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autor : Matías Moscardi Fabián Casas, Live in Boedo Los Lemmings y otros, de Fabián Casas, Buenos Aires, Santiago Arcos Editor, 2005. 101 páginas. I. Intro En serio: si Fabián Casas fuera una banda de rock, sería, probablemente, un power trío experimental, con un sonido fresco y crudo. El paralelismo no es sólo temático (la narrativa de Casas está atravesada por el rock) sino también, y sobre todo, metodológico. Porque los relatos de Casas se componen a partir de la mezcla y remezcla de sonidos distintos. Desde una épica personal del barrio de Boedo a finales del siglo XX, pasando por Astroboy, el Talasa, Darth Vader, el winco y San Lorenzo, hasta Platón, Schopenhauer, Hegel, Valery, el Zen y la dictadura. Todo eso en un mismo libro que se escucha como un disco. Ya veremos por qué. II. Voz La voz es lo que primero se escucha. En este sentido, Los Lemmings y otros es un libro central: o bien inaugura la voz de Casas como narrador, o bien termina por sellar su voz como poeta. Aunque Casas comienza a editar sus poemas allá por los 90 (Tuca, El salmón), éste es el primer libro con una tirada de ejemplares más o menos fuerte. Algunos relatos, como “Casa con diez pinos”, “Los Lemmings” y “El bosque pulenta”, ya circulaban, desde hace unos años, en las ediciones de Eloísa Cartonera y Casa de la poesía. Una impresión: Casas no narra, Casas cuenta. Y esta idea de “contar” se conecta con la idea de “escuchar”. Leemos, y una melodía fluvial empieza a sonar por sobre la escritura. Puede parecer mítico, pero las marcas de oralidad que caracterizan al registro de Casas, de hecho, funcionan así: desde un background en donde se inscribe la voz del autor, como un skop del siglo XXI. Por eso, parecería que los cuentos se transmiten en vivo. La escritura es regresiva: hacia la escucha y hacia el relato (literalmente). Entonces: la escritura, directo hacia su prehistoria. Quizás por la forma de empezar a contar: “Se trata de dos chicos que salen a la vez por las puertas traseras del mismo taxi”, “Si de veras quieren escuchar otra historia de amor con final mortal, ahí va”, “Voy a contar cómo tuve mi único satori”, “Estamos hablando de un hombre de unos cincuenta años”. Dave Grohl decía que las canciones de Nirvana son tan esenciales que recuerdan ciertas melodías infantiles, grabadas en la cabeza. Los ocho relatos de Los Lemmings y otros tienen algo de eso. III. Guitarra y Bajo La guitarra es lo que se escucha después. Por ejemplo: si la poesía de Casas, al menos en un primer momento, está atravesada por una mirada objetivista sobre el dolor, algunos de sus cuentos, en cambio, disparan líneas de humor, nunca desde un tratamiento genérico, sino como “comentario”, como acotación intrínseca en respuesta al registro. De este modo, Eduardo Canale, uno de los personajes de “Los Lemmings”, se transforma en un “(…) Paul Valery conviviendo con la hinchada de boca”; y el gato de “Asterix, el encargado”, después de un accidente, “Estaba igual que el Coyote cuando le explotaba la bomba Acme”. Otra vez, el trabajo de remix que mencionábamos al comienzo: una constante que se integra a los textos de manera natural, y no como mirada versada sobre los acontecimientos. Pero el humor es sólo una parte del lenguaje con el que Casas arma sus relatos: es decir, ese lenguaje supone el humor, lo abarca y lo excede. En una relectura se empieza a escuchar el bajo. El barrio de los cuentos de Casas tiene una calle principal: el lenguaje codificado como un slang tenue. En las jergas, el referente es conocido, lo que cambia es el nombre que lo designa: se instala una nueva posibilidad de conocimiento y reconocimiento. Ésta puede ser una base de fondo del lenguaje de Casas: nombrar de otro modo (aquí entraría una especie del humor). El profesor Locasso es el Profesor “Más color”, Rodolfo Kalinger es “Asterix”, Eduardo Canale es “Michael Dumanis”, y así: el tano Fuzzaro, el japonés Uzu, Tucho el feo y Tucho el lindo, etc. Cuando se descubre un término o una frase, el narrador lo presenta como hallazgo: Andrés escucha la palabra “chabón” por primera vez, Máximo Disfrute introduce la expresión “Pulenta” entre los pibes de Boedo, el frío del invierno es recordado como un “frío Mundial 78”. IV. Batería La batería es la base: marca el tiempo como ritmo. Y los relatos de Casas tienen groove: una escritura de compases cortos. Quiero decir que hay cierta imantación poética en sus cuentos: remates que parecen ligados a un tratamiento del verso sobre el fraseo de la prosa. Los cuentos de Casas se construyen sobre esta base rítmica: en una entrevista, el autor dice, precisamente, que la narrativa y la poesía, en su caso, aparecen como formas distintas de respirar. La distinción de género, entonces, es una distinción rítmica: cuantitativa pero no cualitativa. Sus relatos, precisamente, serían poemas dilatados al ritmo de la prosa. Otra de las bases está marcada por el cuerpo de la experiencia. Esto no significa que los cuentos de Casas sean verídicos (aunque probablemente tengan su punto de irrigación en las vivencias del escritor). La experiencia se presenta estructuralmente: en el tono de los relatos, en el desarrollo, en su carácter anecdótico. “Los Lemmings”, por ejemplo, es una historia de amor que se define una página antes de que termine el texto. El Talassa, la botella de Superman, la genealogía del verbo “melar” y la metáfora de los animalitos que se suicidan, todas figuras centrales en el cuento, aparecen después, como fotos sueltas en un álbum: son un bonus que necesita ser contado. En “Asterix, el encargado”, el narrador le pide disculpas a su ex novia por el comportamiento ocioso que ella le recriminaba por aquellos tiempos: “Susi, si por casualidad cae esto en tus manos y lo leés, te pido disculpas, pero realmente no tenía ganas de trabajar”. En este sentido, la experiencia marca la escritura de Casas en lo que se dice y, fundamentalmente, en cómo se dice. Si algunos cuentos como “Cuatro fantásticos”, “La mortificación ordinaria” y “El relator” están enmarcados en estructuras narrativas sólidas, otros, como “Casa con diez pinos” o “El bosque pulenta”, en cambio, se presentan como una especie de jam premeditado: como si la escritura se ejecutara bajo la lógica de una improvisación cifrada. Decíamos que Los Lemmings y otros es un libro que se escucha como un disco. En la tapa, un chico descalzo observa un winco con un vinilo que parece girar. Lo contempla como si la música del aparato fuera inesperadamente reconocida. Esa imagen podría anunciar la escena de la lectura de este volumen de cuentos. (Actualización diciembre 2005 - enero febrero marzo 2006/ BazarAmericano)

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autor : Matías MoscardiFabián Casas, Live in BoedoLos Lemmings y otros, de Fabián Casas, Buenos Aires, Santiago Arcos Editor, 2005. 101 páginas.

I. Intro

En serio: si Fabián Casas fuera una banda de rock, sería, probablemente, un power trío experimental, con un sonido fresco y crudo. El paralelismo no es sólo temático (la narrativa de Casas está atravesada por el rock) sino también, y sobre todo, metodológico. Porque los relatos de Casas se componen a partir de la mezcla y remezcla de sonidos distintos. Desde una épica personal del barrio de Boedo a finales del siglo XX, pasando por Astroboy, el Talasa, Darth Vader, el winco y San Lorenzo, hasta Platón, Schopenhauer, Hegel, Valery, el Zen y la dictadura. Todo eso en un mismo libro que se escucha como un disco. Ya veremos por qué.

II. Voz

La voz es lo que primero se escucha. En este sentido, Los Lemmings y otros es un libro central: o bien inaugura la voz de Casas como narrador, o bien termina por sellar su voz como poeta. Aunque Casas comienza a editar sus poemas allá por los 90 (Tuca, El salmón), éste es el primer libro con una tirada de ejemplares más o menos fuerte. Algunos relatos, como “Casa con diez pinos”, “Los Lemmings” y “El bosque pulenta”, ya circulaban, desde hace unos años, en las ediciones de Eloísa Cartonera y Casa de la poesía. Una impresión: Casas no narra, Casas cuenta. Y esta idea de “contar” se conecta con la idea de “escuchar”. Leemos, y una melodía fluvial empieza a sonar por sobre la escritura. Puede parecer mítico, pero las marcas de oralidad que caracterizan al registro de Casas, de hecho, funcionan así: desde un background en donde se inscribe la voz del autor, como un skop del siglo XXI. Por eso, parecería que los cuentos se transmiten en vivo. La escritura es regresiva: hacia la escucha y hacia el relato (literalmente). Entonces: la escritura, directo hacia su prehistoria. Quizás por la forma de empezar a contar: “Se trata de dos chicos que salen a la vez por las puertas traseras del mismo taxi”, “Si de veras quieren escuchar otra historia de amor con final mortal, ahí va”, “Voy a contar cómo tuve mi único satori”, “Estamos hablando de un hombre de unos cincuenta años”. Dave Grohl decía que las canciones de Nirvana son tan esenciales que recuerdan ciertas melodías infantiles, grabadas en la cabeza. Los ocho relatos de Los Lemmings y otros tienen algo de eso.

III. Guitarra y Bajo

La guitarra es lo que se escucha después. Por ejemplo: si la poesía de Casas, al menos en un primer momento, está atravesada por una mirada objetivista sobre el dolor, algunos de sus cuentos, en cambio, disparan líneas de humor, nunca desde un tratamiento genérico, sino como “comentario”, como acotación intrínseca en respuesta al registro. De este modo, Eduardo Canale, uno de los personajes de “Los Lemmings”, se transforma en un “(…) Paul Valery conviviendo con la hinchada de boca”; y el gato de “Asterix, el encargado”, después de un accidente, “Estaba igual que el Coyote cuando le explotaba la bomba Acme”. Otra vez, el trabajo de remix que mencionábamos al comienzo: una constante que se integra a los textos de manera natural, y no como mirada versada sobre los acontecimientos. Pero el humor es sólo una parte del lenguaje con el que Casas arma sus relatos: es decir, ese lenguaje supone el humor, lo abarca y lo excede. En una relectura se empieza a escuchar el bajo. El barrio de los cuentos de Casas tiene una calle principal: el lenguaje codificado como un slang tenue. En las jergas, el referente es conocido, lo que cambia es el nombre que lo designa: se instala una nueva posibilidad de conocimiento y reconocimiento. Ésta puede ser una base de fondo del lenguaje de Casas: nombrar de otro modo (aquí entraría una especie del humor). El profesor Locasso es el Profesor “Más color”, Rodolfo Kalinger es “Asterix”, Eduardo Canale es “Michael Dumanis”, y así: el tano Fuzzaro, el japonés Uzu, Tucho el feo y Tucho el lindo, etc. Cuando se descubre un término o una frase, el narrador lo presenta como hallazgo: Andrés escucha la palabra “chabón” por primera vez, Máximo Disfrute introduce la expresión “Pulenta” entre los pibes de Boedo, el frío del invierno es recordado como un “frío Mundial 78”.

IV. Batería

La batería es la base: marca el tiempo como ritmo. Y los relatos de Casas tienen groove: una escritura de compases cortos. Quiero decir que hay cierta imantación poética en sus cuentos: remates que parecen ligados a un tratamiento del verso sobre el fraseo de la prosa. Los cuentos de Casas se construyen sobre esta base rítmica: en una entrevista, el autor dice, precisamente, que la narrativa y la poesía, en su caso, aparecen como formas distintas de respirar. La distinción de género, entonces, es una distinción rítmica: cuantitativa pero no cualitativa. Sus relatos, precisamente, serían poemas dilatados al ritmo de la prosa. Otra de las bases está marcada por el cuerpo de la experiencia. Esto no significa que los cuentos de Casas sean verídicos (aunque probablemente tengan su punto de irrigación en las vivencias del escritor). La experiencia se presenta estructuralmente: en el tono de los relatos, en el desarrollo, en su carácter anecdótico. “Los Lemmings”, por ejemplo, es una historia de amor que se define una página antes de que termine el texto. El Talassa, la botella de Superman, la genealogía del verbo “melar” y la metáfora de los animalitos que se suicidan, todas figuras centrales en el cuento, aparecen después, como fotos sueltas en un álbum: son un bonus que necesita ser contado. En “Asterix, el encargado”, el narrador le pide disculpas a su ex novia por el comportamiento ocioso que ella le recriminaba por aquellos tiempos: “Susi, si por casualidad cae esto en tus manos y lo leés, te pido disculpas, pero realmente no tenía ganas de trabajar”. En este sentido, la experiencia marca la escritura de Casas en lo que se dice y, fundamentalmente, en cómo se dice.Si algunos cuentos como “Cuatro fantásticos”, “La mortificación ordinaria” y “El relator” están enmarcados en estructuras narrativas sólidas, otros, como “Casa con diez pinos” o “El bosque pulenta”, en cambio, se presentan como una especie de jam premeditado: como si la escritura se ejecutara bajo la lógica de una improvisación cifrada. Decíamos que Los Lemmings y otros es un libro que se escucha como un disco. En la tapa, un chico descalzo observa un winco con un vinilo que parece girar. Lo contempla como si la música del aparato fuera inesperadamente reconocida. Esa imagen podría anunciar la escena de la lectura de este volumen de cuentos.

 

(Actualización diciembre 2005 - enero febrero marzo 2006/ BazarAmericano)