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Vctimas del Urab Antioqueo
1
BALAS Y BANANAS
Urab, cono de un pueblo itinerante
DNIX ALBERTO RODRGUEZ TORRES1
Resumen
Copiosos aos de conflicto armado interno ha vivido Colombia, avizorando el final a esta
larga espera. El presente documento condensa la experiencia del autor al recuperar en su
primera parte, la memoria del desplazamiento forzado en el Urab Antioqueo en el ao
96. En un segundo momento, se ofrece un abordaje crtico a la realidad social y poltica
del Estado, refundado por mafiosos y polticos en los ltimos aos, para movilizar a la
accin y a la reflexin acadmica desde diversos escenarios, como antesala a todo
intento por restaurar y reparar a las numerosas vctimas en contextos transicionales.
Palabras Calve:
Violencia, Desplazamiento forzado, Urab Antioqueo, Paramilitarismo, Estado, Justicia
transicional, Reparacin, Vctimas.
1 Doctor en Educacin. Magster en Educacin; Licenciado en Filosofa; Estudios Eclesisticos; Diplomado en
Ambientes virtuales para el aprendizaje; Diplomado en tica de la Investigacin. Docente Investigador. Universidad Santo Toms, Bucaramanga, 2016. [email protected]
mailto:[email protected]
Vctimas del Urab Antioqueo
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Introduccin
Un pas que escribe su historia entre llantos de madres viudas, hijos hurfanos y
campos desolados, es un pas que necesita reescribirse sobre lneas de justicia social y
fundamentos constitucionales que garanticen la vida y la esperanza hecha trizas desde
hace tiempo, por grupos al margen de la ley y en el peor de los casos con intervencin
del Estado.
La memoria histrica del pas, no miente: no hay rincn donde el conflicto no haya
llegado con todo su rigor, o las fauces de la guerra no hayan querido tragarse la paz, por
eso se habla de conflicto interno, con fuerte agudeza en ciertas regiones del pas, donde
paradjicamente su riqueza natural o ubicacin estratgica, se convierten en su peor
enemigo, es el caso del Urab Antioqueo, motivo de inspiracin del presente documento,
que desde la narrativa de una historia de vida, aborda la regin y las vctimas puestas al
conflicto durante muchos aos que desembocan en una realidad social particular, pues
han desolado sus campos y llevado a sus gentes a engrosar las filas de miseria de las
cabeceras municipales o de las ciudades capitales, desde el penoso fenmeno del
desplazamiento forzado.
Un manojo de reflexiones y estadsticas, son apenas la antesala de un fenmeno
complejo de violencia, crmenes de lesa humanidad, masacres, desplazamientos masivos,
amenazas, y las ms inconcebidas formas de violencia que haya imaginado el pas en
esta prspera regin, que hoy clama justicia y equidad social, reparacin moral y
econmica a millares de vctimas y donde una nube de paz perpetua, cubra a sus
moradores, para que puedan nacer y morir dignamente en ella, regar con su sudor la
verdes plataneras, que con sus dorados frutos dirn para siempre adis a la guerra.
Un relato de vida
Era enero del ao 96. En Colombia y en aquella pequea avioneta para seis
ocupantes se calientan motores con destino a Chigorod que suena extrao al odo de un
citadino que apenas ha deambulado por la imponente selva de cemento capitalina durante
los ltimos aos; ajuste de cinturones, puertas aseguradas y un nmero borrado ya en la
memoria anuncia el dichoso vuelo que tard apenas 45 minutos sobre el espacio
antioqueo y puso a sus ocupantes en una tierra totalmente nueva, en una Colombia
hasta ahora desconocida al menos para este viajero.
Vctimas del Urab Antioqueo
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Estabilizada la aeronave sobre la ciudad de la montaa, los pilotos se disponen a
leer El Colombiano de manera tranquila, mientras yo busco atrs una excusa para no
morirme del miedo que me produce no s qu: quiz la frialdad de la tripulacin, la
sensacin de muerte que genera aquel viejo aparato o la incertidumbre y el
desconocimiento de mi destino geogrfico; en fin, ya estoy arriba a no s cuntos miles de
pies de altura y mi corazn se arraiga a la tierra ms que nunca. Abajo se divisan
montaas, hermosos plantos, lindos espejos de agua; a mi lado, compaeros de vuelo
dormidos como burlando el miedo y unos minutos que no corren en el reloj pero que el
corazn los marca agitadamente, es apenas lo que recuerdo de aquel viaje que bien
podra describir como el ms osado juego mecnico de una ciudad de hierro. Son las 4:45
de la tarde. Observo, unos extensos brazos verdes que se extienden, para darme la
bienvenida con la majestuosidad que slo la naturaleza puede ofrecer; una precaria pista
de aterrizaje, vientos fuertes que vienen del Pacfico y un calor infernal son la antesala de
una experiencia que marc mi vida para siempre.
Aterrizado en el hermoso Urab antioqueo: observo gentes de tez morena, los
acentos paisa y costeo se entrecruzan, mostradores atiborrados con cerveza y trago de
marcas extranjeras, era la primera escena que me saludaba. Tomo un taxi que me llev a
la ciudad de Apartad, a unos 50 minutos de Chigorod, tal vez, no lo recuerdo. Un
hermoso paisaje se dibuja al paso, delinea extensos pastizales que se alternan con
tupidas plataneras, que desprevenidamente hacen mgico el trayecto, surcado de rboles
gigantes e infinitas carreteras. Pero algo curioso atrapa mi atencin: puedo observar
igualmente copiosas vallas que publicitan funerarias de la regin, cosa que no haba visto
en ninguna parte, algo ola mal, ola a muerte.
Apartad, una ciudad plana, comercial y poblada, caliente como su orden pblico,
deja ver desde la llegada el peso de la guerra: grafitis de grupos paramilitares y guerrilla,
policiales fuertemente armados, soldados acantonados en improvisadas trincheras, pero
tambin gentes que se desplazaban en motocicletas de alto cilindraje, con aspecto rudo,
de poncho y mochila y mirada fija, que contrastaban con el resto de pobladores que se
vean: amables, diligentes, soadores, y hermosas y coquetas mujeres, que disipaban el
dolor de la regin.
Me di prisa y busqu una cabina telefnica de EPM (Empresas Pblica de
Medelln) y marqu a mi casa para avisar mi llegada, entre tanto, unos disparos
interrumpieron mi agitada comunicacin. Cancelo y salgo para encontrarme con una
escena comn para ellos e inslita para m: un comerciante joven, yace en el andn y se
despide de la vida con tres disparos en su cabeza. En medio del alboroto me abro paso y
busco a un sacerdote que en su carro me esperaba para dirigirnos al seminario Mayor de
Santa Mara la Antigua del Darin en zona rural entre Turbo y Apartad; me esperaba un
ao pastoral largo que deba cumplir por encargo de la comunidad religiosa para la cual
perteneca en la poca.
Vctimas del Urab Antioqueo
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Emprend el viaje a la abandonada finca de propietarios holandeses, donde
funciona el seminario mayor, en el camino hay una pausa y el seor conductor hace un
pequeo desvo para visitar una familia amiga, unos mil metros al lado de la autopista,
lleva en el campero un berbiqu del seminario y yo por una ventana y de manera burlona
asemejo llevar un arma y de inmediato me grita: baje eso o le disparan de la platanera,.
Qu sorpresa para m. Bromas en otros espacios lcitas, aqu pudieron haberme costado
la vida; claro, estbamos en una zona roja declarada ese ao como uno de los lugares
ms peligrosos del mundo. Tamaa denominacin.
Se me frunci el pecho cuando en la tierra pude observar cantidades de casas
agujereadas por balas de fusil, abandonadas con todos sus enseres dentro y abrazadas
por la maleza que cuenta de un pasado no lejano cruzado de muerte; observ madres
jvenes y cantidad de nios cuya mirada es triste y perdida; ancianos que cual fantasmas
viven en sus ranchos y podran sus historias inspirar miles de novelas casi de ficcin;
grafitis de las AUC con grotescos mensajes a la guerrilla; extensas fincas, con lagos de
pesca, ganado y viciosos cultivos, donde algn da vivi una familia pero hoy los muros
baleados y el olor a muerte son testigos mudos, nadie dice nada, nadie sabe nada
La ubicacin geogrfica del lugar: campestre, intermedia a 50 minutos a Apartad
y a 30 minutos a Turbo, est tambin cercana a dos caseros de lado y lado bien
conocidos por las masacres ocurridas all: Currulao y El Tres, lugares donde haba muy
pocos habitantes y en cuyos campos deportivos se ejecutaban cientos de personas;
donde los paramilitares en pleno medio da asesinaban a un pequeo comerciante y se
sentaban al frente a beber aguardiente toda la tarde, mientras por el frente patrulla el
ejrcito y no les increpa para nada. Impunidad, silencio, complicidad desbordan.
mientras el pueblo rumora: parece que ese comerciante provea de vveres a la
guerrilla, pero en realidad el pobre inocente deba hacerlo sopena de muerte por
amenazas de dichos actores que situacin tan compleja vivan estas gentes, horas y
das llenos de zozobra al vaivn y capricho de todo aquel que empuaba un arma: grupos
al margen de la ley u hombres de las fuerzas armadas.
En las tardes de visita pastoral las pocas personas que se resistan a salir o que
an no haban sido amenazadas, miraban en la Iglesia un consuelo y relataban escenas
de horror vividas a diario; en aquell