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Título

original en inglés: Work

consumerism

and

the

new poor

Publicado por Open

University

Press. Buckingham

©

Zygm

u

nt

Bauman,

1998

Esta

edición

se publica por acuerdo con

Open

UniversiLy

Press

 

Buck.ingham

Traducción Victoria de los

Angeles Boschir

oli

Reui.sión esliUstica: Fernando

Córdova

Diseño de

cubierta

.Juan Santana

Primera edición, enero 2000, Ba

rcelona

Derechos reservados para

todas

las ediciones en castellano

t o r i l

Gedisa, 1999

Muntaner, 460  enUo.  1•

Tel. 93 201 60 00

08006

Barcelona, España

correo electrónico: [email protected]

http ://www.aedisa.com

ISBN: 84-7432-750-4

Depósito legal : B. ll.13-2000

Impreso

por Carvigraf

C lot 31 -

Ripollet Barce

l

ona)

Impreso en Espafla

Print

ed

in Spain

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio

de

impresión, en forma idéntica, extractada o modificada  en castellano o

cualquier otro idioma.

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In

dice

AGRA

DECIMIENTOS . . . . . • • . . . . . . . .

..

.

..

. . . . . .

. .

. .

..

.

..

.

.. . .

.

.. ..

. . . . .

..

. . . .

..

. .

. .

.

9

I NTRODUCCIÓN

..

. .

..

. .

. .

. .. .

. .

. . . . . . .

. .

.

. .

. . . .

.. ..

. . . . . . . . . .

. . . . ..

. . . .

. .

. . . . .

..

.. .

Pr imera Par te

l

Significado

del t rabajo

:

presentación

de la

ética del t rabajo

.............................................. ........... .

17

m o

se

l

ogró

qu

e la

ge

nte

trabajara

.. ...... ................. . .

20

1'rabaje o

mu

er a .............. .. .......... .... ................. ........ .. .

:w

Producir a los productores ............................................ .

33

De rnej

o1·

a m ás ...... ............. ......... ..... .... ................... .

37

2.

De la ét ica

d e l

t rabajo

a la

estét ica del consumo

43

Cómo

se genera un consumidor

.. ..... ...... ...... ................. .

48

El

trabajo

juzgado

d

esde

la

estética

.. .......................... ..

53

La

vocació

n

como privilegio

....... ................ ........ .. .........

57

Ser pobre en

une

soc

iedad de

consumo .......................

..

62

Segunda Par te

3.

Ascenso y caída del

Estado

benefactor

................. 73

Entre la inclusión y la exclus

ión

................................... 76

E l

Estado benefactor

, s

in

t r

abajo

...... ................... ......... 81

¿La

mayoría

satis

fec

ha?

.. .. ............. .....................

..

.........

87

El

éxito qu

e

provocó

el fin..............................................

93

VERSrDA

D

NACION.AJ,

DE TRES DE

FEBRERO

L : :

_ r ; · l ~ { ; / ~ c -

r ~ : r L A l

5

} O .,

,¡ ·, . ,' . .

·.

-

 • .•

.

....,.

1

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7

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4

La ética del trabajo y los

nuevos

pobres 99

l descubrimiento de

la

clase marginada

. .................

103

La

maq; rinación

de

la

ética del

trabajo

....... ...... ... .......

106

Ser pobre es

un

delito ... ....... ..........   ........ ...... .......... 113

Expulsión del universo de

las

obligaciones

morales

.... 120

Tercera

parte

5

Perspectivas

para

los

nuevos

pobres

129

Los pobres, ya sin función .... ...... ........ ... ... . .. .... ... . ..... ...

133

Sin

función

ni deber moral

..... ..... ...... ............. ...............

140

¿Una

ética para el trabajo

o una

ética para la

vida?.... 145

l NDI

CE

TEl\lÁTICO

. . . . . . . . . . .

. . . . . . . . . . . . . . . .

. . . . ..

. . . . . . . ... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153

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gradecimientos

En

primer

lugar  deseo agradecer a Venessa Baird que

me

estimuló

a

estudiar detenidamente las marchas

y

contramar-

chas de

la

ética

del

trabajo. Después a Peter Beilharz

quien

me

hizo volver a los temas que años atrás intenté desentra-

ñar

en

mi

libro

Memori

es

of lass

[Recuerdos de

las

clases

so

ciales] y

que

había

desatendido desde

entonces.

También

a

Claus Offe que aceptó compartir

conmigo

su v

isió

n   percep-

ción y conocimiento

del

tema que tanto me apas iona . Por

últi-

mo po r último en o1·den

aunque

no en impor

ta

ncia-   quiero

señalar

mi

reconocimiento

a

Tim

Ma

y

sin cuya

paciencia de

cisión y comp1·ensión

del

propósito

del tr

a bajo todos mis es-

fuerzos habrían

sido vanos.

9

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\

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  ntroducción

Siempre habrá pobres entre nosotros: ya lo

di

ce

la

sa

biduría

popular. Pero esa sabiduría no está

tan

segura

ni

es tan

cat.c-

górica sobre la difícil cuestión de cómo se hace pobres a

lo¡ ¡

pobres y

cómo se

llega a verlos como tales. Tampoco , hasta qué

punto

el modo

como

se

los

hace

y

se

los

ve

de pende de la mane

ra en que no

sotro

s (la gente común ,

ni

ricos

ni

pobres) vivimos

nuestra vida y elogiamos o despreciamos la

forma

en

que otros

lo hacen.

Es

una

omisión lamentable; y

no

sólo

porque los

pobres

ne

-

cesitan y

merecen

toda la atención que podamos

brindarles,

sino

también porque solemos transferir nuestros temores y

ansiedades ocultos a la idea que tenemos de los pobres. Un aná

lisis detenido

del modo

como

lo

hacemos puede

revelarnos

al

gunos aspectos

importante

s de nosotros mismos. Este libro in-

tenta

responder

esos

"cómo" y contar,

también, la parte de

la

historia de la pobreza a menudo pasada por

alto,

minimizada o

deliberadamente ocultada.

Y

al intentar esas respuestas,

rea-

 ¡ iz

ará

también, quizás, algún aporte a nuestro autoconocimjento.

Siempre

habrá pobres

entre

nosotros; pero ser

pobre quiere

decir

cosas bien distintas según entre

quiéne

s de nosotros esos

pobres

se encuentren.

No es

lo

mismo ser

pobre en

una socie-

dad que empuja a cada

adulto

al trabajo productivo, que serlo en

una

sociedad

que _:_gracias a

la enorme riqueza acumulada

en siglos

de

t r b jo pu

ede

producir lo necesario sin la parti

cipación de

una

amplia y creciente porción

de

sus miembros.

Una cosa es

ser pobre

en una comunidad

de

productores con

trabajo para

todos; otra,

totalmente diferente, es serlo

en

una

socie

d

ad

de

co

nsumidore

s

cuyos

proyectos

de

vida

se

constru

yen sobre las opciones

de

consumo y no sobre el

trabajo,

la

capacidad

profesional

o

el

empleo

disponible.

Si

en

otra

época

ser

pobre

sig

nificaba estar sin trabajo, hoy

alude

fundamen-.

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talmente

a

la

condición de un

consumidor

expulsado

deLm

e r

cado. La diferencia modifica radicalmente

la situación,

tanto

en

lo que

se refiere

a

la experiencia de vivir en la pobreza como

a

las

oportunidades

y

perspectivas

de

esc

ap

ar de

ella.

Este libro se p1·opone examinar

el

desarrollo del

cambio

pro

ducido

a lo largo

de la historia modern

a y pasar r

evista

a s

us

consecuencias.

Y al

mismo tiempo

, considerar

hasta

qué punto

son adecuados o no

(como

puede llegar a suceder) los recorda

dos

y

probados

medios de contener

la pobre

za

creci

ente y

miti

g

ar sus

sufrimientos.

Sólo así será

po

si

ble comprenderla y

enfrent

a

rla en su

forma actual.

El primer

capítulo

recu

erd

a los o

rígenes

de la é

tica del

tra

bajo,

de

la

cual se esperaba

desde

el

comienzo

de

los

tiempos

modernos - que a

trajera

a

los pobres hacia

las fábricas,

erradicara la pobreza y

garantizara la

paz social.

En la prácti

ca, sirvió para ent1·enar y disciplinar a la gente, inculcándole

la

obediencia necesaria para

que el

nuevo régimen

fabril fun

cionara correctamente

En

el segundo capítulo se relata el pasaje, gradual pero im

placable, de

sde

la primera hasta la

actual etapa

de la sociedad

modern

a: de una sociedad de productores a otra de consu

midores ;

de

una

socie

dad orientada por la

ética

del trabajo

a

otra

gobernada-por la estética

del

consumo. En

el

nuevo mun

do de los consumidores,

la

producción masiva no requiere ya

man

o

de

obra

masiva.

Por

eso lo

s

pobres, que

alguna

vez cum

plieron

el

pa pel de

ejército

de rese

rva de

mano de ob

ra , pa

san

a

ser ahor

a cons

umidor

es

expulsados

del

merc-ado . E sto

los

despoj

a

de

cualquier

función útil (r

ea l o

potencial)

con

pro

funda

s

consecuencias

para su ubicación en la

sociedad

y- s

us

posibilidade

s

de

me

jorar

en

ella

.

El tercer

capítulo

analiza el

e

scenso y

la caída

del

Estado

benefactor. Muestra la íntima

con

exión entre las transforma

ciones descriptas en el

capítulo

anterior

, el

surgimiento repen

tino de un

consenso público

que

favorece la

responsabilidad

colectiva

por

el infortunio

individual

y la igualmente abrupta

aparición de la actual opinión

opuesta

El

cu

ar

to capítulo

se ocupa

de

las

consecuencias: una nueva

fonna

de

producir

socialmente

y definir culturalmente a los

pobres.

El

concepto

tan

de

moda

de

clase

marginada

 

es ana

lizado en detalle. La conclusión es que funciona como instru

mento

de

formas

y causas

muy variadas,

alimentadas

desde

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el poder ,

que

contribuyen

a aquella

marginación

y

crean

la

imagen

de t ¿ ~ categoría inferior: gent

e

plagada de

defec

tos

que con

stituye un verdad

e

ro pr

o

blem

a socia l

  .

Por

último,

se es

tudia

el

futuro

posible

de los

pobres

y

la

pobreza, así

como la

eventualidad

de darl

e a

la

ética d

el traba-

jo un

nuevo sign ificado más a corde con

la

situ

ació

n

act

ual

de

las

socieda

des desarroll

ada

s.

¿Es

f

act

ible combatir la pobreza

y veQce

rla

con

ayuda

de métodos

ortodoxos,

h

echos

a la medi-

da

de una soc

iedad que ya

no existe?

¿O deberemos buscar nue-

vas

so

luci

ones,

como separar el

derecho

a la vida de

la

venta

de

mano

de

obra y extender

el

concepto de tra bajo

más allá

del acep-

tado por el merca

do

laboral? ¿Y con

qué urge

ncia

es

n eces

ario

enfrentar

es

to

s

probl

e

mas

sociale

s

par

a enco

ntrarl

es

r

es

pues-

tas

prác ticas?

13

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El

significado del

trabajo

presentación

de

la

ética

del

trabajo

¿Qué es la ética del trabajo? En pocas palabr

as,

es una nor

ma

de

vida

con dos

pr

emisas explícitas y

do

s presunciones tá

citas.

La

primer

a premisa dice que, si se quieré conseguir lo nece-

sario

para

vivir

y

ser

feliz,

hay

que

hacer

algo

que

l

os

dem

ás

consideren

valioso

y

digno de

un pago. Nada es gra ti

s :

se trata

siempre

de

un qui

pro

quo de

un

doy

algo

para que

me

des ;

es

preciso

dar primero para

recibír

de<;pués.

La segunda premisa afirma que está

mal,

que es necio y mo-

ra lmente

dañino,

conformarse con lo ya conseguido y quedarse

con menos en lugar de

buscar

más;

que

es absurdo e irracional

dejar de esfo

rzars

e despu

és

de

haber alcanzado

la sat

isf

acción;

que

no

es decoroso de

scan sar, salvo

para reunir

fu

erzas y

se

guir trab

aja

ndo.

Dicho

de

otro modo

:

trab

a

jar

es

un

va

lor

en

mismo, una actividad

noble

y jerarquizadora.

Y la norma continúa:

hay

que seguir trabajando aunque no

se vea qué cosa que

no

se tenga podrá aportarnos el trabajo, y

aunque

eso no lo necesitemos para nada. Tr

abajar

es bueno; no

h

ace

rlo

es

malo.

La

prim

e

ra presunción tácita s i n

la

cual

ni el

mandato

mismo

, ni ninguna de

la

s

premisas señala

das

resultarían tan

obvios- es qu

e

la

mayoría de

la gente tiene una capacidad

de

tr

ab

ajo

que

ve

nd

er y

pu

e

de

ga

narse

la

vida

ofreciéndola

para

obtener a

cambio

lo que me

rece

; t o ~ t l o que

la

gente posee es

17

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una

recompensa

por

:;u

tt·abajo

anterior

por

estar dispuesta

a seguir trabajando. El trabajo es el

estado

normal de

los

seres

humanos; no

trabajar

es anormal.

La

mayor

parte

de la gente

cumple con

sus

obligaciones y sería injusto pedirle que

com-

partiera

sus beneficios

o ganancias con los

demás,

que

tam-

bién

pueden

hacerlo pero ,

por una

u

otra

razón, no lo hacen.

La otra presunción

sostiene que

sólo el trabajo cuyo valor es

reconocido

por los

demás (trabajo por el que hay que pagar

salarios o jornales, que puede

venderse

y

está

en t:ondiciones

de

ser

comprado) tiene

el

valor moral consagrado por la ética

del

trabajo.

Este, aunque breve,

es un

resumen

adecuado de

la

fonna

que

la

ética

del trabajo adoptó

en

nuestra

sociedad,

la

so-

ciedad

moderna . ·

Cuando

se

habla

de

ética, es casi seguro que

a alguien

no

le

:;atisface la forma

de

comportarse

de otros, que preferiría en-

contrar en ellos otra conducta. Pocas veces esta observación

tuvo m ás sentido que en

el

caso de

la

ética del trabajo.

Desde

que

hizo irrupción en la

conciencia

europea

durante

las pt;meras

épocas

de la

industrialización y a

través de

los

numerosos

y

tortuosos

avatares

de

la

modernidad

y

la

moder-

n i z a c i ó n ~ , la ética del trabajo

sirvió a

políticos,

filósofos y

predicadores

para desterrar por las buenas

o por

las malas

o

como excusa para hacerlo) el difundido hábito que vieron como

prindpal obstáculo

para

el nuevo

y

espléndido

mundo

que in-

tentaban

construir:

la

generalizada tendencia a evitar, en lo

posible, las

aparentes

bendiciones ofrecidas por el trabajo

en

las fábricas y a

resistirse al

ritmo de vida fijado por

el

capataz,

el

reloj y

la

máquina.

Cuando

el

concepto

hizo

su

aparición

en

el

debate

público,

la

malsana

y

peligrosa costumbre que la ética del trabajo debía

combatir, destruir

y

erradicar

se

apoyaba en la

tendencia

muy -

hum n

a

considerar ya dadas las necesidades propias,

y a

limitarse

a satisfacerlas.

Nada

más.

Una

vez

cubiertas esas

necesidades básicas, los obreros tradicionalistas

no le

encon-

traban sentido

a seguir

trabajando

o a

ganar

más

dinero; des-

pués de todo, ¿para qué? Había otras cosas más interesantes

y

dignas de

hacer,

que no

se

podían comprar pero se escapaban,

se ignoraban

o

se perdían

si

uno

pasaba

el

día desvelándose

t ras el

dinero. Era posible

vivir

decentemente

con muy poco;

el

urrrbral de lo que se consideraba digno

estaba

ya fijado, y

no

18

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había

por qué atravesarlo;

una vez

alcanzado

d

límite, no

había

urgencia

alguná

por ascender. Al menos, así

pintaban

la situa

ción

los empresar;os

de

la

época, los

economistas que

se afana

ban

por

entender

los

problemas

de

esos

empresarios

y

los

predicadores

morales,

ansiosos por que las cosas mejoraran.

La memoria histórica

permanece

a salvo: la historia la es

criben los triunfadores. No sorprende, por eso, que

este

cuadro

de

situación pasara a

formar parte del

esquema del r e lato his

tórico y se convirtiera en la

crónica

ofie i.al de la

dura

batalla

librada por

los

pioneros

de

la

razón moderna contra

la

irracional, ignorante,

insensata

e

imperdonable resistencia al

progreso. Según esa

crónica, el

objetivo de la guerra era lograr

que

los

ciegos

vieran

la

luz,

obligar

a

los necios

a

emplear

su

inteligenci

a, y

enseñarles a todos a aspirar a

una

vida mejor, a

desear

cosas nuevas

y

superiores,

y a través

de ese

deseo-

mejorarse

a sí mismos.

En caso

necesario,

sin embargo, había

que

obligar

a l

os recalcitr-antes

a

actuar como

si

en

realidad

tuvieran

esos de

seos.

En la práctica, los

hechos sucedieron

exactamente al revés

de lo que sug

erían

los primeros empresarios en sus quejas con-

tra los lentos

y

perezosos brazos de los obreros; también al re

vés

de

lo

que economis

tas

sociólogos,

más

adelante,

consideraron verdad

histórica

comprobada. En

rigor,

la apari

ción del

régimen fabril puso fin

al

romance entre el

artesano

su

trabajo : lo

contrarío

de lo que

postulaba

la ética

del traba

jo .

La

cruzada moral que la

historia describió como una

bata

lla para introducir

la ética del

trabajo

(o

como

la

educación

para

poner en pr

áct

ica el

principio del buen r endimiento ) fue,

en realidad,

un

intento de

resucit r

actitudes características

del

periodo

preiñdustrial,

pero

en condiciones nuevas que las

despojaban

de sen tido . El propósito

de

la cruzada

moral

e

ra

recrear,

dentro

~

la

fábrica

bajo la disciplina impuesta por

los

patrones, el

compromiso pleno

con

el trabajo artesanal, la

dedicación incondicional

al mismo y

el cumpliml'ento,

en

el

mejor nivel

pos ible, de

las

tareas impuestas.

Las

mismas

acti

tudes que -cuando ejercía el control sobre su propio trabaj

o-

el artesano adoptaba espon

táneamente

.

19

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i

Cómo se

logró

que

la

g·ente tJ.·abajara

John

Stuart

Mill

se quejaba

de

buscar en vano

, entre l

as

clases

obrera

s

en

general

, el l

egítimo

o1·gullo

de

brindar

un

buen trabajo a cambio de

una buena

remuneración .

La

única

aspiración que encontraba era, en

la

mayoría de los casos, la

de

reeibir mucho y devolver

la

menor

cantidad

de

servicios

po

sibles .1 Stuart Mili se lamentaba,

en

realidad, por la eonver

s ión demasiado rápida de

los

antiguos artesanos (ya

obreros

) a

la

racionalidad del

mercado -desprovista

de emoción

y regida

por

la

relación costo-beneficio-, y por el

rápido abandono

de

los

últimos instintos premodernos que establecían un

profun

do compromiso del trabajado¡· con

su

trabajo.

En

ese

c

ontexto

y paradójicamente- la apelación a la

ética

del

trabajo

ocul

taba el

primitivo impulso

de p rt r a los

obreros

de la

racionalidad del mercado, que pa1·ecía ejercer un efecto nocivo

sobre la

dedicación

a s us tareas. Bajo la ética del trabajo se

p1·omovía una

ética de

la

disciplina:

ya

no

importaban el orgu

llo o

el hon

or, el sentido o la

finalidad

. El

obrero debía

trabajar

c

on todas sus fuerzas, día

tras

día

y ho1·a tras

hora, aunque

no

viera el motivo de

ese esfuerzo

o

fuera

incapaz de

vislumbrar

su

sent

id

o

último.

El problema

central

que enfrentaban los pioneros de

la

mo

dernización era la necesida d de obligar a la

gent

e -acostum

brada a darle sentido a

su

trabajo a través

de

sus propias metas,

mientras retenía el

con

t

rol de

las tareas necesarias para ha

cer l o a

vo

lc

ar

su habilidad y su esfuerzo

en

el

cump

limiento

de

tareas

que otros le imponian y controlaban, que

carecían

de

sentido para

ella. La

solución

al

problema

fue

la

puesta en

mar

cha de una instrucción mecánica dirigida a habituar a los obre

ros

a

obedecer

sin

pensar,

al

tiempo

que se

los

privaba

del

orgullo del trabajo bien hecho y se los ob ligaba a cumplir ta

reas cu.yo sentido se les escapaba.

Como

comenta

Werner

Sombar t, e l

nuevo

régimen

fabril

necesitaba

sólo

partes de

se

res humanos: pequeños engranajes sin alma integrados.a. un

m'ecanismo

más

comp.lejo.

Se estaba librando una batalla

con

tra

las

demás

partes humanas , ya inútiles: intereses

y

ambi

ciones

carentes

de importancia para el esfuerzo productivo, que

interferían innecesariamente

con las que

participaban

de la pro

ducción. La imposición de la

ética

del trabajo implicaba la

renuncia a la libertad.

20

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7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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El verdadero sentido que

las

prédica::; morales pre:5entadas

como

ética

del trabajo tenían

para

las vícti

mas

de aquella

cruzada fue vívidamente retratado en la

descripció

n

efectuada

por

un

pequeño

indu

st

rial

anónimo,

formulada

en

1806:

Hallé

que Jos h

om

bres

sentían un gran

dis¡,rusto

haci

a

cualquier

r·egularidad

de

hora1ios

o

de hábitos ..

E

staban

s

umamente des

contentos

porque no podían

salir

y entrar como querían, ni

tener

el

descanso qu

e deseaban,

ni

continuar

del

modo

como

lo

habían

hecho en el

pasado; después

de

las

horas

de

trabajo,

además,

enm

blanco

de obser·vaciones malintencionadas por

parte

de

otros

~ -

ro

s.

Hasta tal

punto llegaron a manifestar

su

desacuerdo

con la

totalidad

del

s is tema, que

me

v obligado a d i s o l v e r l o ~

En la práctica, la cru

zada

por la

ética

del

trabajo

era la bata

lla

por

imponer el control y la subordinación.

Se

trataba de

una lucha por el

poder en

todo,

sa

lvo

en

el nombre; una batalla

para obligar a los t rabajadores a aceptar, en homenaje a la

ética y

la nobleza

del

trabajo, una

vida que ni era noble ni se

ajustaba a

sus

propios principios de moral.

La cruzada tenía por objeto,

también,

separar lo

que

la gen

te hacía de

lo

que

consideraba

di

g

no

de

ser

hecho,

de

lo

que

tenía sentido hacer; separar el trabtrjo mismo de

cualquier

ob

jetivo tangible

y

comprensible. Si

se la hubiera llegado a incor

porar

totalmente a la lógica de la

vida,

la ética del trabajo

habría

reemplazado a las demás actividades humanas (como reflexio

nar,

evaluar,

elegir y

proponerse fines), limit

ándose a

cumplir

con las fot·

malidades .

Pem no estaba

en cada uno dictaminar

a

qué

ritmo esas formalidades se cumplirían.

Con

razón, los

crítico

s

de la promisOt;a

e incipiente mode1·nidad

e n

nombre

de

lo

que

co

nsid

e

raban

autént

ic

os

valores

humanos-

mani

festaban su apoyo al derecho a la holgazanería .

De haber

se impuesto

, la ética

del

tr·abajo habría

se

parado

ta-mbién e l esfuerzo productivo de las neces idades

humanas

.

Por

primera

vez en la historia , se

habría

dado prioridad a lo

que se

puede

hacer por encima de lo

que

es necesario hacer .

La

satisfacción

de las nece

si

dades habría

dejado

de regir la

lógica de l esfuerzo

productivo

y lo que

es

más importante, s

us

límites;

habría

hecho

posible

la moderna

parndoja

del

c

reci

miento por

el crecimiento mismo  .

21

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Un n ~ ~ u l t a d o de la

introducción

de

maquinaria::;

y

de la

organiza

cion del

tr

a

bajo en gran escala es

el

sometimiento

de s

obreros

a

una mortal

rutina mecánica y

administrativa. En

algunos de

los

sistemas

de

producción

anteriores,

se

les

concedía a los

trabajado

res la oportunidad de expresar su personalidad

en

el trabajo; a

veces, incluso, quedaba lugar para a n i f e ~ t a c i o n e s artísticas, y el

artesano

obtenía

placer de su trabajo . . El au

tor

anónimo

de An

Authentic

o

unt o the Riots o Birmingham (

1799

) [Un relato

auténtico de los

motines

de

Birmingham) explica

la particip

ac

ión

de los obreros en los

disturbios

diciendo que

la natur

a

leza

de su

trabajo era tal,

que sólo "se les ensena a actuar, no a pensar".·

3

Según

el

con

movedor

resumen de

.J.

L.

y

Barbara

Hammonds,

... los

únic

os valores

que

las

clases altas

le permitían a

la

clase

trabajadora

eran

s mismos que los propietat;os de esclavos apre

ciaban en

un esclavo.

El

trabajador debía

ser

diligente y

a t ~ n t o

no

pen

sa

r

en

f

orma

autónoma,

deberle adhe

sión

y lealtad só

lo a

su

patrón

, reconocer

que

el lugar

que

le

corre

s

pondía

en la economía

del Estado era

el

mismo qu

e el

de

un esclavo en

la

economía

de

la

plantación

azucarera. Es que las

virtud

es que admiramos

en

un

hombr

e son defectos

en

un

escla

vo.'

Por

cie

rto

que, en

el

coro de los

llamado

s a

someterse ---dó

cilment

e y

sin pens r lo al ritmo impersonal, inhumano

y me

cánico del

trabajo

de

la

fábrica,

había

una

curiosa mezcla entre

la

mentalidad preindustrial

y antimoderna

de

la

economía

esclavista y

la nueva

y audaz visión

del mundo

maravilloso,

milagrosamente abundante, que u n

vez

rotas

las

cadenas

de la t radic ión- surgiría

como resultado

de

la

invención hu

mana

, y

ante

todo

del

dominio

humano

sobre-ia

n

  t

uraleza.

Como

observa

Wolf

Lepenies, de

s

de fine

s del

si

g

lo XVll el le

n

guaje

utilizado para referirse a

la

naturaleza

(es

decir, a todo

lo creado

por intervención

divina, lo dado'', ño procesado ni

tocado por la razón

y

la capacidad

humanas )

estaba saturado

de

conceptos y

metáf

oras mi

l i tares. >

Franci

s Bacon

no

dejó

nada

librado a la imaginación: la nat uraleza

debía

ser conquistada

y obligada a trabajar duro para

servir,

mejor

que

c

uando

se la

d e

jaba en libertad

, los

intereses

y

el bi

e

nes

ta r

hum

a nos. Des-

cartes

comparó el progreso

de

la

razón

con una serie de bata

llas victoriosas

libradas con tra la

naturaleza; Diderot

convocó

a teóricos y prácticos a

unirse

en

nombre

de la

conquista

y

el

22

f

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sometimiento

de la

natu¡

·a

leza. Karl

Ma

rx defini

ó

el progreso

..

 

hist

órico como

la inefrenable

marcha hacia

el

dom

ini

o total

de

la

na

tural

ez

a

por

el

hombre

. A

pesar

de

sus

dif

eren

cias

en

otr

os

temas, lo

s

pensadores menciona

d os no

difier

en

en es to

de

Cl

a

ud

e

Saint-Simon

o

Augu

ste

Comte

.

Un

a vez

explicitado

el fin

último

, el

úni

co

valor

que se l

es

reconocía

a los

emprendimi

e

ntos p1·ác

ticos era el de

acortar

la

distancia

que

todavia separaba

a la

gent

e

del triunfo

final

so

bre

la

naturaleza.

La val

idez

de

otro

s crit

erios podía ser discu

tida co n éxito

y

poco a poco, anulada.

Entre

los criterios de

e

valuación

g

radualm

en

te

descartados, la

piedad,

la

co

mpa

s

ión

y

la

as

istencia

est

uvieron en

primer

plano.

La piedad

por l

as

víctimas

de

bilitaba la

r

es

olución,

la compasión hacía

más len

to el

ritmo

de los cambios, todo

cuanto

detenía o d

emoraba

la

marcha hacia

el pro¡;r¡·eso

dej

a ba

el

e

se

r

moral. Por

otr

o l

ado,

lo

que

co

ntribuyera

a

la

victoria fina l

sobr

e

la naturaleza era

bueno

y r es

ul

taba,

en última

i

nst

a

ncia

'' , ético,

porque

se rvía,

en el

lar

go plazo  , a l

progr

eso de la humanidad. La defensa

que

e l

artesano

hacía de

sus

t

radiciona

les

derecho

s,

la res is

tencia opuesta por

los

pobres

de

la e

r·a

preindustrial

al

r

égi

men

efectivo

y eftciente del trabajo mecani

za

do, e ran

un

obstáculo

más

e

ntr

e los

muchos

que

la

n a

tural

eza,

en

su de

s

co

nci

e

rto

,

oponía

e n el

camino del progreso

p

at·a

demo

rar su

inmin

e

nte

de

rrota.

E

sa ¡·e

s i

stencia debía ser vencida

con

ta

n

poco r

emordimi

ento como había n s ido

ya

quebradas, d

esenma

s-

caradas

y a

nuladas otras estratagemas de la naturalez

a .

La

s

figuras

re

ctora

s del

magn

ífico

mund

o que hab

ría

de co

ns

truirse

sobre la

base del

ing

e

nio

y

la

h abil idad de los

hombres

(a

nte

todo,

de

l

os diserradores

de

máquinas

y

de

los

pioneros

en

su

utili

zación) no duda

ban de

que los a uté

ntic

os

porta

d

ores

del progreso era

n l

as mentes crea

d

oras

de los

inv

en tor es

.

ames

Watt

sostuvo en

1785 que los dem

ás hombres, cuyo

esfuerzo

físico

&a necesario

p

ara

dar

cuerpo

a

la

s

ideas

de los

invento

res ,

debí

a n se r con s iderados

sólo

como

fuerzas mecánicas en

accción

...

a pen

as deben utili

zar el r

azo

n

amien

to .

6

1'vlientras

ta nto, Richa rd Arkwright se quejaba de que

... era difícil e

ducar

a los se

res hum

anos

para

que re

nun

cia

ran

a

sus desordenados e inefici

entes

hábitos de

tr

abajo,

para

identifi

car

se con la invar

ia

ble regularidad de l

as máquinas

automáticas .

Esas máquinas

sólo podían funcionar correctamente si

era

n

vigí.-

23

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ladas

en

fonua

constante;

y

la

i.dt:a

de

pasa1·

d1

ez o

más hora:;

por

día encerrados en una fábrica, mirando una máquina, no les hacía

gracia alguna a esos hombres

y

mujeres

llegados

del campo.

La resistencia a

sumarse

al esfuerzo combinado de

la

huma-

nidad

era, en

misma

, la tan mencionada

prueba que

demos-

traba la

relajación moral de

los pobres y,

al

mismo tiempo, la

virtud inherente a la disciplína implacable, estricta y rígida

de

la

fábrica.

~ ~

z ~ ~

de _lograr que

los

pobres y ~ y o l u ~ t ~ r i a -

mente

ociosos se pusieran a

trabajar

no era sólo económica;

eratamb1én-rnor 

ár

La·s-oi)iiliones il{.is.úadas .dé" " mo-mento,

aunque

.ditG·ie.

r ñeñ otros aspectos, no

discutían

este punto.

La

Blacluvood s

i vlagazine

escribió que la

influencia

del

pa-

trón

sobre los hombres es, de por

sí,

un paso adelante hacia el

progreso moral'',

7

mientras

que

la Edinbu.rgh Review comenta-

ba ácidamente sobre la

cruzada cultural que

se estaba llevan-

do a cabo:

Los nuevos programas

de benefic

encia no están

concebidos

en el

espíritu

[d e la caridad]... Se

ce

l

ebra

su advenimiento como el co

mienzo

de un

nuevo

dl' den

moral... en

el

cual

los

poseedores

de

propiedades

retomarán su lugar

como

paternales gu ardianes

de

los

meno

s afortunados . . para acabar, no con la pobreza (esto n

siquiera parece

deseable

), sino con las formas más abyectas

del

vicio,

la

indigencia y

la miseria

física. -

P. Gaskell, el escritor y activista

social que

pasó a la historia

como uno de los amigos más filantrópicos, afectuosos y compa-

sivos de los pobres,

pensaba

que,

a pesar de todo, los objetos de

su

compasión

apenas

se

diferenciaban,

en

sus

cualidades

esen-

ciales, de

un

niño salvaje sin educación ,

9

y que precisaban de

otras

personas

más

maduras

que vigilaran

sus movimientos y

asumieran

la responsabilídad

de sus

actos.

Quienes

contribuían

a la opinión ilustrada

de

la

época

coincidían

en que los trabaja-

dores

manuales

no estaban en condiciones de regir su propia

vida. Como los niños

caprichosos

o

inocentes,

no podían con

trolarse ni distinguir

entre

lo bueno y lo

malo,

entre

las cosas

que los beneficiaban y las que les hacían daño.

Menos

aún

eran

capaces

de

prever

qu

é

cosas,

a

la larga,

resultarían

en ·su pro-

pio provecho . Sólo eran

materia prima humana en

condicio

nes

de ser

procesada

para recibir la

forma correcta; muy

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probablemente, y al menos

por

largo tiempo, serían

víctima:;

del

cambio social: los objetos, no los sujetos, ele la transfor-ma

ción ¡·acional de la sociedad que estaba naciendo. La ética del

tEaba,.jp

era

uno

d

~ _

~ j e _ ~

~ ~

~ ~ - . ? . 1 J ? . l í _ s _ i m _ 9 . _ 2 r o g ¡ ~ a ~ a

mo :ary

educativo,

y

las

tareas asig_ ladas, tanto a

los hombres

de pen

sa:m1eñto como a los de accíóri ;

..

o r ~ a b a n -e l-nÓcie'o

de

lo que .

más

-tarde

s e i l a ñ 6 : e n f t · ~ l o s

p á n e g { r i s t a s d e .los nuevos

carn:

b i o s , ~ . 5 m c

~ ~

.éivilizador". _

Como los

demás

conjuntos

de

preceptos para una

conducta

recta, decente y meritoria, la

ética del

trabajo

era

al mismo

tiempo

una visión constructiva y la

fórmula

para

lograr

un tra

bajo demoledor.

Negaba legitimidad

a

las

costumbres,

prefe

rencias o deseos

de

los

destinatarios

de

semejante cruzada.

Fija ba las pautas para una conducta

correcta

pero, ante todo,

echaba

un

manto

de sospecha sobre

todo

lo que pudie ra haber

hecho,

antes

de

su

sometimiento a las ntrevas reglas, la gente

destinada

a esa transformación. No confiaba

en

las

inclinacio

nes

de esas personas. Libres

para

actuar como

quisieran

y aba

n

donadas a sus

caprichos

y

preferencias, morirían

de hambre

antes

que realizar

un

esfuerzo,

se revolcarían

en la

inmundi

cia

antes

que

trabajar

por

su

autosuperación,

antepondrían

una diversión

momentánea

y

efímera

a una felicidad

segura

pero todavía lejana. En

general,

preferirían no

hacer

nada

an

tes que

trabajar.

Esos impulsos, incontrolados y viciosos, eran

parte

de la tradició

n

que la incipiente industria debía en

frentar, combatir y - finalmente'7 exterminar. Tal como

iba

a

señalarlo ax Weber (en

el acertado

resumen de Michael

Rose

),

la

ética

del trabajo, al

considerar

la tarea ya

realizada,

equi

valía

a

un

ataque contra

el tradicionalismo

de

los

trabajado

res

comunes ,

quienes habían actuado guiados por una

visión

rígida

de

sus necesidades

materiales,

que los llevaba a preferir

el ocio y dejar

pasar

las oportunidades

de

aumentar sus ingre

sos trabajando más o durante

más

tiempo . El tradicionalismo

era menospreciado .

O

Por

cierto qu

e,

para

los pioneros

del nuevo

y

atrevido mundo

de la

modernidad,

tradición era m a la

palabra

.

Simbolizaba

las tendencias moralmente

vergonzosas

y conden-ables contra las

que se alzaba

la

ética

del trabajo:

las

inclinaciones

de

los

indi

viduos rutinarios que se conformaban con lo que tenían ayer,

se

negaban

a

obtener

más e ignoraban lo mejor

si,

para

lo

grarlo, debían hacer un esfuerzo adicionaL (De hecho, se

nega-

25

• 1

f

j

¡

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7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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ban a enlr·egarse a un reguuen extraiw, violento,

cruel,

des

álentador e

incomp1·ensible.

) En la guerra contra el '' tradi

cionali

s

mo

de

los

pobres

aiiter·iores

a

la

época

industrial,

los

enemigos decla1·ados

de la

ética

del trabajo

e1·an,

ost

e nsible

mente,

la modestia

de las necesidades

de

esos

hombre

s y

la

mediocridad de sus

de

seos. Se libraron verdaderas batallas l a s

más feroces

y

despiadadas

-

contra la resistencia de esa mano

de

o

bra

potencial a

sufrir

los dolores y

la falta de dignidad de

un

régimen de

trabaJo

qlie

no

deseaba ni

e

ntendía

y que,

por

su propia

voluntad, jamás

habría elegido.

Trabaje muera

Se

pensaba

que la ética del trabajo mataría dot> pájaros de

un tiro. R

es

olvería

la demanda

laboral

de la

industria nacien

te y se

de

sp-rende1-la

de una

de las

i1-ritantes

molestias con que

iba a topa rse la socie

dad postradicional:

atender

las

neces

ida

des

de

quienes, por una razón

u

otra, no

se adaptaban a los

cambi.os y resultaban

incapaces de

ganarse

la vida en

las nue

vas

condiciones.

Porque

no todos

podían

ser

empujados

a

la

rutina del trabajo en

la

fábrica; había inválidos, débiles, enfer

mos

y

ancianos que en

modo

alguno resistirían las severas exi

gencias de un empleo industrial. Brian Inglis describió

así

el

estado

de

á

nim

o

de la época:

F ~ t e ganando posiciones la

idea

de que se podía prescindir de los

indigentes, fueran o no

culpables

de su

situación. De

haber

existi

do

algún

modo

sencillo

de sacárselos de encima s in que ello impli·

-cara rie

sgo

alguno para

la

sociedad, es indudable que Ricardo

Malthus lo

habrían

recomendado, es igualmente segur·o que los

gobiernos

habrían

favorecido

la idea,

con

tal

de

que

no implicara

-un aumento

en los impuestos.

11

Pero no se encontró

modo

se

ncillo

de sacárselos de encima ,

y

a

falta de

ello, debió

buscarse una solución menos perfecta

1

El

precepto

de

trabajar (en

cualquier trabajo, bajo cualquier

condición ), única- forma

decente

y

moralm

ente

aceptable de

ganar

se el derecho a

la

vida, contribuyó

en

gran parte a encon

trar la

solución.

Nadie

explicó esta

estrategia alternativa

 

en

términos

más

dir

ectos y

categóricos que Thomas

Carlyle,

en su

ensayo sobre el

cartismo publicado en 1837:

26

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7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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Si

se

les hace

la

v1da imposible,

necesariamente se reducini el

número

de mendigos.

Es un

secreto que todos los

cazadores de

ratas conocen: tapad

las

re

ndijas

de los graneros, hacedlos

sufrir

con maullidos

co

ntinuos, alarmas y trampas, y vuestros jornale

ros desaparecerán del

establecim

iento. Un método aun

más

rápi-

do

es

el del arsénica; incluso podlia resul tar

más

suave, si estuvie

ra pe1·mitido.

Gertrude

H

immelfarb, en

su

monum

ental

estud

io sobre

la

idea de la pobreza, revela lo que

esa

perspectiva oculta:

Los mendigos, como las ratas, podían efectivamente

ser

elimína-

do.s

con ese 1nétodo; al menos, uno podia apartarlos de

su

vista

.

Sólo hacía falta decidirse a tratarlos como

ratas,

partiendo del

supuesto de que

los pobres y

desdichados esüin aq

u í sólo como

una molestia

a

la

que

hay que limpiar hasta

ponerle fin .

  2

El aporte

de

la

ética

d

el

trabajo a los esfuerzos por

reducir el

número

de

mendigos

fue sin duda

invalorable.

Después de

todo,

la ética

afirmaba la superioridad m

ora

l de cualquier

tipo

de

vida

(no

importaba lo

miserable

que fuera), con tal de que se susten-

tara en el salario

del

p1 0-

pio

trabajo.

Armados

cori

esta regla

éti

ca, los

reformistas

bien intencionados podían apl ic  r

el

principio

de menor

derecho

a cua

lqui

er asistencia

no

ganada e d i n t ~

el

trabajo

que

la sociedad ofreciera a sus pobres, y considerar

tal principio como un

paso de profunda

fuerza moral hacia una

sociedad más hum

anitaria. Menor derecho

significaba que las

condiciones

ofrec

idas a la gente sostenida con el auxilio

recibi-

do, y no con

su

salado,

debían

hacerles la vida menos atractiva

que la

de

los

obreros

más

pobres

y d

esgraciados.

Se

espe

ra

ba

que,

cuanto más

se degradara la vida

de esos desocupados,

cuanto más

profundamente cayeran en la indigencia,

más tentadora

o, al

menos, m enos

insopo

r·table les parecería

la

suerte

de

los traba-

j adores

pobres

, los que

habían vendido su

fuerza

de trabajo

a

cambio

de

los

más miserables salarios. En consecuencia, se con-

tribuiría

así a la causa de la

ética

del trabajo mientras

se

acer

caba el

día de

su triunfo.

E stas consideraciones, y

otras

simil

ares,

deben

de

haber

sido

importantes,

en

las décadas

de 1820

y 1830, para

los

reformistas

de la

Ley

de P

obres ,

que tras un

debate

la rgo y

enconado

llegaron

a una decisión prácticamente unánime: había que· li-

mitar la

asistencia

a los sectores

indigentes

de la

soc

i

edad a

27

Page 22: Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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quienes Jeremy

Bentham

prefería

llamar

el desecho o la

es

coria

de

la población) al

int rior

de las poorhous s [hospicios

para pobres]. La decisión presentaba una serie de ventajas que

favorecían la causa de la ética

del trabajo .

En primer lugar, separaba a los auténticos mer:tdigos de

quienes

s e

sospechaba- sólo

se hacían pasar

por

tales para

evitarse las molestias de

un

trabajo estable. Sólo un mendigo

auténtico elegida

vivir recluid

o en

un

asilo si

se

lograba

que

las condiciones en su interior fueran lo bastante

horrendas.

Y

al

limitar la

asisten<..-ia a lo

que se

pudiera conseguir dentro de

esos sórdidos y miserables asilos, se lograba que l certificado

de pobreza fuera innecesario o, mejor,

que

los pobres se lo otor

garan a sí

mismos: quien aceptara

ser encerrado en un asilo

para

pobres por cierto que

no

de

bía de

contar

con

otra

forma

de

supervivencia.

En

segundo

lugar, la abolición de la

ayuda

externa obligaba

a los

pobres

a pensar

dos

veces

antes

de

decidir

que las

exigen

cia ; de

la ética

del trabajo no eran para ellos ,

que no

podían

hacer

frente a

la carga

de una tarea regular, o

que

las

deman

das del tmbajo en las fábricas, duras y en cierto

modo

aborre

cibles, resultaban una

elección

peor

que su

alternativa. Hasta

los

salarios

más

miserables

y la

rutina

más

extenuante

y

te

diosa

dentro de

la

fábt-ica -parecer(eron soportables (y

hasta

deseables)

en comparación

con los

hospicios

.

Los principios de la

nueva

Ley de

Pobres

trazaban,

además,

una línea divisoria, clara y objetiva ,

entre

los que podían re

formarse y convertirse para acatar

los

pdncipios de la ética del -

trabajo y quienes estaban completa y definitivamente

más

allá

de

toda

redención, de quienes

no

se podía obtener utilidad al

guna para la sociedad, por ingeniosas

o

inescrupulosas que

fuer·an las medidas tornadas .

Por

último,

la

Ley protegía a

los

pobres

-que

trabajaban (o

que pudieran

llegar

a hacerlo) de contaminarse con

los que

no

había

esperanza de que lo hicieran,

separándolos con muros

macizos e impenetrables que, poco después, encontrarían su

réplica

en

los

invisibles, aunque

no

por

eso menos

tangibles,

muros

del distanciamiento cultural. Cuanto más aterradoras

fueran las

noticias

que

se filtraran a través de

las paredes

de

los

asilos

,

más se asemejaría

a

la

libertad esa

nueva esclavitud

del

trabajo

en

las

fábr-icas; la. miseria fabril parecería,

en

com

paración, un

golpe de suerte o una bendición.

28..

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Por

Jo dicho hasta aquí, puede inferirse

que

el proyecto de

separar de

una

vez

y par.a

siempre

a los auténtieos

mendigos

de

los falsos p r t ndo,

de

ese modo, a

los posibles obje

tos de trabajo de aquellos de quienes nada

se podía

espera

 

nunca ll

egó

a gozar de total éxito. En

i

gor, los pobres de las dos

categorías

según . la distinción

legal,

merecedores y no

merecedores - se influyeron

mutuamente,

a unque esta irúluen

cia recíproca no se _produjo de modo

que,

en opinión de los

reformistas, justificara

la

construcción de

asilos.

Es

verdad

que

la creación de

condiciones nuevas

particular

ment

e atroces y

repulsivas

para quienes

habían

s

id

o

condena

dos al flagelo de la mendicidad (o,

como

preferían decir los

reformistas, quienes lo habían elegido )

hada que

los

pobres

adoptaran

una

actitud

más

receptiva

hacia

los

dud

osos

atrac

tivos del trabajo asalariado y que así se prevenía la muy men

tada

amenaza

de que fueran

contaminados

por

la ociosidad;

pero, de hecho, los cont minó

la

pobreza, contribuyendo a

per

petuar

la existencia que supuestamente iba a quedar elimina

da por

la

ét

ica del trabajo. La hmTenda fealdad

de la vida en

los asilos, que servía como

punto

de

referencia

para evaluar la

vida

en la

fábrica,

permitió a l

os patrones bajar

el nivel de

resistencia

de

los

obreros

sin

temor

a

qu

e

se

rebelaran

o

aba

n

donaran el

trabajo. Al

fin,

no había gran diferencia ent

re el

destino que esperaba

a los

que

s

iguier

a n l

as

instrucciones de

la ética del trabajo y quienes

se

rehusaban a

hacerlo

, o habían

quedado

excl

uidos en el intento de seguirlas.

-

Los

más

cidos,

escé

pticos o cínicos entre los reformis tas

morales de esas primeras épocas no albergaban la

ilusión

de

qu

e la

diferencia

entre

las

dos categorías de

pobres (auté

nticos

y fingidos) pudiera se r expresada en dos estrategias

diferen

ciadas. Tampoco creían que una bifurcación de estra tegias se-

- mejante pudiera tener efecto

pr

áctico, ni en

rminos de

economizar recursos ni

en otro·beneficio

tangible

. eremy

Bentham

se negaba a distinguir

entre

los regímenes

de

las diferentes

casas de

industria :

workhous  s

·

[asilos

para

pobres], poorhouses [hospicios] y

fábri

cas

(ademtis

de las

pri

s iones, manicomios, hospitales y escuelas)Y

Bentham

insistía

en

que,

más allá de

su

propósito

manifiesto,

todos esos estable-

· Las

workhouscs

eran

instituciones donde los internos

eran

obligados

a

trabajar a cambio de

comida y

alojamiento. (T. ]

29

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cimiento::;

se

enfrentaban

al mismo

problema práctico y com-

partían las mismas preocupaciones: imponer un patrón único

y

regular

de comportamiento

predecible

sobre una

población

de

intemos

muy diversa

y

esencialmente desobediente.

Dicho

de otro

modo: debían neutralizar o

anular las

variadas costumbres e

inclinaciones humanas y alcanzar un modelo de cond'úcta úni-

co para todos. A los supervisores de las fábricaa y guardianes

de los asilos de pobres les esperaba la misma tarea.

Para

obte-

ner

lo

que deseaban

(una

rutina disciplinada

y

reiterativa), se

debía someter a ambos

tipos

de internos

- l o s

pobres

trabaja-

dores y los no trabajadores - a un

régimen

idéntico.

No

es

de

extrañar

que,

en

el razonamiento

de

Bentham,

casi no

apa-

recieran diferencias

en la

calidad

moral de las

dos

categorias,

a

las que se les otorga gran atención

y

se les asigna importan-

cia

central en los argumentos

de

los predicadores y

e f o r m d o r ~ s

éticos.

Después de todo, el

aspecto

más importante de la estra-

tegia de Bentham era hacer que

esas

diferencias resultaran

al

mismo tiempo irrelevantes para

el propósito

declarado

e

impo-

tentes

para no

interferir con

los resultados.

Al

adoptar esa

posición,

Bentham

se

hacía eco

del pensa-

miento

económico

de

su

tiempo. Como

habría

de

escribir

·

John

Stuart Mili poco después, a la economía política no

le

interesa-

ban las pasiones

y

los

motivos de los

hombres,

salvo los

que

puedan

ser considerados

como principios

frontalmente

anta-

gónicos

al

deseo de riqueza, es decir, la aversión

al trabajo

y el

deseo de disfrutar

de

inmediato los lujos costosos .H Como en

todos los

estudiosos que

buscaban las

leyes

objetivas de la

vida

económica - l eyes impersonales

e

independientes de

la

volun-

t ad -

en Bentham la tarea

de promover

el

nuevo

orden

que-

daba despojada

de

los adornos evangélicos comunes en el

debate

sobre la

ética

del

trabajo

para

dejar al

descubierto

su

núcleo

central: la

consolidación

de la rutina regular basada

en

una

disciplina

incondicional, asistida y

vigilada por una

supervi

sión efectiva, de arriba

hacia

abajo. Bentham no tenía tiempo

para

preocuparse por la

iluminación

espiritual o la reforma de

la mente; no esperaba

que

amaran su trabajo los

internos

de instituciones comparables

a panópticos.*

Por el contrario,

Edificios construidos

para

que, desde

un

solo

punto,

pudiera vigilarse

todo su interior: fue un

diseño

tipico, por

ejemplo,

en

las cárceles

construidas

durante

el siglo XIX. [

T J

:30

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Bentham daba

por sentada la

int;uruble

aven;ión

al trabajo de

esos internos, y no

se

molestó en cantar alabanzas a la fuerza ·

moralmente ennoblecedora

del

trabajo. Si

los

internos iban

a

comportarse según los

preceptos

de la ética del trabajo,

ello

no

sucedería como consecuencia de su conversión moral,

s

ino por

haber sido arrojados a una si

tuación

sin otra alternativa que

actuar omo

si hubieran

aceptado asimilado en su conciencia

el mandato impuesto. Bentham no

puso esperanza

alguna en

cultivar las

virtudes de los

elegidos, sino en la

encrucijada de

hierro

en que se

hallaban,

en su

absoluta falta

de

elección. En

el panóptico, ya fuera un asilo para pobres o

una

fábrica, si un

hombre se niega

a

trabajar

no le

qu

e

da

otra

cosa

por

hacer,

de

la mañana a la noche, más que roer su pan viejo y beber su

agua, sin

un alma

con quien

hablar ..

Este aliciente es

necesa

rio para que dé lo mejor de sí; pero no hace falta más que esto .

Para promover la ética del trabajo

se

recitaron

innumera

bles

sermones

desde los

púlpitos

de las iglesias, se

escribieron

decenas de relatos moralizantes y se multiplicaron las escue

las dominicales,

destinadas a llenar las mentes jóvenes con

reglas

valores

adecuados;

pero, en la práctica,

todo se

redujo

co

mo

Bentham

pudo revelarlo con

su

característico

estilo

di

recto

su

notable

claridad

de pensamiento- a la radical

eli

minación de

opciones-para la

mano

de

obra

en

actividad y con

posibilidades

de

integra1·se al nuevo régimen . El principio de

negar cualquier forma

de

asistencia fu

e

ra

de los

asilos era una

de

las

manifestaciones

de

la tendencia a instaurar

una

s

itua

ción

sin

elección .

La otra

manifest

ación de la misma

estz:ate

gia era empujar a los trabajadores a

una existencia

precmia,

manteni

e

ndo

los

salarios

en un

niv

el

tan

baj

o

que

apenas

al

canzara para su s

upervivencia hasta

el amanecer de

un

nuevo

día de duro trabajo. De ese modo, el trabajo del día siguiente

iba a ser una nueva

necesidad

: siempre

una

situación sin elec

ción .

En ambos casos, sin embargo,

se

corría un

riesgo.

En

úlLima

instancia

gus ta ra o

no--

se apelaba a

las facultades

rndo11:t

les

de

los trabajadores,

aunque fuera

en

una forma s tm l : l ll l l l l

te

de

gradada

: para ser eficaces,

ambos

métodos n c c m ~ i t H h : w

que

sus

víctimas

fueran

capaces

de

pensar

y

calcular.

l't·n•

•• w

pensar podía

convertirse en un arma

de doble filo; ma:

ltu•u.

en

una

grieta abierta en ese elevado muro, a t r a v é ~ ll• la

nsal

podían colarse

factores

problemáticos,

impredecible:-; e•

iw·ul

:

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<.:ulable:s (la

¡.¡a

  ión

humana por una vida digna

o la aspira<.:ión

a decir lo que se piensa o se siente) y

escapar

así

al

f o ~ z a d o

destierro.

Había que adoptar medidas a

dicionales

de seguri

dad,

y

ninguna

ofrecía

mayores garantías que la coerción

físi-

ca.

Se

podía

confiar

en

los castigos,

en la

reducción

de

salarios

o de

raciones

alimentarias por

debaj

o del nivel de

subsísteneia

Y en

una

vigilancia ininterrumpida y

ubicu

a,

así como

en

pe

-

nas inmediatas

a

la

violac ión

de

cualquier regla, paJ trivial

que fuera , para que la miseria de los pobres se

acercara aun

más

a

una situación

s

in elección.

Esto

hacía

de

la ética

del

trabajo

una

prédica sospechosa y

engañosa. Contar con la integridad moral de

los

seres humano

s

manipulados

por

la

nueva industria habrí

a sign ificado

extender

los

límites

de

su libertad,

la

única

tierTa donde los individuos

morales

pueden

crecer

y

concretar sus re

s pon

sab ilidades. Pero

la

ética

del

trabajo a l menos

en

su primera época- optó por

reducü·, o eliminar

completamente,

las

posibilidad

es

de

elegir.

No siempre ex

istía

la

intención de

ser

engañoso,

como tam

poco se tenía siempre conciencia de ello. Hay

motivos

para su

poner

que

los

promotores de la

nueva

é

tica

eran

indiferentes

a

l

as consecuencias morales

de

su

acción, y

les preocupaba aun

menos

su propia

inmoralidad. La

crueldad

de las medidas pro

puestas y

adoptadas era sinceramente

vista

como

un aspecto

indispensable

de esa

cruzada

moral, un poderoso agente

moralizador en sí mismo y, en consecuencia,

un elevado

acto mo-

ral. Se elogiaba

el trab<Uo

duro

Qomo una

experiencia enrique

cedora: una elevación

del

espíritu que sólo

podía

alca nzarse a

través

del se

rvicio

incondicional

l

bien común. Sí

para

obli

ga

r

a la g

ent

e a

trabajar duro

y

conseguir que ese trabajo se trans

formara

en

un h

ábito

h acía

falta

causar dolor, este

era

un pre

cio r

azona

ble a

cambio

de los

beneficios futuros

, entre los

cuales

estaban ante todo

los

mor

aleS,

ganados

a lo largo

~ e

una v

ida

es

for zada. Como señala Keith

McClelland

, si pa

ra

muchos el--

trabajo

manual era una

carga

o una obligación necesaria'',

tam

bién era una actividad que debía ser celebrada'',

 5

en

virtud

del

h o

nor

y

la

riqu

eza

qu

e

traeda

a la

naci

ó

y,

cosa

no m

enos

importante,

por

e l progre

so

moral

que implicaría para los tra

bajadores mismos.

32

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  roducir los productores

Las sociedades tienden

a forn1.arse

una Imagen idealizada

de

sí misma

s,

que

les

permitirá

seguir

su

rumbo :

identificar

y localizar

las cicatrices,

venugas y otras

impettfecciones que

afean

su

aspecto

en

el

presente,

así como hallar un remedio

seguro que las

cure o

las alivie. Ir

a

trabajar -conseguir em

pleo, tener un patrón, hacer o que este considerara

útil, por

lo

que estaría dispuesto

a

pagar para que el

trabajador lo

hicie

r era el modo

de

transformarse en personas decentes para

quienes

habían s

ido despojados de

la decencia y

hasta de la

humanidad,

cua

lidades

que

estaban puestas en

duda

y

debían

ser demostradas . Darles trabajo a todos, convertir a todos

en

trabajadores asalariados,

era

la

fórmula para resolver

los

pro

blemas

que la

soc

iedad

pudiera

haber

sufrido como consecuen

cia de

su imperf

ección o inmadurez (

que se

esperaba fuera

transitoria).

Ni

a la

derecha ni

a

la

izquierda

del espectro

político

se

cuestionaba el

papel histórico del trabajo. La

nueva concien

cia

de vivir en una

socie

dad industrial iba

acompañada

de

una convicción

y una

seguridad:

el

número

de personas que

se transformaban en obreros crecería

en

forma incon tenible,

y

la

soc

iedad

industrial

terminaría por convertirse en una

suerte

de

fábrica gigante, donde todos los hombres

en

buen

estado

físico

trabajarían productivamente. El empleo univer

sal era la meta

no

alcanzada todavía, pero

representaba

el

modelo

del futuro.

A la

luz

de esa

meta, estar sin

trabajo

sig

nificaba

la desocupación, la anormalidad, la violación a la

norma-.

A

ponerse

a

trabajar , Poner

a

trabajar

a

la

gente :

tales eran el par

de

exhortaciones imperiosas

que,

se espera

ba,

pondrían

fin al mismo

tiempo a

problemas personales

y

males sociales compartidos.

Estos

mo ernos

eslóganel:i resona

ban por igual en las dos versiones de la modernidad: el

capitalismo y el comunismo. El grito de guerra

de

la oposición

al

capitalismo

inspirada en el ma rxismo

era

El

que

no

trabaja, no

come . La visión

de

una futura sociedad

sin

clases

era

la de una

comunidad

construida,

en

todos

sus

aspectos,

sob

re

el

modelo

de

una

fábt.ica.

En

la

era clásica

de la

moderna

sociedad indus

trial,

el

trabajo

e

ra,

al

mismo

tiempo,

el

eje de

la

vida

individua

l

y el

orden

social,

así como

la

garantía de supervivencia

( repro

ducción sistémica'')

para la sociedad en su conjunto.

,

33

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Empece

uw:; por la

vida individual.

El

u·abaj

o de

cada hom

l.Jre aseguraba su

sus

t

ento; pero el

t po

de trab

aj o ¡·e

nlizado

definía

el

lu

gar

a l que podía

aspirar

(o que

podía reclamar),

t

anto entre

s

us

ve

cin

os

como

en e

sa

tot

a

lidad

imag-inada

lla

mada sociedad . El tt·abajo

era

el

pri

nc

ipal factor de ubica

c

ión

social y ev

a lcración individual.

Salvo para

quie

nes, por

s u

ri

queza heredada o

adquirida,

combinaban

una

vida

de

ocio con

la autosuficiencia,

la

p1·egu

nta Quién

es

u

sted

  se res

pondía

con el

nombre de

la

empres

a en

la

que

se

trabajaba

y el cargo

que

se

ocupaba. En

una soc

ied

ad reconocida

por

s u

tal

e

nt

o

y

afición para cat

egorizar y clas

ificar, el tipo de tr

a

bajo er

a

el

factor

deci

sivo,

fundam

e

ntal,

a

partir

de l

cual

se

s

eguía

t

od

o lo

que

res

ultar

a de

importa ncia para la

convivencia. De finía

qui

é-

nes eran

l

os

pares

de cad

a

un

o, con

quiéne

s

cada uno podía

compararse y a

qui

é

ne

s

se podía dirigir;

definía también a

sus

superiores

, a los que

debía respeto;

y a los que

estaban

p

or

debaj

o de

él, de

quiénes

podía

e

sper

a r o

tenía dere

c

ho

a

exigir

un

a to

deferente.

El

tipo de

tr·abajo

definía igualmente

los

estándares

de

vida

a los que se

debía as

p

irar

y

que

se debía

ob

e

dec

e r, el

tipo

de vecino

s

de

l

os

qu

e

no

se

podía

ser

me

no

s

y

aq

uellos

de

los que convenía

mant

e

ner

se apa

rtado

La

carrera

laboral marca

ba

el itin

era ri

o de

la

vida

y

retrosp

ectivamen te,

ofrecía

el te

sti

mo

ni

o más importante del éxito o el frac

as

o de·

una

per·sona. Esa carrer

a

era

la

principal fuent

e

de

confian

za

o

inseguridag,

de

sa

tisfacción

per

so

nal o autorrep1·oche,

de or

-

gullo

o de

vergüenza.

Di

cho de o

lr

o m odo: para

la

enorme y creciente

muyori

a de

varones que

inte

gra

ban

la sociedad

p

os

t1·adicional o

mod

er

na

(

un

a sociedad que evaluaba y premiaba a s us miembros a pa¡·-

ti

r de su c

apacid

ad de elección y de

la

afir·mación de s u

indivi

dua lidad),

el

trabajo oc

upab

a

un

lug

ar central,

tanto en la

construcción de s u identida d, d

es

arrollada a lo largo de toda

su

vida,

como en su defen

sa.

El

proy

ecto de

vida

podía surgir

de

di

ve rsas ambicione

s,

pero

todas

gir·a

ban

a lrededor del tra

bajo que se e ligiera o s e lograra . El tipo de trabajo teñía la

totalidad

de

la

vid

a;

determinaba

no só

lo los de

rechos

y

obliga

ciones

relacionados directamente con el proceso laboral, s

ino

ta mbién e l estándar de vida, el esquema f

amili

a r, la

actividad

de relación y los entretenimientos, l

as

normas de

propiedad

y

la

rutina

diari

a.

Era

un

a de

es

a s vatiables inde

pendientes

que , a ca

da persona,

le permilía dar forma y pronosticar, sin

34

¡

i

1

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----------------------·

temor a eq

uivocan;e

de.masiado, l

ul>

demás aspecloti de ::;u exis

tenci

a.

Una vez dec

idido

el tipo de

trabajo,

una ver,.,imaginado

el

proyecto de

una

carrera,

todo lo

demás

e

nc

on

traba

s u

lug

a r,

y podía asegu

rarse

qué

se

ib

a a hacer en

casi

tod

os

los aspectos

de la vida. En síntesis : el

trabajo

era el principal punto de refe

encia,

alrededor del

cual se planificaban y ordenaban todas

las otras actividades de la

vida.

En

cuanto

al papel

de

la

ética

del

trabajo

en la regulación

del orden

social, puesto

que

la

mayoría

de los varones adultos

pasaban la mayor parte de sus

horas

de vigilia en el

trabajo

(segú

n

cálculos

de

Roger

Sue para

1850,

el

70

%

de

l

as

horas

de

vigilia estaban, en promedio, de

dicadas

al tmbajo

16

  , el luga r

donde se trabajaba era el ámbito más impo  ante

para

la

int

e

gración social, el ambiente en

el

cual (se esperaba) cada uno se

instruyera

en lo

s hábitos

esenciales de

obediencia a l

as

nor

mas

y

en

una

conducta disciplin

ada.

Allí se form aría el carác

ter social  , al

menos

en los

aspectos

necesar·ios p

ara

perpetuar

una

so

ciedad ordenada. Junto c

on

el

se

rvicio militar obligato

rio

--otra

de

l

as

grandes

invenciones

modernas-,

la

fábrica

e t

  la

principal

ins t

itución panóptica de la sociedad

moderna

.

Las fábricas

pr

oducí

an

numerosas y variadas mercancías ;

todas ellas, adem ás, m

odelaba

n a

los

sujetos

dóciles

y obedien

tes

que el Estado

moderno necesitaba.

Este

segu

ndo

tipo

de

producción unque en

modo alguno

secundario- ha sido

me

ncionado con much

a

menor

frecuencia.

Sin

embargo, le otor

gaba

a la

organización

industrial del b·abajo una

funci

ón mu

cho m

ás

fundament

al

para1a nueva

sociedad

que la que

podría

deducir·se

de

su

p

apel

visible:

la

producción

de

la

riqueza

mn

terial.

La importancia

de

esa

función quedó

documentada

en

el pánico d

esatado periódicamente

cada vez que circu l

aba b

noticia alarmante:

una parte

considerable de la población

udulta

-po

día hallarse físicamente

incapacitada para

trabajar un for

m a regular y/o c

ump

lir

con

el servicio

militar.

Cual

f s

qurr•ra

fueran

las

razones

explícitas para

justificarlo, la

ínva.lictez,

la

debilidad corporal

y

la

deficie

ncia

m

enta

l eran tem id:1s con1o

amenazas

que

colocaban

a sus

víctimas fuera

del con

trol

d••

la

nuev

a soci

eda

d : la

vigilancia

panóptica s·obre la

que

dmw:uu:a

ba el orden

social.

La

gente

sin e

mpleo era gente

tiill p t r rr

,

ge

nt

e

fuera

de control: n

adie

los

vigilaba, supervisaba i

:.u

metía

a

una

rutina regular, reforzada por

oportu

naM ~ : u u 1 1 1

nes.

No es de

extr

·a

ñ

ar que

el modelo de sal

ud de

sanull;uln

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durante el ::;iglu XIX por las ciencias médica::; con c :uncien< :ia so

cia

l fuera, justamente, el de un h

omb

re capaz de realizar el

esfuerzo tlsico requerido tanto por la fábr·ica corno por el ejército.

Si la sujeción de la población masculina a la dictadura me-

cáni

ca

d

el trabajo

fabdl era

el

método

fundam

en tal

para

pro-

ducir y

mantener

el orden social, la familia patria1·cal fue1 te y

estable, con el hombre empleado ( que trae el pan ) como

jefe

absoluto

. indiscutible ,

era su complemento

necesario;

no

es

casual que los predicadores de

la

é

tica

del trabajo fueran tam-

bién,

por lo general, los defensores de las

virtudes

farni lia1·es

y

de

los derechos y

obligaciones

de los

jefes de

familia. Y dentro

de esa

familia, se esperaba que los maridos/pa

dres

cumplie-

ran,

entre sus

mujeres

y

sus

hijos,

el

mismo pape

l

de

vigilan-

cia

y

disciplina que

los capataces de fábrica y los sargentos del

ejército

ejercían sob

re ellos

en

los talleres y cuarteles .

El poder

·

_para imponer la

disciplina

en la

sociedad

rnode1·na según

Foucault- se dispersaba y

distr

ibuía corno los

vasos

capilares

que

llevan

la

sangre desde el corazón

hasta las últimas

célu

l

as

de

un organismo

vivo.

La autoridad del marid

o/

padre, dentro de

la familia, conducía las

presiones disciplinarias de la

red del

m·dcn

y, en

función

de ese orden, llegaba hasta

las partes de la

población

qu

e

las

instituciones

encargadas

d

el

control

no

po

dían alcanzar.

Por último, se otorgó a1

trabajo

un papel decisivo

en

o que

los

polític

os

p1·esentaban

corno una cuestión de supervivencia

y prosperidad para la sociedad, y que entró en el

discurso

so-

ciológico con el nombre de r.eproducción sistémica .

El

funda-

mento de la sociedad industrial moderna era la transformación

de

los recursos naturales con la ayuda.

de

fuentes

de

energía

utilizables,

tamb

i

én

naturales:

el

resultado de

esa

transforma-

ción

era

la riqueza . Todo quedaba organizado bajo la dirección

de

los

dueños

o gerentes del capital;

pero se

lo log1·aba gracias al

esfuerzo

de

la mano de obra asa lariada.

La continuidad

del pro

ceso

dependía

,

por

Jo

tañto, de

que los administradores del capi-

tal lograran que el re

sto

de la población asumiera su papel en la

producción.

Y el

volumen

de

esa producción

pun to

esencial para

la ex

pansión

de la

riqueza-

dependía,

a

su

vez, de que la mano

de

obra

participara

directamente

del

esfuerzo productivo

y

se

so-

metiera a

su

lógica; los papeles desempeñados. en la

produc-

ción

eran eslabones esenciales de esa cadena. El poder

coercitivo

de

l Estado se¡·vía, ante todo, para merc

an tilizar

 

el

capital y

36

r

1 \

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el

tt·abaju, es decir·, para

< J Ue

la

riqueza

potencial 5e transfor

maea

en c pit l

(a

fin de ser

utilizada

en

la

producción de más

ri.queza), y la fuerza de trabajo de los ob1·eros

pasara

a ser

tra

bajo "con valor

añadido". El crecimiento

del

capital activo

y del

emp

l

eo

eran

objetivos

principale

s

de

la

política.

Y

el

éxito

o

el

fraca-so de

esa política se medía en función del cumplimiento

de tal objetivo,

es

decir, según la capacidad

de empleos

que

ofreciera

el capital y

de acue1·do

con

el nivel de participación

en

el proceso productivo que tuviera la población trabajadora.

_

En

resumen: el trabajo ocupaba

una posición central

en

lÜs ·

tres nivele

s de la ¡,¡ociedad moderna: el individual, el social y

el referido al

sistema de producción de

bienes. Además, el

tra

bajo

actuaba

como eje para unir esos niveles y era factor prin

cipal

para

negociar,

alcanzar

y

preservar

la

comunicación

entre

ellos.

-

La

ética

del trabajo

desempeñó, entonces,

un papel decisivo

en

la

creación de

la

sociedad

moderna.

El compromiso

recípro

co

entre el capital y el trabajo, indispensable

para

el

funciona

miento

cotidiano

y la salndable conservación

de

esa sociedad,

era

postulado como

deber

moral , misión y

vocación de todos los

miemb 'os de la

co

munidad

(en

ri

gor, de

todos

sus

miembros

masculinos

 .

La

ética

del

tmbajo

convocaba

a

los

hombres

a

abrazar

voluntariamente, con alegría y

entusiasmo,

lo que sur

gía como

necesidad inevitable. Se

trataba

de

Úna lucha que

l

os

representantes

de

la nueva

economía

- ayudados y

ampar·a

dos· por los legisladores del

nuevo Estado

- hacían todo lo posi

ble

por

transformar

en ineludible. Pero al aceptar· esa n

eces

idad

por

voluntad propia , se deponía toda resistencia a

una

s

reglas

vividas

como impo

s

iciones extrañas y

dolorosas. En

el lugar

de

t rab

ajo

no se toleraba la a utonomía

de

los obreros: se llamaba

a

la

g-e

nte

a

elegir

una

vida dedicada

al

trabajo

;

pero

una

vida

dedicada al trabajo significaba la ausencia

de

elección, la im

posibilidad

de elección y la prohibición misma

de

cualquiel:-

elección. ··

D e

mejor más''

Los

pre

ceptos

de

la

ética

del

trabajo

fueron

pregonados

con

un

fervor

proporcional a

la resis

t enc

ia

de

lo

s

nuevos

obreros

frente a

la

pérdida

de

su libertad. El objetivo

de

la prédica

era

v.f. .ncer esa resistencia.

La nueva

ética era sólo un instrumen-

37

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tu;

ellin

era la aceptación del régimen fabril ,

con la

pérdida de

independencia que

implicaba. ·

Toda razón que busca

un

objetivo permite elegi•· los ~ i o  

pam

alcanzado, hacer

una

evaluación crítica

de

ellos

y

(si

fue

ra

necesario)

reemplazarlos

po¡· otros,

en función de su

e

ficacia

para llegar

al

resultado buscado. La ética de l trabajo y

en

for-

ma más

general,

la

apelación

a

los sentimientos

y

la

co

ncienci

a

de

los obre1·os fueron

algunos

medios en t r e

muchos- para

hacer

girar l

os engranajes del

sistema

industrial.

No eran los

medios más e

ficientes;

menos a

ún, los

únicos

concebibles. Tam

poco los

s confiables; probablemente, la moralidad del tra

bajo

que

los

predicadore

s

buscaban inculcar

seguiría

siendo,

c

om

o

toda forma de moralid

a d,

inconstante

y

errática: una mala

guía para el comportamiento

esperado

y una p•·esión demasia

do

ine

::;ta

ble para

regular

el

esfuerzo la

boral,

rígido y

monóto

no, que exigía la rutina de la fábrica. Esta no podía

co

nfiar en

sentimientos morales

y apelaciones a la

responsabilidad

(por

lo

tanto,

a

la

elección

para garantizar el ritm

o

inmutable del

esfuerzo físico y la

obediencia ciega

al régimen de

trabajo.

Ya

hemos

observado

que

,

al

dirigirse

a los

pobres

e

indolentes,

se recurría además a métodos de presión más confiables, como

la reclusión

obligatoria, el

sometimiento legal

, la

negativa de

cualquier asistencia sa

lvo

en el interior

de

los asilos,

y

hasta

las

amenazas

de castigos

físicos. La pr

édic

de la ética

del

tra

b

ajo requeda una elección moral; la práctic del trabajo

redu

cía o eliminaba de plano la elección, y luchaba po1· asegurar

que

los

nuevos obrems fue ra o no sincera su tn:msforma1:ión,

creyeran

.o

no en el

evangelio

de la ética del t rabajo- se com

portaran

como

si en verdad

se

hubieran convertido. La tenden

cia general en las socieda

d

es

mode1·nas,

compartida

por

la

fáb1·ica,

era volver irrelevantes los

sentimientos

de

los

hom

b¡·es

con respecto de

sus acciones ( adia fóricos ),

par

a

que esas

acciones resultaran

regulare

s y predecibles en

un grado qu

e

jamás podría haberse logrado si

se las

hubie

ra

dejado

libradas

a impulsos irracionales.

La ética del trabajo par

e

ce ser

un invento

básicamente

e

uro

peo;

la

mayoría

de

los

historiadores estadounidenses

compar

ten la opinión

de

que no fue

la

ética del

trabajo,

sino

el

espíritu

de empresa y

la

mov;lidad social ascendente, el lubricante que

aceitó l

os engranajes

de

la

industria

norteamericana

. El tra

bajo,

y la

constante

dedicación al trabajo, fueron considerados

:38

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7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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casi

desde un print:ipw, tanto por los imnig-l'antt > wmo por los

obrer

os

nacid

os

en

los Estados

Unidos,

como un medio

antes

que

un

'·valor

en sí mismo,

una forma

de

vida o

una

vocación: e l

med

io

para

hacerse

ri co

y

de

este

modo,

más independiente;

el medio para

deshacerse

de la desagradable necesidad de tra-

bajar

pa1·a otros.

Hasta

las

condiciones

de

semiesclavitud

en ta-

lleres de trabajo agotador era

to

lerada y soportada en nombre

de la libertad

futura,

sin

atribuil· falsas

cualidades

ennoblecedo

ras a semejante esfue1·zo. No era preciso amar

el

trabajo ni

considerado un signo de virtud moral; se podía manifestar pú-

blicamente el desagrado

que provocaba

sin incurrir en el

ries-

go de que la disciplina se detTumbara, siempre que el soportar

las

condiciones

más

horrendas fuera

el

precio

transitoriamen-

te pagado por

una

libet·tad no demasiado lejana.

En opinión de

Michael

Rose,

17

la tendencia a despreciar y

dejar

de

lado la

ét ica

del trabajo

se p1·ofundiz6 en

los

Estados

Unidos y alcanzó nuevo vigor al

comenzar

el siglo xx; impor-

tantes innova

c

iones

gerenc

iale

s difundidas en

esos años

co

n-

tribuyel·o n a

destruir el compromiso mora

l

con

el esfu

erzo en

el

trabajo. Pero

es probable que hayan adquil'ido el carácter

qu

e

alcanzaron

porque

no

era

posible confiar

en

el

compromiso

moral con el

esfuerzo .

Al menos, así se lo veía en

la

atmósfera

que

reinaba en

la tierra

de las

rique

zas y el

enriquecimient

o.

La

tendencia

cu

lminó

en e l movimiento de gestión científica

iniciado por F1·edcrick Winslow Taylor:

Prácticam

e

nte,

la apelación a la

ética

del

trabajo no formó

parte

de su paquete de t

ecnkas

de

adm

ini

stración. Para

Tayler,

e l com-

promiso

posiLivo

con

el

trabaj<Tera

estimulado,

a

nte

todo, con in-

centivos monetarios cuidadosamente

calc

ulados.

El modelo de obre-

ro elegido por Taylor n o em el norteamericano nativo sino un

inmigranle holandés, un tal S ~ h m i d t

Lo

que le fascinaba de

Schmidt no

era,

por

cierto, que se sintiera

moralmente

obligado a ·

trabajar

con inicia ti

va y

eficacia, sino

su

capacidad

de

entusias-

marse

ante la vista

de

un

billete de un dólar, su

dispo

s ición a

hacer lo que

'I'aylor

le indicara con tal de adueña r

se

del billete.

La

decisión

de no confiar en que los obreros

se

ilusionaran

con

las

cualidades ennoblecedoras

del

trabajo res ultó cada vez

más acertada, a

medida

que las

desigualdades

sociales se aceQ

tuaron

y la

presión

de

la disciplina

en la

fábrica

se volvió más

39

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despiadada

.

No obstante,

se

hiz

o

cada vez más evident

e la

ne

-

ces

idad

de

reducir

las

espe1·anzas de alcanz

a r el

sueño ameri-

cano : todos los s ufrimientos en la fábrica serán

una

mole

st

ia

transitoria, y

e l

sometimien

to a l

os caprichos del

patrón

es só

lo

un medio para

, ll

egado el momento, lran

s fo

rm

a r

se en patrón

.

La p

osib

ilidad

de

a firmar la

propia

independencia se hizo m ás

vaga

y

1

emota

a

medida

que

se

estrechaban

y

lle naban

de obs

-

táculos

los

caminos qu

e

conducían

d

esde

el trabajo ma nual a

la

libertad de

traba

ja t

por

c

uenta propia . Había que

bu

scar

otras forma

s

de as

egurar

la

pe

rmanencia del

esfue1·zo en

el

trabajo, separándolo de cualquier

compromiso

moral y de las

virtudes del traba

jo

mismo.

Y la fo1·ma se encontró,

tanto

los

Estados Unidos como

en

ot

r

as

partes,

en

los

in

ce

nti

vos

mat

er

iales

a l t r

abajo :

re

com

pensas a quienes a c

ep

taran ob

ed

ientes

la

disciplina

de

la fá -

bri

ca

y renun

cia

ran

a

su ind

ependencia. Lo que antes se había

l

ogra

do con

sermones

c o n el agreg·a

do

o

no

de

la amenaza

del

pal 

,

se buscó cada

vez .más a

través de

los

seductores

po

de

res

de una z

anah

oria . En luga r de

afirma

r que el esfuerzo en e l

trabajo

era

el

camino

hacia u n ~ v i d moralm

e

nt

e superior, se

lo

prom

ocionaba

como un medio de gana r más dinero.

Ya no

importaba

lo

mejo

r

  ;

lo

contaba

el más .

Aquello que a principios de

la

sociedad industrial había s ido

un

conflicto de poder

es

,

una lucha por la

autonomía

y

la

liber

tad, se

t

ransform

ó

gradualment

e

en la luch

a p

or una

porci

ón

más grande del excedente.

Mi

entt·as tanto, se ace

pt

a ba

tácit

a -

mente la

estructura

de

poder

exi

stente y

su

rectifi

cación que

daba

e l

iminada de

c

ual

qu

i

er programa.

Con el

tiempo, se

impuso la idea de que la

habilidad

para ganar una porción

m

ayo

r

del

excedente

e

ra

la

únic

a for

ma

de

r

estaur

ar

la digni

-

dad humana , p

erdida

cuando

l

os artesa

n

os se redujeron

a m

ano

de obra industria l.

En

el

camino

quedaron las

ape

laciones a la

capacidad

ennoblecedora del esfuerzo en e]

trabajo

. Y fuer on

las dif

er

enc ia

s salariales

n o la

pr

esencia

o

la

a u

sencia de

la

dedicación al trabajo, real

o s imulada la va

ra que determinó

el

prestigio

y la posición social de los productores.

La transformación del conflict

o

de

poder

es

en

la

l

ucha por

los ingresos monetarios, y

la

s ganancias económicas, en e l ú ni

co

ca

mino

ha

cia

la

autonomía

y la

autoafirmación, tuvieron

honda influencia

en

el rumbo general

de

desa

rr

ollo de la mo-

derna

soci

eda

d

indus

trial:-Ge

neraron

el t ipo

de

condu

ctas que,

40

\

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7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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en

s

us odgenes, la ética del trabajo había intentado en vano

conseguir, cuando se apoyaba

en la

presión económica y,

en

ocasiones, física. La nueva actitud

infundi

ó en

la

mente y las

acciones de los modernos productores, no tanto el espíritu del

capitalismo

" como la tendencia a medir el valor y

la

dignidad

de los

seres

humanos en

función

de

las

recompensas

económi

cas

¡·ecibidas.

DE:splazó también, firme e irreversiblemente, las

motivaciones

auténticamente

humanas - como el ansia- de

i

ber l  d

hacia

el mundo del consumo. Y así

determinó,

en gran

medida,

la

historia posterior de

la sociedad mode1·na, que

dejó

de

ser

una

comunidad

de productores para convertirse

en

otra de

consumidores.

Esta última

transformación no se produjo en igual medida,

ni

con

las mismas

consec

uenci

as, en toda

la

sociedad

moderna

.

Aunque en todos los

países

avanzados se

apli<.:ó

una

mezcla

de

coerción

y

estímulos

materiales

para

imponer-la ética

del

tra

bajo, los ingredientes se mezclaron en

proporciones

diferentes.

En la

versión comunista del

mun

do moderno, por ejemplo,

la

apelación al consumidor que

se oculta

en el

productor fue

poco

sistemática,

poco

convincente

y carente

de energía.

Por

esta

y

otras

1azones

se profundizó la diferencia

entre las

dos versio

nes

de

la

modern

id

ad,

y

el

crecimiento

del

consumismo

que

transformó

en forma decisiva la vida

de

Occidente atemorizó

al régimen comunista que, tomado

por sorpresa ,

incapaz

de

actualiza r se y más dispuesto que nunca a reducir sus pérdi

das, tuvo

que

admitir su n f e r ~ o r i d d y_c laudicó.

Notas

l ]

 

S. Mil , Prtm:tple s u Polit

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dem

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Jahrhundert , en ¡ \ Peísl y

A. Mohle1·

41

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12. G. H i

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la

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era industrial. México, Fondo de Cultum Econó

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1988.

]

13.

Véase

su

Partopticon ,

o

s u

n , ~ p e c t

i o n

Hou.se,

donde

se

encuentra

la

id

ea de u n nuevo principio de cons tr-ucción dis po

nible para

todo

tipo

de esta

blecimiento,

según

e l cua l

se puede

mantener a cualquier

persona bajo

vigi

lancia,

en

B . B

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e W

or

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16. R. Sue (1994

 , T

emp8

et

Ordre

S ocial.

Paris: PUF

..

Sue calcu la que,

desde 1850, el

tiemp

o promedio. de

di

cado a l trabajo

se

redujo sistemá

ticamente; en..el mom

en

t o de escribir s u e ~ t u d i o había llegado a sólo

el

14%

de

fas

horas

de

vigilia.

17. M.

Rose,

op. cit., p. 79.

42

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2

e

la ética

del trabajo

la estética

del consumo

La

nuestra es

una sociedad de consumidores

.

Todos

sabemos,

a grandes

rasgos,

qué significa ser

consu

midor : usar

las

cosas,

comerlas,

vestirse

con

ellas,

utilizarlas

para jugar

y en

general, satisfacer

a

través de

e l l s nues

tras

necesidades

y deseos._l?uesto que el dinero

(en la

mayoría

de

los

casos

y

en

casi

todo

el

mundo)

media

entre

el deseo

y

su satisfacción, ser

consumidor

también significa

y

este es

su

significado habitual

-

  propi rse

de las

cosas destinadas al

consumo: comp

rarlas, pagar

por

ellas

y de este modo conver

tirlas en algo de nuesl ·

ra

exclusiva propiedad,

impidiendo que

los

otros las

usen

sin

nuestro

consentimiento.

Consumir significa,

también, destruir.

A

medida

que las con

sumimos,

las

cosas dejan de existir, literal o espiritualmente.

A veces, se

las

agota

hasta su aniquilación

tota l (como cuan

do comemos algo o gastamos

la

ropa); otras, se las despoja de

su encanto hasta que dejan de despertar nuestros deseos

y ·

pier

den

la capacidad

de satisfacer nuestros

apetitos: un

juguet<:

con el que hemos jugado

muchas

veces, o un disco al que he

mos escuchado demasiado. Esas cosas ya

dejan

de ser aptas

par

a el

consumo.

Esto es ser consumidor;

pero,

¿a

qué

nos referimos cuando

hablamos de

una

sociedad de c

ons

umo? ¿

Qué

tiene de específi

co

esto

de

formar

parte

de

una

comunidad de

o n s u m i

d o r c ~

Y

además,

¿no son sociedades de consumo, en

mayor o menor·

medida, todas

las

comunidades

humanas

conocidas hasta aho-

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ra?

La.s <.:aracterística.s

apuntadas

en. el

párrafo anterior

-

sal

vo, quizás, la

necesidad

de

entregar dinero

a cambio

de

los ob

jetos que

vamos

a

consumir-

se encuentran

en

cualquier

tipo

de

sociedad.

D

esde

luego,

las

cosas

que consideramo

s en

condi

cio

nes de

ser

consumidas,

así

como

el

modo como

lo

hacemos,

varían

de época en epoca y

de

un luga¡· a otro;

pero nadie,

en

ningún tiempo

o lugar,

pudo sobrevivir sin consumir

algo.

Por eso, cuando decimos que la nuestra es una sociedad

de

nsumo debemo

s considerar

algo más que

el

hecho trivial,

<:omú n

y

poco diferenciador

de

que todos consumimos.

La

n  

ra

es

una

comunidad

de

consumidores

en el

mismo

sentido

t' n

que la sociedad de nuestros abuelos

(la moderna sociedad

que vio nacer a

la

industria

y

que hemos descli.pto en el capítu

lo anterior) merecía el

nombre

de

sociedad de productores

  .

Aunque la humanid ad

venga produciendo

desde la

lejana

prehistoria y

vaya

n hacerlo siempre, la t·azón

para

llamar co

munidad de

productores

a la

primera forma

de la sociedad

moderna se

basa

en

el

hecho de que sus mi

e

mbros se dedicar

on

¡ r i n c i p a l ~ T L e n t e a

la

producción; el

modo

como

tal

sociedad for

maba a

sus

integrantes

estaba

determinado por

la necesidad

de desempeñar

el

papel de productores,

y

la

norma impuesta a

:;us

miembros

era

la de

adquirir

la

capacidad

y

la

voluntad

de

producir. En su

etapa pi·ese

nte de

modernidad tardía --esta

s e ~ r u n d

modernidad , o posmodernidad-, la sociedad huma

na

impone

a sus

miembros

(otra vez,

prin

i

p lmente

 

la

obliga

ción

de se

r

consumidores

.La

forma

en

que

esta

sociedad moldea

a

sus

integrantes está regid a,

ante

todo y

en

primer luga1·,

pór

la necesidad

de desempeñar

ese papel; la norma

que

les impo

ne, la de

tener capacidad

y voluntad de

consumir.

Pero el paso

que va

de

una

socie

dad

a

otra

no

es

tajante;

no

todos los

integrantes de

la

comuni

dad t.llvieron que abando

nar un papel

pura

asumir otro.

Ninguna

de

l

as dos socieda

des mencionadas pudo habe rse sos tenido

sin

que algunos

de

sus

miembros,

al menos, tuvieran

a s u

cargo la producción de

co

sas

para se1· consumidas; todos e llos,

por

supuesto, tambié n

consumen. La diferencia reside

en

el énfasis que

se

ponga en

cada sociedad; ese cambio de

énfasis marca

una enorme

dife

rencia

casi

en

todos

l

os

aspectos

de

esa

sociedad,

en

su

cultu

ra

y en

el destin

o individual de

cada

uno de sus miembros.

Las diferencias son tan profundas

y

universales, que justifi

can ple

namente

el hablar

de

la sociedad actual como de

una

·< 4

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corn.unidad

totalmente

diferente de

la anterior: una

sociedad

de

consumo.

El

paso

de

q ~ ~ l l sociedad

de

productores

a esta del

consu

mo significó múltiples y profundos cambios; el primero

es,

pro

bablemente, el modo como se

prepm·a

y

educa

a la gente pa ra

sat

i

sface

r l

as

cond

i

ciones

impuestas

por

su identidad

social (es

d

ecir

, la

forma en

que

se integra

a

hombres y mujeres

a l

nue

vo

orden para

adjudicarles

un lugar

en él). Las

clásicas

in

sti

tuciones- que- moldeaban individuos - las

in

sti

tucione

s

panópticas,

que

resultaron fundamentales en la primera

eta

pa de la sociedad

industr i l cayeron en

desuso.

Con la

r á pi

da

disminución

de los

empleos,

con

el reemplazo del servicio

militar

obligatorio

por ejércitos pequeños

integrados

por pr

o

fesionales voluntarios,

es

difícil

que

el

gn1eso

de

la

població

n

rec

ib

a la influencia

de aquellas institucione

s . El

progreso

tec

_nolór: rico llegó al punto en que

la productividad

crece en

forma

inversamente proporcional

a

la disminu

ci

ón

de los

em

ple

os.

Ahora se reduce el número de obreros

indu

striales; el nuevo

principio

de la

modernización

es

el downsizing

[

el achi

camiento

o reducción de personal].

Según

los cálculos de

Martín

Wolf,

director del

inancial

Times la gente empleada en la

indu

stria

se

re

duj

o

en

los

países

de

la

Comunidad Europea,

ent

re

197

0 y

1994,

de

un 30

a

un 20%, y de un 28

a

16

  e n los

Estados Unidos.

Durante

el mismo período,

la productividad

industrial aumentó, en prom edio, un 2,5% a

nu

al,l

El tipo de e

ntrenami

e

nto

e n que

la

s

instituciones

panópticas

se destacaron no s irve para la formación

de

los nuevos

consu

midores. Aquellas

moldeaban

a

la gente para un comportamien

to rutinario y monótono, y lo l

og

raban limitando o elim

inando

por

comp l

eto tod

a

po

si

bilidad

de elección;

la

ausencia

de ruti

na

y

un estado

de

elecció

n

permanente,

s

in

embargo,

constit

u

yen la

s

virtudes esenciales

y los

requisi

tos indispensables para

convertirse en

au

téntico

consumidor. Por

eso, además de ver

reducido su papel en

el

mundo posindustrial posterior al

se

rvi

cio

militar

obligatorio, el ad

iestram

i

ento

br;ndado

por

las

ins

tituciones panópticas resulta inconcili

ab

le

con

una sociedad de

consumo.

El

temperamento

y

las actitudes

de

vida moldeados

por

ell

as

son contraproducentes

para la creac

i

ón de los nuevos

consumidores.

Idealmente, los hábitos adquiridos deberán descansar sobre

los hombros de los

cons

umidores , del mismo modo que las vo-

45

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caciones

inspil·adas

en

la

religión

o

en

la

ética (así

como

las

apasionadas ambiciones

de

olr·os tiempos)

se apoyaron t a l

como

lo

dijo

Max W

ebe

r

repitiendo palabras de Baxter

- sobre

los hombros del

santo

protestante: como

un

manto

liviano,

listo para ser arrojado a

un

lado en

cualquier

momento .

2

Es

que

los

hábitos

son dejados

de

lado

a

la

primera oportunidad

y

nunca

llegan

a

alcanzar la solidez

de los

barrotes

de

una

jaula.

En

forma ideal,

por eso,

un

consumidor no debería aferrarse a

nada, no

debería

comprometerse con

nada,

jamás

debería co

n

siderar satisfecha una ne

cesidad

y

ni uno

solo de s us deseos

podría ser considerado

el último.

A

cualquier

juramento

de leal

tad o compromiso se

debería

agregar esta condición: Hasta

nuevo

aviso . En

adelante,

importará

sólo

la fugacidad y el ca

rácter

provisional

de

todo compromiso,

que

no

duran\

s

que

el tiempo

necesario para

consumir el objeto del deseo (o para

hacer desaparecer el

deseo

del

objeto).

Tod

a forma de consumo ll

ev

a su tiempo: esta es la maldición

que arrastra

nuestra sociedad

de consumidores

y la principal

fuente de preoc

up

ación

para

quienes comercian con

bienes

de

consumo. La

satisfacción

del consumidor debería ser instantá

nea en

un

doble sentido:

los

bien

es

consumidos

deberían

s

atis

facer

en

forma

inmediata, sin

imponer demoras,

aprendizajes

o prolongadas preparaciones; pero esa satisfacción

deb

ería t er

minar en el preciso momento

en

que concluyera el

tiempo

ne

cesal·io para el consumo, tiempo

que

d

ebe

ría reducirse a su

vez

a

su mínima

expresión. La mejor

manera de lograr

estO.

reduc

ción

es

cuando

los consumidores no pueden

mantener

su

aten

ción en un objeto,

ni focalizar

sus deseos por

demasiado

tie

mpo;

cuando son

in<pacie ntes, impetuosos e inquietos y

sobre

todo,

fáciles

de

entusiasmar

e

igualmente

inclinados

a

perder

su

in

terés en las cosas.

Cuando el deseo es

apartado

de la

espera,

y la espera se sepa-

--

ra del deseo, la

capacidad de consumo puede extenderse mu

cho

más

allá de

los

límites impuestos por

las neces ida des

naturales o adquiridas, o por la duración misma de los objetos

del

deseo.

La relación tradicional entre las neces

idades

y su

satisfacción

queda entonces

revertida:

la

promesa

y

la

espe

ranza

de

sati

sfac

ción

preceden

a

la necesidad

y

son

siempre

mayores que la necesidad preexistente,

aunque

no tanto que

impidan desear los productos

ofrecidos

por aquella promesa.

En

realidad, la

pt·omesa resultará mucho

más atractiva cuan-

46

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to men

os

conudda resulte

la necesidad en

cuest

ión: vivir una

experiencia

que

estaba dis

ponible,

y de la cual hasta

se

ignora

ba su ex

i

stencia,

es

siempre

más

seductor.

El

entusiasmo pro

vocado por la sensación novedosa y sin precedentes constituyen

el

me

ollo en el

proceso

del

consumo. Com

o

dicen

Mark

C.

Taylor

y Esa Saarinen,

"e

l deseo no desea la satisfacción. Por el con

trario, e l deseo desea

el

deseo ;a

en todo

coso, así

funciona el

deseo de un consumidor

ideal

La perspectiva de

que

el deseo

se

dis ipe y nada parezca

estar

en condiciones

de re

s ucitarlo, o

el panorama

de

un mundo

en

el

que

nada sea digno de

se1·

deseado, conforman la

más

siniestra pesadil1a del consumidor

ideal.

Para aumen tar su

capacidad de

consumo, no

se

debe

dar

descanso a los

consumidores.

Es necesario exponerlos

siempn•

a

nuevas tentaciones manteniéndolos en

un

estado de ebu

lli

ción

co

ntinua, de pe1·manente excitación y en verdad, de H(IH  

pecha y recelo . Los anzuelos para captar la

atención

dobm1

confirmar la sospecha y disipar

todo

recelo: ¿Cre

es

habcdo

visto todo? ¡Pues no viste nada

todavía ".

A

menud

o

se dice que el mercado de

consumo

seduce

a lo:;

consumidores.

Par

a hacerlo, ha de contar con consumiclun·:;

dispu

estos

a

se

r

s ~ d u

o s

y

con

ganas

de se

rlo

(

así

como

1·l

patrón, par

a

dirigir

n s

us

obl·eros,

necesitaba trabajadores

cou

hábito

s

de

discip

lina

y

obediencia

firmemente arraigados). l•:n

una sociedad de

consumo bien

aceitada,

los consumidores bus

can activamente

la

seducción.

Van

de una atracción

a ot

ra,

pasan de tentación

en tentación, dejan un

anzuelo

pura-pica•·

en otro. Cada nueva atracción,

tentación

o carnada, es en cier

to modo

diferente - y

qu izá

más

fu r t que

la

ant

erior. Algo_

parecido,

aunque también

diferente,

a lo

que

s

ucedí

a

con

su:-;

antepasados productores: su vida

er

a

pasar

de una vueltH d<•

cinta transportad?.ra

a otra vuelta exactamente igual a la an- -

terior.

Para

los consumidores

maduros

y expe1·tos,

actuar de

ese>

modo es una compulsión, una obligación impuesta; sin

embat

go, esa

"obligación"

internalizada, esa imposibilidad

de

vivir

su propi

a

vid

a de

cualquier

otra forma

posible, se

les

presenta

co

mo

un

libre

ejercicio

de

voluntad.

El

me

rcado

pued

e

haberlo:;

pre parado pa ra ser cons umidores al impedirles desoír

las ten·

t a dones ofrecidas;

pero en cada nueva

visita al mercado ten

dn1n,

otra vez, la entera sensacjón de

que

son ellos

quienes

1 /

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mandan, juzgan, critican y eligen. Despué::;

de

todo, entre las

infinitas

alternativas

que se les

ofrecen no le

deben

lidelida.9. a

ninguna. Pero lo

que

no

pue

den es rehusarse a

elegir

entre

ellas. Los cam in

os

para llegar a

la

pt·opia ~ n ~ j d a d a 9cupar

un

lugae

en la

sociedad

humana y a vivir :Uña vida que se reco

nozca

como

signi

fi

cativa

exigen

visitas

diarias

al

mercado.

En

la etapa industrial

de la

modernidad

h-abía· n hecho

in

cuestio

n

ab

le:

antes que

cualquier otra cosa, todos

debían

ser

anle todo productores. En esta segunda modernidad , eñ

esta

modernidad

de

consumidor·es,

la

primera e imperiosa obliga

ción es ser consumidor; después, pensar

en

convertirs

e en

cual

quier ott·a cosa.

ómo s genera un consumidor

En

años

recientes, representantes de todo el eapeclro políti

  o hablaban

al un ísono, con añoranza

y

deseo, de

una

' 'recupe

ración dirig-ida por los con

sumidores . Se

ha culp

ado con

frecuencia a la

caída

de la producción, a la ausencia de pedidos

y a la lentitud

del

comercio minorista pot· la falta

de

interés o

de

confianza del

consumidor

(lo

que equivale

a

decir que

el

deseo

de

comprar a

crédito

es lo

bastante

fuerte como

para

superar

el temor a la insolvencia).

La esperanza de

disipar esos

problemas

y

de

que las cosas se reanimen

se

basa en

que los

consumidores

vuelvan a

cump

lir

~ o n

su

deber: que otra vez

quiet·an

comprar,

comprar- mucho y

comprar más. Se

piensa

que

el c

recimiento

económico , la

medida

moderna

de que

l

as

cosas están en o1·den

y

siguen

su-curso,

el mayor índice de que

una

sociedad

funciona como

es

debido,

depende,

en una

soc

ie

dad de.(;onsumidores,

no

tanto de la fuerza productiva

del

país

(una fuerza de Lrabajo

saludable-y

abundante, con cofres re

pletos y

emprendimientos

audaces

por parte

de

los poseedo1·es

y

administmdores

del

capital)

como del fervor y el

vigor de sus

consumidores. El papel

--€n otr·os

tiempos

a cargo del

tt·aba

 o

de vincular las motivaciones individuales,

la integración

social y la reproducción de todo el

sistema

prod-uctivo corres

ponde

en

la

actualidad

a

la

inici

ativa

del

consumidor

.

Habiendo dejado atrás la premodernidad

- los

mecanis

mos tradicionales

de ubicación social

por

mecanismos

de

adscripción, que

condenaban

a hombres y

mujeres

a ' 'apegarse

48

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a su clase  , a vivir según los

estándare

s (pet·o no por

encim

a

de

ell

os

) fijados para

la

categoría social en

que

habían nacido--,

la

modernidad

cargó sobre el

individuo

la

ta rea de su

autoconstrucción :

elaborar la propia identidad social, si no

desde cer

o,

al

menos

desde

s us cimientos. La r ~ s p o n s

  b i l i d a d

del

individuo

an t e s

limit

a

da

a

re

spe

tar

las frontera

s

ent

re

ser un noble, un comerciante , un soldado mercenario ,

un

a

rte

sano,

un campesino

arrendatario o

un

peón rura   se amplia

ba hasta llegar a la elección misma de una posición social, y el

derec

ho de

que

esa posición fuera

reconocida y aprobada

por la

sociedad.

Inicialmente, e l trabajo a pareció co

mo

la principal

herra

mienta para enca r a r la construcción del pr·opio destino.

La

iden

tificaci

ón

social

bu

sca

da

- y

alcanzada

con

esfuerzo---

tuv

o

como

d

eter

mina ntes

principales la capacidad para

el

trabajo, el lu

gar

que

se ocupara e n el

proc

eso social de

la

producción y e l

proyecto elaborado a partir

de

lo a

nterior.

Una

vez

elegida,

la

identidad

social podía const

ruirse

de

una vez y

par

a siem pre ,

para

toda

la vida

, y al menos en principio,

también

debían

definirse la vocación, el

pue

s

to

de trabajo,

las

t r e ~ ~ para toda

una vida.

La

construcción de la

identid

a d habría de set· r e ~ r u -

lat·

y

coherente,

pa

san

do

por

etapas claramente definid

a s, y

· también debía serlo

la

caiTera l

abo

ral. No debe

sorprender la

in

siste

ncia

en esta metáfora a idea de una construcción

para ex presar

la

naturale za del

trabaj

o exig

id

o por la

autoidentíficación personal

. El cmso

de

la carrera laboral,y la co

ns

trucción de

una id

e ntidad

personal

a lo largo de toda la

vida

,

ll

ega

n

así

a complementarse.

Sili embargo, la e

lección

de una c

arr

era labora l -

re

gu lar,

dur

ab

le y continua- , coherente y bien estructurada, ya no

está

abiert a

para

todos . Sólo en casos

muy

contados se puede

defi

nir (y menos

aún,

garantizar)

un

a identidad

perm

a

nente

en

función

del

trabajo desempeñado. H oy, los

empleos

permanen

tes,

seguros y

garantizados so

n la

excepción.

Los oficios d e an

taño, de

por

vida ,

h asta here

ditarios,

quedaron confinados a

unas

pocas

industri

as

y profesiones antiguas y están en rápida

disminución .

Los

nuevos

puest

os de

trab

a

jo

suelen

se

r contra

tos temporarios, hasta nuevo aviso o en horarios de tiempo

parci

a l

[part time].

Se suelen combinar

con

ot

ras

ocup

ac

iones

y no garantizan

la

continuidad, menos aún, la

permanencia.

El

nuevo lem a es fle

xibilidad

, y esta noción ca9.a vez más gene-

 

49

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7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

http://slidepdf.com/reader/full/baumantrabajo-consumismo-nuevos-pobrespdf 44/149

ralizada

implica un

juego de contratos

y

despidos

con rnuy po

cas reglas

pero

con

el

poder de cambiarlas

unilateralmente

mientras

la misma partida se está jugando.

Nada

perdurable

puede

levantarse sobre esta arena move

diza.

En pocas

palabras: la perspectiva de construi

r, sobr·e la

base

del t r b j o ~

una identidad

para

toda la vida

ya

quedó

en

terrada

definitivamente

para

la inmensa mayoría de la gente

(sa lvo, a l menos por ahora, para los profesionales

de

á reas muy

especializadas y pr·ivilegiadas).

Este cambi

o

trascendente,

sin

embargo,

no fue vivido co

mo

un gran terremoto o una a

menaz

a

existe

ncial.

Es

que la preocu

pación sobre

las identidades también

se

modificó: las antiguas

can-eras

resultaron totalmente

inadecuadas para l

as

tareas e

inquietudes

que llevaron

a

nu

evas

búsquedas de identidad

.

En

un mundo

donde,

según

el

conciso y contundente aforismo de

George

Steiner, todo

producto

cultural es

concebido

para produ

cir un impacto

má...ximo

y

caer en

desuso de inmediato , la

cons

trucción de

la

identidad

personal a lo largo

de toda una vida y

por añadidura,

planificada

a priori, trae como consecuencia pro

blemas muy sel ios.

Como

afinna

Ricardo Petrella: las actuales

tendencias

en el mülldo dirigen las

economías

hacia la produc

ción

de

lo

efímero

y

vo

látil

- a

tmvés

de la

masiva

reducción

de

la vida útil de produdos y servicios-, y hacia lo precad.o -(em

pleos

temporarios, flexibles y part-time) .-l.

Sea

cual fuere la identidad que se busq

ue y desee,

esta

debe

¡·á

tener

e n concordancia con el mercado laboral de nuestros

d í a s el don de la

flexibilidad.

Es preciso que

esa identidad

pueda ser cambiada

a corto

plazo,

sin previo

aviso, esté regi

da

por el principio

de mantener

abiertas

todas las opciones; al

menos,

la mayor

cantidad

de

opciones

posibles. El

futuro nos

depara cada día

más

s01

·presas

;

por

lo tanto, proceder

de

otro

modo

equival

e a privaese de

mucho,

a excluirse de beneficios

todavía desconocidos que, aunque vagamente

vislumbrados,

puedan llegar

a

brindarnos

las vueltas del

destino

y las

siem

pre

novedosas e inesperadas

ofertas

de la vida.

La

s modas

culturales

irrumpen

explosivamen

te en

la fer;a

de las vanidades; también se vuelven obsoletas y

anticuadas

en

menos tiempo del

que

les

lleva

ganar

la

atención

del públi

co. Conviene que cada

nueva identidad sea temporaria; es

pre

ciso asumirla con

ligereza

y

echarla al

olvido ni

bien

se abrace

otra nueva, ~ á brillante o simplemente no probada todavía .

50

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1

:

• ;

• .; • - A - ~ •

l

. . . . - · . -..

··

.

. : .·c- :t. l

Sería

más adecuado por

eso

hablar de ide

ntidad;;

en p l ~ ~ = - ; 1 : - ; - -

lo largo de la vida, muchas

de

e llas quedarán abandonadas y

o

lvidadas.

E s

posible que

cada

nueva identidad''permanezca

incompleta y condicionada; la dificultad está en

cómo evit

ar su

anquilos

am i

en

to. Tal

vez

el

término identidad

haya de

jado

de

se

r

útil,

ya

que

oc

ulta

más

de

lo

que

rev

e

la sobre

esta

ex

pe

rienda de

vida

cada

vez

más

frecuente: las preocupacion

es

so-

bre la

posición social

se

relaciona

n con el

temor

a

que

esa

identidad

adquirida,

demasiado rígida, resulte inmodificable.

La

aspi1·ación a alcanzar una identidad y el horror que produ-

ce la satisfacción

de ese

d

eseo,

la

mezcl

a

de atracción

y

repul

sión que

la

idea de

identidad

evoca, se

co

mbinan

para producir

un

compuesto de ambivalenci

a y

confusión que

e s to

í re

sulta

e

xtrañ

a me

nt

e

perdurable.

Las inqui

et

udes de

este

tipo encuentran

su

respuesta e n

el

volátil,

inge

nio

so y

siempre a r i

~ b

l

mercado de

bienes de

co

n

sumo. Por definición, jamás se es

pe

ra que

es

to

s

bienes-hayan

sido concebidos

para consumo momentáneo o perdurable-du

ren

siempre; ya

no

h

ay

similitud con ca

rr

eras pa ra

toda

la

vida

o

t

ra

baj

os

de por

vida .

Se

s

upon

e

que

los

bienes

de con

sumo serán u sados para

desaparece

r muy

pronto;

te

mpo

rario

y

transitorio

so

n a dj

et

ivos

inh

e r

entes

a

todo objeto

de

consu

mo;

es

tos bienes parecerían

llevar

s

iempre gr

abado,

aunque

con una tinta invis ible, el lema m m nto

nwri

[recuerda que

has de morir].

P a re< :e haber

una

a

rmoní

a

pr

e

determin

a

da, un

a resona ncia

especial

entre

esas cualidades

de

los bienes de consumo

y la

ambivalencia típica de

es

ta

sociedad

posmoderna frente al pro .

blema

de la identidad. Las iden

tidades

, como los bienes do

consumo,

deb

en

pertene

ce

¡·

a

alg

ui

en ;

pero

sólo

par

a

se

r cons u

mid

as y d e s a p ~ r e c e r nuevamente.

Como

l

os

bienes

de

com;umo,

las identidadés no debe_n

cerrar

el camino hacia otras ident.i

dades nuevas

y mejores , impidie

udo

la capac ida d

de absQrbcr

las . Siendo

es te

el re

qui

sito, no tiene sentido buscarlas

en olra

parte

q ue no sea el me rcado. Las identidad

es

compuestas ,

elaboradas s in demasiada

precisión

a partir de las mue/it.m¡;

di

sponibles, poco durareras y reemp lazables que

se

vendm1 •·n

el

mercado,

parece

n

ser exactamente

lo

que hace falta pam

enfrentar los d

es

afíos de la

vida

contemp

orá

nea.

Si en esto se

gasta

la energía liberada por los problema:-4

el••

iden t ida

d,

no

hacen

falta

mec

a nismos sociales especializadu

/ol

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para

la

regulación uonnativa

u

el mantenimiento de pau

tm; ;

tampoco parecen

d

esea

bles. Los antiguos métodos

p;mópticos

para

el

cont¡·ol

social

perturbarían

las

funciones

del

com;umidor y resultarían desa

st

rosos

en

una sociedad organi

zada

sobre

el deseo

y

la elección.

Pel'O,

¿les

iría mejor

a

otros

mdodos novedosos de regulación normativa?

La idea

misma

de una regulación, ¿no

es,

al menos en escala mundial, cosa del

p ~ • s a d o ? } . pesar de haber resultado esencial

pa1·a

poner

a

tra

h : ~ j a r

a

la

g·ente"

en una comunidad de t1·abajadores, ¿no per

dió ya su razón

de se¡·

en

nuestra sociedad de consumo? El

propósito

de

una

norma

es usar

el libre albedrío

para limitar

o

tdirninar la

libertad de elección,

cen·ando

o

dejando

afuera to-

da ;

las

posibilidades menos una: la ordenada

por

la

norma.

l

'l 'ro

el efecto colateral producido po1· la supresión de

la e lec-

ei<in y

,

en

especial, de

la

elección mlis repudiable

desde

el

p11nto

de vista de la regulación normativa: una

elección volátil ,

caprichosa

y

fácilmente modificable- equivaldría

a

matar al

consumidor que

hay

en todo ser humano.

Sería

el desastre má

s

L ~ n i b l e que podría ocurride

a

esta sociedad basada en el mer

cado.

a re ,rulación normativa

es,

entonces, disfuncional ;

por

lo

t.ant.o,

inconveniente para

la perpetuación,

el

buen funciona

miento

y el

desarrollo

del mercado de

consumo;

también es

re

chazada por la

gente.

Cont1uyen aquí los intereses de

los

consumidores

con los de los operadores del mercado. Aquí se

hace re

alidad

el viejo eslogan: "Lo que es bueno

para Gener

a l

Moto1

·s

, es bueno para los Estados Unidos (siempre que por

'' los

Estados

Unidos

no

se entienda otra

cosa

que

la

suma

de

::;us

ciudadanos

 . El espíritu

del consumidor ,

lo mismo que

la s

empresas comerciales que prosperan

a

su costa, se

rebela

contra la regulación

. A

una sociedad de

consumo

le

molesta

cualquier restricción legal impuesta

a

la

libertad de elección,

le

perturba

la

puesta fuera de la ley de los

posibles

objetos de

consumo,

y

expresa

ese desagrado

con

su ampli

o

apoyo

a

la

gran mayoría de

las

medidas desregulatorias

.

Una

mole

s

tia

similar se

manifiesta

en

el

hasta

ahora

desco

nocido apoyo -aparecido

en

los Estados Unidos

y

muchos

otros

paise 

a

la

reducción

de

los

servicios

sociales

(la

provisión de

urgentes necesidades humanas hasta ahora administrada

y

garantizada por el Estado

), a

condición de

que

esa reducción

vaya acompañada por una disminución en

los

impuestos.

El

52

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~ s l o g n

''má::; tlineru e n lu ; uolsilloci del con

t.nbu

ye nte  ---tan

difundido de un

extremo

al oti·o del espectro político, al punto

de qu

e

ya

no

se

lo obj

eta

ser iamente-

se

r e

fi

e1e a l der

ec

ho

del

consumidor

a ejercer s u elección, un derecho ya internalizado

t1·ansformado en vocación tle vida.

La prom

esa de contar

con

más dinero una vez paga dos los impuestos atrae a l e lectorado,

y no tanto porque le permita un may

or

cons umo sino porque

amplía su ; posibilidades de elección, porque

aumenta

los

pla

ceres de comprar y

de

elegir. Se piensa que esa promesa de

mayor capacidad de elección tiene, precisamente, un aso

mbro

so poder

de

seducción.

En la práctica,

lo

que importa es el medio, no

el

fin

.

La

voc

a

ción del consumidor se satisface ofreciéndole más para elegir,

sin

que

esto s ignifique necesariamente más

consumo.

Adoptar

la acti tud del consumidor

es,

ante todo, decidirse por

la

Íiber

tad

de elegir; consumir más queda en un segundo plano, y ni

s iquiera r

es

ulta

indispensable.

El

tr b jo

juzg do

desde

l

estétic

Sólo colectivamente los

productores

pyeden cumplir ;u vo

cación; la pt·oducción

es

una empresa co lectiva, que s

up

one la

división de tareas,

la

cooperación

entre los agentes y

la

coordi-

- nación de s us

actividades.

De

vez

en cuando, ciertas acc

iones

parciales pueden llevarse a cabo en fol'ma individual y solita

ria; pero incluso en estos casos,

re

sulta fundamental el modo

como

esos

tr

aba

jos individuales

se

encadenan

con

otras

accio

nes para

conOuir

en la

creación

del p1·oducto final; también

es to

lo tiene muy presente

quien

tr

abaja

en

so

ledad.

Los p¡·o

ductores

está

n juntos a unque actúen por separado. El tnl-bajo

de cada uno necesita siempre mayo¡·

comunicación,

a

rmon

ía e

inte

grac

ión

e

ntre

los individuos.

Con l

os

consum

id

ores pasa

exactam

e

nte

lo contrario.

El

con

s umo es

un

a actividad esencialmente indi-v;dual, de una sola

per

so

na ; a

la larga

, s

iempr

e

solitaria.

Es

un

a

act

ivi

dad

que se

cumple saciando y despertando el deseo, aliviándolo

y

provocán

dolo: e l deseo

es

siempre una

sensación

privada, dificil de co

municar. El consumo colectivo

no

exis te.

Por

cie

 

o

que

lo.s

consumidores

pueden reunirse

para

consumir

; pe

ro, incluso

en

esos casos,

el

consumo s

igue

siendo una experiencia por co

m-

53

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7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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pleto

solitaria que

se

vive individualmente. La e x p e ~ · i e n c i a co

lectiva sólo s u b y ~ c e actúa como fondo de aquella

privacidad

para

aumentar sus placeres.

Elegir,

es claro, resulta más satisfactol'io cuando

se

lo hace

en compañía de otras personas que

también

eligen, sobre todo

si la experiencia

se realiza dentro de

un templo

dedicado

al

culto de

la

elección y repleto de otros adoradores de

ese

culto .

Este

es

uno

de

los placeres que

se sienten,

por ejemplo, cuando

se sale

a

cenar

a un restaurante donde

todas

las

mesas están

reservadas, o cuando se visita

un

centro comercial o un

parque

de

diversiones, llenos

de

gente,

y se

lo

hace

sobre todo

en

gru

pos de ambos sexos. Pero lo

que se

celebra

colectivamente, en

estos casos

y

otros similares,

es

el

carácter

individu l de la

elección

y

del

consumo.

Esa

individualidad se

ve

reafirmada

y

actualizada

en

las

acciones copiadas y

vueltas

a copiar por

multitud de consumidores. Si así no fuera, nada ganaría el con

sumidor

al

consumir

en compañía. Pero el

consumo,

como acti-

vidad,

es

un

enemigo natural de cualquier

coordinación o

integración; pese a todo, es inmune a la

influencia

colectiva.

Todo esfuerzo

por

superar

la

soledad endémica propia del acto

de

consumo ¡·esultará, en definitiva, vano.

Los consumidores

seguirán

solos

aunque actúen

en

g-rupo.

La

liberJ;ad de elección

es

la va¡·a que mide la estratificación

en la

sociedad

de consumo . Es, también, el marco en

que sus

miembros,

los consumidores 

inscriben las aspiraciones de

su

vida: un marco

que

dirige los

esfuerzos

hacia la propia

superación y

define el

ideal

de

una buena vida . Cuaota

ma

yor sea la libertad de elección y

sobre

todo, cuanto más

se

la

pueda ejercer sin restricciones, mayor será el

lugar

que

se

ocu

pe

en

la

escala

social,

mayor

el

respeto

público

y

la

antoestima

que puedan

esperarse: más

se acercará

el

consumidor al ideal

de

la buena vida .

La

riqueza y el

nivel

de ingresos

son impor

tantes, desde luego; sin ellos, la elección se

verá

limitada

o

directamente vedada. Pero el papel de

la

riqueza y los ingresos

como c pit l (es decir como dinero

que

sirve ante

todo

para

obtener

más

dinero) ocupará

un

plano

secundario e

inferior,

si

no desaparece totalmente de las perspectivas de la vida

y

sus

motivaciones.

La

importancia

principal de la riqueza y el in

greso reside en que abren el abanico de elecciones disponibles.

La acumulación, el

ahorro

y

la

inversión sólo

tienen sentido

porque

incluyen

pa1·a el

futuro

la promesa de ampliar

aun

más

54

Page 49: Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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las

posibilidades de elección. No están , sin

embarg

·o,

al alcance

de Ja mayoría de los consumidores: si

estos

recursos

fueran

practicados por

todos, provocarían un desastre .

El aumento

del

ahorro

y la disminución

de las

compras a

crédito

no anuncian

nada

bueno;

cuando

aumenta

el

crédito

a

los

consumidores,

el

dato

se

toma

como

signo

seguro

de

que

las

cosas

ma1·chan en

la

dirección colTecta . Una sociedad de consumo no puede ver

bien

un ll amado a demorar

la gratificación.

La

nuestra

es una

-comunidad

de

tatjetas

de

c1·édito, no

de libretas de

ahotTO. Es

una sociedad de

hoy

y ahora ; una sociedad

que

desea, no una

comunidad que espera.

Por

eso

-digámoslo una

vez más- no necesita

normas

¡·eguladoras que

instruyan

y disciplinen, que todo lo vigilen

con su ojo panóptico, para garantizar que los deseos humanos

se

orienten

hacia

la ganancia

de

los operadores de

mercado.

Tampoco es preciso

reformular las necesidades

de la

econo

mía

u n a economía

productora,

ante

todo,

de

bienes

para el

consumo-,

que

adapte la

vida

social a los deseos del

consumi

dor

. Basta con la seducción,

con

la exhibición de maravillas

aún no experimentadas,

la

promesa

de

sensaciones

desconoci

das. l mismo tiempo,

es

necesario

minimizar

y eclipsar todo

lo probado antes.

Pero

todo esto es válido a

condición,

desde

luego,

de

que

el

mensaje

llegue a oídos

receptivos, y

todos los

ojos estén puestos en los

objetos que

presagian nuevas emocio

nes detrás de

las

señales

que muestran. El

consumo,

siempre

más variado

rico, aparece ante

los consumidores

como

un

derecho para disfrutar y no una

obligación

para

cumplir. Los

consumidores

deben

ser guiados po1· intereses estéticos, no por

normas éticas.

Porque

es la estética, no la ética, el elemento integrador en

La

nueva

comunidad de consumidores, el que mantiene

su cur

so y

de

cuando en .cuando, la rescata

de sus crisis.

Si la ética

asignaba -valor

supremo al trabajo bien 1·ealizado,

la

estética

premia las

más intensas experiencias. El

cumplimiento

del

deber

tenía

su

lógica

interna

que

dependía del tiempo y por eso

lo

estructlll·aba,

le

otorgaba una orientación,

le

confería senti

do

a

nociones como

acumulación

gradual

o demora

de las

satis

facciones .

Ahora,

en cambio, ya no hay razones

para

postergar

~

búsqueda de nuevas experiencias;

la

única consecuenciade

esa demora es la pérdida de oportunidades .

Porque

la opor

tunidad de

vivir una experiencia

no

necesita preparacíón ni

la

•·

55

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j u::;tifica : llega

:;

in a nunciarse y :;e de

svanece ::;i

no se a prove

cha

a

ti

e

mpo; se

volatiliza,

también

, poco

de

s

pués

de habé

rsela

vivido. Esa

oportunidad

debe ser

tomada al

vuelo; no

hay

otro

momento pa ra hace rlo que e l presente fugaz . En es te

sentido,

nin

gún

instante se

diferencia

d ~ o t r o

ca

da

mom

e

nto

es

bueno

~ ~

t

á igw:dmente madum ) pa ra el

disfrute

.

Y la elección de

ese

momento

es

la

única

de la que no dis po

rwn

quienes o

ptaron

por la

elección como modo de vida. No

~ l en el consumidor decidir cuándo

surgirá

la oportunidad

de vivir

un

a expel iencia

alucinante;

el consumidor

debe

es

tar

siempr

e

dispuesto

a

abrir

la

puert

a y

recibirla

.

Debe mante

nerse en a le1·ta constante, listo pa1·a reconocer,

en todo

mo

mento

, la

oportunidad

qu

e

se

pr

es

enta

y

hacer

todo

lo

necesario

p ~ r n aprovecharla lo mejor posible.

S i la

comunidad

de producto res a l

bu

scar ¡

·egla

s inque

bnmtab les y las estructu1·as finales de las cosas fue esen

cial men

te

platónica,

nues

tra sociedad

de

consumidores es, por

e l contra rio, Mistoté lica: pragmática y flexib le, se rige por el

principio de que no h ay que preocuparse por el cruce del puen- ·

  e

antes (

per

o tampoco des

pué

s)

dQ

llegar a é l.

La única inicia-

tiva

qu

e le

queda

a l consumid

or sensato es estar allí

donde

p que

las

oportunidades abundan, y

en

el momento en

que

se pre

senten

en mayor

número.

Esta iniciativa

se

adapta

sólo

a W1a sa

bidurí

a e mpírica, s

in recetas

infalibl

es ni

fórmulas

ma temá ticas. En cons

ec

ue ncia,

¡·

equier e

mucha confianza

y,

sobre todo,

pu

e rLos

segu

ros donde anclar. No puede sorpren-

de

r,

por eso,

que nue

s tra

sociedad

de consumo sea

también el

paraíso del

con

sejo

es

pecializado y la publicidad, tan to como

tierra

fé¡·til

para

profetas, brujos y mercade r

es

de

pociones

gicas

o dest

iladores

de pi

ed ra

s filosofales.

En res

um

e n : la estética del consumo

gobierna

hoy,

allí

don

de

antes

lo hacía la

ética

del trabajo. r ~ quienes completa

ron con éxito el entrenamie n to

para

el cons umo, el mundo es

una

in

mensa

matriz

de

pos

ibilid

a d

es,

de sen

sacione

s

cada

vez

más

int

ensas , de experiencias

s y más

profundas,

en el

sen-

tido

de la noción a lema

na

de

rlebnis

[vivencia ),

diferente

de

rfahrung

[experiencia].

Ambos té

rminos,

a

unqu

e con mati-

ces di

s

tinti

vos,

pu

ed

en

traducirse

co

mo

experiencia :

rl

eb

ni

 

son l

as cosas por

l

as qu

e atravieso a lo largo de la vida , mien -

tras

qu

e rfahrung

es la

expe

ri

encia que me e nseña a

vivir

.

El mundo y todos sus matice pueden ser

juzgados

por las sen -

  6

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saciones y

Erlebnis ;e

que provocan; por su capacidad de des

pertar

deseos

que es

justamente

la

etapa

más placentera en el

proceso del consumo, más aún

que

la satisfacción

misma

del

deseo .

La

diferente intensidad

que

presenta

aquel

despertar

de los deseos

determina

la

forma

en que objetos, acontecimien

tos

y

personas

quedan

señalados en el mapa

de

la

vida; la brú

jula

más usad

a para moverse en él

es

siempre estética, no

cognoscitiva ni

moral.

5

El estatus

concedido

al trabajo, o más

precisam

en

te

a

la

ta

rea

desempeñada,

n o podía sino verse profundamente afecta

do

por e.I

actual ascendiente de los

critedos estéticos.

Como

vimos , el

trabajo perdió su

Lugar de

privilegio, su condición

de

eje alrededor del cual giraban todos los esfuerzos

po1· consti

tuirse

a

sí mismo

y

construi1·se

una

identidad.

Pe1·o,

como ca

mino elegido

para el

perfeccionamiento moral, el arrepen

timiento y la redención, el trabajo dejó de ser, también,

un

centro

de atención

ética de notable intensidad.

Al igual

que

otras

acti

vidades de la

v)da,

ahora

se

somete, en primer lugar,

al

escru

tinio

de

la estética.

Se

lo juzga según su capacidad

de

generar

experiencias placenteras. El trabajo que no tiene

esa

capaci

dad qu e

no ofrece

satisfacciones

intrínsecas - carece de

v a l o ~ ·

Otros

criterios

(e

ntre

ellos,

su

vieja

influencia

moralizadora ) no soportan la competencia de la estética ni pue

den salvar

al trabajo de ser

condenado

por

inútil,

y

hasta

de

gradante, para el coleccionista de

sensaciones

estéticas.

a vocación com o privilegio

No

hay nada

de

masiado

nuevo

en

la

clasificación

de

los

tra

bajos

en

función

de

la satisfacción

que

brinden . Siemp1·e

se

co-

diciaron ciertas tareas por ser más gTátificantes y

constituir

un

medio para sentii·se ''

realizado

;

otras

acti'vidades fueron

soportadas

como

una carga. Algunos trabajos eran considera

dos

trascendentes

y se prestaban más fácilmente que otros

para

ser tenidos en cuenta como vocaciones, fuentes de orgullo

y autoestima.

Sin

embargo, desde

la perspectiva ética

era

im

posible

afirmar

que

un

trabajo careciera

de

valor

o

fuera

de

gradante; toda

tarea

honesta conformaba a dif,' tlÍdad

humana

y todas

se

rvían

por igual la

causa de la

rectitud

moral · la

redención espiritual. Desde el

punto

de vista de la

ética

del

57

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trabajo,

u ~ l u i e r actividad (trabajo n sí) humanizaba , sin

importar cuánto

placer· inmediato

deparara

(o no) a quienes

la

realizaran. En términos éticos, la sensación

del

deber

cumpli

do

era

la

sati

sfacción más dit·ecta, decisiva

y

- -en última

ins

tancia

-

suficiente que

ofr

ecía

el

trab

ajo; en

este

sentido,

todos

los

tl·abajos

eran

i

guales.

Ha

sta

el ín

timo

sent

imien

to

de reali

zación

pe1·sonal

experimentado por

quienes

vhian

su oficio como

auténtico

llamado era

equiparado

a la

conciencia

de la ta

rea

bien cumplida que,

en

principio, e::.'taba a

disposición

de

todos

l

os trabajadores

, incluso los que

desempeñaban

las tareas

más

bajas y menos

interesantes. El mensaje

de la ética

del trabajo

era la igualdad: minimizaba las obvias diferencias entre las

dis tintas ocupaciones, la satisfacción potencial que podían ofre

cer y

su

capacidad

de

otorgar estatus o prestigio,

además

de

los

beneficios

m

ateria

l

es que

brindaban.

No

pasa

lo

mismo con el examen

estético y

la

actual

evalua

ción del trabajo. Estos subrayan

la

s diferencias y elevan cier

tas

profesiones a

la categoría de

acLivid

ades fascinantes

y

refinadas

capaces de

brindar

experiencias

estéticas

y hasta

at·tísticas-, al tiempo

que

niegan todo

valo1· a otras ocupacio

nes

remuneradas que

sólo

aseguran la

sub

sistencia. Se exige

que

las profesiones elevadas

tengan la

s mismas cualidades

necesarias

para

ap

reciar

el

arte: buen

gusto,

r

efinamiento,

cr

i

terio

,

dedicación desinteresada

y una

vasta educación. Otros

trabaj os son considerados tan

viles

y

despreciables,

que no se

los concibe como actividades

dignas

de ser elegidas vol

untaria

ments. Es pos1ble r ealizar esos

tmbajos

sólo por necesidad y

sólo cuando

el

acceso a otro medio

de

subsistencia queda cerrado.

Los trabajos

de

la p · mem

categoría

son considerados inte

resantes ; los

de

la

segunda,

abun·idos . Estos

dos

juicios la

pidarios, además, encierran complejos criterios estéticos que

los sustentan. Su franqueza ( No hace falta justificación , No

se pe¡·mite apelar ) demuestra abiertamente

l

crecimiento de

la

estética sobre la

ética,

que antes dominaba el campo del tra

bajo.

Co

mo

todo

c

uanto aspire

a

convertirse

en

blanco

del

de

seo y

objeto

de la

libre

elección

del consumidor

, el t

rabaj

o h a

de

se

r

interesante :

variado,

excitante, con

espacio p

ara la

aven

tura

y una cierta

dosis de riesgo, aunque no exces

i

va.

El

traba

jo

debe ofrecer

también suficientes ocasion

es de

experimentar

sensaciones novedosas

.

Las

tareas

monótonas,

rep

et

itiva

s,

ru

tinarias, carentes de aventura, que

no

dejan margen a

la

ini-

58

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ciativa ni p n ~ ~ e n t a n desafios a la mente u opo

 ·

tunidades de

ponerse

a

prueba, son

"aburridos". Ningún consumidor

experi

mentado

aceptaría

realizarlo : por volun

tad propia, salvo

qu e

se

encontr

ara en una

sit

uación

sin elección

(es decir

, salvo

qu

e haya

perdido

o

se le

est é

negando

su identidad co mo con

sumidor,

como

pe

r

sona

que

eli

ge en

libertad

).

Estos

últimos

trabaj os

carecen de

valor estético;

por

lo tanto, tienen

po

cas

posibilidades de transformarse

en vocaciones

en esta sociedad

de

coleccionistas

de

experiencias.

Pe r·o lo importante es que, en un mundo

dominado

por cri te-

ri

os

estéticos, los

trabajos en

cuest ión

ni

siquiera conservan el

s upuesto valor ético que

se

les asignaba antes. Sólo ser á n ele

gidos volunta1·iamente por

gente

todavía no incorporada a la

comunidad de

consumidores,

po¡· quienes

aún

no h

an

ab razado

el cons u

mismo

y

en

consecuencia, se conforman

con

ven

der

s u

mano de

obra

a cambio

de

una mínima subsistencia (eje

mpl

o:

la prim

era generación de

inmigrantes y "trabajado ·es golon

drina" provenie

nte

s

de

países o r

egiones

más

pobres

o los

re

si-

dentes

de

países

pobres

, con tJ·abajo en las fábricas establec

id

as

por e l

ca

pita l inmigrante,

que via

j

an

en

busca de

m

ayo

r

es

po

s ibilid

ades de

trabajo). Otros

trabajadores

deben ser forzo.

do

s

a aceptar

tareas q ue

no

o

frecen

satisfacción estética.

La

coer

ción

brusca,

que

antes

se ocultaba

bajo

el

disfraz

mo1

a

l de

la

ética del trabajo, hoy se muestra a cara limpia,

sin

ocultarse.

La seducción y el estímulo de

los

deseos, infalibles h eJTamien-

tas

de i n t e g r c i ó n l m o t i ~ c í ó n

en

una soc iedad de cons umido

res voluntal"ios, carecen en esto de pode1·. Para q ue la gente ya

conve r·tida al consumismo tome puestos de

tr

aba

jo re

cha

za

dos

por la estética ,

se

le debe presentar

una

situación s in elección,

ob ligándola a aceptarlos pa1·a defender su s upe n rive

ncia

bási-

ca. Pe ro

ahora,

s

in

la g r acia salvadora de la nobleza

moral.

Como

la

lib

e1

ta

d

de

elecci

ón

y la m ovi

lid

ad,

el

valor estético

del

trabajo

se

h a transfo¡·mado en poderoso faGttH

d ·

est

r atificaci

ón para nuestra

soci

edad

de consumo. La estrata

gema ya no consiste

en limitar

el

período de trabajo

al

miniruo

posible dejando t iempo l ibre

para

el ocio; por el contrario, alw

ra se

borra totalmente

la línea que divide

la vocación clt la

a usencia

de vocación,

el trabajo de l hobby, l

as tareas

produl"l.i

vas de

la actividad de

rec

r

eació

n , para elevar el t rabaj u rui:uno

a la

categoría

de

ent

r e t

enim

ien

to

supr emo y

más

satisfad-111111

que cualqui

er

otra

activida

d. Un

trabajo

e n t r e t e n i d o ~ ;

••  l l l

lo

0

1

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vilegio

má::;

envidiado.

Y los

afortunados que

lo

tienen se lan-.

zan de cabeza

a

las oportunidades de sensaciones fuertes

y

ex

periencias emocionantes ofrecidas por esos trabajos. Hoy

abundan

los

adictos al

trabajo que

se esfu(; rzan sin

horario

fijo, obsesionados

por

los desafíos

de su

tarea durante

las 24

horas del

día

y los

siete días

de la semana. Y

no

son esclavos:

: ;e

cuentan entre

la

elite de

l

os

afortunados

y

exito

s os.

El trabajo rico en

experiencias gratificantes, el trabajo

como

realiza

c

ión personal, el trabajo como sentido de l 

vida,

el tra

bajo como centro y eje de todo lo

que importa,

como fuente de

m·gullo,

autoestima, honor, respeto

y

notoriedad

...

En

síntesis:

el trabajo

como

voc ción se ha

convertido en

privilegio

de

unos

pocos, en

marca

distintiva de

la

elite,

en

un

modo de vida

que

la

mayoría

observa, admira y

contempla

a

la distancia,

pero

experimenta

en

forma

vicaria

a

través de

la

literatura

barata

y la realidad

virtual

de las

telenovelas.

A la mayoría

se

le niega

la

oportunidad

de vivir

su

trabajo como una vocación.

El

''mer·cauo flexible

de

trabajo

no ofrece

ni

permite u ver

dadero

compromiso

con ninguna de las ocupaciones actuales.

El

trabajador que se

encariña

con la tarea

que realiza,

que

se

enamora del trabajo

que se

le impone e identifica

su

lugar

en

t•lmundo con la actividad que desempeña

o la

habilidad que se

lt•

exige,

se

transfonna

en

un·

rehén

en

manos

del

destino.

No

e: ;

probable ni deseable

que

ello

suceda, duda la

corta vida de

cualquier

empleo y el

Hasta

nuevo aviso

implícito

en

todo

contrato. Para la mayoría de la gente, salvo para unos pocos

fdegidos, en

nuestro flexible

mercado laboral, encarar el t ~ -

jo como una vocación

implica riesgos enormes y

puede

tenni

nar en

graves desastl·es

emocionales.

En

estas

circunstancias, l

as

exhor Laciones a la diligencia y

la

dedicación suenan

a falsas y

huecas,

y la gente

razonab

le

haría

muy

bien

en

percibirlas como

tales

y

no caer

en

la tram-

-

pa

de

la aparente

vocación, entrando

en

el juego de sus jefes y

patrones.

En

verdad,

tampoco

esos jefes

esperan

que sus

em

pleados

crean

en

la sinceridad de aquel

d.iscurso:

sólo desean

que

ambas

partes/inja

.n

que el juego es real

y

se comporten en

consecuencia . Desde el punto de vista de los empleadores, in

ducir

a su

personal

a

tomar

en serio

la farsa

significa

archivar

los problemas

que inevitablemente explotarán cuando

un

próxi

mo

ejercicio imponga

ot

.

ra

reducción

o

una

nueva

ola

racionalizadora .

El

éxito

demasiado rápido de

los sermones

60

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moralizantes, por otro

lado,

1·esultaría contraproduc

e nte a lar-

go plazo, pue,.<?.apartaría a

la

gente de su verdadera

vocación:

el

deseo de

consum ir.

Todo

este

complejo entretejido entre

lo que se debe y lo

que no

se

debe

hacer  ,

entre

los sueños y sus costos, la tenta-

ción

de

rendirse

y las

advertencia

s para

no

ca

er

en

tales tram-

pas,

se

presenta

como

un

espectáculo

bien

armad

o

frente

a

un

públic:.o ávido de

vocación.

Vemos cómo

grandes

deportistas y

estl·ellas Cle otros <:1mbitos llegan a la cima de

su canera; pero

alcanzan el

éxi to y

la fama

a

costa

de

vaciar

su

vida

de todo lo

que

se in t

erpon

ga

en

su

camino

hacia

el

éx ito. Se niegan los

placeres

que

la gente común más

valora.

Sus logros muestran

todos

los síntomas de ser

reales. Difícilmente

haya un

ambien-

te menos polémi

co

y más convincente para

poner

a

prueba la

calidad

real''

de

la

vida

que

una

pista

de

atletismo

o

una

can-

cha de

tenis.

¿Qu ién

se

atrevería

a poner en duda

la

excelencia

de un cantante popular, reflejada en

el delirio

tumultUoso de

la muchedumbre

que

llena los estadios?

En

este

espectáculo

que se ofrece

a todos no parece haber lugar para la farsa, e l

engaño

o

las

intrigas

detrás

de bambalinas. Todo se presenta a

nuestra vista como si

fuera

real, y cualquiera puede juzgar lo

que

ve. El espectáculo

de

la vocación

se

realiza abiertamente,

desde

el

comienzo

hasta

el

fin,

ante

multitudes

de

fanáticos.

(Es to,

al menos,

es

lo que parece. Por

cierto

que la verdad del

espectáculo es el cuidadoso r esultado de innumerables guio-

nes

y

ensayos generales.)

L

os

santos de este

culto al

estrellato deben ser,

al igual que

todos los

sa

ntos , admirados y erigidos como ejemplos, pero no

imitados. Encarnan,

al

mismo tien11Jo, el ideal

de

la

vida

y su

imposibilidad.

Las

estrell

as de estadio y escenar

 io son desme-

suradamente

ricas, y su

devoción

y su sacrificio, por

cierto,

dan

los frutos que

se esperan

del trabajo vivido como

vocación:

la

lista

de premios

que

·

reciben

los campeones de tenis ,

golf

o aje-

drez, o

las

transferencias de

los

futbolistas, son

parte esencial

del culto, como lo fueron los milagros o los relatos

de

martirios

en el

culto de

los santos de la

fe

·No

obstante

,

la

parte de la vida a que renuncian

la

s estre-

llas

es tan estremecedora

como

impresionantes

son sus ganan-

cias. Uno de los precios más altos

es

el carácter transitorio

de

su

gloria:

suben

hasta

el

cielo

de

sde

la

nada;

a

la

nada

vuelven

y allí

se

desvanecerán. Precisamente

por

esto, las

estrellas

del

• 61

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deporte

son

los mejores

actores en este juego moral de la voca-

ción: está en la naturaleza misma de sus logros e l hecho de

que

su vida útil sea corta, tan breve

como

la

juventud

misma. En la

versión

de

los depo1·tistas,

el t1·abajo como

vocación es

autodestructivo, y su vida está

condenad

a a un final abrupto y

ve

loz.

La

vocación

puede

ser

muchas

cosas,

pero

lo(}ue

defini

tivamente no es (a

l

menos en

estos

casos

),

es

un

proyecto

de

vida o una estrategia para siempre. En la versión deportiva la

vocación es,

como cualquier

otra

experiencia posrnoderna de

los

nuevos coleccionistas

de sensaciones,

un

episodio

Los

santos

puritanos

de

Weber, que

vivian

su

vida de

traba

jo como esfuerzos profundamente éticos, como la

realización

de

m andatos divinos,

no

podían

ver

el trabajo de otros

--cual

quier

t rabajo-

sino

como

un

a cu

estión esencialmente

moraL

La elite

de

nuestros

días, con igual naturalidad, considera

que

toda

for-

ma de

trabajo es ante

todo

una

cu

estión

de

satisfacc

ión

estética.

Frente a la vida que llevan quienes

se

encuentran en la

esca

la

más baja de

la

jerarquía

socia

l ,

esta

concepción

--como

cual

quier

otra que la haya precedido- es una burda farsa.

6

Sin

embargo,

pernúte creer

que la flexibilidad

voluntaria

de las

condiciones de

trabajo elegidas

por los que

están

t i b

~ u e

una

vez

e

legid

as,

son

tan

va

l

oradas

y

protegidas-

resultan

una

bend

ición para los otros, incluso para quienes la flexibilidad

no sólo

no

significa libertad de acción, autonomía y derecho a la

realización personal, sino

en trañ

a

también

fa lta de segurid

ad,

desarraigo

forzoso y

un futuro

incierto.

Ser

pobre

en

un socied d

de consumo

En la

edad dorada

de la sociedad de productores, la

ética

del

trabajo

extendía su influencia más allá

de las

plantas indus

tliales y los muros de los as ilos. Sus preceptos conformaban el

ideal de una

socie

d

ad justa to

davía por

alcanzar;

mientras tan

to, servían como horizonte hacia el

cua

l

orientarse

y como

parámetro para eval

uar

crí

ti

camente

el estado de

situación

en

ca

da momento.

La

condición a

que

se aspiraba era el pleno

empleo:

una sociedad integrada

únicamente

por gente de tra-

bajo.

El pleno ef (lpleo ocupaba un lugar en cierto modo ambi

guo, ya que

era a l

mismo

tie

mp

o un derecho y u n   ~

obligación.

62

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7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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Según desde

qué lado

del

contrato de

trabajo se

invocara eso

principio, una

u

otra

modalidad

saltaba

a

primer plano

;

pero,

como

sucede

con todas l

as normas, ambos aspectos

debían

es

tar siempre presentes

para garantizar la

validez genera l dol

principio . El pleno

empleo

como característica indispcm;nhh·

de

una

sociedad

normal implicaba

tanto

un

deb

er

accplndo

universal y voluntariamente, como un

deseo

compartido

por

toda la

comunidad y e

levado al

rango de

derecho

universal.

Definir una nm·ma es definir, también,

cuanto queda

fut•ra

de ella. La

ética

del trabajo encerraba,

por

ejemplo, el fcncíJn•·

no del desempleo: no

trabajar

era anormal . Y, como podillt•:;

pera1

·se ,

ins

is

tente

presencia de

los

pobres se explkaha,

alternativament

e, por la

falta

de trabajo o

por

la falta dt•

rlt:.

posición

pa

ra

el

trabajo. Algunas ideas

como

la

s

de

Chadc•c•

Booth o Seebohm

Rowntree

(la

afirmación de que es po:-;ihl··

seguir

siendo pobre aunq ue se cumpla jornada completa , y '1 ''

por lo tanto la pobreza no puede ser explicada

por

el ~ o n n n

miento de la

ética

del trabajo)

conmocion

a ron la opinión ilun

trada

britá nica.

La sola

noción de pobres

qu

trabtt.illn

aparecía

como una evidente contradicción en sí mi

sma;

Y tu•

podía ser de otro modo mientras

la ética

del

trabajo

manl.t iVII

ra su 1ugar en la opinión generalizada, como cura y l u < i u u

para

t

odo

s los .ma l

es

sO'ciales.

Pero a medida que el tl·abajo dejaba de ser

punto

de cnct HII

tro entre

l

as motivaciones individuales

por un l

ado

y

la

inl.

  •

gx·ación de

la

soc

iedad

y su rep1·oducción por el otro,

la

á

ica

dc·l

trabajo ~ o o dijimos- perdió s u

función

de primer prÍJTt Í

pio

regulador.

Por entonces

ya se

había re

tirado,

o había f'ido

apartada por la fue

rza,

de numerosos

campo

s de la vida

snd:

d

e individual, que antes regía dil·ecta o indirec

tament

e. Id Ht•t·

tor

de

la

sociedad que

no

trabajaba

era

quizá

su

último

re flli\Í••

o, mejor, su última oportunidad de sobrevivir.

Cargar

la q1i:w

ría de los

pobre

s a su falta de dispos ición

para

el trabajo y, dt•

ese modo, acusarlos de degradación

moral,

y

presentar In

po ·

breza co

mo

un

castigo

por los peca

dos cometido

s,

fueron

loH

últimos

se

rvicios que la ética

del trabajo

prestó a la

nueva s -

ciedad

de cons

umidores.

Durante mucho tiempo, la

pobreza

fue una amenaza paru la

s

uperviv

e

ncia

: el

ri

esgo

de

moz-ir

se

de

hambr

e,

la

falta de

aten

ción médica

o la carencia de

techo

y abl'igo fueron fantasmal-4

muy

reales a lo largo

de

gran

parte

de

la hist

o

ria.

Toda

vía,

en

(l:l

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7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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much at>

partes

de l plane ta ,

eso

s peligro::;

igu

en a la o

rd

en del

día.

Y a unque la condición

de

ser pobre

se en

cue ntre por e nci

ma del umbra l de s

uperviven

cia , la pob

rez

a

imp

licar á sie mpre

m

ala

nutt·ición ,

escas

a

protecci

ón co

ntra lo

s

ri

gores del clima y

fa

lt

a

de

una vivienda a

de

cua

da: todas,

ca r

ac

te

s

ticas qu

e de

finen

lo que una s

ocied

a d

entiend

e como

está

nd

a r

es

m í

nim

os

de

vid

a.

La

pobreza

no

se

re

duce

, sin

em

ha rgQ, a la fa l

ta

de com odi

dades

y

al

s

ufrimi

e

nto

fís ico. E s

tamb

ién

un

a co

ndi

ción

soci

al

y psicoló

gica: pues

to

que

el

grado de

decor o

se mid

e

por

los

es t

án

da r

es es

ta blec

id

os por la socie

dad,

la imp

os

ib

ilidad

de

a lcanza

rlos es

en

sí mi

s

ma

causa

de zozo

b1·a,

a

ngust

ia y

mortifi

cación

.

Se

pobr

e s

ignifi

ca es

tar excluido

de lo

qu

e

se

cons

id

e

ra

una

vid

a no

rm

a l ;

es

no

estar

a

la

altura

de

l

os

dem ás .

Esto

gen

era s

entimi

entos de ve

rgüenza

o de

culpa, qu

e

produc

en

una

reducción de la a

ut

oes

tima

.

La pobreza

impli

ca,

t a mbié

n, te

ner

cerra das la::; o

portunidades

par a una vida feli z ; no poder acep-

l  r

l

os ofr

e

cimi

ent

os

de la

vida

. La con

secu

e

nci

a

es resenti

- •

miento y ma les ta r, s

en

t imientos qu e - a l des

bo

rda rse- se

manifi

es

ta n en fo

rma

de

acto

s agr

es

ivos o a

ut

od

estruct

ivos, o

de a

mbas cosas

a la vez.

En una sociedad de cons umo, la vida

norm

al es la de los

con

s

umid

or

es,

s ie

mpr

e

pre

oc

upado

s

por

el

egi

r

entr

e

la gT

a n

v:u·iedad de oportunidades, se nsaciones placent

eras

y ricas

oxpc

rien

ci

as qu

e el

mundo

les ofr

ece.

Una

vid

a fe liz es a

que

lln en la que

tod

a s las oportunidades se a provecha n , dejando

pnsaz· muy pocas o

nin

guna ; se a

prov

echa n l

as

opor t

unid

ades

l

as

que más

se habl

a y por lo tanto, las más codic

iada

s; y no

¡.;(  

las a provecha d

es

pués

de

los demás s ino, e n lo posible, an

tes. Como

e n

cualqui

er

comunidad,

l

os pobres

de la

soc

iedad

d

E

cons

umo

no tiene n

acc

eso

a

una

vida no

rmal

; me n

os

a

ún,

a

una existe

ncia feliz.

En

nuestra sociedad , es a limitación los

pone en la cond ición de c

on

s

umid

or

es

ma nqués c

on

s umidores

d dcct

uosos o

fru

s

tr

ados, expul

sados

del mer

ca

do. A los

pobre

s

rlc la socieda d de cons

um

o se

lo

s

defin

e a n te todo ( y así se

:.u

todefine n ) com o consumidores impe rfect

os,

deficie

nt

es; en

o

l r pa

la br a s, incap

ace

s de adaptar

se

a nu

es

tro m undo .

En

la socieda d de cons umidores, esa incapacida d es

ca

u

sa

d

etermin

a

nt

e de d

egr

ada

ción

soci

a l

y

exilio

in

te

rn

o . E

sta

f

al

La

de idone ida d , esta

imposibilidad

de

cumplir

con los debe

re

s

del consu m

id

or,

se

con vie

r t

e n e n

res

e

ntimi

e

nto: qui

en la s

ufr

e

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está excluido del banquete socia l que comparten los demás.

El

único

rem

edio posible, la única

salida

a esa humillación es su

perar tan vergonzosa ineptitud como consumidor.

Como revelaron Peter

Kelvin

y .Joanna E

.•

ar

ett en

su estu

dio sobre los

ef

ectos psicosociales d el desempleo en la

sociedad

de

consumo,

h

ay

algo

particularmente

doloroso

para

quienes

perdie

ron

el

trabajo:;

la aparición de un tiempo

libre

que no

par

ece

tener fin ,

unida

a la imposibilidad

de

aprovecharlo .

Gran parte de la existencia diaria carece de est

ru

ctura s s -

tienen los

auto1·es-, pero

los desocupado

s

no

pueden dársela

en

form

a que res

ulte

razonab le, satisfactoria o

valiosa:

Una

de las quejas más comunes

de

los desocupados es que se

sien

t.en

encerrados

en

su

casa

..

El

hombr

e

si

n

trab

a

jo

no

sólo

se ve

frust.rado aburrido, [

sino

que] el

hecho

de verse así (sensación

que, por cierto,

coincide

con

la

r ealidad) lo pone irritable. Esa

irritabilidad es

una

característ.ica cot.idiana en la vida de un mari

do

sin

t.rabajo. 

Stephen Hutc

hen

s obtuvo la

ti

siguientes respuestas de sus

entrevistados (

hombres

y

mujeres

jóvenes

sin

trabajo)

con

res

pecto al

tipo

de vida que llevaba n: ' 'Me

aburría,

me deprimía

con facilidad;

estaba

la

mayor

parte

del tiempo

en

c

asa, mir

a

n

do

el diario .

No

tengo dinero, o no me alcanza. Me aburro

muchísimo .

Pa

so mucho tierrwo en la cama; salvo cuando voy

a ver amigos o

vamos

al

pub

s i te

nemos din

ero .. y

no hay

mucho

más que decir  .

Hutchens

resume sus

conclusiones:

La pala

bra

más usada

para

describir la experiencia de

es

tar sin traba

jo es 'aburrido'

...

El ab

urrimiento

y los problemas con el

tiempo;

es decir,

no

tene1· 'nada

que

hacer' .

9

En

la

vida

del

consumidor

no

h

ay

luga1·

para

el

aburrimien

to; la cultura del consumo se propuso erradica rlo . U na vida

feliz, según

la definici

ón

de esta cultura,

es

una vida

asegura

da contra

el

has tío, una vida en

la

que siemp1·e pasa algo :

algo nuevo, excitante; y excitante sobre

todo

por ser nuevo.

El

mercado de

consumo,

fiel

compañero

de la cultura del

consumo

y su

indi

s

pensable complemento,

ofrece un seguro contra

el

hastío, el esplín ,

el ennui

la

sobresaturación, la

melancolía,

la

l

oje

dad, el

hartazgo

o

la

indiferencia: todo

s

male

s

que,

en

otro

tiempo,

acosaba n a las

vidas

repletas de abundancia y de

con

fort.

El

mercado de cons umo garan

tiza

que nadie, en m omen

to

65

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alguno, llegue

a

sentirse desconsolado porque, al

haberlo

pro-

bado todo , agotó la

fuente

de placeres

que

la vida le puede

ofrecer.

Como señaló

Freud antes del

comienzo de

la era

del

consu-

mo,

la

felicidad

no

existe

como

estado

sólo

somos

felices

por

momentos, al

satisfacer

una necesidad acuciante. Inmediata-

mente surge el abunimiento. El objeto

del

deseo pierde su

atrac-

tivo

ni

bien

desaparece

la causa que nos

llevó

a

desearlo.

Pero

el

mercado

de consumo

resultó

ser

más

ingenioso de lo

que

Freud

había

pensado. Como por

arte

de magia, creó el estado

de felicidad que s egún F r e ud

resultaba

inalcanzable

. Y

lo

hizo encargándose de que los deseos surgieran

más

rápidamente

que

el tiempo

que

llevaba saciarlos, y que

los

objetos del deseo

fueran reemplazados con más velocidad de la

que

se

tarda

en

acostumbrarse y aburrirse de

ellos.

No estar

aburrido

n o

estarlo j amá s es la norma en la vida de los consumidores.

Y

se

t ra ta

de una norm a realista,

un

objetivo alcanzable. Quie-

nes

no lo logran sólo pueden culparse

a

sí mismos:

serán

blan-

co

fácil para el

desprecio y

la condena de los demás.

Para paliar el aburrimiento hace falta dinero;

mucho

dine-

ro,

s i se

quiere

alejar el fantasma del aburrimiento de

una

vez

para

siempre

y

alcanzar

el

estado

de felicidad .

Desear

es gra-

tis; pero, para

desear

en forma

realista y

de

este

módo

sentir

el

deseo

como un estado

placentero,

hay que tener

recursos.

El

_seguro de salud no da remedios contra el aburrimiento.

El

di-

nero es el billete de ingreso para acceder

a

los lugares donde

esos remedios se entregan (los grandes centros

comerciales,

parques

de diversiones o

gimnasios);

lugares donde el solo

he-

cho

de

estar

presente

es

la poción más efectiva o profiláctica

para

prevenir

la

enfermedad;

lugares destinados

ante

todo

a

mantener vivos los deseos, insaciados

e

insaciables

y a

pesar

de

ello,

profundamente placenteros gracias

a

la satisfacción

anticipada.

El aburrimiento

es,

así, el corolario

psicológico

de otros fac-

tores estratificadores,

que

son

específicos

de la sociedad de

con-

sumo: la l ibertad y

la amplitud de

elección,

la

l ibertad

de

movimientos, la capacidad de

borrar

el espacio

y

disponer

del

propio tiempo.

Probablemente, por conformar

el lado

psicológi-

co

de la estratificación, el aburrimiento sea sentido con

más

dolor y

rechazado con

más ira por quienes

alcanzaron

menor

puntaje en

la

carrera del

consumo .

Es

probable,

también, que

66

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el dese;:;perado deseo

de

escapar

al

aburrimiento - o al

me

nos, de

mitigar lo-

sea el

principal

acicate para

su acción.

Sin

embargo,

las

probabilidades

de lograr su objetivo

son

ínfimas.

Quienes

están

hundidos en la

pobreza

no tienen acce

so

a

los

remedios comunes

contra

el

aburrimiento;

u l q u i e ~

alternativa inusual, irregular o innovadora,

por

otra parte,

será

sin

duda clasificada como ilegítima

y

atraerá sobre

quienes

la

adopten

la

fuerza punitiva

del

orden y la ley. Paradójicamente

- o

pensándolo

bien, quiz:{no tan paradójicamente-,

es

posi

ble que, para los pobres, tentar al destino desafiando el

orden

y la ley se transforme en

el

sustituto preferido de las razona

bles aventuras contra el

aburrimiento

en

que se embarcan los

consumidores acaudalados, donde

el

volumen

de

riesgos

de

seados y permitidos está cuidadosamente equilibrado.

Si,

en el sufrimiento de los pobres, el rasgo constitutivo

es

el

de

ser ur

consumidor

defectuoso, quienes

viven

en un barrio

deprimido no

pueden

hacer mucho colectivamente

para

encon

trar

formas novedosas de

estructurar su

tiempo, en

especial de

un

modo que

pueda

ser reconocido como significativo

y

gratificante. Es posible combatir y, en rigor, se lo hizo en for-

ma notable durante la Gran Depresión de la década de 1930)

la

acusación de pereza,

que siempre ronda los hogares de

los

desocupados,

con

una dedicación exagerada,

ostentosa

y en

última instancia, r i tual is ta- a las tareas domésticas: fregar

pisos y ventanas,

lavar

paredes,

cortinas, faldas

y

pantalonm;

de los niños, cuidar

el

jardín

del fondo.

Pero

nada puede hacer

se-contra

e

estigma y la vergü.enza

de ser un consumidor inep

to; ni

siquiera

dentro

del

gueto

compartido

con sus

iguales.

De

nada sü::ve

estar

a

la

altura

de los

que

lo rodean

a

uno; el

estándar

es

otro,

y

se

eleva continuamente,

lejos

del barrio,

a

través de los diarios

y

la lujosa

publicidad

televisiva,

que

du

rante

laS-veinticuatro horas del día promocionan las

bendicio

nes del consumo. Ninguno

de los

sustitutos.

que

pueda

inventar

el ingenio del barrio derrotará a esa competencia, dará

satis

facción y calmará

el

dolor

de la inferioridad evidente. La capa

cidad

de cada

uno como

consumídor

está

evaluada a la distancia,

y

no se puede apelar

en-los tribunales

de la

opinión

local.

Como

recuerda ere

m y

Seabrook,

10

el

secreto

de

nuestra

so

ciedad

reside

en

el

desarrollo de un sentido subjetivo de insu

ficiencia

creado

en forma artificial , ya que nada puede ser

más amenazante para

los

principios fundacionales de la so-

67

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ciedad

que

la gente se declare satisfecha con

lo

que tiene .

Las

posesion.es de

cada

uno

quedan

denigTadas, minimizadas y

empequeñecidas

al exhibirse en forma ostentosa y agresiva el

desmedido

consumo

de

los ricos: Los ricos

se

transforman

en

objetos de adoración universal .

Recordemos

que

los

ricos, los

individuos

que

antes

se ponían

como

modelo de héroes personales

para

la adoración univer

sal, eran

self made men [hombres que habían

triunfado por

su

propio esfuerzo],

cuya vida

era ejemplo vivo

del resultado

de

adherir

a la

ética

del

trabajo. Ahora

ya no

es así. Ahora,

el

objeto

de

adoración es

la

riqueza misma,

la

riqueza como ga

rantía

de

un estilo de vida lo más

extravagante

y desmesurado

posible.

Lo

que importa

ahora

es lo que uno pueda hacer, no lo

que deba

hacerse ni

lo

que

se

haya

hecho.

En

los ricos

se adora

su extraordinaria capacidad de

elegir

el contenido de su vida

(el

lugar

donde viven, la

pareja

con quien conviven) y de cam

biarlo a

voluntad

y sin esfuerzo

alguno.

Nunca alcanzan pun

tos

sin retorno,

sus

reencarnaciones

no

parecen tener fin, su

futuro

es siempre más estimulante que su

pasado

y mucho más

rico

en contenido. Por

último

a u n q u e no

por

ello

menos

im

por tante- ,

lo

único

que

parece

importarles a

los

ricos

es

la

amplitud

de

perspectivas

que

su

fortuna

les

ofrece.

Esa

gente

sí está guiada por la estética

del consumo;

es su

dominio de

esa

estética

n o

su

obediencia

a la ética del trabajo o su éxito fi-

nanciero, sino su refinado conocimiento de la v ida lo que cons

tituye

la

base

de su gTandeza y les da derecho a la

universal

admiración.

Los

pobres no habitan

una

cultura

aparte

de la de

los

ricos

señala

Seabrook

;

deben vivir

en

el mi

s

mo mundo, ideado

para

beneficio de los que

t ienen dinero.

Y su pobreza se

agrava

con el crecimiento

económico

de la sociedad y se intensifica

también con la recesión y el

estancamiento.

En primer lugar, señalemos que el concepto de

crecimiento

económico ,

en

cualquiera

de sus acepciones

actuales, va siem

pre

unido

al reemplazo de puestos de trabajo estables por mano

de

obra

flexible , a la

sustitución

de la seguridad laboral por

contratos renovables ,

empleos temporarios

y contrataciones

incidentales de

mano

de

obra,

y a reducciones de personal,

re

estructuraciones

y

racionalización : todo ello

se reduce

a

la

disminución de los empleos. Nada

pone

de manifiesto

esta

re

lación, en

forma más espectacular, que

el hecho de

que

la

Gran

68

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7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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Bretaña

posterior

a Thatcher ac lamada como el éxito eco

nómico

más

asombroso

del mundo occidental, dirigida

por

la

más ferviente precursora y

defensora

de aquellos factores de

crecimiento - sea también el país que ostente

la pobreza

más

abyecta entre las naciones ricas

del

globo. E l JJ,ltimo Infor: rae

-

s o b r g j

~ s a r r o l l o

Humano editado por

el

Programa

de Desa

ri -ÓÍlo

de

las Naciones Unidas, revela que los pobres británicos

son más

pobres que los de

cualquier

otro país occidental

u

óccidentalizado. En Gran Bretaña, alrededor

de

una cuarta

parte

de los ancianos viven

en

la pobreza,

lo que equivale

a

cinco

veces

más

que

en

Italia, acosada

por problemas econó

micos ,

y tres veces

más

que

en

la

atrasada

Irlanda.

Un

quin

to de

los

niños británicos

sufren la

pobreza:

el

doble que

en

Taiwan

o en Italia, y seis veces más

que en Finlandia. En

total,

la

proporción

de

gente

que

padece

'pobreza de

ingresos' creció

aproximadamente un

60 bajo el gobierno

[de

la

Sra.

Thatcher] .U

En segundo lugar, a medida

que

los pobres

se

hacen

más

po_bres, los ricos -:-dechados de virtudes para

la

sociedad de

consumo-

se

vuelven

más ricos todavía. Mientras la quinta

parte inás

pobre

de Gran

Bretaña

el país

del

milagro econó

.m.ico más rec ien te

puede

comprar menos

que

sus pares

en

cualquier otro país occidental

de

importancia, la

quinta parte

más

rica

se

cuenta

entre

la gente más acaudalada de

Europa

y

disfruta

de un poder

de

compra similaral de la legendaria elite

japonesa.

Cuanto más

pobres son los pobres,

más

altos

y capri

chosos

son

los modelos

puestos ante

sus ojos: hay

que adorar

los,

envidiarlos,

aspirar a imitarlos. Y el

sentimiento

subjetivo

de insuficiencia , con

todo

el

dolor del

estigma y

la

humillación

que

acarrea, se agrava ante una doble

presión

:

la

caída del

estándar de vida y

el aumento

de

la

carencia relativa, ambos

reforzados

por el

crecimiento económico

en

su

forma actual:

desprovisto

de regulación

alguna,

entregado al más

salvaje

laissez-faire. -

El cielo, último -límite para

los

sueños

del

consumidor, está

cada vez más lejos;

y

las magníficas máquinas voladoras,

en

otro tiempo diseñadas

y

financiadas por los gobiernos

para

subir

al

hombre

hasta el cielo, se quedaron sin combustible y

fueron

arrojadas a los desarmaderos

de

las políticas discontinuadas .

O son finalmente

recicladas,

para hacer con ellas patrulleros

policiales.

69

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  otas

l M. Wolf l

l99

7 ), ..Mais pourquoi cetle

hcüne

dt::s rnarchés'?'·, Le l\tloncle

Diplomatique junio,

p.

15. .

2. M.

W

ebe

r· (1976),

The

Protestant

Ethir:

and

the Spirit

of Capitali:::m,

Lrad.

al

inglés de

T

Parsons. Londres: Geoq;eAJle

&

Unwin, p. 1

81.

[

La

ética

prot

esta11te

y

el espir

itu del capitalis

mo.

Madrid,

Editorial

Revista de Dere

cho Privado,

19

55.]

:3. M. C.

Taylor

y E.

Saarinen (comps.), /mag

ologies: ,'v/edw

Philosophy.

Lo ndres

:

Routledge,

Te lerotics, p.

11.

4. R Petrel a (

1997

). "Une m achine

int'

emale", Le A-fonde Diplom

atiqu

c:

junio, p.

17.

5. Para una

di

stinción entre espacios cognitivos, estéticos

y

m o r

a l e ~ .

véa

se

Z Bau

man

(1993),

Po.stmodern Ethics . Oxford:

Blackwell.

6. Xavier Emma nuelli

Le

Monde

15 de abril de

1997

,

p. l l

ridiculiza

otra

ilusión, muy vinculada

con esta,

provocada por la tendencia

a

proy

ectar

una

interpretación elitista sobre

los estilos de

vida de quienes

están más

abajo en la

jerarquía

social. Puesto que

una

vida de

viajes.

movilidad y liber

tad de los límites impuestos por un hogar es un valor muy estimado enire los

turistas

de

dinero,

los

jóvenes

se

a le

jan

de sus familias

y

acuden en masa

a

las

grandes dudades en

busca de

"algo

distinto". Suelen ser alabados (o

me

jor,

idealizados

como figuras

románti

cas) por su coraje y

su

confianza en

mismos, que - s e supone- los p reparará para viv

i r

en una sociedad que pre

mia la

iniciativa

individual

(

recuér

deo;

e la

expresión

"en

tu

propia

bicicleta",

dE. Norman Tebbit). "No

hay idea

más

falsn'',

dice

Emmanuelli, que la supo

sici

ón de

que

l

as ida

s y

ven

idas

de los hijo

s de los

pobres "son viajes de inicia

ción , t¡ue

les pennitcm

a

estos jóvenes

"encontrarse a sí

mismos". Nada tien

e

menos

en

común con

un "tránsito

íniciatico" que este

vagar sin

objet

o ni

pers

pectiva. "No

hay

nada

más

destru

ctivo'',

subraya

Emmanuelli.

7. P. Kelv-in y .J.E. Jarrett (

1985),

Un.emp/oyment:

/t

s Social

Psychological

Eft ects.

Ca

mbrid

ge

:

Ca

mbrid

ge

University

Press,

p p.

67-69.

_

8.

/bid . .

pp. 67-9

. -

9.

S.

Hutchens

(1994),

Liuing

a

Predicament:

~ c H l n [ J

Peo

ple

SuruiuintJ

Unemploymenl. Aldershot: Avebuq, pp.

58,

122.

10

.• .

Seabrook (1988),

The Race

for

Riches: The u m ~ m Cost

of Wea

llh.

Basingstoke: Marshall Pickering.

pp.

163,

1

64

y 16

8-

169.

11. Cita

do

del informe

d.e

G. Lean y B.

Gunnell,

"UK pove

rty

is [the] worst

in the

West ,

lndependent on Sunday .

15

de

junio de 199

7:-

1

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SEGUND P RTE

· 

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scenso caída

del

Estado

benefactor

El concepto de

Estado

benefactÓr encierra

la

idea de que,

entre

las

obligaciones

del Estado,

está

la

de garantizar

a toda

la población una situación de bienestar''; y

esto

implica

algo

más que

la

simple supervivencia: es una supervivencia con dig-

nidad

entendida tal como la

concibe

cada

sociedad en su

pro

pia

época. Para las

instituciones

administradas

y financiadas

por

el

Estado,

el

concepto imponía la responsabilidad más

amplia

de

atender

el

bienestar

público

es

decir,

garantizar

colectivamente la supervivencia digna

de

todos los

individuos.

Ese bienestar podía

ser considerado

como

una

forma

de

seguro

colectivo contratado..en

conjunto, que

cubría individualmen-te

a todos

los miembros de la

comunidad; esto

es, una

póliza de

seguro

que promete

compensaciones

proporcionales

a

las nece

sidad

individuales, no

al o t o de las

cuotas

pagadas por cada

uno.

El principio de

bienestar público  

en

su forma más

pura,

supone la igualdad

ante

la

Qecesidad,

equilibrando

las

desigual

dades

existentes

en

cuanto a capacidad

de pago.

Y

el

Estado

benefaétor

delega

en

sus

organismos

dependientes la r s p ~ -

sabilidad

de poner

en práctica ese principio.

La idea de bienestar

público

en general, y de

Estado

bene

factor en particular, mantiene una relación ambigua

con la

étf

ca

del trabajo.

El bienestar

se

relaciona con las ideas centrales

de

la

ética del trabajo

de

dos maneras -<>puestas y difíciles

de

concil iar-

que

convierten al

asunto

en

eterno

tema

de

debáte:

sin solución

aceptable para

todas las partes

hasta

el momentó:

73

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Por

un

lado, los

p a r i d ~ r i o s

de garantizar colectivamente

el

bienestar individual recor:wcieron siempre el ca

cter normal..._

de

una vida sostenida por el trabajo; señalaban,

sin

embargo,

que la n01ma n o es universalmente válida debido a que noto-'

dos

lograban un

emp

leo

permanente.

Para

que

los

preceptos

de la ética del tr·abajo fueran realistas, era preciso

sacar

de

apuros a quien le fuera mal. También

se

debía ayudar, a los

que se encontraban transitoriamente desocupados   a sobrelle

var los tiempos

difíciles, manteniéndolos en condiciones de

comportarse normalmente es to es

de

retomar algún em

pleo una vez que la economía

se

r

ec

uperara y se ampliaxa,

nuevamente

  la

di

s ponibilidad de puestos de Lrabajo.

Según

este

argumento,

el

Estado

benefactor

resultaba

necesario

para

sostener la ética

del

trabajo como norma y medida

de

la salud

social minimizando paralelamente los efectos adversos

de

po

ner en

práctica

esa norma en

forma

constante

y

universal.

P or o

tra parte, al

garantizar

como un derecho

indepen-

dientemente del aporte realizado por cada uno a la

riqueza

co

mún

- una vida decente y dígria para todos, la idea de bienes

ta

r público permitía separar

(explícita

o implícitamente) el

derech

o

al

s

ustento de las

contribuciones productivas

so

cial

m

en

te útiles , que sólo se consideraban

posibles en

el marco

de

un e

mpleo

. Al mismo

tiempo,

hacía

tambalear la

premisa me

nos

cuestionada

má s

sagrada, inclus

o  d e

la

ética

del traba

jo:

transformaba

el derecho a

una

vida digna en cuestión

de

ciudadanfa

política,

ya

no de

desempeño económico.

La contradicción entre

ambos

enfoques

es evidente

y

legíti

ma; no sorprende por

eso

que, desde su im;tauración a

comien

.zos del siglo XX

el

Estado benefactor haya sido objeto

de

polé

micas.

Con

buenas

razones,

fue proclamado por

algunos

como

el complemento necesario de la ética

del

trabajo; por otros como una

eonspiración política

en

su contra.

No e

ra

este, sin embargo, el ú n i ~ o punto

en disputa.

El Esta

do

benefactor, ¿es

un agente de represión o un

sistema

para

ampliar las neces idades humanas y mitigar

los

rigores de

la

economía de mercado? ¿Es una ayuda

para

la acumulación de

capital

y el aumento de

ganancias,

o

un

salario

social

que

hay

que

de

fender

y

aumentar,

como el

dinero

qu

e

se

gana

trabajando?

¿Es un fraude capitalista o una victoria

de

la

clase

obrera? , se

preguntaba Ian

Gough,

intentando

comprender

la confusión

que pa r

ece

ser

el

único resultado de la prolongada controver-

74

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sia

 

• La respuesta es que el Estado

benefactor

ha sido todo eso

y mucho más.

Surgió,

en verdad,

como punto de

encuentro, por un lado,

entre

las

presiones

de

una economía

capitalista cargada de

problemas, incapaz

de

recrear

so la

y

sin ayuda

polí t ica-las

condiciones para su propia supervivencia; y por el otro,

el

activísmo de los trabajadores organizados, también incapaces

de

encontrar, solos y sin ayuda del Estado, un seguro contra

los caprichosos ciclos eco n ómicos . Fue necesario

proteger

y

reafirmar el principio de

desigualdad

socia

l , pero mitigando

sus manifestaciones más

ini

cuas y menos perdurables; esti

mular la aceptación de la

desigualdad,

marginando a quienes

no

lograran

contribuir

a la

reproducción de

la

sociedad,

y

ayu

dar a cada integrante de la

comunidad

a paliar el impacto

desgastante de una economía

sin

control político.

En virtud de esos impulsos poderosos y convergentes, u n ~

que heterogéneos y contradictorios, en

una

etapa

avanzada

de

la sociedad

moderna (industrial , capitalista, de mercado y

democrática ), el

Estado

benefactor se afirmó,

aunque sobrede

terminado

por

cierto. Las presiones que le dieron

origen

y lo

alimentaron

con

Vigor

a lo

largo

de

l

os

años

fueron

tan

fuertes,

que la opinión

común

llegó a considerar las prestaciones admi

nistradas desde

el Estado

como

un

ingrediente natural de la

vida moderna,

tan normal

como

l

as autoridades que se

elegían

periódicame nte, o com o

la

m

oneda

oficial de cada país .

Hasta hace bastante poco tiempo, la

opinión

ilustrada com

partía al pie de la letra

ese

difundido sentimiento. Incluso los

más

atentos

y agu

do

s

observadores

tenían

dificultades para

imaginar una sociedad moderna que

no estuviera

administra

da por un Estado

benefactor.

En

febre

r o de 1980, en un trabajo

pr esentado en

Perugia

y publicado en octubre del año siguien

te, uno de los más sagaces analistas de las tendencias contem

poráneas, C laus Offe, aseguraba que el Estado

benefactor,

en

cierto sentido, se

había

convertido

en

una estructura

irrever

sible, cuya abolición exigiría nada menos que la abolición de la

democracia

política

y de los

sindicatos

, así como cambios fun

damentales en el sistema de partidos . Offe expresaba su total

coincidencia con la opinión dominante cuando descartaba la

postura de

superar

el Estado benefactor .como no mucho á ~

que

ilusion

es,

políticamente

impotentes , concebidas

por

algu-

75

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nos ideólo

gos

de

la vieja

clase me

dia

  . De

he

t:ho, l

as

probabili

dades

de vivir fu era

de

un Est a

do

b

enefac

tor le

parecían

p¡·ác

ticamente imposibles:

Sin

una

políti.ca

de subsidios

a

la

vivienda

en

gran

escala, ni

edu

cación pública, servicios

sanitarios

seguridad social obligatoria,

el

funciono

mien to de una economía industrial sería sencilla me nte

inconcebible ..

El

desconcertante

secreto

del

Estado

ben

efac

tor es

que, si

su impacto sobre

la acumulación ca

pitali

sta

puede

resultar

destructivo

.. su abolición sería senci llamente paralizante .. La

contradi

cción

es

que

el

capitalismo no puede ex istir ni

ni

sin el

Estado benefactor.

3

Todo

esto

r

es

ult

a

ba

convinc

e

nte cuan

do Ofl'e lo

escribi

ó. P

or

c:sos a ñ os, l

as ideas ele

abolir o inclu

so

restri

ngir

las atribucio

nes del Estado benefactor, de entregar los seg  os colectivos a

la in iciativa privada,

de

desestatí

zar

, pd.vatizar  o desregular''

las prestaciones socia

le

s ,

parecían

fantasías imaginadas por

a l

gún

fósil ideológico. Menos de dos décadas más tarde, sin

embat·go, lo impen

sable

pasó a la orden del

día,

y un E s tado

para

n

ada

benefactor,

así como una economía

ca

pita lista s in la

red de

segu

ridad

que sign

i

fican

la

s g

ar

antías

estab

l

eci

d

as

po

r

los gobiernos, se

ven

como alternat ivas

viables

y en

camino de

tra

nsfo¡·ma¡·se en r ea lidad en todas las

socieda

des ricas y eco

nómica mente e

xito

sas .

En

la actualidad , las

presiones

para

logTa r que

tales

sit

uacion

es se concreten res

ult

an abrumadoras.

¿Qué papel le c

up

o a la

ética

del trabajo, o qué funci

ón se

l e

a tribuyó en este camb io, que está terminando

drásticament

e

con el Estado benefactor? ¿Y qué

impacto

puede t ener es te ca

taclismo

en

la futura evolución

del

Estado?

ntre

la inclusión la

exclusión

Hoy

-

después

de

años

de

martilleo

mental a cargo

de

Ma rgaret Thatcher, Norman Tebbit o Keith J

osep

h, tras el

cou

p

d état

neol iberal de .Milton Friedman o

Friedrich

Hay

ek- es dificil para

muchos

pensar en

sir

William Bevel'id

ge

(si no el p

ad

r

e,

a l menos el pa

rtero del Esta

do

benefa

ctor britá

nico) como en un liberal más que

un

socialista, o

un

crítico de

izquíerdas de las po

lítica

s socialdemóc

rat

as. Sin embargo, para

·-76

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Beveridge, el

pt'OY ( do de su

generoso Estado

benefa<:tor sup

o

nía el total e inevitab le cumplimiento de la

id

ea de

buena

so

ciedad que

te

nían

l

os

viejos liberales: L

as

co .5a5

qu

e más de

seo ver

realizada s son esencialmente

lib

e1·ales: trans ladar al

nuevo mundo l

as

g

rande

s

tradicione

s viv

as

del Libera lismo  .

Pu

e

sto que la

ig

ualdad de libertade

s

esenc

ia l

es fue el

fin

último del Liberali

smo...

podemos

y

deb

e

mos usar

el

poder

or

ganizado ~ la

comunidad

para

incr

emen

t a r los de

re

chos d e

l

os individuos

 . Pero no todos los

individuo

s go

za

ra n

de

esas

libertades y

esos

de1·echos

si

la comunida d n o ga rantiza,

para

e llos, tanto la

au

sencia de N ecesidades como del t emor a la

Neces idad

;

tant

o el

fin de

la D

esoc

up

ación como

del

temor

a

esa

Des

oc

upación

, provoca

da

por el dese

mpleo

...

"·\

Para

un

liberal

como William Beverid

ge,

n.

o e

ra

s

uficient

e

proclamar la libert

a d p

ara tod

os .

Hacía

falta

también

asegu

rarse

de

que

todos

tuvie ra n

lo

s

medios

y

la voluntad de

usar

esa

liber

tad con la cual, según la ley, contaban.

Y

a partir de

esas

preco

ndi.ciones

pa1·a

la lib

e rtad , Beve

ridge

redactó su

R eport on Social Insztra.

nc e and

llied Services

[Informe

sobre

la Seguridad Soc

ial

y

sus

se rvici.os

rela

cionados], presentado a

u n

gobierno

preocupado

po

r conquistar

la

p

az que ib

a a seguir

a

la

guerra

a

punto

de

ga

nar

se .

Ese

Informe,

en

l

as

propia

s

pala br

as

de

Bev

e ridge,

propone

un

plan de

Seguridad

Social para garantizar que

cada

c

iudadano del

país,

con tal

de

que trabaje y

contribuya en

lo

que

pueda , r

eciba un ingreso

que lo

mantenga

a

cubierto

de ne

ces id

a

des

c

uand

o

por

cua

lqui

er r

az

ón en fermedad,

accide

n te .

desempleo o vejez- se vea

imp

os ibilitado

de

tra baja r y ganar lo

necesario para su subsistencia honrosa y la de quienes de él de

pendan. Seguirá

recibi e

ndo

ese ing

reso a

unqu

e

carezca de

bie

nes

y,

si po.;;ee a l

gu

no, la r

en ta

no le

se rá

reducida por ninguna

investigació

n de

inl¡?_r

esos.

Es evidente que

el inform

e fue es er ito al cabo de dos s iglo::;

de

dominio

indiscutido

por

parte de la

é

tica del trabajo. Esa

ética h a

bía

cump

lido su

misión.

Y

e l mensaje había

calado

h o

n

do: todo va rón sano y en condiciones de trabajar, lo haría

mi

en

tr

as

pudi

e

ra.

A

mediados

del

siglo

XX

,

esto

se

aceptaba

como

,V[eans test:

examen o

investigación del estado financie

ro

de una persona

para determinar

si

tiene o no de recho a recibi

  ·

asistencia pública. [T.]

.

-

77

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7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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verdad

indiscutible. Lo

único

que

quedaba por resolver era qué

hacer si,

por cualquier

razón, no había

traba

jo

disponible o

no

era pos ible tomar un

empleo

aunque lo hubiera.

Ese

temor

mitaba

la

libertad

,

paralizaba la iniciativa, privaba

a la

gente

del

coraje necesario

para enfrentar

los riesgos.

Un seguro co-

munitario disiparía

temores

paralizantes

y

devolvería1a

liber

tad que

todo

esfuerzo de autoafirmación necesita.

Pero

esa

li-

b

erta

d exigía la

ausencia de

necesidades , la

desaparición

del

desempleo,

borrar

para

siempre

el temm· a esos fantasmas.

La

idea, concebida ante todo

como medida

preventiva e ins

trumental, habría carecido de sentido si

esas lib

ertades

no

hu

bieran a lcanz

ado

a c d miembro de la comunidad, y no sólo

(una vez que el daño ya

estuviera

hecho) a aquellos

que hubie

ran

fracasado: los

infortunadqs

o

faltos

de

previsión que no

poseyeran nada

propio . Concentrar la ayuda

en quienes

más

la

necesitaran,

como

proponen

hoy la mayqria

de los

políticos,

ni

siquiera

se

habría

acercado

al ambicioso

objetivo

de

Beveridge. Ofrecer asistencia una vez que el temor hubiera

cumplido

su tarea

devastadora, y que ' la privación y el desem

pleo se hubieran transformado en realidad, no

habría contri

-

buido al

sueño

liberal de lograr seres humanos audaces, segu

ros, confiados

e

independientes.

Incluso en términos de costos y e fectos,

una

asistencia

focal izada 

sobre quienes realmente

la

necesitaran habría sido

un

mal negoci

o.

Si la

estrategia

de

Beveridge

hubíet:a

funcio-

nado, el Estado

benefactor

se

habría hecho innecesario poco a

po

co; pero,

al permitir que

el

miedo siguiera acosando

a

la gen

te

como

lo

había

hecho

en

el pasad o, sólo

se

logró

multiplicar el

número

ele v ict.imas . Y así subió el costo de darles

una

mano a

quienes

la

pr

e

cisaban

.

La

ta r

ea era eliminar

el

miedo

mismo

,

y esto sólo

podía

lograrse si

las prestaciones ofrecidas,

e n

el

caso de

los

afortunados y precavidos que poseyeran algo'', no

eran recortadas por ninguna investigación de ingresos

  .

La

propuesta

de Be

veridg

e

re

cibió apoyo casi

univ

e rsal , pre

cisament

e porque e liminaba la

investigació

n de

ingresos

. Po

cos

si

es que alguno llegó a calcularlo-

vieron

mallos

costos

fiscales que

implicaría, y prácticamente

nadie se qu

ejó de no

poder

contribuir

a

ese

beneficio

social del

mismo

modo

qu

e los

integrantes

de

una

familia acept

an

que todos tienen

e l

mismo

derecho al alimento,

sin

hacer primero un inventario de la co-

mida

disponibl

e averiguar

si

hay suficiente para

calmar

el

78

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7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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apetito d e todos. Como señalan Al a n D eacon y J o

nathan

Bradshaw en

su

excelente

historia sobre la

investigacióñ do

ingresos,'; e l Infm·me Beveridge debió su

tr

eme

nda populru·i

dad , a nte

to

do, a

la

promesa de

abolir

aquella inves tigación.

Cuando e l

Proyecto de

Seguro Nacional fina

lm

ente se t r n ~ -

formó

en ley,

la revista

The

conomi

 t

(2

de

f

eb rero

de

194.f))

interpretó

que e¡·a una

virtual

abolición de la

investigació11

de ingre

sos

. En realidad, esa abolición nunca se concretó: 011

1948, había en Gran Bretaña tres

benefic

ios socia

les otorga

dos a partir

de la investigación de

ingresos y que

favorecíHn

a

unos

dos

millones de pe

rso

na

s. Pero ese número se

ha vuelto

insignificante

gracias

al incesante aumento de servicios obtt•ni

dos, en los últimos años, m

ediante

la in

vestigación

de ingru:;oH,

En

diciembre

de

1982

, doce

millones

de personas se

encont.ru

ban afectadas

por alguna forma

de investigación

de ingresos, 1111

ritmo

de crecimiento difíci

lm

e

nte

igualado en ningún otro cam··

po de

la

vida pública.

La prestación universal per

o

se lectiva

de los beneficioH

:·ui

.

ciales (o

torgados

a

trav és de

la investi

gac

ión de ingresos) r o u

dos

modelos de

Estado

benefactor, tota

lmente

dife¡·e

nt

es : dili•

rentes

en su

impacto social y cultural, en el

modo

como

: : ~ o n

percib

idos por

las

distintas

capas

de

la

población

y

en

las

per H·

pectivas de su des tino político.

Nadie puso más pasí.ón que Ri chard

Titmuss

y

PeLe

·

Townsend

en

la lu

cha

contra el reemplazo,

gradual

pero inexo

ra ble, de las ambiciones universalistas por las

prácticas

selm:

t ivas

. En

un

intento

desesperado por frenar

la

tendencia,

Titmuss

recordó en 1968

6

que l

os

servicios para los

pobres

fu

ron

siempre

pobr.es

servicios

: cu

ando

quedan confinados a l01;

sectores

s

bajos

de la

población,

¡·econoci

dos

por

s u

falta-

de

fuerza

políti

ca y capacida d de ser escu chados, los

servicios

Ho-

ciales

selectivos atraen, por lo genera l, a l

os

peores profesior,p·

les

y administradores .A.mbos a

utores

sost

uvieron en

r epgtJ

das ocasion es, también, que

además

de

esta

desventaja -- dn

por sí muy seria- , limit

ar

las

prestaciones

a quienes d e m o ~ -

tr?ran su

pobreza

provocaba otra s consecuencias de largo ni

canee que resultarían pe

rjudi

c

iales

para

la comunidad.

S6lo

cuando

est

u

vieran

orientadas

a

la sociedad

toda,

y fu

eran

t

o-

mada

s por lo tanto como un

derecho de todo

s, podrían

pro

mo

ver

la

int

egración socia l

y

un sentido

de comunidad,

como lo

habían

hecho

durante

la gu.erra  .

7

7B

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7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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E

La tiU¡Jresion de

la

investigación de ingreso¡:;

lleva

a

la

comu

u idad de beneficiários (en este caso , a la totalidad de la pobla

ción) a considerar

qu

e el dinero usado por el E

s'tado

benefactor

ha sido bien

in

vertido; después de todo,

es

os fon dos

se gasta

ron

para cubrir

los costos del mejor,

s gener oso y co

nfiable

::;cg uro contra todo t ipo de infortunio que

pu

eda resolver se

con

dinero

. La

com

unidad

llega

a contemplarse a

misma como

un hogar seguro, como el lugar donde

se

establece día t ras día

l l equilibrio justo (y ó

ptimo

) entre de1:echos y

obligacjones.

Si

b

pr

es tación

de

se

rvicios

se

ve limitada por una investigac

ión

de

ingr esos,

la

comunidad queda

dividida entr

e

quienes

dan

s

in

conseguir

nada

a

cambio

y

los

qu

e

consiguen

si

n

dar.

(Esta

última

idea quedó muy bien ilustrada por David Blunke tt,

rnini s tro del recientemente electo Nu

evo

Laborismo , quie n,

1 11 curta pub licada en The uardian del 29 de julio de

1997,

n •

dujo

la

función

del Es tado benefactor - al

que

califica de

in

n ¿ e

in

soste

ni

ble - a pasar dinero en efectivo de un

seg

mento de la comunidad a otro .) La racionalidad del in

terés se

cufnmta, así, a la

ética

de

la

soli

dar

idad ;

y

esta

misma ética

pnsa

a d

epen

der de lo

que

uno pueda pagar o, m ejor dicho, de

lo

r¡ue

esté

d

ispuesto

a

com

par

ti

r

políticamente.

La con

sec

uencia general de investigar los ingresos

es

la di

visión,

no la integración; la exclusión en

lugar

de la inclusión.

Ln nueva y

más

reducida comunidad de contribuye

ntes

cierra

filas y utiliza

su pod

er político pa r a segregar a los ciudadanos

de

ficientes,

y

los

castiga

por

no

ajustarse

a los es tánda

res

que

aquellos

bueno

s

conbj.buyentes

proclaman

como su

rasgo dis

tintivo. Un veredicto indignado y mora lista --como el de

R.

Boy

son,

8

quien

sos ti

e ne

que

se

les

saca

el

din

e

ro

a los

ené

r gi

cos,

exit

osos y previsores

para

dárselo a los ociosos, fracasados

e indolen tes - en cuentra

cada

vez más adhesiones. Quien

es

r

ecibe

n lo

que

guarda

un

parecido asomb r

oso con

una

extor

sión t i

enen

qu  ser indolentes; por lo tan to, la mayoría

puede

a tribuir s u buena fortuna a su previsión. Y

tie

ne

n· que

ser

indo lentes,

también,

para que la mayoría pueda

contemp

l

ar

su propia vida como

un

a

hi

s toria de éxi tos .

Como

observó Joel

F. Handler,

la

condena a los marginados reafirma los valores

ge

n_uinos o supu

estos

de

l

secto

r

domin

a

nte

de

la

socie

d

ad:

L.os

observado r

es

cons

truyen

su propia

imagen

al

construir

las de

los otr-os .

9

Pero el

inventario d.e los daños

no termina aq

u

í. Puede afir

marse que

el

efecto

último de reducir la

acción

del

Estado

a

un

80

l

1

._.

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sector peque

iio -y

seg

ún

la opinión general,

i

nferior

-

es

el

empobrecimiento

de

la

política y la

desaparición

del interés

en

la

política

por

parte

de la ciudadanía en gene ral. Para la ma-

yor parte

de los

ciudadanos,

su preoc

upac

i

ón

por

la cosa

públi-

ca se limita

a

mantener las manos

del fisco lo

más

lejos posible

de

sus bolsillos.

Pr

ácti

camente

ño hay otro

int

er

és:

no esperan

que ~ Estad

o

les brinde

mucho más;

en consecuencia, encuen-

tran cada vez menos

motivos

par

a ¡:¿articipar activamente en

la

vida política

de la comunidad.

Junt

o con el

achicamiento

del Es

ta

do

benefact

or,

se ha mar

c

hitado

y reducido la

ciudada-

nía políticamente activa.

El

Estado

benefactor,

sin trabajo

Est

as parece n ser las

consecuencias

no previstas (o, como

diría n Zsuzsa Ferge y S.M. Miller,

10

los resultados cuasi

intencionales, dirigidos pero no planeados ) de la tende

ncia

a

in

vestiga

r los ingresos. Uno se

pregunta

, sin embargo, s i eli

min

ar

de la

s

tareas

del

E

sta

do

e n ~ f c t o r

la cr eación

de

senti-

mientos

so lidarios fue sólo fatal miopía (como lo insinu

aro

n

Titmuss y Townsend, por un lado , y

los

defensores de la asis-

ten

cia

focalizada ,

por

el otro), o el resultado no deseado,

pero

inevitable, de

balances

económicos desfavorabl

es.

Como

ya se dijo, tanto la e xpiosiva aparición del Estado be

nefactor

e n el

mundo industrializado,

como

su asombroso

éx

ito

inicial y

la

casi

tot

a l

ausencia

de resistencias que encontró, se

debieron

a

un

proceso

de

s

obredeterminación

  :

fue

la

conver-

gencia e

ntre

numerosos

intereses y presiones, provenientes

de

campos antagónicos, lo que contribuyó a crearlo y m a ntenerlo.

Dura nte largo tiempo se

atribuyó

la necesidad de conser

var

intactas sus

prestaciones

a un contrato social no escrito en-

tre la

s

clases

socüiles

que, de

otro

mod

o,

se habría

n e

ntrega

do

a

un

a

lu

cha s

in cuartel. La sorprendente persistencia

del E

s-

tado benefactor solía explicarse por su papel en la

creación

y

mantenimiento

de

la paz

social:

protegía

mejor

la aceptación

por los

obreros

de l

as reglas establecidas por

s

us patrones ca-

pitali

s t

as

, y lo

hacía

a

un costo más reducid

o

que la ética

del

trab

a

jo

,

cuyo

único sostén

firme

habían

sido

l

as

me

didas

coer

citivas.

81

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Inv

ersamente, el actual hundimiento del Estado benefactor,

la

rápida desaparición del

apoyo que tenía entre

quienes

se

desvivían

por

su funcionamiento, la serenidad con que se acep-

tan la

redut:ción y hasta la eliminación de

sus

prestaciones, e

incluso el

abandono de

su

s

principios,

que parecían inqueb

ran-

tables; s ugieren una sobredeterminación similm·. Expli

ca

r

el

camb

io de

actitud de

la

sociedad

por un cambio de

guardia ideo

lógico,

así como

por los avances de la propaganda

neoliberal,

monetarísta

y

ne

oconser

vadora

, sería

poner el carro delant

e

de

los caballos.

La pregunta

a

la

que hay que

responder

prime-

ro

es

por qué

la

propaganda neoliber·al encontró

un

auditorio

tan

amp

li o y, aparentemente, dio

en

el

blanco sin

encontrar

re

sistencia

.

Clau

s Offe

tiene razón

c

uando

escribe

en

un

artí-

culo de 1987,

bajo el at

inado títul

o

de Democracy Against the

\Velfare Sta e'? [¿La democracia

contra el

Estado benefactor'?],

que la

rápida

pérdida

de apoyo sufnda

por el

Estado no

puede

ex

plicarse totalmente con razonamientos económicos

y

fisca-

les

, ni a través de

argumentos

políticos que subrayen e l ascen-

so de elites e

id

eologías neoconservadoras;

tampoco, invocando

la jus ticia y legitimidad

mor

al del actual reordenamiento del

Est

ado

11

En rigo

r, estos

argumentos tan frecuentes

son,

en

última

instancia, racionalizaciones

políticas

y justificaciones idéológi-

cas

de las medidas adoptadas,

más

que

su

explicación. El

surgimiento

de elites neoconservadoras no es una explicación

de lo

anterior;

es un fenómeno que dehe

ser

comp1·endido en sí

mismo.

Otro misterio que r

equiere,

explicación es por qué las

invocaciones m oral

es

a la justicia y legitimidad , que en

otro

tiempo

impulsaron

y

estimularon

la

continua

expansión

del

Estado b

enefa

ctor, aparecen hoy, casi s iempre, al se

rvicio

de

su reducción y

total

desma

ntelamiento

.

Estuvíer·a

o

no

acotado por presiones contrapuestas, el

éxito

-

inicial del

Estado benefactor

habría

sido

inconcebible en una

sociedad

dominada por el

capital

si no

hubiera

n

existido

coin-

cid

encias

profundas

entre

los seguros

públicos propuestos y

las

necesidades de la economía capitalista. Entre

sus numer

o

sas funciones

, el E

sta

do

benefactor

vino a cumplir W1 papel de

fundamental

importancia

en

la

actualización

y el mejoramien-

to

de

la mano de obra como mercancía: al asegurar una e

ducación

de

buena cal

idad,

un

servicio

de

salud

apropiado, viviendas

dig-

nas

y

un

a alimentación sana para los hijos de las

familias

po-

82

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bres, brindaba a la

industria

capitalista un suministro

cons-

tante

de n1á.no de

obra

calificada (algo

que ninguna empresa

o

grupo de emp1·esas podría haber garant

izado

sin ayuda exter-

na). Y puesto que la reproducción del modo

capitalista

de pro-

ducción

depende

de

la

¡·enovación

constante de

su

mano

de

obra,

los futuros trabajadores deben prepararse como ' 'mercancías

que

los

eventuales empleadores

estén dispuestos a comprnr.

Pero

estos no

podrían ni querrían

hacerlo

si

se les

ofreciera un

producto inferior. El Estado beñefa-cto1·,

por

lo tanto, se dedíc(,

a

formar un

ejército de

reserva , es

decir,

nuevas camadas e ~

trabajadores siempre dispuestos a entrar en servicio activo,

educados

y mantenidos en condiciones adecuadas

hasta l

momento

de

ser

llamados

a

la

fábrica.

Pero

ahora,

la perspectiva

de que los empleadores

necesiton

regularmente los

servicios de ese

ejército de reserva,

fonnurlo

y

mantenido por el Efitado,

son

cada

vez

más

remotas. Es

muy

posible

que

la

mano

de

obra

actualmente desocupada

nuncu

más vuelva a ser considerada

como mercancía,

y no tanto

por-

que su ca

lid

ad se

haya reducido

sino,

sobre todo

, porque

dCi

l ·

apareció

la demanda. La única demanda que puede surgir ho.v

(

pedidos

de

trabajadores

ocasionales,

part time

y flexibloti'

',

y

por

lo tanto no demasiado preparados o especia lizados ) dejun't

de lado ,

segu

ramente,

aque

lla

fuerza

l

abora

l

educada,

sa

na

y

segura que se cultivaba en los mejores

tiempos

del Estado

be-

nefactor. In

cluso las

cantidades relativamente pequei\as de

aquella antigua mano de obra especializada, que algunos sec-

tores

de la industria

moderna

podrían

seguir

necesitando, son

buscados y encontrados más allá

de

las fronteras

de

cada pais,

grac

ias a

la,irrestricta

libe

rtad

de movimientos de que hoy dir;,

ponen las finanzas y

a

la tan ponderada flexibilidad

de la

em-

presa moderna. Un

reciente comentario

de Martín \Voollacoll

define bien la tendencia:

El consorcio suizo-sueco Asea

Br

own Boveri anunció

que

reduci

I'ÍII

su personal en

Europa

occidental en

unas

57.000 personas, al ticru

po que crearía nuevos puestos de trabajo en Asia. Le siguió

Electrolu.x, con la noticia de

que

su

plantel

en

todo el mundo

rliM

minuirá en un 11 ,

con

la

mayoría de los recortes

en

Américn cf •l

Norte y Europa. Pilkington Glass prevé

también

reduccionctl im

portantes.

En sólo diez días,

tres

firmas

europeas

clausururou

puestos

de trabajo

en

un

volumen comparable a

las

cifras Pl'opucttl

H:l

•..

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t<Js

por los nuevos gobiernos

de

Francia y Gran r e t t ~ ñ a para crear

empleos ..

Es

notable que Alemania

haya

perdido un millón de

trabajadores en·cinco años, mientras sus

compañías

están

dedica

das a

levantar.

nuevas plantas

industriales

en Europa oriental,

Asia

y

Améri

ca

l

atina. Si la industria de Europa occidental

se está

mudando

en

bloque, todos

los argument

os

sobre la

manera

de

-

frentar

el· desempleo

desde los

gobiernos deben ser considerados

de importancia

límit

ada.

12

'

Los empleadores de

la

época anterior habían aceptado con

gusto

que el E

stado

se encargara de los costos

de

capacit

acíó

n

y

reproducción

de mano de obra, porque el futuro de la empre

sa

capitalista dependía

del

aumento de la

fuerza

de

trab

ajo.

Pero la

situació

n

fue cambian

do. Hoy, la mayor pa1·te

de la

a ~

nancía

S).lrge

de los

gastos

iniciales

(que

llegan hasta

el

80

 

de

los costos totales), y que no

incluyen

el agregado de

mano

qe

obra

adicional.

Cada vez más, la contratación de mano de obra

deja

de ser un

activo

para transformarse en

un

pasivo. A los

ger

entes, sobre todo a los altos

ejecutivos

de las empresas líde

res,

se

los premia por

planificar

y realizar

con éxito

reduccio-

nes de personal. Tal

es

caso

de Thomas Labrecque,

director

' ·

general

del Chase Manha t tan Bank; a quien

se otorgó

una re

tl·ibución

de nueve

millones de dólares .

anuales

en reconoci-

miento

por

su papel en la eliminación. de 10.000 ·puestos de

trab

ajo. Y las Bols

as

de Valores comparten y

apoyan

las priori

dades de los

accionistas.

Quizá

por

eso

Louis Sc

.

hweitzer, pre

sidente

de Renault, se sintió sorpr

endido y

hasta herido por

la

airada reacción de

la

opinión pública ante el

cierre de

las plan

tas de la empresa en Bélgica; sin embargo, la medida

había

sido

firmemente

l·espaldada

por la

Bolsa de

Valores

la

últi

ma palabra

en cuestión de buenos negocios- que respondió al

cíerre

con un alza del 12% en las acciones de RenaultY

·

P or engorrosos que

resultaran desde el punto

de vista

impositivo, los

servicios de bienestar

público

administrados por

el Es

ado

representaban, para las empresas, tina buena inversión:

cada vez que una compañía deseara expandirse iba a

requerir,

nece

sariamente, mano de

obra

adicional; y para eso tenía, siem

pre

i s p o n i b l e ~

a

los

beneficiarios

del

Estado

benefactor. Aho

ra,

sin

embargo c u a n ~ los

neg

ocios

se

miden por el

valor

de

sus acciones

y

dividendos antes que

por

el volumen

de

su pro-

.

ducción-,

la función

de

la

mano

de obra 'es

cada

vez menor en

84

1

• 1

Page 79: Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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el proce::;o

productivo mientras aumenta al

mismo tiempo la •

libertad

de

la

s empresas

en

s

us emprendimientos

multinacio

nales.

Ahora invertir en la

s

prestaciones

del

Estado benefac

tor ya

no

parece

tan

lucrativo;

los

mismos

efectos

y mejo¡·es,

pueden

o

btenerse

a costos

más

bajos.

Las

fac

ilidad

es logradas

en lugares

distantes s in

mayor

dificultad y bajo los

auspi

cios

de gobiernos poco exigentes- rinden mejores dividendos.

Estos nuevos negocios brindan

oportunidades

sin responsabi

lidades; y frente a condiciones t n buenas desde el punto de

vista

económico,

son

' pocos los

empresarios

sensatos que pre

sionados

por

las duras exigencias

de la com

petencia insisten

en seguir cumpliendo con su responsabi lidad frente a sus tra

bajadores.

La nueva libertad de

movimientos

llega junto a la

liberación

de

_viejas

cargas

financieras:

ahora ya no es preciso cost

ear

la

r

enovación

de

la fuer

za

de trabajo.

Allá

lejos,

reservas aparen

temente

inagotables de

mano

de _obra

virgen

y

maleable

atraen

las nuevas inversiones.

En

un planeta

sólo p

arcialmente

ocu

pado

por comunidades

de

refinad

os

cons

umidore

s sigue ha

biendo

vastos

territorios con trabajadores sumisos cuyas nece

sidades

de

consumo

no

es

necesario estimular.

Las

terribles

exigencias de la

lucha

por la vida bastan y sobran. No

hace

falta

inventar deseos...c;iempre· nuevos

que reclamen

satisfac-

 

c i a n ; - t a m p o c o   á g a r - s u e l d b ~ e ~ v a d u s -

p a r a

que esos deseos se·

conviertan en necesidades universales.

Tal parece ser la lógica de la reproducción capitalista:

una

vez que se las arregló para uti1izar los deseos del consumidor

como pt;ncipal

fuerza

movili

za

dora

e

integradora

(y como el

ca

mino

para resolver

conflictos y mantener el orden ), el

capitali

sm

o

tiende

a

larg

o

plazo

a

va

lorar la

importancia del

desempleo.

Cada nuevo

lote de

terreno explotado según el modo

capitalista

de producción sufre

tarde-o temprano de agota

miento

del

suelo

y

result

a víctima de

la ley

de

rendimientos

decrecientes.

Para- que la

producción

siga

siendo

redituable es

preciso buscar nuevas tierras hasta

ahora

no cultivadas. Esto

expli

ca en gran medida

la

presión tendiente

a

eliminar

cual

quier barrera que se

oponga al libre

comercio y sobre todo a la

libertad de movimientos

del

capital. Y explica mucho más si se

tiene

en

cuenta que

esa

presión va

unida

a .

una

segunda:

la

que

tiende

a impedir los

desplazamientos

de la mano de obra.

Porque

hoy, en todo el mundo a los Mahomas

del

capital les

conviene y es c   . . l e s t ~ rrienos- trepar a las monta ñ

as

donde

85

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está

la mano

de obnt

que convocar f e:sal:i

montañas

hacia sus

tradicionales centros de

producción.

Ahora, tanto el ejército

de

reserva

de trabajadores como

los costos

para

mantenerlo

en

condiciones de entrar en

servi

cio

son

mundiales; pero

los servicios

sociales

dependen

como

siempre

de

un

Estado y -como

la

autoridad estatal misma ,

siguen

siendo

locales. Los brazos

del

Estado son demasiado

cortos para llegar

a

donde

se los

necesita

. La antigua

a§isten

cia del

Estado perdió su

importanci

a para la expansión y segu

ridad

del capital. Los empresarios locales saben

demasiado

bien

que, para seguir

siendo próspe).·os

empresarios,

deben

dejar

de

ser

locales.

Y para eso necesitan primeros ministros y cancille

res,

que

actúen

como agentes

de

negocios para presentarlos a

las autoridades de los

países

donde

decidan

invertir, a fin de

ganar su am istad por

medio

de viajes

diplomáticos

y, si fuera

necesario,

para

financiar esos viajes.·

Y el

interés

primordial, el

eje

alrededor

del

cual giraba toda

la organización del Estado benefactor, desaparece del provecto

de que alguna

ve

z fue sostén. Sin él, t odo

el

edificio se der.mm

ba;

sobre

todo, pierde su fundamentación política. Al desapare

cer

las ventajas de financiar la .educación y l reproducción de

mano

de

obra (mano

de obra que

muy

difícilm

ente

la

industria

vuelva a necesitar), los empresarios de

la

nueva era n i bien se

les pide

que

compartan los costos

de

los servicios sociales- ha

cen uso

de su

nueva libez·tad para llevarse a otros países, menos

exigentes, su dinero y sus empresas. En consecuencia, los go

biernos que insisten en

m a n t e t ~ e r

intac1o el nivel de beneficios

se

ven

acosados

por el temor a

una

ucatástrofe por

pm

·tida do

ble : la multiplicación de los desheredados y el ma sivo éxodo de

capitales

y

de

posibles

fuentes de

ingreso

para

el

fi

sco).

Siempre es

po

s ible convencer a los

empleadores

de que se

queden; pe-ro es necesario reducir pa1:a ello el costo de los ser

vicios sociales. En

este

caso, la garantía de una

supervivencia

mínima

núc le

o

central

de la idea

del

Estado benefactor- es

un

obstáculo

más que una ayuda.

Además,

y esto

es qui zá

lo

más importante,

la creciente

pauperización de

la

fuerza

de tra

bajo resultaría, tarde o temprano, contraproducente: los tra

bajadores

locales

son

también

los

consumidores

locale

s,

y

el

éx.ito económico de los productores

de

bienes

de

consumo de

pende de la solvencia y disposición para pagar

que

tengan

esos

modestos

pero numerosos

consumidores.

8

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A

pes

ar

de verse m ~ n z d o por el derrumbe de sus funda

mentos económicos,

¿no

es posible mante

ner

el

funcionami

en

to del Estado

benefactor

con el

apoyo que

gozó en otro tiempo,

proveniente

de

todas las

clases sociales y más allá de los

lími

tes

de

los

partidos

políticos?

Después

de

todo

,

hasta

hace

poco

la historia vino demostrando que, cuanto más se :Implía una

democr

acia,

m<:is

presiona

en defensa de

los débiles y de

algún

seguro colectivo contra

la

debilidad. Desde

que

·el derecho al voto

se universalizó, fue usado repetidas

veces

·

para

llevar al go

bierno a políticos que prometían

reparar

en forma

colectiva

lo:;

infortuni

os sufridos

en forma individual. El

principio del Esta-

do benefactor parecía seguro en manos de la democracia. M l l l

aún, el crecimiento

indetenible

de la

protección

a

los

débi\u:; \

administrada

por

el

Estado inspiró

a los politólogos, a par·t.ir

de T. H. Marshall, a incluir los derechos sociales en la noci(au

misma de

ciudadanía

democrática , considerando a esos dm·c•

chos

como product

o

inevitable de la

lógica

democrática.

Ciertas teorias populares

explicaron

esa ló-gica sugiriendo, un

poco románticame

nte

, que las pn'icticas

democráticas

como Ln

les cultivan

un sentimiento de

responsabil;dad

por el

bieno:;lut'

de toda la comunidad,

que es compartido

-por todos.-All(llllllll

analistas

agregat·on que,

puésto

que

nadie-(.ñi

siquiera

los

r•km11

puede sentirse

seguro sin una

red de

contención confiabh•,

. ¡

asegurarse

contra una caída por debajo

de

los n i v l ~ d1•

111111

vida digna resultaba indispensable también, como forma do pt'll

teccíón

colectiva, para

quienes se

encontraran.a salvo.

Didw cll•

otro

modo

: durante

casi un siglo

, la lógica visible

de la

dcmWI't'll·

cia hizo pensar que, aunque algunos necesiten y con n11Í11 111'

gencia-

más

servicios sociales que otros, la existencia

dc

1'111111

servicios

y

su

disponibilidad

univer

sa

l

benefician

a todo:;.

¿La

mayoría sat isfecha?

Hace

dos

décadas que

los hechos

parecen

negar

l l pll ' l l l l l-t

deducciones. En un país

tras

otro,

la

mayoría

de los vo .nul.••n

apoya a los partidos que ,

explícitamente,

reclaman In 1'1•clu1'

ción de las prestaciones

sociales

o

prometen

reducir· lun 1111

puestos a la

renta individual,

lo

que

tiene

el

mismo t ~ f t • l ' J t ,

'

frase "Aumentar los impues

tos"

es

un

anatema en hm·u tlu lu

poi íticos y

una

maldición en los oídos de los votantnH.

'

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La

abrumadora unanimidad sobre este punto

manifestada

por todos

los

partidos

sirvió

a

algunos analistas para anunciar

el nacimiento de una "

nueva

solidaridad , de un nuevo

consen-

so

político

que

iría más

allá

de la

izquierda

y la derecha". Pero

se olvidan de

que, no

hace

mucho,

el

Estado benefactor

tms-

cendía

también

a los

partidos,

y

se presentaba

como

base

y

expresión de

una.

genuina

solidaridad

entre

l

as clases sociales.

Efectivamente: las políticas

del

Estado benefactor

contaron

siempre

con

amplio consenso democnítico. El consenso

se

man-

tiene,

como hace medio siglo; sólo

que

ahora

se

expresa justa-

mente en

sentido

contrario. Lo

que hace falta explicar

es este

cambio de

frente.

Y

nadie

explicó

mejor ese cambio

y

sus efectos

políticos (

hace

sólo

dos

décadas, todavía

imp

redecible

s

para

los

más

agudos

especialistas)

que .John Kenneth

Galbraith

en su debate sobre

la

mayoría

satisfecha .

¿Cómo

es posible, se

preguntaba, que

en una

comunidad democ ·ática la

mayoría de

los votantes

apoye

el

aumento de la

desigualdad? Tal

cosa

jamás

había ocurrido; al

menos, desde

que

el

voto

es realmente democrático, desde

que

se extendió de

las

clases propietarias a

todos

los ciudadanos

adultos.

Pero debe

de haber

habido una buena razón.

Los

pobres e

indolentes,

los

que

nunca

consiguieron

bastarse

a

mismos ni

l1egar a

fin de mes sin ayuda de

los

demás,

siempre

fueron

minoría, incluso una insignificante minoría en

lo político.

Era

muy difícil

que se

presentaran a votar

en

las

mesas

electora-

les,

y

siempre

re

sultó más fácil descuidar sus intereses

y

de-

seos. Esto,

en

modo alguno ponía

en peligro

las posibilidades

de

un

candidato. La

mayoría que

favorecía alguna

forma de

redistribución de la riqueza

, la

corrección de las desigualdades

y

sobre

todo, l

as

garantías

co

lectiva

s

de

bienestar

individual,

debía , por lo tanto, provenir de otro sector. El votante medio",

cómodamente instalado a una

buena

distancia de

la

pobreza

extrema, formaba

sin

duda

parte

de

ella. Los que votaban

en

favor

de

la red de

contención (

sostenida por el

Estado) deben

de

haber

sido

quienes no

tenían

intención

de usarla en

lo in-

mediato; gente que,

incluso,

esperaba

sinceramente

no tener

que usarla

jamás.

A

primera

vista, actuaron en forma altruista,

dispuestos a realizar un sacrificio personal a cambio del cual,

probablemente,

no

recibirían recompensa

alguna en

un

futuro

cercano

y

con

suerte, jamás.

¿Qué

los

llevaba a comportarse'

así?

88 ·

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Lo más probable es que el

ver·dadero motivo fuera

su

falta

de

seguridad en

mismo

s. asta

entonces se

las

habían arre

g

lado

solos;

pero,

¿cómo saber si

la

suerte (puesto que era una

cues

tión de suerte) les duraría siempre?

Veían

el mundo que

lo s rodeaba: toda form a

de

prosperidad

era

irregular,

tambaleante

y

variable;

la

más

espectacular

de

las

fortunas

podía desvanecerse

sin

dejar rastro, arrastrando al abismo

a

m(llares

de

exis tencias menores y

más

v

ulnerables.

¿Con qué

recursos

era necesario contar

para estar realmente a-salvo? La

seguridad,

¿no req

uiere,

acaso, bases

más sólidas

que

cualquier

cosa que

puedan llegar

a

idear los más

esforzados? Parecían

preguntas razonables, quizá retóricas   pero que tenían una

única respuesta .

L

as

circunstancias

tienen

que

haber

cambiado

para

que

hoy

esas preguntas ya no se

formulen;

si aparecen,

encuentran

siem

pre

una respuesta

del

todo difere

nte .Hoy,

la

mayor parte de

los votantes

medios

parecen

sentirse más seguros si ellos

mis

mo administran

sus asuntos.

Necesitan, todavía,

un

seguro

contra la

mala suerte

y o

tras contingencias,

pues

no

las con-

trolan mejor que

sus padres, pero suponen que

el

tipo

de segu

ro que pueden comprar en

forma

privada les

ofrecerá

más y

mejor

es

beneficios

que los servicios

de

baja

calidad

que el Es

tado

les

proporcionaría.

No

es tanto una

cuestión de confianza

s ino una simple

reflexión: cualquier forma de

confianza

en

mismo

es

siempre mejor que los

riesgos

inevitablemente aca

rreados.

Esta nueva convicción o r e s i ~ n c i ó n a lo inevitable) alte.ra

el

equilibrio entre los sacrificios

por

hacer

para conservar

los be-

neficios sociales y el valor

de

esos beneficios; modifica

al menos,

la valora

ción

de ese equilibrioen momentos tranquilos

y felice

s,

cuando

recurrir

a

la

asistencia del

Estado

parece

una

emergen

cía-absolutamente

improbable. Tener dinero en

el

bolsillo gra

cias

a la reducción .de

impuestos parece

una perspectiva mejor

que la

posibilidad,

en

gran

medida

abst

racta, de recurrir

a

aque-

lla asistencia,

cuya

calidad

y

cuyo atractivo se

reducen

día tras

día. La asistencia del Estado, para

d

ecirlo en

términos

sencillos

y

actuales, no rinde

el

dinero

que cuesta . .

La

forma

en

que el votante medio considera el

equilibrio

entre

costos fiscales y

beneficios

sociales

cambió

también

por

otros

dos

motivos

que

refuerzan

indirectamente

el

deseo

de

confian

za

y autonomía, y hacen

menos atractiva todavía

la

alternati

va

de recurrir a los servicios del Estado.

/

89

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En

primer lugar, e:3tún

lo::;

efectos a largo pla:w del principio de

mvestigación

de ingresos.

Uno de estos efectos

es el

incesante y

continuo deterioro en

la

caliaad de los se1-vicios socia les. Como

puede esperarse,

una vez reservados para quienes los

necesitan,

esos

servicios

ya

no

sufren la

presión

política

de

los

que

no

los

precisan (al menos hasta

el

moment.o), y se convierten en blanco

de medidas

propu

esta

s

por

los políticos que prometen reduci1·

impuestos para ganarse

el

voto de los afortunados, ya que

la

gen

te

más necesitada carece-de

fuerza

propia.

No hace

mucho,

el nuevo

gobierno

socialista de Francia, al

priorizar

el

cumplimiento

de Jos criteiios presupuestarios que

ihan a llevar a la moneda

única

europea --entonces en proyec

t

, adoptó el critet1.o

(por :( lUCho

tiempo

evitado)

de la inves

tigación de ingresos, e

introdujo

un techo a las

asignaciones

familiares que, hasta entonces, eran de carácter universal. Re

sumiendo

_la

experiencia de

los

otros

países que

habían

segui

do anteriormente el mismo

rumbo,

Serge Halimi observó:

Se empieza

por

negarles

a l

as clases

me

dias el acceso igualitario

a determinadas prestaciones colectivas. Luego,

esas

prestacio

nes aparecen asociadas a los

más

pobres , los únicos que pasan

a b

enefic

iar

s e

con

ellas.

Y

las

cifras

destinadas

a

las

pre

stac

io

nes disminuyen

más

y

más, según la regla de

que

(en la expre

s

ión estadounidense) los programas para pobres so

n

progra

m as pobres . Tarde o temprano, se

descubren

estafas, engaños y

abusos :

una madre soltera,

generalmente

negra, que usa sus

cupones

para

comprar vodka

(una cantinela demasiado r epetida

éntr

e los seguidores

de

Ronald

Reagan

);

los pobres

son

irrespon

sables

y sólo tienen hijos para gozar de las prestaciones públicas,

_

etc. La

última etapa

se

cumple cuando, una

vez

evaporada la po

pularidad

de los beneficios

estatales, las

clases medias,

a l

as que

ya no

le.s

inter

esa su

continuidad,

aceptan

la abolición del

Estado

benefaclor.

14

, Limitar los beneficios de los serVicios estatales

al

segmento

políticamente marginado del electorado resulta, así, una rece

ta

perfecta

para bajar

la

calidad

de esos servicios a

un

nivel

que,

a los

ojos

de los segn1ent.os algo

menos

empobrecidos,

de

terminará

que,

en

comparación,

hasta

la

más

dud

osa

de

las

aseguradoras

privadas

parezca

un lujo. (Se

ría

interesante,

sin

embargo, medir hasta qué punto el

deterioro

de los senicios

estatales

hace

bajar también la

calidad de

las prestaciones pri-

90

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vadas y en

consecuencia, reduce

el nivel de atención de la

po

blación en general. El

descenso

constante en la calidad de

los

servicios es el mejor

argumento

contra _l costo que represen

tan:

su calidad está llegando

a un nivel

tan bajo

que,

para la

mayoría

del

electorado,

cualquier

cifra

destinada

a

ellos es

di

nero

a r r o j a d o ~ la

basura.

Otra

consecuencía

de la investigación de

ingTesos

es el es

tigma

que

significa

para los beneficiarios. El mensaje implícito

- aunque

no

se lo formule en estos términos- es: la necesidad

de asistencia indica el f r a c a ~ o

para

vivir

al nivel

de la mayoría,

que no parece tene1· dificultades

para

alcanzarlo.

Solicitar

un

benefi.cio

es,

por lo tanto,

admitir

e ~ e fr.acaso. Es tomar una

decisión

vergonzante,

es

automarginarse,

porque la mayor parte

de la gente

nunca

parece

recurrir

al

erario

público.

Todo lo

que la gente

obtiene,

como exención de impuestos, obtención

de

beneficios

profesionales o subsidios

empresariales

directos

o indirectos, aparece en

las

cuentas del Estado a su crédito, no

como

débito. La perspectiva

de solicitar

beneficios no resulta

atractiva, y esto

hace que

cualquier

otra

alternativa

parezca

más

deseable

y razonable, sin importar su calidad.

En

segundo lugar, está el

surgimiento de la socied-ad

de con-

.

sumo

y

de la

cultura

consumista. El

consumismo valora,

más

que nada,

la

elección:

elegir, esa

modalidad

puramente formal,

pasa a ser

un valor

en

mismo, tal vez

el

único

valor

de esa

cultura

que O requiere,

ni permite,

justificación.

La

elección

es el metavalot·

de

la sociedad de

consum0,

el valor

que mide

y

jerarquiza los

demás.

Y esto no

puede

extrañar:

la capacidad

de elegir

que

tiene el

consumidor es el

reflejo de

la c o m p e t e n ~

cia, que a su vez

es

el alma del mercado.

Para

sobt·evivir, y

mucho

más para

pt·osperar,

el

mercado de consumo debe

hacer

al

consumidor, antes,

a su

propia

imagen:

la

competencia le

ofrece la elección,

y

la

posibilidad ele elegir

hace atractiva la

otet-ta.

El mito del

consumidor

exigente, y el

del mercado como pro

veedor

de la libre elección

y guardián de

la libertad de

expre

sar

preferencias,

se

alimentan y cultivan recíprocamente. Sin

el primero, sería difícil imaginar al seg-undo.

El

buen consumi

dor

es

el

que aprecia

el

derecho

a

elegir

más que

el objeto

que

se

elegirá,

y celebra sus visitas al mercado como la

pública

manifestación de su sabiduría. La amplia variedad de produc

tos exhibidos, junto a la

posibilidad

de

elegfr uno entre

muchoR

9

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ut.ros, eleva a eu<:dquier aficio

nado

a la cattgoría

de

connaisseur

Al

mismo tit::mpo,

ser una

persona habilido

sa

y cultivada en el

;

u·te

de elegil·

es,

en la sociedad de

consumo

(

un

a socie

dad

estratificada

según

el talento

para elegir

), el

honor

más codi

c

iado

. La

convicció

n

de

saberse

capacitado

para

elegir

es

la

m<í

s gra tifi

can

te. Is

Inversamente, una

s ituaci

ón

sin

elección

- la necesidad

de

Lomar lo

que se

recibe só lo porque a

uno

no

se

le

ofrece otra

c:o.sa;

la

de

no

tener

voz en la

deei

s ón

es,

en

eonsecuencia, el

;mtivalor

en

la sociedad

de

consumo. Estar incapacitado para

i lcgir resulta , en sí

mismo

, degradante y humillante,

indepen

di ente

mente de los efectos que tenga

sobre el bienestar

de quien

~ w f r

  esa

situación. Es,

también,

una

condición pt·ofundamen

te

insati

sfacto

ria,

trist

e,

aburrida

y

monótona.

Los

bienes

al

C .nnzan todo s u brillo y atractivo precisamente por haber sido

ulc::gidos; si se suprime

la

elección,

su

seducción

se

de

svanece

sin dejar rastros .

Un

objeto

elegido

librem

ente tiene

el

poder

de

otorg

arle a

qui

en lo elige

una distinción que

los

bienes

s

im

plemente

adjudicados jamás

podrán bl'indarle. Un co

nsumi

dor maduro

y experimentado,

por

lo

tant

o, valorará la

posibilidad

J c elegir, con todos sus liesgos y

sus

trampas,

desconocidas

y

h::tsta

atemolizantes,

antes

que la

seg

urid

ad

relativa

que

pue

rlan

ofrecerle el

racj.onamiento

y el reparto

previstos.

16

El con-

sumidor ideal está dispuesto

a

tolerar la inferioridad relativa

.

obj eto ele

consumo

sólo

por haberlo

elegido

libr

emente ,

sin que

se

lo adjudicat·an.

Por todo esto, la ordenada institución

del

Estado

e n ~ f c t o r

-

n::;tá

en

contradicción

absoluta con

el

clima reinante en

la so

ci

eda

d de

consumo;

y

esto, independientemente

de

la ca

lidad

de

l

as

prestaciones que ofrezca. Así como la comerciaJización

de

un producto no puede

realizarse

sin promover

(a

unque sea boca

a boca) ei culto

de

la diferencia y la elección, el

Estado benefac

tor carece

de sentido si

no apela a

las ideas

de igualdad

de

n

ecesida

d y

de

d

erec

hos

de los hombr

es. E l

consumismo

y el

Estado

benefactox·

son por

lo

tanto

incompatibles:.Y el

c}ue ile

va todas

las

de

perder es el Estado; la· presión ej

ercida

por la

mentalidad del consumidor es

abrumadora. Aunque los servi

cios

ofrecidos por el

Estado fueran de

calidad

muy su

perior,

cargarían siempre

con

una

falla

fundamental:

les

falta

la

su

puestamente libr

e

elección

del consumidor. Y

este defecto

los

descalifica, a los ojos de los

consumidores

fieles, creyentes y

devotos, mas allá de

toda

redención.

92

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  léx

i to qu  pro v

ocó

l

fin

Dicho

esto, a lgunas preguntas quedan ~ n contestar.

¿Cómo

es

posible

que

tantos miembros ele la sociedad moderna

se ha

yan

conver·tido

en

refinados consumidores? ¿Por qué

una

ma

yoría tan importante

prefiere hacer

sus

propi

as el

ecciones

ele

consumo, en lugar de depender

de

u na

cobertu

ra

garantizada

,

s i n . r

i e ~ g o s

para todas sus necesidades básica

s?

¿Cómo es posi-

ble que esa mayoria se

muestre

tan confom1e, a pesar

de

ha

ber

sido

abandonada

a sus propios recursos y libmda a

su

ingenio

e i

nventiva? Quizás el

s iguiente

ejemplo

permita vis l

umbrar

las razones.

Durante la

última d

écada,

una ola

de

protestas

recorrió los

Estados

Uni

dos.

Se

trataba

de oponerse

a

la llamada

acción

afirmativa affirmati

v

action] que,

para

borr

a1· antiguas

dis

criminaciones basadas en el color de la

pie

l, facilitaba el acceso

a los empleos ,

así como

la

admisión

y la graduación

en

l

as

uni

versidades, de negros e hispanos estadounidenses de

origen

latinoame ricano

 . Estos

aspü·

antes,

provenientes de estratos

sociales hasta entonces margi

nados, se

encontr

aban en

des

ventaja

para una competencia abierta

con

los blancos

anglosajones , mejor ubicados

socialmente

y

que,

por

lo

gene

ral,

habían

recibido

una educación

más

es

merada.

A esa

ola

de

protestas contribuyeron, hay que decirlo,

los

miembros

conser

vadores

de

las Cortes Supl·ema y Federa l, nombrados en la

era

Reagan-Bush.

Pet·o la protesta, en sí, era

ele

esperarse,

ya que

muchos padres

de estudiantes blancos estaban desconcertados

e

indignados

porque

otros

alumnos, con cali llcaciones

inferio

res,

ocupaban

las

vacantes

que S US hijos no habían conseguido

a pesar de haber l

ogrado

mejor·es resultados en las evaluacio

nes. Lo sorprendente, sin

embargo,

fue el creciente

número

de

afronorteamericanos que se

sumó a

la

protesta. De

hecho,

el

primer candidatg_.del

Partido

Demócrata que ganó una banca

en

la Legislatura estadual

de California

con una plataforma

que ex i

gía

el lln

de

la acción a firmativa fue \Vard _Connerly,

un

acaudalado empresario

negro.

Aunque

censurado

y

difama-

. do por muchos activistas negros e hispanos, Connerly obtuvo

un

importante

apoyo, abierto o t . . ~ c i t o

en

la cada vez

mas

flore-

ciente

cl

ase

media negra norteamericana.

El

arg

·

umento

que

más

profundamente movilizó a ese creciente sector

social

y

étnico· fue el de

su dignidad

y su auténtica afirmación: la

lla-

93

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macla

acción

afirmativa --entendían·-- devaluaba y

empe

queñecía

los logTos de los numerosos

negros

que habían llega

do . P ara e

llo

s, habría s ido mucho más gratificante que nadie

hubiera podido considerar Bu

éxito

como

inm

erecido, como un

rega

lo

en lug

ar

del

resultado

de

su

esfuerzo consciente,

su

ta

lento

personal,

su

trabajo

tesonero

y la correcta etección de un

estilo de vida.

El

argumento

de

quienes apoyaban a Connerly

era simp

le:

·'No necesitamos

muletas , Podemos

arreglarnos nosotros so

los .

Pero, ¿de

dónde

sa

lió, repentin

amente

,

tan

ta

seguridad?

La

respuesta la dio el mismo Connerly:

Todos pueden

llegar

porque el campo de juego, ahora, está más

al

alcance de to

dos .17 Y aquí

cabe

una

reflexión:

si el campo de jueg·o se había

igualado

para

todos

era,

precisamente,

gracias

a la

acción afir

mativa ; allí está el éxito innegable

y

el logro histórico

de

aquella

política.

Una

de cada tres

familias

negras norteamericanas

cuenta,

en

la actua

lidad, con un ingreso igual o superior a l

promedio

estadounidense

(35.000

dólares anuales); hace ape

n

as

25

años,

las que disponían de

ese

ingreso e

ran menos de

una

cada cuatro. Más de una

de

cada cinco fam ilias ne

gras

puede,

ahora

, jactarse de un ingreso anual superior a tos 50.000

dólares

que,

en

los

Estados

Unidos,

con

stit

uy

e el

índice

de

ri

queza.

H ay miles y miles de abogados, médicos y gerentes de

empresas negTos, gen te que es escuchada y

puede hacerse

es

cuchar. ¿Podria hab

er

sucedido todo esto

sin

la é _cción

afirma

tiva ? Según

una

reciente investigación llevada a cabo por la

Escuela

de Leyes

de

la Universidad de Nueva York, de los

3.433

negros que ingresaron como estudiant

es

de

Derecho y,

por lo

tanto,

tuv

ieron

la

posibilidad de

a cc

eder

a una

de

las prof

esio

nes

más

lucrativas de

los

Estados Un

idos

,

sólo

87

habrían

estado en

condiciones

de ingresar de acuerdo con

los resulta

do

s de sus

exámenes

.

n

menos de un

cuarto

de siglo, la acción

afirmativa

logró

un

rendimiento

comparable al a

lcan

zado por los fundadores

del Estado benefactor: su

propio

éxito

implicó

su desapari

c i ~ n . P ero, si fue así, las cosas no sucedieron del

modo

como

los

visionarios

las

habían imaginado.

Gracias a la discrimina

ción positiva,

una nueva

clase media negTa surgió en los Estados

Ucidos,

a

hor

a

segura

de

mism

a.

Sus

miembros

no

quieren

que

se les recuerde que

llegaron

hasta allí,

no

por su

propia

inteligencia

y

su es

fuerzo,

com

o hacen

o se

s

upone

que ha-

94

Page 89: Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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cen

-

otros es

tadounidenses,

sino porqu

e

se

los

ay udó cm

:gan-

do los

dados. Co

n t

oda la voz

proclaman

que,

si e llos lle

garon ,

los demás también

pueden

hacerlo; si alguno no lo hizo es por

que no se esforzó lo suficiente. Quienes lo lograron, por lo tan

to, lo

hicieron

gracias

a

que

lo

intentaron

como

debían

.

Para que todo esto res

ult

e

creíb

le, sus

compañeros

de

desti-

no

más pobres deben ser

observado

s con sospech a y desdén;

hace falta, sobre

todo, exigir

la

e

limi

nación

de privilegios'',

de

ese

irrit

a nte recorda torio que señala un triunfo

logrado

con

ayuda.

Quienes

llegaron a la cima

ya no

necesitan las

muletas

del Estado; es más:

están

ansiosos

po

t· desh acer se de ellas. Los

primeros e n ll

ega

r son los primeros en decla rar inútil aq

uella

ayuda

y en

quejarse por

la

sombra

inicu

a y

degradante

quo

proy

e

ct

a

sobre

quien

es la recib

e n .

No es

este, sin

embargo,

el si

gnitlcado que

aque

lla

s

p o l í t i c a : - ~

t an to el Estado benefactor como la acción afirmativa - hn ··

bían

tenido para los creadores. Aquellos precursores soñn rou

con la e li minación de las

privaciones

que h abían hecho necuHa

ría e n principio la

asistencia

a quienes carecían

de m e d i o : - ~

o l

disc

r im inación positi

va para

compensar la desigualdad arTa:;

trada a lo largo

de

gene

racione

s y, de

ese

modo, p

e•·

mil:ir·

,,

....

todos tuvieran las mismas oportunidades. P ero su

cedió

r t l ~ : u

bastante dife·rente: aquellos a quienes la comunidad

coniri

l r

a eleva¡· por e ncima de su posición inferior inicial

no

t;ú lu

dejaron de

n e c e ~ ~ t r

la

ayuda

sino que se

convirtie

r

on,

t.am

bíén, en

su s feroces detractores.

En cierto

modo, la

ac

ción

afil'

mativa

había

creado

s us p ropios sepultureros. -Los o x i i ~ H I I I I I

profesiona

les negTos, q

ue

llegaron a la

clase

media alta dit ' l ' l '

tamente d

es

de la

marginalidad del gueto,

tienen más fnotlvu

para

sentirse moralmente

s

uperiores

a

sus

colegas

n

c o : ~

pant

censurar

al Esta

do ninera

:y al

hacerlo,

parecer s inct'

l'l

lll y

creíbl

es.

Ellos llega

ron

, e llos lo l

og

r

aron,

probar

on qUC l'W

po

a

hacer

y a hora alientan a los demás a

ha

ce r lo mismo.

p,.,.n,

¿pu

eden

hacer lo mi

smo

ahora que ya no

existe

el dqrnulu11

te  ajuste de

puntajes

en relación con el color de piel'?

•:

nu

pasado,

en

la Escuela

de

Leyes de Universidad de Tc

xu:1

iatt:•·•·

un 5,9%

de

estudiantes negros. E

ste

año,

d e s p u ~ H

el•• hultt•t

se

s

uprimido la

disc1iminación

po

sitiv

a , la

pm¡111r'l'in11

•u•

del 0,7%.

¿Quién se hará cargo, en la próxima gcrwrau·i• •ll,

' ' .1

indignación contra Ward Connerly?

' '

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Los casos

de la

acción

aflrmativa el

E:;Lado

benefactor no

:;un, desde

lue

go,

idénticos: la idea de   los servicios

sociales a

cargo del Estado estaba dirigida contra cualquie1· for·ma de dis

cr·imi

nacíón

y sin

embargo,

en

su

etapa

final

produjo

una

discri

minación que

fue

cualquier cosa

menos positiva ;

pero su

mecani

smo

psic

osoci

al un éxito que implica desaparición

fun

eiona

del mismo modo

en

ambos casos.

La

mayoría

satisfe

cha

de

Galbraith

es, en

no escasa medida,

produ to del

Estado

benefactor prueba de su éxito.

Los servicios

sociales

a

cargo del Estado

no

llegaron

a

reali

zar el

sueño

de sus fundadores: exterminar,

de

una vez

y

para

sinmpre,

la

pobreza,

la

humillación

y

el

desaliento.

Pero

surgió

una generación educada, con buena salud, confiada,

segura

de

HÍ misma

y

celosa de su

nueva

independencia;

y esta

genera

eión rechazó

la

idea

de

que es deber

de

quienes han triunfado

el ofrecer· su

ayuda a-

quienes

siguen

fracasando. En los oídos

de

es

ta

generación, de estos hombres

y

mujeres que

se

hicie

ron

a sí mismos

gracias

a la asistencia

de un Estado

di

spuesto

a

ayudar, los

argumentos

sobre

el

impacto negativo

de los ser

vicios

sociales

resultan

pa

rticularmente

reveladores.

Aunque

no

es tan

claro, sin

em

bargo,

que esos

argumentos

sobrevivan

a la

ge

neración más

dispuesta

a

aceptarlos como

verdaderos.

H

ay

z·azon

es para suponer,

corno

Martín

Woo

llacott

sostuvo

recientemente,

que

las

medidas planteadas

por

los

responsa

bles de los últimos cambios como

solución

a las contradicciones

reales o s

upuestas del Estado benefactor se

reducen a:

sacar

provecho,

s

implemente,

de

aquello

que

en

términos

históri

cos es sólo un

momento: el momento

e.n

que

el

capital

soc

ial acu

mulado por

el

Estado

benefactor no se

ha

disipado

del todo, los

nuevo

s

costos pr

ovocados

por su caída no

llegat·on tod

avía

a

se

r

enormes.

r-os costos socia

les t an to

los

del

E

stado

benefactor,

como

los

del neoliberal- son

siem

pre

grandes;

pero

Jos de

un Estado de

transición

entre

ambos

pueden

ser considerados

pequeii.os,

quizá

por

ignorancia

o

por

ocu

ltamíento

. Y es

posible

que

lo sean,

pero

sólo por un

tiempo.

18

Notas

l Bienestar publico [ ublic

wel{are]

e

la

exp

1·e,;ión r p u ~

por

Kirk

i\lann

en su

análisis sobre

la distinción

que Richard Titmuss

estab leció en

1955 entre bienestar fisciil,

ocupacional

y social. Luego

de

seitalar que sepa-

96

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rar

el

"bienest&r social" di: o ~

otro::.

resulta

"en

parta engano:;o,

puesto

4ue

los tres son,

obviamente,

sociales", Mann propone

hablar de

bienestar

públi-

co. "Es

público

d ice Mann en

el

:;entido

de

que todos lo

ven y

práctica

mente

todos

lo

identifican con

el

Estz.do

b e n e f a c t o r ~

Véase

K.

.1\-Iann

(1992),

The i\tlaidn[J o an

English.

Und.erclass: The Social Diuisions o Wel(are and

Labow·.

Buckine-ham:

Open

U n i ~ r s i t y Press

,

p.l3.

Uso

nquí

la

expresión

"b

i

enesta

r

público"

en un

sentido algo díferente

del

propuesto por

.1\-lann:

como un a

idea generalizable

a todas

las

form as, m{ls

es

pecíficas, del bienes

tar

individual

garantizado colecti

vamente, sin

importar

qué forma

a

dopte la

prestac1ón ni

qué

institución

la administre.

2. l

Gough

(

1979)

,

The Political Economy of

the

\Velfare S tate. Londres:

Macmillan, p. 11.

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C. Offe (1984)

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o the

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n,

pp. 152-3

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Estado

del Bienestar.

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Fondo

de

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la pobreza). Londres:

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12. M.

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learn to behave

bettcr

again", The

Guardia11,

14 de junio.

13. D. Duelos (1997), "La cosm

ocrntoie,

nouvelle classe

planetaire", Le

}rlonde Diploma

tiqu

e , agos to

, pp.

14-15

.

14. S.

Hali

mi ( 1997),

"Alloca

tion, équ.ité,

égalité",

ü Monde Diplomatique,

agosto,

p.

18

.

15

. Esto,

desde

luego, es una ilusión , como reiteradamente lo señalan los

estudiosos

del

consumism·o, pero una ilusión que protege

la

realidad

y

sin

la

cual la realidad

de l

mercado no podría funcionar. De

hecho,

la promesa

y

la

ostentación

de la

elecció

n

(incluso

de una

simple

hamburguesa McDonald's

en

cua lquier

a

de sus

encarnaciones)

apelan

a l

amor

a

la elección,

cu

ltivado

con insistencia

para

atraer

nuevos consumidores

al

mercado donde

la

varie

dad de

la

elecc

ión

ya es tá lijada y limitada en form

a est

ri

cta.

Elijan

lo q ue

elija

n,

l

os consumidores jamás se

apartarán de lo

que se les ofrece,

y

la

ofe¡·.

ta no está determinada por la

elección

de

los

consumidores.

La dictan geren

t.es

que no

fueron

elegidos: los

administradores

de lns

empresas

multinacio

n

ales que se acercan

cada vez m ás

al

gobierno

monopólico

de

los mercados de

97

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<.ua.,umo. Comu descubúo John Vida) ( Empir of burgen(, 1 h t ~ Guurdion,

20

de

junio

de

1997): En

ocho

sector es, ent.re los que se encuentran

los

auto

móviles,

el espacio aé:·eo,

b eJectronica, el acem,

l

os armamentos

y los

me

dios,

las cinco

m

ayores

corporaciones conl

rolan el del

mercado

mun

dial   . Y

concluye:

Este podet·

ha

dejado

de ser sólo financ

ie

ro

;

es tambien

cultural.

Esta

enwezando

a

regir los fundamentos

de la

vida. Diez

corpo

ra-

-ciones

con

tro

lan e n la

actualidad

casi

todos

J

os aspectos d ~

la cadena

mun

dial

de los

a limentos.

Cuatro

controlan el 90 

i de

las exportaciones mundia

les de maíz, t1·igo, tabaco, té, pirta, yute y

p(Oductos

forestales·•.

16. R e c o r d ~ m o s que

una de

las

más

eficaces acusaciones en la campafta

que los pa íse5

occidentales

durante

los anos de la

Guerra

Fría- lanzaron

contra los r e b Í m e n ~ s comunistas,

fue la

que

s ubr

ayaba la ausencia

de e lec

ción

en

l

as

tiendas.

No importab

a

si los consumidores sufrían h:lmbt·e

o pri

vación,

o

si se solucionaban

o

no sus necesidades

básicas. Lo que

importaba

mas

que nad a - no era

tanto

la

disponib

i

lidad

o incluso la

ca lidad

de

los

seHicios médicos, como la imp

os

ibilidad de e

.legir

el

médico¡ no

los

costos

o la

disponibilidad

de

escuelas o viviendas , sino, nuevamente , la ~ u s t n c i a de li

bertad para elegirlos. Coincidentemente, conviene seiialar también que, en

los p

aí8es escan

dinavos ue

jamás

pudi.

ero

n ser

acusados de falta de de

mocracia-, las objeciones

a la ausencia

de elección del co

ns

um idor

socava

ron gravemente

el

apoyo

popular a

sus

excelente s servicios

soc

ia l

es

adminis

tt·ados por

el

Estado.

17.

Esta ci

ta

y las siguientes provienen del artículo

God

Bless

(white)

America , de

Mat·tin \Valke1· The Gu.ardian 17

de

mayo

de

1997).

-rs.

M. Woollacott (1997), Behind the myth of the self-roade

man ,

The

Guardian,

17

de

mayo.

98

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a ética del trabajo

y

los nuevos

pobres

A comienzos-del siglo XJX quienes iniciaron la

prédica de

la

ética

del

trabajo

sabían muy

bien

de

qué

estaban hablando.

Por

aquellos

años,

el trabajo era la

única

fuente

de

riqueza;

producir más,

y a

umentar la mano de obra en

el proceso

de

pro

ducción,

significaban

prácticamente

lo mismo. Los empresa  

ríos

deseosos

de

producir

a

um

entaban

sin

cesar;

crecía,

t a mbién,

el

número

de

miserables que se resistían a trabajar

en las condiciones impuestas por esos empresarios. Y la éti

ca

del tl·

abajo

aparecía, entonces , como la fórmula

para que

am

bos grupos coincidieran. El trabajo era el

camino

que , a l

mi

s

mo tiemyo

,

podía crear

la

riqueza

de

las naciones

y

acabar con

-Ia pob1·eza

de

los individuos.

A fines del siglo xx, la

ética

del trabajo vuelve a ocupar el

primee plano

en

el debate

público,

tanto en el diagnós tico de

los males sociales como

en su

curación. Su

import

ancia

es

deci

siva en los

programas

de as

istenci

a para reinserción en nue

vos trabajos [wel/ are-to-work], inaugu¡·ados en los

Estados

Unidos

y

que

desdé-su iniciación y

a-pesar de

sus dudosos

r esultados) fueron

vistos

con envidia por un

reciente núm

ero

de políticos en otros países ricos,

entre

ellos Gran

Br

etaña. Como

señalan Handler y Pointer a l

referirse

a los WIN [sigla

de

los

~ r   m s

de

reinserción laboral estadounidenses que a

su

vez,

como

palabra,

significa

triun r

}

Desde

los

comienzos,

a lo largo de su complicada

historia, la

re

tórica que justificaba los WlN tuvo escasa

relación

con su imp

acto

99

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real. Ln p e r ~ l i c a in dica que e l Pr •J:Jtrama o

btu

vo truté& r:stmlla

dos

... Las poHt.:ica.&

de

asistenciA

lobo

ro

l subs.ist.t?n en su.a

d i v e e . s

forma

¡. a p

~

a r de una abru

ma

dora comprrtbac1ón: no )OE J"O I'On r e

ducir ~

n

cifr

os

a

precia

bles la can r.idad d&

e : r Q

n . e ~

d

e p e . n d i n  

d ~

(Q.il¡

pri'lrrr amos scciale

R,

ni d

evo

lv

er

u

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• ~ su

uu t.o:.;ufi

icn

ci

a.

Por

lo

ta

nto,

l.

so

cD

u.sa.CJ

de

su mt.nt.o

nim

üm

to

no

u

d

n

ser

S llJI efec

t..ots benefl cio.so..ot

para los o b r

sino

su

eviden

te u

t.

Ui

dad par

a q\l

ien

f. '>J no lo s  ::m.

1

La resiste ncifl , real o aparente , a apoyar los sc::n.rieio,s sociales

tkstin

adO$ a QU C tOG pobrés

se

incorporen a l esfuerzo productivo

no dtltiene en medo al¡;runo al cn:

ci

rru cnto d e

la

productividad .

L a ~

corporacio

nes

ya

no neces:.tan

é ~

tt-a baja

do:re13

para

au-

rnf:'ntar

sus

a n a n c

a ~ .

y,

:::i

U

eg

n

a

n

t>C

P

 _

t

tarlos,

los

e

.a

cu

entran

t

flcilmE>

n

te en otra

s

p a r t e ~ y

en

m e j o r ~

s condicion

es que en

su

r1aü; , a

unqu

e eglo contr:-ibuya

a

aum f.>ntar la pobreza

en

los p a i ~

ses

tradiciona lmente considerado.-; ricos. e

acuerdo

con

e.l

últi

mo l l l { o r m ~

sobre esarrollo

um n

o de las Naciones Unidas,

1.;

300

o n

o ~ d e

se1·es

humanot:.

v iv

e.n en

todo

el

rnundo, con

n h : e ~ e d o

r de

un dólar

dimio. Ften

te

;

0

e ~ t a perspectiva, basta

loo 100 mmone:s de pe-r:::onas que eatá n

bajo

la

línea de p o b r - . : ~ z a

nn loo pa3se$

d e o ~

de Occidente, donde n ació la ética del trabajo,

li men mu.

cho que perder

t.oda'.-"la.

En. el mundo de las grandes

corporaci

.o.nes, e l progreso es

anl11lodo reducción de personal , y el ava nce tccnolóeico equi

vn a reemp

lazar seres humanos

por soft.

w¡¡

r e ~ l e c t r ó n 1 c o . La

medida de lo e.n gaf10sa que suena

la

condena a los

beneficin-

J·io::;

oe

l.os n uevos prof,Tamas social

es

- a

quie

,n.

es

se actt :a de

no querer

trabp.jar, de

que bien podd aJl

ga n a rse

la vida

si

aban-

dcmamn sus h ;;\bit.os de dependend 

la

d a el

modo

en que ias

o l ~ a s

de

Val

ores, es

os

im'oluntar1o

s

pero

muy

sinceros porta-

voces de

las

co.r.po.r

;J.

ciones, reaccionan ante

cFJ.da

fl

uctuacion

en

las

cifras de 0m pleo . No sólo

no

o1an

it

i es-u:m

ilfgno aluuno

de

-- ansiedad,

menos aú n

de

pánico, cuando ct:eco el

nivel de

des-

empleo;

reaccionan,

, y lo hnce11 con Qntusizmsmo, fr ente a la

noticia de

qu

e

la

proporci

ón

d.e trabajadort:s o c u p ~

t d

o s proba-

blemente no a umeo.tará. La noticia de que t:ntl'e j unio y j u lio

de

1996

d i ~ m i n u y

ó

el

número

de n u evos p u e t : ~ l o s de trabajo

en

Jos

Estado:5

Un

idos

y

se

elevó,

por

lo

tant

o,

et

po1:cent.aje

de

?er:sonas sin empleo,

apareció

bajo el

título

d e

' 'Ernployment

Data

Cheer W

all

Stree

t'

· 

[Las

cifras

sobre

emp leo a le

:_,'Tan

a

100

Page 95: Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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Wull

S t n ~ e t ) t.:tn forma CQincidtmte, las e ~ < . · c i o n < : - : . ; de Dow .Jon

co

·

s ubieron 70

puntos en un

dfa)

'il

En el gir;:antesco consordoA"I'&T

el

valor

de s us acci.ones aument.ó

d e1

90lpe

el día

en

que

s u ~

di

re.

ctivos

a

CJu

nciaron

elrecort.e

de 40.000 ptJ

el:i

Los de

t . r a b a j o .

Y

esta

e x p u r i e ~ c i a

se repite, pnkt

i.camen

t;e a

diario, en todas

la Bolsas de Va lo1'e.:J d t ~ l mundo

.

A rnc dida que la idea

de

"reinserción

laborar'

se t;.)rna n.ebu

~ o s a .

in

¡l:e

n ua

y

fa

lsa, más clarf m

e

nte

se

manifiest-a la profun

da t::'a ns fm·m ación que se \   Í{;no produciendo en

lo

que h a.3h1

ah

ora

8 entie

ndfa por "pr

ospe

ridad", así como por

' 'buenas' o

mal as 

tendencias

en

. la vida

éconómica . En

un

s ~ ~ r i o

y profun

do aná lisis

so

bre el estado actual d e

Ja

.a r a n d ~ s corporaciones

europeas

(publicado en ellnternat t:ona flerald Tribune del

17

de nov

.ie

mbr

e de

1997

con

el

tít

.

ulo

de

..

E

uropean

Companies

Gain from

th

e Pain" [Las empresas europeas se b i r

l.

e

fitian con

las di fic

ultades],

y cuyo

ti

i.

ntomático

copete ao :rl)laba Cost.

c.uU.ing

has

led to

p r o

t . ~ ; , if

not jobs

'' [El

recm

'te de

costús

pro

ducl}

ganancias, no

P U I

s t o s de

trabajo ],

Tom Buel·k

le res

tej a

el

de

sar

roHo positivo'' de

la

economía

europea:

La ' n l ¡ > t c t i v a ,

que

ha

mejorado

notablcmentB,

indica

que

Euro-

pa Inc. m

p

e z

~ 11 C'o.sechar

lo-5 fro tos de);\ do lo rr• :> t1

t"'M l:>

Lru .ct.ura

ció[) vivida en lc i i m ~

a.i't

<:m

.

Sigul•lilrlo o ~ ml t.odo.s asn.nl ado.::

por las C b   p ~ M I \ . 8 n o r f o a m ~ r i c a

n

~ s en )a

d

écad..a..de

1 980, y

en

;;¡u

a

f..á

n d.e lo

gr

a r

m uyorca ganancias,

nuntercsa:; ft r

l:ttlill:S

europtó). S se

des hietoron, de mano da obra, C.BJ

ra

ron o Uq

  H

dtrt1n

n

~ ~ i t

~

Jlo

esllor:::iales y racionalizaron

su : í l t l e r n .

~ r cierto qu

e

laa a n a n c i a ~ crecen

a

pa.'io

s ace

lerados ~ l o

4ue provoca la ~ g a

d u

los accionist.aa

y

m r o ~ e

la ent1..tsi a,st.a

aprobación

de

los e

xpertos

- a

pesHr

ele

lo

s

..

e fE:ctos

se

cu

nd

a

rios .

,

p r e t e n d i d

a

  e

n t ~ rnertos

impor

t a

nt

es ,

dt1

nuevo

é:tit.o

econ6

n·üco.

E

poco

pl.'obable

q ue

estlt

vig

orosa y saludable

-

reorgan ización de la s

co

rporaciones reduz.ca

él

de

sempleo

en

un fut1.1ro

pró

xim

o , a

dmit

e Buerk.le. En

efecto

,

sólo e n los

últ j

rnos

se

is

aúos,

la fuer

za

de

l r

abajo ocullada

por la

jndustxia se

redujo en

un

17,9

\o

en

Gra

n

Bretaiia, un

17,6 e.n Al.e

mania y

un

13,4 ~ n Francia. En los

Estados Unidos, dond (-: el "desano

llo positivo" comenzó

aproximadamente un a

déc

ada

a

ntes, la

t

nano

de

obra

industri

a l

se

redujo

en

sólo

un

6, 1%.

P e

r·o

es

o

sólo

pudo

ser así

po1,·qu

e, ya con anterioridad, se h

abian

efec

tuado

reducciones

a

ca

s i lo esenciaL..

101

Page 96: Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

http://slidepdf.com/reader/full/baumantrabajo-consumismo-nuevos-pobrespdf 96/149

No es de

extrañar,

por eso, que

en

l a ~

encuesta::> sobre pre

ocupaciones y

temores

de los eu

rop

eÓs contemporáneos figure

en

un

indiscutido primer plano -como

realidad o como

ame

naza

-

la falta

de trabajo.

Según una de esas enc

u

estas

(realiza

da

po ·

MOR ),

el

85%

de

los

finlandeses,

el

78

 

de

los

franceses

y los

suecos,

el

73%

de los

alemanes

y el 72  de los

españoles

consideran a

la

desocupación como el problema más

importan

te

de

su país. Recordemos que

para ingresar

a la

unión

mone

taria

europea se establecieron criterios que debían

asegurcrr

una "economía saludable"; entre

esos

criterios, sin embargo,

no se encontraba

una

reducción en el nivel de

desemp

leo. En

verdad,

los desesperados intentos por

conseguir

un nivel

de

"salud económica" aceptab

le se

consideran el principal

obstácu

lo

para

elev

ar

los

niveles de empleo

a través

de

la creación de

puestos de trabajo.

En otras épocas,

la apología

del trabajo comg el

más

eleva

do

de los

deberes -condición

ineludible para una

vida hones

ta, garantía de la ley

y e l orden y

solución

al

flagelo de

la

pobreza-

coincidía con

las necesidades

de

la industria,

que

buscaba el aumento de la mano de obra para incrementar su

producción. Pero la indu

stria

de hoy, racionalizada, reducida,

con

mayores capitales

y

un

conocimiento

más profundo de

su

negocio, considera

que

el

aumento

de

la mano de obra limita

la

productividad.

En abierto desafío

a

las

ayer

indiscutibles

teorías del valor -enunciada:> por Adam Srnith, David Ricar

do y Karl Marx-

el

exce

so

de

personal

es visto como una

maldición,

y cualq

uier

intent0-racionatizado1·

(esto

es,

cua

l

quier búsqueda de

mayores ganancias en relación

con e l capi

tal invertido)

se dirige,

en

primer

u g ~ r

hacia

nuevos recortes

en

el

número

de

emplea

d os.

El "crecimiento

económico"

y

el

aumento del

empleo

se encuentran, por lo

tanto,

enfrentados;

la medida cml progreso

tecnológico

es ahora,

el

constante re

emplazo

y

- s i

es

posible-la supresión

lisa y

llana de la

mano

de obra. En estas circunstancias, los mandatos e

incentivos

de

la ética del trabajo suenan cada vez

más

huecos. Ya no reflejan

las "necesidades de

la

industria", y

difícilmente

se

los

pueda

presentar como el camino para l

ograr la "riqueza

de

la nación".

Su supervivencia,

o

mejor

su

reciente

resurrección en

el

discur

so político, sólo

puede explícarse por

a l

gunas

nuevas

funcio

nes que de la ética del trabajo

se esperan en

nuestra sociedad

posindustrial.

102

Page 97: Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

http://slidepdf.com/reader/full/baumantrabajo-consumismo-nuevos-pobrespdf 97/149

Como s

ugieren

.F'erge y

1Vlill

er, • la

moderna

propaganda en

favor de

la

ética del

trabajo

s

irv

e para sepa

rar

a los pobres que

merecen

atención

de los que no la merecen, culpando a estos

ú

ltimos y de ese

modo,

justificando la indif

er

encia de la socie-

d

ad

hací

a ellos .

En

consecuencia,

ll

eva

a

a

cep

tar

la pobreza

como un flagelo inevitable ori

ginado

en de fe ctos personales; de

a llí sigue,

in

evitablemente, la in sensibilidad hacia los pobres y

necesitados . o en

ot

r

as

palabras:

aunque

ya

no

pr

ometa redu-

c

ir

la pobreza, la

ética del trabaj

o puede

contrib

u ir to

davía

a

la

reconciliación

de la

sociedad, que a l fin

ace

p ta la eterna prese

n-

cia de los pobres y puede vi vir con r e lativa calma, en paz consigo

misma, ante

el

espec

t

ác

ulo

de

la

mis

e

ria.

El descubrimiento de la clase marginada

El

término clase obrera coxTesponde a la mitología de

un

a

sociedad en

la

cual

l

as ta

r

eas

y

funciones de los

ricos y

los

po

bres se encuentran repart

ida

s: son diferentes pero complemen ·

tari

  s

  L a ex

presi

ón clase obrera 

evoca

la imagen de uua l m ~

de

personas

que

de

s

empeña

un

papel

d

ete

rmin

ado

en

la

soeio

dad,

que h

ace un

a

contribución

útil a l

conjunto

de e

ll

a

y

p

or In

tan to,

espe

r a una retribución .

E l

términ

o

clase

baja , por su parte, reconoce la movilidad

de una sociedad donde la

gente

está en continuo m ovimien to,

donde cad

a

p o ~ c i ó n

es momentánea

y

en principio,

está

sujc•tn

a

camb

ios. H abla r de c

lase baja

es

ev

ocar a pe rsonas a rrnjn

das al n i ~ e l m

ás

bajo de una escala pero que todavía

pu

orlt'll

subir

y, de ese

mod

o,

abandonar

s u transitoria

situación de•

infez·iorida

d .

En

ca

mbio

, la expres ión c

la

se

margi

nad a o s ubclnrw

undercla

ss]

corresponde

ya

a una so

ciedad

que ha deja do de•

ser

integral, que re

nun

c

a

in

cluir a todos

sus

integraull'l'l

y

ahora es más pequeña que

la

s

uma de

sus partes.

La

dmu•

marginada  es una categoría de p

erso

n

as

que está

por d c • l u ~ u

de las clases, fuera de toda jer a

rqui

a, sin oportunidad ni Hie¡ui11

ra

necesida

d

de se

r readmitida en la

sociedad organizadn. 1•: .

ge

nte

sin

una

función,

que

ya

no

r

ea

liza

contribuciono:-1

ütilu

par a la vida de los

demás

y, en principio, no

tiene

e ~ p e r u m ~ n

de

reden

ción.

IIJ:t

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He

a q U l

U l l

inventario de la clase

nwrginal

1

según la des

c:ripción de Herbert

J. Gans:

5

En

función de

su

comportamíento social,

se

denomina

gente

pobre

a quienes waudonan la escuela

y

no trabajan; si son mujeres, a

las que tienen hijos sin el beneficio del

matr

imonio

y

dependen

de

la ns ist.encia social. Dentro de esta clase marginada así definida,

están

tambi

én

los sin techo hom less] los mendigos y pordiose

roR, los pobres adictos al alcohol y las drogas.; y los

cdminales

ca

llejeros.

Como el t

ér

mino es flexible,

se

suele adscribir

tambi

én a

o11ta clase a los pobres que viven en complejos habitac.ionales sub

vencionados por el Estado, a los inmigrantes ilegales y a los miem

bros de pandillas juveniles. La

misma

flexibilidad de la deimición

l ie

pres ta a que el término se use como rótulo para estigmat.iza r a

Indos los pobres, independi

ente

mente

de

su comportamiento con

n·oto en la sociedad.

t

trata , p

or

lo

v;sto,

de un grupo

sumamente heterogéneo y

••xtromadamente diverso. ¿Por qué

re

s

ulta

razonable ponerlos

11 todos

en una

misma

bolsa?

¿Qué tienen

en

común la

madres

¡;olleras

con

l o ~ a lcohólicos, o los inmigrantes

ilegales

con

los

d t · · H r r e s

esco

la r

es?

ll«y un rasgo que todos compnr

ten:

los

demás no encue

n- .

f  I U l l 1 37.Ón

para

que exista

n:

posiblemente

imaginen

que·esta-

1 1:111

mej

or

si el

los no

existierEm.

·  e

aH

oja a la ge ñte a la

marginalidnd

porque

se·la

considera

definitivamente

inútil,

11l¡ro sin lo cual todos los dem á s viviríamos

sin

problemas. Los

mnrf.,rinales a fe

an

un

paisa

je que , sin ellos,

se

ría

hermoso; son

mala hierba, desagradable y

hambri

e

nt

a, que no agr ega nada

t

la armoniosa

belleza

del jardín pe ro p1·iva a l

as

plantas culti

vadas

del

alimento

que

merecen.

T

odos

nos ben

e fici a

ríamos

si

dosa parecieran.

Y

pue

sto que

so

n todos inútiles, los

peligr

os que

acarrean

dominan la percepción que

de

ellos

se

tiene.

Esos pel

igro

s son

tan variados como e llos. Van desde

la violencia nbierta,

el

ase

Hinato y el robo que acechan

en

cada calle oscura, hasta la mo- .

l'·stia y la

vergüenza

que produce el

panorama

dt- la miseria

humana al

perturbar nuestra

conciencia. Sin olvidar, por su

puesto,

la

car

ga

que

significan

para

los r·ecursos

comunes :

1

Y

allí dond

e

se

sospecha..uo peligTo, no

tarda

en

aparecer

el te

mor: la clase marginada

está

formo.da, esencialmente, por

personas que se destacan, ante todo,

por

ser temid s

.104

\

Page 99: Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

http://slidepdf.com/reader/full/baumantrabajo-consumismo-nuevos-pobrespdf 99/149

La

inutilidad

,y el peligro pettenecen a

la gran

familia

de

conce

pto

s

qu

e \V B.

Gallie

denomina esencialmente

refutables .

Cuando

se

los toma como

criterios

de clasificación,. permiten

incluir

a

los

de

monios

más

siniestros

que

acosan

a

una

socie

dad ca rcomida por las

dudas,

que pone en tela

de

juicio c

ual

quier utilidad y siente temores dispersos, sin objeto fijo , que

flotan en el ambiente. Un

mundo

basado en es

os

concept

os no

s

proporcion

a un campo infinitamente vas

to

para los

pánicos

morále s ''.

Con

muy poco esfuerzo, la- clasificación puede

ampliarse pa ra incluir en ella nuevas amen

azas

y

permitir

que

algunos te n ores

de

scartados

&e

o

rient

en a ·un nuevo blanco,

que

será t1

·anquilizantlfpor

el

solo hecho de ser concreto.

Esta

es

,

probablemente,

una

utilidad

t

e

mendamente

im

portante- que la inu t ilidad de la

cla

se marginada le ofrece a

esta sociedad,

en la que

ningún

ofic

-ío

o

pr

of

es

ión e

stá

seguro

de su propia u ti lidad a larg<J plazo.

En esta

sociedad c o n v u  

nada

por

dem

as

iadas

ansiedades,

e incapaz de saber con algún

grado

de ce  eza qué hay que temer, la

peligros

i

dad

de la clase

marginada ayuda a encontrar un camino para apl

ica

r aquellas

ansied

a des .

·

Quizás

esto

no se

a del

todo

accidental

:

el descubrimiento

de

la ciase

marginada

se produjo cuando la Guerra Fría ya se

es

taba estancando,

cuando pe rdía rápida m ente su

capacidad

de

atenorizar. Poco después , el debate

so

bre la marginación pasó

a primer plano y s e ins

taló

en

el

centro d e la a tención pública

cuando el Impe

rio

De

moníaco

se

había

derrumbado. El peli

gro

,

ahm·

a ,-no a me ña za desde

afuera; no

e s, tampoco , .el

afue

ra internalizad

o :

n o

so

n

puntos

de

apoyo

, o cabeceras de

puente,

la

quinta c

olumR

a es table.cida por enemigos extertores. Las

amenazas

de

rev

o

lu

ció

n,

impulsadas

y

preparadas

de

sd

e el ex

t erior, han dejado

de ser

reales y ya no ·.esultan creíbles. Y

nada queda a ia vi.st.a

que

sea

io

bastante pode

ro

so

como

para

reemplazar a la ámena z a de la

conspira

ción sovié tico-comu

nista. Los actos de t errorismo

político

_-ocasionales, dispersos

y a menudo si.n objeto-- pl·ovQcan de cuando en

cuando

algu

nos temores sobre la se

guridad

personal; pero son demasiado

espo:rádicos

e inconexos

como

para convertirse

en una

preocu

pación

seria

sobr

e

la

integridad

del

orden

social.. Al

no

te

ner

otro lugar donde echa:v

rafees,

el peligro se ve-obligado a residir

entro de

la soci.edad, a cr·ece1· en suelo {ocai Cosí nos· ven1os

inclinados a pensar que, si no hubiera una ciase a ~ · g i . n a d a

105

t  

Page 100: Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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seria n

ecesario inv

entarla . En t' igor,

ha id

o

inventada

en el

momento oportuno.

Desd

e luego: esto.no significa

que

no h aya

mendigos,

drogadic

tos o madr

es

solteras, el tipo

de

gente "

mis

erable" o "repugnante

a la

qu

e

habitualmente se

señala cuando quiet·e d

emostrarse

la

e

xistenci

a de

un

a clase

marginada.

Lo que

q

ui

ere

decir es que

la

pre

sencia de esa gente pai'a nada d

emue

s tra la existencia de \

una auténtica clase marginada. Ponerlos a todos en una

única

categmia eif

una decisión clasificatoria

no

la

consecuencia ne

cesaria de

los

hechos. Fundirlos en una única entidad, acusar

los a

todos

,

en

form

a co

lectiva,

de

ser

absolutamente

inútiles

y

constituir un peligro para la sociedad,

constituye

un ejercicio

de elección l valores y una evaluación no una descdpción so

ciológica. Y

por encima de

todo,

si bi

en

la

idea de

clase mar

ginada se basa e n el supuesto de

qu

e la socie

dad (esto

es,

la

to, ;a]idad

qu

e contiene

en

su interior todo lo que le permite exis

tir, desarrollarse y so

br

evivir)

puede

ser

más

pequeña que la suma

de

sus partes

, la

clase marginada

a

sí definida es

mayor

qu

e la

suma de sus partes: el acto de integrar en

un

a cla

se

a todos

esos

sectores

marginales

le s agrega

una

nu eva

cualidad que

ninguno de

aquellos

sectores posee por sí mismo. Madre solte-

ra

" y

m

ujer

marginada ,

por ejemplo,

no son la misma

cosa.

Es

pr

eciso forza¡· los hechos (o

pensar

muy poco)

para

transfor-

mar a

una

en otra.

a marginación de la ética

del

trabajo

La ex

pr

esión

clase

marginada" [underclassJ fue utilizada

por primera vez por Gunnar Myrdal , en 19

6.3

para

señala¡·

los pe ligros de la desindustria lización que d e acuerdo con

los

temores

de este au to r

llevaría,

probablemente, a

que gran

des sectores de la poblacióJ:l.quedaran

desempleados

y sin posi

bilidad alguna de reubicarse en el mercado de trabajo. Tal cosa

suce

dería

,

no

por deficiencias o d

efe

ctos

morales

de

esos

secto

res,

sino

lisa

y

llanamente

por

la fa

lta

de

oportunidade

s

de

empleo para quienes lo necesitaran y buscara n . no sería la

consecuencia, tampoco, del fracaso de la

ética

del trabajo en su .

inte nto por

estimular

a la población; sería la derrota de la so

ciedad

en

general para

garantizar

a

todos

una

vida

acorde

con

los preceptos de

aquella ética.

Los

in

tegrantes de

la

clase ma¡·-

106

.

Page 101: Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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http://slidepdf.com/reader/full/baumantrabajo-consumismo-nuevos-pobrespdf 101/149

 

ginada,

en

el

sentido que Myrdal le

dio a

la

expresión,

resulta

ban las

víctimas de

la

exclusión.

Su nuevo

estatus no

era, en

modo alguno,

una

automarginación voluntaria;

la exclusión

era

producto de la lógica eco

nómica,

sobre la cual esos condenados

no

podían

eje1·cer

control

alguno .

El concepto de clase marginada llegó al

gran público

mucho

más

tarde - el 29 de agosto de

1977-

a

través de una nota de

tapa

de la revista

Time  

Y

apareció con

una significación muy

diferente: un amplio sector de la población, más intratable,

más

marginado

de la

sociedad y

mucho más hostil de

lo

que

e

ualquiera

hubiera

podido

imaginar.

Son

los

intocables:

la nue

va clase marginada esta

dounidense

. A semejante

definición

seguía una

larga

lista :

delincuentes juveniles,

d

eser

tores esco

lares,

drogadictos, madres

dependientes

de

la

asistencia

so

~ a l

ladronzuelos, pirómanos, criminales

violentos,

madres

sblteras, rufianes, traficantes de drogas,

pordioseros;

nombres

que definen todos los explícitos temores de la

gente

decente

y

todas

las

cargas

que se ocultan en el fondo de su conciencia.

Intratables , marginados de la sociedad , hostiles : y, como

resultado

de

todo

esto,

intocables.

Ya

no

tenía

sentido

tenderloH

una maño: esa

mano habría quedado

suspendida en el

vado.

Estas

personas ya

no

tenían cura;

y no

la

tenían

porque

hu

bían

eleg

ido una

vida enferma.

Intocables

significaba,

también, estar fuera del alcance

du

lá ética del

trabajo

. Las

advertencias,

las seducciones, las ape

laciones a la conciencia no podían atravesar e l

muro

de aisla

miento voluntario

con res

pecto

a todo lo

qu

e tenía

valor para la

gente

co

mún. No

se

trataba

sólo

de

un

rechazo

al

trabajo,

o

la

elección de una

vida ociosa

y

parasitaria; era

una

hostilidad

abierta a

todo

lo

que

representaba

la ética del

trabajo.

Cuando, en 1981

y

1982

,

Ken

Auletta emprendió una serh•

de

exploraciones

al mundo

de la

marginalidad

-sobre lns •

que escribió en la r eVista The

ew

Yorker

y

qu

e luego editó un

libro

muy

leído

y de

gran influencia-,

lo

hizo

impulsado,

gún

él mismo admite, por la ansiedad que

percibía en

la

mayo

r1a

de

sus

conciudadanos:

Me pregunté: ¿Quién

es toda

esta gente que está detráH du In

abultadas estadísticas

del crimen,

la

asistencia social y laA di'OV,IIN

y del

evidente

aumento en los

comportamientos

antisociult' • qu••

además

aflige

a

la

mayor parte de las ciudades estadounldcnHI'II'l ...

111 /

Page 102: Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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Pronto

supe

4ue, e

ntre

quienes estudia11 la pobrel.a, hay amplio.,

consenso sobre la existencia de una clase marginada (tanto negra

como blanca) dis tinguible fácilmente; que

esta

clase, por lo gene-

ral, se sien

te

excluida de la sociedad, ¡·echaza los valores

co

mún-

mente aceptados, y sufre deficiencias de comport m iento además

de

las de

ingresos.

No

es

lo

qu

tiendan

a ser pobres;

para

la

maymia de

lo

s norteamel'icanos,

su

conducta

resulta

aberrante.

8

Obsérvese el

vocabulario,

la construcción, la

retút;ca

del

dis

curso

que

origina

y sostiene la

idea de clase marginada. El texto

de Auletta

es quizás

el

mejor

lugar para

estudiar

la idea,

porque

·  a diferencia de la mayor parte

de

sus menos escrupulosos

su

cesores-

este

au

tor no

se

dedica a demol

er

a la clase margina

dn ;

por

el contrario, se

aparta

un

poco

para

mantener

la

objet

ividad

y manifestarla, y

se compadece de

los

héroes negati

v

os de su

historia

en la

misma

medida en

que los

condena.

9

Obsérvese que las abultadas estadísticas del

crimen,

la

~ i s t n c i social y las

drogas

aparecen

mencionadas en una

so

la emisión

de voz, colocadas a

un mismo

nivel. En conse

cuencia ,

no hacen falta

argumentos, y

menos aún pruebas,

pa1·a

explicar por

qué fueron encon

tradas en

los

mismos

bardos y

clasiflCadas

como muestras de un

mismo

comportamiento

antisoc

ial

.

No

haceialta

demostrar,

en

forma

e

xplicita,

que

v

ivir del tráfico de drogas

y depender

de la as

istencia social

¡;on h

echos

igualmente ant isocia le

s,

calamidades de

un mismo

tipo. La sugerencia

implícita en

esa dirección

(que,

s

in duda,

asombraría a más

de

uno si

se

la

explicitara)

se logró

o n ~ u n

si mple estratagema de sintaxis.

Obsérvese,

también, que la clase

marginada

rech z

los va-

lores

establecidos;

sólo se siente

excluida.

Esta

clase es la parte

act

iva

y

ge

n

eradora

de las

acciones,

la

que

tiene

la

iniciativa

en la

conflictiva

relación de dos

bandos

enfrentados , donde la

mayoría

de los

norteamericanos es

el

antagonista.

Y

es

justa-

mente el comportamiento de

estos

marginados

y

sólo

de

el los el que

resulta

sometido a examen clitico y es

declarado

aberrante. Por e l contrario, son la mayol'Ía de los

norteameri

canos

quienes,

con todo derecho, presiden el juicio; pero lo

que

se

juzga son

las

acciones de la

otra

parte. Si no

hubiera

sido

por

sus

actos antisociale

s,

no

se

la

habría

ll

evado

ante

la

ju

sti

cia. Lo

más

importante, s

in

embargo,

es

que

tampoco habría

hecho falta que la

corte

sesionara, puesto que no

se

habría

pre-

108

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7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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sentado caso

alguno que

examin

a

r

ni

de

lito que caatigar, ni

negligencia.¡tlguna que reparar.

A la r etó

rica

le s iguen las prácticas,

de

las

que

surge la con-

firmación retrospe

ct

iva

y

de donde

se ex

trae

n las

pruebas

que

poddan haber faltado

la

primera

vez

que

la

argumentación se

utilizó. Cuanto más

amplias y difundidas sean

esas prácticas,

más

evidentes resulta1·án las sugerencias que las originaron y

menor

~

posibilidad de que se identifique el subterfugio

retórico; menos aún, que sea

objetado.

La

mayor

parte

del

material anecdótico

de

Aulett

a proviene

del Centro para

la

Capacitación de Aptitudes de Wildcat, una institución funda

da con

la

noble intención de rehabilitar y devolver a la socie-

dad a

los miembros de la clase

marginada.

¿Quiénes

po

dían

ingre

sar

en

el

Centro?

Cuatro

requisito

s

otorgaban iguales

de

rechos para

recibir

la

capacitación

correspondiente. El

cand

i-

dato

debía

ser un recie nte ex convicto, un ex adicto en

tra

tam

iento de recuperación, una mujer

beneficiaria

de los ser

vicios

sociales sin niflos

menores

de

6

años,

o un joven

de entre

17 y

20

años que

hubiera

abandonado sus

estudios.

Sea quien

fuere

el que haya

establecido

esas

reglas,

tiene que h a ber de

terminado de antemano que esos cuatro tipos t a n

clara

mente

di

s

tinguibles

para

un

ojo

no

entrenado--

sufren

la

misma

clase

de problema

o,

mejor

dicho,

present n el mismo proble

ma y

por

lo

tanto

n

ece

sitan la

misma

clase de tratamiento .

Sin

emb

a rgo, lo que

comenzó

como

una

deci

sió

n de quien

estable

ció las reglas de admisión pasó a ser una realidad para los

alum

nos

del Centro de Wildcat: permanecían juntos durante largo

tiempo, estaban sometidos

a

un mismo régimen

y

recibía

n

ins

trucción diaria sobre s u desttno común. Y durante s u

internación, el Centro

les

suministraba

la inserción

social

ne

-

cesaria y por la que

razonablemente podían

trabajar.

Una

vez

más,

la palabra

se

había hecho

carne.

Auletta se

esfl.ierza por recordarles a sus

lectore

s que la

ma rginalidad no

es una

simple cues

tión

de pobr

eza; al

menos,

que no puede ser explicada sólo por

ella.

Señala que de los

25

a

29

millones de estadounidenses

que,

oficialmente, se encuen-

  tranpor debajo de la lín

ea

de pobreza, se calcula

que

sól

o

unos

9 millones

no

se asimilan

11

y viven

fuera

de los

límites

co-

múnmente

aceptados

por

la

sociedad ,

apartados

como

están

por su comporLamiento 'descarriado

  o

antísocia1 .

12

Queda

implícito

que

la eliminación de

la

pobreza

, sí

de algún

modo

109

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fuerél posible, no

te

rminada con el fenómeno de la marginalidad.

Sí es p

osib

le ser pob1·e

y,

a p

esar de

ello, vivi r

dentro

de los

límites aceptados ,

en to n

ces deben ser otros

l

os factores por

los

que un

a

per

sona te

rmina en la

clase

marginada.

Se pen

que

esos

factores podían se

r

fa lenc

ias psicológi

cas

y de com

portamiento,

quizás

int

ensificadas

en

situacione-s de

pobreza

pero no

d

ete

r

mi

nadas por

ella.

De

acuerdo con es

ta idea,

el

des

censo a la cl

ase mm·ginada

es

Lma ele

cción, de

cididamente

intencional o debida a una act

itud

de r·ebeldía

.

Es un

a

ele

cción,

incluso

cu

an

do una

perso

na cae

en

la

marginalidad só

lo porque

no hace,

o

no

pu

ede hacer,

lo nece

sario para escapar de la pobreza. En un paí

s de

gente que

e

lige

libremente

es fácil concluir, s

in

pensarlo

do

s veces,

que a l

no

hacer

lo n

ecesario--

se

es

U\

eli

giendo

o

tra

cosa; en

este

caso,

un

compo

r tamiento

antisocial

  .

S

umer

¡,

irse en

la

clase marginada

es ,

también,

un

ejercic

io

de

la

li

bertad. En una

so

cied

ad de

con

s

umidore

s

libres,

no

está

permitido poner

freno

a la pí·opia li

bertad; muchos

dirí

an que ta

mpoc

o es permisible

o

rest

ringir

la libe

r tad

de quienes usan

su libe1-tad

para

limi

tar

la li

berta

d

de

otros

, acosándolos,

molestándolos,

a menazándolos, anuinan

do su diversión,

re

present

a

nd

o una

carga par

a su c6rieiencia

hac

iendo

que su

vida

sea

d

esagrada

ble

de

cualquier

otro

modo

posible.

Separar el problem a de la marginalidad del tema de la

pobr

eza

es matat·

varios

pájaros de un tir o. El ~ f e t o más ob

vio e n una sociedad famosa por su afición a litiga 

es

ne

garles a qui en

es

se considera miem

bros

de la clase marginada

el

dere

cho

de

recl

ama

r

por daños y

p

e¡juicio

s '', pr

esentándos

e

como \O:ctimas

del

ma l

fun

cionam ie

nto

de la sociedad. En

cual

quier

litigio

que

se a

bra

p

or

esta

causa,

se

desplazará

el

peso

de la prueba, lisa y llanamente , sobre los mismos marginados:

son ellos quienes deben

da1· el

prim

er

paso probar

s u vol

un

ta d d

ecis

ión de ser buenos. Se haga lo qu e se haga , primero

deberán hacerlo los margin ados

(aun

que

, d

es

de luego, no fal

tarán consejeros profesionales

qu

e, esponb\neamen te, les brin

darán

asesora1niento sobre qué es

exac

tamente lo que deben

hacer ). Si nada oc

urriera

, y el

fantasm

a de la margin

ac

ión

se

n

ega

ra a

desapar

ecer, la

explicación

ser

ía s

impl

e:

tambi

én

que

dat·ía claro

quién

es el culpable. Si el resto de la sociedad tiene

algo

qu

e reprocharse, es sólo el

no

haber

sido

lo bastante

firm

e

co

mo par

a r

est

ringir la torcida

elección

de los marginados.

Más

llO

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policía ,

más

cárceles, cas tigos cada

vez más

seve¡·

os

y

atemorizantes parecen ser

lo :;

medios más concretos para ¡·e

parar el error.

H

ay

otro

efecto que tal vez

tenga consecuencias

más

profun

das: la anormalidad

del

fenómeno de la marginalidad norma

liza

el

problema

de

la

pobreza.

A la

clase margi

na da

se

la

sitúa

fuera de las fronteras acept

adas

de la sociedad; pero esta cla

se,

recordemos,

es

sólo una fi·acción de los oficialmente po

bres .

La

clase marginada

represen

ta

un

problerna tan

grande

y urgente

que,

precisamente p

or

e

ll

o, la

inm

ensa mayol'Ía de la

población que vive en l pobreza no

es

un

problema

que requie

r a

urgente

soluci

ón. Ante

el panorama

a odas

luc

es desagra

dable y repulsivo- de la

marginalidad,

l

os

simplemente

pobres

se

destacan

como

gen

te

decen

te

qu

e

pasa

por

un

perío

do de mala suerte y que, a d ife

rencia

de los marginados, e

legi

lo correcto y

encontra

r á

por

fin el camino a

toma

r

para

volver

dentro de los límites aceptados por la sociedad. Del mismo modo -

que caer en la marginalidad y permanecer én ella es una, e l

ec

ción,

ta

mbién

lo

es

el salir de

la pobreza;

en

este

caso,

claro

está, se

trata

de la elección correcta. La idea de elegir

la

marginalidad sugiere, tácitamente, que otra elección lograda

lo

contrario,

sa

l

vando

a l

os

pobr

es de

su

d

egradac

i

ón

social.

En

la

sociedad de consumo, una

regla

central y muy poco

objetada

p rec

isa

mente

por no estar

escri

ta

es

que la liber

tad de

elección

requiere capacidad:

tanto

habilidad y como de

cisión para

usar

el pode r de elegir. E sta libertad no implica

que

todas

l

as

elecciones

sea

n

correctas;

l

as

hay

bue

nas-y

ma

las, mejo1·es y peores. El tipo de

elección

que se rea lice d

emos

t rará si se cuenta o no con aq

uella

capacidad. La clase

marginad

a

es

la s

uma

de

muchas

el

ecc

i

ones

indiv

idua

l

es

erró

neas: s u existencia demuestra

la

falta de capacidad pa ra ele-

gir de las personas que la integran. _

En s u ensayo qu e tuvo gran

influencia-

sobre los origc

nes de la

pobreza

actual,

13

Lawrence C. Mead señala a esa in

capacidad como

la principa

l

causa

de que la pobreza s

 

~

s t

en medio de la riqueza, y del rotundo fracaso de las s u

cesivas

políti

cas

estatal

es concebidas para eliminarla. Los pobres

ca

recen,

lisa

y

llanamente,

de

la

ca

pacidad

de

apreciar

l

as

venta

jas de

una vida

de trabajo; se

equivocan

en su escala de valores,

poniendo

al no

trabajo por encima del trabajo. Por esa inca

paci

dad,

dice

Mead , la préd ica de la ética del trabajo

cae

en

111

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oídos sordos,y

no

logra innuencia

alguna

sob1·e

laa elecciones

de los

pobres:

La pregunta

es si

los

necesitados

pueden

ser

r

espo

ns

ables

de

si

mis mos y sobre todo, si tienen

la capacidad

s uficiente para

regir

su

propia vida ..

11

Sea cual fuere la causa externa que se invoque,

queda

un

misterio en el corazón del no trabajo : la pasividad

de

los muy

pobre

s , que dejan

pasar

las oportunidades que se les

pre-

sentan ... Para explicar

el

no trabajo T tengo que recurrir a la psi-

cología o a la cultura : en su

mayoría.

los

adultos

muy pobres pare-

cen

evitar

el trabajo, no

por

su s ituación económica, sino por

sus

creencias

..

16

A falta de barreras

prohibitivas

piúa el

emp

leo, la

cuestión de la personalidad de los pobres surge como la clave para

comprender y superar

la

pobreza. La

psicología

es la

última

fron

tera en la búsqueda de las

causas

que expliquen el escaso esfuerzo

.

par

a

el trabajo

..

¿Por qué

los

pobres

no aprovechan

(las oportuni-

dades ] con la

misma

ft.ecuencia que la cultura supone que

lo

ha-

rán? ¿ uiénes son. exactamen.te?

1

r

En el centro de la cultura de la

pobreza

se encuentra

la incapacidad pa1·a cont1·olar la propia vida:

lo

que

ios psicólogos denominan ineficacia.

17

Las oportunidades

están ahí;

¿no

somos

todos

nosotr

os, acaso,

lét prueba

palpable de que así son las cosas? Pero las oportuni-

dades

deben

ser

reconocidas como lo que son, y a p rovechadas,

y para ello

hace

falta tener

capacidad:

algo

de

inteligencia, a l

guna voluntad y cierto

esfue

rzo

en

el momento oportuno. Ob

viamente, a lcis pobres l

es faltan

lás tr

es

cosas.

Pensándolo

bien,

la incaeacidad d e los pobres

es

una buena noticia: nosotros

somos

responsables

porque les ofrecemos esas oportun

id

ades;

ellos

son irresponsables por

rechazarlas. Así como los médicos

se dan

por

vencidos, contra s u

voluntad,

cuando

sus pacientes

-

sistemáticamente

se rehúsan

a

cooperar

con el tratamiento ,

nosotros,

ante

la

renuencia

a

trabajar

manifestada

po

r

los

po

bres, deberfanros

dejar

de esforzarnos por

seguir

proporc

ionán

doles

oportunidades laborales. Todo tiene tin límite.

Las

enseñanzas

de

la ética

del trabajo

son válidas

para

el que

esté

dispuesto a escucha rl

as;

y hay oportunidades de trabajo a la

espera

de

quien

las quiera aprovechar. Lo

demás queda en

manos de l

os

mismos pobres.- No

tienen

derecho a exigir

más

de nosotros.

Si la pobreza sigue existiendo, y aumenta en medio

de

la

creciente

riqueza,

es porque la

ética

del trabajo l'esultó

inefi-

112 ..

,.

.\

:;

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caz. Pero si pensamos que la ineficacia se debe a

qu

e s us

man

datos no fueron escuchados ni

obedecidos,

esta imposibilidad

para escuchar y

obe

decer

lo puede e

xplic

a r se

por

un defecto

mora l o una intenc ión crim inal.

Repitámoslo: en su origen,

la

ética del t r

abajo

fue el medio

más

efectivo

para

lle

nar

lás

fábricas,

ham

br

ie n

tas

de

m

ano de

obra .

Ahora,

cuando esa

mano

de obra

pasó

a ser un

obstáculo

para a

ument

a r

la product

iv

idad

, a quella ética to

davía pu

ede

cumplir

un pa

pel. Esta vez sirve para lavar l

as man

os y

la

conciencia de quien es permanecen dentro de los límites

acep

tados de

la

sociedad: para eximirlos de la culpa

por

h a ber arro

j ado a la desocupación perma nente a

un

g

ran

número de sus

conciudadanos.

Las manos y la conciencia

limpia

se

alcanzan,

al

mi

smo

tiempo, conden

a

ndo

moralmente a los pobres y

ab

solviend

o a los d

emás.

er

pobre es un

delito

El

en sayo de Mead contra os pobres que "eligieron" no

tra

bajar

termina

con un e nf

átic

o llamamiento: Una política so-

cia l debe resistirse a

la

po

br

eza pasiva

con

justicia y con finneza

--en

gran

medida,

tal

como Occid

en

te

contuvo

al

comu

ni

s -

hasta

que la cordura .se impon

ga

y el sistema combatido

se

den·umb

e

por

su propio p eso .

18

La metáfora

elegida

resulta

impecab

le. Uno

de

los primeros servicios que la

clase

margina

da

brinda a la

opulenta

sociedad

actual

es la posibilidad

de

absor ber los temores que ya no apun tan hacia

un

temible ene

migo extern o La clase ma1·ginada es el enemigo en

casa,

que

ocupa el lugar de

la

amenaza externa como el fármaco que res -

tablecerá

la

cor

dura

colectiva;

válvula de seguridad

para

ali-

vi

ar

las

te

n

siones originadas en la in

seg¡.n·idad

industri

al.

La clase margiiútda

es

pa1·t¡cularmente

apta para

cumplir

ese pap

el. M

ea

d n o deja de r epe

tirlo:

lo

que

empuja a los norte

americanos decentes y "norm a les" a integrar un frente unido

contra los d

ese

r tores escola

res

, los

criminale

s y los p

arásitos

de la asi

stenc

ia social, es la h o

rrible

incoherencia que

percib

en

en

todos

ellos: l

os marginados ofenden

los más

preciados

valo-

res de

la

mayoría al

mism o ti

em

po que se aferra n a ellos, y

pretenden disfrutar

los

mi

s

mos

placere

s

de que

gozan

quienes

113

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se

los ganaron trabajando Dicho

de

otro modo: los estadouni

denses normales

guardan rencor a los marginados,

porque

los

sueños y

el modelo de vida de estos

últimos son

asombrosa

mente parecidos

a los

suyos. Y

sin

embargo, esta semejanza

no puede ser considerada una incoherencia. C::omo Peter

' Townsend apuntó, la lógica de la

sociedad

de consumo es for

mar

a sus

pobres

como

consumidores

frustrados: El

estilo de

vida de

los

consumidores es cada

vez

más inalcanzable para

los sectores de

bajos

ingresos,

históricamente

definidos por una

capacidad fija de compra que les permite asegurar su

subsis

tencia

o cubrir sus necesidades

básicas .

19

Y

sin

elnbargol._la

sociedad de

consumo educa a sus miembros,

precisamente,

para

vivir esa incapacidad de

acceder a los

estilos de

vida

ideales

como

la

más

dolorosa

de sus

privaciones.

.

Cada

tipo

de orden

socia

l produce los fantasmas que lo ame

nazan. Pe1·o cada sociedad

genera

esas

visiones

a su propia

medida: a la medida del

tipo de orden

que lucha por alcanzar.

En conjunto,

esas

visiones

tienden a

ser

fiel reflejo

de la

socie

dad que las

genera;

cuando

son amenazantes,

sobre todo, sue

len ser

autorretratos

de la misma

sociedad pero

precedidos por

uñ signo

negativo.

Dicho en términos

psicoanalíticos:

las ame

nazas

son

proyecciones de

la ambivalencia

interna

de

la

socie

dad con respecto a sus

propios

modos

y

medios, con respecto a

la forma en que la

sociedad

vivey se perpetúa

.Una

sociedad

_ insegura

de su

super-vivencia desarrolla la

mentalidad de una

fortaleza sitiada.

Y los

enemigos dispuestos

a

asaltar sus

mu

ros son

sus

propios

demonios internos :

los

temores reprimi

dos que flotan en el ambiente, que impregnan su vida diaria y

su normalid

ad

y, sin

embargo,

deben ser aplastados y extir

pados

de la vida cotidiana para

ser

transformados

en

un

cuer

po

extraño,

si se quie1·e

que

la

sociedad perdure. Esos

fantasmas

se convierten en enemigos tangibles a los que es preciso -com

batir

una

y

otra vez, a los que

siempre

se

esperará

vencer.

Siguiendo la

línea

de

esta regla universal, el

peligro

que

acechaba l

Estado

moderno, constructor de

un orden y obsesio

nado

por

él,

era

la revolución.

Los enemigos eran

los revolucio

narios o,

mejor,

los reformistas exaltados,

descabellados y

extremistas, las fuerzas

·subversivas

que intentaban sustituir

el

orden existente

-

adminis

trado

por

el

Estado--

para

cam

biarlo por otro,

administrado

por otro

Estado:

establecer un

nuevo orden, un

contra-orden

que

revertiría

todos

y cada

uno

114

·-

Page 109: Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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de los principios según

los cuales

vivía

o

aspiraba

a

vivir el

orden actual.

La

idea

que la sociedad se fo'i·ma de

misma ha cambiado

desde entonces; en

consecuencia, el fantasma amenazante

(el

orden

soc

ial con

·

un sign

o

negativo

)

tomó

una nueva

forma: El

aumento de

la criminalidad registrado

en lo

s últimos años (un

proceso,

observemos

,

producido en forma paralela

a

la dismi

nución de afiliados

a

lo

s partidos comunistas y

otros

grupos

extremos,

promotores

de

un·· orden diferente  ) no es resultado

del mal

funcionamiento

o la negligencia

de la sociedad,

sino un

producto

propio de la

sociedad de consumo; es s u resultado ló-

gico y

(s

i bien no

lo es

le

ga lment

e)

también

legitimo.

Más

aún:

se trata de su

producto

necesario

e

ineludible. Porque

cuanto

más

elevada

sea

la

demanda

de

consumo

(e

s

decir,

cuanto

más

eficaz sea la

se

ducción del merca

do

), más segura y próspera

será la socieda..d de

consumo.

Pero

simultáneamente crecerá

y

se ahondará

la

brecha entre quienes

desea

n y pueden satisfa-·

cer

sus deseo

s

(los

que

han sido seducidos y actúan en conse

cuencia), y

quienes

t

ambién han

sido seducidos

pero, sin

embargo,

no

pueden

actuar

del

mismo m odo. La seducción do

mercado

t·esulta así, al mismo tiempo, el gran

igualador

y

el

gran

separador

de

la

sociedad. El

estimulo

al

consumo,

paro

resultar eficaz, debe transmitirse en todas

direcciones

y

diri

girse,

indiscriminadamente, a

todo

e l

que esté dispuesto

a l::lS·

cucharlo.

Pero es

más la gente que

puede escuchar

que a quu

puede

responder

al mensaje seductor. Y a quienes no pueden

-responder se los somete diariamente al deslumbrante espectá

culo de los que

pueden. El consumo

sin

restricciones --'se e ~

dice-:- es signo

de

éxito, es

la

carrete ra que co

nduce

a

la

fama

y

el aplauso de los

demás. También se

aprende que

poseer

y

con

sumir

ciertos objetos,

y

llevar

determinado estilo de

vida, c

condición necesaria

para

la felicidad ; tal vez, hasta

para

la i ~ ·

nidad humana.

Si el

consumo

es la medida de una vida

de

éxi

tos,

de

la

felici

dad

y hasta

de la

dignidad

hum

anas, entonces han

caído l u o ~

barreras que

contenían

los

d

eseos de los hombres.

Probahlu·

mente, ninguna adquisición

nueva

llegu

e a

satisfacernos

cumu

en

otros

tiempos

prometía hacerlo

el mantenernos en un but•n

nivel

  :

ya

no

hay

nivel

en

el

que

mantenerse

ahora.

La

lfnma

e•

lleg

ada

se al

eja

a medida que el corredor avanza; los objoLivun,

cuando uno intenta

alcanzarlos,

se sitúan

siempre

un ¡uutn

.

tt

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do:; má::; adelante. Continuamente l:aen o ~ t·écords; ya no pa·

recen tener fin los deseos

de

los hombres. Deslumbrada y con

fundida,

la gente ob

se

rva que en las empresas recientemente

privatizadas, y de este

modo

"

liberadas

" -empresas ·

que se

recuerdan

como instituciones públicas austeras, donde siem

pre

faltaba

el dinero-, los actuale.s

directivos cobran sueldos

millonarios,

mientras

que quienes fueron despedidos

de

fun

ciones díxectivas son

indemnizados,

también

con sumas

millo

narias,

por su

t r

abajo chapucero

y descuidado. De todos lados,

por

todos

los medios, llega

recio y claro el mensaje: ya no hay

principios, salvo

el

de quedarse con la

mayor cantidad posible;

ya

no hay

reglas,

salvo el

nuevo

imperativo categórico: "Juega

bien

tus

propias

cart

as".

Pero

no hay

jueg

·o

de cartas donde

todas l

as

manos sean pa

rejas. Si

el

único objet

ivo es ganar, quienes da n

con una

mala

racha

se ven tent

a

dos

a

probar cualquier recurso. Desde

el

punto de vista de los dueñ

os

del casino, algunos recursos l o s

que

ellos

mismos

permiten

o dejan circular- son moneda le

g:ll;

todo

lo que

caiga

fuera

de

su control está prohibido.

Pero

la línea divisoria entre lo

ju

s to y lo que

no

lo es no

se

ve ifrUal

dt sde

la perspectiva de

los

jugadores,

en

especial

de

los

que

intentan jugar. Más

aún,

de los

que

aspiran a hacerlo y no pue

den, o no tienen acceso a los

recursos permitidos.

Pueden recu

rrir, entonces, a

cu lquier recurso, sea legal

o no, o abandona r

ol

juego.

Pero la seducción del

mercado

ha

convertido

en

impo

sible

esta

última opción.

Desarmar, degTadar

y suprimir a los

jugadores fru

st

rados

e::;

en una sociedad de consumidores regida por

el mercado,

parte indispensable de la integración a través de la sedu.cción.

Los jugadores impotentes e

indolentes

deben

ser

excluidos. Son

productos de desecho del juego, que

hay

qu

e

descartar

a

toda

costa y pedir

su

cesación de

pagos.

Pero

hay otra razón por la

que el juego deberá seguir produciendo esos desechos: a quie

nes pennanecen junto

al

verde tapete se l

es

debe

mostrar el

horrendo panorama

de

la alternativa

(la

única posible,

se

les

repetirá), para

que sigan

soportando la

s penurias y tensiones

de

vivir en el juego.

Considerada

In

natw·aleza

del

juego

actual

,

la

miseria de

los

excluidos --que

en otro tiempo fue

considerada una

desgracia

provocada colectivamente y

que, por

lo tanto,

debía ser

solu

cionada por medios

colectivos- sólo

puede ser

redefi lida como

116

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7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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un delito individual. Las ''cla::>es pelibr:t·osa:; .son consideradas

c l ~ e s

criminales,

y

las

cárceles pasan a desempeñar l

as

fun

ciones

que

antes

les

cabía a

las

ya casi desaparecidas institu

ciones

del Estado benefactor. Y a medida que se

reducen

las

prestaciones de

asistencia

socia

l ,

lo

más

probable

es

que

las cárceles

tengan

que segu

ir

desempeñando

ese

papel,

cada

vez

con

mayor intensidad.

La

creciente multiplicación de

comportamientos delictivos

no es un obst:..iculo en el camino hacia una sociedad consumista

desarrollada

y

que

no

deja resqu

icios. Por el

contrario:

es

su

prerr

equisito y acompañamiento natural. Y

esto

es así,

ha

y

que a

dmitirlo

,

por

numerosas

razones.

La

principal de

ellas

es,

quizás,

el

hecho

de que quienes

quedan

fuera

del

juego

-

los

consumidores frustrados, cuyos recursos no alcanzan

a satis

facer

sus deseos y

por

lo

tan

to,

tienen

pocas o

ninguna posibi

lid

ad de

ganar si cumplen las reglas ofi

cia les

encarnan los

demonios internos

que

son

específicos de

la sociedad

de

con

sumo.

Su

marginación

(q

ue llega al delito), la severida d

de

sus

sufrimientos y la

crueldad

del destino a

que

se los condena son

- hablando metafóricamente- el modo

de

exo r

cizar

esos de

monios

int

ernos

y

quemar

su

efigie.

Las

fronteras

del delito

cumplen la

función de

las llamad

as

herrarrúentas sanitarias:

cloacas

a l

as

qu e se a

iTOjan los efluvios

inevitables,

pero

tóxi

COS

de la seducción consumista,

para

que la

gente

que perma

nece en

el juego

no

tenga

que

preocuparse

por su

propio

estado

de sa lud. Si

este

es el

estímulo principa

l

que explica

el a.1.1ge

de

-

la

in

du

s t

r ia de la prisión

20

t l

como la denomina

e l

criminólogo

noruego

Nils Christ ie- , entonces la

esperanza

de

que

en

una sociedad desregulada

y privatizada el

proceso

se

haga

más

l

ento

es,

al

menos,

pequeña;

y

es

mucho

menos

pro

bable que

se

lo pueda detener o reve

rtir

.

No hay lugar donde esta relación se haya puesto más de

m ani fi

esto

que

en los Estados Unidos, donde el dominio ilimi

tado del

mercado de

consumo --durante los años del vale todo ,

en

la era Reagan-Bush- llegó más lejos que en cualquier

otro

país. Los

años

de

desregulacióny

desmantelamiento

de

las

pres

taciones

asistenciales fueron, también, los años en que crecie

ron

la

criminalidad,

la

fuerza

po

licial

y la

población ca

r

ce

lari

a .

Fue preciso,

también

p a r a responder a los temores e inquie;.

tudes , los

nervios

y

la inseguridad,

el en ojo y la

furia de

la

may01ia

silenciosa

(o no tan

silenciosa) de

l

os consumidores

117

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7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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honorables- ,

reservarles una S.\.lerte cada vez más sangTienta

y cruel a los decla1·ados

criminales.

Cuanta

más fuerza toma

ban

los demon ios

interno

s , más

insaciable era

el de

seo

.de

castigar el

delito,

de tener una justicia

de

mano

du¡·a.

Bill

Clinton,

in

tegrante del ala progresista del Partido Demócrata

(los llamados liberals

en

los

Estados

Unidos)

ganó

la

presi

de

n

cia con la promesa de multiplicar l

as

filas policiales y construí¡·

prisiones nu

evas

y m ás segu r

as. Algunos ob

serva q res (e

ntr

e

ellos,

Peter

Linebangh, de la Universidad de

Toledo

, Ohlo, au

tor de he L ondon anged [El ahorcado de Londres]) piensan

que

Clinton

debió

su

triunfo a la muy

publicitada ejecución

de

un

hombre

retardado, Ricky

Ray

Rector, a quien perm it.ió en

viar

a la s illa el

éc

trica cuando e ra gobernador de

Arkansas.

Dos

años después,

los

adversarios

del

nu

evo

pre

si

dent

e,

perte

necientes a los sectores

de extrema

derecha del Partido Repu

blicano, se

impu s ie r

on en

forma aplastante en e lecc

ion

es

parlamen tarias al convencer a l electorado

de

que

Clinton no

había hecho

lo suficiente par a

combatir la

crimina lida d y

que

ellos h a ría n más. La segunda elección de C

lin

ton se ganó en

una campaña en

que

los candida tos rivalizaron en

pr

om eter,

cada uno más que el otro, una fuerza

poli

cial fuerte y una

polí

t i

ca

implacable

con

l

os

que

ofende

n los

valores

de

la

sociedad

al mismo tiem

po que

se aferran a ellos , y a

pue

s tan a la

vida

consumista sin contribuir a

la reproducción de la

sociedad de con

sumo .

En 1972,

c

uand

o el E stado benefactor atrav

esa

ba su

mejor

m omen to y poco antes de-que comenzara s u caída,

la

Corte

Suprema

de los Estado Unidos

-reflejando el á

nimo

del

públi

co-- dictaminó que la pena

de

muerte era arbitraria y capri

chosa y, como tal,

inadecuada

para servir

la

causa de la justicia.

Después

de muchos fallos,

en 1988, la Corte permitió la ejecu

ción de-jóvenes

de 16

años de edad; en

19

89,

la

de retrasados

mentales y finalmente,

en 1992, en

el

vergonzoso caso

de

H

errera

contra Co llins, dictaminó

que

el

ac

usado podría

ser

ino

cen

te pero

estaba en condiciones de

ser

ejecutado si los

jui

-

cios habían sido

rea

lizados en debida forma y

se aj

ustaban a la

Co

nstitución . La reciente Ley del Crimen,

aprobada

por el

Se

n ado y la

Cámara

de Repr

esentantes, extiende el número

de

d

elitos

pasibles de pena de

muerte

a

57

o,

segú

n

algunas

int

e

r

pretaciones,

70 .

Con

mucha

publi

cidad y gr an a lh a raca,

en

la

penitenciaría fede ra l de

Terre

Haute, Indi

ana,

se

const

ruyó una

11

8

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7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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cámara

de ejecución

dotada de los últimos adelantos

técnicos,

con

un

pabellón para condenados a muerte que puede albergar

hasta

120 convictos. A comienzos de

1994,

un total de

2.802

personas esperaban su ejecución

en

las car

ce les es

tadouniden-

ses. De ellas, 1.102 eran afronorteamericanos y 33 habían s ido

condenadas

a

muerte

cuando

eran

todavía menores

de

edad.

La abrumadora mayoría de esos presos que

esperan

ser ejecu-

tados

provienen,

puede suponerse,

del inmenso

y

creciente

rese1·vorio

al

que van a parar los rechaz.

ados

po1·la sociedad de

consumo.

Como sugiere

Linebaugh, el espectáculo

de

la

ejecu-

ción es

utilizado

con cinismo por los políticos

par

a

aterror inu

a la creciente clase marginada . Al reclamar ese terrorismo dt>

la justicia,

la

mayoría silenciosa estadounidense trata do li-

brarse

de

sus

propios

ten·ores

internos.

Según Herbert

Gans, los sentimientos

que

las clases

u í ~

a fortunadas albergan hacia

los

p obres

[son

unaJ

mezcla

r tl

miedo, enojo y condena; pero es probable que el miedo scu

PI

componente

más

importante _2l

Esta mixtura de sentimienl.qM

vale como e

lement

o movilizador del público, utilizable por lm•

políticos, sólo si

el

mi

edo

es intenso y verdaderamente

atmT:a

dor.

La tan publicitada

resistenci

a de

los

pobres·a la

ética

fl•·l

tra

bajo, así como

su rechazo

a

participar

del

trabajo

duro

Lul

como lo hace

la

mayoría

honorable, bastan

para provocnr·

11l

enojo y la condena

del

público.

Pero,

cuando a la idea

dH loH

pobres inactivos se

agregan alarmantes

notjcia

s

sobre crimi

nalidad en a lza y violencia cont1·a vida y propiedad de la pobh·

ción hon

orab

le, la

condeja

deja lugar

al temor:

no

obedecHr In

étic

a

del

trabajo se <:ODvierte en

un

acto que aterroriza u do

máe de ser

moralmente

condenable.

La pobreza,

entonces, deja

de ser tema de

política

r:;ocial pnr·u

convertirse en

asunto

de

justicia penal

y

criminal.

Los

pobn•H

ya no

son

los marginados

de la

soc:1edad de consumo,

derrol.n

·

dos en la

competencia

feroz;

son

l

os

enemigos

decl

a rados dE:l l11

sociedad. Sólo una delgadísima línea, muy fácil de

cruzar,

~ • • -

para

a los beneficiarios de

lo.:;

planes de

asistencia

de

los

tmli ·

cantes

de

drogas,

ladrones y asesinos.

Quiene

s

viven

de lm•

beneficios

sociales son

el campo

de

reclutamiento

de las

bnn

·

das criminales: financiarlos es ampliar las reservas que uli·

mentarán

el

delito.

JIU

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Expulsión del universo de las

obligaci ones

morales

Vincular la pobreza con

la criminalidad tiene

otro

efecto :

ayuda

a desterrar a los pobres del

mundo de las obligaciones

moral

es.

La esencia

de

toda

mol'al

es

el impulso a sentirse responsa-

ble por el bienestar de los débiles, infortunados y sufrientes;

la

pobreza

convertida

en

delito tiende

a anular t Se impulso

y

es

el mejor argumento en su

contra.

AJ

convertirse

en criminales

-- 1·eales o posibles-   Jos pobres

dejan

de

ser

un problema ético

y nos

liberan de aquella rtlsponsabilidad. Ya

no hay obligació

n

de defenderlos

contra la

crueldad de

su

de

s tino;

nos encontra-

mos,

en

cambio, ante el imperativo

de

defender el derecho y la

vida de las personas decentes contra los

ataques

que se

están

Lramando en callejones,

guetos

y

zonas

marginales.

Lo dijimos más arriba: si en

la sociedad

actual los

pobres

sin

Lraba

jo ya

no son

el

ejército

de

reserva

de mano de

obra ,

des-

d( f punto de uista de la economía no

tiene

sentido

mantener-

lo<'

por

si llega a

surgir la

necesidad de

convocarlos

como

productore

s.

Pero

esto

no significa

que

asegurarles

condicio-

ne:; dig

nas

de existe

ncia

carezca de sentido moral Es posible

< ¡ U

:;u

biene

sta

r

no

re

s

ulte

importante en

la lucha

por la

produc-

t.iviclad y la

rentabilidad, pero

sigue s""iendo

imp

ortante, todavía,

par

a los

sentimientos

de responsabilidad moral

que

de

bemo

s a

Lodos los

seres humanos, así como para

la

autoestim

a de

la

coxúunidad misma. Gans

abre

su libro con

un

a

cita

de Tbomas

Paine:

Cuando en

algún

país del mundo pueda decirse

Mis pobres son

felices y

no

hay

e

ntre

ellos

ignorancia

ni

dolores;

las

cárceles

están

libres de presos y mis calles de mendigos ; los n c i n o ~ no

sufren

necesidad   los Impuestos no resulta n

opresivos

... cuando puedan

decirse estas cosas, sólo entonces un país podrá

jactars

e de

su

c

on

s

titución y su gobierno.

En las primel'as etapas de

la

historia moderna,

la

ética del

trabajo tenía

la clara

ventaja

de

unir

los

intereses

económicos

a las preocupaciones

éticas,

como es tas

expresadas por

Thomas

Paine.

Es

posible

que

llevar

a l

os

pobres

a l

as

fábricas

haya

servido

los intereses de industriales

y

comerciantes (incluso

que

estos

inter

eses

hayan

reforzado la

propaganda en favor de

..20

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- la

ética

del trabajo);

pero

el

esfuerzo

¡·espondió también a la

sensib ilidad

del

público, preocupado, conmovido y

avergonza

do por la

miseria

de los sin trabajo.

Frente

a la insaciable

sed

de mano de obra que vivía

la

naciente industria

en

expansión,

las inquietudes

morales

encontraro

n

una

sa

lid

a l

egítima

y

rea

lista en

el

evangelio del trabajo.

Era

una

coinc:idencia

histórica

entre los intereses

del

capital y los

sentimientos

morales de la

sociedad.

Pero

la situación ha- cambiado. El mensaje de la éúca

del

trabajo - aunque, en

apar

iencia al menos, continúe vigente

en tró

en una nueva

relación con la· moral

pública.

En

vez de

brindar una

salida a l

os

sentimientos morales,

se

transformó

en un

poderoso instrumento de

la versión que, a fines del siglo

XX, adopta la

adiaforizació

n ,

el

proceso

por el

cual

los

actos

moralmente repugnantes

pueden ser liberados de

condena.

Adiaforizar una acción es declararla moralmente neutra;

o, más bien, someterla a pruebas según

criterios no

morales, al

mismo tiempo que se la exime de toda evaluación moral. En

la

actualidad, el llamado de la ética

del

trabajo

sir

ve para probar

el derecho

a

recibir

la simpatía y la

solidaridad

del

resto de

la

sociedad.

Se

piensa que la

mayoría de

las personas a

quienes

este

ll

amado

se

dirija

no

pasarán

la

prueba;

una

vez

rechaza

das,

se

podrá supone

r sin

remordimiento

que

ellas

mismos se

situaron , por propia elección , al margen de

toda

obligación

moral.

La

sociedad·

puede,

entonces, liberarse de

responsabili

dªdes hacia esa gente sin sentirse cu lpable por faltar a sus

deberes. Lo

cual

no es un logro menor,

si se tiene

en cuenta

la

presencia universal

de los

impulsos morales,

así

como la

es-

-pontánea

sensibilidad ante

la

miseria, el

dolor las hu milla

ciones

del

prójimo.

Pero no es posible reprimir por completo el impulso

moral

;

-en consecuencia,

la

expulsión del mundo de toda

obligación

mora l nunca puede.

ser cornpleta.

-

Aunque

se silencie a las con

ciencias

con

el continuo bombardeo

de

informaciones sobre la

depravación moral y las

inclinaciones

delictivas de los pobres

sin trabajo,

los empecinados

residuos del impulso moral

en

cuentran, de tánto en

tanto,

su

vía

de escape.

Esa

salida la

proporcionan,

por ejemplo, las periódicas ' ferias de caridad ,

reuniones concurridas

pero de

corta

vida

,

donde

se

manifies

tan los sentimientos morales

contenidos,

desencadenadas

en

esas

ocasiones

ante el espectáculo

de

sufrimientos

dolorosos

y

121

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miserias

devastadoras.

Pero

- -como

toda feria

y todo

carna

va l

también

esas

reuniones cumplen la

función

de vías de

escape,

eternizando

los horrores de la rutina cotidiana. Esas

ferias

de caridad permiten,

en

definitiva,

que

la

indiferencia

resulte

más

soportable; fortalecen, en última instancia, las con

vicciones que justifican el destieno de los pobres de nuestra -

sociedad.

Como

explicó recientemente Ryszard Kapuscirísk.i, uno de

los más formidables cronistas de la vida contemporánea, ese

efecto se logra

mediante

tres recursos interconectados,

pues

tos en práctica

por

los medios de comunicación que o r g a n i ~ a n

estas ferias de caridad .

22

En

primer

lugar,

paralelamente

a

la

noticia

de

una

hambruna

persistente o

de

otra ola

de refugiados que

pierden

sus

hoga

res, se recuerda a las audiencias que

esas

mismas

tierras

leja

nas a l l í donde

esa gente

que

se ve

por

televisión

está

muriendo de hambre o

de enfermedades-

son el lugar de naci

miento de

nuevos

e

implacables

empresarios que

desde

allí se

lanzaron a

conquistar

el mundo: los tigres asiáticos .

No im

porta que

esos

tigres sean

menos del 1% de la población sólo

de Asia.

El

dato prueba

o

que necesita

ser

probado:

la miseria

de los hambrientos sin

techo es

resultado

de su

propia elec

ción. Claro que

tienen

alternativas; pero po r su falta de vo

luntad y decisión- no las

toman. El

mensaje

subyacente es

que los pobres

son

los culpables

de

su

destino. Podrían

haber_

elegido, como los tigres , una

vida de

trabajo

duro

y de

empeci

nado ahorro.

En

segundo

lugar, se

redacta

y

edita la noticia

de

modo que

el problema de la pobtteza y las privaciones quede reducido a la

falta

de

alimentos.

La estrategia tiene dos efectos: se minimi

za la escala real de la pobreza (hay

800

millones de personas

que

sufren

de desnutrición

crónica;

pero

algo así como 4.000

millones,

unos dos tercios de la población mundial,

viven

en la

pobreza). La tarea de ayudar se

limita,

entonces, a

encontrar

alimentos para los que sufren hambre. Pero, señala Kapus

ció.ski,

plantear

así

el

problema

de la pobreza

(como en

una

nota de The Economist

que

analiza el hambre bajo el título

How

to

Feed

the

World

[Cómo

alimentar

al

mundo])

' 'degra

da terriblemente, y casi niega el derecho de vivir en una

hu

manidad plena a quienes, supuestamente, se quiere ayudar .

La ecuación pobreza= hambre oculta otros

numerosos

com-

122

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plejos aspectos de

la

pobreza: ' 'horribles condiciones de vida y

de vivienda,

enfermedades, analfabetismo, violencia, familinH

disueltas,

debilitamiento

de

los

vínculos

sociales, ausencia dl,

futm·o y de

productividad .

Son dolores

que no

se

pueden

HU·

primir

con leche

en

polvo y galletas de

alto

contenido proteicu.

Kapusciñski recuerda que, en sus recorridos por

los

b a r a i n t o ~

negros y

las

aldeas

de

Africa,

se

c1-uzaba con niños que le w -

digaban no pan,

agua,

chocolate

o juguetes;

sino

bolígrnfol'l,

porque no

tenían

con qué escribir

en

la escuela .

Agreguemos a lgo

más: se tiene mucho cuidado en evitar cunl

quier asociación

entre

las

horrendas imágenes de

hambrunm•

q u e tienen gran éxito en

los

medios - y la tragedia do loH

pobres

acusados de

violar

la

ét.ica

del

trabajo.

Se

muestrn

n In

gente

con su

hambre; pero, por

más qu

e

el

televidente

l IU

''

fuerce, no verá ni una

herramienta de trabajo, ni

un

torJ l IUI

cultivable, ni

una

cabeza de

ganado

en

la

imagen. Como HÍ

nu

hubiera conexión alguna

en tre las promesas huecas

de

ln (lt.h•n

del

trabajo, en un mundo

que

ya

no

necesita más trabuj:uiur'l' •

y los

dolores de estas

personas, mostradas como vía de I'HI'UJ'''

para impulsos morales contenidos. La

ética

del

trnbuju

Hnl••

ile

sa, lista

para

ser

usada

nuevamente

o ~ o

el látigo

qut•

X

pulsará

a

nu

es

tros

pobres

l o s

que

tenemos en

el

barrin l't•r

cano,

aqtú

a la vuelta

de

la

e.'3quina-

del refugio que, vananwuiA•,

buscan

en el

Estado

benefactor.

En tercer lugar, los espectácul

os

de

desastres,

tal

comu

MUII

presentados

por

los

medios, sirven de

fundamento, y

reftwnnu

de un modo

diferente,

el constante

retroceso

moral de ln K••uLt•.

común.

Además

de servir

como descarga a los

seiltimil•nlm•

morales acumulados, el efecto a largo plazo

es

que:

La parte desarrollada del

planeta se rodea

con un

cinturón

HlllliiJt

río

de falta de

compromiso

y

levanta un nueV O

Muro de

llot•lín,

1ln

alcances mundiales;· toda

la información

que

nos

llega de

ull1\ nl\u•

ra son imágenes de guerra, asesinatos, drogas,

saqueos,

unfc•rnu•

dades

contagiosa3,

refugiados y hambre:

algo

que

nos

u m c • t a n ~ a

seriamente ..

Rara vez, a media voz y desvinculada de las escenaR clt•

f ( IH

rras civiles

y masacres, nos

llega información

sobre

l o t ~ 1111

mentos utilizados; es menos frecuente, todavía, quo Hn

re

cuerde lo que sabemos

pero

preferíamos no oír:

e s a . ~ : ~

m·m•u•

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que transforman tien:as ~ j a n a ~ en

campos

de

mu

erte

salienm

de nuestras

fábricas,

celosas de sus libros de pedid

os .

orgullo

sas de su eficacia come1·cial, a lma de nuestra preciada prosperi

dad.

Violentas

imágenes de la

autodest1·ucción

de

esos pueblos

se

instalan

en

nuestra

conciencia:

son

síntesis

de calles

maldi

k'lS y zonas

prohibidas

'',

representación magnificada

de

terri

torios

dominados

po1· pandillas asesinas , un mundo

ajeno,

s

ubhumano, fuera

de

toda

ética y

de

cualquie.r salvación. Los

intentos

por

rescatar

a ese mundo de su p1·opia

brütalidad

sólo

pueden

producir efectos momentáneos; a la larga, terminarán

en

fracaso.

u a ~ q u i e r salvavidas que se

alToje

se

manipulado,

inexorablemente, para ser transfot·mado en nuevas

trampas.

Entonces hace su ingreso la probada

y confiable

helTamienta

de la adiaforización: el cálculo sobrio y ¡·acional de costos y efec

ws. El dinero

que se

invie1·ta

en

ese tipo

de gente

será

siempre

dinero malgastado. Y

hay

un lujo que-no nos podemos dar, como

s

coincidü·án, y es

el de

malgastar nuestro

din

ero.

Ni las

victimas de

la

hambruna como sujetos ét icos, ni

la

posición

qu

e

adoptemos hacia

ellos

¡·epresentan un problema moral.

Lamo

mlidad es sólo para las

ferias

de caridad ,

esos

momentos de pie

cbd

y

compasión,

explosivos e instantáneos

per

o de

corta

vida.

(

:unndo

se

t1

ata

de

nuestra

responsabilidad

colectiva

(la

de

no

:mtros, los

países

ricos)

por la miseria

cró

nica

de los pobres

del

plan c:la ,

aparece

el cálculo económico y

las

reg

la

s del libre mer

cuclo, la eficiencia y

la productividad

reemplazan a los

precep

l.os morales. Donde habla la

economía,

que la é

tica

ca lle.

Salvo

que se trate-,

desde

1uego, de la

ética

del trabajo

la

única varia

nte que

toleran las regla

s económicas.

Esta ética

11 se opone a que la economía

priorice

la r entab ilidad y

la

efi

c

;lcia

come

¡

·c

ial;

po1

·

el

contrario, son

s u

complemento

necesa

rio y s iempre bien recibido.

Para

los paí

ses

ricos del

mundo,

y

:iilhr

e todo

para

los sectore&

acauda lad

os de

las sociedades t i-

ca ::;,

la ética del trabajo tiene una sola cara.

Explica

los deberes

dr : quienes luch

a n

contra la

s

dificultade

s de

la

supervivencia;

nada dice sob t·e los deberes de quienes lograron escapar de

la

mer a

supervivencia

y pasaron a

tener preocupaciones

más

imp

orta ntes y el

eva

das. En especial, niega

qu

e los prime

ros

depe

ndan de

los

segundos

y

libera

a es tos, por lo

tanto,

de

toda

responsabilidad hacia aquellos.

En

la

actualidad, la ética

del

trabajo es

esencial

para des

acreditar

la

id

ea

de d

ependencia .

La dependenci

a se ha

tr

a

ns

-

12,1

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.

formado

en una

mala

palabra.

Se acusa al Estado benefactor

de fomentarla, de e levarla al nivel de un a cultura que se

autoperpetúa:

y este es

el argumento supremo para desmante

lar ese Estado. La responf:labilidad moral es la primera vícti

ma

en

esta guerra

santa

contra

la dependencia, puesto

que

la

d

ependencia del

"Otro" es sólo el refle  ode la

responsabilidad

propia,

el

punto de partida

de

cualquier relación moral y

el

supues to en que se basa

toda

acción moral. Al mismo tiempo

que denigra la dependencia de los pobres como un pecado,

la

ética

del trabajo, en su versión

actual,

ofrece un alivio a

los

escrúpulos

mora

l

es

de los ricos.

Notas

l. J.

F

Hand

ler

e

Y Has

enfeld ( 1991), The Moral

Construction

of Pouerty.

Londres:

Sage,

pp. 139 y

196-197.

Seg-Un los autores, en el marco de WIN se

rea liza

ron

en 19

7 1

unos

2,7 millones de evaluaciones, pe

ro

;;ólo

se inscribie

ron 118.000

aspirantes. De eslos, sólo el 20% conservó su empleo durante

tres

meses

por lo menos. El salario promedio fue de

2

dólares la hora (p.14l.).

2.

Internotional

I-Ierald I ribune,

3-

4

de aeosto

de 1996.

3. C. ,Julien (

1996

),

"Vers le choc socia

l'', e Mande Diplomatique,

sep

tiembre.

t.

Z.

Ferge

y

S M

l\Hiler

(comps.),

Dynamics

of

Deprivation.

A.\dershot:

Gower,

pp .

309-310.

·

5. H.

J. Gans (1995), The

IVar

acainst

t

he

. Poor:

The Underclass and

Antipoverty

Policy. Nueva

York: I3

asic

Books, p. 2.

6.

Como seña

la Gans, "los l c o h ó l i c o t ~ que no son pobres pueden beber en

sus

casas; a

veces,

incluso, en su trabajo.

Es

R los pobres a quienes se suele

encontrar

tirados en la

calle.

Además, los a ct

os

moralmente

dud

osos

de

los

ricos resultan, con frecuencia, totalmente legales. También

en

ei lo

se cum

ple la

'regla

de oro': los

dueño

s det oro son qui

enes

ponen las r eglas" (]bid,

pp.

4 .

7.

No

importa

que

los

gastos

federales

y

local

es

en

lai

distintas

formas

de

asistencia social

sumaran

no menos

de

40.000 millones

de

dólares

en

1992,

lo cual es solo e l 15% del pt·esupuesto anual de Defensa

durante

el periodo

po

slet·

io¡· a la

Guen·a

F'l:ía, 10

.000

millones

de dólares

menos que

el costo

anua l de las

deducciones

impos iti vas

por

hipote

cas,

y

sólo una

sexta

parte

de

los subsidios

a

las corporaciones

y la deducción de

impuestos

a los

ricos.

No

imp

ot·t.a, tampoco, que ''los fabrica

nte

s de a

rmas sean

tan dependie

ntes

del

Pentágono como las mujeres

pobres

lo son

de

la asistencia social'' ( bid, pp .

82-84).

8. K.

Aul

e tta (1982),

Th.e Undercia.ss. Nueva

York: Random Hotu;e, p. xiii.

9.

En

los

Estados

Unidos,

el lengua

je

usado

gene ·aJmente

eu

e l

actual

debate sobre el fenómeno de la

marginación

coincide en

gran

medida con la

retor

ica inflexible,

si

n obstsculos, de

Edward Banfield:

"El individuo

de cla-

125

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se baJa vive

al

dia ... 1 .:1 i

mpul.

>o gob1erna

su

comportamJt::nto, o porque no

puede

autodisdplinarse

para

sacrificar

la satisfacción presente a la

futura,

o

porque carece

de

se

ntido

de

futuro. Es,

en

consecuencia

, t

ot

alm

e

nte

imprevi

so¡·;

para

él

no

tiene

valor

lo que no

pued

a

consumi

r de inmediato.

Su

gusto

por

la 'acción'

está

por encima de todo" (E. Banfield (1968), The Un hear ;erLly

City:

1 he

Nalure

and

Future

{

our Urban Crisis.

Bo  ton:

Little

Br

own

, pp.

3L1-5). Nótese cjüe la diatriba de Banfield con t ra la "clase marginada" suena

como

una descripción

muy acertada

del "consumido¡·

ideal

''

en

una sociedad

de

consumo.

En este análisis, como en

muchos

otros, la "clase

marfri

nada" es

el basural donde se an·oja n ¡os d

emonios

que

acosan al alm a atormentada

del

cons umido ·.

10.

La

inve

s

tigación

de campo

lle

vó a

Au etta

tan cerca

de

los

obj

e tos de

tratamiento

estanda1;zado que

no

pudo

dejar

de

observar

lo

defectuoso

s

que

resul tan , en t érminos

empü-icos,

los rótulos y la s clasificaciones

gener

ali

zadoras.

Hacia

el final del libro

K. Auletta,

op. cit.),

qu

e presenta

u

na

larga

historia de

la

unificación

de la clase m a

rgin

ada a

partir

de la

acción

del

E s tado, el a

utor

a firma: "La g-ran lección que aprendi de mi tt·aba

jo periodistico entre pob

res

y r g i n ~ d o s

es que

las generalizaciones c

asi

calcomanía.a para el

auto

  conspi ·an contra toda comprensión. Resulta

peligrosísimo ge

neralizar

acerca de la 'clase baja' .. o de

'víctimas'

. . o

sobre la

'vir

tual elimínación' de la

pobr

eza.

O

d ecir que el

gobiemo

es 'el

problema'. D esde una altura

de nueve

mil

metros, to

do

y

todos

pa ·ecen

hor·

migas" p. 317). Como es de esperar, na die atendió estas advertencias. Pa1·a

el comentario periodístico, así como en la opini ón pública y los s u puestos

ami.lisis

de los o l í Ü ~ o s el e

studio

de

Auletta

sólo sirvió

par·a

reforzar la idea

global

que

ya se tenía

sobre la

clase

marginada

.

11 . K. Auletta, op.

cit

. , p. xvi.

12.

bid, p. 28.

13.

L. M.

Mead

(

1992),

1 he New

Politics

o{ Pouerty: The

Nonworking

Poor

m A merica . f ..'ueva York :

Basic

Books.

14. /bid,

p . X.

15.

bid,

p. 12.

16. bid, p. 133.

17.

/bid,

p.145.

18

lbid,

p  

261.

19

.

P.

Townsend (199:3 ), Poue

rly in J:<:ru·ope en Z. e

q ~ e

y S. M

Mill c J"

(comps

.), Dynamics o{ Depriuation. Alder;;;hot: Gowel', p. 73.

20. N .

Christie

(1993), Crime Control as lndustry. Londres: Rou tledge.

21

H. J. Gans, op. cit. , p. 75 .

22. R.

Kapu

scinsk.i (1997), Lapidarium l l l . Varso.,ia: Czyteln.i

k,

pp. 146 ss.

126

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TERCER

P RTE

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erspectivas para

los nuevos pobres

Hay

much

os

modos de ser humano; cada sociedad elige el

que prefiere o tolera. Si llamamos sociedad a un

det

e

rmina-

do conjunto de personas, con lo que queda implícito que

esas

personas

tienen una cierta

re lación entre

y

constituyen

una

t o t a l i d a d ,

lo

hacemos porque damos por sentad

a

la

elec-

ción. (Pe ro esa

elección, sin

embargo,

muy

pocas veces es deli-

berada ,

en el

sentido

de haberse

analizado

diver

sas

posibili-

dades para

escoger

entre ellas

la

más atractiva

pa ra

todos. Sin

embargo, una vez hecha la elección, más por

omisión

que

en

forma intencional, la forma que toma

la

sociedad ya

no

puede

cambiarse

fácilmente

1

. )

Y es

precisamente

aquella elección o

sus

huellas,

que pel·duran insistentemente a través del tiem-

p o l o

que

determina

que una

comunidad de personas difiera

netamente

de

otra:

allí

reside

la

diferencia

a

que

nos

referimos

cuando hablamos

de

sociedades diferentes.

Si

una dete

rmina-

da comunidad

constituye

o no

una sociedad

 ,

hasta

dónde lle-

gan

sus

fronte

ras, quién f01·ma o no forma

parte

de ella ... son

cuestiones que dependen

de

la fuerza con que ::;e

haya realiza-

do la

elección,

del grado de control que sobre el conjunto ejer-

zan algunos individuos dirigentes y por lo tanto, también de

has

ta

dónde se

obedezca

a esa dirección . La elección se reduce

a

dos imposiciones

(o,

mejor dicho

, a u

na

imposición

y s u

con-

secuencia): un

orden

y

una

norma par a

todos

.

Milan Kunde ra,

uno de los

grandes novelistas

y

filó

so

fos de

nuestro

tiemp

o definió

e n

La alse a u Adieu x [El

vals del adiós]

129

Page 124: Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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(

Gullimard, l9 Y ¡

la a

petencia

de

urden

  presente en

toda

s

la

s sociedades co n ocidas: '

...Un

deseo

de

tr

ansforma r el mundo

human

o

en un

t.odo orgánico,

donde todo funcione p

er

fectamente

de

acuerdo con lo p1·evisto, su-

bor

din

ado a

un

si

stema

suprapers

on

al.

La

apetencia

de

orden

es,

al mismo tiempo, una

apetencia

de muerte, porque la vida es una

consta

nte interrupción del

orden.

Dicho al revés: la apetencia de

orden es un pretexto virtuoso,

una

excusa para la vio lenta

misan

tropía.

En rigo r, la

apet

encia de orden no surge

nec

esa

ri

a mente de

la

mi

san tropía, (es decir,

de

la resistencia a

aceptar

la vida en

sociedad

con todas sus

impurezas].

Pero no

pu

ede sino provo

carla

,

puesto

que

o

fr

ece una excusa

para

c

ualquier acción que

se originara e n aqu el sen timiento . En

última

iastancia, cual-

quier

or

den

es un

d

esespera

do intento

por

imponer

unifonni-

dad,

regularidad, prioridades predecibles al desord

enado mundo

humano; los humanos.

si

n embargo, tie

nd

en a ser distintos ,

erráticos

e impredecibles: Pu

esto

que los humanos

somos,

como

dice Cornelius Castoriadis, seres

que siemp

re creamos

algo

diferen te,

que

somos

fuente

permanente de

alteridad y,

en con

secuencia,

no

h

acemos

sino

mo

difi

ca

rno

s a n oso

tro

s

mi

smos'?

h ay sólo una pos

ibilid

ad de que el mundo

humano

deje de ser

distinto, en-á tico e impredecible: es su tumba . Ser humano

sig-

nifica elegir siempre y cambiar siempre esa e lección; de tener

cualquier

elección ul tel Í

OI y

tr

ans formar en iiTeve

rsibles

las

elecciones realizadas con a

nterioridad.

Implica , por

tanto,

Ün

esf

uer

zo constante. La a petencia

de orden

sólo

es con

cebible

gracias

a esa

capaci

dad de elegir ,

implícita

en el ser; todo

modelo

de

o1·d

en

implic

a

un

a

elección

en

sí mi

sm o,

pero

una

elecci

ón

que

aspira

a

imp

onerse .sob1·e cualquier opción y

poner

fin a la posibilidad

de

seguir aligi endo.

Ese

fin, s in e

mbargo,

no es seguro: le sigue la misantropía , sea o no intencional y

bienve

nid

a:

[e

l

de

seo de

pon

er

se

a l m a r

gen

de la corri e

nte

im-

pura de

la

vida]. El verdadero objeto de

sos

pecha , rechazo y

odio para esa

mi

san

tr

opía

es

la obstinada,

empedernid

a e

in-

curable

excentricidad

de los seres humano

s,

fuente permanen-

te de d

esorden

.

La otra imposició

n

es

la norma.

La norma es

la

pr

oyección

del orden

sob

r e la

con

ducta

humana.

Nos

dice qué es

po

rt

arse

130

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7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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bien

en una sociedad

ord

e

nada;

t t·aduce al len

guaje

de las elec

c

iones

humanas,

por

así

de

cirlo,

el

concepto

de orden. Si

el o

r-

den es una elección, tamb ién lo es la no¡·ma; pero la elección de

un orden

limita la

posible opción de pautas de

comportamiento.

Se

co ns id

eran

no

rm ales

lo

ciertas

activi

dad

es

; t

odas

la

s de

más son consideradas ano rm ales. Anormal  equi

vale

a aparta-

do del modelo elegido;

pu

ede llega r a ser una desviación  ,

una

form

a

ex

t¡·ema

de anormalidad. La desviación provocará

la in-

tet'Vención terapéutica o pen a l si

la

co

ndu

cta

en

cu

est

i

ón

no sólo

se

apa

r

ta del

modelo

elegido

sino

que

, t

amb

i

én

, ex

cede

el

límit

e

de las opciones tolerables. Nunca se es tablece claramente

la

n·on

tera en

tre

la simple

anormalidad y la siniestra desviación ; por

lo

general, es

ta

últim

a es

condenada

airadamente

y

si n

apela-

c ión

por haber

violado

los

límites de

la

toler

ancia .

La constante

y conscien

te

preocupación por e l o

rden

y la nor-

m a

y el hecho

de

que esta pr

e

ocupación constituy

a

un

itn-

pOI·tante

tema

de debate en la socied d señalan que no todo

funci

o

na

co

mo

d

ebe

r ía, que

las

cosas n o pueden dejarse como

están. L os mis mos conceptos de orden y de

norma

- que per-

miten

es tab lecer qué e Lemen tos vienen

al

caso p

ara el tema-

nacen de

la conc

iencia

de la

imped

ección

del

mundo ,

del im-

pul

so

po

r h

acer

algo

para

cambiarlo.

Ambos conceptos,

por

lo

tanto, so

n '  positivos y

cons

tructivos'': son

moto

res que ac-

tú an para elevar

la

realidad hacia niveles n o a lcanzados;

son

presiones en favor de

un cambio.

El solo

hecho

de h a

blar

de

orden y

de

no

rm

a funciona

como

h

erramie

nta

pa

ra

impon

e r

ese

cambio.

P er o

el

debería qu e ambos conceptos

implican limita

su

esenc

ia ; deja fuera f Ta ndes porciones de la

compl

eja realidad

humana.

Ninguna de las dos ideas tend r

ía

sentido si fueran

totalizadoras,

a

plicables

a t

odas la

s p

erso

nas

y

a t

oda

su

acti-

vidad. Pet·o

se trat

a exactame

nt

e de lo contrario: el orden y la

norma declaran, enfá ticamente , qu e

no

t odo lo que

existe pue-

de

formar parte

de

una adec

u

ada

y

eficaz

un

ida

d,

qu

e

en ella

no hay lu

ga

r para cualqu ier opción. Los conceptos de orden y

de norma son afilados puñal

es

q ue

amenazan

a

la

sociedad tal

c  l es   indican, an t e

to

do, la in

tención

de separar, amputar,

cortar,

expurgar y excluir. P t·omu even lo correcto 

al centrar

su

atención en

lo

in

correcto ;

identifican

,

circunscriben

y

eí 1

-

tigmatizan

esos segmentos de la realidad a los que se les niegn

el derecho de existir,

que quedan

condenados

al aislamiento,

ol

exilio

o

la extin

ción.

t r

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7/23/2019 Bauman_Trabajo consumismo nuevos pobres.pdf

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l n ~ L a l a r

y

promover

el

orden significa poner en marcha la

exclusión,

imponiendo

un

régimen

especial sobre

todo

lo

que

deben ser excluido

, y

excluyéndolo al

subordinarlo

a

ese régi

men.

La

norma,

por su parte -cualquier norma:

la ética

del

trabajo

es

sólo

un ejem

pl

o - actúa en forma indirecta, hacien

do

que

la

exclusión

aparezca

como sirn

pf

e

automarginalización.

En el primer caso, quienes terminan excluidos y desterra

dm

;

son los

que alteran

el orden ;

en

el seg11ndo, los

que no

se

adecuan a la norma . Pero, en ambos casos, se cul pa a los

ex

duidos de su propia exclusión; las perspectivas

del

orden

y

la

11orma

repar

ten culpas de antemano, deciden a priori} y

en

con

l nt de los excluidos, el problema delna<J;(etv

(

sufrir

)

frente al

w E tV (hacer). A

través

de

sus

acciones, señaladas como

motivo

d<

P-xclusión

cciones

incorrectas-

los excluidos eligen

su

propia desgracia; son,

en el proceso,

sus

propios agentes. Que

dar

oxcluido

aparece

como

el

r

esultado de un suicid

io

social;

no

clt

una

ejecución

po1· parte

de l

resto de

la sociedad.

Es culpa de

lo:;

excluidos por

no habe1·

hecho nada,

o no lo

suficiente,

para

h11ir

de

la exclusió

n; qui

zás hasta la buscaron

,

sintiendo que

f ' tW exclu

sión ya

estaba escrita. Esa

exclusión no

es simple

nwnt

e

un acto de hmpieza; es un acto

de

ética,

un

acto de jus

l it·ia

mediante el cual a

cada uno

se le da

su

merecido. Quienes

tl«:cidcn

y

ejecu

t

an

la

exclusión

pueden sentirse

los

virtuosos

d f f ( m ~ o r e s de la ley y

el

orden, los

guardianes de

los

valores

permanentes y

los

parámetros de

la

decencia.

l•:fo tas p

erspectivas dejan de

lado la

posibilidad de

que,

lejos

ti <

ca.

·gar con la res

ponsabilidad

por su

destino, los

excluidos

,JHWdan

ser

las

·

víctimas de

fuerzas

a

la

s

que

no

tuvie

1·on

la

o¡Hllt'unidad de resistir, menos

aün de

controlar. Es posible

que

:1lg-unos

excluidos

hayan alterado el

orden ; y esto,

por

lo

que son

o

por

lo

qu

e

se

ha

hecho

de

ellos.

Están

excluidos

por

las

carac

  t ~ r í s t i c a s

que

los

definen pero que

no

eligieron;

no

por

lo

que

l1icicron, sino

porque

la

gente como

ellos

no

tiene lugar en

el

m·d

en de

los

demás. Es posib

le

que otros

no

se ajusten

a

la

norm

a , no porque

carezcan de voluntad

-

para hacerlo, sino

porque les faltan

los

recursos necesarios, recursos con los que

otJ·as

personas

cuentan . Como

esos

recursos escasean,

no

es

Lún

al

alca

nce de todos .

Ha quedado demostrado,

en

consecuencia, que

los

excluidos

- o

qu

i

enes

están

a

punto

de

ser lo-

no

están

capacitados para

elegir

s u

destino. Permitirles esa

l ~ Q e r t a d

sería

su

p

er

dición.

l32

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Cuando

se los deja librados a sí mismos, se producen cosas

h oiTendas. Ellos mismos se buscan todo t ipo de desgracias. Pero,

como la

exclusión jamás

es

un

estado agradable,

la

s

consecuen

cias

de aquella

libertad son

tan

horribles para

ellos

como para

quienes

viven

dentro del orden y la

norma

. Privar a los

exclui

dos

de

su

libertad

(libertad

que,

sin

duda

,

usarán

mal

o

des

preciarán

)

es una necesi

dad imperiosa para proteger la

ley

y el

orden;

hasta

podría afirmarse que es

para

bien de

los exclui._.

dos. La vigilancia

policial, el

control y

la supervisión

de su con

ducta son

actos

de caridad,

verdaderos deberes

éticos

.

Los dos

factores se entrecruzan y se

mezclan

en un

impulso

para

"ha

cer algo" con el

segmento sumergido

de la población. La fuerza

de

ese

impulso

reside

en la preocupación por prese1·var el or

den,

pero

invoca

también

el

re

spaldo

de

los

sentimientos

de

misericordia

y compasión. No obstante,

sea

cual

fuere

la

fue¡·

za que lo anima, ese impulso tiende siempre a "diferenciar"

ante

la ley, a sacarles poder a quienes no saben cómo usarlo; a

someterlos , por las buenas o por las malas, al "sistema

su

prapersonal'' que evaden o desafían.

Desde

s

iempre, ambos

aspectos la defensa del

orden

y

la

compasión- se combin aron y fundieron en

la

figura social de

los pobres, esa gente a la que se alimenta y se mantiene según

1o

que

cada

epoca

y

lugar

define

como

forma

correcta

y

justa.

Pero

los pobres

son,

ante todo,

personas que no

se "ajustan a

la

norma",

esa norma

es

la capacidad de

adec

u

arse

a los

parámetros

que la definen.

Los

pobres ya

sin

función

Hasta

ahora,

toda

sociedad

conoc

ida

ha

tenido

pobres. Y - per

mítase

me repetirlo-- no es cosa de

extraiíarse: la

imposición

de cualquier modelo de

orden

es un acto discriminatorio y

descalifi

cador, que

condena a ciertos fragmentos de la sociedad

a

la

condición de inadaptados o disfuncionales, ya que elevar

un modo

de

ser cualquiera al estatus de norma implica,

al

JlÍS

mo tiempo,

que

otras formas quedan, automáticamente, por

debajo del nivel adecuado y

pasan

a ser "anormales . Los po

bres,

desde siempre,

fueron

y

son el paradigma

y

prototipo

de

todo

lo "inadaptado" y "anormal".

133

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Cada aoci

edad adoptó y adovta, hacia

sus pobres,

una acti

tud.ambivalente

que

le

es característica: una mezcla incómoda

de

temor y

¡·epulsión, por

un lado; y

misericordia

y

compasión,

por

el

otro.

Tod.

os

estos

ingredientes

resultan

i¡,TUalmente in

dispensables. Los primeros

permiten

tratar a los pobres con la

dureza necesaria

para

garantizar la

defensa del orden; los se

gundos destacan el lamentable

destino

de quienes caen por

debajo del

estánda1· establecido,

y

sirven

para

empalidecer

o

hacer

parece¡·

insignificantes las pénurias padecidas por quie

nes

se esfuerzan

en

cumplü·

con las normas.

De

este modo,

oblicuo e indirecto, se les encontró

siempre

a los pobres, a

pe

sar

de

todo,

una

función

útil

en

la defensa

y

la

reproducción

del

orden social

y

en el

esfuerzo pm· preservar

la

obediencia

de

la

norma.

Sin embargo,

de

acuerdo

con

el

modelo

de

orden y

de

norma

que t;uviera , cada socied?d moldeó a sus pobres a su propia

imagen

, e

xplicó

su presencia en

forma diferente y

les dio una

difen:mte

función, adoptando estrategias distintas

frente

al

problema de la pobreza.

La Europa

premoderna

es

tuvo

más

cerca

que

su

sucesora

en

el intento de hallar

una

función importante para sus pobres.

Estos,

al

igual

que todas las

personas

y las

cosa :' en la

Europa

cristiana

premoderna

, eran hijos

de Dios

y

constituían un

es

labón

indis

pensable

en la divina cadena

del ser ;

corno

parte

de

la

crea

ción

divina y como

el

resto

del

mundo

antes de

su

desacralización por la

moderna

sociedad racionali s ta- esta

ban

saturados de-significado y

propósito

divinos.

Sufdan, es

cierto;

pero

su dolor encarnaba el arrepentimiento colectivo por

el

pecado

r i g i n ~ t l

y

garantizaba

su

redención.

Quedaba

en

ma

nos de los más afortunados la tarea

de

socotTer

y

aliviar

a quienes

sufdan

y,

de este

modo, practicar

la

caridad y obtener

--€

llos

también- su

pa1·te de

salvación. La presencia

de

los pobres

era, por lo tanto,

un

regalo de

Dios para

todos l o ~ demás:

una

oportunidad

para practicar el

sacrificio,

pa ra

vivir

una vida

virtuosa, arrepentirse de los

pecad

os y ganar la bendición ce

lestial. Se podría decir que una sociedad que

buscara

el senti

do

de

la

vida

en

la

vida

después de

la mu

erte

habria

necesit

a

do

,

de no

contar

con los

pobres,

inventar

otro

camino para la

sal

vación personal de los más acomodados.

Así eran las

cosas

en el mundo premoderno, "desencantado ,

donde

nada

de lo existente gozaba

el

dere ho de ser por el

solo

134

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hecho de esta1· allí, y donde todo lo que er debia demostrar su

derecho a la existencia con pruebas legítimas

y

razonables. Más

importante resu l ta que, a diferencia de aq uella

Europa

premoderna, el nuevo

mundo

feli z

de

la

modernidad fijó

sus

propias

reglas

y

no dio nada

por

sentado, sometiendo todo lo

existente al análisis

incisivo-de la ¡·azón, s in

rec

onocer

límites

a a u propia autoridad y sobre todo, rechazando el poder de los

muertos

sobre los

vivos , la autoridad de la tradición, de la

sabiduría

tradicional

y

la

s costumbres heredadas. Los proyec-

tos de orden

y

de norma reemplazaron la

visión

de una

cadena

vi

na del

ser. A diferencia de aquella

visión,

el

orden

y la

nor-

ma

fueron

creaciones

humanas,

proyectos

que debían

ser

implementados mediante

la acción

humana: cosas

por hacer,

no

realidades

creadas por Dios que

deben

ser acatadas. Si la

realidad heredada

ya no se

adecuaba a l

orden proyectado por

los nuevos hombres, mucho peor para aquella realidad.

Así fue como la

presencia

de los pobres se

transformó

en un

problema (un problema es alg

o

que causa incomodidad

y

pro-

voca la

ne

cesidad de ser resuelto, remediado o eliminado). Los

pobres

representaron,

d

esde entonces,

una

amenaza

y un

obs-

tácu

lo para

el

orden; además, ctesafiaron

la

norma.

Y fue1·on doblemente peligrosos:

su pobreza

ya

no era una

decisión

de

la Providencia, ya

no

tenían razones

para

aceptar-

la con humildad y gratitud. Por el contrario, encontraron todo

tipo

de

razones

para

queja1: se

y

rebelarse contra

l

os más

afor-

tunados, a los cuales

empezaron

a culpar por sus privaciones.

La

antigua

ética

de la

caridad cristiana

pareció ya una carga

intolerable, una sangría

para

la

riqueza

de

la nación. El dcbm·

de compartir la bueua suerte propia con quienes

no

lograhun

los fa

vares de

la fortuna

había sido,

en

otro tiempo,

una

scuHa

ta inversión para la

vida después

de la muerte.

Pero ya

nu

resistía

el

menor

razonamiento ; sobre

todo,

el razonamilmt.u

de una vi.da de negocios, aquí y ahora, bien sobre la tierra.

Se agTegó, muy pronto, ttna nueva

amenaza:

los pobres qw•

aceptaban mansamente

su desgracia como

decisión

divina y

nn

hacían

esfuerzo alguno por

liberar

se de la miseria eran tambit'ul

inmunes

a

las

t e

ntaciones

del

trabajo en

las

fábricas

y

se

rohu·

sabana vender su mano de obra

una

vez

satisfechas

las

escn:-4111 4

necesidades

que

consideraban, por costumbre milenaria,

nntu

ra les .

La

permanente escasez de fuerza de trabajo fue obscHil'lll

durante las

primeras

décadas de la sociedad industrial. o t ~ pn

t:u.

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bre:s,

incomprensiblemente

satisfechos

y

resignados a

su

suertt ,

fueron la pesadiJ a

de

los

nuevos em

pr

esarios

industiiales: in

munes

al incentivo de

un salario regular,

no

encontraban

razón

para seguir sufriendo

l

argas horas

de trabajo una

vez consegui

do

el

pan

necesario

para pasar

el día.

Se

formó

un círculo

vicio

so: los pobres que objetaban su miseria generaban

rebelión

o

revolución; los pobres resignados a su suerte

frenaban

el pro

greso de la

empresa industrial. Forzarlos al trabajo intermina

ble

en los

talleres

parecía una

forma

milagrosa

de romper

el

círculo.

Así, los pobres de la

era

industrial quedaron redefinidos como

el ejérc

ito

de

reserva de

las fábricas.

El em

pleo

regular,

el que

ya

no

dejaba

lugar para la

malicia, pasó

a

ser

la

n

onna;

y

la

pobreza quedó

identificada

con

el

desempleo, fue una

violación

t la

norma,

una

forma

de

vida

al

margen de

la

normalidad. En

dc  circunstancias, la re

ce

ta para

curar

la pobreza

y

co1tar

t

le raíz las amenazas a

la

prospe1·idad fue

inducü

· a los pobres

- obligarlos, en

caso

nece

sa

r i o a aceptar su destino

de

obre

ro:;. El

medio

más

obvio para conseguir

lo

fue, desde

luego ,

privarlos

de cualquier otra fuente de sustento:

o aceptaban

las

mndicion

es

ofrecidas

, sin

fijarse en

lo repulsiva

s

que fueran,

o

renunciaba a

toda

ayuda por parte de

los

demás. En esa

situa

ciíin

"sin

altemativa", la prédica del

deber

é tico hab-ría s ido

.-;upcrflua; la

necesidad de

llevar a los pobres a la

fábrica no

rwc

esitaba de

impulsos

morales.

Y

sin embargo, la ética

del

trab

ajo siguió siendo

considerada

casi universalmente como

el

remed io eficaz e indispensable

frente

a la trip le

amenaza

de la

pobreza, la escasez de mano

de

obra

y

la revolución. Se

espera

ha

que

actuara como cobertura para

oc

ultar la falta de sabor

de

la

torla

ofrecida.

La

elevación de

la pesada

rutina

del

traba

jo

a la

noble categoría

de

deber moral ten

dría que endulzar

los

;ínimos de quienes quedaran sometidos a ella, al mismo tiem

po

que

calmar la conciencia moral de quienes

los

sometían. La

opción

por la ética del trabajo se vio notablem

ente

facilitada y

hasta

llegó a resultar n tu r l

por

el hecho de

que

las

clases

medias

de la época

ya se

habían convertido a ella y juzgaban

su

propia

vi da a

la lu

z

de esa

ética.

La

opinión

ilustrada del momento se encontraba dividida

.

Pero, en lo que se refería a

la

ética del trabajo, no había des

ac

uerdo

entre quienes

veían

a los pobres como

bestias salvajes

y

obstinadas

que era

preciso

domar, y

aquellos cuyo

pensamien-

· t36

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to se guiaba

por

la étka, la cunt;iencia y la compasión. Por

un

lado,

John

Lot:ke

concibió un

programa integral

para erradicar

la pereza

y

el ' libertinaje

a que Jos

pobres se entregaban,

recluyendo

a

sus

hijos en escuelas para indigentes que los for

maran

en

el

trabajo regular

y a

los

padres

en

asilos

para

po

bres cuya severa disciplina,

un

sustento

mínimo,

el

trabajo

for

zado y los castigos

corporales

fueran la regla. Por el otro, ,Josiah

Child, que ~ m e n t a b a el destino triste, desgraciado,

impoten

te, inútil y

plagado de

enfermedades

de

los pobrE\S,

entendía

-

tanto

como Locke-- que

poner

a

trabajar

a los

pobres era

un deber del hombre hacia Dios y

la

Naturaleza : '

En un sentido

indirecto,

la concepción del trabajo

como

de

ber

del

hombre

hacía

Dios

venía

a

bendecir la perpe tuación

de la

pobreza. La opinión

compartida

era que, puesto que los

pobres

se arreglaban con poco y se rehusaban a

esforzarse para

- conseglJir más, los salarios debían mantenerse

en un

nivel

de

subsistencia mínima; sólo así, cuando tuvieran empleo, los po

bres se verían igualmente obligados a vivir al día y a estar

siemp1·e ocupados para poder

sobrevivir.

Como dice Arthur

Young,

todos, salvo

los idiotas,

saben

que

se

debe mantener

pobres a las

clases bajas;

si no,

jamás

trabajarán .

Los exper

tos

economistas de la época se apresuraron a calcular que, cuan

do los salarios son

bajos,

los

pobres trabajan

más

y realmente

viven mejor que si reciben salarios más altos, puesto que

en

tonces se entregan

al ocio y

los disturbios.

Jeremy Bentham,

el gran

ref01·mad01· que

resumió la

sabi

duría de

los tiempos

modernos mejor

que cualquier otro pensa

dor

de su tiempo (su proyecto fue elogiado en forma casi unáni

me por

la

opinión

ilustrada como

eminentemente

racional y

luminoso ),

avanzó

un

paso más.

Concluyó

que

los

incentivos

económicos

de

cualquier tipo

no

eran

fiables

para obtener los

efectos deseados;

la

coacción

pura,

en cambio,

resultaría

más

efectiva

que cualquiel-apelación a

la

inteligencia po r

cierto

inconstante y

hasta

inexistente- de los pobres. Propuso

la

cons

trucción de 500 hogares, cada

uno

de los cuales

albergaría

a

dos

mil de los pobres que representaran

una

carga

pesa

da

para

la sociedad,

manteniéndolos

allí bajo la vigilancia o n s ~

tante y la autoridad absoluta e indiscutida

de

un alcaide:

Se

gún este esquema, los despojos, la

escoria de

la humanidad?'.¡

los adultos y los niños

sin

medios de

sustento,

los

mendigos;

las madres solteras, los aprendices rebeldes y otras

gentes

._de

T8

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  lU calaña debían

ser

deteoidos

y

llevad

os por la

fuerza

a esus

hogares

de

trabajo

f01·zado a

dministrados en

fo

rm

a

privada,

donde la escoria se transforma r ía

en metal

de buena ley . A

s

us

escasos

crít

icos

liberales,

Benth

a m r

es

po

ndi

ó

airado: Se

objeta

la

violación

de la

libertad; se pide

,

en camb

io, la libertad

de

act

uar

contra

la

sociedad .

Entendía

qu

e l

os pob

res·,-pm· el

solo h

ec

h o de

serlo

,

habían demostrado no tener más capaci-

da d para ej

erce

r s u

lib

e1·tad

que

los

niñ

os

¡·evoltosos. No esta-

ba

n en condiciones de

dirigir su

pmpia

vida;

h a

a

que hacerio

po

¡· e

llos

.

Co

rri

ó mucha agua bajo los

puentes

desde que gente como

Locke, Young o

Bentham,

con

el

ardor

d

esa

fi

ante

de

quienes

exploran tierras

nu

evas

y vírgenes, proclamaran esas

ideas que,

con el tiemp

o,

se afirmarían

como

una op

i

nión

m od

erna uni-

versalmente

acepta

da so

bre

los pobres . Sin e

mb

argo, pocos se

a

trevería

n a

sos ten

er hoy esos pi incipios con a n ogan

cia y fran-

qu

e

za

s

imilares;

s i lo

hi

c

ieran

, sólo

provocarían indignac

i

ón.

Pero buena

parte

de esa

filosofía ha

vue

l to a

se

r,

en gran

m

edi-

da

, la

ba

se de polí ticas oficiales frente a

quiene

s,

por

una u

otra r azón , no son ca

pace

s de ll

egar

a fin de m

es

y de ganarse

la

vida

sin ayuda

pública.

Hoy

re

s u

ena

el eco

de

a

qu

ellos

pen-

sadores

en cada cam

p

aña contra

los

parásitos , los tramp

o

sos

o los

depe

ndientes de s ubsidios de

des

e mpleo  , y en ca

da

advertencia

, re petida

una

y

otra vez,

de

que pedir aumentos

sa lariales es

pon

er

en

riesgo la fuente

de

tra

bajo . Donde el

impacto

de

aq

ue

lla

fil oso

fía vuelve

a

se

n til·se con

mayor fuerza

es

en la re

it

erada afirm a

ción

a pesar de las

irrefu

ta bl

es prue-

bas

en

su

contr de

que nega

r

se

a

trabajar

p

ara vivir

  es

ho

y

corno lo  fue

antes,

la

causa

prin

cipal de la

pobreza

, y que e l

único remedio contra ella

es rein

sertar a los desocupados en

el mercado laboral. En el folclore de

las políticas

oficial

es,

sólo

como

un

a

merca

ncía

podría

la fu

erza de tr

a

bajo

reclama r su

derecho

a

medios

de

s

up

er

vivencia que es tán igualment

e

mercan

ti

lizados. .

Se crea, de este modo,

la sensación de

que

los pobr

es

conser-

van la mi

sma

funció

n

que tuvieron

en l

os

prime_ros t ie

mpos

de

la

e

ra indu

sttia

l:

el

de

reserva

de

mano de

o

bra. Al

reconocer-

les es te

pape

l, se echa un manto de sos

pecha sobre

la h onesti

da d de

quienes

quedan

fuera

del

servicio activo

'', y

.se seüa la

claram

e

nt

e la

forma

de

llamarlos

a l

orde

n y restaurar,

as

í, el

orden de

l

as cosas, roto

por quiene

s el u den el

t r b j ~

Pero, en

138

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..

1•

i •

nuestros

día::;, la f i l o ~ : ; o f í a que

intentó

capturar y art.icular las

realidades

emergentes

de la era industrial ya dejó

de

f u ~ c i o ·

nar, anulada por las

nuevas realidades

de estos tiempos. Des

pués de

haber

servido

alguna vez

como eficaz

agente

para

instaurar

el orden, aquella filosofía se

convirtió

lenta pero

ine.. Co-

rablemente

en una espesa cortina, que oscurece todo lo nuevo

e imprevisible que

aparece

en los

actuales padecimientos

de

los pobres. La ética

del trabajo,

que los reduce al papel de ejér

cito de reserva

de

mano

de obra,

nació como

una

revelación;

pero vive este último

período

como un verdade1·o

encub1;miento.

En el pasado tenía sentido t an to en lo político

como

en lo

económico-

educar

a los pob1·

es

pa1·a

convertirlos

en

los

obre

ros del mañana. Esa educación para la vida productiva

lubri

caba

los engranajes de una

economía

basada en

la

industria y

cumplía

la

función

de

integrarlos socialmente , es deci1·, de

mantenerlos dentro

del orden y la

norma.

Esto ha

d ~ j d o de

se1·

cierto en nuestra sociedad posmoderna

y,

ante todo, de con-

sumo.

La economía actual no

necesita

una fuerza

laboral

mA

-

siva: aprendió lo suficiente como para aumentar no sólo t ~ u

rentablilidad

sino

también el

volumen

de

su

producción,

redu

ciendo al mismo

tiempo

la mano

de

obra y los costos. Al mi :'nw

tiempo,

la

obediencia a

la

nom1a y

la

disciplina socíal quoda

asegurada por

la seducción de los

bienes

de

consumo

más

qnn

por la coerción del Estado y las

instituciones

panópticas.

Tanto

en

lo económico como

en

lo político, la comunidad de 1os COllHII

midores posmodernos

vive

y prospera sin

que el

grueso

do

Hw

miembros

esté oblig·

ado

a cargar con la cruz

de

pesadas jor11:r·

das

industriales. En la práctica, los pobres dejaron de se ' Hll

ejército

de

reserva,

y

las

invocaciones

a

la ética

del

trabajo

nan cada vez más

huecas

y alejadas de la realidad.

Los

integrantes de

la

sociedad contemporánea son, ante

toclu,

consumidores; sólo en

forma

parcial y secundaria

son tambii'u

productores. Para·

ajustarse

a la

norma

social, para ser un

miembro consumado de la sociedad, es preciso responder

<:ou

velocidad y sabiduría a las

tentaciones

del mercado de

conHII

mo ; es necesario contribuir a la demanda que agotará la

ofc•r···

ta y,

en

épocas

de

crisis

económicas,

ser

parte

de

la

reactivacióu

impulsada

por

el

consumidor . Los pobres que carecen de

ingreso

aceptable

, que

no

tienen tarjetas de crédito ni

la

p e r : ~

pectiva de mejorar

su situación

, quedan al

margen.

En con:w·

cuencia, la nm-ma que violan los

pobres

de hoy, la norma cuyo

m

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4uebrantamiento

los

hace

an

  1·ma

les

",

es

la

que obliga

a

e:star

capacitado para consum ir

,

no

la

que impone tener un empleo

.

En

la actualidad, los

pob1·es

son

ante todo no cons

umidore

s ,

ya

no

desempleados . Se

los de

fine, en

primer

lugar

, como con

sumidores expulsados del

mercado,

puesto

que el

deber

social

más importante que no cumplen es el

de ser

compradores acti

vos

y eficaces

de

l

os bienes

y

senicios que el

mercado

les ofre

ce.

Indudablemente, en

el

libro de balances de

la

sociedad

de

c

onsumo

,

los

pobres

SOll

parte del pasivo;

en-modo alguno

po

d,·ian

ser

registrados en

la co

lumna

de

los

activos

presentes

o

futuros.

De ahí que, por primera

vez

en

la

historia,

los

pob1·es

resul

tan

,

lisa

y

llanament

e,

una

preocupación

y

una

molestia. Care

cen de

méritos capaces de

a

liviar

-menos

aún,

contrarrestar

Hu

defecto esencial.

No

tienen nada que

ofrecer a cambio del

desembolso realizado por

los

contribuyentes. Son

una mala

in

versión,

que

muy probablemente

jamás

será

devuelta,

ni dará

g

anancias;

un agujero n gro que absorbe

todo

lo que

se

le acer

que

y

no

devuelve

nada

a

cambio

,

salvo, quizás, problemas. Los

miembro

s

nonnales

y

honorables de

la

sociedad

-

los

consumi

dores-

no quieren ni espe

ran

nada

de ellos.

Son totalmente

inútiles. Nadie

nadie

que

realmente importe,

que

pueda ha

l>lar

y hac

e

rse o r los necesita. Para ellos, tolerancia

cero. La

Hociedad estaría

mucho

mejor s i los pobres

de

sapa

recieran de

la

escena. ¡El mundo seda tan

agradable

sin ellos

No necesitamos

a los pobres; por

eso, no

los queremos. Se

los

puede abandonar a

su destino sin

e1 m

enor remordimiento.

in

función

ni

deber

moral

En un mundo

poblaao de

consumidores ao

hay

lugar para

el

Estado

benefactor; aquel legado

venerable de

la socie<:lad

in

dustrial se parece demasiado a

un

Estado niñera , que con

siente a los holgazanes, adula a

los

malvados

encubre

a los

corruptos.

Se afirma que el Estado benefactm: fue una conquista

logra

da

con

esfuerzo

por

los pobres

y d

esamparado

s;

si

efectivamen

te fue

la

lucha de los pobres la

que obligó a

actuar

a

Bismarck,

Lloyd

George o

Beverídg

e, esa lucha sólo pudo lograr su come-

140

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tido por4ue los

pobres

contaban con un

gTan poder

de

negocia-

ción :

cumplí

a n

una

función

importante,

poseían

algo

vital

e

indispensable

para

ofrecer

a

una

sociedad basada en

la

pro-

ducción. Además de

muchas otras cosas, el Estado benefactot·

marcó

el

camino

necesario

para

~ t · c n t i l í z r

la fuerza

de

tra-

bajo,

haciéndola ante todo vendible

y

comprable; cuando la

demanda

de

mano

de

obra bajaba temporariamente,

el

Estado

-

se

encargaba

de hacerl

a

repuntar

. Y e l

Estado

asumió

esa

ta-

rea porque los capitalistas

no podían

o

no

querían

cargar con

los

costos necesa

rios, ni individual ni colectivamente.

Si

se con-

sidera la doble

función

(e

co

nómica

y

política) que el

empleo

desempeñó en la pr;mera

época

de

la sociedad

industrial,

el

Estado

benefactor

al

reinsertar

en

el

trab

a

jo

a

los

desocupa-

do s resultó

una inversión sensata y rentable.

Pero ya

no lo

e

s.

Ya no

es posible que

todos

se transformen

en productores;

tampoco

es necesario que así

sea.

Lo que fue una

inversión

razonable se presenta, cada vez más, como una idea empe-

cinada,

un

injustificable detToche

del

dinero de los

c0Tltribu

yentes.

Por

eso no puede sorprender que

.prácticame

nte en

todas

partes, el Estado benefactor

se

encuentre en retirada. Los

es-

caso

s

países

donde las pre

s

taciones sociales permanecen in-

tactas o su desmantelamiento se

realiza

con

lentitud

o mala

g a n a son condenados por

imprudentes anacrónicos, reci-

ben serias advertencias de los nuevos sabios económicos

y

las

instituciones bancarias internacionales como

le

sucede per-

manentemente

a

Noruega

-

contra el peligr

o

del

recalen-

tamiento

de la ec

onomía  y otros horrores

de invención recien-

te.

A

los países poscomunistas

de

Europ

a oriental y

central se

les

dice,

en términos muy

preci

sos,

que

deben ter·minar

con

las

protecciones

social

es

heredadas

como condición sine qu non

para recibir ayuda

ext

erior y, desde

lueg

o, para

ingresar

en la

familia

de

las nacíones

libres .

La

única elección que la sa

bi

duría económica actual

ofrece a

los gobiernos

es

la

o

pción

e

n-

tre

un crecimiento veloz del

de

sempleo, como en Eur

o

pa,

y

una

caída

aun más

veloz

en el ingreso de las clases bajas, como en

los Estados Unidos.

Este

país lidera

el

nuevo

mundo libre

..

libre de

beneficios

sociales.

En

los últimos

veinte

años, los ingreso

s

totales del

20%

de las

familias

estadounidenses más

pobres se

redujeron en

un 21%, mientra

s

que los i n g r ~ o s

tot

a

les del20

%

más

rico

de

141

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la población

aumentaron

en un 22%.J La redi:;tribución

del

in

greso

desde los

más

pobres

hacia los más ricos

crece con

una

a ~ : e l e r a c i ó n

indetenible.

Los

severos recortes

en

la

asignación

de

beneficios, realizados recientemente

--que

recibieron el apo

yo entusiasta de las tres cuartas partes de los

miembros

elec

tos del Congreso ( el fin del Estado benefactor que conocemos ,

en

palabt·as

de

Bill Clinton)--, aumentarán

de

2 a 5

millones

el número de niños

que

crezcan en la pobreza hasta el

año 2006,

y

multiplicaréin

el número de andanas, enfermos y

discapaci

tadas

que

quedarán desprovistos de

cualquier

forma

de

asis

tencia

social.

En

el

análisis

de

Lo'ic

Wacquant,

la

política

social

estadounidense ya

no

se

propone

hacer retroceder la pobreza

sino

reducir

el número

de pobres,

es decir,

de personas oficial

mente reconocidas como tales y en consecuencia, con derecho

a

recibir

ayuda: El matiz es

significativo:

así corno en otros

tiempos

un

buen indio era

un

indio

muerto, actualmente

un

;buen pobre' es un pobre invisible, una persona

que

se atiende

a sí mismo y

nada

pide.

En pocas palabras, alguien

que

se

com

porta corno

si

no existiera

..

.

6

Puede suponerse

que,

si los

pobres

intentaran defender lo

poco que Tes

queda de aquel escudo

protector forjado

por

las

legislaciones sociales, no tardarían

en

darse

cuenta de

que ca

recen

de

podet·

negociador

para hacerse

e s c u c h ~ r ; mucho me

nos para impresionar a sus adversarios. Pero les sería más

difícil-todavía saca1· de su serena imparcialidad a

los

ciudada

nos comunes , a quienes

el

coro

de

políticos

exhorta

continua

mente

a

votar, no con

su

mente

o su corazón, sino con su bol.:;illo.

Pero es

poco

probable que

esa

reacción

de

los pobres

llegue

a

producirse

alguna

vez. Sus penurias

no parecen

importarles;

y,

si les impot'tan, hay pocas pruebas

concretas

de su

cólera,

o

de

que

estén decididos

a actuar a partir

de

esa cólera.

Sufren,

desde luego, como

sufrieron

en todas las épocas; pero, a dife

rencia

de

sus antepasados, los pobres de hoy

no

pueden o no

intentan

hacer

de su sufrimiento una

cuestión

de interés

blico.

Xavier

Emmanuelli explicó recientemente esta

sorpren

dente

pasividad

de

los pobres:

Por cierto

que

la

pobreza

clásica , heredada

del pasado

trans

mitida de generación

en

generación, se mantuvo a pesar del pode

roso crecimiento económico vivido por los paises industriales .. Pero

42

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________________

a

este

fenómeno se agrega otro, can

:t

cteri:>ttco de nuestro t it::mpo y

sin precédent.e

en

cuanto a sus dimensiones.

Se

trata

de

la acumulación

e

co

ntr

n

eda

des,

que

hoy a

rroja

a

individuos y f

amilias

enteras a

la

indigencia y, a menudo, a la ca

lle: pérdida del empleo, desaparición de cualquier ingreso, desgra-

c

ia

s familiares, divorcios, se

paraci

ones,

pérdida

de

la

vivienda.

El

resultado es un exilio soc

ial

: ruptura de la red de interacciones e

intercambios,

desa

parición

de cualquier

puntos

de

apoyo, incapa-

cidad de proyectarse hacia el futuro.

Por

todo ello, esos excluidos

dejan de tene

r exig·encias o proyectos, no valoran sus d

erec

hos, no

ejercen su res ponsabilidad <::omo seres humanos y ciuda

dano

s . .Así

como

dejaron

de existir

para

los

demás,

poco a poco dejan de exis

tir para sí mismos.

En

estos

días, l

os

pobres

no

unen sus s

ufrim

ientos en

una

causa común

. Cada

consumido1· expul

sado del

mercado

lame

su h e1 ida en soledad;..en el mejor de los casos, en

compañía

de su

famili

a, si

es

ta no se ha quebrado

todavía.

Los consumidores

fracasados

están

solos,

y, cuando

se los d

eja so

los mucho

ti

em-

po,

suelen

volverse sol

itari

os; no

vi3lumb1·an

la forma en

t

'

la

socie

da d pu eda

ayu

darlos,

no

esper a n

ayuda

tampoco, ni

creen que sea posible cambiar la suerte m ás que ganando

n

los

pronósticos del

fútbol

o la lotería . .

No desead

os,

innecesarios,

abandonados

... ¿c.uál

es

su

u ~

gar? La resp

ue

sta es: fuera de

nu

es tra

vista.

En

primer

lugar,

fuera

de

las calles y

otros

espacios públicos que usamos nmm

tros, los

felices

h a bita ntes del mundo

del

con sumo. Si son t'll·

cién

llega

do

s-al pa

ís

y

no

tienen sus papel

es

en perfecto

orden,

mejor

a

ún:

pueden

ser

dep

o

rtad

os

y,

de

ese

modo,

quedar

futwn

de nue

stra

_responsabilidad. Si no h ay excusa para su depol'l.u·

ción,

qued a el recurso de e ncerrarlos en prisiones lejanas, ¡.¡j l\14

posib

le en el

desierto

d e Arizona, o en n

aves

ancladas IcjoH de•

las ru tas habituales, o

encarceles

de alta tecnol

ogía

totalrnl'll

te automatizadas;· donde no puedan ve  · a n adie y proballlc•

m en

te

n adie, ni siquiera su s guardianes, les vea la ca ra dl\lllll·

s

iad

o seguido.

Para

que

el

aislam

ie

nto

físico

resulte

inf

a

lible,

se

lo

roful rl.ll

con la se

paración

mental,

cuyo re

sultado

es el destierro

dofi11l·

tivo de

lo

s pobres del

univers

o de la empatía y la solidaridrul.

Al

mismo

tiempo

que

se

l

os ex

pulsa de las calles,

tambi6n

'''

los puede desten·a1· de la comunidad de los se res humanoH,

eh,)

mundo

de

los

deberes

é ti<::

os

.

Para esto,

h

ay que

reescrihi1·

n

1 l:f

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J

t

t

'

'

'

'

,

historia : hay t¡ue poner depravación donde antes se leía priva-

···· ción. Y los

pobres

sen-in los

sospechosos

de

siempre ,

a quienes

se cercará cada vez 4ue aparezca un fallo que altere el

orden

público. Y se

pintará

a los

pobres como

vagos,

pecadores,

carentes .

de

p1incipios

morales

.

Los

medios

colabm

·

a¡·án

alegremente

con

}

la

policía

pa1·a p1·esentar al público

ávido

de

sensaciones

esas ' ·

truculentas imágenes

de

elementos CI'Íminales que se

revuel

can

en el delito

, la

droga y

la promiscuidad

sexual

o se

refugian

en la oscuridad de las calles. Y se confinnará que la pobreza

es,

ante

todo,

y

quizás únicamente,

una cuestión de

ley

y de orden,

y

que

se la debería

comba

ti r del mismo

modo

que se combate

cua

lquie•·

otro

tipo

de de

li to.

Destenados

de

la

comu

nidad

humana

,

destenados

incluso

de nuestro pensamiento. Sabemos qué sigue después. La ten

tación es fuerte: eliminar

de

raíz

un fenómeno

convertido en

auténtica

molestia, ni siquiera mitigada

por

cualquier consi

dc¡·ación

ética hacia

el

Otro, el

que

sufre; borrar una

mancha

cu el paisaje, eliminar

un

punto sucio que afea

la

imagen de un

mundo

ordenado y

una

sociedad normal. Alain

Finkielkraut

l tos recuerda, en un libro reciente, qué puede suceder

cuando

1 w s

ilencian las consideraciones éticas, cuando

se acaba

la

nmpatía

y

se

deniban

las

últimas

barreras

de

la

moral:

J ,a violencia nazi

fue

ejercida no porque gustara,

sino por

r

espe

to

al deber;

no

por sadismo,

sino

por virtud;

no

entregándose

al

pla

cer, sino siguiendo

un método;

no dando Iienda

suelta

a impulsos

:-;a lvajes

y

ab

andonando esc

rúpulos, sino en

nombre de

valores

::;uperiores, con

competencia profesional

y

teniendo

siempre

pre

:-;en

te

la tarea por

cumplir.

8

Corresponde

agregar que esa viol

encia se

c

om

e

tió en medio

ensordecedor silencio de gente que se consideraba decente

y

6Lica..y s

in embargo,

no

veía

por qué

las

víctimas de la violen c

ia

-a quienes se había dejado de contar, desde hacía

tiempo, entre

los

miembros de la familia

hum n

merecian su compasión

Parafraseando a

Gregory

Bateson: una vez que la pérdida de

s

olidaridad

mora l se

combina con una avanzada tecnología

para

eliminar

todo

.lo que pueda considerarse in'itante, su probabili

dad

de supervivencia

será

la

de

una

bola

de

nieve

en

el

infier

no .

9

Cuando

las

soluciones

racionales para

los problemas

irritantes

se su m

an

a

la

indiferen cia moral, se obtien e

una

mez-

144

..

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cla

explosiva

.

Po:;

ibleme

nt

e much

os >ere > humanos desaparez-

can

en esa exp

l

osión;

pero

la víctima

pli.ncipal

será

la humani-

dad de los que se salvaron de la muerte.

No

hemos

ll

egado a ese punto

todavía

. Pero no

falta

tanto .

No

neguemos

esta

perspectiva

como

si

se

tratara

de

una

pr

ofe

cía

apocalí

p

tica

m

ás,

olv;dada

antes de se

r

somet

ida a compro-

bación. O

tendremos

qu e

pedir perdón después, demasiado

tarde, por

n o h

abe

rn

os

dado

cuenta cuando todo

era,

todavía

,

apenas lo que

es

hoy: una

amenazado

r a p

ers pectiva para

el

futuro.

Afortunadamente

para

la human idad,

la

hi

stOI; a está

plagada de p1·

of

ecías que jamá

s

se

cumplieron. Pero muchos

erímenes y

qui

zá los más horrendos de la his tor i

se pro-

dujeron porque

no

apar eció a tiempo una adv

er

tencia o por la

complaciente

incredulidad de quienes

no

q

ui

s i

ero

n

esc

u c

har

el

llamado

de

alerta.

Hoy,

como

en

el

pasado, la

elección es

nue

stra .

¿Una

ética para

el trabajo

una ética

para la vida

H ay una opción . Pe

ro

es posible esperar que

rent

e a

rea-

lidad

es

que ocultan

su

orig

en

hu:rp.ano y

se

disfrazan

de

necesi-

dades

evide

ntes

- muchos

descarten cualquier

alternativa a

la opini

ón

genera

li z

ada,

acusándola

de

falta de realismo

y

hasta de

ser co

ntraria

a la n

aturaleza de

l

as

cosas .

Ima

g

inar

la posibilidad de

otra

forma de convivencia no es e l

fuerte en

nues tro mundo de utopías

privatizada

s, conocido por su

incli-

nación

a •·econocer

la

s

pérdidas cuando ya se produjeron

y a

s us t

ituir

la

administración de la crisis por lucubraciones

polí

ticas. E

ste

mundo

nuestro es

menos capaz,

todavía, de reunir

la

voluntad

y

la

decisión

necesarias

para

hac

e r

realidad

cual-

quier alternativa

a

más de

lo

mismo .

a

calificación de falta

de

r

ea

lismo , de

la

·

'que

tanto se abusa

en

los choques

políticos

actuales

para

rechazar de

plano una

propuesta, demuestra,

ante

todo, la ausencia

de

v

oluntad

y

decisión.

Como señaló hac

e poco

Cornelius Cas toriadis,

la c

risis del

m

undo

occidental

reside, precisamente,

en el h

ec

ho de

que

dejó de cuestion rse

mismo .

10

Per

o el cues tionar se a sí

mismo

fue

el

secreto

más

profund

o

en la búsqueda

a

somb

r

osa

y sin precedentes

emprendida

por el mundo occiden

ta

l para

mejorarse

a sí m

ism

o, y que

explic

a

también su

igualmente

145

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asombroso

éxito

para alcanzar el ambicio,so objet.ivo

que

se pro

ponía. Fue pos ible y por cierto, inevitabl  cuestionarse a

mismo

a

partir

del

d

esc

ubrimient

o

de que

los

fundamentos

de

todas

nuestras elaboraciones son at·bitrarios

y

lo

seguirán

siendo.

Siendo arbitrarios, bien

pueden se

r

reemplazados

po1·

otros, con tal de

que

pueda argumentarse

convincentemente

en fav

or

del reemplazo. Pero ese autocuestionamiento del mun -

do occidental parece haber

desaparecido.

Nos olvidarnos de

que

tratar a

una

persona como

una

cosa o un sistema puramente

mecánico

no es

menos, sino

más

imaginario

que

afirmar

que

la

vemos como a una lechuza  . Y una vez

que

lo olvidamos, deja

mos de

plantearnos

las

preguntas que

hicieron del

mundo

mo

derno

la

más inquieta

e

innovadora

de

las

sociedades

huma

nas. He aquí algunas de ellas: Bien, todo

está

s ubordinado a

la eficacia; pero,

¿eficacia

para quién, en

vista

de qué, con

qué

objeto? Se logt·a el

crecimiento

económico, es ciet·to; pero , ¿cre

cimiento de qué, para quién, a qué costo,

par

a llegar a dónde? .

Si estas

preguntas no se formulan, desapa recen los obstácu

los

para

el

eva

r nuestra propia racionalización

imaginaria,

in

cesante, continua, ilimitada

y

autocomplaciente (

que lleva

a

reempl

aza

r a

una

persona

por

un

co

njun

to

de

rasgos parcia

les se

leccionados arbitrariamente e n funci

ón de

fines también

arbitrados ) al rango de necesidad objetiva,

relegando

todas

-las dudas al

dominio

exclusivo

de personas

que

no son serias,

como poetas y novelistas .

11

Recient

eme

nte, Claus

OITe

12

presentó u planteo contundente

y per

sua.sivo

para encontrar

una solución rl}.dical a

la

crisis de

nu

estro

tiempo. El

núcleo

de

su propuesta

es la idea de

que

el

derecho a un

ingreso individu l

puede ser disoci do de l ca-

p cid d re l de obtener un ingreso . Puede

serlo, sí, aunque

a

condición

de un

tremendo

cambi

o de perspectiva:

desde aque

lla

basada

en ftl trabajo asalariado, como lo determinaba la

ética

del

trabajo, al reconocimiento de un d

erecho esencial

y

una garantía básica,

dictados por la condición intrínseca y la

dignidad

de todo

ser humano:

Se logra esa

disociación

financiando

la seguridad

social

con

im

-

puestos,

e

liminando

la

investigación de

ingre

sos

y

la

evaluación

de la di

spos

ición a l trabajo, y reernpl<J.zando gradualmente elJ?rin-

cipio

de

equivalencia por

el de

necesidad.

Po1·

último,

reconociendo

al

individuo

corno fundamento esencial

para

el

derecho

(a los be-

neficios sociales].

l transformar el

sistema

de seguiidad

soci

al

de

1

46

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a(;uet·do con estos ¡.¡t·incipio:s,

es

po::;ib le ll

eva

r los valores

de

liber·

tad, igualdad y j

ust

icia social

qu

e

caracte

riz

aron

al Estado bcxw

facto

a la fase de d

esél

rrollo

en que

in:;re

saro

n los

Est

ados

capita

listas, una etapa donde el objetivo de pleno empleo quedó m

áH

nll:t

de

lo

realista

y

deseable.

Hay que espera r,

por

cier to, que a

la

luz

de

lo dicho sobr·•·

nues tra renuncia a cuestionar

el mundo,

la

s propuestas

dn

<

>fli•

parezcan

dema

s ia

do

imprecisas. Y n o podría ser d'e otro modo,

ahora que todos

y cada uno

de los partidos polí

ticos

de iru¡tor·

tancia

parecen

ir

e n dirección

opuesta

y

ven

los síntoma.'4 d .

enfermedad

como

signos

de

recuperaci

ón

y

la

s

causas

de

la ••u

fermedad com o remedios.

No

parece haber fuerza polít.it:u

.¡,,

importancia - a

la izqu

ierda o a la

derecha

del espectro }Jolll.i

co- que,

an

t e

las

ideas

de Offe y otras s imilares, no reo.<.:dorw

recha

zándolas, sea

por oportunismo

políti

co o s implementn

Jllll'll

ga

nar

votos. Y, si se

los

presio

na e n público, l

os

"polítieo."4

1'1'11

po

n

sables

rechazarían probablemente el proyecto

d11

n•rrlu

básica

garan ti

zada basándose en la imposibilidad est di tf.ÍI II

de fin a nciarlo, o por su "falta de realismo político (li'OJH'lrlll

co. Pasarían por a lto, s in emb

ar

go , e l

dudo

so realismo-el•• ,.,,

cur

so

s

de

moda co

mo el

de la

adm

inistración de la1 :1 cri:·d:•.

Y sin

embargo,

como acertadamen te señala Offo,

HllH JI''"

pue

sta

s so

n,

en última

instancia, conservadoras.

No proptllll'll

una r evolución, s

ino

la conservación de valores é ticos y m ~ L J I I I

turas sociales que son básicos para la civilización occiclt•nl.ul,

en circunstanci

as

e n

la

s que

las

inst

ituciones

h eredadn 4 yu 1111

pued

en garantiza r

su

propio

funcionamiento.

Y,

pueRto 11'11'

l1111

p r o p u

e s t ~

t ien

en

un

objet

ivo

tan

conservado

r,

el peso de la prueba cae sobre [sus·) adversarios .. O bien d4••u•llll

poner fin al consenso social ético de la

po

sguerra, o deben d.-mu"

trar

que, en el la

rg

o plazo, se p

ueden

cump

lir

s

us

exigonl'inn Jllll

medios istintos

que

el de un ingreso básico, cosa que ... IIOH """''

'"

sumamen

te

dudosa.

Pa recería que Offe subestimara la

capac

idad de l'CHiHI.c•lll'lll

de

s

us adv

er s

ari

os,

olvidando

la

posibilidad

b s o l u t : · u n c : n l o ~ •

r'e•ul,

o

fr

ecida por la socieda d de consumo, de que deciduu, l ' tml r

todo

lo

esperado,

por

terminar con el

acuerdo

socinl

d1•

In

Jllt

lt

guerra .

Offe formula como

pregunta retórica

lo qntll•ll,l' '

' '

l.at

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lidad, un dilema práctico. Pero, sea

cual

fuere la e leccción que

se haga, la decisión

no

dejará

de

ser

como él

la describe. Las

consecuencias

sociales

y

éticas

de

oponerse

a

considerarlas

se

riamente

negando su presencia

son, lisa y llanamente,

incal

culables.

Por

más radical

que

parezca el planteo de

Offe,

necesita ser

acompañado de otro: el de disociar el trabajo del

mercado

de

trabajo. No hace mucho, .Melissa Benn observó

que

cuando los

hombres

dedicados a la política hablan del trabajo,

se refieren

casi siempre al trabajo

remunerado .l

3

Esto no es del todo cíeJ·-

Lo ya

que

trabajo remunerado

es lo

que

está en

la mente de

los

políticos

-hombres

y

mujeres-

al

hablar

de

trabajo.

La

política

sigue siendo, en gran

medida,

cosa de hombres;

aun

que muchas mujeres

actúen en

ella.

Lo

cierto es que la identi

ficación del trabajo con el

trabajo

remunerado fue una conquista

histórica de los varones que, como señaló Max Weber hace

tiem

po,

montaron

sus negocios lejos

del

hogar,

donde

dejaban a sus

mujeres para que desempeñaran las otras actividades necesa

rias

para

vivir.

Desde entonces, esas actividades dejaron de

:;er

consideradas trabajo

y

en

.consecuencia,

se transformaron

1 11 económicamente invisibles .

l .a idea

de

trabajo ingresó

así en

la política, donde se trans-

fi,rmó en objeto

de lucha en

un terreno

también

monopolizado

por

varones: el campo de

batalla

de

los

derechos sindicales

y

la

~ I J i s l a c i ó n laboral. Así, el trabajo quedó restringido

a las ac-

tividades que figuran en

los

libros de negocios; es decir, al tra

bajo que se vende y que

se compra,

que tiene un valor en el

uu:rcado y, por lo tanto,

puede

exigir una

remuneración

mone

l.nri

u. Quedó

fuera

del

trabajo, prácticament

e,

todo lo pertene

  ~ Í i m t e al mundo

de las

mujeres;

pero no sólo

eso.

Cada

vez que

su

hablaba de trabajo, se olvidaban

las

tareas domésticas

o

aJa

crianza de los niños, ambos territorios

eminentemente

femeni

Hol::l; y tampoco se hacía

referencia

a la infinidad de habilida

d < s sociales puestas en

práctica

y a las interminables horas

pasadas,

en la administración cotidiana de

lo queA H.

Halsey

y

Michael Young

denominan la

economía de

la mo.r:al". La éti

ca

del

trabajo

coincidió

con

esa

discriminación

concentrada

y

no objetada:

quedarse

fuera del mercado laboral, realizando

tareas invendibles

y

no vendidas,

significó,

en la lengua de la

ética

del

trabajo,

estar

desempleado. Ir

ónicamente,

sólo a los

políticos de alto

rango

se.les permite declarar

públicamente

su

148

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satisfaccióu cuando, al abandonar un cargo representativo s u

trabajo--,

se

disponen

a .rasar más tiempo

con sus

familias .

Las

consecuencias

de

lo

ante

·

rior

son,

en

muchos

sentidos,

desastrosas. Contribuyen a la disolución, gradual

pero

impla

cable,

de la

comun

ida d y los lazos baiTiales, de la cohesión

social cuyo mantenimiento

requiere

tiempo ,

trabajo

y dediea

ción. Dejan

huellas

profundas y, en genera l, negativas en la

estructura y viabilidad

de

las

familias.

E r

osionan

g r v ~ e n t e

el suelo en

que se

arraigan

las

¡·elaciones humanas y

todo

vín

culo moral

entre

las

personas. En general,

han

hecho y

siguen

haciendo

mueho daño

a

la

calidad

de vida

(que casi

nunca

se

distingue

del estándar de

vida ,

tema

siempre

considerado

aparte

 . Ese

daño no puede ser

reparado

ni compensado por

las ofertas

del mercado,

ni por el

crecimiento

en

la capacidad

de consumo, ni por el sesudo asesoramiento del mejor consejero.

La

emancipación

del trabajo

de los cálculos centrados en el

mercado

y

de

l

as

restricciones que esos cálculos imponen

exigiría reemplaz

ar la

ética

del

trabajo, molde

ada

en

favor

del

mercado

de trabajo, por una

ética

del trabajo

bien

realizado

[workmanship]

Como seña

haee tiempo Thorstein

Veblen,

el instinto

de

hacer

bien una

tarea es

(a

diferencia de la

ética

del

trabajo,

que

es

sólo

una

invención

moderna) una predispo

sición

natural

y

permanente

de la especie humana .

Los huma

nos

somos,

por naturaleza, seres Cl·eadores, y

resulta

degra

dante suponer que lo que separa el trabajo

del no

trabajo, el

esfuerzo de la

holgazanería, es

sólo la etiqueta

que señala su

precio. Se

mutila la natuátleza

humana al

sugerir

que, sin un

pago,

preferiríamos permanecer

ociosos y

dejar que

nuestra

capacidad y

nuestra

imaginaciór.rse pudrieran y henumbraran.

La

ética del

trabajo bien realizado

podría

devolver a ese instin

to

eseocial la dignidad la importancia

que

la ética

del traba

jo,

nacida

en la moderna sociedád capita

lista, le

negó.

No será

la priméra vez

en la

historia

que

nos

encontr emos

en

una

encrucijada. Y los

cruces de

caminos exigen decisiones.

La primera, y para nada obvia, es

reconocer

la encrucijada como

tal: aceptar que hay

más de un

camino

para

seguir adelante y

que, a veces, la

marcha

hacia el futuro (hacia cualquier futuro)

supone giros violentos. ··

Nos

sentimos tentados de rechazar la idea de Offe:

disociar

 el

derecho

a un ingreso de la capacidad de obtenerlo y apartár

el trabajo

del

mercado de

trabajo. La

propuesta nos suena

como

149

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una

utopía más;

una

más

en

esta larga

historia

de

los

hom

bres, definida

muchas

veces con desdén como e

l

cementerio

de las utopía.s . Porque la

n u e s t ~ es

una época

de utopías in

dividuales , privatizadas;

y

está

de moda reírse de proyectos

que impliquen

poner a prueba l

as

opciones

que

se abren

ante

nosotros.

Cua

lq

uier emdi to serio

y

realista podría concluir hoy

q

ue las

id

eas

propuestas

por f T ~

no

merecen aten

ció

n.

Y

tendría bue

nos

motivos para

ello. Como sostuvo

recientemente

Roger·-Pol

Droit, la

realidad

está

llena

, como

un

huevo. Y

es prácticamen

te

imposible

escapar de

sus límites. Los

creemos eternos,

hasta

que

son

borrados por

la

hi

storia .¡.¡

Y

continúa

señalando que

en

la

recia de Pericles

o

en la

R

oma de

César·

habría

sido

un

dis

parate pensar en un mundo sin esclavos, como habría si

do

im

posible concebir un

mundo

sin r

eyes en

los

tiempos de Bossuet.

Y ahora,

¿por qY é

estamos tan seguros de que

una economía

que

no sea esclava

del

mercado

es

una incongruencia y

que

la des

igualdad creciente

no

puede ser frenada? Droit

concluye: Más

que

detener e l

progreso

de

la

utopía,

quizá nu

estro

tiempo

esté

preparando

el campo para au regreso Cuanto más repitamos

q

ue

la política

no

deja espacio

para

los sueños, más

crecerá el

deseo de un mundo

radicalmente

distinto . Con segur

idad que

Paul Ri

coour estaría

de

acuerdo:

hace más de

diez

años

observó

que

en nuestro tiempo, bloqueado por sistemas en

aparienc

ia

invisibles,

la

utopía

es nuestra am1a

pr·incipal

para

impedir c

ual

quier

cien-e del

debate.

15

Y

hace much

o menos

tiempo,

después

-de

terminar su revis

ión de

la hist.oria latin

oamericana, Fernan

do

Ainsa sugi

rió

que en

lugar

de

hablar

de

u-topía, un lugar

que

no

está

en

ningún

lugar

,

sería más

a

pro

pi

ado

pensar

'€n

p -

topía:

el espacio de todos los lugares.

16

En

rigor,

la propuesta de disociar el derecho

a

un

i

ngreso de

la c a ~ a c i d a d de obtenerlo es cualquier cosa menos

una

idea

conservadora. Por el contrario: de nuestro razonamiento su

r

ge

que hatia falta

un

giro violento para ponerla en práctica.

Ha

bría

que

renunciar a

unos cuantos supuestos hoy sagrados

(más

que

sagrados, por ser

irreflexivos) sobre nuestro modo de vida.

Olvidarse, por

ejemplo,

de

que

la

eficiencia

es buena siempre,

sin importar

para qué sirva

y

cuál pueda ser su

consecuencia

en términos de sufrimiento

humano.

O

que

esto

que

se

ll

ama

crecimiento.económico''

que estadísticamente puede definirse

como

más

hoy que ayer,

mañana más

que hoy - es bueno en

150

.

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sí mi::mw, t

ambién, sin importar

el daño

que pr

od

uzca

a la co

n

dición humana

y a la

naturaleza, esta

co

ndi

ción compartida

por toda la

hum

a nidad .

A quienes digan que la violencia

del

giro constituye, de por

sí, un

poderoso

argu

men

to

para

no

intentarlo, se les

co

nt

e

sta

rá citando una ve-z má

s a

Cornelius Castoriadis

.

Cuando uno

de

sus entrevist

a

dores

le preguntó : "¿Qué

quiere

,

entonces?

¿Cambiar a la hum a

nid

a d?'', Castoriadis

respondió:

"No; algu

mucho más

mod

esto:

quiero que la

humanidad cam

bie,

corno

ya lo h.izo dos o tres veces" .

17

Hay

, al me nos,

alguna

esperanza de que la huma

nidad

cmn

pla

la

hazaña

una

vez

más

.

Después

de todo

,

como

subray<'t

espléndidamente P

atrick Curry

, "

la voluntaria inocencia

d .

todos se está convirtiendo en

la

única alt

e

rnativ

a posible

frou·

te

a

la falt

a de

solidaridad

colectiva".

18

Notas

l No hay nada necesad

o"

o inevitable" en la elección.

En

t é r m i n n ~

tractos, toda elección

es

arbittai;a y contingente: siempre podría habo111c uri••ll•

t:'sdo en

ot

ro

rumbo

(esto

es

,

ju

s tame

nte,

lo que n

os perm ite

ha

blar do "i'il•

••·

ción").

Pero

toda

elec

ci.ón, co

mo

sost

i

en e Cor

neli

us Casto:-iadis, se x p n • t ~ n

••u

el "imaginad o'' que._controla a

la

sociedad,

por

debajo del modo en

qt\11

lo11

miembros

de

esa sociedad se piensan a sí mismos y piensan el mundo qtll ' lu11

rodea.

Dado el canict

er

de

hecho que t iene ese "i

maginari

o" -prt ITf.u:innul,

in

corporado como segu

nda naturaleza - ,

l

o.;;

in te¡,rrantes

de la

socic

dwl 1111

p

er

c

ib

en

la

elecc

ión

como

tal

ni

so

n co

nscie

ntes

tampoco

de

su

i c t . ~ ~ r t UII

Lin eente, cosa que los distingue

de

otras soc

ied

a des. La

fuerza

de

ese

cunt.rul

es re

flejo di

recto de la abrumadora

"o

bviedad

"

de la

elecci

ón y, en conHI t:IIIHI

cia,

r

efleja tam

bié n la dificul

tad

de

pe

nsa r

la pr

o

pia

socie

dad

y to

dn

lun

demás

fuera

de la per  p

ectiva

del ''

ima¡rínalio'' pr

opio. N o somos CllfiiU't'"•

por

ejemplo,

"cuando nos referimos a la é poca fe

ud

a l,

de

déji\r

de

lnclu ,,¡

concepto de

ec

onomía,

o

de

de

jar de

co

nsid

e

ra

r

económicos fenómenos

qu•• 1111

lo er

an par

a

la gente

de

esa época

(C. C

as

to

ria

dis (1987),

The lma {

Ífi i i i Y

Inad

tuti

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en

 

49 ,

pp

. 103-104

1" 1

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a

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orp

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do en

l n t e r n n t i o 1 ~ a l Herald

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30

-

31

de

marz

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lndi e temáti o

abun:imiento 65

acción

afirmativa

94-96

adi

aforización

121, 124

Ainsa,

F.

150

Arkwdght,

R.

23

- Bacon,

F.

22

Banfield, E.

125-l26

Bateson, G .

144

Benn,

M. 148

Bentham,

.J.

28, 31,

137

Beveddge,

W.

76-7

bienestar público, idea del

74-76

Blunkett,

D.

80

Boot

h ,

C. 63

Boyson, R.

80

Brad

shaw,

.J.

79

Buerkle, T. 101

Carlyle,

T 26

Cas

toriadis , C. 1

30,

145, 151

Child,J. 137

Christie,

N. 117

clase marginada 103-113, 119

Clinton,

B. 118,

142

coer ción 32, 38, 59, 137 •.

Comte, A.

23

Connerly, W

9:3 9.5

consu mid

ores

expulsados del

mercado 12, 64-67, 114, 116,

139,

143

criminali

zac

ión de

la pob

r eza

117-125

cult.o a las estrellas del deporte y

el

espectác

ul

o

61

-

62

cu

ltura del

consumo 4:3-8, 52-5:3,

91-2, 111, 1.16-117

Curry,

P.

151

Deacon,

A

79

democracia y pobres

82,

87, 88

dependencia 124

desempleo 11,

101

Diderot, D.

22

disciplina

12, 18-24, 30,

35

,

39

Droit, R.-P.

150

Duelos, D. 97

ejército

de

r

eserva de

mano

de

obra

83, 86, 120,

136,

138

elección

del consumidor 54-57,

59, 62,

66-7, 91-92, 111

Emmanuelli,

X.

70,

142

estética

del trabajo 55-9, 68

estratificación en la sociedad de

consumo

54, 59,

66-67,

91-9

2

ética del

tra

bajo,

función

de la 12,

17

-22,24,27,31,37,

132,136-

137

exclusión

80,

107,

131

F

erge,

Z. 81, 103

ferias

de

ca

ddad

121, 124

flexibilización

laboral

49-50, 60,

83

Foucault,

M.

36

Freud,S. 66

Galbraith,

J. K.

88,

96

Gallie,

\V.

B.

105

153

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Gan

s,

H . .

J.

104. 119

Gaske ll  

P. 24

G

oug

h,

L

74

Ha ljmi  

S.

90

Ha lsey A. H. 148

H

ammond

s  

.J. L.

y

B.

22

H

and

le r

.J . F.

80.

99

H

ase

nfel d 

Y 99

Himme

lf

arb   G. 27   1

52

Hutc

h en

s, S.

65

identidad 34, 45   50-1

incent.ivos mate riales 43

Ingli

s  

B.

26

in

segm id

a d

89

  11

3,

117

in  itu

cio

ne

s

panópti

cas 45.

52

in

ves

t

igació

n

de

in

gresos

28, 77-

80, 90-9

1

Jaret

t J .

E . G5

Kapu

sc

ski, R.

122

-130

Kelvin, P. 65

Kunder

a, M.

1

29-

1

30

Lep

enies, .

22

ley y orden 67, 102, 129-135   144

Liberalis

mo

76-9

li

bertad

20,

28,

.32,

37-41, 52,

54

77-8,

110 132-

133

Linebaug

h  P. 118

L

ocke.J.

137

"los pobr

es

que

no

merecen l

ayu

da)" 27-30, 103

i\tlalthu

s, T. R 26

i\tl

a

nn

 

K. 96-7

M

arshall,

T.

H. 87

Marx,

K.

23

McC lella nd  

K. 32

i Yl

ead, L.

C.

111-2

Mill

J.

S.

20

 

30

Miller, S. M. 82  

:

 :1

My

rdal, G . l06-107

154

•·

.

natura leta, con4ui:;t.a de la 23

Offe

 

C.

75,

82

1

46-150

orden social

35-6

P a in

e,

T. 1

20

Petre lla, R.

50

plen.o empleo 62-3 68-9  74  

lOO

pobres que trabajan 63

p

obres y

su

función

133-5

139

-

140

pobr·

eza 64, 102,

110- 113  

12:3,

3

.5

-6

proceso

ci ..

ilizado

25

r·educción de pe rso

nal

60-61, 68-

69, 10

0

gi men fa b

ril

12. 22   26   28,

38

t·egulación

normativa

52,

55

re

inserción en

nu

evos

t

rabajos,

programas para .

99- 100

remercant.ilización del

trabajo

82

 

86, 141

rep

rodu

cción sistémica y

tr

abajo

3 )

r

es

p

onsab

ilid

ad

mo

ra

l

120

-125,

14:3

-4

Ricardo, D. 26

Ricceur P. 1

50

Rose, M. 25,

39

Rowntree

  S . 63

Saarinen, E.

4 7

Sain t

-S

imon, C. 13

Seabrook  J . 67

solidaridad

co

n los p

obn:

::; t\0  

82

-3

Sombart,

W

20

Steiner, G. 50

Sue, R 35

Taylor,

F. W.

39

Taylor, M C.

4

7

temores de

la

cla:;e media 104-

105

  113-119 

13

4

;

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 1\tm

u:;s  R

79

  81

tolerancia

131

Townsend, P.

79, 81, 114

trabajador

t r

ad

icion a listc:

11: , 25

trabajo

bien h ech o

instint

o

del

149

utopía

145  150

Veblen T. 149

Vidal, J .

98

v u t ~ t n t e m .::d

iu 88 89

W

acqua nt

  L  142

W

a tt

 

.J.

23

Webe r, M. 25, 46, 62, 148

Wolff  M .

45

Woo

llacutt,

M.

83,

96

Young

A

137   138

Yuung  M  148