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BOLÍVAR . MARTÍ ] 1 [

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Alberto Rodríguez Carucci

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Bolívar - Martí© Alberto Rodríguez Carucci© FUNDECEM

ColeCCión Campaña admirable

Gobierno Socialista de MéridaGobernador Alexis Ramírez

Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado Mérida - FUNDECEMPresidente Pausides Reyes

Unidad de Literatura y Diseño FUNDECEMEver Delgado / Angela Márquez / Juan Jorge Inglessis

Editor Gonzalo Fragui

PortadaAutor: Néstor Alí QuiñonezTítulo: BolívarTécnica: Óleo sobre telaDimensión: 140 x 120 cm.Año: 2013

Depósito Legal: LF49120138003817ISBN: 978-980-7614-06-1

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Bolívar-Martí

Compilación y Prólogo:Alberto Rodríguez Carucci

Mérida República Bolivariana de VenezuelaSeptiembre de 2013

Pensamiento, vigencias y convergencias(ANTOLOGÍA)

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Presentación

Editar un nuevo libro sobre personalidades históricas tan renombradas como Simón Bolívar y José Martí pudiera parecer un simple gesto de agregar un título más a la ex-tensa y variada bibliografía que informa y orienta sobre la trayectoria de estas dos figuras fundamentales del pensa-miento, de la escritura y de la historia de nuestra América, sin embargo el riesgo cobra sentido en este caso, pues lo que se pretende es ofrecer desde diferentes ángulos y pers-pectivas el legado de aquellos proyectos de emancipación e integración latinoamericanas frente a los retos plantea-dos por las realidades y procesos actuales que atraviesan nuestros países.

Los cambios que han aparecido en el continente desde el comienzo del proceso bolivariano en Venezuela, a inicios de este siglo, han dado una nueva pertinencia a las ideas de Bolívar y de Martí, como se advierte en sus frecuentes recurrencias en los medios de difusión y, en general, en distintos escenarios de la política o de la cultura.

En los últimos años los invaluables aportes del Liberta-dor han sido ampliamente difundidos, tras el impulso que logró darles el empeño del presidente Hugo Chávez, hasta convertirlos, en cierta medida, en centro de debates entre los partidarios y detractores del pensamiento y la acción de Bolívar en la historia. Sus concepciones anticoloniales, su proyecto de independencia y emancipación, sus esfuerzos

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integracionistas o sus ideas precursoras del antiimperialis-mo han recobrado de uno u otro modo un amplio campo de circulación que no debería quedar reducido únicamente a los arbitrios mediáticos ni a las diatribas propias de las contiendas políticas, que a menudo se consumen en el fue-go de las inmediateces coyunturales.

Las contribuciones de Martí, figura fundamental de la independencia de Cuba y de la integración latinoamerica-na, constituyeron a finales del siglo XIX la continuidad del pensamiento de Bolívar hasta convertirse a mediados del siglo XX en soporte y eje de la Revolución Cubana, que acogió con decisión sus concepciones e interpretaciones antiimperialistas frente a las acometidas políticas de los EEUU. Desde entonces, la referencia de José Martí viene siendo objeto de estudio y de debates, tanto en Cuba como en el ámbito internacional.

Ante ambos procesos hemos encomendado al profesor Alberto Rodríguez Carucci la preparación de un volumen antológico que integrase de alguna manera el pensamien-to, el paradigma histórico y el legado ético y político de Bolívar en las concepciones, obra y acción de Martí, quien a través de su proceso formativo guardó estrecha relación con Venezuela como intentaremos mostrar en las páginas del prólogo.

Los trabajos que integran esta antología, que hemos ti-tulado Bolívar/Martí: pensamiento, vigencias y convergencias, bien podrían ser complementadas con el libro De la historia a las letras: Bolívar por Martí. Antología crítica (2012), prepa-rado por Lourdes Ocampo Andina y editado en La Habana por el Centro de Estudios Martianos y Ediciones Boloña, de la Oficina del Historiador.

pausides reyes

Presidente de FUNDECEM

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Prólogo

alberto rodríguez CaruCCi

Casa de Nuestra América “José Martí”Caracas.

El 28 de enero de 1881, el periódico caraqueño La Opi-nión Nacional publica una nota de bienvenida y salutación a José Martí, quien había llegado a esta ciudad casi al ano-checer del 21 de enero, procedente de Nueva York, tras breve exilio en el país del Norte. El impreso informaba que el joven periodista y escritor se hallaba en Caracas –donde se proponía “fijar su residencia”– y hacía votos para que el ilustre visitante llegase adoptar “a Venezuela como su segunda Patria, tan generosa y providente como la que le dio el ser”. Martí bien pudo sentirse obsequiado con aque-llas líneas, pues aparecían precisamente el mismo día que él cumplía veintiocho años. A esa edad había publicado dos folletos, ambos en España: El presidio político en Cuba (1871) y La República española ante la revolución cubana (1873) y con-taba con una amplia experiencia periodística desplegada tanto en aquél país como en Guatemala, México y Nueva York.

Las impresiones que experimentó el joven periodista quedaron recogidas en un escrito memorable que revela su definida admiración por Bolívar.

Es casi un lugar común hacer referencia al texto sobre el Libertador que integra parte del artículo “Tres héroes”, que Martí incluyó en su revista La Edad de Oro (1889), des-tinada a los niños de América. En sus páginas iniciales, el

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viajero que llegaba a Caracas “no preguntó donde se comía ni se dormía, sino cómo se iba adonde estaba la estatua del Bolívar”. La imagen puede ser claramente ilustrativa de la significación que le confirió el escritor a las luchas por la independencia, especialmente en aquel momento de su propia transición desde el cultivo de las ideas transforma-doras hacia la acción, como era la suya por la independen-cia de Cuba.

Aquel texto, escrito ocho años después de la estadía de Martí en Venezuela, marca un hito testimonial, que de-fine cómo y por cuál vía se acercó el escritor cubano a la comprensión de la Independencia, no sólo de Venezuela, sino de América, toda vez que el artículo trata también so-bre José de San Martín y Miguel Hidalgo, emblemáticos libertadores de Argentina y México, a quienes relaciona, social, ideológica, política e históricamente con Bolívar, a la vez que los presenta a partir de sus coincidencias como “fundadores”, como los que pelean por hacer a los pueblos libres, o [como] los que padecen en pobreza y desgracia por defender una gran verdad”. Destaca allí a Bolívar por-que éste “no defendió con tanto fuego el derecho de los hombres a gobernarse por sí mismos, como el derecho de América a ser libre”. Dos ideas resaltan con el poder de síntesis que sostiene aquel artículo para niños: fundación nacional e integración soberana del continente.

Desde antes de venir a Venezuela, Martí ya había comenzado sus acercamientos a Bolívar. Cuando apenas contaba veinte años, en 1875, exiliado en México, escribía notas de prensa y otros textos con referencias al Liberta-dor. En una carta del 27 de noviembre de 1877, dirigida al director del diario mexicano Progreso, Martí declaraba: “el alma de Bolívar nos alienta”. En su pieza dramática Patria y Libertad (1878), un personaje llamado Martino, de clara

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homofonía con el apellido del autor, dice proclamando ro-mánticamente su compromiso: “Soy la mirada ardiente de Bolívar. Soy el rayo de la eterna justicia en que abrasada, América renace”.

Cuando se ha establecido en Caracas, en la cuarta pá-gina de una carta que ha recibido de su esposa Carmen Zayas Bazán, desde Cienfuegos, Martí hace un dibujo que acompaña con una nota inconclusa que describe a Bolívar como una recia personalidad de “mirada devastadora, como hecha para penetrar hombres y montes; enjuto como espíritu puro […] como hombre hecho para dominar pala-bras hervidoras, de frente que ofrecía ancha plaza a la luz”.

También en Caracas, en su célebre discurso del Club del Comercio, pronunciado el 21 de marzo de 1881, reajus-ta aquellas palabras y configura una vez más la imagen de Bolívar: lo llama “Padre americano” y “Padre común”. En tales expresiones Bolívar encarna simbólicamente “la idea de la Independencia y de la redención”.

No obstante, en un artículo posterior publicado en abril de 1884 en La América, de Nueva York, titulado “Bue-nos y malos americanos”, critica severamente a quienes en-diosan hipócritamente al Libertador, y tienden a convertir-lo en figura intocable y distante, a la vez que traicionan con sus conductas la memoria y los proyectos emancipadores de Bolívar.

En textos que dejó en bocetos, nombrados en las Obras Completas como Fragmentos, analiza con cierto alien-to poético a veces, la manera en que Bolívar aparece en el escenario de la historia hispanoamericana y asume una lectura del personaje como un “Padre de pueblos”, ca-racterizado por ser un sujeto integral, de pensamiento y acción, que ha surgido de las propias peculiaridades del mundo americano:

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de la suntuosa tierra, de las mansas y dolorosísimas quejumbres que emanan de las almas invisibles de las razas muertas, perdidas por los aires, errabundas, cargando espíritus blancos; –los siglos y la Naturaleza Americana se condensaron y dieron a Bolívar.

………….

No fue, pues, el advenimiento de Bolívar, mero caso político que el odio, que es mal fuego, enciende y que cierra con la última batalla.

…………

[es más bien como esos] hombres montañosos más pagados del interés humano que del suyo, que como crimen miran cuidar más de sí que de los otros.

Aparte de los textos mencionados, todos de carácter fragmentario, Martí escribió otros cinco dedicados desde diferentes perspectivas a la reflexión sobre Simón Bolívar. Se complementan entre sí para dar una visión admirativa y crítica del Libertador, en un intento por ver a través de su recorrido las victorias y caídas del proyecto de indepen-dencia de Venezuela y de América.

En junio de 1883 publicó en La América de Nueva York, una reseña crítica sobre “La estatua de Bolívar por el vene-zolano Cova”, en la cual se detiene principalmente en las peculiaridades artísticas de la obra. Al referirse a Bolívar, como personaje histórico, lo nombra como “aquel hombre solar”, sembrador de naciones, y lo define por su despren-dimiento y desapego del poder, así como por su ética in-quebrantable ante el mismo. Por el gesto del héroe en la es-

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cultura de Coba, Martí se refiere a Bolívar como un orador insigne, elogiando su capacidad para persuadir y disuadir a través de sus habilidades para manejar el lenguaje.

“El Centenario de Bolívar” es otra reseña, en este caso de índole social y cultural, publicada también en La Améri-ca, en agosto de 1883. La efeméride del Liberador le sirvió a Martí para dar cuenta del prestigio, del respeto, del con-senso y la fuerza de convocatoria de que gozaba la memo-ria del fundador entre la comunidad de latinoamericanos, residenciados en los Estados Unidos por aquellos años, es-pecialmente entre escritores, artistas, políticos y diplomáti-cos. Hasta esta fecha, las perspectivas del Apóstol cubano al referirse a Bolívar se concentraban principalmente en su reconocimiento y admiración por las acciones libertado-ras del prócer. Distintas serían sus apreciaciones y análisis posteriores, en los cuales su atención se detendría no tanto en la personalidad histórica de aquél sino en su significa-ción política para la independencia del continente.

En el “Discurso pronunciado en la velada de la Socie-dad Literaria Hispanoamericana en Honor de Venezuela”, en Nueva York en 1892, Martí evita nombrar a Bolívar por su nombre y prefiere hacerlo por su significado para las luchas de independencia. Lo llama “nuestro primer gue-rrero”, “nuestro primer político”, y lo califica como “el más profundo de nuestros legisladores”, “el más terso y artístico de nuestros poetas”, destacado entre la que per-cibe como “la pelea sobrenatural de la independencia” de América, y no sólo de la tierra en que nació. Martí analiza entonces los fracasos de Bolívar en la lucha independentis-ta, fracasos decisivos que lo llevaron a la muerte, desenlace que se desprende de hondas razones;

Del desacuerdo murió, entre su concepto impaciente y original de los métodos de creación de un país a nin-

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gún otro semejante, y los conceptos, más influyentes a veces que sinceros, de los que en la misma libertad prefieren el seguro de la canonjía a las emociones cos-tosas y saludables de las labores de raíz; murió de la lucha por entonces inútil, entre su idea continental con las ideas locales, y de la fatiga de conciencia de ha-ber traído al mundo histórico una familia de pueblos que se le negaba a acumular, desde la cuna, las fuerzas unidas con que podía, un siglo más tarde, refrenar sin conflicto y contener para el bien del mundo las excre-cencias del vigor foráneo, o las codicias que por artes brutales o sutiles pudiesen caer, arrollando o serpean-do, sobre los pueblos de América, cuando levantasen por su riqueza un apetito mayor que el respeto que hubiera levantado por su odio y auxilio. ¡Y se cubrió el grande hombre el rostro, y murió frente al mar!.Pero al análisis de Martí no llega en su crítica al pesi-

mismo, mucho menos a la negación, pues concluye el dis-curso en estos términos:

Siento que en las botas de pelear, que no se ha qui-tado todavía, se pone en pie el genio de América, y mira satisfecho […] a los que, de buena voluntad para todos los pueblos buenos de la Tierra, cumplen, sin comprometerlo con coqueterías de salto atrás ni con deslumbramientos pueriles, su legado de juntar en un haz las hijas todas de nuestra alma de América.

Esa larga cita se justifica por la densidad y agudeza de los enfoques que pone en vigor, para revisar no sólo el papel del líder en la historia del proceso independentis-ta, sino también las enormes contradicciones que éste tuvo que enfrentar. Esa lectura que hace Martí de la indepen-dencia desacraliza la figura de Bolívar al revelarlo en su

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plena humanidad, especialmente en sus limitaciones, a la vez que presenta aquella coyuntura histórica con sus con-tradicciones y complejidades, no como un hecho concluido dispuesto únicamente para sus celebridades.

Un año más tarde en otro Discurso pronunciado en la Sociedad Literaria Hispanoamericana en honor de Si-món Bolívar, el 28 de octubre de 1893, Martí profundiza aún más en aquel asunto al revisar las circunstancias de resquebrajamiento y fractura del orden colonial español, que desde el siglo XVIII revelaba sus crisis y conflictivida-des tanto en los aspectos económicos y políticos como en el social. A todo esto hace referencias, para resaltar que las causas de las luchas por la independencia no procedían de otras latitudes, como solían y aún suelen creer muchos.

La independencia de América venía de un siglo atrás sangrando: ni de Rousseau ni de Washington viene nuestra América, sino de sí misma.

Esta vez revisa la composición étnica y social del con-tinente, sus diferencias y posibilidades de unión por una causa común, como era la necesaria separación de Espa-ña, y evalúa el papel inmenso, aunque limitado, que llegó a desempeñar Bolívar para la conjunción de fuerzas y la fundación de las nuevas naciones, al menos –dice Martí- “mientras duró el encanto de la independencia”. Los rece-los y confrontaciones locales debilitaron la unidad ameri-cana, y los factores sociales que antes se habían conjugado se dispersaron, en perjuicio de los sectores económicamen-te más frágiles. Martí analiza la actuación política de Bolí-var ante aquellas circunstancias:

Acaso, temeroso de que las aspiraciones rivales le decorasen los pueblos recién nacidos, buscó en la su-jeción, odiosa al hombre, el equilibrio político, sólo

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constante cuando se fía a la expansión, infalible en un régimen de justicia, y más firme cuanto más desatada. Acaso, en un sueño de gloria, para la América y para sí, no vio que la unidad de espíritu, indispensable a la salvación y dicha de nuestros pueblos americanos, padecía, más que se ayudaba, con su unión en formas teóricas y artificiales que no se acomodaban sobre el seguro de la realidad: acaso el genio previsor que proclamó que la salvación de nuestra América está en la acción una y compacta de nuestras repúblicas, en cuanto a sus relaciones con el mundo y al sentido y conjunto de su porvenir, no pudo, por no tenerla en el redaño, ni venirle del hábito de la casta, conocer la fuerza moderadora del alma popular, de la pelea de todos en abierta lid, que salva, sin más ley que la liber-tad verdadera, a las repúblicas.

No obstante, la independencia quedaba como un bien continental, para su perfeccionamiento, como un legado del pensamiento y la acción decidida de Bolívar, con su visión americanista e integradora como baluarte funda-mental. Al término de su discurso Martí se preguntaba “¿A dónde irá Bolívar?”, para responder con el señalamiento de su vigencia y permanencia en aquellas ideas. “!Mientras la América viva, el eco de su nombre resonará en lo más viril y honrado de nuestras entrañas!”

En su último escrito específicamente dedicado a la re-flexión sobre el Libertador, Martí opta nuevamente por la reseña. La titula “La fiesta de Bolívar en la Sociedad Lite-raria Hispanoamericana” y la publica en Patria, en Nueva York, el 31 de octubre de 1893. Da cuenta de lo sucedido en el homenaje que reunió una vez más a lo más connotado de la sociedad hispanoamericana en la gran ciudad del Norte.

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Pero la nota social le permite hacer algunas acotacio-nes sobre la naturaleza histórica de los personajes heroicos, a los que concibe entonces como figuras de síntesis de las sociedades que los producen. “No es que los hombres ha-cen los pueblos, sino que los pueblos, con su hora de géne-sis, suelen ponerse, vibrantes y triunfantes, en un hombre. A veces está listo el pueblo y no aparece el hombre”, afirma Martí, quien sin llegar a escribir explícitamente sus con-cepciones de la historia aportó sugerencias como esa que dejan ver sus percepciones en una dimensión que supera las directrices de la historiografía romántica cuya tenden-cia principal gravitaba sobre la centralidad determinante que le concedía a la figura del héroe, conformado a partir de su casi exclusiva genialidad.

Martí pone esa perspectiva en discusión y concibe al sujeto heroico como un intérprete certero de su tiempo, que sin embargo no está librado de cometer errores. Al ver a Bolívar al calor de esas ideas advierte que su significación va más allá de sus éxitos militares, lo cual le permite des-tacar el rol social del conductor en una realidad compleja y heterogénea, donde el liderazgo del Libertador estriba en su capacidad para concertar los que llamó “elementos desemejantes u hostiles y en fundirlos”, en función de un objetivo superior, el de la independencia, con el cual consi-gue rebasar los que denomina “elementos de desigualdad y discordia”.

Observa, sin embargo, algunas limitaciones importan-tes en las concepciones y actuación política de Bolívar y las describe en estos términos:

Su error estuvo, acaso, en contar más para la seguri-dad de los pueblos con el ejército ambicioso y los letra-dos comadreros que con la moderación y defensa de la masa agradecida y natural: mas para ver estas cosas

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hay que ir a lo hondo, y obligar a la gente a pensar, que es trabajo que suele agradar menos a los petime-tres literarios y políticos que el de ponerle colorines y floripondios a la fachada de la historia.

Martí integraba así una perspectiva sociopolítica radi-cal a su interpretación del proceso de independencia, de la cual no excluía las determinaciones ideológicas ni los efec-tos sociales derivados de las lecturas de la historia.

A partir de aquellas consideraciones y del seguimien-to crítico de la trayectoria de Bolívar –al que estudió a con-ciencia entre 1875 y 1894– José Martí llegaba a la conclusión de que la independencia política había quedado inconclu-sa, pues sus propósitos de emancipación social habían sido postergados u olvidados.

Estas ideas las desarrolló Martí –casi en paralelo con algunos de los documentos que hemos comentado– en su ensayo clásico y principal, Nuestra América (1891), que tie-ne el mérito excepcional de haber sido pionero en la críti-ca a las realidades republicanas de finales del siglo XIX, cuando los estados hispanoamericanos se empeñaban en su consolidación institucional ante unos EEUU que comen-zaban a diseñar y a impulsar sus proyectos ingerencistas y de expansión hemisférica.

A través de sus diversos escritos sobre Bolívar, José Martí recuperó la referencia del Libertador como un factor importante para los cambios futuros que deberían trans-formar el continente, a la vez que aportaba un enfoque ac-tualizador para la comprensión del proceso emancipador, que para muchos había quedado condenado en los inicios del siglo XIX. Para Venezuela, en particular, los textos bo-livarianos de Martí tienen una especial significación, pues sin dudas han aportado estímulos reflexivos y emocionales

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para las nuevas lecturas que animan las lecturas compren-sivas del principal héroe nacional, más allá de sus repre-sentaciones de mármol o de bronce.

Sobre la relación entre el pensamiento de Bolívar y el de Martí se ha escrito mucho, desde distintos enfoques y criterios, como puede advertirse en el conjunto de estos once trabajos que hemos recogido en este volumen, escri-tos en fechas diversas y divulgados en revistas y libros que, por sus lugares de edición, se hallaban dispersos, fuera del alcance de muchos lectores interesados en este tema.

Los autores, de distintas nacionalidades, cooperan en una visión múltiple, tanto latinoamericana como caribeña: Miguel Candanedo y Ricaurte Soler, de Panamá: Manuel Maldonado-Denis de Puerto Rico; Roberto Fernández Re-tamar, Francisco Pividal Padrón, Salvador Morales Pérez, Rodolfo Sarracino y José A. Benítez, de Cuba, a los que se unen las contribuciones de los venezolanos Vinicio Rome-ro, Reinaldo Rojas y Ramón Losada Aldana.

Sus estudios revelan afinidades, continuidades, con-vergencias y vigencias entre las concepciones bolivarianas y martianas, que involucran temas como latinoamericanis-mo, integración, independencia, emancipación y antiimpe-rialismo en el complejo marco de nuestra peculiar moder-nidad, sobre la cual es preciso seguir pensando y actuando ante los retos actuales y quizás, más aún, ante los que ven-drán. A ese propósito deberían servir los diversos ensayos que componen esta compilación.

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miguel Candanedo

Al despuntar el alba del tercer milenium, es propicia la ocasión para invitarlos a reflexionar en torno al proyec-to de la integración de “Nuestra América” encarnado con la mayor excelsitud por Bolívar y Martí.

Nos proponemos en esta ocasión, elaborar una aproximación teórica que nos permita detectar y esclare-cer el eje articulador que une a Bolívar y a Martí en un mis-mo proyecto de integración de la América Morena, de esa nuestra América que se extiende desde el Río Bravo hasta el extremo sur del continente, de esa América que al decir de Martí está inexorablemente llamada a constituirse, más temprano que tarde, en “los Estados Unidos de América del Sur”. Además teorizaremos brevemente en torno a la pertinencia, cada día más urgente y necesaria, de construir la unificación integral de los pueblos de nuestra América, aquilatando la unidad del espíritu de nuestros pueblos y cimentando la unidad del proyecto de integración econó-mica, política y social.

Vigencia y Actualidad de la Tesis de las Dos AméricasBien podríamos decir que, pese a la existencia de no-

tables excepciones, lo más granado de los forjadores del

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proyecto nacional hispanoamericano, tanto en sus vertien-tes liberales como conservadoras y aún socializantes, ha hecho históricamente propias las cogitaciones relativas a las especificidades económicas, políticas, sociales y cultu-rales que autorizan y dan pertinencia a la denominación de “Nuestra América”, para sintetizar en una sola ex-presión al conjunto de pueblos y países que se extienden desde México hasta el extremo sur de Chile y Argentina, incluidas las islas caribeñas.

Quizás nadie ha logrado expresar con mayor clari-dad, precisión y elegancia conceptual, la tesis dicotómica sobre las dos Américas de Martí cuando plantea que: “En América hay dos pueblos, y no más que dos, de almas muy diversas por los orígenes, antecedentes y costumbres y sólo semejantes en la identidad fundamental humana. De un lado está nuestra América, y todos sus pueblos son de una naturaleza, y de cuna parecida o igual, e igual mez-cla imperante; de la otra parte está la América que no es nuestra, cuya enemistad no es cuerdo ni viable fomentar, y de la que con el decoro firme y la sagaz independencia no es imposible, y es útil, ser amigo. (…) Andemos nues-tro camino, de menos a más, y sudemos nuestras enferme-dades. La grandeza de los pueblos no está en su tamaño, ni en las formas múltiples de la comunidad material, …el pueblo más grande no es aquél en que una riqueza des-igual y desenfrenada produce hombres crudos y sórdidos, y mujeres venales y egoístas: pueblo grande, cualquiera que sea su tamaño, es aquél que da hombres generosos y mujeres puras. La prueba de cada civilización humana está en la especie de hombre y de mujer que en ella se produce”.1

En múltiples y hermosas páginas, dispersas a lo largo de su vasta obra, continúa Martí parangonando a las dos

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Américas, tratando de explicar sus diferencias en función de sus diversos orígenes. Así exclama: “Del arado nació la América del Norte, y la Española, del perro de presa”. Aludía con ello a dos procesos de conquista y colonización de ambas Américas separados por más de un siglo y por motivaciones económicas, sociales, políticas, religiosas y culturales esencialmente diferentes. Y abunda en el para-lelismo explicativo cuando señala que: “De lo más vehe-mente de la libertad nació en días apostólicos la América del Norte”.2 Sin embargo, se asombra cuando exclama: “¿Qué sucede de pronto, que el mundo se para a oír, a ma-ravillarse, a venerar? ¡De debajo de la capucha de Torque-mada sale, ensangrentado y acero en mano, el continente redimido! …!A dónde va la América, y quién la junta y guía? Sola, y como un solo pueblo, se levanta. Sola pelea. Vencerá, sola”.3

Hoy, enfrentados a las lacerantes realidades que viven y padecen los pueblos de nuestra América, como consecuencia de la aplicación de las políticas económicas neoliberales y las particulares formas de inserción en los fenómenos de la globalización, se hace más patente que nunca que así como la vieja Europa se une para enfrentar unitariamente y con éxito estas nuevas realidades, de la misma manera el único camino que nos queda para afron-tar con probabilidades de éxito los nuevos escenarios eco-nómicos y políticos internacionales, es la senda de la inte-gración latinoamericana, que en su momento proclamaran Bolívar y Martí.

Unidad de los Pueblos de Nuestra AméricaSin embargo, así como Bolívar supo prever los peli-

gros que acechaban al proyecto de integración nacional de

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nuestra América, de convidar a los Estados Unidos a parti-cipar como miembros plenos en el Congreso Anfictiónico, celebrado en Panamá en 1826, de la misma manera Martí pudo vislumbrar y precavernos contra los peligros que emanaban de la doctrina del panamericanismo de Blaine. Por ello expresa con firmeza y claridad envidiable, poco común en quienes nos han gobernado, que: “Jamás hubo en América, de la independencia a acá, asunto que requie-ra más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida exa-men más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y de-terminados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menos poder, ligadas por el comercio libre y útil con los pueblos europeos, para ajus-tar una liga contra Europa, y cerrar tratos con el resto del mundo.”4 Cuánta similitud entre el “Congreso de Blaine” y los tratados de “libre comercio” tan en boga en nuestra América de hoy, llámese NAFTA, ALCA, Iniciativa de las Américas o Plan Puebla Panamá, la situación es la misma, es la propuesta de unión de las desigualdades y abismales disparidades.

Hoy, cuando nuestros países deben enfrentar con criterio juicioso y pensamiento crítico, las arremetidas de los portaestandartes locales del neoliberalismo, el libre comercio y la sociedad de libre mercado, conviene tener muy presentes las admoniciones del Apóstol respecto a los peligros que nos acechan, porque como él advierte: “A todo convite entre pueblos hay que buscarle las razones ocultas. Ningún pueblo hace nada contra su interés; de lo que se deduce que lo que un pueblo hace es lo que está en su interés. Si dos naciones no tienen intereses comu-nes, no pueden juntarse. Si se juntan chocan. Los pueblos menores, que están aún en los vuelcos de la gestación (los

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de nuestra América) no pueden unirse sin peligro con los que buscan un remedio al exceso de productos de una po-blación compacta y agresiva, y un desagüe a sus turbas inquietas, en la unión con los pueblos menores.5 Por ello advierte en tono admonitorio que: “El que resuelva sin investigar, o desee la unión sin conocer, o la recomiende por mera frase y deslumbramiento o la defienda por la po-quedad del alma aldeana, hará mal a América”6 Concluye pues, y es bueno que lo entiendan los promotores locales del ALCA, que: “Antes de unirse a un pueblo, se ha de ver qué daños, o qué beneficios, puedan venir naturalmente de los elementos que lo componen”.7

En esta coyuntura de inicio del siglo XXI se hace im-perativo que reflexionemos junto con Martí, respecto a las nuevas realidades que viven nuestros países latinoameri-canos, inmersos en un mundo de relaciones económicas y políticas globalizado, que nos ha sido impuesto y del cual no podemos desentendernos aunque lo deseemos ardien-temente. En efecto, no hay forma de desentenderse del papel que nos ha sido asignado en el contexto de las rela-ciones prevalecientes en el mundo de la mundialización. Sin embargo, de lo que se trata no es de que propugnemos por la resignación pasiva ante una realidad que nos per-judica dramáticamente y nos sume progresivamente en la pobreza y el total desamparo, sino de construir la unidad de los pueblos desamparados de nuestra América, para poder enfrentar con posibilidades de éxito el desalentador destino que nos ha sido impuesto por los poderes hege-mónicos en la geografía mundial.

Entre estos poderes hegemónicos se sitúan a la cabe-za los Estados Unidos como el gran poder en este mundo unipolar. Así lo percibió Martí cuando señalaba que co-nocía al monstruo, porque había vivido en sus entrañas,

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porque sabía que ellos a lo largo del siglo XIX redujeron y robaron a los países y que esas tendencias expansivas e imperialistas se habían “acendrado, en vez de suavizarse, con el injerto continuo de la muchedumbre europea, … creen en la necesidad, en el derecho bárbaro, como único derecho: esto será nuestro, porque lo necesitamos. Creen en la superioridad inconstrastable de la raza latina. Creen en la bajeza de la raza negra, que esclavizaron ayer y vejan hoy, y de la india, que exterminan, creen que los pueblos de Hispanoamérica están formados, principalmente, de indios y de negros. Mientras no sepan más de Hispano-américa los Estados Unidos y los respeten más, (…) ¿Pue-den los Estados Unidos convidar a Hispanoamérica a una unión sincera y útil para Hispanoamérica? ¿Conviene a Hispanoamérica la unión política y económica con los Es-tados Unidos?8 La respuesta es obvia, no le convenía en tiempos de Martí y todavía hoy no le conviene.

Bolívar y Martí. Un mismo Ideal LatinoamericanistaSin lugar a dudas, la deslumbrante prosa martiana

alcanza cimas inconmensurables cuando se trata del elo-gio del Libertador. Y es que no podía ser de otra mane-ra, puesto que en la visión martiana de “Nuestra Améri-ca”, Bolívar encarna el ser y la esencia de lo que somos y de los que debemos llegar a ser. Ello es así, porque, “La América, al estremecerse al principio de siglo, desde las entrañas hasta las cumbres, se hizo hombre, y fue Bolí-var”. Mírese bien, no es que Martí hace suya la tesis del idealismo historiográfico de que los héroes hacen a los pueblos, sino que es coincidente con las concepciones his-toriográficas que plantean que las coyunturas de plenitud y ascenso de los pueblos se materializan y encarnan en

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las personalidades de mayor relevancia. Así lo conceptúa Martí cuando señala que: “No es que los hombres hacen a los pueblos, sino que los pueblos, con su hora de génesis, suelen ponerse, vibrantes y triunfantes, en un hombre. A veces está el hombre listo y no lo está su pueblo. A veces está listo el pueblo y no aparece el hombre. La América toda hervía: venía hirviendo de siglos: chorreaba sangre de todas las grietas, como un enorme cadalso, hasta que de pronto, como si de debajo de la tierra los muertos se sacudieran el peso odioso, comenzaran a bambolear las montañas, a asomarse los ejércitos por las cuchillas, a co-ronarse los volcanes de banderas. De entre las sierras sale un monte por sobre los demás, que brilla eterno: por entre todos los capitanes americanos, resplandece Bolívar. Na-die lo ve quieto ni lo estuvo jamás.”9

Al sopesar el peso específico de la figura del Liber-tador en el devenir de nuestra América, lo hace tratando de detectar con objetividad, no reñida con la más pro-funda admiración, sus errores y sus aciertos. Respecto a estos últimos conceptúa que: “Su gloria, más que ganar las batallas de la América, estuvo en componer para ellas sus elementos desemejantes u hostiles, y en fundirlos a tal calor de gloria, que la unión cimentada en él ha po-dido más, al fin que sus elementos de desigualdad y dis-cordia,…”. Respecto a sus desaciertos expresa que: “Su error estuvo, acaso, en contar más para la seguridad de los pueblos con el ejército ambicioso y los letrados coma-dreros que con la moderación y defensa de la masa agra-decida y natural.” Sin embargo, conceptúa que para ca-librar con ecuanimidad uno y otro aspecto “hay que ir a lo hondo, y obligar a la gente a pensar, que es trabajo que suele agradar menos a los petimetres literarios y políticos que el de ponerle colorines y floripondios a la fachada de

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la historia. Por sus hazañas vistosas y pasmosas es más conocido Bolívar”.10

Fue consciente Martí de que de Bolívar, como de todo gran hombre, no se puede hablar serenamente, como de cualquier “homo bono”, pues sus acciones y sus pensa-mientos suscitan grandes amores o por el contrario pro-fundos odios. Por ello señala respecto a Bolívar que: “por sobre tachas y cargos, por sobre la pasión del elogio y la del peor denuesto, sobre las flaquezas mismas, ápice ne-gro en el plumón del cóndor, de aquel príncipe de la liber-tad, surge rabioso el hombre verdadero. Quema, y arroba. Pensar en él, asomarse a su vida, leerle una arenga, verlo desecho y jadeante en una carga de amor, es como sentirse borlado de oro el pensamiento. Su ardor fue el de nues-tra redención, su lenguaje fue el de nuestra naturaleza, su cúspide fue la de nuestro continente: su caída, para el co-razón (…) ¡Oh, no! En calma no se puede hablar de aquel que no vivió jamás en ella: ¡De Bolívar se puede hablar con una montaña por tribuna, o entre relámpagos y rayos, o con un manojo de pueblos libres en el puño, y la tiranía descabezada a los pies”.11

Para algunos estudiosos del positivismo latinoame-ricano, Martí no pudo escapar a la enceguecedora influen-cia del positivismo decimonónico, fenómeno por demás común a los más relevantes pensadores latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XIX, por ello Martí, que a inicio de la década del noventa de aquel siglo se expre-saba con un cierto optimismo acerca del presente y del futuro de nuestra América, expresaba que: “De aquella América enconada y turbia, que brotó con las espinas en la frente y las palabras como la lava, saliendo, junto con la sangre del pecho, por la mordaza mal rota, hemos ve-nido a pujo de brazo, a nuestra América de hoy, heroica

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y trabajadora a la vez, y franca y vigilante, con Bolívar de un brazo y Herber Spencer de otro.”12 Se trata, de que así como Bolívar había bebido en la fuente del empirismo y el utilitarismo inglés, como reacción explicable a los ex-cesos escolásticos y reaccionarios de la cultura colonial hispanoamericana, Martí guiado por esa misma atmós-fera cientificista que respiró Bolívar, bebiera del cientifi-cismo positivista imperante en el pensamiento avanzado latinoamericano de la segunda mitad del siglo XIX.

La fe bolivariana y latinoamericana a la que se aferró Martí a lo largo de su corta pero intensa vida se revela a plenitud en el siguiente texto: “Les hablo de lo que les ha-blo siempre: de este gigante desconocido, de estas tierras que balbucean, de nuestra América fabulosa. Yo nací en Cuba, y estaré en tierra de Cuba aun cuando pise los no domados llanos del Arauco. El alma de Bolívar nos alien-ta; el pensamiento americano me transporta. Me irrita que no se ande pronto. Temo que no se quiera llegar. Renci-llas personales, fronteras imposibles, mezquinas divisio-nes ¡cómo han de resistir, cuando esté bien compacto y enérgico, a un concierto de voces amorosas que proclamen la unidad americana? Ensalzando a la trabajadora Gua-temala, y excitándola a su auge y poderío, -¿habré obra-do contra ella?- rogando a una hermana que sea próspera -¿habré obrado en mal de la familia?- impacientándome porque no se consigue pronto este fin gloriosísimo,- con moderada impaciencia ¿qué falta podrá echarme en cara mi gran madre América? ¡Para ella trabajo! De ella espero mi aplauso o mi censura:”13

Para la visión martiana, un solo proyecto de inte-gración, animó las luchas de los prohombres de nuestra América del decimonono; por ello plantea respecto a San Martín, que: “Nunca en las cosas de América pensó en un

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pueblo u otro como entes diversos, sino que, en el fuego de su pasión, no veía en el Continente más que una sola nación americana”.14 En la misma línea de pensamiento hace el elogio del bolivarismo de don Benito Juárez. Al respecto expresa: “No bien entró, de vuelta de su cruzada épica, a gobernar en paz a México, aquel indio egregio y soberano, que se sentará perpetuamente a los ojos de los hombres al lado de Bolívar, Don Benito Juárez, en quien el alma humana tomó el temple y el brillo del bronce.”15

Sobre el Realismo Ontológico y Epistemológico que Informa la Concepción Martiana de Integración de Nuestra América.

Desde los miradores de nuestra lectura de los textos martianos atinentes a la naturaleza del ser de “nuestra América” y su adecuada intelección, se nos revela un ob-jeto de conocimiento que a juicio de Martí no puede ser abordado con corrección sino desde el presupuesto del realismo. Lo antes indicado se pone de manifiesto, por ejemplo, cuando Martí hace referencia, en ese hermoso ensayo titulado “Nuestra América”, al modo como han de gobernarse los pueblos de la América nuestra. Así expresa que: “La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición sin-gular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyes no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el

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que sabe como gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e institu-ciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El espíritu del gobierno ha de ser el del país, la for-ma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país.

Por eso el libro importado ha sido vencido en Amé-rica por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civiliza-ción y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la natura-leza… Por esta conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los tiranos de América al poder, y han caído en cuanto le hicieron traición. Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la for-ma de gobierno y gobernar con ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador.”.16

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NOTAS:1 Martí, José. Obras Completas. Volumen 8. Pág. 266. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana. 1991.2 Idem. Pág. 353 Op. Cit. Volumen 6. Pág. 134. y s.s4 Idem. Pág. 46.5 Idem. Pág. 158.6 Ibidem.7 Idem. Pág. 1598 Idem. Pág. 1609 Op. Cit. Volumen 8, Pág. 251.10 Idem. Pág. 252.11 Idem. Pág. 24112 Op. Cit. Vol. 6. Pág. 13913 Op. Cit. Vol. 7. Pág. 11114 Op. Cit. Vol. 8. Pág. 22715 Op. Cit. Vol. 7. Pág. 2516 Op. Cit. Vol. 6. Pág. 16-17

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Vigencia de Bolívar en el Caribe Contemporáneo

manuel maldonado-denis

Hablar de Bolívar es hablar de América, de la Améri-ca liberada y de la aún por liberar. Escribir sobre Bolívar no es un simple ejercicio de profundización histórica sino un ejercicio en la vigencia de un pensamiento y una acción revolucionarios. Pues bien lo dijo Martí: “Bolívar tiene que hacer en América todavía”. Conste que no se trata de una simple sentencia literaria. Martí sabía perfectamente lo que decía cuando escribió esas líneas preñadas de sentido histórico, tan vigentes hace un siglo cuando las escribió como lo son hoy en 1981. Sí, el Libertador tiene que hacer en América todavía pues aún hay pueblos en el continente a cuyo servicio consagró su espada que no han logrado ni siquiera la independencia que es condición previa para todo proceso de auténtica autodeterminación. Me refiero desde luego, a Puerto Rico, pues como es sabido el Liber-tador siempre concibió como parte integral de su proyecto histórico la liberación de las Antillas que aún se hallaban bajo el yugo español, es decir, Cuba y Puerto Rico. Era axiomático para Bolívar que lo que él llamó la “América meridional” no podría ser nunca plenamente libre mien-tras uno solo de sus pueblos, uno solo, no hubiese obteni-do todavía su independencia.

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Para estudiar la obra libertadora de Bolívar y sus pro-yecciones para el Caribe hay que ubicar a éste en el con-texto histórico de la época. Es menester comprender que Cuba y Puerto Rico permanecen rezagadas del proceso libertador que se libra en Tierra Firme no porque sus pue-blos fuesen menos capaces de protagonizar ese esfuerzo emancipador, sino porque las condiciones para un alza-miento revolucionario maduraron más lentamente en las Antillas que en el continente sudamericano.

Refiriéndose a las raíces sociales de las revoluciones hispanoamericanas nos apunta el profesor Lynch:

Este era el problema crucial –las industrias coloniales sin protección, las manufacturas europeas inundán-dolo todo, y las economías locales incapaces de ab-sorberlas mediante el incremento de la producción y exportación. La política económica borbónica agravó así la situación colonial de Hispanoamérica e inten-sificó su subdesarrollo. La dependencia económica –la “herencia colonial”- de Hispanoamérica tuvo sus orígenes, no en la época de inercia, sino en el nuevo imperialismo…Desde este punto de vista la revolución por la inde-pendencia puede interpretarse como una reacción americana contra una nueva colonización, un meca-nismo de defensa puesto en movimiento por la nue-va invasión española del comercio y de los cargos oficiales.1

Esta situación agudiza las contradicciones entre los criollos y los peninsulares tanto en el nivel social y econó-mico como en el racial. Así lo expresó con toda claridad el propio Libertador Bolívar al indicarnos en su famosa Carta de Jamaica, del 6 de septiembre de 1815:

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Los americanos, en el sistema español que está en vi-gor no ocupan otro lugar en la sociedad que el de los siervos propios para el trabajo, y cuando más, el de simples consumidores… ¿Quiere usted saber cuál era nuestro destino? Los campos para cultivar el añil, la grama, el café, la caña, el cacao y el algodón, las lla-nuras solitarias para criar ganados, los desiertos para cazar las bestias feroces, las entrañas de la tierra para excavar el oro que pueda saciar a esa nación avarienta.Las contradicciones descritas por el Libertador se apli-

can íntegramente a las Antillas españolas. Aquí también se aplicaba la política tan cabalmente descrita por el profe-sor Lynch. Empero, las condiciones sociohistóricas de las Antillas no eran aún comparables, en cuanto al desarrollo de las fuerzas productivas materiales y a la emergencia de las clases sociales, al que ya podemos notar en los países de Tierra Firme a principios del siglo XIX. Es cierto que en Puerto Rico, por ejemplo, se da un importante incremento de la población a fines del siglo XVIII. Pero al filo del año 1800 la población de la isla no excede de ciento cincuen-ta y cinco mil cuatrocientos veintiséis habitantes. Cuba, de otra parte, mostraba ya los indicios de un importante crecimiento económico vinculado al cultivo de la caña de azúcar con fuerza de trabajo esclava. Cuando estalla la in-surrección de los esclavos negros en Saint Domingue en el último decenio del siglo XVIII, lo que el profesor Moreno Fraginals en su ya clásico libro El Ingenio llama la sacaro-cracia cubana se atemoriza frente a los acontecimientos en la isla vecina. Al mismo tiempo que ve abiertas las más lisonjeras oportunidades para los azúcares cubanos como consecuencia de la revolución haitiana.

Las ideas de la Ilustración, cuya influencia sobre la formación intelectual de Bolívar es harto conocida, no de-jan de irradiar sus efectos hacia las Antillas.

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En lo que respecta a Cuba, nos indica el historiador Ramiro Guerra y Sánchez:

La independencia de los Estados Unidos, las ideas de libertad e igualdad propagadas por la revolución francesa, la propaganda separatista de Miranda y otros precursores, y hasta el mismo esfuerzo por ha-cerse libres de los negros de Haití, habían producido su efecto entre los criollos, cuyas diferencias físicas y de carácter con los peninsulares se acentuaban cada día, paralelamente con la diversidad de sus intereses económicos. La idea de una América separada y dis-tinta de Europa, con caracteres propios, se abría paso poco a poco en los espíritus; el concepto de la patria, circunscrito a la tierra nativa, ganaba terreno igual-mente. La clase rica o simplemente acomodada, sec-tor privilegiado de la sociedad colonial, participaba en mayor o menor grado de estas ideas y de los senti-mientos con ellas vinculados. No obstante, se hallaba fuertemente inclinada a tratar de satisfacer sus reivin-dicaciones sin romper los vínculos con la metrópoli, dominada por la idea de que para la seguridad in-terior y exterior de la Isla, era absolutamente indis-pensable la producción de un poder fuerte, extremo del cual dependían la vida y la fortuna de los pobla-dores. Esta clase temía, sobre todas las cosas, dada la alta proporción de los africanos en la población, el peligro que podría acarrear una rebelión de los escla-vos similar a la de Haití. Por otra parte, el sistema de gobierno español se hallaba, en el fondo, de acuerdo con los más profundos instintos de los hacendados, cafetaleros y terratenientes ricos a quienes la riqueza y la práctica de la esclavitud habían fortificado la vo-luntad de autoridad y de poder.2

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En Puerto Rico, de otra parte, el panorama económico y social es descrito de la siguiente manera por el ilustre his-toriador puertorriqueño, profesor Lidio Cruz Monclova:

El cuadro que ofrecía la Isla en el orden social era decididamente desolador. Por entonces Puerto Rico contaba con una población de cerca de ciento cin-cuenta y ocho mil habitantes, menos de tres personas por legua cuadrada. Pero a consecuencia de las condi-ciones existentes, la inmensa mayoría de ella, tanto la de la zona urbana como la de la zona rural, arrastraba una vida ímproba y dura, agobiada por la pesadum-bre de un ambiente general horro de proficuas posibi-lidades, estímulos e incentivos de orden superior. Sin embargo, arriba, por sobre las grandes masas criollas, preteridas y arrinconadas, prevalecía una porción de individuos privilegiados, que sin más dotes general-mente que su condición de españoles, disfrutaban los oficios, destinos y empleos y sabía darse buena maña para sacar pingües ganancias de la dura y flaca reali-dad de la colonia.3

Alguien ha dicho que la historia de las Antillas es, en gran medida, la historia de la caña de azúcar. Observa-ción a la cual debemos sin duda añadir: y de la esclavitud negra. No hay que olvidar que la esclavitud negra no es abolida en Puerto Rico hasta 1873 y en Cuba hasta 1886. Es menester que se haga hincapié en este hecho histórico toda vez que incide necesariamente sobre la obra liberta-dora de Bolívar y sus proyecciones en el ámbito antillano y caribeño.

Hay que entender que cuando se inicia el proceso re-volucionario hispanoamericano, al comenzar la segunda década del siglo XIX, la experiencia de la victoriosa revo-lución haitiana pesa extraordinariamente en el ámbito an-

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tillano. De una parte los esclavistas temen que el ejemplo de la revolución de Saint Domingue pueda inficionar a aquellas sociedades antillanas donde aún persistía el infa-me tráfico negrero. Por eso fue menester poner en prácti-ca las más draconianas medidas de represión como factor disuasivo para las insurrecciones de esclavos en el Caribe. Bien vista, la Revolución Haitiana constituía de por sí un hecho insólito: no sólo era la primera insurrección exito-sa de esclavos que registraba la historia sino que también había culminado con la proclamación de la independencia de la segunda república constituida en el nuevo mundo. La experiencia histórica del cimarronaje, de los palenques, de las frecuentes insurrecciones de esclavos negros de que daba fe la historia caribeña, hacía que cundiera el temor entre los esclavistas del área del Caribe. Pero, al mismo tiempo, el desenlace de la revolución de Haití abría nue-vas perspectivas económicas para los esclavistas. La ruina y desolación debidas a una guerra revolucionaria cruen-ta y sin cuartel abría posibilidades de lucro para aquellos esclavistas antillanos que, como en los casos de Cuba, y en menor grado, Puerto Rico, podían beneficiarse de una nueva situación que podría convertirlos en los centros productores de azúcar en el ámbito antillano. Para lograr ese propósito los esclavistas estuvieron dispuestos a to-mar todas las medidas necesarias, incluyendo el contra-bando de esclavos, para asegurar la existencia de fuerza de trabajo esclava que garantizara la producción ininte-rrumpida del dulce. Es así como comienza a agitarse, en el contexto antillano, el miedo a la guerra de razas, el recurso de la presunta amenaza de una reversión a la barbarie que sería signada por la irrupción en la vida política de las ma-sas africanas (ignaras y estúpidas). Demás está decir que en todo este proceso es donde se perfila, con toda nitidez,

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una ideología racista que busca presentarnos la amenaza real de una población africana bestializada e infrahumana.

Cuando se inicia el proceso revolucionario hispano-americano la situación en las Antillas –pero sobre todo en aquellas que aún pertenecían al imperio español- pode-mos notar que nuestros pueblos permanecen al margen de dicho proceso. Aunque no del todo, nos apresuramos a señalar. Pues, como nos indica el profesor Cruz Monclova, al restaurarse las facultades omnímodas del imperio espa-ñol en las Antillas mediante real orden del 4 de septiembre de 1810, y con motivo de la visita a Puerto Rico de don Juan Antonio de Cortabarría, comisionado por el Consejo de Regencia para extender en las negociaciones de paz con los revolucionarios venezolanos, apareció en la puerta de su casa un pasquín en el que se leía: “Este pueblo, bastante dócil para obedecer a las autoridades que tiene conocidas, no sufrirá jamás que se saque de la Isla un solo americano para llevarlo a pelear contra sus hermanos los caraque-ños.” El pasquín en cuestión promovió una violenta repre-sión de parte de las autoridades españolas. En todo caso, el pasquín dejaba ver la existencia en Puerto Rico de un sentimiento separatista. Otro tanto ocurría en Cuba en ese momento histórico.

Pero la lucha bolivariana aún habría de pasar por múl-tiples vicisitudes. La liberación del continente que estalla en diferentes puntos de la América Hispana sirve para dra-matizar las enormes dificultades que aparejaba semejante gesta libertadora. Lo dicho es singularmente cierto respec-to a las Antillas que aún padecen el yugo español.

El Libertador está conciente de ello como lo demues-tra su Carta de Jamaica, a la que aludimos antes. Dice Bolí-var en el curso de sus reflexiones sobre el futuro de Amé-rica: “Las islas de Puerto Rico y Cuba que, entre ambas,

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pueden formar una población de setecientas a ochocientas mil almas, son las que más tranquilamente poseen los es-pañoles, porque están fuera del contacto de los indepen-dientes. Mas, ¿no son americanos estos insulares? ¿No son vejados? ¿No desean su bienestar?”.

Como puede notarse, al Libertador le preocupa el destino de Cuba y Puerto Rico como países integrantes del mundo hispanoamericano o, más bien, de la América meridional a que hace referencia con frecuencia en sus es-critos y alocuciones. Sobre la composición de aquello que Martí luego llamará “Nuestra América”, y que ya se halla presente en el proyecto histórico bolivariano. Bolívar mis-mo nos apunta en su Discurso de Angostura, del 15 de febrero de 1819 lo siguiente:

No somos europeos, no somos indios, sino una espe-cie media entre los aborígenes y los españoles. Ame-ricanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores; así nuestro caso es el más extraordinario y complicado.Nótese que el Libertador, al definir lo privativo de la

América Hispana, no hace referencia en la composición ét-nica al elemento de origen africano. Claramente ello plan-tea problemas en el caso específico del Caribe, donde el elemento africano constituía, en la mayoría de los casos el factor numéricamente preponderante. Pero Bolívar no es ajeno al problema de la esclavitud negra. Por el contrario, podemos notar su preocupación en torno a este proble-ma en sus ya famosos acuerdos con el presidente haitia-no Alexandre Petion. Conforme a su compromiso con el revolucionario haitiano, Bolívar proclamará la libertad de los esclavos en sendos decretos del 1º de junio y el 4 de septiembre de 1816.

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Indiscutiblemente que esta orientación del Liberta-dor referente a la esclavitud reforzaba aún más los temo-res entre los esclavistas de las Antillas. De otra parte el movimiento revolucionario iniciado en Haití y luego en Tierra Firme contribuye a generar toda una conjunción de fuerzas contrarrevolucionarias que emigrarán hacia las Antillas con sus caudales y muchas veces con sus esclavos. Restaurado Fernando VII en el trono de España luego del fallido experimento liberal que signan las Cortes de Cádiz, Puerto Rico y Cuba cobrarán capital importancia como centros productores de azúcar de caña y de otros frutos tropicales. En cuanto a Puerto Rico, tenemos la aplicación por decreto de la Cédula de Gracias, proyecto económico dirigido hacia el fomento del comercio y de la industria en la isla, mediante incentivos especiales para quienes desea-ran establecer sus capitales allí. Una importante cantidad de inmigrantes venezolanos, acuden a Puerto Rico y se convierten rápidamente en antagonistas acérrimos de la revolución bolivariana. Más aún, como ha señalado, entre otros, el historiador José Luciano Franco, Cuba y Puerto Rico se convertirán en baluarte de la contrarrevolución en el ámbito caribeño.

Pero el proyecto histórico bolivariano no sería frus-trado por estos avatares. Ello se debe a que la base misma de dicho proyecto es la idea de que existe una unidad de todos los pueblos hispanoamericanos y que Cuba y Puerto Rico forman parte de ese gran conglomerado de pueblos. Como dice el Libertador a Pueyrredón el 12 de junio de 1818: “una sola deber ser la Patria de todos los america-nos, ya que en todo vemos una perfecta unidad”.

Es de esta convicción unitaria de Bolívar que surgi-rá la idea del magno Congreso Anfictiónico que tendría como sede a Panamá en 1826. Más aún, el Congreso de

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Panamá servirá para traer a la luz una vez más la situación de Cuba y Puerto Rico como colonias españolas que aten-taban, por lo mismo, contra la unidad latinoamericana.

Pero ya para ese momento histórico los Estados Uni-dos han comenzado a manifestar sus designios de hege-monía sobre el Continente. Confrontados con el hecho indubitable de la emancipación de las colonias españolas en Tierra Firme, la política norteamericana será refrac-taria a la liberación de Cuba y Puerto Rico conforme al proyecto bolivariano. Los estudios más recientes sobre el desarrollo histórico norteamericano demuestran que este país concibió desde su constitución como república la ex-pansión territorial hacia el resto del Continente. En 1787 nada menos que Thomas Jefferson, portavoz de las ten-dencias liberales en ese momento histórico, podía afirmar lo siguiente:

Nuestra confederación debe ser contemplada como el nido desde donde toda la América, la del Norte y la del Sur, ha de ser poblada. Pensando en los mejores intereses de aquel Continente, nosotros debemos cui-darnos de no presionar demasiado pronto a los espa-ñoles. Esos países no pueden estar en mejores manos. Mi temor, es, empero, que estas manos sean dema-siado débiles para sujetarlas hasta que nuestra pobla-ción sea suficientemente numerosa para arrebatársela pedazo a pedazo.Las aviesas intenciones expansionistas de Jefferson

no serán una simple opinión individual sino que contri-buirán a configurar la política exterior norteamericana respecto a Hispanoamérica desde ese momento en ade-lante. En 1825, es decir, un año antes de la celebración del Congreso Anfictiónico, el Secretario de Estado Henry Clay dirigía una carta al gobierno de España donde hace clara

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la posición del gobierno norteamericano respecto a Cuba y Puerto Rico. En la misiva Clay consignaría lo siguiente:

Los Estados Unidos están satisfechos de la actual condición de Cuba y Puerto Rico, como pertenecien-tes al poder español y con sus puertos abiertos, como lo están al presente, a nuestro comercio. No desea, pues, este Gobierno, cambio político en su sistema de administración. Por otra parte, la población de las islas no es competente hoy, a causa de su cons-titución y número, para regir sus propios destinos públicos.Los Estados Unidos no dejarían de inquietarse ante la idea de que dichas islas pasasen a poder de alguna otra nación menos amiga; y entre todas las potencias europeas este país prefiere que Cuba y Puerto Rico continúen dependientes de la nación española.Si la guerra continuare entre España y las nuevas re-públicas, y estas islas llegaran a ser objeto y teatro de las operaciones, los Estados Unidos no podrían ser espectadores indiferentes de la contienda, como quiera que su bienestar tiene puntos de contacto con la prosperidad de esta República; y las contingencias que pudieran surgir de una tan prolongada guerra, acaso podrían imponer al Gobierno de los Estados Unidos deberes y obligaciones de que no pudiera re-levarse, por más penoso que fuese su cumplimiento.Si los Estados Unidos desearen obtener en este ins-tante la posesión de las islas de Cuba y Puerto Rico, existe la posibilidad razonable de que pudieran ha-cerlo; y aunque la tuvieran, su actitud diplomática le prohíbe tal propósito por el momento.Esta situación equivale a una garantía. Pero no hare-mos ninguna estipulación ni tratado para tal garantía.4

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En otras palabras, que los Estados Unidos se opon-drían resueltamente a cualquier esfuerzo por liberar a Cuba y a Puerto Rico que pudiese concebir el Libertador en su proyecto emancipador del continente latinoameri-cano. Quede claro que la responsabilidad por lo acaecido no debe recaer íntegramente sobre los Estados Unidos. La situación interna de los países recién liberados –que tantos sinsabores ocasionaron al Libertador-, así como la compli-cada situación internacional del momento sin duda inci-dieron en el proceso. De otra parte, ni en Cuba ni en Puerto Rico habían logrado madurar aún movimientos libertado-res que fuesen más allá de simples conatos revolucionarios. Ello tendrá que esperar hasta el último tercio del siglo XIX cuando los gritos de Lares y de Yara insertan a nuestros países en el contexto de la lucha por la liberación nacional.

Pero la preocupación de Bolívar por la libertad de las Antillas y de todo el Caribe cobra una profunda signifi-cación histórica, a pesar de que su obra quedó inconclusa y lo sigue siendo aún hoy, como lo demuestra el caso de Puerto Rico. Si podemos extraer algunas lecciones históri-cas del pensamiento y la acción revolucionaria de Bolívar y su proyección para el Caribe contemporáneo, creo que se podrían resumir de la siguiente manera:

1. Bolívar anticolonialista.2. Bolívar antiimperialista.3. Bolívar latinoamericanista.4. Bolívar internacionalista.

1. Bolívar anticolonialistaEl profesor Juan Bosch, en un libro memorable, ha de-

finido cabalmente al Caribe, como una “frontera imperial”. Efectivamente, el Caribe ha sido el escenario donde con-

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vergieron los más importantes imperios del mundo con-temporáneo: el español, el inglés, el francés, el holandés, el danés, el norteamericano. La postura de Bolívar es de rechazo total a la teoría y la práctica del colonialismo –en su caso, del español, que es el que le toca más de cerca- pero también del colonialismo en el sentido genérico del vocablo en tanto en cuanto este implica la supeditación y sumisión de un pueblo a otro. Ya lo notamos anteriormen-te cuando citamos al Libertador en su enumeración de los agravios frente al colonialismo español. Se trata, sin lugar a dudas, de todo un pliego de demandas, de un proyecto histórico que se perfila nítidamente frente a la dominación despótica de España. El colonialismo, si lo analizamos con-cienzudamente, es una forma más que toma el despotismo. Forma, es bueno indicarlo, que siempre se oculta bajo una presunta intención benévola y hasta paternalista del colo-nizador. Pero Bolívar, haciendo honor a su bien ganado calificativo de “Libertador”, no contemporiza ni hace con-versión alguna a los enemigos de la libertad de los pueblos.

La humanidad, por conducto de su portavoz inter-nacional que es la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ha condenado de forma contundente el colonia-lismo en todas sus formas. Bolívar es un ilustre precursor en esta trayectoria que hoy ya ha rendido sus frutos en el ámbito internacional. Si hoy el colonialismo es repudiado universalmente como forma de dominación, ello se debe en no poca medida al pensamiento y la acción revolucio-narios de Simón Bolívar.

2. Bolívar antiimperialistaEs conocida la famosa carta del Libertador a Patri-

cio Campbell del 5 de agosto de 1829, desde Guayaquil,

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donde aquel consigna para la posteridad que “Los Esta-dos Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad”. Precursor del pensamiento antiimperialista le ha llama-do justicieramente el profesor Francisco Pividal Padrón. Con ello no queremos decir que Bolívar acertó a entender cabalmente la naturaleza del imperialismo moderno. Ella era manifiestamente imposible en el momento en que le tocó vivir. Lo que sí queremos decir es que el Libertador pudo captar con lucidez profética que la joven repúbli-ca tenía claras sus miras expansionistas y que constituía desde entonces un peligro para la soberanía y la libertad de los pueblos de la América Hispana. La experiencia histórica se ha encargado de darle la razón a Bolívar. Lo dicho tiene vigencia especial precisamente en el contex-to caribeño, si se tiene en cuenta que los Estados Unidos han considerado al Caribe su Mediterráneo. Toda el área centroamericana y caribeña ha padecido en carne propia durante este siglo el intervencionismo del imperio nor-teamericano. Más aún, hay un país latinoamericano que figuró prominentemente en los proyectos emancipadores de Bolívar: Puerto Rico, que fue ocupado militarmente por los Estados Unidos en 1898 y todavía hoy no ha logra-do incorporarse a la América concebida por el Libertador dentro de su magno proyecto histórico. Eso de por sí deja inconclusa la obra de liberación comenzada por Bolívar en los inicios del siglo XIX.

3. Bolívar latinoamericanistaEl 12 de junio de 1818 el Libertador se dirigió a Juan

M. Pueyrredón agradeciendo la ayuda que las Provincias Unidas del Río de la Plata habían prestado a Venezuela

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en ese año. Bolívar consigna en dicha comunicación lo si-guiente: ”Vuestra Excelencia debe asegurar a sus nobles conciudadanos que no solamente serán tratados y recibi-dos aquí como miembros de nuestra sociedad venezolana. Una deber ser la Patria de todos los americanos, ya que en todo vemos una perfecta unidad…”

Y también aclara más adelante: “Nosotros nos apre-suraremos con el más vivo interés, a entablar por nuestra parte, el pacto americano, que, formando en todas nues-tras repúblicas un cuerpo político, presente la América al mundo con un aspecto de majestad y grandeza sin ejem-plo en las naciones antiguas”.

Ya en la Carta de Jamaica Bolívar había expresado su magna idea de la anfictionía de los pueblos de Nuestra América. Concretando esta idea cursa en 1822 una invi-tación a los gobiernos de México, Perú, Chile y Buenos Aires para el envío de sus plenipotenciarios a Panamá. La idea finalmente fructifica el 22 de junio de 1826, sin la presencia de Bolívar, con asistencia de delegados de Co-lombia, Guatemala, México y Perú y de representantes de Holanda y Gran Bretaña como observadores. Los resul-tados del Congreso de Panamá desilusionaron a Bolívar, quien escribiría a Páez el 4 de agosto de 1826: “El Congre-so de Panamá, institución admirable si tuviera más efica-cia, no es otra cosa que aquel loco griego que pretendía dirigir desde una roca los barcos que navegaban. Su po-der será una sombra, y sus decretos, consejos; nada más”. No obstante, la gran visión bolivariana de una América Latina unida queda plasmada en este primer esfuerzo por hacer de todos nuestros pueblos una sola nación vincula-da por intereses y experiencias comunes. Esa concepción de aguda proyección histórica conserva su vigencia en el día de hoy.

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4. Bolívar internacionalistaSobre la visión internacionalista de Bolívar poco hay

que decir que no se haya dicho. Creemos que nada más elocuente que su propia acción revolucionaria y su dispo-nibilidad para poner su espada al servicio de la libertad donde ello le fuese requerido.

Los puntos recién enumerados cobran una indiscu-tible vigencia en el contexto del Caribe contemporáneo. Todos ellos, vistos separadamente o como conjunto, con-tribuyen a aclararnos el verdadero desideratum de los pue-blos que Bolívar quiso liberar y que aún hoy enfrentan el peligro constante de la intervención imperialista. Por eso, repetimos, tenía razón Martí: “Bolívar tiene que hacer en América todavía”.

Notas: 1 John Lynch: Las revoluciones hispanoamericanas 1808-1826, Barcelona, Es-paña, Editorial Ariel, 1976, p. 23. 27. Consúltese también a Stanley y Bár-bara Stein: La herencia colonial de América Latina en versión al castellano publicada por Siglo XXI en México.2 Ramiro Guerra y Sánchez: Manual de historia de Cuba (Económica, social y política), La Habana, Consejo Nacional de Cultura, 1962. p. 217.3 Lidio Cruz Monclova: Historia de Puerto Rico en el siglo XIX, tomo I (1808-1868). Río Piedras, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1958, p. 21-22.4 Citado en Cruz Monclova, ob. Cit., vol. I., p. 273.

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roberto Fernández retamar

A dos siglos del nacimiento de Simón Bolívar, el Li-bertador por excelencia de los países de nuestra América, cabe, por supuesto, abordar su inmensa faena de muchas maneras. Una de ellas auspicia el deplorable “culto a Bolí-var”, y lo ve amarrado a su clase de nacimiento –la de los “mantuanos”, la oligarquía venezolana-, que aunque rea-lizó tarea históricamente positiva para su época al separar a su país de la carcomida metrópoli española, mantuvo la explotación (incluso la esclavitud) sobre las grandes ma-sas populares, cerrando, precisamente con hechos como la expulsión del propio Bolívar, un capítulo en la historia americana: o haciéndolo continuar por rumbos reacciona-rios y al cabo entreguistas.

Otra manera de acercarse a Bolívar lo considera de muy distinto modo: no pretendiendo convertirlo artificial-mente en un contemporáneo, pero sí destacando lo que hizo de él un hombre sumamente radical para su coyuntu-ra, un hombre de excepción que luchó por la independen-cia de varios países y por la justicia social; que combatió la esclavitud y nuevas amenazas que se cernían sobre nues-tras tierras; que concibió proyectos grandiosos, como el de la unidad de la América antes española (hoy diríamos: de la América Latina y el Caribe), y, lejos de cerrar, abrió

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caminos que a menudo no pudo transitar, (ni en algunos casos vislumbrar del todo), dejándonos una herencia íg-nea que hace de la conmemoración de su bicentenario un incentivo para la acción. Ahora bien: a fin de apreciar ca-balmente esos caminos, esa herencia, es imprescindible conocer las mediaciones, las reactualizaciones que nos lo devuelven vivo. Y en pocos casos se pone esto tan de ma-nifiesto como en el de José Martí, nacido veintitrés años después de muerto Bolívar y reactualizado a su vez por dramáticas coyunturas históricas gracias a las cuales am-bos, Bolívar y Martí, son en gran medida guías de hoy.

Comenzaremos recordando una famosa evocación:Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas, al ano-checer, y sin sacudirse el polvo del camino, no pre-guntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba adonde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que el viajero, sólo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo. El viajero hizo bien, porque todos los americanos deben querer a Bolívar como a un padre.1

La conocida escena ocurrió en enero de 1881, y fue narrada ocho años después, en la revista para niños y mu-chachos La Edad de Oro, por su propio protagonista: según creemos, el más esclarecido y amoroso de los discípulos de Bolívar: José Martí. De hijo son todas las cosas que Mar-tí le dice al hombre al que más admiró y quiso. “Padre Americano”,2 lo llamó Martí, de quienes “somos los hijos de su espada”,3 “príncipe de la libertad”,4 “hombre solar”5 que “quema y arroba”,6 sobre el cual “cuanto dijéramos, y aun lo excesivo, estaría bien en nuestros labios”,7 hasta culminar volcánicamente: “!Así, de hijo en hijo, mientras la América viva, el eco de su nombre resonará en lo más

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viril y honrado de nuestras entrañas!”8 Si se ha podido afirmar, con razón, que el poeta y maestro cubano Rafael María de Mendive fue el padre espiritual de Martí, hay que añadir que, sin desdeñar el influjo de hombres como Benito Juárez, Simón Bolívar fue su padre político: y recor-dar de inmediato que Martí, dotado de eminente grandeza literaria era sobre todo una criatura política, en el sentido más amplio y moral de esta palabra, tan desprestigiada en tantas partes: pero no en lo tocante a Bolívar ni a Martí. Quizás ternuras y delicadezas semejantes a las que con-sagró a Bolívar sólo las prodigó Martí a otro hombre en los poemas que escribió en Caracas, en aquel año de 1881, esta vez dedicados a su hijo carnal, al que entonces lla-mó simbólicamente Ismaelillo.9 En el pequeño libro funda-dor de este título, cuando el niño no es “príncipe enano”, “monarca de mi pecho”, “mi caballero”, “hijo del alma”, está evocado en diminutivos de incansable dulzura: “mi pequeñuelo”, “mi jinetuelo”, “musilla traviesa”, “mi re-yecillo”, “rosilla nueva”. No querríamos abandonar este punto sin dejar de mencionar que Martí, además de llamar padre a Bolívar, llamó hijo a Rubén Darío:10 lo que da idea de la vastedad y complejidad de su mundo espiritual.

La filiación bolivariana de Martí jamás fue desmenti-da por él. En 1877, en Guatemala, había afirmado: “El alma de Bolívar nos alienta”,11 mientras que en Nueva York, en 1880, lo considerará “más grande que César, porque fue el César de la libertad”,12 y como prueba inequívoca de que se consideraba un continuador del Libertador, dijo, de nuevo en Caracas, en 1881: “Se sabe que al poema de 1810 falta una estrofa, y yo, cuando sus verdaderos poetas ha-bían desaparecido, quise escribirla”.13 Porque esa estrofa no estaba escrita aún, al pronunciar su extraordinario dis-curso sobre el venezolano en 1893, en Nueva York, comen-

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zará excusándose así: “Con la frente, contrita de los ame-ricanos que no han podido entrar aún en América […]”14 Dos años después de aquel discurso, caía batallando, fiel al Libertador, Martí.

Pero precisamente su carácter, tantas veces proclama-do por él, de continuador de Bolívar, es uno de los acicates que más impulsan a Martí a poner al día, por así decir, la tarea iniciadora del magno venezolano: y lo logra al extre-mo de que Carlos Rafael Rodríguez, en un discurso signi-ficativamente llamado “Martí y el nuevo Ayacucho”, haya podido decir hace poco del cubano que su vigencia “es tanta, son de tal modo aprovechables su consejo y su ejem-plo, y está de tal manera viva su lección que podemos con-siderarlo como el mayor entre nosotros, nunca distante, siempre a nuestro lado”.15 A esta certeza, a esta moderni-dad que al actualizar a Bolívar logra Martí, en el orden so-ciopolítico (pues puede hacerse otro tanto, y lo hemos in-tentado en Venecia hace tres años, referente a lo literario)16 vamos a dedicar las páginas que siguen, las cuales, dicho sea al pasar, no pretenden, originalidad, sino simplemente contribuir a propagar verdades como puños. Debemos in-sistir, sin embargo, en que tal actualización no implica de ningún modo, separación en Martí de las lecciones boliva-rianas esenciales, de su gestación de un mundo nuevo, de sus aspiraciones de unificación continental –que están en la raíz del concepto básico martiano de Nuestra América, reiteradamente usado por el cubano desde 1877-,17 de sus proyectos de liberar a las Antillas de lengua española: pro-yectos que tanto tenían que conmover al antillano Martí. Pero, señalada esa insistencia, se impone también destacar que a este último le correspondió desarrollarse en otras circunstancias, en otro ámbito geográfico, en otro tiempo que los de Bolívar, y que, precisamente para serle fiel a

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su descomunal hazaña, estuvo obligado, como postulaba Martí, a hacer en cada momento lo que en cada momento era necesario. Puesto que la brevedad de este texto no nos da para más, vamos a llamar la atención sobre dos hechos que distinguen a Martí de Bolívar: su ya mencionada con-dición de ciudadano de las Antillas (donde no por azar dejó de escribirse la estrofa que faltaba al poema de 1810), y el que cerca de tres lustros de su destierro los viviera en los Estados Unidos, en un momento fundamental en la historia del aquel país. Estos dos hechos, mancomunados, resultaron decisivos, imprescindibles para la modernidad martiana.

Que sepamos, la primera experiencia social intensa de Martí –quien había nacido en La Habana en 1853, en el seno de una humilde familia de la pequeña burguesía ur-bana- ocurre a sus nueve años, cuando en 1862 acompaña a su padre, el cual había ido a trabajar a Matanzas, zona cubana de cuantiosa producción azucarera. De súbito, una pavorosa escena los sobrecoge. Dejemos que sea el propio Martí quien, cerca de treinta años más tarde, nos describa la escena en un poema:

El rayo surca, sangriento,El lóbrego nubarrón:Echa el barco, ciento a ciento,Los negros por el portón.

El viento, fiero, quebrabaLos almácigos copudos;Andaba la hilera, andaba,De los esclavos desnudos.

El temporal sacudíaLos barrocotes henchidos:

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Una madre con su críaPasaba, dando alaridos.

Rojo, como en el desierto,Salió el sol al horizonte:Y alumbró a un esclavo muerto,Colgado a un seibo del monte.

Un niño lo vio; temblóDe pasión por los que gimen:¡Y, al pie del muerto, juróLavar con su vida el crimen!”18

Aquel sensible niño de nueve años había topado con el aspecto más sombrío de la sociedad en que naciera: la esclavitud, espanto mayor del sistema de plantaciones que era la columna vertebral no sólo de su patria, sino del área caribeña.

Ese mismo año 1862, J.E. Cairnes publicaba en Lon-dres su libro (que devendría clásico) The Slave Power, don-de se lee:

Precisamente en los cultivos tropicales, en que las ga-nancias a menudo igualan cada año al capital total de las plantaciones, es donde más inescrupulosamente se sacrifica la vida del negro. Es la agricultura de las Indias Occidentales, fuente durante siglos de rique-zas fabulosas, la que ha sumido en el abismo a mi-llones de hombres de la raza africana. Es hoy día en Cuba, cuyos réditos suman millones, y cuyos planta-dores son potentados, donde encontramos en la clase servil, además de la alimentación más basta y el tra-bajo más agotador e incesante, la destrucción directa, todos los años, de una gran parte de sus miembros

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por la tortura lenta del trabajo, excesivo y la carencia de sueño y reposo”.19

Por supuesto, el muchacho que era entonces Martí ignoraba aún la complicada urdimbre de la cual él había descubierto, horrorizado, el eslabón más sangriento, aun-que su reacción moral, que lo guiaría durante el resto de su deslumbrante existencia, le hizo tomar ya la decisión fundacional de esa existencia. Pero sin comprender tal ur-dimbre, nada puede saberse a ciencia cierta ni sobre las Antillas ni sobre Martí ni sobre la candente modernidad de sus planteos. Y Martí llegó a una comprensión cabal de aquella: desde luego, como resultado de un proceso.

De entrada, volvamos sobre la cita de Cairnes. A prin-cipios del siglo XIX, en “las Indias Occidentales” (nombre preferido por los ingleses para lo que llamamos las An-tillas), y especialmente en Cuba, “cuyos plantadores son potentados sobre la base del más brutal trabajo esclavo, y que han obtenido su riqueza al convertirse el país en la azucarera del mundo tras la extraordinaria Revolución Haitiana, añadir un capítulo al poema de 1810 –a la ha-zaña independentista cuya figura mayor fue Bolívar- no podía sino ser rechazado por esos plantócratas que temían que rebelarse contra las respectivas metrópolis llevaría a consecuencias similares a las de Haití.

Las otras Antillas, pues (no sólo las de lengua españo-la), quedaron retrasadas en el proceso de emancipación de lo que ahora suele nombrarse la América Latina y el Cari-be. Cuando finalmente, en 1868, la fracción más radical y menos dependiente de la esclavitud entre los hacendados criollos desencadene en la parte oriental de Cuba la guerra independentista contra España, no llegará a contar con el apoyo (sino con la hostilidad) de los más ricos y esclavistas hacendados de la Isla, ubicados al occidente de la misma,

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y en la medida apreciable ello contribuirá al fracaso de la contienda, la cual se extenderá, en esta etapa, durante una década. Ese fracaso, sin embargo, no lo sería del todo. Por una parte, los insurrectos habían decretado la abolición de la esclavitud: lo que, entre otros factores, espolearía a la metrópoli española a hacer otro tanto ocho años después del fin de esa guerra; por otra parte en el transcurso de la contienda, mientras se apagaba el papel hegemónico de los hacendados, fueron destacándose dirigentes de extrac-ción popular, como el dominicano Máximo Gómez y el mulato Antonio Maceo, llamados a desempeñar un papel de primer orden en un futuro próximo.

José Martí, que sólo tenía quince años al estallar la guerra, fue, sin embargo, marcado a fuego por ella. Su irreductible posición independentista lo llevaría, en plena adolescencia primero al presidio político, y luego al des-tierro. Y, en otro orden de cosas, nada desdeñable, su ori-gen clasista facilitaría su vinculación ulterior con aquellos grupos encarnados en figuras como Gómez y Maceo, en quienes iba a recaer la hegemonía de una próxima fase en la lucha de liberación nacional. Pues, como han destacado autores como Ricaurte Soler20 y Paul Estrade,21 el carácter “atrasado” de las Antillas de lengua española en lo tocan-te a independizarse de España –por cuanto sus respecti-vas sacarocracias se negaron a secundar un empeño que ponía en evidente riesgo su privilegiada posición- las lle-vó a acometer más tarde esa tarea con un sentido mucho más “avanzado”: teniendo al frente de la lucha no a los equivalentes de los “mantuanos” que al cabo repudiaron, cuando él puso en peligro sus prerrogativas, a su gigan-tesco Libertador, según ha descrito en páginas tan lúcidas como lancinantes Miguel Acosta Saignes,22 sino a clases y capas más populares, de las que fueron portavoces puer-

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torriqueños como Betances y Hostos, dominicanos como Luperón y Gómez, cubanos como Maceo y Martí.

José Martí es pues la figura mayor, pero no única ni extravagante, de una cohorte de combatientes y pensado-res antillanos (a los que hay que sumar figuras haitianas del calibre del de Antenor Firmin) que en el siglo XIX, de-bido a razones históricas concretas y fieles al espíritu del legado bolivariano, sobrepasan el liberalismo por añadi-dura dependiente de casi todas las otras figuras relevan-tes de nuestra América, y acceden a posiciones, para la circunstancia, de extremo radicalismo. A estos voceros no ya de los hacendados ni siquiera de las vacilantes o inse-guras burguesías nativas, sino de aquellas clases y capas más populares que hemos mencionado –y que van de la pequeña burguesía al campesinado pobre y el incipiente proletariado- solemos llamarlos demócratas revoluciona-rios.23 Su arquetipo entre nosotros fue, según dijimos, José Martí. Regresaremos sobre este punto.

Habíamos anunciado un segundo hecho esencial para entender la modernidad martiana; su largo destierro en los Estados Unidos, el cual, con escasos hiatos, se extiende entre 1880 y 1895. Cualquier estudioso sabe que entre esas fechas aquel país vio transformarse su capitalismo de libre concurrencia –el del self made man, el del mito del jornalero que llega a millonario- en capitalismo monopolista e im-perialista.24 En las páginas de numerosos periódicos Martí dejó análisis impresionantes sobre la nación norteña de esa época, denunciando con agudeza los rasgos de lo que ahora sabemos que era el inicio de la última etapa del ca-pitalismo; el surgimiento de los monopolios (“El monopo-lio”, dice Martí, “está sentado, como un gigante implaca-ble, a la puerta de todos los pobres”);25 la fusión del capital bancario con el industrial y la consiguiente creación de la

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oligarquía financiera (“esos inicuos consorcios de los capi-tales”,26 siempre según palabras martianas, que han crea-do “la más injusta y desvergonzada de las oligarquías”,27 a la que también llama “aristocracia pecuniaria”),28 la expor-tación de capitales (volvamos sobre sus textos: “!En cuer-da pública, descalzos y con la cabeza mondada, debían ser paseados por las calles esos malvados que amasan su for-tuna con las preocupaciones y los odios de los pueblos […] -¡Banqueros no: bandidos!”);29 el reparto entre las grandes asociaciones monopolistas internacionales de territorios políticas y militarmente débiles (Martí condena las accio-nes yanquis en Samoa, 1889, y Hawai, 1890, y por supues-to las tocantes a nuestra América, a las que dedicaremos otras líneas). Por lo anterior, han podido decir con razón autores como José Cantón Navarro”30 y Ángel Augier,31 que Martí realizó análisis preleninistas del imperialismo, cuando este aún no mostraba, los aspectos maduros que le permitirían a Lenin escribir su opúsculo clásico, veintiún años después de muerto Martí.32

Detengámonos un momento más en este fértil perío-do de la vida de Martí en los Estados Unidos: período sin cuya comprensión por Martí es indudable que su pensa-miento no tendría la modernidad que tiene.

Ya el propio Bolívar había advertido en el primer ter-cio del siglo XIX el peligro que implicaba para el resto del Continente la nación surgida de las Trece Colonias; sin ir más lejos, el 5 de agosto de 1829, en carta a Patricio Cam-pbell, estampó su conocidísima sentencia que el tiempo se encargaría de ratificar incluso más allá de nuestras fronte-ras: “Los Estados Unidos parecen destinados por la provi-dencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad”33 Y Martí, al menos desde su estancia en México, entre 1875 y 1876, conocía bien hechos como la guerra ini-

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cua en que los Estados Unidos arrebataron a la patria de Hidalgo la mitad de su territorio, aunque al principio de la inicial estadía larga de Martí en Nueva York, en 1880, primó en él una visión progresiva de la tierra, y parecía el ejemplo a seguir por los liberales del planeta.34 Pero muy pronto, sin dejar de reconocerle virtudes a su pueblo, y de elogiar a muchas de sus grandes figuras, observó de modo creciente los costados negativos, también crecientes, del sistema.

En 1881 Martí empezó a escribir las que serían sus Es-cenas norteamericanas para La Opinión Nacional, de Caracas. Pero en mayo del año siguiente el director del diario le hace saber que muchos de sus escritos no han sido publi-cados, y le pide que “procure en sus juicios críticos no to-car con acerbos conceptos a los vicios y costumbres de ese pueblo”: los Estados Unidos.35 José Martí deja de publicar en aquel periódico. Pocos meses después, envía su prime-ra crónica a La Nación, de Buenos Aires, entonces el gran periódico de lengua española, donde durante diez años aparecería la mayor parte de las Escenas, y ya esa primera crónica es mutilada por el director del periódico, quien el 26 de septiembre de 1882 le comunica:

La supresión de una parte de su primera carta, al dar-la a la publicidad, ha respondido a la necesidad de conservar al diario la consecuencia de sus ideas […] Sin desconocer el fondo de verdad de sus aprecia-ciones y la sinceridad de su origen, hemos juzgado que su esencia, extremadamente radical en la forma absoluta en las conclusiones, se apartaba algún tan-to de las líneas de conducta que a nuestro modo de ver, consultando opiniones anteriormente compren-didas, al par que las conveniencias de empresa, debía adoptarse desde el principio, en el nuevo e importan-

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te servicio de correspondencias que inaugurábamos. // La parte suprimida de su carta, encerrando ver-dades innegables, podía inducir en el error de creer que se abría una campaña de denunciation contra los Estados Unidos como cuerpo político, como entidad social, como centro económico […] // Su carta ha-bía sido todo sombras, si se hubiera publicado como vino […]36

Nunca conoceremos, pues, cuál fue esa primera cró-nica de Martí sobre los Estados para La Nación. Sólo sabe-mos que, de acuerdo con el director del periódico era “ex-tremadamente radical” y “hubiera sido todo sombras si se hubiera publicado como vino”. Martí se encontró pues, al inicio mismo de su enjuiciamiento de los Estados Unidos para La Nación, con esta amarga disyuntiva: o de nuevo perdía una tribuna, esta vez leída en todo el ámbito de la lengua, o procedía de manera indirecta. Optó, natural-mente, por lo segundo.

A partir de entonces, sus censuras tuvieron que ha-cerse más sutiles, pero no desaparecieron. Por el contrario, a medida que avanzaba la década del 80, Martí veía con inocultable sobresalto aumentar los problemas. A finales de esa década del 80, las últimas ilusiones sobre el país se desvanecen en él; ve la desigualdad por todas partes, el racismo campante,37 el asesinato “legal” de los obreros de Chicago”38 ve, espantado, que en el diseño de los que él mismo llamará “imperialistas”,39 toca a su América el turno de ser devorado por lo que el ardiente chileno Fran-cisco Bilbao, de clara inspiración bolivariana, había nom-brado años atrás “el boa magnetizador”.40 No es otro el propósito del congreso panamericano realizado en Was-hington entre 1889 y 1890, de cuya herencia nacería la Organización de Estados Americanos. Aprovechando las

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contradicciones interimperialistas entre los Estados Uni-dos e Inglaterra, y el hecho de que la Argentina se movía entonces en la órbita de esta última, lo que lleva a su de-legación y a su prensa oficial a oponerse a las miras del Congreso,41 Martí puede esta vez explayar en sus crónicas para La Nación muchas de sus preocupaciones. También en esto Martí se revela un discípulo fiel del Libertador. Es bien sabido que en el proyecto de este último sobre el Con-greso Anfictiónico que al cabo se celebró en Panamá en 1826 con lineamientos y consecuencias distintos a los que previó Bolívar, este aspiró a excluir a los Estados Unidos, y reunir en un haz a los países americanos antes colonias españolas, imitando “a la Santa Alianza en todo lo que es relativo a seguridad política. La diferencia no debe ser otra que la de los principios de la justicia”, como escribe a Santander el 23 de febrero de 1825;42 y también es sabido que Bolívar deseaba un vínculo con Inglaterra que sirvie-se para proteger a nuestras débiles naciones recién naci-das de los peligros que implicaban tanto la Santa Alianza como los Estados Unidos. Pero de este hecho no puede derivarse que el venezolano ignorase los riesgos de aquel vínculo con Inglaterra, simple mal menor. “No he visto aún el tratado de comercio y navegación con la Gran Bre-taña, que según Usted dice es bueno; pero yo temo mucho que no lo sea tanto, porque los ingleses son terribles para estas cosas”.43 Mostrando con toda claridad su realismo político, Bolívar había escrito al propio Santander el 8 de marzo de aquel año:

Los ingleses y los norteamericanos son unos aliados eventuales y muy egoístas. Luego, parece político en-trar en relaciones amistosas con los señores aliados, usando con ellos de un lenguaje dulce e insinuante, para arrancarles su última decisión y ganar tiempo

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mientras tanto […] Colombia […] podría dar algunos pasos con sus agentes en Europa, mientras que el res-to de la América reunido en el Istmo [de Panamá] se presentaba de un modo más importante.44

Estos términos bolivarianos parecen retomados por Martí en uno de esos apuntes suyos más íntimos como decidores: “mientras llegamos a ser bastante fuertes”, es-cribe, “para defendernos por nosotros mismos, nuestra salvación, y la garantía de nuestra independencia, están el equilibrio de potencias extranjeras rivales”.45 Ese crite-rio –y no, desde luego, una absurda preferencia martiana por la metrópoli británica antes que por la yanqui- está en el fondo de sus crónicas sobre la primera conferencia pa-namericana. Comentando, a raíz de su muerte, esas cróni-cas (que Martí escribía en forma de “cartas”), dijo Rubén Darío:

cuando el famoso Congreso Panamericano, sus cartas fueron sencillamente un libro. En aquellas correspon-dencias hablaba de los peligros del yankee [sic], de los ojos cuidadosos que debía tener la América Latina respecto a la hermana mayor; y del fondo de aquella frase [“América para el mundo”] que una boca argen-tina opuso a la frase de Monroe [“América para los americanos”].46

Baste recordar líneas del que acaso sea, con justicia, el párrafo más citado de aquellas crónicas:

Jamás hubo en América, de la independencia acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vi-gilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menos poder, ligadas por el comercio libre y útil

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con los pueblos europeos, para ajustar una liga contra Europa, y cerrar tratos con el resto del mundo. De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antece-dentes, causas y factores del convite, urge decir, por-que es la verdad, que ha llegado para la América espa-ñola la hora de declarar su segunda independencia.47

Poco después en 1891, y como complemento del anterior, tiene lugar, también en Washington, un nuevo congreso panamericano, dedicado a tratar de imponer los Estados Unidos a nuestra América una moneda de uso co-mún que apartaría a nuestros países del comercio con las naciones europeas, unciéndonos definitivamente a los in-tereses yanquis. Martí, quien asiste a este congreso como delegado del Uruguay y desempeña un papel decisivo en la oposición a la tesis –al cabo retirada- del gobierno nor-teamericano, escribe esta vez, refiriéndose a los sectores dominantes en aquel país:

Creen en la necesidad, en el derecho bárbaro, como único derecho: “esto será nuestro, porque lo necesita-mos”. Creen en la superioridad incontrastable de “la raza anglosajona contra la raza latina”. Creen en la bajeza de la raza negra, que esclavizaron ayer y ve-jan hoy, y de la india, que exterminan. Creen que los pueblos de Hispanoamérica están formados, princi-palmente, de indios y de negros. Mientras no sepan más de Hispanoamérica los Estados Unidos y la res-peten más […] pueden los Estados Unidos convidar a Hispanoamérica a una unión sincera y útil para His-panoamérica? Conviene a Hispanoamérica la unión política y económica con los Estados Unidos?48

El combatiente revolucionario que desde sus quince años nunca dejó de ser Martí termina entonces de com-

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prender hechos que por desgracia no han perdido validez: que el camino histórico seguido por los Estados Unidos agrava, lejos de atenuar, las desigualdades entre los hom-bres, por lo que es menester buscarle un camino distinto a su América: “Con los oprimidos”, dirá en 1891, “había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores”,49 que la América española pudo sacudirse casi enteramente su primera metrópoli, pero que una nueva metrópoli mucho más poderosa se le encimaba implacable, bajo la forma de la penetración económica, y por medios diplomáticos, po-líticos y, llegado el caso, militares; que aquellas Antillas que no habían obtenido su independencia frente a España, y en particular su Cuba del alma, serían la presa inmedia-ta, del nuevo “sistema de colonización”,50 (así llamó él a lo que ahora conocemos como “neocolonialismo”), y luego, con ese apoyo, toda “nuestra América mestiza”.51

Para oponerse a estos designios, Martí se entrega por entero, afiebradamente, a la lucha política. Renuncia a los consulados que desempeñaba de la Argentina, el Uru-guay y Paraguay, y en gran medida cesa sus colaboracio-nes periodísticas, con excepciones como las que consagra al periódico Patria, que funda en 1892 con fines revolu-cionarios. Para decirlo en lenguaje de nuestros días, ha pasado a ser un cuadro político, que se propone levantar en las Antillas un muro contra la avalancha rapaz. Tras recorrer enardecido y enardeciendo la diáspora cubana y puertorriqueña en los Estados Unidos, apoyándose so-bre todo en los tabaqueros desterrados “los pobres de la tierra” con los que, según su poema famoso, había decidi-do “su suerte echar”,52 tras escribir incansable a grandes figuras de la guerra pasada logra hacer realidad en 1892 el Partido Revolucionario Cubano, el artículo primero de

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cuyas Bases anuncia: “El Partido Revolucionario Cubano se constituye para lograr, con los esfuerzos reunidos de todos los hombres de buena voluntad, la independencia absoluta de la Isla de Cuba, y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico”,53 lo que había sido una reiterada aspiración bolivariana. El vasto proyecto con que Martí concibió este Partido, el primero creado por latinoamericanos y caribeños para preparar una guerra revolucionaria de la que debía nacer una república auténticamente democrá-tica, era terminar con el colonialismo español en América (escribir la última estrofa del poema de 1810) y frenar al incipiente imperialismo norteamericano (escribir la pri-mera estrofa de otro poema, aún inconcluso). Que Martí no preveía sólo la independencia frente a España lo ex-presa claramente en numerosas ocasiones. Es más: desde 1889 ha aparecido en él un concepto que revela el carác-ter planetario de su preocupación. El luchador contra el colonialismo español que a lo largo de la década del 80 había censurado también al colonialismo inglés en Egip-to,54 la India o Irlanda;55 al francés en Túnez56 o Vietnam,57 empieza ahora a hablar del equilibrio del mundo”, que entiende que ha de decidirse en nuestra América, y en particular en su zona caribeña: he aquí cómo regresamos a la cuestión antillana.

Durante un tiempo pensamos que aquel concepto martiano era de estirpe sansimoniana, pues en esa línea de pensamiento también aparece, aunque no siempre con el mismo sentido.58 Pero creemos que tiene razón Julio Le Riverend, quien ha estudiado el tema,59 cuando lo remite a la herencia bolivariana, raíz, como hemos visto, de tantos criterios martianos. En un informe del Ministerio de Rela-ciones Exteriores de la Nueva Granada, redactado bajo sus instrucciones en 1813, expresó el Libertador:

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Yo llamo a este el equilibrio del Universo y debe estar en los cálculos de la política americana […] Este co-loso de poder que debe oponerse a aquel otro coloso [el europeo], no puede formarse sino de la reunión de toda la América Meridional, bajo un mismo cuerpo de Nación, para que un solo gobierno central pueda aplicar sus grandes recursos a un solo fin.60

Dos años más tarde, en su memorable Carta de Jamai-ca, escribirá Bolívar:

La Europa misma [es decir, la Europa desarrollada, no España], por miras de sana política, debería haber preparado y ejecutado el proyecto de la independen-cia [hispano] americana; no sólo porque el equilibrio del mundo así lo exige; sino porque este es el medio legítimo y seguro de adquirir establecimientos ultra-marinos de comercio.61

Por supuesto, muchos años después, y frente al fe-nómeno del naciente imperialismo norteamericano, Martí acepta en esencia la tesis bolivariana, pero no puede repe-tirla de manera literal.

Para él, las Antillas aún no liberadas son un eslabón particularmente débil; y; por su ubicación entre los pujan-tes Estados Unidos y la América Central, donde al menos un canal interoceánico (¿en Panamá?, ¿en Nicaragua?) es inminente, su función en el equilibrio del continente y aún del mundo es obvia. Ello lo reiterará Martí en cuantiosos textos. Uno de los más difundidos es su artículo publicado en Patria en abril de 1894 “El tercer año del Partido Revo-lucionario Cubano”, cuyo revelador subtítulo es “El alma de la Revolución, y el deber de Cuba en América”. Allí expresa Martí:

En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero portón de la guerra de una repúbli-

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ca imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder, -mero fortín de la Roma americana; -y sí libre […] –serían en el continente la garantía del equilibrio, la de la independencia para la América española aún amenazada y la del honor para la gran república del Norte, que en el desarrollo de su territorio […] hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo […] Es un mundo lo que estamos equilibran-do: no son sólo dos islas las que vamos a libertar […] Un error en Cuba, es un error en América, es un error en la humanidad moderna. Quien se levanta hoy con Cuba se levanta para todos los tiempos.62

El 25 de marzo de 1895, ya rumbo a la guerra, que ha vuelto a estallar el 24 de febrero, escribe al dominicano Fe-derico Henríquez y Carvajal: “Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudo-so y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo”.63 Ese mismo día firma con el dominicano Máximo Gómez, Generalísimo del Ejér-cito Libertador de Cuba, el Manifiesto de Montecristi (llama-do así por el lugar de la República Dominicana donde fue escrito), el cual, al dar a conocer al mundo las razones del conflicto bélico, explica:

La guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en plazo de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de gran enlace humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún vacilante del mundo.

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Honra y conmueve pensar que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la independencia, abando-nado tal vez por los pueblos incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre, la confirmación de la república moral en América, y la creación de un archipiélago libre.64

Pero donde seguramente alcanzó mayor incandes-cencia la agónica preocupación martiana por las gravísi-mas amenazas que veía cernirse sobre nuestras tierras, y donde esa preocupación se manifestó con más crudeza, porque se la expresaba a un hermano, cuando ya estaba cara a cara frente a la muerte, que unas horas después le impidió terminar su texto, fue en su conocidísima carta al mexicano Manuel Mercado, escrita el 18 de mayo de 1895, la víspera de morir en el combate de Dos Ríos. Dijo allí Martí:

Mi hermano queridísimo: Ya puedo escribir, ya pue-do decirle con qué ternura y agradecimiento y respe-to lo quiero, y a esa casa que es mía, y mi orgullo y obligación; ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber […] de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extien-dan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.Las mismas obligaciones menores y públicas de los pueblos –como ese de Vd. y mío- más vitalmente interesados en impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los imperialistas de allá y los españoles, el

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camino, que se ha de cegar, y con nuestra sangre esta-mos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América, al Norte revuelto y brutal que los desprecia, -les habrían impedido la adhesión ostensible y ayuda patente a este sacrificio, que se hace en bien inmedia-to y de ellos. Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas: - y mi honda es la de David.65

El resto es harto conocido. Muertos Martí en 1895 y Maceo en 1896, ambos en combate, los temores del prime-ro se revelaron más que justificados. En 1898, valiéndo-se como excusa de la autoagresión que costó la vida a la marinería –no a la oficialidad- del barco norteamericano Maine, surto en el puerto de La Habana, el gobierno de los Estados Unidos declaró la guerra a España, virtualmente vencida ya por las tropas independentistas cubanas, les arrebató a éstas su victoria, por la que habían luchado a lo largo de treinta años, hizo de Cuba durante seis déca-das un protectorado o una neocolonia, se embolsó como botín de guerra –hasta el día de hoy- a la hermana Puerto Rico, y cayó “con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.

Abrumado por la primera conflagración mundial, e incapaz de entender a ciencia cierta lo que estaba ocu-rriendo, el gran poeta francés Paul Valéry exclamó al fren-te de su ensayo “La crisis del espíritu”; “Nosotras, las ci-vilizaciones, sabemos ahora que somos mortales”;66 frase que, por cierto, tiene un antecedente en Gobineau, lo que es no poco decir. Y más adelante añadió Valéry: “Las cir-cunstancias que podrían mandar las obras de Keats y las de Baudelaire a unirse con las de Menandro no son ya to-talmente inconcebibles: están en los periódicos.”67

Si he recordado estas palabras, no es sólo por el res-peto que me merece la límpida poesía del autor de “El ce-

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menterio marino”; ni desde luego por compartir su paté-tico desconcierto, esta vez ante una situación mucho más grave que la que él viviera. Es que quiero pedirle en prés-tamo cuatro palabras para responder a los que podrían preguntarme dónde están las pruebas de la modernidad de José Martí. Esas pruebas no están por supuesto en este deshilachado texto, ni en obras mucho más sabias, ni en la voluntad o la devoción de nadie: las pruebas de la mo-dernidad de Martí, con perdón de Valéry, quien acaso se hubiera disgustado o simplemente aburrido con este uso plebeyo de sus términos espirituales, “están en los perió-dicos”. Salgamos a la calle, leamos esas hojas volanderas, y la modernidad de Martí, si no estamos petrificados sin remedio, nos estremecerá. Desde el fatídico 1898 –pórtico en el hemisferio occidental de la presencia visible del im-perialismo norteamericano analizado y combatido ape-nas en su inicio por José Martí como por nadie- hasta hoy, sus palabras admonitorias no han dejado de tener vigen-cia. Si nos obligaran a decir en pocos vocablos cuáles son los problemas principales que nuestra América afronta desde la década del 80 del pasado siglo hasta estos tur-bulentos días que tenemos la desazón y la gloria de vi-vir, diríamos sin vacilar: los que previó Martí. Que no nos dejen mentir Emiliano Zapata, Pancho Villa y Pedro Al-bizu Campos: Charlemagne Peralte, Augusto César San-dino y Farabundo Martí, Ernesto Che Guevara, Salvador Allende y Francisco Caamaño, Carlos Fonseca, Monseñor Romero y los muertos todavía recientes de Granada. No queremos hacer inacabable la inacabable lista. La política del gran garrote ha regresado como el aprendiz de brujo. La diplomacia de las cañoneras, también. Tales cosas, in-sistimos, no están sólo en estas líneas académicas: están en las páginas de los periódicos. Por desdicha, a menudo

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esas cosas no llegan (o llegan tergiversadas) a muchas de esas páginas, porque el enemigo asesina, soborna o me-diatiza a quienes deben informar a sus pueblos. Pero es-tos no son tan desdichados que carezcan de voceros. “No hay monarca como un periodista honrado”, dijo Martí;

y él lo fue. Periodistas, periódicos honrados, no han fal-tado ni faltarán. Ellos no dan la versión del imperio, del “Norte revuelto y brutal” –para seguir con los términos martianos-, aunque esté ávido de comprarlos. Ellos no están dispuestos a venderse y basta.Nos hablan de la Ni-caragua asediada e invencible, de El Salvador y la Guate-mala combatientes, de la Granada invadida. Esas luchas vienen de muy lejos: de las de hombre como Bolívar, El Libertador; como Martí, el Apóstol. Esas luchas empe-zaron cuando no existía la cómoda excusa de la quere-lla este-oeste. Bolívar y Martí están presentes porque los males que denunciaron y combatieron –cada uno de sus respectivas circunstancias- no han desaparecido del todo o están vivos y coleando. Nuestro deber insoslayable es contribuir a resolver esos males, contribuir a la liberación de todos los pueblos de la América Latina y el Caribe. También en su carta póstuma a Mercado escribió Martí: “Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento […] obraremos, cúmplame esto a mí, o a otros”.68 Hace algo más de treinta años, esos “otros” fueron los asaltan-tes al cuartel Moncada. Los participantes de aquel me-morable asalto, que encabezara Fidel, proclamaron por su boca, con orgullo, que al autor intelectual de la acción era José Martí.69 “Los objetivos inmediatos” de esa lucha, como explicara Fidel en Chile en 1971, “no eran todavía, ni podían ser, objetivos socialistas,”70 Su programa era el programa martiano. Tenemos la convicción de que tal programa mantiene su vigencia en nuestra América, por

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la cual –y no sólo por Cuba y Puerto Rico- vivió, pensó, luchó y murió el héroe de Dos Ríos.

Se trata de un programa democrático revolucionario que supone un frente de las clases y capas dispuestas a oponerse al imperialismo norteamericano y a las oligar-quías locales que le sirven de intermediarias; un frente en defensa de las riquezas nacionales, la justicia social y la auténtica cultura de nuestros pueblos. Ese frente, que fue el de José Martí, sigue siendo, en esencia, la necesidad in-mediata de nuestra América. Ello explica sintéticamente la modernidad de los más profundos planteos martianos.

Al agradecer el honor de haberme invitado a cola-borar en este homenaje al Libertador, considero mi deber recordar que a todos nos es imprescindible contribuir a encontrar con urgencia una solución negociada honorable y pacífica a la coyuntura dramática que vive el área cen-troamericana; una solución sin la cual sería posible no sólo que las obras de Keats y de Baudelaire fueran a reunirse con las de Menandro, sino que el polvo enamorado de to-dos los hombres y mujeres vaya a reunirse con el de los pterodáptilos y los brontosuarios. Pero no será así. En vez de eso “el porvenir es de la paz”,71 como supo Martí, y en esa paz imprescindible, conquistado lo que Bolívar y Mar-tí llamaron “el equilibrio del mundo”, repetiremos con el último: “Patria es humanidad”.72

La Habana, 9 de noviembre de 1983.

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Notas:1 José Martí: “Tres héroes”, en la Edad de Oro” 1889. Obras Completas, La Habana. 1953-1973. t. 18, p. 304. (En lo sucesivo, las referencias remiten a esta edición, y por ello sólo se indicará tomo y página. (N de la R)2 H.M: “fragmento del discurso pronunciado en el Club del Comercio”, en Caracas, Venezuela, 1881. O.C. t.7, p. 285.3 J.M.: “Discurso pronunciado en la velada de la Sociedad Literaria His-panoamericana en honor a Simón Bolívar, el 28 de octubre de 1883”, O.C. t. 8, p. 242.4 Idem, p. 241.5 J.M.: “La estatua de Bolívar por el venezolano Cova”, 1883. O.C. t. 8, p. 175.6 J.M.: “Discurso pronunciado en la velada de la Sociedad Literaria His-panoamericana en honor a Simón Bolívar, el 28 de octubre de 1883”, cit. p. 241.7 Idem, p. 242.8 Idem, p. 248.9 J.M.: Ismaelillo. Nueva York, 1882. O.C, t. 16, p. 18-5310 Darío ha narrado el hecho en La vida de Rubén Darío cantado por él mismo. Barcelona, s.d. p. 143.11 J.M.: “Carta a Valero Pujol”, 1877, O.C. t. 7, p. 111.12 J.M.: “Lectura en la reunión de emigrados cubanos, en Steck Hall”. 1880, O.C., t.4, p. 202.13 J.M.: “Fragmento del discurso pronunciado en el Club del Comercio”, cit. p. 284.14 J.M.: “Discurso pronunciado en la velada de la Sociedad Literaria His-panoamericana en honor a Simón Bolívar, el 28 de octubre de 1883”, cit., p. 241.15 Carlos Rafael Rodríguez: “Martí y el nuevo Ayacucho”, en Casa de las Américas, La Habana, n. 138. Mayo - junio de 1993. p. 47.16 Roberto Fernández Retamar: “Cuál es la literatura que inicia José Mar-tí”, conferencia ofrecida en sesión plenaria del VII Congreso de la Asocia-ción Internacional de Hispanistas. Venecia, 25 al 30 de agosto de 1980, y recogida en Actas del Séptimo Congreso de la Asociación Internacional de His-panistas […] publicadas por Giuseppe Bellini, Roma, 1982, volumen I; y en Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, n. 4, 1981, p. 26-50.17 C.f. R.F.R.: “La revelación de nuestra América”, en Introducción a José Martí, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Casa de las Américas, 1978, p. 127-141.

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18 J.M.: Poema XXX de los Versos Sencillos, 1891, O.C., t. 16, p. 106-107.19 Cit. por Karl Marx en El capital. Crítica de la Economía Política. Libro prime-ro. El proceso de producción del capital. I trad., advertencia y notas de Pedro Scaron, 4ª ed., México, 1976, p. 321.20 Ricaurte Soler: “De Nuestra América de Blaine a Nuestra América de Mar-tí”, en Casa de las Américas. La Habana, n. 119, marzo-abril de 1980; y “José Martí: bolivariano y antiimperialismo”, en Casa de las Américas, La Haba-na, n. 138, mayo-junio de 1983, p. 39-46.21 Paul Estrade: “Remarques sur le caractère tardif, et avancè, de la prise de conscience nationale dans les Antille espagnoles” en Cahiers du Monde Hispanique et Luso Brèsilien, Ceavelle, n. 38, 1982.22 Miguel Acosta Saignes: “Cómo repudia una clase social a su Liberta-dor”, en Casa de las Américas, La Habana, n. 138, mayo-junio de 1983, p. 99-103.23 Cf. R.F.R.: “Introducción a José Martí” y “Desatar a América y desuncir el hombre”, en ob. cit., esp. P. 35-47 y 153-154; y “Algunos problemas de una biografía ideológica de José Martí”, en Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, n. 2, 1979, p. 240 - 262.24 Entre la abundante bibliografía sobre la influencia del hecho en la con-ducta política de Martí (además de otros textos que aquí se citan), cf. Phi-lip S. Foner: A History of Cuba and its Relations with the United Status, vol. II […], Nueva York, 1963, cap. 26; y John M. Kirk: José Martí Mentor of Cuban Nation, University of South Florida, 1983, cap. 3.25 J.M.: “Cartas de Martí”, 1884, O.C., t. 10, p. 84.26 J.M.: “Cartas de Martí”, 1886, O.C., t. 11, p. 19.27 J.M.: “Cartas de Martí”, 1888, O.C., t. 11, p. 437.28 J.M.: “Cartas de Nueva York”, 1881, O.C., t. 9, p. 108.29 J.M.: “Cartas de Martí”, 1885, O.C., t. 13, p. 290.30 José Cantón Navarro: “Influencia del medio social norteamericano en el pensamiento de José Martí”, en Algunas ideas de José Martí en relación con la clase obrera y el socialismo [2ª ed]. La Habana, Centro de Estudios Martia-nos y Editora Política, 1981, p. 122-142.31 Ángel Augier: “Anticipaciones de José Martí a la teoría leninista del im-perialismo”, en Acción y poesía en José Martí, Centro de Estudios Martianos y Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1982, p. 130.166.32 El estudioso más tenaz del antiimperialismo martiano (aunque no lo abordara con criterio marxista-leninista, como sí lo hicieron autores como Cantón y Augier) fue Emilio Roig de Leuchsenring, quien inició sus tra-bajos sobre el tema en la década del veinte.33 Cit. en Francisco Pividal: Bolívar: pensamiento precursor del antiimperialis-mo. La Habana. 1977, p. 146. Sobre el tema, cf. Passim el libro de Pividal.34 J.M.: “Impresiones de América” (I a II), 1880. O.C. I, 19, 103-126.35 Carta a José Martí de [Fausto Teodoro de] Aldrey, de 3 de mayo de 1882, en Papeles de Martí (Archivo de Gonzalo de Quesada). III. Miscelá-nea. Recopilación […] por Gonzalo de Quesada y Miranda, La Habana, 1935, p. 41.

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36 Carta a José Martí de Bartolomé Mitre y Vedia, de 26 de septiembre de 1882, en Papeles de Martí (Archivo de Gonzalo de Quesada), III, Misceláneas, recopilación […] ob. Cit., p. 84.37 Cf. Julieta Oullion: “La discriminación racial en los Estados Unidos vis-ta por José Martí”, en Anuario Martiano. La Habana, n. 3, 1971, p. 9-90.38 Cf. Sobre todo J.M.: “Un drama terrible”, 1887, O.C. t. II, p. 333-356.39 Que sepamos, Martí emplea por primera vez esta expresión, “imperia-lista”, en 1883, en una de sus correspondencias a La Nación, de Buenos Aires, (o.C., t. 9, p. 345).40 Francisco Bilbao: “Iniciativa de la América. Idea de un congreso federal de las repúblicas”, 1856, en La América en peligro. Evangelio americano. So-ciabilidad chilena, Santiago de Chile, 1941, p. 145.41 Cf. Thomas F. McGana: Argentina, Estados Unidos y el sistema interameri-cano, trad. de G.O. Tarks, Buenos Aires, 1960.42 Cit. en Miguel Acosta Saignes: Acción y utopía del hombre de las dificulta-des, La Habana, 1977, p. 420.43 Idem., p. 423.44 Idem., p. 422.45 J.M.: Fragmentos [1885-1895]. O.C. t. 22, p. 116.46 Rubén Darío: “José Martí” (1895), en Los raros [1896], Buenos Aires, 1952, p. 198.47 J.M.: “Congreso Internacional de Washington”, 1889, O.C. t. 6, p. 46.48 J.M.: “La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América”, 1891, O.C., t. 6, p. 160.49 J.M.: “Nuestra América”, 1891, O.C., t. 6, p. 19.50 J.M.: “Congreso Internacional de Washington”, O.C., t.6, p. 57. Martí habla allí de ensayar en pueblos libres su sistema de colonización”.51 Martí se refirió así en numerosas ocasiones a nuestra patria mayor.52 J.M.: Poema III de los Versos sencillos, O.C., t. 16, p. 67.53 J.M.: Bases del Partido Revolucionario Cubano, O.C., t. 1, p. 279.54 J.M.: “La revuelta de Egipto”. 1881, O.C., t. 14, p. 113-117.55 J.M. “Una distribución de diplomas en un colegio de los Estados Uni-dos”, 1884, O.C. t. 8, p. 440-455.56 J.M.: “La revuelta de Túnez” y “La guerra de Túnez y el ministerio”, 1881, O.C., t. 14, p. 77-81 y 125-130.57 “Un paseo por la tierra de los anamitas”, O.C., t. 18, p. 459-470.58 Por ejemplo, en 1836, en “Sobre el progreso y porvenir de la civiliza-ción”, Miguel Chevalier, entonces sansimoniano y luego de tortuosa vida política, anuncia que “la puesta en acción de las dos civilizaciones, occi-dental y oriental”, gracias a América, “colocada entre dos civilizaciones” y “reservada a altos destinos”, por lo que “los progresos realizados por las poblaciones del Nuevo Mundo importan en el más alto grado al progreso general de la especie”, tendrá entre otras consecuencias “políticamente, la asociación de todos los pueblos, el equilibrio del mundo (subrayado de R.F.R), del cual el equilibrio europeo no es más que un detalle”. (Cit. por Arturo Ardao en Génesis de la idea y el nombre de América Latina,Caracas, 1980, p. 159).

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59 Julio Le Riverend: “El historicismo martiano en la idea del equilibrio del mundo”, en José Martí: pensamiento y acción, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editora Política, 1982, p. 97-116.60 Cit. en Miguel Acosta Saignes en ob. cit. en nota 42, p. 380. El texto completo, con el título “Informe del Secretario de Relaciones Exteriores Antonio Muñoz Tébar, fechado en Caracas el 31 de diciembre de 1813, relativo a la actuación de ese despacho hasta fines de 1813”, aparece en los Escritos del Libertador, tomo V […] publicados por la Sociedad Bolivariana de Venezuela, Caracas, 1969. (Agradecemos este último dato al investiga-dor Francisco Pividal).61 Simón Bolívar: “Contestación de un americano meridional a un caballe-ro de esta isla”, en Obras Completas, La Habana, compilación y notas de Vicente Lecuna […] 2ª ed. Vol. I […], 1950, p. 162.62 J.M.: “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la Revolución, y el deber de Cuba en América”, 1894, O.C., t. 3, p. 142-143.63 J.M.: Carta a Federico Henríquez y Carvajal, de 25 de marzo de 1895, O.C., t. 4, p. 111.64 J.M.: Manifiesto de Montecristi, 25 de marzo de 1895, O.C. t. 4, p. 100-101.65 J.M.: Carta a Manuel Mercado, de 18 de mayo de 1895, O.C. p. 167-168.66 Paul Valéry: “La crisis del espíritu, en Política del espíritu”, trad. de Án-gel J. Battistessa, 2ª ed., Buenos Aires, 1945, p. 23.67 Ob. Cit., en nota 61, p. 24.68 J.M.: Carta a Manuel Mercado, citado en cita 65, p. 170.69 Fidel Castro La historia me absolverá, 1953, La Habana, 1954 (y numerosas ediciones posteriores), Cf. De RFR: “El 26 de julio y los compañeros desco-nocidos de José Martí”, en ob. cit, en nota 17.70 Fidel Castro, “Conversación con los estudiantes de la Universidad de Concepción, Chile, 18 de noviembre de 1971 […], En Cuba – Chile: En-cuentro simbólico entre dos procesos históricos”, La Habana, 1972, p. 266.71 J.M.: “Informe presentado el 30 de marzo de 1891, por el Sr. José Martí, delegado por el Uruguay, por encargo de la Comisión nombrada para es-tudiar las proposiciones de los delegados de los Estados Unidos de Nor-teamérica en la Comisión Monetaria Internacional Americana, celebrada en Washington”, O.C., t. 6, p. 153.72 J.M.: La Revista Literaria Dominicense”, 1895, O.C., t. 5, p. 468.

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FranCisCo pividal padrón

El título de este trabajo sugiere, en primer término, probar la identidad de pensamiento entre dos de los más grandes próceres de este Continente y del mundo. Próce-res que, sin ser coetáneos, se continuaron históricamente en el objetivo fundamental de luchar por la emancipación de las masas empobrecidas de esta América nuestra.

Cuando Simón Bolívar deja de existir físicamente, En-gels tiene diez años; Marx, doce, y Lenin y Martí no han nacido todavía.

El pensamiento y la acción del Libertador influyeron en la vida y obra de José Martí. Se impone precisar si este influjo existió realmente y por qué suponemos que fue así.

José Martí, a lo largo de su extensa y fecunda obra, menciona a Bolívar, directamente y siempre para exaltar-lo, ciento veintiocho veces. No incluyo las referencias in-directas.

Cuando un hombre como José Martí, de tan elevada proyección revolucionaria, tan profundo en el pensar y tan parco en el elogio, reclama con tanta insistencia por el Libertador, es porque, incuestionablemente, los pronun-ciamientos ideológicos y políticos de aquel le fueron muy afines, con independencia de que las portentosas hazañas bélicas de Simón Bolívar debieron impresionarlo al extre-

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mo de afirmar: “De ver los tamaños de los hombres nos entran deseos irresistibles de imitarlos”.

En menos de cuarenta años, Bolívar recorrió más de noventa mil kilómetros, en barco, a caballo, sobre mula o a pie. Vale decir, le dio dos veces y cuarto la vuelta a la tie-rra, y superó en miles de kilómetros a Napoleón, Aníbal, Julio César y Alejandro Magno, juntos.

A los veintiún años de edad, la fortuna de Simón Bo-lívar se estimaba en cuatro millones de dólares, luego de efectuadas todas las conversiones del caso, hasta nuestros tiempos. Siete días antes de morir declara: “no poseo otros bienes que las tierras y minas de Aroa (totalmente agota-das) y unas alhajas que deben hallarse entre mis papeles”.

Admirable honradez para quien pudo disponer, sin otro control que sus rigurosos principios, de los tesoros públicos de Venezuela, Colombia, Panamá, Ecuador, Perú y Bolivia.

No, por gusto, Martí llamó a Bolívar “Padre de Amé-rica” y proclamó que para hablar de él se necesitaba una montaña por tribuna, la tiranía descabezada a los pies y un haz de pueblos libres en cada mano.

Sólo quien esto hubiera hecho podría expresarse en su contra.

El influjo bolivariano en Martí pudiera remitirnos al pensamiento o a la acción. Para nosotros, lo fundamen-tal es el pensamiento. No concebimos un brazo armado que luche por la emancipación de los pueblos, sin un ba-samento ideológico y político que lo impulse a combatir. Tales concepciones se forjaron en Bolívar y en Martí como reflejo de la Sociedad en que vivían y la urgencia de su transformación. El cambio es la esencia de la naturaleza y lo que es válido para esta, también lo es para el pensa-miento y la sociedad. Convencido Bolívar de que el medio

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es la génesis de todo lo demás, postuló: “La naturaleza debe presidir a todas las reglas”.

Martí complementa tal afirmación con una concep-ción menos teórica y más práctica al procurar el aprove-chamiento de esta para beneficio de los pueblos: “Estudiar las fuerzas de la naturaleza”, dijo, “y aprender a manejar-las, es la manera más derecha de resolver los problemas sociales”.

Esa continuidad histórica en cuanto a un mismo pen-samiento latinoamericano, debe ser ejemplificada con expresiones, hechos y circunstancias que avalen el presu-puesto del cual partimos.

Los grandes de la historia, por su visión anticipada de los necesarios procesos de cambios de la humanidad, se identifican en el horizonte racional, aun cuando no se lo propongan.

Todavía estamos luchando contra las pretensiones expansionistas y hegemónicas de los Estados Unidos que entraban el desarrollo integracionista de nuestra América y niegan al pueblo puertorriqueño el derecho a su autode-terminación.

Problemas todos vislumbrados por Bolívar desde 1822, al afirmar que al frente de nuestro Continente se ha-llaba “una poderosísima nación muy rica, muy belicosa y capaz de todo”.

Para no dejar sombra alguna de a quién se refería, siete años más tarde reafirmó que: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias, a nombre de la libertad”, y Martí hubo de senten-ciar: “Los pueblos de América serán más libres y prósperos a medida que más se apartan de los Estados Unidos”.

Próximo a su desaparición física, el Libertador cree que su obra ha quedado inconclusa, pero no hay tal. José

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Martí toma en sus manos toda la carga histórica de Lati-noamérica para continuar con mayor profundidad y radi-calización la obra de Bolívar: pensamiento precursor del antimperialismo.

Para convertir en patriotas a seres acostumbrados a vivir en servidumbre, Bolívar comenzó la transformación por lo más subyugado de la sociedad de su tiempo: el in-dio y el negro esclavo.

A los primeros, Bolívar les llama “naturales”, otras veces “población indígena”, y en contadas ocasiones, “in-dios”. Cuando sus tropas llegan victoriosas al Cuzco, es-cribe:

He llegado ayer al país clásico del sol, de los Incas… mi alma está embelesada con la presencia de la pri-mitiva naturaleza, desarrollada por sí misma, dando creaciones de sus propios elementos por el modelo de sus inspiraciones íntimas, sin mezcla alguna de las obras extrañas, de los consejos ajenos, de los ca-prichos del espíritu humano, ni el contagio de la his-toria de los crímenes y de los absurdos de nuestra época.Más de medio siglo después, José Martí, refiriéndose

a los indios, diría: “Ellos fueron inocentes (…) Ellos imagi-naron su gobierno, su religión, su arte, su guerra (…) Todo lo suyo es interesante, atrevido, nuevo.

Para José Martí, las culturas nativas de América cons-tituían un suceso, cuya existencia no podía separarse de la vida presente y futura de sus pueblos, por eso afirmó: “la inteligencia americana es un penacho indígena”.

Dos grandes de América, recogieron la injusticia de los blancos para con la raza autóctona: “Aquí la albocracia (gobierno de los blancos) sobre los indios”, afirmaba Bo-lívar, “es dogma absoluto, y lo que es más, sin oposición,

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porque los tales indígenas no se defienden y obedecen a los demás colores”.

Martí reafirmaría posteriormente:Y al reaparecer en esta crisis de elaboración de nues-tros pueblos los elementos que lo constituyeron, el criollo (blanco) independiente es el que domina y se asegura, no el indio de espuela, marcado de la fusta, que sujeta el estribo y le pone adentro el pie, para que se vea de más alta a su Señor.Pero al mismo tiempo, esos dos grandes de América

se propusieron llevar su vocación libertadora a las masas autóctonas del Continente. “Los pobres indígenas”, sen-tenciaba Bolívar, “se hallan en un estado de abatimiento verdaderamente lamentable. Yo pienso hacerles todo el bien posible: primero por el bien de la humanidad, y se-gundo, porque tienen derecho a ello”.

Martí postularía: “Los indios a las veces se resisten; pero se educará a los indios. Yo los amo, y por hacerlo haré”.

Bolívar consideraba incompatible con la igualdad “el servicio personal que se ha exigido por la fuerza a los na-turales indígenas, y con las exacciones y malos tratamien-tos, que por su estado memorable han sufrido en todos los tiempos por parte de los jefes civiles, curas, caciques y hacendados”.

Para Simón Bolívar, la lucha por la libertad estaba ín-timamente vinculada a la lucha por la igualdad. Ambas resumían las aspiraciones sociales y políticas de las clases y castas de la sociedad de su época.

El libertador las recoge en su proclama del 17 de octu-bre de 1817. “¡Soldados!, vosotros lo sabéis. La igualdad, la libertad y la independencia son nuestra divisa”.

Es decir, no basta con ser libre si se mantiene la desigualdad. En las mismas proclamas, y a continuación

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de lo anteriormente leído, se evidencia que el propósito libertador e independentista de Bolívar, incluía también implicaciones sociales: “¿Nuestras armas”, dijo, “no han roto las cadenas de los esclavos? ¿La odiosa diferencia de clases y colores no ha sido abolida para siempre?”.

Cuando Bolívar formula estas preguntas a los solda-dos, reconoce que existen diferencias de clases y colores, las califica de odiosas y aspira a su eliminación.

A este respecto, Martí se pronunciaría más radical-mente: “Enoja oír hablar de clases, reconocer que existen es contribuir a ellas”.

La otra porción subyugada de aquella sociedad era el negro esclavo. Bolívar se percata, objetivamente, de que los colonialistas han logrado enrolar, bajo la bandera de la antirrepública, a las masas populares, a los negros. La con-trarrevolución española produjo un impacto más atrayen-te y rico en efectos políticos que la rebelión americana de los mantuanos –clase económicamente dominante- contra el colonialismo español.

El mantuanismo estuvo siempre permeado por el es-píritu de conciliación y jamás se habría podido radicalizar, por cuanto mantuanos y españoles no defendían intereses de clases diferentes, sino intereses diferentes de una mis-ma clase.

Tan explotadores eran los unos como los otros.Cuando Bolívar se decide a cambiar el punto de apo-

yo de la Revolución Americana, está convencido, luego de la caída de la I y II Repúblicas, de que los mantuanos son incapaces de continuar la empresa libertadora. A partir de ese instante, se decide a ganar para su causa a los indios, negros y pardos que un día siguieron a los colonialistas españoles bajo la bandera de la antirrepública. Sabe que será necesario desencadenar las más primitivas y violen-

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tas energías populares, pero está convencido de que él puede dirigir y encauzar esas energías hacia objetivos de justicia social, tales como la abolición de la esclavitud y la igualdad política y social de las razas. Bajo esos estandar-tes quedarían unificados los hispanoamericanos sin dis-tinción alguna por el color, el nacimiento o la riqueza.

La explotación económica de la mano de obra negra se asentaba sobre una complicada superestructura jurídi-ca, étnica y cultural.

Martí precisaría, setentiocho años después, que: “Los negros están demasiado cansados de la esclavitud para entrar voluntariamente en la esclavitud del color”.

El 2 de junio de 1818, Bolívar declara: “he venido en decretar como decreto, la libertad absoluta de los escla-vos que han gemido bajo el yugo español en los tres siglos pasados”. Posteriormente postulaba: “Un Gobierno repu-blicano ha sido, es y debe ser el de Venezuela; sus bases deben ser la soberanía del pueblo (…) La proscripción de la esclavitud, la abolición de la monarquía y de los privile-gios”. Y aún antes había manifestado:

Tengamos presente que nuestro pueblo no es el eu-ropeo, ni el americano del norte, que más bien es un compuesto de África y de América, que una emana-ción de Europa; puesto que hasta la España misma, deja de ser europea por su sangre africana, por sus instituciones, y por su carácter. Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos.José Martí reafirmaría: “No hay odios de razas, por-

que no hay razas”. Al decretar la abolición de la esclavitud, Bolívar en-

tró en contradicción con los mantuanos, pues restó a éstos la posibilidad de explotar la mano de obra esclava en los fundos de su propiedad, en un país cuyo desarrollo se le-

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vantaba sobre una economía de plantación. El mantuanis-mo se lanzó al ataque, asegurando que Bolívar libertaba a los esclavos para que se incorporaran al ejército patriota. Lo cierto es que la revolución favoreció el igualitarismo político y social. Durante las pugnas coloniales comienza el lento pero seguro ascenso de los explotados: indios, ne-gros, pardos, mestizos y blancos de orilla. La revolución acelera el proceso, porque estimula la vocación de adelan-to de los oprimidos, impulso definitivo hacia la igualdad política y social. Consecuente con estos principios, y en respuesta al ataque de los mantuanos, Bolívar sentenció: “¿Será justo que mueran solamente los hombres libres por emancipar a los esclavos?”.

Martí postularía: “En los campos de batalla, murien-do por la patria, han subido juntas por los aires, las almas de los blancos y de los negros”

Bolívar no conformó una teoría sobre los antagonis-mos económicos y de clases, planteamiento que conduciría muchos años después de su muerte al nacimiento del so-cialismo, pero puso en práctica la justicia social, exigencia obligada de todo proceso verdaderamente revolucionario.

Veamos primero, muy sucintamente, y de modo ge-neral, la visión de Bolívar sobre el factor económico.

En la Carta de Jamaica (6 de septiembre de 1815), ase-gura que el sistema político del colonialismo español se asentó sobre la condición subordinada de los americanos, en este caso, sinónimo de criollos: “La posición de los mo-radores del hemisferio (Hispanoamérica) ha sido por si-glos puramente pasiva: su existencia política es nula”.

De esta inferioridad política, Bolívar pasa a señalar otra implicación de ese régimen de dependencia política: la subordinación económica. Fue una subordinación im-puesta por los conquistadores, quienes desde el principio,

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ávidos de riquezas, se afianzaron como grupo dominador. En nuestro sistema, aclaraba Bolívar, “no ocupamos otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el tra-bajo, y cuando más, el de simples consumidores”.

Y, a fin de ser más preciso, continúa: “¿Quiere usted saber cuál era nuestro destino? Los campos para cultivar el café, la caña, el cacao y el algodón, las llanuras solitarias para criar ganados, los desiertos para cazar las bestias fe-roces y las entrañas de la tierra para excavar el oro”.

En conclusión, las colonias quedaban destinadas a la producción de aquellas materias primas que interesaban a la metrópoli. Actualmente la situación no ha cambiado mucho, hoy son neocolonias de otra metrópoli que no está al este de España, sino al norte”.

Martí sentenciaría: “Cuando un pueblo fuerte da de comer a otro, se hace servir de él”.

Las medidas de carácter económico que el Libertador implantó iban siempre encaminadas a completar y afian-zar la igualdad social, porque “los hombres nacen todos con derechos iguales a los bienes de la sociedad”.

El ideal revolucionario promete una sociedad que “tiene por bases constitutivas una absoluta igualdad de derechos y una regla de justicia, que no se inclina jamás hacia el nacimiento o fortuna, sino siempre a favor de la virtud, el trabajo y el mérito”.

Bolívar desencadena un proceso revolucionario: “de-bemos triunfar por el camino de la revolución y no por otro”, dijo, para conquistar la independencia, pero al mis-mo tiempo lucha por la igualdad y, por tanto, contra la injusta distribución de la riqueza, consagrada por la socie-dad de su tiempo.

Revolución y medidas de orden económico en sim-biosis magistral para lograr un reparto equitativo de los

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bienes nacionales entre aquellos que luchan, directa y efectivamente por la independencia y la igualdad: los sol-dados del ejército libertador, o, lo que es igual al pueblo, porque para Bolívar “el pueblo está en el ejército”, en con-secuencia, ese ejército “es el pueblo que quiere, el pueblo que obra y el pueblo que puede”.

Por todas estas concepciones, puestas en práctica, puede reafirmarse que Bolívar va más allá de su clase y de su época. Sólo así se explica que el 24 de julio de 1983, el Libertador cumpla doscientos años de estar viviendo en-tre nosotros, se le continúe estudiando y se le tenga como modelo permanente de inspiración y guía para el porvenir.

Los cubanos jamás podremos olvidar que en las ins-trucciones secretas, impartidas a los delegados al Con-greso de Panamá, el Libertador proclamó la necesidad de liberar a Cuba del yugo colonialista español y propuso emprender acciones en esa dirección, las que no pudieron ejecutarse por la oposición del gobierno norteamericano.

Los cubanos, fieles intérpretes del interés popular por el esclarecimiento y revalorización de todos los próceres de Nuestra América que el imperialismo norteamericano y sus aliados naturales, las oligarquías y burguesías crio-llas, han tratado de desvirtuar, ignorar o silenciar, recono-cen que la epopeya emancipadora de América, represen-tada por Simón Bolívar, fue simiente que recogieron los forjadores de nuestra nacionalidad, estímulo que sirviera a las guerras por la independencia y contribución singular a la formación patriótica de nuestro pueblo.

Ya fin de que se destaque la fuerza americana de su ejemplo, el valor universal de sus ideas, y el agradeci-miento y respeto eterno a todos los héroes y mártires de la independencia americana, nuestro pueblo y su máxima dirigencia política y partidaria han decretado la constitu-

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ción de una Comisión Nacional Conmemorativa del Bi-centenario del nacimiento de Simón Bolívar.

Y como proclamara Martí: “¡Así, de hijo en hijo, mien-tras la América viva, el eco de su nombre resonará en lo más viril y honrado de nuestras entrañas!”

Pronto encontró esa expresión martiana otro hijo que antes de iniciar el proceso revolucionario puso las posibi-lidades del éxito bajo la advocación del Libertador y del Maestro.

Poco antes de la partida del Gramma, frente a las co-lumnas de los “Niños Héroes”, en el parque de Chapulte-pec, en Méjico, Fidel, ese otro hijo, hizo resonar el eco de su nombre, al proclamar solemnemente que la Revolución Cubana triunfaría “Con la espada de Bolívar y el pensa-miento de Martí”.

¡Y triunfó…!

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viniCio romero

El 19 de abril de 1810 se produjo en Caracas el golpe de Estado que dio origen al proceso de cambios en las es-tructuras políticas y sociales de Venezuela.

Para desdicha nuestra, con ello empezó también el enfrentamiento de quienes no aceptaban para nada las transformaciones propuestas, porque, evidentemente, afectaban los privilegios que habían ostentado desde ha-cía 300 años.

Pero los dirigentes comprometidos con el cambio no iban a dar marcha atrás. Un año después, el 19 de abril de 1811, fogosamente agitaba a las masas Coto Paúl recla-mando acción a los señores diputados.

En la noche del 3 al 4 de julio de ese mismo año de 1811 el joven coronel Simón Bolívar pronuncia un encen-dido discurso en el seno de la Sociedad Patriótica exigien-do celeridad al Congreso, resumiendo en una frase un sentimiento nacional, aún vigente: “Vacilar es perdernos”.

Finalmente, el 5 de julio de 1811, se declara la inde-pendencia. Empezamos a ser venezolanos jurídicamente hablando, y en ese mismo año nos dimos la primera Cons-titución de Hispanoamérica y la tercera del mundo.

Paralelamente, Domingo Monteverde, a la cabeza del ejército realista, iniciaba la reacción armada contra la deci-

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sión tomada por los patriotas, la de hacernos libres, sobe-ranos e independientes, bajo solemne juramento.

Era la división de la sociedad civil más palpable, por-que ya estábamos en democracia y para ese momento po-seíamos un medio de comunicación social: la Gaceta de Caracas.

Pero no había comenzado allí la división de la socie-dad civil. Y hoy en día es más que pertinente recordarlo, respondiendo una pregunta válida: ¿Quién dividió a la so-ciedad venezolana?

Permítaseme responder a esa pregunta más adelante, como diría Martí, con el libro de historia ante de los ojos.

Sostener esos cambios, en épocas distintas, cuánto costó a nuestros próceres comunes en América; cuánto costó a Bolívar y a Martí. Y si triunfaron fue por su cohe-rencia en las doctrinas expuestas.

Si bien es cierto que hay bolivarianos auténticos, tam-bién hay que reconocer que existen venezolanos de anti-guo y de nuevo cuño que rechazan una doctrina boliva-riana. Así, algunos profesores iconoclastas lograron deste-rrar a Bolívar de los programas de la Escuela de Historia de la UCV, sólo por no enfrentarse a una verdad histórica.

Hay que denunciar a esos intelectuales deshonestos que saben bien hacia dónde van dirigidos sus dardos sin importarles el hecho de que a quien hacen daño es a la juventud estudiosa y al futuro de nuestro país; pero cuán equivocados están si piensan que van a secuestrar el pen-samiento bolivariano.

No, no enterrarán ni su nombre ni su pensamiento. Vamos a trabajar en el sentido de restituir a la UCV en su Escuela de Historia los estudios críticos de la obra de Bolívar, así como se mantienen en otras universidades del país y en las universidades más renombradas del mundo.

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Venezuela es bolivariana por sentimiento, por lealtad al héroe que ofrendó su vida por esta patria. El venezo-lano es bolivariano desde la cuna; desde que el niño o la niña comienzan a balbucear saben que Bolívar es el padre de la patria. El hombre común, la mujer común, la gente sencilla que camina nuestras calles siente al héroe en su alrededor. Sólo quienes temen la lección de Bolívar pre-tenden desterrarlo.

Me pregunto por qué se le teme al Bolívar revolucio-nario, a ese que libertó a sus propios esclavos para dar ejemplo a los terratenientes de su misma clase social; a ese que luchó a brazo partido contra la corrupción; que decretó la pena de muerte para todo el que robara el erario público; que fundó escuelas para niñas cuando la educación de la mujer era tenida a menos; que quiso ins-taurar el Poder Moral y fue rechazado por aquellos dipu-tados timoratos de Angostura, que se vieron retratados en las severas penas que imponía; un Poder Moral que obligaba a que el sillón del juez considerado corrupto de-bía permanecer durante cincuenta años cubierto con un paño negro y el nombre del destituido en grandes carac-teres blancos y la República entera se vestiría de luto por un mes.

Me pregunto por qué esconder a este hombre prodi-gioso que amó las leyes y la justicia; que fue guerrero y fue amante; que tuvo infinitas virtudes y también cayó a los pies del error, pero que tuvo la voluntad de levantarse, que pecó, sí, gracias a Dios, como todo mortal.

Yo creo, señores, que estamos viviendo los momen-tos precisos de una conmoción, de una sacudida tremenda que, cual terremoto, nos obliga a mover todo nuestro inte-rior y a despertar nuestras fibras para poner los sentimien-tos en su sitio.

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Después de muchos años de fariseísmo, de observar el darse golpes de pecho de muchos venezolanos, de oír la palabra hueca de quienes sostuvieron en sus labios el nombre de Bolívar para prostituirlo, utilizándolo para fi-nes inconfesables; después de muchos años del tintineo de un bolivarianismo de embuste, de mentira, mientras se vendió y hasta se saqueó al país, porque en verdad lo que les ha interesado es el bolívar con minúscula, el de la moneda, es decir, el bolivarerismo, como diría el maestro don Lucho Villalba, se nos ofrece ahora con claridad meri-diana, el momento estelar de un Simón Bolívar auténtico, cuya doctrina hay que rescatar del secuestro interesado y perverso a que ha sido sometida.

A Bolívar se le ha querido maquillar, lavarlo y presen-tarlo inmaculado, más allá del bien y del mal, porque hay quienes tiemblan ante la fuerza arrolladora de su ejemplo y se estremecen al pensar que descubriendo lo que Bolívar es y lo que fustigaba, se están procurando cuchillo para su propia garganta.

Al juramentarme en marzo pasado como presidente de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, expresé –y per-mítaseme repetirlo aquí- que yo no concibo un Bolívar obsoleto, enmohecido, lleno de telarañas, como congelado en una imagen de televisión; pero tampoco quiero un dios ni un semidiós. Yo quiero un Bolívar humano, desprejui-ciado, con sus vicios y sus virtudes. Un Bolívar auténtico, vigente, absolutamente vivo, no enterrado en el Panteón Nacional, sino que trata de decirnos a gritos que es muy aburrida una eternidad en la que él se sienta aislado de nosotros. Y es perfectamente posible comunicarnos con él, establecer una sintonía con aquél que nos dejó sus cartas, sus discursos, sus proclamas; aquél que reunió en sí mis-mo el valor, la constancia, el sacrificio, el desprendimien-to, el estudio, la honestidad.

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Existe una doctrina bolivariana digna de seguirla. Se pretende, sin embargo, desconocer esa doctrina. En la prensa nacional del 17 de diciembre pasado, por ejemplo, bajo el título “Intelectuales marcharán en honor al Liber-tador”, aparecen las declaraciones del historiador Manuel Caballero, que siempre se mostró antibolivariano y ahora, para sorpresa de todos, marchó en desagravio a la memo-ria del Libertador. En dichas declaraciones, dice Caballero que “Bolívar no tiene un pensamiento único, uniforme, y por lo tanto, para apropiarse de su memoria hay que mu-tilarlo”.

Mayor mentira no puede decirse. Si alguna doctrina es coherente y original, ésa es la de Simón Bolívar. Pero en Caballero está pintada la deshonestidad de un intelectual que, a sabiendas de que engaña, lo hace para deformar la realidad histórica y para manifestar su oposición política. Caballero ha sido siempre un militante del antibolivaria-nismo; y marchó para desagraviar la memoria de Bolívar. ¡Cosas veredes, Sancho!

Este programa BOLÍVAR-MARTÍ que hoy presenta-mos ante ustedes, tiene como finalidad principal demos-trar una vez más que existe una doctrina bolivariana dig-na de ser estudiada en todo el mundo, así como existe y está vigente una doctrina martiana.

En cuanto a Bolívar, ¿será cierto que dejó una doctri-na que pueda servir de modelo para un proyecto de país? Pregúntenle a Miguel de Unamuno si en la obra de Bolívar hay o no hay una doctrina coherente, precisamente a Una-muno, quien dijo que sin Bolívar la humanidad quedaría incompleta.

Pregúntenselo a Marcelino Menéndez Pelayo, a Fran-cisco Villaespesa, a Garibaldi, a Humboldt, a Bonpland, a Lafayette, a Rafael María Baralt, a Juan Montalvo, a Ortega

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y Gasset, a Marius André, a José Enrique Rodó, a Waldo Frank, a Francisco Pividal, a Rómulo Gallegos, a Arturo Uslar Pietri, a Caracciolo Parra Pérez, a Mario Briceño Ira-gorry, a Vicente Lecuna, a don Lucho Villalba, sin contar a tantos historiadores venezolanos, cuestiónenle a Rafael Caldera o a David Morales Bello el haber escrito sendos libros con el mismo título: Bolívar siempre.

Pregúntense por qué en Estados Unidos hay calles y pequeños pueblos que llevan el nombre de nuestro Liber-tador, y eso desde 1816; pregúntense por qué la primera biografía europea de Bolívar se escribió en Milán, en1818; por qué en París se puso de moda el sombrero de Bolívar en 1819, y la baguette, el típico pan francés, llevaba la efigie de Bolívar, por qué el poeta Byron bautiza un barco suyo con el nombre de Bolívar; por qué en España, en 1820, los generales Quiroga y Riego se levantan en armas con-tra el absolutismo de Fernando VII y proclaman a Simón Bolívar; por qué en 1825 un grupo de intelectuales rusos, Pushkin, los hermanos Polevoi, Péstel, Poltarosky, eran grandes admiradores de Bolívar y se reunían en secreto en su lucha contra el zarismo proclamando como emblema del republicanismo al Libertador, y juraban en cada sesión por Dios y por Bolívar; por qué el astrónomo Flammarion, bautizó en 1911 la estrella “Bolívar”.

Y eso que no les pido, por demasiado obvio, que se pregunten por qué los pueblos todos de América lo acla-maron y lo llamaron a gritos para que los libertara… y estuvo a punto de emprender la empresa libertadora de Cuba y de Puerto Rico… y hasta de la misma España, a libertar a los españoles del yugo de Fernando VII, sólo que al imperio norteamericano le pareció ya demasiado y obs-truyó el camino, así como saboteó el Congreso de Panamá junto con otras potencias igualmente imperialistas.

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¿Cómo se explica, por ejemplo, que hayan venido a combatir por esta patria, atraídos por el prestigio de Bolí-var, soldados españoles, franceses, ingleses, escoceses, ir-landeses, brasileros, italianos, argentinos, uruguayos, chi-lenos, cubanos, colombianos, peruanos, polacos, es decir, de toda América y de casi todo el mundo?

La figura de Bolívar era el paradigma por excelencia de la idea republicana, de la acción constructora de la Re-pública; mas no asombraron tanto al mundo su capacidad de guerrear y de conducir tropas como sus ideas expues-tas en discursos, en manifiestos, en cartas y en proclamas.

Ya en 1812 se da a conocer con su extraordinario Ma-nifiesto de Cartagena, que le valió la confianza de los gra-nadinos. En 1813 se destaca como estadista al entrar a or-ganizar el Estado venezolano. En 1815 publica su famosa carta profética de Jamaica. En 1816 decreta la libertad de los esclavos. En 1818 crea el Correo del Orinoco, precisamen-te para decir al mundo que aquí se hacía una revolución por la justa causa de la libertad, fundada en principios de-mocráticos de los más ilustres pensadores del país, como Juan Germán Roscio, Fernando Peñalver, José Rafael Re-venga, Manuel Palacio Fajardo, Cristóbal Mendoza, y tan-tos otros que constituyeron la crema de la intelectualidad venezolana al servicio de la revolución.

En 1819 reúne el Congreso de Angostura y lo instala con un medular discurso, quizás su más importante pieza oratoria; renueva las instituciones del Estado, crea, inven-ta, unifica, anima aquí al que está a punto de desmayar, allá le eleva la auto estima al decaído de espíritu; saca de la manga la carta oportuna en el momento oportuno y todo esto en medio de un guerrear constante y de un ir y venir a través de 100 mil kilómetros recorridos.

Sí, hay, pues, una doctrina bolivariana, quiéranla re-conocer o no los ofuscados.

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Y unos de los principales discípulos de Bolívar es Martí. Y precisamente, este sesquicentenario de José Mar-tí, el 28 de enero de 2003 y los 220 años de Bolívar, que ya se acercan, son motivos más que suficientes para imple-mentar aquí y en Cuba el programa simultáneo LEER A BOLÍVAR – LEER A MARTÍ.

Sin Bolívar y sin Martí no hay revolución que valga. Pero le hacemos un flaco servicio a la revolución si no va-mos al fondo, a la médula de la doctrina que nos dejaron. No se trata de llenarnos la boca con los nombres de nues-tros héroes, llamándonos martianos o bolivarianos, si no conocemos su esencia.

Esta es la tarea fundamental que nos hemos impuesto al crear el programa cultural binacional BOLÍVAR – MAR-TÍ, alentado por esta extraordinaria figura del intelecto cu-bano, Armando Hart Dávalos, luchador incansable, gla-diador de la cultura continental, con quien tuve el placer de firmar en La Habana una declaración conjunta en la que señalamos que “el pensamiento latinoamericano y caribe-ño a partir del ideario del Libertador Simón Bolívar y del Apóstol José Martí, simboliza las ideas emancipadoras de los próceres de la región, que fundamentan nuestra iden-tidad y constituyen un legado activo en el modo singular de enfocar los problemas del mundo contemporáneo y las posibles vías de desarrollo, aun en las condiciones de incertidumbre y desventaja económico-social propias de esta época”.

Hay muchos elementos que unifican el pensamiento de Bolívar y el de Martí. Éste no concibe otra vía para la libertad sino la cultura. “Ser cultos –dice- es el único modo de ser libres”.

Bolívar es un hombre de la ilustración europea. Y Martí le sigue muy de cerca en las ideas.

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Instrucción –dice el Apóstol- no es lo mismo que educación: aquella se refiere al pensamiento, y ésta prin-cipalmente a los sentimientos. Sin embargo, no hay buena educación sin instrucción. Las cualidades morales suben de precio cuando están realzadas por las cualidades inte-ligentes.

Educación popular no quiere decir exclusivamente educación de la clase pobre; sino que todas las clases de la nación, que es lo mismo que el pueblo, sean bien edu-cadas.

El que sabe más, vale más. Saber es tener. La moneda se funde, y el saber no. Los bonos, o papel moneda, valen más, o menos, o nada: el saber siempre vale lo mismo, y siempre mucho. Un rico necesita de sus monedas para vi-vir, y pueden perdérsele, y ya no tiene modos de vida. Un hombre instruido vive de su ciencia, y como la lleva en sí, no se le pierde, y su existencia es fácil y segura.

El pueblo más feliz es el que tenga mejor educados a sus hijos, en la instrucción del pensamiento, y en la direc-ción de los sentimientos.

El pueblo instruido ama el trabajo y sabe sacar pro-vecho de él. Un pueblo virtuoso vivirá más feliz y más rico que otro lleno de vicios, y se defenderá mejor de todo ataque.

A un pueblo ignorante puede engañársele con la su-perstición, y hacérsele servil. Un pueblo instruido será siempre fuerte y libre. Un hombre ignorante está en cami-no de ser bestia, y un hombre instruido en la ciencia y en la conciencia, ya está en camino de ser Dios. No hay que dudar entre un pueblo de dioses y un pueblo de bestias. El mejor modo de defender nuestros derechos, es conocer-los bien; así se tiene fe y fuerza: toda nación será infeliz en tanto que no eduque a todos sus hijos. Un pueblo de

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hombres educados será siempre un pueblo de hombres libres. La educación es el único medio de salvarse de la esclavitud. Tan repugnante es un pueblo que sea esclavo de hombres de otro pueblo, como esclavo de hombres de sí mismo.

Está formado Martí en la escuela bolivariana. Veamos las semejanzas:

Dice Bolívar, en punto a educación:El alma de un siervo rara vez alcanza a apreciar la sana libertad: se enfurece en los tumultos, o se humi-lla en las cadenas.Moral y luces son nuestras primeras necesidades.La educación forma al hombre moral, y para formar un legislador se necesita ciertamente de educarlo en una escuela de moral, de justicia y de leyes.Un hombre sin estudios es un ser incompleto.La educación de las niñas es la base de la moral de las familias.Las Naciones marchan hacia el término de su grande-za, con el mismo paso con que camina la educación. Ellas vuelan, si ésta vuela, retrogradan, si retrogra-dan, se precipitan y hunden en la oscuridad, si se co-rrompe o absolutamente se abandona.El fundamento verdadero de la felicidad: la Educa-ción.El objeto más noble que puede ocupar al hombre: ilustrar a sus semejantes.Formado inicialmente en Caracas cuando en la ciu-

dad había una sola escuela pública y muy pocas privadas, con maestros como Francisco Carrasco, Fernando Vides, el padre José Antonio Negrete, Guillermo Pelgrón, el padre Francisco de Andujar, Andrés Bello y Simón Rodríguez, quien le dio la primera orientación política y filosófica y

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formó su “corazón para la libertad y para la justicia”, Bolí-var se aquilató intelectualmente en Madrid bajo la conduc-ción del sabio caraqueño don Jerónimo de Ustáriz.

Según propia confesión, bebió en la fuente directa de “Locke, Condillac, Bufón, d’Alembert, Helvetius, Mon-tesquieu, Mably, Filangieri, Lalande, Rousseau, Voltaire, Rollin, Berthot y todos los clásicos de la antigüedad, así filósofos historiadores, oradores y poetas; y todos los clá-sicos modernos de España, Francia, Italia y gran parte de los ingleses…”

Bolívar fue un apasionado lector y entendió, en su amplitud de criterio, la razón de ser y la importancia de los libros. Sus conocimientos, las citas precisas que hace en sus escritos, el empleo justo de la palabra y las frases bien pensadas, bien dichas, en estilo corto y categórico, son una clara demostración de la profundidad de las lecturas del Libertador.

En Bolívar y en Martí encontramos también el mismo amor por nuestra América. Para Bolívar, ¿Qué somos los americanos?

“Nosotros –lo señala en la Carta de Jamaica, motivo serie de reflexión todavía- somos un pequeño género hu-mano; poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares; nuevos en casi todas las artes y ciencias, aunque en cierto modo viejos en los usos de la sociedad civil. Yo con-sidero el estado actual de la América, como cuando des-plomado el imperio romano, cada desmembración formó un sistema político, conforme a sus intereses y situación, o siguiendo la ambición particular de algunos jefes, fami-lias, o corporaciones”.

Si en Martí era una constante la conciencia de la Amé-rica nuestra, siempre en sus escritos, en Bolívar era igual. Decía el Libertador:

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Para nosotros, la Patria es la América.Hagamos que el amor ligue con un lazo universal a los hijos del hemisferio de Colón, y que el odio, la venganza y la guerra se alejen de nuestro seno.Amo la libertad de la América más que mi gloria pro-pia; y para conseguirla no he ahorrado sacrificios.Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su ex-tensión y riquezas que por su libertad y gloria.Una sola debe ser la Patria de todos los americanos, ya que en todo hemos tenido una perfecta unidad.La historia de los infortunios y errores de la América es elocuente para los que saben leerla.Si la América no vuelve sobre sus pasos, si no se con-vence de su nulidad e impotencia, si no se llama al orden y la razón, bien poco hay que esperar respecto a la consolidación de sus gobiernos; y un nuevo colo-niaje será el patrimonio que leguemos a la posteridad.Los Estados Unidos, (que) parecen destinados por la Providencia para plagar a la América de miserias a nombre de la Libertad.Ahora bien, ¿cómo le llegó Martí a Bolívar?Aquí a Caracas vino un hombre inquieto y débil, que

conoció a Bolívar en su entraña, y se fue fuerte y vigoro-so… Y empezó a conjugar los verbos en tiempo de Bolívar: “En calma no se puede hablar de aquel que no vivió jamás en ella; ¡de Bolívar se puede hablar con una montaña por tribuna, o entre relámpagos y rayos, o con un manojo de pueblos libres en el puño y la tiranía descabezada a los pies!”

Ese es el verbo de José Martí. Y remata su discurso con una verdad del tamaño de una catedral: “Pero así está Bolívar en el cielo de América, vigilante y ceñudo, sentado

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aún en la roca de crear, con el inca al lado y el haz de ban-deras a los pies; así está él, calzadas aún las botas de cam-paña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy; porque Bolívar tiene que hacer en América todavía!”.

Martí siente que de las entrañas de América surge Bo-lívar. Se pregunta: “¿qué sucede de pronto, que el mundo se para a oír, a maravillarse, a venerar? ¡De debajo de la capucha de Torquemada sale ensangrentado y acero en mano el continente redimido! Libres se declaran los pue-blos todos de América a la vez. Surge Bolívar, con su co-horte de astros. Los volcanes, sacudiendo los flancos con estruendo, lo aclaman y publican”.

A caballo, la América entera. Y resumen en la noche, con todas las estrellas encendidas, por llanos y por montes, los cascos redentores. Hablándoles a sus indios va el clé-rigo de México. Con la lanza en la boca pasan la corriente desnuda los indios venezolanos. Los rotos de Chile mar-chan juntos, brazo en brazo con los cholos del Perú. Con el gorro frigio del liberto van los negros cantando, detrás del estandarte azul. De poncho y bota de potro, ondeando las bolas, van, a escape de triunfo, los escuadrones de gau-chos. Cabalgan, suelto el cabello, los pehuenches resucita-dos, voleando sobre la cabeza la chuza emplumada.

Pintados de guerrear vienen tendidos sobre el cuello los araucos, con la lanza de tacuarilla coronada de plumas de colores; y al alba, cuando la luz virgen se derrama por los despeñaderos, se ve a San Martín, allá sobre la nieve, cresta del monte y corona de la revolución, que va, en-vuelto en su capa de batalla, cruzando los Andes ¿Adónde va la América, y quién la junta y guía? Sola, y como un solo pueblo, se levanta. Sola pelea. Vencerá, sola.

Paréceme oír a Martí en nuestros días, con su verbo encendido, con su pasión americana, conjugando los ver-bos en tiempo de Bolívar.

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¡Y todo ese veneno lo hemos trocado en savia! Nunca, de tanta oposición y desdicha, nació un pueblo más pre-coz, más generoso, más firme. Sentina fuimos, y crisol co-menzamos a ser. Sobre las hidras, fundamos. Las picas de Alvarado, la hemos echado abajo con nuestros ferrocarri-les. En las plazas donde se quemaba a los herejes, hemos levantado bibliotecas. Tantas escuelas tenemos como fa-miliares del Santo Oficio tuvimos antes. Lo que no hemos hecho, es porque no hemos tenido tiempo para hacerlo, por andar ocupados en arrancarnos de la sangre las impu-rezas que nos legaron nuestros padres… Ha triunfado el puñado de apóstoles.

Señoras, señores: Venezuela sufre en nuestros días una angustia existencial. Las pasiones desbordadas, fero-cidad en las acciones públicas, intolerancia, odios exacer-bados, tenaz e implacable oposición a sangre y fuego, lo que está planteado es verle el hueso al adversario. Parecie-ra que el país está dividido en dos pedazos, fracturada la sociedad civil. ¿Quién dividió a Venezuela?

La matriz de opinión fabricada abiertamente, en for-ma sesgada, por la mayoría de los medios de comunica-ción social señala un solo culpable. Digámoslo con todas las palabras: el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías, ha logrado dividir a Venezuela.

Es decir, la oposición jamás ha proferido un insulto, jamás ha pronunciado las palabras “ladrón”, “tirano”, “dictador”; no ha intentado arruinar la democracia ni ha violentado el orden constitucional. Y no se hable de la ra-dio, de la televisión y de la prensa mediatizada. Desde la mañana hasta la media noche es una sola campaña de des-calificación, de señalamientos sin comprobar, no importa que mañana haya que rectificar.

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Me gustaría caminar en la grata compañía de ustedes para tratar de encontrar el origen del actual estado de con-flictividad que vivimos.

Si transitamos el sendero del odio, antítesis del amor, nos encontraremos con lo siguiente:

Durante la época provincial, mal llamada colonial, los odios eran terribles. Las clases sociales bien diferenciadas marcaban la discriminación. El blanco odiaba al negro por no ser el negro blanco. Se agravó la división de la socie-dad con la publicación de la cédula de Gracias al Sacar, del 10 de febrero de 1795 que permitía el ascenso social de los pardos, con 500 reales de vellón se “blanqueaban”, con 1000 reales podían darles el título de “don”, etc.

El patricio Juan Germán Roscio –por mencionar sólo un caso- tuvo que librar un largo pleito para poder gra-duarse de abogado porque era hijo de una cuarterona. Los mantuanos caraqueños protestaron la real cédula porque no concebían cómo gracias a ella un hombre de su clase ahora podía compartir el mismo espacio con un negro o un pardo. La sociedad venezolana estaba realmente divi-dida, odiosamente dividida.

Los aristócratas que se opusieron a la real cédula de Gracias al Sacar no concebían otra sociedad civil distinta a la de los mantuanos. Ellos eran la sociedad.

Decían que Dios hizo el café, Dios hizo la leche, pero no hizo el café con leche.

Tras esa odiosa discriminación que cortaba en tajos a la sociedad colonial, vino la guerra de independencia, inicialmente una guerra civil entre venezolanos divididos entre realistas y patriotas.

Luego vinieron otras guerras civiles y después la de los cinco años –cinco años de guerra- la guerra federal. Más de 200 mil muertos, no se sabe cuántos lisiados, im-pedidos, destruidos moral y físicamente. El país en ruinas.

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Se han producido en el país más de 480 revoluciones, revueltas, todas con incidencia en el odio entre los vene-zolanos.

Saltemos a los tiempos modernos: el 18 de octubre de 1945 –hace apenas 56 años-, los actores políticos de ese momento fueron desplazados traumáticamente por otro grupo político naciente como era Acción Democrática. Cuánto odio inculcarían algunos de aquellos personajes desplazados a sus hijos y nietos, y éstos a su vez han teni-do que superarlo para sobrevivir.

El derrocamiento de Pérez Jiménez, en 1958, no sólo produjo saqueos y ajusticiamientos, sino que además dio inicio a una fuga de cerebros que debería dolernos a to-dos. El caso más patético es el del sabio Fernández Mo-rán, creador del bisturí de diamantes, quien fue repu-diado por el simple hecho de haber sido nombrado Mi-nistro de Educación una semana antes de que cayera el régimen. Muchos personajes políticos del régimen caído poco a poco se fueron mimetizando e introduciéndose en las nacientes tendencias políticas a tal punto que basta-ría revisar documentos y la hemeroteca de esa época para asombrarnos con los muchos camaleones de la política contemporánea.

Ya en las elecciones del 63, Acción Democrática había perdido gran parte del tesoro más grande de una agru-pación política: la juventud. Las tres divisiones de AD dejaron profundas marcas en la sociedad, porque es la sociedad la que integra los partidos. Ni se diga la situa-ción interna de AD cuando se divide por la actitud ante las elecciones que le fueron arrebatadas a Prieto Figueroa, 720 mil votos del maestro significaban 720 mil enemigos de AD, que por esa división perdió las elecciones por 50 mil votos ante Rafael Caldera.

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¿Y nos olvidamos, acaso, de la frustración de los cau-saerristas en 1992 cuando Andrés Velásquez ganó las elec-ciones presidenciales y se las quitaron, reduciéndolo des-caradamente al cuarto lugar? Le dejaron apenas 1.232.000 votos. Más de un millón de personas a quienes AD y CO-PEI y Convergencia llamaban los “tira piedras”, otra vez los “cholúos”, otra vez la descalificación social. Todavía ese inmenso sector está facturado.

Y vinieron los años 70 y los 80, los dirigentes políticos empezaron a defraudar a la gente. La política, que es la ética de gobernar se convirtió en el arte de engañar, en el fraude y en la meretriz que todos aprovechaban? ¿Y cómo rescatar la dignidad de un país en el que todos hemos sido cómplices?

En esas décadas de los 70 a los años 90 cuando el país comienza a sentir que se profundizan los odios, la into-lerancia, los resentimientos y las frustraciones. Aquel es-pejismo de la gran Venezuela de los años 70 se fue des-vaneciendo como el humo entre las manos con el viernes negro del 83. Ese viernes negro fue para Venezuela como la bomba atómica para los japoneses. La diferencia está en que ellos aprovecharon su desgracia para salir adelante, en cambio nosotros rodamos por un despeñadero y no he-mos podido parar.

En 1989, con motivo del “sacudón”, Carlos Andrés Pérez declaró que esa era una guerra de pobres contra ri-cos. ¿Es eso división o no?

Pero sobre todo, hay dos elementos que desde hace muchos años tienen dividida a la sociedad venezolana.

Uno es el aplastamiento de la autoestima del venezo-lano, llevada a pulso originalmente contra el pueblo. Des-motivado el individuo, no le importaba lo que ocurriera en el país. Hoy en día hay un renacer del patriotismo, de

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la conciencia cívica, el más humilde de nosotros está en capacidad de discutir con cualquiera la Constitución, lo que no había ocurrido jamás con ninguna de las 25 Cons-tituciones anteriores.

El otro elemento es el de la pobreza. ¿Cómo no va a estar fracturada la sociedad venezolana cuando existe un 80% de pobreza? La marginalidad es impresionante y nos viene de una dramática herencia de gobiernos inescrupu-losos.

Quisiera, señores, que despertara entre nosotros, al menos, ese espíritu nacionalista que nos hacía sentirnos orgullosos de nuestra patria, de nuestros antepasados, de nuestra historia, esa historia que los muchachos de hoy prácticamente no conocen. Es hora de que cada uno de no-sotros, al encontrarnos con un muerto cultural o espiritual de los nuestros, le dé el toque de gracia: Lázaro, levántate y anda, ve a crecer con Venezuela, a crecer con todos, no entierres a tu patria, no sepultes a tu gente y a tu país.

Todo hecho de la historia ofrece una lección para la vida, una reflexión. Los procesos de cambio suelen ser traumáticos. No todos los entienden por igual o los mal interpretan, o simplemente, porque afectan intereses per-sonales y eliminan privilegios son rechazados. Por eso se prolongó excesivamente la guerra de independencia; por esa misma razón nuestra época, hoy, es de turbulencia. Pero es cuestión de tiempo y de firmeza en las ideas y en la aplicación de las mismas.

La vieja consigna de dividir para triunfar, debe cam-biarse por esta otra; unirnos para vencer. Es el tiempo de mirarnos en el espejo del coraje de nuestros próceres. Es el tiempo de unir. No de dividir. Es el tiempo de analizar que una de las causas del retraso de nuestra emancipación fue, precisamente, la desunión, las intrigas.

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Es el tiempo de la patria. Es el tiempo de construir la paz. No fue en vano el sacrificio de nuestros próceres, pero podemos hacerlo vano, hueco, vacío, si nos mantene-mos en constante discordia.

Es el tiempo de contener las pasiones, sin que ello sig-nifique claudicar ni caer en el brazocruicismo que tanto daño le ha hecho al país, ni mucho menos caer en el en-treguismo.

Es el tiempo de la claridad auroral y no de la penum-bra, de las sombras.

Dicho con una frase de Martí: “La conquista fue el ca-rácter de la edad pasada; tolerancia es el carácter de la edad presente; el amor será el símbolo de la edad venidera”.

Señoras y señores. No podemos permitir que nos arrolle el vértigo de las pasiones, y mucho menos caer en provocaciones de quienes a cada instante están al acecho, buscando la caída, porque no son capaces de entender, de interpretar que es el tiempo de las transformaciones, que es el tiempo de la patria.

El continente americano vio pasar a Bolívar espada en mano arrebatándole pueblos a la tiranía y convirtiendo a aquellos hombres y mujeres en seres libres, los dotó de alma republicana y los enseñó a caminar en la infancia de un sueño enteramente nuevo para ellos, los encaminó por el sendero de la esperanza; a los indígenas les devolvió las tierras que les habían usurpado; dio a los niños escuelas y a las niñas las incorporó a un sistema educativo que se les negó de siempre; dictó leyes para hacer de la justicia la reina de las virtudes; para favorecer a nuestros pueblos; entregó su vida y su fortuna en aras de la revolución.

El continente americano vio pasar a Martí con su plu-ma y con su verbo predicando libertad, invitando a la re-volución por su Cuba libre.

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Y es el mismo sacrificio que se nos exige hoy. La lu-cha no ha terminado. Bolívar mismo tuvo que admitir que sólo se había logrado la independencia política a costa de los demás bienes. Tenemos por delante el camino de la emancipación económica, tan difícil, porque los intereses de los poderosos se resisten a perder antiguos privilegios; pero venceremos, porque el poder del pueblo unido a la postre se impondrá, así está escrito.

Podemos parodiar a San Pablo en su segunda carta a los Corintios, 4,4: “El Dios de este mundo cegó el entendi-miento de los incrédulos para que no les resplandezca la luz…”

Y en la Epístola a los Efesios, el mismo Pablo reco-mienda: 6,11: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las acechanzas del diablo, que no es nuestra lucha contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíri-tus malos de los aires. Estad, pues, firmes ceñidos vues-tros lomos con la verdad y revestidos con la coraza de la justicia…”

La crisis que hoy afecta a la humanidad entera obliga a pensar en la necesidad de lograr el equilibro del univer-so, como lo quería Bolívar, o el equilibrio del mundo tal como lo proponía Martí.

Ambos intuyeron que en un momento dado se da-ría paso a la globalización, aunque no llegaran siquiera a sospechar la forma como esto se daría. Por eso ambos se preocuparon por la defensa de la identidad de nuestros pueblos para que no fueran aplastados por los efectos ne-gativos de una globalización mal entendida.

El acto de esta noche, en un escenario pleno de entu-siasmo y solidaridad, me atrevo a concluir con un cuento

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y su moraleja. Es la historia de dos hermanos que se que-rían mucho. Uno de ellos era casado, tenía hijos, compro-misos familiares. El hermano menor era soltero y tenía en bienes de fortuna lo mismo que su hermano.

El soltero pensó que no era justa que siendo su her-mano casado y con mayores compromisos tuviese los mis-mos bienes; ideó, entonces, llevarle parte de sus pertenen-cias en documentos, pero en secreto, y dejárselos a media noche en la puerta de su casa.

El hermano mayor, por su parte, pensó lo mismo. Se dijo que no era justo que su hermano menor estuviese solo, sin familiar, que le llevaría parte de sus bienes para que pudiera distraerse y encontrar una esposa y tener hijos.

A media noche ambos hermanos se encontraron en la mitad del camino. Sorprendidos se contaron mutuamente sus deseos de favorecer uno al otro.

Eso es compartir, eso es dar, entregar, sin esperar nada a cambio. Nuestros pueblos hermanos, amigo Hart, amigos cubanos, tenemos muchas cosas que compartir, en medio de la hermandad y de la solidaridad. Sólo así triun-faremos.

¿A dónde va Bolívar? ¡Al respecto del mundo y a la ternura de los americanos!... ¿A dónde irá Bolívar? Al bra-zo de los hombres, para que defiendan de la nueva codicia y del terco espíritu viejo la tierra donde será más dichosa y vieja la humanidad…!

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reinaldo rojas

“…Bolívar, más grande queCésar, porque fue el César

de la libertad…”José Martí

El tema de la relación entre Bolívar y Martí ha sido central en nuestros estudios bolivarianos. Realmente em-pezamos a conocer, comprender, a amar al Bolívar histó-rico, al Bolívar vivo, a través de Martí. Por ello, es como una reflexión sobre lo andado referirnos a la visión que Martí tuvo de Bolívar, de sus conceptos, de la forma como hizo vigente, en su tiempo, las ideas y el ejemplo del líder fundamental de nuestra Independencia.

Inicialmente, dos aspectos se destacan de esta rela-ción: Primero, Martí ve a Bolívar desde la vanguardia del movimiento independentista cubano. Por ello, es un Bolí-var para el combate, un Bolívar actuante, el de Martí. En segundo lugar, y por esta misma razón, el bolivarianismo martiano es un ejemplo de lealtad en la práctica, es la con-tinuación de la lucha del caraqueño universal en la fuerza y el ejemplo del Apóstol de la Independencia cubana. Hay aquí, en consecuencia, una dialéctica extraordinaria: Martí se enalteció con la figura del Libertador al transformarlo en bandera de su lucha por Cuba, Puerto Rico y América Latina. Pero a la vez, Bolívar se enalteció con la figura de quien llegó a ser líder teórico y práctico de la Independen-cia de Cuba y Puerto Rico, continuando con ella la vieja aspiración del Libertador con la que se cerraba –por eso

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hoy sigue inconclusa- la agenda de la libertad de nuestra América.

José Martí es, pues, el bolivariano fundamental y el ejemplo de lo que debe ser el rescate de los héroes pasa-dos, no para servirse de ellos, escondiendo en sus triunfos nuestra incapacidad presente, sino para honrarlos y actua-lizarlos en los nuevos combates, para continuar y concre-tar sus viejos ideales.

A Bolívar y Martí son muchas las cosas que los une, a pesar del diferente tiempo cronológico que a ambos les co-rrespondió vivir. Bolívar nace en Caracas en 1783 y muere en Santa Marta en 1830. De su muerte dijo Martí:

“Los envidiosos exageraron sus defectos. Bolívar mu-rió de pesar del corazón, más que un mal del cuerpo, en la casa de un español en Santa Marta. Murió pobre y dejó una familia de pueblos”.1

Martí por su parte, nació en 1853 en La Habana mu-riendo en 1895, en pleno combate por la independencia cubana contra el colonialismo español, el mismo enemigo que Bolívar combatió, doblegó y desterró, junto a su pue-blo, de las tierras de Suramérica. Hacia las islas de Cuba y Puerto Rico se fueron a fortificar los españoles después de su derrota en el continente. Cuba y Puerto Rico queda-ban, pues, pendientes. Y es en esta lucha por hacer libre la patria que se encuentren Bolívar y Martí. Esta unidad se establece claramente en tres grandes vertientes:1) Por un lado, la independencia de Cuba y Puerto Rico.

Allí, Martí reúne la fuerza interna del movimiento cubano por la independencia, con los ideales boliva-rianos. De Bolívar, Martí toma su fraternal apoyo a la causa de su pueblo. Es la aspiración y el ideal del gran hombre a favor de un movimiento que en la propia Cuba tenía en los promotores del anexionismo norte-

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americano, a un poderoso enemigo. Veamos, en este punto, cómo participa Bolívar al lado de Martí en esta lucha por fortalecer la conciencia independentista del cubano.En la Conferencia que realiza Martí ante una Asam-

blea de sus compatriotas emigrados en Steck Hall, Nueva York, en enero de 1880, cuando en la isla se desarrolla la llamada guerra chiquita, el mensaje es de incentivación a la lucha. Allí se oye decir al ilustre cubano:

“Ya no se perderá el tiempo en ensayar; se empleará en vencer”, lo que nos recuerda al Bolívar de la So-ciedad Patriótica para quien la lucha emancipadora no permite la menor vacilación. Y dice más adelante: “Debe hacerse en cada momento, lo que en cada mo-mento es necesario…”.Y recordándonos al Bolívar de la Carta de Jamaica, que

nos habla de reformistas y conservadores al referirse a la situación política venezolana en 1815, colocándose entre los primeros, escuchamos decir a Martí:

“Es natural aquella lamentable diferencia entre los sometidos de siempre y los rebeldes de siempre”.Bolívar es para Martí del grupo de los rebeldes de

siempre. Y así, cuando el miedo al enemigo parece domi-nar a la supuesta superioridad del blanco sobre el negro y el indio se levanta como argumento para justificar la opre-sión en nombre de la civilización, Martí, responde recor-dando a Bolívar, con estas palabras:

“Ah, esto decían los españoles de los indios, tan ofen-didos, tan flagelados, tan anhelosos como los negros de su inmediata emancipación; esta amenaza suspen-dían sobre las frágiles cabezas, cuando el aliento de Bolívar, más grande que César, porque fue el César de la libertad, inflamaba los pueblos y los bosques y

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levantaba contra los dueños inclementes la orilla de los mares y el agua turbulenta de los ríos! Y la inde-pendencia de América se hizo”.2

2) Pero en esta lucha por la independencia de su patria, Martí toma conciencia de la importancia continental de su empresa. Allí, como en una nueva vertiente, Bo-lívar y Martí se unen para compartir la suerte de todo un continente. Digámoslo claramente: El Bolívar que avizora el expansionismo imperialista de los Estados Unidos, se integra al Martí que asume la responsabi-lidad de enfrentarlo.En esta nueva circunstancia, los intentos bolivarianos

de reunir un Congreso Anfictiónico en Panamá, dirigido a defender y a consolidar la independencia recién conquis-tada, son idénticos a la importancia que Martí le da a la independencia de su patria. Revisemos rápidamente en Bolívar estos conceptos estratégicos de la Unidad Hispa-noamericana: el 6 de enero de 1825, el Libertador le escri-bía a Santander estas palabras:

“El único objeto que me retiene en América, y muy particularmente en el Perú, es el dicho Congreso. Si lo logro, y si no, perderé la esperanza de ser más útil a mi país; porque estoy bien persuadido que sin esta federación no hay nada”.3

En la magna Asamblea estuvo, además, el tema de la independencia de Cuba y Puerto Rico, “… empresa que nos va a asegurar la estabilidad interior, y adquiriremos un renombre inmortal…”4 y de la cual le habla al General Santa Cruz en febrero de 1827, calificando la expedición libertaria a La Habana como una “… idea que me ha sido siempre muy favorita”.5

En aquellos años, el Libertador se venía percatando en los hechos, de los problemas que a nuestra América le

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iba a traer la conducta norteamericana. Aquella frase a Pa-tricio Campbell, el 5 de agosto de 1829, venía a ser, en con-secuencia, como la punta visible de un iceberg. Allí quedó consignado en palabras, una preocupación frente a la cual Bolívar ya venía trabajando en los hechos:

“…y los Estados Unidos que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miseria a nombre de la Libertad”.6

La concreción de esta previsión terrible no necesita comentarios. Allí está nuestra historia llena de interven-ciones norteamericanas “a nombre de la Libertad”. Por eso, cuando Martí aborda desde Bolívar el tema de la in-dependencia de su patria, no puede dejar de decir lo si-guiente:

“Cuando Bolívar y Páez, a principios de siglo, quiso Venezuela echar a España de Cuba y Puerto Rico, y los Estados Unidos no quisieron. Cuando Céspedes y Agramonte, Venezuela mandó a Cuba héroes suyos a morir; y más hubiera mandado, y nos abrió sus casas, y empezó a armar a su juventud; y si no nos dio más, no fue culpa de Venezuela”.7

Lo que para uno fue previsión, para el otro se trans-formó en dura evidencia: La independencia de las dos islas antillanas pasaba por enfrentar los apetitos expansionistas de los Estados Unidos. Se encontraban así, el Bolívar pre-cursor del antiimperialismo, el luchador anticolonialista de la época pre-imperialista, con el Martí antiimperialista, el anticolonialista de la época del surgimiento en la última década del siglo XIX del Imperialismo Norteamericano.8

Pues bien, para ambos el problema común ya no era la defensa de la patria chica, del lar natal. Los ojos y el corazón de ambos hombres están sobre el destino de toda la América Meridional o Hispana de la que nos habló Bo-

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lívar, la América morena de Martí, nuestra América, la Latinoamérica oprimida de hoy. El señalamiento de este destino de lucha, quedó grabado para siempre en estas palabras que Martí escribió a Manuel Mercado, el 18 de mayo de 1895, a horas de su muerte en Dos Ríos:

“…ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber –puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo- de impedir a tiem-po con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuan-to hice hasta hoy, y haré, es por eso”.9

Ni más ni menos, para el Apóstol de la Independen-cia cubana, la empresa que lideriza tiene el sentido histó-rico de una Segunda Independencia. Así lo establece el 2 de noviembre de 1889, cuando comenta en estos términos el Congreso Internacional de Washington, a la sazón, pri-mera Conferencia promotora del Panamericanismo. Dice Martí:

“Jamás hubo en América, de la independencia a acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, re-pletos de productos invendibles, y determinado a ex-tender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menor poder, ligadas por el comercio libre y útil con los pueblos europeos, para ajustar una liga contra Europa, y cerrar tratos con el resto del mundo”.Y llamando la atención sobre este nuevo colonialismo

económico, enfatiza:“De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judicia-

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les los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia”.10

Como Bolívar en 1826, Martí establece distancia en-tre el monroísmo y el panamericanismo norteamericanos. Pero es un distanciamiento que nace de la crítica, del aná-lisis objetivo de la poderosa nación. En esto, Martí se sepa-ra, a la vez, de la crítica hispanista y cultural que se apre-cia en muchos de nuestros intelectuales de fines del siglo pasado. En el artículo citado, el líder antillano desnuda los mecanismos de la expansión económica de los Estados Unidos con el cuadro vivo de quien conoce a ese pueblo y a sus dirigentes, de quien conoce el monstruo porque ha vivido en sus entrañas. Ya el Libertador había señala-do esta conducta mercantil de los Estados Unidos frente a nuestra independencia. Ahora a Martí le corresponde denunciar el falso ropaje de la hermandad panamericana. Atendamos, a manera de ejemplo, el sentido de estas pala-bras martianas publicadas en marzo de 1894:

“Es preciso que se sepa en nuestra América la verdad de los Estados Unidos”.Y pasa a señalar “…cómo en los Estados Unidos, en

vez de apretarse las causas de unión, se aflojan, en vez de resolverse los problemas de la humanidad, se reproducen, en vez de amalgamarse en la política nacional las localida-des, la dividen y la enconan; en vez de robustecerse la de-mocracia, se corrompe y aminora la democracia y renacen, amenazantes, el odio y la miseria”. 11

3) Pero hay, además, una tercera vertiente, donde son las ideas de Bolívar acerca de la originalidad de América las que se encuentran con los conceptos que Martí defiende ante el acoso de la re-europeización

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de América, especie de nuevo colonialismo cultural, cuyo eje central lo establece la polémica contradicción civilización-barbarie. Según este criterio –tan bien es-tablecido en Argentina por Sarmiento en su obra Fa-cundo- lo americano, lo indígena, lo negro, lo criollo, lo propio, es barbarie. Al contrario, lo europeo, lo ur-bano, lo blanco, es civilización.Esta concepción, tan de boga en la segunda mitad

del siglo pasado y viviente hasta hoy bajo otros ropajes ideológicos, se sustentaba en un liberalismo que no había podido adecuarse a nuestra realidad social ni compren-derla. Este tema de lo específico americano es, ha sido y seguirá siendo centro de nuestras reflexiones filosóficas y culturales. Bolívar se lo planteó en la Carta de Jamaica, en los siguientes términos:

“Nosotros somos un pequeño género humano; posee-mos un mundo aparte; cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias aunque en cierto modo viejo en los usos de la sociedad civil”.Y acotaba:“… por otra parte no somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles…”12

¿Cuál fue la respuesta del Libertador a esta particular situación? Crear, a riesgo de errar. Es esta búsqueda lo que explica la incorporación de un cuarto poder, el Poder Mo-ral, al esquema liberal clásico de la división del Estado en tres poderes. Está también, en esta línea, su propuesta de la Presidencia Vitalicia, especie de síntesis entre Monar-quía y República, entre estabilidad y democracia.

Sin embargo, estas ideas no tuvieron continuación. El concepto de la originalidad de nuestra América dio paso al esquema Civilización-Barbarie, fundada en un cierto

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complejo de inferioridad de lo americano frente a lo eu-ropeo. Un filósofo contemporáneo, el mexicano Leopoldo Zea, partiendo de una disyuntiva parecida a la del Liber-tador, nos puntualiza lo siguiente:

“Lo que nos inclina hacia Europa y al mismo tiempo se resiste a ser Europa, es lo propiamente nuestro, lo americano. […] El mal está en que sentimos lo ameri-cano, lo propio como algo inferior. La resistencia de lo americano a ser europeo es sentido como incapa-cidad. Pensamos como europeos, pero no nos basta esto, queremos además realizar lo mismo que realiza Europa. […] …hasta hace poco el americano quería olvidar que lo era para sentirse un europeo más. […] Y esto es lo que siente el americano, que ha tratado de imitar y no de realizar su personalidad”.13

Le tocará a Martí, en pleno auge de las tesis de Civili-zación-Barbarie, enfrentar a los detractores del mestizaje, a los desvalorizadores de lo específico americano. Por eso, si Facundo sintetiza la visión Civilización-Barbarie, nues-tra América expresa el planteamiento contrario. Este es el concepto que Sarmiento tiene de nuestros pueblos:

“Las razas americanas viven en la ociosidad y se muestran incapaces, aún por medio de la compul-sión, para dedicarse a un trabajo duro y seguido. Esto sugirió la idea de introducir negros en América, que tan fatales resultados han producido. Pero no se ha mostrado mejor dotada de acción la raza española cuando se ha visto en los desiertos americanos aban-donada a sus propios instintos”.14

¿Qué nos dice Martí? Primero, aborda directamente esa división de los hombres, de los pueblos, en razas. A los adoradores del americano anglosajón, derivación y conti-nuación de la corriente europeizante, les dice en 1894:

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“No hay razas: no hay más que modificaciones diver-sas del hombre, en los detalles de hábito y formas que no cambian lo idéntico y esencial, según las condicio-nes de clima e historia en que viva”.15

Y a los que estudian los problemas de América como resultado de las oposiciones entre “…dos sociedades dis-tintas, rivales e incompatibles; dos civilizaciones diver-sas; la una española, europea, civilizada y la otra bárbara, americana, casi indígena…”16 Martí les responde; “No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”.17 Por ello, para Martí lo funda-mental es lo siguiente:

“Conocer es resolver. Conocer el país y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librar-lo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos”.Y asumiendo una perspectiva de unidad dialéctica

entre lo específico americano y lo universal, cierra Martí su postulado con esta propuesta:

¡Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el trono ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda te-ner el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas patrias americanas”.Ya lo había señalado, otro de los olvidados, don Si-

món Rodríguez: “La América no ha de imitar servilmente sino ser… original”. 18

Ese es, pues, el Martí bolivariano que hoy recorda-mos, aquel que en 1881 se veía junto a sus admiradores

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caraqueños, con la sangre y la bandera de “…los hijos de Bolívar, de sus primogénitos, sus herederos obligados, los ejecutores de su voluntad”,19 el que vio en Bolívar el Padre común de nuestros pueblos y al que se refirió con estas sentidas palabras, al conmemorar el centenario de su naci-miento, en acto celebrado en Nueva York:

“El centenario, pues, que celebramos hoy, es el cen-tenario del nacimiento a la vida de una familia de un continente libre, es el centenario del advenimiento de los libres de la tierra, del hombre americano. Y brin-damos Señores, por el Continente libre, y porque no se apague.Con Bolívar se dio al mundo el hombre americano, expansivo, pujante y suntuoso como nuestra natura-leza”.20

Para Martí, Bolívar fue un hombre solar, la fuerza originaria y vehemente de un continente conquistando su libertad, en fin, un hombre pueblo.

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NOTAS.

1 Martí, José: “Tres Héroes”. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. Vol. 18, p. 306.2 “Lectura en la reunión de emigrados cubanos, Steck Hall, N.Y.”. O.C. Vol. 4, p. 202.3 Bolívar, Simón: Obras Completas. Vol. II, p. 69.4 Ibid., Vol. II, p. 538.5 Ibid., Vol. II, p. 5676 Ibid., Vol. III, p. 279.7 Martí, José. Obras Completas. Vol. 28, p. 310.8 Un estudio completo sobre este punto es el que nos ofrece el historiador norte-americano Philip S. Foner en su obra: La guerra hispano-cubano-americana y el naci-miento del imperialismo norteamericano 1895-1898. 2 vol. Akal editor. Madrid, 1975.9 O.C. Vol. 4, p. 167.10 Ibid. , Vol. 6., p. 46.11 Martí, José: Antología Mínima, Editorial de Ciencias Sociales. La Habana. 1972. Tomo I., p. 517.12 Bolívar, Simón: Op. Cit., Vol. I, p. 164.13 Zea, Leopoldo: Filosofía de lo Americano. Editorial Nueva Imagen. México, 1984, pp. 38-39.14 Sarmiento, Domingo Faustino: Facundo. Casa de las Américas. La Habana, 1982. p. 12.15 Martí, José: Op. Cit, Tomo I, p. 515.16 Sarmiento, D.F: Op. Cit., p. 50.17 “Nuestra América”, O.C., Vol. 6, p. 17.18 Rodríguez, Simón: “Consejos de amigo dados al Colegio de Latacunga”. En: Inventamos o erramos. Monte Ávila Editores. Caracas. 1980, p. 205.19 “Discurso en el Club del Comercio de Caracas, 1881”, O.C. Vol. 7, p. 281.20 Ibid., Vol. 22, p. 207.

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ramón losada aldana

Apreciación CubanaBolívar y Martí, dos gigantes en las más altas cimas de

nuestra historia latinoamericana. Dos titanes de todos los tiempos y de todos los espacios. Dos hombres para quie-nes todas las medidas se hicieron imposibles. De ahí que hablar verazmente del Martí bolivariano constituye una tarea adscrita al reino de las utopías. Arriesgando el reto, intentemos el alcance de las aproximaciones. Pero demos la prioridad a nuestros hermanos de la Isla Profética.

En una obra titulada Bolívar y Martí, editada en 1934, Emeterio Santovenia asevera que “Martí fue el prosegui-dor de la obra de Bolívar”.1 Significativo. La singularidad de “él” significa que el héroe cubano es el continuador por antonomasia del Libertador venezolano, que nadie iguala a Martí en este aspecto. Seguidamente el autor sostiene: “en Bolívar se vio Martí a sí propio”.2 ¿Un Bolívar mar-tiano?

Otro cubano, de estos días, Salvador Morales, en en-sayo significativamente denominado “El Bolivarianismo de José Martí”, es más contundente y preciso: “Bolívar y Martí son dos eslabones soldados de un proceso teórico y práctico que llega a nuestros días”.3 Pocas líneas antes, y haciendo referencia a Pividal, Morales indica: “el pensa-

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miento bolivariano es el legítimo antecedente ideológico del antiimperialismo martiano”.4

Santovenia y Morales. Hombres diferentes, tiempos distintos, filosofías contrarias; pero ambos coincidentes en sugerir uno de los rasgos básicos del Martí bolivariano: su contemporaneidad.

Dice Pedro Pablo Rodríguez, comentando juicios de Fina García Marruz: “y por eso Bolívar no sólo es el padre ideológico e histórico, [de Martí] sino el literario, no por lo que aquél escribió, sino por lo que hizo.5

Roberto Fernández Retamar en un trabajo cuyo tí-tulo, “Simón Bolívar en la Modernidad Martiana”, es de por sí una definición. Sostiene que “Bolívar fue su padre político”. Y más adelante: “…la herencia bolivariana, raíz, como hemos visto, de tantos criterios martianos”. “Guías de hoy,”6 considera a los dos libertadores.

Y, para concluir, leamos a Cintio Vittier: “Lo boliva-riano […] despierta las más profundas posibilidades de lo martiano”.7

Bolivarianismo Martiano: Un ProcesoEl bolivarianismo de Martí se formó durante un pro-

ceso que, como es sabido, parte de sus años infantiles y prosigue toda la vida. Pero arranquemos de 1875, año de la primera referencia sobre Bolívar en sus Obras, hasta su portentoso discurso del 93 y sírvanos de punto de in-flexión la fecha de su estadía en Caracas, 1881.

1875-1880. Para 1875 aparece la primera mención de Martí sobre Bolívar. La hace en términos comparativos: “no son distintos en América, Washington, Bolívar e Hi-dalgo” (6, 198). Y demanda “un historiador potente más digno de Bolívar que de Washington” (6,352). Dos años

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después, en carta a Valero Pujol, manifiesta: “el alma de Bolívar nos alienta, el pensamiento americano me trans-porta” (7, 111). En 1878 aparece su drama Patria y Libertad. El héroe del drama, Martino, habla de “este continente de Bolívar” (18, 146). En reunión de emigrados cubanos de 1880, en Nueva York, proclama: “Bolívar, más grande que César, porque fue el César de la libertad” (4, 202).

1881. 1881 es un año especial. Llega a Caracas y, ante todo, se dirige a la estatua de Bolívar. De ahí el Bolívar de sus Tres Héroes que, aunque no se refiere solamente a Bolívar y su publicación ocurre en 1889, insertada en La Edad de Oro, Nueva York, es lógico pensar que su escritura o concepción pertenece a ese año de 1881, cuando el au-tor arriba a Caracas, tal como se da parte en la cronología martiana de la obra Nuestra América, de Martí, editada por la Fundación Biblioteca Ayacucho. Allí se informa: “1881, enero. Llega [Martí] a Caracas, donde lo primero que hace es ir a la estatua de Bolívar”.8 Es esa ocasión cuando Martí, por primera vez, supera las menciones o referencias sobre el Libertador y se detiene en amplias consideraciones. Sin embargo, salvo eso, durante su permanencia caraqueña el cubano mayor no produce ningún otro trabajo acerca del gran caraqueño. Se limita a calificarlo como “Padre Ame-ricano” (7, 285) y “nuestro Padre Común” (7, 285, 290), en el Discurso del Club de Comercio y a una ligera com-paración con magnos hombres de la historia, lo cual hace en su trabajo sobre Miguel Peña, publicado en la Revista Venezolana (8, 147).

No obstante, dicho silencio, es indudable que en su permanencia caraqueña Martí se llenó de Bolívar. Segura-mente completó su conocimiento anterior, estudió vida y obra del caraqueño singular, ahondó en la patria del gran hombre, se vinculó afectuosamente con los compatriotas

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de éste, comprendió su alta significación para proseguir la obra libertaria de Cuba y de América y, en general, asimi-ló la dimensión de la gesta bolivariana como paradigma vivo para todos los tiempos humanos. O, para decirlo con las expresivas palabras de Cintio Vitier, Bolívar que parte vital de “aquellos seis preñados meses de su estancia ca-raqueña”.9

1883-1893. De ahí los hermosos partos martianos específicos acerca del Libertador; “La Estatua de Bolívar” (1883), “El Centenario de Bolívar” (1883). “Discurso en la Velada de la Sociedad Literaria Hispanoamericana en Honor a Bolívar” (1893), “Fiesta de Bolívar en la Socie-dad Literaria Hispanoamericana” (1893). Así, entre 1883 y 1893 se centraliza el bolivarianismo martiano, sin excluir los Tres Héroes e incluyendo también el “Discurso en la Velada de la Asociación Literaria Hispanoamericana en Honor a Venezuela”, 1882, que aunque no se circunscribe a Bolívar, tiene bastante vinculación con éste. El análisis que sigue posee su centro en los trabajos bolivarianos de Martí entre 1883 y 1893, sin excluir lo que podríase apre-ciar como complementos significativos.

Cercanía FilialLa relación filial quizá sea la de mayor plenitud afec-

tiva y de más intensa identidad entre las personas. Por eso cuando Martí reitera el tratamiento de padre hacia el Li-bertador expresa el más amoroso bolivarianismo posible. Oigámoslo: “!Oh! Padre americano, ante quien todo hijo debe prosternarse, orando ardientemente cantos de res-peto, loa y amor” (22, 46). Grandioso. Un padre con una gran descendencia: todos los latinoamericanos y caribe-ños. En otra parte, acerca del mismo héroe, lo menciona

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como “aquel padre de pueblos” (22, 93-94). En el discurso del Club de Comercio reitera: “nuestro Padre Común” (7, 920). En su artículo “La Estatua de Bolívar” insiste: “padre de pueblos” (8, 175). Antes, elogia la actitud de reveren-ciar la estatua de Bolívar (Tres héroes) y afirma: “el viajero [él mismo] hizo bien porque todos los americanos deben querer a Bolívar como a un padre” (18, 304).

Bolívar y la NaturalezaDe esa conexión filial, que da idea de familiar interin-

dividualidad, pasemos a una de las mayores magnitudes posibles: la naturaleza: el bolivarianismo la incluye con entrañable fuerza. En el primer trabajo específico de Martí sobre el héroe venezolano, “La Estatua de Bolívar”, lo de-fine como “aquel hombre solar” (8, 175). Esta manera de ubicar al Libertador en el centro mismo de nuestro sistema planetario es concebirlo como gran señor de todos los es-pacios, es consagrar, en las esferas del Universo, la excep-cionalidad sin límites del venezolano. Pero no es casual. Bolívar tiene una especie de vocación solar en la tradición cubana. Recuérdese la frustrada conspiración de media-dos de 1821, treinta y dos años antes del nacimiento de Martí, iniciada con el propósito de fundar la República de Cubanacan. Pues, bien, ese movimiento llevó justamente la denominación de “Conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar”.

Pero para un mayor entendimiento del asunto repro-duzcamos la cita completa: “aquel hombre solar, a quien no concibe la imaginación sino cabalgando en carrera fre-nética, con la cabeza rayana en las nubes, sobre caballo de fuego, asido del rayo, sembrando naciones. Burló montes, enemigos, disciplinas, derrotas; burló el tiempo y cuanto

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quiso, pudo, menos mellar el diente de los ingratos” (8, 175). Es, entonces, el hombre de las batallas en pro de la creación y fundación de naciones. El hombre solar es el combatiente, el de las batallas por la libertad, el que arries-ga la vida por la vida de los pueblos, el que arremete con-tra el coloniaje, el que comparte su sino con el porvenir de la humanidad. Ese es el ejemplo de Bolívar. Por eso es solar. Por eso maneja toda la luz del mundo para todos los tiempos.

La imagen solar bolivariana ya había aflorado en 1878, en el drama martiano Patria y Libertad. Allí, el héroe de ese drama, Martino, manifiesta:

¡y el áureo sol del genio de Bolívarque no se ponga nunca en nuestra América! (18,149)El discurso en la velada de la Sociedad Literaria His-

panoamericana, de diciembre de 1889, proporciona opor-tunidad al cubano para insistir en el símil astral: “surge Bolívar con su cohorte de astros. Los volcanes, sacudiendo los flancos con estruendo, lo aclaman y publican” (6, 138).

La naturaleza es en el Martí bolivariano una referen-cia de múltiples sentidos. Unas veces es la vasta naturaleza americana transmutada en el héroe: “la América, al estre-mecerse al principio del siglo desde las entrañas hasta las cumbres, se hizo hombre y fue Bolívar” (8, 351)- En igual sentido: “los siglos y la Naturaleza Americana se conden-saron y dieron a Bolívar” (22, 205). En otras ocasiones, la naturaleza es escenario del héroe: “¡Oh, no! En calma no se puede hablar con una montaña por tribuna, o entre re-lámpagos y truenos, o con un manojo de pueblos libres en el puño y la tiranía descabezada a los pies” (8, 241). Otras veces, la naturaleza batalla contra el héroe, pero éste siem-pre emerge vencedor; Bolívar “el que por las astas tomó a

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la naturaleza, cuando la naturaleza se le oponía, y la volcó en tierra” (7, 293).

Máximo HumanismoQuizá la demanda de límites precisos o de la pruden-

cia expresiva del clasicismo podrían juzgar los anteriores criterios como excesivos o hiperbólicos. Creemos que po-dría servir de explicación la proporcionada por el propio Martí; el inmenso y supremo humanismo de la obra y ha-zaña de Bolívar. La cita es algo extensa, pero vale la di-cha de leerla: “Es que las montañas recogen en su seno gran suma de la tierra americana y en creciente punta la levantan: así vienen de la tierra hombres montañosos más pagados al interés humano que del suyo, que a como cri-men miran cuidar más de sí que de los otros, que sobre la frente llevan, por santo misterio de martirio, los yugos que sobre las frentes de todos los demás hombres pesan, que se cierran dentro del pecho, como huéspedes propios, los dolores humanos, que recogen en su seno, como la tierra del llano a la montaña, las hidalgas iras, las sofocantes hu-millaciones, las generosas cóleras, los bochornosos sufri-mientos de los infortunados de la tierra […] es que cuando los tiempos o los pueblos tienen por hábito o necesidad que hacer hombres, la Naturaleza tiene por costumbre sa-carse del seno maternal quien los haga. Y la Naturaleza Americana puso su espada nueva en manos de Bolívar” (22, 206). He aquí, por una parte, la explicación de lo que es, para Martí, el “hombre solar” y las diversas conexio-nes bolivarianas con la naturaleza: la necesidad histórica, la acción libertaria de los pueblos, las circunstancias de emancipación humana. Pero la cita incluye otro aspecto de la mayor trascendencia; si entendemos el humanismo

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en el sentido de que el ser supremo para el hombre es el hombre mismo, resulta difícil encontrar una definición más exacta. De ese modo, en la concepción martiana, Bo-lívar emerge como humanista supremo, como hombre de total solidaridad con los otros hombres.

Bolívar, más Grande que los GrandesDe lo dicho se deriva el que Bolívar sea colocado en

la cúspide de los grandes hombres de la historia. Veamos: “Bolívar, este Alejandro de la libertad” (22, 45). “Bolívar, un Júpiter” (19, 158). “Ni en Temístocles, ni en Pesístrato, ni en César, ni en el astuto de Napoleón, ni en el honra-do Washington, halla alguno a Bolívar semejante” (8, 147) “De entre las sierras sale un monte por sobre los demás, que brilla eterno: por entre todos los capitanes americanos resplandece Bolívar” (8, 251). En fin, “apenas si se encuen-tran en las edades homéricas y catonianas su atrevimien-to, su esplendor y sus virtudes” (22, 46).

Americanidad VenezolanaMartí señala en el Libertador una americanidad nu-

clear, vasta y profunda. Desde las entrañas sentenció: “Bolívar no defendió con tanto fuego el derecho de los hombres a gobernarse por sí mismos, como el derecho de América a ser libre” (18, 306). En otra oportunidad, discur-so de 1892 en honor a Venezuela, habla de la intensidad latinoamericanista del caraqueño impar, de aquél que en América, no la pidió para la libertad de Venezuela, sino para la libertad sudamericana” (7, 293). En esta america-nidad esencial se da la filiación emancipadora de los dos libertadores. Por eso Martí, en carta a Fausto Teodoro de

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Aldrey, al despedirse de Venezuela, se define a sí mismo: “de América soy hijo: a ella me debo. Y de América, a cuya renovación, sacudimiento y fundación urgente me consa-gro ésta [Venezuela] es la cuna” (7, 267). En otra oportuni-dad califica a nuestra nación como “la madre de nuestras repúblicas” (7, 294). Démosle lugar a su insistencia vene-zolanista: “!pero a Venezuela, como a toda nuestra Amé-rica, a nuestra América desinteresada, la hemos de querer y admirar sin límites, porque la sangre que derramó por conquistar la libertad ha continuado dándola por conser-varla!” (7, 291).

He ahí, pues, sudamericanidad entrañable cruzada de venezolanidad profunda.

AntiimperialismoY Martí dice a los niños de su América, en su rol de

sembrador y hacedor de conciencias; “los [hombres] que pelean por la ambición, por hacer esclavos a otros pue-blos, por tener más mando, por quitarle a otros pueblos sus tierras, no son héroes, sino criminales” (18, 308). Esta idea sobre el imperialismo se comprueba cabalmente en nuestros días ¿qué son, sino crímenes contra la humani-dad Afganistán, Irak, Guantánamo, Palestina, Líbano, las cárceles clandestinas de Europa?

Naturalmente, tal posición antiimperialista se empa-renta intrínsecamente con la comentada sudamericani-dad. Ésta es inconcebible sin aquella.

Quizás el documento fundamental del héroe cubano sobre Bolívar, sea su discurso del 93 en honor a éste. Allí se pregunta: “a dónde irá Bolívar? Esta es una de las res-puestas: “!al brazo de los hombres para que defiendan de la nueva codicia, y del terco espíritu viejo, la tierra don-

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de será más dichosa y bella la humanidad!” (8, 247). El cubano máximo percibió la herencia de Bolívar como un mandato categórico de lucha contra el imperialismo, (“la nueva codicia”) y sus aliadas, las oligarquías internas (“el terco espíritu viejo”). Pero ligada a esa lucha, y contando con su triunfo, anuncia para nuestra América una supe-rior humanidad, dichosa y bella. Si recordamos el amplio antiimperialismo de su titánica gestión en la Conferencia Internacional Americana, celebrada en Washington en 1889-1890 y en la Comisión Monetaria Internacional Ame-ricana, de 1891, como también sus copiosas Escenas Norte-americanas, se hace evidente que el “Bolívar, precursor del antiimperialismo,” deviene antiimperialismo pleno en los desarrollos de Martí. De ahí una de las causas más vigoro-sas de la actualidad emancipadora del cubano universal.

Integración LatinoamericanaLeamos la esperanza integracionista de Martí en 1883:

“!Oh! ¡de aquí a cien años, ya bien prósperos y fuertes nuestros pueblos, y muchos de ellos ya juntos, la fiesta que va haber llegará al cielo!” (8, 180). Pasaron los cien años y en 1983 nada de cumplirse dicho anuncia integracionista. Hoy ya van 123 años de la previsión y todavía seguimos en el terreno de la esperanza, afortunadamente ahora con mayor fuerza que nunca.

Entendió Martí la integración bolivariana como un muy potente instrumento de defensa y lucha antiimperia-lista. Por eso indica que Bolívar “murió de la lucha, por entonces inútil, ente su idea continental con las ideas loca-les, y de la fatiga de haber traído al mundo histórico una familia de pueblos que se le negaba a acumular, desde la cuna, las fuerzas unidas con que podía, un siglo más tar-

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de, refrenar sin conflicto y contener para bien del mundo las excrecencias del vigor foráneo” o enfrentar los peligros externos cuando los pueblos de nuestra América “levan-tasen por su riqueza un apetito mayor…” (7, 294). Hoy dígase petróleo. En el mismo sentido, pero todavía con mayor claridad, nos habla del Libertador y afirma meri-dianamente: “el genio previsor que proclamó que la salva-ción de nuestra América está en la acción una y compacta de nuestras repúblicas, en cuanto a sus relaciones con el mundo y al sentido y conjunto de su porvenir”. (8, 246). En síntesis, antiimperialismo, compacta unidad latinoa-mericana-caribeña, estrategia conjunta de futuro. Todo ello enmarcado en un sistema de auténtica democracia popular. Por eso Martí elogia en Bolívar a un “triunfador sumiso a la voluntad del pueblo” (8, 176).

Las cenizas bolivarianas de Martí se levantan y, en fiesta auroral latinoamericana, aplauden y proclaman a Telesur, a Petrocaribe, el Banco del Sur, al Gran Gasoduc-to del Sur, a Mercosur, y todos los significativos esfuerzos que hoy se llevan a cabo en pro de la efectiva integración de América Latina y el Caribe.

El Hombre de Acción HeroicaHablando de Venezuela y de Bolívar, Martí expresa:

“Venerar como hijo a la tierra que nos ha dado en nuestro primer guerrero a nuestro primer político, y el más pro-fundo de nuestros legisladores en el más terso y artístico de nuestros poetas” (7, 291). Estamos frente a una apre-ciación múltiple, pero si revisamos detenidamente los di-versos y numerosos juicios, podemos concluir que lo más importante para el cubano es Bolívar como hombre de ac-ción, de acción emanada de la necesidad histórica y del

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mandato colectivo. Creemos que ello está magistralmente expresado en la formulación que transmitió en la Revista Venezolana, Nº 1, refiriéndose a los propósitos de esa pu-blicación; “Hacer, es la mejor manera de decir” (7, 197). En carta a Gonzalo de Quesada, de 1895, reafirma la tesis: “ya usted sabe que servir es mi mejor manera de hablar” (20, 478). Véase como pondera en Bolívar la acción y el movimiento: “pero la naturaleza del hombre, como la de América en su tiempo, era el centelleo y el combate: andar hasta vencer: el que anda vence” (8, 251). A Bolívar “nadie lo ve quieto, ni él lo estuvo jamás” (8, 251). Recordemos aquello del discurso bolivariano del 92: “!oh, no! En calma no se pude hablar del aquél que no vivió jamás en ella…” (8, 241).

Pensamos que esta especie de deslumbramiento por el hombre de acción se relaciona con un dilema casi dra-mático en el espíritu martiano. A pesar de su militancia creadora, siempre tuvo la suprema ansiedad de magnas acciones y la ambición angustiosa por llegar a realizarlas.

Esa idea, casi obsesiva, de situar la acción, particular-mente la acción heroica, por encima de todo, la observa-mos, de manera bastante clara, en su actitud ante lo que él tendría, necesariamente, que ubicar en alta escala: su obra intelectual. En carta a su “queridísimo” amigo Ma-nuel Mercado, expresa su temor a que se le considere sólo “como tantos otros, poeta en versos”. Y agrega: “estoy avergonzado de mi libro… y en cada letra veo una culpa” (20, 64) ¿y por qué esa vergüenza y esa culpa? Su respues-ta: “porque la vida no me ha dado hasta ahora ocasión suficiente para mostrar que soy poeta en actos” (20, 64). Téngase en cuenta que se refiere nada menos que a Ismae-lillo, quizás el libro más amado por el autor, pues se trata de la obra dedicada a su hijo José. Igual inquietud confiesa

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en misiva a Vidal Morales y, hablando de la misma obra, asevera: “antes quiero yo hacer colección de mis obras que de mis versos”. (20, 299). Igual envío hace a Enrique José Varona y le solicita: “perdóneme, en gracia del empeño con que trabajo en cosas más serias”. (20, 299).

Esas cartas son de 1882. Es el mismo año cuando es-cribe a los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo instándolos a proseguir la lucha por la independencia de la Isla: helo aquí, con su fidelidad al anhelo de ser “poeta en actos”.

Ya, en la etapa revolucionaria de febrero a abril de 1895, referida en su Diario de Montecristi a Cabo Haitiano, habrá de decir: “a la patria, más que palabras” (20, 212)- Sintiéndose sujeto de la acción libertadora confiesa, jubi-loso, en carta de abril de 1895: “llegué al fin a mi plena naturaleza, y que el honor que en mis paisanos veo, en la naturaleza que nuestro valor nos da derecho, me embria-ga la dicha, con dulce embriaguez. Sólo la luz es compara-ble a mi felicidad” (20, 224).

Sí, su “plena naturaleza”. Hela aquí indicada en carta a Manuel Mercado, de 1877: “no pronto a esperar, sino decidido a obrar. Yo, tengo en mi algo de caballo árabe y de águila: -con la inquietud fogosa de uno, volaré con las alas de la otra” (20, 25).

¿Cuándo la felicidad por su propia acción la siente comparable sólo con la luz, no nos hace recordar su defini-ción de Bolívar como “aquel hombre solar”? ¿Y el galope mortal de Dos Ríos, la muerte en acción heroica, no nos demuestra que sus diversas visiones de Bolívar eran, en mucho, como definir la grandeza de sí mismo?

De Dos Ríos Martí pasó de las palabras sobre Bolívar a ser el Bolívar de Cuba y de todos los ríos que hoy re-corren, como crecidas aguas redentoras, toda la trepidan-

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te inmensidad latinoamericana y caribeña. Y resulta así porque Bolívar y Martí, nuestros contemporáneos, ahora, hoy, es cuando más tienen que hacer por la libertad y la refundación de nuestras repúblicas.

Notas:1 Santovenia, Emeterio: 1934, 49. El sistema de citas consiste en lo siguien-te: cuando se trata de las Obras Completas de Martí, se indica, entre parén-tesis, el número del tomo seguido de la página correspondiente. En los otros casos se utilizan la abreviatura conocida Ibidem.2 Ibidem, 503 Morales, Salvador, 1985, 754 Ibidem.5 Rodríguez, Pedro Pablo, 2002, 149-150.6 Fernández Retamar, Roberto, 1984, 114-127.7 Vitier, Cintio, 1988, 350.8 Martí, José, 1977, 386.9 Vitier, Cintio, 1988, 351.

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riCaurte soler

El presente texto no tiene como propósito hacer una presentación del pensamiento antiimperialista martiano en lo que este, por sí mismo, tiene de admonición, tarea y vigencia. Su actualidad y legado quisiéramos compren-derlo, más bien, a partir del contorno socio-histórico del que emerge en distintas, aunque concéntricas, escalas de referencia; la de la sociedad latinoamericana, la de la so-ciedad antillana hispanohablante, y la más concreta que surge de las condiciones específicas de la realidad cubana. Creemos que este esfuerzo de comprensión, de tener éxito, lejos de disminuir la estatura del héroe, lo sitúa histórica-mente. Y como toda intelección del papel del individuo en la historia, esta no deja nunca de señalar en el trascender de los condicionamientos el núcleo racional de una pre-sencia irrenunciable.

IDurante el siglo pasado, los proyectos y empeños

para afirmar y organizar los estados nacionales consti-tuyeron fundamentalmente la tarea-sísifo de la pequeña burguesía y de las capas medias. Sector político e ideoló-gicamente dirigente del bloque policlasista que se autode-

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nominaba liberal, lo mismo se empeñaba en liquidar las relaciones precapitalistas de producción a escala de los es-tados ya constituidos, que pugnaba por mantener enhiesta la bandera bolivariana de la unidad de Nuestra América. Testimonio de esto último son los numerosos proyectos, estudios, libros y folletos que a lo largo de todo el siglo XIX responden a cada fracaso en la solidaridad efectiva con nuevas reiteraciones en pro de la misma.

Y así, a la guerra de Chile con la confederación perua-no-boliviana, responde el chileno Pedro Félix Vicuña con su opúsculo Único asilo de las repúblicas hispanoamericanas (En un congreso general de todas ellas). Posteriormente, en su obra Porvenir del hombre, desecha la idea de una liga de gobiernos hispanoamericanos, para proponer franca-mente, por encima de ellos, la unidad de sus pueblos. La necesidad del desarrollo económico y de la unión adua-nera la plantea Juan Bautista Alberdi en su Memoria sobre la conveniencia y objetos de un Congreso General Americano (1844). Además de excluir explícitamente del Congreso en mientes a los Estados Unidos, Alberdi plantea la inespera-da tesis de que no ha de ser aplicable a las relaciones inter-hispanoamericanas el principio de no intervención pues, comprobada heroicamente en las luchas por la emancipa-ción, la intervención solidaria anticolonialista fue la ca-racterística de las relaciones entre los diferentes pueblos hispanoamericanos. Pocos años después, en 1855, Manuel Carrasco Albano escribe una Memoria presentada ante la Fa-cultad de Leyes de la Universidad de Chile […] sobre la necesi-dad y objetos de un Congreso Sud-americano. Un prearielismo hispano-americanista recorre algunas de sus páginas.

La expansión colonial norteamericana de nuevo alien-to al nacionalismo latinoamericanista y, en particular, las aventuras colonialistas y esclavistas de William Walker

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en Nicaragua. En París, el chileno Francisco Bilbao escribe Iniciativa de la América. Idea de un Congreso Federal de las Re-públicas Americanas, y denuncia la “barbarie demagógica” (1856) de los Estados Unidos; propone, además, la crea-ción de una universidad latinoamericana, tema que vol-verá a plantear Martí con posterioridad. En este contexto, el peruano Francisco de Paula Vigil escribe “Paz perpetua en América o confederación americana” y el diplomático liberal mexicano Luis Nepomuceno de Pereda, teniendo a Walker en mientes, escribe una olvidada Memoria reser-vada sobre la necesidad de un congreso plenipotenciario de los diversos estados hispanoamericanos (1857). Es, finalmente, también el momento en que el neogranadino José María Samper redacta La confederación colombiana (1859: Colom-bia- Hispanoamérica) y denuncia en los norteamericanos a los “bárbaros del norte”.

El registro anotado no agota las expresiones del na-cionalismo hispanoamericanista de inspiración liberal y directamente vinculado al modelo de organización na-cional prohijado por la pequeña burguesía y las capas medias. Habría también que recordar los planteamientos del argentino Juan María Gutiérrez, del chileno Benjamín Vicuña Mackenna; las Bases para la unión de los estados latinoamericanos redactadas en 1861 por José María To-rres Caicedo; el Estudio sobre la idea de una Liga Americana (1864) del panameño Justo Arosemena; las propuestas del venezolano Antonio Leocadio Guzmán, quien como di-putado en la Convención colombiana de Río Negro, en 1863, se esforzó por la restauración de la Gran Colombia. Se explica la opinión que sobre este último vertió Martí. “Antonio Leocadio Guzmán, que va a par de su tiempo, y, como movido de interna fuerza, perpetuamente se re-nueva”.1

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En los proyectos de la unidad de nuestra América, tema martiano por excelencia plasmó la más vehemente aspiración de la ideología demoliberal decimonónica. No corresponde a la presente exposición intentar señalar las causas de los casi nulos resultados de aquella aspiración, como tampoco es del caso investigar los pasos efectivos que se dieron en el proceso de organización nacional en la escala de cada estado aisladamente considerado. Sí nos in-teresa, sin embargo, insistir sobre el hecho de que aquellos proyectos hispanoamericanistas, y los avances efectivos en la organización nacional, fueron inseparables de la di-rección y hegemonía que dentro de cada bloque liberal po-liclasista ejercían la pequeña burguesía y las capas medias. La crisis ideológica y política del liberalismo, y su final degeneración con la emergencia del imperialismo a finales del siglo XIX y principios del XX, presentan estrechas vin-culaciones con el papel y funciones que aquella pequeña burguesía y capas medias ejercieron en la estructura de la sociedad hispanoamericana del período aludido.

Las reformas liberales, como es bien sabido, comen-zaron a afirmarse en Argentina (1853) y México (Plan de Ayutla, 1854), y bien difícilmente obtuvieron precarios éxito ya a finales del siglo XIX y principios del XX, en Ecuador, Perú y Bolivia. La desamortización de los bie-nes del clero tuvo variada importancia según los países. Igual la liquidación de los mayorazgos, la abolición de la esclavitud y la parcial demolición de las tierras comunales indígenas. En nuestra opinión, la consecuencia social de mayor gravitación, de estas reformas, necesarias y progre-sistas, se dio en el resurgir de un latifundismo laico con el resultado de acrecentar el poder de las oligarquías agrope-cuarias en detrimento directo de la dirección y hegemonía que dentro de los bloques liberales policlasistas ejercían

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la pequeña burguesía y las capas medias. Es, para poner un ejemplo exaltante, la diferencia del bloque social que apoya la lucha anticolonial de Juárez liberal, con el reaco-modo que dentro del mismo bloque sustenta la dictadura neoconservadora de Porfirio Díaz. En estas condiciones, y a escala latinoamericana, un liberalismo en degenera-ción no podía convertirse en otra cosa que en socio me-nor y obsecuente de los emergentes imperialismos inglés y norteamericano. Es lo que, en el plano ideológico, ex-plica las vacilaciones, desconciertos y aun claudicaciones del nacionalismo y del ya naciente antiimperialismo de la inteligencia latinoamericana. Como las claudicaciones de un César Zumeta, antiimperialista de primera hora, cómplice después de la entrega del petróleo venezolano a las transnacionales yanquis. O las incoherencias de un Vargas Vila, que denuncia a los bárbaros norteamerica-nos pero exalta el colonialismo inglés. O los desconciertos de un Ricardo Rojas, el de la Restauración nacionalista, que la quiere hacer compatible con filosofemas irracionalistas. O el idealismo esteticista de un Rodó, que no encuentra otra arma para hacer frente al Calibán norteamericano. O las iracundias, no siempre estériles, de un Rufino Blan-co Fombona. O, finalmente, las vacilaciones de un Rubén Darío, “patriota francés”, pero anunciador, en 1892, de la revolución social, denostador, como Martí, de la gula plutocrática de Jay Gould, y quien denunciaba admoni-tivo a los “búfalos de diente de plata”, a los “bárbaros”, a los “gorilas colorados”, al “slang fanfarrón de Monroe” y, también, como Martí, al creador del panamericanismo, “al Blaine de las engañifas”. Quien, finalmente, llamó “gorila” a Teodoro Roosevelt, en magnífica premonición de que será un Yanquilandia donde se facturará esa espe-cie latinoamericana.2

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Hay una raíz social, dijimos, que explica estos acier-tos y desaciertos, estos mejores empeños y peores claudi-caciones. De manera abstracta, es claro, se puede afirmar que las reformas liberales no dieron origen a ninguna re-volución democráticoburguesa que apuntalara en ningún país latinoamericano un desarrollo capitalista autososte-nido. Centrando un poco más el análisis, habría que com-probar la pérdida de la pequeña burguesía y de las capas medias de su capacidad dirigente dentro del otrora bloque liberal policlasista. Otro era, sin embargo, el contexto so-ciohistórico en el cual se desarrollaba, en el mundo antilla-no, el proceso de liberación nacional. Y otras también, na-turalmente, las formulaciones ideológicas, sin duda más avanzadas y radicales, de los principales promotores de su afirmación nacional, del antillanismo, y del nacionalis-mo latinoamericanista.

IISin duda que una ecuación personal, de análogas vi-

vencias psicológicas, confiere a los patriotas antillanos sor-prendentes homologías. Que de la República Dominicana, de Puerto Rico y Cuba partieran expediciones punitivas españolas contra Haití, México y el Pacífico suramericano no podría dejar de suscitar en combatientes nacionalistas sentimientos de solidaridad antillana y latinoamericanis-tas. No podrían ser a este respecto muy distintas las reac-ciones del dominicano Gregorio Luperón, de los puerto-rriqueños Ramón Emeterio Betances y Eugenio María de Hostos, y las del cubano José Martí. Este último quizás no vivió intensamente, por demasiado joven, la guerra de Es-paña contra Perú y Chile (1864-65), o la invasión francesa a México (1862-66), que comenzó con la colaboración de

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Inglaterra y España. Pero, ¿qué duda cabe de que fueron experiencias incorporadas a su memoria y conciencia an-ticolonialista? Una más concreta solidaridad se estableció entre el independentismo cubano-puertorriqueño y el pa-triotismo chileno cuando en el contexto de la aludida gue-rra entre España y Perú-Chile, acompañada de la recoloni-zación de la República Dominicana, Benjamín Vicuña Mac-kenna transferirá en Nueva York su revista Voz de América a los dirigentes de la emancipación antillana. Es de anotar que en aquella coyuntura Domingo Faustino Sarmiento. Embajador de la Argentina ante los Estados Unidos, alentó el independentismo cubano-puertorriqueño.3

Menos afinidades psicológicas como revolucionarios, y más homologías ideológicas y políticas concretas, ha-brían de suscitar en los revolucionarios antillanos el en-frentamiento simultáneo a que los convocaba la historia contra el colonialismo español y el imperialismo norte-americano. La primera de estas convocatorias, anticolo-nial y ya también, muy pronto, antiimperialista, se concre-ta en la figura histórica de Gregorio Luperón, combatiente contra la recolonización española de la República Domi-nicana (1861-65) y ya muy pronto, desde 1869 hasta 1873), campeón irreductible contra el anexionismo a los Esta-dos Unidos, que estimulaban las miras protoimperiales del presidente Grant y del Secretario de Estado Seward. “No pensamos que la América deba ser yanqui”, exclama-ba Luperón, que no reducía así su nacionalismo a Santo Domingo, como cumplidamente lo demostró después, en 1880, al proteger la inmigración puertorriqueña y cuba-na –Maceo entre ellos- cuando era miembro de gobierno provisorio. Las miras de los Estados Unidos sobre la Bahía y Península de Samaná, y aun sobre toda la geografía do-minicana, daban así lugar a las primeras prácticas y for-

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mulaciones ideológicas de resistencia al imperialismo en gestación.

Las luchas por la liberación nacional de Puerto Rico, con Hostos y Betances, enriquecieron, ampliaron y aún más, radicalizaron la acción y el pensamiento antiimpe-rialista de la revolución antillana. Hostos participó en las acciones de los círculos liberal-republicanos españoles de 1868, entre otros propósitos, con el fin muy específico de “sacar partido de la revolución española a favor de las An-tillas”. Decepcionado por la política igualmente colonia-lista del republicanismo español, pronto combinó la lucha anticolonial con admoniciones frente al expansionismo norteamericano y con reiterados y bolivarianos llamados a la unidad latinoamericana. Pero hay en Hostos un mo-tivo que importa sobremanera hacer resaltar. En Luperón se hizo evidente que la dirigencia libertadora la asumía la pequeña burguesía y las capas medias dominicanas. Un actor, testigo y cronista de los acontecimientos, así lo re-conocía. Pero en Hostos la conciencia revolucionaria da pasos adelante. Hay una indagación insistente sobre el su-jeto social que ha de realizar la liberación. Contamos a este respecto con un texto –no es el único- que es extraordina-riamente revelador: “Yo sabía lo que era el patriotismo a que tenía que dirigirme, y no podía contar con él. Sabía qué grado de inteligencia tenían los capitalistas cubanos de la emigración, y no debía contar con ellos”.4 Una conclu-sión antioligárquica –no obstante el necesario frente na-cional anticolonial y antimperial- se desprende de estas premisas. Hostos la plasmó, en nuestro lenguaje de hoy, en la tarea de emprender con la independencia política la reforma agraria: “empleo de cuantos recursos científicos, políti-cos y administrativos se conocen para universalizar el derecho de propiedad sobre el suelo”.5

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Que en Luperón, Hostos, e igual en Betances, la revo-lución anticolonial y la resistencia al imperialismo se halla indisolublemente asociada a las masas populares dirigi-das por la pequeña burguesía y las capas medias –y no en modo alguno por una burguesía comercial o por sectores agropecuarios o mineros exportadores-, es el punto de vis-ta fundamental que deseamos sustentar. Es esta base so-cial de la liberación antillana la que explica su radicalismo y la que anuda nexos con los movimientos revolucionarios de nuestros días. Como el fenómeno es antillano, no ha de extrañar que en el “padre de la patria” borinqueña, Ra-món Emeterio Betances, se reitere una práctica guiada por un pensamiento análogo.

Dos años antes de su muerte, en junio de 1896, escri-bía Betances: “Van cuarentiocho años que ando luchando contra España y seguiré hasta conquistar los cincuenta, si vivo, y más aún”6

Vivió efectivamente dos años más y pudo por ello exclamar entonces: “Heme aquí, por mi parte, cercano a festejar el 24 de febrero de 1898 mis esponsales de diaman-te con la Revolución”.7 Como estudiante de Medicina, Be-tances había participado, efectivamente, en la revolución francesa de febrero de 1848. Se inició así su largo empeño revolucionario que no concluyó sino con su muerte, cin-cuenta años después. De tan larga trayectoria desearíamos destacar la función dirigente que desempeñó al lanzarse, días antes del grito de Yara en Cuba, el grito de Lares en Puerto Rico, en septiembre de 1868. De su epistolario es el siguiente testimonio: “Desde antes del 65, Basora y yo te-níamos la isla agitada, inundándola de papeles revolucio-narios; pero yo estaba adentro y era quien los distribuía, al mismo tiempo que introducía armas”.8

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De tal temple no se podría esperar un reformista que se contentara con la mera autonomía frente a España. Para 1871 ya se hacía obvio que el triunfo de los liberales en España no aportaba cambio significativo alguno. En carta a Hostos, refiriéndose a los autonomistas, decía sin am-bages: “Ellos se han cansado de llamarnos locos y noso-tros [los independentistas] somos ahora quienes podemos contemplarlos casi con compasión. Parece aquello una re-unión de dementes, bailando sin música”. En esa misma carta no deja de señalar la creciente amenaza expansionis-ta norteamericana: “Grant siempre quiere a Santo Domin-go, y ese es el peligro”.9

Martí llamó maestro a Betances. La apreciación no es mero cumplido. Como Martí, era antianexionista. En 1851, en ocasión de la expedición anexionista de Narciso López a Cuba, dira: “No plantéis la palma en Washington ni el manzano en La Habana, pues perecerán ambos”. Como Martí, será un demócrata revolucionario, calificado, él y sus partidarios, de “comunistas y fieles de la internacio-nal” pues es un hombre “que se inicia en la Revolución del 48, que frecuenta a los anarquistas proletarios, que partici-pa del ambiente de los exiliados obreros antillanos en los Estados Unidos, y que en Europa asiste al desarrollo del socialismo, desde los utópicos españoles como Ramón de la Sagra, a los franceses finiseculares, v. gr. Charles Mala-to”.10 Como Martí, es antiimperialista: “el minotauro ame-ricano” denominará a lo que Martí llamó el “monstruo”, declarando explícitamente: “No quiero la colonia con Es-paña ni con los Estados Unidos”.11

Como Martí, será un bolivariano; propugnará por la federación antillana: “Así solamente quedaría completo el plan de Bolívar”,12 y como Martí, finalmente, verá en la liberación antillana el fiel de la balanza que equilibre el poder de ambas Américas.12

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IIILa restauración de la idea bolivariana de la unidad

de Nuestra América es en Martí inseparable, sobre todo en los últimos años de su corta existencia, de su enérgica esperanza de que la liberación de las Antillas se constru-yera en valladar del imperialismo norteamericano. Como es sabido, la expresión “Nuestra América”, y la idea im-plícita en el pensamiento martiano a los últimos años de la década del setenta. Durante los dos o tres primeros años de su residencia en los Estados Unidos, a partir del 1880, cuando hurgaba en las entrañas del “monstruo” aún des-conocido, Martí demostró admiración por la pujanza de la sociedad norteamericana y la consistencia de sus insti-tuciones democráticas. Incluso mostró simpatías por “la parte sana del Partido Republicano” y la personalidad de James Blaine, el futuro creador del panamericanismo. Pronto advertirá, sin embargo, las características cada vez más plutocráticas del estado norteamericano, el carácter crecientemente monopólico de su economía, las desigual-dades sociales y la discriminación racial. La plétora de los “productos invendibles” de sus fábricas, y la política in-transigentemente proteccionista del Partido Republicano las denunciará como contrarias a los intereses de Latino-américa. Por ello, prefirió el triunfo –que lo fue por esca-sísimo margen- de Cleveland sobre Blaine, y cuando este último, como Secretario de Estado de Harrison, promueve el “convite de Washington” en 1889 –ya lo había intentado en 1881- Martí reaccionó con las justamente célebres cróni-cas antipanamericanistas, tan lúcidas, admonitivas y pro-féticas. Ya a estas alturas la conciencia antiimperialista de Martí es inequívoca. En carta a Roque Sáenz Peña (10 de abril de 1890), delegado argentino al Primer Congreso Pa-namericano, decía Martí: “De ningún modo desmayo en

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el pensamiento de poner en claro, con toda la viveza con que usted y yo lo sentimos, el problema de nuestra América, de modo que confirmemos nuestra independencia antes de que se creen, como pudieran creerse, las condiciones que nos la podrían arrebatar.”14 Es claro que la restauración del bolivarismo de Martí tiene el sentido de oposición al imperialismo. En 1892, año de fundación del Partido Revolucionario Cu-bano, Martí reitera su preocupación y nuevamente hace clara la vinculación que estable entre Nuestra América, bolivarianamente unida, con la lucha antiimperialista. Por algo había dicho: “lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy: porque Bolívar tiene que hacer en América to-davía”15 Por ello, en el año del nacimiento del Partido Re-volucionario Cubano, reitera: “Es cubano todo americano de nuestra América y en Cuba no peleamos por la libertad humana solamente […] peleamos en Cuba por asegurar, con la nuestra, la independencia hispanoamericana”.16 Es suficientemente conocido el texto antiimperialista de su carta a Manuel Mercado, escrita la víspera de su muerte. Con las citas que anteceden – que podrían multiplicarse-, queremos sólo mostrar la persistencia de una solidaridad de planteamientos: el bolivarismo y antiimperialismo martianos.

En la temática del antiimperialismo de Martí se ha he-cho menos énfasis, creemos, en la denuncia de los aspec-tos específicamente económicos que implica la expansión norteamericana. En los textos martianos estos son, natural-mente, menos frecuentes que los políticos. Pero no están ausentes, sin embargo. Bien conocida es su oposición al proyecto Harrison Blaine de unión aduanera continental. Pero nos parece particularmente notable su denuncia del “veneno de los empréstitos, de los canales, de los ferroca-rriles”,17 y su afirmación de que “los pueblos de América

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son más libres y prósperos a medida que más se apartan de los Estados Unidos”.18 Todavía más notable nos pare-ce, en el contexto de una lucha por la liberación nacional que por tanto convoca a la unidad de todas las clases, la lucidez con que observaba Martí cómo las oligarquías de Nuestra América se convertían en socios menores del im-perialismo: “las empresas norteamericanas se han adue-ñado de Honduras: y fuera de saber si los hondureños tie-nen en la riqueza del país más parte que la necesaria para amparar a sus consorcios”.19

De lo expresado hasta ahora se comprueba con clari-dad que la lucha por la liberación nacional antillana dio origen al más original, vigoroso y radical pensamiento an-tiimperialista, a escala latinoamericana, en los momentos precisos en que el capital monopólico emergía como una nueva fase del desarrollo capitalista internacional. Precisa recordar que es en los años 80 del siglo pasado cuando hay que ubicar cronológicamente la naciente concentración de la producción y del capital. Es claro que la lucha direc-ta contra el colonialismo español coadyuvó al despertar de una conciencia que alertaba empeñosamente contra la expansión imperial norteamericana. Pero hay que pre-guntarse también sobre las razones más hondas que con-dujeron a la derrota de las corrientes anexionistas y que marcan un contraste tan obvio entre el nacionalismo y el bolivarismo antillano y las vacilaciones, debilidades y aún claudicaciones que se presentan en el resto del continente latinoamericano.

Cuando hicimos referencia a la gesta restauradora de la soberanía dominicana, gesta épica que se prolongó en la lucha contra los anexionistas que deseaban la absorción del país por parte de los Estados Unidos, la principal base social del nacionalismo quisqueyano la encontramos en la

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pequeña burguesía y las capas medias, reacias a la enaje-nación de la soberanía nacional. En la pequeña propiedad agraria y en los pequeños y medianos productores de taba-co, además, es claro, de las capas medias cultivadas de las ciudades, dirigentes como Gregorio Luperón encontraron la base de apoyo social en la cual sustentar la lucha anti-colonial y antimperial. Un agudo observador de la época llegó incluso a afirmar que en la pequeña propiedad y de la producción tabacalera se encontraba la más firme garantía contra el surgimiento de una oligarquía dominicana.20

Ello comprueba la inexistencia en Santo Domingo, en la época a que nos referimos, de un latifundismo social y políticamente hegemónico. Otro tanto, y por otras cir-cunstancias, podemos decir de Puerto Rico, donde la es-clavitud no adquirió relativamente las dimensiones que alcanzó en otros países antillanos. La lucha nacionalista y liberacionista en Santo Domingo y Puerto Rico se daba, pues, en un escenario social distinto al que caracterizó la guerra hispanoamericana de emancipación de principios del siglo XIX. En aquella oportunidad la guerra de inde-pendencia se trocó en “guerra civil” donde afloraron to-das las contradicciones de la sociedad hispanoamericana. Se levantaron así múltiples banderas y reivindicaciones: agraristas, jacobinas, liberal-demócratas, conservadoras y reaccionarias. El genio de Bolívar y sus pares consistió en interpretar la diversidad social para hacer posible la fun-dación de la unidad nacional. En Santo Domingo y Puerto Rico, a fines de siglo, diversas fuerzas históricas concu-rrieron para dar por resultado un hecho que estimamos fundamental: ningún criollismo potentado latifundista y socialmente influyente, existía para exigir participación, de acuerdo con sus intereses, en las luchas por afirmar la nacionalidad. La pequeña burguesía y las capas medias

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podían, así, construir un proyecto de organización nacio-nal radical, antimperial, sin las mediaciones a que habría obligado una oligarquía terrateniente y conservadora. Así se hizo posible la acción y el pensamiento nacional- revo-lucionario de un Luperón, un Hostos, un Betances. El es-tado que se proyectaba era nacional en el sentido estricto del término. Más aún, se trataría de un estado nacional-popular. Y ese proyecto era perfectamente compatible con el bolivarismo, con la aspiración a la efectiva unidad de Nuestra América.

Las condiciones y características de la historia social cubana eran, obviamente, de una mayor y extremada com-plejidad. A nuestro entender, la Guerra Grande de 1868 a 1878 reprodujo, en sus rasgos esenciales, muchas de las modalidades de la guerra de emancipación hispanoame-ricana de principios de siglo XIX. Entre otras, la necesi-dad de abolir la esclavitud para consolidar el frente na-cional anticolonial. También la presencia de un criollismo poderoso e imprescindible, que en el caso cubano estaba representado por la sacarocracia nativa que se había ido gestando durante muchas décadas. Martí, en más de una ocasión, destacó la importancia de estos ricos que fueron “a la pelea” de la Guerra Grande, arriesgando y compro-metiendo sus fortunas personales.

Pero las consecuencias económicas y sociales de la derrota de la Guerra Grande tuvieron una enorme tras-cendencia, incluso inesperada y paradójica, para las lu-chas posteriores por la emancipación cubana. En primer lugar, habría que comprobar la progresiva disminución de los ingenios a favor de una producción cada vez más con-centrada en los “centrales”.

En 1878, cuando finaliza la Guerra Grande, había mil ciento noventa ingenios. En 1891, un testimonio de

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crédito señala la existencia de ochocientas cincuenta fábricas, entre las cuales habría unas ciento cincuen-ta a doscientas organizadas como centrales y con eficiencia superior al promedio tradicional. En 1899 quedaban solamente unas doscientas siete, con una capacidad de molienda que duplicaba la cifra de azú-car elaborada ese año […] lo cual indica que la elimi-nación procedía fundamentalmente contra los inge-nios anticuados, a los que la Guerra de Independen-cia [iniciada en 1895 por Martí] sorprendió por la baja de precios de los primeros cinco años de la década final del siglo.21

Todo esto es revelador de una disminución, por lo menos cuantitativa, del sector criollo potentado, que hu-biese estado en condiciones de apoyar la última guerra anticolonial dirigida por Martí. Pero el contexto sociohis-tórico del pensamiento y la acción martianos se hace más claro si consideramos que esa concentración de la riqueza y de la producción azucarera ya no estaba, en gran parte, en manos de los “ricos cubanos”, sino que era propiedad directa de capitales norteamericanos que habían despla-zado a la sacarocracia criolla, arruinada desde la Guerra de los Diez Años. Además, durante la última guerra de liberación “la orden del General en Jefe de los cubanos, Máximo Gómez, de dar fuego a todas las grandes propie-dades que desde la Guerra de los Diez Años él conside-raba los mejores aliados del poder colonial.22 se cumplió en perjuicio de los cubanos ricos que no colaboraban con la insurrección, como quiera que por razones de política internacional los centrales amparados por la bandera nor-teamericana eran respetados. Y algunos de esos centrales se contaban entre los mayores del mundo.23 ¿Podrían, en estas circunstancias, tener los terratenientes cubanos peso

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específico importante en la política revolucionaria que dio origen a la insurrección dirigida por Martí en 1895?

Un proceso análogo al del azúcar tuvo lugar en rela-ción con el tabaco. Y con idénticas consecuencias econó-micas y sociales:

tal aspecto de la concentración no se comenzó a acen-tuar hasta después de 1890, debido, entre otras razo-nes, a que ese año marca el inicio del interés directo de los capitalistas norteamericanos por la industria [tabacalera] cubana, en trance de reorganizarse para hacer frente a las tarifas proteccionistas norteameri-canas. Fue entonces que aparecieron los primeros in-versionistas extranjeros en la industria del tabaco en Cuba, quienes fueron comprando fábricas y marcas o vegas para producir la hoja que necesitaba la indus-tria norteamericana.24

Ni los plantadores de la caña de azúcar ni los plan-tadores del tabaco cubano, disminuidos al extremo en su importancia económica y social, pudieron, pues, tener un peso específico de significación en la gestación y desenca-denamiento de la última guerra de Cuba por su liberación. En los pequeños propietarios y pequeños productores de tabaco emigrados en La Florida, en los obreros de sus ta-lleres, en los campesinos de la manigua cubana y en las capas medias patrióticas, precisa encontrar, entonces, la base social de apoyo que, efectivamente, tuvo la última guerra de liberación. Las condiciones eran fundamental-mente análogas a las que existían en Santo Domingo y Puerto Rico. No es por cortesía que Martí llamaba maestro a Betances. No es por casualidad que en Luperón, en Hos-tos, en Betances y en Martí nos encontramos con un na-cionalismo radical y una democracia revolucionaria que ninguna oligarquía criolla estuvo en capacidad de media-

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tizar. Tampoco es casualidad que coincidan en un proyec-to antillanista de claros objetivos antiimperialistas. Y que, para Hostos, la “confederación colombiana” –es decir, his-panoamericana- sea el horizonte de un patriotismo y, para Martí, la unidad de nuestra América, la razón última de su inmolación heroica. Bolívar, el del congreso de 1826, y Bo-lívar, el revolucionario, fue inspiración de uno y otro. Por la racionalidad de su nacionalismo y lo inquebrantable de su anticolonialismo, Luperón, Hostos, Betances, Martí y Bolívar tienen “que hacer en América todavía”.

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Notas:1 José Martí: “Centenario de Andrés Bello”, Obras completas, La Habana, Ed. Nacional de Cuba, 1963-1973, t. 7, p. 215, [En lo sucesivo, las referen-cias remiten a esta edición de las Obras Completas y por ello sólo se indi-cará tomo y paginación. Las cursivas son siempre del autor. (N. de la R.)]2 Véase: Rubén Darío: Textos socio-políticos, Managua, Ediciones de la Bi-blioteca Nacional, 1980, p. 29, 30 y 46.3 Véase: Carlos M. Rama: La independencia de las Antillas y Ramón Emeterio Betances, San Juan, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1980, p. 14. Véase también nota 13 de la p. 17.4 Eugenio María de Hostos: Obras. La Habana, Casa de las Américas, Col. Nuestra América, 1976, p. 9.5 Idem, p. 372.6 Ramón Emeterio Betances: Epistolario, (Compilado por el doctor M. Guz-mán Rodríguez, padre), Mayagüez, Tipografía Comercial, 1943, p. 80.7 Citado por Carlos M. Rama, ob. cit., p. 34.8 Ramón Emeterio Betances: Epistolario, cit. P. 52.9 Idem., p. 4 y 5.10 Carlos M. Rama: ob. cit., p. 28. Véase también nota 12 de la misma p.11 Manuel Maldonado-Denis: Puerto Rico, Una interpretación histórico-social, México, Siglo XXI Editores S.A., 7ma, edición 1977, p. 48.12 Ramón Emeterio Betances: Epistolario, cit., p. 27.13 Véase: Ricaurte Soler: Idea y cuestión nacional latinoamericanas. De la inde-pendencia a la emergencia del imperialismo, México, Siglo XXI, Editores S.A., 1980, p. 192-93. Para otros textos véase: Ramón Emeterio Betances: Las Antillas para los antillanos, San Juan, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1975.14 José Martí: Carta a Roque Sáenz Peña de 10 de abril de 1890, O.C, t. 7, p. 398.15 José Martí: Discurso pronunciado en la velada de la Sociedad Literaria Hispanoamericana el 28 de octubre de 1893, O.C., t. 8, p. 243.16 José Martí: “En Casa”, Patria, 18 de junio de 1892, O.C., t. 5, p. 37517 José Martí: “Congreso Internacional de Washington”, O.C., t. 6, p. 61.18 José Martí: “Las guerras civiles en Sudamérica”, O.C., t. 6, p. 27.19 José Martí: “Congreso Internacional de Washington”, O.C., t. 6, p. 58-59.20 Véase: Hugo Tolentino DIAP: Gregorio Luperón (biografía política), Santo Domingo, Alfa y Omega, 1977, p. 291.21 Julio Le Riverend: Historia Económica de Cuba, La Habana, Edición Revo-lucionaria, 1971, p. 497.22 Idem, p. 474.23 Véase Hugo Thomas: Cuba: lucha por la libertad, 1762-1970, t. I. Barcelo-na-México, Grijalbo, 1973, p. 365 y s.24 Julio Le Riverend: ob. cit. p. 501.

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salvador morales pérez

“Con los siglos crecerá vuestra gloria, como crece la sombra cuando el sol declina”.

Choquehuanca

La polémica en torno a la personalidad histórica de Simón Bolívar comenzó antes de su fallecimiento en 1830, aunque fue este el momento culminante de un discurso cuestionador, anatematizador, desaforado, emprendido contra él desde el instante en que encarnó política y mili-tarmente la voluntad independentista de una cierta parte del pueblo venezolano (aquí tenemos bien presente la no-ción restringida que se empleaba para designar al pue-blo). A partir del momento en que pasa a ser la expresión más visible de la ruptura definitiva con España y empren-de acciones enérgicas a favor de ese propósito, resistido por otra parte de ese pueblo en colusión con las fuerzas realistas, la figura de Bolívar se localiza como el blanco preferente de la satanización del proyecto independen-tista y de las acciones para transformar el viejo régimen dependiente.

Desde esos momentos candentes no cesó la lluvia de consideraciones depresivas de su personalidad y del pro-yecto que fue encabezando con cada vez más simbolismo; proyecto expresado y encaminado con pocas claridades y amplitudes en diversos aspectos, lo cual generó no sólo tensiones contra los adversarios, también entre partida-rios con miras y modos diversos de encarar la empresa li-

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bertadora. Esas tensiones, que generaron roces, fricciones, disensos, también se plasmaron en discurso polémico.

Como todos los grandes hombres de la historia con capacidad trascendente de sus actos e ideas, la personali-dad de Bolívar está y estará siempre en tela de juicio. Ha tenido por igual apologistas y detractores. No podía ser diferente con respecto a un liderazgo emergente en condi-ciones de una intrincada complejidad. Es un personaje que emerge y actúa en un entorno social de fuertes implicacio-nes de origen, clase, etnia y raza; también de religión.1

Una y otra fuente de apreciaciones, juicios e interpre-taciones se han entrelazado en el curso de la historia pos-terior para ofrecer un conjunto de valoraciones discutibles en el estudio e interpretación de la biografía del Liberta-dor. Un pequeño grupo de estudiosos se ha visto acorra-lado de cuanto encuentran de positivo de Bolívar, y los ciegos y virulentos detractores del perfil revolucionario de antaño y hogaño.

En tiempos recientes la actividad de los detractores no ha decrecido, más bien se ha multiplicado, con la no-table diferencia de que los ataques a su figura como ente humano, o a su personalidad política, como ente históri-co, se han hecho más complejos.2 A veces sutiles y otras descarnados, con apoyaturas supuestamente rigurosas o mediante una trama de elucubraciones, distan mucho del rigor académico. No todas muestran la evidencia de las contaminaciones ideológicas de la lucha de ideas contem-poráneas.

A mi ver, la consideración más adecuada y decente para una personalidad histórica de innegable importan-cia y relieve es adoptar la misma pauta metodológica de Sánchez MacGregor: estudiarlo en sus contradicciones.3 Puede parecer una verdad de Perogrullo, porque todos los

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seres pensantes sufrimos de contradicciones a lo largo de nuestra vida intelectual. Los humanos estamos hechos a esas tensiones entre los apetitos e instintos y las normas de convivencia y confrontaciones sociales y morales. Para mí, en el caso de Bolívar –como en el de otros grandes hom-bres empeñados en acciones políticas de relevante enver-gadura- las contradicciones no siempre están implícitas en el pensamiento del individuo como en la realidad tortuosa y móvil que le tocó interpretar cada momento, para in-tentar acciones en la dirección del triunfo independentista revolucionario proyectado desde sus perspectivas de ori-gen, clase y raza.

Punto de partidaUna reciente edición de textos seleccionados y ano-

tados por Tomás Straka, nos ilustra con respecto a uno de sus más tempranos, acérrimo y virulento detractor: José Domingo Díaz (Straka, 2009). Un raro espécimen de la época colonial y del momento crítico en que la aristocracia criolla intentó equiparar su poder económico con un ejer-cicio más autónomo del poder político. Díaz era expósito, mulato, ilustrado, pero de un filomonarquismo rayano en las ridiculeces. La furia contra los devaneos sociopolíticos de los mantuanos encontró su principal –aunque no úni-co- blanco en la audaz y arrolladora jefatura independen-tista de Simón Bolívar.

A Díaz, quien fuera autor posteriormente del libro Recuerdos sobre la rebelión de Caracas, publicado en España en 1829, le cupo la suerte de ser director de la Gaceta de Caracas. Esta publicación capitalina, fue vocero de los rea-listas y de los patriotas alternativamente, según el partido que tuviera control de la ciudad. En cuanto descolló la lite-

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ratura de Bolívar arreciaron los ataques contra él. No sólo contra su persona, también contra sus ideas y proyecto. Y si viene a cuento el catálogo de diatribas blandido en la pasión del conflicto por la Independencia, es porque luego y ahora, algunos denostadores, descalificadores o erosio-nadores interesados de la trascendencia contemporánea de Bolívar hacen uso abierto o disimulado del repertorio acuñado por Díaz.

En una de las primeras embestidas de abril de 1815,4 se refiere a Bolívar sibilinamente como el Inhumano, Bár-baro, Monstruo abominable, Indigno, Género humano de-gradado y envilecido por sus crímenes, Libertadorzuelo. Lo acusa de doblez ante las masas, de perturbador, de ha-cer lo opuesto a lo predicado, para concluir lapidariamen-te con una tremenda expresión: la democracia en los labios, y la aristocracia en el corazón (Cursivas de Díaz). El libelista pasó revista a la experiencia –vivida directamente- de la élite criolla desde el 19 de abril de 1810 hasta la caída de la república ante la ofensiva de Monteverde. Hizo hincapié en las torpezas cometidas, atribuyéndolas a Bolívar. Ma-labarismos retóricos de intención contrarrevolucionaria. Otros ejemplos de esas descargas de odio trae la Gaceta de la semana siguiente y de otras que le sucedieron. Este párrafo es elocuente de tan ciegos sentimientos: “Si han visto ya el inhumano, cobarde, cruel, insensato, pueril, or-gulloso, pérfido e ignorante, es necesario que acaben de conocerle, así para que se deteste su memoria, como para que se aprecie más el bien que se posee” (Gaceta de Caracas, Nº 13, 109).

Esos elementos confrontados son de un lado las ideas de la ilustración y de la revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad, democracia y del otro la apología del antiguo régimen y de Fernando VII, “un don de los

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Cielos”.5 De modo, que la diatriba alcanza dos propósitos: descalificar a un líder y socavar una causa. Esa relación se ha de mantener subyacente, cuando se aborde la comuni-dad entre el héroe y su pueblo. Sin embargo, se adivina en la controversia de Díaz la ira extrema, rabiosa, que se vuelve contraproducente cuando los receptores advierten en ella la manera en que el terrible “pecado capital” des-controla la objetividad, hasta llevarlo al borde de la furia asesina. Esa patología fue creciendo en agresividad.

La más violenta y resentida de las diatribas es plas-mada desde Puerto Rico, ya consumada la derrota de Es-paña y la estampida de los sostenedores del realismo. En el año de 1827 –año en el cual Bolívar regresa a Caracas y permanece entre enero y julio atajando situaciones con-flictivas y diseñando una posible expedición a Cuba- en la imprenta del gobierno colonial, Díaz saca el escrito ti-tulado “Un déspota insolente dispone de vuestras pro-piedades; ese es el ambicioso Simón Bolívar que osa para oprobio vuestro llamarse libertador” (Díaz: 112-119).6 En la postrera arremetida –a la par con un intento de mitifi-cación de un pasado idílico-7 levanta un nuevo inventa-rio de improperios: Ambicioso, Cobarde, Inepto, Incapaz, Pérfido, Presumido, Feroz. Lo nuevo en su intoxicada re-quisitoria radica en que ahora intenta meter cizaña entre los propios partidarios de la independencia. Cada una de las declinaciones de su iracunda adjetivación tiene un pro-pósito divisionista. A diferencia de tantos otros enemigos de Bolívar –que tuvo muchos como cualquier político re-volucionario puede suscitarlos-, el tono injurioso termina por revelarse como algo muy personal, impregnado de un odio sin medida. Un odio al que le faltaron más califi-cativos para desaguar totalmente el más arrasador de los resentimientos. Es el odio rabioso de la impotencia y de

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la orfandad de la argumentación. Posiblemente nacido de traumas íntimos y provocados desde la infancia por algún agravio específico que desatara un desorden sentimental descomunal. Pienso que en Díaz influyeron patrones con-ductuales típicos de la desproporcionalidad con que en aquellos tiempos se castigada el delito de la rebeldía. Los métodos bárbaros de la colonia llevaron casi siempre a la sanción brutal ejemplarizadora. Puede que esos lincha-mientos morales persiguieran el mismo fin aterrorizador. Las contrarrevoluciones han sido pródigas en una y otra forma de reacción.

Este fue un principio de la estigmatización que se engrosaría con el tiempo y las incidencias de la lucha. Complejidades que se multiplicarían cuando la acción del Libertador traspasa fronteras y conmueve sociedades con sensibles diferencias a la venezolana. En Nueva Grana-da, Quito, Perú, irá confrontado situaciones a las que no siempre supo encarar con igual habilidad y acierto. Otros personajes, incluso salidos de las filas patrióticas, reaccio-narán con recelo y odios.8

La defensa del maestroPara fines de los años veintes una campaña anti Bolí-

var se había galvanizado de tal modo que su maestro Si-món Rodríguez se sintió impelido a salir en su defensa. La redacción y circulación de un libro manuscrito enfocado a contrarrestar la campaña anti Bolívar se produjo en el año 1828. Rodríguez se encontraba en Oruro, cuando la cam-paña antibolivariana en el Perú estaba en pleno apogeo. Había tenido que renunciar a sus proyectos educativos en Bolivia. Las fuerzas más reaccionarias de Chuquisaca habían emprendido un feroz ataque contra sus propósi-

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tos y medios. La intriga y maledicencia perforó los oídos de Sucre. Fricciones que describe en sus cartas a Bolívar, explican las razones de su renuncia y de la salida poco airosa de Chuquisaca. En Oruro, donde empieza a redac-tar sus ideas acerca del tipo de educación e instrucción pública que necesita la América post independiente, tiene en cuenta la magnitud de la embestida contra su discípu-lo: “Al llegar a Oruro, veo el mal estado de los negocios públicos en el Perú; el señor Bidaurre (sic) insultando a usted –a Bolívar- en los Diarios, y persiguiendo a cuantos le son adictos”.9

Las especies que circulaban contra el Libertador es-tán enumeradas minuciosamente en la obra de Rodríguez, verdadero alegato defensivo en donde el ingenio y la sa-tirización marchan de la mano con sutiles razonamientos y excepcional testimonio del personaje y de los tiempos.10

Sin embargo, la “defensa de Bolívar” va más allá. Pa-rece resumir cuanto hasta ese momento se había invocado contra el Libertador, desde los días en que José Domingo Díaz soltaba toda su iracundia hasta los más recientes es-carceos denigratorios nacidos del fragor de la lucha revo-lucionaria. Ciertamente, no había estado junto a Bolívar en esos tiempos de vicisitudes y refriegas, de tanteos y resbalones, de aciertos y torpezas, pero lo conocía lo sufi-cientemente bien para deshacer los aspectos calumniosos que se le endilgaban alegremente como parte de la obra contradictoria a su propuesta libertadora.

Ello explica que comenzase su argumentación por aquellas cuestiones básicas: significación de las grandes personalidades en las decisiones importantes que desatan los nudos históricos; la ingratitud probable de los hom-bres; el carácter del individuo que ha encarnado una vo-luntad transformadora incansable.

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A pesar del método didáctico que emplea Rodríguez, no es fácil resumir las ideas empleadas, de tan trabada que está la argumentación. A mí me ha parecido esclarecedor partir de una aseveración significativa: “Bolívar no vio, en la dependencia de la España, oprobio ni vergüenza, como veía el vulgo; sino un obstáculo a los progresos de la sociedad en su país” (T. II, 199)11. Retengo dos concep-tos trascendentes; dependencia y progreso. Lo político y lo social que invocan la ruptura política –in-dependencia- y la transformación de la estructura colonial hacia un pa-radigma de adelantos. Si la dependencia como subordi-nación a “otro” es el blanco a corregir, la modernización en los términos de la revolución industrial que lleva ade-lante el sistema capitalista en expansión, es el modelo ins-pirador en función utópica. Las condiciones intelectuales y morales de Bolívar han sido en su opinión las óptimas para intentar el llevar a cabo esos propósitos:

Hombre perspicaz y sensible… por consiguiente de-licado. Intrépido y prudente a propósito… contrasta que arguye juicio. Jeneroso al exceso, magnánimo, recto, dócil a la razón… propiedades para grandes miras. Injenioso, activo, infatigable… por tanto, ca-paz de grandes empresas. Esto es lo que importa de-cir de un hombre, a todas luces distinguido, y… lo solo que llegará de él a la posteridad (S. Rodríguez, 1985: 201).12

Pone en primer plano lo que deben ser las cualidades imprescindibles para comprender las razones de su lide-razgo admirado e indiscutido por unos, maldecido y vili-pendiado por los opositores. Nunca se había visto hasta en-tonces en la América un caso de esta naturaleza. Rodríguez pone a un lado los demás elementos de la biografía en que tanto se han distraído muchos admiradores y detractores:

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Anécdotas, presajios, agudezas de la infancia…, tra-vesuras, amores, apotegmas de la juventud… debi-litan la impresión del personaje en el cuadro de una vida ilustre. El día y la hora de su nacimiento son de pura curiosidad. Los bienhechores de la humanidad, no nacen cuando empiezan a ver la luz; sino cuando empiezan a alumbrar ellos.Rodríguez dejaba a los enemigos de Bolívar la tarea

de un tratado completo de sus defectos considerablemen-te aumentados, en tanto él se dedicó a establecer los carac-teres de la conducta moral y social de su discípulo y ami-go. Y resulta sorprendente que sus evaluaciones no fueran consideradas convenientemente por tantos hagiógrafos en casi dos siglos de hilvanar datos:

El Jeneral Bolívar es de esta especie de hombres –más quiere pensar que leer, porque en sus sentidos tiene au-tores- lee para criticar, y no cita sino lo que la razón aprueba -tiene ideas adquiridas y es capaz de combi-narlas… por consiguiente puede formar planes: por gusto se aplica a este trabajo –tiene ideas propias… luego sus planes pueden ser orijinales: en su conduc-ta se observan unas diferencias que, en general, se estudian poco… Imitar y Adoptar y Crear (Rodríguez, T.II, 202).13

De manera que su pensamiento no sólo ha abando-nado toda noción escolástica y no reconoce más autoridad que su propio razonamiento, también es plenamente res-ponsable del mal que pueda hacer, de las injusticias que pueda plasmar en el desempeño de sus planes y creacio-nes; de lo cual se exige penetrar en sus decisiones y ac-ciones con discernimiento. El desarrollo bien visible de su capacidad adaptadora y creadora resulta en el discurso de Angostura en el cual criticó el copismo.

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Rodríguez exige fundamentación de los juicios que se hagan acerca de sus obras y sus dichos y no rehúye a la comparación que desde entonces se aplicaba a las per-sonalidades de Washington, Napoleón y Bolívar, com-paratística que llega hasta los días de Martí, aunque ya Rodríguez la descalificaba por impertinente. En primer lugar por lo desemejantes, no de las figuras, sino de las empresas históricas en que cada quien tuvo un papel des-tacado. Sin embargo, no dejó de redimensionar lo común: la necesidad de aplicar energías centralizadas en el objeti-vo prioritario perseguido. Son las energías que aplicaron lo mismo Washington, que Wellington, Pedro el Grande, la Revolución Francesa y Napoleón –hasta los Papas- sin dar lugar a las acusaciones de tiranía que se le endilgan a Bolívar.

Con la misma habilidad y contundencia rebate otra de las invectivas de José Domingo Díaz: “Que la Popularidad y el Liberalismo del Libertador son Aparentes” (T. II: 328 y ss.). La contraposición inventariada entre afectaciones protocolares de grandeza inabordable típicas de la realeza decadente y los incipientes franqueamientos populache-ros de campechanía y de la demagogia emergente, condu-cen a la adopción de Bolívar, hombre que “no puede pres-cindirse de sí-mismo”, a un prudente posicionamiento de Dignidad (T. II: 228). Ver el impresionante examen de las acusaciones y las ingeniosas respuestas de Rodríguez, tan valederas ayer como para las cajas de resonancia actual (T. II: 228-355).

Los principales ataques contra Bolívar, y de rebote contra las tropas colombianas llegadas al Perú para librar la última batalla, vinieron de la aristocracia peruana, dis-conforme gran parte de la misma por su adhesión realista y otra por su tibieza independentista y republicana.14 Da

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cumplida crítica a los escritos de Riva Agüero, Vidaurre y otros gaceteros del momento, que han proyectado al exte-rior una imagen interesada del ejercicio de gobierno de Bo-lívar, de las acusaciones de bonapartismo, monarquismo, vitalicismo, pero también del oportunismo y zalamerías de las clases aristocráticas, de la hipocresía de las fugaces ad-hesiones de las cuales fue testigo, que raras veces se han tomado en cuenta para analizar la recurva conservadora –termidoriana- que implementaron en la post independen-cia.15 Es posible que su empeño defensivo no logre explicar todas las peripecias de la consolidación de la Independen-cia y las quiebras y dificultades para dar vida a la república soñada. Sin embargo, el peso fundamental de sus alegatos desemboca en la exhibición de las complejidades que se movieron tras las campañas desarticuladoras del proyec-to revolucionario. Intentó desnudar la trama de intereses, argucias y artimañas para frenar las transformaciones de sentido progresivo y retrotraer al pasado que las provocó, movimiento en el cual convergieron verdaderos realistas y supuestos liberales.

El rescate post mortemPara entender las peripecias del rescate de la perso-

nalidad histórica de Bolívar, las dificultades para restable-cer su valía y méritos históricos, la porfía intelectual que despertó, deben conocerse las condiciones depresivas que precedieron y siguieron a su muerte y al abandono de su magno proyecto geopolítico de crear un fuerte poder in-ternacional de contrapeso a las agresivas potencias de la época.

Cuando Rodríguez estaba en plena composición de la Defensa, se produjo en Bogotá el complot magnicida. El

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antiguo palacio de San Carlos fue asaltado la noche del 25 de septiembre de 1828 por un grupo que llevaba intencio-nes de ejecutar a Bolívar en su residencia. Estaban impli-cados altos militares, empresarios y sacerdotes.16 Gracias a la ágil intervención de Manuelita Sáenz, pudo escapar Bolívar de la trama asesina. No obstante la naturaleza de la acción, Bolívar les otorgó el perdón a la condena drástica emitida por un tribunal militar. Desde luego, para aquellas fechas y circunstancias de postguerra inde-pendentista se estaban dibujando y adquiriendo fuerza elementos de “regionalización”, que antagonizaban con el proyecto compactador de Bolívar. La idea de formar un poder fuerte en la parte meridional del hemisferio era minada desde adentro y desde afuera. El Libertador no contó con suficientes elementos para imponer su estrate-gia. Las medidas centralizadoras fueron advertidas como despóticas por los interesados en recomponer la élite do-minante y reinsertarse en el mercado que les ofrecían in-gleses y estadounidenses.

Diversa forma pero análogo propósito de apartar a Bolívar y el proyecto que animaba en aras de la recompo-sición de las élites regionales, se incubó y desarrolló en Venezuela. Los disminuidos poderes económicos no es-taban dispuestos a sacrificar los intereses inmediatos. Su mentalidad de colonos supervivientes les conducía a res-catar esquemas y categorizaciones socio raciales desesta-bilizadas durante la insurgencia. A pesar de los esfuerzos pragmáticos de Bolívar para concertar un consenso míni-mo, nada se logró. El Libertador era un estorbo. Cuando éste transitaba hacia una muerte casi segura, aceleraron el proceso de deterioro mediante una vil proscripción desde su tierra natal, adobada con las más injuriosas acu-saciones.

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Las críticas y descalificaciones de entonces –verda-deras luchas por el control del poder político alterado- se basaban en la interpretación interesada de hechos y dichos con fuertes implicaciones políticas y sociales. Hechos y di-chos al compás del forcejeo por el reacomodo socio-políti-co de las élites sobrevivientes preocupadas por las impli-caciones de la estrategia de largas miras internacionales propuesta por Bolívar. 17 Bolívar dudó en imponerla a la fuerza y buscó vanamente consenso. La reacción negativa lo superó con creces y sin piedad. Lo colocaron fuera de juego implacablemente. Por el momento.

Un ejemplo deplorable lo plasmó un sector social de Maracaibo, si damos crédito al hallazgo en la Gaceta de Venezuela (Caracas, Nº 6, febrero 13 de 1831). Se hace presente que su muerte fue recibida con regocijo cuando el 21 de enero de 1831 llegó a Maracaibo la noticia.18 Mez-quindades de tan fea naturaleza contrastaban con las refe-rencias de los periódicos de París, Londres, Nueva York y de Santiago de Chile que, pese a la sostenida campaña de descrédito de los últimos años, destacaron la importancia de su figura gloriosa. El gobierno chileno decretó duelo nacional.

Los restos mortales de Simón Bolívar, el adalid más incansable de la lucha independentista americana, guar-daron sepultura en Santa Marta hasta el 17 de diciem-bre de 1842, durante la segunda presidencia del general Páez. El mandamás –a instancias de Fermín Toro- creyó oportuno resucitarlo a su conveniencia desde 1833, pero encontró resistencia entre los representantes legislativos. Los admiradores de Bolívar –como Juan Vicente Gonzá-lez- se horrorizaron de las cosas dichas por aquella cuerda de personeros políticos. Tras mucho batallar publicístico y ardides de la politiquería emergente se aceptó la propues-

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ta. En el año de 1842 la plaza mayor (plaza principal) de Caracas fue rebautizada con el nombre de Plaza Bolívar y en medio de ella se levantó dos años después, noviem-bre de 1874, la réplica de la estatua ecuestre del escultor italiano Adamo Tadolini ubicada en la Plaza del Congre-so de Lima. Luego, en octubre de 1876, cuando accedió a la presidencia Antonio Guzmán Blanco, sus restos fueron llevados al llamado Panteón Nacional. A partir de enton-ces data la elaboración del culto oficial a Simón Bolívar.

Por supuesto, no todo lo realizado en su honor puede ser encuadrado en una liturgia y rituales manipuladores. La veneración, respeto, evocación, religiosidad en torno a Bolívar tiene variados afluentes: mitificación intelectual, mitificación popular, batallar ante su real legado político, ideológico y moral. A veces una mezcla de los mismos. Siempre tendiente a su exaltación aunque nunca faltaron los detractores, ciegos o capciosos. Cuando un hombre de indudables méritos históricos es atacado con tan despro-porcionada y visceral injusticia, con la apasionada saña con que lo hicieron compatriotas, adversarios y ex compa-ñeros de luchas, suscita, provoca, la defensa proporcional-mente contraria, tan apasionada y compensatoria. Donde los detractores solo dibujaron defectos y vicios los reivin-dicadores contraponen éxitos y virtudes. Ese rescate, bien puede estar moralmente justificado pero no es lo óptimo para un entendimiento y valoración histórica adecuada y conveniente.19

El meollo de estas reflexiones no es sólo el recuento de las cuales ha transitado la figura de Bolívar, sus dichos y sus hechos. No ha sido nuestra intención principal po-ner de relieve un repertorio mínimo de ofensores y de-fensores, opositores y panegiristas. Nuestra preocupación final apunta a la pertinencia y legitimidad de propuestas

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y argumentaciones de potencial trascendencia en la medi-da que las circunstancias que las invocaron también han trascendido el momento del enunciado primario. Y esa problematización es válida para todo enunciado antiguo, desde los clásicos, anteriores a nuestra era hasta los ilus-trados u otros pensadores que estructuraron sus discursos bajo circunstancias históricas específicas y, no obstante ese encuadramiento, hoy día son referentes crónicos sin las enfebrecidas discusiones que generan Bolívar y Martí.

Un joven cubano al encuentro de BolívarLo más probable es que nunca conozcamos detalles

de cómo entró en el imaginario del joven Pepe Martí la personalidad de Simón Bolívar. La conjetura más funda-mentada puede arrancar de la relación con su maestro -casi sería mejor decir sus maestros- en la escuela que fundó y dirigió Rafael María de Mendive. En el aula, o más bien fuera de ella, en las tertulias que organizaba el maestro poeta en su casa: reuniones literarias en donde a muy temprana edad fue admitido el escolar con inquie-tudes poéticas. Pero es sólo una conjetura, o para los más exigentes una suposición.

Por algún lado específico comenzó la conocida rela-ción cognoscitiva e ideológica y la identificación política entre la vida y obra de Simón Bolívar con la de José Martí. A pesar de que no son muchos los escritos del héroe cu-bano acerca del héroe venezolano, Martí es considerado en el ámbito de la historiografía y de la historia del pen-samiento latinoamericano como uno de los más destaca-dos enaltecedores de la trayectoria histórica de Bolívar. El peso de la incidencia e influencia del Libertador no surgió de sopetón. Tanto en su pluma, como en su tiempo tam-

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bién en la voz, fueron tomando sitio los perfiles heroicos de la actuación bolivariana, hasta adquirir un tono épico, deslumbrante, conmovedor, a la altura de la gran hazaña descrita y del esfuerzo humano de su ejecución. Ningún otro escritor ha gozado de tanta autoridad, pues en Martí la glorificación de Bolívar no sólo va calzada con el decir justiciero y hermoso, sino con su condición también he-roica.

La presencia de Bolívar entre todos los grandes inicia-dores de la emancipación americana en la obra de Martí es la más frecuente y destacada. Una y otra vez aparecen su nombre o sus hechos o sus esencias revolucionarias. La personalidad histórica de Bolívar surge no sólo para rendirle el honor merecido. Las referencias no son bana-les, pueden ser poéticas pero no retóricas; a mi ver forman parte sensible de un cuerpo doctrinal que fue elaborando con el propósito de alentar el patriotismo latinoamericano como una modalidad ideológica de conciencia suprana-cional, como un planteamiento vivo de propuesta revo-lucionaria anticolonialista de la cual fue el más denodado portaestandarte.

Desde hace años me interesé en fijar un punto de par-tida mínimo. ¿Cuándo se produjo el encuentro de Martí, con el Libertador? ¿De qué manera tuvo las primeras no-ticias de su obra y existencia? Son hechos de los cuales aún no podemos, y quizás no podamos nunca, hablar con exactitud. Suponemos que este encuentro –más bien po-dríamos decir curiosidad, interés- debe haber tenido lugar en época temprana, en la adolescencia de Martí. Proba-blemente en víspera de la insurrección independentista de 1868. Nos basamos en sus muy posteriores y propios testimonios. Observemos, que en la carta que sobre Ra-fael María de Mendive, su maestro, publicó El Porvenir, en

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julio de 1891, evoca una anécdota de aquella época, en la cual Mendive “le mudaba a Francisco Sellén20 el verso de la elegía a Miguel Ángel, donde el censor borró “De Bolí-var y Washington la gloria”, y él puso, [Mendive] sin que el censor cayese en cuenta, “De Harmodio y Aristógiton la gloria…” (T. 5: 251). Era inevitable que los jóvenes con inquietudes libertarias abrevaran en aquellos referentes y buscaran en bibliotecas o en consulta con sus maestros pa-sar del nombre legendario al conocimiento histórico.

Aunque el nombre de Bolívar fuese sañudamente ta-chado por el lápiz rojo de la censura, la figura del héroe parece que ya había sentado sus reales en el incipiente imaginario patriótico de Cuba. Los revolucionarios siem-pre se han dado maña para brincar las fronteras de las prohibiciones. Ya se sabe el atractivo que ejercen las lec-turas prohibidas, particularmente en los jóvenes. De nada valen los Index expurgatorius.21 Subrepticiamente entraban libros y revistas y versos revolucionarios que venían del continente liberado como sugiere esta frase de otro texto:

Cómo nos predicábamos (…) en aquella isla florida –recordó Martí en su discurso del 21 de marzo de 1881, en Caracas-, el Evangelio que nos venía del continen-te grandioso: ¡cómo, mal oculto entre el Lebrija, el Balmes, el Vallejo, leíamos amorosamente los volcá-nicos versos de Lozano!22 ¡Los periódicos que de estas tierras, ocultos (…) como crímenes, llegaban a noso-tros, cómo eran buscados con afán, y leídos a coro, y guardados con el alma…! (T. 7: 287).23

El contrabando de libros y periódicos no ha sido es-tudiado, pero dada la corrupción aduanera de la época no está descartado algún volumen significativo. Tampo-co es desdeñable cierta tradición oral, tanto la procedente de algunos conspiradores de principios de siglo como de

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los emigrados de diverso signo que carenaron en diversas partes de la isla.24

Difícil es que en alguna forma no se filtraran algunas obras transidas de exaltación de las que ya circulaban fue-ra de Cuba, o que por vías orales se difundieran leyendas, mitos, anécdotas, de la Guerra de Independencia Ameri-cana y que no vinieran relacionadas con el “genio de la guerra”; hazañas y obras, o al menos el eco de las mismas. ¿O acaso tendría ya leído y releído el poema de José María Heredia, “A Bolívar”25 editado en 1832, al cual se refiere al compararlo con José Joaquín Olmedo, y con Bolívar, en el discurso que pronunció en honor del poeta cubano en Nueva York, el 30 de noviembre de 1889?

Creo que debemos tomar nota de este texto que circu-ló ampliamente en las tertulias cubanas, por ser expresión no sólo de uno de los poetas más afamados del continente americano, sino por provenir de un hombre que tuvo cier-ta participación en las primeras conspiraciones indepen-dentistas cubanas, la que animó el movimiento titulado Soles y Rayos de Bolívar. El poema aludido, manipulado hoy día para denotar el supuesto dictatorialismo de Bolí-var consta de dos partes. En la primera lo eleva hasta el incienso:

Tres centurias gimió su opresa gente/ En estéril afán, en larga pena,/ En tinieblas mentales y cadena./ Mas el momento vencedor del hado/ Al fin llegó; los hierros se quebrantan,/ El hombre mira al sol, osa-do piensa,/ Y los pueblos de América, del mundo/ Sientes al fin la agitación inmensa,/ Y osan luchar, y la victoria cantan./ Bella y fugaz aurora/ Lució de libertad. Desastre inmenso/ Cubrió a Caracas de pa-vor y luto./ Del patriótico afán el dulce fruto/ Fatal superstición seca y devora./ De libertad sobre la in-

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fausta ruina/ Más osado y feroz torna el tirano,/ Y entre la gran desolación, insano/ Amenaza y fulmi-na./ Pero Bolívar fue. Su heroico grito/ Venganza, patria y libertad aclama./ Venezuela se inflama,/ Y trábase la lucha/ Ardua, larga, sangrienta,/ Que de gloria inmortal cubre a Bolívar/ En diez años de afán. La fama sola/ A la prosperidad los triunfos cuenta/ Que le vio presidir, cuando humillaba/ La feroz arro-gancia,/ La pujanza española,/ Y su genio celebra y su constancia./ Una vez y otra vez roto y vencido,/ De su patria expelido,/ Peregrino en la tierra y Océa-no,/ ¿Quién le vio desmayar? El infortunio/ Y la trai-ción impía/ Se fatigaron por vencerle, en vano./ Su genio inagotable/ Igualaba el revés a la victoria,/ Y le miró la historia/ Empapar en sudor, llenar de fama,/ Del Golfo Triste al Ecuador sereno/ Del Orinoco in-menso al Tequendama/ ¡Bolívar inmortal! ¿Qué voz humana enumerar y celebrar podría/ Tus victorias sin fin, tu eterno aliento?/ Colombia independiente y soberana/ Es de tu gloria noble monumento.En la segunda parte, de la cual seleccionamos un frag-

mento esclarecedor, Heredia, quien aborrecía la menor sombra de tiranía, se hace eco de la propaganda desatada de los opositores a la fracasada estrategia política desem-peñada por Bolívar desde 1825, que contó con poderosos obstáculos, tanto en su Venezuela natal como en Nueva Granada y Perú:

¡Oh Bolívar divino!/ Tu nombre diamantino/ Recha-zará las olas con que el tiempo/ Sepulta de los reyes la memoria;/ Y de tu siglo al recorrer la historia/ Las razas venideras,/ Con estupor profundo/ Tu genio admirarán, tu ardor triunfante,/ Viéndote sostener, sublime Atlante,/ La independencia y libertad de un

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mundo./ ¿Y tan brillante gloria/ Eclipsárase al fin…? Letal sospecha/ En torno de tu frente revolando/ Empaña su esplendor: yacen las leyes/ Indignamente holladas,/ Sin ser por ti vengadas./ La patria y la vir-tud su estrago gimen:/ Triunfa la rebelión, se premia el crimen./ ¡Libertador! ¡y callas…! ¿Cuándo insano/ Truena un rebelde, ocioso/ El rayo vengador yace en tu mano?/ ¡Y ciñes a un faccioso/ Tu espada en galardón…? A error tan triste:/ Permite a mi dolor que corra un velo./ Si patria no ha de haber, ¿por qué venciste?/ ¡Ay! los reyes dirán con burla impía/ Que tantos sacrificios fueron vanos,/ Y que sólo extirpaste a los tiranos/ Para ejercer por ti la tiranía,/ Cual co-meta serás, que en tu carrera/ Por la atracción del sol arrebatado/ Se desliza en Eláter, y abrasado/ Se pier-de al fin en su perenne hoguera,/ ¿Contra la libertad entronizada/ Por tu constante generoso brío,/ Esgri-mirás impío/ De Carabobo y de Junín la espada?/ Cuando tu gloria el universo abarca,/ Libertador de esclavos a millones,/ Creador de tres naciones,/ ¿Te querrás abatir hasta monarca?/ ¡Vuelve los ojos!... A Iturbide mira/ Que de Padilla en la fatal arena/ Paga de su ambición la dura pena,/ Y como un malhechor sangriento expira;/ Y pálido, deforme, le recibe/ El suelo que libró, que le adoraba,/ Y cívica apoteosis le guardaba,/ En vez de vil, ignominiosa muerte,/ Más alta que la suya fue tu suerte,/ Muy más largo tu afán, mayor tu gloria./ ¿A tu inmortal carrera/ Con lágrimas y sangre/ Un fin igual recordará la his-toria? Después que al orbe atónito dejaste/ Con tu sublime vuelo,/ Brillante Lucifer, ¿caerás del cielo?/ Jamás impunemente/ Al pueblo soberano/ Pudo im-poner un héroe ciudadano/ El sello del baldón so-

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bre la frente./ El pueblo se alza, y su voraz encono/ Sacrifica al tirano,/ Que halla infamia y sepulcro en vez de trono./ Así desvanecerse vio la tierra/ De Na-poleón y de Agustín la gloria,/ Y prematura tumba los encierra,/ Y la baña con llanto la Victoria./ ¡Hijo de Libertad privilegiado/ No a su terrible/ Majestad atentas,/ Ni a nuestro asombro y lástimas presentes/ Un laurel fulminado!Martí conocía bastante la obra de Heredia y disertó

acerca del poeta años después. Fue entonces cuando dijo: “Heredia tiene un solo semejante en literatura, que es Bolí-var, Olmedo, que cantó a Bolívar mejor que Heredia, no es el primer poeta americano,26 El primer poeta de América es Heredia”.27 La analogía de Heredia con Bolívar obser-vada por Martí residía en disponer como una batalla la oda, la frase imperiosa y fulgurante, la imagen maltratada y de relieve.28 ¿O acaso no sería el mismo Olmedo, cuya obra corría por la literatura separatista que imprimían los patriotas cubanos exiliados, quien despertó en el joven Martí las primeras devociones y admiración hacia Bolívar? Un escrutinio minucioso de los periódicos y revistas de la época podrían ofrecernos nuevas pistas. A falta de una biografía accesible, circulaban artículos donde se le discu-tía. No albergo dudas de que la explosión independentista cubana despertó las referencias. Reavivó los mitos, abrevó en los precedentes, y en todos ellos estaba Bolívar como protagonista destacado. Para respaldar mi hipótesis echo mano a un artículo de Ramón Emeterio Betances, redac-tado en Caracas pero publicado en el periódico La Revolu-ción, Cuba y Puerto Rico, impreso en Nueva York. Desde la primera línea –“una es la patria de todos los americanos, decía Bolívar, y sin duda a ese pensamiento grandioso…”- la personalidad del caraqueño y la experiencia indepen-

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dentista que encabezó impregnan todo el texto. Lo cual revela la existencia de un conocimiento, la asimilación de una experiencia revolucionaria. A pesar de la censura ejer-cida por las autoridades españolas, las personalidades e ideas revolucionarias, con la carga emotiva que les puso el movimiento romántico, fueron integrándose al ideal pa-triótico en evolución.

¿Sería dudoso suponer que en las tertulias en casa de Mendive se evocaran las batallas y esfuerzos por la Inde-pendencia que encabezó el grande hombre de Venezuela? Y en España, durante su primer destino, ¿no sacaría con-clusiones positivas de la historiografía adversa a la Inde-pendencia americana? ¿O de la obra antirrevolucionaria del economista español Mariano Torrente quien residió en Cuba?29

La construcción de los héroesLo cierto es que, cuando aparece la primera referen-

cia a Bolívar de significación en su obra escrita, -“no son hombres distintos en América, Washington, Bolívar e Hi-dalgo”- apenas tres meses después de su llegada a México, es evidente la amplitud de sus conocimientos para expre-sar admiración fundada en los parámetros en que se venía encuadrando y comparando la valoración del venezolano. Simón Rodríguez, José María Heredia, Juan Vicente Gon-zález y quién sabe cuántos más antes de él, venían arras-trando la comparación entre estas personalidades. Sin embargo, bajo ópticas ajenas la imagen de Bolívar sufría una injusta mengua. Se trató de un artículo escrito para la Revista Universal redactado para reprochar la poca asisten-cia que hubo durante una velada en honor de Hidalgo. Al argumentar la significación y estatura histórica de estos

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héroes insuficientemente recordados, igualó rotundamen-te a los próceres latinoamericanos con quien encabezó la emancipación de las Trece Colonias:

-No son hombres distintos en América el anciano de Mount Vernon, el sacerdote de Dolores, y el héroe que en las llanuras del Mediodía fatigaba con la carre-ra su caballo, y su cerebro con el peso de los pueblos surgidos a su altiva voluntad, potentes y desenvuel-tos de miseria.-No son hombres distintos en América, Washington, Bolívar e Hidalgo.- Es la fuerza de honra herida abierta por impulso igual en tres potentes formas. Un hombre es el instru-mento del deber: así se es hombre (T. 6: 198).Fue una manifestación de molestia, y a la vez la per-

cepción emocionada de un joven con inquietudes políticas y sociales definidas. Es la emoción patriótica de un joven que reconoce en Hidalgo como en Bolívar –“familia de hombres”- a los iniciadores de un movimiento emancipa-dor del cual se siente parte alícuota. Causa común. Pues en medio siglo transcurrido, la esencia del sistema colo-nial hispano no ha variado un ápice. Para Cuba y Puerto Rico rigen las mismas condiciones de dependencia asimé-trica que en la víspera de 1810. Las cambiantes etiquetas –reinos, provincias- no alcanzan a ocultar la naturaleza inequitativa, subordinada, del antiguo sistema de domi-nación política y económica. En esas condiciones los pa-triotas cubanos insurrectos desde el 10 de octubre de 1868 disponían de un precedente político e ideológico en el cual fundamentar su proyecto revolucionario. Los ideales y ac-ciones de Simón Bolívar y otros libertadores no eran para ellos ni letra muerta ni materia de museo. Constituían –a pesar de todo el discurso descalificador instalado en las

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ideologías dominantes- un estímulo eficaz y legitimador de la pertinencia de su programa libertario.

La analogía entre Bolívar y Washington. –parangón recurrente de la época- que podemos hallar lo mismo en Simón Rodríguez, en Olmedo o en Heredia, se repite a lo largo de su obra en otras ocasiones, aunque en medidas diferentes. La distinción que va de una primera analogía a la última, creemos, va en relación con su profundización acerca de la obra política y el esfuerzo humano desplega-do por Bolívar en sus actos históricos. Pero no creemos que Martí estuviera interesado en aceptar un absurdo pa-ralelismo si no fuera por cierta corriente que lo hubiera hecho antes de modo tendencioso. El historiador alemán Georg Gottfried Gervinus, cuyas obras parece haber cono-cido Martí,30 sostenía una tesis que debió irritarle. Dijo el historiador con respecto al paralelo, como todos los para-lelos, odioso, entre Washington y Bolívar, que venía ha-ciéndose desde los días de la independencia:

Aun en vida de Bolívar, sucedió que algunos de sus compatriotas, exentos de envidia, como el bonachón Páez, algunos aduladores frívolos que tenía en Euro-pa, como De Prat, y algunos ingleses celosos de los honores merecidos por los norteamericanos, ensalza-ron a Bolívar hasta ponerlo muy por encima de Was-hington. Sin embargo, el tiempo que ha corrido desde que desapareció Bolívar no ha confirmado este juicio, y las sentencias de la Historia no lo confirmarán ja-más. La comparación en que se funda no es exacta en ninguno de sus puntos y el cuadro brillante que pre-sentan estas antítesis, seducirá y deslumbrará cuando mucho a soñadores y jóvenes poéticos por impresio-nante que pueda parecer (citado por C. Pereyra, 1915: 227-228).

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“Gervinus, dice Carlos Pereyra, consiguió su propó-sito, y los juicios históricos se han formado en la antítesis que él formó arbitrariamente…”, tuvo en su favor, agrega, “la leyenda personal de Washington y el prejuicio de las orgullosas razas teutónicas que niegan toda manifestación de grandeza reales en las razas que habitan los países del mediodía” (J. Martí, T. 8: 229).

No creo que Gervinus haya sido el causante princi-pal de esas ideologizaciones negativas con respecto a los pueblos iberoamericanos. Eso venía muy de atrás y es un producto de la resonancia alcanzada por los detractores de Bolívar. Creo que Martí conoció de esta obra y de dicho autor. No se puede decir más que eso por ahora. Por lo tanto, no dudo que su insistencia de magnificar la trayec-toria de Bolívar e Hidalgo, respecto a la de Washington, parte de esa difundida noción. Para la emisión de un juicio equilibrado debe conocerse más a este historiador alemán para explicar el giro que dio en su exaltada valoración ini-cial de Bolívar. Gervinus, admirador de las hazañas del Libertador receló de “la arbitrariedad de un espíritu dicta-torial”. Su crítica se hizo más fuerte en el capítulo “La mo-nocracia del Libertador”. Tengamos en cuenta el predomi-nio alcanzado por detractores contra Bolívar que también confundió a Karl Marx.

A la luz de estas falaces ideas difundidas en su época, podemos explicar el sentido posible de la reiterada y cam-biante analogía entre los dos conductores. Si en México, en 1875, Martí había negado la distinción entre los héroes del sur del Río Bravo y el prócer del naciente Estados Unidos, en 1881, después de seis meses de estancia en Venezue-la, afirma rotundamente: “venimos de esa tierra que vio nacer a Bolívar, aquel hombre a quien Washington amó, y que fue menos feliz que él, pero tan grande como él”

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(T. 19: 155). Apenas un corto tiempo después, unos meses, redondea el juicio al señalar que Washington fue “menos infortunado que Bolívar, porque fue menos grande”.31 No trataba de restarle mérito a Washington –“aquel hombre resplandeciente y sereno”-, a quien siempre estimó y va-loró positivamente. Su criterio lo creemos fundado en la valoración histórica. Tengamos en cuenta que escribía para aquellos americanos que aún desconocían a Bolívar todo su valor. La indagación en la magnitud de sus lu-chas respectivas –coincidente con el planteamiento de Si-món Rodríguez- constituye el cimiento diferenciador. Las ventajas de la lucha de los colonos yanquis con respecto a las dificultades enfrentadas por Bolívar y sus huestes, expresan una diferencia sensible. Las Trece Colonias con-taron con el apoyo de Francia y de España. Negaron el suyo a la insurgencia hispanoamericana.32 Bolívar reaccio-nó vivamente con respecto a la parcialidad yanqui y a su “conducta aritmética” (Bolívar, 1964: 90) para “dar armas a unos verdugos y para alimentar unos tigres, que por tres siglos han derramado la mayor parte de la sangre ameri-cana” (Ibid: 70)

En el fondo, bullía en Martí una inconformidad con la escasa producción historiográfica del momento, pro-ducción incipiente en la cual predominaba una mengua-da información archivística, pues apenas se estaban or-ganizando las papelerías nacionales y no se accedía a las fuentes hispanas. Por otra parte muy importante, se ense-ñoreaban puntos de vista de clase, raza, género, religión e ideología antirrevolucionaria que distorsionaban mucho la interpretación histórica. Desde 1875 echa en falta esa historia abarcadora, que años después convoca a conocer al dedillo.

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Del mito heroico a la historia del liderazgoPara llegar Martí a ese nivel de apreciación tuvo que

realizar un profundo estudio de la gesta independentis-ta y de la vida del grande revolucionario. Rápidamente pudiéramos afirmar que el mayor avance al estudio más pormenorizado tuvo lugar durante su estancia en Vene-zuela en 1881, cuando abandonó Nueva York, huyendo de “la puñalada del frío”, y de otros ventarrones que lo aturdían. Pero no debemos desdeñar las posibilidades de acercamiento a la obra bolivariana entre 1875 y 1881. En el mismo año 1875, aún en México, en el artículo en que expone que “no somos aún bastante americanos” /T. 6: 352) y urge por una expresión propia y literatos exclu-sivamente americanos, plantea la necesidad de poetas e historiadores que pongan de relieve nuestra naturaleza y nuestros héroes:

Ha de haber un poeta que se cierna sobre la cumbre de los Alpes de nuestra sierra, de nuestros activos Ro-callosos; un historiador potente más digno de Bolívar que de Washington, porque la América es el exabrup-to, la brotación, las revelaciones, la vehemencia, y Washington es el héroe de la calma: formidable, pero sosegado; sublime, pero tranquilo (Martí, T. 6: 352).En Guatemala, donde pudo hacer uso de “la librería

nutrida (T. : 145) de Mariano Padilla, pudo haber hallado buenas obras sobre Bolívar, como puede inferirse de estas frases que encontramos en su pequeño libro Guatemala; “Poco después asaltan la tribuna los libros históricos, los libros de agricultura, la flauta, el piano. Se dan a pensar en cosas graves, a dudar, a inquirir, a examinar. Hablan de Bolívar, de los nombres patrios…” (T. 7: 155).

Es en esta época en que se ve crecer su identificación con los empeños unitarios bolivarianos, tanto por lo que él

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mismo confiesa, como por lo que está implícito en las ideas que enarbola. El unitarismo es un asunto muy presente y debatido en la historia centroamericana. El empeño de Francisco Morazán no ha sido definitivamente sepultado. En la región puede pulsar los escollos, los peligros que penden, la necesidad geopolítica de la unidad para la re-sistencia. Bien explícito es en la carta a Valero Pujol del 27 de noviembre de 1877: “El alma de Bolívar, nos alienta; el pensamiento americano me transporta” (T. 7: 111). Y después de mostrar su irritación por la lentitud del proce-so y por las trabas que le puedan salir al paso –“rencillas personales, fronteras imposibles, mezquinas divisiones”- (idem) expresa un anhelo que tiene un inequívoco origen bolivariano en el contenido y en la forma de expresarlo: “¿cómo han de resistir cuando esté bien compacto y enér-gico, a un concierto de voces amorosas que proclaman la unidad americana?” (Idem). ¿No había escrito Bolívar al Director Supremo de Chile, llamándolo a “formar de este mundo una nación de Repúblicas” (Bolívar, 1964: 106), una interrogación semejante? –“¿Quién resistirá a la Amé-rica reunida de corazón, sumisa a una ley y guiada por la antorcha de la libertad?” (Ibid: 107).

La cristalina adopción de este americanismo más que sentimental y teórico, intencionalmente en busca de un sentido práctico, lo lleva a un planteamiento identitario supranacional. “Yo nací –había escrito Martí a Pujol- en Cuba, y estaré en tierra de Cuba aun cuando pise los no domados llanos del Arauco” (T. 7: 111). Como Betances y otros próceres americanos que le antecedieron, hace suya la ciudanización americanista expresada por Bolívar a los soldados del general Urdaneta: “Para nosotros la patria es la América” (Bolívar, 1964: 29).33 Nunca una breve frase de

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una proclama había tenido tan trascendental efecto en la historia ideológica del continente.

Desde luego estamos hablando de un dilatado pe-ríodo en donde se han producido grandes cambios. Sin embargo, el espíritu americanista sembrado por Vizcardo Guzmán, realzado por los proyectos de Miranda y lanza-do al terreno de la praxis internacional por Bolívar, es re-cogido por un nuevo adalid, que lo enlaza a las necesida-des políticas de una nueva época. No como una reproduc-ción al carbón. Imposible e inviable. Interesante trabajo de reelaboración e inspiración. ¿De qué formas y modos se había producido esta identificación americanista entre el héroe venezolano y el luchador cubano? ¿Cómo fue posi-ble que coincidieran hombres de tan diversos orígenes, de distintas experiencias políticas y diferentes épocas históri-cas? ¿Qué lazo vinculó a ambos paladines?

Cierto es que las posiciones sociales de Bolívar y Mar-tí son radicalmente diversas. Bolívar nació en la opulencia, fue de aquellos mantuanos que poseyó esclavos y gozó de una fortuna amasada con la explotación del negro en las plantaciones, como también es verdad, que supo com-prender la necesidad de abolir la servidumbre de los in-dígenas y la esclavitud, e hizo libres a sus esclavos. En tanto que Martí, nacido en hogar humilde, se identificó tempranamente con los esclavos africanos y consagró su vida a redimir a “los pobres de la tierra”. Ambos vivieron en épocas bien diferentes. Casi los separó un siglo de dis-tancia. Bolívar pertenece a la época de ascenso revolucio-nario de la burguesía europea, cuando las ideas de los en-ciclopedistas estremecían al viejo y al nuevo mundo casi al unísono. En cambio, Martí es testigo y actor de los co-mienzos de una nueva fase en el desarrollo de la sociedad capitalista, la fase imperialista, en la cual no queda ni la

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sombra, ni el recuerdo, de las capacidades revolucionarias de la burguesía. El uno luchó contra la vieja dependencia colonialista, el otro comenzará a llevar a cabo la lucha con-tra la remozada dependencia neocolonialista. Los vincula una proyección compartida de liberación nacional en dos momentos diferenciados de maduración nacional y de or-den mundial.

A pesar de estas diferencias y del nexo liberador, hay algo más que los mancomuna mediante un eslabonamien-to de continuidad dialéctica. Este es la consecuente condi-ción de revolucionarios. De usar la terminología de Rodrí-guez, la energía los mancomuna: la energía revoluciona-ria. Bolívar y Martí se enfrentaron a sus realidades respec-tivas con el decidido propósito de encauzar una solución radical acorde con las posibilidades históricas del lugar y el momento. Políticos realistas, transformadores radicales y desinteresados, están dispuestos a entregar la vida para colmar las aspiraciones de sus pueblos respectivos.34 Esta es una coincidencia que pudiéramos calificar de relativa, que no está exenta de contradicciones, y de un análisis crítico del sucesor con respecto a su predecesor. En ello tienen que ver tanto la óptica clasista como el método y los principios de análisis de la realidad político-social, lo cual en conjunto condiciona las soluciones a los problemas planteados por la historia real de las fuerzas en pugna.

Para llegar a esta apreciación debemos partir del he-cho de que el estudio efectuado por Martí lo llevó a perci-bir la medida en que debía ser un continuador de Bolívar y los puntos en los cuales debía superarlo. “Martí ve a Bolí-var desde la vanguardia del movimiento independentista cubano. Por ello es un Bolívar para el combate, un Bolívar actuante” (Rojas, 1999: 105). El estudio de estas personali-dades y de los hechos que protagonizaron probablemen-

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te lo completó durante su estancia en Caracas de enero a julio de 1881. Y ese estudio, en mi personal apreciación, tiene mucho que ver con un análisis histórico de un li-derazgo y una conducción revolucionaria. En donde no estarán excluidas las dificultades y desaciertos. Para mí, en Martí todo lo que piensa y escribe tiene un evidente sentido práctico. Raras veces dedicó su tiempo al entrete-nimiento. Dedicó su tiempo al estudio, a una mal conocida bibliografía.

Desconocemos si llegó a consultar la descripción de Fermín Toro, o Mis exequias a Bolívar de Juan Vicente Gon-zález, o la Vida del Libertador Simón Bolívar de Felipe Larra-zábal y la Historia de Venezuela de Baralt, quien impugna las interpretaciones de Mariano Torrente, textos difundi-dos entonces, los escritos de Antonio Leocadio Guzmán y los de Arístides Rojas sobre estos temas, o la colección documental compilada por Cristóbal Mendoza y el cuba-no Francisco Javier Yanes (1826-1833), la colección de pro-clamas publicadas por M.T. Rivas en 1842, los Documentos para la historia de la vida pública del Libertador de Colombia, Perú y Bolivia en catorce volúmenes de Blanco y Azpúrua a (1875-1877) o las Memorias de O`Leary que comenzaron a imprimirse en 1879. Todo este acervo bibliográfico entra dentro de lo que estuvo a mano y dentro de cuanto posible-mente conociera, por ser obras accesibles a un apasionado estudioso de la vida y obra de Bolívar como lo fue Martí. Sí sabemos que consultó la Gaceta de Caracas (T.21: 197),35 la Venezuela heroica de Eduardo Blanco sobre la cual escri-bió una reseña en la Revista Venezolana (T.7: 201-203) y más tarde la Autobiografía de Páez. En cierta oportunidad men-ciona algunas cartas de Bolívar a un general (T. 8: 251) y al poeta Olmedo. Por supuesto, hay que incluir sus pláticas con el erudito Cecilio Acosta, ardiente admirador de Bo-

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lívar y las sostenidas con sus numerosos interlocutores.36 Cuando llega a Venezuela ya el debate sobre Bolívar y la Independencia acumulaba una tonelada de papel y tinta.

Cecilio Acosta ha sido conceptuado como uno de los intelectuales venezolanos del siglo XIX más comprometi-do con la reivindicación de Bolívar.37 Se le sabe identifica-do con la trascendencia del héroe. Sus emocionadas pala-bras, razonados escritos y libros de su biblioteca, con toda probabilidad flanquearon al joven revolucionario cubano una fuente inapreciable para un mayor y mejor acerca-miento de la historia independentista y su ídolo político. No es de extrañar que le repitiera lo antedicho:

Pasó por la tierra como un relámpago, porque sus días fueron cortos, y asombró el cielo de las grande-zas humanas. Tuvo la celeridad de Alejandro, la elo-cuencia de César, el cálculo profundo de Napoleón; y sin embargo, ni dominó a Roma, ni sojuzgó a Europa, ni ató a Asia, sino que desató al mundo. Con su espa-da y con su genio dividió la historia en dos mitades y colocó su obra en mitad del derecho, del que fue ada-lid, amparo y númen. Purificó el templo de la gloria, de donde lanzó a los tiranos, emancipó de la fuerza las ideas y tan extraordinaria se alza su figura en la corriente de los siglos, que si alguna vez las socieda-des llegan a envolverse de nuevo en tinieblas y erro-res, se volverá la vista a él, como a un evangelio para la doctrina y como a un faro para la luz. El día que la libertad tengo Olimpo, él será el Júpiter: el día que el tiempo presente tenga tinieblas, él será el mito: el día que la política tenga sistema planetario él será el sol (Acosta, citado por Díaz Sánchez, 1962: 236).Lo que estudió y escuchó en Venezuela, le sirvió para

medir en toda la magnitud posible para su momento la

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extraordinaria personalidad multifacética del Libertador, su innegable capacidad de liderazgo, y escribir las hermo-sas páginas que dedicó a su memoria. Es en ellas en donde podremos aquilatar indicios del género de continuidad re-volucionaria que existe entre Bolívar y Martí, las raíces de un sutil encadenamiento. Es entonces, cuando se revela en toda su complejidad la estimativa martiana del gran hé-roe. Estimación que ya se desprende de un análisis crítico, con acopio de hechos cuidadosamente meditados y exalta-dos. Revestidos de un tono épico, que más que recordar al utilizado por Eduardo Blanco en Venezuela heroica, parece hallar su matriz conmovedora en la propia vida del Liber-tador y en el acento grandilocuente de su fogosa pluma. ¿No era ese el modo que Martí había exigido para contar y cantar acerca de tan volcánico conductor?

La imagen y su lugar en el nuevo revolucionarioCon tranquilidad podemos asegurar que aquella pro-

sa poética que tanto admiraba Rubén Darío encuentra en Bolívar su más formidable campo de expansión. Pero cuanta imagen, cuanta metáfora aquí hallamos, tiene una base sociológica que debe desentrañarse, con ayuda del conocimiento histórico del héroe, su tiempo y sus imáge-nes. Esos textos poéticos alcanzan significados concretos, sólo son inteligibles en su total complejidad por quienes se han informado con igual espíritu y minuciosidad acerca de la vida revolucionaria, llena de azares, del Libertador. La exaltación poética de Martí tiene una función determi-nada, ideologizadora, en el sentido más activo del con-cepto. No es la retórica insustancial que durante décadas ha estado ahogando la estatura política del héroe, en un intento de deificación maliciosa. Miremos que en lo dicho

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por Martí predominan y se reiteran ideas capitales, a las que se subordinan la anécdota y el estilo.

Lo primero que debe quedar claro es la concepción que tenía del héroe, nacida de una interpretación bastante acertada de la influencia de los conductores en la historia. Es una concepción muy alejada de la apología al caudi-llismo que tanto criticó sin perder de vista los condicio-namientos que lo generaron. No hay dudas de que Martí confiaba fuertemente en el papel de las ideas en el queha-cer político y social; no obstante, subordinaba este papel al marco de condiciones históricas que lo hicieran efectivo o inútil. Son abundantes las opiniones de Martí en cuanto al papel de las personalidades en la historia, pero bástanos ahora citar los necesarios para esclarecer su concepción.

“La voluntad humana –señaló en 1881- basta a entor-pecer o acelerar el porvenir nunca a impedirlo” (T. 7: 283). Asume una posición determinista, pero no fatalista, aun-que lo parezca en esta otra frase: “nada es en realidad más metódico y regular, más predecible y fatal, más incon-trastable y normal que nuestra vida” (T. 21: 138). Es que Martí consideraba que en “la vida de los pueblos, porción de la vida universal”, “todas las leyes están íntimamente trabadas, y donde todo es análogo” (T. 21: 165). Es decir, es evidente que poseyó una concepción del papel de los grandes héroes de la historia radicalmente diferente a la de Carlyle. Para el escritor inglés, la historia de la sociedad no es más que la realización de las ideas de los grandes hombres, portavoces de una divina providencia, el “hé-roe” al cual debe seguir ciegamente la “muchedumbre” (Carlyle, 1959: 3).

Observemos que esa no es la concepción subyacente en la relación del héroe Bolívar y su pueblo, expresada en la prosa artística de Martí:

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La América, al estremecerse al principio de siglo des-de las entrañas hasta las cumbres, se hizo hombre y fue Bolívar. No es que los hombres hacen los pueblos, sino que los pueblos, con su hora de génesis, suelen ponerse, vibrantes y triunfantes, en un hombre. A ve-ces está el hombre listo y no lo está su pueblo. A veces está listo el pueblo y no aparece el hombre. La Amé-rica toda hervía; venía hirviendo de siglos (T. 8; 251).La personalidad aparece como un producto de con-

dicionamientos telúricos, en donde la ocasión, otros quizá quieran modernizar la expresión como “la situación revo-lucionaria”, se conjuga con la idoneidad de la voluntad popular.

Ya antes había precisado –sin ignorar el papel de las ideas ilustradas- la autoctonía y complejidad de la dinámi-ca histórica interna: “La independencia de América venía de un siglo atrás sangrando” ¡ni de Rousseau ni de Was-hington viene nuestra América, sino de sí misma!” (T. 8; 244). Y al referirse a Bolívar traza una imagen elocuente y clara del sustrato que lo elevaba a su condición de líder condensador: “Como los montes era él ancho en la base, con las raíces en las del mundo, y por la cumbre enhiesto y afilado, como para penetrar mejor en el cielo rebelde” (T. 8; 234). La imagen telúrica refuerza la idea de la necesaria correspondencia entre los líderes que rompen y la base de pueblo que le dan infraestructura a la acción desgarradora.

En el admirable relato “Tres héroes”, con el cual La Edad de Oro iniciaba su comunicación con los niños de América en los momentos en que surgían nuevos peligros para la independencia de nuestra América, en un estilo directo y llano Martí señaló la importancia de la iniciativa:

Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siem-pre otros que tienen en sí el decoro de muchos hom-

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bres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dig-nidad humana (T. 18: 305).Llamó “hombres sagrados” a Bolívar, a San Martín y

a Hidalgo, pero precisó certeramente en qué residía su ca-lificación de hombre que condensa y guía: en la iniciativa decisiva y en la constancia para llevarla a puerto:

Un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a na-die más que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres, y no pueden consultarse tan pronto. Ese fue el mérito de Bolívar, que no se cansó de pelear por la libertad de Venezuela, cuando parecía que Venezuela se cansaba (T. 18: 305).No podemos ignorar el verbo “consultar”, implícito

en su formulación y creación del Partido Revolucionario Cubano. Las concentraciones urbanas y societarias que advienen con etapas más avanzadas de la modernización capitalista, que arroja la dispersión rural a la proletariza-ción, construyen nuevas bases para la actividad política. Impensable en 1810. Los grupos subalternos dispersos y de cultura política elemental en la mejor de las veces, se guiaban por otro tipo de relaciones primitivas. La magia de un lema y de un nombre victorioso jalaba mucho.

Sabía Martí que la iniciativa del Libertador estaba condicionada por “el séquito cruento” de los precursores de la Independencia de América, era arranque, pero tam-bién culminación de un proceso de acumulación histórica: “de esta alma india y mestiza y blanca hecha una llama

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sola, se envolvió en ella el héroe, y en la constancia y la intrepidez con ella; en la hermandad de la aspiración co-mún juntó, al calor de la gloria, los compuestos deseme-jantes…” (T.8: 244-245).

Las ideas de Martí acerca del héroe por antonomasia, dispersas en los textos que sobre él escribió, articuladas y vistas ahora en conjunto, nos dan una visión más precisa de su concepción teórica y de su aplicación a la gesta bo-livariana.

Concepción que se arrima bastante a la ofrecida por Jorge Plejanov en su famoso opúsculo El papel del individuo en la historia;

El gran hombre es, precisamente, un iniciador, por-que ve más lejos que otros y desea más fuertemente que otros. Resuelve los problemas científicos plantea-dos por el curso anterior del desarrollo intelectual de la sociedad; señala las nuevas necesidades sociales, creadas por el anterior desarrollo de las necesidades. Es un héroe. No en el sentido de que puede detener o modificar el curso natural de las cosas, sino en el sentido de que su actividad constituye una expresión consciente y libre de este curso necesario e incons-ciente. En esto reside toda su importancia y toda su fuerza. Pero esta importancia es colosal y esta fuerza es tremenda (Plejanov, 1959: 73).No vacilamos en destacar la cercanía de ambas con-

cepciones. Las diferencias que se pueden hallar entre uno y otro son más de forma que conceptuales, aunque sabe-mos que hay una diferencia de fondo en lo relativo al pro-blema fundamental de la filosofía, sustancial, en trance de superación por Martí. Es su realismo en el análisis socio-político, en el cual exhibe la mayor riqueza y objetividad acumulada por sus experiencias, el que lo aproxima a la

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concepción del marxista ruso. Y ese mismo realismo es el que permite incorporar creadoramente la herencia ideoló-gica bolivariana a las nuevas condiciones y urgencias de las luchas latinoamericanas. Martí supo glorificar a Bolí-var sin ceguedad. Se lo exigía su propia práctica política. De ahí su delicado análisis crítico, delicadeza que partía del inmenso respeto que los hombres deben a los huma-nos que han sido capaces de tamaños gestos heroicos: “Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz” (T. 18: 305). La lectura cuidadosamente y descifradora de estos textos específicos demuestra que Martí no comulga con la apo-logía, ni se cegaba con supuestos perfeccionismos, que su abordaje no excluía los defectos humanos ni los magnifi-caba descalificadoramente.

La necesidad de someter a un tamiz crítico los hechos históricos, de desarrollar las ideas de las cuales Bolívar fue precursor, de asimilar dichas experiencias para nue-vas luchas, lo llevó a examinar las limitaciones del tiempo y las circunstancias históricas y personales que incidieron sobre los pensamientos y hechos políticos del Libertador. Era una necesidad práctica que acometió con amor y res-peto. Lo exigía el endiosamiento a la figura del héroe que ya estaba en marcha, que conducía a la parálisis, al estan-camiento del mismo ejemplo y de los mandados del pro-pio héroe. Es aquí donde se anuda Martí a Bolívar; en la continuidad superadora está la verdadera continuidad, la continuidad dialéctica, que es la única continuidad real en la historia.

El balance crítico se encuentra en varios textos de los cuales quiero reproducir dos fragmentos fundamentales,

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el primero del discurso pronunciado en la velada de la Sociedad Literaria Hispanoamericana en honor a Vene-zuela en 1892 y el otro en el discurso pronunciado en la velada de la misma sociedad en honor a Bolívar el 28 de noviembre de 1893, cuando ya Martí se hallaba enfrasca-do en las tareas de conductor del Partido Revolucionario Cubano:

Ni de soberbia, ni de ambición, ni de despecho murió el hombre increíble que acaso pecó por todas ellas; sino del desacuerdo entre su espíritu previsor, turba-do por aquella misma viveza de la fuerza personal que lo movía a las maravillas, y la época de distancias enemigas y de civilizaciones hostiles, o incompletas y ajenas, o aborígenes y degradadas, que juntó el mis-mo a vivir; del desacuerdo murió entre un concepto impaciente y original de los métodos de creación de un país a ningún otro semejante, y los conceptos a más influyentes a veces que sinceros, de los que en la misma libertad prefieren el seguro de la canonjía a las emociones costosas y saludables de las labores de raíz; murió de la lucha, por entonces inútil, entre su idea continental con las ideas locales, y de la fati-ga de conciencia de haber traído al mundo histórico una familia de pueblos que se le negaba a acumular, desde la cuna, las fuerzas unidas, con que podía, un siglo más tarde, refrenar sin conflicto y contener para el bien del mundo las excrecencias del vigor foráneo, o las codicias que por artes brutales o sutiles pudie-sen caer, arrollando o serpeando, sobre los pueblos de América cuando levantase por su riqueza un ape-tito mayor que el respeto que hubiera levantado por su odio y auxilio. ¡Y se cubrió el grande hombre el rostro, y murió frente al mar! (T. 7: 294).

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La lectura desgranada de todas las frases y la idea que las junta y preside, revela una espectacular combinación del retrato con el análisis histórico y politológico. Y pensar que aun visioncillas parciales y miopes gastan tinta y sali-va en elucubraciones simplonas. Aunque algunos matices sean dables a los dichos de Martí, y hasta alguna aprecia-ción muy discutible, vio mejor con los elementos disponi-bles la esencia de la problemática, contradicciones y limi-taciones que envolvieron a Bolívar. Tuvo bien claro, que los mecanismos que intentó implementar, correspondien-tes a un gran plan estratégico de engrandecimiento geopo-lítico, levantaban al unísono incomprensiones, apetencias disímiles, obstáculos externos, carencia de apoyatura en el amasijo social fermentado. De tal complejidad frustra-da saca el núcleo valedero y la táctica correspondiente: la unidad obstaculizada. Con otras palabras vuelve al punto en el discurso siguiente:

Su gobierno nada más se había venido abajo, pero él acaso creyó que lo que se derrumbaba era la repú-blica; acaso, como que de él se dejaron domar, mien-tras duró el encanto de la independencia, los recelos y personas locales, paró en desconocer, o dar por nu-las o menores, estas fuerzas de realidad que reapare-cían después del triunfo; acaso temeroso de que las aspiraciones rivales le decorasen los pueblos recién nacidos, buscó en la sujeción, odiosa al hombre, el equilibrio político, sólo constante cuando se fía a la expansión, infalible en un régimen de justicia, y más firme cuanto más desatada. Acaso, en su sueño de gloria, para la América y para sí, no vio que la uni-dad de espíritu, indispensable a la salvación y dicha de nuestros pueblos americanos, padecía, más que se ayudaba, con su unión en formar teóricas y arti-

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ficiales que no se acomodaban sobre el seguro de la realidad: acaso el genio previsor que proclamó que la salvación de nuestra América está en la acción una y compacta de sus repúblicas, en cuanto a sus relacio-nes con el mundo y al sentido y conjunto de su por-venir, no pudo, por no tenerla en el redaño, ni venirle del hábito ni de la casta, conocer la fuerza moderado-ra del alma popular, de la pelea de todos en abierta lid, que salva, sin más ley que la libertad verdadera, a las repúblicas: erró acaso el padre angustiado en el instante supremo de los creadores políticos cuando un deber les aconseja ceder a nuevo mando su crea-ción, porque el título de usurpador no la desluzca o ponga en riesgo, y otro deber, tal vez en el misterio de su idea creadora superior, les mueve a arrostrar por ella hasta la deshonra de ser tenidos por usurpa-dores (T. 8: 246-247).Como puede apreciarse, en ningún momento Martí

desdeña la capacidad previsora de Bolívar, que le alienta de la misma manera, previsión de lo que se venía encima y previsión de lo que se debía fomentar, fortaleza en la unidad. Las potencias dominantes, en la inmediata post independencia y en los tiempos de expansión imperialista, estaban interesadas de impedirlo. Mantener pueblos débi-les. La persistencia de la subordinación y de la renovada inequidad, daba surco a la comunidad del planteamiento adecuado a los tiempos nuevos. De igual contumacia eran las pocas disposiciones de la oligarquía sustituta, feliz-mente enajenada y dependiente.

No muy distintas condiciones a los de Bolívar se le presentaron a Martí, aunque algunos atisbos de resisten-cia observados durante las conferencias panamericanistas le hicieran concebir ilusiones. Días antes, cuando de segu-

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ro preparaba su discurso, escribió para Patria, el vocero oficioso del Partido Revolucionario Cubano:

Su gloria, más que en ganar las batallas de la Amé-rica, estuvo en componer para ellas sus elementos desemejantes u hostiles, y en fundirlos a tal calor de gloria, que la unión cimentada en él ha podido más, al fin, que sus elementos de desigualdad y discordia: su error estuvo, acaso, en contar más para la seguridad de los pueblos con el ejército ambicioso y los letra-dos comadreos que con la moderación y defensa de la masa agradecida y natural: mas para ver estas cosas hay que ir a lo hondo, y obligar a la gente a pensar, que es trabajo que suele agradar menos a los petime-tres literarios y políticos que el de ponerle colorines y floripondios a la fachada de la historia (T. 8: 252).Para Martí la estatura histórica de Bolívar, su autori-

dad como arquetipo de la lucha anticolonial, su ejemplar conducta revolucionaria, el incansable patriotismo del cual hizo gala, constituyen formidables aliados de la cau-sa compleja que alentaba. Lo que le interesa no es tanto el destacar de la acción del héroe las limitaciones, como el empuje que “dio Bolívar a las ideas madres de América” (T. 8: 247). Latinoamericanismo y antiimperialismo tienen en él su más formidable precursor. Ya es verdad conocida, aunque no lo suficientemente difundida, pero que convie-ne recordar en las letras fieras de Martí:

¿Adónde irá Bolívar? ¡Al brazo de los hombres para que defiendan de la nueva codicia, y del terco espí-ritu viejo, la tierra donde será más dichosa y bella la humanidad! ¡A los pueblos callados, como un beso de padre! ¡A los hombres del rincón y de lo transitorio, a las panzas aldeanas y los cómodos harpagones, para que, a la hoguera que fue aquella existencia, vean la

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hermandad indispensable al continente y los peligros y la grandeza del porvenir americano (T. 8: 247).

¿Recuperación pertinente o culto poético?Francisco Pividal ha puesto de relieve la medida en

que el pensamiento bolivariano es el legítimo antecedente ideológico del antiimperialismo moderno.38 Antecedente, precedente, en ningún momento pretendió ir más allá, en tanto intentó plasmar un contrapeso significativo a las po-tencias predominantes. Su obra unitaria –a pesar de las limitaciones, ya indicadas por Martí- está en los orígenes de la doctrina latinoamericanista desarrollada por el héroe cubano en condiciones diferentes. Bolívar y Martí son dos eslabones, soldados, de soldadura de un proceso teórico y práctico que llega a nuestros días, del cual no están exclui-dos otros aportes. Martí vio en las “ideas madres” de Bolí-var su antecedente y punto de partida. Razones de clase y época –insistimos- exigieron el reajuste al nivel histórico y teórico del comienzo de la época imperialista y al ascenso del papel de las masas populares en los acontecimientos.

El señalamiento analítico de Martí a la unidad ame-ricana propuesta por Bolívar es semejante al que hiciera a Morazán propugnador de la unión centroamericana:

el general Morazán, quiso fortificar a esos débiles paí-ses, unir lo que los españoles habían desunido, hacer de estos cinco estados pequeños y enfermizos una República imponente y dichosa. Y lo hizo, -pero los pueblos, que están generalmente formados por gen-tes vulgares, tardan en comprender lo que los hom-bres geniales prevén (…). Morazán fue muerto y la unión se deshizo, demostrando una vez más que las ideas, aunque sean buenas, no se imponen ni por la

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fuerza de las armas, ni por la fuerza del genio. Hay que esperar que hayan penetrado en las muchedum-bres (T. 9: 96).39

No fue viable para uno y otro blandir una solución a la cual no le permitían llegar ni su origen clasista, ni la fuerza de los nacionalismos nacientes. La idea era tan jus-ta y tan necesaria como lo es hoy, entonces no encontró oportunidad, como tampoco lo logró en tiempos de Martí a pesar de sus esfuerzos doctrinarios y propagandísticos y del método correcto, de masas, que siguió.

Tenía toda la razón Martí cuando sostuvo que sobre una gloria “sólo tiene derecho a recordar quien la cultiva y continúa” (T. 4: 291). Y no tenemos duda de que tal de-recho le asiste plenamente a Martí, cuando exalta la obra de Bolívar y prosigue los trabajos que éste no pudo rema-tar por cualquier de los motivos ya señalados. Ciertamen-te, “porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy” (T. 8: 243).- Por eso repite la imagen del Libertador calzado aún con las botas de campaña, con las botas de pelear.

El bolivarianismo de Martí no está sólo en la exalta-ción de aquel hombre extraordinario a quien veneraba, sino en reconocer en él “nuestro primer guerrero, a nues-tro primer político, y el más profundo de nuestros legis-ladores en el más terso y artístico de nuestros poetas”, para extraer de su pensamiento y acciones, lección y guía para las nuevas luchas revolucionarias. El bolivarianismo de Martí es algo vivo, que se puede palpar en un empleo directamente revolucionario. Es anudamiento histórico, real, por derecho propio. La proyección del mismo está presente en numerosos pasajes de su obra concientiza-dora y en la actividad del partido político revolucionario que fundó.

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En lo que parecen apuntes para un discurso, Martí se refirió a la vigencia del espíritu bolivariano en la lu-cha de los cubanos, en oposición a la renuncia que hacían “muchos hispanoamericanos” al pasado revolucionario e independentista:

Lo que sucede es q. [que] los cubanos, no por supre-mo m. [mandato] de su naturaleza, sino por lo pre-sente de su lucha histórica, tienen hoy vivo el espíritu hispanoamericano, el espíritu de B.A. [Buenos Aires], el espíritu del Perú, el espíritu de Bolívar, el espíritu de (…) de que muchos hispanoamericanos, parricidas por la fuerza o por interés, comienzan a avergonzarse (T. 22: 15-16).En la valoración martiana de la realidad, corre pare-

ja la reelaboración de ideales no para una élite culta, sino para la masa miserable, atrasada e inconsciente. Para llegar a ella no apela a medios directos, de complicados análisis sociológicos, sino a una forma de concientización que re-fleja esas realidades por medio de imágenes artísticas, sen-sitivas. Intenta promover las ideas asociativas y despertar la emoción humana, utilizando, para explicar los hechos históricos, incomprensibles por otros medios para la masa inculta y aletargada, analogías con los acontecimientos de la sociedad y con los actos de los héroes. Esta peculiar ideologización ofrecida por Martí a una situación concreta tiene una función práctica.

Puede parecer extraña la forma adoptada por un polí-tico tan realista como Martí, pero debemos tener en cuenta que trata por todos los medios de ofrecer una alternativa con respecto a la religión católica dominante, al estado de conciencia de las masas populares latinoamericanas ra-yano en el más remoto primitivismo político. Por eso se coloca al nivel mítico de la conciencia popular para hacer-

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le llegar, obviando dificultades, un mensaje acorde con el código de inteligibilidad de los hombres del pueblo. Re-cordemos la sustitución de creencias que ya se había pro-puesto al llegar a México en 1875:

El culto es una necesidad para los pueblos. El amor no es más que la necesidad de la creencia: hay una fuerza secreta que anhela siempre algo que respetar y en qué creer. Extinguido por ventura el culto irracio-nal, el culto de la razón comienza ahora. No se cree ya en las imágenes de la religión, y el pueblo cree ahora en las imágenes de la patria. De culto a culto, el de todos los deberes es más hermoso que el de todas las sombras (T. 6: 195).Desde luego, no es el culto patriotero, superficial y

mecánico con que aturdieron por décadas a nuestros pue-blos hasta que la saturación lo volvió en indiferencia. El culto aludido por el revolucionario cubano puede estar inspirado en las experiencias revolucionarias jacobinas –como habíamos señalado ya en otro estudio (S. Morales, 1975). Es “el culto a la revolución arrolladora que barrió con tres siglos de dominación colonial”, con la excepción de dos porciones, las cuales se propuso liberar Martí, las islas de Cuba y Puerto Rico. Y el culto a Bolívar que pro-pone Martí es parte de este otro más grande, donde “el hombre solar”, tiene el papel más importante.

El bolivarianismo de Martí está inmerso en la síntesis del pensamiento político-revolucionario latinoamerica-no al concluir el siglo XIX de la cual él fue reelaborador. Representa la vigencia del legado político de Bolívar, en contraposición con la momificación del héroe en manos de la intelectualidad burguesa, que intentó, y aún intenta, mellar el filo a su ejemplo y a sus mensajes. Martí habló de Bolívar en nombre de los que cumplían “sin comprome-

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terlo con coqueterías de salto atrás ni con deslumbramien-to pueriles, su legado de juntar en un haz las hijas todas de nuestra alma de América” (T. 7: 294). Y sabía bien que sus valoraciones e ideas formaban parte esencial de un com-bate contra quienes deificaban a Bolívar en lo externo para renegar de sus hechos en lo íntimo. Este juicio acerca de la producción literaria o historiográfica que toma como eje central a Bolívar y a la gesta emancipadora que encabezó, es aplicable a la multitud de escritos y discursos que se le han dedicado, en los cuales han predominado los que en el fondo maldicen su esencia revolucionaria en el mismo párrafo en que lo endiosan:

De un lado se están poniendo en América los que, sin fuerzas para cumplir con los deberes que les im-ponen, prefieren renegar de las glorias americanas, como si con esto se librasen del mote de menguados y egoístas; y de otro lado, los que, sin rencillas im-béciles por una parte, pero sin excesos lamentables de lo que demanda el espíritu de raza por la otra, se estrechan, ponen en alto la bandera nueva y van rehaciendo la cuja en que se yerguen, que aquellos otros muerden a escondidas, gateando al favor de su sombra. De un lado los que cantan la forma de nues-tras glorias, pero abjuran y maldicen de su esencia, y de otro los que tienen tamaño de fundadores de pueblos, y, por sobre el miedo de los timoratos y las preocupaciones de la gente vana, no quieren hacer de la América alfombra para naciones que le son inferio-res en grandeza y espíritu, sino el pueblo original y victorioso anticipado por sus héroes, impuesto por su naturaleza y hoy sobradamente mantenido en estima por sus hijos; no por los que con el mismo plectro –porque esos usan plectro- endiosan a Bolívar y a sus

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tenientes, y al espíritu ¡oh vergüenza! Contra el que aquellos hombres magnánimos combatieron; sino por aquellos otros americanos que cuidan más de cumplir dolorosamente su deber de hijos de América en tiem-pos difíciles, que de pavonear serventesios y liras hu-mildes, en cambio de interesados aplausos, a los ojos de regocijadas tierras extranjeras. Los conocemos, los conocemos. Y los más sinceros son en política como esos raquíticos naturalistas de ojos cortos, que de puro mirar a los detalles pierden la capacidad de en-tender, a pesar de sus grietas y de sus cataclismos, la armonía de la Naturaleza; son siervos naturales, que no pueden levantar la frente de la tierra; son como flacas hembras que no saben resistir una caricia. Un título los compra. Con lisonjas y celebracioncillas se les tiene. Decimos que los conocemos (T. 7: 252-253).40

El estudio que hemos presentado de los textos de José Martí acerca de Simón Bolívar, nos permite apreciar cier-tas fases y aspectos de su condición bolivarianista. Es una posición que va asumiendo desde muy temprana edad al calor de sus inquietudes sociales y políticas, que le llevan a una activa participación en las luchas patrióticas de Cuba. Sus ideas y su práctica revolucionarias y sus experiencias en las tierras que llamó “Nuestra América”, unido todo a la información acerca del pensamiento de Simón Bolívar, lo llevaron a identificarse con el empeño americanista del Libertador. Ese legado está al pie de la elaboración de su doctrina latinoamericanista, le sirve de cimiento histórico y teórico.

El bolivarianismo de Martí no puede contemplarse en abstracto, está férreamente vinculado a las necesidades políticas de su momento, en la misma medida en que está determinado por el curso de la tradición revolucionaria

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que le precedió. Este encuentro, esta continuidad dialécti-ca que va de Bolívar a Martí, como de ellos a nuestros días, era inevitable.

El Bolívar que descubrió Martí no es el héroe sin pue-blo que ha propuesto parte de la historiografía burgue-sa, para consumo aberrante del propio pueblo, que no se siente reflejado en tan falso engendro. En Martí, Bolívar es un héroe popular, porque en él no hay menosprecio al pueblo que fue la base de su acción triunfante, porque en definitiva supieron ambos que la masa constituye el ver-dadero jefe de las revoluciones.

En Martí hemos hallado una interpretación paladi-namente histórica de la personalidad revolucionaria de Bolívar. No es observable, en el conjunto de sus textos, una concepción idealista del papel de Bolívar en la eman-cipación americana; ni relentes providencialistas, a pesar del tono épico predominante y de formas propias de la leyenda.

Si algo observamos en la exaltación martiana de Bo-lívar en su intención político-ideológica. Las abundantes imágenes alegóricas o apasionadas acerca del Libertador están en función de una práctica revolucionaria. A la vez le sirven de medio emotivo y de comunicación con el pueblo para exaltar lo que condensa la figura del héroe, a quien en todo momento concibe como síntesis, como sím-bolo, de toda una época, de todo un proceso. La grandeza del Libertador, a los ojos de Martí, reside en lo que histó-ricamente representó. Esta interpretación está en los tex-tos más extensos que dedicó a su memoria. Tenemos pues que, de hecho, la figura central del discurso teórico del cu-bano es el héroe en la revolución, el conductor de la gran ola independentista que barrió con la tiranía colonial. Pre-cisemos: la veneración de Martí abarca a la personalidad y

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al proceso de revolución anticolonial en una sola pieza. De ahí que su exaltación se pone en función de las luchas en que estaba enfrascado: la eliminación de los últimos ves-tigios coloniales de España en América, y la preservación de la independencia alcanzada en la epopeya que tuvo por protagonista más relevante a Simón Bolívar.

Por lo tanto, Martí no fue un epígono ni un exégeta de Bolívar, sino un intérprete de su obra política. No es exé-gesis y asimilación mecánica y acrítica lo que predomina en su estudio e integración de la experiencia bolivariana. La adecuación es el criterio rector, el reajuste a las nuevas condiciones históricas, el cual no está exento de rupturas y continuidad dialécticas. Yerran quienes creyeron ver en Martí una repetición de ideas y estrategias, ignorando el enriquecimiento necesario de las soluciones bolivarianas. Bolívar está en la raíz como esencia enriquecida y modi-ficada al compás de una nueva coyuntura histórica lati-noamericana, donde hay una composición social distinta de las fuerzas renovadoras que llevan en sus hombros la conclusión de las tareas históricas frustradas o incomple-tas, además de las nuevas.

El bolivarianismo de Martí tiene funciones muy dis-tintas al culto que han oficializado las clases dominantes latinoamericanas. Su función no es la del simular los fraca-sos sino de señalarlos y urgir la superación de los mismos. No es la de retardar el desengaño de las masas, sino la de señalarles la necesidad de alcanzar las metas históricas insatisfechas. Es la de enhebrar sus ideas en un gran factor de unidad continental antiimperialista, reivindicando los principios de la soberanía nacional, del anticolonialismo y de una política genuinamente revolucionaria a los males heredados de la colonia y a los nuevos. Porque en Martí no hay copia mecánica y reiterativa, sino adecuación de la

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esencia de los postulados revolucionarios de Bolívar a un cuerpo doctrinal nuevo. Está asumida como continuidad dialéctica, sin atavismos místicos, cual arma de lucha polí-tica, conscientemente, sin regatearle la emoción venerado-ra que merece el magno héroe, Simón Bolívar.

En el abordaje de Martí acerca de Bolívar predominan pocos pero contundentes planteamientos y el eje de casi todos es el fenómeno de la dependencia, del colonialis-mo superviviente en las repúblicas subdesarrolladas. De este interés principal no está excluida la personalidad, la conducta decidida del líder, a título de arquetipo de dis-posición ejemplarizante. Véase como contrapartida a las actitudes –sumisas, tímidas, complacientes, enajenadas y cómplices- de la nueva oligarquía criolla acomodada a su papel subordinado en la periferia del sistema capitalista en ascenso.

José Martí estaba muy consciente de que las repúbli-cas americanas no eran verdaderamente independientes, y de que el poco margen de independencia política que gozaban lo iban a perder con la creciente dependencia eco-nómica que los amenazaba bajo la capa de un proyecto pa-namericano de integración económica dominado por los intereses estadounidenses en expansión. Y esa subordina-ción pondría nuevo dique al paradigma de desarrollo, tal como habían suspirado algunos pocos hombres preclaros de la independencia.

De manera tal, la invocación de independencia abso-luta y la recuperación de un proyecto de unión para resis-tir la avalancha anunciada, no eran mero recurso legitima-dor de un discurso revolucionario, constituían un anuda-miento de un pensamiento emancipador adecuado a un proyecto inconcluso. De ahí el planteamiento preciso de la necesidad de proclamar una segunda independencia. La

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recuperación de estos planteamientos rebasa el recurso re-tórico –aunque no excluye la glorificación del héroe- para adoptar un sentido programático preciso. El manojo de ideas que esgrime e inserta en el novedoso proyecto pa-triótico americanista y antiimperialista es un llamado a la acción. Una convocatoria a completar un proyecto frustra-do. La continuación obediente a las circunstancias coetá-neas de una estrategia y una táctica extraída del estudio de la experiencia conductora de Bolívar. Martí concebía como el venezolano la prioridad de crear un contrapeso geopo-lítico significativo, que diera paso a un plan de desarrollo, de progreso, sin las cortapisas que habían empantanado los anhelos americanos. Ese eslabonamiento, cuidadoso, pertinente, sigue ofreciendo a la actualidad un paradigma significante y movilizador para esta nueva etapa de refun-cionalización del sistema de dependencias imperante, as-fixiante y restringido.

Desde luego, infinidad de planteamientos, de ideas y sentencias de ambos pueden haber pasado al museo de la historia del pensamiento latinoamericano, como ha su-cedido con casi todos los pensadores de cualquier parte del universo: Moisés, Confucio, Sócrates y Jesús, Mahoma, Tomás de Aquino o Locke, pero, como los de ellos, siem-pre conservan una lección interesante para la humanidad que sabe apreciar y valorar cualquier esfuerzo hecho para su bienestar.

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Notas:1 Como Hidalgo, Morelos y otros patriotas, Bolívar fue excomulgado (3.12.1814) por edicto de los gobernadores del arzobispado de Bogotá, Juan Bautista Pey y José Domingo Duquesne, por la presunción de sa-quear iglesias, perseguir sacerdotes, destruir la religión. Parte del clero apoyó la independencia pero otra la combatió. La Sagrada Congregación de Negocios Eclesiásticos Extraordinarios del Vaticano acusó a Bolívar de liberal y ateo, en sesión 116, del 4 de agosto de 1829.2 Años ha Marcos A. Osorio Jiménez publicó, bajo el patrocinio de la So-ciedad Bolivariana de Venezuela, la primera edición de la Bibliografía crítica de la detracción bolivariana.3 “En el curso de la investigación, se alcanzó a comprender, el carácter contradictorio de Bolívar, cuyas oscilaciones resultan claras y evidentes” (Sánchez Mac Gregor, 1992:11).4 Me refiero al texto sin título publicado en la Gaceta de Caracas (Nº 12: 103-108).5 “Un Rey como el nuestro es un don tan sublime y exquisito que solo de tiempo en tiempo se concede a los pueblos muy dignos de él por sus heroicas virtudes” (Gaceta de Caracas, Nº 15:31). Esto lo expresa en mayo de 1815, cuando Fernando había sido restituido al trono al que tan inde-corosamente renunció.6 Sospecho que luego Simón Rodríguez lo tuvo como referencia polémica.7 “Aquella hermosa Venezuela que fue un tiempo el encanto de los natu-rales, y la admiración y envidia de los extranjeros” (Díaz, XXX: 113).8 Tal fue el caso de Rafael Diego Mérida, cercano colaborador de Bolívar en los años 1813 y 1814. Más tarde, durante el exilio en Haití, se convirtió en enemigo, y en Curazao redactó e imprimió contra él un libelo, del cual se sirvió José de la Riva Agüero en su obra Memoria y documentos para la historia de la independencia del Perú.9 Manuel Lorenzo Vidaurre, peruano, pintoresco personaje por sus vaive-nes galantes, políticos e intelectuales. Enemistado con la Iglesia colonial por su dicho contra el Arzobispo de las Heras de ser “un viejo cuchifon-do”, ergo “un viejo c. sucio”. Retó a la sociedad de su tiempo defendien-do la igualdad racial. Luego de algunas vicisitudes en España, Cuba y Estados Unidos, recaló en Perú, donde formó el círculo de aduladores de Bolívar, los Persas, quien lo nombró representante ante el Congreso de Panamá, en donde se salió de las instrucciones para plantear iniciati-vas personales. Bolívar lo llamó de regreso: “El Perú necesita de algunos Vidaurres; pero no habiendo más que uno, éste debe apresurarse a volar al socorro de la tierra nativa, que clama e implora por sus primeros hi-

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jos, por esos hijos de predilección…”, Meses después, el autor del folleto Vidaurre contra Vidaurre publicó “Discursos contra el proyecto de Cons-titución vitalicia” (1827). Separado de Bolívar, publicó en 1831 “Defensa de la Soberanía Nacional” a raíz de la guerra peruana contra Colombia (http://w.w.w diccionariobiograficoecuador.com).10 El Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de armas defendidos por un amigo de la causa social, Arequipa, Imprenta Pública, 1830; diez años después publicó “Extracto de la defensa de Bolívar”, El Mercurio, (Valpa-raíso), 17 y 23 de febrero de 1840. Ambas publicaciones se encuentran en Simón Rodríguez, Obras Completas (1975, T. II: 191-361 y 363-373, respec-tivamente).11 Bradford Burns dice al respecto: “Las élites hablaban constantemen-te de `progreso`, acaso la palabra más sagrada del vocabulario político, pero poseedora también de un impresionante conjunto de significados. Generaciones posteriores de estudiosos la reemplazaron por la palabra modernización, mas esta sustitución poco hizo para clarificar el concepto. Ambos términos, usados indistintamente en adelante, entrañaban admi-ración por los valores, ideas, modas, invenciones y estilos más recientes de Europa y de Estados Unidos, además de un deseo de adoptarlos –y sólo en raras ocasiones un deseo de adaptarlos. (…) Siempre identificaron (y confundieron) el bienestar de una clase con el bienestar nacional” (Bra-dford Burns, 1990: 19)12 Desde luego, esa gran empresa de soberanía y progreso amenazaba in-tereses creados y sistemas ocupacionales populares. Los nuevos métodos de trabajo implicaban maximizar la explotación.13 Relacionar con la cita de Bradford Burns párrafos atrás.14 “El nacionalismo amplio de Bolívar, en este caso triunfante, mella, hiere a la nobleza, a las clases más altas y así Riva-Agüero y Torre Tagle, ven-cidos por Bolívar aunque enemigos políticos, se identifican en cuanto a la casta. Bolívar implicó en este sentido, la primera ofensiva democrática, tanto para la nobleza simpatizante con la Emancipación de la que forma-ban parte ambos caudillos, como para la nobleza fiel a España en absoluto cuyo representativo podría ser el conde de Villar de Fuentes; aunque, por otro lado, Bolívar se divorcia luego de los liberales con su dictadura y con su proyecto de Constitución vitalicia” (J. Basadre, 2002, T.I., Cap. 1).15 Es indispensable reparar en las numerosas páginas que sustenta Rodrí-guez acerca del vitalicismo, matriz sobre la cual se apoya la acusación de monarquismo. Nadie más cercano a Bolívar en aquellos días en Bolivia y nadie –con un republicanismo radical libre de sospecha- más autorizado para explicar su sentido transitorio y la entraña social de los detractores. Décima verdad: “El Gobierno vitalicio no es la obra final de la República –su necesidad es provisional: considéresele como el sistema de puntales, con que se sostiene un edificio que se va a cimentar bajo la obra” (S. Rodríguez, T. II: 345). “La Constitución Vitalicia es un Baluarte contra la monarquía, en lugar de ser un Escalón para subir a ella, como lo es la Carta Magna que firman los Reyes Constitucionales” (Ibid: 347).

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16 Encabezados por el teniente-coronel Pedro Carujo Hernández, venezo-lano, ayudante del estado mayor; Agustín Horment, francés, ex agente de firma comercial inglesa, vinculado a empresas mercantiles de Bogotá; Wenceslao Zulaibar, colombiano, comerciante asociado al grupo antio-queño negociador y administrador del empréstito inglés; y Florentino González, colombiano, miembro de una familia con propiedades y me-dios financieros importantes en la provincia del Socorro y en Bogotá. 17 Es curiosa la actividad descontrolada de Vidaurre en Panamá y sus tra-tos con los cónsules de las potencias observadoras allí presentes. Lo que he visto al respecto indica mucha intriga para sabotear el proyecto.18 Carlos Edsel, “Cómo la mezquina prensa se refirió a la muerte del Li-bertador”.19 Remito a los interesados a las páginas escritas por Ricardo Palma, quien recogió un controvertido anecdotario en el Perú postindependentista.20 Sobre los hermanos Sellén y su vinculación con el Colegio San Pablo dirigido por Mendive, ver Luis García Pascual (2003: 237-239)21 Index librorum prohibitorum et expurgatorum, vigente deste 1571 a 1966, en España y sus colonias.22 Véanse estas estrofas seleccionadas de uno de los dos poemas que Lo-zano dedicó a Bolívar: “VIII: el viento de la envidia tempestuoso/ Ronco rugió sobre su egregia frente/ Mas no pudo su sopla maldiciente/ Tu in-marcesible lauro desgajar/ Cuando un siglo ya trémulo y caduco/ Vaya a exhalar su aliento postrimero/ Dirá el que nace: -Guarda ese letrero/ San-to nombre de un héroe tutelar./ IX: Y cuando todos ellos confundidos/ Rueden a sepultarse en el espacio,/ Entre nubes de incienso y de topacio/ Le llevarán en triunfo hasta el Señor/ Él grabará tu nombre en el gran libro/ Donde miran sus nombres los patriarcas/ Y en sus excelsas, inmor-tales arcas/ Escribirán también Libertador (…) Tu porvenir, Bolívar, son los tiempos/ Las coronas de un dios son tus coronas/ Y el inmenso raudal del Amazonas/ Las aguas que fecundan tu laurel” (envío del colega y amigo Alberto Rodríguez Carucci).23 En el mismo discurso Martí dice luego: “!Cómo interiores aves aletea-ban mis caros recursos; despertaban mis sueños de niño;… agitada por tantos combatientes batalla de mi alma!” (Ibid: 289).24 Tanto en La Habana como en Santiago de Cuba se esparcieron soldados realistas y grupos sociales afectados por el movimiento armado eman-cipador. Cierto número regresó en tiempos de Páez pero siempre per-manecieron otros. Algunos cubanos que conocieron a Bolívar y tomaron parte de sus actividades regresaron a la Isla, como puede apreciarse en las páginas de René González Barrios (2005).25 “A Bolívar”, 1827 (José María, Heredia, 1941, Vol. II: 104-108). Poema teñido de la acusación monarquista que desacredita el republicanismo de Bolívar, primero lo exalta y luego lo emplaza como un ángel caído al dar crédito de las imputaciones circuladas por sus adversarios. Desde luego, esta valoración poética, esgrimida maliciosamente por los cuestionadores del bolivarianismo contemporáneo, obedece a ciertas apreciaciones polí-ticas que merecen explicación, tanto de las informaciones que la condicio-nan como de las opciones ideológicas del autor.

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26 José Joaquín Olmedo, “La victoria de Junín”. José Joaquín Olmedo, en-tonces residente en Londres, daba cuenta de la activa campaña de prensa que contra Bolívar realizaba Riva-Agüero.27 José María Heredia. Crónica publicada en El Economista Americano (Nueva York), en julio de 1888, (José Martí, R. 4: 135). Pero ni en esa cró-nica ni en el Discurso del 30 de noviembre de 1889 en honor a Heredia, alude a esa oda.28 “Solo él ha puesto en sus versos –agrega comparándolo aún con Bolí-var- la sublimidad, pompa y fuego de su naturaleza. Él es volcánico como sus entrañas, y sereno como sus alturas” (Idem).29 Mariano Torrente, Historia de la revolución hispano-americana. En esta obra, escrita desde Europa y desde una óptica oficialista en la más clara expresión del absolutismo fernandista, Bolívar es presentado como “jo-ven bullicioso, tan distinguido por su riqueza ilustre de su cuna, como por su desmesurada ambición” (T.I: 56). Luego añadirá otros títulos como sedicioso responsable de la separación de territorios en legítima posesión de la monarquía española. En un posterior artículo publicado en el Sema-nario Pintoresco de Madrid en 1837, abandonó el tono condenatorio para reconocer el lugar histórico del Libertador.30 “Del historiador Gervinus al cholo del Perú, todos lo ven…” (T. 8: 252).31 No alcanzamos a entender esta afirmación de Martí pues George Was-hington, murió en 1799 en el mismo año que Simón Bolívar embarcó con destino a España con escalas en México y Cuba. En la versión francesa que Martí redactó dice, según las Obras completas: “Nous venons de cette terre qui a vu maître cet homme, qui fut de Washington, Bolívar; moins heureux que lui aussi grand que lui” (T. 19: 141).32 En “Vindicación de Cuba” puso de relieve la situación favorable que tuvieron las luchas de las Trece Colonias con respecto a las de Cuba. No dudamos en la disparidad que subyace en la analogía entre los dos pro-cesos libertarios y sus libertadores: “Nosotros no teníamos hessianos ni francesas, ni Lafayette o Steuben, ni rivalidades de rey que nos ayudaron: nosotros no teníamos más que un vecino que ‘extendió los límites de su poder y obró contra la voluntad del pueblo’ para favorecer a los enemigos de aquellos que peleaban por la misma carta de libertad en que él fundó su independencia: nosotros caímos víctimas de las mismas pasiones que hubieran causado la caída de los Trece Estados, a no haberlos unido el éxito mientras que a nosotros nos debilitó la demora, no demora causada por la cobardía, sino por nuestro honor a la sangre, que en los primeros meses de la lucha permitió al enemigo tomar ventaja irreparable, y por una confianza infantil en la ayuda cierta de los Estados Unidos: ‘!No han de vernos morir por la libertad a sus propias puertas sin alzar una mano o decir una palabra para dar un nuevo pueblo ubre al mundo!’, Extendieron los ‘límites de su poder en deferencia a España’. No alzaron la mano. No dijeron la palabra” (T. 1: 240-241).33 Acosta Saignes y Pividal han destacado el uso malicioso que los “pa-namericanistas” han hecho de esta frase, cuando omiten las precisiones neohistóricas que le asignó Bolívar.

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34 Un análisis de sus perfiles personales nos puede llevar a encontrar ana-logías significativas por encima de sus diferencias psicológicas y filosófi-cas: infatigables, tenaces, creativos, buenos comunicadores, sabían escu-char, apasionados, rectificadores, sin importar si a Bolívar le apasionaba el baile y a Martí no.35 Hay una pequeña variante de confusión pues Martí dice en su apunte: “He visto la Gaceta de Venezuela…” (T. 21: 197). Dice Lecuna que las prime-ras obras sobre la emancipación, en su mayoría hostiles, “todas ellas, cual más, cual menos se apoyaron en la Gaceta de Caracas” (1856, T. I: XVII).36 Tres años antes de su encuentro con Martí, escribía Acosta de quien consideraba que “el día que la política universal tenga sistema planetario, él será, el sol” (ese símbolo será usado por Martí al calificar al Libertador de “hombre solar”). Acosta era de los que reconocían la proyección de la obra bolivariana: “Bolívar, por último se destaca en medio de los siglos y la historia, para mostrar a los unos el rumbo, para enseñar a la otra sus doctrinas; y Colombia, su obra, aparecerá siempre como un norte para la navegación del derecho, y como un faro para los mares de la libertad” (C. Acosta, T. II: 230).37 Ramón Díaz Sánchez (1862), Mario Torrealba Lossi (1982: 79-92, capítu-lo “Cecilio Acosta, el visionario”).38 Estudio donde se demuestra con abundancia de información las previ-siones de Bolívar hacia Estados Unidos.39 Ya en el discurso en Steck Hall de 1880, decía que “el pueblo, la masa adolorida es el verdadero jefe de las revoluciones” (T. 4: 193).40 Manuel Galich ha destacado cómo cierta intelectualidad ha desnatura-lizado el pensamiento de Bolívar con el objeto de ponerlo al servicio del imperialismo norteamericano, tergiversando su genial concepción de la unidad y fraternidad hispanoamericana.

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José Martí, Simón Bolívar y el equilibrio en las Relaciones Internacionales

José Martí, Simón Bolívar y el equilibrio en las Relaciones Internacionales

rodolFo sarraCino

Martí comprendió muy pronto en su carrera revolu-cionaria que la guerra de liberación, que se gestaba bajo su liderato para independizar a Cuba, no tendría lugar en un vacío político, sino en un contexto internacional complejo en el que chocaban, a veces violentamente, las ambicio-nes imperiales de las potencias europeas con los intereses de la América Latina y el creciente poder de los Estados Unidos. ¿Qué podría hacer Cuba sola, geográficamente pequeña, con escasamente dos millones y medio de ha-bitantes y parte de su economía en manos de las grandes empresas de su vecino poderoso, en una cruenta lucha por la independencia? ¿Qué haría si, alcanzada ésta, se viera obligada a defenderla de la anexión contra la ya gigantes-ca potencia imperial de la república del norte, animada de una clara vocación expansionista, con cerca de setenta mi-llones de habitantes, una industria desarrollada y fuerzas armadas imposibles de detener con los escasos medios de que la revolución disponía?

Martí sabía que tendría que hallar países amigos con el interés común de contrarrestar el expansionismo norte-americano. Para lograr lo que buscaba, tendría que aplicar lo mejor de la ciencia política de su tiempo, entre otros el

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principio del equilibrio en las relaciones políticas interna-cionales. Conviene detenernos brevemente en las fuentes de esa vertiente de su proyecto revolucionario.

Cuando José Martí vino al mundo, en 1853, el con-cepto del equilibrio europeo había alcanzado su madurez plena, como lo evidencia la definición clásica que nos legó el Conde Ángel Guillermo Garden de Lessard (1796-1872):

La existencia e independencia de los Estados exigen que ninguna potencia se desarrolle fuera de toda proporción con las demás, por cuanto es de suponer que desde el momento en que le sea posible cumplir sus intentos, su ambición no tendrá más freno que sus propios intereses, lo que tratará de apreciar por sí misma. Es necesario, por lo tanto, que oponiendo fuerza a la fuerza se impida semejante poder de ex-tensión; es necesario detenerla en su camino, preve-nirla, comprimirla mediante una oposición vigorosa o por medio del temor de encontrar, tarde o tempra-no, una resistencia a la cual no podrá derrotar. Este resultado sólo puede obtenerse por la acción combi-nada de las fuerzas de los demás Estados que sirven de contrapeso a la fuerza que amenaza.1

Es claro que esta definición encerraba una verdad evi-dente, aplicable por igual a las condiciones de Europa y a las de la América Latina de la segunda mitad del siglo XIX, tan bien estudiadas por Martí. Graduado de Licencia-do en Derecho Civil y Canónico y de Filosofía, Martí cono-cía bien el Ius Gentius o derecho de gentes, equivalente al derecho internacional de nuestros días, y por consiguiente también el principio del equilibrio en las relaciones inter-nacionales. Tenía a su disposición las experiencias de Be-tances y de Hostos, y toda la historia universal, de la que era un lector incansable.

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Pero de las innumerables fuentes para el estudio del equilibrio, un líder revolucionario que se aprestaba a ini-ciar, a fines del siglo XIX, una guerra tardía por la libera-ción de su país del yugo colonial hispano, no podía pensar en ninguna más certera y genial que la de Simón Bolívar. Para él, como lo fue después para el propio Martí, la inde-pendencia y unidad de América Latina y el consiguiente “equilibrio del mundo” constituían el objetivo mayor del proyecto liberador para lograr la supervivencia y el desa-rrollo económico y social ulterior.

Es menester tener en cuenta, antes de continuar, una obvia e importante diferencia entre el proyecto de Bolívar y el de Martí; uno y otro vivieron en diferentes tiempos históricos. Bolívar desarrolló su carrera en las primeras tres décadas del siglo XIX. No podía incluir a los Estados Uni-dos en sus previsiones, pues la amenaza estadounidense contra América Latina se manifestó más claramente al final de su vida. Bolívar llegó a gobernar un gran estado multi-nacional; Martí se inmoló al principio de la guerra por la independencia de su patria y su visión fue siempre la de un revolucionario en acción, no un estadista. Pero nada le impidió a José Martí asimilar algunos rasgos esenciales del programa bolivariano con los ajustes imprescindibles im-puestos por las diferencias en los tiempos históricos.

En 1813, cuando aún se encontraba en los inicios de su larga epopeya independentista, al principio de la Se-gunda República, Bolívar comprendió la relación entre la liberación de las colonias hispanoamericanas y los desti-nos de los pueblos colonizados africanos y asiáticos, do-minados y explotados por las potencias europeas. Su vi-sión del equilibrio internacional fue probablemente la más avanzada y revolucionaria de su siglo. En un documento clave de política exterior de su gobierno reflejó la volun-

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tad de convocar a los pueblos de América Latina y de todo el mundo a la histórica batalla por su unidad y emanci-pación. El fragmento que sigue, citado por otros autores, contiene las útiles reflexiones de Felipe Larrazábal en las que aclara que, aunque leído por el Secretario de Relacio-nes Exteriores de Venezuela, los críticos con toda razón lo atribuyen a Bolívar. Esta cita relativamente extensa es, pues, el mejor ejemplo de la política exterior bolivariana que se gestaba por aquellos días:

[…]¿Y aún por qué toda la América Meridional no se reuniría bajo un gobierno único y central? Las leccio-nes de la experiencia no deben perderse para nosotros. El espectáculo que nos ofrece la Europa, inundaba en sangre para restablecer un equilibrio que siempre está perturbado, debe corregir nuestra política para salvarla de aquellos sangrientos escollos […] Noso-tros nos hallamos ahora en esas disposiciones felices de poder dar, sin obstáculo de nuestra política, el giro más conveniente. V.E., a quien la América contempla victorioso, que es la admiración y la esperanza de sus conciudadanos, es el más propio para reunir los votos de todas las regiones meridionales y ocuparse desde ahora en hacer a un tiempo la gran Nación americana y preservarla de los males que ha traído a la Europa el sistema de sus naciones.Después de ese equilibrio continental que busca la Europa donde menos parece que debía hallarse, en el seno de la guerra y las agitaciones, hay otro equi-librio, señor, el que nos importa a nosotros: el equili-brio del universo. La ambición de las naciones de Eu-ropa lleva el yugo de la esclavitud a las demás partes del mundo, y todas estas partes del mundo debían tratar de establecer el equilibrio entre ellos y la Euro-

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pa para destruir la preponderancia de la última. Yo llamo a esto el equilibrio del universo, y debe entrar en los cálculos de la política americana.Es menester que la fuerza de nuestra nación sea capaz de resistir con suceso las agresiones que pueda inten-tar la ambición europea; y ese coloso de poder, que debe oponerse a aquel otro coloso, no puede formarse sino de la reunión de toda la América Meridional bajo un cuerpo de nación, para que un solo gobierno pue-da aplicar sus grandes recursos a un solo fin que es el de resistir con todos ellos las tentativas exteriores, en tanto que interiormente, multiplicándose la mutua cooperación de todos, nos elevará a la cumbre del po-der y de la prosperidad:2

Conviene detenernos, antes de proseguir, en la expli-cación de Larrazábal sobre estas declaraciones indirectas de Bolívar. En su opinión, y, por cierto, también la de In-dalecio Liévano, Bolívar hacía suscribir estos principios por su ministro para no crear las apariencias de una ex-cesiva ambición personal, pretendiendo desde el inicio de su brillante carrera fundar y gobernar un imperio sura-mericano. En síntesis, los criterios de Larrazábal sobre la autoría de estos párrafos son los siguientes:

- Las ideas que se reflejan son ideas de Bolívar, plan-teadas reiteradamente en otros contextos.- Conceptos como los referidos no se publicarían sin su consentimiento.- Siendo Bolívar tan buen escritor no necesitaría quien corrigiese su pensamiento.- Si otra personalidad hubiese producido tal docu-mento, habría que convenir que América estaba llena de genios políticos, lo cual es absurdo.

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Comentarios similares planteados doce años más tarde por Bolívar en iguales circunstancias corroboran lo expuesto. Encontrándose en la cima de su gloria, Bolívar insiste en la necesidad de la unión de los pueblos para en-frentarse a una “guerra Universal, entre los pueblos y los tronos”, en la que América debía ser la abanderada de los pueblos colonizados en la lucha por un “nuevo equilibrio del universo”, para impedir que Europa someta a “las de-más partes del mundo al yugo y la esclavitud”. Esto pre-suponía, vale aclararlo, un grado de coordinación en las acciones de esos pueblos muy difícil de alcanzar por aque-llos días, incluso en el ámbito más reducido de América Latina, pero el aporte es importante como antecedente.

En diciembre de 1824 en carta circular a los gobiernos de Buenos Aires, Brasil, Colombia, Chile, los Estados Uni-dos y Guatemala, al convocar al Congreso Anfictiónico, Bolívar insistía en hallar el fiel de su balanza mundial en Panamá, entonces territorio colombiano:

Si el mundo escogiese una capital, el istmo de Pana-má parece ser el punto indicado para este augusto destino, situado […] en el centro del globo, mirando, por un lado, hacia Asia, y por el otro, hacia África y Europa […] El istmo se encuentra a igual distancia de los extremos, y por eso sería el lugar provisional de nuestra primera asamblea de los países confede-rados…3

También Martí aludía al equilibrio del mundo con su fiel en Panamá, pero al hacerlo pensaba más bien en la construcción del canal interoceánico que los franceses ya habían comenzado y el Caribe, que rodeaba sus aproxi-maciones.

Volvamos, al llegar a este punto, a la preocupación de Bolívar sobre el peligro potencial de los Estados Unidos

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para las nuevas repúblicas. Ya en el crepúsculo de su vida, Bolívar escribe al coronel Patricio Campbell, encargado de Negocios de Inglaterra, con fecha 5 de agosto de 1829, y le informa de los rumores sobre la elección de un príncipe europeo, posiblemente Borbón, para ocupar su lugar, lo cual podría no agradar a los nuevos Estados americanos y menos a los Estados Unidos, “que parecen destinados por la Providencia para plagar a la América de miserias en nombre de la libertad”.4 No menos interesantes son las líneas que escribe desde Guayaquil a su antiguo edecán, al general Daniel Florencio O´Leary, fechada el 13 de sep-tiembre de 1829, en la que, hablándole del sistema político norteamericano, le dice: “yo pienso que mejor sería para la América adoptar el Corán que el gobierno de los Estados Unidos […]5 Para Bolívar, Inglaterra era el único paradig-ma europeo posible. En su famoso Discurso de Angostura, del 15 de febrero de 1819, día de su instalación, dice a los representantes: “Así, pues, os recomiendo, representan-tes, el estudio de la Constitución Británica, que es la que parece destinada a operar el mayor bien posible a los pue-blos que la adoptan; pero por perfecta que sea, estoy muy lejos de proponeros su imitación servil”.6

Hasta el fin de sus días mantuvo esa opinión, Ingla-terra por su parte, que desde 1817 auspició la creación de la Legión Inglesa, integrada por varios miles de oficiales y soldados que participaron en las duras campañas contra el ejército español, se la vio dispuesta a obstaculizar di-plomáticamente la gestión internacional de la monarquía española. Cuando Napoleón cayó vencido en Waterloo, Bolívar anticipaba el peligro del regreso al poder de la fa-milia real española y la creación de la Santa Alianza. Su primera acción para neutralizar ese peligro, tal como su-giriera a Santander por carta, fue decidir el envío de una

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representación diplomática a Londres para recabar del gobierno británico su apoyo a fin de impedir un nuevo intento de reconquista española de sus antiguas colonias suramericanas. En carta al General Antonio José de Sucre, fechada en Lima el 20 de enero de 1825, la informaba:

[Además, por las noticias que vienen de Europa y de Brasil, sabemos que la Santa Alianza trata de favore-cer al emperador del Brasil con tropas para subyugar la América española, por consagrar el principio de la legitimidad y destruir la revolución […] También he sabido que los españoles del Perú habían entrado en relaciones con el emperador del Brasil, con la mira de entrar en el gran proyecto de subyugación general, adhiriendo entre sí a los principios monárquicos […]7

Tres días más tarde comunica también al General Francisco de Paula Santander:

[…] De Olañeta [oficial al servicio de la corona espa-ñola] no sé todavía nada; pero temo que trate de en-gañarnos de acuerdo con el emperador de Brasil […] También parece cierto que el rey de Portugal ha tran-sigido sus negocios con su hijo, el príncipe de Brasil; todo con el fin de legitimar la América meridional. Por desgracia el Brasil linda con todos nuestros es-tados; por consiguiente, tiene facilidades muchas para hacernos la guerra con suceso, como lo quiera la Santa Alianza. De hecho, yo concibo que le será muy agradable a toda la aristocracia europea que el poder del príncipe de Brasil se extienda hasta destruir el germen de la revolución. Desde luego empezará por Buenos Aires y acabará por nosotros.8

Las informaciones de Bolívar resultaron ser objetivas. Brasil se había adueñado de la Banda Oriental (Uruguay) en 1821, y en 1823, después del levantamiento de Lavalle-

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ja, la Argentina se sintió obligada a respaldarlo con una guerra de tres años contra ese país, hasta que, gracias a la mediación de Inglaterra, en 1828 ambos países acordaron conceder la independencia a Uruguay.

Pero ya en 1818 Bolívar apreciaba los primeros sínto-mas de la “parcialidad” del gobierno de los Estados Uni-dos a favor de España.9 En carta a Bautista Irving, fechada en Angostura el 20 de agosto de 1818, referida a los inci-dentes protagonizados por las goletas de bandera norte-americana, Tigre y Libertad, involucradas en el suministro de recursos a las tropas realistas, se observa claramente esta preocupación de Bolívar. Pero está claro que en tér-minos estratégicos para Bolívar Europa fue, durante toda su vida, su preocupación principal.

Puede afirmarse que Bolívar y Martí tenían coinci-dencias notables en sus apreciaciones de la correlación de fuerzas internacionales: ambos pensaban en Inglaterra, por razones diferentes, como un factor de equilibrio favo-rable a los intereses de la unión y la independencia de los Estados suramericanos: Bolívar, siempre vio a Brasil como colonia de una potencia vinculada a otras familias reales europeas por la vía de los Bragança de Portugal, peligro latente incluso después de la independencia de Brasil pro-clamada en 1822 cuando por los vínculos filiales de Pedro Primero con la familia real de Portugal y por su conducto con la Santa Alianza, que con razón Bolívar sospechaba, después de la anexión de Uruguay, pudiera precipitar una nueva tentativa de recolonización hispana de Suramérica. De estas reservas, como ya hemos visto, hay evidencias abundantes en la correspondencia de Bolívar con Santan-der, Sucre y otros figuras del momento.

Por su parte Martí sabía que desde 1880 el llamado “Imperio de Brasil” había desarrollado una doctrina po-

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lítica enderezada a lograr una alianza estratégica con los Estados Unidos, para impedir la unión de los países his-panoamericanos, dirigidos por la Argentina, cuyos inte-reses económicos vitales estaban vinculados a Inglaterra y Alemania. Y después de la caída de Pedro II percibió que la política de los gobiernos militares que le sucedieron continuó prácticamente invariable.

En la percepción de Martí, dados los cambios que ha-bían tenido en el mundo desde la muerte de Bolívar, el principal peligro para el futuro de Cuba, el Caribe y Su-ramérica eran, no las monarquías y repúblicas europeas, sino los Estados Unidos. Ya en tiempos de Martí, Europa comenzaba a ceder ante el empuje norteamericano, cuya empresa imperialista estaba en marcha. A Martí corres-pondería, pues, enfrentarse a los Estados Unidos, si fuera posible –en eso coincidía plenamente con Bolívar- con el apoyo de Inglaterra, pero además de Alemania, que du-rante la carrera política y militar de Bolívar una constela-ción de pequeños principados que no había realizado su unificación.

Es cierto que desde épocas muy tempranas, los Esta-dos Unidos intentaban manipular el concepto del equili-brio internacional. Así, poco antes de su muerte, Alexan-der Hamilton (1575-1804) escribió que pronto Estados Unidos sería el árbitro de Europa, “pudiendo inclinar la balanza […] según nuestros intereses”.10

Pero esta y otras declaraciones similares no detuvie-ron las interferencias europeas en el Hemisferio que los Estados Unidos entendían potencialmente contrarias a sus intereses. Años después, en 1823, el presidente James Monroe hizo aprobar por el Congreso su llamada “doctri-na”, desde entonces conocida por su nombre, concebida para disuadir a Rusia de cualquier aventura intervencio-

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nista en el hemisferio norte y el Pacífico. Por eso el primer párrafo del documento original rechaza cualquier tipo de colonización de las potencias europeas en el Hemisferio Occidental. Y su segundo párrafo declara que los Estados Unidos interpretarán cualquier interferencia europea en los asuntos de las naciones hemisféricas “con el propósito de oprimir, o controlar […] de cualquier forma su destino […] como la manifestación de una disposición inamistosa hacia los Estados Unidos”.

El presidente James Knox Polk, acosado por las pre-tensiones europeas en el hemisferio, evocó la casi olvidada doctrina de Monroe y emprendió en 1845 contra el equili-brio europeo:

La rápida expansión de nuestros establecimientos, la expansión de los principios de libertad, preocupan las naciones de Europa, que intentan crear en este continente una política de equilibrio entre las diferen-tes naciones para contener nuestro progreso […] La rivalidad entre los distintos soberanos de Europa ha dado lugar a eso que llaman equilibrio político pero nosotros no debemos permitir que esta frase se apli-que en el continente.11

La tarea principal de Martí fue seguir de cerca, como revolucionario que organizaba una guerra de liberación, no tanto a Europa, sino a los Estados Unidos, a fin de valerse de las crecientes divergencias de ese país con In-glaterra, Alemania y algunas naciones latinoamericanas para la defensa de los intereses de Cuba, el Caribe y de la América Latina. Es claro que el concepto del equilibrio en las relaciones internacionales, instrumento de la ciencia política de su tiempo, lo obtuvo Martí en sus dos carreras universitarias, aprobadas con honores en tiempo relativa-mente breve en España –primero como Bachiller en Le-

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tras, después como Licenciado en Derecho Civil y Canóni-co y finalmente como Licenciado en Filosofía y Letras. Su preparación se evidencia en su trabajo periodístico, que incluía críticas a los tratadistas más importantes del dere-cho internacional. En sus notas personales, fragmentos y crónicas especiales menciona, entre otros, a Johann Kas-par Bluntschli, el notable jurisconsulto alemán, muerto a fines de 1881. Destaca que éste estudió con Barthold Georg Niebuhr y Federico Carlos Savigny (1779-1861), dos clá-sicos de la jurisprudencia. No hay duda que la teoría del equilibrio en las relaciones internacionales se halla obliga-damente, en las obras que Bluntschli escribió: Los sistemas modernos de los jurisconsultos alemanes; Derecho Político Ge-neral; El Derecho de guerra moderno de los pueblos; Teoría del Estado Moderno; La moderna ley de las naciones, pero sobre todo su Derecho de Gentes Moderno, publicado en 1869, que codifica el Derecho Internacional hasta sus días y aparece en toda historia contemporánea del Derecho Internacio-nal. De Bluntschli dijo Martí que en sus obras predominan “claridad, poder, sensatez e independencia”.12 Nos co-menta, también el renombrado especialista Bruno Bauer, miembro de la llamada izquierda hegeliana, cuya obra maestra fue El imperialismo romántico de Disraelí y el impe-rialismo socialista de Bismarck. ¡Cómo leer acerca de estos dos grandes políticos que manipularon el equilibrio eu-ropeo sin enterarse de lo que el propio Martí llamó en al-guna ocasión “el principio inmutable del equilibrio!”y en otras lo llamó “perpetuo” Es importante comprender que a partir del Tratado de Westfalia de 1648, la Paz de Utre-cht en 1713, y el “Concierto de Naciones” al que da lugar el Congreso de Viena en 1815, todo tratadista de Derecho Internacional que intentaba codificarlo hasta su tiempo, entre los que se encuentran varios de los que Martí leye-

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ra y mencionara en sus Obras completas, debió incluir este acuerdo y el sistema a que dio lugar como paradigma del sistema internacional, como han hecho el cubano Miguel Antonio D´Estefano Pisani, en su obra Historia del Derecho Internacional (La Habana, 1985), y otros internacionalistas contemporáneos de renombre. También Martí nos presen-ta a August Wilhelm Heffter, otro prominente tratadista alemán de derecho internacional, cuya obra “nos demues-tra como la razón humana […] inspira en lo presente a los hombres de buena voluntad”.13 En el contexto de estos co-mentarios Martí se refiere en el propio contexto al holan-dés Hugo Grotius (Huig de Groot), reflejando la ortografía latina de su nombre, que correspondía en italiano a Hugo Grocio (1583-1645), estudiados como clásicos en el siglo de Martí y en nuestros días, y cuyas obras establecieron las bases del Derecho Internacional moderno. La formación técnica en Derecho Internacional de Martí, era, pues, só-lida e incluyó una visión profunda del concepto del equi-librio internacional en su perspectiva histórica, y también un circunstanciado escrutinio del mundo contemporáneo –apoyado en un grado relativamente alto en la ágil infor-mación del recién tendido cable telegráfico interoceánico, y en los mejores diarios y publicaciones seriadas norte-americanos, europeos y latinoamericanos.

Todo ello lo condensó en un párrafo que nunca tras-cendió ni a la prensa, ni a su correspondencia. Lo escribió en una de sus libretas de fragmentos en 1887, en el que se evidencia claramente la influencia bolivariana, al referirse al vicecónsul francés en Guayaquil, que habría hallado un “paso transcontinental” entre el Pacífico y el Atlántico, que con modestas inversiones podría materializarse:

[…] lo que otros ven como un peligro, yo lo veo como una salvaguardia: mientras llegamos a ser bastantes

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fuertes para defendernos por nosotros mismos, nues-tra salvación, y la garantía de nuestra independencia está en el equilibrio de potencias extranjeras rivales […] de ahí que la política extranjera de la América Central y Meridional haya de tender a la creación de intereses encontrados en nuestros diferentes países, sin dar ocasión de preponderancia definitiva de nin-guno, aunque es obvio que ha de haber, y en ocasio-nes convenir que haya preponderancia aparente y ac-cidental, de algún poder que acaso deba ser siempre un poder europeo.14

Ese poder era Inglaterra, acompañada tal vez por Alemania, ambas potencias con importantes inversiones en Cuba. Es claro que no estamos ante la sugerencia de trocar un imperialismo por otro, sino una fórmula cuyo propósito era detener o reducir el expansionismo estado-unidense, a fin de que Cuba y América Latina pudiesen ganar tiempo suficiente para asegurar su independencia y la propia defensa, y tal vez crear con ello un nuevo equi-librio mundial. Este principio estratégico lo retuvo Martí en su mente hasta pocos días antes de su muerte, cuando desde la manigua se dirigió por escrito a los cónsules de Inglaterra y Alemania en Santiago de Cuba para pedirles que se abstuvieran de interferir en las operaciones milita-res revolucionarias, ocasión que aprovechó para informar-les que Cuba independiente estaría abierta al comercio y a las inversiones de capitales ociosos de ambos países. Esas dos cartas fueron halladas por investigadores de Alema-nia e Inglaterra, que confirmaron que ambas habían sido tomadas en serio por los ministerios concernidos de los gobiernos respectivos.

Martí, en fin, concibió la posibilidad, después de al-canzada la victoria sobre España –paso inicial en la tarea

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estratégica de asegurar la independencia de Cuba-, de crear intereses económicos de importancia suficiente como para atraer a uno o varios países europeos, y tal vez a unas pocas naciones latinoamericanas, a apoyar a Cuba en sus aspiraciones a la independencia. No fue acción de último momento, ni gesto “tardío”, o “desmesurado y grandio-so”, como algunos críticos han calificado las frecuentes alusiones de Martí al “equilibrio del mundo”.

Es verdad, que no fue hasta 1889, durante las sesiones del Congreso Internacional Americano de Washington, que Martí afirmó públicamente, por vez primera, en un artículo para La Nación, fechado el 2 de noviembre del pro-pio año, que la conferencia mostraría a quienes defienden “la independencia de la América Española, donde está el equilibrio del mundo”. Pero hemos visto que el tema en su verdadera perspectiva económica y política, relaciona-do con el canal transoceánico, ya lo había abordado mu-cho antes en sus fragmentos personales, así como lo haría en lo adelante en el Manifiesto de Montecristi, los Estatu-tos del Partido Revolucionario Cubano, en sus crónicas sobre la Conferencia Internacional Americana, en su informe a los presidentes de los cuerpos de consejo de Cayo Hue-so, Tampa y Nueva York (1892), en la conmemoración del Tercer año del Partido Revolucionario Cubano. Y en su co-rrespondencia con Máximo Gómez y otros patriotas, sus referencias a este concepto, a medida que se aproximaba el inicio de la Guerra de Independencia, se tomaron más frecuentes y abarcadoras. Era perceptible el sentido de la urgencia debido a que estaba claro para Martí, habida cuenta de las actividades intervencionistas de los gobier-nos norteamericanos en Haití, Santo Domingo y América Central que, entre 1886, cuando los Estados Unidos estu-vieron a punto de agredir nuevamente a México y 1889,

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el pensamiento estratégico norteamericano había definido que la expansión hacia México o Canadá sería inviable, y más factible en dirección a los grandes mercados asiáticos y el Caribe, “sobre nosotros”, como escribiera Martí por aquello días a un cercano amigo y patriota cubano.

Su vida en México, Guatemala y Venezuela y su ex-periencia como cónsul del Uruguay en Nueva York desde 1887, y desde 1890 de la Argentina y Paraguay, por otra parte, le permitió una visión realista de lo que no habría querido jamás para Cuba, y de una diplomacia latinoa-mericana indiferente –salvo las notables excepciones ya mencionadas- que sólo con enorme esfuerzo diplomático podía moverse a posiciones más favorables a la indepen-dencia de Cuba, lo que constituyó un antecedente muy se-rio en momentos en que se aprestaba a liberar a su patria.

Nada de lo expuesto excluye que Martí hiciera todo lo posible a lo largo de los años en que trabajó y vivió en los Estados Unidos por evitar que ese país asumiese una posi-ción contraria a los intereses independentistas; que no tra-tara, desde el Partido Revolucionario Cubano, de ganarse el respeto y la confianza de los dirigentes y los grupos de poder norteamericanos y, de haber sido posible, también la ayuda del pueblo norteamericano para la lucha de libe-ración en Cuba. Mientras menores fuesen los obstáculos para la guerra y sobre todo para la independencia, mejor sería para el futuro del pueblo cubano, ya que todos los indicios en poder de Martí de los propósitos norteameri-canos, por sus mal disimulados designios de predominio internacional en ese fin de siglo, indicaban un porvenir cuando menos azaroso para Cuba, por las obvias reservas del gobierno yanqui hacia la revolución cubana. Por eso en su correspondencia confidencial con los dirigentes re-volucionarios cubanos les instruye una y otra vez actuar

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con sumo sigilo para no provocar a las autoridades norte-americanas. Lo cierto es que su pensamiento estratégico, muy claro en su carta a Manuel Mercado, escrita pocos días antes de su muerte, distaba mucho de una visión op-timista del futuro, y sí indicaba entre líneas sacrificios y dificultades ante un coloso que crecía y amenazaba a Cuba y a todo el hemisferio.

Nada más actual. Hoy, igual que entonces, de lo que se trata es de determinar cómo América Latina, Cuba in-cluida, participará en el proceso de transición hacia nue-vos equilibrios: como colonia o protectorado menor subor-dinado a los Estados Unidos, obligada –así nos dijo Martí-, a consumir los productos “invendibles” de ese país para salvar al capitalismo norteamericano de sus propias con-tradicciones, o, tal como Bolívar y Martí lo desearon, como una comunidad independiente, unida e integrada, no sólo en el plano económico, sino en el más universal de la his-toria, de la cultura y de las tradiciones, capaz de “equi-librar” con su poderosa identidad e independencia a las grandes regiones económicas en la actual rendición de las pugnas inter imperialistas por nuestro continente. A ello nos convocan los paradigmas martiano y bolivariano ante los desafíos globales del nuevo milenio.

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Notas1 Conde Ángel Guillermo Garden de Lessard: Tratado de Diplomacia, La Habana, 1964, p. 279.2 Informe del 31 de diciembre de 1813, presentado por el Secretario de Re-laciones Exteriores, publicado en el Nº 30 de la Gaceta de Caracas, en Felipe Larrazábal: Bolívar, José Agustín Catalá, editor, Caracas. 1975. Y también en Indalecio Liévano Aguirre: Bolívar, Ediciones Cultura Hispánica del Instituto de Cooperación Iberoamericana, Madrid, 1983, p. 393.3 Felipe Larrazábal: Ob. Cit.4 En Simón Bolívar, escritos fundamentales, Monte Ávila Editores Latinoa-mericana, sexta reimpresión, Caracas, 1997, p. 203.5 Ibídem, p. 210.6 Simón Bolívar, discurso de instalación del 15 de febrero de 1819, en Bolí-var, escritos fundamentales, Ed. Cit. p. 128.7 Simón Bolívar: Obras completas. Editorial Lex, La Habana, 1950, vol. 2, p. 73.8 Carta de Simón Bolívar a Francisco de Paula Santander, Lima, 23 de enero de 1825. Ídem.9 Véase la carta de Simón Bolívar a Bautista Irving, fechada en Angostura el 20 de agosto de 1818, referida a dichos incidentes, en Simón Bolívar, escritos fundamentales, Ed. Cit. p. 107.10 Julio Le Riverend: José Martí, Pensamiento y Acción. La Habana, 1982, p. 97.11 Véase: Miguel A. D´Estefano Pisani: Historia del Derecho Internacional. Desde la Antigüedad hasta 1917. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1985. p. 240.12 José Martí: Carta al director de La Opinión Nacional, Caracas, 24 de no-viembre de 1881, en Obras Completas, t. 23, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p. 95.13 José Martí: Fragmentos, en OC, t. 21, p. 127.14 Ibídem, t. 22, p. 239.

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Bolívar en Martí y un diálogo

Bolívar en Martí y un diálogo

José A. Benítez

En 1830 un hombre que burló montes, enemigos, dis-ciplinas, derrotas; un hombre que burló el tiempo y de-safió las cimas de los Andes, estaba agonizando en una hacienda en Santa Marta, frente a la bahía de Cartagena, a los pies de la Sierra Nevada, la máxima altura de Colom-bia, cuyo pico plateado proyectado hacia el azul del firma-mento podía contemplar el moribundo desde su ventana.

Allí, rodeado de sus más cercanos oficiales y amigos y de unos pocos indios de la villa cercana de Mamatoco, murió Bolívar, el gran soldado de Carabobo, Bomboná, Pichincha y Ayacucho, el hombre que defendió con tanto fuego el derecho de los hombres a gobernarse por sí mis-mos, como el derecho de América a ser libre.

Los historiadores dicen que en el patio de la hacienda San Pedro un general lloraba como un niño. Y afirman que las últimas palabras de El Libertador, en el delirio de su agonía lenta, fueron: “Vámonos… vámonos… Esta gente no nos quiere en esta tierra… Vámonos muchachos… Lle-ven mi equipaje a bordo de la fragata”. A la una de la tarde del viernes 17 de diciembre la fragata zarpó rumbo a la inmortalidad dejando atrás una familia de pueblos.

Más de medio siglo después, en 1893, Martí afirmaba en el periódico Patria: “Otros lo ven muerto, casi sin ropas

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que ponerse, en el espanto de la caída, al borde de la mar: ¡Los cubanos le veremos siempre arreglando con Sucre la expedición que no llegó jamás para libertar a Cuba!”.

El Maestro lo veía así, y lo veía “desensillando su ca-ballo en la agonía de San Mateo, pasando los torrentes y el páramo para ir a redimir a Granada, envolviendo con las llamas de sus ojos y con sus escuadrones a los realistas de Carabobo, hablando con la inmortalidad en el ápice del Chimborazo, abrazándose en Guayaquil con San Martín entristecido, presidiendo en Junín, desde las sombras de la noche, la última batalla al arma blanca, entrando de lujo en Potosí, a la cabeza de un ejército conquistador, mien-tras los pueblos y montes le saludaban, y en la cumbre del Cerro de Plata ondeaban las banderas nuevas de sus cinco respúblicas”.

Lo veía “vigilante y ceñudo, sentado aún en la roca de crear, con el inca al lado y el haz de banderas a los pies […] calzadas aún las botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho sin hacer está hasta hoy”.

Cada párrafo del Maestro, cada frase, cada palabra, denota su conocimiento de la vida y la obra de El Liberta-dor, y denota una profunda admiración y un respeto filial por el hombre que “ganó batallas sublimes con soldados descalzos y medio desnudos”.

En el primer número de La Edad de Oro transmite esa admiración y esos sentimientos a los niños de nuestra América, cuando las cuenta acerca de aquel viajero que “llegó un día a Caracas al anochecer y sin sacudirse el pol-vo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba a donde estaba la estatua de Bolívar, y que el viajero, sólo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo.

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“El viajero –les contaba a los niños- hizo bien, porque todos los americanos deben querer a Bolívar como a un padre”.

En Patria, cinco años después, diría, que “así, de hijo en hijo, mientras la América viva, el eco de su nombre re-sonará en lo más viril y honrado de nuestras entrañas”.

En Martí, evidentemente, el respeto y el cariño hacia Bolívar implicaban la obligación de quererlo como a un padre y de evocarlo en su dimensión política, en su genio militar y en su grandeza humana; implicaban hablar de él como “un hombre solar, a quien no concibe la imagi-nación sino cabalgando en carrera frenética, con la cabe-za rayana en las nubes, sobre caballo de fuego, asido al rayo, sembrando naciones”; implicaba dejar constancia de que cuando Bolívar decía libertad, “no se ve disfrazada de hombres políticos, ni trama encantada que deslumbre turbas, sino tajante que hunde yugos, y sol que nace”.

No hablaba en calma Martí de Bolívar, porque con-sideraba que “en calma no se puede hablar de aquel que no vivió jamás en ella: de Bolívar se puede hablar con una montaña por tribuna, o entre relámpagos y rayos o con un manojo de pueblos en el puño y la tiranía descabezada a sus pies”.

Bolívar, para él, fue la América hecha hombre, “al estremecerse a principios de siglo las entrañas hasta las cumbres”, y advertía “no es que los hombres hacen pue-blos, sino que los pueblos en su hora de génesis, suelen ponerse vibrantes y triunfadores en un hombre”. Y acla-raba que “a veces está el hombre y no lo está el pueblo, a veces está listo el pueblo y no aparece el hombre”.

La obra humana, ciertamente no es exclusiva de una época ni de un solo individuo, sino del eslabonamiento dialéctico de acontecimientos y del pensamiento y la ac-

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ción de los hombres que los provocaron y se adelantaron al desarrollo social y político del tiempo que les tocó vivir.

La identificación entre el pensamiento de Bolívar y de Martí acerca del destino de nuestra América no es una coincidencia, sino una continuidad, del mismo modo que no es una coincidencia, sino una continuidad, que Bolívar afirmara que en el Norte están todos los peligros, y que Martí denunciara en forma concreta las ambiciones conti-nentales del imperialismo norteamericano.

Martí vio a Bolívar como un hombre de su tiempo y del nuestro, estrechamente unido a los destinos de nuestra América, consciente del peligro que acechaba a nuestros pueblos, interpretando el anhelo histórico de un haz de pueblos, porque jamás movió a tantos pueblos la deter-minación de ser libres ni tuvieron teatro de más natural grandeza, ni el alma de un continente entró tan de lleno en la de un hombre.

En el ardor de Bolívar vio Martí “el ardor de nuestra redención”, en su lenguaje, el lenguaje de nuestra naturale-za, y vio en nuestro continente la cúspide de aquel hombre.

Dícese Bolívar, sentenció el Maestro,”y ya se ve el monte que más que la nieve sirve al encapotado jinete de corona, ya el pantano en que se revuelven, con tres repú-blicas en el morral, los libertadores que van a rematar la redención del mundo”.

A Bolívar, ciertamente, debe nuestra América un ho-menaje permanente, y tiene que repetir y en nombre de la verdad lo que dijo Martí: “Quien tenga patria que la hon-re; y quien no tenga patria que la conquiste: estos son los únicos homenajes dignos de Bolívar”.

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Un diálogoLa posibilidad de un diálogo entre un hombre nacido

en el siglo XVIII y otro venido al mundo en el siglo XIX, sobre problemas del siglo XX, es tan remota como absurda.

Pero entre dos hombres ha habido una extraordinaria afinidad en el pensamiento, y tuvieron la misma preocu-pación y la misma grandeza de espíritu. Es probable y es posible producir el diálogo porque el espacio y el tiempo que los separa forman parte de los procesos revoluciona-rios que protagonizaron.

Bolívar nace en Caracas el 24 de julio de 1783. Martí en La Habana el 28 de enero de 1853. El Libertador mue-re en Santa Marta el 17 de diciembre de 1830. El Após-tol en Dos Ríos el 19 de mayo de 1895. Nadie como ellos hizo ofrecimientos más puros a nuestro continente. Nadie como ellos trató con intensidad pareja de crear un mundo de libertad.

Martí, que por razones elementales conoció la obra de Bolívar, sentía una profunda admiración y un respeto filial por el hombre luchador por la independencia y por la unidad de América Latina.

¿Qué unía a esos dos hombres? Los unía el destino común continental, el mismo peligro que veían cernirse sobre ellos, la lucha revolucionaria, el espíritu de sacri-ficio, el amor a la humanidad y la visión de un mundo nuevo.

Ellos encarnan el anhelo histórico de un haz de pue-blos al sur del Río Grande. En ellos pusieron acción, vida y pensamiento. La acción pertenece a la historia. Sus ideas a los pueblos de América Latina. Sus pensamientos siguen teniendo vigencia.

Y la relación entre sus pensamientos e ideas es tan fe-cunda, que de sus cartas, de sus discursos políticos, de sus

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manifestaciones, de sus artículos en periódicos y revistas, se pueden extraer frases para coordinar un gran diálogo de la actualidad norteamericana. Imaginémoslo:

MARTÍ: No quería hoy sino alabar a usted como de público es alabado por la elevación de ánimo, la paz de es-píritu y la abundancia de corazón con que defiende usted las soluciones patrias.

BOLÍVAR: Amigo le llamo a usted, y este nombre será sólo el que debe quedarnos por la vida, porque la amistad es el único vínculo que corresponde a hermanos de armas, de empresas y de opinión; así, yo me doy la en-horabuena, porque usted me ha honrado con la expresión de su afecto.

MARTÍ: Todo nuestro anhelo será en poner alma a alma y mano a mano los pueblos de nuestra América Latina.

Vemos colosales peligros, vemos manera fácil y bri-llante de evitarlos; adivinamos en la nueva acomodación de fuerzas nacionales del mundo, siempre en movimien-tos, y ahora acelerados, el agrupamiento necesario y ma-jestuoso de todos los miembros de la familia nacional americana. Pensar es prever. Es necesario ir acercando lo que ha de acabar por estar junto.

BOLÍVAR: Usted sabe que en el Norte están todos los peligros.

MARTÍ: No sólo pienso yo lo mismo que usted…. Y temo lo que usted y sé sobre los cuervos lo que usted sabe, sino que mi opinión actual sobre el trabajo urgente que nos cumple hacer, proviene precisamente del conocimiento de ese grave peligro, y tiene, como una de sus principales ra-zones, el objetivo de irle poniendo valla de antemano.

BOLÍVAR: Nunca he considerado un peligro tan uni-versal como el que amenaza ahora a los americanos.

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MARTÍ: Sólo una respuesta unánime y viril para la que todavía hay tiempo sin riesgo, puede libertar de una vez a los pueblos españoles de América de la inquietud y perturbación, fatales en su hora de desarrollo, en la que tendría sin cesar, con la complicidad posible de las repú-blicas banales o débiles, la política secular y confesa del predominio de un vecino pujante y ambicioso, que no los ha querido fomentar jamás, ni se ha dirigido a ellos sino para impedir su extensión, como en Panamá, Santo Do-mingo, Haití y Cuba, o para cortar por la intimidación sus tratos con el resto del universo.

BOLÍVAR: Estados Unidos parece destinado por la providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad.

MARTÍ: El deber urgente de nuestra América es en-señarse cómo es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchado sólo con la sangre de abono que arranca a las manos de pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños.

BOLÍVAR: La América del Norte, siguiendo su con-ducta aritmética de negocios, aprovechará la ocasión para hacerse de nuestra amistad y de su gran dominio del co-mercio.

MARTÍ: Los pueblos de América son más libres y prósperos a medida que más se aparten de Estados Uni-dos. Nuestras tierras son ahora, precisamente, motivo de preocupación para Estados Unidos.

BOLÍVAR: A la antorcha de la libertad, que nosotros hemos presentado a la América como la guía y el objeto de nuestros conatos, han opuesto nuestros enemigos el hacha incendiaria de la discordia, de la devastación y el grande estímulo de la usurpación de los hombres y de la fortuna a hombres envilecidos por el yugo de la servidumbre.

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MARTÍ: El desdén del vecino formidable que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la vista es próximo, que el vecino la co-nozca, la conozca pronto para que no la desdeñe. Por su-puesto, luego que la conozca, sacaría de ella las manos.

BOLÍVAR: Un vasto campo se presenta delante de nosotros, que nos convida a ocuparnos de nuestros intere-ses; y bien que nuestros primeros pasos han sido tan tré-mulos como los de un infante, la rigurosa escuela de los trágicos sucesos han afirmado nuestra marcha habiendo aprendido con las caídas dónde están los abismos; y con los naufragios dónde están los escollos. Nuestra empresa ha sido a tientas, porque éramos ciegos; los golpes nos han abierto los ojos; y con la experiencia y con la vista que he-mos adquirido, ¿por qué no hemos de salvar los peligros de la guerra, y de la política y alcanzar la libertad y la glo-ria que nos esperan por galardón de nuestros sacrificios? Estos no han podido ser evitables, porque para el logro del triunfo siempre ha sido indispensable pasar por la senda de los sacrificios. La América entera está teñida con la san-gre americana.

MARTÍ: Jamás hubo en América, de la independencia a acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que Estados Unidos potente, repleto de produc-tos invendibles y determinado a extender sus dominios en América, hace de las naciones americanas de menos poder, ligado por el comercio libre y útil con los pueblos europeos para ajustar una liga contra Europa y cerrar tra-tos con el resto del mundo. De la tiranía de España supo salvarse América española y ahora, después de ver son ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del con-vite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para

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la América española la hora de declarar su segunda inde-pendencia.

BOLÍVAR: Pretenden convertir la América en desier-to y soledad; se han propuesto nuestro exterminio, pero sin exponer la salud, porque sus armas son las viles pa-siones, la cruel ambición, la miserable codicia. Es verdad que empezamos esta nueva carrera y que la guerra y la re-volución han fijado toda nuestra atención en los negocios hostiles. Hemos estado como enajenados en la contempla-ción de nuestros riesgos y con el ansia de evitarlos. No sa-bíamos lo que era gobierno y no hemos tenido tiempo para aprender mientras nos hemos estado defendiendo. Mas ya es tiempo de pensar sólidamente en reparar tantas pérdi-das y asegurar nuestra existencia nacional.

MARTÍ: De todos los peligros se va salvando Amé-rica. Sobre algunas repúblicas está durmiendo el pulpo. Otras, por la ley del equilibrio, se echan a pie a la mar, a re-cobrar, con prisa loca y sublime los siglos perdidos. Otras, olvidando que Juárez paseaba en coche con mulas, ponen coche de viento y de cochero a una pompa de jabón; el lujo venenoso, enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano y abre la puerta al extranjero. Otras acendran con el espíri-tu épico de la independencia amenazada, el carácter viril.

BOLÍVAR: Es un escándalo y una vergüenza que haya todavía quienes vean con indolencia los sacrificios que hacen sus hermanos por la patria y que ellos se que-den en la inacción de simples espectadores.

MARTÍ: Ser hombre es en la tierra dificilísima y pocas veces lograda carrera.

BOLÍVAR: Porque los sucesos hayan sido parciales y alternados, no debemos desconfiar de la fortuna. En unas partes triunfan los independientes mientras que los tira-nos en lugares diferentes obtienen sus ventajas, ¿y cuál es

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el resultado? ¿No está el Nuevo Mundo entero conmovido y armado para su defensa? Echemos una ojeada y obser-vemos una lucha simultánea en la inmensa extensión de este hemisferio.

MARTÍ: El tigre espera, detrás de cada árbol, acurru-cado en cada esquina. Morirá con las zarpas al aire, echan-do llamas por los ojos.

BOLÍVAR: ¿Quién resistirá a la América reunida de corazón, sumisa y a una ley y guiada por la antorcha de la libertad?

MARTÍ: ¡La generación actual lleva a cuestas por el camino abonado por los padres sublimes, la América tra-bajadora, del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!

BOLÍVAR: Para nosotros la Patria es América.MARTÍ: Vea lo que hacemos. Usted con sus manos

juveniles y yo a rastras con mi corazón roto.BOLÍVAR: Es una idea grandiosa pretender formar

de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vín-culo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Desde lue-go, los señores americanos serán sus mayores opositores, a título de la independencia y la libertad, pero el verdade-ro título es por egoísmo.

MARTÍ: Los pueblos castellanos de América han de volverse a juntar pronto donde se vea, o donde no se vea. El corazón se lo pide. Unos piafan, otros vigilan, otros te-men, pero todos oyen en el aire, la voz que los manda ir de brazo por el mundo nuevo.

BOLÍVAR: Nosotros nos apresuraremos con el más vivo interés, a entablar, por nuestra parte, el pacto ame-ricano que, formando de todas nuestras repúblicas un

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Bolívar en Martí y un diálogo

cuerpo político, presente a América al mundo con un as-pecto de majestad y grandeza sin ejemplo en las nacio-nes antiguas. Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que otro alguno que por su libertad y gloria.

MARTÍ: ¡Ah, amigo, con esto, qué tranquilidad en es-tos últimos instantes! ¡Sin eso qué terrible agonía!

BOLÍVAR: Me alegro mucho también que Estados Unidos no entre en la federación.

MARTÍ: Ni hay que traer sobre sí a un enemigo a quien no se le puede derribar, ni que invitarlo a que se eche encima, con lo flojo de la oposición. Ni mayordomo de razas, sino de independencia y servidumbre.

BOLÍVAR: Hagamos que el amor ligue con un lazo universal a los hijos del hemisferio de Colón, y que el odio, la venganza y la guerra se alejen de nuestro seno y se lle-ven a las fronteras a emplearlos contra los tiranos.

MARTÍ: Hagamos por sobre la mar, a sangre y a cari-ño, lo que por el fondo del mar hace la cordillera del fuego andino ¡Los flojos, respeten, los grandes, adelante! Esta es tarea de grandes.

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Presentación

Prólogo

“Nuestra América”: de Bolívar a Martí

Vigencia de Bolívar en el Caribe Contemporáneo

Simón Bolívar en la modernidad martiana

Bolívar y Martí: un mismo pensamiento latinoamericano

Bolívar y Martí,unidos en un destino común

Bolívar y Martí, unidos en un destino común

Martí bolivariano

José Martí: Bolivarianismo y Antiimperialismo

Simón Bolívar en el imaginario político de Martí

José Martí, Simón Bolívar y el equilibrio en las Relaciones Internacionales

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ÍndicePágs.

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Este libroBolívar - Martí

se diseñó en la Unidad de Literatura y Diseño de FUNDECEM

en octubre de 2013,en su composición se utilizó papel bond gramaje 20

y la fuente Book Antigua en 11 y 14 puntos.

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