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Babini Jose - Historia de La Ciencia Argentina

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Historia de la ciencia argentina

José Babini

Fondo de Cultura Económica,

México, 1949

La paginación se corresponde con la edición impresa. Se han

eliminado las páginas en blanco.

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EL VIRREINATO Y LA REVOLUCIÓN

1. AMÉRICA Y EL RENACIMIENTO

LA HERMOSA frase de Francisco Romero: “Hasta el descu- brimiento, el mundo sufría oscuramente por la ausencia americana”, no es sólo una bella imagen. Ella expresa claramente el íntimo afán de intercomunicación que sien- ten y presienten los ámbitos culturales, afán que luego se traduce, más que en un injerto o en un trasplante, en una verdadera simbiosis.

América naciente y el Renacimiento europeo viven esta simbiosis. Mientras el espíritu renacentista impulsa a los hombres de los siglos XV y XVI a intentar y realizar la gran aventura del descubrimiento, de la conquista y de la colo- nización, el nuevo mundo, con el asombro que provoca, estimula a aquel espíritu y lo acompaña y penetra.

América, por su sola presencia y existencia, y el descu- brimiento, con todo lo que significó de aporte geográfico, histórico y étnico, ofrecieron a la cultura occidental nuevos motivos de expresión, nuevos campos donde extender e irradiar su acción; motivos y acción que, a su vez, impreg- nan a esa cultura con matices jamás conocidos.

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En el mundo del saber, en el campo de la ciencia, este proceso se revela claramente. Los viajes de descubrimiento son posibles gracias a los conocimientos, nuevos unos, otros renovados, que el Renacimiento posee sobre astronomía, náutica y cartografía. Son las medidas geográficas de Pto- lomeo, por suerte erróneas, las que inducen a Colón a intentar la proeza que lo conduce a las nuevas tierras, en las que él, terca y obstinadamente, ve o quiere ver las tie-

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rras del Cathay. Es la técnica metalúrgica de la época la que permite la explotación inmediata de los filones de México y del Perú.

Pero al mismo tiempo, el incremento científico europeo lleva ya el sello americano. Si al principio no se hace cien- cia en América, Europa hace ciencia con América. Los viajes de descubrimiento y de circunnavegación, así como los viajes terrestres que cruzaron el continente de orilla a orilla, abrieron nuevos horizontes a la geografía y a la car- tografía, a la cosmografía y a la náutica. Recordemos que es el Almirante quien descubre la declinación magnética, su variación con el lugar y la existencia de líneas sin decli- nación. El comercio ultramarino enriquece con nuevos ca- pítulos a la economía. El derecho colonial sienta nuevas normas jurídicas. Las crónicas acrecientan el saber histó- rico, y las ciencias del hombre: antropología, etnografía, lingüística, explotan la rica veta que les ofrece el hombre americano con sus ritos y costumbres, con sus mitos y sus dioses, mientras nacen gramáticas, vocabularios y traduc- ciones en lenguas jamás oídas.

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Pero es en el campo de las ciencias naturales donde la cosecha es más abundante. El estudio de la fauna, flora y gea que contienen los nuevos continentes y los nuevos ma- res; las posibilidades del intercambio mutuo entre las espe- cies indígenas de ambos mundos; las aplicaciones de es- pecies americanas a la farmacia y a la medicina (piénsese en la quina y que ya en 1565 Nicolás Monardes escribe su Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias...); el perfeccionamiento de los métodos de los minerales en las explotaciones americanas (Alvaro Alonso Barba experimenta en las minas de Potosí el procedimiento de amalgamación de los minerales de plata por medio del

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azogue, Juan Capellin lo hace en México); son otros tantos progresos que la ciencia debe al nuevo mundo.

2. NACIMIENTO DE LA ARGENTINA

La zona austral de América nace tarde a la vida de la cultura. Mientras en México y en Perú los conquistadores penetran en áreas culturales extrañamente iluminadas, en el desolado Río de la Plata se despuebla la recién fundada Buenos Aires.

En estas regiones no hay más imperios que los fabulo- sos y legendarios. Habitan o recorren su suelo naciones primitivas o semiprimitivas. Estribaciones incaicas moran en el noroeste, en el dilatado sur vagan los fornidos y des- nudos patagones que asombran a los hombres de Magalla- nes, despertando en ellos extrañas sugestiones, como tres siglos después, los gigantes fósiles de la extinguida fauna pampeana asombrarán a Darwin, afirmando en él la idea del transformismo.

Mientras en México y en las Antillas nacen las pri- meras universidades y se imprimen los primeros libros, en el Tucumán se fundan recién las primeras ciudades. Y mientras criollos mexicanos cantan en versos líricos a la “verde primavera’’ y al ‘‘oro ensortijado”, el frondoso Cen- tenera bautiza en su epopeya, fruto poético de una ilusión, a un nuevo país “a quien titulo y nombro Argentina to- mando el nombre del sujeto principal que es el Río de la Plata”. En verdad, éste era “otro mundo”.

3. LA LABOR DE LAS ÓRDENES RELIGIOSAS

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El despertar y los primeros balbuceos de la vida cultural

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se deben en la Argentina a las órdenes religiosas. La evan- gelización, la docencia y la labor científica, que en la edad media fueron los motivos cardinales que presidieron a su creación y en cuyo desempeño descollaron figuras emi- nentes (piénsese, en el campo del pensamiento: Bacon, Al- bertus Magnus, Santo Tomás), fueron también las tareas que las órdenes se impusieron en América, aunque en estas regiones las condiciones de sus habitantes obligaron a que la misión evangelizadora absorbiera la mayor parte de sus esfuerzos.

Los conventos de las órdenes, además de ser centros de evangelización y de proselitismo, cumplían una función docente al formar el sacerdocio colonial y, más tarde, al per- sonal que monopolizaría la educación de la juventud.

Si bien en el virreinato del Perú actuaron franciscanos, mercedarios, agustinos, dominicos y jesuitas, fueron sin duda estos últimos, por lo menos hasta su expulsión en 1767, los que realizaron una labor preponderante en la docencia y en el estudio.

Del primer colegio importante establecido en el virrei- nato del Perú (el del Rosario de Lima en 1565, regenteado por los dominicos) nace la primera universidad surameri- cana, en 1551, que, convertida en 1574 en la Universidad de San Marcos, constituye hasta 1580 el único centro su- perior que otorga títulos profesionales. Pero ya por esa época empieza a advertirse el predominio jesuítico, y a me- diados del siglo XVII, de las tres universidades suramerica- nas existentes, dos ya son jesuitas: Chuquisaca y Córdoba.

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Los jesuitas fueron extendiendo su obra a través de todo el continente, bajando por el Alto Perú hacia el Río de la Plata se establecen en Tucumán, Salta, Córdoba, Santiago del Estero, y en Paraguay, en 1607, fundan la provincia jesuítica en la que establecerán aquellas misio-

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nes, que, al decir del padre Furlong, “a la par de ser el gran cuartel de soldados con que contó el Río de la Plata durante siglo y medio, fue también el emporio de las artes gráficas, de la arquitectura, pintura, escultura, dorado, mú- sica, etc.”, y en las que “en todos los pueblos había biblio- teca pública y era escaso o nulo el analfabetismo”.

Es en la labor de los jesuitas donde deben verse los primeros rudimentos de las ciencias en la Argentina. La geografía, la lingüística, la etnografía, la historia y las cien- cias naturales inician su aparición en las relaciones y crónicas de los numerosos viajes y exploraciones que los jesuitas realizaron, principalmente con fines evangelizado- res. Así, tienen interés geográfico las distintas expedicio- nes (1662, 1703, 1767) realizadas a la región cordillerana de Nahuel Huapí y de Tierra del Fuego; la expedición (1721) que reconoció el río Pilcomayo como distinto del Bermejo; la expedición, ahora por orden del rey, que en 1745 recorre las costas de la Patagonia por vía marítima y cuya jefatura ejerce el padre José Quiroga, “maestro en matemáticas”; y la expedición (1766) que salió en procura de un camino directo —y lo encontró— entre el Paraguay y el Perú, sin tener que pasar por Buenos Aires. Nume- rosos mapas de estas regiones, el primero de los cuales pa- rece remontarse a 1609, se deben a los jesuitas; asimismo, se les deben trabajos especiales, como el que a mediados del siglo XVII publica el padre Atanasio Kircher sobre los flu- jos y reflujos de las corrientes marítimas en las costas magallánicas y patagónicas con una teoría sobre el sistema hidrográfico andino, ilustrando ambos estudios con sendos mapas.

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Por otra parte, en todas las obras de los cronistas y etnógrafos existen noticias de interés para las ciencias natu- rales, destacándose la Historia Natural y Moral de las In-

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dias, que en 1590 publica en Sevilla el padre José Acosta, que recorriera América entre 1572 y 1587 y fuera profesor en San Marcos y rector en Salamanca, tan bien recordado por Humboldt. Además de consignar cuanto se conocía a fines del siglo XVI sobre la flora y la fauna americanas, desde México hasta el Perú, se destaca el padre Acosta por su posición discretamente polémica frente a los prejuicios tradicionales. Él quiere ‘‘tratar las causas y razones de las novedades”: si afirma que las tierras más altas son más frías, no lo hace basándose en los autores, sino porque ha escalado el Titicaca y ha descendido hasta el Pacífico. Dis- cute la cuestión de los antípodas, de la Atlántida y de la posibilidad de vida en la zona tórrida: “Confieso que me reí e hice donaire de los meteoros de Aristóteles y de su filo- sofía, viendo en el lugar y en el tiempo que, conforme a sus reglas había de arder todo y de ser un fuego, yo y todos mis compañeros teníamos frío.” También se refiere a la posibilidad de un canal interoceánico en Panamá: “Han platicado algunos de romper este camino de siete leguas, y juntar el un mar con el otro, para hacer cómodo el pasaje al Pirú, en el cual dan más costa y trabajos diez y ocho leguas de tierra que hay entre Nombre de Dios y Panamá, que dos mil y trescientas que hay de mar. Mas para mí tengo por cosa vana tal pretensión, aunque no hubiese el inconveniente que dicen...”

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Recordemos además al hermano Pedro Montenegro, cuyo libro Historia Médica misionera, de 1710, con 148 láminas, es considerado el primer tratado de materia médi- ca del Río de la Plata; y al padre Buenaventura Suárez, autor de las primeras observaciones astronómicas realizadas en estas regiones. Suárez era argentino y jamás estuvo en Europa; había nacido en Santa Fe, en cuyo Colegio estu- dió, siguiendo los estudios superiores en Córdoba. En

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1706 inició sus observaciones astronómicas en la reducción de San Cosme y San Damián con aparatos fabricados con materiales indígenas, pues escribe en 1739: “No pu- diera haber hecho tales observaciones por falta de instru- mentos (que no se traen de Europa a estas provincias, por no florecer en ellas el estudio de las ciencias matemáticas) a no haber fabricado por mis manos los instrumentos nece- sarios para dichas observaciones, cuales son reloj de péndu- lo con los índices de minutos primeros y segundos; cua- drante astronómico para reducir, igualar y ajustar el reloj a la hora verdadera del Sol, dividido cada grado de minuto en minuto; telescopio, o anteojos de larga vista de sólo dos vidrios convexos, de varias graduaciones desde ocho hasta veintitrés pies. De los menores de 8 y 10 pies usé en las ob- servaciones de los eclipses de Sol y Luna, y de los mayores de 13, 14, 16, 18, 20 y 23 pies en las inmersiones de los cuatro satélites de Júpiter, que observé por espacio de trece años en el pueblo de San Cosme y llegaron a ciento y cuarenta y siete las más exactas.”

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Con tales instrumentos, algunos de los cuales halló lue- go Azara abandonados, realizó Suárez las observaciones que consignó en su Lunario de un siglo (cuya primera edición es probablemente de Lisboa, 1744), del cual reproducimos el largo título de la edición de 1748, que da clara cuenta de su contenido: Lunario de un siglo Que comienza en Enero del año de 1740, y acaba en Diziembre del año de 1841 en que se comprehenden ciento y un años cumplidos. Contiene los aspectos principales del Sol, y Luna, esto es las Conjunciones, Oposiciones, y Quartos de la Luna con el Sol, según sus movimientos verdaderos: y las noticias de los Eclipses de ambos Luminares, que serán visibles por todo el Siglo en estas Misiones de la Compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay. Regulada, y aligada la hora

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de los Aspectos y Eclipses al Meridiano del pueblo de los esclarecidos Mártyres San Cosme y San Damián, y esten- dido su uso a otros Meridianos por medio de la Tabla de las diferencias meridianas, que se pone al principio de el Lunario. Danse al fin de él reglas fáciles para que cual- quiera, sin Mathemática, ni Arithmética, pueda formar de estos Lunarios de un siglo los de los años siguientes, desde el 1842 hasta el de 1903.

Posteriormente, desde 1745 hasta 1750, el padre Suá- rez realizó nuevas observaciones, pero ahora ayudado por instrumentos adquiridos en Europa.

Consignemos, para terminar, que en el primer semestre de 1787 Manuel Torres, un fraile dominico, desentierra de las barrancas del río Luján el primer esqueleto completo de megaterio. Lo hace dibujar, encajonar y enviar a Ma- drid, donde es estudiado por varios sabios europeos. Cuvier lo bautiza en forma científica y es tal el interés que des- pierta este gigantesco esqueleto de cerca de cinco metros de largo, que Carlos III, entusiasmado, reclama el envío de otro, pero. . . vivo.

Con Manuel Torres, nativo de la villa de Luján, se ini- cia el renombre científico de esta localidad argentina. Su megaterio no es sino el síntoma de la extraordinaria riqueza paleontológica de la región, su hallazgo preludia las exca- vaciones y estudios de Muñiz, Ameghino, etc.

4. LA IMPRENTA

En el Río de la Plata los primeros impresos nacen en los talleres instalados por los jesuitas en las misiones. De la índole de esos talleres da cuenta la frase de Bartolomé Mitre, tantas veces citada: “La aparición de la imprenta en el Río de la Plata es un caso singular en la historia de la

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tipografía, después del invento de Gutenberg. No fue im- portada: fue una creación original. Nació o renació en medio de las selvas vírgenes, como una Minerva indígena armada de todas sus piezas con tipos de su fabricación, manejados por indios salvajes recientemente reducidos a la vida civilizada, con nuevos signos fonéticos, hablando una lengua desconocida en el nuevo mundo, y un misterio envuelve su principio y su fin.”

Se ha establecido que el primer libro impreso en esos talleres, un Martirologio romano, data de 1700. Le siguie- ron dos traducciones debidas al padre Serrano: el Flos Sanctorum del padre Rivadeneyra y la obra del padre Juan Eusebio Nieremberg De la diferencia entre lo temporal y lo eterno (1705). Mientras de las dos primeras no se conservan ejemplares, de la última existe un solo ejemplar que basta para atestiguar que es ésta, sin duda, la mejor impresión de los talleres misioneros. Contiene 472 páginas y la adornan numerosas viñetas y láminas grabadas en cobre, a buril, seguramente de mano indígena. Algunas de ellas están firmadas.

De interés científico, sólo podrían consignarse algunos trabajos menores de la imprenta, como las Tablas astronó- micas y los Calendarios del padre Suárez.

El papel para los impresos era importado, aunque pa- rece que los jesuitas proyectaban instalar una fábrica de papel (así como una de vidrio); y si bien aparecen pies de imprenta con localidades diferentes (Loreto, San Ja- vier, etc.), se supone que en realidad se trataba de un solo taller rodante.

En 1747 la imprenta misionera deja de dar señales de vida, y para encontrar nuevos impresos argentinos debe llegarse hasta 1766, fecha de las primeras publicaciones de la imprenta cordobesa del Colegio Montserrat, de los jesui-

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tas. Esta imprenta que, cronológicamente, es la segunda imprenta argentina, enmudece poco después a raíz de la expulsión de la orden, pero reaparece, más tarde, en Bue- nos Aires, gracias al celo del virrey Vértiz, con el nombre de Real Imprenta de los Niños Expósitos, creada con el objeto de allegar fondos para el sostenimiento de la Casa de Niños Expósitos y confiriéndosele el privilegio para la impresión de los catones, catecismos y cartillas de todo el virreinato. No se conoce con precisión el primer impreso de estos talleres, pero se sabe que la imprenta inicia su labor a principios de 1781.

La importancia histórica de este taller, único en el territorio durante un largo cuarto de siglo, reside en que fue la imprenta de la revolución. De ella salieron los ban- dos, proclamas y manifiestos de la primera época revolu- cionaria.

En sus talleres se imprimieron los primeros periódicos y los primeros tratados didácticos elementales. Sus posibi- lidades tipográficas no han debido ser amplias, pues cuan- do en 1810, bajo el fervor revolucionario, y “para instruc- ción de los jóvenes americanos”, se resuelve imprimir el Contrato Social, hubo de hacerlo en dos partes, por caren- cia de tipos.

En 1808 se le incorporan elementos de una imprenta que los ingleses habían instalado en Montevideo el año anterior, y en 1824, ya existiendo en la ciudad y en el país otras imprentas (Tucumán, 1817; Santa Fe, 1819; Mendoza, 1820; Paraná, 1821) se desmantela para for- mar, en parte con sus elementos, la Imprenta del Estado que crea Rivadavia.

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5. LA LITERATURA Y EL PERIODISMO

Fuera de los escritos de los misioneros, también pueden encontrarse en la literatura de la conquista y de la colonia datos históricos, geográficos, etnográficos, lingüísticos, etc., de interés científico. Ya, entre los libros más antiguos, en- contramos en los Comentarios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca (1555), de Pedro Hernández, interesantes descripcio- nes geográficas y de costumbres indígenas, intercaladas en el tema mayor del relato.

También contiene una descripción de las provincias del Río de la Plata la Argentina (1612, inédita) del asun- ceño Ruy Díaz de Guzmán, quien toma el título de su obra seguramente de: Argentina y conquista del Río de la Plata, con otros acaecimientos de los reinos del Perú, Tu- cumán y estado del Brasil (1602), del arcediano Martín del Barco Centenera, cuyo interés mayor parece residir en el título, pues en él aparece por primera vez el nombre de este país.

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En cambio, posee un interés especial el célebre Viaje (primera edición alemana, 1567), del “primer historiador’’ de las regiones del Plata: Ulrico Schmidl. De esta obra ha aparecido recientemente (1938) una versión castellana del manuscrito alemán existente en la Biblioteca Real de Stuttgart, con el título Derrotero y viaje a España y las Indias. 1534-1554. Esta erudita versión crítica de Ed- mundo Wernicke, con numerosos comentarios, salva los errores y omisiones existentes en las versiones europeas, dado el general desconocimiento, por parte de los traduc- tores, del idioma castellano y de la historia de la conquista del Río de la Plata, y convierte al relato del “viejo Utz” en una obra llena de interesantes aportes lingüísticos y etno- gráficos.

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También los periódicos pueden servir para un mejor conocimiento del desarrollo y difusión de las nociones científicas durante la época colonial y los primeros años de la emancipación. Ya antes de la instalación de la im- prenta de los Niños Expósitos, habían aparecido en Bue- nos Aires algunos noticiosos manuscritos de vida efímera, pero es en 1781 cuando se publican los primeros perió- dicos impresos, de los cuales se conocen, aunque con títu- los algo distintos, sólo dos ejemplares de ese mismo año.

Al iniciarse el nuevo siglo, exactamente cuando éste contaba un trimestre, nace el primer periódico de vida no tan efímera y en el que se hace oír por primera vez en estas regiones, públicamente aunque no muy sonoramente, la voz de la ilustración. Es el Telégrafo Mercantil, Rural, Político–Económico e Historiográfico del Río de la Plata. Su director, Francisco Antonio Cabello y Mesa, que en Lima había editado un periódico semejante, se proponía constituir una Sociedad Patriótico–literaria y Económica y, mientras ésta se consolidara, publicar un periódico que “concurriendo sino a instruir y cultivar al pueblo le dé (a lo menos) un entretenimiento mental e inspire inclinación a las ciencias y artes”. Ambos: la Sociedad y el periódico debían promover la fundación de nuevas escuelas filosó- ficas “donde para siempre cesen aquellas voces bárbaras del escolasticismo que, aunque expresivas en los conceptos ofuscaban, y muy poco o nada trasmitían las ideas del ver- dadero filósofo. Empiece ya a reglarse nuestra agricultura, y el noble labrador a extender sus conocimientos sobre este ramo importante. Empiece a sentirse ya en las provincias argentinas, aquella gran metamorfosis que a las de Méjico y Lima elevó a par de las más cultas, ricas e industriosas de la iluminada Europa”.

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Hasta octubre de 1802, en que es clausurado por orden virreinal, el periódico apareció, primero bisemanalmente y luego semanalmente. En sus artículos se trataron cuestio- nes de educación, agricultura, medicina, etc., y entre sus colaboradores asiduos figuró el naturalista Tadeo Haenke, entonces en Cochabamba.

Cuando muere el Telégrafo, hace un mes y medio que ve la luz otro periódico: el Semanario de Agricultura, In- dustria y Comercio (el Semanario de Vieytes), que se pro- pone tratar “de la agricultura en general y los ramos que la son anexos, como son cultivo de huertas, plantío de árboles, riego, etc. De todos los ramos de industria que sean fácil- mente acomodables a nuestra presente situación, del co- mercio interior y exterior de estas provincias, de la educa- ción moral, de la economía doméstica, de los oficios y las artes, de las providencias del gobierno para el fomento de los labradores y artistas, de los elementos de química más acomodados a los descubrimientos útiles, a la economía del campo y a la mejor expedición de los oficios y las artes”. Y agrega en el número siguiente: “Nación alguna puede prosperar sin el fomento de la industria: su extensión es inmensa, sus objetos innumerables, sus utilidades inde- cibles.”

Mencionemos que el Semanario publicó unas “leccio- nes elementales de agricultura”, por preguntas y respues- tas, y que fue un decidido defensor de la introducción de la vacuna contra la viruela.

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Las invasiones inglesas provocaron su suspensión tran- sitoria, y luego su desaparición definitiva en 1807, y hay que esperar tres años más para que surja un nuevo perió- dico en el Plata: es ahora el Correo de Comercio de Ma- nuel Belgrano, quien en la “Dedicatoria a los Labradores, Artistas y Comerciantes” del número inicial se refiere a

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la obra útil del Semanario y a la necesidad de dotar a la ciudad de un periódico “en que auténticamente se diese cuenta de los hechos que la harán eternamente memorable e igualmente sirviese de ilustración en unos países donde la escasez de libros no proporciona el adelantamiento de las ideas a beneficio del particular y general de sus habitado- res”. El Correo, que contribuyó al despertar revoluciona- rio, muere casi al año de vida, cuando Moreno ya había creado la Gaceta de Buenos Aires, primer periódico argen- tino posterior a la revolución.

En los años siguientes, y en especial a raíz de la funda- ción de la Universidad de Buenos Aires, surgen en Buenos Aires instituciones y periódicos más directamente vincu- lados a la ciencia y a la educación.

A fines de 1815 Senillosa edita un periódico mensual: Los amigos de la patria y de la juventud, que logra vivir seis meses, y que si bien estaba consagrado “a discutir cuanto pudiera interesar a la instrucción pública”, no so- bresalió, según Gutiérrez, ni por la novedad ni por la pro- fundidad en las materias que trató.

En cambio, en 1822 aparece una de las más brillantes revistas de la época: La Abeja Argentina, redactada por la Sociedad Literaria que también editaba El Argos, y que en sus 15 números, hasta mediados de 1823, publicó cuestio- nes relacionadas con las ciencias y la educación. En uno de sus números aboga por la creación de un observatorio astronómico. Citemos por último la Crónica política y lite- raria de Buenos Aires, redactada por José Joaquín de Mora y Pedro de Ángelis, que aparece en 1827, y en la que tam- bién aparecieron cuestiones vinculadas directa o indirecta- mente con la ciencia.

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6. LOS VIAJEROS Y LOS VIAJES

Fuera de los viajes y expediciones realizados con fines científicos, encontramos en los relatos de algunos viajeros que recorrieron las regiones del Plata, datos de interés científico.

Por su carácter especial, se destaca en la literatura de los viajeros de la época colonial El lazarillo de ciegos cami- nantes desde Buenos Aires hasta Lima con sus itinerarios según la más puntual observación, con algunas noticias útiles a los nuevos comerciantes que tratan en mulas; y otras históricas (1773), que contiene datos interesantes respecto de los lugares de ese recorrido y cuyo autor, que dice ser Calixto Bustamante Carlos Inca, alias Concolorcor- vo, declara haber realizado ese viaje con un funcionario, al cual se le comisionara “para el arreglo de correos y estafe- tas, situación y ajuste de postas, desde Montevideo”. Respecto de los motivos declarados de este viaje podemos agregar que el servicio de correos entre Buenos Aires y Potosí, así como con el reino de Chile, fue implantado durante el gobierno de José de Andonaegui (1745-1755), y que bajo el gobierno de Bucarelli (1766-1770) se am- pliaron los servicios terrestres, mientras se inauguraba el correo marítimo entre La Coruña y el Río de la Plata.

Pero ya a fines del siglo XVIII recorre las regiones del Plata un naturalista y geógrafo que es considerado como uno de los fundadores del estudio de las ciencias naturales: Félix de Azara. De origen español, había llegado al Plata en 1781 como miembro de la comisión demarcadora de límites de acuerdo al tratado de 1771 entre España y Portugal. Ante la dilación de los trámites para los cuales

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había sido comisionado, Azara emprende una serie de via- jes por toda la provincia del Paraguay, reconociendo el Uruguay, el Iguazú, el alto Paraná, el Chaco, etc. “Des- pués de haber pasado así cerca de trece años, recibí orden de regresar prontamente a Buenos Aires. Se me dio el mando de toda la frontera del sur, es decir del territorio de los indios pampas, y se me ordenó reconocer el país, avan- zando hacia el sur, porque se querían extender las fronteras españolas en esa dirección. Cuando terminé esta comisión, el virrey me permitió visitar todas las posesiones españo- las al sur del Río de la Plata y del Paraná.” Como poste- riormente se le encomendó el establecimiento de colonias en las fronteras del Brasil, y otros trabajos de índole militar y científica, recién pudo regresar a España en 1801, des- pués de haber recorrido el Plata durante veinte años.

En memorias, algunas ya redactadas durante su estada en América, y en libros, dio cuenta del fruto de sus viajes y de sus estudios. En 1809 aparecieron, traducidas sin consentimiento del autor, muchas de esas memorias como Voyage dans l’Amerique méridionale, y en 1847, póstuma, la Descripción e historia del Paraguay y Río de la Plata. Sus dos obras zoológicas, muy importantes por la época en que las escribió, son Apuntamientos para la historia de los cuadrúpedos del Paraguay y Río de la Plata (en francés, 1801, y en castellano, 1802) y Apuntamientos para la his- toria natural de los pájaros (1805), y en ellas se describen, a veces con observaciones biológicas, todas las especies de aquellos vertebrados, entonces conocidas. No utiliza la nomenclatura linneana, consecuencia de su carácter de autodidacto y de haberse hecho naturalista en América, dando de los pájaros y mamíferos sus nombres vulgares en español o guaraní. Azara fue además un notable cartógrafo y sus obras, fuera del interés geográfico e histórico, conser-

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van aún un gran valor etnográfico por haber sentado en ellas las bases del conocimiento de las tribus indígenas de la época.

Mientras Azara recorría las zonas del noreste, las costas patagónicas eran recorridas por Alejandro Malaspina con las corbetas Descubierta y Atrevida. En 1789 estaba en Montevideo, donde la expedición quedó varios meses esta- bleciendo un observatorio para los cálculos de longitud y otras tareas. “La Costa, desde el Cabo de Santa María has- ta la Colonia del Sacramento, por el espacio de unas se- senta leguas se había sujetado casi en un todo a operaciones trigonométricas. Se habían trazado cuidadosamente los planos de Maldonado y Montevideo, y el todo ligado con la posición absoluta de Montevideo y con excelentes relojes marinos en operaciones repetidas y encontradas con latitud observadas con la mayor confianza en el sextante. Las islas de Lobos y de Flores, el Banco Inglés, los bajos a lo largo de la costa del N. y las restingas temibles de las Puntas de la Carreta y Brava, se habían colocado con la mayor exactitud sobre las operaciones geodésicas y astro- nómicas. El prolijo examen del fondeadero del Santa Lu- cía, cuya barra tenía menos de dos pies de agua, disipaba ya cualquier proyecto sobre su utilidad...” “Por otra parte, en el Observatorio de Montevideo se había sujetado al más prolijo examen la marcha de los relojes marinos.”

En ese mismo año Malaspina dio una Carta del Río de la Plata, rica en sondajes, de un ancho de 2° de latitud por 2° 30’de longitud.

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La expedición de Malaspina, que tenía por objeto realizar estudios de oceanografía, geología, flora, fauna, climatología, etc., de las posesiones españolas, partió luego de Montevideo dirigiéndose a Puerto Deseado, golfo de San Jorge, San Julián, Santa Cruz, y Puerto Gallegos. De

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aquí pasó a las Malvinas, para regresar a la costa patagónica cerca del cabo Vírgenes y costeando siempre la parte orien- tal de la Tierra del Fuego cruzó el estrecho de Lemaire, dobló el cabo de Hornos y fue a parar a Chiloé, para seguir a Concepción y Valparaíso, desde donde pasó a Santiago. En esta ciudad (1790) se incorporó el naturalista Tadeo Haenke, quien por haber perdido la expedición en Monte- video, hizo el viaje por tierra cruzando el continente. La expedición continuó costeando el Perú hasta México, Ma- rianas, Filipinas, Nueva Zelandia, para volver al Callao y Concepción en 1794, regresando a España por vía del Pa- cífico, mientras Tadeo Haenke lo hacía por Buenos Aires, atravesando la ciudad de Mendoza y el país del Tucumán que entonces comprendía las ciudades de Córdoba, San- tiago del Estero, San Miguel del Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca y San Esteban de Miraflores, tratando, como él dice, de “aprovechar las coyunturas que se presentasen para establecer la situación geográfica de los puntos principales de esta dilatada travesía”. En España escribió una Descrip- ción del Perú, Buenos Aires, etc., cuyos originales existen en el Museo Británico y de los que recientemente (1943) se publicó el fragmento relativo a la Argentina. Más tarde Haenke regresó a América, radicándose en Cochabamba, siendo luego designado ‘‘profesor de ciencias naturales”, vale decir, naturalista de las Provincias Unidas, cargo en que le sucedió Bonpland.

Otro naturalista de la expedición de Malaspina fue Luis Née, francés naturalizado español, quien describió luego las plantas recogidas en Montevideo, Buenos Aires, Puerto Deseado y Malvinas, dejando a su regreso en el jardín botánico de Madrid un herbario de unas 10,000 plantas.

De los viajes realizados después de la revolución, el

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primero es el viaje de circunnavegación cumplido por una expedición armada por el canciller ruso conde de Roman- zoff y en la que iba, como naturalista, el poeta y botánico alemán Chamisso. Aunque no tocaron las costas argenti- nas, pues del Brasil pasaron al archipiélago fueguino, el material recogido en la zona austral interesa a la flora argentina. Chamisso estudió y clasificó el material recogido por él y por otros naturalistas. Así encontramos entre ese material estudiado, un Cocos Romanzoffiana, nombre con que Chamisso, para honrar al organizador de la expedi- ción, designó la palmera que caracteriza al brazo del río Paraná denominado ‘‘Paraná de las Palmas”.

De los demás viajes científicos realizados a las regiones del Plata durante la primera mitad del siglo, sólo recorda- remos a los de D’Orbigny y de Darwin, cuyas exploracio- nes por estas tierras dieron lugar a estudios científicos que, fuera de su valor histórico, constituyen aún hoy fuentes de consulta indispensables en muchos campos de las ciencias naturales.

Alcides d’Orbigny recorrió los países de América del sur desde 1826 hasta 1833, visitando, en la Argentina, el Carmen de Patagones, las barrancas del Paraná y la pro- vincia de Corrientes. En su obra monumental Voyage dans L’Amerique méridionale, muchos capítulos traen no- ticias de interés para la geología, paleontología, botánica, zoología y antropología argentinas.

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Aproximadamente en esa misma época otro joven hom- bre de ciencia recorre el país. Es Charles R. Darwin, natu- ralista del Beagle, que cumple entre 1831 y 1836 un crucero científico. En 1832, después de haber tocado tierra en varios puntos de la Patagonia y de Tierra del Fuego, Darwin desembarca en Río Negro; a caballo se dirige a Bahía Blanca, de reciente fundación, cruza la sierra de la

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Ventana por los ramales de Pilliahuincó y llega a orillas del Tepalquén, en cuyas barrancas descubre los capara- zones de los gliptodontes, cuyo parecido con especies ac- tuales le asombra. Más tarde, cuando vuelve a entrar en el país, por el lado chileno, volverá a sorprenderse ante un grupo de cuarenta o cincuenta araucarias petrificadas, con- vertidas en sílice y espato calizo. “Sentí al principio tal sorpresa que no quería creer en las pruebas más evidentes.” Este viaje de Darwin por las regiones suramericanas sem- brará en su espíritu la duda acerca de la estabilidad de las especies, duda que la lectura de los Principios de Lyell, cuyo primer tomo lee a bordo, no hará sino fortificar. Los cambios que advierte en los animales y en las plantas al bajar de norte a sur, la similitud de la fauna y de la flora indígenas del archipiélago de los Galápagos con las del continente; y el asombroso parecido de las especies extin- guidas y actuales, que el rico depósito de fósiles de la Pa- tagonia le revela, son síntomas que preludian el adveni- miento de la teoría que un cuarto de siglo después desarro- llará ampliamente.

Los resultados de las observaciones de Darwin están consignados en su Viaje de un naturalista alrededor del mundo, en el cual casi la mitad está consagrada a la Argen- tina, y en obras más especiales como las Observaciones geológicas sobre la América del Sur, y Zoology of the Beagle (en colaboración con otros autores), en las que una gran parte está dedicada a la geología y a la fauna actual y fósil de las regiones del Plata.

Cuando en 1833 Darwin pasa por Luján, reside en esa villa un médico argentino, con el cual más tarde entablará correspondencia científica. Es Francisco Javier Muñiz, considerado el primer naturalista argentino.

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La vida de este estudioso autodidacto tiene contornos heroicos: a los doce años es herido, luchando en la segunda invasión inglesa; interviene como médico militar en la gue- rra del Brasil, en Cepeda, donde es malamente herido, y en la guerra del Paraguay; y muere durante la epidemia de fiebre amarilla que contrae al atender a un enfermo.

Si bien Muñiz actuó también durante la organización nacional, como hombre público y como profesor y decano de la Facultad de Medicina, nos ocupamos en este capí- tulo de su labor científica, pues ésta se desarrolló princi- palmente durante su permanencia en Chascomús (1825) y en Luján (1828–1848).

Su actuación como médico fue notable para su época; en 1832 la Real Sociedad Jenneriana de Londres le con- fiere el grado de socio correspondiente en mérito a sus estudios sobre la vacuna y la acción de ésta como agente terapéutico en algunas enfermedades cutáneas; pero sin duda es en el campo de las ciencias naturales, en especial en la paleontología, donde la figura de Muñíz adquiere sus contornos más nítidos.

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Ya en Chascomús Muñiz inicia los trabajos que pue- den considerarse corno los primeros esfuerzos paleontológi- cos argentinos. Recoge y reconstruye fósiles, algunos cono- cidos, pero otros nuevos que por no dar a conocer a tiempo no le permiten hoy hacer valer sus indiscutidos dere- chos de prioridad. Pero es en Luján donde durante largos años realizará la fructuosa tarea de remover y sacar a luz el extraordinario mundo fósil sepulto en las barrancas de su río. Reúne, estudia y clasifica un material apreciable que en 1841 obsequia al gobernador Juan Manuel de Rosas (Ameghino insistirá más tarde que no fue un obsequio, sino un despojo, pues Rosas habría obligado a Muñiz a hacer la pretendida donación). El material contenido en

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once cajones comprendía restos de niégatenos, elefantes, mastodontes, toxodontes, orangutanes, milodontes, glipto- dontes... “y hasta las reliquias de tres especies última- mente encontradas”. Y Rosas, magnánimo, regala todo este material, fruto de tantos años de trabajo, al almirante Dupotet. Parte de la colección será estudiada luego por Gervais, del Museo de París, y en ella se encontrarán pie- zas que darán lugar a nuevas especies. Otros restos fueron a Londres por intermedio de Woodhine Parish, escritor inglés que vivió en la Argentina entre 1839 y 1852, autor de un libro: Buenos Aires and the provinces of the Río de la Plata (1839. 1852), importante para la mineralogía y paleontología.

Ante el destino que Rosas depara a sus fósiles, Muñiz vuelve a las barrancas, reconstruye y amplía la colección, que en 1857 deposita en el Museo de Buenos Aires.

En 1844 realiza su descubrimiento paleontológico más importante, el del “tigre fósil”, hoy bautizado como Smilo- don bonaerensis (Muñiz), y del cual da cuenta en un ejemplar de la Gaceta Mercantil del año siguiente, circuns- tancia que, por supuesto, hace que el hallazgo pase total- mente inadvertido.

También pasó inadvertido, por publicarse en ese mismo periódico, el trabajo de 1848 El ñandú o avestruz ameri- cano, excelente monografía en la que no sólo se describen extensamente los hábitos del animal, sino también los del gaucho y de la vida campera de entonces.

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En 1847 da fin a sus Apuntes topográficos del territo- rio y adyacencias del Departamento del Centro de la Pro- vincia de Buenos Aires, con algunas referencias a los demás de su campaña, con datos de interés para la geolo- gía, la geografía, la etnografía y la medicina social. Res- pecto de las observaciones geológicas sobre la formación

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pampeana dirá más tarde Ameghino: “Mis descripciones, demostrando que los mamíferos extinguidos quedaron se- pultados en el barro de antiguas lagunas, parecen copiadas de Muñiz. Es que ambos, aunque con 40 años de inter- valo, hemos escrito sobre el terreno, con el cuerpo del delito a la vista, que da siempre una idea distinta de la que se hace el sabio desde el bufete.” “En el mismo caso se en- cuentran muchas otras observaciones de Muñiz, exactísi- mas, pero que sólo se conocen desde un cortísimo número de años.”

Ya aludimos a la correspondencia con Darwin. Ella se inicia con el deseo expresado por Darwin de poseer mayo- res informaciones respecto de la “vaca ñata”, curiosa espe- cie doméstica que había observado en su viaje y que le interesaba y le preocupaba. Muñiz contestó con precisión a las preguntas formuladas por Darwin, quien utilizó esa respuesta en la segunda edición de su Viaje, así como más adelante en el Origen de las especies.

Todos los escritos científicos de Muñiz, o casi todos, fueron recopilados y publicados por Sarmiento en 1885, acompañándolos con comentarios y con una nota biográ- fica.

7. LA ENSEÑANZA PRIMARIA Y LA ENSEÑANZA SECUNDARIA

Volvamos nuevamente a la colonia para considerar otros aspectos de la naciente cultura argentina.

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La primera noticia que se posee de un maestro de pri- meras letras en el territorio argentino procede de Santa Fe, donde en 1577 se habla de un Pedro de Vega, “que enseña la doctrina christiana á los niños de poca edad y á leer y escribir á los demás”, aunque parece que después de ese

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maestro, la ciudad estuvo desamparada un tiempo en ma- teria de enseñanza primaria.

La instrucción primaria en la colonia fue principal- mente obra de los vecindarios, quienes por intermedio de los cabildos, o establecieron directamente escuelas, o exi- gieron a los religiosos la obligación de enseñar como condi- ción para la fundación de sus conventos. Su única finali- dad fue la de enseñar a leer, escribir y contar (para artesanos y comerciantes) e impartir la doctrina cristiana.

A fines del siglo XVIII, con el advenimiento de Car- los III, se manifiesta un mayor interés por la instrucción pública. Se crean nuevas escuelas fiscales, con los fondos de las temporalidades de los jesuitas expulsados, y muni- cipales, con los fondos propios de los cabildos; se reclaman perfeccionamientos y hasta asoma el concepto de enseñanza obligatoria. Así en Buenos Aires, inspirado por la prédica de Belgrano, el virrey Cisneros en 1810 decreta la concu- rrencia obligatoria de los niños a las escuelas.

Mas el progreso real no fue muy grande. Los prejuicios raciales excluían de la instrucción a los más. Los negros no podían recibir ninguna clase de enseñanza, excepto la doc- trina cristiana, una vez por semana. Los indios no estaban mejor (las misiones habían constituido una excepción).

Por otra parte, la enseñanza se limitaba generalmente a los varones, pues recién a fines del siglo XVIII, y en algu- nas provincias, se establecieron escuelas para huérfanas y para niñas.

También bajo Carlos III aparecen los primeros regla- mentos que fijan los requisitos que deben satisfacer los maestros de escuela. Figuraban como tales requisitos: la aprobación eclesiástica, la limpieza de sangre y un examen ante escribano “sobre la pericia del Arte de Leer, Escribir, y Contar, haciéndole escribir a su presencia muestras de

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las diferentes letras, y extender ejemplares de las cinco Cuentas”.

En los conventos e iglesias, por lo general, los clérigos y regulares delegaban la enseñanza primaria en sacristanes o hermanos legos con resultados no evidentemente satis- factorios. En las escuelas donde los alumnos eran nume- rosos, se acudía al método de Lancaster. Más tarde (1822), ante la necesidad de lograr una mayor difusión de la ins- trucción primaria, el método fue oficializado; al crearse el Departamento de primeras letras anexo a la Universidad de Buenos Aires, se fundó para su vigilancia una Sociedad Lancasteriana.

El método de enseñanza consistía en el abecedario, los palotes y las cuatro reglas con enteros y fracciones y la regla de tres. En algunas escuelas se enseñaba gramática y ortografía castellanas.

Los castigos corporales estaban en boga, aunque no parece que por eso la disciplina fuera ejemplar. A veces el juicio de los contemporáneos respecto de las escuelas fue lapidario. En el Semanario de Vieytes se lee, en un núme- ro de 1805: “Entregábamos los niños a maestros ignoran- tes y que apenas sabían más que leer y escribir, y que les abatían con castigos viles e ignominiosos.”

En definitiva: desde fines del siglo XVI se van fundan- do en el territorio argentino escuelas de primeras letras de tal manera, que al estallar la revolución la enseñanza pri- maria está difundida a través de casi todas las provincias argentinas.

Respecto de la enseñanza secundaria, los centros más importantes se desarrollaron en Córdoba y en Buenos Aires.

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En Córdoba los jesuitas establecieron en 1607 un novi-

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ciado que sirvió de base al Colegio Máximo declarado en 1610, y cuyos cursos quedaron definitivamente instalados en 1614, sirviendo, a su vez, de base a la futura Universi- dad cordobesa.

Mientras tanto, con los bienes donados por el presbí- tero Ignacio Duarte y Quirós, se funda en 1687 el Colegio Real Convictorio de Nuestra Señora de Montserrat, sujeto al Real Patronato y subordinado al Provincial de la Com- pañía de Jesús.

La fundación de este Colegio es importante, pues du- rante mucho tiempo es a él donde acudirán los estudiantes de Buenos Aires y Paraguay, y no pocos del Alto Perú y Chile. Por lo demás, sirvió de modelo al Real de San Car- los de Buenos Aires.

Desde el siglo XVII se trató de instalar en Buenos Aires establecimientos de enseñanza media y superior, pero ya por indiferencia de la corona, por rivalidades de las con- gregaciones o por oposición de las ciudades que poseían colegios o universidades, esos proyectos no tuvieron reali- zación, hasta que el gobernador Vértiz, en 1771, consulta a la junta de temporalidades con el propósito de “estable- cer escuelas y estudios generales para la enseñanza y edu- cación de la juventud”. La Junta, previo informe de los cabildos eclesiástico y secular, resuelve en 1772 la creación de una escuela de primeras letras y una cátedra de gramá- tica, con lo que se fundan reales estudios públicos que se completan en 1776. Y en 1783 el ahora virrey Vértiz ins- tala solemnemente el Real Colegio Convictorio de San Carlos (o Carolino), en el que se educaron “casi todos los hombres que encabezaron y sostuvieron la revolución y honraron a la patria con sus talentos”. (Gutiérrez.)

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Los estudios reales y el Colegio Carolino pasaron por vicisitudes diversas provocadas por los sucesos militares

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(invasiones inglesas) y políticos (movimiento revolucio- nario), de tal manera que en 1810 la Junta de Gobierno reconocía la necesidad de crear un nuevo establecimiento más adecuado a las circunstancias del momento, y para formar “un plantel que produjera algún día hombres que fueran el honor de la patria”. No obstante estos buenos deseos, recién en 1818 se transformó el Colegio de San Carlos en Colegio de la Unión del Sud.

Pese a la frase de Gutiérrez, Salvadores, a través de un análisis del carácter de la enseñanza que se impartía en el Real de San Carlos, afirma que la influencia que el colegio pudo tener sobre la formación moral de la juven- tud que encabezó el movimiento revolucionario, fue nula.

Esa enseñanza, en la que imperaba aún “la doble verdad” y en la cual la ciencia en el sentido ordinario del término estaba incluida, tenía su libertad restringida por motivos políticos y religiosos, que impedían que se ense- ñasen doctrinas contrarias a la autoridad y regalía de la corona, o que contradijesen a los principios del dogma.

Manuel Moreno refleja el carácter de esa enseñanza al decir “...en las lecciones de filosofía se omite la aritmé- tica y la geometría, que como llevo dicho, ignora siempre el maestro mismo, de que resulta, que en todas las cues- tiones de física se pasan por alto las pruebas de la demos- tración matemática...”, “los ramos de lógica, física natural y experimental, ética y metafísica que se enseñan a los alumnos por el espacio de tres años, antes de pasar a la teología, que como lo más necesario y lo que deben sacar más fresco en sus cabezas, se deja para lo último. Pero es doloroso añadir que en estos ramos se advierte todavía el escolasticismo en todo su rigor, y que aún se defienden con calor las tesis que han sido abandonadas en Europa hace cincuenta años, o se ignoran los descubrimientos he-

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chos por los modernos en esta parte tan provechosa de los conocimientos humanos.” “En cuanto a la utilidad que debía esperarse de promover los conocimientos y las cien- cias, estando reducidas sus lecciones a formar de los alum- nos unos teólogos intolerantes, que gastan su tiempo en agitar y defender cuestiones abstractas sobre la divinidad, los ángeles, etc., y consumen su vida en averiguar las opiniones de autores antiguos que han establecido siste- mas extravagantes y arbitrarios sobre puntos que nadie es capaz de conocer, debemos decir que es absolutamente ninguna.”

Ya creada la Universidad, Rivadavia, en 1823, trans- forma el Colegio de la Unión del Sur en Colegio de Cien- cias Morales, y con el objeto de facilitar la venida de jóve- nes a Buenos Aires, y al mismo tiempo favorecer a la formación del plantel de futuros estudiantes universita- rios, se resuelve costear el sostenimiento en los colegios de la ciudad (se proyectaba crear otros de tipo científico- natural) de seis jóvenes por cada territorio dependiente gobierno.

Las clases públicas las recibían los alumnos en el De- partamento preparatorio de la Universidad, no obstante lo cual el Colegio logró cierto prestigio, llegando a tener durante los cursos de 1825 y 1826 más de un centenar de alumnos.

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Pero los tiempos cambian, y en 1830, “Siendo incom- patible con las graves y urgentes atenciones del erario público de esta Provincia la permanencia del Colegio de la Provincia de Buenos Aires, y no correspondiendo sus ventajas a las erogaciones que causa, ni a los fines que debieron motivar su fundación, el Gobierno...” resuelve disolver el Colegio de Ciencias Morales, que el año ante-

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rior se había refundido en el Colegio de la Provincia de Buenos Aires.

Mientras tanto, en Mendoza, por obra de San Martín, se creaba el Colegio de la Santísima Trinidad, que empe- zó a funcionar en 1818. Estaba destinado principalmente al estudio de las ciencias, pues era su propósito establecer “cátedras de humanidades, en que se enseñarán los sa- grados derechos y deberes del hombre en sociedad, las facultades mayores, la física, las matemáticas, la geogra- fía, la historia y el dibujo”.

Como se ve, en tales estudios falta la teología, y esa falta, dice el historiador Vicente F. López, “revelaba ya un progreso tanto más evidente en las ideas de los que habían dirigido la fundación de este establecimiento, cuan- to que la enseñanza de la filosofía en manos del rector Guiraldes, estaba calcada sobre el método de Condillac y tomaba por punto de partida, como este grande maes- tro, la observación experimental y la observación efecti- va de la conciencia individual”.

8. LA ENSEÑANZA UNIVERSITARIA

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En 1614 fallece en Córdoba fray Fernando Trejo y Sanabria, quien el año anterior había concretado una do- nación al colegio jesuítico, a fin de que con sus rentas se sustentaran cátedras de latín, artes y teología y se otor- gara con licencia real grados de bachiller, licenciado, maes- tro y doctor. Aunque tal donación, complicada por otra del donante a Santiago del Estero, dio lugar a una serie de pleitos, el hecho es que a principios de 1614 se inician en el Colegio Máximo los estudios, pero sin facultad para otorgar grados, hasta que en 1622 Gregorio XV autoriza,

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por un término de diez años, a conferir grados a los que hubiesen cursado estudios en colegios de la Compañía que funcionasen a más de 200 millas de la universidad más próxima, en este caso la de Charcas.

Recién en 1664 se dan las primeras “constituciones” que se amplían en 1710. Por ellas, la Universidad com- prendía las facultades de artes y de teología. La primera otorgaba los grados de bachiller, licenciado y maestro, y sus estudios comprendían la filosofía (lógica, física, me- tafísica).

A raíz de la expulsión de los jesuitas, la Universidad pasa a manos de los franciscanos, iniciándose una larga lucha entre éstos y el clero secular por el predominio en la Universidad, hasta que en 1790 se inicia la seculari- zación con la creación de la cátedra de Instituta, en 1795 se confieren grados en derecho civil y, finalmente, en 1799 se resuelve “fundar de nuevo” en Córdoba una uni- versidad mayor con el nombre de Real Universidad de San Carlos y de Nuestra Señora de Montserrat.

Pero esta nueva universidad recién se instala en 1808, cuando asoman los nuevos tiempos y asciende al recto- rado un hombre de actuación en la historia argentina: el deán Funes (Gregorio Funes). El primer signo de los tiempos nuevos es la creación, a costa del peculio particu- lar del rector, de una cátedra de matemática que empieza a funcionar en 1809.

Tal es la universidad que existe en la Argentina al estallar la revolución. Nada pudo influir sobre ésta, pues el espíritu nuevo que se le pretendía animar, era coetáneo con el de la revolución.

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En 1815 se aprueba una modificación en la estruc- tura de los estudios, propuesta por el deán Funes, con la

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que se pretende mejorar la enseñanza de las ciencias: in- tensificación de la matemática, estudio experimental de la física, aunque no se contaba aún con material para ello; sin demostrar, empero, igual pretensión en la filosofía. Se sigue sosteniendo que las escuelas de los escolásticos son un campo cerrado donde se puede caminar a pie segu- ro, que las doctrinas de los nuevos filósofos (Descartes, Malebranche, Locke y Leibniz) son ocurrencias antoja- dizas, etc.

Que las cosas no mejoran cuando la Universidad en 1820 pasa a depender de la provincia, lo comprueba el inútil esfuerzo del rector Bedoya para que se modificara el estudio de la “física de puro capricho” que entonces se enseñaba, y que se adoptara para ese estudio el castellano en lugar del latín, como se seguía haciendo en la univer- sidad cordobesa.

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Mientras tanto, en Buenos Aires continúan en forma intermitente las gestiones para fundar una universidad, gestiones que se habían iniciado en 1771 con la funda- ción de los reales estudios y continuado en 1783 con la creación del Colegio Carolino. Las creaciones educaciona- les de Belgrano desde el Consulado, y el espíritu nuevo que trae la revolución, mantienen latentes esos propósitos, pero es recién en 1816 cuando la idea vuelve a ser consi- derada oficialmente. El auspicio del gobierno y los esfuer- zos del presbítero Antonio Sáenz permiten finalmente que, el 9 de agosto de 1821, el gobernador Rodríguez y su ministro Rivadavia firmen el decreto de creación de la Universidad de Buenos Aires. En realidad, los trabajos de organización de la Universidad estaban muy adelanta- dos, pues con anterioridad se habían designado el rector, que lo fue Antonio Sáenz, y los catedráticos, de modo que

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el 12 de agosto pudo instalarse solemnemente la Univer- sidad y el día siguiente conferirse los primeros grados.

En la Universidad de Buenos Aires se trató de dar, desde sus comienzos, carta de ciudadanía a la ciencia. Se componía de “departamentos científicos”, que de acuerdo a la organización de 1822 eran: Departamento de ciencias exactas (dos cátedras y dos ayudantes); Departamento de medicina (tres cátedras); Departamento de jurispruden- cia (dos cátedras); Departamento de ciencias sagradas (tres cátedras), que funcionó recién desde 1924, y el De- partamento de estudios preparatorios (seis cátedras, entre las cuales una de físico–matemáticas y una de economía política). También en 1822 se creaba un Departamento de primeras letras, por el cual quedaban incorporadas a la Universidad y bajo su inspección inmediata todas las escuelas existentes en la ciudad y en la campaña. Como los departamentos científicos, a su vez, habían incorpora- do los establecimientos educacionales preexistentes, la Universidad se constituía en un “verdadero poder públi- co, al cual estaba sometida la dirección de la inteligencia en sus relaciones con el estudio de las ciencias y de las artes y” continúa Gutiérrez, “cuyos inmediatos subordi- nados eran los profesores y los jóvenes desde que comen- zaban a asistir a las escuelas primarias hasta que vestían las insignias de graduados en facultades mayores”.

Toda la instrucción pública estaba unificada en la Universidad, y en el presupuesto para 1825 se observa que más de la mitad de sus gastos se insume en el depar- tamento de primeras letras, y del resto, parte de los gastos se proyecta para gastos “del jardín de aclimatación” y “del laboratorio de química, conservación de la sala de física y establecimiento de estudios de mineralogía y geología”.

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En 1826 el presidente Rivadavia fijó el orden de los estudios preparatorios: 1° latín y griego; 2° filosofía; 3° aritmética, geometría y álgebra; 4° física experimental, imponiendo la obligación de aprobar esos cursos para in- gresar en las facultades mayores.

Pero en verdad los acontecimientos políticos impidie- ron que la vida activa de la Universidad fuera de larga duración. En 1835 sólo funcionaban los cursos prepara- torios, y en 1838 se suprime la subvención oficial a la universidad y el sueldo a los profesores, con lo que poco a poco van desapareciendo las cátedras.

Ya se dijo algo respecto del carácter de la enseñanza de la época; agreguemos algunas noticias sobre el papel asignado a la ciencia en esa enseñanza.

Durante la colonia, la ciencia, por lo menos en el sen- tido actual del vocablo, no figura en la universidad cor- dobesa. La física se estudia en los cursos de filosofía que se siguen a Aristóteles y al padre Suárez, y durante el siglo XVIII, no sólo en Córdoba sino en todo el virreinato, se “refuta a Newton con silogismos” y se utilizan recursos semejantes para oponerse a Descartes, Gassendi y al “liber- tino” Voltaire. Pero si estos autores se refutaban, era por- que se leían y, poco a poco, ellos ejercen su acción de manera que a fines del siglo la física, dice Orgaz, se mues- tra con un atraso afligente y el odio a los libertinos se mantiene, pero “en cambio, circula ya la duda cartesiana, unida a un cierto desdén por el aristotelismo”.

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En Buenos Aires, durante el siglo, las cosas no están mejor, aunque Orgaz, que no acepta “en su integridad, los juicios mordicantes de Manuel Moreno”, dice que ya en el San Carlos “se dicuten y a veces se adoptan las ideas

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de Copérnico, Nollet, Euler, Franklin y Feijóo, y se recu- rre a Descartes para dar solución al problema del alma de los brutos”, y al referirse al presbítero Chorroarín, que fue rector y catedrático de filosofía del Colegio, dice que éste “acepta, con el cartesianismo, que el conocimiento claro y distinto es criterio de verdad”; mas ello debe tomarse “con un sentido sobrio”, porque, “¿qué respondería Des- cartes a Lutero y a Calvino que afirman que ellos entien- den las Escrituras y los misterios divinos por las ideas cla- ras que Dios les ha concedido?” No está de acuerdo con los que critican el valor del silogismo, útil “si se usa caute- losa y moderadamente”; rechaza la manía del “experimen- to en las cosas físicas...”

Con el nuevo siglo asoman nuevas ideas y nuevos hombres. Juan Crisóstomo Lafinur inició sus estudios en Córdoba, de cuya universidad fue expulsado al graduarse de maestro en Artes. Se incorporó al Ejército del Norte frecuentando la Academia de Matemáticas que Belgrano fundara en Tucumán. Baja luego a Buenos Aires, donde en 1819 conquista por oposición la cátedra de filosofía del Colegio, pero la lucha que promueve su orientación filo- sófica, lo obliga a abandonarla y se dirige a Mendoza, en cuyo Colegio profesa y donde las polémicas que sostiene para defender sus convicciones filosóficas lo llevan ahora a Chile desterrado, donde completa sus estudios, muriendo poco después. Con Lafinur la enseñanza de la filosofía ad- quiere un nuevo espíritu. ‘‘Antes de él —dice Gutiérrez— los profesores de Filosofía vestían sotana: él, con el traje de simple particular y de hombre de mundo, secularizó el aula primero y en seguida los fundamentos de la ense- ñanza.” Y agrega Gutiérrez que en la introducción de su curso, Lafinur “pasa en revista a toda la antigüedad, y

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encarándose con Aristóteles, le arrebata el cetro del mundo literario por la mano de Gassendi, de Galileo, de Descartes y especialmente de Newton, de cuyo sistema dice que es el dominante en todas las academias científicas del mundo”. Con Lafinur la física sale del período escolástico, pero no ingresa aún en el período experimental. La física ex- perimental aparece de nombre, mas no de hecho, en 1825, con el curso que dicta “sin el auxilio de los instrumentos”, Avelino Díaz, como profesor de ciencias físico–matemáti- cas en el Departamento de estudios preparatorios. Díaz, que luego fue profesor en el Departamento de ciencias exactas y presidente del Departamento topográfico y esta- dístico, publicó los tratados elementales de las ramas ma- temáticas de su curso, mas no el de física, que sólo se conserva en apuntes incompletos, seguramente redactados por algún discípulo. Pero Díaz ya recorre la buena senda, y en la introducción de su curso habla de que “la expe- riencia conducirá a establecer principios fundamentales y valiéndonos del análisis deduciremos las consecuencias”. Dos años después se dicta en Buenos Aires el primer cur- so de física experimental que merezca tal nombre.

“Un laboratorio de química, y una sala de física la más completa, han sido conducidas de Europa para servir a la enseñanza de las ciencias naturales”, informa el go- bernador Rodríguez en su mensaje del año 1824, y a mediados de 1827 se lee en la Crónica Política y Lite- raria de Buenos Aires: “De todos nuestros recientes esta- blecimientos, el que fijará algún día la atención de los extranjeros, así como hoy excita poco la de los nacionales, es el gabinete de física y de historia natural que se aumenta silenciosamente en el convento de Santo Do- mingo. Apenas cuenta seis meses de existencia aunque la

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primera demanda que se hizo a Europa de un surtido de instrumentos tuvo lugar en 1823.”

En efecto, se había destinado el convento abandona- do de los dominicos como local para reunir todos los obje- tos relativos a la enseñanza de las ciencias naturales, que comprendían, además del gabinete de física y laboratorio de química, las colecciones de historia natural del Museo público, y una rica colección numismática con que este museo se había enriquecido en 1823.

Para el dictado de la física experimental, Rivadavia contrató en Londres al médico italiano Pedro Carta Moli- na, antiguo profesor en la Universidad de Turín y ex- patriado por razones políticas, quien llegó a Buenos Aires en 1826 con una dotación de instrumentos para comple- tar el gabinete y con un ayudante: Carlos Ferraris. Carta inició su curso en 1827 con un discurso inaugural, pu- blicando más tarde las dos primeras lecciones de intro- ducción al curso de física experimental, que dedicó a Ri- vadavia; pero parece que Carta dejó su cátedra antes de dictar sus lecciones ya preparadas, como consecuencia de la caída de su benefactor y amigo Rivadavia.

A Carta sucedió Octavio Fabricio Mossotti, sabio ita- liano que había sido llamado a Buenos Aires con el objeto de establecer un observatorio astronómico. Mossotti dictó el curso de física desde 1828 hasta 1834, fecha en la que regresó a su patria, quedando entonces vacante la cátedra en Buenos Aires durante 20 años,

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Mossotti es el precursor de la pléyade de sabios y pro- fesores extranjeros que más tarde cimentarán la ciencia argentina. Ya era conocido como físico y astrónomo cuan- do llegó a Buenos Aires, después de haber residido un par de años en Londres como emigrado político.

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Sobre la base de los restos del instrumental dejado por la comisión demarcadora de límites del siglo anterior, Mossotti instaló un pequeño observatorio astronómico en una de las celdas altas del convento de Santo Domingo, al cual anexó un gabinete meteorológico. Venía a albergar así el viejo convento a la totalidad de los incipientes re- cursos con que contaba el país para el estudio científico de la naturaleza.

Colaboró en la organización y en las tareas del De- partamento topográfico y determinó la latitud de Buenos Aires, refiriéndola a la pirámide de la plaza de la Victo- ria (hoy plaza de Mayo).

Fuera de un agradecido recuerdo, poco se ha conser- vado de la actuación argentina de Mossotti, quien “Au- sente de una patria desgraciada y aislado en un país casi del todo ajeno a las ciencias que él profesaba, debía con- siderarse dos veces desterrado” (Gutiérrez).

Del curso de física experimental redactado en castella- no y que parece circulara solamente en copias manuscri- tas entre sus discípulos, se publicó únicamente una parte muy breve y general de la introducción.

Las diarias observaciones meteorológicas realizadas du- rante más de seis años (fue el primero en anotar datos de lluvia haciendo construir al efecto un pluviómetro) sólo se conservan por las informaciones periodísticas, pues se han perdido: tanto los originales que Mossotti dejara al abandonar el país, como una serie de observaciones y noticias sobre el clima que, después de haber sido utiliza- das por Humboldt, fueron a parar a manos de Arago para ser presentadas al Instituto de Francia.

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Las únicas cuatro páginas impresas en la Argentina, que se conocen de Mossotti, son las Noticias astronómicas

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con que se abre un calendario para 1832 editado por una imprenta porteña, y en las que da cuenta de las cosas de interés que ofrecerá el cielo de Buenos Aires durante ese año; aparecieron en cambio en las memorias de la Real sociedad astronómica de Londres, dos artículos de Mossotti sobre las observaciones de un eclipse de Sol y del cometa Enke, realizadas desde las celdas de Santo Domingo.

9. OTRAS INSTITUCIONES CULTURALES

Durante la colonia y la época de la “primera Argenti- na”, se realizaron algunos otros esfuerzos culturales vincu- lados con la ciencia. Algunos de ellos dieron lugar a insti- tuciones permanentes, varias de las cuales más tarde fueron incorporadas a la Universidad. Con tales esfuer- zos están ligados los nombres de Vértiz, Belgrano, More- no, Rivadavia.

A Vértiz se le debe la creación del protomedicato, origen de los estudios médicos en el Plata.

Ya desde el siglo XV, España había sentido la necesi- dad de crear cuerpos técnicos encargados de vigilar el ejercicio del arte de curar y que al mismo tiempo ejercie- ran una función docente y de formación de profesionales. Al efecto creó el protomedicato, institución que luego extendió a las colonias, creándose en 1570 los protomedi- catos de México y del Perú, del cual dependía el Río de la Plata, y más tarde el de Chile.

Al asumir Vértiz el virreinato, y ante el evidente aban- dono de la asistencia pública y las serias deficiencias de los servicios hospitalarios y farmacéuticos, resuelve crear en 1779 el protomedicato del Río de la Plata, indepen- diente del de Lima y del de Castilla, instalándolo solem- nemente el año siguiente.

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De las razones que presidieron esa creación, da cuenta este párrafo de la memoria que años más tarde Vértiz eleva al marqués de Loreto: “Otro de los establecimientos que me dictó la humanidad fue, el del Real Protomedicato que se erigió en esta Capital, pues el del Perú estaba, se- gún la ley de Indias, unido y anexo a la cátedra de prima medicina de la Universidad de Lima, aquel Proto–médico, descuidaba en ambas partes extremadamente sus obliga- ciones; y aún se dio caso de que algunos que aquí debían ejercitar la materia médica, los aprobase sin examen y comparecencia personal ante él, contraviniendo a otra expresa disposición de las mismas leyes; y en cuya virtud les retiré sus nombramientos, de modo que, este experi- mental conocimiento y la reflexión de que a la distancia de mil leguas nunca podrían remediar bastantemente desórdenes que perjudicaban la salud y conservación de los vasallos del rey, y menos precaver el desarreglo de las Boticas, estando siempre a la mira de la bondad de los me- dicamentos y composiciones, y de la equidad de los pre- cios, de esta inaveriguable y enmarañable administración, me indugeron con precisión no desamparar unos objetos tan importantes, como es mantener la sociedad y la vida del ciudadano, y aprovechar la oportunidad de hallarse aquí el primer médico de la expedición a esta América Meridional, Dr. Don Miguel O’Gorman, mandado rete- ner para el arreglo de los Hospitales y economizar sus consumos. Con esta ocasión y por la notoria suficiencia y conducta de este Profesor de Medicina, le despaché título de Real Proto–médico, concediéndole cuantas facultades por las leyes a esta extensión y distrito de todo el virrey- nato...”

O’Gorman, de origen irlandés, había estudiado en

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París y Reims revalidando su título en Madrid. En 1766 ingresó al servicio de España y en 1776 forma parte de la expedición a la Colonia del Sacramento que dirige don Pe- dro de Cevallos. Se le debe, primero en España y luego en el Plata, la introducción del método de inoculación contra la viruela. Después de medio siglo de servicios, achacoso y pobre, se jubila y muere en 1819.

Una interesante iniciativa, que parece no haberse con- cretado, fue el proyecto de O’Gorman de crear una Aca- demia de Medicina con asiento en Montevideo, para ase- gurar su independencia como corporación científica, ajena a las influencias burocráticas y oficiales del protomedicato residente en Buenos Aires. En el proyecto O’Gorman expone la necesidad de dotar a los prácticos empíricos, que pululaban, de un saber teórico y científico, agregan- do que muchos inconvenientes anotados serían menores si “ya se hubiese fundado la Universidad en Buenos Ai- res” (estamos en 1783) “y en ella las correspondientes cátedras de ciencias médicas”. Si la Academia no prospe- ró, en cambio el protomedicato pudo iniciar su función docente, para la cual se le facultó en 1793, aunque los cursos recién se iniciaron en 1801. Estos cursos que fue- ron los primeros de carácter universitario que se dictaron en Buenos Aires y los primeros de esta índole en la Argen- tina, pues en Córdoba no había estudios médicos, se des- arrollaron de acuerdo a un plan modelado sobre el de la universidad de Edimburgo, con seis años de estudios, curso nuevo cada tres años y ajustado a dos catedráticos.

En ese plan aparecía, por primera vez en los estudios argentinos, la química y la botánica, que se estudiarían por el texto de Lavoisier. Estos estudios figuraban en se- gundo año y debían ser impartidos por O’Gorman, pero debido a su precario estado de salud fue sustituido, en

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1802, por Cosme Argerich, médico argentino secretario del protomedicato que había estudiado en España y una de las figuras próceres de la medicina argentina. Puede dar una idea del contenido de esos estudios los siguientes párrafos del acta de examen: “...fueron preguntados por los maestros y por varios literatos concurrentes sobre la química pneumática, filosofía botánica, farmacia. No sólo fueron examinados en todas las partes de la química filo- sófica, sino que hicieron la aplicación de los principios de éstas a las operaciones de la farmacia que están en uso en la operación de las enfermedades. Trataron así mismo de la meteorología explicando sus fenómenos más o me- nos, cuales son la formación del agua en la atmósfera, la de la nieve, granizo, y escarcha; el admirable fenóme- no del rayo y su comunicación, con cuyo motivo disertaron de los fluidos eléctrico, magnético y galvánico, de la aurora boreal, vientos periódicos y demás meteoros ígneos y aéreos. Igualmente dieron bastantes noticias de la mineralogía con gran satisfacción de los inteligentes, que conocen la suma necesidad que hay de estos conocimientos para los progresos de nuestras minas.

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“Fueron con especialidad muy satisfactorias para el Pú- blico las nuevas ideas que presentaron sobre la química vegetal, ya demostrando los principales órganos de las plantas, ya explicando el vario juego que tienen en la eco- nomía vegetal, ya como se produce el desarrollo. Todos estos conocimientos se aplicaron a la agricultura, expli- cando la theórica de los abonos y los principales funda- mentos de la primera y más necesaria de todas las artes. Se trató con mucha extensión de los materiales inmediatos de los vegetales y con especialidad del principio curtien- te, y theórica del curtimbre, de las materias colorantes y theórica de los tintes y mordientes; del modo y teórica

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de la vitrificación; objetos los más interesantes para la prosperidad del comercio de estas Provincias.”

Pero los acontecimientos militares y políticos, así como la escasez de material, hacen que los cursos se desarrollen irregularmente y languidezcan, de modo que en 1812 la escuela se cierra por falta de alumnos.

La Asamblea del año 13 aprueba un plan, proyectado por Argerich, para una nueva escuela de cirugía y medi- cina que parece no haber funcionado nunca, creándose en cambio un Instituto Médico, con carácter de cuerpo militar, que funcionó precariamente hasta 1820, fecha en la que murió su director Argerich, suprimiéndosele ofi- cialmente el año siguiente.

Con ese Instituto está vinculado, aunque circunstan- cialmente, otro gran naturalista extranjero residente en el Plata: Aimé Bonpland, quien había acompañado a Hum- boldt en sus viajes a las regiones equinocciales de América y luego colaborado con él en la obra Nova genera et spe- cies. Bonpland llegó a Buenos Aires en 1818, trayendo desde Europa muchas plantas y semillas con las que esta- bleció un pequeño jardín; más tarde sustituyó a Haenke en el cargo de profesor de historia natural de las Provin- cias Unidas, y fue catedrático en un colegio, probable- mente el de la Unión. En 1821 fue nombrado profesor en el Instituto, pero parece no haber desempeñado el car- go a causa de una cuestión litigiosa que suscitó su nom- bramiento. A fines de ese año se retira a la provincia de Corrientes, donde cae bajo el poder del dictador Francia quien lo retiene detenido en el Paraguay hasta 1829, fe- cha en que, según Gutiérrez “...se estableció en San Borja y allí dejó correr su vida de filósofo, haciendo el bien y cultivando su ciencia favorita, hasta que falleció...”

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Durante su estada en Buenos Aires Bonpland publicó

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en los periódicos locales cuestiones de interés general, vinculadas con las ciencias naturales. El primero de esos artículos parece ser uno sobre la cochinilla y sus aplicacio- nes, a raíz de haberse encontrado este insecto en una es- tancia de la provincia, no lejos de la ciudad.

Creada la Universidad, los estudios médicos se incor- poran a ella constituyendo uno de sus departamentos y con el objeto de “dignificar la profesión de la medicina” y “dar participación a esta ciencia en la mejora de la socie- dad”, el gobierno crea, a principios de 1822, la Academia de Medicina, reuniendo en su seno a los más ilustrados profesores, nativos o extranjeros, que residían entonces en Buenos Aires. La Academia inicia sus sesiones en 1823 y a mediados de ese año publica, como fruto de su labor, el primer volumen de sus Anales.

En ese volumen, fuera de otros trabajos, figura un discurso del secretario de la Academia que informa que “En este mismo año la escuela de medicina ha sufrido reformas remarcables. Se ha construido a expensas del Gobierno una sala de disecciones con todos los útiles ne- cesarios a las preparaciones anatómicas, y por primera vez en nuestro país el arte de las inyecciones principiará a practicarse en este invierno”, y un par de trabajos cientí- ficos y un extenso “Discurso para servir de introducción a un curso de química”, de Manuel Moreno, profesor de química en el Departamento de estudios preparatorios y que es el iniciador de los estudios químicos en la Argen- tina.

Con el nombre de Manuel Belgrano se vinculan va- rias creaciones educacionales, destinadas principalmente a los estudios matemáticos. Ya a principios de 1799 el Consulado, por inspiración de Belgrano, creaba una “Es-

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cuela de geometría, arquitectura, perspectiva y toda espe- cie de dibujo”, que tuvo vida efímera, pues parece que en ella sólo se enseñara el dibujo y que poco después de su creación uniera su destino al de la Escuela Náutica. Ésta fue creada también por el Consulado a fines de 1799, previo asesoramiento de Azara. Si bien tuvo una existen- cia más brillante que la otra, dificultades internas y exter- nas minaron su vida. Por lo pronto se produjo entre sus directores un conflicto, muy frecuente y aún hoy latente, acerca de la orientación y prioridad de la enseñanza ma- temática en la formación de no matemáticos (en este caso, pilotos). Por lo demás no se había obtenido la auto- rización peninsular, y en 1806 se “desaprueba el estable- cimiento de la referida Escuela y los certámenes expresa- dos, como que todo se ha verificado sin autoridad legítima y contra su terminante soberana voluntad”, y la Escuela se cierra. Ella continuó un año más por la iniciativa pri- vada de Carlos O’Donell, quien luego fue llamado a Córdoba a regentear la cátedra creada por el deán Funes.

Los cursos de matemática que se dictaban en la Es- cuela consistían en los elementales (aritmética, álgebra, geometría, trigonometría plana y esférica) y nociones de geometría analítica, amén de un curso de cosmografía.

Vida aún más breve tuvo una Escuela de matemáti- cas, creada después de la revolución y siempre por inicia- tiva de Belgrano. Esta Escuela, que se inauguró en setiem- bre de 1810 con un plan semejante al anterior, fue dirigida por Felipe de Sentenach, comandante de arti- llería que en 1812, complicado en la conspiración de Ál- zaga, es fusilado, terminando con él la Escuela.

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No obstante las dificultades de todo orden de los pri- meros años revolucionarios, los hombres del gobierno mantenían el deseo de propagar la “ilustración de todos

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los ramos concernientes a la prosperidad pública”, y en un anuncio oficial de 1812, se lee: “Al fin ha llegado esa época tan suspirada por la filosofía: los pueblos bendeci- rán su destino, y el tierno padre que propende a hacer felices los recuerdos de su ser, no necesitará ya despren- derse de ellos, ni afligir su ternura para ver perfeccionado su espíritu en las ciencias y artes que sean más propias de su genio. Cerca de sí y a su propio lado verá formarse al químico, al naturalista, al geómetra, al militar, al político, en fin, a todos los que deben ser con el tiempo la colum- na de la sociedad y el honor de sus familias. Este doble objeto en que tanto se interesa la humanidad, la patria y el destino de todo habitante de la América, ha decidido al gobierno a promover en medio de sus graves y notorias atenciones, un establecimiento literario en que se enseñe el derecho público, la economía política, la agricultura, las ciencias exactas, la geografía, la mineralogía, el dibujo, lenguas, etc. Con este objeto ha determinado abrir una suscripción en todas las Provincias Unidas, para cimentar el Instituto sobre el pie más benéfico y estable, luego que lleguen los profesores de Europa que se han mandado ve- nir con este intento.” Pero ni la suscripción ha de haber tenido éxito, ni los profesores de Europa llegaron y habrá que esperar una década antes de que el “establecimiento literario” (la Universidad) abra sus puertas.

Pero felizmente los estudios matemáticos lograron es- tructurarse en forma permanente desde 1816 con la crea- ción de la Academia de matemáticas y arte militar, cuyo edicto de erección se inicia con las palabras: “El estudio de las matemáticas se ha considerado siempre como el pri- mero y único elemento sólido de la ilustración, y jamás podrá esperarse el progreso de los conocimientos en nin- guno de los ramos útiles al hombre en particular y a la

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sociedad en general sin la aplicación de los axiomas que hacen el alma de aquella ciencia;...” La dirección de la Academia estuvo desde el principio en manos expertas: José Lanz y Felipe Senillosa.

Lanz, mejicano de origen, había estudiado en Francia y los azares de la época lo llevaron a Londres, donde Ri- vadavia lo indujo a venir a Buenos Aires a regentear la clase de matemática. Lanz estuvo sólo un año al frente de la Academia, quedando luego como único director Se- nillosa. Lanz es conocido en el mundo científico por varias obras y trabajos sobre máquinas y mecanismos.

Senillosa era español y había llegado en 1815, siendo aún muy joven, a Buenos Aires donde desplegó de inme- diato gran actividad como escritor y publicista. Fundó Los amigos de la patria y de la juventud, destacándose más tarde como miembro activo de la Sociedad de Ciencias físico–matemáticas que se había fundado en 1822, bajo el ministerio de Rivadavia. A esa Sociedad presentó en 1823 Senillosa un Programa de curso de geometría, que es un trabajo metodológico redactado a raíz de un decreto del gobierno de ese año que indicaba a los profesores de la Universidad la obligación de redactar y publicar las lec- ciones dadas a los alumnos “para comodidad de éstos y regularidad del estudio”. Tal Programa, que motivó varios informes, revela, según Dassen, “en Senillosa un espíritu práctico”. También se le debe un texto elemental de arit- mética, “corto pero bueno”, dice Dassen. Senillosa formó parte de la Comisión topográfica y más tarde fue miem- bro y luego presidente del Departamento topográfico, que tuvo a su cargo, en colaboración con Mossotti la com- paración de la vara al metro, fijándose desde entonces (1835) la equivalencia 1 vara – 866 mm. Con este mo-

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tivo Senillosa publicó un opúsculo titulado Memoria sobre las pesas y medidas.

Los cursos de la Academia duraban dos años y su pro- grama era superior al de las escuelas anteriores. Si bien el reglamento preveía que “En el segundo año se darán algunos principios del cálculo diferencial e integral...” de hecho parece que esas nociones, nacidas un siglo y medio antes, no se impartieron en la Academia,

Cuando se crea la Universidad, la Academia se incor- pora a la misma bajo forma de uno de sus departamen- tos: el de ciencias exactas, cuyo prefecto será Senillosa mientras dicta la cátedra de geometría descriptiva. En 1826 renuncia y le suceden Avelino Díaz, del cual ya he- mos hablado, y un francés contratado. Román Chauvet, que parece haber dictado únicamente un solo curso, ahora sí, de cálculo infinitesimal y sus aplicaciones a la mecá- nica.

Chauvet había trabajado con Lacroix y con Cauchy y su clase inaugural de 1827, publicada en la Crónica política y literaria de Buenos Aires, revela cabalmente el estado del cálculo infinitesimal de la época, aún envuelto en brumas metafísicas, que precisamente Cauchy contri- buirá a disipar. Los párrafos finales de esa clase que trans- cribimos aluden, con el tono romántico de la época, a una esperanza que bien pronto se convertirá en desilusión y a un destino que deberá aguardar todavía más de medio siglo para iniciar su trayectoria.

“La dificultad del cálculo infinitesimal no existe sino en su metafísica; conocida una vez ésta, el mecanismo del cálculo es mucho más sencillo que el de las teorías del ál- gebra superior.

En mi primera lección empezaré a exponer sus prin- cipios, y demostraré que además de la dificultad de elegir

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bien los datos, de ponerlos en relación con los que han de conducir al resultado, existe otra que no puede ser explicada ni tampoco demostrada y que no puede realmen- te ser concebida sino por el alma; esta dificultad es la del tránsito de la existencia a su aniquilamiento.

“Venzamos este obstáculo y todo es hecho; tendremos la llave para penetrar en el santuario de las ciencias físi- co–matemáticas, y para apropiarnos todos los recursos que ofrecen en todo género; y si no somos todavía capaces de hacer progresar las ciencias, aprovechémonos de los desvelos de los europeos, enriquezcámonos con los esfuer- zos que hace su genio para elevar la ciencia al apogeo y para derramar toda suerte de nuevos goces, sobre todas las clases de la sociedad; apliquemos sus descubrimientos a esta interesante parte de la América, saquemos los tesoros que el suelo nos ofrece tan generosamente aquí; trabaje- mos, en fin, en el progreso de la industria y la América mudará de semblante.

“Las máquinas hidráulicas distribuirán en todas partes del suelo aguas saludables que vivificarán las produccio- nes; las fábricas, los caminos, los canales, las máquinas de vapor, todo insensiblemente se instituirá; las relaciones comerciales con las provincias, las ligarán las unas a las otras de una manera tanto más íntima cuanto serán más frecuentes; el laboreo de las minas, la agricultura, el co- mercio, la industria, la enriquecerá; y Buenos Aires, a la cabeza de este gran movimiento, será su alma y ejercerá un influjo tanto más grande, cuanto mayores esfuerzos habrá hecho para centralizar las ciencias y las artes.”

Con el nombre de Mariano Moreno se vinculan otras obras culturales. A los pocos días del establecimiento del nuevo gobierno que había producido “una feliz revolu- ción en las ideas”, crea la Gaceta de Buenos Aires con la

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que afirma “la libertad de escribir”, pues: “Si se oponen restricciones al discurso vegetará el espíritu como la mate- ria, y el error, la mentira, la preocupación, el fanatismo y el embrutecimiento harán la divisa de los pueblos y cau- sarán para siempre su abatimiento, su ruina y su miseria.”

A la iniciativa de Moreno se debe también la creación de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, en cuyo docu- mento de creación de mediados de 1810 ya se alude a un “nuevo establecimiento de estudios adecuado a nuestras circunstancias”, sobre cuya creación se volverá infructuo- samente en 1812 y: “Entretanto que se organiza esta obra cuyo progreso se irá publicando sucesivamente, ha resuel- to la junta formar una biblioteca pública en que se faci- lite a los amantes de las letras un recurso seguro para aumentar sus conocimientos.”

Moreno, designado protector de la biblioteca, se dedi- có de inmediato a la organización de la “casa de libros”, que se constituyó mediante una contribución popular en dinero o en libros (entre los donantes figuró O’Gorman con una rica colección) e incorporándole varias bibliote- cas particulares, así como las del Colegio San Carlos y la de los jesuitas de Córdoba. Más tarde se enriqueció con un archivo de documentos y una colección de mapas.

La obra cultural de Belgrano y de Moreno fue con- tinuada por Rivadavia. Como secretario del Triunvirato inspiró en 1812 el decreto de apertura de la Biblioteca, ordenando que se hiciera “con la dignidad y lucimiento que corresponde”.

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Más tarde (1823) Rivadavia revive un decreto ema- nado de la asamblea del año 12 y que no había tenido ejecución, creando un Museo Público en Buenos Aires en el que organiza un gabinete de historia natural que se instaló en el convento de Santo Domingo con los labora-

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torios, el observatorio de Mossotti y, más tarde, con una colección mineralógica y otra numismática. Una noticia del año 1827 da cuenta que el gabinete posee “150 pája- ros, un ciervo, una iguana, 180 conchas, algunos peces y 800 insectos”. Como se ve, la botánica estaba ausente. A cargo del gabinete estuvo principalmente Carlos Ferraris, el ayudante que Carta Molina había traído de Europa, y que parece haberse ocupado especialmente de las colec- ciones zoológicas. Más tarde, con el retiro de Carta y de Ferraris, el Museo languidece; Rosas desvirtúa su finali- dad remitiéndole trofeos militares e históricos, mientras el laboratorio de química fue a parar a un sótano de don- de se le sacó en 1852 “casi inservible” y, el gabinete de física se entregaba a los jesuitas, junto con los “trastos, muebles y utensilios que haya demás en el estableci- miento”.

Por último, en 1826, Rivadavia, ahora presidente, crea un Departamento de ingenieros arquitectos y orga- niza un Departamento topográfico y estadístico sobre la base de la Comisión topográfica creada en 1823 y el Re- gistro estadístico de 1821.

Pero al finalizar el primer tercio del siglo, las institu- ciones culturales argentinas están aletargadas: sus dos universidades, su museo, su biblioteca yacen inertes, muer- tos. Se había cerrado un ciclo de vida cultural: ciclo que había iniciado un virrey progresista y que clausuraba un presidente ilustrado; ciclo en cuyo vértice había vibrado el grito de la revolución, ciclo que pasando por la inde- pendencia iba desde la colonia hasta la tiranía.

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La colonia había vivido encerrada en sí misma, intro- vertida, alejada e incontaminada del fermento cultural que agitaba y vivificaba a Europa. Las misiones, impri- miendo sus libros con material indígena y Suárez obser-

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vando el ciclo con instrumentos construidos por su propia mano, son los símbolos vivos de esta actitud.

Mas tal actitud cambia en el medio siglo que va de Vértiz a Rivadavia, en el que nace una nueva Argentina: es la “primera Argentina” que despierta y se incorpora dirigiendo sus miradas a Europa en demanda de luces y de ilustración. Pero si el deseo es grande, el esfuerzo es débil y el efímero contacto con la ciencia europea no deja huella: todo ha sido un sueño.

Y nuevamente, después de este breve e infecundo pe- riodo extrovertido, la Argentina se encierra en sí misma. Las luchas intestinas, el caudillismo, la tiranía, cierta pos- tura antiextranjera la atan a la tierra y la enlarvan a su suelo; a ese suelo que naturalistas europeos recorren, como aves de paso, mientras en un rincón correntino un natura- lista francés cuida su jardín y en las barrancas del Luján un naturalista argentino desentierra fósiles.

Mas allá, telón de fondo, asoma el espíritu de la colonia.

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LAS DÉCADAS GLORIOSAS

10. LA ENSEÑANZA

DESPUÉS de Caseros (1852) y del período de convul- siones que siguieron a la caída de Rosas y de luchas entre la Confederación y Buenos Aires que culminó con Cepe- da y con Pavón, se inicia en la Argentina, con la presi- dencia de Mitre, una era de resurrección científica. Es la era en que, paralelamente a la organización nacional, se organiza también la ciencia. Es la era en que los hombres de gobierno son hombres de cultura: historiadores, escri- tores, poetas. Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Gutiérrez, no sólo dirigen los destinos políticos de la nación, sino también estructuran y conforman su vida cultural. Es una etapa constructiva, que acertadamente José Luis Romero ha denominado la “segunda Argentina”, y que se cierra con la crisis político–económica del 90. Es un nuevo perío- do extravertido, en que la Argentina vuelve sus miradas hacia el exterior y organiza su ciencia bajo direcciones europeas y norteamericanas. Es el período en que la gran figura de Sarmiento es símbolo y es realidad.

En el decenio que va de Caseros a Pavón, hay en realidad dos estados argentinos: la Confederación y Bue- nos Aires, en tensión constante y a veces en lucha arma- da. Situación que si bien evidentemente no favoreció al progreso cultural, tampoco impidió que se vislumbrara un nuevo despertar, especialmente en lo que se refiere a la instrucción pública. Ese despertar se inicia en Entre Ríos, aún antes de Caseros. En 1848, ya decidido al pronun- ciamiento, Urquiza trata de fortalecer material y espiri-

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tualmente a la provincia a fin de que en el momento necesario, se haga merecedora de apoyo y de considera- ción. Paralelamente a una reforma de la enseñanza pri- maria, funda a fines de ese año un Colegio de estudios preparatorios en Paraná, y el año siguiente otro semejante en Concepción del Uruguay. Ambos colegios se refun- den en 1851 en este último con el carácter de Colegio de estudios superiores o universitarios, colegio conocido como Colegio del Uruguay, o mejor como Histórico Colegio del Uruguay.

Este Colegio del Uruguay gozó durante muchos años de merecido prestigio, así como mantuvo una elevada je- rarquía cultural, y hasta 1881 se dictaron en él cursos uni- versitarios de jurisprudencia. Fue fundado como interna- do, pero en 1877, cuando la difícil situación del país obligó a Avellaneda a “economizar sobre el hambre y la sed de la República” y se dispuso la supresión de los inter- nados en los colegios nacionales, el prestigio del Histórico Colegio dio nacimiento a una entidad popular: La Fra- ternidad, que aún subsiste y que sustituye al internado suprimido.

No sólo en Entre Ríos se desarrollaba una incipiente enseñanza secundaria. Así, el Colegio de Mendoza, que las contingencias políticas habían clausurado, se reabrió, aunque el terremoto de 1861 volvió a determinar una sus- pensión de sus funciones. En Catamarca se funda en 1850 el Colegio secundario de la Merced, y mientras en Corrientes desde 1853 se realiza una serie de inten- tos en este sentido, en Tucumán se llama a dirigir el Colegio de San Miguel a Amadeo Jacques, uno de los educadores de más prestigio con que contó la Argentina. Jacques, inmortalizado en las páginas de Juvenilia de Mi- guel Cané, fue más tarde traído a Buenos Aires para

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dirigir los estudios y luego el mismo Colegio Nacional que fundara Mitre, en esta ciudad, donde falleció poco después (1865).

Finalmente, en 1862 se fundaban en Salta y San Juan, por iniciativa de los respectivos gobernadores Uriburu y Sarmiento, colegios secundarios, mientras en Santa Fe los jesuitas fundaban el Colegio de la Inmaculada Con- cepción, aún existente y que goza de ciertas franquicias respecto de los demás colegios privados.

Por falta de fondos, un proyecto de la Confederación de 1856 creando colegios secundarios en Mendoza, Salta, Tucumán y Catamarca no puede ejecutarse, pero ocho años más tarde ese proyecto, ampliado, se cumple y se crean “colegios nacionales” en esas cuatro ciudades y en San Juan, sobre la base del Colegio Nacional de Buenos Aires creado por un decreto del 14 de marzo de 1863 que dice: “Sobre la base del Colegio Seminario y de Ciencias Morales y con el nombre de Colegio Nacional se estable- cerá una casa de educación científica preparatoria, en que se cursarán las letras y humanidades, las ciencias morales y las ciencias físicas y exactas...” Este es el decreto que se toma como iniciación de la actual enseñanza secundaria argentina y los cinco colegios creados en 1864, junto con los de Buenos Aires, Córdoba y el Uruguay constituyen el primer plantel de establecimientos para la educación de la adolescencia, que hoy llegan a casi un centenar, sin contar las numerosas escuelas normales, de comercio, in- dustriales y profesionales de diversos tipos, que si bien se destinan a la adolescencia, son en verdad escuelas de formación profesional y que sólo la tradición y su común dependencia administrativa con los colegios nacionales, hace que erróneamente se les considere con éstos como establecimientos de segunda enseñanza.

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Para terminar con esta etapa de la educación en la Argentina, digamos dos palabras respecto de la formación de su personal docente. En una publicación oficial lee- mos: “El personal docente que prestaba servicios en los Colegios Nacionales [se refiere a 1904] se componía de profesores con títulos de las Facultades de las Universi- dades Nacionales, profesores y maestros normales, profe- sores sin título y profesores extranjeros sin título o con título de profesores normales o universitarios. La mayor parte de estos profesores ejercía, además de las cátedras que ocupaban, otras profesiones, y sólo un número muy reducido de ellos se dedicaba exclusivamente a la tarea docente” (si se exceptúa quizá la alusión a los profesores extranjeros, no podemos decir que hoy, a casi medio siglo de distancia, la situación haya cambiado mucho).

Para subsanar la carencia de profesores especializados, en 1903 se había impuesto como condición para ingresar a la carrera docente, la de poseer el diploma universitario correspondiente y seguir un curso teórico y experimental de ciencias de la educación en la Facultad de Filosofía y Letras (esta Facultad se había creado en 1891) y un curso práctico de pedagogía de dos años de duración, cuya par- te general se impartiría en la Escuela Normal y cuya parte especial lo sería en un Seminario pedagógico a ‘‘fun- darse en Buenos Aires, según modelo prusiano”. Vale decir que el futuro profesor, además de sus estudios pro- fesionales, debía realizar y cursar estudios en tres estable- cimientos diferentes.

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El año siguiente se contratan los primeros seis profe- sores en Alemania y se crea el Colegio Nacional que debía servir de escuela de aplicación, pero a fines de año cam- bia el gobierno y es designado Ministro de instrucción pública uno de los grandes valores culturales argentinos:

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Joaquín V. González, quien modifica la disposición ante- rior y crea, en lugar del Seminario pedagógico, un instituto más amplio, al que encomienda todas las tareas pedagó- gicas que de acuerdo al decreto anterior estaban a cargo de tres establecimientos distintos. El año siguiente se le incorporó también la formación científica correspondiente a cada especialidad, y quedó así establecido en Buenos Aires el Instituto Nacional del Profesorado Secundario que ha funcionado y aún funciona independientemente de las Universidades (si se exceptúa una breve interrup- ción en los años 1907 y 1908 en los que se anexó a la Facultad de Filosofía y Letras) y que tiene a su cargo, con otro par de establecimientos análogos creados posterior- mente, la formación de los profesores para la enseñanza secundaria.

Desde 1904 a 1913 se contrataron en el extranjero, para el Instituto de Buenos Aires, unos veinte profesores, en su inmensa mayoría alemanes (figuró entre ellos el filósofo Félix Krueger). La mayor parte de ellos regresó a su patria al finalizar sus contratos, sólo algunos pocos ingresaron en la docencia universitaria argentina y reali- zaron labor científica.

En verdad no puede decirse que este “injerto cultural” en gran escala tuvo éxito. Es posible que la época en que les tocó actuar, desvanecido el brillo cultural de las déca- das anteriores, no permitió a estos profesores dejar en la Argentina una huella más profunda, pero lo cierto es que el Instituto que ellos dirigieron no logró, pese a los her- mosos considerandos del decreto de González, modificar el estado de conciencia existente respecto del reclutamiento de profesores. Y ese fue su fracaso.

El despertar cultural que en la enseñanza secundaria

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dio lugar al advenimiento de los colegios nacionales, tam- bién se hizo sentir en la enseñanza superior. En 1854 la Confederación propone a la provincia de Córdoba la na- cionalización de la Universidad y del Colegio Montserrat, propuesta que es aceptada, pues, como dice la Sala de Representantes de la Provincia, “esos establecimientos y especialmente la Universidad han estado sujetos al gobier- no general desde el tiempo del gobierno español y mucho más desde que nuestra constitución declara tal todos los establecimientos de esta clase”, y que una ley del Con- greso de 1856 ratifica.

Pero la nacionalización no logra modificar el carácter tradicional de la universidad cordobesa que, entre otras características, se distinguía por la escasa cabida que daba en sus estudios a la ciencia, en sentido estricto. Tal situa- ción se mantiene hasta la presidencia de Sarmiento, épo- ca en la que, por así decir, la ciencia irrumpe violenta- mente en los claustros cordobeses. Ya en 1869 el ministro Avellaneda, en un discurso pronunciado en Córdoba, ex- puso la ‘‘conveniencia de un plan general de estudios que diera por resultado la uniformidad de la enseñanza en todos los colegios de la república y proveyese a la implan- tación de cátedras de ciencias exactas y naturales para abrir así nuevas carreras a la juventud”, y de inmediato, dando forma concreta a ese pensamiento, ese mismo año se aprueba una ley por la cual: “Autorízase al Poder Eje- cutivo para contratar dentro o fuera del país hasta 20 pro- fesores, que serán destinados a la enseñanza de ciencias especiales en la Universidad de Córdoba y en los Cole- gios Nacionales”.

Es esta la ley que da nacimiento a la futura Academia de Ciencias de Córdoba que, a su vez, tras algunas vici- situdes, deja como saldo en la universidad cordobesa una

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Facultad de ciencias que si bien, como todas sus homóni- mas argentinas, no es sino una casa de formación de pro- fesionales, en este caso ingenieros, no deja por ello de albergar en su seno las ciencias que enseña y cultiva.

Mientras tanto, en Buenos Aires se trataba de reparar las injurias de la tiranía, y no había aún pasado un mes desde la batalla de Caseros, que el gobierno de la provin- cia dicta un decreto, cuyos considerandos califica de “ac- ción reparadora”, destinado a “hacer desaparecer ciertas injusticias y monstruosidades del régimen anterior”, agre- gando ‘‘que era un deber imperioso del Gobierno proviso- rio el hacer cesar el doloroso escándalo y la vergüenza de que una ciudad como Buenos Aires carezca, hace 14 años, hasta de escuelas públicas”. Con este decreto, cuya parte dispositiva deroga el “inicuo decreto” de 1838 por el cual se suspendía el sueldo a los profesores de la Universi- dad, se inicia la reorganización de la misma. Volvieron así a funcionar la Facultad de jurisprudencia (la de medicina se separó de la Universidad por un decreto de 1852), y el Departamento de estudios preparatorios, al cual volvieron a incorporársele en 1854 los estudios de física experimen- tal (uno de sus profesores fue Jacques) y de química, éstos a cargo de Miguel Puíggari, considerado “el funda dor de la enseñanza de la química moderna” en la Argentina, para lo cual hubo que exhumar los aparatos del antiguo laboratorio y adquirir otros nuevos.

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Pero los estudios científicos carecían aún de facultad. En 1855 el miembro del Consejo de Instrucción Pública, ingeniero Pellegrini (padre del futuro presidente y que lucra contratado en 1828 para la instalación de desagües, provisión de aguas y construcción del puerto de Buenos Aires, pero conocido también por su labor artística, a tra- vés de la cual hizo conocer aspectos pintorescos del Bue-

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nos Aires del siglo pasado y de sus hombres importantes), propuso la creación de una escuela de ingeniería en la Universidad, pero esta propuesta, si bien discutida, no prosperó, y hay que esperar todavía diez años para ver realizado un proyecto semejante. Será la obra de uno de los más grandes promotores de la cultura argentina: Juan María Gutiérrez, rector de la Universidad de Buenos Ai- res desde 1861 hasta 1874.

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Gutiérrez es el representante más genuino del libe- ralismo constructor de la época. Desde joven se inicia en las letras: crítica literaria, poesía, historia, mas no desde- ña a la ciencia y en especial a la matemática. No ejerce su profesión de abogado, pero para ganarse el sustento utiliza su versación matemática para desempeñarse en el Departamento topográfico como agrimensor e ingeniero. Con Echeverría, Alberdi,... funda la Asociación de Mayo; conoce los rigores de la tiranía, emigra, viaja por Europa y por América. Más intelectual que político, los acontecimientos posteriores a la caída de Rosas lo llevan a la política. Es el único porteño que asiste al Congreso Constituyente del 53, defiende el Acuerdo de San Nico- lás, fracasa como ministro político pero triunfa luego como ministro de relaciones exteriores de la Confederación du- rante la presidencia de Urquiza. Mitre acierta al llevarlo al rectorado de la Universidad, desde donde, hombre de pluma incansable, continúa su obra literaria y cultural. Su compilación Origen y desarrollo de la Enseñanza Pública Superior en Buenos Aires, escrita en esta época es hoy clásica. Una vieja lesión cardíaca hace crisis durante los festejos que se realizaban en Buenos Aires recordando el centenario del nacimiento de San Martín. En un hermoso estudio biográfico que Alberdi, gran amigo de Gutiérrez, escribe con motivo de su muerte, dirá: “La afinidad entre

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San Martín y Gutiérrez viene de que los dos eran símbo- los de la misma cosa: la Independencia... pero el uno la representaba como guerrero, el otro como hombre de Es- tado.” Dos párrafos más de ese estudio dirán más sobre Gutiérrez que toda una biografía: “Si no hizo libros, al menos hizo autores. Estimuló, inspiró, puso en camino a los talentos, con la generosidad del talento real que no conoce la envidia. Bueno o malo, yo soy una de sus obras.” Y más adelante insiste: “El que escribe estas líneas debió a sus conversaciones continuas la inoculación gradual del americanismo que ha distinguido sus escritos y la con- ducta de su vida. Gutiérrez le comunicó su amor a la Eu- ropa y a los encantos de la civilización europea. Él fue, en más de un sentido, el autor indirecto de las Bases de la organización americana.”

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De la gestión universitaria de Gutiérrez, nos interesa por ahora destacar la creación del Departamento de cien- cias exactas. En 1863 dirige una nota al gobierno de la provincia en la que, fiel a su vocación, hace una reseña histórica de los estudios matemáticos en la Universidad desde la creación de ésta, y al expresar que: “No hay quien no reconozca su importancia, y no confiese que el progreso material del mundo moderno, y señaladamente en el siglo último y en el presente, es debido en su mayor parte a las verdades físico–matemáticas diseminadas con generali- dad y puestas al servicio de las necesidades públicas e individuales”, transcribe párrafos del anuncio oficial de 1812 y de artículos aparecidos en La Abeja Argentina, y dice, al referirse al año 30, que: “El despotismo oscuro que empezó a imperar desde entonces, a pesar de ser bár- baro y estúpido, tenía el instinto de su conservación y preveía que el día en que una numerosa juventud argen- tina, llena de verdades positivas, saliese a explicarlas, rena-

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cerían inmediatamente la propensión a la industria y el amor al trabajo; que los caminos mejorados acortarían las distancias y harían imposible el aislamiento de las ciuda- des y de las poblaciones; que la riqueza crecería y con ella el progreso general que haría difícil el imperio a una vo- luntad que no tomaba en cuenta más intereses que los suyos propios.” Y al agregar que: “Hoy... estamos favoreci- dos por la paz, y las ideas que asisten a los consejos del Gobierno son diametralmente opuestas a aquéllas”, termi- na solicitando la creación del Departamento de ciencias exactas, cuyos profesores... “es mi persuasión que deben hacerse venir expresamente de Europa”.

Aceptada la propuesta, se iniciaron las gestiones para contratar a los profesores por intermedio del conocido mé- dico, escritor y antropólogo Paolo Mantegazza que había estado en la Argentina varias veces: en 1858, 1861 y 1863. Al finalizar esas gestiones, a mediados de 1865, se crea entonces el “Departamento de ciencias exactas, com- prendiendo la enseñanza de las matemáticas puras, apli- cadas y de la historia natural”, y que debía tener por fin “formar en su seno ingenieros y profesores, fomentando la inclinación a estas carreras de tanto porvenir e impor- tancia para el país”.

La enseñanza en su triple aspecto se confía respecti- vamente a los profesores contratados: la de matemáticas puras “con el título de profesor astrónomo”, al doctor Ber- nardino Speluzzi, ex profesor de álgebra complementaria y de geometría analítica en la Universidad de Pavía; de matemáticas aplicadas al ingeniero Emilio Rossetti, li- cenciado en la Facultad de Matemáticas de la Universidad de Turín, laureado de la Escuela de aplicación para los ingenieros de la misma ciudad; y para la historia natural a Pelegrino Strobel, caballero mauriciano ex profesor de

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zoología, geología y mineralogía de la Universidad de Parma.

Speluzzi y Rossetti ejercieron la cátedra hasta su ju- bilación en 1885, no así Strobel, quien regresó en 1866 a su patria y fue sustituido por Juan Ramorino. La labor de estos profesores que soportaron, en especial durante primeros años, la carga de la enseñanza de toda la casa, con la variedad y cantidad de sus cursos, fue más forma- tiva que creadora. Speluzzi redactó un texto de mecánica racional (el contrato exigía la publicación por cuenta del listado de las lecciones que dictara) y que según Gutié- rrez estaba inspirado “en su ciencia propia y en los méto- dos y principios de los más afamados maestros de Alemania e Inglaterra”, pero no llegó a publicarse. Por los cursos que dictó, fue sin duda un profesor de vasta ilustración. No obstante el escaso tiempo que Strobel estuvo en la Argentina, dejó algunos trabajos; realizó una excursión a las cordilleras mendocinas y puede decirse que fue uno de los primeros herborizadores del país. Su nombre está vinculado al progreso de las ciencias naturales en la Ar- gentina, pues antes de regresar a su patria instituyó un premio que lleva su nombre, a otorgarse a los estudiantes de ciencias naturales que más se distinguieran en ellos. (La idea de los premios científicos en la Argentina ya ha- bía sido sustentada por Rivadavia.) Los primeros natura- listas argentinos que se hicieron acreedores a ese premio fueron Holmberg y Hicken.

El Departamento, que inició sus tareas en 1866, debía expedir títulos de ingeniero, profesor de matemáticas y de ingeniero profesor, pero de hecho sólo expidió el de inge- niero. Y en 1869, después de los cuatro años de estudios, egresaron los primeros doce ingenieros argentinos (cari- ñosamente se les denominó luego los “doce apóstoles”)

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que tuvieron todos una destacada actuación profesional y científica. Varios de ellos perfeccionaron sus estudios en Europa, todos sobresalieron en el aspecto técnico, algunos también en la enseñanza. Recordemos a Valentín Balbín, que se perfeccionó en Europa, reemplazó a Speluzzi y fue luego designado doctor honoris causa. Dotado de vas- tos conocimientos y talento matemático, trató de intro- ducir en sus cursos, y mediante escritos y traducciones, conceptos modernos y novedades científicas. Se debe a Balbín uno de los primeros intentos de periodismo cientí- fico: en 1889 funda la Revista de matemáticas elementa- les, cuyo objeto, “sin propósito de lucro ni pueriles deseos de aparecer”, era: propender a la difusión de las matemá- ticas en el país, completar los conocimientos matemáticos que se adquieren en los colegios nacionales, y estimular a la juventud en la investigación de las verdades matemáti- cas; objeto que cumplió acabadamente en los tres años largos que tuvo de vida. Sólo un cuarto de siglo después reaparecerá otro intento semejante.

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Veamos ahora rápidamente las etapas sucesivas del Departamento de ciencias exactas de Buenos Aires. En 1874 la Universidad sufre una reforma esencial: se le reincorpora la Facultad de ciencias médicas, el Departa- mento de estudios preparatorios se convierte en Facultad de humanidades y filosofía, y el Departamento de ciencias exactas, con un exceso de optimismo nacido de su brillante evolución, se desdobla en dos Facultades científicas: de matemáticas, que presidirá Gutiérrez, y de ciencias físico- naturales, que presidirá Puíggari. La orientación científi- ca que los hombres del 60 quisieron imprimir a la Univer- sidad de Buenos Aires, adquiere en estos momentos su máxima expresión, hasta el punto de dar forma correcta, efímera quizá por prematura, a un instituto dedicado ex-

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clusivamente a estudios científicos, desinteresados y sin pretensiones profesionales, utilitarias; instituto del cual aún hoy se carece en la Argentina.

Pero la Facultad de matemáticas, que otorgará diplo- ma de doctor en ciencias físico–matemáticas, seguirá siendo una escuela de ingeniería; la Facultad de ciencias físico– naturales, que expedirá diplomas de doctor en ciencias físico–naturales, vegetará; ni de una ni de otra egresará doctor alguno.

Por ello, cuando en 1881 se produce la nacionaliza- ción de la Universidad, que da lugar a reformas internas, las dos facultades vuelven a reunirse en la Facultad de ciencias físico–matemáticas, de la cual entonces, allá por el 86, egresarán los primeros doctores; aunque luego la mayoría de los doctores en ciencias físico–matemáticas son ingenieros que, aprobando una media docena de materias especiales (que más adelante ni ya se dictan), reciben el título de doctor.

En 1891 la Facultad toma su nombre actual de Facul- tad de ciencias exactas, físicas y naturales, y en sus planes de 1896 aparece al lado de los doctorados en ciencias físico–matemáticas y en ciencias naturales, el doctorado en química, cuyos estudios, en virtud de sus posibilidades profesionales, han adquirido gran pujanza.

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La cultura argentina no debe al rector Gutiérrez sola- mente la creación del Departamento de ciencias exactas. En 1865 es designado para formar parte de la comisión (que integran entre otros Jacques y el director del Colegio del Uruguay Alberto Larroque) que debía presentar “el proyecto de un plan de instrucción general y universitaria”, que en realidad aún no se ha dictado, pues la Argentina carece todavía de ley de enseñanza secundaria.

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El informe presentado por la comisión, que Gutiérrez presidió, y sus anexos: proyecto de ley en el cual se fijan y reglamentan la enseñanza preparatoria de los colegios, la enseñanza de las escuelas profesionales y la enseñanza superior de las Facultades; programas y reglamentos de estudios, exámenes, bibliotecas y depósitos de los colegios nacionales; programas y reglamentos para las distintas Fa- cultades; constituyen documentos de verdadero valor, no sólo desde el punto de vista histórico, sino también por sus concepciones didácticas y científicas. En ese informe se daba cuenta del lamentado fallecimiento de Jacques y se adjuntaba la “luminosa memoria” que el distinguido educador había elevado oportunamente a la comisión.

En 1872, Gutiérrez, en un proyecto de ley remitido al gobierno, expuso sus ideas sobre organización universi- taria. Propugnaba la enseñanza universitaria gratuita, la implantación de la enseñanza libre que “hará imposible la estagnación de la ciencia” y proclamaba la autonomía universitaria. “La universidad se gobierna a sí misma y. no responde sino ante el país y la opinión pública de sus aciertos y sus errores”, y más adelante: “Bajo la dirección inmediata del Estado y del Gobierno se convierten las uni- versidades en máquinas que tienen la pretensión de pro- ducir inteligencias y aún caracteres que se amolden a propósitos siempre perniciosos en todo país libre y especial- mente en los republicanos.”

Fuera de otras iniciativas, Gutiérrez proyectó escue- las de agricultura, de comercio y de náutica, así como se esforzó en crear una Facultad de química y farmacia. En este último proyecto fue estimulado por la Asociación farmacéutica de Buenos Aires, creada en 1858, y qué desde entonces publica una Revista Farmacéutica, decano de la prensa científica argentina y en la que se publicaron

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y publican numerosos trabajos científicos, en especial de química, botánica y farmacia.

En 1877 la Universidad inicia sus publicaciones, edi- tando los Anales de la Universidad de Buenos Aires, que aparecieron hasta 1902 con una interrupción entre 1878 y 1888. Los Anales publicaron con preferencia documen- tos oficiales y sólo muy pocos trabajos firmados, entre los cuales, en los dos volúmenes de 1877, las Noticias históri- cas de Gutiérrez, ya citadas. En cambio la Revista de la Universidad de Buenos Aires, cuya publicación se inicia en 1904, contenía trabajos originales de filosofía, ciencias y letras, que reflejaban el movimiento cultural del país y del extranjero en conexión con los problemas de la Univer- sidad.

Recién 10 años más tarde (1914), aparece la Revista de la Universidad Nacional de Córdoba con trabajos de humanidades, derecho y ciencias sociales, ciencias bio- lógicas, ciencias físico–naturales y matemáticas. Tam- bién publica esta Universidad obras especiales relativas a esos mismos temas.

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La declaratoria de Buenos Aires ciudad capital y la federalización de su territorio, trajo consecuencias en la vida universitaria argentina. Fuera de las modificacio- nes internas que se produjeron en la Universidad de Bue- nos Aires con motivo de su nacionalización (1881), fue necesario, en primer lugar, fijar un régimen legal per- manente y común a las dos universidades nacionales existentes, promulgándose en 1885 la llamada “ley Ave- llaneda” (Nicolás Avellaneda, a la sazón rector de la Universidad y senador nacional, fue el autor del proyec- to), cuya brevedad y flexibilidad, así como por las normas generales que establece para la Universidad, confiriéndole una total autonomía didáctica y administrativa y una rela-

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tiva autonomía docente, han permitido y facilitado el natu- ral desenvolvimiento de las universidades argentinas some- tidas a su imperio o a disposiciones análogas. Pudo haber fijado la ley una relativa autonomía económica de cuya carencia siempre se resintieron las universidades argenti- nas, así como una mayor autonomía docente, pero su vi- gencia durante 60 años largos en los que hubo períodos de intensa agitación universitaria y épocas de crisis, es el mejor elogio de su articulado y la mejor prueba de la cer- tera visión de sus autores.

Una segunda consecuencia de la federalización de Buenos Aires fue el advenimiento de una Universidad en La Plata, flamante capital de la provincia de Buenos Ai- res. Al ceder Buenos Aires a la nación (muchos provin- cianos hablaban de despojo), la provincia había quedado culturalmente rezagada, pues con la ciudad se habían en- tregado también sus institutos de cultura, entre ellos la Universidad. De ahí que surgiera el propósito de crear un establecimiento universitario provincial en La Plata, pro- pósito que se concreta por ley provincial de 1889. Pero los tiempos no son propicios y la ley no se ejecuta sino en 1897, fecha en que se establece la Universidad, se le fija su destino americano estampando la Cruz del Sur en su sello mayor y se inicia precariamente la organización de sus facultades.

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La ley preveía cuatro Facultades, las tres “clásicas”: de- recho, medicina e ingeniería, y una cuarta, nueva, la de química y farmacia, que Gutiérrez no había logrado crear en Buenos Aires. La organización de 1897 dio vida a tres facultades, pues de la Facultad de medicina sólo funcio- naron más tarde los cursos de la Escuela de obstetricia, pero ellas desenvolviéronse tan lentamente debido a la falta de recursos y de elementos, que en 1903 se puso en

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peligro la vida toda de la Universidad, y en algunas parti- das oficiales del presupuesto hasta se llegó a hablar de la ‘‘extinguida Universidad provincial”.

La organización definitiva de la Universidad recién se logró con su nacionalización, cuando en 1905 constitu- ye la tercera universidad nacional por obra principal del ministro González, que fue también su primer presidente. A esa organización contribuyó la serie de cesiones que, des- de 1902, el gobierno provincial hizo a la nación de institu- tos especiales que dependían de la provincia y que no pertenecían a la Universidad pero que, como ésta, se des- envolvían precariamente.

Esas cesiones fueron:

a) El Observatorio astronómico, instituido en 1882.

b) El Museo de ciencias naturales, creado en 1884.

c) La Escuela práctica de agricultura y ganadería de Santa Catalina (en el partido de Lomas de Zamora, entre ambas capitales), que se había establecido en 1872 y reor- ganizada entre 1892 y 1897 con el propósito de proporcio- nar una enseñanza eminentemente práctica de las indus- trias rurales.

d) La Facultad de agronomía y veterinaria, creada por ley de 1889, pero independiente de la Universidad, sobre la base de un Instituto agronómico que había funcionado en Santa Catalina. (Esta Facultad fue la primera en su género en el país.)

e) La Biblioteca Pública que funcionaba en La Plata desde 1884 y que, fuera de su función específica, era el centro cultural de la ciudad.

Si a estos institutos se agrega la Universidad provin- cial, el uso de edificios y varios terrenos, uno de los cuales destinado a un Colegio nacional modelo, se tiene el plantel material que constituyó la armazón de la Universidad Na-

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cional de La Plata, creada por una Ley–Convenio de 1905 y organizada el año siguiente.

En cuanto al espíritu que debía animarla, está fijado en la nota que el ministro González envió al gobernador de la provincia al iniciar oficialmente las gestiones de la nacionalización. Entre otras cosas se refería a la futura institución como a “una nueva corriente universitaria, que, sin tocar el cauce de las antiguas y sin comprometer en lo más mínimo el porvenir de las dos Universidades históricas de la Nación, consultase, junto con el porvenir del país, las nuevas tendencias de la enseñanza superior, las nuevas necesidades de la cultura argentina y los ejemplos de los mejores institutos similares de Europa y América”. Esa “nueva corriente” se caracterizaría por una ampliación en la organización universitaria, que abarcara todos los grados de la enseñanza; por una íntima correlación y concurren- cia de todas las dependencias de la Universidad que res- pondiera al concepto de Universitas; y una orientación práctica y experimental concordante con las exigencias de la época.

Fue sin duda esta concepción la que indujo a que en la Universidad Nacional de La Plata los estudios (con excepción de los de derecho y agronomía), se organizaran inicialmente cobijándolos en los dos grandes institutos cien- tíficos preexistentes: el Observatorio y el Museo, aunque posteriores reformas modificaron esencialmente esta orga- nización.

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En esa Universidad aparecen por primera vez los di- plomas de doctor en astronomía, doctor en física y doctor en matemáticas, con lo que se inician los estudios astronó- micos y físicos en la Argentina, especialmente estos últi- mos. Para ello contó desde 1906 con un Instituto de físi- ca bien provisto (se habían invertido en esa época unos

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100,000 pesos) y montado científicamente, destinado a “fomentar el estudio de las ciencias físicas y crear un per- sonal competente para que pueda utilizar todas las mate- rias primas y todas las energías naturales del país” y que desde 1909 estuvo bajo la excelente dirección de un físico eminente: Emil Hermann Bose. Éste había estudiado en Gotinga, y realizado su tesis de doctorado con Nerst. Fue luego asistente de Nernst y de Voigt, redactor del Physikalische Zeitschrift y autor de numerosos trabajos de física. Cuando se le contrató para ejercer la dirección del Instituto de La Plata era profesor de fisicoquímica y de electroquímica y director de los laboratorios respectivos en la Escuela técnica superior de Danzig.

Su acción al frente del Instituto fue eficaz, aunque breve, pues falleció en 1911, sucediéndole otro físico ale- mán: Richard Gans, quien continuó la obra iniciada por Bose, impulsando la investigación científica a una altura que valió al Instituto un justo renombre internacional.

En 1914, y a iniciativa de Gans se inicia la publica- ción de un periódico científico, Contribución al estudio de las ciencias fisicomatemáticas, en dos series: Serie mate -maticofísica y Serie técnica, en la primera de las cuales aparecieron los trabajos realizados por Gans y sus colabo- radores. En ese mismo año fue contratado Walter Nernst para dictar un ciclo de conferencias en el Instituto, sobre los problemas modernos de la termodinámica.

Aunque en esta época sólo existen en el país tres uni- versidades nacionales, pueden, no obstante, encontrarse en él, los gérmenes de las tres restantes universidades na- cionales que se han de crear más adelante.

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Así, en Santa Fe existía desde 1889 una Universidad provincial, cuyo origen puede verse en la creación de au-

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las para enseñanza de facultades mayores en el Colegio de la Inmaculada Concepción, dispuesta por ley pro- vincial de 1868. Avellaneda, en 1875, reconoce validez nacional a los estudios de jurisprudencia realizados en las facultades mayores, pero a raíz de una clausura tempora- ria del Colegio en 1884, tales estudios languidecen y ter- minan en forma precaria. De ahí que la Universidad de 1889 pueda considerarse cronológicamente continuación de aquellas facultades mayores, tanto más cuanto, si bien la ley disponía que: “La Universidad tendrá por objeto el estudio del derecho y demás ciencias sociales, el de ciencias fisicomatemáticas, el de teología en la forma que establezca el Poder Ejecutivo de acuerdo con la autoridad eclesiás- tica y de las otras facultades que en adelante se determinen por esta ley”, en verdad sólo funcionó la Facultad de de- recho, hasta 1911, año en que se agregan las escuelas de farmacia y obstetricia, que más tarde se reúnen en una sola facultad. Son estas dos facultades las que existen cuando unos años después se crea la Universidad Nacional del Litoral.

Por su parte en Tucumán había nacido en 1875 una Facultad de jurisprudencia y ciencias políticas, que ha- bía muerto después de un par de lustros de precario fun- cionamiento. Y en 1912 la legislatura provincial sanciona una ley creando una universidad de acuerdo con las aspira- ciones regionales. Esa universidad no contó desde sus comienzos con institutos de estudios científicos superiores, aunque posteriormente, a raíz de su nacionalización, tales estudios se incorporaron a la universidad.

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Y finalmente, en la región minera de la zona cuyana, por iniciativa de Sarmiento, se habían creado en los cole- gios nacionales de Catamarca y de San Juan, en 1869, cá- tedras especiales de mineralogía, convertidas más tarde en

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departamentos de minería y que en 1876 se refundieron en una Escuela de Ingenieros de San Juan, que funcionó más o menos precariamente hasta su incorporación a la re- ciente Universidad de Cuyo.

11. MUSEOS Y NATURALISTAS

Las ciencias naturales y la astronomía son las primeras ciencias que se cultivan seriamente en la Argentina. No son las ciencias físicas, que vimos nacer recién en este siglo, y mucho menos las abstractas; son las ciencias del cielo y de la tierra: astros, fauna, flora, gea.

Las ciencias naturales encuentran su hábitat científico en los dos grandes museos argentinos que nacen, o rena- cen, y se desarrollan durante este período.

En realidad, el Museo de Buenos Aires, después de Caseros, estaba desmantelado. Sólo se conservaban, de sus colecciones, la numismática y la mineralógica, esta última de escaso interés, pues las piezas no eran indígenas. Cunde entonces entre los amantes de la cultura, la iniciativa de modificar este estado de cosas, y en 1854 se declara fun- dada la Asociación de Amigos de la Historia Natural del Plata, que en cierto modo se oficializa el año siguiente. Entre sus miembros fundadores figuraron Muñiz y el que fue su más activo promotor y secretario: Manuel Ricardo Trelles. Éste se encargó del Museo, y a él se deben los primeros catálogos de las colecciones, que desde entonces por adquisiciones y donaciones empezaron a crecer.

Ese mismo año aparecía en Buenos Aires El Plata científico y literario, periódico que se publicó hasta media- dos de 1855 y en el que se tratarían cuestiones de juris- prudencia, economía política, ciencias naturales y lite-

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ratura. A pesar de que entre sus colaboradores figuraban Bonpland y De Moussy, es muy reducido el número de tra- bajos dedicados a las ciencias naturales. Otro periódico de pretensiones científicas, pero de vida aún más efímera, na- ció y murió en 1857: fue el Labrador argentino, que se ocu- paba de agricultura, agronomía, jardinería y arboricultura. Mientras tanto, en la Confederación, diversas medidas de Urquiza propendían al desarrollo de las ciencias natu- rales. En 1854 funda en la capital de la Confederación (Paraná) un Museo Nacional a cuyo frente estuvo Alfredo M. Du Gratry, nativo de Bélgica, y coronel del ejército de la Confederación, que más tarde publicó en París una obra descriptiva, histórica y geográfica sobre la Confede- ración Argentina, en la que propugna la inmigración belga hacia este país; y el geólogo francés Auguste Bravard, quien había llegado a la Argentina después de mediados de siglo y había realizado observaciones y coleccionado fósiles en los terrenos terciarios marinos de las barrancas del Paraná. Emprendió luego viajes a las regiones mineras del país, encontrando la muerte en el terremoto de Mendoza de 1861. Sus valiosas colecciones paleontológicas fueron más tarde adquiridas, por disposición de Sarmiento, para el Mu- seo de Buenos Aires.

El Museo de Paraná, ahora provincial, renació en 1884, para vivir hasta 1899, llegando a adquirir importan- cia, en especial por sus colecciones paleontológicas, allá por el 1886, bajo la dirección de Pedro Scalabrini. (Ame- ghino dedicó a Scalabrini un género fósil.) Recién en este siglo ese Museo volverá a renacer.

Otra contribución importante de Urquiza al desarrollo de las ciencias naturales fue la publicación, que él contra- tó, de la obra de Martin De Moussy Description physique, geographique et statistique de la Confederation Argentine

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(1860) en tres volúmenes y un atlas, escrita sobre la base de observaciones realizadas en el terreno por este geólogo y geógrafo francés, quien estuvo en las regiones del Plata desde 1841 hasta 1858, pasando doce años en Montevideo, donde instaló un observatorio, y recorriendo desde 1855 los ríos Uruguay y Paraná, el Paraguay, Chaco y Misiones y las zonas de la cordillera.

También en Corrientes hubo durante la Confedera- ción algunos intentos semejantes. Aprovechando la per- manencia de Bonpland en la provincia el gobierno sugirió en 1852 la formación de un Gabinete de Historia Natural y de algún “Jardincito Botánico”, sugestión que se concre- tó más tarde, en 1854, cuando a raíz de las colecciones reu- nidas para la Exposición Universal de París del año siguien- te, se creó un Museo o Exposición provincial permanente, del cual fue designado director jefe Bonpland.

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El museo de Buenos Aires entra resueltamente en su tra- yectoria científica en 1862, cuando se hace cargo de su dirección Carlos Germán Conrado Burmeister, que no sólo organizó el Museo sino fue un promotor de la ciencia argentina durante los 30 años que actuó en el país. Bur- meister era un sabio mundialmente conocido por sus tra- bajos paleontológicos y zoológicos, en especial sobre en- tomología: su Handbuch der Entomologie en cinco tomos, escrito a los 25 años, ya se había traducido al inglés. Ha- bía pisado América en dos ocasiones: en 1850 estuvo en el Brasil con Lund, el descubridor de la fauna cuaternaria de Lagoa Santa, y del 1856 al 1860 recorrió los países del Plata: Uruguay, Argentina y Chile; frutos de cuyo viaje fueron varios libros, entre los cuales el Reise durch die La Plata–Staaten, en dos volúmenes, casi dedicado exclu- sivamente a la Argentina.

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La atracción que ejercían estas tierras vírgenes para su ciencia, unida a cierto desencanto producido por moti- vos políticos, le indujeron a renunciar en 1861 a su cáte- dra en Halle, y aceptar el ofrecimiento que le hacían Mitre y Sarmiento del cargo de director del Museo de Buenos Aires.

Y en poco tiempo Burmeister convirtió la reunión in- forme de las colecciones en un Museo de ciencias natura- les. Ya al año de estar al frente del mismo una comisión científica extranjera, de visita, anotaba que en el Museo ‘‘Hay asimismo tres especies de aves muy notables, pero los fósiles son de un valor inapreciable; sobre todo el Glip- todon y el Toxodon.” Gracias a los esfuerzos de Burmeis- ter fue, entre todas las colecciones, la paleontológica la que logró un mayor incremento, adquiriendo celebridad mun- dial, contribuyendo a ello los propios hallazgos, la colec- ción de Bravard, los fósiles de Muñiz (el célebre Smilodon fue adquirido por el industrial norteamericano William Wheelwright y donado al Museo).

Como la Asociación de Amigos de la Historia Natural del Plata languideciera, Burmeister propuso transformarla en una Sociedad paleontológica, que surgió en 1866. Su presidente fue Gutiérrez, su director científico Burmeister, uno de los secretarios Speluzzi, pero la vida de esta asocia- ción, quizá demasiado especializada para la época, fue muy breve.

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Si bien Burmeister fue zoólogo (pasó de sus estudios juveniles de los insectos al de los vertebrados) y paleon- tólogo, su obra científica fue muy variada, a veces de con- tornos enciclopédicos. Prueba de ello fue su obra de vastos alcances Description physique de la Republique Argenti- ne, en la que debía describirse toda la fauna, la flora, la geología y la paleontología del país, y que, diferentemente

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a lo que ocurre en obras de esta índole, no sólo Burmeister organizó y dirigió, sino que fue su único redactor y hasta ilustrador. Es posible que esta multiplicidad y compleji- dad de tareas explique que la obra haya quedado inconclu- sa; con todo aparecieron en alemán y en francés cinco to- mos, el primero de los cuales (1876) iba dedicado “A su protector y excelente amigo” Sarmiento.

Burmeister no fue un maestro en sentido estricto, mas su obra de investigador y organizador fue para la Argenti- na tan importante como la de un jefe de escuela que deja tras de sí un grupo de discípulos que continúan su obra. Ahí están los Anales del Museo, cuya publicación inició en 1864, de una magnífica presentación in folio, compa- rables a las mejores del mundo y cuyos primeros volú- menes fueron escritos casi exclusivamente por él, con sus descripciones de los mamíferos fósiles de la formación pam- peana admirablemente ilustradas por él mismo y con sus trabajos sobre insectos, peces, aves y mamíferos, mientras remitía memoria tras memoria a revistas alemanas, fran- cesas, inglesas.

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Al referirnos a los Anales es justo destacar la impor- tancia que en publicaciones de esta índole y en las cien- tíficas en general, adquiere la impresión y por tanto el valioso auxiliar que en la organización de la ciencia repre- sentan las imprentas científicas. En tal sentido debemos recordar la imprenta Coni, imprenta científica argentina que ya en esos tiempos heroicos cumplió cabalmente su papel. Pablo Emilio Coni, de origen francés y diplomado por la Cámara de impresores de París, se instaló, desde 1853 hasta 1859, en Corrientes al frente de la Imprenta del Estado y dando a luz publicaciones oficiales, el periódico del gobierno (en el que aparecieron cartas y colaboracio- nes de Bonpland), y ediciones sobre temas de historia, de

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difusión científica y cultural, obras didácticas, etc., entre las cuales la Biografía del célebre naturalista Amado Bon- pland, por Pedro de Ángelis.

En 1863, después de un par de viajes a Europa, se instaló en Buenos Aires, fundando la Imprenta Coni y con ella una dinastía de verdaderos artesanos de la cultura y de cuyas prensas salieron las más importantes publica- ciones científicas de la época, así como los periódicos de los museos, observatorios, academias y sociedades argentinos.

Hacia 1875 asoman los naturalistas argentinos: More- no, Holmberg, Ameghino...

Sus aficiones de naturalista y su vocación por las cien- cias naturales, llevaron a Francisco P. Moreno a reunir una colección científica (arqueológica, antropológica, pa- leontológica) de más de 15,000 ejemplares de piezas óseas y objetos industriales, reunidos por él en sus viajes por el interior del país: Catamarca, y en especial la Patagonia, que recorrió en varias ocasiones, y cuyo cabal conocimiento le valió ser designado perito en la cuestión de límites con Chile, en cuyo carácter estuvo en Londres para facilitar el laudo arbitral de la reina de Inglaterra.

Como el gobierno de la provincia manifestara el deseo de fundar un museo antropológico, Moreno ofreció gra- tuitamente sus colecciones con ese objeto, creándose en 1877 el Museo antropológico y arqueológico de Buenos Aires, cuyo director vitalicio fue designado Moreno.

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Al federalizarse Buenos Aires y trasladarse el gobierno de la provincia con todas sus dependencias e instituciones, en 1884, a la nueva capital: La Plata, fundada en 1882, se desistió de trasladar el Museo que dirigía Burmeister (así como la Biblioteca Pública), resolviéndose en cambio crear, ese mismo año, el Museo de La Plata sobre la base del

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Museo antropológico de Moreno, enriquecido con todas las colecciones que este naturalista había reunido entre 1878 y 1884, y con la propia biblioteca particular, de unos 2,000 volúmenes, que también donó.

Bajo la dirección de Moreno el Museo de La Plata co- bró intensa vitalidad científica, que le confirió sólidos pres- tigios. En 1889 se instala en su edificio propio, en 1890 inicia la publicación de sus Anales y de la Revista del Mu- seo, impresos en esta primera época en la imprenta propia, mientras incorpora una serie de naturalistas extranjeros que van organizando las secciones de geología y minera- logía, zoología, botánica, antropología, arqueología y et- nografía, iniciándose también la organización de una sec- ción de cartografía.

Entre los naturalistas y hombres de ciencia que cola- boraron en la obra de Moreno, figuraron: el geólogo Carl Burckhardt que, traído por Moreno a fines de siglo, regresó a Europa en 1900, habiéndose ocupado en la Argentina de la paleontología, estratigrafía y también de la tectóni- ca de la alta cordillera; el antropólogo, etnógrafo y lin- güista Roberto Lehmann–Nitsche que Moreno trajo en 1897 para organizar la sección de antropología y que du- rante más de 30 años realizó obra útil y fecunda en la Ar- gentina; el zoólogo, en especial ictiólogo, Fernando Lahille traído para organizar la sección de zoología en 1893 y que al retirarse del Museo seis años después (para continuar su labor científica en el país donde residió hasta su muerte) no sólo había dejado organizada esa sección, sino creado una estación marítima, proyectado una legislación pesquera e iniciado el estudio científico del mar; el botánico ruso Nicolás Alboff, quien llega en 1895 y que, a pesar de su breve actuación (fallece en 1897) recorre la provincia de Buenos Aires, Tierra del Fuego, Corrientes y Misiones; el

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químico Federico Scickendantz, que residía en el país y que Moreno designa químico del Museo en 1896; el lingüista Samuel A. Lafone Quevedo, que sucedió a Moreno en la dirección del Museo; el entomólogo Carlos Bruch, for- mado al lado de Moreno y cuya labor en el Museo se inicia a principios de siglo, con cuestiones referentes a la arqueo- logía y a la antropología, para dedicarse luego, a partir de 1914, exclusivamente a su especialidad; y el argentino Luis María Torres, antropólogo y arqueólogo que se incor- pora al Museo en las postrimerías de la dirección de Mo- reno y que en 1920 ocupa su lugar.

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Al incorporarse el Museo a la Universidad de La Plata y nacionalizarse, Moreno abandona la dirección, mientras, sus instalaciones se reducen: parte de su biblioteca se dis- tribuye entre otros institutos universitarios, la imprenta así como los terrenos adyacentes quedan de propiedad de la provincia, y su estructura interna y finalidades se modifi- can esencialmente. En efecto, la ley–convenio de 1905 es- tablecía que: “El Museo conservará los fines de su primiti- va creación pero convertirá sus secciones en enseñanzas universitarias de las respectivas materias y comprenderá además, la Escuela de química y farmacia, que hoy funcio- na en la Universidad de La Plata. Todos sus profesores constituirán, reunidos, el Consejo académico común a todo el instituto, que se dirigirá como una escuela superior de ciencias naturales, antropológicas y geográficas, con sus accesorios de bellas artes y artes gráficas.” Por su parte el pensamiento de Joaquín V. González, reorganizador de la Universidad, sostenía que: “No perderá el Museo su desti- no como centro de estudio y exploración del territorio y conservación de sus tesoros acumulados, sino que estas cua- lidades se harán mucho más notables poniéndose al servi- cio de la instrucción científica de la Nación entera... Las

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colecciones que hasta ahora realizaban esa vaga y remota forma de educación colectiva que consiste en la visita po- pular de los días feriados, se convertirán en enseñanza efec- tiva y en estudio directo, guiados por los profesores, que tendrán en sus discípulos estímulos y alicientes nuevos.”

Se propugnaba así para el Museo una triple función: científica, mediante viajes, exploraciones, excursiones e investigaciones docentes, destinada a la formación de na- turalistas, y de educación popular mediante la exhibición pública ordenada y dirigida. Pero los tiempos no eran pro- picios para el cumplimiento de esa triple misión, que en verdad sólo ha logrado realizarse cabalmente desde hace poco tiempo. Tanto más, cuanto a la función específica del Museo, se le agregaban tareas y funciones en cierto modo heterogéneas con aquella. En efecto, la organización inicial preveía, además de las secciones dedicadas a las in- vestigaciones científicas en las distintas ramas de las cien- cias naturales y otras afines o auxiliares, una escuela de ciencias naturales para la enseñanza de aquellas ramas, una escuela de ciencias químicas (constituida por la Fa- cultad de química y farmacia provincial), un Instituto de geografía física, y una Escuela de bellas artes y dibujo. (El accesorio de las “artes gráficas” había quedado impo- sibilitado al quedarse la provincia con la imprenta del Museo.)

Tal complejidad de tareas, así como la superposición de funciones científicas y docentes, no favoreció al Museo en sus primeros años de vida nacional, pues las exigencias didácticas y el creciente número de alumnos de sus escue- las absorbieron casi completamente la actividad de los pro- fesores, en detrimento de la labor científica, decayendo notablemente las exploraciones y las investigaciones en ge- neral.

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En 1882 Sarmiento escribe: “Un paisano de Merce- des, Florentino Ameghino, que nadie conoce, y es el único sabio argentino, según el sentido especial dado a la clasifi- cación, que reconoce la Europa.” Sin duda la frase ence- rraba una doble intención, pues si el nombre y la fama de Ameghino, que aún no contaba treinta años, había llega- do hasta a él, Sarmiento, no era seguramente por ser un desconocido. Se ha exagerado el desconocimiento de Ame- ghino en su propia tierra: profesor universitario y luego vicedirector del Museo de La Plata antes de los treinta y cinco años, y Director del de Buenos Aires a lo cincuenta, no era evidentemente desconocido para el público científico. En cuanto al público en general, ¿en qué país del mundo los habitantes conocen a sus hombres de ciencia? El re- verso de la medalla, reflejado en aquella anécdota, según la cual en cierta parte del mundo sólo se conocía a la Ar- gentina como tierra de Ameghino, de no ser falso, que es lo más probable, sólo revelaría la proverbial ignorancia e indiferencia de los no americanos de la época, por la geo- grafía y las cosas americanas. En efecto, la frase de Sar- miento iba dirigida a Burmeister quien, él sí, desconocía a Ameghino, pero científicamente.

Hubo discrepancias y polémicas en torno a la fecha y el lugar de nacimiento de Ameghino. Una fe de bau- tismo atestigua que en septiembre de 1853 nació en Mo- neglia, provincia de Génova, Juan Bautista Fiorino Josa Ameghino; mientras que en la Argentina, el interesado, Florentino Ameghino, declara haber nacido en Luján, pro- vincia de Buenos Aires, en septiembre de 1854. Puede no haber contradicción, ni tercio excluido: Ameghino, que se formó en la Argentina, se sentía argentino y quiso serlo, como de hecho lo fue; y olvidó o hundió en el Atlántico

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los escasos primeros meses de su vida transcurridos fuera de la Argentina.

Argentino fue el niño que ya recogía huesos en las ba- rrancas del Luján, mientras cursaba las primeras letras bajo el ala protectora de un buen maestro que lo trae a Buenos Aires para que ingrese en la escuela normal. Y argentino fue el adolescente que, mientras estudiaba su carrera, que por circunstancias ajenas hizo a medias, visitaría el Museo y conocería sus colecciones.

Aún adolescente va a Mercedes como maestro y luego director, y es durante los nueve años que residió en ese pueblo cuando, según sus propias palabras “emprendió el estudio de los terrenos de la pampa, haciendo numerosas colecciones de fósiles e investigaciones geológicas y pa- leontológicas, que demostraron la existencia del hombre fósil en la Argentina”.

En 1875, año en que hace conocer sus primeras espe- cies nuevas, expone su colección, ya numerosa, en la So- ciedad Científica; colección que tres años después llevará a Europa a la Exposición Internacional de París.

Su estada en Europa fue fructífera. Siguió cursos, visitó museos, se relacionó y conoció a sabios y publica La Antigüedad del hombre en el Plata, y en colaboración con Gervais, con quien ya había establecido vinculación desde Mercedes, Los Mamíferos fósiles de la América Me- ridional, en francés y en castellano.

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Vuelto a Buenos Aires, en 1880, se instala con una li- brería de nombre significativo y ya famoso: la librería del “Glyptodón”, y en 1884, año en que aparece Filogenia, la Universidad cordobesa le ofrece una cátedra de zoología, que acepta. Pasa un par de años en Córdoba, que aprove- cha para estudiar la geología y paleontología de la región y para publicar numerosas memorias en el Boletín de la

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Academia. Más tarde (1889) llenará él solo el Tomo VII de sus Actas, con su monumental Contribución al conoci- miento de los mamíferos fósiles de la República Argentina (dos volúmenes, texto y atlas), que será premiada en la Exposición universal de Buenos Aires.

En 1886 Moreno, organizando el Museo de La Plata, designa a Ameghino secretario–vicedirector del mismo y le encarga la sección de paleontología, que Ameghino enri- quece con sus propias colecciones. Pero los dos hombres no se entendieron. Sea que se provocaran excesos de amor propio juveniles, o que el Museo fuera aún demasiado pequeño para dar cabida a dos figuras de esa talla, el hecho es que el alejamiento de Ameghino de la institución fue violenta, con rasgos dramáticos. Sin embargo, con el tiem- po, el desenlace fue feliz. Cuando los intelectuales argen- tinos resolvieron rendir un homenaje de admiración hacia Moreno, fue Ameghino quien tomó la iniciativa y es su firma la primera que aparece en el documento recorda- torio. Y cuando Ameghino muere, es el diputado Moreno quien hace su elogio, y funda el proyecto de ley para ad- quirir las colecciones del sabio y enriquecer con ellas el Museo de Buenos Aires. Y el último vestigio de esa des- inteligencia desapareció, al distribuirse recientemente un trabajo de Ameghino sobre Toxodontes que había perma- necido, ya impreso, cerca de 50 años arrumbado en uno de los sótanos del Museo de La Plata.

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Después de su aventura en el Museo, Ameghino se queda en La Plata, donde vuelve a instalarse con una li- brería; ahora se llama “Rivadavia”, y sigue trabajando. En 1892 muere Burmeister y queda vacante el cargo de di- rector del Museo Nacional. Sarmiento, hablando de Ame- ghino, declara: “Es el hombre indicado para dirigir el Museo Nacional, cuyo puesto ocuparía si el último deseo

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de Burmeister no hubiera sido el de buscar un sucesor que no fuera él. ¡Intransigente y contumaz hasta en el lecho de muerte!” Y en efecto, el sucesor de Burmeister fue Carlos Berg, naturalista de origen ruso, que había llegado al país en 1873. Realizó varias expediciones científicas por Amé- rica y organizó el Museo de Historia Natural de Monte- video. En Buenos Aires se doctoró en ciencias naturales (1886), fue profesor de zoología en la Universidad y en sus investigaciones científicas se ocupó especialmente de insectos, peces, batracios y reptiles.

Pero lo que no ocurrió en 1892, lo fue en 1902, pues a la muerte de Berg, Ameghino, ya profesor de mineralo- gía y geología en La Plata, fue designado director del Mu- seo, a cuyo frente estuvo hasta su muerte en 1911, y en el cual declara “haber acumulado... en pocos años y con escasos recursos, quizás tanto material como en el resto del período en que fue creada la institución”.

En las investigaciones científicas de Ameghino, en es- pecial las referentes a la Patagonia, fue un eficacísimo co- laborador su hermano menor Carlos, quien durante 24 años recorrió la Patagonia, primero como comisionado del Museo de La Plata y después por cuenta propia, exploran- do infatigablemente esa amplia zona desde el Colorado hasta el estrecho, desde el océano hasta la cordillera, y en- viando datos y materiales a su hermano para su estudio e interpretación. Formó parte del personal del Museo de Buenos Aires, a cuyo frente estuvo interinamente desde 1917 hasta 1923.

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La obra científica de Ameghino, verdaderamente extra- ordinaria, dejó escritas unas veinte mil páginas, comprende dos aspectos. Por un lado está la labor descriptiva del geó- logo y sobre todo del paleontólogo, de valor perenne e in- destructible. Casi el ochenta por ciento de las especies

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de mamíferos fósiles descritas en la obra de 1889, son des- cubrimientos suyos. Con la labor de los dos Ameghino y la de Hermann von Ihering, fundador y director del Mu- seo paulista, con quien estuvo vinculado Ameghino y a quien éste confió el estudio de los invertebrados fósiles de sus ricas colecciones, la paleontología argentina realizó pro- gresos extraordinarios y fundamentales.

El otro aspecto de la obra de Ameghino lo ofrece la armazón teórica, la construcción doctrinaria, en la que es- tructura todas sus observaciones y todos sus descubrimien- tos y, finalmente, los fundamentos básicos de esa estruc- tura, fundamentos que hoy sin vacilar calificaríamos de metafísicos, sin atribuir al vocablo, claro es, ningún sentido peyorativo.

Tales fundamentos metafísicos, sintetizados en Mi cre- do, Los cuatro infinitos, pueden ser resultados de su for- mación de autodidacto o fruto de la época, pero las doctri- nas son de un innegable valor científico. Como es sabido, la tesis que Ameghino sustentó y por cuyo establecimiento luchó toda su vida, consiste en sostener para el hombre un origen americano, y que el territorio argentino, o alguno muy próximo a él, fue la cuna de la especie humana, arran- cando de él, a través de puentes hoy existentes, las migra- ciones humanas que poblaron los demás continentes. Al servicio de esta teoría antropológica Ameghino puso to- dos sus hallazgos paleontológicos y sus estudios e inter- pretaciones de carácter geológico y estratigráfico. El he- cho que investigaciones más numerosas y descubrimientos posteriores rejuvenecieran las capas consideradas por Ame- ghino como muy antiguas, y que entre la fauna surameri- cana y la de otros continentes no exista el grado de paren- tesco que Ameghino le asignaba, no resta a sus doctrinas el valor científico que ellas encarnan.

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Esas doctrinas implicaban la adhesión a la teoría de la evolución, aun no aceptada en aquella época por todos los naturalistas. Y Ameghino fue evolucionista, transformista, como se decía entonces, apasionadamente transformista. A ello se debe en gran parte las diferencias con Burmeister. Fuera de la diferencia de edad, la jerarquía, de formación, había entre ambos naturalistas una incompatibilidad cien- tífica. Burmeister era creacionista y alguna vez había es- crito: “No podemos echar abajo el principio de la varia- bilidad de las especies, sin que se venga también por los sue- los toda la zoología científica.” También al evolucionismo “revolucionario” de Ameghino se debe el ingrato episodio de la Sociedad Científica, cuando una comisión, en la que figuraban Moreno y Berg, aconsejan no publicar en los Anales unos trabajos científicos presentados por Ameghino.

Fue un sabio auténtico. Por el valor de sus investiga- ciones científicas, por su fe en una teoría, revolucionaria para su época, que previó duradera y fecunda, por la auda- cia y el vuelo de sus doctrinas y por su adhesión vital, en cuerpo y alma, a la ciencia. Fue el prototipo de sabio de- dicado exclusivamente a los estudios y preocupaciones científicas y víctima por eso de las aparentes contradiccio- nes que esa adhesión significa.

Es el hombre a quien los chiquillos apedrean, pero a quien Mitre comenta elogiosamente en sus escritos; a quien llaman “el loco de los huesos” pero a quien Zeballos ayuda a costear sus ediciones, es el hombre que para ganar tiempo en sus escritos crea un sistema propio de taquigrafía, pero que no vacila en perder unas cuantas semanas para apren- der alemán a fin de refutar las objeciones de un naturalis- ta en su propio idioma.

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Es esa adhesión vital a la ciencia, y no su obra y sus doctrinas que la mayoría no conoce, la que ha convertido

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a Ameghino en un símbolo en el que se encarnan las virtu- des de la ciencia. Y no es ésta sin duda una de las menores contribuciones de Ameghino a la ciencia.

Eduardo L. Holmberg es un naturalista de otro temple, diríamos más humano, si la comparación no diera lugar a equívocos.

Hijo y nieto de hombres dados a las plantas y a las flo- res (el abuelo llega en 1815 a ofrecer sus servicios al país junto con otros oficiales en la misma fragata que trae a San Martín), se dedicó desde joven a las ciencias natu- rales.

Realizó una serie de excursiones científicas por el inte- rior del país, iniciadas en 1872 con un viaje a la Patago- nia; y desde 1875, durante 40 años, ejerció la docencia secundaria y universitaria, debiéndosele a él, en gran parte, el impulso adquirido en el país por el estudio y cultivo de las ciencias naturales.

En sus publicaciones e investigaciones científicas, se ha ocupado de casi todas las ramas de las ciencias natura- les: mineralogía, botánica, zoología, destacándose sus tra- bajos sobre arácnidos e insectos.

Dotado de vasta cultura, literato y poeta, fue en el cam- po de las ciencias naturales un maestro en el sentido de en- carnar los valores encerrados en los conocimientos que impartía o comunicaba. De ahí que formara escuela sobre la base de la coparticipación y comunión de esos valores.

Holmberg promovió o colaboró en todo medio de trans- misión y perpetuación de los conocimientos adquiridos en las ciencias naturales. En colaboración con el entomólogo y ornitólogo Enrique Lynch Arribalzaga fundó la primer revista dedicada a las ciencias naturales El naturalista ar- gentino, que sólo vivió un año (1878). Más tarde cooperó

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en la fundación de la revista editada por Ameghino: Re- vista argentina de historia natural (1891), de la que sólo aparecieron seis números. Tampoco tuvo mayor duración otro periódico, Apuntes de historia natural, que Holmberg editó con otros naturalistas, hasta que en 1901 sus esfuerzos son coronados por el éxito al asociarse los naturalistas ar- gentinos en una agrupación, aún hoy existente y flore- ciente, comúnmente designada, así como su órgano de pu- blicidad que inició su aparición en 1912, Physis. Nacida para “estimular y facilitar la producción científica del país en el ramo de ciencias naturales y especialmente biológi- cas”, su órgano adoptó el nombre de Boletín de la sociedad Physis para el cultivo y difusión de las ciencias naturales en la Argentina, y que hoy ha cambiado para designarse simplemente Physis, como Revista de la Sociedad Argenti- na de Ciencias Naturales. Esta institución es la que por inspiración de Holmberg realizó en Tucumán en 1916 la primera reunión nacional de naturalistas.

La ciudad de Buenos Aires le debe su Jardín Zooló- gico, del cual fue fundador y primer director (1888). Du- rante su dirección inició la edición de la Revista del Jardín Zoológico, en la cual se publican artículos científicos.

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Fuera de los dos grandes museos de carácter general, se crea en esta época un museo especializado: el Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras de la Uni- versidad Nacional de Buenos Aires, fundado en 1906 por iniciativa de Norberto Piñero. Su organización se debió a la labor de su primer director Juan B. Ambrosetti, entre- rriano, quien trabajó bajo la dirección de Scalabrini en el Museo Provincial de Paraná, dedicándose luego a la etno- grafía, arqueología y folklore, especialidades sobre las cua- les publicó numerosos trabajos. En 1908, Ambrosetti, que

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desde hacía muchos años investigaba la arqueología del noroeste argentino, llegó a Tilcara (Quebrada de Huma- huaca, Provincia de Jujuy) en busca de una vieja po- blación indígena citada por los cronistas, y que él pudo identificar en el Pucará de Tilcara. Desde entonces las investigaciones en el Pucará y en toda la quebrada entrega- ron un rico material antropológico y arqueológico, revela- dor de toda una cultura.

12. LOS OBSERVATORIOS

El proyecto abrigado por Sarmiento de fundar en la Argentina un observatorio astronómico, y sin duda acaricia- do desde hacía tiempo, fue favorecido durante su estada en Estados Unidos como ministro argentino. Conoció allí al reputado astrónomo norteamericano Benjamín Apthorp Gould, quien había completado sus estudios astronómicos en Alemania, recibiéndose en Gotinga, donde trabajó con Gauss. Regresado a su patria se propone, como escribe a Humboldt en 1850: “Therefore it is that I dedicate my whole efforts, not to the attainment of my reputation for myself, but to serving, to the utmost of my ability, the science of my country.” No obstante, no fue su país, sino la Argentina, la que cosechó el fruto de esa dedicación. En 1865 Gould expresa a Sarmiento el deseo de reali- zar una expedición a la Argentina para explorar el cielo austral, inquiriendo si para ello podía contar con el apoyo oficial y, más adelante, abrigar la esperanza de que al ter- minar la expedición el gobierno adquiriese las instalaciones con el fin de dejar fundado un Instituto científico perma- nente. (Tal cosa había ocurrido en Chile unos años an- tes.) La propuesta encontró de inmediato una favorable

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acogida y sólo las condiciones políticas del momento, el país estaba en guerra con el Paraguay, impidieron que la empresa se llevara a cabo. Pero al asumir la presidencia, uno de los primeros actos de Sarmiento es proponer la crea- ción de un observatorio nacional que es aprobada por el Congreso, y en 1869 el ministro Avellaneda invita a Gould a organizar y dirigir una institución permanente prove- yéndola de los edificios e instrumental necesarios. Se había elegido como lugar del futuro observatorio, por razones as- tronómicas, la ciudad de Córdoba, y Sarmiento, en su dis- curso inaugural, hizo alusión a la proximidad “de una de nuestras más antiguas universidades, ya que, como lo ha asegurado el profesor Gould, y lo he visto yo en los Estados Unidos, no hay universidad ni aún colegio, que no ostente uno con telescopio o reflectores, como el de Chicago, re- putado entre los más completos del mundo”. No obstante esta alusión, el Observatorio no tuvo jamás vinculación directa con la Universidad cordobesa.

Gould llegó a la Argentina en 1870 (permaneció en ella hasta 1885) y el Observatorio Astronómico Argentino se inauguró oficialmente, con la presencia del presidente Sarmiento y del ministro Avellaneda, el año siguiente. Y en su discurso inaugural, Sarmiento aprovechó para expo- ner su pensamiento sobre el papel de las ciencias naturales en la vida de la nación y sobre su necesario estímulo ofi- cial. “Hay, sin embargo, un cargo al que debo responder, y que apenas satisfecho por una parte, reaparece por otra bajo nueva forma. Es anticipado o superfluo, se dice, un observatorio en pueblos nacientes y con un erario o exhaus- to o recargado. Y bien, yo digo que debemos renunciar al rango de nación, o al título de pueblo civilizado, si no to- mamos nuestra parte en el progreso y en el movimiento de las ciencias naturales. Nos hemos burlado del tirano

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Rosas cuando se hacía solicitar que dejase por años aban- donado todo interés administrativo, a fin de contraerse so- lamente a los asuntos de eminencia nacional. Los asuntos de eminencia nacional, según su teoría, era hacer cartuchos para exterminar a los salvajes unitarios, pues caminos, muelles, educación, industria, todo debía sacrificarse ante esa muestranza de proyectiles.

“Los que hallan inoportuno un observatorio astronómi- co, nos aconsejan lo que Rosas practicaba, lo que Felipe II legó a sus sucesores, y nos separa por fin de la especie humana, en todos los progresos realizados mediante el estudio de las ciencias naturales, desde el Renacimiento hasta nuestros días, en el resto de la Europa y en los Esta- dos Unidos, que con Franklin y Jefferson contribuyeron desde su origen a los progresos de la física y la geología y en sus aplicaciones a las necesidades de la vida, con Morse y Agassiz, se han adelantado a veces en la marcha ge- neral.

“Es una cruel ilusión del espíritu creernos y llamarnos pueblos nuevos. Es de viejos que pecamos. Los pueblos modernos son los que resumen en sí todos los progresos que en las ciencias y en las artes ha hecho la humanidad aplicándolas a la más general satisfacción de las necesida- des del mayor número.

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“Lo que necesitamos es, pues, regenerarnos, rejuve- cernos, adquiriendo mayor suma de conocimientos y ge- neralizándolos entre nuestros ciudadanos. Los españoles que venían a poblar la América se desprendían de la Eu- ropa cuando ella se renovaba, y llegados a este lado del Atlántico, subyugaban e incorporaban en la nueva socie- dad que principiaron a construir, al hombre primitivo, al hombre prehistórico, al indio que forma parte de nuestro ser actual. ¿Cuánto necesitamos nosotros los rezagados de

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cuatro siglos, para alcanzar en su marcha a los pueblos que nos preceden? El Observatorio astronómico argentino es ya un paso dado en este sentido.”

La labor del Observatorio en realidad se había iniciado el año anterior con la llegada de Gould, pues éste con sus ayudantes se dedicaron a la observación de todas las estre- llas visibles a simple vista, para determinar especialmente las magnitudes y fijar en mapas sus posiciones aproxima- das. Por eso Gould había afirmado en la ceremonia de la inauguración: “Cuando levantéis, señores, vuestros ojos esta noche, después de ponerse la luna, hacia el cielo estre- llado, y esforzando vuestra atención se os presenten las más pequeñas estrellas, una en pos de otra, no hallaréis ni una sola cuya posición y magnitud no esté ya registrada por alguno, si no por más de uno, de los astrónomos de vuestro Observatorio.”

A la certera visión de gobernante de Sarmiento, y a la contracción y laboriosidad de Gould debe agregarse un nuevo factor, ahora objetivo, que ha favorecido al des- arrollo del observatorio de Córdoba: su decisiva contribu- ción al conocimiento del ciclo austral. En efecto, la mayor parte de los observatorios activos del hemisferio norte están comprendidos entre latitudes (de 35° a 60°) en las cuales la mayor parte de las estrellas australes son invisibles. Como los observatorios meridionales no abundan, y en la época de Gould aún eran más escasos, se explica la deficiencia de los catálogos australes y la necesidad de subsanarla. Que Gould y el Observatorio de Córdoba subsanaron esa defi- ciencia, lo declara el astrónomo de Potsdam Gustav Müller quien en un artículo biográfico expresa: “De pronto, con los trabajos de Gould, el conocimiento del cielo austral, que hasta entonces había sido deficiente, fue extendido y completado de manera inesperada. La Uranometría argén-

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tina y los catálogos de estrellas del sur son los frutos más preciosos de la vida laboriosa de Gould, que inmortalizarán su nombre y le aseguran el agradecimiento de los astró- nomos de todos los tiempos y de todos los países... El nom- bre de Gould figurará por siempre en letras de oro en la historia de la astronomía; y la obra realizada por este hom- bre infatigable, de fuerza casi sobrehumana para el traba- jo, llenará de admiración a muchas generaciones venide- ras, incitándolas a la emulación.”

El mismo año de la fundación, el Observatorio inició sus publicaciones tituladas Resultados del Observatorio Nacional Argentino, y en 1879 su director daba a publi- cidad, en Buenos Aires, la “Uranometría argentina”, bri- llantez y posición de las estrellas fijas, hasta la séptima magnitud comprendidas dentro de cien grados del polo austral (vale decir pertenecientes al hemisferio austral y a una faja boreal de 10° sobre el Ecuador) que compren- día un catálogo, con atlas, de 7,756 estrellas, de las cuales 6,755 del hemisferio sur.

A estas publicaciones siguen luego los dos primeros grandes catálogos australes, el Catálogo de las zonas estela- res, de 1884 (Vol. VII y VIII de Resultados) con unas 73.000 estrellas, y el Catálogo general argentino de 1886 (Vol. XIV de Resultados) con unas 33,000 estrellas y al cual Gould puso prólogo estando ya en Norteamérica.

Gould fue uno de los primeros astrónomos que aplicó la fotografía a los estudios astronómicos. Inició sus estudios en este campo en 1866 y los continuó en Córdoba obser- vando los principales cúmulos australes. La publicación (póstuma) de estas observaciones, correspondiente al vo- lumen XIX de Resultados, apareció bajo el título Fotogra- fías cordobesas.

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A Gould sucedió al frente del Observatorio uno de

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sus ayudantes, Juan M. Thome, también norteamericano, quien continuó la labor de su predecesor. Su obra princi- pal fue la Córdoba Durchmusterung (Zonas de explora- ción), catálogo monumental de más de seiscientas mil estrellas, hasta la décima magnitud, del hemisferio sur a partir de los 22° de latitud, hacia el polo. Durante su di- rección el observatorio inició la colaboración en tareas de carácter internacional. La primera de ellas fue la tarea, asumida en 1890, de completar el catálogo de las llamadas “Zonas de la Astronomische Gesellschaft” desde la latitud de 22 grados sur hasta el polo, tarea que luego delegó parcialmente en el Observatorio de La Plata (desde los 47° hasta los 82°) y que ambos Observatorios han cumpli- do casi en su totalidad.

Otra tarea de carácter internacional asumida en 1900 por el Observatorio de Córdoba, y que primitivamente es- taba asignada al de La Plata, fue la de realizar los trabajos correspondientes a la zona comprendida entre los 24° y los 31° de latitud sur, para la confección del Catálogo as- trográfico que contendrá unos dos millones de estrellas, y la Carta fotográfica del cielo, en la cual ese número llegará a más de cincuenta millones, y cuya ejecución decidió el Congreso Internacional de París de 1887, distribuyén- dola entre 18 Observatorios de todas las partes del mundo.

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En 1882 el gobierno de la provincia de Buenos Aires adquirió un pequeño telescopio que se instaló en el pueblo de Bragado, con el objeto de observar el paso de Venus por el disco solar a realizarse a fines de ese año. Este hecho sugirió el plan de establecer un Observatorio astronómico provincial en la flamante capital de la provincia, adquirién- dose los instrumentos necesarios y poniendo a su frente en 1883, a Francisco Beuf, ex director del observatorio de la

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marina de Tolón y a la sazón director de la Escuela naval militar argentina.

Pero en verdad la actividad científica del Observatorio durante los años del siglo pasado fue casi nula. Mientras en Córdoba, aún sin instrumentos, ya se habían iniciado los trabajos, en La Plata los trabajos no comenzaban dis- poniéndose ya de aparatos. La crisis económica subsiguien- te, así como la enfermedad del director, que fallece en 1899, contribuyeron a mantener este estado de cosas. He aquí lo que informaba el director interino, algunos años después: “... pero no habíase concluido aún de instalar todo el nu- meroso instrumental de gran precisión... cuando sobrevi- no la crisis económica; disminuyóse entonces notablemente el personal; escasearon los recursos pecuniarios indispensa- bles para emprender trabajos de utilidad, y, como el de Lima, ha arrastrado siempre una existencia enfermiza hasta el presente, en que hállase poco menos que abandonado y sus instrumentos más valiosos siguen deteriorándose por la falta de uso y de personal apropiado para su cuidado y conservación”.

Su publicación Anuario (catorce volúmenes desde 1887 hasta 1900) fue también de escaso valor científico, pues en su mayor parte incluían datos de interés general: cuadros de pesas y medidas de todas las provincias y de paí- ses extranjeros, datos geográficos, físicos, químicos, geo- físicos, en especial meteorológicos, estadísticas varias, etc.

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Al incorporarse el Observatorio a la Universidad de La Plata la situación no mejoró mayormente. De acuerdo a la idea que presidió la organización inicial de la univer- sidad, el Observatorio y el Museo debían constituir los dos centros alrededor de los cuales se desarrollaría toda la acti- vidad científica de la Universidad. El artículo respectivo del Convenio estipulaba que “El Observatorio astronómico

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se organizará de manera que constituya una escuela supe- rior de ciencias astronómicas y conexas, comprendiendo la mineralogía, la sísmica y el magnetismo, y cuyos resul- tados prácticos serán publicados periódicamente.” Por su parte, el decreto de organización se refiere al “doble carác- ter de observación y de enseñanza” y habla de una “Facul- tad de ciencias matemáticas y físicas del Observatorio”. Para dirigir el nuevo Instituto se contrató al astrónomo italiano Francisco Porro, director del Observatorio de Tu- rín y profesor en Génova.

La complejidad de las tareas superpuestas y la variedad y heterogeneidad de los estudios a impartirse, amén de otras dificultades circunstanciales, hizo que el Instituto se des- arrollara con dificultad y, no obstante los numerosos cam- bios de organización y planes, sólo se logró un desarrollo normal cuando en 1920 el Observatorio se separó total- mente de la Facultad de ciencias fisicomatemáticas.

Bajo la dirección de Porro pasó a depender del Obser- vatorio de La Plata, en 1908, la estación astronómica de Oncativo (provincia de Córdoba) que en 1905 había fun- dado la Asociación Geodésica Internacional y que formaba parte de una red de ocho estaciones distribuidas conve- nientemente en todo el mundo para el mejor estudio del problema de la variación de latitud (desplazamientos de los polos). La estación suspendió los servicios en 1911 trasladándose los instrumentos a La Plata en 1913.

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Desde el retiro de Porro del Observatorio (1910) hasta la dirección de Hartmann (1921) la institución tuvo a su frente varios directores, interinos unos, titulares otros. En- tre éstos el norteamericano William J. Hussey, director del Observatorio de Michigan, quien dirigió el de La Plata desde 1911 hasta 1915. En este período el Observa- torio inició la colaboración en las tareas internacionales,

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así como la tercera serie de las Publicaciones del Obser- vatorio Astronómico de la Universidad Nacional de La Pla- ta (la segunda serie la componen algunos folletos de la época de Porro), en cuyo primer tomo aparecen parte de las importantes observaciones de Hussey sobre estrellas dobles.

Por sus afinidades con la astronomía, citaremos breve- mente ahora algunas otras actividades científicas cuyas ma- nifestaciones se iniciaron en estas décadas del 60 al 90. Comencemos con la geografía y geodesia.

En 1879 se funda un Instituto Geográfico Argentino, que vivió medio siglo, y que contribuyó en gran medida a exploraciones y viajes, patrocinándolos o estimulándolos. Desde sus comienzos publicó un Boletín del Instituto, en el cual colaboraron los naturalistas de la época.

Creó secciones en el interior y precisamente en una de ellas, en la de Paraná, pronunció Scalabrini a fines de 1883 la conferencia en la que propuso la creación de un museo en esa ciudad, que efectivamente se fundó luego sobre la base de la donación de la colección paleonto- lógica de Scalabrini y la zoológica de Ambrosetti.

En 1884 se fundó el Instituto Geográfico Militar, pero durante los primeros cuatro lustros la vida de la Institución fue precaria, pues como informaba uno de sus futuros directores: “... los exiguos recursos y elementos escasos con que fue dotada eran apenas suficientes para responder a las necesidades más apremiantes: levantamientos con propósitos militares, estudios en las fronteras, cuestiones de límites, cartas y planos para maniobras del ejército o estu- dios de aplicación de nuestra Escuela de guerra, y aún pro- yectos, inspección o dirección de construcciones militares, pues éstas figuraron también como funciones del Instituto

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hasta el 23 de diciembre de 1904, en que fue dada al Estado mayor del ejército su organización actual”. De acuerdo a esta organización, el Instituto comprendía una sección de estudios geodésicos (astronomía, triangulación, nivelación, etc.) y otras de estudios cartográficos y topo- gráficos, fuera de talleres gráficos propios.

En 1912 aparecen sus anuarios y organiza un vasto plan de operaciones geodésicas, topográficas y cartográ- ficas.

Los estudios meteorológicos argentinos se organizaron simultáneamente y bajo la misma dirección que los estudios astronómicos. En efecto, fue el mismo Gould quien pro- puso la creación de un servicio meteorológico argentino, propuesta favorablemente acogida por Sarmiento, quien ante “la importancia teórica y práctica, científica y econó- mica de estos estudios, que se relacionan, además, con in- tereses valiosos y visibles” envía un proyecto de ley, que se sanciona y promulga en 1872, según la cual se crea la Oficina meteorológica nacional. La Oficina funcionó como anexo del Observatorio de Córdoba y bajo la dirección de Gould, que ejerció esa función desinteresadamente, hasta 1884, fecha en que Gould renunció. La Oficina, en 1885, se separó del Observatorio y en 1901 fue trasladada a Bue- nos Aires.

En 1878 apareció el primer tomo de sus Anales, en el cual Gould reproduce y comenta una compilación que Manuel Ricardo Trelles había publicado en un registro oficial, casi inencontrable, en 1857, con varias series de ob- servaciones meteorológicas realizadas en el país durante el siglo XIX, entre las que figuraban las de Mossotti, cuyo valor especial Gould destaca.

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La estación meteorológica más austral de esa época, la

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de las islas Orcadas, fue establecida en 1903 por una expe- dición escocesa. La estación pasó a depender de la Argen- tina en 1904, aunque ya desde el año anterior naves ar- gentinas habían surcado esos mares en ocasión del viaje de la corbeta Uruguay, con el objeto de salvar la expedi- ción de Nordenskjöld, cuyo buque Antarctic había sido apresado por los témpanos.

13. LA ACADEMIA DE CIENCIAS DE CÓRDOBA

Para dar cumplimiento a la ley de 1869, por la cual se autorizaba al Poder Ejecutivo a contratar hasta 20 profeso- res de ciencias especiales, Sarmiento encomendó al director del Museo de Buenos Aires, Burmeister, las gestiones para incorporar al país el primer núcleo de esos profesores.

Con el propósito de fundar en la Universidad de Cór- doba una Facultad de ciencias, ese primer núcleo debía componerse de dos profesores de matemáticas y una de cada una de las especialidades: física, química, botánica, zoo- logía, mineralogía y geología. Entre 1870 y 1873 fueron llegando los profesores contratados (de matemática se con- trató a uno solo) y a mediados de este último año se fun- daba la Academia de Ciencias de Córdoba, bajo la direc- ción de Burmeister; institución científica y docente, pues sus miembros estaban obligados a dictar clase en la Uni- versidad.

El reglamento de la Academia, proyectado por Bur- meister y aprobado a principios de 1874, estatuía para la Academia los siguientes fines: Instruir a la juventud en las ciencias exactas y naturales, por medio de lecciones y expe- rimentos. – Formar profesores que puedan enseñar esas mis- mas ciencias en los colegios de la República. – Explorar y

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hacer conocer las riquezas naturales del país, fomentando sus gabinetes, laboratorios y museos de ciencia, y dando a luz obras científicas, por medio de publicaciones que se titularán “Actas y Boletín de la Academia Argentina de Ciencias exactas” y que contendrán las obras, memorias, informes, etc., que produzcan los profesores.

Este reglamento, que confería al director facultades excesivamente autoritarias, las dificultades de los profe- sores en adaptarse en un país nuevo a la doble función científica y docente, el hecho de que Burmeister residiera la mayor parte del tiempo en Buenos Aires, y la situación real- mente anómala de los profesores de la Academia dentro de la Universidad (su rector decía irónicamente que la Academia “era una ínsula flotante en medio de la Uni- versidad”), produjo la crisis de la institución. La mayor parte de sus miembros se retiraron, el director renunció, la Academia, en 1875, se incorporaba a la “Universidad como una Facultad, y los profesores de ella formando par- te del claustro universitario con todos los honores, derechos y deberes correspondientes”. Pero al aprobarse los regla- mentos definitivos, ajustados a la nueva situación, se resol- vió, por decreto de 1878, separar totalmente la Academia, como cuerpo científico de la Universidad, dejando en ésta su cuerpo docente bajo forma de una Facultad de ciencias físico–matemáticas.

De acuerdo al nuevo reglamento, la Academia Nacio- nal de Ciencias es una corporación científica sostenida por el gobierno de la Nación Argentina y cuyos objetos son los siguientes: Servir de consejo consultivo al gobierno en los asuntos referentes a las ciencias que cultiva el Insti- tuto. – Explorar y estudiar el país en todas las ramificacio- nes de la naturaleza. – Hacer conocer los resultados de sus exploraciones y estudios por medio de publicaciones.

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Como se ve, el centro de gravedad de los estudios cien- tíficos de la Academia se desplazaba de las ciencias exactas a las ciencias naturales, y en verdad fue en éstas donde se concentró la labor más importante de la Academia, pues ya sus profesores de matemáticas, física y química llegados con el núcleo fundador, estuvieron muy poco tiempo en la Argentina, no dejando huella evidente de su paso.

Las publicaciones de la Academia fueron iniciadas de inmediato por su primer director Burmeister. En 1874 apareció el primer tomo del Boletín de la Academia y en 1875 el de sus Actas. Estas publicaciones aparecieron re- gularmente hasta 1890, época en que se produce un perío- do de decadencia en su aparición, de tal modo que en tér- mino medio sólo aparece un Boletín cada tres años.

De las Actas aparecidas hasta 1889, el Tomo V, com- prendiendo tres entregas publicadas entre 1884 y 1886, incluye los Resultados científicos, especialmente zoológicos y botánicos, de los tres viajes llevados a cabo en 1881, 1882 y 1883 a la Sierra del Tandil por Holmberg, mientras el Tomo VI comprende la ya citada Contribución de Ame- ghino.

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Reseñemos ahora rápidamente la labor científica rea- lizada en el país por los primeros miembros de la Acade- mia, ya fundadores, ya sus sucesores inmediatos. El primer “académico” que llegó al país fue el botánico Paul G. Lo- rentz, de la Universidad de Munich y ya conocido por sus trabajos científicos. Llegó a la Argentina en 1870 y mien- tras esperaba la instalación de la Academia realizó durante los años 1871 y 1872 viajes de reconocimiento botánico por las provincias de Córdoba, Santiago del Estero, Tucu- mán y por el Chaco, dando cuenta más adelante de sus re- sultados en el Boletín, así como también en los Recuerdos de la expedición al Río Negro, 1879, como miembro de

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la Comisión científica adjunta a la expedición del general Roca a Río Negro. Pasó luego a dictar botánica en el Co- legio del Uruguay, donde falleció.

Las plantas recogidas por Lorentz en el centro de la Argentina constituyen la base de los conocimientos siste- máticos de la flora argentina.

La cátedra universitaria de botánica que Lorentz debió dictar en Córdoba, la desempeñó su ayudante Jorge Hiero- nymus, quien realizó en la Argentina una fecunda labor botánica, en especial fitogeográfica, desde 1874 hasta 1883. Sus trabajos ocupan dos tomos de Actas y gran parte de los trabajos botánicos de los primeros cuatro volúmenes del Boletín.

El zoólogo holandés H. Weyenbergh fue otro de los miembros fundadores de la Academia. Estuvo pocos años en la Argentina publicando varios trabajos en las publica- ciones de la Academia. En 1878 fundó El Periódico Zoo- lógico Argentino. También se ocupó de zoología (molus- cos) Adolfo Doering, naturalista que se dedicó a diversas ramas: Bioquímica, geología, mineralogía, participando además de la expedición al Río Negro.

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Sin duda, han sido las ciencias geológicas las que recibieron el mayor impulso de los hombres de la Acade- mia de Córdoba. Entre sus miembros fundadores, uno de los primeros en llegar fue el profesor de mineralogía y geología Alfredo Stelzner, de la Academia de minas de Freiberg. No obstante su breve estada en la Argentina (1871-1874), realizó dos largos viajes por el noroeste y oeste del territorio argentino que le permitieron reconocer las grandes unidades geológicas de los terrenos observados. Sus Comunicaciones sobre la geología y la minería de la República Argentina abren el primer tomo de las Actas de la Academia. Vuelto a su patria, se propuso la publi-

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cación de una obra lo más completa posible sobre la base de las observaciones realizadas y de los materiales reco- gidos en la Argentina. Esta obra, Beiträge zur Geologie und Paleontologie der Argentinischen Republik, que apa- reció entre 1876 y 1885, comprendió dos partes: una primera parte redactada por Stelzner, quien se había re- servado el estudio de la geología, mineralogía, minería y petrografía, y una segunda parte a cargo de varios colabo- radores a quienes Stelzner había confiado el material pa- leontológico.

Stelzner, que era ante todo mineralogista, dejó instala- do el museo mineralógico de la Universidad y con su trabajo Mineralogische Beobachtungen im Gebiete der Argentinischen Republik, aparecido en 1873, en los Mit- teilungen de Tschermak puede decirse que se inaugura la contribución científica en la materia.

El sucesor de Stelzner fue Luis Brackebusch, quien estuvo en la Argentina más de diez años desde 1874. Re- corrió, realizando estudios geológicos y mineralógicos, las provincias de Córdoba, Catamarca, Salta y Jujuy. Es el autor de los primeros trabajos sobre geología argentina aparecidos en las publicaciones de la Academia, dando en 1879 el primer catálogo científico ordenado y descriptivo de los minerales argentinos.

Regresado a su patria, en 1891 publicó el mapa geoló- gico de la Argentina al millonésimo, valioso complemento de la obra de Stelzner.

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Una obra de mayor importancia para el país fue la desarrollada por Guillermo Bodenbender, quizá el geólogo que más ha recorrido el territorio argentino. Llegado a la Argentina en 1885, permaneció en ella más de treinta años, y, fuera de su actividad docente en la Universidad de Córdoba, realizó numerosas investigaciones geológicas y

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mineralógicas con preferencia en la cordillera y en las pro- vincias centrales. Puede decirse que exploró las cordilleras desde el límite boliviano hasta la Patagonia, pero más espe- cialmente las sierras de Córdoba y de La Rioja.

Citemos por último a Oscar Doering, profesor de ma- temáticas desde 1875 en la Universidad de Córdoba y lue- go de física, y a quien se deben numerosas observaciones meteorológicas, hipsométricas y magnéticas. Fue O. Doer- ing quien realizó en la Argentina el mayor número de observaciones magnéticas, proponiendo en 1882 la crea- ción de un Observatorio Magnético Nacional de acuerdo con las sugestiones del Congreso Internacional de Meteo- rología de Roma de 1879.

14. LA SOCIEDAD CIENTÍFICA ARGENTINA

La Sociedad Científica Argentina nace en el ambiente del Departamento de ciencias exactas de Buenos Aires, en el período central de la presidencia de Sarmiento y pocos años después de haber egresado los primeros ingenieros argentinos.

Fruto de las inquietudes de ese ambiente, a mediados de 1872 circula entre los diplomados y estudiantes de la casa una invitación en la que se informaba: “Habiéndose reunido los estudiantes de ciencias exactas con el objeto de fundar una Asociación Científica, comisionaron a los infrascritos para redactar las bases de la Asociación e invi- tar a una reunión a fin de discutirlas.

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“Los fines de la Asociación se reducen a llenar la falta de una corporación científica que fomente especialmente el estudio de las ciencias matemáticas, físicas y naturales con sus aplicaciones a las artes, a la industria y a las necesidades de la vida social.

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“Para la realización de estos fines se cuenta con el con- curso de los señores ingenieros nacionales y extranjeros, estudiantes del ramo, en la esfera de sus conocimientos, y demás personas científicas.”

Firmaban la invitación el profesor Rosetti, presidente provisorio y un grupo de delegados estudiantiles, entre los que figuraba Estanislao S. Zeballos, futuro gran juriscon- sulto argentino y que fue no sólo uno de los promotores de la creación de la institución, sino uno de sus miembros iniciales más activos y autor de gran parte de las iniciativas de la Sociedad en sus primeros años de vida.

Fue Zeballos quien proyectó los estatutos de la flamante institución que se llamaría “Academia científica de Bue- nos Aires”, nombre que en las discusiones del proyecto fue transformándose en “Academia científica Argentina”, “Estímulo científico”, para adoptarse el nombre actual. resolviéndose en definitiva, a fines de julio de 1872, la creación de la Sociedad con las bases siguientes: 1° Fo- mentar especialmente el estudio de las ciencias matemáti- cas, físicas y naturales, con sus aplicaciones a las artes, la industria y a las necesidades de la vida social. – 2° Estu- diar las publicaciones, inventos o mejoras científicas, espe- cialmente los que tengan una aplicación práctica a la República Argentina. – 3° Reunir para este objeto a los ingenieros argentinos y extranjeros, a los estudiantes de ciencias exactas y a las demás personas cuya ilustración científica responda a los fines de esta cooperación.”

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Estas bases traducen una evidente tendencia unilateral hacia las ciencias exactas, la ingeniería y la técnica, fruto de las exigencias de la época y del origen de la Sociedad; y si bien más tarde fueron modificadas en el sentido de dar una mayor amplitud a los fines de la institución, ésta conservó siempre la tendencia originaria.

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Su primer presidente fue el ingeniero Luis A. Huergo, uno de los “doce apóstoles” y figura descollante de la inge- niería argentina.

Desde sus comienzos la Sociedad constituyó la única tribuna científica con que contaba el país y el único centro de consulta de los gobiernos de la Nación y de la Provin- cia. Sus primeras actividades fueron variadas y fecundas, fuera de conferencias, dictámenes, discusiones, etc., sobre temas científicos y de actualidad. En 1875 crea un Museo de la Sociedad cuyo primer director fue Francisco P. More- no. Ese mismo año organiza un concurso de memorias y trabajos para promover el adelanto de las ciencias y su aplicación a la industria nacional, en especial mediante la utilización de las materias primas del país. Acompa- ñando a ese concurso se organizó asimismo una exposición industrial que fue una de las primeras muestras de este genero realizadas en el país. (Citemos de paso que a raíz de esta exposición un grupo de industriales cons- tituyó el Club Industrial Argentino que en 1887 se fusionó con el Centro Industrial Argentino, fundado en 1878, para dar nacimiento a la actual Unión Industrial Argentina.).

También durante ese año 1875 la Sociedad, con el apoyo del gobierno de la provincia, auspició una expedi- ción a la Patagonia, realizada por Francisco P. Moreno, atravesándola de océano a océano, desde Carmen de Pa- tagones hasta Valdivia, costeando el río Negro y el Limay y examinando el lago Nahuel Huapí. Y esta iniciativa dejó también sus frutos, pues despertó gran interés por los estudios geográficos que se tradujo algunos años después de la fundación del Instituto Geográfico Argentino. Ze- ballos, su fundador, decía en efecto: “Era de tal modo vigoroso el impulso dado a los estudios geográficos desde

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1874, que se sintió la necesidad de cultivar con prefe- rencia una especialidad de la ciencia a la cual se ligaban estrechamente los progresos materiales de la civilización; y de ahí surgió el Instituto Geográfico, fruto espontáneo, gajo robusto de la semilla depositada en 1872 con timidez y desconfianza por la Sociedad Científica Argentina.”

El año siguiente (1876) se realiza otra exposición y un nuevo concurso (en éste se presentó Ameghino, quien obtuvo... el último premio: una modesta mención hono- rífica). En 1877 la Sociedad patrocina una nueva expedi- ción a la Patagonia, para explorar el territorio comprendido entre los paralelos de 43° y 49° de latitud sur.

Otra iniciativa de consecuencias importantes y duraderas fue la organización del Congreso Científico Latino– Americano y que se realizó en Buenos Aires en 1898 conmemorando las bodas de plata de la Sociedad. Este Congreso contó con más de 500 adherentes y en él se trataron 121 comunicaciones correspondientes a las sec- ciones: Ciencias exactas e ingeniería; Ciencias físico–quí- micas y naturales; Ciencias médicas; Antropología y socio- logía. Su importancia radica en el hecho de que al terminar sus sesiones el Congreso resolvió constituirse en entidad permanente y organizar periódicamente, en dis- tintas repúblicas americanas, las reuniones sucesivas. Así se realiza el II Congreso Científico Latino–Americano en Montevideo (1901), el III en Río de Janeiro (1905) y el IV en Santiago de Chile (1908). Este Congreso de Chile resuelve convertirse en el I Panamericano, reali- zándose el II Panamericano (V de los americanos), en Washington en 1915. Recordaremos que luego se volvió a la numeración original y que entonces el certamen siguien- te (Lima, 1821) se designó VI Congreso Científico Ame- ricano.

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Los resultados del Congreso de 1898, que inaugura esta serie que aún continúa, fueron publicados en cinco volúmenes.

En 1910, en ocasión de celebrarse el centenario de la revolución de Mayo, la Sociedad Científica Argentina or- ganizó un “Congreso científico internacional americano”, probablemente uno de los más importantes de la América Latina. Contó con más de 1.500 adherentes, más de 500 trabajos presentados y de 200 asociaciones representadas. Entre los concurrentes extranjeros figuró el eminente ma- temático italiano Vito Volterra, quien pronunció dos con- ferencias, una en el Congreso y otra fuera de él.

El congreso comprendió una sección de ingeniería y 10 secciones de ciencias distribuidas en Físicas y matemáticas; Químicas; Geológicas, geográficas e históricas; Antropoló- gicas; Biológicas; Jurídicas y sociales; Militares; Navales; Psicológicas; Agrarias. Desgraciadamente la publicación de los trabajos, que comprenderían unos veinte volúmenes, no pudo completarse, y sólo se pudieron publicar los dos primeros volúmenes y algunos trabajos sueltos. Las confe- rencias de Volterra aparecieron en los Anales, una de ellas más de diez años después.

Entre otras iniciativas de la Sociedad puede mencio- narse la organización de los estudios y de una expedición a los esteros del Ibera (provincia de Corrientes) en 1911, la insistencia de la Sociedad ante los poderes públicos a fin de que la Argentina adoptara el régimen internacional de los husos horarios (la ley se promulgó en 1920), etc.

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Desde sus comienzos la Sociedad se dio su órgano de publicidad. En 1874 un grupo de personas, entre las cuales figuraba Zeballos, fundaba una publicación cientí- fica con el nombre de Anales Científicos Argentinos. Esta publicación, de la cual aparecieron 5 números, pasó luego

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a convertirse en órgano oficial de la Sociedad Científica Argentina con el nombre de Anales de la Sociedad Cientí- fica Argentina y que desde entonces hasta la fecha han aparecido mensualmente.

Agreguemos, para terminar, que la Biblioteca de la So- ciedad, nacida también hacia 1874, contaba en 1916 con más de veinte mil volúmenes.

15. LA “SEGUNDA ARGENTINA”

En los parágrafos anteriores hemos reseñado las activi- dades científicas argentinas durante la segunda mitad del siglo pasado y los primeros decenios de éste que se polari- zaron alrededor de los grandes centros científicos: univer- sidades, museos, observatorios, Academia de Córdoba y Sociedad Científica que nacieron o renacieron durante las primeras décadas de ese período.

Quedan aún por citar algunas pocas manifestaciones científicas que se desarrollaron fuera de la órbita de esas, instituciones, o por lo menos no directamente vinculadas con aquellas.

Respecto de las matemáticas y la física sólo queda por agregar que en los primeros años de este siglo, actuó en Buenos Aires un profesor francés, Camilo Meyer, doctor en leyes y licenciado en matemáticas, que había llegado al país en 1895, Publicó numerosos artículos y trabajos en revistas científicas y técnicas, y durante cinco años (1909-1914) dictó en la Facultad un curso libre de física- matemática ante un escaso público, revelador de la indife- rencia del ambiente, y en la Sociedad Científica un ciclo de conferencias sobre filosofía matemática (el conocido libro de Brunschvicg).

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En cuanto a las ciencias naturales recordemos ante

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todo al escritor y naturalista de habla inglesa Guillermo Enrique Hudson, nacido en la Argentina, de donde partió, en 1874, a los 33 años de edad, para no regresar más a ella, muriendo octogenario en Inglaterra.

Escribió en inglés los 24 volúmenes que comprenden las obras de las que es autor, pero su vida y sus observa- ciones en el campo argentino se reflejan vivamente en su labor literaria (The Ombú, 1902; Far away and long ago, 1917) y científica (The Naturalist in the Plata, 1892; Idle Days in Patagonia, 1893; Birds of the Plata, 1920, obra esta última en dos volúmenes, reedición de una parte de una ornitología argentina escrita en colaboración en 1888).

En cuanto a las iniciativas oficiales vinculadas con actividades científicas, mencionamos la creación del Depar- tamento de Agricultura, ordenada por Sarmiento en 1871, desde el cual se comenzó a fomentar las colecciones de semillas, frutos, maderas y plantas. Algo después (1873) aparecen los Anales de Agricultura y más tarde también un Boletín del departamento de Agricultura (1877).

Por otra parte, el interés oficial por los estudios vincu- lados a las riquezas mineras del país, cuyo antecedente precursor puede verse en la designación que en 1857 Urquiza hace de Bravard como Inspector general de minas, se inicia en verdad en 1885 con la creación de la Sección Minas, dependiente del Departamento de Obras públicas, que al crearse en 1898 el ministerio de Agricultura, pasa a depender de este ministerio, reorganizándose en 1904 con el nombre de Dirección general de Minas, Geología e Hidrología.

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Esta repartición nacional, a la cual se debe gran parte los progresos realizados en la geología argentina, ini- ció de inmediato sus tareas con personal en su mayoría contratado, y sus frutos no se hicieron esperar, pues a fines

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de 1907 una perforación que en busca de agua subterránea se hacía en Comodoro Rivadavia (gobernación del Chu- but) dio lugar al descubrimiento de uno de los más ricos yacimientos petrolíferos fiscales argentinos.

La fundación de un jardín botánico en Buenos Aires fue otra iniciativa de Sarmiento, que desgraciadamente no prosperó de inmediato; y hay que esperar casi medio siglo para que en 1898 se funde el actual jardín botánico, de un riquísimo material florístico, y que desde entonces ha prestado excelentes servicios a la enseñanza de la bo- tánica en todas sus fases.

A la iniciativa oficial o privada, nacional o extranjera, se debe también la organización de numerosos viajes y expediciones realizados en esta época, para el reconoci- miento y la exploración de todas las regiones argentinas, especialmente las australes.

Por su importancia deben destacarse las tres expedicio- nes enviadas a la Patagonia, entre 1896 y 1899, por la Universidad de Princeton, con el objeto de realizar estudios y recoger material en estas regiones, cuyo extraordinario interés científico habían puesto de manifiesto los descubri- mientos de los hermanos Ameghino. Las observaciones realizadas y el estudio del material recogido aparecieron luego en Reports of the Princeton University Expedition to Patagonia, 1896-1899, hermosa publicación en una docena de volúmenes costeada por el Pierpont Morgan Publication Fund.

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Entre las instituciones y periódicos de interés científico podemos todavía mencionar una Sociedad argentina de horticultura, que en 1879 presidía el futuro director del Museo Carlos Berg, y que ese mismo año se fundaba una Revista de ciencias, artes y letras, que se proponía ser un boletín de las universidades, facultades, colegios y escuelas

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de la República Argentina, y que en su efímera vida pu- blicó varios trabajos científicos. En su número inicial, Sar- miento aboga por el cultivo de los estudios etnográficos: “Los orígenes americanos, por sus manifestaciones prehis- tóricas los unos, por sus peculiaridades lingüísticas los otros, y en estos dos ramos subsidiarios y como continua- ción de la geología y paleontología, pueden los estudios criollos contribuir al adelanto general de las ideas en el mundo científico.”

Recordemos por último que en 1873 se había iniciado la publicación de una revista alemana: La Plata Monats- schrift, en la que aparecieron artículos científicos.

En esta reseña de la ciencia argentina nos ocupamos exclusivamente de la ciencia pura, dejando de lado las aplicaciones de la ciencia y la técnica; sin embargo nos interesa destacar que en el último lustro del siglo pasado, aparecen tres revistas técnicas importantes, dos de las cua- les aún viven. En 1895 apareció la Revista técnica, que se ocuparía de ingeniería, arquitectura, minería e industria, como indica su portada, y que en verdad fue una tribuna que en sus 22 años largos de vida se ocupó de todos los grandes problemas nacionales y de las obras públicas del país, así como de las extranjeras y de cuestiones técnicas de actualidad y en alguna ocasión también de cuestiones científicas.

Ese mismo año se fundaba el Centro Nacional (hoy Argentino) de Ingenieros, que llegó a ser una de las pode- rosas organizaciones profesionales de la Argentina y dos años después, en 1897, inició la publicación de su órgano oficial, La Ingeniería, que está ya cumpliendo el medio siglo de vida.

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Y finalmente en 1900 una asociación de estudiantes

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de ingeniería que se llamaba “La línea recta”, y fundada unos seis años antes, publica una Revista Politécnica, que luego, al crearse el Centro de Estudiantes de la Facultad, se convirtió en órgano del mismo con el nombre de Revista del Centro de Estudiantes de Ingeniería, que más tarde concretó en el de Ciencia y Técnica. Esta revista es de carácter más científico que las anteriores, pues además de publicar las lecciones de muchos cursos que se dictan en la Facultad, tanto científicos como técnicos, publica numerosos trabajos de ciencias exactas.

En 1890, cuando la Argentina es sacudida por una crisis política (revolución del 90) y económica (desastres financieros), podemos considerar cerrado el ciclo activo del período científico iniciado después de Caseros y cuyo apogeo se alcanza durante las presidencias de Mitre, Sar- miento y Avellaneda.

Un análisis aun somero de la labor realizada durante esos pocos lustros nos llevaría a las siguientes conclu- siones:

1) El esfuerzo de organizar racionalmente la ciencia tiene éxito. Pues como consecuencia de ese esfuerzo se logran fundar o consolidar los focos de elaboración del saber, las instituciones que den vida permanente a la labor científica, los centros que la estimulen y apoyen, y los ór- ganos de trasmisión y propagación del saber elaborado, bajo forma de las universidades, los museos, los observa- torios, las academias, las sociedades, los congresos y las publicaciones que aun hoy subsisten.

2) Pero si dentro de la organización racional de la ciencia, entendemos incluida la formación de los científi- cos, cabe decir que en este período sólo quedaron organiza- das en la Argentina las ciencias naturales en sentido estric-

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to, pues ni la matemática, ni la astronomía, ni la física, ni la química, ni la biología encontraron ambiente propicio para ello. Se cultivaron los estudios matemáticos, pero con ellos se formaron ingenieros (ya vimos cómo los primeros doctores en ciencias fisicomatemáticas eran ingenieros con algunas materias científicas complementarias); se realiza- ron muchas y excelentes observaciones astronómicas, pero no se formaron astrónomos; los primeros doctores en física argentinos son en realidad de este siglo; en lo que respecta a los doctores en química, también de este siglo, su forma- ción es más profesional que científica; y en cuanto a los estudios especializados en biología aún no están organiza- dos en la Argentina.

No puede en cambio decirse lo mismo de las ciencias naturales en sentido estricto: zoología, botánica, mineralo- gía, geología, paleontología, etnografía, que no sólo se cul- tivan con éxito, sino que producen frutos como Moreno, Ameghino, Holmberg.

3) En gran parte este éxito en el campo de las ciencias naturales se ha debido al “injerto cultural”, vale decir a la introducción en el país de sabios extranjeros que cultivaron y enseñaron esas ciencias. Por ese acto de desapego a la propia tierra, por ese acto extrovertido, se incorpo- raron al país numerosos especialistas, profesores y científi- cos, llamados a fertilizar el virgen suelo nacional. No todos esos especialistas se aclimataron, ni todos los que se aclima- taron produjeron igual beneficio, pero en definitiva el resultado fue bueno.

Después del 90 se produce en el proceso científico un estancamiento, vale decir una decadencia. Ya vimos cómo las publicaciones de la Academia de Córdoba, que cons- tituyen su principal aporte científico, mermaron durante

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el período 1890–1914; y cómo la Universidad de La Plata y algunas instituciones provinciales vivieron una vida pre- caria hasta su nacionalización. Mientras tanto, en Buenos Aires, Ameghino, desalentado, pensaba abandonar la di- rección del Museo ante el continuo fracaso de sus gestio- nes tendientes a mejorar las instalaciones de un Museo cada vez más abarrotado, y por tanto cada vez más inservi- ble. Y si el Observatorio de Córdoba no se resintió mayor- mente en esta época crítica, fue debido a los compromisos internacionales que había contraído.

Si algún símbolo de este estado de cosas quisiéramos elegir, tomaríamos el Congreso Internacional de 1910 or- ganizado por la Sociedad Científica Argentina que no logra publicar sus trabajos o las desiertas clases de física matemática de Camilo Meyer, que sin ser un investigador original, era con todo un profesor que estaba al día en los conocimientos que impartía.

En contraste sintomático con este estado de decaden- cia, vemos surgir a fines de siglo y con cierto impulso, instituciones y revistas técnicas.

Es, en efecto, este hecho el síntoma revelador del cam- bio producido. La crisis del 90 fue por ello calificada como una crisis del progreso, entendido este término era el sentido material, pues al compás de un aluvión inmi- gratorio creciente (en 1906 entraron al país más de un cuarto de millón de inmigrantes), se produce un incre- mento de las actividades técnicas en pos de un afán utili- tario y de un interés material, que pospone o impide las preocupaciones por la ciencia pura o por la investigación desinteresada.

Se cayó así en el error frecuente de adoptar y absorber las aplicaciones de la ciencia antes que la ciencia misma, y el de no advertir que detrás del excitante esplendor del

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progreso industrial y técnico se oculta el trabajo científico puro y desinteresado, que en gran medida ha contribuido a ese progreso material.

Esta inversión del orden natural presenta también otro aspecto que nos interesa subrayar. La preocupación exce- siva por las aplicaciones técnicas y la correlativa despreocu- pación por la ciencia desinteresada es también una manera de contemplar exclusivamente las necesidades inmediatas, es también una manera de ver sólo las cosas próximas y por tanto de carecer de visión amplia, es también una ma- nera de ser limitada, encerrada en sí misma introvertida.

Recién a mediados de la segunda década de este siglo, la Argentina iniciará un nuevo cambio de postura frente a la ciencia.

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EL ESTADO ACTUAL

16. LA REFORMA UNIVERSITARIA

NO ES POSIBLE señalar cuáles fueron las causas directas que provocaron tal cambio de postura, pero sí podemos indicar algunos hechos contemporáneos con el asomar de ese cambio.

En el orden nacional se produce en 1916 un cambio político fundamental como consecuencia de la ley de su- fragio universal de 1912. Asume la presidencia de la Re- pública Hipólito Irigoyen, jefe de un partido político que se había mantenido hasta entonces en la abstención, y con ese advenimiento se produce un cambio en las clases dirigentes y una nueva estructura en la fisonomía del país.

En el orden internacional, a la natural repercusión provocada por la primera guerra mundial debe agregarse la impresión producida por la revolución rusa en la que, fuera de la tendencia ideológica que encarnaba, se veía la liberación de una gran masa humana oprimida y también la segunda etapa de un proceso de emancipación que se había iniciado con la China y que continuaría, así se creía, con la India.

Ambos órdenes de hechos, el nacional y el internacio- nal, tuvieron su influencia en el movimiento juvenil de 1918, nacido en los claustros universitarios cordobeses y que luego se ha denominado el movimiento de la Reforma universitaria o movimiento del 18.

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En verdad no hubo tal reforma universitaria, pues la estructura de la universidad, tanto esencial como legal, se

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mantuvo. Hubo sí, en cambio, reformas de los estatutos, todas tendientes a que las universidades adquirieran un ritmo de vida más ágil y eficaz.

Pero el movimiento del 18 trajo al país una reforma más profunda: fue una nueva tónica, un afán de renova- ción y de reforma que bien pronto trascendió de las aula universitarias para irradiarse por todo el continente.

Y es al abrigo de esa nueva tónica, como la ciencia argentina adquiere un nuevo impulso y un renovado vigor.

Por lo pronto, en lo que se refiere a la enseñanza supe- rior, en menos de veinte años se duplicó el número de universidades nacionales, pues a las tres existentes se agre- garon por creación o nacionalización otras tres. Sin per- juicio de las noticias que sobre cada uno de los institutos universitarios en los que se realiza labor científica daremos más adelante, reseñemos desde ya algunos datos de carácter general referentes a las universidades argentinas.

Respecto de la Universidad de Buenos Aires sólo dire- mos que dentro de su organización general que mantuvo y mantiene, aceleró su ritmo de progreso, limitándonos a señalar que en 1924 modifica la estructura de su órgano de publicidad: La Revista, dividiéndola en ocho secciones dedicadas a especialidades distintas y publicadas indepen- dientemente. Pero a partir de 1926 se suspenden las sec- ciones 3 a 8, refundiendo las dos primeras en una publicación de carácter meramente informativo y adminis- trativo, bajo el nombre de Archivos de la Universidad de Buenos Aires. Si traemos a colación este dato, aparente- mente nimio, es porque él simboliza un aspecto peculiar de las universidades argentinas, según el cual la Univer- sidad no constituye una estructura unitaria y armónica sino una suma de institutos o facultades en los que cifra

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toda la labor docente y científica, mientras que el orga- nismo universitario como tal es, a lo sumo, una oficina de coordinación administrativa. Felizmente, en estos últimos tiempos se notó una reacción favorable en tal sentido, y prueba de ello es que en 1943 se resuelve publicar nueva- mente la Revista de la Universidad de Buenos Aires (ter- cera época), en hermosos cuadernos trimestrales, y en el folleto de presentación se dice: “La Revista será mensaje de la Universidad en cuanto rectora de los estudios supe- riores. Aunque no le sea indiferente el papel que a la Universidad corresponde en la formación de profesionales y técnicos, ni en el sistemático acopio y transmisión de los resultados de la indagación científica, atenderá muy espe- cialmente al ejercicio de la ciencia misma. No olvidará que la Universidad es escuela de crítica metódica, en que no sólo se practica y se fomenta la investigación de la verdad en sus diversos dominios particulares, sino que se cultivan a la vez las fuerzas espirituales que nutren y hasta hacen posible la investigación como tal. No olvidará que sólo de ese modo, con visión filosófica de las propias raíces, y con clara conciencia del puesto que le toca en el conjunto de las actividades humanas, es como podrá la ciencia contrarrestar el peligro cada vez más amenazador, de la multiplicidad, fraccionamiento e inconexión de los saberes y las técnicas.”

Y más adelante: “Para la Universidad de Buenos Aires, la Revista quiere ser la expresión de una fecunda unidad entre los organismos académicos, técnicos y de enseñanza, imprescindibles en tareas como las suyas, por fuerza solidarias y armónicas. Y quiere que se la con- sidere también como una cordial embajada de la Universi- dad de Buenos Aires: como si fuera la Universidad misma que sale al encuentro de las universidades hermanas, en

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ademán de profunda y afectuosa convivencia”. Y termina insistiendo: “Pero cuanto más estrecho sea, y es de desear que lo sea, el contacto de la Universidad con la técnica, tanto más necesario resulta, por otro lado mirar desde lo alto y abarcar un horizonte cada vez mayor. Visión uni- taria —filosófica, humanista, y de sólida vertebración mo- ral— que es imprescindible coronamiento del edificio todo de la cultura: imprescindible para que la ramificación de los problemas no acabe en mero desmenuzamiento y des- trucción, y para que el enlace entre la investigación cien- tífica y la vida práctica del país no decaiga en un utilita- rismo interesado y de corto vuelo, estéril a la larga.

“La Revista de la Universidad de Buenos Aires aspira a que cada una de sus páginas refleje ese afán de unidad, amplia y activa. Que sus colaboraciones originales, sus re- señas bibliográficas, sus notas y comentarios sobre la cul- tura superior revelen expresa o tácitamente que la Uni- versidad —manifestación de lo más profundo de nuestra vida intelectual— procura moldear la sociedad entera con- forme a las más altas conquistas ideales de la época, y salir, en cabal ejercicio de su función selectiva, al encuentro del pueblo, en busca siempre de los más capaces. Y que pro- yectando así su luz sobre zonas cada vez más extensas y capas sociales mayores y más profundas, no pierda de vista la parte que le toca en la tarea de construir un mundo más apto a la vida plena del hombre, en que encuentren patria segura los frutos supremos de la civilización: normas de la inteligencia y de la conducta —frágiles y preciosas— al- canzadas tras una ruda labor de siglos.”

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En cuanto a la Universidad de La Plata, citemos que la superposición de tareas diferentes que caracterizó y dificultó la vida, durante los primeros años, de sus dos

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grandes institutos científicos: el Observatorio y el Museo, dejó de subsistir.

En 1919 se separó del Museo la escuela de química y farmacia constituyendo un organismo independiente con el nombre de Facultad de ciencias químicas, que cambió poco después por el de Facultad de química y farmacia, pues es ésta la orientación de sus estudios. Por otra parte, como en 1921 se desglosaron del Museo también los cur- sos de dibujo que precariamente habían funcionado en el desde su creación, quedó finalmente el Museo, con el nombre de Instituto del Museo, reducido a sus funciones específicas de instituto de investigación, escuela de cien- cias naturales y establecimiento de exhibición pública.

Por su parte y en forma análoga, en 1920 se separó del Observatorio la Facultad de ciencias matemáticas que constituyó un organismo independiente con el nombre de Facultad de ciencias físico–matemáticas puras y aplicadas, que luego limitó a Facultad de ciencias físico–matemáti- cas, quedando el Observatorio, con el nombre de Instituto del observatorio astronómico, convertido en un estableci- miento universitario con la doble función de instituto de investigación y de escuela de ciencias astronómicas.

Veamos ahora las nuevas universidades. A fines de 1919 se promulga una ley por la cual se crea un instituto univesitario denominado Universidad Nacional del Li- toral, que además de ser la “universidad de la Reforma”, introducía la innovación de ser una universidad, cuyas escuelas estaban distribuidas en cuatro ciudades perte- necientes a tres provincias que abarcan una amplia zona del país. La nueva Universidad incorporaba a su seno la Universidad provincial existente, así como cuatro esta- blecimientos nacionales de segunda enseñanza; dos escue-

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las industriales, una escuela de comercio y una escuela normal. Su sede, así como las facultades de derecho y de química, se establecían en la ciudad de Santa Fe, capital de la provincia homónima; tres facultades: las de medi- cina, de ingeniería y de ciencias económicas, en la ciudad de Rosario, la ciudad más importante de esa provincia; la Facultad de ciencias de la educación, en Paraná; y la Fa- cultad de agricultura y ganadería en Corrientes, capital de la provincia de ese nombre.

No es el caso de narrar la vicisitudes de esta Univer- sidad, frecuentemente intervenida por el gobierno central, y que en 1931, a raíz de una de esas intervenciones, una de sus Facultades, la de Paraná, fue segregada de la Uni- versidad y convertida poco después en un Instituto del profesorado semejante al de Buenos Aires. No obstante esas vicisitudes, la Universidad logró realizar una amplia labor universitaria, cuyo aspecto científico destacaremos en los parágrafos próximos.

Sólo consignemos aquí que la Facultad de Paraná lo- gró publicar entre 1923 y 1928 sus Anales de la Facultad de Ciencias de la Educación, en los que aparecieron tra- bajos relativos a las ciencias que se cultivaban en aquella Facultad: matemática, geografía, geología, etnografía, ar- queología.

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En cuanto a la Universidad, en 1935 inició la publi- cación de una revista de carácter general, Universidad, ca- racterizada por “... una amplia orientación humanista... prescindiendo de los estudios especializados en las distin- tas ramas del conocimiento, las que por ser tales, encuen- tran su natural cabida en las publicaciones que editan las diversas facultades e institutos que constituyen la univer- sidad”. Dentro de esa orientación debemos señalar en esa

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revista varios trabajos de epistemología e historia de la ciencia.

En lo que respecta a la Universidad (provincial) de Tucumán, inició sus publicaciones en 1914 con una serie de ediciones muy variada y heterogénea, de la cual po- demos destacar un excelente texto de Análisis infinitesimal y unos Informes del Departamento de investigaciones in- dustriales, con trabajos y estudios relacionados principal- mente con las industrias regionales.

En 1921, por ley de presupuesto, se inicia la na- cionalización de esa Universidad, que se formaliza ese mismo año, por un convenio entre la nación y la provin- cia, y sin que mediara ley alguna de nacionalización, en 1924 se inauguró oficialmente la Universidad Nacional de Tucumán y en tal carácter ha seguido hasta el presente. En esta Universidad se cultiva la ciencia en las Facultades de ingeniería, hoy llamada de ciencias exactas, puras y aplicadas, en la de farmacia y bioquímica y en varios institutos.

La universidad argentina más reciente se ha creado en 1939, sin ley aún, en la región cuyana, con el nom- bre de Universidad nacional de Cuyo, y reproduce las características de la del Litoral, en el sentido de tener también ella distribuidos sus institutos en tres ciudades y en tres provincias de esa región: Mendoza, San Juan y San Luis.

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La Facultad de ciencias de esta Universidad, de acuer- do a su organización inicial, comprende tres escuelas: una de ingeniería en San Juan, creada sobre la base de la Escuela de minas de esa ciudad; otra de agronomía en Mendoza, creada sobre la base de una Escuela de agri-

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cultura y enología ya existente; y finalmente una Escuela de ciencias económicas también en Mendoza.

Figuran también en esa Universidad un Instituto del profesorado en San Luis, un Instituto del petróleo, uno de lingüística y uno de etnografía americana, todos en Mendoza.

Agreguemos, como dato final relativo a la enseñanza superior en la Argentina, que últimamente se ha concre- tado la creación de un instituto superior denominado Ins- tituto Tecnológico del Sur, con asiento en la ciudad de Bahía Blanca (puerto situado al sur en la provincia, de Buenos Aires), y que tendrá por principales finalida- des la investigación científica y la formación profesio- nal, integrándolo cinco escuelas: ciencias comerciales, ciencias químicas, ingeniería industrial, agricultura y ga- nadería.

17. LAS INSTITUCIONES CIENTÍFICAS DE CARÁCTER GENERAL

Para reseñar ahora el panorama actual de la ciencia argentina y partiendo del hecho que hoy, en toda nación moderna el investigador aislado ya no existe, y que por tanto la investigación científica está como nucleada alre- dedor de ciertos grupos humanos: universidades, acade- mias, institutos de investigación, sociedades científicas, etc., estimamos que una nómina de las instituciones argentinas vinculadas con la investigación científica, com- pletando cuando sea necesario las indicaciones respec- to de sus finalidades, así como la enumeración de las publicaciones en las que aparecen y se transmiten los fru-

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tos de esa investigación, podrá dar una idea suficiente- mente objetiva, aunque algo esquemática y un tanto deshumanizada, del estado actual de la ciencia en la Ar- gentina.

Antes de entrar a considerar las instituciones y sus publicaciones, relacionadas con los diversos sectores cien- tíficos, recordemos aquellas de carácter general y común a todos esos sectores.

La Sociedad Científica Argentina continuó realizando su labor aunque en cierto sentido reduciendo su esfera de acción, por cuanto se fueron creando en el país socie- dades científicas especializadas, algunas surgidas del seno de aquella.

De las iniciativas de la Sociedad de estos últimos tiem- pos, cabe destacar dos de ellas vinculadas con el desarrollo de los estudios científicos en la Argentina.

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En 1922, con motivo de cumplirse el primer cincuen- tenario de la Sociedad, se resolvió la publicación de una serie de monografías destinadas a reseñar el desarrollo, en la Argentina, de las distintas ciencias (puras y aplicadas) durante el primer medio siglo de existencia de la Sociedad. De esta colección, que lleva el título genérico Evolución de las ciencias en la República Argentina, han apareci- do las monografías destinadas a los estudios botánicos (1923), a la física (1924), a las matemáticas (1924), a la mineralogía y geología (1925), a la higiene pública y las obras sanitarias (1925), a la meteorología (1925) y a la astronomía (1926). Se habían proyectado siete mono- grafías más, que no han aparecido aún, y que debían ocuparse respectivamente del desarrollo de la zoología, de la paleontología, de la antropología (antropología físi- ca, etnografía, filología y lingüística, folklore, prehistoria y arqueología), de la medicina, de la estadística, de la in-

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dustria y, finalmente, de la Sociedad misma. (Diez años después la Sociedad editó un folleto con la Síntesis históri- ca de la obra realizada durante sus sesenta años de vida.)

En 1928 la Sociedad proyectó un ciclo de conferen- cias y estudios de vasto alcance, sobre el conocimiento del cielo y suelo argentinos, así como de la zona atlántica con- tigua, desde el descubrimiento de América hasta nuestros días. El plan comprendía en su primera parte la labor realizada hasta hoy, dividida en los cinco períodos si- guientes: Los descubridores (1515 a 1615); los explora- dores (1615 a 1770); los grandes exploradores científi- cos (1770 a 1835); los geógrafos (1835 a 1872) y los investigadores (1872 a 1900); y en su segunda parte la acción para profundizar en el futuro dicho conocimien- to, ya por obra de las grandes instituciones científicas del país, ya por la de las sociedades científicas.

Este plan tuvo principios de ejecución, pues entre 1928 y 1931 se desarrollaron conferencias sobre las obras de las grandes figuras que realizaron viajes o expediciones por ámbitos argentinos: Azara, Bonpland, D’Orbigny, Darwin, Malaspina, etc., y sobre la labor astronómica, geológica, meteorológica, etc., en el país.

Otra interesante iniciativa de la Sociedad fue la cons- titución, en 1937, de un “Comité argentino de biblioteca- rios de instituciones científicas”, que se instaló en la sede de la misma y cuyo primer fruto fue un excelente Catá- logo de publicaciones periódicas científicas y técnicas recibidas en las bibliotecas de las instituciones adheridas al Comité, y que en 1942 editó la Comisión Nacional de Cultura.

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En 1934 la Sociedad se instaló en un nuevo y amplio local social que brindó generosamente a numerosas ins- tituciones culturales de la ciudad; así, esta benemérita

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sociedad, con sus tres cuartos de siglo de existencia, su bi- blioteca de más de 50.000 volúmenes, su mesa de revistas de más de 600 publicaciones periódicas y sus 70.000 pá- ginas de Anales, continúa realizando su labor en favor de la ciencia.

También en 1934 la Sociedad Científica Argentina inició la constitución, en el interior del país, de filiales con idénticas finalidades, organizándose sucesivamente las de Santa Fe (1934), Mendoza (1938), La Plata (1939) y Tucumán (1940).

En verdad, la filial Santa Fe no fue sino la continua- ción de una entidad local ya existente. En efecto, en 1927 un grupo de estudiosos de esa ciudad, en su mayoría pertenecientes a la Facultad de química local, después de infructuosos intentos de constituir una agrupación quí- mica, primero, y de ciencias naturales, luego, organizó la Sociedad Científica de Santa Fe con el fin de “elevar el nivel científico y cultural... mediante el estímulo y difu- sión del estudio de las ciencias puras y aplicadas”. Esta institución, antes de afiliarse a la Científica Argentina rea- lizó una fecunda labor puesta de manifiesto en los cinco tomos aparecidos de su publicación periódica, Anales de la Sociedad Científica de Santa Fe (1929 a 1933).

Pasemos a las academias. La Academia de Ciencias de Córdoba, superado el período de decadencia, 1890- 1914, recobró cierto ritmo en sus publicaciones, aparecien- do desde 1915 con más frecuencia las Actas, el Boletín, así como una nueva publicación, Miscelánea, de la cual aparecieron cuatro tomos entre 1920 y 1928, con trabajos especialmente bibliográficos y de geografía cultural.

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Mientras tanto, en Buenos Aires, un decreto del Po-

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der Ejecutivo de 1925 concedía autonomía a las acade- mias, entonces incorporadas a la Universidad, y que hasta 1906 habían ejercido la función directiva en las faculta- des. Refiriéndonos especialmente a la futura Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Buenos Aires, debemos señalar que recién hacia 1916 pudo iniciar sus actividades, como cuerpo exclusivamente científico, y que no obstante las numerosas e interesantes iniciativas que surgieron de su seno, no pudo lograr ma- yores resultados prácticos debido a la absoluta falta de recursos. Con la autonomía la situación económica mejoró algo, de tal modo que en 1928 pudo iniciar la publicación de sus Anales, en las páginas de los Anales de la Sociedad Científica Argentina, situación que mantuvo hasta 1933, fecha desde la cual los Anales de la Academia tienen vida propia.

Una iniciativa interesante de la Academia, que tuvo éxito, pues logró el apoyo oficial, fue la que tuvo por obje- to el estudio de la utilización de las mareas de la costa patagónica. La comisión designada al efecto realizó estu- dios en la Argentina, en especial en la bahía de San José y en la ría de Deseado, y también fuera del país, y en el informe presentado en 1929 llegaba a la conclusión de que las mareas de las costas patagónicas pueden ser uti- lizables, constituyendo una fuente valiosa de riqueza, por lo cual debe prestarse el mayor apoyo a su estudio y explo- tación, recomendando finalmente la realización de una serie de trabajos.

Existen, por último, en la Argentina instituciones entre cuyas finalidades esenciales o accesorias, parciales o totales, figura el progreso de la ciencia. Citemos en pri- mer lugar la Asociación Argentina para el Progreso de las

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Ciencias, creada en 1933 y entre cuyos fines figura: ‘‘Pro- pender en toda forma al progreso y expansión de la inves- tigación científica en la República, mediante la consoli- dación y adelanto de los institutos existentes, creación de los que fueren necesarios, como así de todo organismo que se considerara indispensable a los fines propuestos, y fomentar e impulsar el desarrollo de todas las ramas de la ciencia e iniciar las inexistentes... Propender a la crea- ción permanente de becas en el país o en el extranjero, de perfeccionamiento, de investigación y de aprendizaje... Ayudar al sostén de los investigadores destacados que no tengan medios para realizar su labor... Subvencionar estu- dios especiales...” En tal sentido ha realizado una obra eficaz, pues desde su creación ha acordado 43 becas exter- nas, 48 internas y ha otorgado 87 subsidios que importan más de 25.000 pesos, contando para ello con los recursos propios, varias fundaciones y las rentas de un fondo de un millón de pesos que se le otorgó por ley en 1934.

Con los mismos fines ha publicado diversos folletos, entre los cuales un Primer informe sobre el estado actual de las ciencias en la Argentina y sus necesidades más ur- gentes (1935); y los resultados de una encuesta: Qué debe hacerse para el adelanto de la matemática en la Argenti- na (1942).

Desde 1945 la Asociación patrocina una revista men- sual, Ciencia e investigación, cuyo objeto es “despertar el interés por la Ciencia y estimular el desarrollo de la inves- tigación científica”. La revista, que se inspira en la más sana tradición del periodismo científico, y que ya ha con- quistado un merecido prestigio, expone “en forma com- prensible a toda persona ilustrada temas científicos de actualidad”, da “a conocer en notas breves los adelantos científicos más recientes”, y hace “la crítica de la biblio-

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grafía reciente”. Además, “Otro de sus fines, y no el me- nos importante, es familiarizar a los lectores con la manera del pensar científico: la costumbre de considerar los proble- mas en forma objetiva y desapasionada, de exigir una de- mostración de toda afirmación, y de no quedarse satis- fecho con palabras eufónicas pero vacías de sentido, de saber reconocer el límite del conocimiento, pues lo igno- rado es mucho más que lo sabido.”

Otra institución privada que sin proponerse como me- dio exclusivo la investigación científica propende a su adelanto y desarrollo, es el Colegio Libre de Estudios Su- periores de Buenos Aires (con varias filiales en el inte- rior del país), fundado en 1930 por iniciativa de un grupo de intelectuales, quienes con el lema inicial “Ni Univer- sidad profesional, ni tribuna de vulgarización”, crearon un organismo “destinado al desarrollo de los estudios supe- riores” mediante “un conjunto de cátedras libres, de materias incluidas o no en los planes de estudio universita- rios, donde se desarrollarán puntos especiales que no son profundizados en los cursos generales o que escapan dominio de las Facultades”. Si bien la obra de este colegio en el que han intervenido ya cerca de 500 profesores, está más vinculada con los estudios sociales, políticos y econó- micos, en las páginas de su publicación mensual Cursos y Conferencias, que edita desde 1931, han aparecido nume- rosos trabajos de matemática, física, química y ciencia naturales, sin contar las clases y conferencias sobre temas científicos que se han dictado y no se han publicado.

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Dos palabras sobre los premios a la producción cien- tífica. En 1933 la ley de régimen legal de la propiedad intelectual creaba la Comisión Nacional de Cultura, com- puesta de manera asaz heterogénea por dirigentes y

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presentantes de instituciones oficiales, culturales y gre- miales, y que actúa como jurado en la asignación de pre- mios y becas. Dos años después, otra ley instituía un fondo permanente de la misma, del cual se dedicaban 240.000 pesos anuales para premios a la producción nacional o regional en ciencias, bellas artes y letras; y 120.000 pesos para la creación de becas de perfeccionamiento científico, artístico y literario. De acuerdo a la nueva reglamentación que empezó a regir en 1936 y sustituyó la del anterior “Premio Nacional de Ciencias”, se instituyeron para cada grupo de ciencias afines (o no), tres premios de 20,000, 12,000 y 8,000 pesos cada tres años, para la producción de autor argentino y en castellano aparecida durante los tres años anteriores en el campo de esas ciencias. En cuan- to a la producción regional, el país se divide en seis zonas, para cada una de las cuales se instituyen anualmente tres premios de 2,000 pesos y edición de la obra, uno de los cuales corresponde a “la mejor obra sobre temas cientí- ficos de la zona”.

La experiencia realizada hasta el presente no permite abrigar mayores esperanzas sobre la eficacia de estos pre- mios. Si en principio es discutible el otorgamiento de premios en efectivo y en cantidad tan elevada, en este caso se agregan como factores negativos la composición del ju- rado, heterogéneo y no del todo libre de influencias polí- ticas o gubernamentales, y hasta la misma distribución del saber científico en que se han agrupado, por ejemplo, matemática con química, historia con filología: parejas muy mal avenidas para eventuales comparaciones.

Es posible que si los fondos destinados a premios se aplicaran a becas, subsidios o directamente al sostenimien- to o creación de institutos de investigación, el resultado sería más provechoso para la ciencia.

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Otras instituciones argentinas, oficiales o privadas, otorgan premios a la producción científica. Citemos úni- camente el premio creado en 1927 por la Municipalidad de Buenos Aires con el nombre de Eduardo L. Holmberg, en homenaje al 75 aniversario del ilustre naturalista, con- sistente en 2,000 pesos para el mejor trabajo en ciencias naturales del año, de autor argentino o extranjero con más de dos años de residencia, y cuya organización y discernimiento están encomendados a la Academia de Ciencias de Buenos Aires.

18. LOS ESTUDIOS MATEMÁTICOS

Los estudios matemáticos, por su carácter abstracto y, desinteresado, son los que mejor se prestan a valorar el esfuerzo realizado por la ciencia argentina desde los pri- meros balbuceos de la época de Vértiz hasta el momento actual.

Belgrano y Gutiérrez, espíritus egregios, dieron impul- so a los estudios matemáticos en la Argentina durante la primera y segunda mitad del siglo pasado, pero ellos no vieron en la matemática la ciencia pura y desinteresada, sino el útil e indispensable instrumento para dar vida a las aplicaciones y a la técnica, que debían contribuir al nacimiento y desarrollo del incipiente progreso material del país.

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Pero cuando Belgrano crea sus escuelas, ya Gauss ha- bía proclamado a la aritmética como reina de las ciencias; y cuando Gutiérrez crea el Departamento de ciencias exac- tas, que tan opimos frutos debía producir, ya Jacobi había declarado aquello que “la única finalidad de la ciencia es el honor del espíritu humano y que en consecuencia

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una cuestión de la teoría de los números tiene un valor tan grande como una cuestión de los sistemas de los mun- dos.”

De ahí las conclusiones a las que, en 1923, arriba el estudio editado por la Sociedad Científica sobre la evolu- ción de la matemática en la Argentina, y en las que su autor, C. C. Dassen, con un tono más bien pesimista, comienza declarando que: “La Argentina no ha producido aún cerebros creadores en la rama matemática”, para ter- minar esperando que “a su hora, aparezcan las lumbreras llamadas a dar lustre y originalidad a la ciencia matemáti- ca argentina”.

Mas tampoco se trata de eso. Si la ciencia no es mera aplicación, tampoco es sólo deslumbrante inspiración. La ciencia es una tarea humana en la que, claro es, los genios son útiles, pero en la que no lo son menos los artesanos que se dedican a ella con el amor con que el poeta escribe sus versos y el pintor pinta sus cuadros.

Y en la Argentina, convertir la matemática de una doncella de la ingeniería en una escuela de artesanía, en un ambiente de maestros y discípulos, ha sido la obra de estas últimas décadas que se inició con el arribo en 1917 del eminente maestro español Julio Rey Pastor.

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He aquí lo que escribimos en ocasión de las bodas de plata de ese hecho: “Hace veinticinco años, en estos me- ses, llegaba a nuestro país Julio Rey Pastor, invitado para dictar desde la cátedra de cultura hispánica de la Institu- ción cultural española dos ciclos de conferencias sobre matemática moderna. A esas primeras conferencias, verda- deras clases magistrales que versaron sobre Sistematiza- ción de la geometría y Los fundamentos de la matemática actual, siguieron otros cursos y conferencias, dictados en diversos centros científicos de la Argentina y del Uru-

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guay, regresando luego Rey Pastor a su patria, de donde, después de breve estada, volvió a la Argentina, esta vez para radicarse definitivamente, con el objeto de organizar y dirigir los estudios matemáticos en la Universidad Na- cional de Buenos Aires.

“Los que seguimos de cerca la labor que desarrolló Rey Pastor en estos veinticinco años entre nosotros y nos apro- ximamos a él desde su llegada, primero como estudiantes algo temerosos ante el sabio profesor, luego como discí- pulos tranquilos y confiados bajo el seguro apoyo del maes- tro, y más tarde como amigos, vinculados a él con sólidos lazos de afecto cordial; sabemos que la acción y labor científica desplegadas por Rey Pastor han sido tan valio- sas, extraordinarias y beneficiosas, que podemos conside- rar que su arribo a la Argentina señala un momento im- portante en el desarrollo de los estudios matemáticos en los países del Plata y marca el principio de una nueva etapa de los mismos.”

En efecto, hoy el nombre de Rey Pastor está vincula- do con institutos de investigación, sociedades y revistas matemáticas argentinas. Inició su labor en la Universidad de Buenos Aires con la creación de un centro de estudios en la Facultad de ciencias exactas, primero con el nom- bre de Seminario matemático, luego con el de Instituto de matemática.

Por su parte, en la Universidad de La Plata, en la que también se realizan estudios sistemáticos de matemá- tica, existe un centro de investigación y de formación en el Departamento de matemáticas de la facultad de cien- cias físico–matemáticas; mientras que en la del Litoral ya existen dos centros de investigación matemática, ambos en Rosario. El primero es el Instituto de matemática, de- pendiente de la Facultad de ciencias matemáticas de esa

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ciudad y creado a fines de 1938 en virtud de una resolu- ción del cuerpo de profesores de la casa por la cual se con- sideraba necesaria la creación de un Instituto que tuviera “por finalidad la enseñanza e investigación de la matemá- tica pura, en sus distintas ramas”, a cuyos efectos organi- zaría “un ciclo sistemático de estudios y la dotación biblio- gráfica indispensable para la investigación”. El Instituto inauguró sus funciones en 1940 y limitó su acción a la investigación, como su mismo reglamento lo indica al decir que “cumple funciones de investigación en el campo de las matemáticas puras y aplicadas, y de difusión y eleva- ción de la cultura matemática en el país”.

El segundo es el Instituto de matemática aplicada, creado en 1942 y dependiente directamente de la Uni- versidad. Es un instituto especializado, pues son sus fun- ciones: “Realizar estudios e investigaciones originales de carácter biométrico, actuarial y sobre cuestiones de cálcu- lo de probabilidades y análisis matemático que le son afines.”

En cuanto a las instituciones privadas que estimulan los estudios matemáticos, debemos citar ante todo, como más antigua, al Círculo matemático del Instituto Nacio- nal del Profesorado Secundario de Buenos Aires, creado en 1923 con el fin de intensificar el estudio de la mate- mática y que agrupa a profesores, ex alumnos y alumnos de ese Instituto.

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El año siguiente, 1924, un grupo de estudiosos reco- nociendo que: “El ambiente intelectual argentino está ya bien preparado para dar impulso al estudio desinteresado de la ciencia matemática por sí misma, sin la constante preocupación de sus aplicaciones inmediatas a diversas técnicas o ciencias”, funda la Sociedad Matemática Ar- gentina; pero por lo visto había habido un exceso de opti-

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mismo, pues a los pocos años la Sociedad deja de existir, y hay que esperar hasta 1936, año en el que, con tono más seguro y firme, se crea la Unión Matemática Argentina con el propósito de “fomentar el evidente progreso de la investigación matemática en la Argentina, mediante re- uniones científicas, concursos, etc., y coordinar la labor de los diversos grupos de estudiosos que en el país se ocupan de matemática superior, y de los investigadores dispersos en las naciones latinas de América.”

La institución tiene su sede en Buenos Aires, pero con delegaciones en las diversas ciudades del interior del país y del extranjero. Además, desde 1941 es miembro del Pa- tronato de la Mathematical Reviews norteamericana.

En 1945 organizó dos reuniones científicas que deno- minó “Jornadas matemáticas”: la primera, en julio, de ca- rácter nacional; y la segunda, en septiembre, de carácter internacional y en coincidencia con otras reuniones cien- tíficas de física y de historia de la ciencia.

Digamos por último que a raíz de la donación que los herederos de Claro C. Dassen hicieron a la Sociedad Científica, de parte de la biblioteca de este profesor con- sistente en unos 1.200 volúmenes, entre los cuales un cen- tenar de libros antiguos (siglos XVI, XVII y XVIII), la Socie- dad organizó una institución permanente: Seminario Matemático doctor Claro C. Dassen, en la que se realizan periódicamente reuniones científicas.

A este nutrido conjunto de institutos e instituciones consagrados a la matemática, corresponde un buen núme- ro de publicaciones periódicas dedicadas total o parcial- mente a esa ciencia.

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Las primeras revistas matemáticas fundadas durante este siglo, así como su precursora del siglo pasado: la revis- ta de Balbín, no lograron prosperar. Así, en 1916 un grupo

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de profesores de la Facultad de Buenos Aires publica la Revista de matemáticas, que logra sacar a luz dos tomos; en 1919 se renueva el intento con la Revista de matemá- ticas y físicas elementales, con la que se trata de extender la acción de la revista a las aulas secundarias, y la publica- ción aparece durante cinco años; a la que sigue casi in- mediatamente otra revista: la Revista Matemática, órgano de la Sociedad Matemática Argentina, y que nace y muere con ésta. Todos estos intentos, a los que deben agregarse algunas publicaciones del Seminario de la Facultad, apa- recidas entre 1928 y 1933, demuestran la existencia de un interés constante en la empresa, pero también la caren- cia del vigor necesario para lograr mantener la vida de esas publicaciones.

Pero tal situación ya ha cambiado, y entre las revistas existentes podemos mencionar la más antigua: el Boletín Matemático fundado en 1928, dentro de la orientación del periódico de 1919, y la Revista de la Unión Matemá- tica Argentina, órgano de esta institución, que inició su aparición en forma permanente en 1936. La misma insti- tución, además de algunas otras publicaciones menores, edita desde 1942 una colección de Memorias y monogra- fías.

En Rosario el esfuerzo en este sentido no es menos in- tenso. El Instituto de matemática edita dos series de pe- riódicos. Las Publicaciones del Instituto, aparecidas en 1939, que comprenden monografías que se reúnen en vo- lúmenes anuales, y un Boletín que denomina Mathema- ticae Notae, iniciado en 1941, de un carácter preferente- mente didáctico y dedicado al estudio de cuestiones metodológicas mediante notas históricas, biográficas, crí- ticas, bibliográficas, anecdóticas, etc., con el agregado de problemas a resolver, común en este tipo de revista. Agre-

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guemos que dos de los últimos volúmenes de las Publi- caciones constituyen el homenaje del Instituto a Rey Pastor con motivo de sus bodas de plata con la Argentina y contienen más de medio centenar de memorias cientí- ficas que dedican al maestro sus discípulos, colegas y ad- miradores.

Además de las publicaciones del Instituto, la Facultad edita Monografías en la que se incluyen trabajos y libros matemáticos. Por su parte el Instituto de matemática aplicada ha iniciado en 1942 sus Publicaciones.

En la Facultad de La Plata los trabajos matemáticos aparecieron en la Serie matemáticofísica de su Contribu- ción hasta 1935, en que se dedicó exclusivamente a ellos una Serie matemática. Desde 1940 la Facultad publica una Revista de la Facultad de ciencias fisicomatemáticas, en la cual aparecen los trabajos pertenecientes a los distintos departamentos de la institución. Por lo demás, la Facultad ha publicado varios textos y libros sobre cuestiones de matemática.

La Universidad de Tucumán dedica, desde 1940, la Serie A. Matemáticas y física teórica de su Revista, a reunir en ricos volúmenes trabajos inéditos y originales exclusi- vamente de matemática y de física de autores nacionales y extranjeros, publicando anualmente un volumen en dos fascículos.

Por último mencionemos que el Círculo Matemático de Buenos Aires, que ya citamos, edita desde su creación, pero sin periodicidad fija, Publicaciones que consisten en monografías sobre temas matemáticos.

Cabe ahora formular aquí una observación general vá- lida, no sólo para los estudios matemáticos, sino para todos los estudios científicos; y es que a la producción científica aparecida en las publicaciones periódicas especializadas que

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detallamos, debe agregarse la que aparece en las revistas de carácter general, en las publicaciones dedicadas a las actividades profesionales afines, y en las publicaciones es- tudiantiles que en la Argentina son numerosas, gozando muchas de ellas de una sólida y bien ganada reputación.

19. LOS ESTUDIOS FÍSICOS Y QUÍMICOS

Los estudios físicos en la Argentina adquirieron nuevo vigor durante estos últimos años.

Como acontecimiento de interés científico vinculado con estos estudios, recordemos ante todo la visita que en 1925 realizó Einstein a la Argentina, invitado por la Uni- versidad de Buenos Aires y la colectividad israelita de esta ciudad. Además de un ciclo oficial de siete conferencias que, sobre su teoría, dictó en la Facultad de ciencias exac- tas, habló en la Facultad de filosofía y letras, y pronunció dos conferencias en la Universidad de Córdoba. La Aca- demia de Buenos Aires realizó una sesión en su honor en la que varios físicos y químicos argentinos plantearon a Einstein distintas preguntas y cuestiones relacionadas con su teoría.

El incremento y mayor impulso hacia los estudios de física pura, nacieron de esfuerzos privados, pues hasta ahora sigue siendo el Instituto de física de La Plata la única institución oficial dedicada a esos estudios. En 1942, con motivo de una reunión científica celebrada al inaugurarse la Estación astrofísica de Bosque Alegre, sur- gió la idea entre un grupo de físicos profesionales, estu- diantes de física, astrónomos, matemáticos e ingenieros, de constituir un Núcleo de Física (así se llama al principio la agrupación) con el objeto de estimular los estudios so-

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bre la orientación moderna de la física y realizar perió- dicamente reuniones científicas. La idea tuvo éxito y el Núcleo de Física realizó reuniones en Córdoba (1943), en Buenos Aires (1944) y en La Plata (1944). Y en esta reunión de La Plata los asistentes resolvieron fundar la Aso- ciación Física Argentina y adoptar como órgano de publici- dad la Revista de la Unión Matemática Argentina, que por otra parte ya había publicado todos los trabajos e in- formes presentados a las reuniones del Núcleo de Física.

La Asociación Física Argentina ha continuado reali- zando con éxito creciente sus reuniones periódicas en las últimas de las cuales han intervenido destacados científi- cos extranjeros.

En cuanto a las publicaciones dedicadas total o par- cialmente a la física y, fuera de las ya mencionadas: Serie matematicofísica de la Contribución de La Plata (hasta 1935), luego Serie física y actualmente los trabajos de la Revista de esa Facultad dedicados al Instituto de física, y la Serie A. de la Revista de Tucumán; sólo podemos mencionar las Publicaciones del Departamento de Física de la Facultad de Ingeniería de Tucumán, en las que se incluyen también textos.

La química dispone en la Argentina de varios centros de estudios superiores: Buenos Aires (doctorado en quí- mica, doctorado en bioquímica y farmacia); La Plata (doc- torado en química y farmacia); Santa Fe (ingeniería quí- mica); Rosario (doctorado en bioquímica y farmacia); Tucumán (doctorado en farmacia y bioquímica).

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En cuanto a los institutos de investigación, el más importante es sin duda el Instituto de investigaciones cien- tíficas y tecnológicas, dependiente (desde 1940) de 1a Facultad de química de esa ciudad. Fue creado en 1929,

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dependiendo sus primeros años de la misma Universidad del Litoral, con el objeto de “realizar investigaciones que contribuyan al adelanto de las ciencias fisicoquímicas, y sus aplicaciones a la industria y a la agricultura”. Está total- mente desligado de la enseñanza y en sus dos secciones, científica y tecnológica, se realizan, sin discriminación neta, trabajos de química pura y aplicada, respectivamente.

También de la Universidad del Litoral depende un Instituto de investigaciones microquímicas, que funciona en Rosario desde 1936 y dedicado exclusivamente a ese campo especializado de la química.

Pero es importante señalar que la investigación y estu- dios químicos han sido en gran medida estimulados por una institución privada: la Asociación (antes Sociedad) Química Argentina, que agrupa a los químicos en su do- ble aspecto científico y profesional. Nacida en 1912 bajo el calor y apoyo de la Sociedad Científica Argentina, ha realizado una vasta labor; en 1919 ha organizado el Pri- mer Congreso Nacional de Química, y en 1924 el Segun- do Congreso Nacional y Primero sudamericano.

Por lo demás, existen en el país numerosos y excelentes laboratorios químicos que cumplen una labor científica dentro de su finalidad específica de fiscalización, de con- trol o de análisis; muchos de los cuales disponen de órga- nos de publicidad donde aparecen los resultados o estudios realizados. Los hay en las Obras Sanitarias de la Nación, en la Dirección Nacional de Vialidad, en los Yacimientos Petrolíferos Fiscales, en los Ferrocarriles del Estado, en las Oficinas Químicas Nacionales, provinciales o municipa- les, en la Dirección de Industrias de Mendoza, etc.; sin contar los de algunas empresas privadas que, aún mante- niendo en reserva sus resultados, trabajan científicamente.

En cuanto a las publicaciones en que aparecen los fru-

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tos de la investigación química, los dos Institutos del Lito- ral publican respectivamente Anales del Instituto de in- vestigaciones científicas y tecnológicas (desde 1932) y Publicaciones del Instituto de inves igaciones microquími- tcas (desde 1937).

Por otra parte la Facultad de La Plata publica, desde 1923, la Revista de la Facultad de Ciencias Químicas, mientras la de Santa Fe hace lo mismo, desde 1930, con la Revista de la Facultad de Química Industrial Agrícola y algunos libros.

La Asociación Química Argentina realiza un vasto plan de publicaciones; a su órgano más antiguo y de ca- rácter científico, los Anales de la Asociación Química Ar- gentina, que publica desde 1913, agregó más tarde un su- plemento: Bibliografía química argentina (antes Temas de química y luego Temas de química y bibliografía quí- mica argentina) y hace pocos años otra revista, pero de carácter aplicado: Industria y Química.

Agreguemos, por último, que trabajos vinculados a la química se publican también en revistas como Anales de farmacia y Bioquímica, Revista de la asociación bioquími- ca argentina, etc.

Con la física y la química está vinculado el vasto cam- po de la técnica, en el cual no entramos en esta reseña. Cabe, sin embargo, destacar que muchas instituciones y organismos, cuya finalidad mediata o inmediata es alguna aplicación técnica, realizan también investigaciones cien- tíficas; y que muchas publicaciones de esas u otras insti- tuciones incluyen trabajos de índole científica. A las pu- blicaciones de este tipo ya mencionadas, agreguemos las Publicaciones técnico–científicas de las Facultades de in- geniería de Buenos Aires y de Rosario, respectivamente.

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Así aparecen trabajos de valor científico (edafología, mineralogía, geología, etc.), en las Publicaciones técnicas de la Dirección Nacional de Vialidad, así como de esta especialidad, en la excelente Revista electrotécnica, edita- da por la Asociación Argentina de Electrotécnicos y el Comité Electrotécnico Argentino.

Entre los organismos técnicos que realizan labor cien- tífica, citemos al Instituto de Estabilidad que funciona desde 1939 en la Facultad de ciencias matemáticas de Rosario, y una de cuyas finalidades es “realizar estudios de investigación científica en el campo de su especialidad”. Ya han aparecido varios números de la Publicaciones de este Instituto.

En Santa Fe funciona un moderno y bien montado Instituto Experimental de Investigación y Fomento Agrí- cola-ganadero, fundado en 1935, que tiene como “misión investigar todos aquellos factores que influyan directa o indirectamente sobre la producción agrícola–ganadera de la provincia y, especialmente, la de fomentarla por todos los medios sobre bases científicas”. De los tres departamentos que lo integran: química agrícola y edafología; agro- nomía; economía rural y geografía agrícola; el primero de ellos ocupa la mayor parte de su actividad en las deter- minaciones científicas (constantes físicas, análisis mecáni- co y determinación química) que tienden a un mejor co- nocimiento del suelo. El Instituto edita Publicaciones técnicas con los resultados de las investigaciones que en él se realizan.

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En Tucumán funciona una Estación Experimental Agrícola que estudia, desde el punto de vista científico, todo lo pertinente a la producción de azúcar, editando la Revista industrial y agrícola de Tucumán, así como un Boletín y otras publicaciones.

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Citemos, por último, un Centro Argentino de Quimur- gia creado últimamente (1945) para realizar estudios refe- rentes al aprovechamiento industrial de productos y sub- productos agrícolas.

Actualmente están a consideración del Parlamento Nacional tres proyectos, dos de ellos de, gran envergadura, destinados a crear institutos de investigación científica vinculados principalmente con estos estudios. Por el pri- mero de ellos, emanado del Poder Ejecutivo, se crea el Ins- tituto Nacional de Investigaciones Fisicoquímicas que de- penderá del Ministerio de Guerra. Tendrá por finalidad realizar e impulsar el desarrollo de las investigaciones cien- tíficas y en especial de las que se relacionan con la energía atómica, estudiar los recursos naturales del país que pue- dan interesar a sus fines, asesorar al Poder Ejecutivo, pro- mover la formación de personal técnico y científico, ayu- dar a los investigadores científicos del país y promover el ingreso al mismo de hombres de ciencia y técnicos extran- jeros. Se le fija un presupuesto de diez millones de pesos durante los primeros cinco años y otra suma igual durante dicho período para subsidio a las universidades nacionales a los efectos de que éstas puedan formar personal técnico y científico, ayudar a los investigadores y promover el ingreso al país de hombres de ciencia.

El segundo proyecto crea un Instituto Superior de Investigaciones Científicas, como ente autárquico y depen- diente directamente del Presidente de la Nación. Tendrá una Dirección de investigación pura, de la cual depen- derán un Departamento matemático y físico, uno biológi- co y bioquímico y uno social. Una Dirección de investi- gación aplicada tendrá a su cargo los departamentos médicos y de salud pública, de defensa nacional, de ingeniería y tecnología, de educación, de publicaciones y propagan-

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da y de aplicaciones. El presupuesto mínimo del Instituto se fija en 30 millones de pesos anuales y se autoriza un gasto de 200 millones para su instalación.

El tercer proyecto, más modesto que los anteriores pero quizá por eso mismo más factible, crea el Instituto nacio- nal de investigaciones físicas y químicas, dependiente del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, para promo- ver y realizar estudios en ciencia pura y aplicada en las ramas de física, química y afines, y constituido por siete departamentos: física, fisicoquímica, química, electricidad, física aplicada, química aplicada, metrología y normas. Además de poder contar con los ingresos que obtenga por trabajos diversos que pueda realizar, se le fija una partida de cinco millones de pesos anuales, que el Poder Ejecutivo puede ampliar hasta el doble.

20. LOS ESTUDIOS ASTRONÓMICOS Y AFINES

La labor astronómica argentina continúa desarrollán- dose en gran parte alrededor de sus dos grandes observa- torios.

El Observatorio de Córdoba, en 1842, ha inaugurado una Estación Astrofísica situada en Bosque Alegre, en las Sierras Chicas, a unos 50 kilómetros de la ciudad de Cór- doba y que dispone del telescopio más grande de Suramé- rica (es un reflector de 154 cms. de diámetro).

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El observatorio, además de la tarea ya mencionada del relevamiento de precisión del cielo austral, se ocupa ac- tualmente en la búsqueda de estrellas “enanas blancas”, en el estudio de los espectros de estrellas con atmósfera incandescente, en el estudio de las nubes de Magalla- nes, etc.

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Ese observatorio, con personal constituido actualmente de un grupo de astrónomos y físicos con dedicación exclu- siva, se ha convertido en un centro científico de primer orden. Posee un seminario científico y una escuela para empleados, a fin de mejorar constantemente la preparación de su personal científico y técnico.

Por su parte el Observatorio de La Plata inició una nueva era en su vida científica al convertirse en Instituto del Observatorio astronómico y llamar al profesor Juan Hartmann para dirigir las investigaciones y orientarlas hacia su especialidad: la astrofísica. La investigación cien- tífica del observatorio, así como la labor docente de la Es- cuela superior de ciencias astronómicas y conexas, com- prende estudios relativos a la astronomía, a la astrofísica, a la geofísica y a la meteorología.

Citemos, entre las investigaciones de Hartmann, el descubrimiento de dos nuevos asteroides, uno de los cuales fue bautizado con el nombre de “La Plata.”

Además de sus Publicaciones, el observatorio inició la publicación de los estudios e investigaciones sísmicas en Contribuciones geofísicas, hasta que en 1936 refundió sus publicaciones en tres series: Serie astronómica (las ante- riores Publicaciones); Serie geofísica (las anteriores Con- tribuciones) y Serie geodésica.

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A los dos grandes centros de investigación y de estudio astronómicos constituidos por los observatorios de Córdoba y La Plata, debe agregarse el Observatorio Naval, instala- do en Buenos Aires, dependiente del Ministerio de Marina y encargado de dar la hora oficial al país y, como nuevo centro de estudios, el Observatorio de Física Cósmica de San Miguel (pueblito situado a unos 30 kilómetros de Bue- nos Aires) que se fundara en 1935 por la iniciativa del Consejo Nacional de Observatorios. Se levanta dentro de

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los terrenos del Colegio Máximo de San José, que allí posee la Compañía de Jesús, y aunque perteneciente a la misma Compañía, se halla revestido de carácter oficial. No se ocupa de astronomía de posición, sino de estudios espe- ciales: astrofísica (y en especial, de rayos cósmicos), elec- trometeorología y geofísica. Edita Publicaciones.

Por último, el país cuenta con una próspera Sociedad de Amigos de la Astronomía, fundada en Buenos Aires en 1929, y que desde entonces edita una Revista Astronó- mica y un suplemento anual: Almanaque astronómico y manual de aficionado.

Los estudios meteorológicos en la Argentina adquirie- ron un renovado vigor a raíz de la ley de 1935 por la que se creó la Dirección de Meteorología, Geofísica e Hidro- logía (continuadora de la antigua Oficina Meteorológica Nacional) que al mismo tiempo que centraliza toda la ac- tividad meteorológica nacional, coordina su labor hidro- lógica y geofísica con la que realizan otras instituciones del país.

En el orden meteorológico se ha ampliado la red de observatorios y estaciones que van desde La Quiaca a los 22° hasta regiones australes a los 64°, desde el Atlántico hasta las proximidades del monumento del Cristo Reden- tor en la cordillera a 3,830 metros de altura. Publica desde 1902 una Carta del tiempo, una de las más completas en su género, y desde 1916 un Resumen (antes Boletín) mensual de la carta del tiempo.

Ha centralizado los servicios aerológicos para facilitar la navegación aérea, instalando estaciones de sondaje con globos pilotos y tomando a su cargo la organización, des- arrollo y control de los estudios respectivos, así como la confección de cartas aerológicas, etc.

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La Dirección ha creado servicios de climatología, me- teorología marítima, meteorología agrícola, etc.

En lo que se refiere a sus servicios geofísicos, los más importantes son los sismométricos, para los que se dispone de un observatorio especial, el Observatorio de Buenos Ai- res (antes Villa Ortuzar) y los geomagnéticos, respecto de los cuales existe, desde 1904, en Pilar (provincia de Cór- doba), un observatorio magnético, que fue dirigido entre 1915 y 1922 por el físico norteamericano Bigelow, y que se ocupa de la determinación sistemática de los diferentes componentes del magnetismo terrestre, así como de electri- cidad atmosférica y de radiación solar.

Los servicios hidrológicos, finalmente, tienen a su car- go en especial los de carácter pluviométrico e hidrometría, así como la coordinación de su labor con las de otras repar- ticiones que realizan estudios similares. Últimamente se encomendó a estos servicios la confección de la Carta de Aguas del país. Vinculados con estos servicios existen los estudios hidrográficos, cuyos centros en la Argentina son el Servicio Hidrográfico dependiente del Ministerio de Marina y que publica Anales hidrográficos, así como Al- manaque náutico y Tablas de mareas.; y la Dirección Ge- neral de Navegación y Puertos, dependiente del Minis- terio de Obras Públicas, que publica, además de otras publicaciones, un Anuario Hidrográfico.

Vinculados con los servicios geofísicos están los estu- dios que realiza el ya mencionado Instituto Geográfico Militar, entidad que representa a la Argentina en la Unión Geodésica y Geofísica Internacional, en virtud de la im- portancia de su labor gravimétrica. Últimamente (1941), al ser aprobada la llamada “ley de la Carta”, se encomen- daron al Instituto los “trabajos geodésicos fundamentales

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y el levantamiento topográfico de todo el territorio de la Nación”.

21. LA MEDICIÓN DE UN ARCO DE MERIDIANO

Vinculada con los trabajos geodésicos se está actual- mente realizando en la Argentina una empresa científica de gran importancia: la medición de un arco de meridiano dispuesta por ley nacional de fines de 1936, pero cuyo iniciador y propulsor fue el ingeniero Félix Aguilar, as- trónomo y profesor argentino que tuvo a su cargo la esta- ción de Oncativo y fue director del Observatorio de La Plata en los períodos 1919–1921 y desde 1934 hasta su muerte. En 1934 el ingeniero Aguilar solicitó de la Uni- versidad de La Plata que prestara su auspicio a un proyec- to de ley que acompañaba, y por el cual se resolvía “la me- dición de un arco de meridiano a lo largo de todo el territorio nacional, destinada a satisfacer las necesidades prácticas de las obras públicas y de la investigación de la forma y dimensiones de la Tierra”, y cuyos trabajos se de- claraban “de utilidad pública”.

Obtenido el apoyo de la universidad, el proyecto fue finalmente convertido en ley. De acuerdo a la misma, la Dirección científica y administrativa de los trabajos está a cargo de una comisión autónoma formada por repre- sentantes del Servicio Hidrográfico de la Marina, el Ins- tituto Geográfico Militar, las Universidades de Buenos Aires, La Plata y Córdoba y el Museo de La Plata (su pri- mer presidente fue el ingeniero Aguilar), pero la colabora- ción efectiva en la obra con “todo el personal y material disponible” está a cargo del Instituto Geográfico Militar, el Servicio Hidrográfico y las universidades de Buenos Aires y de La Plata.

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Tal obra representará la contribución argentina al co- nocimiento de la forma y dimensiones de la Tierra, y re- vestirá singular importancia por las excepcionales condi- ciones que brinda la situación geográfica de la Argentina; su parcial ubicación al sur del paralelo 40 del hemisferio austral, región en la que hasta ahora no existen mediciones de arco, la condición favorable de la región central y orien- tal del territorio argentino uniformemente llana y con amplia plataforma submarina, y sobre todo, la especia- lísima circunstancia de ser la Argentina el país que se extiende hacia las latitudes australes más bajas. Pero, ade- más de satisfacer una finalidad científica de carácter inter- nacional, la medición del arco de meridiano se propone servir múltiples fines científicos, culturales y económicos dentro de la órbita nacional.

El trabajo proyectado se desarrolla a lo largo de todo el país, a través del meridiano 64, desde la frontera norte hasta el paralelo 40, continúa por éste hacia el Occidente y luego sigue hacia el Sur por el meridiano 70 hasta llegar al confín del territorio nacional. Será como la columna vertebral del esqueleto geodésico del territorio y facilitará la vinculación con los trabajos ya existentes, sirviendo de apoyo a las futuras operaciones que impongan las necesida- des locales.

La medición del extenso arco de unos 4.400 kilóme- tros de desarrollo, comprenderá toda una serie de trabajos científicos en los que se emplearán los instrumentos más modernos y los métodos más exactos, tanto en los trabajos geodésicos (mediciones angulares y de bases en la trian- gulación, nivelación geodésica de alta precisión que en la Patagonia se vinculará a estaciones mareográficas), como en los astronómicos (medidas de latitud, longitud y azi- mut), gravimétricos y magnéticos.

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Pero fuera de esos trabajos relacionados directamente con la medición del arco, se realizarán investigaciones sis- temáticas en el dominio de las ciencias naturales, que se llevarán a cabo simultáneamente con los anteriores en la vasta zona de operaciones de 200.000 kilómetros cuadra- dos en los que se desarrollará la empresa.

Por lo pronto, los naturalistas encargados de las inves- tigaciones en sus respectivas especialidades, participarán de los medios de movilidad y de los campamentos con que cuentan las comisiones geodésicas; además, como las ope- raciones de éstas exigen el recorrido del terreno en diversas estaciones del año, ciertos estudios, como los botánicos, que requieren la observación continuada durante un ciclo anual, se verán favorecidos notablemente.

Fuera de los trabajos de índole general, de simple re- colección de ejemplares faunísticos, florales y mineralógi- cos, que por su número y procedencia podrían constituir una excelente base para trabajos futuros más amplios, po- drán realizarse en el campo de las ciencias naturales una serie de trabajos especiales, entre los cuales los especialis- tas del Museo de La Plata han propuesto:

Los estudios zoológicos podrán realizarse con una orientación ecológica y zoogeográfica. Por otra parte, se podrá subsanar la deficiencia en el conocimiento de la fauna, en especial ictiológica, de la región central del país, y se podrá explorar y caracterizar biológicamente la vasta zona de la Patagonia y de la Tierra del Fuego, cuya riqueza faunística no figura mayormente en los museos argentinos, por cuanto la mayor parte de las expediciones antárticas han sido extranjeras.

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En botánica, el estudio sobre él terreno abarcará todas las grandes zonas de vegetación argentina, y delimitadas como están las formaciones fitogeográficas resulta de inte-

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res biológico muy grande estudiar la infiltración mutua de las zonas, sobre todo en relación con la naturaleza del suelo. Por otra parte se considera necesario el estudio renovado de las dos zonas naturales de vegetación de Tie- rra del Fuego, que jamás podría realizarse con tanta pro- lijidad como en esta ocasión.

Desde el punto de vista geológico se podrán realizar los estudios de las plataformas continentales y el de las re- giones montañosas de origen reciente, así corno el de los troncos de antiguas formaciones, en las zonas pampeanas, en las del norte argentino y en la patagónica. En estas dos últimas las investigaciones geológicas podrán orientarse ha- cia la ubicación de nuevos yacimientos petrolíferos. Por otra parte, la interpretación de los hechos geológicos será ayudada por las determinaciones gravimétricas y magnéticas.

El arco atravesará zonas que aún no han sido estu- diadas paleontológicamente, y por tanto, las operaciones permitirán poner en descubierto su riqueza en fósiles.

Y finalmente, desde el punto de vista antropológico y etnográfico, se podrán efectuar estudios en condiciones excepcionalmente ventajosas en la región chaqueña en la que aún quedan centros de población indígena, con sus usos y costumbres, así como se podrá extraer de la región pampeana que atravesarán las comisiones medidoras del arco, material de los indígenas de esa región, que irá a enriquecer las colecciones del museo.

Para esta vasta obra se había previsto una duración de doce años, pero sin duda ha de durar más, pues la guerra mundial entorpeció e impidió la adquisición de materiales e instrumentos necesarios. Los resultados obtenidos hasta ahora pueden compararse con los de las más afortunadas operaciones geodésicas europeas y norteamericanas.

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22. LOS ESTUDIOS BIOLÓGICOS

Al entrar en el dominio de las ciencias biológicas, debe destacarse, en primer lugar, a la fisiología, que es en la Argentina “la más vigorosa de las ciencias biológicas”, al de- cir de uno de sus cultores. Esto se debe en gran parte a la labor, como investigador y como maestro, realizada por el profesor Bernardo A. Houssay, Premio Nobel de Fisio- logía y Medicina (1947), fundador del Instituto de fi- siología de la Facultad de ciencias médicas de Buenos Aires, primer director del mismo en 1919, y que bajo su dirección ha adquirido un prestigio científico de renombre universal. Fuera de la función docente, se realizan en el Instituto investigaciones científicas a cargo de más de cin- cuenta médicos y químicos. La labor del profesor Hous- say y de sus colaboradores, se ha puesto en evidencia en más de mil trabajos sobre la función de la hipófisis y de las glándulas suprarrenales, sobre el mecanismo de la hiper- tensión de origen renal, sobre la patogenia de la diabetes, etc. Además, el Instituto es una escuela de investigadores y de hombres de estudio: de el han salido los profesores de fisiología de las Facultades de veterinaria de Buenos Aires y de medicina de Rosario y de Córdoba, existiendo en estas dos últimas facultades Institutos de fisiología, en los que se realizan investigaciones científicas. El centro de discusión y de difusión de los trabajos de las ciencias biológicas relacionadas con la medicina, es la Sociedad Argentina de Biología fundada por el profesor Houssay hacia 1921 y que es filial de la Société de Biologie de París, y que, a su vez, tiene filiales en Rosario y en Córdo- ba. La sociedad y sus filiales editan la Revista de la So- ciedad Argentina de Biología, publicándose además los

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resúmenes de los trabajos en los Comptes Rendus de la Société de Biologie.

De las demás ramas de la biología vinculadas con los estudios médicos, podemos citar los siguientes institutos especiales de investigación: Instituto de histología gene- ral y embriología, e Instituto de anatomía patológica “Telémaco Susini”, que dependen de la Facultad de me- dicina de Buenos Aires y el Instituto de farmacología, el primero en el país, existente en la Facultad de medicina de Rosario.

Los estudios microbiológicos están bastante desarro- llados en la Argentina. Su centro principal es el Instituto bacteriológico, dependiente del Ministerio del Interior y que realiza investigaciones sobre inmunidad, entomología médica, parasitología, además de la preparación de sueros y vacunas. La importancia científica del Instituto data del año 1913; los trabajos que en él se realizan aparecen en la Revista del Instituto Bacteriológico del Departamento Nacional de Higiene y en Folia Biológica.

El Ministerio de Agricultura dispone también de un Instituto de bacteriología, aunque más dedicado a los problemas vinculados con la ganadería y la agricultura. Por último, citemos que recientemente los cultores de estos estudios se han agrupado en una Sociedad Argentina de Microbiología.

También se ocupa de parasitología, aunque más espe- cialmente de enfermedades tropicales, la Misión de Estu- dios de Patología Regional Argentina, que sostiene en Jujuy la Universidad Nacional de Buenos Aires y que realiza estudios sistemáticos sobre la tripanosomiasis ameri- cana (enfermedad de Chagas). Edita Monografías; Pu- blicaciones y Reuniones de la Sociedad Argentina de Pato- logía Regional (del norte).

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También se ocupa de enfermedades tropicales el Ins- tituto de Medicina Regional dependiente de la Univer- sidad Nacional de Tucumán.

En la Academia de Medicina, la vieja academia de la época de Rivadavia, y que en las últimas décadas sufrió una evolución semejante a la de su compañera la de Cien- cias Exactas, y que por tanto desde 1925 es una institución autónoma, también se realizan estudios biológicos. Depen- diente de la academia funcionó un instituto dedicado es- pecialmente al estudio del cáncer, el Instituto de medicina experimental para el estudio y tratamiento del cáncer, que luego pasó a depender de la Universidad Nacional de Buenos Aires y que hace conocer sus trabajos en su propio Boletín. De la Academia depende actualmente el Instituto de investigaciones físicas aplicadas a la patología huma- na, creado en 1938, y que realiza interesantes trabajos so- bre estos temas.

Para terminar con las instituciones en las que se rea- lizan investigaciones biológicas vinculadas a la medicina, citemos dos instituciones privadas. La más antigua es el Laboratorio de Histología Normal y Patológica que fundó y dirigió el profesor español Pío del Río Hortega. Está sostenido por la Institución Cultural Española y edita una Revista con los trabajos que se realizan en el laboratorio. Las otras dos instituciones deben su origen a circunstancias políticas.

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En 1943 el gobierno dispuso la cesantía de un grupo de intelectuales (entre los cuales figuraban los directores de los tres institutos de fisiología del país) firmantes de un manifiesto en el que se expresaban anhelos de democracia efectiva y de solidaridad americana. A raíz de este hecho surgió por iniciativa privada nacional, a la que se agregó una importante ayuda de la Rockefeller Foundation, el

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Instituto de Biología y Medicina Experimental, que por la acogida que en el encontraron el profesor Houssay y sus colaboradores se convirtió bien pronto en un centro de investigación científica. En 1945 el profesor Houssay volvió a su cátedra, aunque por poco tiempo, pero el Ins- tituto continuó desarrollando su actividad científica, dan- do ese mismo año a conocer su primer Memoria en la que se describen las circunstancias que dieron origen a su fun- dación y la labor científica realizada.

Origen y finalidad semejantes tiene otro instituto crea- do recientemente (1947) en Córdoba; es el Instituto de investigación médica para promoción de la medicina cien- tífica.

Los estudios oceanógraficos y de biología marina se cultivan en la Argentina por distintos organismos, el más importante de los cuales es la Estación Hidrobiológica Marina establecida en 1938 por el Museo de Buenos Ai- res en Quequén (provincia de Buenos Aires). Otras esta- ciones de este tipo tiene instalada la Dirección de Pisci- cultura y Pesca, dependiente del Ministerio de Agricultura en distintas regiones del país. Los estudios de físicoquími- ca del mar están a cargo, casi totalmente, del Servicio Hi- drográfico del Ministerio de Marina, mientras que estudios de esta índole realiza también las Obras Sanitarias de la Nación, dependientes del Ministerio de Obras Públicas y que dispone para la publicación de sus trabajos de un Boletín. Por último, tales estudios están estimulados por una institución privada: el Instituto Oceanógrafico Ar- gentino.

A los estudios de genética vegetal y fitotecnia así como a los de fitopatología y parasitología vegetal se dedican

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especialmente el importante Instituto de fitotecnia de Santa Catalina, dependiente de la Universidad de La Pla- ta y el Departamento de agronomía del Instituto experi- mental de Santa Fe, ya citado (ambos poseen campos experimentales). Por otra parte, el Ministerio de Agricul- tura dispone de numerosas dependencias, laboratorios y estaciones experimentales con fines semejantes. Esos es- tudios, así como los de zootecnia, se cultivan también en las Facultades respectivas de Buenos Aires y La Plata, que edi- tan: Fascículos, para cada uno de los institutos de la Facul- tad, y la Revista de la Facultad de Agronomía y Veterinaria, la de Buenos Aires; y Revista de la Facultad de Agronomía y Revista de la Facultad de Medicina Veterinaria, la de La Plata.

Por otra parte, trabajos de esa naturaleza, así como de botánica, aparecen en la Revista Argentina de Agrono- mía que desde 1934 edita la Sociedad Argentina de Agro- nomía fundada con el objeto de estimular “la investigación científica de las ciencias agronómicas, problemas científi- cos y técnicos”. También cuenta la Argentina con una

Revista zootécnica dedicada a la ganadería, agricultura, ciencia veterinaria, agronomía y bacteriología.

23. LAS CIENCIAS NATURALES EN SENTIDO ESTRICTO

Es sin duda en este campo donde la investigación cien- tífica argentina se halla más desarrollada, y ya vimos y conocemos las causas. Es la brillante tradición iniciada ya desde fines del siglo XVIII por naturalistas como Azara, D’Orbigny y Darwin; es la obra realizada por los natura- listas extranjeros radicados en el país o contratados para fundamentar en él esos estudios; es la pléyade de naturalis-

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tas argentinos que se iniciara desde lejana época con Mo- reno, Ameghino, Holrnberg...

La labor científica en el campo de las ciencias natu- rales que aquí consideramos (botánica, zoología, minera- logía, geología y geografía) sigue polarizada en los dos grandes museos, aunque en las últimas décadas se ha exten- dido ampliamente a través de instituciones oficiales y pri- vadas. Como en los parágrafos anteriores, pasaremos en revista esas instituciones y sus publicaciones, señalando algunos naturalistas que se destacaron por su labor cientí- fica en esas instituciones. (Como habrá advertido el lec- tor, en esta reseña y por razones obvias, no citamos, salvo contadísimas excepciones, sino a científicos fallecidos.)

Al fallecer Ameghino, le sucede en la Dirección del Museo de Buenos Aires otro naturalista argentino de valor excepcional: Ángel Gallardo, ingeniero civil y luego doc- tor en ciencias naturales, se ha ocupado en el campo de la biología y de las ciencias naturales de problemas de herencia, de la cariocinesis, sentando su hipótesis de la división celular como un fenómeno bipolar de carácter electrocoloidal, y de entomología, en especial de hormigas. Se inició en la docencia universitaria en 1895, para llegar en 1932 al rectorado de la Universidad. Ha actuado en forma destacada en todas las instituciones científicas y sus trabajos exclusivamente científicos superan el centenar. Fue además hombre público, ocupando elevados cargos di- plomáticos.

Al frente del museo, fuera de su labor científica, se le deben las gestiones que permitieron que esa institución ocupe actualmente un amplio local, que ha hecho posible la cómoda ubicación e instalación de las colecciones y materiales del mismo.

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En 1923, al conmemorarse el primer centenario de la

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fundación del Museo, el Poder Ejecutivo dio un extenso decreto cuyo primer artículo establecía: “El Museo Nacio- nal de Historia Natural de Buenos Aires es la Institución sostenida por el Gobierno federal para todo lo que se rela- cione con la investigación científica del territorio nacional en su condición física presente y pasada, para la exposición de los materiales y métodos de trabajo de las ciencias na- turales (en el sentido amplio de esta expresión) y para la difusión directa e indirecta de tales conocimientos entre el pueblo, y, en homenaje a su fundador, llevará desde la fecha el nombre de Museo Nacional de Historia Natural Bernardino Rivadavia.” (Diez años después el adjetivo “nacional” fue sustituido por “argentino”.)

En los restantes artículos se encomienda al Museo la confección de una obra de conjunto titulada Historia Natural de la República Argentina, en colaboración con otras instituciones oficiales o privadas; crea el título de “benefactores” o “protectores” del Museo para los ciudada- nos que contribuyan con donaciones pecuniarias o con materiales científicos o de estudio de importancia; y se fijan asimismo otras disposiciones tendientes todas a lo- grar un mayor y mejor desenvolvimiento de la institución.

Además de la contribución a los estudios oceanógrafi- cos que ya mencionamos, el Museo comprende secciones y colecciones de Mineralogía y Geología (incluyendo meteoritos); Paleontología (Vertebrados e invertebrados fósiles, Paleobotánica; Botánica; Zoología (Protozoología, Moluscos e invertebrados marinos, Insectos, Peces, Batra- cios y reptiles, Aves y mamíferos); Antropología; Etnolo- gía; Musicología indígena y Arqueología. El museo además ha conservado tradicionalmente la colección de monedas y medallas que se iniciara en la época de Rivadavia y que constituye en la actualidad, muy incrementada, su sección

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Numismática. Como secciones auxiliares, el Museo posee biblioteca, laboratorios de taxidermia y osteología, talleres de modelado, dibujo, fotografía, imprenta y encuadema- ción, así como carpintería y herrería.

La publicación más importante del museo continúa siendo sus Anales, de los que han aparecido ya más de 40 tomos. Además, como Publicaciones extras, edita una serie de trabajos publicados por los miembros del personal del museo en otras revistas. Por último, desde 1919 publica el Catálogo de Numismática, del que han aparecido ya varios tomos.

Por su parte el Museo de La Plata, convertido en Instituto del Museo y Escuela Superior de Ciencias Na- turales, continúa realizando su labor de investigación y docente. En sus aspectos científicos cumple su labor me- diante los departamentos siguientes: Antropología, ar- queología y etnografía (que incorporó en 1940 una mag- nífica Sala Peruana); Botánica (cuya sección Micología, la constituye el Instituto de Botánica “Spegazzini”, del que pronto hablaremos); Geología y geografía física; Minera- logía y petrografía; Paleozoología (invertebrados) y Pa- leobotánica; Paleozoología (vertebrados); Zoología (in- vertebrados) y Zoología (vertebrados).

Posee además el museo una biblioteca con más de 100,000 piezas bibliográficas y las dependencias necesarias para el mejor desenvolvimiento de la institución.

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El plan de publicaciones del museo se ha ampliado notablemente. Además de los Anales, ya citados, y que se destinan a memorias de carácter monográfico de espe- cial importancia y extensión, desde 1935 la Revista inició una nueva serie que consta de seis secciones: Antropolo- gía, Botánica, Geología, Paleontología, Zoología y oficial, que se publican en tomos separados y en los que se reúnen

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todas las contribuciones científicas (memorias, monogra- fías, notas, etc.) de los colaboradores del Museo; creán- dose ese mismo año una nueva publicación Notas del Museo de La Plata, de formato pequeño, destinada a ser el órgano de información rápida para fijar fechas y ase- gurar prioridades. A esa lista de publicaciones se agrega- ron: en 1937 una nueva serie Publicación didáctica y de divulgación científica del Museo de La Plata, destinada a contener trabajos de divulgación sobre temas científicos de interés general tratados en forma sintética y accesibles al público, y en 1939 las Tesis del Museo de La Plata, des- tinadas a contener exclusivamente publicaciones de esta índole, que en razón del trabajo de investigación realizado merezcan tal distinción.

Fuera de los dos grandes museos argentinos, existen en el país otros museos que, aunque de menor importan- cia, realizan también una obra de estímulo y de difusión de los conocimientos relativos a las ciencias naturales. Iniciemos su enumeración con el de Paraná, ciudad de brillante tradición a este respecto, pues ya había alber- gado en 1854 y 1884 los museos que habían dirigido Bra- vard y Scalabrini, respectivamente.

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En 1917, un grupo de estudiantes secundarios se agru- pó bajo el nombre de Asociación Estudiantil: Museo Po- pular, con el fin de dotar a Entre Ríos de un museo pú- blico que reflejara en sus colecciones la naturaleza y la historia de la provincia. La asociación progresó suficien- temente (en 1920 el museo ya contaba con 1.200 ejem- plares) como para que en 1924 se convirtiera en ins- titución oficial: Museo Escolar Central, dependiente del Consejo General de Educación de la Provincia, que acre- centó enormemente su material y en 1929 inició la publi- cación de Memorias del Museo de Paraná. Finalmente,

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en 1934, el Museo volvió a elevarse de categoría, pues se transformó en el Museo de Entre Ríos, con una organiza- ción moderna. A sus cuatro secciones: Zoología, Botá- nica, Antropología (Arqueología, etnología y folklore) e Historia y Numismática, se incorporó en 1936 el Institu- to “Martiniano Leguizamón”, formado sobre la base de las colecciones históricas, folklóricas y demás materiales que pertenecieran al escritor e historiador entrerriano Marti- niano Leguizamón, y que fueran donados por sus herede- ros a esos efectos.

Dependientes de las respectivas provincias existen también museos en Mendoza (Museo General Regional), en Córdoba (Museo Provincial de Ciencias Naturales), en Santa Fe (Museo Escolar “Florentino Ameghino”), en Sal- ta (Museo Provincial), etc.

De las ramas de las ciencias naturales es, probable- mente, la botánica la más cultivada en la Argentina. Tres legados importantes, vinculados a tres hombres de ciencia, han constituido el núcleo de tres importantes institutos especialmente destinados a estudios botánicos.

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Carlos Spegazzini, “la figura más excelsa de la botá- nica argentina”, al decir de uno de sus biógrafos, llegó a la Argentina en 1879 con un flamante título de enólogo italiano, pero también con una labor científica ya pro- misoria realizada en el campo de la micología con su maes- tro el célebre micólogo Saccardo. El año siguiente, Puíg- gari lo incorpora al Gabinete de historia natural de la Facultad de ciencias físiconaturales, pasando luego en 1885 a residir en La Plata, en cuya Universidad actuó ofi- cialmente hasta 1912. Su labor botánica fue extraordi- naria: “no existe un solo grupo ni familia de nuestra flora que no deba a Spegazzini alguna contribución”, dice

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Hickem, pero es sin duda la micología la especialidad que más cultivó. Cuando Spegazzini llega a la Argentina se conocen 39 especies de hongos, cuando él muere se co- nocen 4,000, casi todas determinadas por él.

En 1925 editó una Revista Argentina de Botánica, cuyas cuatro entregas redactó íntegramente.

En su testamento hizo donación de sus colecciones y biblioteca, con su casa, al Museo de La Plata, con la con- dición de que se creara un Instituto de botánica que llevara su nombre. Por eso el Instituto de Botánica “Spe- gazzini” constituye hoy la Sección de micología del Depar- tamento de botánica del Instituto del Museo de La Plata.

Cristóbal M. Hicken es otra vida consagrada a la in- vestigación científica. Doctorado en 1900 y poco después profesor universitario, ha publicado numerosos trabajos y realizado muchos viajes, habiendo recorrido toda Amé- rica. Fruto de sus trabajos y de sus viajes fue la organiza- ción del Museo y Biblioteca que denominó “Darwinion” en el que reunió más de 10,000 libros dedicados en su mayor parte de la flora suramericana, y cerca de 150,000 ejemplares de plantas (más de 50,000 especies distribuidas taxonómica y fitogeográficamente). En 1922 inició la pu- blicación de Darwiniana. Carpeta del “Darwinion” (Labo- ratorio particular del doctor Cristóbal M. Hicken “Darwi- nion”) y que hoy ha modificado este subtítulo por el de Revista del Instituto de Botánica “Darwinion” (Institu- to de Botánica “Darwinion”, San Isidro. Academia Na- cional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Buenos Aires.).

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En 1924 Hicken expresó el deseo de donar al Estado su “Darwinion” con las colecciones botánicas en herbarios y sus envases, la biblioteca botánica, el edificio y el terre- no, con la condición que el “Darwinion” se dedicara exclu-

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sivamente a investigaciones científicas relativas al ramo, con exclusión de todo lo concerniente a la enseñanza, para lo cual quedaría bajo la administración y superinten- dencia científica de la Academia de Ciencias de Buenos Aires.

Esta donación se concretó posteriormente, y en la ac- tualidad, el “Darwinion” está instalado en un nuevo local en San Isidro, pueblito de las proximidades de Buenos Aires.

Otra figura excelsa de la botánica argentina es la de Miguel Lillo. Autodidacto, se inició al lado de Schicken- dantz, consagrándose en su ciudad natal, Tucumán, a las ciencias naturales. Fuera de la botánica, en la que desco- lló, en especial en dendrología, se ocupó de zoología y de meteorología (durante más de 40 años hizo observaciones pluviométricas y termométricas en la ciudad de Tucumán).

Al fallecer, Lillo legó a la Universidad Nacional de Tucumán sus ricas colecciones botánicas, ornitológicas y entomológicas, así como su importante biblioteca y la casa quinta en que están instaladas y una importante suma de dinero para su debida conservación. Sobre la base de ese legado la Universidad creó el Instituto “Miguel Lillo” (de Investigaciones Botánicas) que ha desarrollado una inten- sa actividad no sólo en el campo botánico sino en el de todas las ciencias naturales.

Fuera de artículos de divulgación, el instituto edita dos publicaciones periódicas de carácter científico: Lilloa, revista de botánica de la que han aparecido más de diez tomos, y Acta Zoológica Lilloana, revista de zoología, de la que han aparecido ya varios tomos. Además ha iniciado la publicación en grandes tomos suntuosamente ilustra- dos de la Genera et Species Plantarum Argentinarum, de la cual ya ha aparecido el segundo tomo.

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Otro importante centro botánico, pero en especial de estudios de materia médica, es el Instituto de botánica y farmacología, existente en la Facultad de ciencias médi- cas de la Universidad de Buenos Aires, y que se creó en 1900 con el nombre de Museo Farmacológico. También desde principios de siglo edita una publicación periódica hoy titulada Trabajos del Instituto de Botánica y Farma- cología.

Además de los varios jardines zoológicos y de los ya numerosos jardines botánicos con que cuenta el país, de los cuales algunos especializados, agreguemos que en 1945 se ha constituido la primera Sociedad Botánica Argentina con sede en La Plata y que se propone agrupar a todos los botánicos y aficionados a la botánica, estimular la pro- tección de la vegetación indígena, coordinar la termino- logía botánica y los demás fines científicos de las agrupa- ciones de esta índole. En el mismo año apareció su Boletín con trabajos científicos relativos a todas las ramas de la botánica, notas históricas, noticias, etc.

La intensidad de los estudios zoológicos en la Argenti- na se pone de manifiesto a través de la existencia de sus instituciones que agrupan a especialistas y aficionados en diversas ramas de esa ciencia. Así, desde 1916 existe en Buenos Aires la Sociedad Ornitológica del Plata, que des- de el año siguiente publica su órgano periódico El Horne- ro, revista especialmente destinada al estudio y protección de las aves, y desde 1925 existe, también en Buenos Aires, la Sociedad Entomológica Argentina, cuya Revista, que inició su aparición el año siguiente, tiene carácter exclusi- vamente entomológico. Y últimamente (1944) se fundó la Asociación Argentina de Artropodología, que se propone fomentar el estudio y conocimiento de los diversos grupos

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que constituyen el Phyllum Arthropoda pertenecientes a la fauna argentina en particular y a la neotrópica en ge- neral. Se propone editar la revista Arthropoda.

Los estudios mineralógicos y geológicos en la Argen- tina están centralizados en los grandes museos y en la repartición del Ministerio de Agricultura ya citada, y que hoy lleva el nombre de Dirección de Minas y Geología. Esta repartición, además de un Boletín edita Publicaciones que refunde las anteriores: Dirección de Minas, Geología e Hidrología.; Estadística minera de la Nación y Estadís- tica de petróleo de la República Argentina.

Como institutos especiales citemos el Instituto de fisio- grafía y geología de la Facultad de ciencias matemáticas de Rosario, creado en 1936 con el objeto, entre otras fina- lidades, de realizar investigaciones fisiográficas, geológi- cas, mineralógicas, petrográficas y paleontológicas, y que en sus Publicaciones hace conocer memorias científicas sobre esos temas; el Instituto de geología, de reciente crea- ción (1945), que funciona en la Facultad de ciencias de Buenos Aires y que tiene la doble función de Escuela de Enseñanza Superior de las ciencias geológicas, y de Instituto de investigación en esas mismas ciencias: y el Ins- tituto de mineralogía y geología de la Universidad de Tucumán que edita Cuadernos de mineralogía y geología.

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Estos estudios cuentan, además, con dos instituciones privadas. En 1929 se fundó en Buenos Aires la Sociedad Argentina de Minería y Geología que se propone realizar estudios científicos de carácter geológico y mineralógico, un inventario general de los recursos minerales, una des- cripción científica y tecnológica, así como estudiar los mé- todos de exploración, explotación e industrialización de los yacimientos minerales, realizar estudios hidrogeológicos

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y de geología aplicada a las construcciones, etc.; y que desde ese mismo año edita la Revista Minera. Mientras esta asociación, como se ve, se ocupa con preferencia de estudios mineros, la otra institución: Sociedad Geológica Argentina de muy reciente creación (1945), tiende a una finalidad más científica, pues su objeto primordial es pro- pender al progreso de las ciencias geológicas estimulando las investigaciones académicas especialmente en lo que se refiere al mejor conocimiento de la estructura geológica del suelo de la Argentina y de las regiones vecinas de América, y que el año siguiente ya hizo conocer su publi- cación periódica, Revista de Sociedad Geológica Argentina, dedicada exclusivamente a trabajos sobre la geología en sen- tido amplio: mineralogía, petrografía, geología general e histórica, paleontología, etc.

Aunque persiguen una finalidad práctica, tienen valor científico los estudios que en la Argentina se realizan vinculadas con el petróleo. Ya en 1911 la explotación del petróleo (de Comodoro Rivadavia), dio lugar a la creación de una sección especial en la Dirección de mi- nas y geología, sección que en 1922 se independizó cons- tituyendo la importante Dirección General de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (conocida como Y. P. F.), dependiente del Ministerio de Agricultura, y en la que se realizan estu- dios geológicos, claro es, aplicados a la prospección y ex- plotación de yacimientos petrolíferos. Es también impor- tante su publicación periódica actualmente denominada Boletín de informaciones petroleras. Por lo demás, Y. P. F. contribuye al sostenimiento de un Instituto del petróleo, dependiente de la Universidad Nacional de Cuyo.

Agreguemos, por último, que algunas de las investiga- ciones de carácter edafológico que se realizan en el De- partamento de química agrícola y edafología del Instituto-

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experimental de Santa Fe, tienen interés geológico, pues contribuyen al estudio del cuaternario.

Los estudios geográficos cuentan en la Argentina con dos institutos oficiales y una institución privada.

En la Facultad de filosofía y letras de Buenos Aires funciona un Instituto de investigaciones geográficas, fun- dado y dirigido en 1917 por Outes. Edita Publicaciones en dos series: Series A, con memorias originales y docu- mentos, y Serie B, con documentos cartográficos, planimé- tricos e iconográficos.

En la Facultad homónima de Tucumán existe también un Instituto de estudios geográficos que edita Mono- grafías.

El meritorio Instituto geográfico argentino, cuya vida languideció, fue sustituido en 1922 por la Sociedad Argen- tina de Estudios Geográficos “Gaea”, que se propone esti- mular los estudios e investigaciones geográficos y afines, en lo que se refiere a: geodesia, topografía y cartografía, biogeografía, geología, geofísica y morfología, climatolo- gía y didáctica. En 1931 organizó la Primera Reunión Nacional de Estudios Geográficos. Desde 1925 edita sus Anales, más conocidos por el nombre de la institu- ción: Gaea.

24. LOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS

Los estudios antropológicos en sentido estricto (antro- pología física, arqueología, etnografía, lingüística y folk- lore) que en la Argentina se vinculan con los de las cien- cias naturales, disponen de numerosos centros.

Fuera de la labor que se realiza en los museos de cien- cias naturales, en especial en los de Buenos Aires y de

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La Plata, el centro de estudios especializado más impor- tante es también el más antiguo: el ya citado Museo et- nográfico de la Facultad de filosofía y letras de Buenos Aires.

Este Museo, que originariamente fue organizado sobre la base de las colecciones y de la biblioteca de su fundador y primer director, Ambrosetti, a quien sucedió en la direc- ción su discípulo Salvador Debenedetti, realizó, por obra de estos dos especialistas, una amplia labor, iniciada en el país con criterio estrictamente científico, la explotación arqueológica, para lo cual se llevaron a cabo, hasta 1930, veinticuatro expediciones a distintas regiones del territorio, en alguna de las cuales, como en Tilcara, se hicieron excavaciones prolongadas y sistemáticas.

En 1930 asumió la dirección del Museo el eminente americanista Félix F. Outes, etnógrafo y arqueólogo, tras- ladándose entonces a un más amplio edificio indispensable para la institución, que entonces ya poseía más de 60.000 piezas. Outes renovó también las publicaciones del Mu- seo, que desde entonces edita sus Publicaciones en dos Series (A y B), y además una revista de divulgación que denomina Solar.

En Córdoba, existe un Museo colonial al cual el lin- güista e historiador Monseñor Pablo Cabrera donó sus colecciones etnográficas, y un Instituto de arqueología, lingüística y folklore “Dr. Pablo Cabrera”, dependiente de la Universidad, fundado en 1942 y que en 1943 inició la edición de sus Publicaciones.

En Tucumán, dependientes de la Universidad, existen un Instituto de antropología que edita su Revista y un Instituto de historia, lingüística y folklore que también edita Publicaciones.

Ya dijimos que a la flamante Universidad de Cuyo,

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entre sus departamentos, ha creado un Instituto de lin- güística y un Instituto de etnografía americana que edita Anales.

En 1940 el gobierno de Santa Fe creó en la ciudad capital un Departamento de estudios etnográficos y co- loniales, con el objeto de realizar investigaciones origina- les de carácter etnográfico, histórico, arqueológico y folk- lórico vinculados con la provincia. Este Departamento ha inaugurado en 1943 un Museo etnográfico y ha iniciado sus Publicaciones, bajo forma de monografías, en 1940, y desde 1945 agregando un Boletín periódico.

Y en Santiago del Estero el Museo arqueológico de la provincia ostenta sus ricas colecciones con el abundante material excavado en los yacimientos pertenecientes a lo que se ha dado en llamar la “cultura chaco–santiagueña”.

También poseen museos arqueológicos, sobre la base de elementos indígenas regionales, las ciudades de Catamarca y La Rioja.

En cuanto a las instituciones privadas, la Argentina cuenta desde 1937 con una Sociedad Argentina de An- tropología, que realiza congresos científicos anuales con el nombre de “Semana de Antropología” y que edita Rela- ciones.

25. LA HISTORIA DE LA CIENCIA

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En este panorama de la ciencia argentina, nos hemos ocupado hasta aquí de las instituciones y publicaciones vinculadas con la ciencia, entendida ésta en el sentido más estricto y común del vocablo: vale decir de las ciencias exactas y de las ciencias naturales (en sentido amplio). Se ha excluido, por tanto, toda referencia a los demás sectores del conocimiento: a la psicología, ciencia difícil de ubicar,

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a las ciencias sociales (sociología, derecho, economía, polí- tica, educación) y al amplio campo de las disciplinas huma- nistas: filosofía, letras e historia.

Sin embargo, daremos fin a esta reseña dando algunas noticias respecto del desarrollo en la Argentina de los estudios vinculados a un sector del saber que por su esen- cia es histórico, pero por su contenido es científico: la historia de la ciencia.

Hasta 1939 existían en la Argentina, fuera de algunos cultores aislados, dos cátedras especializadas de historia de la medicina, una de las cuales, la de Buenos Aires, edita desde 1938 Publicaciones de la cátedra de historia de la medicina (vinculada con esta cátedra apareció en 1942 una Revista Argentina de Historia de la Medicina), y al- gunas otras cátedras universitarias en las que la historia de la ciencia integra parcialmente sus asignaturas. Con el propósito de impulsar tales estudios, la Universidad Nacio- nal del Litoral creó en 1938 el Instituto de historia y filo- sofía de la ciencia, cuyas finalidades principales eran las de realizar investigaciones originales, organizar seminarios para contribuir a la formación de investigadores y elabo- rar un repertorio bibliográfico de historia de la ciencia, poniendo a su frente al profesor Aldo Mieli, eminente historiador de la ciencia, entendida no como suma o yuxta- posición de las historias de las ciencias particulares o de las biografías de los sabios individuales, sino como una disci- plina autónoma, con método y finalidades propios que analiza y critica históricamente una específica actividad humana: la científica.

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En 1919 Mieli había fundado la revista Archivio di storia della scienza, que luego denominó Archeion, y en 1928 había promovido la creación de una Academia Inter-

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nacional de historia de la ciencia, que se organizó en 1929, designando a Mieli secretario perpetuo de la misma.

Con la creación del Instituto argentino y la competen- cia de su director, que había traído de Europa su valiosa biblioteca particular, los estudios de historia de la ciencia adquirieron un nuevo impulso que se tradujo: a) en la transformación y ampliación del Grupo argentino de his- toria de la ciencia, filial de la Academia internacional, integrándolo con numerosos estudiosos de la Argentina, vinculados directa o indirectamente con los estudios de historia de la ciencia;

b) la iniciación en el Instituto de una vasta labor de índole bibliográfica, que constituía una de las finalidades del mismo; y

c) la reaparición de Archeion, de la cual se publicaron en tierra americana cuatro volúmenes, después de veinte años de labor europea. Una labor interesante que se proponía la revista, era hacer conocer el desarrollo histó- rico de las bibliotecas, museos, colecciones, sociedades científicas de Latinoamérica, habiendo iniciado la serie con una reseña histórica de la Sociedad Científica Argentina.

El Instituto estaba empeñado en su promisoria labor, cuando en 1943 una de las primeras intervenciones univer- sitarias puso término a la misma, suprimiendo el Instituto, separando a su director y suspendiendo la publicación de Archeion.

No obstante, ese breve, pero activo período de la vida del Instituto no fue del todo estéril.

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Lo prueba el hecho de haberse constituido en la Insti- tución Cultural Española, que brindó generosa hospitali- dad a la biblioteca de Mieli, un nuevo centro de estudios, que en 1945 realizó su primer coloquio de historia y filo-

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sofía de la ciencia. Lo prueba el hecho de haberse multi- plicado en la Argentina la edición de obras clásicas cien- tíficas, así como de libros que tratan de la historia de la ciencia, destacándose la producción del mismo Mieli, quien tiene actualmente en curso de publicación una obra de vasto alcance que comprenderá una docena de volúme- nes: Panorama general de historia de la ciencia, en la que, entendida la ciencia como específica actividad humana, se da de su historia una visión unitaria y orgánica, en la que las ciencias particulares se encuadran dentro del mar- co del pensamiento científico total, en conexión con el panorama histórico y, como telón de fondo, con la atmós- fera cultural de cada época.

26. CONCLUSIÓN

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Al dar término a esta breve reseña de la ciencia argen- tina, creemos conveniente señalar la doble limitación que ella comporta. En primer lugar, este panorama se refiere únicamente a la matemática y a la ciencia natural, en sen- tido amplio; se refiere, por tanto, al sector del saber que comúnmente se considera científico por antonomasia, aun- que, a nuestro entender, no debe ni puede negarse carácter científico a otros sectores. Tal limitación, a su vez, supone una doble exclusión: por un lado, este panorama no se ocupa ni del saber filosófico, ni de los estudios históricos y sociológicos, ni de las investigaciones relativas a las acti- vidades más específicamente humanas: derecho, econo- mía, educación, lenguaje, etc. Por otro lado, ha quedado también excluida de este panorama toda consideración sistemática relativa al vasto campo de la técnica, en sentido lato; vale decir a toda aplicación científica que no persiga una finalidad teórica. De ahí que sólo en forma indirecta

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o circunstancial nos hemos referido a la medicina o a la ingeniería.

En segundo lugar, este panorama no muestra el desa- rrollo y estado actual de la ciencia argentina a través de sus hombres de ciencia o de las ideas y corrientes de pen- samiento que pueden haber influido en aquel desarrollo, sino que lo hace, con preferencia, a través de las institu- ciones y publicaciones científicas, considerando que estos órganos de elaboración y trasmisión del saber reflejan mejor el estado de las ciencias reseñadas, de acentuado carácter objetivo y menos afectas, por eso, a la influencia de escuelas o ideologías.

En cambio, influyeron en el desarrollo de la actividad científica argentina los acontecimientos políticos y socia- les que afectaron a las ciencias que reseñamos, más que en su orientación o contenido, en sus posibilidades y ma- nifestaciones exteriores. De ahí que, a modo de conclu- sión, quisiéramos destacar esa influencia que, en el breve lapso de un siglo y medio de vida científica argentina, se tradujo en períodos que hemos calificado, con un símil psicológico, de períodos introvertidos y extravertidos; pe- ríodos en los que el país parece, respectivamente, cerrarse en sí mismo y abrirse hacia el mundo, y a los que corres- ponden épocas de inactividad y actividad científicas, dadas las características de la ciencia, tarea humana, por esencia, internacional y universal.

En el panorama que hemos desarrollado creemos ad- vertir claramente varios de esos períodos, que imprimen al andar científico, no ya una marcha uniforme en sentido ascendente, sino un movimiento oscilatorio, un ritmo cí- clico, como si dos tendencias culturales en pugna obtu- vieran alternativamente la victoria.

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Así, mientras a lo largo de casi todo el período colonial

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la Argentina, aislada del mundo, no cobija prácticamente actividad científica alguna, al finalizar el siglo XVII y en especial con el advenimiento de la Revolución, se inicia para la ciencia un primer movimiento ascendente. La Argentina abre por primera vez sus puertas al mundo y, traída por vientos europeos, penetra en el país una co- rriente científica. No es una corriente vigorosa, no obs- tante figurar en ella cabales hombres de ciencia corno Bon- pland y Mossotti, no obstante presidir en ella el espíritu de Rivadavia y de la Universidad de Buenos Aires, no obs- tante contar con el apoyo y la voluntad de cierto sector de la población que ansía incorporar a su seno los beneficios de “la iluminada Europa” y de “la ilustración”, y los ‘‘progresos del conocimiento”.

Las luchas políticas que sobrevienen demasiado pronto impiden que esta débil atmósfera se fije y arraigue, y la tiranía termina por cegar esta fugaz etapa científica. Poco a poco la actividad científica decrece y al promediar el primer tercio del siglo XIX la Argentina, desde este punto de vista, ha regresado a la colonia.

Con la caída de la tiranía cesa este período de inacti- vidad, pues el impulso extraordinario que los hombres de la organización nacional imprimirán al país, significará también para la ciencia un nuevo movimiento de ascenso, esta vez con paso más seguro y firme. Nuevamente las miradas se dirigen hacia el exterior, que ya no es sólo Europa, en demanda de hombres de ciencia que acudan a fertilizar el suelo científico argentino. Y esta vez el injerto tuvo éxito, por cuanto en algunos sectores el espíritu cien- tífico arraigó firmemente y fructificó, si bien tal feliz resul- tado no se debió únicamente a la bondad de la planta y a la fertilidad del suelo, sino también a la existencia de favo- rables factores de ambiente, mesológicos. Se explica así

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cómo el más grande naturalista de la época: Ameghino, no es un producto directo de los naturalistas extranjeros contratados.

Las décadas que van del 60 al 90 representan un pe- ríodo de asombrosa actividad científica que culmina hacia el 72, y en el que surge la investigación científica orgánica y organizada; en él se fundan centros de estudios, se crean institutos de investigación, nacen publicaciones científicas, etcétera.

Mas, hacia el 90, se inicia otro período que, en cierto sentido, muestra signos de decadencia científica. Los fac- tores económicos, pero también el espíritu de la época, des- vían el impulso originario del período anterior y la activi- dad científica se dirige hacia otros rumbos: hacia las aplicaciones, hacia la técnica. El “progreso material” des- lumbra y no deja ver sino la ciencia aplicada, el afán utili- tario priva sobre el desinterés de la ciencia pura; los insti- tutos científicos vegetan y durante unos lustros, a ese respecto, la Argentina vuelve a encerrase en sí misma.

Hasta que, ya en este siglo, nuevos factores sociales y po- líticos contribuyen a que la ciencia recobre su ritmo ascen- dente; las instituciones y las publicaciones se multiplican, un activo e incesante intercambio científico fluye entre Ar- gentina y el mundo; y ante el estado actual puede afirmarse que la Argentina está, o puede llegar a estar, a la altura de las naciones más antiguas y de sólida tradición científica.

Y la Argentina ha de continuar sin duda con este rit- mo, interviniendo con intensidad y eficacia crecientes en el desarrollo de esta admirable y algo desconcertante acti- vidad que es la ciencia de hoy, que muestra hasta en sus crisis y en sus contradicciones aquella elevada dosis de humanidad que la asiste y que constituye su mejor aporte a la solidaridad y fraternidad humanas.

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BIBLIOGRAFÍA PRINCIPAL

Historia de la Nación Argentina (Desde los orígenes hasta la orga- nización definitiva en 1862), publicada por la Junta de Historia y Numismática Americana bajo la dirección de Ricardo Levene. En especial las monografías: Vida intelectual del virreinato del Perú, por Felipe Barrera Laos (vol. III, Buenos Aires, 1937).

El Tucumán de los siglos XVII y XVIII, por Manuel Lizondo Borda (vol. III, Buenos Aires, 1937).

Los gobernadores de Buenos Aires (1617-1777), por José Torre Revello (vol. III, Buenos Aires, 1937).

Las misiones jesuíticas, por Guillermo Furlong Cardiff, S. J. (vol. III, Buenos Aires, 1937).

La Imprenta, por Juan Carter (vol. IV, Segunda sección, Buenos Aires, 1938).

El periodismo, por Juan Pablo Echagüe (vol. IV, Segunda sección, Buenos Aires, 1938).

Las letras, por Juan Pablo Echagüe (vol. IV, Segunda sección, Buenos Aires, 1938).

La enseñanza primaria desde sus orígenes hasta 1810, por Juan Probst (vol. IV, Segunda sección, Buenos Aires, 1938).

Real Colegio de San Carlos, por Antonino Salvadores (vol. IV, Segunda sección, Buenos Aires, 1938).

La Universidad de Córdoba, por Antonio Salvadores (vol. IV, Segunda sección, Buenos Aires, 1938).

La enseñanza de la filosofía, por Raúl A. Orgaz (vol. IV, Segunda sección, Buenos Aires, 1938).

La enseñanza de la medicina durante el momento his órico del tvirreinato, por Félix Garzón Maceda (vol. IV, Segunda sec- ción, Buenos Aires, 1938).

Cartografía colonial, por Guillermo Furlong Cardiff, S. J. (volu- men IV, Segunda sección, Buenos Aires, 1938).

Evolución de las ciencias en la República Argentina, publicada por la Sociedad Científica Argentina. En especial:

II. La evolución de la física, por Ramón Loyarte (Buenos Aires, 1924).

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III. Las ciencias químicas, por Enrique Herrero Ducloux (Buenos Aires, 1923).

IV. Las matemáticas en la Argentina, por Claro Cornelio Dassen (Buenos Aires, 1924).

V. La evolución de la astronomía durante los últimos cin- cuenta años (1872-1922), por Enrique Chaudet (Bue- nos Aires, 1926).

VI. Nuestra mineralogía y geología durante los últimos cin- cuenta años (1872-1922), por Franco Pastore (Buenos Aires, 1925).

VII Los estudios botánicos, por Cristóbal M. Hicken (Bue- nos Aires, 1923).

XIII La evolución de la meteorología, por Guillermo Hox- mark (Buenos Aires, 1925).

Catálogo de publicaciones periódicas científicas y técnicas, publi- cado por el Comité argentino de bibliotecarios de instituciones científicas y técnicas, Buenos Aires, 1942.

José Babini, La investigación científica en la Argentina (en Re- vista de la Universidad de Buenos Aires, Tercera época, Tomo II, pág. 7, Buenos Aires, 1944).

Nicolás Besio Moreno, Sinopsis histórica de la Facultad de Cien- cias Exactas, Físicas y Naturales de Buenos Aires y de la enseñanza de las matemáticas y la física en la Argentina, Bue- nos Aires, 1915.

Nicolás Besio Moreno, Sociedad Científica Argentina. Fundada en 1872. Reseña histórica (en Archeion, vol. xxv, pág. 172, Santa Fe, 1943).

Martin Doello-Jurado, Pretérito y destino de nuestras ciencias naturales (en Suplemento de La Nación del 1-1-1939). Guillermo Furlong, S.J., Los jesuitas y la cultura rioplatense, Montevideo, 1933.

Juan María Gutiérrez, Origen y desarrollo de la enseñanza pública superior en Buenos Aires, Buenos Aires, 1915.

Alberto Palcos, Nuestra ciencia y Francisco Javier Muñiz. El sabio – El héroe, La Plata, 1933.

Julio Rey Pastor, La ciencia y la técnica en el descubrimiento de América, Buenos Aires, 1942.

Mariano Picón-Salas, De la conquista a la independencia, Colec- ción “Tierra Firme”, F. C. E., México, 1944.

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TABLA CRONOLÓGICA

I. HASTA 1850

1577 El maestro Pedro de Vega, primero de quien se tienen noti- cias, enseña primeras letras en Santa Fe.

1614 Se instalan en Córdoba los cursos del Colegio de Montserrat.

1622 Gregorio XV autoriza a la Universidad de Córdoba a confe- rir grados.

1700 Fecha del primer libro impreso en la imprenta de las Mi- siones.

1706 El padre Buenaventura Suárez inicia sus observaciones astro- nómicas.

1766 Fecha de los primeros impresos de la Imprenta del Colegio de Montserrat.

1779 Se crea el Protomedicato del Río de la Plata.

1781 Fecha de los primeros impresos de la Real Imprenta de los Niños Expósitos de Buenos Aires.

1781 Llega a la Argentina Félix de Azara, quien recorre las regio- nes del Plata durante 20 años.

1783 Se inaugura en Buenos Aires el Real Colegio de San Carlos.

1787 Manuel Torres desentierra y envía a Europa el esqueleto de un megaterio.

1799 El Consulado crea la Escuela Náutica, que funciona hasta 1806.

1801 En el protomedicato se dictan cursos de medicina.

1801 Aparece el Telégrafo Mercantil, primer periódico del Plata.

1810 Se crea la Escuela de Matemáticas, que funciona hasta 1812.

1810 Aparece la Gaceta de Buenos Aires, primer periódico poste- rior a la Revolución.

1810 Moreno crea la Biblioteca Pública.

1815 Se funda el Instituto Médico que funciona hasta 1820.

1816 Se crea la Academia de matemáticas y arte militar.

1818 Llega a la Argentina el naturalista Bonpland con plantas y semillas.

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1821 Se crea la Universidad de Buenos Aires.

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1822 Se funda la Sociedad de ciencias físico-matemáticas.

1824 Se crea la Academia de Medicina de Buenos Aires, que el año siguiente inicia la publicación de sus Anales.

1825 Rivadavia funda el Museo Público, ya creado por la Asam- blea del año 12.

1826 Rivadavia crea el Departamento de ingenieros y el Departa- mento topográfico y estadístico.

1829 Alcides d’Orbigny inicia sus viajes por América del Sur, que prolonga hasta 1833.

1830 Román Chauvet inaugura un curso de cálculo infinitesimal.

1831 Octavio Fabricio Mossotti dicta el primer curso de física ex- perimental.

1832 Charles R. Darwin toca tierra argentina, que recorre entre ese año y 1835.

1844 Francisco Javier Muñiz descubre el Smilidon bonaerensis

(Muñiz).

II. DESDE 1850 HASTA 1916

1851 Urquiza funda en Concepción del Uruguay el Colegio “His- tórico” del Uruguay.

1854 Se funda en Paraná el Museo de la Confederación, que luego dirigirá Bravard.

1854 Se funda en Buenos Aires la Asociación de Amigos de la Historia Natural del Plata.

1858 La Asociación Farmacéutica de Buenos Aires edita la Revista Farmacéutica, aún existente.

1860 Se publica la Description physique de M. de Mussy, con- tratada por Urquiza.

1866 Burmeister se hace cargo de la dirección del Museo de Bue- nos Aires.

1867 Mitre funda el Colegio Nacional de Buenos Aires, que diri- girá Jacques.

1868 Aparecen los Anales del Museo de Buenos Aires.

1869 Gracias a los esfuerzos de Gutiérrez se crea en la Universi- dad de Buenos Aires el Departamento de ciencias exactas. Se crean las aulas para enseñanza de facultades mayores en el Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe.

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1869 Se autoriza por ley al Poder ejecutivo a contratar hasta 20 profesores para la enseñanza de las ciencias.

1873 Egresan los primeros ingenieros argentinos (los “doce após- toles”).

1874 Llega Gould a la Argentina e inicia sus observaciones astro- nómicas.

1875 Sarmiento inaugura el Observatorio de Córdoba, que inicia ese mismo año sus publicaciones.

1876 Se funda la Oficina Meteorológica Nacional (hoy Dirección de Meteorología, Geofísica e Hidrología) en Córdoba, que se traslada a Buenos Aires en 1901.

1875 Se funda la Sociedad Científica Argentina.

1876 Se funda la Academia de Ciencias de Córdoba, que inicia sus publicaciones el año siguiente.

1877 Aparecen los Anales de la Sociedad Científica Argentina.

1878 Se crea la Escuela de Ingenieros de San Juan.

1879 La Universidad de Buenos Aires inicia sus publicaciones.

1880 Sobre la base de las donaciones de Francisco Moreno se fun- da el Musco antropológico y arqueológico de Buenos Aires.

1881 Primeros intentos de revistas de ciencias naturales: El Natu- ralista Argentino y El Periódico Zoológico Argentino.

1882 Se funda el Instituto Geográfico Argentino, que vivió medio siglo.

1882 Se funda el Observatorio de La Plata.

1884 El Museo antropológico de Buenos Aires se traslada a La Plata y se convierte en el Museo de La Plata.

1884 En Paraná se funda el Museo provincial, que luego dirigirá Scalabrini.

1884 Aparece Filogenia de Ameghino.

1886 Se funda el Instituto geográfico militar.

1887 Se crea la sección Minas del Ministerio de Obras Públicas, hoy Dirección de Minas y Geología.

1885 Se promulga la “ley Avellaneda” del régimen universitario.

1890 El Observatorio de La Plata inicia sus publicaciones.

1891 Se funda el Jardín zoológico de Buenos Aires.

1892 Se crea por ley la Universidad provincial de La Plata, que recién se instala en 1897, y se nacionaliza en 1905.

1889 Se funda la Universidad provincial de Santa Fe.

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1891 Primer intento de revista matemática: la revista de Balbín.

1892 El Museo de La Plata inicia sus publicaciones.

1898 La Sociedad Científica Argentina organiza el Congreso Científico Latino–Americano, primero de la serie de los ac- tuales Congresos Científicos Americanos.

1898 Se funda el Jardín botánico de Buenos Aires.

1900 Se crea en la Facultad de medicina de Buenos Aires el Museo farmacológico, hoy Instituto de botánica y farma- cología.

1904 Se funda el Observatorio magnético de Pilar.

1907 Se funda el Instituto Nacional del Profesorado Secundario de Buenos Aires.

1908 Se instala la Estación Astronómica de Oncativo, que en 1908 pasa a depender del Observatorio de La Plata y que en 1911 suspende sus servicios.

1909 Se funda el Museo etnográfico de la Facultad de filosofía y letras de Buenos Aires.

1909 El Instituto de física de La Plata se organiza bajo la direc- ción de Bose.

1910 La Sociedad Científica Argentina organiza un Congreso Científico internacional americano.

1913 Se funda la sociedad de ciencias naturales Physis, que el año siguiente inicia la publicación de su revista.

1914 Nace la Sociedad (hoy Asociación) Química Argentina, que inicia el año siguiente la publicación de sus Anales.

1915 Se crea la Universidad provincial de Tucumán.

1916 El Instituto bacteriológico argentino inicia una era de labor científica.

1917 La Facultad de La Plata inicia la publicación de su Contri- bución a las ciencias fisicomatemáticas.

1914 La Universidad de Córdoba inicia sus publicaciones.

III. DESPUÉS DE 1916

1916 Se funda la Sociedad Ornitológica del Plata y su revista: El Hornero.

1916 Se realiza en Tucumán la primera Reunión nacional de naturalistas.

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1917 Llega al país Rey Pastor, con quien se inicia una era en los estudios matemáticos argentinos.

1917 En Paraná, un grupo de estudiantes se reúnen con el fin de dotar a Entre Ríos de un Museo público. Tal es el origen del actual Museo de Entre Ríos.

1920 En la Facultad de filosofía de Buenos Aires se funda el Instituto de investigaciones geográficas.

1921 La Reforma universitaria.

1922 Se crea por ley la Universidad Nacional del Litoral.

1919 En la Facultad de medicina de Buenos Aires se funda el Instituto de fisiología.

1919 Se realiza en Buenos Aires el Primer Congreso Nacional de Química.

1921 Se inicia la nacionalización de la Universidad de Tucumán.

1923 Se fundan la Sociedad Argentina de Biología y su Revista.

1924 Nace la Sociedad Argentina de Estudios Geográficos “Gaea”.

1922 De la Dirección de minas y geología se desprende Y.P.F. (Yacimientos Petrolíferos Fiscales).

1924 Por intermedio de la Academia de Ciencias de Buenos Aires, Hicken hace donación al estado de su laboratorio particular “Darwinion”.

1925 Inicia su aparición Gaea, revista de la Sociedad homónima.

1925 Se concede autonomía a las academias universitarias.

1927 Se funda la Sociedad Entomológica Argentina, que el año siguiente edita su Revista.

1928 Nace el Boletín Matemático de Buenos Aires.

1928 Con el legado Spegazzini se crea en el Museo de La Plata el Instituto de botánica “Spegazzini”, especialmente destina- do a estudios micológicos.

1929 Nace en Santa Fe la Sociedad Científica de Santa Fe, pri- mera de esa índole en el interior del país.

1929 Se crea el Instituto de investigaciones científicas y tecno- lógicas en Santa Fe, que inicia sus publicaciones en 1932.

1929 Se funda en Buenos Aires la Sociedad Argentina de Mine- ría y Geología y su Revista minera.

1931 Se funda la sociedad Amigos de la Astronomía.

1932 Se funda en Buenos Aires el Colegio Libre de Estudios Superiores.

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1931 Con el legado Lillo se funda en la Universidad de Tucu- mán el Instituto “Miguel Lillo” (de investigaciones botá- nicas).

1931 Se realiza la Primera Reunión Nacional de Estudios Geo- gráficos.

1933 Se funda la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias.

1933 Se crea por ley la Comisión Nacional de Cultura que, entre otros fines, concede becas para perfeccionamiento y otorga premios a la producción científica.

1935 Se funda en Santa Fe el Instituto experimental de inves- tigación y fomento agrícola-ganadero.

1935 Se instala el Observatorio de física cósmica en San Miguel.

1936 Se funda la Unión Matemática Argentina y su órgano de publicidad, actualmente órgano también de la Asociación Física Argentina.

1936 Se crea en Rosario el Instituto de investigaciones microquí- micas, que el año siguiente inicia sus publicaciones.

1936 Se crea en Rosario el Instituto de fisiografía y geología. que inicia el año siguiente sus publicaciones.

1936 Se promulga la ley por la cual se procede a la medición de un arco de meridiano.

1937 Se funda la Sociedad Argentina de Antropología.

1938 Se crea en Rosario el Instituto de matemática, que inicia sus publicaciones el año siguiente.

1939 Se crea en Santa Fe el Instituto de historia y filosofía de la ciencia.

1939 Se crea la Universidad Nacional de Cuyo.

1940 Se crea el departamento de estudios etnográficos y colo- niales en Santa Fe, que inicia ese año sus publicaciones.

1940 Aparece la Revista de la Universidad Nacional de Tucumán (Serie A. Matemáticas y física teórica).

1941 La “ley de la Carta” encomienda al Instituto geográfico militar los trabajos geodésicos y el relevamiento topográfico del país.

1942 Se funda la Estación astrofísica en Bosque Alegre. En esa ocasión se organiza el Núcleo de Física.

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1942 Se crea en Rosario el Instituto de matemática aplicada, que inicia ese año sus publicaciones.

1942 Se crea en Córdoba el Instituto de arqueología, lingüística y folklore “Dr. Pablo Cabrera”, que inicia el año siguiente sus publicaciones.

1943 Se funda el Instituto de biología y medicina experimental, instituto privado de investigación científica,

1944 El Núcleo de Física se convierte en la Asociación Física Argentina.

1945 Se realizan las Primeras Jornadas Matemáticas Argentinas.

1945 Se funda la Sociedad Geológica Argentina, que edita el año siguiente su Revis a. t

1945 Se funda la Sociedad Botánica Argentina y su Revista.

1945 Se realiza el Primer Coloquio de Historia y Filosofía de la Ciencia.

199

Page 188: Babini Jose - Historia de La Ciencia Argentina

ÍNDICES DE NOMBRES, INSTITUCIONES Y PUBLICACIONES PERIÓDICAS CITADOS

El número indica el parágrafo

A. NOMBRES

Acosta, José (1539-apt. 1600), 3

Agassiz, Louis J. R. (1807- 1873), 12

Aguilar, Félix (1884-1943), 21

Alberdi, Juan Bautista (1810- 1884), 10

Albertus Magnus (1193-1280), 3

Alboff, Nicolás (n. 1897), 11

Álzaga, Martín de (1756-1812), 9

Ambrosetti, Juan B. (1866- 1917), 11, 12, 24

Ameghino, Carlos (1865-1936), 11

Ameghino, Florentino (1853- 1911), 3, 6, 11, 13, 14, 15, 23, 26

Andonaegui, José de (1685- 1761), 6

Angelis, Pedro de (1784-1854), 5, 11

Arago, Francois J. D. (1786- 1853), 8

Argerich, Cosme (1758-1820), 9

Aristóteles (384-322 a. c.), 3, 8

Avellaneda, Nicolás (1837- 1885), 10, 12, 15

Azara, Félix de (1746-1821), 3, 6, 9, 17, 23

Bacon, Roger (1217-1292), 3

Balbín, Valentín (1850-1901), 10, 18

Barba, Alvaro Alonso (1569- después de 1659), 1

Barco Centenera, Martín del (1535-1602), 2, 5

Bedoya, José María (1789- 1840), 8

Belgrano, Manuel (1770-1820), 5, 7, 8, 9, 18

Berg, Carlos (1843-1902), 11, 15

Beuf, Francisco (m. 1899), 12

Bigelow, Francisco H, (1867- 1934), 20

Bodenbender, Guillermo (1857- 1941), 13

Bonpland, Aimé (1773-1858), 6, 9, 11, 17, 26

Bose, Emil Hermann (1874- 1911), 10

Brackebusch, Luis (1849- 1908), 13

Bravard, Augusto (m. 1861), 11, 15, 23

Bruch, Carlos (1873-1943), 11

Brunschvicg, León (1869- 1944), 15

Bucarelli y Ursúa, Francisco de Paula (m. después de 1770), 6

201

Page 189: Babini Jose - Historia de La Ciencia Argentina

Burckhardt, Carlos (1868- 1935), 11

Burmeister, Carlos G. C. (1807 -1892), 11, 23

Cabello y Mesa, Francisco A. (siglos XVIII/XIX), 5

Cabrera, Pablo (1857-1936), 24

Calvino, Juan (1509-1564), 8

Cané, Miguel (1851-1905), 10

Capellín, Juan (siglo XVI), I

Carlos III (1716-1788), 3, 7

Carta Molina, Pedro (siglo XIX), 8, 9

Cauchy, Augustin Louis (1789- 1857), 9

Cevallos, Pedro de (1715- 1778), 9

Cisneros, Baltasar Hidalgo de (1755-1829), 7

Colón, Cristóbal (1451-1506), 1

Concolorcorvo (Calixto Busta- mante Carlos Inca) (siglo XVIII), 6

Condillac, Étienne Bonnot de (1715-1780), 7

Coni, Pablo Emilio (1826- 1910), 11

Copérnico, Nicolás (1473- 1543), 8

Cuvier, Georges (1769-1830), 3

Chamisso, Adalberto (1781- 1838), 6

Chauvet, Román (siglos XVIII/ XIX), 9

Chorroarín, Luis José (1757- 1823), 8

Dassen, Claro C. (1873-1941), 9, 18

Darwin, Charles R, (1809- 1882), 2, 6, 17, 23

Debenedetti, Salvador (1884- 1930), 24

Descartes, René (1596-1650), 8

Díaz, Avelino (apr. 1800-1831), 8, 9

Díaz de Guzmán, Ruy (1554- 1629), 5

Doering, Adolfo (1848-1925), 13

Doering, Oscar (1844-1917), 13

Duarte y Quirós, Ignacio (1619 -1703), 7

Du Gratry, Alfredo M. (siglo XIX), 11

Dupotet, Jean H. J. (1777- 1852), 6

Echeverría, Esteban (1805- 1851), 10

Einstein, Alberto (n. 1879), 19

Euler, Leonhard (1707-1783), 8

Feijóo y Montenegro, (Padre) Benito J. (1676-1765), 8

Felipe II (1527-1598), 12

Ferraris, Carlos (siglo XIX), 8, 9

Franklin, Benjamín (1706- 1790), 8, 12

Funes (El Deán), Gregorio (1749-1829), 8, 9

Furlong Cardiff, Guillermo (n. 1889), 3

Galilei, Galileo (1564-1642), 8

202

Page 190: Babini Jose - Historia de La Ciencia Argentina

Gallardo, Ángel (1867-1934), 23

Gans, Richard (n. 1880), 10

Gassendi, Fierre (1592-1652), 8

Gauss, Karl Friedrich (1777- 1855), 12, 18

Gervais, Paul (1816-1879), 6, 11

González, Joaquín V. (1861- 1923), 10, 11

Gould, Benjamín A. (1824- 1826), 12

Gregorio XV (m. 1623), 8

Güiraldes, José Lorenzo (1778- 1861), 7

Gutenberg, Johann (1400?- 1468), 4

Gutiérrez, Juan María (1809- 1878), 5, 7,8, 9, 10, 11, 18

Haenke,Tadco (1761-1817), 5, 6, 9

Hartmann, Juan (m. 1936), 12, 20

Hernández, Pero (siglo XVI), 5

Hicken, Cristóbal M. (1876- 1933), 10, 23

Hieronymus, Jorge (m. 1920), 13

Holmberg, Eduardo L. (1852- 1937), 10, 11, 13, 15, 17, 23

Houssay, Bernardo A. (n. 1887), 22

Hudson, Guillermo E. (1841- 1922), 15

Huergo, Louis A. (1839-1913), 14

Humboldt, Alexander von (1769-1859), 3, 8, 9, 12

Hussey, William J. (n. 1862), 12

Ihering, Hermann von (1850- 1930), 11

Irigoyen, Hipólito (1850-1933), 16

Jacobi, Karl G. J. (1804-1851), 18

Jacques, Amadeo (1813-1865), 10

Jefferson, Thomas (1743- 1826), 12

Kircher, Atanasio (1601-1680), 3

Krueger, Félix (n. 1874), 10

Lacroix, Silvestre F. (1765- 1843), 9

Lafinur, Juan Crisóstomo (1797 -1824), 8

Lafone Quevedo, Samuel A. (1835-1920), 11

Lahille, Fernando (1861-1940), 11

Lancaster, José (1778-1838), 7

Lanz, José (entre 1770 y 1823), 9

Larroque, Alberto (1819-1881), 10

Lavoisier, Antoine-Laurent (1743-1794), 9

Leguizamón, Mardniano (1858 -1935), 23

203

Page 191: Babini Jose - Historia de La Ciencia Argentina

Lehmann-Nitsche, Roberto (1872-1938), 11

Leibniz, Gottfried Wilhelm (1646-1716), 8

Lillo, Miguel (1862-1931), 23

Locke, John (1632-1704), 8

López, Vicente Fidel (1814- 1903), 7

Lorentz, Paul G. (1835-1881), 13

Loreto, Cristóbal del Campo, marqués de (siglo XVIII), 9

Lund, Peter W. (1801-1880), 11

Lutero, Martín (1483-1546), 8

Lyell, Charles (1797-1875), 6

Lynch Arribalzaga, Enrique (n. 1935), 11

Magallanes, Fernando de (1480?-1521), 1

Malaspina, Alejandro (1754- 1809), 6, 17

Malebranche, Nicolás (1638- 1715), 8

Mantegazza, Paolo (1831- 1910), 10

Meyer, Camilo (1854-1918), 15

Mielí, Aldo (n. 1879), 25

Mitre, Bartolomé (1821-1906), 4, 10, 11, 15

Monardes, Nicolás (1507- 1588), 1

Montenegro, Pedro (siglos XVII/XVIII), 3

Mora, José Joaquín (1783- 1864), 5

Moreno, Francisco P. (1852- 1919), 11, 14, 15, 23

Moreno, Manuel (1781-1857), 7, 8, 9

Moreno, Mariano (1778-1811), 5, 9

Morse, Samuel F. B. (1791- 1872), 12

Mossotti, Octavio Fabricio (1791-1863), 8, 9, 12, 26

Moussy, Martín de (1810- 1869), 11

Müller, Gustav (n. 1851), 12

Muñiz, Francisco Javier (1795- 1871), 3, 6, 11

Née, Luis (siglo XVIII), 6

Nernst, Walter (1864-1941), 10

Newton, Isaac (1643-1727), 8

Nieremberg, Juan Eusebio (1595-1658), 4

Nollet, Jean-Antoine (1700- 1770), 8

Nordernskjold, Otón Gustavo (1869-1928), 12

Núñez Cabeza de Vaca, Alvar (1507-1559), 5

O’Donell, Carlos (siglos XVIII/ XIX), 9

O’Gorman, Miguel (1749- 1819), 9

Orbigny, Alcides d’ (1802- 1857), 6, 17, 23

Orgaz, Raúl A. (n. 1887), 8

Outes, Félix F. (1878-1939), 23

Parish, Woodbine (siglo XIX), 6

Pellegrini, Carlos Enrique (1800-1875), 10

204

Page 192: Babini Jose - Historia de La Ciencia Argentina

Piñero, Norberto (1858-1938), 11

Porro de Semenzi, Francisco (n. 1861), 12

Ptolomeo (siglo II), 1

Puíggari, Miguel (1827-1889), 10, 23

Quiroga, José (1707-1784), 3

Ramorino, Juan (1840-1876), 10

Rey Pastor, Julio (n. 1888), 18

Río-Hortega, Pío del (1882- 1945), 22

Rivadavia, Bernardino (1780- 1845), 4, 7, 8, 9, 10, 22, 23, 26

Rivadeneyra (Padre) (siglo XVII), 4

Roca, Julio A. (I843-Í914), 13

Rodríguez Francia, José Gaspar (1776-1840), 9

Rodríguez, Martín (1771- 1844), 8

Romanzoff, Pedro Alejandro- vich, conde de (1725-1796), 6

Romero, Francisco (n. 1891), 1

Romero, José Luis (n. 1909), 10

Rosas, Juan Manuel de (1793- 1877), 6, 9, 10, 12

Rossetti, Emilio (1839-1908), 10, 14

Saccardo, Pietro A. (1845- 1920), 23

Sáenz, Antonio (1780-1825), 8

Salvadores, Antonino (n. 1898), 7

San Martín, José de (1778- 1850), 7, 10, 11

Sarmiento, Domingo F. (1811- 1888), 6, 10, 11, 12, B, 14, 15

Scalabrini, Pedro (1849-1916), 11, 12, 23

Schickendantz, Federico (1837- 1896), 11, 23

Schmidl, Ulrico (entre 1511 y 1562), 5

Senillosa, Felipe (1794-1858), 5, 9

Stentenach, Felipe de (m. 1812), 9

Serrano, José (siglo XVIII), 4 Spegazzini, Carlos (1858- 1926), 23

Spcíuzzi, Bernardino (m. 1898), 10, 11

Stelzner, Alfredo (1840-1895), 13

Strobel, Pelegrino (1821-1895), 10

Suárez, Buenaventura (1679- -1750), 3, 4, 9

Suárez, Francisco (1548-1617), 8

Thome, Juan W. (1843-1908), 12

Tomás de Aquino (Santo) (1226-1274), 3

Torres, Luis María (1878- 1937), 11

Torres, Manuel (siglo XVII), 3

205

Page 193: Babini Jose - Historia de La Ciencia Argentina

Trejo y Sanabria, Fernando (1552-1614), 8

Trelles, Manuel Ricardo (1821- 1893), 11, 12

Uriburu, Juan N. de (n. 1805), 10

Urquiza, Justo José de (1801- 1870), 10, 11, 15

Vega, Pedro de (siglo XVI), 7

Vértiz y Salcedo, Juan José (1719-1784), 4, 7, 9, 18

Vieytes, Hipólito (1762-1815), 5

Voigt, Woldemard (1850-

1919), 10

Voltaire, F.-M. Arouet de (1694-1778), 8

Volterra, Vito (1860-1940), 14

Wernicke, Edmundo (n. 1867), 5

Weyenbergh, H. (n. 1885), 13

Wheelwright, William (1798- 1873), 11

Zeballos, Estanislao S. (1854- 1923), 11, 14

B. INSTITUCIONES

Academia (Nacional) de Cien- cias de Córdoba, 10, 13, 17

Academia (Nacional) de Cien- cias Exactas, Físicas y Natu- rales de Buenos Aires, 17

Darwinion, 23

Academia de Matemáticas (Tu- cumán), 8

Academia de Matemáticas y Arte Militar, 9

Academia (Nacional) de Medi- cina de Buenos Aires, 9, 22

Instituto de Investigaciones Fí- sicas Aplicadas a la Patología Humana, 22

Amigos de la Astronomía, 20

Asociación de Amigos de la Historia Natural del Plata, 11

Asociación Argentina de Artro- podología, 23

Asociación Argentina de Elec- trotécnicos, 19

Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias, 17

Asociación Estudiantil “Museo Popular” (Paraná), 23

Asociación Farmacéutica (y Bioquímica Argentina), 10

Asociación Física Argentina, 19

Asociación Química Argentina, 19

Aulas mayores (Santa Fe), 10

Biblioteca Pública (La Plata),

Biblioteca Pública de Buenos Aires 9, 11

Centro Argentino de Ingenie- ros, 15

Centro Argentino de Quimur- gia, 19

Centro Estudiantes de Ingenie- ría (Buenos Aires), 15

206

Page 194: Babini Jose - Historia de La Ciencia Argentina

Círculo Matemático del Insti- tuto Nacional de Profesorado Secundario, 18

Colegio de Ciencias Morales, 7

Colegio de la Inmaculada Con- cepción (Santa Fe), 10

Colegio Libre de Estudios Su- periores, 17

Colegio de la Merced (Cata- marca), 10

Colegio Nacional de Buenos Aires, 10

Colegio de la Provincia de Buenos Aires, 7

Colegio Real de Nuestra Seño- ra de Montserrat, 7, 10

Colegio Real de San Carlos, 7

Colegio de San Miguel (Tucu- mán), 10

Colegio de la Santísima Trini- dad (Mendoza), 7, 8, 10

Colegio de la Unión del Sud, 7

Colegio (“Histórico”) del Uru- guay, 10

Comisión Nacional de Cultu- ra, 17

Departamento de Estudios Et- nográficos y Coloniales (San- ta Fe), 24

Departamento de Ingenieros y Arquitectos, 9

Departamento Topográfico y Estadístico, 8, 9, 10

Dirección de Industrias (Men- doza), 19

Dirección de Meteorología, Geofísica e Hidrología, 12, 20

Observatorio de Buenos Aires, 20

Observatorio Magnético de Pilar, 20

Dirección de Minas y Geología, 15,23

Dirección Nacional de Viali- dad, 19

Dirección de Navegación y Puertos, 20

Dirección de Piscicultura del Ministerio de Agricultura, 22

Escuela de Ingenieros (San Juan), 10, 16

Escuela Náutica, 9

Escuela de Matemáticas, 9

Escuela Práctica de Agricultura y Ganadería de Santa Catali- na, 10

Estación Experimental Agrícola (Tucumán), 19

Facultad de Agronomía y Vete- rinaria (La Plata), 10

Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Políticas (Tucu- mán), 10

Facultad de Medicina de Bue- nos Aires, 6, 10

Ferrocarriles del Estado, 19

Fraternidad, La (Concepción del Uruguay), 10

Gaea, Sociedad Argentina de Estudios Geográficos, 23

Grupo Argentino de Historia de la Ciencia, 25

207

Page 195: Babini Jose - Historia de La Ciencia Argentina

Imprenta Coni, 11

Imprenta de los Niños Expósi- tos, 4

Institución Cultural Española, 18, 22, 25

Laboratorio de Histiología Normal y Patológica, 22

Instituto de Bacteriología del Ministerio de Agricultura, 12

Instituto Bacteriológico del De- partamento Nacional de Hi- giene, 22

Instituto de Biología y Medicina Experimental, 22

Instituto Experimental de In- vestigación y Fomento Agrí- cola-Ganadero (Santa Fe)

Departamento de Agrono- mía, 19, 22

Departamento de Edafología, 19, 23

Departamento de Estadística, 19

Instituto Geográfico Argentino, 12, 14, 23

Instituto Geográfico Militar, 12, 20, 21

Instituto de Investigación Mé- dica (Córdoba), 22

Instituto Médico, 9

Instituto Nacional del Profeso- rado Secundario (Buenos Aires), 10

Instituto Oceanógrafico Argen- tino, 22

Instituto Tecnológico del Sur, 16

Jardín Botánico (Buenos Aires), 15

Jardín Zoológico (Buenos Aires), 11

Museo Argentino de Ciencias Naturales "Bernardino Riva- davia", 6, 8, 9, 11, 15, 23

Estación Hidrobiológica Ma- rina, 22

Museo Antropológico y Arqueo- lógico de Buenos Aires, 11

Museo Arqueológico (Santiago del Estero), 24

Museo Colonial de Córdoba, 24

Museo de la Confederación (Paraná), 11

Museo de Corrientes, 11

Museo de Entre Ríos, 23

Museo Escolar Central de Pa- raná, 23

Museo Escolar “Florentino Ameghino” (Santa Fe), 23

Museo General Regional (Men- doza), 23

Museo de Paraná, 11

Museo Provincial de Ciencias Naturales (Córdoba), 23

Museo Provincial (Salta), 23

Observatorio Astronómico Ar- gentino de Córdoba, 12, 15. 20

Estación Astrofísica de Bos que Alegre, 19, 20

Observatorio de Física Cósmica (San Miguel), 20

Observatorio Naval del Minis terio de Marina, 20

208

Page 196: Babini Jose - Historia de La Ciencia Argentina

Obras Sanitarias de la Nación, 19, 22

Physis, Sociedad Argentina de Ciencias Naturales, 11

Protomedicato del Río de la Pla- ta, 9

Servicio Hidrográfico del Mi- nisterio de Marina, 20, 21, 22

Sociedad Argentina de Agrono- mía, 22

Sociedad Argentina de Antro- pología, 24

Sociedad Argentina de Biolo- gía, 22

Sociedad Argentina de Horti- cultura, 15

Sociedad Argentina de Micro- biología, 22

Sociedad Argentina de Minería y Geología, 23

Sociedad Botánica Argentina, 23

Sociedad de Ciencias Fisicoma- temáticas, 9

Sociedad Científica Argentina, 14, 15, 17, 19, 25

Seminario Matemático Claro C. Dassen, 18

Sociedad Científica de Santa Fe, 17

Sociedad Entomológica Argen- tina, 23

Sociedad Geológica Argentina, 23

Sociedad Lancasteriana, 7

Sociedad Literaria, 5

Sociedad Matemática Argenti- na, 18

Sociedad Ornitológica del Pla- ta, 23

Sociedad Paleontológica, 11

Unión Matemática Argentina, 18

Universidad (Nacional) de Buenos Aires, 5, 8, 9, 16, 21, 26

Departamento de ciencias exactas, 8, 9, 10, 14

Departamento de ciencias sa- gradas, 8

Departamento de jurispru- dencia, 8, 10

Departamento de medicina, 8, 10

Departamento preparatorio, 7, 8, 9, 1O

Departamento de primeras le- tras, 7, 8

Facultad de Ciencias Exac- tas, Físicas y Naturales, 10, 19

Instituto de Geología, 23

Instituto de Matemática, 18

Facultad de Ciencias Físico- naturales, 10, 23

Facultad de Ciencias mate- máticas, 10

Facultad de Filosofía y Le- tras, 10, 19

Museo Etnográfico, 11, 24 Instituto de Investigaciones Geográficas, 23

209

Page 197: Babini Jose - Historia de La Ciencia Argentina

Facultad de Ciencias Médi- cas,

Instituto de Anatomía Pa- tológica “Telémaco Susi- ni”, 22

Instituto de Botánica y Far- macología, 23

Instituto de Fisiología, 22

Instituto de Histología Ge- neral y Embriología, 22

Instituto de Medicina Ex- perimental para el trata- miento del Cáncer, 22

Misión de Estudios de Pa- tología Regional, 22

Universidad (Nacional) de Córdoba, 8, 10, 13, 19,21

Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 13

Facultad de Ciencias Médicas Instituto de Fisiología, 22

Instituto de Arqueología, Lin- güística y Folklore “Dr. P. Cabrera”, 24

Universidad Nacional de Cuyo, 10, 16

Instituto de Etnografía Ame- ricana, 16, 24

Instituto de Lingüística, 16, 24

Instituto del Petróleo, 16, 23

Instituto del Profesorado, 16

Universidad (Nacional) de La Plata, 10, 11, 12, 16, 21

Facultad de Ciencias Físico- Matemáticas, 12, 16

Departamento de Matemá- ticas, 18

Instituto de Física, 10, 19

Facultad de Química y Far- macia, 16, 19

Instituto de Fitotecnia, 22

Instituto del Museo, 10, 11, 16, 21, 23

Instituto de Botánica “Spe- gazzini”, 23

Instituto del Observatorio As- tronómico, 10, 12, 15, 16, 20

Estación astronómica de Oncativo, 12

Universidad Nacional del Lito- ral, 10, 16

Facultad de Agricultura y Ga- nadería, 16

Facultad de Ciencias de la Educación, 16

Facultad de Ciencias Mate- máticas, 19

Instituto de Estabilidad, 19 Instituto de Fisiografía y Geología, 23

Instituto de Matemática, 18

Facultad de Ciencias Médi- cas, Instituto de Far- macología, 22

Instituto de Fisiología, 22

Facultad de Química Indus- trial y Agrícola, 17, 19

Instituto de Investigacio- nes Científicas y Tecno- lógicas, 19

Instituto de Historia y Filo- sofía de la Ciencia, 25

210

Page 198: Babini Jose - Historia de La Ciencia Argentina

Instituto de Investigaciones Microquímicas, 19

Instituto de Matemática Apli- cada, 18

Universidad (Nacional) de Tu- cumán, 10, 16

Facultad de Ciencias Exac- tas, puras y aplicadas, 16, 19

Departamento de Física, 19

Facultad de Farmacia y Bio- química, 16

Facultad de Filosofía y Le- tras

Instituto de Estudios Geo- gráficos, 23

Instituto de Antropología, 24

Instituto de Historia, Lingüís- tica y Folklore, 24

Instituto de Medicina Regio- nal, 22

Instituto “Miguel Lillo” (de Investigaciones botánicas), 23

Instituto de Mineralogía y Geología, 23

Universidad provincial de San- ta Fe, 10, 16

Yacimientos Petrolíferos Fisca- les, 23

C. PUBLICACIONES PERIÓDICAS

Abeja Argentina, La, 5, 10

Actas de la Academia de Cien- cias de Córdoba, 11, 13, 15, 17

Acta Zoológica Lilloana, 23

Almanaque astronómico y Ma- nual del aficionado, 20

Almanaque náutico y tablas de mareas, 20

Amigos de la patria y de la ju- ventud, Los, 5, 9

Anales de la Academia de Me- dicina de Buenos Aires, 9

Anales de la Academia Nacio- nal de Ciencias Exactas, Fí- sicas y Naturales, 17

Anales de Agricultura, 15

Anales de la Asociación Quími- ca Argentina, 19

Anales Científicos Argentinos, 14

Anales de la Facultad de Cien- cias de la Educación (Para- ná), 16

Anales de farmacia y bioquími- ca, 19

Anales hidrográficos, 20

Anales del Instituto de Etnogra- fía Americana, 24

Anales del Instituto de Investi- gaciones científicas y tecnoló- gicas, 19

Anales del Museo Argentino de Historia Natural “Bernardino Rivadavia”, 11, 23

Anales del Museo de La Plata, 11,23

Anales de la Oficina Meteoro- lógica Nacional, 12

211

Page 199: Babini Jose - Historia de La Ciencia Argentina

Anales de la Sociedad Científi- ca Argentina, 11, 14, 17

Anales de la Sociedad Científi- ca de Santa Fe, 17

Anales de la Universidad de Buenos Aires, 10

Anuario Hidrográfico, 20

Anuario del Instituto Geográfi- co Militar, 12

Anuario del Observatorio de La Plata, 12

Archeion, 25

Archivos de la Universidad de Buenos Aires, 16

Argos, El, 5

Bibliografía química argentina, 19

Boletín de la Academia de Cien- cias de Córdoba, 11, 33, 15, 17

Boletín del Departamento de Estudios Etnográficos y Co- loniales, 24

Boletín de la Dirección de Mi- nas y Geología, 23

Boletín de la Estación Experi- mental Agrícola (Tucumán), 19

Boletín de informaciones pe- troleras, 23

Boletín del Instituto Geográfi- co Argentino, 12

Boletín del Instituto de Medi- cina Experimental para el tratamiento del Cáncer, 22

Boletín Matemático, 18

Boletín mensual del Departa- mento de Agricultura, 15

Boletín de las Obras Sanitarias de la Nación, 22

Boletín de la Sociedad Botáni- ca Argentina, 23

Carta del tiempo, 20

Catálogo de Numismática del Museo de Buenos Aires, 23

Ciencia e investigación, 17

Ciencia y técnica, 15

Contribución al estudio de las ciencias fisicomatemáticas, 10, 18, 19

Serie física, 19

Serie matemática, 18

Serie matematicofísica, 10, 18, 19

Serie técnica, 10

Correo de Comercio, 5

Crónica política y literaria de Buenos Aires, 5, 8, 9

Cuadernos de mineralogía y geología, 23

Cursos y conferencias, 17

Darwiniana, 23

Fascículos de la Facultad de Agronomía y Veterinaria, 22

Folia biológica, 22

Gaceta de Buenos Aires, 5, 9

Gaceta mercantil, 6

Gasa, Anales de la Sociedad Ar- gentina de Estudios Geográ- ficos, 23

Hornero, El, 23

Industria y química, 19

Informes del Departamento de

212

Page 200: Babini Jose - Historia de La Ciencia Argentina

Investigaciones Industriales (Tucumán), 16

Ingeniería, La, 15

Labrador Argentino, 11

La Plata Monatsschrift, 15

Lilloa, 23

Mathematicae notae, 18

Memorias del Museo de Entre Ríos, 23

Memorias y monografías de la Unión Matemática Argenti- na, 18

Miscelánea, Academia nacional de ciencias (Córdoba), 17

Monografías de la Facultad de Ciencias Matemáticas, 18

Monografías del Instituto de Estudios Geográficos (Tucu- mán), 23

Monografías. Misión de Estu- dios de patología regional ar- gentina, 22

Naturalista Argentino, El, 11 Notas del Museo de La Plata, 23

Periódico Zoológico Argentino, El, 13

Physis. Revista de la Sociedad Argentina de Ciencias Natu- rales, 11

Plata científico y literario, El, 11

Publicaciones de la Cátedra de Historia de la Medicina, 25

Publicaciones del Círculo Mate- mático del Instituto Nacional del Profesorado, 18

Publicaciones del Departamen- to de Estudios Etnográficos y Coloniales, 24

Publicaciones del Departamen- to de Física (Tucumán), 19

Publicaciones didácticas y de divulgación científica del Museo de La Plata, 23

Publicaciones. Dirección de Mi- nas y geología, 23

Dirección general de Minas, Geología e Hidrología, 23

Estadística minera de la Na- ción, 23

Estadística de petróleo de la República Argentina, 23

Publicaciones extra del Museo de Buenos Aires, 23

Publicaciones del Instituto de Arqueología, Lingüística y Folklore “Dr. Pablo Cabre- ra”, 24

Publicaciones del Instituto Et- nográfico de la Facultad de Filosofía y Letras,

Serie A, 24

Serie B, 24

Solar, 24

Publicaciones del Instituto de Estabilidad (Rosario), 19

Publicaciones del Instituto de Fisiografía y Geología (Rosa- rio), 23

Publicaciones del Instituto de Historia, Lingüística y Folk- lore, 24

213

Page 201: Babini Jose - Historia de La Ciencia Argentina

Publicaciones del Instituto de Investigaciones Geográficas Buenos Aires),

Serie A, 23

Serie B, 23

Publicaciones del Instituto de Investigaciones Microquími- cas, 19

Publicaciones del Instituto de Matemática (Rosario), 18

Publicaciones del Instituto de Matemática Aplicada, 18

Publicaciones del Observatorio Astronómico de La Plata, Serie astronómica, 12, 20

Serie geofísica, 20

Serie geodésica, 20

Publicaciones del Observatorio de Física Cósmica, 20

Publicaciones. Misión de estu- dios de patología regional ar- gentina, 22

Publicaciones técnicas. Direc- ción Nacional de Vialidad, 19

Publicaciones técnicas. Institu- to Experimental de Investiga- ción y Fomento Agrícola-ga- nadero, 19

Publicaciones técnico-científicas de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (Buenos Aires), 19

Publicaciones técnico-científicas de la Facultad de Ciencias Matemáticas, 19

Relaciones de la Sociedad de Antropología, 24

Resultados del Observatorio Na- cional Argentino, 12

Resumen mensual de la carta del tiempo, 20

Reuniones de la Sociedad Ar- gentina de patología regional (del norte), 22

Revista argentina de Agrono- mía, 22

Revista argentina de Botánica, 23

Revista argentina de Historia de la Medicina, 25

Revista argentina de Historia Natural, 11

Revista de la Asociación Bioquí- mica Argentina, 19

Revista Astronómica, 20

Revista de ciencias, artes y le- tras, 15

Revista de Electrotécnica, 19

Revista de la Facultad de Agro- nomía, 22

Revista de la Facultad de Agro- nomía y Veterinaria, 22

Revista de la Facultad de Cien- cias Físico-Matemáticas, 18,

Revista de la Facultad de Cien- cias Físico-Matemáticas, 18 19

Revista de la Facultad de Quí- mica Industrial y Agrícola, 19

Revista de la Facultad de Vete- rinaria, 22

Revista Farmacéutica, 10

Revista Industrial y Agrícola (Tucumán), 19

Revista del Instituto de Antro- pología, 24

214

Page 202: Babini Jose - Historia de La Ciencia Argentina

215

Revista del Instituto Bacterio- lógico, 22

Revista del Jardín Zoológico (Buenos Aires), 11

Revista del Laboratorio de His- tología Normal y Patológica, 22

Revista Matemática, 18

Revista de Matemáticas, 18

Revista de Matemáticas ele- mentales, 10, 18

Revista de Matemáticas y Físi- ca elementales, 18

Revista minera, 23

Revista del Museo de La Plata, 11, 23

Revista de la Sociedad Argenti- na de Biología, 22

Revista de la Sociedad Entomo- lógica Argentina, 23

Revista de la Sociedad Geológi- ca Argentina, 23

Revista técnica, 17

Revista de la Unión Matemáti- ca Argentina, 18, 19

Revista de la Universidad de Buenos Aires, 10, 16

Revista de la Universidad Na- cional de Córdoba, 10

Revista. Universidad de Tucu- mán. Serie A. Matemáticas y física teórica, 18, 19

Revista zootécnica, 22

Semanario de Agricultura, In- dustria y Comercio, 5, 7

Telégrafo Mercantil, 5

Tesis del Museo de La Plata, 23

Trabajos del Instituto de Botá- nica y Farmacología, 23

Universidad, 16