cumplo ochenta años y llevo ya dos meses entrando y saliendo de este
Hospital, viviendo sus salas de espera, recorriendo sus pasillos y durmiendo en sus camas.
Ahora soy un paciente, ese papel que nunca había representado y para el que nunca se ha
ensayado lo suficiente. Los veía siempre pero probablemente nunca los miraba. Es esa coraza
que todos los profesionales de la medicina nos ponemos cada mañana si queremos llegar a
casa sanos. Cuando a veces una cara demacrada clavaba sus ojos en los tuyos, apartaba la
mirada rápidamente mientras una voz muy suave allá en tu interior susurraba ..."le ha tocado
a él, no a ti. Tranquilo..." Seguro que ahora lo veo todo con otros ojos.
Decía León Felipe que "...para enterrar a los muertos como debemos cualquiera sirve,
cualquiera... menos un sepulturero"
He dicho lo veo y debía haber dicho lo siento. Sentir. Esa es la palabra. Los edificios no se usan,
se sienten. Los hospitales más. Llevo toda la vida estudiando, midiendo, analizando,
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parametrizando y en definitiva racionalizando los hospitales. Ahora lo voy a hacer, lo estoy
haciendo, desde el corazón. No es buen consejero, pero se sale siempre con la suya.
Acercarme a él no sólo desde la racionalidad de los procesos, de la ciencia, de la tecnología y la
productividad. Sentirlo desde las emociones. Desde aquel que vive y muere entre sus paredes.
¿Por qué ahora veinticinco años después y no antes? Han pasado muchas cosas y muy deprisa.
Recuerdo aquella época cuando Antonio Ocaña, en aquel máster tan divertido y no por ello
menos didáctico que organizaba Alfonso Casares, se le ocurrió adornar el trabajo final que nos
tenía encomendado con una mínima guinda envenenada. Yo con una ingenua previsión,
impropia de mi edad, esperaba tener que diseñar un pequeño hospital de unas 300 camas,
objetivo para el que con más o menos fortuna me sentía preparado. Y ese fue el enunciado,
solo que tenía que ser...
...para un futuro relativamente cercano. Veinticinco años. Mi presente.
Me puse a pensar, a leer todo sobre los tipos hospitalarios a través del tiempo. Buceé en
aquella incipiente internet y no llegaba a nada claro. Cientos de arquitectos, médicos y
gestores habían intentado superar el tipo anterior en lo que visto desde la distancia no era sino
un continuo método de ensayo y error. ¿qué iba a aportar yo en aquel mundo de previsiones,
si no fallidas, si superadas muchas veces antes de nacer. ¿Desde qué punto debía acometer el
reto? ¿Desde el meramente arquitectónico? Evidentemente, no. Ya había pasado el tiempo en
que la arquitectura era la abanderada de un mensaje social y el modernismo su lenguaje.
Ahora, (entonces) numerosas y potentes fuerzas se habían unido en la búsqueda de respuestas
a la vieja idea del hospital como máquina de curar.
Estábamos en aquel momento inmersos en la caída del Welfare State y recuerdo con nostalgia
las discusiones que se planteaban con las entonces casi experimentales colaboraciones de
gestión Público‐Privado. Realmente he de confesar que no podía ni imaginarme como iba a ser
el Hospital del Futuro. Dejé pasar el tiempo...
Hoy tengo consulta con mi médico. Las moléculas dopadas que me inyectaron no están dando
la solución que se esperaba. Aunque ellos ya lo sabían. "Clínic" se lo advirtió. Clínic es el
cerebro sanitario que a todos nos controla y monitoriza. Como un discreto Gran Hermano
orwelliano se sirve del biochip implantado en los enfermos dependientes de su vigilancia.
Aunque al principio hubo mucha oposición a su uso, lo cierto es que al fin lo asumes y sabes
que perteneces al sistema y que este "solo busca tu bien". Lo cierto es que yo a veces lo veo
más como a HAL 9000, el taimado computador que en la vieja película de Kubrick tomaba el
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mando de la nave. Que yo sepa Clínic aún no sabe leer los labios. Lo que sí sabe son mis
constantes vitales, incluso mediante el estudio comparativo de mis actos es capaz de
cuantificar mi grado de sufrimiento ante los síntomas que monitoriza. El médico ya no te
pregunta si te duele, se lo da Clínic en escalas de valor modelizadas.
Los diagnósticos son ahora más fáciles. Esto ha reducido drásticamente el uso de las consultas
externas como antes se usaban. La atención primaria se vio sacudida de una forma brutal
cuando Clínic fue adoptado por Europa. Y sí, digo Europa, porque aquella España frágil ,así
como el resto de naciones de la unión europea empezaron a acabar con la crisis de 2007.
Los Estados seguían y seguían endeudándose con tal de no dejar de dar los servicios a los que
sus ciudadanos se habían acostumbrado.
Los gastos sociales se multiplicaban exponencialmente, especialmente los sanitarios. El
continuo aumento de la esperanza de vida así como el crecimiento importante de pacientes
con enfermedades crónicas y pluripatológicas desequilibraron los presupuestos estatales. Fue
necesario redoblar los esfuerzos en gestión y en prevención a fin de hacer sostenible el
sistema.
Ningún gobierno, ni de izquierdas, ni de derechas, se atrevía a decir que el rey estaba desnudo,
y como un yonqui que acude a su camello, iban al Banco Central Europeo a por su dosis de
deuda. Y llegó el colapso. Fue después del crack del 2016 cuando todo cambió.
Grecia fue la primera en quebrar, enseguida le seguimos el resto de PIGS, como cortésmente
nos llamaban nuestros amigos del norte. Pero cuando cayó Francia el desorden económico de
Europa con una Alemania golpeada llegó a su límite. Tocamos fondo.
Salvamos el orden económico, el euro siguió, pero nada volvió a ser igual. Dentro de las
remodelaciones que se llevaron a cabo, la más importante fue la del Estado del bienestar, que
si no fue la principal causa del derrumbe si era la que siempre se usó como arma arrojadiza
entre dos concepciones que habían surgido de los despojos de la Segunda Guerra Mundial.
Nuestros primos americanos también estaban cambiando. El presidente Obama buscaba en
América lo que algunos creían que en Europa no había funcionado. Tras una gran oposición
había logrado instituir su "Obamacare". Una suerte de sistema sanitario estatal alejado de la
mente individualista del colono americano que siempre pensó que él cuidaba de sí mismo
mejor que el Gobierno. Viéndolo desde la distancia y pudiendo confirmar como se han
acercado los dos sistemas hasta formar uno tan parecido en sus procedimientos, diríamos que
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como casi siempre en la suma de los extremos alcanzamos un punto medio que arroje los
excesos de cada una de las partes. Ni América podía dejar desvalido a un segmento de su
población, ni Europa podía aspirar a una "barra libre" del todo gratis.
El gran aparato burocrático de la Unión Europea absorbió las competencias sanitarias de unos
Estados incapaces de garantizar de forma aislada sus obligaciones. El ciudadano aceptó en un
proceso que aún hoy día perdura, el traspaso de las competencias sociales de asistencia y
previsión de las entonces cuestionadas autonomías, no de vuelta al Estado que treinta años
atrás se las cedió, sino a el nuevo poder económico que se instauró en Bruselas. Tras una difícil
unión fiscal de los países miembros, ya no sólo se nos imponían Directivas. Ahora nuestros
métodos de gestión y proyectos sociales eran escrupulosamente planificados, fiscalizados e
intervenidos en una política común como al principio lo fueron los sectores agrícola o
industrial. Las numerosas corruptelas locales habían desaparecido ¿Era una pérdida de
soberanía? Tal vez. Sólo los más violentos lo vieron así. El resto de la población lo vimos como
una liberación.
Con la misma ilusión que Clement Attlee y Lord Beveridge pusieron en Inglaterra después de la
guerra con el NHS, creando desde una utópica y entonces justificada visión colectivista de la
sociedad un sistema que garantizase a todos los ciudadanos una cobertura sanitaria universal,
ahora Europa se enfrentaba al mismo problema pero incorporando políticas liberales que solo
el capitalismo surgido tras la caída del muro podía garantizar.
Ya antes del estallido de la crisis los países escandinavos con fuerte implantación
socialdemócrata, con Suecia a la cabeza, habían sustituido sus viejos hospitales por
experimentos de colaboración del sector privado con el público con el fin de garantizar la
sostenibilidad del sistema. Al usuario cada vez le preocupaba más el aprovechamiento de sus
impuestos que las condiciones contractuales de los profesionales que le atendían.
Todos los ensayos que se llevaron a cabo en España en aquel tiempo no florecieron de una
forma inmediata. Había demasiados interlocutores implicados. Viejos privilegios acumulados
década tras década por unos sindicatos muy estatalizados hicieron que estos opusieran toda la
resistencia que pudieron. Sólo cuando los recursos menguaban fueron perdiendo el apoyo de
las masas. La lenta descomposición del fallido Estado de las autonomías favoreció el declive,
pues no existía una planificación conjunta entre comunidades ni una intervención centralizada
del gasto. Las concesionarias supieron aprovecharse al principio de este descontrol pues
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aunque su servicio iba poco a poco aceptándose por el público, el gasto para el Estado seguía
siendo insostenible.
Hoy día esas concesionarias formadas por amalgamas de aseguradoras y proveedores de alta
tecnología están definitivamente implantadas en el sistema. El estado y ellas estaban
destinados a entenderse. Solo había que desarrollar fórmulas para que ninguna de las partes
tomara el control de la otra.
Estoy entrando en el hall del hospital y si no fuese por algunas batas blancas que van de un
lado a otro con sus zuecos verdes, diría que un botones va a venir a recogerme las maletas de
un momento a otro. No sabría si estoy en un centro comercial o en un Hilton. Hay algo que sí
ha permanecido inmutable desde tiempo atrás: hacer que el hospital no parezca un hospital.
Recuerdo que un día hablando con Albert de Pineda, un viejo compañero con el que colaboré y
con el que guardo aún la amistad, me dijo:
‐¿Sabes que me obsesiona últimamente al diseñar la entrada a un hospital? Dime, le dije, con
curiosidad, esperando que me hablase de la forma en que entra la luz, o los dobles o triples
espacios que a veces utilizaba.
‐Que huela a café‐.
Y con su inconfundible acento catalán, continuó:
‐¿Sabes aquel olor tan chulo que se escapa de las cafeterías abiertas de los aeropuertos?. Pues
eso quiero que sienta la gente que entra en un hospital.
Estaba deseando que un hospital no fuese un hospital. A fin de cuentas eso es lo que
deseamos todos cuando tenemos que utilizarlo. Estaba planteando un trampantojo sensitivo.
Y sí, ahora los hospitales huelen a café.
Clínic, mi ubicuo vigilante que me había citado a las once, sabe que estoy en el hall y no tarda
en comunicar mi presencia al control, reorganizando en tiempo real el flujo de pacientes a las
consultas.
Toda la revolución que se ha llevado a cabo en los últimos años no hubiese sido posible sin el
desarrollo exponencial que ha tenido la computación. Poco imaginaba Gordon E. Moore
cuando allá por 1965 expuso su conocida ley por la que cada dos años se duplica el número de
transistores en un circuito integrado. Aún hoy en 2038 se sigue cumpliendo. Eso sí, ya no
mediante el silicio sino mediante la biocomputación, la integración nanotecnológica de
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litografía basada en el ribosoma. El mundo es hoy una inmensa red de bancos de datos
constantemente interconectados entre sí. Cual neuronas de un inmenso cerebro crean
relaciones y sinapsis entre ellos manejando nuestra sociedad en un segundo plano invisible
para nosotros. Pero al igual que nuestro cerebro biológico individual ha ido absorbiendo cada
vez más energía del cuerpo humano, el constante crecimiento de nuestro cerebro colectivo
nos pide cada vez más requerimientos.
Es por ello que este hospital ha requerido una superficie y unos recursos destinados a Clínic
superiores al 40% de su coste. Lo que antes dedicábamos a todas las instalaciones ahora es
destinado íntegramente a las redes de Información, almacenamiento y proceso de datos.
El edificio es grande e impersonal. Sigue siendo probablemente la construcción más
significativa de la ciudad. Atrás quedaron las búsquedas infructuosas de un tipo ideal. Es una
mezcla imprecisa entre un centro comercial, un hotel, y un taller tecnológico. Hace mucho
tiempo que el proyecto arquitectónico se hizo interdisciplinar obedeciendo a distintas
instancias que lo interpretan. Antes y ahora más que nuca, el resultado del mismo solo
responde a criterios de eficiencia y el resultado adquiere siempre la imagen de prototipos
repetibles.
Tan solo las urgencias con su primitivo lenguaje de sangre y dolor no controlado, siguen
resistiéndose a adaptarse al aséptico mundo que hemos creado. Es la única parte del hospital
en la que Clínic llega más tarde que el hombre.
Existen pocas consultas en el hospital. Hace tiempo que la atención primaria dejó de ser el
recepcionista del acto médico para convertirse en un pilar fundamental del sistema. Antes la
gente acudía a los hospitales porque sentía que allí residía de una manera física el
conocimiento. Desde que nació Clínic, ese conocimiento es omnipresente y está en todas
partes. Los médicos han perdido la vieja práctica de la Anamnesis y la información aportada
por el paciente en la entrevista clínica es cada vez menor e incluso en ocasiones, sino
despreciada, si apartada frente a los valores absolutos ofrecidos por las exploraciones
automáticas. El médico de familia, ahora renombrado Médico Personal, ha tomado el control
del proceso sanitario en un salto cualitativo sin precedente en la historia de la medicina. El
especialista acude al enfermo por telepresencia en la consulta de primaria sin importar dónde
se encuentre, porque así lo solicita el médico. Él es ahora el tutor y responsable último de mi
enfermedad desde el primer momento que acudo a su consulta hasta que muero o sano.
¿Cómo se ha logrado esto? Evidentemente no hubiese sido posible sin Clínic y toda la
tecnología de la que con el tiempo se le ha ido dotando.
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Siempre han existido grandes dudas acerca de la capacidad de las máquinas para diagnosticar
de una forma efectiva la enfermedad. En la primera década de este siglo la desaparecida y
antaño poderosa IBM desarrolló un ordenador llamado Watson que podríamos llamar el
abuelo de Clínic. Hoy día se ha renegado del término inteligencia artificial, pero nadie pone en
duda la fiabilidad de Clínic para diagnosticar con porcentajes de éxito del 99%. Es cierto que la
mano que guía a este sistema tan sofisticado es el facultativo. Si hay algo auténticamente
inmutable desde que un hombre se dispuso a curar a otro, es el factor humano.
Mi oncólogo revisa mi historial. Allí está todo. Una de las primeras medidas que se adoptó
cuando la Unión europea tomó el control de la sanidad fue la imposición de unos estándares
para la industria tecnológica. Quisieron, pero no pudieron resistirse. Ahora para ellas solo
había un cliente en todo el continente. Ya no valían los lenguajes únicos, los interfaces
propietarios, los conectores particulares ni los sistemas cautivos. Algunos se opusieron
alegando que iba a desparecer el estímulo investigador si no se blindaban los avances
tecnológicos. El macroestado que ahora es la Unión Europea usó todo su poder para frenar los
desequilibrios del Mercado. El liberalismo y el intervencionismo llevan jugando mucho tiempo
un partido en el que no gana ninguno de los dos. Cuando gana uno de ellos los que perdemos
somos nosotros.
‐Creo que va a tener que someterse a una nueva terapia molecular.‐
‐De cualquier forma, antes le efectuaremos una nueva exploración de RM‐.
No he tenido que volver a casa pues Clínic ha previsto mediante su software que las
probabilidades de que me fuese solicitada esa prueba en función del seguimiento de mi
historial eran muy altas por lo que modificó para hoy la agenda de la máquina RM de
microburbujas dopadas, introduciendo mi nombre en la lista. El informe aparecerá en los
monitores de mi oncólogo en treinta minutos pues las imágenes son transmitidas por el
sistema a países como India o Pakistán donde la calidad de sus facultativos ha generado una
oportunidad de crecimiento a sus economías en esta aldea global interconectada.
No tengo que preguntar a nadie la ubicación de la sala de RM. Mis gafas dirigidas por el
sistema me guían de manera exacta mientras me indican que debo esperar diez minutos antes
de la prueba. Cuando las empresas privadas comenzaron a compartir con el Estado la
responsabilidad de la salud fueron numerosos los partidarios de introducir criterios de
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productividad copiados de otros sectores como el aeronáutico o el automovilístico. La
introducción de procesos y la optimización de la logística interna se centró en el concepto del
"just in time". Otra vez fue la supercomputación la que hizo posible que dichos procesos
fluyeran con eficiencia. No son solo los instrumentales quirúrgicos los que entran en los
quirófanos directamente desde las esterilizaciones externas. También son las agendas de los
facultativos las que se ajustan "on line" para que entre por la puerta en el momento adecuado
cual si de una pieza en una inmensa cadena productiva se tratase.
Salgo de la exploración y me dirijo cabizbajo hacia la salida mientras desconecto las gafas pues
no me apetece escuchar a nadie y menos a una máquina. Como era de esperar acabo
perdiéndome. No quiero reconocerlo pero tengo miedo. Sé que las cosas no están yendo bien
y un volcán de sentimientos está a punto de estallar dentro de mí. Hace mucho tiempo que
vivo solo. No sabría decir cuánto, pero parece una eternidad. Cuando mis hijos se fueron a
trabajar fuera y ya no necesitaron de nuestra ayuda ella se fue. Supongo que fue culpa mía.
Me doy cuenta de que hemos ganado cosas pero también hemos perdido otras en esta
unificación de culturas que nos han impuesto los nuevos tiempos. Si bien es cierto que los
países del sur nos hemos "calvinizado", haciéndonos adoptar frente al trabajo actitudes más
responsables abandonando costumbres muy arraigadas de amiguismo y nepotismo, no lo es
menos que valores como la familia se han ido debilitando, haciendo crecer la masa de
dependientes al cuidado de la estructura social del Estado que antaño era atendida por su
entorno familiar.
Entre los distintos patios interiores que salpican la malla de circulaciones que es este gran
edificio distingo una especie de recinto claramente aislado del resto. Su aspecto me recuerda
la imagen de un pabellón zen japonés. Un pequeño letrero antes de salir al jardín indica:
Espacio para las emociones. Sin darme cuenta estoy dentro sentado observando a una pareja
abrazada al fondo. Ella llora mientras él la besa en la frente. Esta gran máquina tecnológica
necesita gestos que los teraflops no pueden resolver. La medicina es ciencia, es técnica, pero
también es sentimiento, esperanza. Como esos dibujos infantiles de nuestros hijos que
colocamos en los corchos para humanizar nuestro entorno, así este artificio tech en que se ha
convertido el hospital, inventa señas que nos ayuden a superar nuestra vulnerabilidad.
El compromiso activo del enfermo en el proceso sanitario siempre ha sido una de las metas de
la medicina. El hospital se ha convertido en un centro promotor de la formación de los
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pacientes crónicos, donde se les adiestra en el autocuidado, en el uso del resto de los
dispositivos comunitarios.
Solo con los nacidos en este siglo se ha podido llevar adelante esta idea. Gente que nació
"digital" y para la que el contacto con las nuevas tecnologías no ha tenido que ser algo
aprendido. Hoy el paciente conoce su enfermedad y su tratamiento de una forma más activa
que en tiempos pasados. Las redes sociales médicas ponen en contacto entre sí a todos los
afectados por cualquier enfermedad por rara que sea, involucrándolos en su seguimiento
incluso colaborando con el médico para su tratamiento.
Como en los viejos hospitales el edificio sigue contando con una gran base de dos plantas que
alberga todos los servicios centrales y distintos bloques destinados a hospitalización. Con
torres menos altas y agresivas, el rotundo tipo de Herlev es el único vestigio arquitectónico de
las nuevas máquinas curativas.
La idea de un gran contenedor con circulaciones diferenciadas no ha sido superada en todo
este tiempo. La única diferencia es que ahora todos los hospitales plantean estas circulaciones
orientadas por itinerarios continuos de diagnóstico y tratamiento ordenados por áreas de
conocimiento médico. El sistema de flujos se adecúa a áreas de protocolos comunes. El
enfermo es como un automóvil en una planificada cadena de montaje. La eficiencia se obtiene
en la medida que los itinerarios se ajustan dentro del contenedor de tratamiento y
diagnósticos.
El viejo y contrastado módulo estructural de 7,20 x 7,20 ha dado paso a otro de 14,40 x 14,40
simplemente por la generalización debida al abaratamiento de los nuevos composites que
están sustituyendo al honrado hormigón. Esto ha favorecido la introducción de una nueva
circulación diferenciada para los robots de transporte cuya masiva utilización por parte de
Clínic creó situaciones conflictivas en un principio.
La controlada toxicidad de los nuevos citostáticos ha permitido que las últimas sesiones me
fueran suministradas en mi propio domicilio, pero su cada vez menos eficaz resultado ha
aconsejado ni ingreso.
Por más que hoy día los hospitales evitan el internamiento buscando la efectividad mediante la
potenciación de los tratamientos ambulatorios, siempre existe un momento en que
necesitamos el cuidado de la enfermera a nuestro lado. Cínic no va a poder sustituir a Florence
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Nightingale nunca. Es cierto que ahora el control del número de enfermos por persona ha
crecido e incluso la teleasistencia dentro del propio hospital permite una mayor optimización
de los procesos.
Mi situación social junto con mi estado clínico han aconsejado que mi estancia sea en el
edificio de "Calidad Vital". Siempre me ha sorprendido la facilidad que tenemos los seres
humanos para intentar cambiar las sensaciones con los cambios del lenguaje. Después de que
los Cuidados Paliativos se hubiesen asociado a lo que realmente son, se modificó el nombre
con el nuevo eufemismo. Lo cierto es que acudo a morir aquí. Los problemas sociales y
sanitarios al final de la vida se entremezclan tan fuertemente que no sabes dónde empiezan
unos y dónde terminan otros. No soy mayor para las medias de longevidad que actualmente
hemos conseguido, pero somos muchos los que con enfermedades terminales o con
pluripatologías degenerativas acudimos a buscar una "calidad vital" que la naturaleza
implacable se niega a darnos. Las nuevas y caras drogas sintéticas personalizadas
genéticamente han atenuado totalmente mi dolor físico pero la cláusula que firmé en mi
testamento vital negándome a tratar mis estados neurológicos impide que mi sufrimiento
mental cese. Quiero ser consciente hasta el final de mi existencia.
Han pasado dos meses desde que ingresé. No tengo a nadie que se preocupe por mí, nadie
que venga a visitarme. Mi familia es Clínic. Él, que calladamente me cuida, sabe que estos
desvanecimientos que siento son estremecedoramente premonitorios y elige mi música.
Mientras cierro los ojos con un tremendo cansancio escucho a lo lejos a John Mayer cantar el
estribillo de Gravity.
Clínic sabe que me gusta.
Just keep me where the light is
Just keep me where the light is
Just keep me where the light is
Come on keep me where the light is
Come on keep me where the light is
Come on keep me where, keep me where the light is