Barbanegra y los buñuelos ema wolf

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  • 7/29/2019 Barbanegra y los buuelos ema wolf

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    Barbanegra y los buuelos 1Ema Wolf

    Lo que casi nadie sabe es que a bordo del barco del pirataBarbanegra viajaba su mam. Doa Trementina Barbanegra as se

    llamaba la seora- trep por la escalerilla del Chpiro Verde unamaana en que su hijo estaba a punto de hacerse a la mar. Subipara alcanzarle el tubo de dentfrico concentrado que el muy puercose olvidaba.

    El barco solt amarras y nadie not sino hasta tres das despusque la seora estaba a bordo.

    -Madre! dijo Barbanegra al verla.-Hijo! dijo Trementina.Y se qued.El amanecer, el medioda y el crepsculo la encontraban en cubierta

    sentada sobre un barrilito de ron antillano atenta a los borneos delviento, vigilando el laboreo de las velas y desparramandoadvertencias a voz en cuello. Nadie como ella para husmear laamenaza de los furiosos huracanes del Caribe, a los que bautiz conlos nombres de sus primas: Sofa, Carla, Berta, Margarita...

    Mientras tanto, teja. De sus manos habilidosas salan guantes,zoquetes de lana, pulveres y bufandas en cantidad. Los hombres deBarbanegra, abrigados como ositos de peluche, sudaban bajo el soldel trpico. El jefe pirata impuso castigos severos a losdesagradecidos que se quejaban.

    La cosa es que Trementina estaba ah: da tras da mecindose a lasombra de la vela mayor con los pies colgando del barrilito ysermoneando al loro cuando no se expresaba en perfecto ingls.

    Pero adems -y ste es el asunto que importa- la seoraBarbanegra haca buuelos; que eran muchos, pero no tantos si seconsidera el peso de cada uno. La mayor parte se coma a bordo, elresto se cambiaba en las colonias inglesas por sacos de buenaplvora.

    El ltimo amotinamiento -lo mismo que los tres anteriores- se habaproducido a causa de los buuelos. Un artillero veterano dijo queprefera ser asado vivo por los canbales de la Florida antes quecomer uno ms de aquellos adoquines. Efectivamente, cuando lodesembarcaron en la Florida se sinti el ms feliz de los hombres.

    Ms que comerlos, haba que tallarlos con los dientes. Sesospechaba que estaban hechos con harina de caparazn de tortugay al caer en el estmago producan en efecto de una bala de can dedoce pulgadas.

    A Barbanegra le encantaban.En Puerto Royal compraron una partida de polvo de hornear para

    hacer ms livianos los buuelos, pero no sirvi de nada. Latripulacin del Chpiro Verde haba perdido todos los dientes. Ya

    1 EnBarbanegra y los buuelos. Buenos Aires. Ediciones Colihue.

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    nadie era capaz de sujetar el sable con la boca cuando saltaba alabordaje. Los hombres ms rudos terminaron comiendo el pescadocon pajita.

    Barbanegra, en cambio, devoraba un buuelo tras otro conformidable gula. Su madre, que viva retndolo por esos atracones,

    termin prohibindole que comiera ms de cuarenta por da.Hasta que sucedi lo que sigue.Una madrugada de julio el viga avist un barco.-Es francs- dijo Trementina Barbanegra sin levantar los ojos del

    tejido-. Les vengo diciendo que es peligroso andar por estos lugares.Pero para qu! Si me hicieran caso... etctera, etctera...

    En efecto: era la nave del capitn Jampier. El capitn Jampier nopoda ver a Barbanegra ni en la sopa.

    Los dos barcos se aproximaron amenazantes. Ninguno estabadispuesto a rehuir el combate. Las tripulaciones hormiguearon por la

    cubierta amontonando municiones y afinando los trabucos.-Te voy a hacer picadillo! grit el pirata ingls.-Y yo te voy a hacer pat! le contest el francs.Los hombres de uno y otro bando aullaron para infundirse coraje y

    meter miedo a la vez.Cuando las naves estuvieron a poca distancia volaron los garfios

    de abordaje y en minutos las dos quedaron pegadas como siamesas.Todos los franceses saltaron al barco ingls y todos los ingleses albarco francs.

    Los capitanes entendieron que as no se poda pelear. Ordenaron a

    sus tripulaciones dividirse; la mitad de cada una volvi a surespectivo barco para iniciar el combate.

    Y se inici.Silbaban los sables. Tosan las armas de fuego. Sangraban los

    hombres por las narices y escupas muelas. Arreciaban los graznidoshistricos del loro y las protestas de mam Trementina que tratabade proteger sus ovillos de lana. La pelea era feroz!

    Barbanegra y Jampier, desde los puentes de mando, se medancon la mirada. Lenta, sigilosamente, con movimientos de babosa,cada uno fue acercando la mano a la cintura donde guardaba la

    pistola.En lo ms recio del combate los piratas advirtieron lo que iba asuceder: sus capitanes estaban a punto de enfrentarse en un duelopersonal. Dejaron de combatir. Todos los ojos en compota se posaronsobre esos dos demonios: Barbanegra y Jampier, Jampier yBarbanegra.

    Durante cinco minutos nadie respir.La vista era demasiado lerda para percibir lo que pas entonces.

    Las dos pistolas hicieron fuego al mismo tiempo.Y?!Un aro vol de la oreja izquierda de Jampier y se perdi entre los

    atunes del fondo del mar.Pero su bala haba dado en el pecho de Barbanegra!

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    Ustedes pensarn: muri.No, no muri.Un buuelo! Un bendito y providencial buuelo se interpuso entre

    la bala y su cuerpo! Debajo de la tricota de lana Barbanegra habaescondido un buuelo de los que preparaba su madre, robado de la

    cocina la noche anterior. Al chocar con l, la bala se deshizo como unsupositorio de glicerina sin herir al pirata.

    Los hombres del ingls aullaron de felicidad. Locos de contentovivaban a su jefe y bailaban en una pata aunque fuese de palo.

    No lo podan creer!Jampier no entendi nada, pero rabiaba. El combate se suspendi

    hasta nueva fecha y cada uno se fue por su lado.Esa noche en el Chpiro Verde atronaron las canciones piratas

    festejando el episodio hasta que mam Trementina mand a dormir atodo el mundo.

    Al da siguiente se cre la Orden del Buuelo y desde entoncestodos los hombres de Barbanegra llevaron uno colgado sobre elpecho.

    Y dicen que eso los volvi invulnerables.

    La Cucaracha soadora 2Augusto Monterroso

    Era una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soaba

    que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soaba que era unescritor que escriba acerca de un empleado llamado Gregorio Samsaque soaba que era una Cucaracha.

    Al lectorMicrorrelato 3

    Rodolfo Braceli

    Aos que no conversbamos; ms que la distancia, nos habadistanciado una especie de libro que escrib sobre l. Veintitrs dasantes de su muerte oficial llegu a su casa de Ginebra; l paladeabasosiegos postreros, con la angustia domada. Su esposa oriental trajouna bandeja con el caf, y se fue de caminata.

    Qu lo trae: va a escribir otro libro sobre m que tampoco voy aleer?, me dijo con ms ternura que irona. Le traigo un dato sobreJacinto Chiclana, el cuchillero, le dije. Chiclana ya muri, me dijo.Chiclana vive enconado y pronto vendr a matarlo porque usted lo

    2 EnLa oveja negra y dems fbulas. Madrid. Punto de Lectura.3 Publicado en el suplemento Cultura/Literatura del Semanario Perfil, el 2 de septiembre de 2007.

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    mat en unos versos, le dije. Que proceda rpido, antes de que misincero cncer le gane de mano, me dijo. Jacinto tramita pasaporte,pronto lo tendr aqu, le dije. Aguardo la muerte con esperanza.Pueda ser que al cuchillo de Chiclana no se le haya mellado el filo,me dijo. Usted no puede con su genio: hace literatura con la muerte

    ah, le dije. Querr decir que no puedo con mi ingenio, me dijo.Usted no puede con el ingenio de su genio, le dije. Una larga pausase nos meti en el medio. Respiraba con leve agitacin el SumoCiego. As que Chiclana vive?, me dijo. Y tiene tres hijos biencasados, le dije. Conjeturo que los tres trabajan deguardaespaldas, me dijo. Los dos mayores s. El tercero le sali porla culata: psicoanalista, le dije. Caramba, se dedica a la cienciaficcin, me dijo.

    Y tosi por toser, como a veces los nios. Otra vez un silenciomanso. Serv el caf. Dos de azcar?, le dije. Prefiero no

    amortiguar la emocin del sabor, me dijo. Extraa algo de supatria idolatrada?, le dije. Usted est urdiendo otra entrevista, medijo. Extraa algo de su patria?, le dije. Por algo hu de aquelruidoso arrabal del mundo. Nada puedo extraar... Buenos Airesest?, me dijo. Por ahora Buenos Aires est, le dije. Nada creoextraar; pero pronuncio Buenos Aires y dos lagrimones ya bajandesde mis vanos ojos, me dijo. Al borde de otro silencio, le preguntpor la razn de nuestra amistad. La amistad no es menos misteriosaque el amor o que cualquiera de las otras fases de esta confusin quees la vida, me dijo. Hay algo que no sea misterio?, le dije. La

    nica cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por s sola,me dijo.

    Not que sonrea y le pregunt por qu. Porque usted, tan dotadopara la sntesis, enseguida me beneficiar con su ausencia, me dijo.Pero antes frmeme sus Obras Completas, le dije. Si va por Emecpdales que corrijan el ttulo. Que pongan Miscelneas Completas,me dijo. Porque sent que iba a ser el ltimo, hubiera querido darleun abrazo de los fuertes. Me sali leve el apretn de mano. Su manono estaba tan fra.

    Le dije adis desde la puerta, que encontr sin llave. Unos pasos,

    y advert que haba olvidado el libro. Me volv, entr sin llamar: elSumo Ciego estaba ah, leyendo un diario. O mi voz decirle: Ustednos enga!. Arroj tarde el diario. Desfigurado por el espantogimi:

    -No lo cuente. Apidese.-Por qu, por qu simul ser ciego?-As me aseguraba que seran ms buenos conmigo. Una broma,

    despus de todo.-Una pesada broma ecumnica.-Comprndame: de chico no jugu, no comet diabluras, no me

    conced esas maldades que autoriza la impunidad de la niez. Degrande me indemnic con la inocente infamia de pasar por ciego.

    -Se le fue la mano, don.

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    -Jreme que guardar este secreto.-El secreto se lo dir a una sola persona.-A quin, Rodolfo, a quin?-Al lector.

    Msicas 4Juan Gelman

    Narciso tena hambre, mirlas aguas para ver si hay pecesy se encontr con l.Este accidente de la historiacuesta mundos a los pobres mortales.Tienen hambre de s mismos, pero en verdad

    nunca se miran a s mismos, son mirados y de ahviene la costumbre dedevorarnos bajoun s mismo sostenido mayor.

    Lucas, su patriotismo5Julio Cortzar

    De mi pasaporte me gustan las pginas de las renovaciones y los

    sellos de visados redondos / triangulares / verdes / cuadrados /negros / ovalados / rojos; de mi imagen de Buenos Aires eltrasbordador sobre el Riachuelo, la plaza Irlanda, los jardines deAgronoma, algunos cafs que acaso ya no estn, una cama en undepartamento de Maip casi esquina Crdoba, el olor y el silencio delpuerto a medianoche en verano, los rboles de la plaza Lavalle.

    Del pas me queda un olor de acequias mendocinas, los lamos deUspallata, el violeta profundo del cerro de Velasco en La Rioja, lasestrellas chaqueas en Pampa de Guanacos yendo de Salta a

    Misiones en un tren del ao cuarenta y dos, un caballo que mont enSaladillo, el sabor del Cinzano con ginebra Gordon en el Boston deFlorida, el olor ligeramente alrgico de las plateas del Coln, elsuperpullman del Luna Park con Carlos Beulchi y Mario Daz, algunaslecheras de la madrugada, la fealdad de la Plaza Once, la lectura deSur en los aos dulcemente ingenuos, las ediciones a cincuentacentavos de Claridad con Roberto Arlt y Castelnuovo, y tambinalgunos patios, claro, y sombras que me callo, y muertos.

    4 EnJuan Gelman. Obra potica. Buenos Aires. Corregidor.5 EnCuentos Completos. Buenos Aires. Alfaguara.

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    Lucas, su patiotismo

    El centro de la imagen sern los malvones, pero hay tambin glicinas,verano, mate a las cinco y media, la mquina de coser, zapatillas y

    lentas conversaciones sobre enfermedades y disgustos familiares, degolpe un pollo dejando su firma entre dos sillas o el gato atrs de unapaloma que lo sobra canchera. Todo eso huele a ropa tendida, aalmidn azulado y a leja, huele a jubilacin, a factura surtida o tortasfritas, casi siempre a radio vecina con tangos y los avisos del Geniol,del aceite Cocinero que es de todos el primero, y a chicos pateando lapelota de trapo en el baldo del fondo, el Beto meti el gol desobrepique.

    Tan convencional todo, tan dicho que Lucas de puro pudor busca

    otras salidas, a la mitad del recuerdo decide acordarse de cmo a esahora se encerraba a leer a Homero y Dickson Carr en su cuartitoatorrante pare no escuchar de nuevo la operacin del apndice de lata Pepa con todos los detalles luctuosos y la representacin en vivode las horribles nuseas de la anestesia, o la historia de la hipotecade la calle Bulnes en la que el to Alejandro se iba hundiendo de mateen mate hasta la apoteosis de los suspiros colectivos y todo va demal en peor, Josefina, aqu hace falta un gobierno fuerte, carajo. Porsuerte la Flora est ah para mostrar la foto de Clark Gable en elrotograbado de La Prensa y rememurmurar los momentos estelares

    de Lo que el vierto se llev. A veces la abuela se acordaba deFrancesca Bertini y el to Alejandro de Brbara La Marr que era la marde brbara, vos y las vampiresas, ah los hombres! Lucas comprendeque no hay nada que hacer, que ya est de nuevo en el patio, que latarjeta postal sigue clavada para siempre al borde del espejo deltiempo, pintada a mano con su franja de palomitas, con su leve bordenegro.

    Viejo con rbol 6Roberto Fontanarrosa

    A un costado de la cancha haba yuyales y, ms all, el terrapln delferrocarril. Al otro costado, descampado y un rbol bastantemiserable. Despus las otras dos canchas, la chica y la principal. Yah, debajo de ese rbol, sola ubicarse el viejo.

    Haba aparecido unos cuantos partidos atrs, casi al comienzo delcampeonato, con su gorra, la campera gris algo rada, la camisablanca cerrada hasta el cuello y la radio porttil en la mano. Jubiladoseguramente, no tendra nada que hacer los sbados por la tarde y se

    6En Diario Clarn. Suplemento Especial. Edicin del 20/07/2007

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    acercaba al complejo para ver los partidos de la Liga. Los muchachosprimero pensaron que sera casualidad, pero al tercer sbado en quelo vieron junto al lateral ya pasaron a considerarlo hinchada propia.Porque el viejo bien poda ir a ver los otros dos partidos que sejugaban a la misma hora en las canchas de al lado, pero se quedaba

    ah, debajo del rbol, siguindolos a ellos.

    Era el nico hincha legtimo que tenan, al margen de algunos pibeschiquitos; el hijo de Norberto, los dos de Gaona, el sobrino del Mosca,que desembarcaban en el predio con las mayores y corran a meterseentre los caaverales apenas bajaban de los autos.

    -Ojo con la va -alertaba siempre Jorge mientras se cambiaban.-No pasan trenes, casi tranquilizaba Norberto. Y era verdad, o pasabauno cada muerte de obispo, lentamente y metiendo ruido.

    -No vino la hinchada? -ya preguntaban todos al llegar noms,buscando al viejo- o no vino la barra brava?

    Y se rean. Pero el viejo no faltaba desde haca varios sbados, firmedebajo del rbol, casi elegante, con un cierto refinamiento en supostura erguida, la mano derecha en alto sosteniendo la radiominscula, como quien sostiene un ramo de flores. Nadie lo conoca,no era amigo de ninguno de los muchachos.-La vieja no lo debe soportar en la casa y lo manda para ac -bromealguno.

    -Por ah es amigo del refer -dijo otro. Pero saban que el viejohinchaba para ellos de alguna manera, moderadamente, porque lohaban visto aplaudir un par de partidos atrs, cuando le ganaron aOlimpia Seniors.

    Y ah, debajo del rbol, fue a tirarse el Soda cuando decidi dejarle sulugar a Eduardo, que estaba de suplente, al sentir que no daba mspor el calor. Era verano y ese horario para jugar era una locura. Casilas tres de la tarde y el viejo ah, fiel, a unos metros, mirando elpartido. Cuando Eduardo entr a la cancha -casi a desgano,

    aprovechando para desperezarse- cuando levant el brazo pidindolepermiso al refer, el Soda se derrumb a la sombra del arbolito yqued bastante cerca, como nunca lo haba estado: el viejo no habacruzado jams una palabra con nadie del equipo.

    El Soda pudo apreciar entonces que tendra unos setenta aos, eraflaquito, bastante alto, pulcro y con sombra de barba. Escuchaba laradio con un auricular y en la otra mano sostena un cigarrillo conplcida distincin.

    -Est escuchando a Central Crdoba, maestro? -medio le grit elSoda cuando recuper el aliento, pero siempre recostado en el piso.

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    El viejo gir para mirarlo. Neg con la cabeza y se quit el auricularde la oreja.-No -sonri. Y pareci que la cosa quedaba ah. El viejo volvi a mirarel partido, que estaba spero y empatado. Msica -dijo despus,mirndolo de nuevo.

    Algn tanguito? -prob el Soda.-Un concierto. Hay un buen programa de msica clsica a esta hora.

    El Soda frunci el entrecejo. Ya tena una buena ancdota paracontarles a los muchachos y la cosa vena lo suficientementeinteresante como para continuarla. Se levant resoplando, se baj lasmedias y camin despacio hasta pararse al lado del viejo.-Pero le gusta el ftbol -le dijo-. Por lo que veo.

    El viejo aprob enrgicamente con la cabeza, sin dejar de mirar el

    curso de la pelota, que iba y vena por el aire, rabiosa.-Lo he jugado. Y, adems, est muy emparentado con el arte -dictamin despus-. Muy emparentado.El Soda lo mir, curioso. Saba que seguira hablando, y esper.

    -Mire usted nuestro arquero -efectivamente el viejo seal a De Len,que estudiaba el partido desde su arco, las manos en la cintura, todoun costado de la camiseta cubierto de tierra-. La continuidad de lanariz con la frente. La expansin pectoral. La curvatura de losmuslos. La tensin en los dorsales -se qued un momento en silencio,

    como para que el Soda apreciara aquello que l le mostraba-.Bueno... Eso, eso es la escultura...

    El Soda adelant la mandbula y oscil levemente la cabeza,aprobando dubitativo.-Vea usted -el viejo seal ahora hacia el arco contrario, al queestaba por llegar un crner- el relumbrn intenso de las camisetasnuestras, amarillo cadmio y una veladura naranja por el sudor. Elcontraste con el azul de Prusia de las camisetas rivales, el casi violetacardenalicio que asume tambin ese azul por la transpiracin, los

    vivos blancos como trazos alocados. Las manchas giles ocres,pardas y sepias y Siena de los muslos, vivaces, dignas de un Bacon.Entrecierre los ojos y aprcielo as... Bueno... Eso, eso es la pintura.

    An estaba el Soda con los ojos entrecerrados cuando al viejoarreci.-Observe, observe usted esa carrera intensa entre el delantero deellos y el cuatro nuestro. El salto al unsono, el giro en el aire, lavoltereta elstica, el braceo amplio en busca del equilibrio... Bueno...Eso, eso es la danza...

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    El Soda procuraba estimular sus sentidos, pero slo vea que losrivales se venan con todo, porfiados, y que la pelota no se alejabadel rea defendida por De Len.-Y escuche usted, escuche usted... -lo acicate el viejo, curvando conuna mano el pabelln de la misma oreja donde haba tenido el

    auricular de la radio y entusiasmado tal vez al encontrar, por fin, uninterlocutor vlido-... la percusin grave de la pelota cuando botacontra el piso, el chasquido de la suela de los botines sobre el csped,el fuelle quedo de la respiracin agitada, el coro desparejo de losgritos, las rdenes, los alertas, los insultos de los muchachos y elpitazo agudo del refer... Bueno... Eso, eso es la msica...

    El Soda aprob con la cabeza. Los muchachos no iban a creerlecuando l les contara aquella charla inslita con el viejo, luego delpartido, si es que les quedaba algo de nimo, porque la derrota se

    cerna sobre ellos como un ave oscura e implacable.-Y vea usted a ese delantero... -seal ahora el viejo, casimetindose en la cancha, algo ms alterado-... ese delantero de ellosque se revuelca por el suelo como si lo hubiese picado una tarntula,mesndose exageradamente los cabellos, distorsionando el rostro,bramando falsamente de dolor, reclamando histrinicamentejusticia... Bueno... Eso, eso es el teatro.

    El Soda se tom la cabeza.

    -Qu cobr? -balbuce indignado.-Cobr penal? -abri los ojos el viejo, incrdulo. Dio un paso alfrente, metindose apenas en la cancha-. Qu cobrs? -gritdespus, desaforado-. Qu cobrs, refer y la reputsima madre quete pari?

    El Soda lo mir atnito. Ante el grito del viejo pareca haberseolvidado repentinamente del penal injusto, de la derrota inminente ydel mismo calor. El viejo estaba lvido mirando al rea, peroenseguida se volvi hacia el Soda tratando de recomponerse, algo

    confuso, incmodo.

    -... Y eso? se atrevi a preguntarle el Soda, sealndolo.-Y eso vacil el viejo, tocndose levemente la gorra- Eso es elftbol.

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    La intrusa 7Pedro Orgambide

    Ella tuvo la culpa, seor Juez. Hasta entonces, hasta el da que lleg,nadie se quej de mi conducta. Puedo decirlo con la frente bien alta.

    Yo era el primero en llegar a la oficina y el ltimo en irme. Miescritorio era el ms limpio de todos. Jams me olvid de cubrir lamquina de calcular, por ejemplo, o de planchar con mis propiasmanos el papel carbnico.

    El ao pasado, sin ir muy lejos, recib una medalla del mismogerente. En cuanto a sa, me pareci sospechosa desde el primermomento. Vino con tantas nfulas a la oficina. Adems quexageracin! recibirla con un discurso, como si fuera una princesa. Yosegu trabajando como si nada pasara. Los otros se deshacan en

    elogios. Alguno deslumbrado, se atreva a rozarla con la mano. Creeusted que yo me inmut por eso, Seor Juez? No. Tengo misprincipios y no los voy a cambiar de un da para el otro. Pero haycosas que colman la medida. La intrusa, poco a poco, me fueinvadiendo. Comenc a perder el apetito. Mi mujer me compr untnico, pero sin resultado. Si hasta se me caa el pelo, seor, ysoaba con ella! Todo lo soport, todo. Menos lo de ayer. Gonzlez -me dijo el Gerente - lamento decirle que la empresa ha decididoprescindir de sus servicios. Veinte aos, Seor Juez, veinte aostirados a la basura. Supe que ella fue con la alcahuetera. Y yo, que

    nunca dije una mala palabra, la insult. S, confieso que la insult,seor Juez, y que le pegu con todas mis fuerzas. Fui yo quien le diocon el fierro. Le gritaba y estaba como loco. Ella tuvo la culpa.Arruin mi carrera, la vida de un hombre honrado, seor. Me perdpor una extranjera, por una miserable computadora, por un pedazode lata, como quien dice.

    Los dos reyes y los dos laberintos 8Jorge Luis Borges

    Cuentan los hombres dignos de fe (pero Al sabe ms) que en losprimeros das hubo un rey de las islas de Babilonia que congreg asus arquitectos y magos y les mand construir un laberinto tancomplejo y sutil que los varones ms prudentes no se aventuraban aentrar, y los que entraban se perdan. Esa obra era un escndalo,porque la confusin y la maravilla son operaciones propias de Dios yno de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey delos rabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidadde su husped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vag afrentado

    7 EnLa buena gente. Buenos Aires. Sudamericana.8 EnEl Aleph. Buenos Aires. Emec.

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    y confundido hasta la declinacin de la tarde. Entonces implorsocorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron quejaninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que l en Arabia tena otrolaberinto y que, si Dios era servido, se lo dara a conocer algn da.Luego regres a Arabia, junt sus capitanes y sus alcaides y estrag

    los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derrib suscastillos, rompi sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarrencima de un camello veloz y lo llev al desierto. Cabalgaron tresdas, y le dijo: Oh, rey del tiempo y sustancia y cifra del siglo!, enBabilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchasescaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien quete muestre el mo, donde no hay escaleras que subir, ni puertas queforzar, ni fatigosas galeras que recorrer, ni muros que te veden elpaso.

    Luego le desat las ligaduras y lo abandon en mitad del desierto,donde muri de hambre y de sed. La gloria sea con Aqul que nomuere.

    Jacinto ChiclanaBorges - Piazzolla

    Me acuerdo, fue en Balvanera,en una noche lejana,

    que alguien dej caer el nombrede un tal Jacinto Chiclana.Algo se dijo tambinde una esquina y un cuchillo.Los aos no dejan verel entrevero y el brillo.

    Quin sabe por que razn,me anda buscando ese nombre!Me gustara saber

    cmo habr sido aquel hombre.Alto lo veo y cabal,con el alma comedida;capaz de no alzar la vozy de jugarse la vida.

    Nadie con paso ms firmehabr pisado la tierra.Nadie habr habido como len el amor y en la guerra.

    Sobre la huerta y el patiolas torres de Balvanera,

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    y aquella muerte casual,en una esquina cualquiera.

    Slo Dios puede saberla laya fiel de aquel hombre.

    Seores, yo estoy cantandolo que se cifra en el nombre.Siempre el coraje es mejor.La esperanza nunca es vana.Vaya, pues, esta milonga,para Jacinto Chiclana.

    Elmundo 9

    Eduardo Galeano

    Un hombre del pueblo de Negu, en la costa de Colombia, pudo subiral alto cielo. A la vuelta, cont. Dijo que haba contemplado, desdeall arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.

    - El mundo es eso revel-. Un montn de gente, un mar defueguitos.

    Cada persona brilla con luz propia entre todas las dems. No hay dos

    fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todoslos colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, ygente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos,fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida contantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien seacerca, se enciende.

    Voy a dormir10Al fonsina Storni

    Dientes de flores, cofia de roco,manos de hierbas, t, nodriza fina,tenme prestas las sbanas terrosasy el edredn de musgos encardados.

    Voy a dormir, nodriza ma, acustame.Ponme una lmpara a la cabecera;una constelacin; la que te guste;todas son buenas; bjala un poquito,

    9 EnEl libro de los abrazos. Buenos Aires. Siglo Veintiuno.10EnObra potica completa. Buenos Aires. Sociedad Editora Latinoamericana.

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    djame sola: oyes romper los broteste acuna un pie celeste desde arribay un pjaro te traza unos compases

    para que olvides Gracias. Ah, un encargo:si l llama nuevamente por telfonole dices que no insista, que he salido

    La conferencia 11Juan Jos Saer

    El conferencista entr jovial. Era uno de los salones de la Real

    Academia de Ciencias de Bruselas y, si mis recuerdos no meengaan, iba a tratar el problema de los mtodos de verificacin deuna suma: el conferenciante descartaba a priori la verificacinestadstica (por x nmero de personas) y la conviccin subjetiva y debuena fe sobre el resultado. Pero tal vez se trataba ms bien de locontrario. Se sent, despleg sobre la mesa las hojas de una carpetay, antes de comenzar a desarrollar su tema, contempl durante unossegundos la jarra transparente, sonri como para s mismo, y dijo:

    Yo acostumbro a dormir la siesta antes de dictar una conferencia,para tranquilizarme, porque la obligacin de hablar en pblico me

    pone siempre muy nervioso. As que hace una hora tuve un sueo.Tres personas diferentes fotografiaban rinocerontes. Eran tresimgenes sucesivas, pero el mtodo que empleaban para sacar lafotografa era el mismo: se internaban en el ro hasta la cintura, yfotografiaban de esa manera al rinoceronte, que se encontraba aunos metros de distancia, en el agua. Se trataba de rinocerontes, node hipoptamos. El ltimo de los fotgrafos era un poeta amigo mo(al que no conozco personalmente). Era mi amigo en el sueo. Estepoeta, de fama universal, me explicaba en detalle el procedimientoque se emplea habitualmente para fotografiar rinocerontes.

    Y, en nombre de nuestra vieja amistad, me regalaba la fotografaque acababa de sacar.El conferenciante hizo silencio y recogi de entre sus papeles un

    rectngulo coloreado. Despus, antes de comenzar la disertacinpropiamente dicha, concluy su relato.

    Tal vez, ustedes crean que este sueo que acabo de contarles espura invencin. Y bien, estimados oyentes, se equivocan. Aqu tengola prueba, dijo, y alz la mano mostrando al pblico la fotografa encolores de un rinoceronte en un ro africano, todava hmeda a causasin duda de la proximidad del agua o del reciente revelado.

    11EnObras completas. Buenos Aires. Alfaguara.

  • 7/29/2019 Barbanegra y los buuelos ema wolf

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    Volver a los diecisiete 12Violeta Parra

    Volver a los diecisietedespus de vivir un siglo,

    es como descifrar cifrassin ser sabio competente.Volver y ser de repente

    tan frgil como un segundo,volver a sentir a profundo

    como un nio frente a Dios,eso es lo que siento Yo

    en este instante fecundo.

    Se va enredando, enredando

    como en el muro la hiedray va brotando, brotando

    como el musguito en la piedra.Como el musguito en la piedra

    ay, s, s, s...

    Un paso retrocedidocuando el de ustedes avanza;

    el arco de las alianzasha penetrado en mi nidocon todo su colorido

    se ha paseado por mis venasy hasta la dura cadena

    conque nos ata el destino;es como un diamante fino

    que alumbra mi alma serena.

    Lo que puede el sentimientono lo ha podido el saber.Ni el ms claro proceder,

    ni el ms ancho pensamiento;todo lo cambia el momentocual mago condescendiente,

    no sabe que dulcementede rencores y violencias,

    slo el amor con su ciencianos vuelve tan inocentes.

    El amor es torbellino

    12EnAnto loga potica. Buenos Aires. Sudamericana.

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    de pureza original,hasta el feroz animal

    zozobra a su dulce trino,detiene a los peregrinos.libera a los prisioneros,

    el amor con sus esmeros,al viejo lo vuelve nio,y al malo slo el cario

    lo vuelve a poner sincero.