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Álvaro Vargas LLosa (Conferencia, ExpoNegocios—9/10/2013) Mi primer deber en tierra paraguaya es expresar mi indignación por el injusto trato del que fue víctima este país a lo largo del último año por obra de un pequeño grupo de líderes antidemocráticos y premodernos que lograron imponer al conjunto de gobiernos sudamericanos, muchos de ellos sumamente respetables, su visión interesada sobre lo que aquí sucedía. Todo ello, por cierto, nos trajo a algunos el recuerdo infausto de otras alianzas antiparaguayas del pasado. Celebro que Paraguay haya podido sobrevivir a esa adversidad razonablemente bien y que hoy, reincorporado a la comunidad sudamericana, emprenda una nueva etapa con ilusión y la determinación de poner al país en la vía del desarrollo de una vez por todas. En esta etapa nueva, Paraguay vive, acaso más que ningún otro país, un desgarramiento ideológico que es al mismo tiempo en parte cultural. Por un lado, su pasado autoritario, su debilidad institucional y su relación umbilical con el 1

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Page 1: Avll, conferencia 9 de octubre

Álvaro Vargas LLosa

(Conferencia, ExpoNegocios—9/10/2013)

Mi primer deber en tierra paraguaya es expresar mi indignación

por el injusto trato del que fue víctima este país a lo largo del último año

por obra de un pequeño grupo de líderes antidemocráticos y

premodernos que lograron imponer al conjunto de gobiernos

sudamericanos, muchos de ellos sumamente respetables, su visión

interesada sobre lo que aquí sucedía. Todo ello, por cierto, nos trajo a

algunos el recuerdo infausto de otras alianzas antiparaguayas del

pasado. Celebro que Paraguay haya podido sobrevivir a esa adversidad

razonablemente bien y que hoy, reincorporado a la comunidad

sudamericana, emprenda una nueva etapa con ilusión y la

determinación de poner al país en la vía del desarrollo de una vez por

todas.

En esta etapa nueva, Paraguay vive, acaso más que ningún otro

país, un desgarramiento ideológico que es al mismo tiempo en parte

cultural. Por un lado, su pasado autoritario, su debilidad institucional y

su relación umbilical con el Mercosur lo empujan en una dirección

alejada del éxito. Por el otro, un sector amplio de su clase dirigente y de

su sociedad ha asumido la cultura democrática, entiende la necesidad de

institucionalizar el país y ve al Mercosur como una camisa de fuerza que

traba su respiración natural y limita las posibilidades de dar el gran

salto hacia adelante. De una parte, lo limitan su vecindario inmediato y

algunos socios pendencieros y retrógrados; de otra parte, lo tienta esa

América Latina que cabalga hacia del desarrollo y a la cual muchos

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paraguayos quieren sumarse. El Paraguay que arrastra una mala fama

por su democracia turbulenta, su crecimiento irregular, hecho de

grandes brincos y paradas en seco, su contrabando, ese 35 por ciento

que vive en la pobreza, ese ingreso per cápita que es la mitad del de

Perú y esa mitad de jóvenes que no acaban la secundaria, es también el

Paraguay que ha resistido con éxito la penetración del chavismo, que

exporta más carne que Argentina, que hoy ofrece atractivas

posibilidades para invertir no sólo en agricultura y ganadería sino

también en energía, construcción y turismo, que tiene este año la tasa de

crecimiento líder de América y que se pregunta, con una imaginación

ansiosa, qué hay que hacer para estar entre los mejores.

Quizá no sea ocioso, por tanto, echar un vistazo a vuelo de cóndor

sobre lo que está pasando en América Latina y el resto del mundo.

Empecemos por lo obvio. El detonante de la crisis mundial que

dura ya cinco años fue el reventar de una burbuja crediticia en los

Estados Unidos. ¿A qué se debió? ¿Al mercado y el capitalismo, como

creen tantos? No: se debió, sobre todo, a que en algún punto del camino

se rompió la transmisión generacional de los valores y principios, y por

tanto las prácticas, que hicieron de ese gran país lo que es. Ideas a un

tiempo simples y prodigiosas como que el dinamo de la riqueza es el

trabajo, el ahorro, la inversión y la responsabilidad individual se fueron

diluyendo en la conciencia de los ciudadanos: las reemplazaron otras,

que desembocaron en la apoteosis de los llamados “derechos”

colectivos, el endeudamiento y el consumo fácil. Así, Estados Unidos

pasó de ser el primer acreedor del mundo a convertirse en el país más

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endeudado de la historia de la humanidad. La deuda total de sus

hogares, sus empresas y su gobierno equivale –millones más, millones

menos— al producto bruto interno de todo el planeta Tierra, algo más

de 65 billones de dólares (trillones en inglés).

Al momento de estallar la burbuja, el ahorro de las familias

representaba casi el 0 por ciento de sus ingresos después de haber

ascendido en promedio a 7 por ciento en los años 60´, 70´ y 80´,

mientras que el gobierno, que ya llevaba la mayor parte de las últimas

tres décadas en rojo, soportaba un déficit de 700 mil millones de

dólares. Lo que estas estadísticas reflejaban era una mentalidad: ella

tenía que ver con la explosión de “derechos sociales” financiados por el

gobierno en las décadas precedentes por dos vías: el gasto público y la

creación artificial de moneda (con su correlato, la reducción artificial de

las tasas de interés). Entre 2000 y 2008, la oferta monetaria creció a un

ritmo 50 por ciento superior al del crecimiento de la economía,

volcando sobre la gente torrenciales cantidades de dinero barato que

cosquillearon sin cesar los apetitos consumistas de los ciudadanos, de

por sí excesivos desde hacía muchos años. El gobierno, pues,

incentivaba el consumo fácil a costa del ahorro y la inversión.

Los arrebatos especuladores que han dado en estos años un mal

nombre al capitalismo se dieron en un contexto gubernamental que los

fomentó: el de la bajada de la tasa de interés interbancaria o Federal

Funds Rate de 6.5 a 1 por ciento entre 2001 y 2003, combinada con un

conjunto de garantías y castigos diseñados para forzar al sistema a

otorgar créditos, especialmente inmobiliarios, a todo Cristo porque todo

Cristo tenía “derecho” a una vivienda y a todo lo demás aunque no lo

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pudiera pagar. Es muy fácil entender que se dieran esos arrebatos

especuladores cuando las garantías del Estado para financiar directa o

indirectamente los “derechos sociales” de todos habían hecho olvidar

que en una economía abierta y competitiva tan importante como la

posibilidad de prosperar es el riesgo de quebrar, y que sólo se puede

comprar aquello que se puede pagar.

Especuladores y malos capitalistas los ha habido y habrá siempre.

Pero no nos engañemos: lo que produjo la crisis no fueron ellos, sino

esenciamente el Estado inmoderado, la ausencia de ahorro y el exceso

de gasto y consumo, bajo el poderoso incentivo de una mentalidad que

se había acostumbrado a poner la carreta por delante de los bueyes, es

decir a exigir sus “derechos” sin hacer sus deberes. O sea: el populismo.

Si miramos a Europa, veremos que lo sucedido allí no es tan

distinto, sólo que es bastante peor en lo fundamental, y también

contiene lecciones para Paraguay. Desde hace ya un largo tiempo, buena

parte de Europa vive de su gloria pasada, fagocitando el capital

acumulado anteriormente: en algún momento se perdió la conexión

entre el trabajo, el ahorro y la inversión en activos reales, y por tanto la

idea de que el motor de una sociedad exitosa es el esfuerzo propio en

constante renovación. Aunque el estallido de la burbuja fue allí también

un detonante, la carga explosiva venía de muy atrás. Gran parte del

problema era una idea tan hermosa como inviable en sus términos

actuales: el Estado del Bienestar. La tragedia europea hoy no es tanto la

de la burbuja que hizo ¡pum! y que fue más un síntoma que una causa,

sino la del Estado del Bienestar, un modelo en el que el poder político

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asumía la responsabilidad principal de la satisfacción de las

expectativas materiales de la gente, otorgando a los ciudadanos una

calidad de vida cada vez mayor mientras trabajaban y producían cada

vez menos, confiados en que la diferencia la ponía, precisamente, el

Estado.

Todo esto se resumía en un gasto y endeudamiento públicos

abundantes, impuestos abrumadores y un conjunto de instituciones

disuasorias y rígidas que entorpecían la respiración libre de la

economía. El Estado del Bienestar europeo consume casi la mitad de la

riqueza.

En la última década, un elemento extraño exacerbó el problema: el

euro. Consistió en que ciertos países del sur y del Mediterráneo (y

alguno situado más arriba) se endeudaron a costa de los países del

norte, que a su vez estaban encantados de prestarles dinero porque les

vendían a ellos mismos sus productos. El norte subvencionó al sur con

crédito barato gracias a las tasas de interés del euro. Así, unos

trabajaban y producían como griegos, portugueses, españoles, italianos

o irlandeses, pero tenían el nivel de vida de los alemanes, holandeses o

finlandeses. En la era del euro los populistas no podían devaluar la

moneda porque no la controlaban; por tanto, mantuvieron la ficción

durante más tiempo, hasta que la realidad dijo ¡basta! hace cuatro o

cinco años.

Cuando observamos a América Latina, al entorno de Paraguay,

extraemos lecciones que en esencia no son muy distintas. Los que mejor

van son aquellos que llevaron a cabo algunas reformas en las últimas

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décadas que podríamos llamar más bien liberales y que enderezaron el

torcido legado histórico. En cambio, aquellos que peor van son los

revolucionarios y populistas que, creyendo marchar a contracorriente

de la herencia recibida, la han agravado y llevado a nuevos extremos.

Los países gobernados por la centro derecha y centro izquierda

liberales han arribado, a veces a regañadientes y otras sin admitirlo, a

un consenso político y económico. Gracias a él, casi cincuenta millones

de personas salieron de la pobreza en la última década y pico, y este

año, en pleno estancamiento mundial, le dan a América Latina un

crecimiento promedio de entre 2.5 y 3 por ciento. La sintonía entre

ellos, a pesar de que unos se dicen de izquierda y otros no, es tanta que

no sólo comparten una fe en la democracia y la globalización sino que

incluso abrazan los mismos programas sociales, como por ejemplo

aquel que nació en México bajo el nombre de Oportunidades,

consistente en otorgar ayuda condicionada.

Al otro lado, en cambio, los países de la alianza ALBA comparten

su enemistad con la democracia y la globalización, y tienen en común

cuatro características tremebundas: la revolución como coartada para

debilitar o derribar a las instituciones republicanas de control del

poder; la renta energética, es decir un sistema que en lugar de aumentar

la producción de las riquezas del subsuelo y emplearla como base para

otras industrias, la descapitaliza y la malgasta en la construcción de

vastas clientelas de votantes dependientes; la compra de influencias

externas, con el claro objetivo de extender el modelo a los muchos

países que han optado por la vía razonable; y, por último, de un tiempo a

esta parte, el intento por hacer de China un salvavidas internacional que

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les resuelva los problemas de financiamiento, descapitalización y

aislamiento que padecen (sólo que China no regala nada, así que se

pueden quedar con los crespos hechos).

Entre el primer grupo, el de los liberales, hay tres países a los que

creo que los chilenos que dudan de su propio éxito deben prestar hoy

mucha atención: Perú, Colombia y México, es decir aquellos que junto

con Chile, precisamente, forman la Alianza del Pacífico, a mi modo de

ver el grupo más interesante y promisorio de cuantos hay en la región.

El Perú, como saben, acabó con la inflación al disciplinar su

política monetaria (hoy es la más baja de América), corrigió sus déficit

fiscales crónicos adecuando el gasto a los ingresos, privatizó empresas,

liberalizó el comercio y mejoró el clima de negocios en el país. Aunque

falta mucho por hacer –yo diría que estamos sólo a mitad de camino—,

el resultado ha sido asombroso: el producto bruto interno –tomando en

cuenta lo que se puede comprar con esos dólares o su equivalente—

casi se triplicó en dos décadas. El motor de esto ha sido la empresa

privada: en los años 60´, la inversión privada representaba el 14 por

ciento de PBI del Perú; hoy representa el 20 por ciento. La pobreza se ha

reducido de 51 por ciento, que era la cifra oficial en 2001, a 28 por

ciento. Aunque los programas sociales han ayudado, desde luego, dos

terceras partes de este fenómeno vertiginoso se deben al crecimiento

económico, que ha sido impulsado por las empresas privadas. El gran

protagonista social de este fenómeno es la clase media, que hoy abarca a

poco menos del 60 por ciento del país, especialmente lo que se llama la

clase media emergente, esa que la estadística necesariamente simplista

coloca por lo general en el sector “C”, que en ocho años ha crecido en

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más de dos millones y medio de personas y dotado de un nuevo orgullo

a los migrantes de la sierra que antes eran despreciados por el país

oficial.

Lo ocurrido en Colombia, mientras tanto, también es notable,

considerando que allí se libraba, al momento de producirse las

reformas, una guerra entre poderosas organizaciones narcoterroristas

que llegaron a controlar la mitad del país y tenían la ayuda de países

vecinos, y un Estado y una sociedad civil desmoralizados. Gracias a la

política de seguridad democrática, la apertura comercial, la

desburocratización reglamentaria y la reducción de impuestos, se

duplicó la inversión extranjera, se triplicaron las exportaciones y la

economía alcanzó tasas anuales de crecimiento de 7 por ciento. Otra

vez, lo que fecundó a la economía fue la inversión privada, gracias a la

cual la tasa de inversión pasó de representar el 13 por ciento del PBI a

representar el 28 por ciento. Gracias a ello y a pesar de que queda

muchísimo trecho por recorrer y hay reformas pendientes, en términos

absolutos el per cápita colombiano casi duplica al ecuatoriano. Lástima

que todavía se cobren allí tantos impuestos, lo que a su vez mantiene

una zona informal desproporcionadamente grande. Los impuestos de

las empresas equivalen a 74 por ciento de los beneficios o utilidades de

los negocios.

Por último, está México, la mayor economía de la América Latina

hispanoparlante (su tamaño equivale más o menos a la mitad de la de

Brasil). Fue, después de Chile, el primer país latinoamericano que hizo

las reformas de transferencia de responsabilidades del Estado a los

particulares y llevó a cabo la inserción en el mundo, imbricando su

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suerte con la de Estados Unidos, para lo cual hubo de superar viejos

rencores históricos. Luego se estancó y, una vez que el país transitó a la

democracia, la política obstruccionista del PRI hizo imposible seguir

avanzando. El nuevo gobierno de PRI, sin embargo, ha anunciado ya

muchas reformas que podrían darle a ese país el impulso definitivo.

Faltan reformas en campos como la energía y la electricidad, la

legislación laboral y el sistema tributario, y subsisten varios mercados

con barreras de entrada y privilegios, pero lo logrado ha sido suficiente

para que México esté hoy en condiciones de desafiar las difíciles

condiciones internacionales con una tasa de crecimiento que, si

exceptuamos este año atípico, bordea el 4 por ciento sostenido, flujos de

inversión extranjera anual de 20 mil millones de dólares y una inversión

entusiasta que aumenta en casi 7 por ciento al año. Pero tal vez lo más

importante es que está ahora en posición de aprovechar con gran éxito

los movimientos tectónicos que se están produciento en la economía

mundial.

A medida que China va pasando gradualmente de ser la usina y el

proveedor del mundo para concentrarse en su mercado interno y a

medida que maduran sus condiciones de modo que sus salarios van

subiendo y los costos de hacer negocios allí aumentando, ese país va

perdiendo atractivo como gran centro manufacturero. Lo mismo pasó

con Japón y Corea del Norte en su día, una vez que superaron su etapa

de desarrollo capitalista inicial. Por ello, cientos de empresas van

emigrando ahora de regreso a México, donde encuentran un ambiente

propicio para surtir desde allí al mercado estadounidense y a muchos

otros mercados del mundo. Así, hoy México fabrica o ensambla todo:

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chips, computadoras, equipos para radiotransmisores, refrigeradores y

mucho más. México es de lejos el centro manufacturero más grande de

América Latina y va pasando a jugar un rol central en la cadena de valor

de las industrias globales. Si ahora el PRI hace reformas como la

desestatización del petróleo y la electricidad, la flexibilización laboral y

la simplificación tributaria, no me cabe duda de que esta será la década

de México, como la anterior fue de Brasil.

Lo que todo esto nos confirma es que la América Latina que mejor

va es la que acompaña a Chile, el líder de América en el avance hacia la

prosperidad con un ingreso per cápita de casi 20 mil dólares (teniendo

en cuenta la paridad del poder de compra), en el trayecto que mantiene

desde hace buen tiempo y no debe abandonar con el nuevo gobierno

que surja de los comicios de noviembre. Veamos ahora qué pasa con los

que han emprendido la vía contraria.

Durante unos años, al populismo de Venezuela, Ecuador, Bolivia,

estrechos aliados políticos, y Argentina, un amigo muy cercano aunque

lo bastante orgulloso como para no formar parte integral del club,

pareció sonreírle la suerte. La razón fue la bonanza de los

“commodities” y el uso de los ingresos extraordinarios gatillados por

esa bonanza para aumentar la calidad de vida de una amplia clientela

social y política en el corto plazo.

Venezuela vio el precio del petróleo subir de $8 dólares el barril,

cuando Hugo Chávez fue electo por primera vez, a los tres dígitos y

determinó que uno de cada cuatro dólares de las ventas del gigante

petrolero PDVSA fuese utilizado, junto con otros ingresos, para hacer

populismo. Bolivia, a su turno, gracias sobre todo al gas, que sólo

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requería abrir válvulas sin gran esfuerzo, vio su recaudación fiscal

triplicarse en siete años. Al igual que Venezuela, Bolivia puso parte de

esa bonanza al servicio del populismo. No extraña, pues, que en los años

inmediatamente anteriores al fin de la burbuja mundial, en esos países –

lo que algunos hemos llamado en el pasado la izquierda carnívora— se

registrara una caída de la pobreza de 12 por ciento mientras que los de

la izquierda vegetariana o responsable sólo vieron la suya caer un 7 por

ciento. Por si fuera poco, algunos países populistas, como Argentina, han

registrado en estos años tasas de crecimiento económico de 8 por ciento

al año en promedio y otros, como Bolivia o Ecuador, de entre 4 y 4.5 por

ciento al año. Gracias en buena parte al efecto chino en el mercado de

los “commodities”, fueran estos hidrocarburos, minerales, granos u

oleaginosas, el populismo latinoamericano ha vivido, pues, en años

recientes una época de oro.

El espejismo, por supuesto, se tenía que terminar. La subida

meteórica del gasto, el aumento artificial de la demanda, las

expropiaciones y el ambiente agresivo contra el capital, la zozobra

jurídica permanente y la retórica antiempresarial incendiaria, todo ello

en el contexto de una fuerte ofensiva contra la democracia, sólo podían

conducir a estos países a los resultados que hoy vemos en distinto grado

según el caso: inflación, desquiciamiento de las finanzas del Estado,

descapitalización de la economía y su correlato, tasas de crecimiento

muy pobres comparadas con las economías que van bien, y mucha

corrupción. El déficit fiscal en Venezuela asciende a 15 por ciento del

producto bruto interno. Algunos de los países gobernados por el

populismo intentan, otra vez, que China los salve, pero de modo distinto.

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Pekín ha otorgado créditos o líneas de crédito hasta por 175 mil

millones de dólares en tiempos recientes y, en el caso de las compras de

petróleo, paga por adelantado. Pero la realidad está mostrando sus feas

orejas por todas partes.

El modelo de rent nationalism o nacionalismo de los recursos ha

fracasado. Venezuela ha pasado de producir 3.5 millones de barriles de

petróleo diarios a 2.6 millones y ha desperdiciado el casi billón y medio

de dólares de ingresos fiscales que generó el petróleo en todo este

tiempo. Ecuador, por su parte, produce 40 mil barriles menos por día,

mientras que Bolivia ha visto evaporarse a la mitad de sus reservas de

gas natural, equivalentes a 4 por ciento de su producto bruto interno,

desde la nacionalización a medias. A pesar de que los precios siguen

siendo altos en comparación con otros períodos, los ingresos fiscales de

estos países hace rato que no alcanzan para financiar su populismo. En

Ecuador, donde la dependencia con respecto al petróleo y en menor

medida el banano es total, lo que en 2006 era un superávit cómodo se

ha vuelto un déficit de 7 por ciento del PBI a pesar de que en ese mismo

periodo los ingresos procedentes del crudo aumentaron 66 por ciento.

La inversión privada se ha ido a pique en estos países y con ella la

tasa de inversión general. En Bolivia, la princial fuente de inversión es

hoy el Estado con mucha diferencia: supera largamente a la inversión

privada nacional, que no llega al 5 por ciento del PBI, y a la extranjera.

En Ecuador, el valor de la inversión extranjera acumulada se ha

reducido un 40 por ciento bajo el gobierno actual. El resultado de todo

esto es el sufrimiento de los proletarios, a quienes en principio el

socalismo del Siglo XXI iba a redimir de su condición, y el

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engrandecimiento de grupos de poder cercanos a los gobiernos: lo que

en Venezuela se llama la “boliburguesía”. La mayor ironía del populismo

venezolano es que desde que llegó Chávez al poder la Bolsa ha subido

800 por ciento mientras que el salario real de los trabajadores ha caído

40 por ciento. Según datos del FMI, el per cápita venezolano en términos

de paridad de poder de compra es el que menos creció en toda la región

en los últimos cinco años, proceso que con el gobierno ilegítimo actual

se acentuará.

Pero el declive tal vez más conmovedor es el de la enlutada

Argentina. Su modelo se basa, igual que en tiempos de Perón, en obligar

al campo a subvencionar a la ciudad, exprimiendo con impuestos a la

vaca lechera de la agricultura y derramando sobre los votantes,

especialmente los de la provincia de Buenos Aires, que representa el 40

por ciento de todos los sufragios del país, una deliciosa ducha de

subvenciones. Al mismo tiempo, y siempre en beneficio de ese voto

cautivo, se controla los precios de los servicios y de algunos bienes.

Todo ello, acompañado de eventuales nacionalizaciones y la creación de

un clima irrespirable para obligar a ciertas compañías a venderle sus

activos al gobierno, y una retórica durísima contra los empresarios

extranjeros y aquellos empresarios nacionales que no forman parte del

círculo, siempre cambiante, de los elegidos. No extraña que el gasto

público, que hace cinco años representaba el 35 por ciento del PBI,

ahora represente el 46 por ciento, y que para financiar lo que ya no

tenían cómo financiar el gobierno tuviera que capturar las pensiones,

donde estaba concentrado el ahorro nacional, y las reservas, que son

como las joyas de la familia, y subiera todavía más los impuestos a los

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Page 14: Avll, conferencia 9 de octubre

empresarios del campo, esos héroes civiles de Argentina que a pesar de

tanta adversidad siguen siendo tan visionarios, tecnificados y globales

como siempre. La mitad del déficit de este año, superior, según el FMI, al

que la estadística oficial admite, el gobierno lo está financiando con las

reservas y las pensiones del pueblo argentino.

Las consecuencias de estas políticas las vemos ahora con claridad:

la economía argentina crecerá apenas un 2 por ciento este año, según el

JP Morgan, aunque, como saben las estadísticas ficticias de Argentina,

que le han valido una censura del FMI, tartan de inflar la cifra. Para

tratar de contrarrestar la fuga de capitales y la disminución acelerada de

las reservas, se han establecido controles que no se veían en América

Latina desde Velasco Alvarado en el Perú y Salvador Allende en Chile. En

el aeropuerto de Ezeiza los perros ya no apuntan el olfato contra la

droga sino contra los dólares, y si un industrial necesita importar

insumos está obligado a exportar algo para compensar la salida de

divisas, de tal modo que el fabricante de autos Porsche se ha visto

obligado a vender vinos y la BMW a vender arroz. Por supuesto, en este

ambiente era inevitable la captura de una fruta jugosa como YPF, la filial

de Repsol. Era la consecuencia del descalabro que el control de precios

había producido en la industria energética (y que de paso había

afectado, como sabemos, a los chilenos porque llevó a Buenos Aires a

incumplir sus compromisos con Santiago).

Argentina desperdició el billón de dólares que generó la bonanza

de los “commodities” para el fisco desde 2003.

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Page 15: Avll, conferencia 9 de octubre

En este contexto, no debería ser difícil para una gran mayoría de

paraguayos entender el tremendo contraste entre esta realidad y la de

un país como Chile, al que la combinación de democracia política,

apertura económica y competitividad le ha permitido colocarse a la

cabeza de América en términos de ingreso per cápita, haber seguido

siendo en la última media década uno de los cuatro países en los que el

producto bruto interno por habitante ha crecido más y haber llegado a

la situación envidiable de poder debatir intensamente si el índice de

pobreza se sitúa en el 14 o el 15 por ciento de la población. Es una base

potente para dar el salto al desarrollo, del que sólo separan a Chile unos

5 mil dólares per cápita, y empezar a satisfacer ese justificable deseo de

tener unos servicios cuya calidad esté a la altura de la economía y de

que cada ciudadano y ciudadana sienta sus beneficios personalmente.

Karl Popper decía que sólo hay una cosa que las sociedades abiertas

debían aprender de los rusos en la era soviética: que le decían a su

pueblo que vivía en la mejor sociedad conocida. Tal vez Chile, que muy

justamente se plantea cómo acelerar la mejora de su calidad de vida y

sus servicios, debería recordar que eso sólo será posible si no echa a

perder lo mucho que ha logrado gracias a que su modelo, hechas las

sumas y restas, es el mejor que conoce nuestra América.

Para decirlo en términos que a Paraguay le resultarán familiares:

el año pasado los países de la Alianza del Pacífico (México, Chile, Perú y

Colombia), que representan el modelo de democracia con economía de

mercado y globalización y que tienen acuerdos comerciales con un

centenar de naciones, crecieron en promedio el doble que los países del

Mercosur, ese monumento al proteccionismo, el dirigismo y el

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intervencionismo estatal. Este año, si exceptuamos a Paraguay, que

galopa muy por delante de sus vecinos, la Alianza del Pacífico volverá a

doblar el ritmo de crecimiento de los países del Mercosur.

Algo que ha faltado en los últimos es una mayor coordinación y

hasta integración entre los países que comparten en América Latina una

visión y una trayectoria comunes. Nuestros organismos e iniciativas

regionales no sólo han hecho un pobre trabajo en este sentido sino que

en muchos casos han reflejado de una manera desproporcionada la

influencia de los países orientados hacia el populismo y el

autoritarismo, relegando la de los países más exitosos a una condición

de seguidismo en vez de liderazgo. En muchos temas –desde Honduras

hasta Las Malvinas o la crisis política del Paraguay el año pasado—, por

mencionar sólo a tres, la voz interesada de los países menos exitosos ha

sido la dominante, como lo fue en su momento la de quienes frustraron

los intentos por crear un Área de Libre Comercio de las Américas. En

temas relacionados con los nexos políticos y comerciales con el mundo,

las iniciativas de los países exitosos han sido con pocas excepciones

individuales y aisladas en lugar de regionales y conjuntas. Por eso no

han tenido la fuerza que deberían haber tenido.

Lamentablemente, Brasil, la potencia de Sudamérica, no ha

querido en los últimos años asumir un liderazgo regional que hiciera

eco de su propia modernización interna y ayudase a afianzar un

consenso regional sobre las bondades de la democracia, la economía de

mercado y la globalización. Brasilia ha preferido mantener una cierta

pasividad en esto, dejando que los países gobernados por la izquierda

menos moderna fueran los que llevaran la voz cantante o al menos

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cobraran el protagonismo. Ahora, el problema es más delicado porque

Brasil se ha desacelerado económicamente (creció 0.9% en 2012 y este

año lo hará un 2 por ciento con suerte) y por tanto ha perdido algo del

fulgor internacional que tenía, lo que entraña el riesgo de que se acentúe

la ausencia de liderazgo brasileño en la región. En gran parte la causa de

esta desaceleración es que Brasil se había dormido en lo laureles,

creyendo que su merecido status internacional equivalía

automáticamente a una condición socioeconómica de primer mundo. Lo

cierto es que Brasil está lejos del desarrollo y tanto su complicado

sistema federal como su sistema económico burocratizado y sofocante

le van a impedir seguir avanzando al ritmo en que lo había hecho en

años anteriores mientras no emprenda nuevas reformas profundas.

Esto tendrá implicaciones regionales en la medida en que afectará el

liderazgo regional de Brasil, que ya era débil. ¿Qué hacer?

Mi humilde sugerencia, a modo de conclusión, es que países como

Chile, Colombia, Perú y México (a pesar de que México tiene una

comprensible orientación hacia el norte) intenten perfilar, por supuesto

sin desatar conflictos ideológicos ni ahondar la división que ya existe en

América Latina entre dos formas de entender el desarrollo y la relación

con el mundo, una mucho mayor integración y acción común, atrayendo

hxia su modelo y su ámbito a otros países que cumplan con las reglas

básicas. El marco podría ser, idealmente, la Alianza del Pacífico, cuyas

cuatro economías juntas se comparan con Brasil, u otro espacio con

características similares. Lo importante es que sólo si se afianza ese eje

de países-locomotora será posible orientar a todo el continente en la

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Page 18: Avll, conferencia 9 de octubre

buena dirección y asegurarnos de que las fuerzas que actúan en contra

de la modernización de nuestros pueblos no logren frustrar en última

instancia la posibilidad de que los ciudadanos disfruten de la calidad de

vida que reclaman con impaciencia. Hay crecientes indicios de que estos

países son conscientes de las posibilidades que se les abren si se

empiezan a integrar más. Uno de ellos es, por ejemplo, la noticia de que

se ha empezado el proceso de incorporación de México al MILA, la

plataforma bursátil conjunta de Chile, Perú y Colombia. Pero no bastan

iniciativas de esta índole. Hace falta que este esfuerzo conjunto adquiera

una voz política en el sentido más noble de la palabra.

También creo que un mucho mayor acercamiento entre Chile,

Perú, Colombia y México, y una mayor capacidad de parte de ellos de

atraer a otros países con vocción parecida, sería la mejor manera de

proyectar ante el mundo una imagen de madurez y responsabilidad

acorde con el rol que merecemos jugar más temprano que tarde entre

los grandes. Si los países que hacen bien las cosas actúan por la libre y

casi como pidiendo perdón en política exterior, será imposible evitar

que quienes las hacen mal tengan esa desproporcionada proyección de

la que todavía gozan a pesar de sus reveses internos. Actuar en ese

sentido no es, por supuesto, menospreciar a organismos e iniciativas

como el CELAC, UNASUR, la CAN o el Mercosur, sino impedir que las

deblidades intrínsecas de estos esfuerzos se conviertan en un obstáculo

para que los países más exitosos le marquen la pauta al continente con

su ejemplo. Hasta ahora los organismos de integración han sido mucho

más eficientes constriñiendo a los mejores que mejorando a los peores.

La forma de resolver eso, creo, es que cuando surge algo distinto y más

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promisorio, como la Alianza del Pacífico, apretemos el acelerador a

fondo.

Ya no se trata sólo de dar a los mejores el lugar que les

corresponde y asociar la imagen exterior de América Latina a ellos. Se

trata también de que ese eje de países exitosos como Chile, Perú,

Colombia y México y quienes se vayan sumando (admito que la palabra

eje es antipática porque parece excluyente pero la empleo para que

quede claro a qué me refiero) se vuelva determinante para toda la

región.

Si yo fuera paraguayo, tendría entre mis objetivos no sólo asumir

lo mejor del modelo de ese conjunto de países sino también insertarme

en ese grupo. Porque allí, y no en el Mercosur, al menos no por un buen

tiempo, es donde está la gran promesa latinomericana. Comprendo que

la dependencia comercial con respecto al Mercosur y el fuerte vínculo

con el capital brasileño pueden dar hoy la impresión de que esto es

imposible o riesgoso. Pero estoy convencido de que, con imaginación y

tacto, será posible para Paraguay arrimarse cada vez más a los mejores

para no arriesgarse a que vuelva a suceder lo que ocurrió el año pasado

y, sobre todo, para enrumbarse de una vez hacia donde algunos de sus

vecinos no tienen la menor intención de avanzar. Después de todo, si

Brasil, harto de que el Mercosur lleve diez años procrastinando la

negociación comercial con la Unión Europea, ha decidido negociar en la

práctica por su cuenta, ¿por qué no podría Paraguay empezar a tomar

decisiones que le permitan aprovechar mejor las posibilidades del

mundo y del entorno latinoamericano?

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En todas las zonas del planeta, cuando los mejores actuaron en

conjunto obligaron a los peores a seguir su ejemplo por la pura inercia

de las cosas. Ocurrió en Europa (me refiero al proceso de la posguerra,

no a la crisis reciente) y sucedió en el Asia. Urge algo semejante en

América Latina, en especial teniendo en cuenta que va a tardar un

tiempo que Brasil asuma el liderazgo regional en todo el sentido que

tiene el término y esté en condiciones socioeconómicas de sostenerlo.

Brasil no es para América Latina lo que Alemania es para Europa

todavía. Por eso corresponde quizá a otros más pequeños tirar para

adelante de forma conjunta hasta que Brasil pase a ocupar el lugar de

vanguardia que le corresponde pero que parece renuente por ahora a

asumir. De lo contrario, seguirá habiendo una brecha absurda entre lo

bien que algunos países están haciendo las cosas y la conducta poco

seria y contradictoria que de tanto en tanto, liderados por la gente

equivocada, exhibimos como conjunto en política exterior.

En este gran esfuerzo de alcance regional me gustaría que

Paraguay empiece a hacerse notar por las buenas razones.

Muchas gracias.

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