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BALNEARIO

Balneario, Adolfo Couve

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Couve

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  • BALNEARIO

  • 1.

    Cartagena, el balneario, esa playa sucia, abandonada todos 10s inviernos, ese escenario, esa apariencia, ese deterioro infinito, techos aguzados, aleros repletos de murcielagos, ventanas sin postigos, abier- tas a1 mar que las habita como a 10s recovecos entre las rocas. Balcones carcomidos, escalas de servicio, clausuradas, que se han venido a1 sue- lo, veletas oxidadas y atascadas, pajaros de fierro que porfian en la persistencia del viento. Llovizna que aparta de las olas a las gaviotas hambrientas, bandadas organizadas de pidenes que incrustan su paso presuroso en la arena negra, y las calles retorcidas con letreros que chirrian y agitan graves faltas de ortografia.

    Por el lado del rompeolas, el mar desde muj7 hondo levanta su abanico de espuma que deshecho, arroja contra 10s balaustros rotos. Los perros temen ese ruido profundo, ese trabajo insistente del agua que emplea siglos en mutar una forma, ruido que tambien sube hasta las casas que penden del acantilado; descolorados sus tonos originales, vuelvense inservibles esas enonnes piezas abiertas a1 vacio, y que se cimbran incluso a1 paso de las animas en pena.

    Como telon de fondo conocido, repuesto una vez mas, cuelga alli en ese verano el azul del cielo y del ocbano.

    El bullicio de la muchedumbre, las lonas a franjas de colores que desparraman sombras encendidas, el grito de 10s altoparlantes y la bri- sa, corren paralelos a la arena trajinada, oscura, vuelta al reves.

    Arriba, sobre el rompeolas, junto a la baranda, una mujer ya de sus afios, se refugia en una sombrilla que la sumerge en una atmosfera propia, suavizando las aristas y contrastes de su rostro. Participa del verano solo exhibiendo ese par de brazos desnudos, afilados, donde el

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  • pellejo huelga disociado del resto. Alas manos las protege el complica- do tejido de 10s guantes de hilo. Aprieta fuerte el mango del quitasol que representa una cabeza de dragon con examas verdes, cuyos ojos vivaces son inmunes a la resolana del dia.

    El vestido, una solera, ha viajado en la maleta ya varias tempora- das. El cinturon de hebilla forrada no va con el resto. Lleva del brazo la unica cartera de cuero a la redonda. Los pies terminan en unos zapatos blancos, pintados, igualmente pasados de moda.

    Pero su actitud, alli entre esos hombres que estilan agua, ninos portando palas y baldes, mujeres que agitan carnes de sobra fuera de las exiguas tiras de sus trajes de bafio; parece ser no capitular ante su desfavorable condicion de anciana, y espera un milagro, porque se dice:

  • do, da la espalda a1 horizonte y tiene adelante un jardin que termina en una empalizada que colinda con el abismo. En el florecen como en nin- guna parte las rosas, las suculentas, 10s hibiscos de variados tonos, las cochabambinas y camelios.

    Con decididos golpes de la tijera de podar, Angelica corta cada tarde un par de rosas que perfuman su alcoba, la que posee un venta- nal sobresaliente que es todo azul, frente a1 que un ropero de tres cuerpos, de estilo incierto, refleja en sus espejos, agua, vaivenes y resa- ca. Junto a1 cortinaje aparece un peinador de patas esbeltas y sobre la cubierta, un desorden de potes de crema y cajas de polvos.

    La cama matrimonial ocupa el centro de la pieza y es notorio el lugar donde Angelica deja caer su cuerpo. Alli la hendidura aclara que lleva muchos aiios de viudez, que ese rectangulo cubierto de velos no lo comparte con nadie.

    La alfombra gastada, como un jardin sin riego, enseiia en esos deshilachados ramos y macetas el transit0 del tiempo. La urdimbre abierta de ese tejido cuenta 10s pasos recorridos, la aspereza, la rutina, las huellas de una vida.

    3.

    Ya bajo llave (y con qui. violencia la gira sobre la cerradura), se desabrocha la blusa, se quita 10s zapatos ~7 se echa sobre la cama. Una l5grima busca ese surco profundo trazado en la cara y por alli se desli- za hasta humedecer la almohada. Tiene 10s labios partidos, una novela sobre el velador, y su mano venosa maquinalmente toma las perillas de la radio portatil. Entonces, una profunda voz varonil le canta la can- cion de la temporada, le habla de adorarla, de que por siempre sera la que mas ha querido, y un sax0 quejumbroso corrobora 10s requiebros del cantante, y a ella se le nubla el cielo raso y ese flor6n de yeso con palmas y bellotas en relieve parece agitarse con la brisa que tras 10s vidrios recorre el litoral.

    MY te voy a adorar esta vez como nunca has sentido, porque soy y sere el que mas te ha querido,,, y el sax0 otra vez llama a su corazon, que inquieto levanta esa enagua discreta con tirantes y canesti bordado.

    Entonces se incorpora y enfrenta a1 espejo del ropero que se re- pleta de agua, y atrevitindose se baja 10s tirantes, y desnuda hasta la cintura recorre sus pechos flaccidos, su vientre hecho una arruga, sus

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  • antiguas formas desdibujadas. Y a1 intentar alzar esos senos a su ubica- cion precisa, deja caer el resto de la enagua que cubre sus pies. Alli aparece enteramente desnuda, protegida arenas por ese calzoncito delicado que no es capaz de quitarse.

    Un cuerpo devastado como por un escultor poco cuidadoso, y atras el resplandor del ocean0 y el cielo, masa que recorta esa silueta de piernas flacas y pel0 tefiido. Unos golpes discretos en la puerta la vuelven en si, es la Bernarda, que le anuncia que el te esta servido. Apenas puede responder, todo el cuarto aparece inundado por la can- ci6n de moda que repite insistentemente: c

  • Las noches sonoras del balneario la desvelan y rhfagas de luces dispersas atraviesan la luna del espejo o encienden fugazmente las hojas de yeso, alrededor de la Iampara apagada.

    Repasa el dia, cavila en ese asunto de la llave que goteaba en el lavamanos del bafio esa maiiana, piensa en el joven que vino a reparar- la. En ese olor penetrante a transpiracion, y lo que &ste insinuo cuando manipulaba la llave inglesa:

    -Yo le hago a todo ... ientiende, sefiora?.. Por una camiseta, por lo que sea...

    Angelica, enmarcada en el van0 de la puerta, desoyo esas reco- mendaciones por considerarlas impropias, aunque despubs de todo se avenian a su busqueda diaria frente a1 rompeolas. iQu6 la detuvo en- tonces? iLa violencia de la situacion? il'udor a develar el derrumbe de su cuerpo? iMiedo de quedar a merced de un mocet6n del que ni si- quiera conocia el nombre?

    Y alli de espaldas, observando esas luces que de tanto en tanto vienen a1 espejo v a1 techo, para luego evadirse, se arrepiente de su actitud de recato. Como le gustaria haber tenido una aventura, una ilusion en ese tal vez su ultimo verano. Arrimarse a la mesa donde las amistades de su edad dejan las horas en las cartas Y mientras la repren- derian por su falta de concentracion, esbozar una sonrisa complice, que nadie imaginaria causada por haberse entregado a 10s brazos de un fornido gasfiter que dejara su impecable lecho y la almohada, impreg- nados de ese olor acido, el mismo que permanecio tanto tiempo circu- lando en la sala de baiio.

    - iAngelica, en que est& pensando! iNo te sientes bien? Roba, roba, a ti te toca, aqui tienes el mazo. Yo me voy, canasta de ocho, y sin ningun comodin.

    Y abajo, Araneda, de pie ante el Chevrolet, leyendo el diario de la tarde. .Que grave habria sido, si a1 volver a casa, despues de later- tulia donde mis amigas, veo a1 gasfiter apoyado contra la verja aguar- dandome, o si me Ilamara por telefono a altas horas de la noche. Estos hombres lo que quieren es sacarle plata a una, nada mas, y un buen dia amanezco muerta tirada sobre esta cama. Una camiseta, asi comien- zan ... Por eso prefiero el rompeolas, ahi no se conoce nadie, y como a Araneda lo devuelvo a casa, es posible que una de estas tardes, un baiiista encantador me proponga llevarme a una de las residenciales de la playa grande>>.

    ,,'

    - iQue tal, c6mo te llamas?

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  • - Cartagena. i Y tu? -Muneca, uno no se llama, i o no te habias dado cuenta? LSola? -Si. Y Angdica se sonrie de estos dialogos en esa noche ... El dragon

    de escamas verdes y duras, con 10s ojos abiertos, despabilados, insom- ne como su dueiia, parece adivinar sus pensamientos, porque la &a fijo desde la comoda en sombras.

    5.

    i Y si salgo de noche? En ella todos 10s gatos son negros, se dice,

    - Bernarda, digale a Araneda que saque el Chevrolet; voy a salir. Boquiabierta la niAa de manos, no se atreve a contradecir a la

    viuda ~7 cumple lo que ordena. El dragon del quitasol observa como Angelica se acicala ante el

    espejo repleto de oscuridad, y sus ojos de vidrio miran tristes a ese otro dragbn identic0 abandonado tambikn sobre una comoda.

    El automovil baja la retorcida calleja y lentamente rueda junto a1 gentio, que abigarrado se mueve apenas desde el rompeolas a1 Hotel Bahia. Toda esa masa bajo ampolletas de colores contra un oceano ne- g o , inexistente.

    En el recodo, 10s juegos, la rueda de Chicago levantando luces que duplica abajo donde ruge el agua. Y la Cuncuna, que a1 cubrir su lomo con la capucha de lona encierra ese griterio, y sube y baja desarticulada.

    Angelica desciende y entra en la muchedumbre. Pero solo llega hasta el meson de 10s patos, que caen ante 10s proyectiles y que reapa- recen sistematicamente como comparsa de opera en 10s teatros pobres. Y 10s gatos porfiados en rumas se vienen at suelo, en tanto la esfera de la ruleta recupera poco a poco sus colores y sus numeros cuando el clavo se atasca en la cufia de goma.

    Alguien gana una dormilona, un tarro de duraznos en conserva, una botella desvanecida de champan.

    A Angelica le gustaria instalarse entre esas u otras botellas, y es- perar a que un jovenzuelo le calzara una argolla de madera al cuello. Y mientras pareciera la desviste el publico, aprisionada en ese angosto espacio, un vendedor de algodon de azucar le ofrece uno de esos arre- boles tardios.

    en tanto se anuda un pafiuelo de lunares a la cabeza.

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  • Mas all& las manzanas bafiadas en almibar, las revistas viejas, el carrusel de Dumbos ingravidos que trotan con el lomo ensartado en la barra de bronce.

    Luego de una hora de ir contra la corriente, despeinada, logra ubicar a1 chofer, quien la rescata.

    Prefiere continuar a la vuelta de la rueda, mirando desde el inte- rior del automovil esos nubarrones de azucar, las manzanas acarame- ladas descendiendo como puestas de sol en ese mar de gente.

    Cartagena, el balneario, esa plava sucia, abandonada todos 10s in- viernos, ese escenario, esa apdencia, ese deterioro infinito, techos agu- zados, perdida entre la muchedumbre como un despojo a la deriva.

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