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Garcia rle Corlf.lzar, José Angel y José Ángel Sesma Muñoz, Historia de la Edad Media; una sin tesis inlerpreLaliva, Madrid, Alianza, 1997. !l 11acimiento de Europa B. La herencia de una época agitada: el nacimiento de Europa Los cronistas monacales que interesadamente exageraron los efectos de los saqueos de vikingos, húngaros y sarracenos, convirtiendo sus personales y dolorosas anécdotas en ealegorias que afectaban al conjunto de la sociedad, apenas supieron transmitimos tres datos. El primero: el número de lugares y comarcas atacados de forma periódica por las correrías de los paganos e 1 l 1

B. La herencia de una época agitada: el nacimiento de Europa

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Garcia rle Corlf.lzar, José Angel y José Ángel Sesma Muñoz, Historia de la Edad Media; una sin tesis inlerpreLaliva, Madrid, Alianza, 1 9 9 7 .

!l 11acimiento de Europa

B. La herencia de una época agitada: el nacimiento de Europa

Los cronistas monacales que interesadamente exageraron los efectos de los saqueos de vikingos, húngaros y sarracenos, convirtiendo sus personales y dolorosas anécdotas en ealegorias que afectaban al conjunto de la sociedad, apenas supieron transmitimos tres datos. El primero: el número de lugares y comarcas atacados de forma periódica por las correrías de los paganos e

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La Alta Edad Media (380-980)

infieles; tal vez, la imagen de continuidad y sistematicidad de aquéllas sólo estén presentes en la mente del historiador. El segundo: la frecuencia con que la población de las aldeas que sufrían las visitas de los «nuevos bárba-ros>> había estado y estaba expucst.a a un trato semejante, salvo sus expre-siones más cruentas, por parte de gentes e su misma raza y religión. Y el tercero, y, sobre todo: el hecho de que, por debajo de esa imagen de anar-quía política y pillaje, los cambios en las relaciones de producción en el seno de la sociedad de occidente estaban asentando las buses de construc-ción de la sociedad medieval europea.

En este sentido, el intento carolingio por crear una supcrestructurn que resguardara los últimos vestigios de la Antigüedad fue sustituido desde me-diados del siglo IX por nuevas soluciones mejor ocomodadas a lo rcalidod social y cultural del momento, incluida una respuesta a los retos de los n1:1c-vos invasores. Entre ellas, las que condujeron al nacimiento de células y es-tructuras de la sociedad que anunciaban claramente los tiempos del fcu-dal ismo. Desde éstus, los nostálgicos de la unidad imperial siguieron cantando los cxcclcncius de los pasados buenos tiempos curolingios, con lo que, desde comienzos del siglo x, los que ya podemos llamar europeos em-pezaron a vivir en una evidente pamdoja. Mientras sus pies se asentaban en el pequeño espacio de su familia, aldea, señorío, principado, y, al hacerlo, incrementaban sus bases de riqueza e intercambio, su mente se resistía a abandonar el universo de la unidad imperial y cristiana. Todo ello constitu-yó, en definitiva, la mezcla de inevitable herencia y obligada creación que caracterizaron el nacimiento de Europa.

1. Las bases del primer crecimiento europeo

La escasez de fuentes documentales y arqueológicas del periodo compren-dido entre comjenzos del siglo VIII y mediados del x ha sido la razón de que la falta de cvidéncias empíricas se haya tratado de paliar con la elaboración de modelos interpretativos globales sobre la evolución de la sociedad de la Cristiandad latina. Cada uno de ellos ha tratado de explicar cómo, cuándo y dónde se han producido los desarrollos que han pennitido a· esa sociedad entrar en el siglo XI en una fase de crecimiento económico, jerarquización social y encuadramiento politico y administrativo. Las respuestas más ge-nerales a esas preguntas constituyen el contenido de estos epígrafes finales del capítulo. Parn empezar, hay que decir que la idea dominante hoy es que Ju paulatina modificación de las relaciones de producción trajo consigo, en una primera fase, la final dcsestructuración del esclavismo, y, con ella, un período de cierta libertad del campesinado. Y, en una segunda fase, a partir de mediados del siglo x, un nuevo encu:1dramicnto social bajo pau-tas marcadas por los señores. que tuvo repercusiones demográficas y económicas.

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4. La época carolingia y el nacimiento de Europa

Todo ello quiere decir que los historiadores se indinan actualmente por pensar que la sociedad de tipo ant.iguo, de base esclavista, prolongó su exis-tencia más allá de la caída del Imperio Romano, hasta finales del primer milenio de la era. En cambio, se muestran menos unánimes a la hora de va-lorar el papel representado por los distintos elementos en ese periodo final de tránsito hacia nuevas estructuras. Tal vez la razón de sus desacuerdos es-triba, en parte, en el hecho de que cada uno de esos historiadores ha estu-diado el proceso en una región distinta. Ello les ha inducido a subrayar una u otra de las interpretaciones posibles relativas al cambio en las relaciones de producción en el seno de la sociedad, lo que incluye el análisis de: a) las modificaciones de las unidades de producción dominuntes en el mundo ru-rnl; b) la cvolución,dcl poblamiento; y e) el papel de los intercambios.

a) El triunfo de la pequeña explotación campesina

Las relaciones de producción del mundo tardorromano y, en menor medida. gcrmanorromano se hablan articulado en torno a las villae de tipo esclavis-ta, esto es, basadas en la explotación directa de gmndes patrimonios. Junto a ellas, en algunas regiones de los reinos bárbaros, el ascntamicmo de los germanos y las alteraciones subsiguientes habían contribuido a desarticular las villac y estimular el desarrollo de pequeñas explotaciones campesinas 1rabaj11das a escala familiar. A la vez, en zonas mc11os mmpniz.1dªs, como la Inglaterra anglosajona o el área cantábrica de la península Ibérica, se conservaban comunidades de valle_ dotadas de fuerte cohesión familiar y dedicación gunodcra.

A partir de esa situación, durante los siglos v1 a vur, las relaciones de producción se articularon, según los espacios europeos. en cuatro modelos. La comunidad de valle, la Fil/a tardorromana de explotación directa, la pe-queña explotación campesina y la 11i//a que podemos llamar carolingia. Lo caractcristico de esos siglos parece que fue precisamente el debilitamiento de las dos primeras y el fortalecimiento de las dos últimas. En otras pala-bras, la desarticulación de las vi/1(.Jc esclavistas tardorromanas y, en regio-nes muy concretas, de los grupos de parentesco tendió a liberar grupos fa-miliares conyugales que, o bien fueron organizados por los propietarios de las grandes villae carolingias, o bien pudieron mantener su independencia como pequeños propietarios, especialmente en áreas de frontera. Esta di-versidad de destinos dependió de la composición social en cada una de las regiones del Imperio Carolingio y del grado en que las correrías de vikin-gos, húngaros y sarracenos desarticularon las estructuras precedentes en cada una de ellas.

De los cuatro modelos enunciados. la novedad la constituyó la 1·illn ca-rolingia. la gran propiedad rural que i.c desarrolló. sobre todo. en las tierras entre el Rin y el Loira, y cuyo funcionamiento quedó rcllcja(k1 i.:n las capi-

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tularcs imperiales y en los polipticos de los grandes monasterios. Según ambos tipos de fuentes. que algunos especialistas consitkran m6s resultado de una teoría que de una realidad cotidiana, la l'i/111 ca.rolingia era heredera de la villa tardorromana. con la salve<lad de que t:I antiguo latilimdio de ex-plotación directa había quc<lado dividido en dos partes. Una. s..: la reserva-ba el propietario; la otra la dividía en tenencias o 1111111su.,· ( «la tierra de una familia») que entregaba a hls familias campesinas para su ins1alación.

La parte de la reserva la explotaba directamente el propietario mediante un a<lministra<lor y la fuerza de trabajo aportada por dos tipos de hombres: los esclavos instalndos en las dependencias ccnt.rales de la villa y los cam-pesinos asentados en los mcmsos. Micntr.is los primeros dcúicaban todo su tiempo a la explotación de las tierras del propietario, los segun<los lo rcpar-tiun entre la atención a sus propios mansos y la realización <le unas presta-ciones (las corveas de los documentos franceses, las opera o labores de los hispanos) o servicios de trabajo personal en las tierras del amo de la víUa. Estas prestaciones, en número variable según los dominios, podían llegar n los tres <lías por semana.

Los campesinos encargados de n.-alizarlas, esto es, los grupos fomiliares asentados en los mansos, podian ser colonos encomendados al grun propie-tario, por tanto, libres ju.rídicami:ntc. o antiguos esclavos manumitidos por su amo y converti<los en siervos. Este doble origen se traducia en el hecho de que unos mansos fueran libres y otros serviles con obligaciones difi.:ren-tcs respecto al señor. Precisamente, ei;tc proceso de asi:ntamii:nto en 11.:ncn-cius familiares, con adquisición de c.ipacidad económica y personalidad ju-ri<lica. contribuyó m."1s que ningún otro a la desaparición de la esclavitud antigua. l!n esa extinción colaboró igu 1lmcntc la expansión del cristianis-mo: no tanto porque la Iglesia fucrn antiesclavista sino porc1uc la reunión periódica de los feligreses en un mismo templo, por lo menos en In misa dominical, contribuyó a la confusión de los estatus de los campesinos y. en definitiva, n la hominiznción de los esclavos.

Este proceso <le extinción de In esclavitud, que conoció altibajos al com-pús de las guerms que pcrmiti.m adquirir o perder esclavos paganos o infie-les. fue un dato evidente de la evolución social en los cinco siglos que si-guieron a la caída dd Imperio Romano. Lo dificil es, en cambio, medir la intensidad del fenómeno en cada siglo. En parte, por el simple hecho de que vocablos como servus o 111a11cipiu111 pasaron de significar esclavo, en-tendido como «instrumento con voz», a significar siervo, tanto doméstico como rural o instalado en un manso servil. Más aún, algunos de los anti-guos scrvi habían promocionado, ante la mirada critica de sus contemporá-neos, hasta convertirse en ministeriales que sus amos empleaban en tareas mercantiles o administrativas. Por todos estos caminos, a finales del siglo IX y en el x, la situación de los campesinos en muchas de las grandes explota-ciones de los señores o en sus cercanías se había igualado y apenas dejaba conocer el origen, servil o 1 ibre, de su ocupante. -1180

... L,1 •·POLI r·Hol1119ia y el nacimiento de Europa

Este moc..lclo de villa carolingia. según cspccialis1us como Toubcrt y Ycr-hulst. constituyó una unidad de explotación que supo combinar la iniciativa que podríamos llamar empresarial del clu111i1111.i' con lu reunión y ordenación <lel esfuerzo de los campesinos asentados en sus 111c111sus en unidades de familias conyugales. La valoración del m::11rimonio a partir de la época ca-rolingia estuvo, sin du<la. relacionada con el papel que los granc..lcs propie-tarios espernban que tales familias desempeñaran en el proceso de produc-ción. Por lo demás, para au1orcs como los mencionados, la villa carolingia constituyó el instrumento que permitió el aumento de los rendimientos agrícolas. de la productividad del trabajo, con incorpomción de instrumen-tos de apoyo a la producción como el arJdo de vertedera o de t.ransforma-ción como el molino. Todo ello se tradujo en incrementos de la producción, y, de aqui, de la <lemografia y de la colonización de nuevos espacios y. con ellos, de los excedentes y de los mercados donde reali1..ar intercambios. El gran dominio seria, por tanto, el mocor del renacimiento mercantil de occi-dente aunque la base del esfuerzo productivo radicó en las familias campe-sinas asentadas en 11w11sos o en tem:ncias son11::tidas al grun propietario.

Esta interpretación que prima el papel de los grandes dominios no h:1 sido aceptada unánimemente. Al contrario, como se puso di: relicve en la reunión de Floran de 1988, otros cspeci.1listas. como Boí:; y. sobre todo, Oonnassic, probablemente, por el hecho de invi:stigar sobre regiones di fo-rentes a lns anteriores, se indinaron por otro modelo interpretativo. Para ellos, las familias campesinas 1.k pequeños propictarios libres fueron los protagonistas del comienzo del proci:so <le crecimiento europeo <le los si-glos 1.x y x. El origen de esas familias radicaría igualmente en la crisis de la villa tilrdorromana, con la fuga subsiguiente de esclavos y la sustituci1'>n del antiguo tipo de poblamicnto concentm<lo y estable por otro de car.icter dis-pi;rso e inestable, constituido por familias conyugales o pequeños grupos, algunos dc nomenclatum monásticu. Todos ellos, numerosos en el norte de la península Ibérica y en las tierrJs allende el Rin, en definitiva. en la fron-tera de la Cristiandad, aplicaron su csl"ucr1.o a la roluración y puesta en cul-tivo de zonas yermas, lo que tmjo consigo un aumento ch.: la producción y, en consecuencia, de los efectivos demogrúficos.

En cualquiera de las dos interpretaciones queda claro que. durante los si-glos VII a IX, se operó en la sociedad europea un cambio en las relaciones de producción. De resultas de él. se abrió paso la consolidación de la pe-queña explotación campesina. bien en su modalidad de integración, en for-ma de manso, en un gran <lominio. bien en su versión alodial, esto es, libre.

b) La concentración del poblamiento: la aldea

La continuidad o discontinuidad en los modelos de poblamiento entre los siglos VII y x es, en relación estricta con lo indicado en el epígrafe anterior, otro de los aspectos sujetos a discusión. (:on todo, se piensa que, salvo los

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La Alta Edad Media (380-980)

casos de los dominios constituidos por vi/loe que siguieron arraigadas al te-rreno, la evolución de los asentamientos campesinos, en especial los alodia-les, debió estar caracterizada por tres procesos: la provisionalidad de los núcleos de asentamiento; su movimiento en altitud, que siguió una secuen-cia: del valle a las alturas y de éstas nuevamente a las zonas bajas; y. al fi-nal del periodo, en el siglo x, una lenta concentración de la población en entidades pequeñas pero autosubsistcntes tanto económica como política-mente: lus aldeas.

El primero de los procesos, la itinerancia de los núcleos de poblamiento, ha sido confirmado tanto en la Inglaterra anglosajona, en especial. para el período anterior al siglo VIII, como en la Toscana y otras regiones italianas o en el valle del Duero. En todos los casos, bien por ruptura de las antiguas villae y dispersión de sus células sociales, bien por falta de un encuadra-miento de los grupos familiares de campesinos colonizadores, la falta de anclaje de la población en un punto concreto fue una característica sobresa-liente del período de los siglos VIII y IX. Ello estimuló la utilización de ma-teriales constructivos (mader.i. cañas. retama, paja impcrmeuhilizada con sebo e.le animales) fr.igiles y barntos lo que facilitó que los distintos gruposproductores. normulmcnte. muy ri:ducidos, de ocho a veinte per.;onas, pu-dieran, liternlmen1e. cargar con su casa o cuestas. De ese modo, la instula-ban en los espacios de cxplotacitin. o la nhandonuhan en momentos de inse-guridad pura internarse en los frondosos bosques o ascender a los riscosmás resguardados c.lomle volvían a hacerla. aprovechando, igualmente, lus cuevas naturales o excavando otras en rocas de materiales blandos. Los es-tablecimientos troglodíticos fueron. en efecto, muy abundantes durante la Edad Media, en especial en las regiones meditemineas.

El segundo proceso. las variaciones del poblamiento en alturJ. ha sido, por su parte. mas dificil <le medir con exactitud. En general, parecen apre-ciarse dos movimientos: uno de ascenso. esto es, de abandono de los valles y de instalación en altura. más común. probablemente, en los siglos v1 y VII, y otro de descenso de las cotas ocupadas por el poblamiento, especialmente ostensible desde el siglo IX. Este descenso permitió a las familias instalarse en espacios cuya explotación proporcionaba mejores rendimientos y, con ello. la posibilidad de incrementar la producción y alejar el fantasma del hambre. Los datos relativos a Borgoña. Germania y norte de Francia re-cuerdan el progresivo descenso del número de hambrunas, incluso con sus secuelas de canibalismo. en los siglos 1.x y x: ocho en la primera milad del siglo IX, cuatro en In segunda; tres en la primera mitad del x y ninguna en la segunda.

El tercer proceso. el de paulatina fijación y relativa concentración de los núcleos de poblamiento. tuvo que ver tanto con los progresos de la produc-ción agraria. que estimuló la creación de rcqucños mercados rurales, como con los progresos. al final del periodo (en I nglatcrru. uesdc comienzos del siglo IX). de la imposición di: los señores sobre los campesinos. En este

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4. La epoca carolingia y et nacimiento de Europa

sentido. las regiones de expansión colonizadora, como los márgenes de los

grandes bosques, las tierrns de Gcrmaniu o las del valle del Duero tardaron

más que otras en cubrir las etapas que condujeron de un poblamiento dis-

perso y móvil a otro fijo en aldeas arraigadas en un territorio.

En todas las regiones europeas, sin embargo, la población, que debió al-

canzar sus mínimos en el siglo v11, incrementó sus efectivos en los dos si-

guientes. Desde mediados del siglo tX, las escasas noticias relativas a las

dimensiones de los grupos familiares y las más abundantes referentes a

presuras y roturaciones son síntoma de una indudable recuperación. Po1 to-

das las regiones cmpe7.aron a ampliarse los antiguos terrazgos y, en espe-

cial, a crearse otros nuevos. discontinuos respecto a los precedentes. En

ellos, ante todo. en los territorios entre los ríos Rin y Loira. donde las grnn-

dcs explotaciones en forma <le l'illae habían conservado su imporrnncia

hasta comienzos del siglo 1x, empezó a desarrollar.;e un nuevo tipo de ins-

trumental agrícola: el arado <le vcrtc<ler.i. De metal y dotado de ruedas. po-

día labrar en profundidad las húmedas y pesadas tierras del norte, donde el

arado romano, sólo capaz de arañar la superficie, válido por ello en los dé-

biles sucios mcditern'mcos. habría resultado inútil.Desde comienzos del siglo v111, se rastrea el vocablo que, cu inglés

(plough) y en akmún (u/lug). dará nombre al nuevo instrumento. El empleo

de ese ar.ido. a su vez, exigió una mayor fuerza de tracción por parte de los

animales de tiro, fueran bueyes o c.iballos. Para conseguirla. se adaptó u

los primeros el yugo fr o ntal y a los ¡;cgundos la collera rígida apoyada en los

hombros, invenciones que. a tenor e.le las miniaturas de los códices, se pro-

dujeron ya desde comienzos del siglo IX. Cincuenta años después, tene-

mos la primera mención de la herradura, elemento que ib:1 a hacer más se-

gura la pisada de los animales de -tiro. Por su parte, la difusión del empico

del hierro en el instrumental agrícola. en especial en las reg.iones del sur de

Inglaterra, oeste de Germanía, norte de Francia o llanura del Po, pero tam-

bién en otras como Cataluña o Álava. contribuyó lentamente al incremento

de los rendimientos agricolas. La imagen del arado de vertedera. sin embargo, no debe hacer olvidar

que la mayor parte del espacio europeo estaba siendo roturada a base de que-

ma del bosque originario y de trabajo a mano de los campesinos provis-

tos de hachas y azadas. Ello explica que los rendimientos de los cereales,

además de escasos. fueran. sobre todo, enormemente desiguales. Mientras

en las tierras de vieja ocupación apenas alcanzaban una proporción de

4 por 1 respecto a la simiente utiliwc.la. en los terrenos que, med.iante el sis-

tema de rozas por fuego, aprovechaban la potente biomasa acumulada en

los bosques de hoja caduca. podían llegar a 15 o 20 por 1. aunque, pura

mantener estos rendimientos. era necesario proceder a nuevas rozas casi

continuamente. Este hecho debió estar en la ba�e del r.ípi<lo aurni.:nlO Je la producción

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agraria en la segunda mitad dd �iglo IX y Je la posibilidad de que los pc-

ll

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La Alta Edr1d Medía (380-980)

queños grupos campesinos ampliaran sus dimensiones. Pero, a la vez, algu-nos historiadores opinan que estas posibilidades de incrementar la produc-ción mediante la continua roturación contribuyeron a crear espacios de pro-ducción discontinuos y dispersos poco controlables por los señores. Cuando éstos decidieron beneficiarse del esfuerzo productivo de los cam-pesinos, dieron prioridad al control social anLes que a la producción. Ello les llevó a estimular una agricultura sedentaria y extensiva cuyos rendi-mientos debieron situarse, a escala general, en tomo a 4 por 1, lo que. proba-blemente, explicara la reaparición de las hambrunas en el siglo XI.

En cambio, en el periodo anterior, un control más escaso por parte de los señores, limitados por las alteraciones inherentes a las correrías de vikin-gos, húngaros y sarracenos, permitió a los campesinos des3rrollar una am-plia explotación de ríos, arroyos y extensísimos bosques y sus riquezas animales y vegetales. lo que les proporcionaba otros componentes alimenti-cios. Gracias a ellos, y aunque un especialista como Montanari no se mues-tra ahora tan optimista como hace unos años respecto a la dieta de la pobla-ción campesina de los siglos vm y IX, aquélla debió ser más rica de lo que será dos siglos después. Por su parte, las circunstuncias políticas del perío-do carolingio reforzaron los contactos entre tradiciones alimenticias septen-trionales y meridionales, que se tradujeron en la difusión del consumo de cerveza y en el empleo de la manteca de cerdo para fondo de cocina. Y las circunstancias religiosas, con la ampliación de la zona europea cristianiza-da, estimuló la extensión del cultivo de la vid, al ser el vino una de las espe-cies sacramentales.

e) Del don ceremonial al comercio de larga distancia

Los aumentos de producción, probables tanto en el marco de la gran villa como en el de las pequeñas explotaciones familiares, tuvieron consecuen-cias diferentes. Mientras las familias conyugales campesinas los aprovecha-ron para mejorar su dicta y ampliar el número de sus miembros, los gran-des propietarios en sus villae los convirtieron en excedentes, que aunque escasos de momento, facilitaron una crncumulación primitiva» que iba a permitir cambiar excedentes entre los diversos dominios.

La precariedad de medios de transporte de la época, escasamente desa-rrollados por la propia limitación de los excedentes, dio a éstos un destino en las villae y, más tarde, en un número creciente de aldeas en todos los te-rritorios europeos. Ese destino fue alimentar a unas cuantas personas que, sin dedicarse a tareas agrícolas, vieron garantizada su subsistencia a cam-bio de que, a su vez, produjeran bienes manufacturados. Las capitulares ca-rolingias que diseñaban la organización de las villae (así, la Capitular de villis el c11rtis) incluyeron la atención a una serie de oficios artesanales de-dicados a la fabricación de bebidas. tejidos y piezas de metal, tanto litúrgi-

,,. La época carolingia y el nacimiento de Europa

co o suntuario como agricola o bélico, sin olvidar los pergaminos. De esa forma, los grandes dominios, como Saint Gcrmain-des-Pres, Annapes 0 Saint Amand, se fut:ron constituyendo en generadores de excedentes no sólo agrarios sino tumbién artesanales.

En todos los casos, se trat3ba de excedentes muy escasos. El destino de los agrarios eran los silos parJ su distribución en momentos de necesidad. El de los productos artesanales, su atesoramiento en manos del señor de la villa que los produc!a o su intercambio con productos de otras villtu:. Muchas ve-ces. como los antropólogos pusieron de manifiesto al estudiar las sociedades primitivas y Duby aplicó a la medieval, este intercambio tenia el carácter de regalo ceremonial. Esto es, de cumplimiento de una costumbre que «obliga a regalar,· aceptar el regalo y devolverlo acrecentado». Por ese procedimiento, muchos productos de lujo pudieron circular entre los miembros de las nristo-cmcias, laica y eclesiástica, europeas. Algunos acabaron siendo despilfarra-dos y, como la costumbre exigía, de forma ostentosa por parte de los más poderosos. Otros fueron atesorados por los grandes ecksiásticos y los mo-nasterios, pero una pequeña parte llegó también a pequeños núcleos sitwdos en las rutas entre los distintos dominios, donde los campesinos más afortuna-dos pudieron adquirirlos. En este sentido, la ucuñución Je moneda, bien por el poder público o, cada vez m:is, por condes y obispos concesionarios de esa competencia, y la fijación de su equivalencia, dentro del monometalismo de la plata, que Carlomagno habia impuesto, facilitaron las tmnsacciones.

Con el tiempo, la rci1emción de cs11: proceso dc1em1ino que en algunos de esos lugares de encrucijada se crcuwn o renovaran mercados semanales o ferias anuales. Tales fueron lo:; t k Saint Denis, que ya había gozado de mercado en época merovingia. Chalons-sur-Marne. Vcrdún o Pavia, o losde numerosas aldeas de la lnglatcrm anglosajonu y, dcsuc 850. la danesa, y. sobre todo, los de los pc>rflls de ltis desembocaduras de los ríos Rin. Mosu yEscalda. Éstos se hallaban precisamente en contacto tanto entre las dos zo-nas citadas corno entre ellas y lus m;is scplcntrionalcs. que las invasionesvikingas estaban sacando a la luz.

Los incrementos en In generación de excedentes y, sobre to<lo. los s:1-queos de los sarracenos, húngaros y. en especial, vikingos, trajeron como consecuencia la movilización de muchos de los bienes muebles producidos o acumulados en las grandes villae del occidente europeo. Ello acabóabriendo nuevos caminos a las relaciones mercantiles en el continente. És-tas, en muchos casos, no pudieron apoyarse ya en ciud3des propiamente di-chas. Aunque, topográficamente, fueron más las continuidades que las dis-continuidades de la vida urbana, funcionalmente ésta habia desaparecido.Los núcleos que podían considerarse sus herederos aparecían ahora ocupa-dos por la aristocracia, sobre todo eclesiástica, de obispos y abades, y porcampesinos trabajadores de las tierras del entorno.

Con frecuencia, tales núcleos estaban fortificados o se fortificaron aho-ra. En el caso de los de la zona de los Paises Bajos, una de las más activas

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la Alta Edad Media (380-980)

del Limitado comerc io de la naciente Europa, tal vez, la fortificación se de-bía menos de lo que pensaba Pirenne a defensa contra los vikingos y más, según Verhulst, al proceso general europeo de incastellamenlo. Cualquiera de las dos hipótesis es válida para recordar que el viejo centro comercial de Duurstedt desaparec ió en el siglo IX en las razzias de los daneses y que, en su lugar, una serie de local idades dotada s de su castrum surgieron y se mantuv ieron en los siglos siguientes en el delta o en el inmediato traspaís de las desembocaduras de los ríos Rin, Mosa y Escalda. Esos lugares, a los que, atraídos por las posibil idades económicas, se fueron adhir iendo los portus de comerc iantes frisones, sajones y. cuando decayeron, los de otras procedencias, fueron las bases de las relac iones comerciales cuya red se es-taba construyendo.

Estas relac iones, de momento débiles en intens idad pero ya ampl ias por la longitud de sus itinerarios, afectaban. fundamentalmente, a cinco ámbi-tos. El Atlántico norte, que relac ionaba el mar Báltico y las dos orillas del mar del Norte y del canal de la Mancha. donde se cncontrabnn. comercian-do, pirateando o saqueando, frnncos. frisones, anglosajones, daneses y no-ruegos. La península Ibérica, donde musulmanes y cristianos intercambia-ban sus productos. en buena parte, caut i vos de guerra vendidos como esclavos. El continental donde Venecia y Pavía en el sur y Qucntov ic y Duu rstcdt, hasta que los daneses los arruinaron, en el norte, eran los centros más relevantes; mientras, Magunc ia y Vcrdún eran dos lugares concurridos. en especial, por comerciantes judíos, que contrataban la adqui:;ición de es-clavos nórdicos con destino a la España musulmana.

El cuarto ámb ito en dar sc,iales de vida mercantil fue el oriental, a me-dias terrestre y fluv ial. constituido sobre todo por los ríos rusos, vía preferi-da por los varegos, que desde el Báltico llegaban a Constantinopla, relacio-nando la costa atlántica con el Imperio de Bi zancio. A esa ruta o a la continental un poco más al oeste se asomaron, desde mediados del siglo X,las gentes de los pueblos que, como polacos, bohemios y húngaros, iban fi-jando el territorio de sus construcciones políticas. Por fin, el quinto ámb ito comercial, el más antiguo, lo const ituía el Med iterráneo: la piraterla sarra-cena y el debilitamiento de la flota imperial bizantina propiciaron. la hege-monía de los mercaderes y navegantes musulmanes. Con todo, a su lado, fueron apareciendo, poco a poco, los marineros de algunas localidades ita-lianas, Nápoles, Amalfi y, sobre todo, Venec ia, que, desde comienzos del siglo x, empezó a ser la verdadera sucesora de Bizancio en el tráfico del Mediterráneo oriental.

En los cinco ámbitos mencionados, el carácter del comercio era seme-jante: un intercambio de esclavos o de productos de escaso volumen y peso y muy caros, únicos cuyo precio podía compensar los riesgos de un trans-porte lleno de dificultades. Entre ellos. la investigación está poniendo hoy de reli.eve el importante papel comercial de los libros, de los códices; aun-que los datos de Bischoff (que estima en 50.000 el número de volúmenes

-i'.!l!. - - - - 1 - 8 . . . . . ,6

4. la época carolingia y el nacimiento de Europa

copiados en el siglo 1x) resulten un poco exagerados, la industria del libro debió ser un capítulo a tener en cuenta en el ámbito de la economía carolin-gia. Por lo demás, en el balance de las cinco áreas mercantiles, la novedad fue, sin duda, la actividad desplegada en el ámbito atlántico y la aparición de Venecia como futura potencia mercant i l marít ima. Junto a ello, el engar-ce de las dos áreas, atlántica y mediterránea, a través de un eje que se con-solidará hasta convertirse en la ruta clave en la Europa de los siglos XI a x111: la que empalmaba Flandes al norte y Lombardía y Toscana al sur.

2. La construcción de las bases culturales y morales de la naciente Europa

La debil idad de los fundamentos materiales y la progres iva desarticulación pe los sociales, con los camb ios en las relac iones de producción, no imp i-dieron que, sobre la base del puro voluntar ismo, Carlomagno tratara de im-poner también sus ideas centralizadoras en el campo cultural, con un resul-tado que, aunque limitado en térm i nos absolutos, constituyó no sólo la parte más sorprendente sino, sobre todo, la más permanente de su herenc ia.En una perspectiva más amplia, y en lo que toca a las bases de partida de Europa, a ese «renacimiento carolingio» hay que añadir, sin duda. el esfuer-zo que la Iglesia desplegó, en espec ial. en los setenta años que siguieron ala muerte de Carlomagno, en lo que se ha podido llamar <<la construcc iónde la Iglesia del Antiguo Régimen». Esto es, la defi nic ión de las normas teológicas (en especial, trinitaria y sa cramental), morales y organizativas que, sancionada por los concilios de los siglos XII y XIII, ha llegado, en pa r-te, hasta nuestros días.

a) El renacimiento cultural carolingio

La preocupación de Carlomagno por una administración eficaz y un apro-vechamiento rentable de los recursos económ icos, que le había llevado apromulgar un verdadero co1p11s de disposiciones legales, tuvo su traducción en el campo de la cultura en lo que se ha llamado el menacimiento carolin-gio». En ese ámbito. como ea los anteriores, la obra de Carloma¡,,no apare-ció como el último esfuerzo por reunir y preservar la herencia de la Ant i-güedad, más concretamente, en este caso, la romana. dada la pérdida de conocimiento de la lengua griega en el Imperio Carol ingio.

El «renacimiento carolingio», denominado así ya en 839, lo que es sínto-ma de que sus contemporáneos eran conscientes de él, füe una etapa de re-cogida de la tradic ión cultural ant igua en los términos en que los obispos visigodos y los monjes irlandeses e ital ianos la habían mantenido entre los siglos v y v111. Esa tradición, como vimos en el Capitulo 1. había cristalizado

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en un co17ms del que formaban parte, sobre todo, cinco autores: fü¡ccio. Ca-siodoro, Isidoro de Sevilla, Grcgorio Magno y Beda el Venerable. Los scrip-tnria de las escuelas monásticas o catedralicias, en especial de Jarrow y York en la Inglaterra anglosajona. de Luxeuil y Saint Denis en el reino de Francia, de Bobbio y, desde 720, Monte Cassino, en la Italia lombardobizantina, eran, a mediados del siglo VIII. los mejores guardianes de tal tradición. En esencia, se trataba de una cultura latina, bíblica, humanística que se había transmitido en los círculos minoritarios de la aristoc.racia eclesiástica. Carlomngno trató de di fundirla por el conjunto de su reino y, más tarde, de su Imperio.

El proyecto del emperador era que los agentes de tal difusión culturnl debían ser los clérigos apoyados por el poder político. A ese fin dictó ya en el año 789 una Admo11i1io genera/is con instrucciones para la apertura y funcionamiento de escuelas en las catedrales que orientaran sus enseñanzas a los jóvenes de toda condición social. Treinta años más tarde, su hijo Luis el Piadoso, con el apoyo del reformador monástico Benito de Aniano, intro-dujo en los concilios de Aquisgrán de los años 816. para l,os canónigos, y 817, para los monjes, unas cuantas normas que pretendían recuperar el es-tudio como actividad normal en la formación de unos y otros. En ninguno de esos casos, la pretensión era meramen1e erudita; más bien la intención imperial fue que esos clérigos así formados pudieran constituir los cuadros administrativos del Imperio, c9ya complejidad geográfica. polltica, institu-cional y lingüística, era, evidentemente, creciente. El primer instrumento de esa formación fue, sin duda, el conocimiento de la lengua latina, tanto hablada como escrita, cuyo uso entre los clérigos carolingios. según McKit-terick, fue m,is intenso de lo que se estimaba hasta ahora. En su versión ha-blada, se trataba de un latín empicado con corrección; en su versión escrita, el medio fue una escritura «carolina», esto es, una minúscula redonda mu-cho m;ís legible que los tipos de letra precedentes. Con ese instrumento, di-fundido incluso en algunos círculos de la aristocracia laica, los administra-dores cnrolingios no sólo organizaron la vida política y económica del Imperio, sino que elaboraron nuevos conceptos que, en seguida. iban a ser-vir de material mental para las generaciones siguientes. Precisamente, su carácter, funcional pero con frecuencia vago y ambiguo, será el origen de futuras discrepancias interpretativas.

La conservación del latin entre la minoría culta tuvo su apoyo principal en las bibliotecas de los monasterios: la de Rcichenau, con sus quinientos volúmenes; la de Bobbio, con más de seiscientos: o las de Corbic y San Gall debieron ser los ejemplos más descollantes. Esa defensa de la lengua latina, que se acompañó de una conciencia del valor de lo escrito, más como medio de organización del saber que como instrumento de memoria histórica, no debe hacemos olvidar los progresos de la lengua romance. Ya desde el año 813, los obispos recomendaban la predicación en «lengua ro-mance, rústica o germánica>), lo que era síntoma de que, por primera vez, la población de la zona occidental del Imperio, la del reino franco, tomaba

4. La epoca carolingia y el nacimiento de Europa

conciencia de que la lengua hablada (el romance francés) era diferente de la escrita (el latin). En la zona oriental. la actual Alemania, esa situación se había producido ya con anterioridad.

A partir de esas bases. las preocupaciones de los intelectunles de época carolingia han permitido hablar de dos y hasta tres generaciones de erudi-tos. La primem. en torno al propio Carlomagno. estuvo formada por el visi-godo Tcodulfo, obispo de Orleans, el italiano Paulo Diñcono. autor de una Histnria Longobarclnrum, y, sobre todo, el anglosajón Alcuino, estimulador de las iniciativas cult11rales del rey franco y organizador de las mismas. Su biografia constituye un verdadero empalme entre la tradición intelectual de las islas y lns realizaciones del continente. Nacido, en efecto, hacia 735, poco después de la muerte de Beda. Alcuino se formó cn York, a la vera del obispo Egberto, discípulo de aquél. quien le transmitió la preocupación gramatical. latinista y bíblica propia del monaquismo irlandés. En contacto con la corte carolingia des<lc 783, hasta diez años desp1H:s no fijará su resi-dencia en el reino franco. Si, desde sus primeros contactos, se mostró ya como el gran inspirndor de l:t política cultural de Carlomugnu, su traslado definitivo a la corte le permitió convertirse en el paladín intelectual de la idea de renovación del Imperio.

Su amplio epistolario. que ha conservado unas JOO cartas. nos muestra 3Alcuino, ante todo, como gr:111 organizador: la escuela palatina ideada por él sirvió de uch:ate y modelo de otras escuelas. mon¡\sticas y catedrJlicins, que surgieron en el lmp.:rio. En todas ellas. su plun de estudios incluía dos niveles: uno ekmental, basado en la lcctur.i y escritura del latín y en el can-to; y otro superior, que comprendía las materias de las «siete artes libera-les». Las tres del Trivi,1111: gram:itic:i, retórica, Llialéclica; y tus cuatro del Q11adrivi11111: aritmética. geometría. música y astronomía.

La segunda generación de intelectuales carolingios. de lu que formaron parte lo obispos Jonfü; ele Orleans y Agobardo de Lyon. pudo ofrecer ya resultados intelectuales mós originales. y. sohrc todo. una honda preocupa-ción por la tarea de copia de manuscritos. En cierto modo, gran parte de la tradición antigu:l In salvaron los escritorios monústicos de ese momento, en general de todo el siglo 1x, con esa labor de la que se hnn conservado unos ocho mil volúmenes.

Por fin, la tercera generación, que despuntó poco después de 840, cons-tituyó el apogeo del renacimiento carolingio. En la reflexión teológica. con la polémica entre Rabano Mauro, abad de Fulda, y Godescalco acerca de la predestinación. En la teoría politica. con la predicación y los escritos de Hinemar, arzobispo de Reims, defensor de la hegemonía del Sacerdotium sobre el lmperi11111, quien intervino igualmente en In polémica predestina-cionista. Y, sobre todo, en el de la filosofia, con la obra de Juan Escoto Eri-gena, la figura más sólida y original del renacimiento carolingio.

Este excelente gramático, nacido y formado en el medio cultural británi-co, con buen conocimiento del griego, apareció en la corte franca hacia 845,

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interviniéndo como feroz antipredestinacionista (o, más exactamente, como predestinacionista sólo de la salvación) contra Godescalco. Su obra más original, De divisione naturae, nos muestra a un filósofo que reintroducc en el naciente pensamiento europeo los planteamientos neoplatónicos acerca de la división de la naturaleza entre Dios creador, del que emanan las ideas, y los seres creados. De éstos, el hombre retiene un mínimo de divinidad que le permite acceder, a través de un proceso dialéctico, hasta Dios y sal-varse. Las sospechas de herejía que su obra suscitó en su época tuvieron poca trascendencia pues sus contemporáneos juzgaron su tratado poco me-nos que incomprensible. Habrían de pasar dos siglos para que los intelec-tuales recogieran las tesis de Escoto Erígcna.

b) La construcción de la Iglesia del Antiguo Régimen

La voluntad de Carlom:1gno de organizar la vida del Imperio en todas sus facetas había sido el motor de la tarea de fom1ación cultural de los clérigos. Los resultados fueron. desde luego. menos sólidos de los que el titulo de «renucimiento carolingio» daba a entender y. probablemente, no tan difun-didos entre los medios laicos, como las conclusiones de McKittcrick ani-man u pcns¡¡r. A pesar de los estímulos al nprcndizaje de la lengua latina, muchos copistas del siglo IX no conocieron el significado de los textos que copiahan. conformúndose con dibujar sus letras. A pcsur de las exigencias de lectura y escritura, muchos de los clérigos se confom1aron con saber de memoria el Credo. el Padrenuestro. el sacmmental gregoriano. el penitcn-ei:11, el calendario eclesiástico, el canto «romano» o gregoriano y los exor-cismos. Sin embargo. esta formación fue suficiente para que la Iglesia tra-tara de utilizarla como instrumento al servicio de la idea de que «saber es poden>.

Si, durante el reinado de Carlomagno. ese planteamiento sólo podia en-tenderse como «saber al servicio del poder del rcy-empcradorn, después de su muerte. la Iglesia aprovechó la condescendencia piadosa de su hijo Luis. la extinción práctica del Imperio tras el trata<lo de Yerdün de 843 y el pro-pio fonalecimicnto intelectual de sus miembros más conspicuos para sacu-dirse su subordinación respecto a la autoridad imperial. En otras palabras, para tratar de invertir el sentido de las relaciones, pasando a proponer obje-tivos al Imperio y. sobre todo, para tratar de construir un esquema doctrinal que contribuyó, sin duda, a crear hábitos culturales que han llegado. prácti-camente, hasta nosotros. Ese esquema doctrinal. que los lentos éxitos en las empresas de guerra y cristianización frente a paganos del este e infieles del sur contribuyeron a difundir por Europa, incluía, claramente, cuatro com-ponentes: un pensamiento teológico. una voluntad de organización eclesiás-tica, una teoría del poder político. y una ordenación de los hábitos mentales y materiales.

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4. la época carolingia y el nacimiento de Europa

Los esfuerzos de fijación de un pensamiento teológico en época carolin-gia se orientaron, concretamente, a cuatro aspectos. El primero, el combate contra el adopcionismo, esto es, La doctrina que, al proclamar que Cristo es sólo hijo adoptivo del Padre, rebajaba sensiblemente su categoría divina, lo que ponía en entredicho el valor universal de la redención, al ser obra de un hombre, no de un Dios. La doctrina, que puede considerarse la última ver-sión de las querellas cristológicas características de los siglos 1v y v, había sido patrocinada, desde 785, por Elipundo, arzobispo de Toledo, entonces bajo dominio musulmán, y Félix, obispo de Urgel. La respuesta de los teólo-gos carolingios recogió un vehemente alegato antiadopcionista del Beato de Liébana, proporcionándole apoyatura doctrinal, en sucesivos sínodos entre 1011 años 792 y 797, y restaurando la ortodoxia en la interpretación de las re-laciones entre la primera y la segunda de las personas de la Trinidad.

Junto a ese campo doctrinal, de hecho, el único que podía haber amena-zado la unidad teológica del occidente, el pensamiento tic época carolingia intervino en otros tres. Uno fue la querella de las imúgencs, que, sin afectar apenas al mundo occidental, encontró respuesta en un concilio reunido en Fráncfort en 794, que estimó excesivamente iconódulos los decretos del Concilio de Nieea del año 787 que había puesto fin a la primera crisis ico-noclasta en el Imperio de Bizancio. Otro fue el de la predestinación, de más honda tradición en el pensamiento occidental, en el que la Iglesia apoyó las posiciones de Rabano Mauro frente a Godescalco. Y el tercero 'fue, en los años 850 a 870, la cerrada defensa del Filiaque, esto cs. de la tesis de la procedencia de la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, no sólo del Padre, sino del Padre y del Hijo. Como vimos en el Capitulo 2, fue uno de los puntos de desacuerdo que condujeron a la separación entre la Iglesia griega, representada entonces por el patriarca Focio de Constantinopla, y la Iglesia latina.

La voluntad de organización eclesiástica de época carolingia fue visible, a su vez, sobre lodo, en tres ·ámbitos. El primero, el de la disciplina ecle-siástica: dentro de él, se combatió contra el nicolaismo (que admitía el ma-trimonio y el concubinato de los sacerdotes) y la simonía (que practicaba la compraventa de bienes espirituales, sacramentales o carismúticos). El se-gundo, el de la ordenación de la Iglesia secular, con los intentos de reforzar la frecuencia y el papel de los sínodos diocesanos y la ampliación y paulati-na fijación de la red parroquial. Las parroquias. centradas en un templo, provisto de los bienes de su dotación inicial y de los diezmos y primicias que entonces se institucionalizaron. deblan atender las necesidades sacra-mentales de los fieles. La incapacidad para cfütinguir entre el papel político Y el pastoral de los obispos y para conseguir bienes capaces de sostener muchos de los templos parroquiales condujo a una dependencia de los pri-meros respecto a las autoridades civiles que los nombraron y a una rro.lifc-ración de las igfesiu.1· ¡,m¡,ia.1· o primda.1· de lu aristocracia. Los miembros de éstu nombraban :il cura titular y disl'rutaban dc los hcncficios económi-

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cos anejos al ejercicio pastoral. Ambas vías fueron fuentes de abusos per-manentes.

Los intentos de renovación monástica constituyeron el tercer ámbito en que los deseos de organización eclesiástica carolingia actuaron. Y lo hicie-ron con la voluntad de institucionalizar los diferentes tipos de expresión as-cética, tratando de limitar la versión eremítica, y proporcionando una regla universal a los monjes d,el Imperio. Estas actuaciones correspondieron al reinado de Luis el Piadoso. Antes de él, tanto los antecesores de Carlomag-no como este mismo habían visto en los monjes un instrumento de evange-lización misionera y en los monasterios un foco de cultura. Sólo con Luis el Piadoso, se abordó, propiamente, In reforma de ambos, y también de los ca-nónigos regulares, en un sentido espiritual. Las iniciativas más activas co-rrespondieron a Benito de Aniano, que consiguió que el segundo emperador implantara, a través de los sínodos de Aquisgrán de 816 y 817, la observan-cia de la primitiva regla de san Benito de Nursia como norma universal ·de la vida monacal. La muerte de Benito de Aniano en 821 y la progresiva de-bilidad de la autoridad imperial limitaron el éxito de sus intentos reforma-dores. Con todo, su espíritu prenderá en el siglo x en tres áreas muy con-cretas: la Inglaterra anglosajona (con el monasterio de Evesham), la Norrnandia de los daneses asentados (con la abadía de Bec), y, sobre todo, la Borgoña, donde, en 91 O, el duque Guillermo de Aquitania fundaba la aba-día de Cluny a la que, desvinculando de todo poder eclesiástico o civil re-gional, sometía a la exclusiva obediencia del papa.

La teoría política elaborada por la Iglesia de época carolingia se contu-vo, sustancialmente, en un conjunto de documcmos falsificados que se atri• buyeron a los primeros papas, las conocidas como Fa/sus clecrewles del monje Isidoro, redactadas en Le Mans hacia 840-850, y en las proclamas de Nicolás 1, papa entre los años 858 y 867. En ambos casos, además de una sacralización de los bienes de la Iglesia destinados al culto, que quedaban protegidos por la amenaza de excomunión, se retomaba la tradición hicro-cdtica enunciada por Gclasio 1 y Gregario Magno para reafirmar el papel del pontífice como jefe supremo de la Iglesia cristiana, tanto de la griega, en trance de separación debido al cisma de Focio, como de la latina. Pero, al concebirse que la Iglesia estaba constituida por el conjunto de hombres que vivían en la tierra, se deducía que el papa podia ejercer su autoridad so-bre cualquier poder, espiritual o temporal, del mundo.

La ordenación de los húbitos mentales y materiales de los europeos, esto es, de su propia vida cotidiana, acabó siendo la tarea de efectos más perma-nentes de las desarrolladas por la Iglesia de época carolingia. Dentro de ella, como puede seguirse a través de la investigación de Chélini, se inclu-yeron los más diversos capítulos. Entre ellos, hay que mencionar tanto los que se refieren propiamente al mundo de las creencias o la práctica religio-sa como aquellos más directamente relacionados con los comportamientos sociales.

4. La época carolingia y el nacimiento de Europa

Entre los primeros, cabría destacar tres. La elaboración de un sistema creencia( que sistematizó los rasgos de la jerarquía angélica y del diablo y anticipó los del purgatorio. La introducción de los <<mandamientos de la Iglesia»: desde la observancia de los días de precepto, con misa y descan-so, hasta el pago de los diezmos. Y el fortalecimiento de la doctrina de los sacramentos: progresos en la definición del carácter sacramental del matrimonio y, sobre todo, como aportación decisiva de esta época, la di-fusión de la práctica de la confesión auricular privada. El papel que ésta ha ejercido en la vida de los cristianos, desarrollando una conciencia de culpa y una liberación de signo psicoanalítico, hay que añadirlo al poder que proporcionó a los sacerdotes para controlar toda la exjstencia de sus fieles, obligándoles a confesar los pecados de «pensamiento, palabra y obra».

Entre los aspectos más relacionados con los comportamientos sociales a los que la Iglesia dio respuesta en los siglos VIII y IX habría que incluir pr:icticamentc todos. Recordemos, entre ellos, los siguientes. La usura y el justo precio. La inconveniencia de atesorar bienes en lugar de distribuirlos, lo que contribuirá a su movilización gcogdfica y social. en beneficio, en parte, de las instituciones eclesiásticas. La csclavitu{ que se prohibe esta-blecer sobre cristianos y que se recomienda abolir incluso respecto a los pa-ganos en manos de amos cristianos. Los mod<lS de combinar la cruzada contrJ los infieles y paganos y el mensaje cvangt'.:lico de paz. Las formas de cristianizar los ritos de otras culturas ...

En resumen, la labor de la Iglesia carolingia aparece como una sintcsis de ignor.incia filosófica, subdesarrollo teológico, preocupación por la mo-ral, obsesión por la defensa de los intereses doctrinales y materiales de la jerarquía, inmersión en las prácticas acristianas de los campesinos y los nuevos convertidos y revalorización meramt.::nte externa de los signos sacra-mentales o de la cruz, que adoptaron de hecho la forma de nuevos conjuros. Ellos y el culto de las reliquias, con la difusión de las estatuas relicarios en Italia y el sur de Francia, vistas con recelo por Carlomagno o las gentes del norte de su Imperio, completan una imagen de sincretismo de prácticas cristianas y precristianas. En ese conjunto de datos reconoceremos, sin duda, una parte significativa de la piedad popular e incluso del arsenal mental de la Europa de los diez siglos siguientes.

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