Barthes Roland de La Joya a La Bisuteria 1961

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    Acta Poetica 24

    2003

    Roland Barthes

    De la joya a la bisutera (1961)

    A partir de 1954, Roland Barthes (1915-1980) comenz avislumbrar un proyecto semiolgico que lo llevara a in-tentar, en la siguiente dcada, la fundacin de una cienciade los signos que tuviera como matriz la lingsticasaussuriana en numerosos ensayos y artculos periodsti-cos, al tiempo que profundizaba en un tema particular, lamoda, que durante varios aos le provey evidencias de queun fenmeno social poda estudiarse como sistema de sig-nos. Fruto de esos aos ser su primer curso en la cole

    Pratique des Hautes tudes (1962-63), cuyo ttulo fue: In-ventario de los sistemas contemporneos de significacin:sistemas de objetos (vestimenta, alimentacin y alojamien-to), y entre cuyos alumnos se cont a Jean Baudrillard.

    Como bien se sabe, aquel proyecto de una semiologafundada en la lingstica fracas. No as la vertiente de lasemiologa literaria que el propio Barthes caracteriz en sudiscurso de ingreso al Collge de France (1977), como unasemiologa del texto que sera al mismo tiempo des-construccin de la lingstica y una escritura tal como l

    la practicara frtilmente en su obra crtica. En esta segun-da vertiente, la impronta de la fenomenologa francesa fuefundamental. En un ensayo poco conocido, publicado en

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    Extracto del infierno, la joya se convirti en su smbolo,tom de l su rasgo fundamental: la inhumanidad. Como pie-

    dra (ya que de las piedras proviene buena parte de las joyas)

    era, ante todo, dureza; la piedra ha pasado siempre por ser la

    esencia misma de la cosa, del objeto irremediablemente inani-

    mado; la piedra no es la vida ni la muerte, es la inercia, la ter-

    quedad de la cosa por no ser ms que ella misma: es lo inm-

    vil infinito. De aqu que la piedra sea lo despiadado. El fuego

    es cruel, el agua taimada; la piedra es la desesperacin de lo

    que jams vivi ni vivir jams, de lo que se resiste obstinada-

    mente a toda animacin. Durante muchsimo tiempo la joyatom de su origen mineral este primer poder simblico: el de

    manifestar un orden tan inflexible como el de las cosas.

    Asimismo, la imaginacin potica de la humanidad conci-

    bi piedras conmutables por la usura, piedras nobles, venera-

    bles y vivas a pesar de todo, puesto que envejecen. El diaman-

    te, que es una quintaesencia de la piedra, est ms all del

    tiempo: por ingastable e incorruptible, su limpidez forma la

    imagen moral de la ms mortfera de las virtudes: la pureza.

    Sustancialmente, el diamante es puro, limpio, asptico casi;

    pero mientras que hay purezas tiernas y frgiles, por ejemplo

    la del agua, hay tambin purezas estriles, fras, filosas; si lapureza es la vida, puede tambin ser lo inverso, la infecundi-

    dad; el diamante es como el hijo estril de la tierra profunda:

    no produce, es incapaz de transformarse en podredumbre, en

    humus, es decir en germen.

    Y, no obstante, seduce. Duro, lmpido, dispone de una terce-

    ra cualidad simblica: brilla. Hlo aqu incorporado a un tema

    mgico y potico nuevo, el de una sustancia paradjica, a la

    vez gnea y fra: no es sino fuego, y sin embargo no es si no

    hielo. Este fuego fro, este brillante mordaz que nada dice,

    qu smbolo establece para la totalidad del orden mundano delas vanidades, de las seducciones sin contenido y de los place-

    res sin autenticidad! Durante siglos, la humanidad cristiana re-

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    sinti vivamente (mucho ms que nosotros, hoy) la oposicinentre el mundo y la soledad; por sus brillos y frialdad, el dia-

    mante era el mundo, ese orden aborrecido y fascinante de am-

    biciones, lisonjas y engaos, que tantos de nuestros moralistas

    condenaron probablemente para describirlo mejor.

    Y el oro con el que tambin se confeccionaban las joyas?

    Aunque procedente de la tierra y del infierno, pues primero

    fue mineral o pepita, el oro es una sustancia ms intelectual

    que simblica; slo fascina en el seno de ciertas economas

    comerciales; carece de realidad potica, o la tiene muy esca-

    sa, slo se le evoca para sealar cunto la mediocridad de susustancia (metal blando y amarillento) contrasta con la am-

    plitud de sus efectos. Pero en cuanto signo, qu podero!

    Pues es nada menos que el signo por excelencia, el signo de

    todos los signos, el valor absoluto dotado de todos los pode-

    res, incluidos los que usufructuaba la magia: qu no puede

    apropiarse de todo, bienes y virtudes, vidas y cuerpos?, quno puede convertirlo todo en su contrario, humillar y elevar,envilecer y glorificar? La joya particip durante largo tiempo

    de este poder del oro. Y an ms: en la medida en que repen-

    tinamente dej de ser amonedable y utilitario, una vez que se

    retir de todo orden prctico, ese oro puro cuyo uso comoque se cerr en s mismo, se convirti en un oro superlativo,

    en riqueza absoluta: la joya se convirti entonces en el con-

    cepto mismo del precio; quien la lleva, la porta como unaidea, la de un poder terrible al que le basta con ser visto para

    quedar confirmado.

    Ni duda cabe de que la joya, en el fondo, ha sido durante

    largo tiempo un signo de sper-potencia, es decir de virilidad

    (tan slo recientemente y bajo la influencia puritana del traje

    cuquero, que es el origen de nuestro traje masculino, los

    hombres dejaron de portar joyas). Por qu entonces, entre no-sotros se ha asociado a la joya tan constantemente con la mu-

    jer, con sus poderes y sus maleficios? Esto se debe a que pron-

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    to el hombre deleg en la mujer la exhibicin de su propia ri-queza (algunos socilogos explican as el origen de la moda): la

    mujer da testimonio, poticamente, de la riqueza y el poder

    del marido. Como siempre en la sociedad humana, ocurre que

    un motivo de base se inviste muy rpido de significaciones, de

    smbolos y efectos inesperados. As, la exposicin primitiva de

    la riqueza se hall penetrada por toda una mitologa de la mu-

    jer: mitologa an infernal, por lo dems, pues en ella la mujer

    se pierde por la posesin de las joyas, y el hombre se condena

    por esa mujer portadora de las mismas joyas por las que se

    vendi. Mediante la cadena de las joyas, la mujer se entrega aldiablo, y el hombre se entrega a la mujer transformada en pie-

    dra preciosa y dura. No hay que suponer que este simbolismo

    a la vez prosaico y espiritual es decir ingenuo, en suma

    pertenece slo a las pocas brbaras de Occidente: por ejem-

    plo, la sociedad del Segundo Imperio se embriag y enloque-

    ci toda por el poder de las joyas, por esa suerte de conduc-tividadde la Falta que ha sido durante largo tiempo casi unapropiedad fsica del diamante y el oro: Nana, de Zola, es ver-daderamente el canto grandioso y furioso de una sociedad que

    se aniquilaba en una doble destruccin, una doble devoracin

    podra decirse: donde la mujer es al mismo tiempo devoradorade hombres y de diamantes.

    En nuestros das, semejante mitologa no ha desaparecido

    del todo: an existen los grandes joyeros y un mercado mun-

    dial de diamantes, y an ocurren los robos de joyas clebres.

    Pero el tema infernal est visiblemente en decadencia. En pri-

    mer lugar, porque la mitologa de la mujer ha cambiado: en la

    novela, en el cine, la mujer es cada vez menos fatal, ya no des-

    truye al hombre; ya no se la puede inmovilizar, inanimar, ha-

    cer de ella un objeto precioso y peligroso: se ha sumado al or-

    den humano. Y por otra parte las joyas, las grandes joyasmticas ya casi no se usan; son valores histricos en asepsia,

    han sido embalsamadas, se han escindido del cuerpo femeni-

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    no, estn condenadas a la caja fuerte. En suma, la moda yesto lo dice todo no sabe ya de joyas, solamente de bisute-

    ra.

    Ahora bien, la moda, lo sabemos, es un lenguaje: a travs de

    ella, a travs del sistema de signos que la constituye, por frgil

    que parezca, nuestra sociedad y no solamente la sociedad

    femenina expone y comunica su ser, dice lo que piensa del

    mundo; adems, tal como en la sociedad antigua la joya expre-

    saba de raz su naturaleza esencialmente teolgica, del mismo

    modo la bisutera actual, tal como la vemos en las tiendas y en

    las revistas de la moda, prolonga, expresa y significa nuestrotiempo: en una palabra, podramos decir que, procedente del

    mundo ancestral de la falta, la pieza de bisutera se ha

    laicizado.Esta secularizacin ha alcanzado en primer trmino, y por

    dems visiblemente, la sustancia misma de las joyas: ya no

    slo se hacen de piedra o de metal, sino tambin de materias

    frgiles y suaves, como el vidrio o la madera. Adems, las jo-

    yas ya no tienen la encomienda invariable de proclamar un

    precio, por decirlo as, inhumano: las hallamos en metal vul-

    gar y en vidrio barato; y cuando imitan alguna sustancia pre-

    ciosa, como el oro o las perlas, lo hacen sin bochorno: el smil,que se ha convertido en una caracterstica de la civilizacin ca-

    pitalista, ya no es ms un procedimiento hipcrita para hacerse

    pasar por rico pagando barato; se expone con franqueza, no in-

    tenta engaar sino solamente conservar las cualidades estti-

    cas de la materia imitada. En sntesis, hay una liberacin gene-

    ral de la joya: su definicin se ampla y actualmente constituye

    un objeto, si cabe decirlo, libre de prejuicios: multiforme,

    multisustancial, de usos infinitos, ya no sometido a la ley del

    alto precio ni a la del uso exclusivo, celebratorio, casi sagrado:

    la joya se ha democratizado.Esta democratizacin acarrea, desde luego, la compensa-

    cin de un nuevo sello de valor. En tanto que la riqueza rega

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    la rareza de la joya, no poda ser juzgada ms que por su pre-cio (el de su materia y el de su trabajo); pero una vez que casi

    todo el mundo puede procurarse una cosa, una vez que la obra

    se convirti en producto, hubo que someterla en nuestras so-

    ciedades, democrticas pero an diferenciadas, a una discrimi-

    nacin de otro orden: el del gusto, del cual la moda es precisa-mente juez y protectora. As, disponemos en la actualidad de

    joyas de mal gusto; y cosa paradjica, lo que define el malgusto de una pieza de bisutera es curiosamente esa proclama-

    cin que antes fundaba el prestigio y la magia de la joya: su

    precio excesivo. No solamente la bisutera demasiado rica ysobrecargada est desacreditada, sino que a la inversa, para

    que una joya cara sea de buen gusto, es necesario que su rique-

    za sea discreta, sobria, visible sin lugar a dudas, pero slo a

    los ojos de los iniciados.

    Qu es entonces el buen gusto, hablando de una joya de

    hoy en da? Simplemente esto: que la pieza de bisutera, por

    poco que cueste, se discierna en conexin con el conjunto del

    traje, que se someta a ese valor esencialmente funcional que es

    el estilo. La novedad del asunto, si se quiere, es que la joya ya

    no est sola; es un trmino de una relacin que rene de una

    vez el cuerpo, la vestimenta, el accesorio y la circunstancia;forma parte de un conjunto, y ese conjunto no es ya fatalmente

    ceremonial: el gusto puede ejercerse en todas partes en el

    trabajo y en el campo, por la maana y durante el invierno,

    y la bisutera lo obedece; ya no es ms el objeto exclusivo, ful-

    gurante y mgico concebido para ornar, es decir para hacervalera la mujer; ms humilde y ms activo, en lo sucesivo for-ma parte de la vestimenta, ha entrado en relacin de igual a

    igual con una tela, con un corte y con cualquier otro accesorio.

    Ahora bien, en lo especfico, su reducido tamao, su ndole

    finita y su sustancia misma ajena a la fluidez de los tejidos,hacen encajar a la pieza de bisutera en un apartado de la moda

    que se ha convertido casi en el alma de la economa general

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    del vestido: el detalle. Era inevitable que, al hacer del gusto elproducto de un conjunto sutil de funciones, la moda concedie-

    ra un poder creciente a la simple presencia de un elemento,

    por menudo que fuera, sin conceder mayor importancia a su

    magnitud fsica; de ah el extremo valor, en la moda actual, de

    todo lo que a pesar de un muy escaso tamao modifique, ar-

    monice y anime la estructura de una vestimenta, y que se lo

    denomine precisamente (pero a partir de ahora con mucha de-

    ferencia) una nadera. La pieza de bisutera es una nadera,pero una nadera de la que emana una energa muy grande: por

    lo general poco costosa, vendida en modestas boutiques yya no en los templos de la joyera, de materia varia, de inspira-

    cin libre (a menudo incluso extica), en suma depreciada ensentido literal, en cuanto a su ser fsico, la pieza de bisutera

    ms modesta permanece como el elemento vital de un atavo

    personal porque seala en l la voluntad de orden, de compo-

    sicin en sntesis, digamos, de inteligencia: anloga a esas

    sustancias mitad qumicas, mitad mgicas que actan con

    fuerza mayor conforme se aplican en dosis infinitesimales, la

    joya de bisutera reina sobre la vestimenta ya no por ser abso-lutamente preciosa, sino porque concurre de manera decisiva a

    hacerla significar: lo que de aqu en adelante se ha hecho pre-cioso es el sentido de un estilo, y ese sentido depende no decada uno de los elementos, sino de la relacin entre ellos, y en

    dicha relacin el trmino desprendido (un bolso, una flor, unamascada, una joya de bisutera) es lo que posee el ltimo po-

    der de significacin; verdad no solamente analtica sino poti-

    ca: ese enorme trayecto que conduce, a travs de los siglos y

    las sociedades, de la joya a la bisutera, es el mismo itinerario

    que transform las piedras fras y lujosas del universo

    baudeleriano en esos bibelots, bisuteras y naderas en los que

    Mallarm supo contener toda una metafsica del nuevo poderdel hombre para hacer significar las cosas nfimas.