Benson, Robert H. - La Amistad de Cristo

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La amistad de Cristo Robert H. Benson Prlogo As es mi amigo PRIMERA PARTE: CRISTO EN EL INTERIOR DEL ALMA I. LA AMISTAD DE CRISTO (en general) II. LA INTIMIDAD CON CRISTO III. LA VA PURGATIVA IV. LA VA ILUMINATIVA SEGUNDA PARTE: CRISTO EN EL EXTERIOR V. CRISTO EN LA EUCARISTA VI. CRISTO EN LA IGLESIA VII. CRISTO EN EL SACERDOTE VIII. CRISTO EN EL SANTO IX. CRISTO EN EL PECADOR X. CRISTO EN EL HOMBRE CORRIENTE XI. CRISTO EN EL QUE SUFRE TERCERA PARTE: CRISTO EN SU VIDA HISTRICA XII. LAS SIETE PALABRAS 1. Padre, perdnalos porque no saben lo que hacen 2. Hoy estars conmigo en el Paraso 3. Mujer, ah tienes a tu hijo. Hijo, ah tienes a tu madre 4. Dios mo, Dios mo!, por qu me has abandonado? 5. Tengo sed 6. Todo esta cumplido 7. Padre, en tus manos encomiendo mi espritu XIII. DA DE PASCUA PROLOGO Robert Hugh Benson naci en el Wellington 140 College el 28 de noviembre de 1871. Er hijo menor de Edward White Benson, entonces arzobispo de Canterbury y una figura extraordinariamente apreciada en la Inglaterra victoriana, que muri cuando Rober t, recin ordenado sacerdote de la Iglesia de Inglaterra, tena 25 aos. Despus de servir en distintas parroquias anglicanas Robert Hugh Benson se sinti at el catolicismo, en cuya Iglesia fue admitido en 1903. March directamente a Roma para prepararse para el sacerdocio y un ao despus reciba las rdenes sagradas. Debido a su ardiente deseo de ser sacerdote y quiz a causa de su delicada salud, fue di spensad de ciertos estudios habituales en el caso de un converso. Benson haba cursado la carrera en Cambridge y all volvi para completar sus estudi otales En 1908 fue nombrado capelln de la Universidad, pero pronto obtuvo permiso para dejar sus ocupaciones oficiales y dedicarse sola 9 mente a la literatura. Y lo hizo apasionadamente. En 1912 public tres novelas histricas: By What Authorit y, Come Back, Come Rope y Lord of the World, a las que siguieron otras, adems de la obra potica, el teatro y la literatura espiritual: una enorme produccin que slo pudo detener la muerte del autor en 1914, a los 43 aos de edad. La amistad de Cri sto es quiz el mejor libro espiritual de Benson, escrito con el calor del ntimo fe rvor que Evelyn Waugh describa como una constante en la breve vida del joven sace rdote ingls: "Trabajaba sin pensar en la posteridad, como si el da del juicio fuer a inminente, prodigando su talento para arrastrar a los que le rodeaban al encue ntro definitivo con Cristo". La amistad de Cristo fue publicado en 1912, con tan extraordinario xito que alcanz ciones. Es un libro religioso en el mejor sentido del trmino. Est orientado a nutr ir, ampliar, enriquecer y profundizar la fe personal. No trata, ni lo intenta, d e convertir a los descredos o de agitar el rbol del racionalismo para hacer caer a ateos y agnsticos. Da por supuestas unas creencias tan firmes y completas como l as de su autor e intenta introducir al lector por los caminos interiores que Ben son explorara con tan gran provecho como satisfaccin. Este autor, un hombre cultivado, tiene la generosidad de considerar que sus lectores mbin lo son. Pero instruye sin pedantera, subrayando aspectos significativos de es pecial inters, como se hace con un buen amigo.

"La clave de una perfecta amistad consiste en que los amigos se den a conocer mutuam e, lo dejando a un lado las reservas y mostrndose tal y como cada uno es. La primera etapa, pues, de la amistad divina es la revelacin del mismo Jesucristo. estra vida espiritual, haya sido tibia o fervorosa, se ha dado un elemento predo minante de inconsistencia. Es cierto que hemos sido dciles, que nos hemos esforza do por evitar el pecado, que hemos recibido la gracia, la hemos perdido y la hem os recuperado, que hemos adquirido mritos o los hemos desperdiciado, que hemos in tentado cumplir con nuestros deberes y procurado mejorar y amar. Todo ello es ci erto delante de Dios, pero no ha calado en nuestro propio ser. Hemos rezado? S, au nque escasamente. Hemos hecho meditacin: nos planteamos un tema, reflexionamos so bre l, hacemos un propsito y terminamos, siempre con el reloj a la vista para no a largarla demasiado. Pero despus de aquella nueva y maravillosa experiencia todo cambia. Jess empieza a rnos no slo las maravillas de su pasado, sino la gloria de su presencia. Comienza a vivir con nosotros, rompe el molde en el que le haba metido nuestra imaginacin: vive, se mueve, habla, acta, toma un camino u otro, y todo ante nuestra mirada." Realmente, la viva amistad con Cristo descrita por Benson es una experiencia anhelad or los cristianos de todos los tiempos y especialmente del nuestro. Es un placer poder presentar a una nueva generacin de lectores esta obra de sereno pero efica z enriquecimiento espiritual. IGNATIUS DROSTIN AS ES MI AMIGO Te dir cmo le conoc: Haba odo hablar mucho de El, pero no hice caso. Me cubra constantemente de atenciones y regalos, pero nunca le di las gracias. Pareca desear mi amistad, y yo me mostraba indiferente. Me senta desamparado, infeliz, hambriento y en peligro, y El me ofreca refugio, consuelo, apoyo y serenidad; pero yo segua siendo ingrato. Por fin se cruz en mi camino y, con lgrimas en los ojos, me suplic: ven y mora conmigo. Te dir cmo me trata ahora: Satisface todos mis deseos. Me concede ms de lo que me atrevo a pedir. Se anticipa a mis necesidades. Me ruega que le pida ms. Nunca me reprocha mis locuras pasadas. Te dir ahora lo que pienso de El Es tan bueno como grande. Su amor es tan ardiente como verdadero. Es tan prdigo en Sus promesas como fiel en cumplirlas. Tan celoso de mi amor como merecedor de l. Soy su deudor en todo, y me invita a que le llame amigo.

PRIMERA PARTE CRISTO EN EL INTERIOR DEL ALMA 1. LA AMISTAD DE CRISTO (En general) No es bueno que el hombre est solo. (Gen 2, 18) Uno de los instintos humanos ms destacados y misteriosos es el sentimiento de la am

. Los filsofos materialistas suelen relacionar las ms elevadas emociones arte, reli gin, amor con impulsos meramente animales, con los instintos de perpetuacin y conse rvacin de la especie. Y aun en esta sencilla cuestin al clasificar las distintas re laciones entre hombres y hombres, mujeres y mujeres, y hombres y mujeres, bajo e l ttulo comn de amistad los filsofos materialistas yerran completamente. Cuando Davi d dice a Jonatn: Tu amor era para m dulcsimo, ms que el amor de las mujeres, no es una expresin del sexo; tampoco es un sentimiento nacido de intereses comunes, porque la amistad entre un sabio y un loco puede ser tan profunda como la de dos sabio s o dos locos; ni es tampoco una relacin basada en el intercambio de ideas, pues la amistad ms ntima se expresa lo mismo con el silencio que en la conversacin. Ningn hombre es realmente mi amigo, dice Maeterlinck, hasta que no hemos aprendido a g uardar silencio en nuestra mutua compaa. Y este hecho presente en la amistad es tan importante como misterioso. Obedeciendo a s leyes de su propio desarrollo, hay en la amistad un matiz pasional distinto al de las relaciones habituales entre los sexos. Al ser independiente de los eleme ntos fsicos necesarios para el amor entre marido y mujer, en ciertos aspectos la amistad se sita misteriosamente en un piano ms elevado. Es la sal del matrimonio p erfecto, pero puede existir sin el sexo. No pretende ganar nada, ni producir nad a... sino sacrificarse en todo. Aun cuando estn absolutamente ausentes los motivo s sobrenaturales, en el plano natural puede reflejar con mayor claridad que el am or conyugal sacramental las caractersticas de la caridad divina. Tambin en su mbito t odo lo sufre... todo lo cree... todo lo espera... no busca su propio inters... no es jactanciosa. Por otra parte, existen pocas experiencias humanas ms sujetas a la decepcin. La am eifica al otro y se siente defraudada al comprobar que, despus de todo, es humano . No hay amargura ms amarga que la que siento si mi amigo me defrauda o si yo le defraudo a l. Y, aunque la amistad tiene unos visos de eternidad que parecen tras cender los lmites naturales, no existe otro sentimiento tan profundamente afectad o por los avatares del tiempo. Hacemos amigos y los perdemos. Podra decirse que n o podemos conservar esta capacidad de la amistad a menos que estemos haciendo am igos nuevos continuamente. La amistad es, pues, una de las pasiones ms importante que, al alimentarse de lo te , se siente continuamente insatisfecha... que, al rojo vivo, nunca se consume... , una de las pasiones que hacen historia y, por lo tanto, siempre mira al futuro y no al pasado... una pasin que, quiz ms que cualquier otra, apunta a la eternidad como fuente de satisfaccin, y al amor divino como respuesta a las inquietudes hu manas. Luego no hay ms que una explicacin para los deseos que provoca, aunque nunc a los satisfaga; no hay ms que una Amistad suprema a la que se orientan todas las amistades humanas; un Amigo ideal en quien hallamos, perfecto y completo, a Aqul cuya sombra y modelo buscamos en nuestros amores humanos. ***

Los catlicos tienen el privilegio y la carga de saber mucho de Jesucristo. Privileg orque un conocimiento profundo de la persona, de los atributos y de las actuacio nes del Dios hecho carne supone una sabidura mucho mayor que la de todas las cien cias juntas. Conocer al Creador es incalculable- mente ms valioso que conocer su creacin. Pero tambin es una carga, porque el resplandor de este conocimiento puede impedirnos apreciar el valor de los detalles. El brillo de la divinidad puede s er tan poderoso que desoriente con respecto a la humanidad. La unidad del bosque se desvanece ante la perfeccin de los rboles. Gracias a su conocimiento de los misterios de la fe, gracias a su completa percepci Jesucristo como su Dios, su Sacerdote, su Vctima, su Profeta y su Rey, el catlico ms que nadie tiende a olvidar que las delicias del Seor son estar con los hijos de l os hombres mejor que en el crculo de los serafines; que, mientras Su majestad ocu pa el trono con Su Padre, Su amor le conduce a una peregrinacin que transformara a Sus siervos en amigos. Hay almas piadosas que se quejan frecuentemente de su soledad en la tierra. Rezan, r ben los sacramentos, hacen todo lo posible por cumplir los preceptos cristianos y, an as, se encuentran solas. Sera difcil hallar una prueba ms evidente de que esto

supone no comprender al menos uno de los grandes motivos de la Encamacin. Adoran a Cristo como Dios, se alimentan de El en la comunin, se lavan con Su preciosa Sa ngre y esperan el momento de encontrarle en el Juicio. Pero tienen escasa o nula experiencia de la ntima relacin y la compaa que constituyen la amistad divina. Dice n que suspiran por tener a su lado a alguien que no slo les evite el sufrimiento sino que sufra con ellos; alguien a quien manifestar en silencio los pensamiento s que las palabras no pueden expresar. Y parecen no comprender que ese es el pue sto que Jess desea ocupar; que Su supremo anhelo es el de ser admitido, no en el trono del corazn o en el tribunal de la conciencia, sino en el rincn ms oculto del alma, donde un hombre es ms l mismo y donde, por lo tanto, se encuentra ms profunda mente solo. El Evangelio rebosa de ejemplos de este deseo de Jesucristo: momentos realmente form bles en los que Dios resplandeci de gloria en su humanidad, momentos en los que s us vestiduras irradiaban su divinidad; cuando los ojos ciegos se abran a la luz c reada por el Creador; cuando los odos, sordos a las voces de la tierra, escuchaba n la voz divina; cuando los muertos salan de sus tumbas para mirar al que les haba dado y despus devuelto la vida. Y hubo momentos grandiosos y tremendos en los que Dios se reuni con Dios en la soledad del huerto, en los que Dios, a travs de Su de solada humanidad, gimi: Por qu me has desamparado?. Pero sobre todo, el Evangelio nos habla de Su humanidad: una humanidad que clamaba p los suyos; una humanidad no slo tentada, sino tambin centrada en las mismas cosas que nosotros: Jess amaba a Marta, a su hermana Mara y a Lzaro, Jess, mirndolo, lo am on una emocin diferente a la del amor divino que ama todas las cosas que ha hecho . Lo am como yo amo a mi amigo y como mi amigo me ama. Es sobre todo en estos momentos cuando Jess se nos hace cercano. Y nos atrae haci a El cuando se muestra como uno de nosotros; cuando es elevado, no en la gloria de la divinidad triunfante, sino en la humillacin de la humanidad vencida. Leemos s obre Sus hechos poderosos y caemos rendidos de temor y adoracin; pero cuando lo v emos sentado junto al pozo, mientras sus amigos van en busca de comida, cuando h ace un dolorido reproche a los que hubieran debido consolarle Qu, no habis podido ve lar conmigo una hora? , cuando por ltima vez se dirige al que le haba perdido para si empre Amigo, para qu has venido? , somos conscientes de que El desea ms la ternura, el mor y la compasin sentimientos a los que solamente tiene derecho la amistad que tod a la adoracin de los ngeles de la gloria. En varias ocasiones nos habla Jess en la Escritura y no slo indirecta o veladamen con afirmaciones concretas de Su deseo de ser nuestro amigo. Nos describe la casa solitaria y a El mismo llamando a la puerta en mitad de la noche y solicitando alimento: Si alguien me abre cualquier hombre! entrar y cenar con l y l conmigo. En ocasin dice a aquellos que sufren por culpa de una afliccin repentina: No os llamar siervos, sino amigos. Tambin promete su presencia continua: Donde dos o tres estn re unidos en mi nombre, ah estoy yo en medio de ellos, mirad, yo estoy con vosotros y lo que hiciereis a uno de vuestros hermanos a M me lo hacis. Si algo hay patente en los evangelios es esto: Jess desea en primer lugar y sobre todo, nuestra amistad. No reprocha al mundo qu e su Salvador viniera a buscar lo que estaba perdido y lo perdido se alejara an ms de El. Lo que le reprocha es que el Creador se acercara a Su criatura y sta le r echazara: Vino a los suyos y los suyos no le recibieron. La vivencia de la amistad de Jess es el autntico secreto de los santos. La gente c e puede vivir una vida corriente tratando de guardar los mandamientos, pero por cientos de motivos de segunda categora. Confesamos los pecados para escapar del i nfierno; luchamos contra nuestros defectos para conservar el respeto del mundo. Pero no hay nadie capaz de avanzar tres pasos por la va de la santidad a menos qu e Jess camine a su lado. Esto es, pues, lo que distingue el camino del santo, y l e da tambin su carcter grotesco, porque, a los ojos de un mundo sin fe, hay algo ms grotesco que el arrebato del que ama? El sentido comn, al que se considera propio de la salud mental, jams ha vuelto loco a un hombre. Sin embargo, el sentido comn nunca ha movido montaas y mucho menos las ha arrojado al mar. Ha sido el gozo fa scinante de la compaa consciente de Jesucristo lo que ha dado paso a los enamorado s, a los gigantes de la historia. En su torpe visin, el mundo califica de anormal la amistad con Jesucristo y la pasin que despierta en quienes la viven, en tanto

que la Iglesia la considera sobrenatural. Este cura, exclamaba Santa Teresa en u n momento de gran intimidad con su Seor, es la persona adecuada para ser uno de n uestros amigos. Es importante recordar que esta amistad entre Cristo y el alma no es comparable en t s sus extremos a la amistad comn entre los hombres. Ciertamente es una amistad en tre su alma y las nuestras, pero su alma est unida a la divinidad. Una simple ami stad personal con El no agota su capacidad. Es hombre, pero no meramente hombre: es el Hijo, ms que el hijo del hombre. Es el Verbo eterno por el cual fueron hec has y se conservan todas las cosas... Se nos acerca por incontables caminos; advertimos su presencia en situaciones muy di sas, pero no podemos descubrirle slo en algunas de estas ocasiones ignorndole en o tras. No podemos aceptarle como caminante junto a nosotros en las luchas de cada da y no rle en el Santsimo Sacramento. Nuestro corazn arde mientras nos habla en el camino, pero debe descubrirle tambin ir el pan. Si le sabemos presente en la Eucarista, debemos reconocer igualmente su presencia e Iglesia, su Cuerpo Mstico. Es propio de sus amigos reconocerle en la madre y en el hermano, pero tambin en qui no le comprenden, y bajo la velada apariencia del pecador... Si slo le descubrimo s en quienes humanamente nos agradan, pasaremos la vida sin llegar a la intimida d que El quiere tener con nosotros. Consideremos la amistad de Cristo a esta luz. Realmente no podemos vivir sin El porq El es la Vida. Es imposible llegar al Padre excepto a travs de El, que es el Cami no. Es intil esforzarse por alcanzar la Verdad a menos que antes la poseamos. Inc luso las ms sagradas experiencias de la vida son estriles si la amistad de Cristo no las santifica. El amor ms santo es oscuro si no arde en Su fuego. El afecto ms puro ese afecto que me une al amigo ms querido es falso y traicionero a menos que a me a mi amigo en Cristo... a menos que El, el amigo ideal y absoluto, sea el laz o personal que nos una. 2. LA INTIMIDAD CON CRISTO

No es bueno que el hombre est solo. (Gen 2, 18) A primera vista nos parece inconcebible que pueda existir una autntica amistad entr sto y el alma. Admitimos la adoracin, la dependencia, la obediencia, el servicio e, incluso, la imitacin: todas esas cosas son imaginables, pero no la amistad. Y por otra parte, cuando recordamos que Jesucristo asumi un alma humana como la nue stra, un alma capaz de alegras y tristezas, abierta a las acometidas de la pasin y a las tentaciones, un alma que experiment la angustia y el gozo, el sufrimiento de la oscuridad y la alegra de la luz; cuando a travs de nuestra fe aceptamos todo esto, la posibilidad de entablar amistad un hecho vital que conocemos por experi encia , pero ahora con Cristo, nos parece incuestionable. En el plano humano la amistad supone siempre la unin de las almas. Pues bien, lo mi ucede en el caso del hombre con Cristo, cuya alma es el punto de unin entre Su Di vinidad y nuestra humanidad. Recibimos Su Cuerpo en la boca, rendimos totalmente nuestro ser ante Su Divinidad, pero solamente a travs de la amistad abrazamos Su Alma con la nuestra. ***

La amistad humana se inicia generalmente por algn detalle externo. Captamos una fra ercibimos una inflexin de voz, advertimos una forma de mirar o un modo de caminar . Y estas leves impresiones nos parecen el comienzo de un mundo nuevo. Considera mos estos detalles como la seal de todo un universo que se oculta tras ellos; cre emos haber descubierto al alma que coincide exactamente con la nuestra, al tempe ramento que, por su semejanza o por su armoniosa diferencia, es perfectamente ad

ecuado para ser el compaero del nuestro. As comienza el proceso de la amistad: nos damos a conocer y conocemos al otro; encontramos, paso a paso, lo que habamos es perado, y comprobamos lo que imaginbamos. Y el amigo, por su parte, sigue el mism o itinerario, hasta que llega el momento en que, por una crisis o tras un perodo de prueba, podemos descubrir que nos hemos equivocado, que hemos defraudado al o tro o que el proceso ha seguido un curso diferente. Y como ocurre con el paso de las estaciones, ya no hay ms frutos que esperar por ninguna de las dos partes. Pues bien, la amistad divina suele comenzar del mismo modo. Puede surgir en el momen de recibir algn sacramento un hecho repetido miles de veces , al arrodillamos delant e del nacimiento en Navidad o acompaando al Seor en un Va Crucis. Hemos hecho esos gestos o hemos participado en esas ceremonias frecuentemente, unas veces con ind iferencia y otras con fervor. De repente, un da surge en nosotros un sentimiento nuevo. Por primera vez comprendemos que el Divino Nio que abre sus brazos en el p esebre, no slo desea abrazar al mundo (tendra que ser tan pequeo!), sino a nuestra p ropia alma en particular. Contemplamos a Jess, ensangrentado y exhausto, alzndose tras su tercera cada, y sentimos que nos pide ayuda para soportar su carga. La mi rada de sus divinos ojos se cruza con la nuestra transmitindonos un sentimiento o un mensaje que nunca habamos asociado a nuestras relaciones con El. Y fueron slo unos detalles en apariencia insignificantes. Golpe en nuestra puerta y le abrimos ; nos llam y le contestamos. De ahora en adelante, pensamos, El es nuestro y noso tros somos suyos; por fin hemos encontrado al amigo que buscbamos hace tanto tiem po; aqu est el alma que se compenetra perfectamente con la nuestra; la nica persona lidad que puede dominarnos. Jesucristo ha dado un salto de dos mil aos y est a nue stro lado: se ha salido del fresco; se ha levantado del pesebre... Mi Amado es pa ra m y yo soy para mi Amado.

*** As se inici la amistad. Ahora comienza el proceso. La clave de una perfecta amistad consiste en que los amigos se den a conocer mutuame , dejando a un lado las reservas y mostrndose tal y como cada uno es. La primera etapa, pues, de la amistad divina es la revelacin del mismo Jesucristo. estra vida espiritual, haya sido tibia o fervorosa, se ha dado un elemento predo minante de inconsistencia. Es cierto que hemos sido dciles, que nos hemos esforza do por evitar el pecado, que hemos recibido la gracia, la hemos perdido y la hem os recuperado, que hemos adquirido mritos o los hemos desperdiciado, que hemos in tentado cumplir con nuestros deberes y procurado mejorar y amar. Todo ello es ci erto delante de Dios, pero no ha calado en nuestro propio ser. Hemos rezado? S, au nque escasamente. Hemos hecho meditacin: nos planteamos un tema, reflexionamos so bre l, hacemos un propsito y terminamos, siempre con el reloj a la vista para no a largarla demasiado. Pero despus de aquella nueva y maravillosa experiencia todo cambia. Jess empieza a mostramos no slo las maravillas de su pasado, sino la gloria de su presencia. Co mienza a vivir con nosotros, rompe el molde en el que le haba metido nuestra imag inacin: vive, se mueve, habla, acta, toma un camino u otro, y todo ante nuestra mi rada. Comienza a revelamos los secretos que se ocultan en Su humanidad. Hemos odo hablar de sus obras desde que ramos nios, rezamos el Credo, conocemos el Evangeli o... Y sin embargo, ahora pasamos del conocimiento de sus hechos al conocimiento de El. Empezamos a comprender que la Vida Eterna comienza en el momento present e, porque consiste en conocerte a Ti, el nico Dios verdadero y a Jesucristo Tu env iado. Nuestro Dios se ha convertido en nuestro Amigo. Jess, por su parte, nos pide lo mismo que nos ofrece. Se nos manifiesta abiertament xige que hagamos lo mismo. Como nuestro Dios, conoce cada fibra de los seres que ha creado, y como nuestro Salvador, cada circunstancia pasada en la que fuimos infieles a sus mandatos; pero como nuestro Amigo, espera que se lo contemos. Podramos decir que la diferencia entre el trato con un conocido y el que establecem n un amigo radica en que, en el primer caso, tratamos de disimular para presenta r una imagen agradable y atractiva; empleamos el lenguaje como un disfraz y la c onversacin como un camuflaje. En el segundo caso, dejamos a un lado los convencio nalismos y las presentaciones e intentamos mostrarnos tal y como somos, abrindole n

uestro corazn. Esto es, pues, lo que la amistad divina requiere de nosotros. Hasta ahora el Seor s contentado con muy poco. Ha aceptado el diezmo de nuestro dinero, una hora de nu estro tiempo, unos cuantos pensamientos y algunos sentimiento demostrados en cer emonias religiosas y de culto. El ha aceptado todo lo que le hemos dado, en lugar de darnos nosotros mismos. A partir de ahora nos pide que acabemos con todo eso, que nos abramos a El completa y rendidament e, que nos mostremos tal y como somos en una palabra, que dejemos a un lado esos ingenuo cumplidos y seamos profundamente autnticos. Cuando un alma cree sentirse desilusionada o defraudada de la amistad divina no suel er porque haya traicionado u ofendido a su Seor, o porque no haya estado a la altu ra de las circunstancias en otros aspectos, sino porque nunca le ha tratado como a un amigo, ni ha sido lo bastante valiente como para cumplir la condicin impres cindible en una autntica amistad: la total sinceridad con El. Es menos ofensivo d ecir rotundamente No puedo hacer lo que me pides porque soy cobarde, que esgrimir unas razones excelentes para no hacerlo. ***

En pocas palabras, este debe ser el camino de la amistad divina. En adelante iremos udiando con detalle algunos aspectos que la caracterizan. Nos debe alentar el pe nsamiento de que vamos a emprender un camino que han recorrido ya muchas almas a ntes que nosotros. Con todo, la historia de nuestra amistad con Jesucristo ser al go que rompe todos los esquemas preconcebidos, una experiencia irrepetible. Hay momentos de fascinante felicidad en la comunin o en la oracin , momentos que jan experiencias imborrables en la vida, y ciertamente lo son; momentos en los q ue todo el ser se siente invadido e inundado por el amor: cuando el Sagrado Cora zn no es ya un mero objeto de adoracin sino algo vibrante que late en nosotros; cu ando nos rodean los brazos del esposo y nos besa en los labios... Hay tambin momentos de tranquilidad y placidez, de un cario sereno y profundo al m empo, de un afecto y un entendimiento mutuo que satisfacen todos los anhelos de nuestra mente y de nuestro corazn. Pero hay tambin perodos meses o aos de miseria y aridez, en los que nos parece er paciencia con nuestro divino Amigo; ocasiones en las que creemos sentir su de sdn o frialdad. Y habr realmente momentos en los que tendremos que recurrir a toda nuestra lealtad para no abandonarle decepcionados. Habr incomprensin, sombras, ti nieblas... Despus, con el transcurso del tiempo y segn vayamos superando la crisis, volveremo firmar la conviccin que nos uni a nuestro Amigo. Porque realmente la suya es la nic a amistad en la que no cabe decepcin posible, y El, el nico amigo que no puede fal lar. Es la nica amistad en la que nuestra humildad y nuestra entrega nunca sern su ficientes, nuestras confidencias nunca demasiado ntimas, ni nuestros sacrificios lo bastante grandes. Este Amigo y su amistad justifican plenamente las palabras de uno de sus ntimos: ...porque todo lo considero basura ante el sublime conocimie nto de Cristo Jess, mi Seor, por quien he sacrificado todas las cosas por ganar a Cristo. III. LA VA PURGATIVA Lmpiame de todas mis iniquidades. (Salmo 50, 4) La etapa inicial de la amistad con Jesucristo suele ir acompaada de una extraordina elicidad. El alma ha encontrado, por primera vez, un compaero cuya comprensin es p erfecta y cuya presencia es continua, aunque no siempre sea evidente. Mientras s e ocupa de sus obligaciones concediendo a cada detalle la atencin habitual, no ol vida el hecho de que El est en su interior. Y est, como la luz del sol o como el a ire, iluminando, refrescando e inspirando al alma. Ella dirige a Jess de vez en c uando unas palabras y en otras ocasiones percibe que es Jess quien le habla en su corazn. El alma intenta verlo todo con los ojos de Jesucristo. Las cosas bellas

lo son an ms a causa de Su belleza; las cosas tristes son menos dolorosas gracias a Su consuelo. Nada es indiferente porque l est ah. Incluso cuando duerme, su corazn vela junto a Jess. Esta es solamente la fase inicial del proceso, una fase grata por su novedad. Sin em go, no es ms que el principio: ante el alma se abre un camino que termina en la v isin beatfica. Y, hasta llegar al final, ha de recorrer an numerosas etapas. Y es que, este grado de amistad as entablada no es ms que el comienzo. Cristo dese e afirme lo antes posible, pero no basta solamente su deseo. Antes debe purifica r al alma, formarla y pulirla perfectamente, de modo que se una a El por la grac ia. El alma debe recorrer la va purgativa y la iluminativa para que, desprendida de s misma y embellecida por los favores divinos, est dispuesta para la unin con Di os. Los autores espirituales llaman as a estas dos etapas que estudiaremos a cont inuacin. ***

Al principio, como hemos dicho, el alma disfruta extraordinariamente con lo meramente externo, que considera santificado por la p resencia de Cristo Por ejemplo, la organizacin humana de la Iglesia, sus mtodos, l as funciones litrgicas, la msica y el arte religiosos, todo tiene para ella un sen tido celestial y divino. Con extraordinaria frecuencia, la primera seal de que ha empezado a recorrer la va iva consiste en la sensacin que experimenta el alma de lo que el mundo llama desi lusin. Y esta sensacin tiene causas muy distintas. Por ejemplo, el alma se encuentra frente a unos hechos desconcertantes un sacerdote igno, una congregacin desunida, escndalos en la vida cristiana, etc., justamente e n los mbitos en los que Jesucristo debera ser el modelo supremo. Pensaba que la Ig lesia era perfecta por ser la Iglesia de Cristo, o el sacerdocio inmaculado por pertenecer al orden de Melquisedec Y para su decepcin, se encuentra con la vertien te humana indefectiblemente asociada a las cosas divinas en la tierra. La novedad empieza a disiparse, y ahora el alma siente que las cosas que crea ms d ente relacionadas con su nuevo amigo son ajenas, temporales y transitorias en s m ismas. Su amor por Cristo era tan grande como para hacer brillar todas aquellas cosas externas que ambos compartan; ahora, ese brillo empieza a apagarse y las ve mucho ms terrenales. Y cuanto ms intenso fue su amor imaginativo, ms intensa es su decepcin actual. Esta es, pues, la primera etapa de la va purgativa; el alma siente desilusin ante as humanas y considera que los cristianos deberan ser y despus de todo no son otros Cristos. El primer peligro se presenta inmediatamente: no hay procedimiento de limpieza que n mplique cierto poder destructor. Y si el alma es un poco superficial, perder la a mistad con Cristo (la que tena) adems de las atenciones y regalos con los que Ella obsequiaba y complaca. En el mundo hay almas dbiles que fallan en esta prueba, qu e confunden un enamoramiento humano con el Amor esencial, y en cuanto Cristo se despoja de sus adornos, se separan de El. Pero si son almas ms firmes, habrn apren dido la primera leccin: que la divinidad no radica en las cosas materiales y que el amor de Cristo es algo mucho ms profundo que los mismos regalos que El hace a sus nuevos amigos. *** La segunda etapa de la va purgativa podra llamarse, en cierto modo, la desilusin sas divinas. El alma cree que le ha fallado el aspecto terrenal devolvindola a la realidad, y luego empieza a pensar que tambin le ha fallado la vertiente divina.

Faber describe brillantemente una faceta de esta desilusin: la monotona de la pie un momento, antes o despus, en el que empiezan a perder inters y sentido los aspe ctos externos de la religin la msica, el arte, la liturgia o los aspectos externos d e la vida la compaa de los amigos, la conversacin, las relaciones laborales , que al c omienzo de la amistad divina parecan brillar con el amor de Cristo. Por ejemplo,

la prctica habitual de la oracin resulta aburrida, la emocin de la meditacin tan apre ciada al comienzo, cuando cada meditacin era una mirada a los ojos de Jess empieza a desvanecerse. Los sacramentos resultan rutinarios y montonos, y parecen no cump lir sus promesas Las cosas que ella consideraba como ayuda pasan a ser cargas ad icionales. Entonces, el alma pone su corazn en algn don, favor o virtud concreta que su Amigo oncederle. Reza, sufre, insiste, suplica... y no hay respuesta Las tentaciones s on las mismas, comprueba que su naturaleza humana no ha cambiado. Pensaba que su reciente amistad con Cristo y su relacin con l renovaran todo lo viejo de su alma, pero su alma es la misma de siempre. Casi parece que Cristo la ha engaado con pr omesas que no puede o no quiere cumplir. Incluso en aquellos aspectos en los que ms confiaba, en los mbitos en los que todo dependa de El, Cristo no parece ser dis tinto del que era antes de que se conocieran con tanta intimidad. Esta etapa es infinitamente ms peligrosa que la precedente pues, si es relativament distinguir entre Cristo y la msica sacra, por ejemplo, no lo es tanto diferencia r entre Cristo y la gracia, o entre Cristo y nuestro concepto personal de lo que la gracia debera ser y obrar. En primer lugar, existe el riesgo de que el alma se d totalmente por vencida durant perodo largo de desaliento, que reproche la falta de respuesta a su silencioso am igo: Confiaba en ti, crea en ti, pens que por fin haba encontrado el amor. Y ahora t, como todos los dems, me has fallado. En medio del resentimiento y la decepcin, un alma en estas circunstancias puede pensar en pasarse a otra religin alguna moda qu e prometa resultados rpidos y palpables en el terreno espiritual o vuelve al estad o en que se encontraba antes de conocer a Cristo. Sin embargo, hay que advertir que el alma que ha conocido a Cristo una vez ya no puede ser nunca igual a la qu e no le ha llegado a conocer. Tambin puede caer en un estado mucho ms peligroso y perverso que los anteriores, e cristiano cnico y desilusionado: S, tambin yo, dice, fui una vez como t. En mi entus iasmo juvenil cre tambin haber desvelado el secreto... Pero tambin tu sers prctico al gn da, comprenders que el enamoramiento no es real y te volvers tan vulgar como yo.. . S, es todo muy misterioso. Quizs, lo nico que merece la pena es la experiencia. Sin embargo, si todo va bien; si el alma es lo bastante generosa para ser fiel a lo solamente parece un recuerdo; si confa en que un comienzo tan apasionante de la amistad con Cristo no puede aboca con el transcurso del tiempo en la esterilidad , el cinismo o la desolacin; si, en su sinceridad, llega incluso a gritar que prefiere postrarse eternamente ante el sepulcro de Jess que volver a su vida anterior entonces, aprender la leccin: Jess se har presente de nuev o y le mostrar que no se haba ido, y que todo eso que atraa al alma, en ltimo trmino, no es El. ***

En la va purgativa aparece una tercera etapa. El alma ya ha comprendido que ni las externas ni las internas son Cristo. Hasta llegar al original, ha pasado por se ntirse desilusionada, primero del marco del cuadro, y luego del cuadro mismo. Ah ora debe aprender la ltima leccin y sentirse desilusionada de s misma. Hasta este momento mantena la idea, vaga y humilde por otra parte, de que algo en e de ella atraa a Cristo. Despus sinti la tentacin de creer que Cristo le fallaba. Ah ora debe comprender que, a pesar de su amor infantil, ha sido ella la que ha fal lado a Cristo desde el principio. Y este es, definitivamente, el autntico sentido de la purificacin: el alma se ve despojada de adornos y ropajes y ahora debe des prenderse de s misma para llegar a ser la clase de discpulo que Jesucristo desea. En esta tercera etapa empieza, pues, a percibir su ignorancia y su pecado, y a descu r su asombroso egocentrismo y su autocomplacencia. Hasta ese momento el alma se crea duea de Cristo, haba hecho de El su amante y su amigo, se aferraba a El y le q uera para s. De ah proceden sus errores primeros. Ahora debe aprender a renunciar, no slo a todo lo que no es Cristo, sino al mismo Cristo, ceder su frrea posesin par a contentarse con que sea El quien la posea y la guarde. Mientras en ella quede

la ms leve sombra de s misma, tratar de que la amistad sea mutua y procurar dar, por lo menos, una fraccin de lo que recibe. Ahora ha de afrontar el hecho de que Cri sto debe ponerlo todo; de que, sin El, nada puede, y de que no tiene ms fuerza qu e la que El le da. El alma empieza a comprender que se ha equivocado desde el pr incipio hasta el fin, no porque haya dejado de hacer esto o aquello, ni porque s e haya aferrado a esto o a aquello..., sino simplemente porque slo ha pensado en poseer y no en ser poseda, y porque ha seguido siendo ella misma y no lo ha aband onado todo en Cristo. Por primera vez ve que, fuera de Cristo, no hay en ella na da bueno: El debe serlo todo y ella nada. Cuando un alma llega a este punto, difcilmente caer por orgullo. El pleno conocimi e ha adquirido sobre s misma resulta ser una cura eficaz de su autocomplacencia: ha visto con toda claridad su absoluta falta de vala. Ahora se enfrenta con otros peligros, entre ellos el de la soberbia oculta el disfraz de una peculiar humil dad: Ya que valgo nada, siente la tentacin de pensar, hara mejor en renunciar a mi loca aspiracin a la amistad de Cristo. Abandono definitivamente esos sueos de perf eccin y la esperanza de una autntica unin con el Seor. Me pondr otra vez al nivel de gente corriente, y me contentar con mantenerme en l. Ocupar de nuevo mi puesto habi tual en el camino y no volver a buscar una intimidad con que, evidentemente, no m erezco. El conocimiento propio puede tomar la forma de desaliento y ser una carga que afecta ncluso, a las facultades mentales He perdido, dama un alma que, aunque negndolo, to dava se aferra a la esencia del orgullo. He perdido la amistad de Cristo para siem pre. Yo, que gust ese regalo celestial, es imposible que pueda recuperarlo con el arrepentimiento. El me eligi y yo le fall. Me am, y yo slo me am a m misma. Desde aho ra me retirar de su presencia... Aprtate de m, Seor, porque soy un hombre pecador. Pues bien: el alma que se siente as, que llega al convencimiento de su nada, de su uta incapacidad para seguir a Cristo, pero se abandona en sus manos, ha alcanzad o el punto exacto al que conducan las etapas anteriores. En este preciso instante , esa alma amante, tras aprender la ultima leccin de la va purgativa, est preparada para lanzarse al mar y llegar a Jess. Y si ha aprendido bien esa leccin, lo har, con sciente de su nada y de que Cristo lo es todo. Ya no habr orgullo que pueda apart arla de El porque, por fin, su orgullo no est herido, sino muerto... La va de la espiritualidad est cubierta de restos de almas que podran haber sido Cristo. Una fall porque El se desprendi de sus adornos; otra, porque pensaba que Sus dones eran lo mismo que El; a una tercera le atormentaba an el orgullo herido , pues le mostraba su vergenza en lugar de la gloria de Cristo. Los autores espir ituales conocen bien estos procesos y los han tratado desde diferentes puntos de vista. Pero el resultado es siempre el mismo: Cristo purifica a sus amigos de t odo lo que no es El, para que sean plenamente suyos. Y es que no hay alma capaz de comprender la fuerza ni el amor de Dios hasta que no se abandonado completame nte en El. 4. LA VIA ILUMINATIVA Pues t haces lucir mi lmpara, oh Yahv!, t, mi Dios, que iluminas mis tinieblas. (Salmo 17, 29) Hemos visto que a lo largo de la va purgativa, Jesucristo, en su deseo de unirse es amente al alma, va despojndola de todo lo que puede entorpecer dicha unin. Y que e l alma, consciente de su propia insignificancia, termina por abandonarse del tod o en Jesucristo. A lo largo de su camino, el alma deber ir enriquecindose con las gracias que Crist concederle. Ha abandonado al hombre viejo y ahora tiene que revestirse del nuevo. L os autores espirituales llaman a esta etapa va iluminativa. Conviene estudiarla s iguiendo el itinerario de la va purgativa y apoyndose en ejemplos caractersticos de los efectos de la gracia, corno los que han ilustrado el captulo anterior. ***

Como hemos visto, la primera fase de la va purgativa est muy condicionada por los os externos y sensibles de la religin. El alma va siendo pulida y refinada para q ue aprenda a ponderar el escaso valor de tales hechos, as como de las emociones q ue despiertan. En la va purgativa el alma aprende que las cosas externas no tiene n sentido en s mismas y que carecen de valor. Sin embargo, por paradjico que parez ca, en la va iluminativa el alma aprende a usarlas rectamente... pues son sumamen te valiosas. Por ejemplo: una persona se queja con frecuencia de que ciertos inconvenientes que e entra a diario obstaculizan sus progresos: los defectos del prjimo y los roces de la convivencia que a veces llegan a parecerle insoportables; alguna tenaz tenta cin de la que considera imposible escapar; el atractivo que siguen teniendo para el alma las cosas de este mundo, y, en general, el hecho de experimentar que en todo encuentra trabas y resistencias, y que las contrariedades y tribulaciones d e la vida dificultan su relacin con Jesucristo y la hacen sentirse mutilada y con las alas cortadas en su empeo por llegar a Dios. En la primera fase de la va iluminativa, nuestro Seor suele conceder al alma la lu aria para darse cuenta del valor de todo eso. Es el contraste que le permitir adv ertir la flojedad de sus virtudes y le dar ocasin de practicarlas y robustecerlas. Su natural impaciencia con los inoportunos le har ver que debe ejercitarse en la paciencia y en esa forma delicada de la caridad que se llama comprensin. Lo mismo ocurre con las tentaciones: las vencer en la medida en que acuda a su Seo ticin de gracias; no hay otro medio para que el alma aprenda a confiar en Dios. Por ltimo, esas contrariedades, tribulaciones y ores la llevarn a buscar al amigo ca traiciona y a descansar slo en El. La primera fase de la va iluminativa consiste no en experimentar todo eso pues la y sufrimiento es algo ordinario en cualquier etapa la vida espiritual , sino en d escubrir el valor tiene en nuestro camino hacia Dios. Al comprender su sentido, el alma se inclinar a aceptar plenamente esa situacin y a considerarla una manifes tacin de la voluntad divina. Ocasionalmente, puede rebelarse, pero rectificar con la gracia de Dios. Puede que no entienda en toda su hondura el misterio del dolo r, pero responder a esas inquietudes del nico modo posible: aceptndolo y asumindolo. Entonces descubrir su sentido, un sentido del que ya no podr dudar. ***

En la segunda fase de la va iluminativa, Dios concede al alma una luz relacionada c s cosas espirituales y sobre todo con las verdades de la fe. Veamos el caso siguiente: un alma en la etapa inicial se adhiere a las verdades de l e aunque carezca de experiencias interiores sobre esas verdades. Se adhiere y vi ve de ellas simplemente porque proceden de la autoridad divina. Ha recibido el d on de la fe como el Seor nos dice que hemos de recibirlo: como nios; se aferra al te soro de sus creencias, camina bajo su luz, y morira antes que separarse de l. En d efinitiva, se salva y se santifica gracias a esa fe tan sencilla. Sin embargo, n unca ha pensado en abrir el cofre y, si lo hace, todo o casi todo es oscuridad e n el interior. Un alma as gana indulgencias cuando cumple las condiciones necesarias, e incluso es z de dar una explicacin ortodoxa de lo que son las indulgencias. Pero el sentido espiritual est tan lejos de su alcance como las joyas en el interior de una caja fuerte. Lo mismo ocurre si se trata de la doctrina del castigo eterno, las prerr ogativas de Mara o la presencia real. Esa alma se adhiere a todas esas verdades y vive de sus efectos y sus consecuencias, mas no percibe los chispazos de luz qu e desprenden. Se mueve exclusivamente por la fe y no necesita comprobaciones. Se apoya en los dogmas, pero es incapaz de compararlos con los hechos naturales o de ver los numerosos aspectos en los que concuerdan con sus experiencias persona les. Pero cuando se produce la iluminacin tiene lugar un cambio prodigioso. No es que rios dejen de serlo, ni que la persona llegue a expresarlos exhaustivamente en e l lenguaje humano ya que esas verdades no son alcanzables por la fuerza natural d e la razn humana , sino que esas joyas que hasta entonces parecan opacas y descolori

das, iluminadas por la luz de Dios, resplandecen con un nuevo brillo espiritual. El alma empieza a palpar lo que hasta entonces solamente haba adivinado. Por med io de algn inexplicable proceso descubre que la cosas son verdaderas para ella y tambin en s mismas; el camino que recorra segura, aunque en medio de la oscuridad, se hace ahora evidente; si sigue siendo fiel a su Seor, disfrutar del regalo divin o de esa clarividente intuicin propia los santos. ***

La tercera fase de la va iluminativa se refiere a las relaciones de amistad entre C y el alma. Vimos que la ltima etapa de la va purgativa era la del abandono en los brazos de Cristo: una actitud que solamente es posible cuando el alma ya no con fa en s misma. En la etapa equivalente de la va iluminativa, el alma recibe un aume nto de luz gras a la presencia constante de Cristo en ella, o dicho ms exactament e, a la presencia constante del alma en Cristo. En este punto, la amistad divina se convierte ya en el objeto del conocimiento y de contemplacin De ahora en adelante el alma no slo disfrutar de esa amistad, sino que , en cierto modo, la percibir y la comprender. Esto no es otra cosa que la contemp lacin ordinaria. Los fenmenos extraordinarios, con sus manifestaciones y gracias sobrenaturales y mi sas, son favores que Dios concede motu proprio.Pedirlos es prcticamente una presu ncin. No es pues, el tema que nos ocupa. Sin embargo, el estado de contemplacin or dinaria, que algunos llaman tambin simplificacin de la oracin, no solo se debe pedi r, sino que cualquier cristiano fervoroso y sincero tendra que aspirar a ella, ya que, con ayuda de las gracias ordinarias, puede alcanzarla perfectamente. Este tipo de contemplacin consiste en que, de un modo u otro, Dios est siempre pre sente en nuestros pensamientos. Se dice que, en esta etapa, un alma recin iniciad a en la amistad de Cristo goza con enorme aunque irregular intensidad. Toda la vid a cambia; todas las relaciones se alteran; Cristo empieza a ser, ciertamente, la luz que irradia cada objeto de atencin del alma, y todas las cosas se ven a travs de El. El fundamento de esta etapa es, pues, la contemplacin ordinaria, basada t anto en el esfuerzo como en la gracia. Mientras el alma no est purificada e ilumi nada posteriormente con respecto a las cosas exteriores e interiores, la presenc ia de Cristo no puede ser continua. Pero cuando ha terminado el proceso, cuando Cristo ha instruido a su nuevo amigo en los deberes y frutos de la compaa divina, la contemplacin ordinaria es, por as decirlo, la respuesta que El espera. En este estado el pecado es subjetivamente mucho ms grave: los pecados materiales pasan fcil mente a ser formales. Pero, por otra parte, la virtud se hace ms fcil, puesto que a cualquier alma le resulta difcil pecar gravemente mientras siente la presin de las manos de Cristo en las suyas. ***

Por supuesto, como todo avance en la vida espiritual, la contemplacin ordinaria tie s correspondientes riesgos, ya que cada peldao que nos acerca a Dios aumenta la p rofundidad del abismo en el que podemos caer. El alma que ha alcanzado ese estad o (que es, de hecho, el punto en que comienza a gustar la unin) tiene un enorme a umento de responsabilidad. El peligro supremo es el amor propio. El alma que ha vencido tantas veces la soberbia habitual puede caer en la soberbia espiritual, y con ella, en todas las formas refinadas de orgullo, tan frecuentes en la vida interior. Es posible que aparezca una extraordinaria intoxicacin que lleve al alma a exclamar absoluta conviccin: T enciendes mi lmpara, oh Seor!. Esta actitud llegara a desemboca n orgullo si no continuara diciendo: Oh Dios mo, ilumina mi oscuridad!. Las herejas y las sectas que ms han daado la unidad del Cuerpo mstico proceden siempre de algn am igo predilecto de Jess. Prcticamente todos los grandes herejes han gozado una intensa vida interior pues, en caso contrario, habran podido atraer al error a tantos ingenuos amigos de Cri sto. Para que las luces interiores no

deriven en divisiones y destruccin es imprescindible que, junto al crecimiento en vida interior, hay tambin un crecimiento en la devocin y la docilidad a la voz ex terior con la que Cristo nos habla en Iglesia. Y es que no hay nada tan difcil co mo llegar a distinguir entre las inspiraciones del Espritu Santo y las aspiracion es o imaginaciones de mismo. Para los no catlicos es casi imposible evitar la dependencia de las experiencias in res, una caracterstica propia del protestantismo y que, de hecho disemina sus ene rgas, pues los protestantes siguen convencidos de la inexistencia de esa voz exterior del Magisterio con la que poder contrastar sus experiencias. Tambin pued e ocurrir (y algunos casos se han visto en nuestros das) que catlicos inteligentes y formados sufran de esa enfermedad del esoterismo, e imaginen que la voz inter ior puede apagar la exterior. Y se consideran ms capaces de interpretar a la Igle sia que la Iglesia misma. Vae soli! Ay de los que estn solos! Ay del que, habiendo s ido honrado con la amistad de Cristo y su consiguiente luz, cree que est en poses in de la infalibilidad que niega al vicario de Cristo! As pues, cuanto mayor es el grado de vida interior del alma, cuantas ms luces de D ibe, mayor ha de ser la fuerza de la mano de Cristo y mayor ha de ser la convicc in de nuestra dependencia. Nosotros, los que pertenecemos al crculo de sus ntimos, estamos obligados a record dos aquellos que comparten esa intimidad de Jess y han encontrado la puerta del h uerto interior por el que se pasea con los suyos, que son muchos los Judas que f iguran a lo largo de la historia. SEGUNDA PARTE: CRISTO EN EL EXTERIOR 5. CRISTO EN LA EUCARISTA Yo soy el pan de vida. (Jn 6, 35)

Hasta este momento nos hemos ocupado de la amistad con Cristo Una amistad que, recor os, no se limita nicamente a los catlicos, sino a todos que conocen el nombre de J ess y, en cierto sentido, a todo ser humano Y es que nuestro Seor es la luz que alu mbra a todo hombre; es su voz la que nos habla a travs de la conciencia, por muy o scurecida que este por el pecado, suya es la imagen ideal que se dibuja en la pe numbra de los corazones que lo ansan. Marco Aurelio, Gautama, Confucio, Mahoma y todos sus discpulos, a pesar de no haber nunca el nombre de Jess, o de haberlo rec hazado sin culpa, le buscaban sin saberlo. Decir lo contrario sera terrible, ya que no podramos afirmar que nuestro Salvador es, en su autntico sentido, el Salvador del mundo. Tambin se encarn y sufri muerte de cruz po r los que, sin conocerle, pecan contra su conciencia. Los que conociendo por razn natural lo que est bien y lo que est mal, hacen el mal. Cristo, cuya Encamacin conocen los catlicos y cuya vida nos relatan los Evangelios vido siempre en el corazn del hombre. Se cuenta que, tras or un sermn sobre la vida de Jess, un anciano hind solicit recibir el bautismo. Pero, cmo puedes pedirlo tan rp damente?, pregunt el predicador. Has odo antes de ahora el nombre de Jess?. No, repli anciano, pero lo conozco y he estado buscndolo durante toda mi vida. Pasemos ahora a considerar un camino nuevo por el que Jess se nos acerca buscando n a amistad; un camino nuevo y, por supuesto, unos nuevos dones con los que nos at rae hacia El. No nos basta conocerle solamente en nuestro interior, no es sufici ente decir: interiormente es mi amigo y no necesito nada ms. No es una autntica amis tad la que considera intiles a la Iglesia o a los sacramentos sin preguntarse pri mero quin los ha instituido para acercarse a los hombres. Y debemos recordar espe cialmente que, al recibir el Santsimo Sacramento, nos concede Cristo ciertas grac ias a las que no podramos aspirar de otro modo. El se nos acerca y se une a nosot ros no slo con su divinidad, sino con la misma amable y adorable humanidad que as umi al venir a este mundo. Lo primero que percibimos en nuestra relacin con Jess Sacramentado es la viva impr produce el esplendor de la liturgia cuando el sacerdote bendice con la custodia al pueblo, o la solemnidad inusitada que reviste la procesin del Corpus Christi

en tantos pueblos y ciudades, la honda devocin que se manifiesta en la fe de los creyentes, adoradores mudos de la majestad divina. Toda la riqueza del culto euc arstico es la pobre, pero amorosa, respuesta del hombre a la locura de amor de s que se anonada para quedarse con nosotros hecho pan. La solemnidad de ese culto contrasta violentamente con algo que sucedi hace veinte siglos cuando el Dios-Hom bre dijo ante un trozo de en una modesta habitacin: Esto es mi cuerpo. Aqu reflexionaremos sobre la portentosa manera Cristo llega a nosotros a travs de ria peste mundo, perceptible por nuestros sentidos, ofreciendo su amistad de un modo inequvoco a los que se le acercan con sencillez. ***

En ste, como en otros muchos aspectos, la vida eucarstica de Jess presenta un mar paralelismo con su vida en la tierra. El, que era toda la sabidura y todo el pode r, creca en edad y sabidura, es decir, manifestaba gradualmente las caractersticas de la divinidad vida y sabidura inherentemente unidas, desde siempre, a su persona; y as, el que trabajaba en el taller de carpintero era Dios desde el principio. Pue s bien, la vida eucarstica sigue el mismo proceso: la doctrina del sacramento ha ido enriqueciendo su exposicin y desarrollando gradualmente lo que siempre haba si do. Jesucristo, pues, mora hoy en nuestros sagrarios realmente como vivi en Nazareth co naturaleza humana. Y lo hace generosamente, con el fin mostrarse accesible a tod os los que, conocindole interiormente, desean hacerlo con mayor intensidad an. Esta presencia de Jess es la que crea la asombrosa diferencia confesada incluso po o catlicos entre el ambiente de nuestras iglesias y el de otros templos. Es tan pa tente esta diferencia que para explicarla se han barajado miles de teoras: Es la s ugestin del punto de luz que brilla junto al sagrario. Es la extraordinaria pericia con la que estn proyectadas las iglesias. Es el aroma del incienso. Y es todo y es nada, excepto lo que los catlicos sabemos: la Presencia real del ms hermoso de los hijos de los hombres atrayendo a sus hermanos hacia El! Ante esta presencia extraordinaria la novia de ayer le ofrece la nueva vida que hoy se abre ante ella; el que va a morir maana, su vida pasada; y lo mismo el des dichado y el feliz, el filsofo y el necio, el viejo y el nio..., personas de disti nto temperamento, de distinta cultura, de distinta nacionalidad, todas unidas en lo nico que puede unirlas: la intimidad con el amor de sus corazones. Hay algo ms caracterstico del Jess de los Evangelios que esa accesibilidad que le hace esperar a todo el que desee acercarse; esa ternura indiscriminada, o el hecho de no rec hazar a nadie? Y hay algo ms caracterstico de ese Cristo que su deseo de que le rec onozcamos no slo en nuestro interior, sino fuera de nosotros mismos, no slo en la intimidad de las conciencias, sino tambin en el espacio y en tiempo? De este modo, pues, cumple el requisito esencial de la autntica amistad, que es la dad, y se entrega a merced de un mundo que desea hacer suyo, y se ofrece bajo un aspecto an ms pobre que el de los das de su vida mortal. Pero, por medio de la doc trina de su Iglesia, por las ceremonias en las que se nos presenta, y por el rec onocimiento de sus amigos indica a quienes siempre le aceptaron y le amaron que quien est ah es El, el deseo de todas las naciones y el amante de todas las almas. ***

Sin embargo, Jess no entra en el tabernculo directamente. A la llamada de sus sace se hace antes presente en el altar bajo la forma de vctima. Durante el sacrificio de la Misa se presenta ante el Padre Eterno y ante el mundo con el mismo propsit o que cuando penda de la Cruz, es decir, realiza mismo gesto que llev a cabo una v ez en el Calvario, el mismo gesto con el que manifestaba el deseo ardiente de aq uella amistad en cuyo nombre llamaba a nuestros corazones, la culminacin del amor ms grande: el que lleva a dar la vida por los amigos. Esta es, por supuesto, una concepcin impensable para quienes saben muy poco o nada el Jess vivo, aquellos que solamente conocen de El (como lo admiten abiertamente ) lo que figura en las portadas de los libros. Para tales personas el sacrificio se cierra del mismo modo que se cierra un libro del que se queda nicamente el re

cuerdo. Incluso para quienes saben algo ms de Jess, los que son conscientes de que vive una autntica vida en el interior de los corazones es decir, personas de una sincera espiritualidad , la doctrina catlica del sacrificio de la Misa les parece d isminuir la perfeccin del sacrificio del Calvario. Sin embargo, para el catlico qu e disfruta de la amistad de Cristo, del conocimiento del Jess de ayer, hoy y siemp re, este sacrificio contina renovndose inevitablemente. En este sentido Cristo sigu e siendo el mismo que fue en el Calvario: la Vctima eterna en cada altar, slo a tr avs de la cual podemos llegar al Padre. En el tabernculo, pues, Cristo se nos ofrece como un amigo: el altar nos lo present lizando el acto eterno por medio del cual su Humanidad gan el derecho a pedir nue stra amistad. ***

Y ahora nos encontramos ante la ltima etapa de su humillacin, una etapa en la cual o Amigo y nuestra Vctima se convierte en nuestro alimento. Es tan grande su amor por nosotros que no le basta hacerse el objeto de nuestra adoracin, no le basta c argar con nuestros pecados ni le basta, sobre todo, morar en el interior de nues tras almas en una intimidad solamente perceptible bajo la luz espiritual. No; en la comunin desciende el peldao de lo sensible al que frecuentemente tratamos de a cceder en vano; mientras nosotros estamos muy lejos corre a nuestro encuentro. Y a ll, dejando a un lado esos pobres signos de realeza con los que pretendemos honra rle, dejando los ornamentos y las flores y las luces, no slo se une a nosotros al ma con alma en la intimidad de la oracin, sino cuerpo con cuerpo en la forma sens ible de su vida sacramental. Esta es, pues, la prueba ms grande y definitiva que Jess pudo darnos. Y lo hizo. E e sentaba a comer con los pecadores se les da como alimento. Aquel a cuya mesa d esearamos acercarnos como sirvientes se dispone a servirnos. El que vive en lo ms profundo de nuestro corazn, el que se encarn a la vista de los hombres, repite el acto supremo de amor y, bajo las apariencias sensibles, se ofrece a ojos que ansa n verlo. Si la humildad es imprescindible para la amistad, El es el Amigo por ex celencia. Y los que no le reconocen al partir el pan no pueden percibir ni un pice de sus perfecciones. Si su naturaleza humana viviera nicamente en el cielo, a la derecha de la majestad del Altsimo, no sera el Cristo de los Evangelios. Si su nat uraleza divina viviera nicamente en el corazn de los que reciben, no sera el Cristo de Cafarnan y Jerusaln. l, el creador del mundo; el que una vez asumi forma de la criatura; el que morando luz inaccesible descendi a nuestra ms profunda oscuridad, El es nuestro Dios; un Dios que deseaba tan apasionadamente la amistad de los hombres que los hizo a su imagen y semejanza; el Jesucristo del Evangelio y la vida interior, que vencien do a la muerte ya no muere; el que llev nuestra naturaleza humana a la gloria perd ida por el pecado; el que, por encima de todas las leyes, las empleara para sus p ropsitos; y el que se ofreci a s mismo como vctima por nosotros no una, sino miles de veces; y no una, sino miles de veces como alimento; y no en una ocasin nica, sino eterna e invariablemente. Ese es nuestro Amigo, el Jess que hemos conocido a travs de los Evangelios y en nu corazones: nuestro Amigo por derecho y por deseo. Ante ese sacramento que es El mismo aprendamos, pues, algo de su humildad. Y, as co se desprende de su gloria, debemos desprendernos nosotros del orgullo al que no tenemos derecho.., y de todos nuestros rasgos y matices de vanidad y autocompla cencia que son el mayor obstculo a sus planes amorosos. Debemos postrarnos en el polvo, delante de esos pies divinos y benditos que no slo por Jerusaln hace dos mi l aos, sino por nuestras ciudades, caminan incansables buscando y salvando nuestr as almas. 6. CRISTO EN LA IGLESIA Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. (Jn 15,5)

Hasta ahora hemos considerado lo que podramos llamar la amistad personal de Cristo l alma: esa relacin directa con El, con el Dios que mora en el corazn, con el Sants imo en el sagrario... Es decir, hemos considerado la vida interior del cristiano como fruto de la amistad personal con el Seor. Es poco probable que haya algo tan difcil de diagnosticar y tan fcil de confundir ertos movimientos interiores que surgen en la vida espiritual. Los psiclogos mode rnos recuerdan las enseanzas de San Ignacio de hace cuatrocientos sobre la enorme d ificultad de distinguir entre la actuacin de Dios y esa parte de la naturaleza qu e no siempre obra conscientemente; es decir, los impulsos y deseos que surgen en el alma y que parecen llevar en s la huella de un origen divino. Sin embargo, de spus de obedecerlos o satisfacerlos descubrimos con frecuencia que procedan nosotr os mismos de recuerdos, de sugerencias, de la educacin, incluso de un orgullo disf razado o del inters personal y que nos han conducido al desastre espiritual. Para reconocer la llamada divina es necesario un gran discernimiento espiritual adems de rectitud de intencin. Y por supuesto, el esfuerzo por desenmascarar lo que, en los ms elevados estados de progreso espiritual, se presenta como un ngel de luz. El resultado de esos terribles naufragios o, por lo menos, lamentables errores se sta en algunas almas que se han esforzado intensamente por alimentar su vida int erior. No hay obstinacin como la obstinacin religiosa, porque el hombre espiritual persevera en su errneo camino con la conviccin de que est obedeciendo a una llamad a divina y no cree que su actitud pueda calificarse de obstinada o tozuda. Al co ntrario: est persuadido de que, con su comportamiento, acta como el dcil servidor d e una mocin divina. No hay fantico tan extremista como el fantico religioso. Esta es la razn principal que explica el hecho de que las crticas ms afiladas hac olicismo procedan de quienes han cultivado con mayor intensidad su vida interior . Afirman que los catlicos son demasiado convencionales, demasiado formalistas, d emasiado oficialistas. Yo llevo a Jess dentro del corazn, dicen tales crticos, qu ms q iero? Tengo al Seor dentro de m, por qu he de buscarle fuera? Yo conozco a Dios, tant o importa lo que sepa acerca de El? No est el nio ms cerca de su padre de lo que pue da estarlo un bigrafo? Ser ortodoxo no es esencial. He amado a Dios antes de disert ar eruditamente sobre la Santsima Trinidad. La doctrina catlica recibe entonces el calificativo de tirnica, de torpe. Se dice norma de conducta del hombre debe ser su conciencia iluminada por la presencia d e Jesucristo en el corazn. Y por consiguiente, los intentos de crear una doctrina, unas reglas que traten de conducir a las almas con autoridad, de atar y desatar, etc., se consideran unas prc ticas que suponen un autntico rechazo a la suprema autoridad del Cristo interior. Cul es nuestra respuesta a todo esto? La primera rplica es la habitual y polmica pero irrefutable afirmacin de que es que con mayor vehemencia insisten en la santidad de la vida interior y en su ca pacidad como norma, son los menos aptos para ponerse de acuerdo materia religios a. Todas las nuevas sectas que surgen en nuestros das basadas en esas premisas for muladas a partir del siglo XVI se han distinguido siempre por la falta de unidad entre sus seguidores; una unidad que tendra que ser el fruto de dichas premisas, siempre que fueran ciertas. Si Jesucristo trat de fundar el cris tianismo sobre su propia presencia en el alma como camino suficiente llegar a la verdad, Jesucristo fracas en su intento. El segundo argumento se refiere al tema principal de nuestra presente consideracin: to en la Iglesia. Y es ste: la autntica institucin a la que algunos califican de us urpadora de las prerrogativas de Cristo es ms que una institucin; de hecho, se tra ta del mismo Jesucristo. Y lleva a cabo, abiertamente y con su autoridad, la tar ea de nuestra santificacin, que no puede realizar cada persona en solitario al es tar sujeta, como est, a innumerables fracasos, complicaciones y errores para los que no existe otro remedio. ***

Como demuestran los Evangelios, Cristo expresa repetidamente su deseo de entablar am ad con las almas. Y es patente, tambin a travs de los Evangelios, que no se trata de una mera relacin personal. Ciertamente, El llega al corazn del que as lo desea,

pero sus promesas a las almas que no se aslan con El, sino que se unen a otras al mas, son ms explcitas y trascendentales que todo eso. Su compromiso de encontrarse donde dos o ms estn reunidos en mi nombre; su especial accesibilidad a todo lo que p idis; su promesa de guiar a todos los que le buscan corporativamente es infinitame nte ms rotunda que cualquier otra hecha expresamente a una sola alma. El tema tiene an mayor trascendencia, pues con las palabras Yo soy la vid, vosotro armientos, Cristo proclama cierta identidad y no slo promete su presencia con aquell os que le representan corporativamente. Y todo ello formulado con estas trascend entales afirmaciones: El que a vosotros escucha a M me escucha... Como el Padre me envi, as os envo Yo a vosotros... Lo que atis en la tierra quedar atado en el cielo. .. Id y ensead a todas las naciones... Yo estoy siempre con vosotros. De aqu procede la actitud catlica; no slo es del sentido comn, sino que ha sido or Nuestro Seor de un modo an ms explcito cualquier promesa individual. A ningn hombr e en especial, excepto quizs a Pedro su vicario en la tierra dijo Cristo abiertamen te: Yo estar con vosotros hasta el fin de los siglos. Nos encontramos, pues, ante el nico medio de conciliar el hecho de que Cristo est alma y al alma, con la dificultad que esta alma encuentra incluso en temas de vid a o muerte para conocer con certeza cundo es la voz de Cristo la que le habla o cun do se trata de una inspiracin meramente humana o incluso diablica. Segn la doctrina catlica, hay otra presencia de Cristo en la que nos ha garantizado lo que nunca prometi a persona alguna y esa presencia es asequible a todos. En resumen, ha prometido mo rar en la tierra en un Cuerpo Mstico, y nicamente sometindonos a su autoridad, podr emos comprobar si esas ideas o inspiraciones personales proceden o no de Dios. Es obvio, pues, que el alma que busca la amistad Cristo no puede hallarla de un modo ecuado solamente en la vida interior. Ya hemos visto lo profunda e intensa que t al amistad puede llegar a ser y cmo las almas que la cultivan disfrutan verdadera mente de la presencia de su Amigo divino, aunque sepan muy poco o nada de su actuacin e n el mundo. Sin embargo, qu enormes llegan a ser las posibilidades que se abren a nte un alma humilde que no slo conoce a Cristo interiormente, no slo estudia su Persona en los Evangel ios el relato escrito de su vida en la tierra , sino que contempla el asombroso hec ho de que Cristo vive y obra y habla en la tierra a travs de su Cuerpo Mstico. Y q ue las caractersticas de la Persona divina, y su doctrina revelada hace dos mil ao s, son las que ensea la Iglesia con palabras humanas desde entonces, bajo la gua d e esa misma Persona. El tema es demasiado amplio para tratarlo aqu. Sin embargo, hemos de hacer dos o tr nsideraciones directamente relacionadas con nosotros. Como consecuencia de todo lo dicho, el catlico debe cultivar su amistad con Cristo o de la Iglesia. De un modo intuitivo sentimos que la Iglesia es algo ms que el m ayor reino de este mundo, ms venerable que la ms venerable de las instituciones, ms que la representacin de Dios en la tierra, ms que la esposa del Cordero. Todas esta s metforas, aun siendo sagradas, no bastan para describir la realidad divina: por que la Iglesia es el mismo Cristo. Por lo tanto, no es difcil conectar con la Iglesia. Por ejemplo, no hay catlico entar vivir y practicar su religin, se encuentre desamparado o exiliado. Se sient e no slo como el sbdito de un reino o de un imperio protegido por su bandera, sino como el que vive entre amigos. Empujado por un instinto difcil de explicar, entr a en los templos de otros pases no slo para visitar al Santsimo Sacramento o para a segurarse de la hora de las misas, sino para ponerse en contacto con esa misteri osa y tranquilizadora Persona. Y al hacerlo se comporta de un modo perfectamente coherente, porque Cristo, su amigo, est ah, presente en el centro de una humanida d de cuyos miembros el mismo catlico forma parte. ***

Pero esto no es todo. En una autntica amistad entre dos personas, la ms dbil va a poco a poco las costumbres e incluso el modo de pensar de la ms fuerte. Es un pro ceso que se realiza paulatinamente hasta llegar a un punto en el que la mutua co

mprensin da paso a una sintona perfecta. Esto es fundamental en la intimidad con Cristo. Debemos morar con El, como nos dice apstol, que, superado todo conocimiento por la obediencia, perdamos finalmente nues tra propia identidad. Abandonamos nuestros limitados criterios sobre las cosas, nuestros esquemas e ideas personales para que, por fin, con nuestra vida oculta C risto en Dios ya no vivamos, sino que sea Cristo quien viva en nosotros. Esta debe ser nuestra meta en lo que se refiere a con Cristo en la Iglesia. El converso que inicia su vida catlica, o el catlico por nacimiento que pretende p zar en el significado de su religin, se limita a creer todo lo la Iglesia le prop one y a obrar de acuerdo con esas enseanzas, lo mismo que cuando en el terreno hu mano se entabla una nueva relacin, basta con ser corts y educado para evitar cualq uier roce. Pero no basta si se trata de profundizar en dicha relacin, pues la cor tesa de los primeros tiempos se convierte enseguida en frialdad. Y si queremos ev itar fracaso de esa amistad, es absolutamente necesario empezar a estar de acuer do no slo en las palabras y en los hechos, sino en los pensamientos. Y ms an que en los pensamientos, en las intuiciones: sin necesidad de palabras o de explicacio nes, un hombre conoce las opiniones de su amigo sobre cualquier tema, lo mismo q ue sus aficiones o sus fobias. Precisamente a esto debe aspirar el catlico. Si la amistad con Cristo en la Iglesia e ser real y sin este conocimiento de El, como hemos visto, nuestra relacin no es la que El pretende , debe extenderse no slo a una escrupulosa obediencia externa y a la formulacin de actos de fe, sino al modo de considerar las cosas en general. En muchos catlicos sencillos y fieles puede observarse ese sentido de la fe, esa atmsfera intuitiva en la que se mueven y que les lleva a detectar con milagrosa c eleridad y mejor que muchos telogos expertos, las tendencias herticas o las doctri nas peligrosas. No hay ms que una va para llegar a esa ntima unin con la Iglesia, la misma que p a la ntima unin con el Cristo interior: la va de la humildad, de la obediencia y de la sencillez. Slo a travs de estas virtudes puede crecer la amistad, tanto la div ina como la meramente humana. Sin embargo, y a sabiendas de todo esto, el alma puede verse invadida repetidamente una especie de rechazo hacia esta actitud a la que califica de servil. Y siente la tentacin de preguntarse: Despus de todo, no fui creada dotada de inteligencia, d e un juicio libre, de unas preferencias personales y quizs del divino don de la o riginalidad? Tendr que desdear estos dones y sacrificarlos, para convertirme en una persona vulgar? Ah! Reflexionemos de nuevo. Fuiste libre al no desear nada ms que a Dios? Fue li ndimiento para llegar a someterse gradualmente a la sabidura divina? Fue libre tu corazn amar o aborrecer las cosas que Dios ama o aborrece? Un alma unida a Dios n o pierde nada. Al contrario, cada uno de sus dones es transformado, glorificado y elevado al orden sobrenatural. Realmente a no vive, es Cristo quien vive en el la. Y si esto es cierto en lo que se refiere a Dios y a alma, lo es para cualquiera de l formas que Dios elige para presentarse. No se puede vivir en la tierra una vida sobrenatural ms que en una absoluta y ciega imitacin de Jesucristo. No existe libe rtad ms grande que la de los hijos de ese Dios al que se unen firmemente por la p erfecta ley del amor y la libertad. Una vez comprendido el hecho de que la Iglesia catlica es la expresin histrica de risto; una vez que hemos visto en sus ojos el brillo divino y en su rostro el ro stro de Cristo; una vez que hemos odo de sus labios la voz que nos habla como tiene autoridad, comprendemos que no hay ms noble para un alma que perderse en esa g loriosa sociedad que es su Cuerpo Mstico; ni mayor sabidura que pensar como ella; ni amor ms puro que el que arde en el corazn de la que, con Cristo como alma, es r ealmente la salvacin del mundo. 7. CRISTO EN EL SACERDOTE La gracia y la verdad se han hecho realidad por Jesucristo. (Jn 1,17)

Ya hemos visto que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo y que el alma que desea la amis de Cristo debe buscarla tanto en la Iglesia como en s misma, es decir, exterior e interiormente. Hay en la Iglesia ciertas caractersticas de Cristo que es impres cindible conocer para lograr una autntica compenetracin con El como son su autorida d, su infalibilidad, su fuerza imperecedera, etc. , y que slo un catlico ferviente p uede captar en su plenitud. Sin embargo, la Iglesia catlica es una sociedad de tal magnitud que la mayora de l onas son incapaces de hacerse una perfecta idea de ella. La conocen intelectualm ente, en su interior la aceptan, pero en la prctica slo les resulta accesible a tr avs del sacerdote. Este es, por cierto, uno de los argumentos que se esgrimen en contra del catolicismo. Exalta, dicen, la falible humanidad en la persona del sa cerdote hasta unas alturas demasiado vertiginosas, aun sabiendo que est condicion ado por las limitaciones propias de todo hombre. Si lo que se exaltase fuese la Iglesia como institucin, insisten, todava se podra excusar. Pero es cada sacerdote individual el que aparece revestido con la dignidad y las prerrogativas de Cristo. Y en realidad es as. La nica respuesta posible es que Cristo quiso que fuera as; tuy un sacerdocio que no slo le presentara y ocupara su lugar, sino que, en cierto modo fuera El mismo; es decir, Cristo quiere ejercer su divino poder a travs de su representante. De este modo, la devocin y la reverencia hacia el sacerdote son un homenaje directo al Sacerdote Eterno, de cuyo poder y dignidad participa el ministro humano. Si esto es as, no cabe duda de que el sacerdote, como la Igle sia, es uno de los cauces a travs de los cuales el cristiano debe acrecentar su intimidad personal c on el Seor. ***

No es necesario insistir en la evidente naturaleza del sacerdote. Ninguno de ellos e apaz de olvidarlo ni un instante. Y si en alguna ocasin la autocomplacencia le im pidiera ver sus propios defectos, la sociedad se los recordara a travs del ejemplo de otros. Es frecuente el caso de algn desdichado sacerdote que, tras alcanzar e levadas cotas a vida espiritual, extender su influencia y su prestigio y cosecha r admiradores e imitadores, ofrece repentinamente al mundo una penosa muestra de su flaqueza. No tiene por qu ser una cada orden moral en el sentido estricto grac s eso ocurre pocas veces! , sino una falta de celo, o una repentina explosin de abs urda vanidad, hace mella en las almas que confiaban en l y que ofrece al mundo un nuevo ejemplo de que al fin y al cabo, los curas son hombres. Entonces, por qu se s orprende el mundo de que sean hombres si no es porque, al menos inconscientement e, est convencido de que son bastante ms? Y es que, en primer lugar, son los embajadores de Cristo y le representan como un mi tro acreditado representa a su rey. Cristo lo quiso as cuando envi a los apstoles po r todo el mundo para predicar el evangelio a toda criatura. De ese solo hecho ya se deriva la gran extensin de la presencia de Cristo en la tie hermosos son, exclama el profeta de la antigua ley, los pies del que anuncia la buena nueva y predica la paz!. Hermosos, porque son los pies que llevan el mensaj e de amor del ms hermoso de los hijos de los hombres. Es importante subrayar aqu que el sacerdote que atenta contra la sustancia del mens ivino es infiel a su misin. Cristo no enva a su representante para que se invente tratados de paz, sino para dar a conocer el plan divino de salvacin. Algunos siguen afirmando que la Iglesia catlica es una enemiga acrrima del pensami ue no anima a que el prestigioso investigador profundice en el mbito de la verdad , sino todo lo contrario; que silencia o repudia a sus ministros cuando empiezan a pensar o a hablar por s mismos. Y esto es exacto, en el sentido de que la Igle sia no cree que la Revelacin divina pueda mejorarse, ni siquiera contando con la colaboracin de la inteligencia ms preclara. No reprende a aquellos de sus sacerdot es que tratan de exponer el mensaje de un modo original, siempre que esa origina lidad no lo oscurezca; no silencia a los que presentan el dogma de siempre con f rases nuevas. Pero rechaza tajantemente a quienes, como determinados pensadores

actuales, presentar dogmas nuevos bajo el disfraz de las palabras de siempre. En primer lugar, pues, Cristo est en su sacerdote, hasta el punto de usar los labio anos para transmitir el mensaje divino. Y hemos de advertir, de paso, que esto r equiere unas gracias extraordinarias por parte del mensajero. Nada hay tan irref renable como la naturaleza humana, nada que anse tanto avanzar; y al mismo tiempo , en nada se complace tanto la mente humana como en especular y dogmatizar en el campo de la teologa. Pues bien, an as, son tan abrumadoras las gracias con las que Cristo fortalece a su Iglesia que algunos le reprochan que todos los sacerdotes enseen los mismos dogmas. Pero ese es un reproche por el que damos gracias a Dios . ***

Todo esto podra hacerse sin necesidad del sacerdote afirman los ministros no catli ro es evidente que, puesto que el divino Maestro, Jesucristo, ya no habla en la tierra con sus labios humanos, debe usar otros labios humanos para dar a conocer la Revelacin. La verdad viene a travs Jesucristo. Y El contina su predicacin de la verdad a travs de las boc as de sus representantes acreditados. Sin embargo, tambin la gracia viene de Jesucristo. Y si la transmisin de la verd o de ministros humanos no supone un detrimento de las prerrogativas de Cristo co mo profeta, es razonable creer que la transmisin de la gracia por medio de minist ros humanos tampoco suponga un detrimento de las prerrogativas de Cristo como sa cerdote. Y esto es lo esencial de la doctrina catlica acerca del sacerdocio. Cristo vino para darnos la vida y para ensearnos a mantenerla o a recuperarla cuand perdemos. Slo El, el prncipe de la vida, posee el elixir de la vida. Los fariseos tenan razn cuando, apoyndose en sus creencias, decan: Quin puede perdonar los pecados ino slo Dios?, Cmo puede este hombre darnos a comer su carne?. Pero sus planteamientos eran errneos, pues Cristo era ms que un hombre. Slo Cristo, fuente de vida, puede dar la gracia, como slo Cristo, que es la Verdad, puede darnos la Revelacin. Y est e es el fundamento del sacerdocio catlico al que El autoriza para que, por medio de su ministro humano, haga uso de ambas prerrogativas divinas. Por esta razn, el sacerdote afirma en su predicacin: Yo os digo, o en el confesi e absuelvo, o en el altar: Esto es mi cuerpo... Es esencial comprender este segundo y abrumador argumento para entender el modo en que Cristo est presente en el sac erdote. Y est presente, en primer lugar, cuando el sacerdote transmite el mensaje que se le onfiado. El profeta divino emplea los labios humanos para un conocimiento pleno y para proclamar la verdad. Sin embargo, cuando pensamos que el sacerdote divino e mplea labios humanos para llevar a cabo sus fines sacerdotales, comprobamos que su presencia es mucho ms ntima que la de un rey en su embajador. El embajador no e s en modo alguno su seor: puede dictar los trminos de un tratado, pero no concluir lo; interviene ante los que ha sido enviado, pero slo de un modo limitado y repre sentativo puede firmar la paz con ellos. Sin embargo, estos embajadores de Crist o, en virtud del encargo expreso que han recibido, a travs de las palabras: Esto e s mi cuerpo... haced esto en memoria ma, Recibid el Espritu Santo, a quienes perdonis los pecados les sern perdonados, estn facultados para hacer lo que un mero embajador de tierra es incapaz de hacer. Realizan lo que afirman; administran la gracia que p redican. As pues, vemos claramente que Cristo est presente en su sacerdote. Este es el supr vilegio del sacerdote y su tremenda responsabilidad: la de ser el mismo Cristo m ientras ejerce su ministerio. No dice: Cristo te absuelve, sino yo te absuelvo; ni es te es el Cuerpo de Cristo, sino esto mi Cuerpo. Y Cristo no slo emplea sus labios: p or ser un acto divino, rige tambin su deseo y su intencin. Se hace presente en el sacerdote que consagra el Santsimo Sacramento aqu y ahora (es decir, consuma la ma ravilla suprema de la gracia de Cristo). Aqu y ahora el pecador arrepentido recib e el perdn. En una palabra, de todos modos, en cualquier lugar, en cualquier mome nto, el sacerdote acta como Dios. Y todo ello no depende de unas palabras pronunc

iadas mecnicamente, sino de la unin de su libre voluntad y su libre intencin con la s de su Creador. ***

Podra parecer que nos hemos desviado de nuestro tema: la amistad con Cristo. Pero n sido as ni por un momento. Cristo nos ofrece su amistad. Y hemos visto tambin que nuestra actitud no puede l imitarse a una adhesin interior. Hemos de darle la bienvenida cualquiera que sea el modo en que quiera salir a nuestro encuentro. Viene a nosotros en el sacramen to, pero tambin en las verdades que nos ensea quien puede hablar en su nombre. Cristo mora en la tierra hablando por boca de su sacerdote, que acta como altavoz d erpo Mstico dando a conocer sus infalibles y autorizadas enseanzas. Y Cristo acta e n la tierra a travs de los actos de su ministro unos actos que slo pueden realizars e gracias al poder divino usando las prerrogativas de gracia que nicamente le pert enecen a El y hacindose presente en el sacramento que El mismo instituyera. Adems, en la conducta del sacerdote se muestran tantas veces actitudes bien conocidas del divino Maestro. No es, por ejemplo, la disponibilidad del sacerdote trasunto de la de Aquel que dijo: Venid a m todos los que estis cansados y agobiados, que yo os aliviar? Por tanto, la veneracin al sacerdote, el respeto por su ministerio, el celo por su nombre, la estima por la importancia de su misin, no son otra cosa que manifestac iones de la amistad con Cristo de la que venimos tratando, pues le reconocemos a l mismo en su ministro. No nos apoyemos en el sacerdote no existe el hombre capaz de cargar con el peso de alma , sino en el sacerdocio: esto es confiar en Cristo. Porque cuando nos acercam os al sacerdote sabiendo cul es su funcin y distinguiendo al hombre de su minister io, nos acercamos al Sacerdote eterno que vive en l, sacerdote segn el orden de Mel quisedec, Aquel de quien la mayor alabanza que pronunciara el profeta fue la de g lorificarle como un sacerdote en su trono. 8. CRISTO EN EL SANTO Vosotros sois la luz del mundo. (Mt5, 14) Hemos visto a Cristo presente en el sacerdote a travs del carcter que le ha confer e la misin que le ha encomendado. Cuando el sacerdote expone el mensaje evanglico, Cristo est hablando por su boca. Y es Cristo quien realiza los ritos sacramental es por medio de la intencin y la voluntad de sus sacerdotes. En resumen, el sacer dote es, por excelencia, otro Cristo. Pero tambin Cristo se nos acerca y nos ofrece su amistad en cualquier cristiano san ***

Cuando analizo la religin catlica llego a la conclusin de que los santos, y por e todos Mara, son unos elementos esenciales y vitales para la Iglesia. Es muy cierto que ningn nacido de mujer ha ejercido ni ejerce un influjo mayor sobr gnero humano que Mara, la Madre de Dios. Ms an, ninguna otra influencia ha sido tan reconocida como la suya. Es imposible comprender del todo, o ni siquiera imagina r, lo que Mara ha supuesto para la humanidad. La devocin multisecular, las innumer ables ceremonias en su honor, los rosarios rezados pidiendo su intercesin o las m uchas advocaciones de su nombre ponen de manifiesto esta realidad. Su nombre rec orre la historia cristiana estrechamente unido al santo nombre de Jess. No hay ci rcunstancia de la vida, ni situacin, ni crisis podramos decir, no hay alegra ni tris teza en la que Mara no haya sido invocada por los cristianos. Hasta hace cuatro si glos su imagen apareca en todos los templos del mundo. Para una mente catlica la i dea de Mara va tan profundamente unida a la de su Hijo como las dos naturalezas e n Cristo; despus de todo, una de sus naturalezas procede de Ella. Las crticas protestantes sealan que ese es precisamente nuestro error, es decir, p

que Mara usurpe el lugar de Cristo, del que vino al mundo para atraer a los homb res hacia s. Es intil polemizar sobre ello, pues cualquier catlico es consciente de que el culto y el honor a Mara tienen como objeto unir al fiel con el fruto bendi to de su vientre, el que Ella nos presenta en todas sus imgenes, bien como el nio d e la alegra o como el varn de dolores. Solamente quienes dudan o carecen de conoci mientos doctrinales pueden plantearse la posibilidad de que un catlico inteligent e confunda a Cristo con su Madre, o que el Creador y su criatura compitan el uno con la otra. La cuestin es conocer y aceptar lo que Dios ha querido dndonos a Mara . En primer lugar, y como vemos en el Evangelio donde se nos revelan los designios di para la humanidad , Mara desempea un lugar fundamental dentro de la Redencin. Acepta ser la madre de Dios y est al pie de la Cruz ofrecindose con su Hijo para la salv acin de los hombres. El ngel Gabriel fue enviado por Dios... a una virgen.., y el nombre de la virgen e Con estas palabras se describe el primer peldao de la Redencin, que guarda un cier to paralelismo con el primero de la cada. En ambos aparecen una mujer y un mensaj ero sobrenatural, y en ambos se plantea una opcin de la que depende el futuro de la humanidad. La desobediencia de Eva y su soberbia abrieron la puerta al pecado que provoc la cada de la raza humana; la obediencia de Mara y su amor a Dios abren la puerta al Redentor. Cuando Cristo, como Dios hecho hombre, recibe en Beln el homenaje de la humanidad, st arrodillada a su lado; cuando Cristo es obediente durante treinta aos, obedece a Mara; cuando Cristo sale al mundo para iniciar la transformacin de las cosas ord inarias en cosas divinas, cambia el agua en vino a peticin de Mara. Y cuando culmi na su misin, junto a la cruz de Jess estaba Mara, su Madre, lo mismo que muchos siglo s antes haba estado Eva, la madre de los pecadores, junto al rbol que caus la muert e de Adn. As, tanto si nos remitimos a la Tradicin esa memoria imperecedera de la Iglesia q uamente nos ofrece cosas nuevas y antiguas , como al relato escrito de la vida de aq uella que tuvo tan gran tesoro a su cargo, encontraremos a Mara caminando siempre junto a Jess. Si amamos a Mara adoraremos a Jess. Si menospreciamos o desairamos a Mara, estaremos rechazando el don de Dios. ***

Lo que es cierto con respecto a Mara lo es tambin en cierta medida con respecto a tos. Dondequiera que Jess es adorado como Dios, sus amigos surgen a millares como las flores en la primavera. Donde se pone en duda o se niega su divinidad, desa parece el sentido de lo sobrenatural. Adems, todo catlico sabe bien que el fruto d e la devocin a los santos es la devocin al Amante Divino. Miles de ellos han apren dido a conocer a Jesucristo, y a amarle despus, gracias a la intimidad con los am igos predilectos del Maestro, a las mortificaciones de estos por la salvacin de l os pecadores, al modo en que han reproducido la imagen en sus vidas trasladando los rasgos de la Sagrada humanidad a la humanidad cada. Cmo mantener la amistad con los amigos de Cristo sin buscar la del Amigo de todos? Por otra parte, podemos afirmar que Cristo est presente en su Madre y en sus santo st en ellos como en la Sagrada Eucarista, pero podramos decir que son los espejos q ue reflejan las perfecciones divinas. Obviamente, esto no es todo: Cristo est en ellos como la llama en la antorcha; sus no son meros reflejos o imitaciones, sino autnticas manifestaciones de Cristo. E s de Cristo el horror que sienten por el pecado y tambin de Cristo la fuerza que los mueve. Son la luz del mundo porque en ellos brilla la suprema Luz del mundo; sus vidas es s con Cristo en Dios. Con la ayuda de la gracia han tallado el bloque de piedra de su naturaleza humana po edio de la mortificacin, la lucha interior, la oracin e incluso a veces por el pas o final del martirio.., hasta que, poco a poco, surge de la materia bruta no un n gel de Michelangelo ni la mera copia de un modelo perfecto, sino el autntico mode lo. Ahora, Cristo vive en los santos tan realmente aunque de modo distinto como en e l sacramento del altar. Y de un modo visible para todo el que tenga ojos para ve

r, se aparece en ellos como culminacin de esa santidad. Por supuesto, no es El mi smo exactamente, puesto que en cada santo permanece ese velo de la propia identi dad personal que Dios le concedi y que no puede desaparecer. El santo ha sido cre ado precisamente para santificar esa identidad personal y para servir a Cristo dn dolo a conocer sobre la tierra. Mirar fijamente al sol supone la ceguera, o por lo menos un deslumbramiento que impi la visin. Pero a travs de las virtudes de los santos se nos hace visible toda la s antsima persona de Cristo, el brillo de su perfeccin absoluta, ni deformada ni dil uida, sino analizada y examinada de modo que podamos comprenderla mejor. En los santos penitentes se hace visible la tristeza de Dios ante el pecado; en el mrtir , Su absoluta trascendencia de este mundo; en el doctor de la Iglesia, los tesor os de Su sabidura; en la virgen, Su pureza. Y en Mara, la virgen, la madre, la mad re de dolo