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Una nueva aventura del entrañable protagonista de Belisario y el violín y Belisario y los espejos de agua.

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Belisario y los fantasmasMaría Cristina RamosIlustraciones de Perica

Belisario, como buen gusano que es, trabaja todo el día arrastrando hojitas y flores. Cansado como está, se echa a descansar un ratito en el pasto, cerca de la laguna. Se queda dormido y al rato lo despiertan unas voces extrañas. ¿Es que hay fantasmas en ese lugar? Sale corriendo a contarle a su amigo Hernando para que juntos puedan develar el misterio.

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María Cristina RamosIlustraciones de Perica

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© 2012, María Cristina Ramos© 2012, 2013, Ediciones Santillana S.A.© De esta edición:2016, Ediciones Santillana S.A.Av. Leandro N. Alem 720 (C1001AAP)Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina

ISBN: 978-950-46-4656-3Hecho el depósito que marca la ley 11.723Impreso en Argentina. Printed in Argentina.

Primera edición: enero de 2016

Coordinación de Literatura Infantil y Juvenil: María Fernanda MaquieiraIlustraciones: Perica

Dirección de Arte: José Crespo y Rosa Marín Proyecto gráfico: Marisol Del Burgo, Rubén Chumillas y Julia Ortega

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

Ramos, María Cristina Belisario y los fantasmas / María Cristina Ramos ; ilustrado por Perica. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Santillana, 2016. 32 p. : il. ; 19 x 16 cm. - (Amarilla)

ISBN 978-950-46-4656-3

1. Literatura Infantil y Juvenil. I. Perica, ilus. II. Título. CDD 863.9282

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Belisario y los fantasmasMaría Cristina Ramos Ilustraciones de Perica

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Belisario volvía, al pasito, pisando luces de atardecer. Traía sobre la espalda una flor de madreselva. Había sido un día largo, de mucho trabajo. Le dolían todos los pies.

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Se tiró un ratito a descansar y se quedó dormido. Soñó que volaba en una pompa de jabón, pero, cuando iba en lo más alto del aire, la pompa se rompió y él empezó a caer.

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Se despertó donde se había acostado, sobre la arena, en la orilla del agua.

—¿Habré dormido mucho tiempo? —preguntó restregándose los ojos.

—¡Sí! —se escuchó. Belisario miró a su alrededor. No vio a nadie.

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—¿Hay alguien por ahí? —preguntó.—No… —dijo una voz.—Ah, bueno.

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Belisario tomó la flor y comenzó a caminar. Pero de pronto cayó en la cuenta de que alguien le había contestado. Se detuvo, un poco preocupado.

—¿Hay alguien que contesta lo que pregunto o me lo estoy imaginando?

—¡Sí! —¿Es alguien que está escondido? —preguntó.—Nooooo… —dijo una voz.

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Ya había salido la primera estrella y por momentos una ola llegaba hasta Belisario y se retiraba, arrastrando un vestido de espuma.

—¿Son las olas las que hablan o es el viento en las hojas? —dijo Belisario.

—¡Siií! —dijo una voz.

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—Mejor me voy —decidió Belisario y partió con una carrerita en la que sus patas traseras apuraban a las delanteras.

Cuando llegó a casa de Belinda, el corazón le galopaba tanto que casi no podía hablar.

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—¡Qué sorpresa, vecino! Justo estaba por tomar la sopa.

A Belisario la sopa de Belinda le gustaba mucho, y también le entibiaba las manos y le ponía brillo en los ojos. La fue tomando despacio y así se tranquilizó. Después conversaron de lo que habían hecho en el día, pero Belisario no contó lo sucedido en la orilla del agua; no quería que le volviera el susto. Se fue a su casa silbando, como para sostenerse en la oscuridad.

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Recién al otro día se animó a hablar con Hernando.

—Ayer, en la orilla de la laguna, escuché voces.—Seguramente eran los hermanos

doscientospiés.—Los ciempiés, querrás decir.—Bueno, pero como son dos… Ellos ensayan

para cantar en la fiesta de las muchas oes…—¿Qué fiesta es esa?—La del vientooooo…—Ay, Hernando, desayunaste risa, parece.

Pero no, no. Lo que escuché no eran canciones.—Entonces ¿qué era?—No sé, Hernando.

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Mientras conversaban se fueron acercando a la orilla del agua; como era de día, no tenían miedo.

—Por aquí vive mucha gente —explicó Hernando—; hay voces que salen de los nidos, de las madrigueras, de las ventanas...

—¿Sí?—Sí, sí. ¿Y quién puede asustarse por unas

voces? —sonrió.

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Los dos amigos se recostaron sobre la arena. Se escuchaba el rumor de las olas y, de vez en cuando, cantaba un jilguero. Lo demás era silencio. Un silencio quieto, como el silencio de la noche.

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—Y digo yo —se le ocurrió a Belisario—, ¿los fantasmas existen?

—Los fantasmas existen de noche, Belisario. ¿Conociste acaso a alguien que haya visto un fantasma durante el día?

—¡Siií…! —dijo una extraña voz desde el agua.

—¡Alacranes! —dijo Hernando, que era lo que decía cuando se asustaba.

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