26
BALDOMERO LILLO Cuentista chileno nacido en Lota, centro minero cercano a Concepción, el 6 de enero de 1867. Estudió en el Liceo de Lebu, donde cursó hasta 2do. Año de Humanidades. Su padre, José Nazario, administrador de minas, impulsaba la lectura diaria en su hogar. El hijo trabajó en las minas de carbón y en labores de comercio, para ayudar a la economía familiar. En 1897 contrajo matrimonio con doña Natividad Miller, con quien tuvo 4 hijos: Marta, Laura, Eduardo y Oscar. En 1898 viajó a Santiago, en donde llegó a ser fue funcionario administrativo de la Universidad de Chile, prosiguió sus lecturas, se vinculó con otros escritores en la "Colonia Tolstoiana" y, tras una fugaz incursión en la poesía, publicó los libros de cuentos Sub Terra (1904) y Sub Sole (1907). Los del primero denuncian principalmente la explotación, el sufrimiento y la muerte de los obreros del carbón, en estilo directo, vigoroso, a veces descarnado, patético, aunque no faltan los temas campestre, amoroso, humorístico y aun urbano. Los del segundo, más elaborados literariamente, pulsan las cuerdas de lo costumbrista, lo psicológico, lo dramático, lo indigenista, e incluso lo fantástico. Considerado maestro del cuento en Sudamérica, Lillo fue traducido al inglés y otras lenguas. En 1903 obtuvo el primer premio entregado por la Revista Católica con el cuento Juan Fariñe. Obras póstumas de don Baldomero son El Hallazgo y Relatos Populares. También dejó una novela inconclusa titulada La Huelga, que trataba sobre la vida de los mineros en las pampas salitreras del norte. En 1912 fallece su esposa, y el 10 de septiembre de 1823, Baldomero Lillo deja de existir en la ciudad de San Bernardo, víctima de una tuberculosis. Sub sole Baldomero Lillo Sentada en la mullida arena y mientras el pequeño acallaba el hambre chupando ávido el robusto seno, Cipriana con los ojos húmedos y brillantes por la excitación de la marcha abarcó de una ojeada la líquida llanura del mar. Por algunos instantes olvidó la penosa travesía de los arenales ante el mágico panorama que se desenvolvía ante su vista. Las aguas, en las que se reflejaba la celeste

BALDOMERO LILLO

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: BALDOMERO LILLO

BALDOMERO LILLOCuentista chileno nacido en Lota, centro minero cercano a Concepción, el 6 de enero de 1867. Estudió en el Liceo de Lebu, donde cursó hasta 2do. Año de Humanidades. Su padre, José Nazario, administrador de minas, impulsaba la lectura diaria en su hogar. El hijo trabajó en las minas de carbón y en labores de comercio, para ayudar a la economía familiar. En 1897 contrajo matrimonio con doña Natividad Miller, con quien tuvo 4 hijos: Marta, Laura, Eduardo y Oscar.En 1898 viajó a Santiago, en donde llegó a ser fue funcionario administrativo de la Universidad de Chile, prosiguió sus lecturas, se vinculó con otros escritores en la "Colonia Tolstoiana" y, tras una fugaz incursión en la poesía, publicó los libros de cuentos Sub Terra (1904) y Sub Sole (1907). Los del primero denuncian principalmente la explotación, el sufrimiento y la muerte de los obreros del carbón, en estilo directo, vigoroso, a veces descarnado, patético, aunque no faltan los temas campestre, amoroso, humorístico y aun urbano. Los del segundo, más elaborados literariamente, pulsan las cuerdas de lo costumbrista, lo psicológico, lo dramático, lo indigenista, e incluso lo fantástico. Considerado maestro del cuento en Sudamérica, Lillo fue traducido al inglés y otras lenguas.En 1903 obtuvo el primer premio entregado por la Revista Católica con el cuento Juan Fariñe. Obras póstumas de don Baldomero son El Hallazgo y Relatos Populares. También dejó una novela inconclusa titulada La Huelga, que trataba sobre la vida de los mineros en las pampas salitreras del norte.En 1912 fallece su esposa, y el 10 de septiembre de 1823, Baldomero Lillo deja de existir en la ciudad de San Bernardo, víctima de una tuberculosis.

Sub soleBaldomero LilloSentada en la mullida arena y mientras el pequeño acallaba el hambre chupando ávido el robusto seno, Cipriana con los ojos húmedos y brillantes por la excitación de la marcha abarcó de una ojeada la líquida llanura del mar.

Por algunos instantes olvidó la penosa travesía de los arenales ante el mágico panorama que se desenvolvía ante su vista. Las aguas, en las que se reflejaba la celeste bóveda, eran de un azul profundo. La tranquilidad del aire y la quietud de la bajamar daban al océano la apariencia de un vasto estanque diáfano e inmóvil. Ni una ola ni una arruga sobre su terso cristal. Allá en el fondo, en la línea del horizonte, el velamen de un barco interrumpía apenas la soledad augusta de las calladas ondas.

Cipriana, tras un breve descanso, se puso de pie. Aún tenía que recorrer un largo trecho para llegar al sitio adonde se dirigía. A su derecha, un elevado promontorio que se internaba en el mar mostraba sus escarpadas laderas desnudas de vegetación, y a su izquierda, una dilatada playa de fina y blanca arena se extendía hasta un oscuro cordón de cerros que se alzaba hacia el oriente. La joven, pendiente de la diestra el cesto de mimbre y cobijando al niño que dormía bajo los pliegues de su rebozo de lana, cuyos chillones matices escarlata y verde resaltaban intensamente en el gris monótono de las dunas, bajó con lentitud por la arenosa falda de un terreno firme, ligeramente humedecido, en el que los pies de la mariscadora dejaban apenas una leve huella. Ni un ser humano se distinguía en cuanto alcanzaba la mirada. Mientras algunas gaviotas revoloteaban en la blanca cinta de espuma, producida por la tenue resaca, enormes alcatraces con las alas abiertas e inmóviles resbalaban, unos tras otros, como cometas suspendidas por un hilo invisible, sobre las dormidas aguas. Sus siluetas fantásticas

Page 2: BALDOMERO LILLO

alargábanse desmesuradamente por encima de las dunas y, en seguida, doblando el promontorio, iban a perderse en alta mar.

Después de media hora de marcha, la mariscadora se encontró delante de gruesos bloques de piedra que le cerraban el paso. En ese sitio la playa se estrechaba y concluía por desaparecer bajo grandes planchones de rocas basálticas, cortadas por profundas grietas. Cipriana salvó ágilmente el obstáculo, torció hacia la izquierda y se halló, de improviso, en una diminuta caleta abierta entre los altos paredones de una profunda quebrada.

La playa reaparecía allí otra vez, pero muy corta y angosta. La arena de oro pálido se extendía como un tapiz finísimo en derredor del sombrío semicírculo que limitaba la ensenada.

La primera diligencia de la madre fue buscar un sitio al abrigo de los rayos del sol donde colocar la criatura, lo que encontró bien pronto en la sombra que proyectaba un enorme peñasco cuyos flancos, húmedos aún, conservaban la huella indeleble del zarpazo de las olas.

Elegido el punto que le pareció más seco y distante de la orilla del agua, desprendió de los hombros el amplio rebozo y arregló con él un blando lecho al dormido pequeñuelo, acostándolo en aquel nido improvisado con amorosa solicitud para no despertarle.

Muy desarrollado para sus diez meses, el niño era blanco y rollizo, con grandes ojos velados en ese instante por sus párpados de rosa finos y transparentes.

La madre permaneció algunos minutos como en éxtasis devorando con la mirada aquel bello y gracioso semblante. Morena, de regular estatura, de negra y abundosa cabellera, la joven no tenía nada de hermoso. Sus facciones toscas, de líneas vulgares, carecían de atractivo. La boca grande, de labios gruesos, poseía una dentadura de campesina: blanca y recia, y los ojos pardos, un tanto humildes, eran pequeños, sin expresión. Pero cuando aquel rostro se volvía hacia la criatura, las líneas se suavizaban, las pupilas adquirían un brillo de intensidad apasionada y el conjunto resultaba agradable, dulce y simpático.

El sol, muy alto sobre el horizonte, inundaba de luz aquel rincón de belleza incomparable. Los flancos de la cortadura desaparecían bajo la enmarañada red de arbustos y plantas trepadoras. Dominando el leve zumbido de los insectos y el blando arrullo del oleaje entre las piedras, resonaba a intervalos, en la espesura, el melancólico grito del pitío.

La calma del océano, la inmovilidad del aire y la placidez del cielo tenían algo de la dulzura que se retrataba en la faz del pequeñuelo y resplandecía en las pupilas de la madre, subyugada a pesar suyo, por la magia irresistible de aquel cuadro.

Vuelta hacia la ribera, examinaba la pequeña playa delante de la cual se extendía una vasta plataforma de piedra que se internaba una cincuentena de metros dentro del mar. La superficie de la roca era lisa y bruñida, cortada por innumerables grietas tapizadas de musgos y diversas especies de plantas marinas.

Page 3: BALDOMERO LILLO

Cipriana se descalzó los gruesos zapatos, suspendió en torno de la cintura la falda de percal descolorido, y cogiendo la cesta, atravesó la enjuta playa y avanzó por encima de las peñas húmedas y resbaladizas, inclinándose a cada instante para examinar las hendiduras que encontraba al paso. Toda clase de mariscos llenaban esos agujeros. La joven, con ayuda de un pequeño gancho de hierro, desprendía de la piedra los moluscos y los arrojaba en un canasto. De cuando en cuando, interrumpía la tarea y echaba una rápida mirada a la criatura que continuaba durmiendo sosegadamente.

El océano asemejábase a una vasta laguna de turquesa líquida. Aunque hacía ya tiempo que la hora de la baja mar había pasado, la marea subía con tanta lentitud que sólo un ojo ejercitado podía percibir cómo la parte visible de la roca disminuía insensiblemente. Las aguas se escurrían cada vez con más fuerza y en mayor volumen a lo largo de las cortaduras.

La mariscadora continuaba su faena sin apresurarse. El sitio le era familiar y, dada la hora, tenía tiempo de sobra para abandonar la plataforma antes que desapareciera bajo las olas.

El canasto se llenaba con rapidez. Entre las hojas transparentes del luche destacábanse los tonos grises de los caracoles, el blanco mate de las tacas y el verde viscoso de los chapes. Cipriana con el cuerpo inclinado, la cesta en una mano y el gancho en la otra, iba y venía con absoluta seguridad en aquel suelo escurridizo. El apretado corpiño dejaba ver el nacimiento del cuello redondo y moreno de la mariscadora, cuyos ojos escudriñaban con vivacidad las rendijas, descubriendo el marisco y arrancándolo de la áspera superficie de la piedra. De vez en cuando se enderezaba para recoger sobre la nuca las negrísimas crenchas de sus cabellos. Y su talle vasto y desgarbado de campesina destacábase entonces sobre las amplias caderas con líneas vigorosas, no exentas de gallardía y esbeltez. El cálido beso del sol coloreaba sus gruesas mejillas, y el aire oxigenado que aspiraba a plenos pulmones hacía bullir en su venas su sangre joven de moza robusta en la primavera de la vida.

El tiempo pasaba, la marea subía lentamente invadiendo poco a poco las partes bajas de la plataforma, cuando de pronto Cipriana, que iba de un lado para otro afanosa en su tarea, se detuvo y miró con atención dentro de una hendidura. Luego se enderezó y dio un paso hacia adelante; pero casi inmediatamente giró sobre sí misma y volvió a detenerse en el mismo sitio. Lo que cautivaba su atención, obligándola a volver atrás, era la concha de un caracol que yacía en el fondo de una pequeña abertura. Aunque diminuto, de forma extraña, parecía más grande visto a través del agua cristalina.

Cipriana se puso de rodillas e introdujo la diestra en el hueco, pero sin éxito, pues la rendija era demasiado estrecha y apenas tocó con la punta de los dedos el nacarado objeto. Aquel contacto no hizo sino avivar su deseo. Retiró la mano y tuvo otro segundo de vacilación, mas el recuerdo de su hijo le sugirió el pensamiento de que sería aquello un lindo juguete para el chico y no le costaría nada.

Y el tinte rosa pálido del caracol con sus tonos irisados tan hermosos destacábase tan suavemente en aquel estuche de verde y aterciopelado musgo que, haciendo una nueva tentativa, salvó el obstáculo y cogió la preciosa concha. Trató de retirar la mano y no pudo conseguirlo. En balde hizo vigorosos esfuerzos para zafarse. Todos resultaron

Page 4: BALDOMERO LILLO

inútiles; estaba cogida en una trampa. La conformación de la grieta y lo viscoso de sus bordes habían permitido con dificultad el deslizamiento del puño a través de la estrecha garganta que, ciñéndole ahora la muñeca como un brazalete, impedía salir a la mano endurecida por el trabajo.

En un principio Cipriana sólo experimentó una leve contrariedad que se fue transformando en una cólera sorda, a medida que transcurría el tiempo en infructuosos esfuerzos. Luego una angustia vaga, una inquietud creciente fue apoderándose de su ánimo. El corazón precipitó sus latidos y un sudor helado le humedeció las sienes. De pronto la sangre se paralizó en sus venas, la pupilas se agrandaron y un temblor nervioso sacudió sus miembros. Con ojos y rostro desencajados por el espanto, había visto delante de ella una línea blanca, movible, que avanzó un corto trecho sobre la playa y retrocedió luego con rapidez; era la espuma de una ola. Y la aterradora imagen de su hijo, arrastrado y envuelto en el flujo de la marea, se presentó clara y nítida a su imaginación. Lanzó un penetrante alarido, que devolvieron los ecos de la quebrada, resbaló sobre las aguas y se desvaneció mar adentro en la líquida inmensidad.

Arrodillada sobre la piedra se debatió algunos minutos furiosamente. Bajo la tensión de sus músculos sus articulaciones crujían y se dislocaban, sembrando con sus gritos el espanto en la población alada que buscada su alimento en las proximidades de la caleta; gaviotas, cuervos, golondrinas del mar, alzaron el vuelo y se alejaron presurosos bajo el radiante resplandor del sol.

El aspecto de la mujer era terrible: las ropas empapadas en sudor se habían pegado a la piel; la destrenzada cabellera le ocultaba en parte el rostro atrozmente desfigurado; las mejillas se habían hundido y los ojos despedían un fulgor extraordinario. Había cesado de gritar y miraba con fijeza el pequeño envoltorio que yacía en la playa, tratando de calcular lo que las olas tardarían en llegar hasta él. Esto no se hacía esperar mucho, pues la marea precipitaba ya su marcha ascendente y muy pronto la plataforma sobresalió algunos centímetros sobre las aguas.

El océano, hasta entonces tranquilo, empezaba a hinchar su torso, y espasmódicas sacudidas estremecían sus espaldas relucientes. Curvas ligeras, leves ondulaciones interrumpían por todas partes la azul y tersa superficie. Un oleaje suave, con acariciador y rítmico susurro, comenzó a azotar los flancos de la roca y a depositar en la arena albos copos de espuma que bajo los ardientes rayos del sol tomaban los tonos cambiantes del nácar y del arco iris.

En la escondida ensenada flotaba un ambiente de paz y serenidad absolutas. El aire tibio, impregnado de las acres emanaciones salinas, dejaba percibir a través de la quietud de sus ondas el leve chasquido del agua entre las rocas, el zumbido de los insectos y el grito lejano de los halcones de mar.

La joven, quebrantada por los terribles esfuerzos hechos para levantarse, giró en torno sus miradas imploradoras y no encontró ni en la tierra ni en las aguas un ser viviente que pudiera prestarle auxilio. En vano clamó a los suyos, a la autora de sus días, al padre de su hijo, que allá detrás de la dunas aguardaba su regreso en el rancho humilde y miserable. Ninguna voz contestó a la suya, y entonces dirigió su vista hacia lo alto y el amor maternal arrancó de su alma inculta y ruda, torturada por la angustia, frases y

Page 5: BALDOMERO LILLO

plegarias de elocuencia desgarradora:

-¡Dios mío, apiádate de mi hijo; sálvalo; socórrelo…! ¡Perdón para mi hijito, Señor! ¡Virgen Santa, defiéndelo…! ¡Toma mi vida; no se la quites a él! ¡Madre mía, permite que saque la mano para ponerlo más allá…! ¡Un momento, un ratito no más…! ¡Te juro volver otra vez aquí…! ¡Te juro volver aquí…! ¡Dejaré que las aguas me traguen; que mi cuerpo se haga pedazos en estas piedras; no me moveré y moriré bendiciéndote! ¡Virgen Santa, ataja la mar; sujeta las olas; no consientas que muera desesperada…! ¡Misericordia, Señor! ¡Piedad, Dios mío! ¡Óyeme, Virgen Santísima! ¡Escúchame, madre mía!

Arriba la celeste pupila continuaba inmóvil, sin una sombra, sin una contracción, diáfana e insondable como el espacio infinito. La primera ola que invadió la plataforma arrancó a la madre un último grito de loca desesperación. Después sólo brotaron de su garganta sonidos roncos, apagados, como estertores de moribundo.

La frialdad del agua devolvió a Cipriana sus energías, y la lucha para zafarse de la grieta comenzó otra vez más furiosa y desesperada que antes. Sus violentas sacudidas y el roce de la carne contra la piedra habían hinchado los músculos, y la argolla de granito que la aprisionaba pareció estrecharse en torno de la muñeca.

La masa líquida, subiendo incesantemente, concluyó por cubrir la plataforma. Sólo la parte superior del busto de la mujer arrodillada sobresalió por encima del agua. A partir de ese instante los progresos de la marea fueron tan rápidos que muy pronto el oleaje alcanzó muy cerca del sitio en que yacía la criatura. Transcurrieron aún algunos minutos y el momento inevitable al fin llegó. Una ola, alargando su elástica zarpa, rebalsó el punto donde dormía el pequeñuelo, quien, al sentir el frío contacto de aquel baño brusco, despertó, se retorció como un gusano y lanzó un penetrante chillido.

Para que nada faltase a su martirio, la joven no perdía un detalle de la escena. Al sentir aquel grito que desgarró las fibras más hondas de sus entrañas, una ráfaga de locura fulguró en sus extraviadas pupilas, y así como la alimaña cogida en el lazo corta con los dientes el miembro prisionero, con la hambrienta boca presta a morder se inclinó sobre la piedra; pero ese recurso le estaba vedado; el agua que la cubría hasta el pecho obligábala a mantener la cabeza en alto.

En la playa las olas iban y venían alegres, retozonas, envolviendo en sus pliegues juguetonamente al rapazuelo. Habíanle despojado de los burdos pañales, y el cuerpecillo regordete, sin más traje que la blanca camisilla, rodaba entre la espuma agitando desesperadamente las piernas y brazos diminutos. Su tersa y delicada piel, herida por los rayos del sol, relucía, abrillantada por el choque del agua y el roce áspero e interminable sobre la arena.

Cipriana con el cuello estirado, los ojos fuera de las órbitas, miraba aquello estremecida por una suprema convulsión. Y en el paroxismo del dolor, su razón estalló de pronto. Todo desapareció ante su vista. La luz de su espíritu azotada por una racha formidable se extinguió y mientras la energía y el vigor aniquilados en un instante cesaban de sostener el cuerpo en aquella postura, la cabeza se hundió en el agua, un leve remolino

Page 6: BALDOMERO LILLO

agitó las ondas y algunas burbujas aparecieron en la superficie tranquila de la pleamar.

Juguete de las olas, el niño lanzaba en la ribera vagidos cada vez más tardos y más débiles que el océano, como una nodriza cariñosa, se esforzaba en acallar, redoblando sus abrazos, modulando sus más dulces canciones, poniéndolo ya boca abajo o boca arriba, y trasladándolo de un lado para otro, siempre solícito e infatigable.

Por último los lloros cesaron: el pequeñuelo había vuelto a dormirse y aunque su carita estaba amoratada, los ojos y la boca llenos de arena, su sueño era apacible; pero tan profundo que, cuando la marejada lo arrastró mar adentro y lo depositó en el fondo, no se despertó ya más.

Y mientras el cielo azul extendía su cóncavo dosel sobre la tierra y sobre las aguas, tálamos donde la muerte y la vida se enlazan perpetuamente, el infinito dolor de la madre que, dividido entre las almas, hubiera puesto taciturnos a todos los hombros, no empañó con la más leve sombra la divina armonía de aquel cuadro palpitante de vida, de dulzura, de paz y amor.

RESUMEN DE SUBTERRA POR CAPÍTULOS

LOS INVALIDOS

Diamante, un caballo pequeño, con heridas, ventrudo, de largo cuello y huesudas ancas cumplió su ultimo día de trabajo en la mina arrastrando vagones con carbón en las galerías. Debido a una cojera ya no podía seguir su labor y fue alzado por medio de un cable a la superficie para que pasara sus últimos días en los terrenos aledaños a la mina.

Al verlo salir de la mina, el más viejo de los mineros, a quien le gustaba leer y siempre llevaba un libro entre sus ropas, hizo un pequeño discurso en honor al caballo. Señalo que también algún día los mineros viejos como el serian expulsados de la mina por ser inútiles. Los demás mineros lo escucharon en silencio. Cuando se acerco el capataz se dispersaron y el viejo callo.

Diamante fue conducido a la llanura donde descansaría pero le costo adaptarse a la luz del día, luego de pasar su vida en la mina. Pero fue atacado por un enjambre de tábanos (insectos) y al tratar de huir tropezó y cayó en una grieta y quedo ahí tendido. Mientras, los buitres comenzaron a volar en círculos en el cielo.

LA COMPUERTA No 12

Un viejo lleva a su hijo a trabajar a la mina y luego de descender se lo presenta al capataz. Como solo tenia 8 años y era delgado, el capataz le dijo al minero que Porque mejor no dejaba que el niño siguiera en

Page 7: BALDOMERO LILLO

la escuela, a lo que el minero le contsto que en su casa eran 6 y solo el trabajaba y necesitaban otro ingreso.

Otro minero llevo a Pablo (el niño) a la compuerta No 12 en donde reemplazaría a otro niño que había sido aplastado allí el DIA anterior. Antes de retirarse el padre de Pablo fue amenazado por el capataz de que lo iba a echar Si no cumplía con la meta diaria de 5 cajones de mineral extraído.

El trabajo del niño consistía en abrir una compuerta cada vez que debían pasar los caballos tirando los carros con carbón. Como el niño quería irse su padre lo amarro con un cordel a un poste. El padre luego corrió mientras escuchaba los gritos y llantos de su hijo llamando a su madre.

EL GRISU

Mr. Davies, el ingeniero jefe, algo obeso, alto, fuerte, de rostro colorado debido al whisky, debía inspeccionar la mina periódicamente, cosa que no le gustaba y, por lo tanto, castigaba y multaba a los mineros a su antojo. Por eso los mineros le tenían terror.

Al llegar a la mina se subió a un vagón el cual era empujado por atrás y por delante por 2 uchachos. Luego de mucho arrastrar el carro el muchacho de adelante ya no pudo más y Mr. Davies debió continuar a pie.

Al encontrarse con el capataz Mr Davies le dio la orden de que la madre y los 3 hermanos del muchacho del vagón fueran echados de la habitación que ocupaban.

Después los mineros le plantearon a Mr Davies que les subiera un poco el salario ya que les estaba costando mucho cavar por la dureza del material y así no podían llegar a la cuota mínima que les exigía la empresa, a lo que Mr Davies contesto indignado que eran unos flojos y solo les subió minimamente el precio. Un minero entonces le rogó que les subiera otro poco el salario y le mostró una herida en su brazo que demostraba el esfuerzo que hacían, pero Mr Davies le respondió al minero con un golpe.

Mas adelante, otros mineros trataban de cambiar unos maderos golpeándolos pero otro minero les dijo que tuvieran cuidado ya que con una sola chispa podía volar el túnel debido al gas grisú.

Uno de los mineros que trataba de cambiar los maderos era conocido como Viento Negro, tenia 18-19 años, pendenciero y fanfarrón y abusaba de su fuerza con sus compañeros por lo que no era

Page 8: BALDOMERO LILLO

apreciado por estos.

Al llegar Mr Davies a ese lugar con el capataz le aplico una multa injusta a Viento Negro, el cual se enojo y entonces el capataz lo golpeo por lo cual el minero se trenzo a golpes con el capataz. Mr Davies entonces golpeo a Viento Negro y lo obligo a trabajar.

Pero al pegarle a la roca Viento Negro con su martillo estallo el gas grisú.

Al oír la explosión, los mineros quisieron ir a ayudar a las victimas pero un capataz les dijo que primero debía ventilarse la mina. Sin embargo, Tomas, un minero alto y robusto dijo que bajaría de todos modos y lo hizo acompañado de otros hombres.

Encontraron al capataz, a Mr Davies y a 4 mineros muertos. Mr Davies había sido atravesado por un fierro y lo sacaron a duras penas de la mina, es decir que, después de muerto, todavía seguía martirizando a los mineros.

EL PAGO

Pedro Maria trabajaba en la mina y el último día, antes de terminar su turno, le puso todo el empeño posible para sacar más carretillas de carbón de modo de aumentar su salario.

Al llegar a su casa en la noche su mujer le dijo que no habría cena esa noche a lo que Pedro le respondió que no importaba porque al día siguiente seria día de pago. ( Los mineros y su familia estaban obligados a comprar víveres en la tienda de provisiones de la Compañía).

Al otro día Pedro acudió a la mina por su pago. Vio que un minero recibía como salario solo una moneda la que arrojo con rabia y unos niños se apresuraron a recogerla.

Pero Pedro no fue llamado al igual que otros mineros a la ventanilla de pagos. A medida que iban acercándose el centenar de mineros a efectuar sus reclamos, el encargado les decía que, a causa de las multas, eran ellos los que le debían dinero a la Compañía y si alguna mujer de minero reclamaba la echaban a la fuerza.

Cuando le toco el turno a Pedro resulto que le quedo debiendo dinero también a la Compañía. Su mujer pregunto: ¿Qué vamos a hacer? Y se devolvió a su habitación con sus 2 hijos. Pedro se quedo en el mismo lugar y soñó despierto que ya no le costaba extraer el carbón de la mina y este ya no era negro sino rojo como la sangre de generaciones de mineros y una vez trabajado se convertía en oro que al contacto con la tierra hacia aparecer palacios y parejas bailando.

Page 9: BALDOMERO LILLO

De pronto la música ceso en su sueño y toda la riqueza se transformo en sangre. Luego una multitud de esqueletos destrozaba los palacios y con los pedazos de murallas y columnas cubría sus huesos y estos se revestían de carne.

Un momento después Pedro despertó de su sueño. Se encontraba solo en la calle.

EL CHIFLON DEL DIABLO

El capataz detuvo a 2 mineros: el Cabeza de Cobre (20 años, pelo rojo, bajo, fuerte y robusto) y otro (alto, flaco, huesudo, aspecto endeble y achacoso) y les dijo que se habían quedado sin trabajo. Los mineros sabían que era una táctica para obligarlos a trabajar en el Chiflón del Diablo y que aceptaran a pesar que sabían que era peligroso. Pero preferían morir rápidamente en un derrumbe que lentamente de hambre.

El Chiflón del Diablo era una galería peligrosa por lo blando del terreno que ocasionaba frecuentes derrumbes.

Para ahorrar dinero la Compañía había ordenado que no se usara tanta madera en sostener el techo de esa galería lo que la hacia mas peligrosa aun.

Cabeza de Cobre no le contó a su madre llamada Maria de los Angeles, que lo habían cambiado al Chiflón del Diablo ya que allí había muerto su marido y 2 hijos.

Durante el DIA sonó la alarma de la mina. Un derrumbe en el Chiflón del Diablo había cobrado 3 muertos. Pero la madre de Cabeza de Cobre no se preocupo segura de que su hijo trabajaba en otra parte de la mina. Sin embargo, al subir el carro con los cadáveres se dio cuenta que uno de ellos era su hijo. Enloquecida se arrojo al pozo de la mina y murió.

EL POZO

Rosa (16 años, ojos verdes, largas pestañas, bonita) se ocupaba en regar su huerto. De pronto apareció un individuo joven, de rostro pálido y pelo largo y lacio que le exigía que fuera su mujer a lo que Rosa le respondió: ¡ Primero muerta ¡

Entonces el hombre la arrojo al suelo y comenzaron a luchar pero apareció otro hombre y la pelea era ahora entre esos 2 individuos.

El hombre que peleaba por defender el honor de Rosa era joven, más

Page 10: BALDOMERO LILLO

alto que su oponente, espaldas anchas, buenmozo, ojos claros, rizado cabello y rubios bigotes. De repente Rosa le lanzo a su atacante un puñado de arena a los ojos y este fue el momento que aprovecho su defensor para derrotarlo.

Rosa se dirigió entonces a su casa y le dijo a su madre que el huerto estaba destrozado y su mama la reprendió porque pensó que seguramente a su hija se le había quedado abierta la puerta del huerto y se había colado el chancho del vecino. Se dirigieron al huerto y Rosa vio que su defensor le tiraba un beso oculto en un matorral. Este hombre era un minero que se llamaba Valentín, en tanto quien había perdido la pelea era otro minero llamado Remigio. Ambos rivalizaban por el amor de la muchacha y se tenían un odio mutuo.

Valentín llevaba ventaja pues Rosa había dejado a Remigio por el rubio minero.

Rosa era hija única y vivía con su madre y su padre que trabajaba en la mina.

Un día, para evitar que Rosa acarrease con esfuerzo el agua para regar el huerto, a su padre se le ocurrió hacer un pozo en el huerto. Los 2 rivales se ofrecieron a ayudar al padre de Rosa.

Remigio estaba en el fondo del pozo y Valentín recibía la arena que iba echando en un balde su oponente desde la parte superior del pozo jalándolo con una cuerda. En un momento Valentín se ausento con el pretexto de que quería agua pero solo fue a conseguir un beso de Rosa, la que accedió.

Valentín se fue después a su casa pero Remigio se oculto en el pozo. Al descubrirlo Rosa, como broma subió el cordel con el balde. Luego llego Valentín y Remigio desde el fondo del pozo escucho a Valentín y Rosa besándose.

Al rato apareció Valentín y le arrojo la cuerda de nuevo. Remigio salio del pozo con ansia de venganza.

Un momento después vio que Rosa y Valentín se reían de el.

Cuando volvieron a trabajar en el pozo le toco a Valentín estar abajo y ahora Remigio retiro la cuerda. Remigio pensó que debía provocar un derrumbe para acabar con su rival y se le ocurrió ir a buscar a un grupo de hombres que se divertían allí cerca, los que al acercarse rápidamente al pozo harían que este se derrumbase con la vibración del terreno arenoso. Para lograr esto grito delante de los hombres: ¡ Se derrumba el pozo ¡

Page 11: BALDOMERO LILLO

Los hombres llegaron donde Valentín y le arrojaron una cuerda pero no podían sacarlo porque estaba enterrado hasta el pecho. Llego la madre de Valentín que se arrojo al pozo para salvar a su hijo pero un nuevo derrumbe lo sepulto y murió.

JUAN FARIÑA

Un hombre subía por el camino en dirección a la mina. Era de elevada estatura y por su traje, cubierto por el polvo rojo de la carretera, parecía más bien un campesino que un obrero. Un saco atado con una correa pendía de sus espaldas y su mano derecha empuñaba un grueso bastón, con el que tanteaba el terreno delante de sí. Pidió lo llevaran a presencia del capataz. -Me llamo Juan Fariña, y quiero trabajar en la mina de barretero -le dijo tranquilamente el ciego. -Quedas aceptado -dijo el capataz, después de un instante de vacilación-, un ciego que no pide limosna y desea trabajar merece ser bien acogido; puedes empezar cuando gustes. Desde aquel día quedó Fariña incorporado al personal de la mina, conquistándose muy luego la reputación de obrero inteligente y valeroso. La deferencia con que era tratado por los jefes y su carácter huraño y retraído le enajenaron las simpatías de sus camaradas, quienes no podían comprender que aquel ciego prefiriese los trabajos y miserias del minero a la vida libre y sin afanes del mendigo. Aquello no era natural y debía encerrar algún misterio.

Durante aquellas quince horas de ruda faena arrancaba del filón un número de vagonetas superior al mínimum reglamentario. Aquello desconcertaba a los más esforzados barreteros, pues en aquel sitio el mineral era duro y consistente y el mejor de ellos jamás había alcanzado un éxito semejante. Este hecho robusteció en la crédula imaginación de aquellas sencillas gentes la creencia de que Fariña era un ser extraordinario. Contábase de él que sólo iba a la mina a dormir y que un socio cuyo nombre no se atrevían a pronunciar, desprendía de la vena el carbón necesario para completar la tarea del día. Y no era un misterio para nadie que por la noche, cuando quedaba la mina desierta, se oía en la cantera maldita un redoble furioso que no cesaba hasta el alba. Aquel obrero infatigable, del que se hablaba en voz baja y temerosa, no era sino el Diablo. Dos viejos mineros encargados de vigilar por las noches los corredores de ventilación veían amontonarse el carbón con asombrosa rapidez delante del incógnito y nocturno obrero, cuando de pronto un pedazo arrancado con fuerza del innoble bloque derribó dos trozos de madera de revestimiento apoyados en la pared, los que al caer el uno sobre el otro, formaron por una extraña casualidad una cruz en el húmedo suelo del corredor. Un terrible estallido atronó la bóveda y una ráfaga de aire azotó el rostro de los dos obreros

Page 12: BALDOMERO LILLO

clavados en el sitio por el espanto, desapareciendo súbitamente la infernal visión.

A la mañana siguiente ambos fueron encontrados desvanecidos en el fondo de una galería mal ventilada, y desde ese instante nadie dudó en la mina de que un tenebroso pacto ligaba al borrecido ciego con el espíritu del mal. Sus vecinos en la cantera abandonaron sus labores trasladándose a otro sitio, viéndose obligado Fariña para no abandonar la faena a ser barretero y carretillero a la vez. P or aquel exceso de trabajo su musculoso cuerpo fue perdiendo poco a poco aquel aspecto de fuerza y de vigor.Un decaimiento visible se operaba en él, y los obreros que lo observaban atribuíanlo a que el término del nefando pacto debía de estar próximo. Los mineros veían en aquel ciego un enemigo de su tranquilidad y de la existencia de la mina misma. De un hombre que tenía pacto con el Diablo no podía esperarse nada bueno. -Cuando yo muera, la mina morirá conmigo -había dicho el misterioso ciego. En la semana que precedió a la gran catástrofe, Fariña obtuvo la plaza de vigilante nocturno de aquella sección de la mina donde trabajaba, empleo cuyo desempeño le era relativamente fácil. Ese paraje había sido siempre objeto de vigilancia especial de parte de los ingenieros. Situado debajo del mar, las filtraciones eran abundantísimas en aquella galería y la amenaza de un hundimiento era una idea que preocupaba a los jefes y operarios desde muchos años atrás. Seis de aquellos pilares estaban perforados a la altura de un metro. Con ayuda de la barrena quitó el ciego la arcilla que disimulaba los agujeros, y con la calma y seguridad del que ejecuta una operación largo tiempo meditada, introdujo en cada uno de ellos un cartucho de dinamita.

Después de un instante se inclinó de nuevo: en su mano derecha brillaba un fósforo encendido y un reguero de chispas recorrió velozmente el suelo.El siniestro personaje retrocedió entonces una veintena de metros por el camino que había traído, quedándose inmóvil con los brazos cruzados en medio del corredor.

Los trabajadores acudían y se agrupaban consternados en torno del pique, contemplando silenciosos a los ingenieros que por medio de sondajes comprobaban el desastre.El agua de mar llenaba toda la mina y subía por el pozo hasta quedar a cincuenta metros de los bordes de la excavación.

El nombre de Fariña estaba en todos los labios, y nadie dudó un instante de que fuera el autor de la catástrofe.

CAZA MAYOR

Con el cuerpo inclinado y el fusil entre las manos temblorosas, el

Page 13: BALDOMERO LILLO

Palomo, un viejecillo pequeño Y seco como una avellana, a pasos cortos sobre sus piernas vacilantes sigue los rastros que las pisadas de las perdices dejan en la arena.

De pronto se irguió, deteniéndose ante un grupo de espinos y de litres achaparrados: el rastro tan pacientemente seguido terminaba allí: Rodeo el matorral tiró el gatillo: una magnífica perdiz con las plumas medio chamuscadas por el fogonazo ocupó su sitio en el morral vacío.

Terminaba la tarea cuando el silbido de la perdiz que levanta el vuelo lo hizo volverse con presteza.Apoyó la culata en el hombro y soltó el tiro.

-¡Quita allá, Napoleón! Pero ya era tarde: la perdiz a la cual la mira había atravesado el cuello, acababa de desaparecer en las fauces de un enorme perro de presa. El amo del perrazo era el mayordomo de la hacienda, hombre autoritario y brutal que hubiera vengado cruelmente cualquier ofensa hecha a su favorito.

El viejo, descorazonado y triste, sin pensar en el desquite se alejaba con tardo paso de aquel infausto sitio cuando de pronto se detuvo sorprendido. El morral había triplicado su peso. Echó una Echó una rápida ojeada por encima del hombro y sus grises ojillos relampaguearon. El dogo, cogiendo delicadamente con los dientes el saco, trataba de desprenderlo del cordón que lo sujetaba. ¡Dios santo! Qué ira le acometió.

Exasperado por aquella obstinada persecución tentó un último recurso: dejó caer con disimulo el arma a un lado de la senda y con las manos en los bolsillos, como un desocupado que se pasea para estirar las piernas, siguió andando sin volver la cabeza. El ardid tuvo un éxito decisivo: después de un corto trecho, Napoleón, lanzándose al pasar una mirada de reojo, tomó la delantera; se alejaba al trote con el rabo caído y las orejas gachas, sin mirar atrás. Recobró el fusil y se internó en un bosquecillo de boldos y arrayanes.

Alargó el brazo y oprimió el disparador. Tras el estampido, apartáronse violentamente las ramas y apareció la cabeza del dogo con las orejas tiesas y rectas. De un salto cayó sobre la perdiz y empezó a triturarla entre sus poderosas mandíbulas.

Agobiado por el calor ascendía penosamente la rápida escarpa para alcanzar la carretera, cuando un súbito tirón lo hizo girar sobre sí mismo y perdiendo el equilibrio vino a tierra con estrépito. Incorporóse a medias: por el talud descendía gallardamente Napoleón, llevando el morral pendiendo de la boca.

Page 14: BALDOMERO LILLO

Un estrepitoso aullido contestó a la detonación: el dogo soltó el morral y con los pelos del lomo erizados como púas desapareció entre los matorrales. Creyó haber cometido un enorme crimen y la figura del amo enfurecido se presentó a su imaginación, produciéndole un escalofrío de terror. Dirigió una mirada al llano, y allá lejos percibió al dogo atravesando los arenales.

CAÑUELA Y PETACA

Mientras Petaca atisba desde la puerta, Cañuela encaramado sobre la mesa, descuelga del muro el pesado y mohoso fusil. Ambos chicos están solos esa mañana. El viejo Pedro y su mujer, la anciana Rosalía, abuelos de Cañuela, salieron muy temprano en dirección al pueblo.

Junto con Petaca, que dos años mayor que su primo, de cuerpo bajo y rechoncho es la antítesis de Cañuela, a quien gobierna y maneja con despótica autoridad, deciden ir de caceria. Entretanto, había que ocultar la pólvora. Cañuela propuso que se abriera un hoyo en un rincón del huerto y se la ocultase ahí pero Petaca le dijo que habia que buscar un lugar seco.

- ¡Enterrémoslo en la ceniza!

¿y si se prende? Pensó. De repente brincó de júbilo. Había encontrado la solución buscada. En un instante ambos chicos apartaron las brasas y cenizas del hogar y cavaron en medio del fogón un agujero de cuarenta centímetros de profundidad, dentro del cual envuelto en un pañuelo de hierbas, colocaron el saquete de pólvora.

Durante los días que precedieron al señalado para la caceria, Cañuela no cesó de pensar en la posibilidad de un estallido.

Petaca, con el fusil al hombro, sudaba y bufaba bajo el peso del descomunal armatoste. Durante la primera etapa, Cañuela, lleno de ardor , quería que hiciese fuego sobre todo bicho viviente.

Por fin, el descontentadizo cazador vio delante de sí una pieza digna de los honores de un tiro. Una loica macho.A cuatro metros del árbol, se detuvo, y reuniendo todas sus exhaustas fuerzas, se echó la escopeta a la cara. Pero en el instante en que se aprestaba a tirar del gatillo, Cañuela que lo había seguido sin que él se apercibiera, le gritó de improviso con su vocecilla de clarín aguda y penetrante: - ¡Espera, que no está cargada, hombre! La loica agitó sus alas y se perdió como una flecha en el horizonte.

¡Si al salir hubiesen cargado el arma! Pero aún era tiempo de reparar omisión tan capital, y poniéndose en pie llamó a Cañuela, para que le

Page 15: BALDOMERO LILLO

ayudara en la grave y delicada operación.¿Qué se colocaba primero?, ¿la pólvora o los guijarros? Petaca, aunque bastante perplejo, se inclinaba a creer que la pólvora, e iba a resolver la cuestión es este sentido, cuando Cañuela, saliendo de su mutismo, expresó tímidamente la misma idea. Por último un impertérrito chincol tuvo la complacencia, en tanto se alisaba las plumas sobre una rama, de esperar el fin de tan extrañas y complicadas manipulaciones. Parece mentira, pensó, que un escopetazo suene tan poco, y su primera mirada fue para el ave y, no viéndola en la rama, lanzó un grito de júbilo y se precipitó adelante, seguro de encontrarla en el suelo, patas arriba. Cañuela, que viera el chincol alejarse tranquilamente, no se atrevió a desengañarle.

Decidieron poner el fusil sobre una hoguera para no llegar con el a su casa y que su abuelo los regañara. Transcurrieron algunos minutos, y ya Petaca iba a acercase nuevamente para añadir más combustible, cuando un estampido formidable, los ensordeció. Por más que miró no encontró vestigios del fusil.

En lo alto de la loma a treinta pasos de distancia, se destacaba la alta silueta del abuelo avanzando a grandes zancadas. Parecía poseído de una terrible cólera.

Mientras corría, examinaba el terreno, pensando que así como el abuelo había encontrado la caja del arma, él podía muy bien podía muy bien hallar, a su vez, el cañón o un pedacito siquiera, con el cual se fabricaría un trabuco para hacer salvas y matar pidenes en la laguna.

Comentario

En cuanto a «Cañuela y Petaca», puede afirmarse que es una suerte de antiparábola donde la desobediencia ocupa el lugar central y que al revés de las estructuras de aprendizaje, el mensaje final no condena la conducta de los muchachitos, resolviéndose en un pensamiento socarrón muy propio del campesino chileno:

Mientras corría, examinaba el terreno, pensando que así como el abuelo había encontrado la caja del arma, él podía muy bien hallar, a su vez, el cañón o un pedacito siquiera con el cual se fabricaría un trabuco para hacer salvas y matar pidenes en la laguna.

LA MANO PEGADA

Por el camino marcha don Paico, el viejo de la mano pegada. Junto a el, pasan a caballo don Simon Antonio, su mayordomo y un huaso de la hacienda. Don simon, al ver al viejo le dice: ¡ Vamos, aprisa, viejo ladron ! y le da un latigazo en las piernas. Don Paico es un mendigo que, a cambio de unas monedas, le cuenta a la gente la historia de su

Page 16: BALDOMERO LILLO

mano pegada a la tetilla izquierda. Segun el, mientras jugaba rayuela, su madre lo llamo en varias ocasiones para que le fuera a buscar leña, pero como era un joven adicto al juego no le hacia caso. Su madre enojada le dio un golpe en la espalda y Paico le respondio con un combo con su mano izquierda. Su madre, luego de levantarse del suelo con su rostro ensangrentado lo maldijo y desde entonces Paico tuvo su mano pegada al cuerpo y si trataba de separarla sangraba. Don Simon queria darle un escarmiento por engañar a la gente de esa manera, especialmente porque el habia llegado a tener sus tierras gracias a su trabajo. Ademas Don Simon era juez y ordeno a sus hombres capturar al viejo y sujetarlo. Luego ordeno poner 2 esrtacas en el suelo y atar a ellas sus manos. El viejo le suplicaba que no lo hiciera y los campesinos miraban la escena con piedad. La mano supuestamente pegada se despego sin dificultad pero la gente lo atribuyo a un milagro. A continuacion Don Simon lo castigo con prohibirle que volviera nuevamente por esas tierras y lo golpeo con su rebenque y ordeno a sus hombres que le ataran sus brazos a un madero puesto sobre sus hombros y lo dejaran ir. Luego Don simon pregunto a su mayordomo si el comprador de unas vacas suyas se habia dado cuenta si los animales eran de inferior calidad a lo pactado y este le dijo que no ( asi don Simon con el engaño habia tenido una ganancia mayor ).

EL REGISTRO

Este capítulo trata de una abuela que compra un mate fino y un poco de azúcar. Hacia tanto tiempo que su paladar le pedía de manera obsesiva la hierba. La hierba del despacho era de muy mal sabor, pera la del pueblo era fina y aromática a 40 centavos pero con dinero constante y sonante, la del despacho costaba el doble pero lo cancelaban con fichas además estaba prohibido comprar fuera del despacho. Paso varios meses ahorrando centavo tras centavo, ahorrando de lo que le daba su único nieto. Ya por fin en el cuarto, el miedo cambia a alegría, por fin se daría un gusto. Cuando la tetera estaba a punto de hervir golpearon la puerta, era el jefe del despacho y su dependiente. El jefe entro, la abuela paralizada abierta mientras el dependiente comienza el registro, dieron todo vuelta pero no encontraban nada. Seguros de haberla visto siguieron registrando y encontraron el mate, pero le dieron otra oportunidad.

ERA EL SOLO

Gabriel siempre piensa en sus 2 hermanas, en huir de la casa para reunirse con ellas, pero pensar que no tiene dinero ni libertad, le llena de tristeza el alma. Al ver pasar la murga recuerda lo feliz que eran y

Page 17: BALDOMERO LILLO

se recuesta en el suelo a sollozar. En el comedor Gabriel sirve los manjares a Benigna, Encarnación y a su tío solterón. Los tratos son cariñosos para el niño, pero el sabe que después el chicote se los descontara. El tío se retira y el niño levanta la mesa. Ya solo en la casa , Gabriel se dirige a la habitación del tío a hacer la cama, y se recuesta a llorar cuando el recuerdo de sus padres viene a su memoria. Su rostro va adquiriendo un dolorosa expresión de amargura, recuerda la trágica muerte de su padre, victima de un accidente en el taller y el fallecimiento de la madre por el exceso de trabajo 2 meses después Gabriel sentado con cara de cera, los pies desnudos y colgando , abajo un amplio tapiz purpura, ya no temió al estruendo del arma.

LA BARRENA

En este capitulo se ordenó llevar a Alto de Lotilla los mejores de cada sección. El ingeniero les reunió y les pidió su apoyo. Debían abrir un pique y continuar una galería paralela a la playa para cortar en cruz lo que traían los de Playa Negra. Se organizaron turnos día y noche. Al mes los ingenieros bajaron y ordenaron parar hasta nuevo aviso.Cuando por fin la barrena de los de Playa Negra atravesó la galería el capataz se lanzo y doblo como escuadra la barrena que quedo atascada en el orificio del muro. Les ordenaron salir rápidamente de la habitación y colocaron sobre el brasero un saco de ají cerrando la puerta, la picazón era insoportable. A los 10 minutos sonó la campana, todos los que salían no podían hablar por la terrible tos que les produjo el ají. Pasaron los día , semanas, meses pero les fue imposible continuar los trabajos, además el techo de las galerías sin apuntalar se vinieron abajo entrando el mar. Seis meses después la famosa mina de Playa Negra era solo un pozo”.

DIFERENCIA SUBSOLE Y SUBTERRA1867-1923) Escritor chileno Nació el 6 de enero de 1867, en la sure?a ciudad de Lota. Sus padres fueron José Nazario Lillo Mendoza y Mercedes Figueroa, quienes tuvieron además otros dos hijos: Emilio y Samuel. Vivió en la zona durante toda su infancia, hasta segundo a?o de humanidades. Tras la muerte de su padre se vio obligado a trabajar. Fue empleado en una pulpería lotina y allí conoció de cerca el mundo minero, que describió posteriormente en su obra literaria. Su padre, admirador del escritor norteamericano Bret Horte, influyó en el interés por la aventura y la lectura en sus hijos. En 1897, Baldomero se casó con Natividad Miller, con quien tuvo cuatro hijos: Marta, Laura, Eduardo y Oscar. Pero enviudó en 1909. En 1898 viajó a Santiago, a vivir con su hermano Samuel, quien le consiguió un trabajo en la Universidad de Chile, en un cargo administrativo. Su obra La primera obra de Baldomero Lillo fue el cuento Juan Fari?a, con el que ganó el primer lugar de un concurso en 1903. Consiguió que se publicara en la Revista Católica en Santiago, y firmó con el seudónimo Ars. Esta publicación es considerada el acta de bautismo literario de Baldomero Lillo. No fue sino hasta la

Page 18: BALDOMERO LILLO

publicación de su primer libro, Sub-Terra, en 1904, que se le reconoció en el mundo literario. Esta obra le posibilitó trabajar en el diario El Mercurio, y luego en la revista Zig-Zag, de la misma empresa. A partir de este trabajo, fue publicada como obra póstuma una serie de cuentos bajo el título de Relatos Populares en 1942. En 1907 fue editado Sub-Sole, que a diferencia de Sub-Terra no se refirió a las minas carboníferas, sino a las costumbres y trabajos del mundo rural. Interés por el Norte Después de la matanza en la Escuela Santa María en 1907, Lillo se sintió motivado para escribir una novela sobre el Norte chileno, en la pampa salitrera. Sin embargo, a pesar de que estuvo en esa zona con el fin de conocerla en profundidad, no consiguió realizar este trabajo. Aunque existe una publicación sobre una conferencia hecha por él referente a la minería salitrera. Características Admirador de Dostoievski y Emil Zolá, Lillo se caracterizó por un estilo costumbrista que lo acompa?ó en todos sus trabajos. Destacó como el precursor del cuento social. Sus temáticas fueron principalmente concernientes a la cotidianeidad de sectores sociales marginados. Entre sus temas encontramos: la vida minera en el carbón, la vida campesina, las costumbres en la caza, la realidad costera de los pescadores, las relaciones en los conventillos, etcétera. Temprano retiro En 1917 Lillo consideró conveniente jubilar de su cargo administrativo en la Universidad de Chile. En esa época se le diagnosticó una tuberculosis pulmonar crónica, que le provocó la muerte en 1923, en San Bernardo.