2
E n cierta ocasión un hombre que sin falta me enviaba una carta después de haber pasado la noche juntos, me dijo que no le veía sentido a nuestra relación y que no tenía nada más que decirme. Al día siguiente no hubo ningún mensaje de su parte. Cuando amanece sin la habitual carta de la mañana, no puedo evitar sentirme abatida. “Bueno -pensé a medida que el día avanzaba-, realmente sentía lo que dijo. Llovió mucho al día siguiente. Llegó el anochecer y seguía sin noticias suyas, evidentemente se había olvidado por comple- to de mí. Luego, a la noche, mientras estaba sentada en la gale- ría, vino un niño con una sombrilla abierta en una mano y una carta en la otra. Abrí la carta y la leí con una ansiedad mayor que la habitual. “La lluvia que acrecienta el agua” era el men- saje y me resultó más encantador que un manojo de poemas. * Fragmento 153 de El libro de la almohada (Makura no Sōshi) es un diario escrito por la autora japonesa Sei Shōnagon, dama de la corte de la emperatriz Sadako, hacia el año 1000, durante la era Heian. Posiblemente sea el nikki o diario íntimo más famoso de la literatura japonesa. El libro de la almohada* TRAVERTINO L legar a adquirir un conocimien- to profundo de la estructura de las cosas, de los animales, del mundo. Por momentos, creo no tener la paciencia necesaria para lograrlo. Me paro frente al mar y lo observo ir y venir, por momentos lento, en otros, furioso. Pero nunca se de- tiene. Como si trabajara incansablemente en la playa para llegar más allá de su lími- te sobre la arena. Avance imperceptible y lento. También agotador. Pero es la única manera, al menos la que yo siento, la que creo. Una obra construida sobre la soli- dez del estudio, de la práctica. Y el dibujo como tal. Insistir una y mil veces hasta que salga, que aparezca eso que más o menos creo, es lo que me llega desde el afuera y a la vez lo que va apareciendo. Desde uno. Esa realidad que nos rodea pero que ya no es realidad sino una mirada cargada de vida. De mi vida. De mis vivencias y experiencias en mi vida. Que también van creciendo, cambiando, aumentando. Mu- chas veces pienso ¿Qué estaré diciendo en mis dibujos o esculturas? o ¿para qué todo esto? ¿Qué sentido tiene? Aunque al rato, continuo como si nada, por un impulso, como la ola que se monta sobre la arena. No importa, ya no importa lo que uno quiera decir o contar. Sólo interesa lo que está ahí. Final y principio de otra, que a lo largo del camino, si es que hay camino, se harán solo una y total. Muchas veces me enojo cuando algo no me sale, pero ¿Qué es realmente eso que no me sale? ¿Desde qué punto de vista juzgo lo que sale? O lo que es mejor ¿desde qué lugar decido que lo que va surgiendo es lo que más me atrae o no y me interpreta? En principio se que no es algo que decido desde lo que sé. Simplemente hay cosas que me gustan más y otras mucho menos. A veces, temo equivocarme. A veces creo que no sé nada. Entonces ¿Cómo puedo decidir cual está mejor si no se nada? Quizá este tiran- do dibujos muy buenos y siga guardando los peores. Porque no guardo todo. No se puede guardar todo. Hay que elegir y en esa elección, voy tratando de afinar mi mirada. Para equivocarme menos, para dibujar me- jor, para esculpir la piedra como más me agrada y asi una vez más, seguir y continuar. En el mar creo haber encontrado una huella, ese rastro que me ayuda a proseguir en la búsqueda. Por eso cada vez que pue- do vuelvo al mar, a pararme frente a él y a observarlo. Verle las pequeñísimas marcas que viajan sobre él, en la espuma y en los brillos, en los remolinos y mientras se hama- ca. Después vuelvo a la piedra. Como una contradicción enorme que no comprendo y que me hunde en la desesperación entre lo líquido y esto sólido, encaro mi cincel sobre el mármol travertino tras las huellas del mar. Le doy forma. Deja de ser piedra. Ahora es una escultura y sobre ella quedan puntos y líneas que esperan encontrarse con la vida. ARTE Avignon un puente hacia otra forma de ver # 13 DICIEMBRE 2014 Publicación mensual de distribución gratuita producida por: Taller de Artes Plásticas EL PORTÓN VERDE por Walter Pugliese por Sei Shonagon [...] desde los cinco años tome la manía de hacer trazos de la forma de las cosas. A los cincuenta años había publicado un gran número de dibujos, pero todo lo producido antes de los setenta no debe tenerse en cuenta. A los setenta y tres creo haber adquirido algún conocimiento de la estructura verdadera, pájaros, animales, insectos, peces, las hierbas o los árboles. Pienso que cuando haya cumplido ochenta años habré progresado notablemente. A los noventa penetraré el mis- terio más profundo de las cosas, a los ciento diez cuando dibuje, aunque solo sea un punto o una línea, poseerá el soplo de la vida [...] KATSUHITA HOKUSAI (1760 – 1849) Fotografía de Gabriela Piccini.

Avignon #13 - UN PUENTE HACIA OTRA FORMA DE VER

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Arte y diseño de publicación del Taller de artes plásticas El Portón Verde sobre notas de arte.

Citation preview

Page 1: Avignon #13 - UN PUENTE HACIA OTRA FORMA DE VER

En cierta ocasión un hombre que sin falta me enviaba una carta después de haber pasado la noche juntos, me dijo que no le veía sentido a nuestra relación y que no

tenía nada más que decirme. Al día siguiente no hubo ningún mensaje de su parte. Cuando amanece sin la habitual carta de la mañana, no puedo evitar sentirme abatida. “Bueno -pensé a medida que el día avanzaba-, realmente sentía lo que dijo.

Llovió mucho al día siguiente. Llegó el anochecer y seguía sin noticias suyas, evidentemente se había olvidado por comple-to de mí. Luego, a la noche, mientras estaba sentada en la gale-ría, vino un niño con una sombrilla abierta en una mano y una carta en la otra. Abrí la carta y la leí con una ansiedad mayor que la habitual. “La lluvia que acrecienta el agua” era el men-saje y me resultó más encantador que un manojo de poemas.

* Fragmento 153 de El libro de la almohada (Makura no Sōshi) es un diario escrito por la autora japonesa Sei Shōnagon, dama de la corte de la emperatriz Sadako, hacia el año 1000, durante la era Heian. Posiblemente sea el nikki o diario íntimo más famoso de la literatura japonesa.

El libro de la almohada*TRAVERTINO

Llegar a adquirir un conocimien-to profundo de la estructura de las cosas, de los animales, del mundo.

Por momentos, creo no tener la paciencia necesaria para lograrlo. Me paro frente al mar y lo observo ir y venir, por momentos lento, en otros, furioso. Pero nunca se de-tiene. Como si trabajara incansablemente en la playa para llegar más allá de su lími-te sobre la arena. Avance imperceptible y lento. También agotador. Pero es la única manera, al menos la que yo siento, la que creo. Una obra construida sobre la soli-dez del estudio, de la práctica. Y el dibujo como tal. Insistir una y mil veces hasta que salga, que aparezca eso que más o menos creo, es lo que me llega desde el afuera y a la vez lo que va apareciendo. Desde uno. Esa realidad que nos rodea pero que ya no es realidad sino una mirada cargada de vida. De mi vida. De mis vivencias y experiencias en mi vida. Que también van creciendo, cambiando, aumentando. Mu-

chas veces pienso ¿Qué estaré diciendo en mis dibujos o esculturas? o ¿para qué todo esto? ¿Qué sentido tiene? Aunque al rato, continuo como si nada, por un impulso, como la ola que se monta sobre la arena. No importa, ya no importa lo que uno quiera decir o contar. Sólo interesa lo que está ahí. Final y principio de otra, que a lo largo del camino, si es que hay camino, se harán solo una y total.

Muchas veces me enojo cuando algo no me sale, pero ¿Qué es realmente eso que no me sale? ¿Desde qué punto de vista juzgo lo que sale? O lo que es mejor ¿desde qué lugar decido que lo que va surgiendo es lo que más me atrae o no y me interpreta? En principio se que no es algo que decido desde lo que sé. Simplemente hay cosas que me gustan más y otras mucho menos. A veces, temo equivocarme. A veces creo que no sé nada. Entonces ¿Cómo puedo decidir cual está mejor si no se nada? Quizá este tiran-

do dibujos muy buenos y siga guardando los peores. Porque no guardo todo. No se puede guardar todo. Hay que elegir y en esa elección, voy tratando de afinar mi mirada. Para equivocarme menos, para dibujar me-jor, para esculpir la piedra como más me agrada y asi una vez más, seguir y continuar.

En el mar creo haber encontrado una huella, ese rastro que me ayuda a proseguir en la búsqueda. Por eso cada vez que pue-do vuelvo al mar, a pararme frente a él y a observarlo. Verle las pequeñísimas marcas que viajan sobre él, en la espuma y en los brillos, en los remolinos y mientras se hama-ca. Después vuelvo a la piedra. Como una contradicción enorme que no comprendo y que me hunde en la desesperación entre lo líquido y esto sólido, encaro mi cincel sobre el mármol travertino tras las huellas del mar. Le doy forma. Deja de ser piedra. Ahora es una escultura y sobre ella quedan puntos y líneas que esperan encontrarse con la vida.

ARTE

Avignonun puente hacia otra forma de ver

#13DICIEMBRE 2014

Publicación mensual de distribución gratuita

producida por: Taller de Artes Plásticas

EL PORTÓN VERDE

por Walter Pugliese por Sei Shonagon

[...] desde los cinco años tome la manía de hacer trazos de la forma de las cosas. A los cincuenta años había publicado un gran número de dibujos, pero todo lo producido antes de los setenta no debe tenerse en cuenta.

A los setenta y tres creo haber adquirido algún conocimiento de la estructura verdadera, pájaros, animales, insectos, peces, las hierbas o los árboles. Pienso que cuando haya cumplido ochenta años habré progresado notablemente. A los noventa penetraré el mis-terio más profundo de las cosas, a los ciento diez cuando dibuje, aunque solo sea un punto o una línea, poseerá el soplo de la vida [...]

KATSUHITA HOKUSAI (1760 – 1849)

Fotografía de Gabriela Piccini.

Page 2: Avignon #13 - UN PUENTE HACIA OTRA FORMA DE VER

Director Editorial:Walter Pugliese

Arte y diagramación: DG Malena Gaudio

Para suscribirse a la edición electrónica de Avignon

escríbanos a nuestro mail: [email protected]

o síganos en: http://issuu.com/revistaavignonarte

15-5226-5947

Magda Frank tenía la obra de toda su vida en esta casa de Saavedra. To-das sus piezas de escultura las trajo

de Francia, donde desarrolló la mayor parte de su producción. Alrededor de 1990 ella dejó Francia y regresó a Hungría, donde ha-bía nacido, en busca de un lugar donde ins-talar y preservar su colección. En Budapest había estudiado en Bellas Artes. El gobierno húngaro le dio una casa, más bien una im-portante mansión, donde instalar su propio museo. Al poco tiempo comenzó a preocu-parse porque la casa estaba demasiado ale-jada de Budapest y no era el lugar que ella quería para su casa museo, etc. Su preocu-pación también radica en que se sentía enve-jecer, se angustió por lo que podía pasar con su obra. Nuevamente decidió levantar todo y mudarse a la Argentina, que es donde vi-vía un hermano, que falleció en 2008, y tres sobrinos. En la casa que compartió con su hermano termina de instalar su casa taller.

Es húngara de nacimiento y tiene ciuda-danía argentina y francesa.

Magda Frank está entre las mejores es-cultoras que tuvo el mundo en la segunda mitad del siglo veinte. Ella es completa-mente original y genuina en toda su obra. La obra de Magda Frank está a la altura de Archipenko (1887-1964), Brancusi (1876-1957), Wotruba (1917-1975), Vantongerloo (1886-1965), por citar algunos de los máxi-mos exponentes de la escultura moderna. Es una cuestión de tiempo para que sea conocida en su total magnitud. Tener esto, para la Argentina, es como estar en pose-sión de un tesoro de la humanidad. No se la conoce más a Magda porque ella decidió participar del arte desde otro lugar, desde un espacio más espiritual. Es una ermitaña, vivió en un pueblo en las afueras de París durante más de veinte años. Vivió en las canteras produciendo sus esculturas monu-mentales y no formó parte de la bohemia. Se marginó, tuvo una relación mística con la escultura.

“Mis esculturas no son objetos cons-truidos según una idea lógica, premeditada. Ellas surgen de mi subconsciente y ponen forma plástica en el espacio”.

“Llego a Portoroz (Eslovenia) y me apuro para encontrarme con mi piedra. La encuentro a la orilla del mar, en un parque, acostada al lado del tronco de un gran pino. La miro, la imaginaba mucho más grande, me agacho a su lado y le digo en voz baja: sos linda, pero te prometo que tallada vas a serlo más aún, y vas a parecer más grande”.

Vivía de los grandes encargos de go-biernos, del gobierno francés, algunos ar-quitectos, como Jean Balladur (1924-2002) y Henri Pottier (1912-2000), por ejemplo, que le encargaban la creación de monumentos. Ella tiene emplazadas en Europa 22 piezas monumentales, en París, en varias regiones de Francia, en Budapest, entre otros.

Después de la Segunda Guerra ella ter-mina sus estudios en Budapest (en 1947). Magda o Magdalena Fisher se casó alrede-dor de 1939 con un hombre cuyo apellido, Frank, decide llevar de por vida. Llevaba pocos años de casada y el marido le plantea algo así como “o la escultura o yo”. Elige la escultura. Se divorcian en 1948.

El día que cumplió 50 años anunció que “al fin puedo realizar mi primera gran escul-tura”. Cuando va a la cantera pasa un río, y dice, “veo en el agua una mancha blanca que brilla. Es un pájaro blanco con sus alas abiertas, sus ojos cerrados. Tan lindo como si estuviese vivo. Una voz dentro de mí me or-dena terminar mi primer gran mármol, que sea la piedra de la tumba de mi hermano Bela, al que mataron en Yugoslavia durante la guerra”. Cuando la escultura está termi-nada, sobre ella escribió: “Espíritu de la gue-rra, guarda el recuerdo de mi hermano Bela, torturado a muerte por los nazis”.

Después de toda esa tragedia, viajó a Buenos Aires a comienzos de la década del cincuenta y adoptó la nacionalidad argentina. En Buenos Aires participó de las vanguardias, es parte del Grupo de los Veinte, que integra-

ban Libero Badíi (1916-2001), Noemí Gers-tein (1918-1996), Juan Del Prete (1898-1987), Enio Iommi (1926) y otros. Ellos la aceptan. Estaba en su etapa figurativa expresionista y en 1952 comienzan sus primeros intentos de abstracción. Francia le otorga una beca para estudiar en París, pero está de regreso en Buenos Aires para 1957. Trabajó acá varios años, su obra reconoce gran inspiración del arte precolombino, descripto como america-nista que descubre acá en Buenos Aires. Ella también tenía una postura respecto del arte europeo y pensaba que estaba en plena deca-dencia. Esa conclusión surge en la posguerra y es compartida por muchos artistas.

“El arte antiguo sudamericano es desco-nocido por la mayoría de los artistas argenti-nos, sin hablar del pueblo; ellos ni sospechan las riquezas, las variaciones, las bellezas de los objetos de arte de estas culturas olvidadas. El arte precolombino está muy cerca del arte abstracto y surrealista contemporáneo, por-que son creaciones puras que surgieron de la fantasía humana”. En 1960 vuelve a París y ahí comienza su época de creación más fuerte.

Su obra empieza a tener una ascensión espiritual más intensa.

“Vivía en Francia, en una casa sobre la colina. Una noche, sentada a la mesa, vi en la pared un mosquito. Yo lo miré. Traté de darle alguna cosa de comer, no comió, no se movió. Después me acompañaba de una ha-bitación a otra. Una mañana, al cabo de una noche de mucho frío, el pobre mosquito es-taba muerto en mi almohada. Lo enterré en el jardín y después le hice un monumento”.

Un punto importante es cuando la eli-gen para participar en Grenoble, en Francia, en el primer Simposio de Escultura Mun-dial, y ella es la única mujer seleccionada. Aparece representando a la Argentina, pero desde Buenos Aires no se le daba la cabida que se le debía.

Ya con 81 años, su preocupación mayor se centraba en qué iba a suceder con su obra una vez que ella no estuviera. No era una escultora de fortuna, los escultores general-mente no lo son. Además ella se había ne-gado a vender sus obras, y quien se llevaba algo en préstamo, o para exposición, tenía que devolverlo.

Dejó de tallar en 2002. Hizo una exposi-ción en esa época. Después la espera.

* Sobre un reportaje publicado en Página 12, en mayo de 2009.

Magda Frank Escultora

Taller de Artes Plásticas

EL PORTÓN VERDE

Si querés participar de una experiencia distinta

DIBUJO - PINTURA - ESCULTURAwww.tallerelportonverde.com.arinfo@tallerelportonverde.com.ar

15-5226-5947

Para suscribirse a la edición electrónica de Avignon,

escribanos a nuestro mail [email protected]

o por teléfono al 15-5226-5947.

Para ver los números anteriores publicados en la web ingrese a:

http://issuu.com/revistaavignonarte

ARTE

Avignonun puente hacia otra forma de ver

#13DICIEMBRE 2014

Para suscribirse a la edición electrónica de Avignon

escríbanos a nuestro mail: [email protected]

o síganos en: http://issuu.com/revistaavignonarte

15-5226-5947

Director Editorial:Walter Pugliese

Arte y diagramación: DG Malena Gaudio

Avignon es una publicación mensual

de distribución gratuita, producida por:

Taller de Artes Plásticas EL PORTÓN VERDE

Vincent Van GoGhCartas a Théo

Sin título de la serie Progresión geométrica.

Si se estudia el arte japonés, entonces se ve a un hombre indiscuti-blemente sabio, filósofo e inteligente que pasa su tiempo ¿en qué?; ¿en estudiar la distancia de la tierra a la luna?, no; ¿en estudiar la política de Bismarck?, no; estudia una sola brizna de hierba.

Pero esta brizna de hierba lo lleva a dibujar todas las plantas; luego las estaciones, los grandes aspectos del paisaje, en fin, los animales, después la figura humana. Pasa asi su vida, y la vida es muy corta para hacerlo todo.

Veamos, ¿no es casi una verdadera religión lo que nos enseñan estos japoneses tan simples, y que viven en la naturaleza como si ellos mismos fueran flores?

Y no se podría estudiar el arte japonés, me parece, sin volverse mucho más alegre y más feliz; nos es preciso volver a la naturaleza, a pesar de nuestra educación y nuestro trabajo en un modo convencional.

Envidio a los japoneses, la extrema limpieza que tienen en ellos todas las cosas. Es algo que jamás aburre, ni parece nunca hecho a la ligera. Su trabajo es tan simple como respirar y hacen una figura con algunos trazos seguros, con la misma facilidad, como si fuera tan sencillo como abotonarse el chaleco.

¡Ah!... es preciso que llegue a hacer una figura en pocos trazos. Esto me tendrá ocupado todo el invierno. Una vez que lo logre podre pintar paseos por las avenidas, la calle, una porción de motivos nuevos. Mientras te escribo esta carta he dibujado una docena. Le ando siguiendo la pista, pero es muy complicado, porque lo que busco es hacer en pocos trazos las figuras de hombre, de mujer, de chiquillo, de caballo, de perro, y que tengan cabeza, cuerpo, piernas, brazos que se ensamblen.

Hasta muy pronto y un buen apretón de manos.

Todo tuyo.

Vincent

por Tulio Andreussi*

“Cada vida es una tragedia. La mía es tan profunda que los hombres no pueden mirar ni su sombra. Mi escultura “El hombre grande” refleja mi alma. Cada parte, como todo el conjunto, expresa una infinita desesperación. Nadie lo quiere, él acusa, sacude al espectador: mirando para el cielo pregunta a Dios ¿por qué necesitamos sufrir tanto?

Y…, quien pregunta todavía espera….”

MAGDA FRANK, El Hombre Grande, 1952.