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BIBLIOTECA DE MÉXICO ISSN-0188-476X NUMERO 111 (1882-1959) OBRAS ESCOGIDAS EMMANUEL CARBALLO XAVIER VILLAURRUTIA XABIER F. CORONADO JAIR CORTÉS MAURICIO MAGDALENO

BIBLIOTECA DE MÉXICObibliotecadigital.tamaulipas.gob.mx/archivos/descargas/...les; en un país de hemipléjicos, él goza y sufre con sus dos mitades. A lo largo del siglo xx no tiene

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BIBLIOTECA DE MÉXICO I S S N - 0 1 8 8 - 4 7 6 X • N U M E R O 111

(1882-1959) OBRAS ESCOGIDAS

EMMANUEL CARBALLO XAVIER VILLAURRUTIA XABIER F. CORONADO JAIR CORTÉS MAURICIO MAGDALENO

UNA CARTA DE VASCONCELOS FA pasado verano dedicó Pedro Penzot tres ar­

tículos en *FA Aldeano» a la E t k a de D. José Vasconcelos. Con este motivo recibió del ilustre escritor la carta que, aun pecando de indiscretos, publicamos a continuación por el gran interés que encierra para el conocimiento de su pensamiento.

Sonrió, Agosto 10-1933 Sr. D . Pedro Penzol . -CASTROPOL

M u y estimado y tino amigo: Esperaba la terminación de sus notas en «El Aldeano» para

darle las gracias más rendidas por la manera inteligente como ha

Presentado mi libro a los lectores del periódico y por los Juicios cr.cvolos que le he ido mereciendo.

Mucho me interesa su opinión y contribuye a orientarme. So ­bre todo, las afinidades que señala al final del estudio. Por s u ­puesto, cualquier relación con D . Miguel de Unamuno me compla­ce po rqu : es persona que respeto y admiro, pero en lo funda­mental, es decir, en el género de nuestro misticismo, me siento muy lejos de él y más bien creo míe sigo con fidelidad a Miguel de Mol inos—en su concepto 6i lo espiritual—(Figúrese us:cd, en otros tiempos ya me hahrí; n quemado).

M e refiero a esto. El misticismo de Unamuno es corpóreo, concreto, se deriva de Swedcnborg—que se ve cu el cielo con sobretodo y sombrero—. Y o s o y , en cambio, de familia plotinista que e x i j o la descorporización, no la abstracción, sino la transfigu­ración de Ir. físico. Odiamos al cuerpo, en esto somos tamblíf malos católicos—Unamuno se ama como es. en lo que es muy ca­tólico, pero no creo que e^to sea característica del misticismo e s ­pañol, a pesar de Santa Teresa . Lo español lo encuentro yo más puro en Mol inos y de todas maneras me siento ligado a 1.1 corriente oriental africana, antipagana, que desprecia al cuerpo y no acepta la resurrección de la carne, aunque cree en la del alma, N o sé lo que cu tal situación mia puede influir mí condición de Mexicano; ni seria tampoco fácil determinar si resulto más espa­ñol, yo mexicano, que unamuno, vasco. Observe usted que para nosotros en México descendientes de extremeños y andaluces— el español es lengua nativa, para Unaaiuuo el español es lengua nacional, no familiar.

E n fin. habría macho que decir. De todas maneras, usted me sugiere reflexiones interesantes

después de prestarme el servicio inapreciable del comentarlo pú ­blico inspirado en simpatía.

J. VASCONCELOS.

^L^^^^^^^Sl l^H DISIDENTE Y CONSTRUCTOR

Mk DIÁLOGO CON JOSÉ VASCONCELOS,

TESTIGO INSOBORNABLE DE SU TIEMPO

VASCONCELOS: LOS AÑOS DE

EXILIO EUROPEO

U N DISCURSO DE VASCONCELOS NUMERO 111 ^ ^ ^ M MAYO-JUNIO DE 2009 • $38.00 PLAZA DE LA CIUDADELA 4, CENTRO HISTÓRICO DE LA CIUDAD DE MÉXICO, CP 06040. TELÉFONOS 9172 4710 Y 9172 4712 CORREO ELECTRÓNICO b¡[email protected] E*7B CERTIFICADO DE LICITUD DE TÍTULO NÚM. 6270 JOSÉ VASCONCELOS CERTIFICADO DE LICITUD DE CONTENIDO NÚM. 4380

CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES PRESIDENTA CONSUELO SAlZAR ^CTTS DIRECTOR GENERAL DE BIBLIOTECAS J ° S É VASCONCELOS: NOTAS A PARTIR DE FEDERICO HERNÁNDEZ PACHECO

REVISTA BIBLIOTECA DE MÉXICO DIRECTOR FUNDADOR JAIME GARCÍA TERRÉS f

D I R E C T O R : EDUARDO LIZALDE ^^^^W|HBB1BWWJBIII1PW| EDITOR: JOSÉ ANTONIO MONTERO EDITOR ASOCIADO: MARIO BOJÓRQUEZ SECRETARIO DE REDACCIÓN: JOSÉ DE LA COLINA

CONSEJEROS FUNDADORES: JUAN ALMELA, FERNANDO ÁLVAREZ DEL CASTILLO, MIGUEL CAPISTRÁN, ADOLFO ECHEVERRÍA, VÍCTOR TOLEDO Y RAFAEL VARGAS HH^HHHVIHHHIHilMPJH

PROMOCIÓN EDITORIAL: MIGUEL GARCÍA RUIZ VASCONCELOS, GENIO PERMANENTE DISEÑO: PEDRO A. GARCÍA O ASISTENCIA EDITORIAL: MARINA GRAF ASISTENCIA TÉCNICA Y CORRECCIÓN: LINA GARAY VAQUERA RAÚL ZENDEJAS DE LA PEÑA COMERCIALIZACIÓN Y DISTRIBUCIÓN: RUYSDAEL NAVA ULISES CRIOLLO IMPRESIÓN: IMPRESORA Y ENCUADERNADORA PROGRESO, S.A. DE C.V. (IEPSA), CALZ. SAN LORENZO 244, COL. PARAJE SAN JUAN, DEL. IZTAPALAPA, 09830 MÉXICO, D.F.

DISCURSOS PORTADA: FOTOGRAFÍA DE RICARDO SALAZAR. TOMADA EN LA PLAZA DE LA CIUDADELA, FRENTE A LA PUERTA PRINCIPAL DE LA BIBLIOTECA DE MÉXICO EN 1958, CEDIDA POR EMMANUEL CARBALLO DE SU ARCHIVO PERSONAL, A ENSAYOS QUIEN AGRADECEMOS AMPLIAMENTE SU GENEROSIDAD.

2A. DE FORROS: TRANSCRIPCIÓN DE UNA CARTA DE VASCONCELOS EN EL BOLETÍN LA BIBLIOTECA. ESTAY LAS IMÁGENES DEL TEXTO DE XABIER F. CORONADO FUERON

PROPORCIONADAS POR ÉL MISMO. L A RAZA CÓSMICA

LAS IMÁGENES CON EL SIGNO (*) PERTENECEN AL SUPLEMENTO ESPECIAL DE LA SEP PUBLICADO EN LA JORNADA (09, 07, 2007) FIGURAS DE LA HISTORIA MEXICANA

C l a r o s c u r o s AGRADECEMOS AL SEÑOR JOAQUÍN VASCONCELOS LA ATENCIÓN CON QUE SE SIRVIÓ COLABORAR PARA LA EDICIÓN DE ESTE NÚMERO, CON LAS FOTOGRAFÍAS INDICADAS CON EL SÍMBOLO ( •» ) , LO CUAL LE AGRADECEMOS CUMPLIDAMENTE.

ESTANTE

EMMANUEL CARBALLO

LA GRANDEZA DE JOSÉ VASCONCELOS,

EL DISIDENTE Y EL CONSTRUCTOR

H9HHB • M I . E L DISIDENTE

El pr imer adjet ivo que m e salta a

la p luma para cal i f icar a José

Vasconce los es el de singular.

S ingular porque sólo se parec ía a

sí m ismo . Las et iquetas que se

emp lean para momif icar lo en las

histor ias resul tan r id iculas. Por

ello intento una nueva termino lo­

g ía . Vasconce los es vasconce l is -

ta : el ún ico vasconce l i s ta que

s iempre en tend ió a Vasconce los .

A los ot ros, y en su m o m e n t o es ­

telar f o rmaron legión, m e place

l l amar los v a s c o n c e l i a n o s . S in

desconocer lo que hic ieron y p a ­

dec ieron por él , c reo que él hizo y

sufr ió m á s por el los. A su lado y

con su e jemplo (vivo y escr i to) se

encont ra ron o se perd ieron a sí

m ismos .

En nuest ra úl t ima conve rsa ­

c ión (1959, el año de su muer te )

l legó a dec í rme lo : "Después de lo

del '29 yo era un band ido pol í t ico,

un hombre que ex ig ía v e n g a n z a .

Era una espec ie de Cast ro Ruz.

Era t odo es to , por desg rac i a ,

desde el dest ierro, ya que en mi

pa ís no encont ré veinte h o m b r e s

con los cua les remon ta rme a una

Sierra Maes t ra . En esas cond ic io­

nes sólo m e q u e d a b a predicar la

v e n g a n z a . El gob ie rno , que ya

e m p e z a b a a conver t i rse en far i ­

seo, m e con tes taba que no era

ese mi pape l . Igual act i tud a s u ­

mieron muchos de mis par t ida­

rios; v iv iendo en el pel igro, an tes

que t ra ic ionarme op taron por el

recurso de n o m b r a r m e Maest ro .

Lo repito una vez más : a mí no

m e derrotó el gob ie rno s ino mis

part idar ios: me de jaron solo."

V a s c o n c e l o s n u n c a de jó d e

darse, de ent regarse. S e ent regó

a la f i losofía y a la l i teratura, a los

estud ios histór icos y a las invest i ­

gac iones socia les, a las mul t i tu­

des y a los indiv iduos, al a m o r y al

odio, a la razón y a la s inrazón, al

Dios en que cre ía y al demon io

que lo acosaba . S e ent regó a to ­

d o y a todos con la fe indivisa de l

creyente . Sin fe, se atrevió a d e ­

cir, no se endurece la co l umna

ver tebra l . Lo que se e m p r e n d a sin

el la, no puede aspirar a lo g rande .

En todo m o m e n t o vivió, ac tuó y

escr ib ió en una única d imens ión :

la de la g randeza , posit iva o n e g a ­

t iva. Por ello sus acier tos y er ro­

res son del m i smo t a m a ñ o : si los

mido, veo que co r responden a su

propia estatura.

Humi ldemen te lo conf ieso: no

he conoc ido en Méx ico , en lo per­

sonal o por referencias, un se r

h u m a n o de mayo r al tura que Jo ­

sé Vasconce los . Y aspi ro a q u e

se m e crea por una so la razón: no

soy fel igrés de su par roqu ia ; m e

cons idero entus ias ta de su m u d a ­

ble act i tud h u m a n a . (De su pos tu ­

ra me atrae el impulso, no el pro­

pósi to que pers igu ieron a lgunos

de sus actos. ) Por otra parte,

coincidir o estar en desacue rdo

con Vasconce los no pasa de ser

u n a o c i o s i d a d : nad ie es tá de

acue rdo o en desacue rdo con el

fuego , el a g u a o el aire; todos re­

c ib imos fa ta lmente sus benef ic ios

o ca lamidades . En un pa ís de

tuer tos, él mi ra con los dos ojos;

en un pa ís de med ias t intas, él es ­

cucha por los dos puntos card ina­

les; en un pa ís de hemip lé j icos, él

goza y sufre con sus dos mi tades.

A lo largo del siglo xx no t iene

par en f i losofía y l i teratura. En filo­

sof ía , fuera de él todos son profe­

sores o vu lgar izadores. (Él ha sido

entre nuest ros f i lósofos el único

c a p a z de c o n c e b i r c o h e r e n t e ­

men te un s is tema. N o m e refiero a

la val idez de éste s ino a la capa ­

c idad para crearlo.) Od io las c o m ­

parac iones, ya que paran casi

s iempre en exagerac iones , y sin

e m b a r g o m e permi to una de dos

caras: las memor ias de Vascon­

celos só lo p u e d e n compara rse

con las confes iones de los m á s

altos escr i tores de su t iempo.

Ot ra de sus facetas esenc ia les

cabe en una de las escasas g ran ­

des palabras: constructor, a la que

m e referiré m á s adelante. Sin él ,

Méx ico ser ía p robab lemente una

l lanura estéri l . La educac ión , la

cul tura y el arte le son part icular­

men te deudores . La c a m p a ñ a a

2

favor del alfabeto, la educación

rural y extraescolar, los altos estu­

dios, el muralismo, la danza, la

lectura de los clásicos y las lectu­

ras para mujeres y para niños,

López Velarde y Saturnino He­

rían, Jesús T. Acevedo y el nuevo

concepto de la arquitectura, Car­

los Chávez y después Silvestre

Revueltas, una novela de Agustín

Yáñez, todos estos hechos y to­

das estas personas llevan en sí,

como una impronta, un nombre, el

de José Vasconcelos.

No olvido su paso por la políti­

ca. Imagino qué hubiese sido Mé­

xico de reconocérsele el triunfo

en la campaña presidencial de

1929. Hubiéramos desembocado

en una dictadura clerical o una

revolución tan avanzada que hoy

consideraríamos a Madero, Za­

pata y Villa compañeros de banca

de Hidalgo y Morelos. Con sensa­

tez, el autor del Ulises criollo acla­

ró mis dudas: "Entré a la política

por obligación patriótica... Mi vo­

cación radical es de filósofo y no

de político." Su programa como

presidente hubiese sido el de Pe-

ricles: a su juicio, "uno de los po­

cos gobernantes decentes que ha

tenido la humanidad".

Después de su muerte, Vas­

concelos gana magníficas ba­

tallas: su obra e impulso agrupan

la rebeldía de algunos visiona­

rios. Los que no ven a unos

cuantos metros más allá de sus

ojos lo juzgan con una insensa­

tez que los torna extemporáneos.

Enterrados los intereses Gustos

en ocasiones) que lo combatie­

ron, abolido el sectarismo (de iz­

quierda y derecha) que cercó su

obra, el nombre de Vasconcelos

es una punta de lanza que puede

ayudar en la pelea contra el colo­

nialismo mental y el conformismo

ideológico.

Su mensaje, digámosle de al­

gún modo a los propósitos de su

vida y de su obra, no es el de la

concordia sino el de la discordia.

A mi juicio, allí reside crecida par­

te del verdadero Vasconcelos. Dis­

cordia que es independencia de

criterio; discordia que se traduce

a nivel de las luchas políticas en

posición viril e inteligente; discor­

dia que es altanería frente al po­

deroso y generosidad ante los hu­

mildes; discordia que es energía

canalizada contra el lugar común

en literatura y filosofía; discordia,

en fin, que es pugna íntima entre

el placer y el deber, entre los inte­

reses personales y las necesida­

des de un pueblo.

Entre otras cosas, Vasconce­

los nos enseñó a pronunciarnos

(sin temer a la equivocación) a

favor o en contra de algo o de al­

guien con toda la boca y en voz

alta. Vasconcelos siempre tomó

partido, en ocasiones el peor par­

tido posible, pero siempre fue fiel

a sí mismo: cuando fue inconse­

cuente pagó las consecuencias,

cuando encarnó el estado de áni­

mo del continente fue uno de sus

portavoces y sus guías.

Vista desde el día de hoy, la

obra y la actitud de Vasconcelos

se puede encerrar en una sola

palabra: disidencia. En forma dis­

persa se le empieza a juzgar co­

mo un hombre que supo vivir de

pie, pese a sus frecuentes caí­

das, y que supo gritar su indig­

nación y asco cuando meditaba

acerca de México, para el que

soñó una vida menos sucia y más

civilizada.

I I . EL CONSTRUCTOR

A cincuenta años de su muerte

me ocupo de otra de las grandes

palabras que Vasconcelos supo

usar tanto de viva voz como por

escrito. Y pudo construir el mundo

que rondaba sus sueños gracias

a que Alvaro Obregón, presidente

de 1920 a 1924, le dio su confian­

za para que hiciera y deshiciera a

su antojo, en el terreno de la cul­

tura y el arte, todo lo que creyera

pertinente. Vasconcelos es el

MENTIlEftft-

V A S C O N C E L O S ,

C R Í T I C O , A C T O R ,

T E S T I G O

Al ilustre fundador de la Bi­

blioteca de México, José

Vasconcelos, hemos dedica­

do este segundo número de

la revista que lleva el nom­

bre de nuestra institución, al

cumplirse el medio siglo de

la muerte de este grande

personaje de la historia y la

cultura del siglo xx en Mé­

xico.

Como la mayor parte de

los escritores a quienes toca

documentar personalmente

el curso dramático de la Re­

volución Mexicana, Vascon­

celos, actor y testigo de la

misma, es también un acer­

bo crítico, no sólo un cronis­

ta puntual de los fracasos

del movimiento, de sus trági­

cos y heroicos avatares, tan­

to como de los errores políti­

cos cometidos por muchos

de sus principales caudillos

y dirigentes.

Conocemos bien los gran­

des libros editados en los

primeros años 30 por Vas­

concelos, agotado ya el

aliento de más de dos déca­

das sangrientas que estre­

mecieron al país desde el

estallido de 1910 al término

de los conflictos políticos en

que participaron todas las

facciones del movimiento

revolucionario.

Ahí están el Ulises criollo

y La tormenta, acaso los

más brillantes de esta etapa

3

* Pedro Henríquez Ureña, José Vasconcelos y Diego Rivera, 1922

gran hal lazgo de Ob regón , y sin

Ob regón Vasconce los no hubiera

l legado a ser Vasconce los .

Ob regón , recalco, dejó hacer a

Vasconce los , y éste hizo, casi a

partir de la nada , lo que fu imos

durante var ias décadas , el "mi la­

gro mex icano" . Después , a partir

de Miguel A l e m á n , en te r ramos la

g lor iosa herenc ia cultural de Vas­

conce los .

Este surge a las letras y el p e n ­

samien to c o m o uno de los m i e m ­

bros m á s des lumbran tes de una

generac ión magní f i ca , el A teneo

de la Juven tud , que emp ieza a

dar sus pr imeros frutos en los

años post reros del porf ir iato. A

este g rupo per tenecen , a d e m á s ,

A l fonso Reyes , An ton io Caso , Pe­

dro Henr íquez Ureña , Mar t ín Luis

G u z m á n y Jul io Torri.

Vasconce los se di ferencia de

sus compañe ros en la ampl i tud de

sus intereses. Es uno de los es­

cri tores y pensadores m á s origi­

nales del país y el cont inente y

uno de los polí t icos más contro­

vert idos y audaces , que sust i tuye

med ian te sus acc iones los p lan­

teamientos económicos y socia les

y enarbo la los ét icos y estét icos.

Vasconce los , y con su labor el

ob regon i smo , trajo al pa ís v ien ­

tos n u e v o s y mod i f i can tes . M a ­

der is ta del p r imer m o m e n t o , es

dec i r ant id ictator ial y d e m ó c r a t a ,

se p ropuso instruir a las g e n e r a ­

c iones rec ién l legadas y p ropo ­

ner a los p roduc to res de ar te y le­

t ras c á n o n e s y ob je t ivos to ta l ­

men te dist intos. A ar t is tas y escr i ­

to res les p ropuso , por una par te ,

que tuv ieran en cuen ta al exp re ­

sarse el pasado (Grec ia , R o m a ,

la Bibl ia, la f i losof ía or ienta l ) y,

por la o t ra , la histor ia l lena de in ­

for tun ios de un pa ís , el nues t ro ,

que con los o jos v e n d a d o s t ra ta ­

ba de descubr i r su propia e s e n ­

cia y sus prop ios va lo res .

C o m o rector de la Un ive rs idad

y d e s p u é s c o m o secretar io de

Educac ión , Vasconce los o f rece

los m u r o s de los edi f ic ios es ta ­

tales a los p in tores para que rea ­

l icen en el los un ar te m o n u m e n ­

tal y públ ico, un ar te que nar re

con lengua je senci l lo la h istor ia

de nuest ro pueb lo . Surge , así , el

m u r a l i s m o m e x i c a n o . M u e s t r a

interés por la poes ía q u e l lega a

lo un iversa l a part ir de la a ldea , la

reg ión y el pa í s , p o e s í a q u e

cuen ta las v ivenc ias y expe r i en ­

c ias de los poetas med ian te pa la ­

bras, i m á g e n e s de color, ca lor y

sabor nac iona les . P o e s í a nac io­

nal is ta, pero no p in to resqu is ta .

Es t imu la la mús i ca y a los m ú s i ­

cos , qu ienes e m p i e z a n a c o m p o ­

ner obras de vangua rd ia en las

que s u e n a n a i res y tonos q u e

nos son prop ios . F o m e n t a la f u n ­

dac ión de o r feones en c iudades

y a ldeas , y los a l ienta po rque

c ree que el pueb lo saca a relucir

de ese m o d o su ve rdade ra per­

s o n a l i d a d . O r g a n i z a c a d a vez

con m a y o r f recuenc ia e s p e c t á c u ­

los ded i cados a los c i udadanos

c o m u n e s y cor r ientes, en los que

se mezc lan la poes ía , la mús i ca ,

el can to , la d a n z a y el teat ro . M e ­

d ian te la d i ve rs i ón a d e c u a d a ­

men te p lan i f icada t iende a una

educac ión g loba l de los sent idos .

A d m i r a y le en tus iasman las ar­

tes y a r tesan ías popu la res , has ta

en tonces ignoradas por las per­

sonas cu l tas y v is tas c o m o ob je ­

tos ins igni f icantes. S e p reocupa ,

as im i smo , por la escu l tu ra , la ar­

qu i tec tura , la eban is te r ía , la t ipo­

gra f ía y las ar tes y of ic ios indus­

tr ia les.

C o m o c imientos de este a m b i ­

c ioso y vas to p lan, Vasconce los

se ded ica a fo rmar maes t ros , ed i ­

f icar escue las y poner en marcha

bibl iotecas. D e s p u é s acome te rá

una c a m p a ñ a nacional cont ra el

ana l fabet ismo y ed i tará, en al tos

t irajes para c o n s u m o de todos los

mex icanos , ob ras maes t ras del

ar te y el pensamien to un iversa­

les. Se e m p e ñ a r á , t amb ién , en

ayudar a que el país de je de ser

una isla y se integre al dest ino

c o m ú n de Amér i ca Lat ina.

En dos años y ocho m e s e s que

dura su gest ión c o m o ministro,

Vasconce los revo luc iona la ense­

ñanza , la cul tura y el arte. Su

labor vista desde el d ía de hoy

s o r p r e n d e por su rea l i smo y

audac ia . S u p o en tender lo que el

país neces i taba a cor to y largo

plazo. Deudo r entre otros de Lu-

nacharsk i , pr imer comisar io de

educac ión de la Rus ia que nace

en 1917, se es fuerza por des te­

rrar el concep to elit ista de la e n ­

s e ñ a n z a y p ropone para susti tuir­

lo un m o d e l o m á s a r m ó n i c o ,

popular y a p e g a d o al Méx ico que

en tonces se in tentaba construir,

m e n o s injusto y m á s próx imo a la

ve rdadera l ibertad. Si a lgunos de

sus ac tos parec ieron descabe l la ­

dos en los años veinte del siglo

pasado, ahora parecen sensa tos

y qu izá un tanto ideal istas.

4

EMMANUEL CARBALLO*

DIÁLOGO CON JOSÉ

VASCONCELOS, TESTIGO

INSOBORNABLE DE SU TIEMPO

J o s é Vasconcelos aparenta, sentado

detrás de su escritorio de la Biblio­

teca México , la juventud de sus me­

jores años. Ojos incisivos; pelo cor­

to, entrecano, áspero; las anchas

guías del bigote, caídas, dan la im­

presión de que le cubren la boca; alta

la nariz, recta; manos enérgicas de

ademanes convincentes . Al hablar

desconoce el titubeo, las típicas ex­

presiones de la gente medrosa: tal

vez, quizá, es probable... Su lengua­

je de lápiz recién tajado da a su con­

versación brillo de arma, sonoridad

de guerra. En cambio, de pie, Vas­

conce los tiene el aire inconfundible

de la vejez. D e pie, creo que los ma­

nuales no se equivocan al decir que

nació en Oaxaca en 1882, hace se­

tenta y seis años. Al verlo sentado

e v o c o los ardientes días que vivió

con Adriana (Elena Arizmendi) , los

visionariamente políticos con Vale­

ria (Antonieta Rivas Mercado) y los

puramente sensuales con Chanto

(Consuelo Sunsín).

Es ésta la primera vez que visito a

Vasconcelos. Sus libros, entre todos

las memorias, conmocionaron mis

veinte años; al leer y releer sus pági­

nas repasé la simpatía y el odio , los

varios rostros antagónicos que con­

viven en una persona. Después sus

artículos periodísticos, los nuevos

libros, su torpe actitud en casi todos

los órdenes convirtieron la simpatía

en antipatía. Hoy creo haber conoci -

Emmanuel Carballo: Protagonistas de la lite­

ratura mexicana. México. Alfaguara, 2005.

do al verdadero Vasconcelos. N o es

ni el mítico prohombre ni el hombre

execrable, es un Hombre, ni más ni

menos . En un país de sordos y

mudos es admirable encontrar un ser

que supo oír la vida de su pueblo y

juzgarla en voz alta.

-¿Qué libros prepara?

- D e n t r o de unos cuantos meses apa­

recerá una nueva novela mía: La

flama. Es muy dura, muy injuriosa.

Lleva c o m o subtítulo Los de arriba.

Trabajo, además, un libro sobre la

Teoría de los eones.

-Su novela será, imagino, uno de

esos libros que "nos hacen levantar,

como si de la tierra sacasen una

fuerza que nos empuja los talones y

nos obliga a esforzarnos como para

subir".

- S í . Será un libro para leerse de pie.

Yo, en cambio, lo leeré acostado. M e

van a apalear. En La flama d igo la

verdad y en M é x i c o nunca se dice la

verdad: la equiparan con la injuria.

El mexicano siempre que puede, y

puede siempre, la escabulle. Cuento

en ella la historia de mi destierro, la

historia del fracaso de 1929. A pro­

pósito del destierro, su único defecto

consiste en que no dan ganas de vol­

ver. Esa frase cursi, el amargo pan

del destierro, es una mentira: sabe

muy sabroso. La única forma deco­

rosa de retornar al país de origen es

con un látigo en la mano. La flama

finaliza con mi regreso a Sonora en

1939. Es una obra híbrida. Hablo en

MENTMEftt vasconce l iana, pero también

El proconsulado y otros m u ­

chos textos en que, como

af i rma el autor en las entre­

vistas del f inal de su v ida, se

p reocupaba más por actuar

que por escribir con buen

esti lo l i terario.

En las pr imeras páginas

de este homena je se publ i ­

can dos exce lentes co labo­

raciones de Emmanue l Car­

ballo, que entrevista a Vas­

conce los en la m isma C iu -

dade la - d o n d e d i r i g ía la

Bibl ioteca fundada por él en

1 9 4 6 - , un año antes de su

muer te , y en esa m isma e n ­

trevista, en la que se interro­

ga al autor del Ulises criollo

sobre sus puntos de vista

acerca de personas, escr i ­

tores y hechos re lac ionados

con la ges ta en cuest ión, al

hablar de Mar iano Azue la ,

responde a Carbal lo en la

entrev is ta: " . . . sus novelas,

c o m o las de todos los escr i ­

tores honrados de la Revo lu ­

c ión, están hechas (y esto es

grave y tr iste), para cont ra­

dec i r la y c o n d e n a r l a . . . " Y

¿cuá l es la causa? , le pre­

gunta Carbal lo. Y Vascon­

celos responde: - " S e debe a

que la Revoluc ión ha sido

una porquer ía . Tanto a A z u e ­

la c o m o a mí nos han l lama­

do reacc ionar ios . Pero en

Méx ico así se cal i f ica a todo

el que se opone al gob ierno.

Acaba uno por sent i rse ufa­

no de que le ap l iquen ese

epí te to . ¿ S a b e usted quié­

nes me l laman reacc ionar io?

Los mi l lonar ios de la Revo lu ­

c i ón , los po l í t i cos te r ra te ­

n ientes."

5

ella de mí y de algunos otros perso­

najes. A veces uso la primera perso­

na; en otras, la tercera. Tendrá el va­

lor rojo del escándalo. Literariamen­

te no vale gran cosa.

-¿Quépáginas prefiere de este libro?

-Recuerdo ahora aquellas en que re­

flexiono sobre Antonieta en el pur­

gatorio.

-¿Cómo ve usted, a casi treinta años

de distancia, su campaña presiden­

cial de 1929?

- L o del 29 quedó sin castigo. Y el

mal sin castigo pesa sobre la socie­

dad por generaciones, c o m o pesa

sobre el individuo. En Méx ico dejan

hablar porque saben que de la palabra

no se desprenden drásticas conse­

cuencias. En el momento en que se

intenta la acción, la aplastan con

métodos aztecas, c o m o ocurrió en

Chiapas hará algo así c o m o tres años.

—¿Y qué pasó en Chiapas? No lo

recuerdo.

- E s o pasó exactamente. "Nadie vido

nada." Se levantaron unas cuantas

personas en armas y las asesinaron,

pero "nadie vido nada".

-Mejor volvamos al 29.

- E l pueblo debió haberse armado

contra el gobierno.

-Probablemente no tenía pistolas.

-S i empre hay pistolas en los pueblos

que tienen energía.

—¿Le interesa el libro de Mauricio

Magdaleno, Las palabras perdidas,

que cuenta los incidentes de esa

campaña presidencial?

-Libro precioso, sencil lamente pre­

c ioso, tanto por lo que dice c o m o por

la manera c o m o lo dice. Es una obra

muy bien hecha, aunque incompleta,

ya que Magdaleno sólo recorrió el

centro del país y el oriente. Es un tes­

t imonio directo y personal, lo cual es

una ventaja. N o habla de lo que con­

taron sino de lo que vio.

-¿Cuál fue el programa que usted

sostuvo en su lucha por la presiden­

cia?

- C r e o más en los hombres que en los

programas. Mi programa consistía

en seguir a Pericles, uno de los pocos

gobernantes decentes que ha tenido

la humanidad.

—¿ Qué razones lo movieron a escri­

bir los cuatro tomos de su autobio­

grafía, mejor de sus memorias?

- L a mala suerte engendra toda la li­

teratura. Escribí mis libros para in­

citar al pueblo contra el gobierno.

Me creyeron un payaso. Escribir es

hacer justicia. N o quería séquito li­

terario, quería gente armada. ¿Qué

escritor que en verdad lo sea no es un

político? El que ignora la política

está perdido; igual le ocurre al que se

evade de la realidad.

-Al Vasconcelos memorialista se le

ha acusado repetidas veces de retra­

tar con mala fe a sus personajes, de

que al juzgarlos lo hace con odio o

resentimiento. ¿Aciertan quienes así

lo juzgan?

- N u n c a he utilizado mis libros c o m o

desfogue personal. Las víctimas que

en el los aparecen son las personas

que han hecho, en cualquier orden,

mal al país.

-Su obra ha interesado a mayorías y

minorías porque en ella ha dicho

usted, sin eufemismos, su verdad.

¿Cree que ésta sea la característica

sobresaliente de su obra?

- S í . En México no hay literatura por­

que casi nunca se dice la verdad. Yo,

en cambio, la he dicho en voz alta y

sin sonrojarme. La literatura debe ser,

fundamentalmente, protesta. Su raíz

es la libertad, la auténtica, no la que,

c o m o en nuestro caso, está escrita en

los códigos. Aunque sea en el orden

moral debe triunfar el bien para que

haya una verdadera expresión litera­

ria, si no ésta se convierte en prostitu­

ta que acata o disimula los actos per­

versos de los poderosos. El único

pueblo antiguo que produjo gran lite­

ratura fue Grecia, porque en él a ve­

ces triunfaba el bien o, ante su derro­

ta, surgía la enérgica protesta de un

Esquilo, de un Aristófanes. En Persia,

por el contrario, privaba la iniquidad,

y nunca apareció la voz de un Esquilo

que protestara. Proust escribe sobre lo

que le da la gana porque vivió en un

ambiente de libertad, en una sociedad

6

libre. Só lo en países en los que ésta es

una realidad, c o m o en Francia, se

permiten los estilistas. Yo vivo en una

sociedad atada de pies y manos y soy

por ello un esclavo, no un escritor.

-Usted dijo en la advertencia al

Ulises criollo que un libro de esta

clase no está destinado a manos ino­

centes, que contiene la experiencia

de un hombre y no aspira a la ejem-

plaridad. ¿Por qué, entonces, ha pu­

blicado recientemente una edición

expurgada?

- Y o generalmente no pienso, actúo.

Estos libros están escritos con toda

mi verdad. Ahora me gustaría librar­

me de muchos recuerdos desagrada­

bles. Es c o m o quien se da un baño; al

hacerlo se libra de la suciedad. La

crudeza impedía que se leyeran den­

tro de ciertos grupos humanos que a

los escritores nos interesan. M e re­

solví a que los purificaran, y lo hice

con gusto. Acusan a mis libros de que

están plagados de erotismo, mas no

hay que confundir a éste con el amor:

nunca me he sentido culpable de

aventuras mujeriles que no presidiera

el amor. Eso no es vicio. Nací para

ser célibe y traicioné mi vocación.

-Desde la serenidad de ahora, ¿có­

mo juzga sus aventuras con las mu­

jeres?

- L a s mujeres só lo me han deparado

infortunios. Hablé con insistencia

del amor porque fui en él desafortu­

nado. El donjuán vive sus aventuras,

no tiene t iempo para narrarlas. Cuan­

do un pobre diablo c o m o y o se ena­

mora, se arrodilla ante el mundo e

ingenuamente narra sus cuitas. Yo no

creo en la eternidad de los lazos se­

xuales, m e atengo a lo que sobre ese

punto dice el Evangelio: en la otra

vida nos encontraremos las parejas

c o m o los ángeles, sin sexo . El amor,

por otra parte, cuando se prolonga

desemboca en el tedio o en los hijos.

—¿Cuáles son sus métodos de traba¬

jo?

-Escr ibo de prisa, para que no se me

olvide lo que estoy pensando. Mi

idea esencial filosófica, el a priori

estético, la ideé en un tranvía, en

Buenos Aires: corrí a casa a escribir­

la. Las ideas se me vienen de golpe.

Cuando éstas no llegan del c ielo, me

gana la torpeza. En el trance de la

escritura actúo c o m o un poseso . N o

fui un escritor precoz, c o m o ya lo he

contado en el Ulises. Mi vocación

filosófica me obl igó a esperar. El fi­

lósofo comienza a desenvolver su

pensamiento a los cuarenta años. Mi

afición literaria comenzó , sin embar­

go , entre los seis y los siete. Desde

entonces mi único afán ha sido escri­

bir. Mi método comprende dos fases:

la primera, impremeditada, es la ins­

piración; la segunda, el trabajo, es

premeditada e incesante. Siempre he

trazado minuciosamente el plan de

mis libros. Desde joven me propuse

construir mi propio sistema: una

metafísica, una ética, una estética.

Nunca me perdí en ensayitos: aspira­

ba a las grandes construcciones.

-¿Qué opina de la inspiración?

-Atenerse únicamente a la inspira­

ción es un error común de los latino­

americanos. Hace t iempo, en Nueva

York, me juntaba con Pedro Hen­

ríquez Ureña, Salomón de la Selva y

el poeta Thomas Walsh en una cer­

vecería. Walsh, en cierta ocasión,

nos dijo que no volvería: "Si ustedes,

los iberoamericanos, en vez de dis­

cutir horas y horas, escribieran un

poco de lo que hablan, podrían hacer

obra perdurable, genial." Y es cierto,

en la conversación desperdiciamos

el talento. Desde entonces abandoné

la vida de tertulia a la que, por otra

parte, no era muy afecto.

-Usted, como Martín Luis Guz/nán,

escribió buena parte de su obra en el

destierro. ¿En qué lugares nacieron

las páginas de sus memorias?

- E l Ulises lo escribí en España. Al­

gunas personas han dicho que es mi

libro mejor escrito. Y es cierto. En él

tuvo influencia, sobre todo en el esti­

lo , el ambiente español. Los otros

tres, en cambio , los escribí en Texas

y en otros varios lugares de los Es­

tados Unidos en los que, por supues­

to, só lo escuchaba inglés y un espa­

ñol ruinoso. El Ulises lo comencé al

m i s m o t iempo que la Estética. Era

para mí un pasatiempo, un descanso

de mis actividades serias.

-De los cuatro tomos, el primero es

MENTWER*

Son es tupendos los textos

de Carbal lo, que c o m o se

sabe, es autor de esos Pro­

tagonistas de la literatura

mexicana, en donde retrató

y entrevistó a todas las g ran­

des f iguras l i terarias de la

época y de las s iguientes.

En esa m isma entrevista

es d igna de rescatar la res­

puesta que da el autor a la

pregunta sobre la obra de

Mar t ín Luis G u z m á n , ese in­

dudab lemente g rande escr i ­

tor y también test igo del mo­

v imiento que en los úl t imos

años de su vida erró tan la­

mentab lemente en los t i em­

pos oscuros del d iazordac is-

mo. - ¿ L e agrada su produc­

c ión?, le pregunta Carbal lo,

y responde: - La sombra del

caudillo es la mejor obra que

produjo la novela de la Re­

vo luc ión. Los l ibros de Guz­

mán son correctos, los míos

incorrectos. Él t rabaja el es­

tilo, yo soy desal iñado" .

E.L.

7

el que ha alcanzado mayor éxito.

¿Cuántos ejemplares cree que se ha­

yan vendido?

-Hasta la fecha han aparecido, más o

menos, trece ediciones del Ulises.

Suponiendo, c o m o promedio, que de

cada edición se hayan tirado cuatro

mil ejemplares, la cifra total sobrepa­

sa los cincuenta mil. Dicen que este

libro ha sido uno de los mayores éxi­

tos editoriales en México . Hay que

tener en cuenta que la primera edi­

ción data de 1935. Que en veintitrés

años se hayan vendido cincuenta mil

ejemplares revela que en Méx ico el

éxito es muy relativo. D e uno de mis

últimos libros, En el ocaso de mi vi­

da, que apareció en los Populibros La

Prensa, se hizo una tirada de vein­

ticinco mil y se agotó en dos meses .

Esto se debe a que últimamente ha

crecido el número de lectores, se ha

intensificado el aparato de distribu­

ción y, finalmente, a que este libro se

editó en una colección popular de

precio ínfimo. Mis libros me han de­

jado muy poco dinero.

-Por lo menos le han dejado la sa­

tisfacción de haber llegado a un

público entusiasta que los relee y los

comenta.

- ¿ U s t e d cree, pongamos un ejemplo,

que a Platón le satisfaga que lo este­

mos leyendo? Pobrecitos autores.

-¿Cuál es su página favorita?

- L a teoría del ritmo en mi ensayo

sobre Pitágoras.

-¿Qué diferencia encuentra entre los

hombre de letras y los hombres de

ideas?

- H a y escritores que son propiamente

hombres de letras, a quienes preocu­

pa el estilo; pero hay otros, los hom­

bres de ideas, que ejercen influencia

sobre la sociedad, y que con estilo o

sin él sienten la necesidad de mani­

festar grandes cosas. Un amigo, en mi

juventud, me dijo en una carta: "¿Por

qué tú, que no sabes escribir, sueles

interesar al lector a veces más que no­

sotros que dominamos el estilo?" Le

respondí: "Es que yo creo en Dios y

ustedes no; a mí me dicta el espíritu."

-Usted ha sostenido que no existe li­

teratura mexicana. ¿En qué razones

apoya su juicio?

-Papini l lamó a América continente

torpe que no había producido nada

sobresaliente. Ante esta afirmación

y o me pregunto: ¿cuál es el libro que

podemos arrojarle al rostro c o m o

prueba de que ha mentido? Los

Estados Unidos sí tienen ese libro

(pienso en los de Melvi l le , Whitman,

Poe); nosotros, en cambio, no lo po­

seemos . Hay que confesarlo con toda

honradez para que los jóvenes hagan

algo que justifique nuestra inclusión

en la literatura universal. Para que

esto suceda conviene que vuelvan a

los clásicos.

-Alfonso Reyes ha dicho que usted,

como buen oaxaqueño, es dogmáti­

co. ¿Está de acuerdo?

- Y o me considero norteño. En el

Ulises precisamente traté de aprove­

char el consejo de Gide según el cual

la literatura tiene por objeto salvar

del o lv ido situaciones que amamos.

Yo lo que quise salvar fue mi Piedras

Negras, en Coahuila. Mi tempera­

mento sí es oaxaqueño. Sin embargo

vine a conocer mi tierra nativa a los

veinticinco años. Oaxaca es para mí

únicamente la memoria de mis pa­

dres. El estado, después de Juárez y

Porfirio Díaz, se quedó sin población

blanca. A m b o s presidentes emplea­

ron por todo el país a los criollos y

dejaron únicamente a los indios.

-Su infancia fue, como la de la ma­

yoría de los mexicanos, católica. Su

adolescencia y juventud, en cambio,

distaron de ser modelos de ejercicio

católico, apostólico y romano. ¿Por

qué se separó usted de la Iglesia?

- M e separé de la Iglesia por dos mo­

tivos: primero, para tener libertad de

pecar a mi gusto: quería conocer el

c ielo y la tierra, el infierno y el pur­

gatorio. Segundo, porque

al actuar en política mis tendencias,

contrarias a las dictaduras que hemos

padecido, chocaron a menudo con el

clero; por ejemplo, en el momento

en que cierta fracción de éste apoyó

al gobierno espurio de Victoriano

Huerta. N o niego que he tenido mo­

mentos de duda. Creo, sin embargo,

en la divinidad de Cristo, no por ra­

zonamientos sino por experiencia

personal, c o m o lo he visto en las

grandes crisis de mi vida. N o fundo

mi creencia en la lógica, que crea

matemáticos pero nunca creyentes.

Al final me he convencido de que la

Iglesia posee el mayor tesoro de sa­

biduría que está al alcance del hom­

bre. Y y o soy un hombre.

—¿Ya no le interesan los enemigos

del alma?

- N o . Estoy de viaje para el otro lado.

-Sobre el Ateneo de la Juventud se

han contado cosas inteligentes y dis­

paratadas. ¿Qué me puede decir de

él, usted que fue uno de sus presi­

dentes?

- N u n c a he sido hombre de cenáculo,

por eso mis visitas al Ateneo eran

esporádicas. M e l levó Pedro Henrí-

quez, quien tenía ese espíritu social

que a nosotros aún nos falta. Bus­

cábamos una cultura universal. En

e s o todos nos parecíamos. Le tenía­

m o s horror al criterio parroquial.

—¿ Qué opinión tiene, en general, de

sus compañeros de viaje?

- T o d o s mis compañeros escribían a

base de citas y entre comil las . N o se

decidían a escribir, por e jemplo , una

novela; se gastaban en comentarios

a lo Henríquez Ureña. que hacía las

v e c e s de maestro . M i s c o l e g a s

leían, citaban, cotejaban por el só lo

amor del saber; y o egoís tamente

atisbaba en cada conoc imiento , en

cada información el material útil

para organizar un concepto del ser

en su totalidad. E m p l e a n d o una

expresión botánica muy en boga en

nuestro medio por aquel entonces

tomaba de la cultura únicamente lo

que podía contribuir a la eclosión de

mi personalidad. A excepc ión de

Antonio Caso , a quien siempre ad­

miré, los demás me parecían in­

comple tos , con su preocupación por

la forma y su falta de garra para

pensar y aun para vivir.

-¿Cómo juzga a Antonio Caso?

- L e faltó originalidad. Durante mu­

cho t iempo citaba, citaba y citaba.

En sus últimos libros desarrolló su

propio pensamiento. C o m o anima­

dor era incomparable. Entre todos

los miembros del A t e n e o fue el

único que influyó sobre mí, sobre mi

pensamiento filosófico. Mientras él

estudiaba, y o escribía. En varias oca­

s iones , después de oírlo hablar,

redacté a lgunos de mis ensayos .

Nuestras discusiones, que las tenía­

mos frecuentemente, provenían de

que él era un escépt ico en materia

política. Ahora le doy la razón. Su

única lucha fue por la cultura, nunca

por la política.

-¿Ya Pedro Henríquez Ureña?

- E r a apasionado, de trato difícil.

Tenía el don de adivinar el talento

ajeno. En el aspecto moral siempre

fue impecable. Su prosa es lúcida,

magnífica. Lástima que se haya que­

dado en la crítica.

-¿Cómo ve la obra y la personali­

dad de Alfonso Reyes?

- E s un típico hombre de letras. Su

función es muy importante en cual­

quier cultura. Es un supercrítico,

a lgo más que crít ico. Al tener

Al fonso en la mano ese maravil loso

José Vasconcelos, en el extremo derecho, con otros intelectuales, entre ellos Alejandro Quijano (con corbata de moño)

instrumento del esti lo todavía debe­

mos esperar que nos dé una gran

novela, un libro glorioso.

-Martín Luis Guzmán, como usted,

incurrió en la ficción autobiográfi­

ca; como usted, también pasó por

los negocios públicos. ¿Le agrada su

producción?

-La sombra del caudillo e s la mejor

obra que produjo la novela de la

Revolución. Los libros de Guzmán

son correctos; los míos , incorrectos.

El trabaja el estilo, yo soy desaliña­

do. Los dos somos hombres de ideas.

Su esti lo es del ic ioso. Su prosa no

puede equipararse con ninguna de

las que se escriben actualmente en

México . Lástima que sea masón. El

escritor necesita capacidad de indig­

nación, la que Martín Luis posee.

Quien permanece impasible ante la

injusticia no puede ser escritor, pue­

de, acaso, ser santo.

-Habiente de Julio Torri.

-Torri es entre nosotros, por su as­

cendencia italiana, una de las pocas

personas que emplean la ironía. Cua­

lidad rara la suya, ya que en M é x i c o

falta la nota humorística. Es una lás­

tima que no haya desarrollado ínte­

gramente esta insólita cualidad. Es­

peremos todavía que nos depare una

sorpresa.

-Sigamos con otro escritor de la Re­

volución, con Mariano Azuela.

- S u s análisis de la realidad social

son excelentes . Sus novelas , c o m o

las de todos los escritores honrados

de la Revolución, están hechas (y

esto es grave y triste) para contrade­

cirla y condenarla.

-¿Cuál es la causa?

- S e debe a que la Revolución ha sido

una porquería. Tanto a Azuela c o m o

a mí nos han llamado reaccionarios.

Pero en M é x i c o así se califica a todo

el que se opone al gobierno. Acaba

uno por sentirse ufano de que le apli­

quen ese epíteto. ¿Sabe usted quié­

nes me llaman reaccionario? Los mi­

llonarios de la Revolución, los polí­

ticos terratenientes.

Vasconcelos aun en su pes imismo es

alegre. Su vida, su tono de voz , re­

cuerdan al robusto fray Servando.

Todo lo que él toca: filosofía, histo­

ria, sociología, pedagogía, se trueca

en novela. Su vida misma es una no­

vela. [1958]

9

XABIER F. CORONADO 1

VASCONCELOS: LOS AÑOS DE EXILIO

EUROPEO 2

José Vasconcelos (Oaxaca, 28 de febrero

de 1882-Ciudad de México, 30 de junio

de 1959), el ilustre pensador, educador y

político mexicano pasó muchos años ale­

jado de su país. A lo largo de su dilatada

y prolífica existencia, Vasconcelos tuvo

que vivir fuera de su patria durante varios

periodos de exilio, por motivos funda­

mentalmente de carácter político.

El primero de estos periodos de aleja­

miento de la patria fue consecuencia del

golpe de estado perpetrado por Victoria­

no Huerta y Félix Díaz (1913). Vascon­

celos, que había sido nombrado Se­

cretario de Instrucción Pública y Bellas

Artes por Francisco I. Madero, tuvo que

salir del país para exiliarse en Estados

Unidos y Canadá. Durante este tiempo se

dedicó, por encargo de Venustiano Ca­

rranza, entonces gobernador de Coahui-

la. a buscar el apoyo político de potencias

europeas a la causa revolucionaria.

A su regreso a México, Carranza, que

había sido nombrado presidente constitu­

cional, le asigna el cargo de director de la

Escuela Nacional Preparatoria. Poste­

riormente, desavenencias mantenidas

con el propio Carranza hacen que éste

reaccione ordenando su arresto y enton­

ces Vasconcelos huye de nuevo a Estados

Unidos.

En 1920, Vasconcelos apoyó el deno­

minado Plan de Agua Prieta y ese mismo

año el presidente interino. Adolfo de la

Huerta, lo nombró Rector de la Univer­

sidad Nacional. Permanece en el cargo

desde el 9 de junio de 1920 hasta el 12 de

octubre de 1921, cuando pasó a ser secre­

tario de Educación. En 1924 dejó la Se­

cretaría para presentar su candidatura a

gobernador del estado de Oaxaca; al re­

sultar derrotado marchó de nuevo a vivir

fuera de México.

' Escritor e investigador, autor de varios libros so­bre temas bibliotecarios y colaborador de diver­sas revistas de México y España. ' En colaboración con Liliana Santana.

Vasconcelos volvió a su patria en

noviembre de 1928 y, al año siguiente, se

postula a la Presidencia de la República

con el apoyo de intelectuales, artistas y

estudiantes. A raíz del resultado de estas

elecciones, abandonó voluntariamente el

país después de denunciar públicamente

el fraude electoral perpetrado a favor del

candidato oficial, Pascual Ortiz Rubio.

Su candidatura había tenido que enfren­

tarse a la maquinaria del aparato político

del Estado, dirigida por el presidente Plu­

tarco Elias Calles, implacable con Vas­

concelos y sus seguidores que fueron per­

seguidos y sufrieron toda clase de abusos.

Este nuevo autoexilio, que en prin­

cipio el propio Vasconcelos pensó que

duraría poco tiempo, se prolongará hasta

el mes de septiembre de 1938. cuando

regresa a México y se establece en Her-

mosillo. Sonora. Fue su último periodo

de alejamiento de la patria y el más pro­

longado, ya que casi abarca toda una

década. Los primeros años de este exilio,

desde que llega a Estados Unidos (1929)

hasta que parte desde Europa a Argentina

(1933), fue relatado por el propio Vas­

concelos en su libro El Proamsulado.1

En este ensayo, se darán a conocer las

actividades que Vasconcelos desarrolló

en los años que pasó en Europa. El texto

se centrará fundamentalmente en narrar

los meses que vivió en Asturias rodeado

de su familia, un periodo que dedicó a re­

flexionar sobre su situación, escribir nue­

vas obras, y a realizar labores del campo,

una actividad que anteriormente nunca

había efectuado.

PERII'I.O AMERICANO

Desde aquel 17 de noviembre, en que se­

gún todas las crónicas el pueblo de Mé­

xico había sido sometido a un fraude

; José Vasconcelos: El Proconsulado. Ediciones Botas. México, 1939.

JOÍEVAÍCONCELOÍ

•consulado

EWCIONB BOTAf—MÉXICO

Portada de la edición de El Proconsulado. libro donde Vasconcelos relata sus viven­cias desde el año 1928, cuando decidió

presentarse a las elecciones presidenciales, hasta 1933, cuando embarca desde España

para Argentina.

electoral. Vasconcelos comienza un largo

peregrinaje que lo lleva a Estados Uni­

dos, posteriormente a Centroamérica,

Sudamérica y Europa. En un principio se

refugió en Los Angeles. California, para

mantenerse cerca de la realidad mexi­

cana con la esperanza de poder orquestar,

desde el exilio, el derrocamiento de Ortiz

Rubio. Pero la realidad fue otra, el apara­

to burocrático afianzó en el poder al régi­

men impuesto por Calles, el autodenomi­

nado "jefe máximo de la Revolución Me­

xicana", y Vasconcelos, después de una

corta temporada en EU, decidió viajar

por América Latina.

Durante los dos primeros años de este

exilio, desde 1930 hasta 1931, José Vas­

concelos recorrió varios países denun­

ciando el fraude electoral y la interven­

ción del gobierno norteamericano en la

política de México a través de su emba­

jador, el "procónsul" Dwight Morrow.

Vasconcelos salió en barco de Estados

Unidos rumbo a Panamá, allí comenzó

una gira por varios países centroamerica­

nos y dictó conferencias en universida-

des, colegios y entidades educativas,

sociales y culturales. Estuvo unos días en

Costa Rica, donde halló oposición de la

delegación consular mexicana, y visitó

brevemente Guatemala. Durante estas

semanas, gracias a sus conferencias,

recaudó algunos fondos para seguir viaje

a Colombia, país al que había sido in­

vitado por la Federación de Estudiantes

Colombianos.

Vasconcelos viajó unos meses por

Colombia y Ecuador, en un viaje exis-

tencial en el que buscaba abstraerse de la

presión y los problemas que se habían

derivado de su salida de México. Durante

este recorrido andino, renace en Vascon­

celos su faceta de pedagogo y hombre

dedicado a la cultura que había sido rele­

gado por la vertiente política de su perso­

nalidad. Ahora se produce el efecto con­

trario y esa personalidad, que lo llevaría

a ser conocido como el maestro de Amé­

rica, consigue abrirse camino y renace en

él esa curiosidad cultural motivada por la

novedosa realidad de todo lo que encuen­

tra. Vasconcelos se dio tiempo para visi­

tar las instituciones culturales de los

lugares que recorría. Así conoció las

grandes bibliotecas de importantes ciu­

dades, como Bogotá o Quito, pero tam­

bién bibliotecas rurales que descubría en

pequeñas ciudades y pueblos de menor

importancia. En algunas de ellas, como

las de Dolores (Popayán) y Tulcán en

Colombia, o Ambato en Ecuador, Vas­

concelos dejó con su visita y sus conse­

jos una impronta que sirvió para alentar

la labor de sus promotores y estimular su

desarrollo.

En Guayaquil, Ecuador, Vasconcelos

embarcó hacia Cuba; en la isla caribeña

volvió a encontrarse con su familia y

estuvo unos días dando conferencias.

Pasó de nuevo a Centroamérica y reco­

rrió, en un estado de inquietud e incerti-

dumbre sobre su futuro próximo, El

Salvador, Nicaragua y Honduras, desde

donde partió rumbo a Nueva York, com­

pletando así su periplo americano. Era el

mes de enero de 1931. El invierno neo-

yorkino le sirvió a Vasconcelos para refu­

giarse en diferentes bibliotecas de la ciu­

dad, con el propósito de completar el

material que le serviría posteriormente

para escribir su libro Etica (1932). Vas­

concelos se reencontró allí con Gabriela

Mistral, que daba clases en la Uni­

versidad de Columbia, con la que había

compartido amistad y trabajo en México

y que, después de la derrota electoral, se

había desmarcado de Vasconcelos como

personaje político.

ESTANCIA EN EUROPA

Después de un mes dedicado a realizar

apuntes y lecturas, Vasconcelos, al no

vislumbrar una salida inmediata a su

situación, decidió viajar a París. Allí pro­

yectaba reunirse con su amiga y colabo­

radora Antonieta Rivas Mercado, con la

que mantenía una relación sentimental.

Antonieta Rivas Mercado, escritora, bai­

larina y una activa promotora cultural,

apoyó la campaña presidencial de

Vasconcelos y escribió una serie de cró­

nicas sobre los acontecimientos que

vivieron en aquellos meses, marcados

por la dolorosa derrota política.3

A comienzos de febrero de 1931 Vas­

concelos llegaba a París. Con anteriori­

dad había escrito una carta a Antonieta

Rivas Mercado en la que le planteaba el

proyecto de elaborar conjuntamente una

nueva etapa de la revista La Antorcha.

Antonieta, que se encontraba desde hacía

meses en Burdeos, viajó a París para reu­

nirse con Vasconcelos, se hospedaron en

un hotel situado en la Place de la

Sorbonne. Apenas una semana después

de este reencuentro, el miércoles 11 de

febrero, al mediodía, Antonieta Rivas

Mercado se suicida frente al crucifijo de

un altar de la catedral de Nótre Dame,

disparándose un tiro en el corazón con

una pistola, una Colt, que pertenecía a

José Vasconcelos.

Este dramático suceso afectó mucho a

Vasconcelos quien, esa misma mañana,

había escuchado cómo Antonieta le reve­

laba su decisión de quitarse la vida. Pero

él, que no la creyó capaz de consumar el

suicidio, le contestó molesto que un acto

de esa naturaleza no era digno de una

persona como ella. Tras el fuerte impac­

to emocional y en medio del escándalo

suscitado por la tragedia, Vasconcelos

presidió, días después, el entierro de su

amiga y amante. Desde entonces, a tra-

5 Las crónicas de Antonieta Rivas Mercado se

recogen en el libro La campaña de Vasconcelos

editado por Oasis en 1981.

vés de diferentes escritos autobiográfi­

cos, siguió rememorando y tratando de

entender y justificar el suicidio de Vale­

ria, nombre que en sus memorias Vas­

concelos asignaba a Antonieta Rivas

Mercado.

La vida continúa y el proyectado re-

lanzamiento de La Antorcha tiene lugar

en París el mes de abril de ese mismo

año. La publicación, durante esta etapa,

estaba domiciliada en el número 19, Rué

La Condamine y figuraba como gerente

de la misma Carlos Deambrosis Martins,

amigo y agente literario de Vasconcelos

en la capital francesa. En los sucesivos

números que aparecieron durante el vera­

no, se publicaron varios trabajos de An­

tonieta Rivas Mercado que despertaron

el interés de los lectores iberoamerica­

nos, aumentaron las ventas de la revista y

suscitaron cartas de elogio. Pero La An­

torcha, que tenía amplia difusión en va­

rios países americanos, tuvo problemas

de distribución en México, donde el her­

mano del ex presidente Calles, que era

responsable de Correos, entorpecía su

circulación facilitando la pérdida y el

desvío de los paquetes que llegaban con

la revista.

En julio, José Vasconcelos fue invita­

do por la Asociación de Estudiantes

Latinoamericanos a presidir el descubri­

miento de una placa conmemorativa en

la casa donde había residido Simón

Bolívar durante su estancia en París en

1804. A finales de 1931, por problemas

con los impresores franceses, La Antor­

cha comenzó a editarse en España. Vas­

concelos enviaba los originales que

luego se imprimían en Madrid, así se evi­

taron los problemas laborales que se

habían suscitado y, sobre todo, numero­

sas erratas. La publicación mejoró mu­

cho en su presentación y los costos de

imprenta se redujeron a la mitad. Ade­

más, Vasconcelos cerró un contrato con

la editorial española Aguilar para pu­

blicar algunos de sus libros, el primero de

ellos fue una recopilación de artículos y

cuentos que se tituló Pesimismo alegre.*

Toda esta serie de circunstancias, uni­

das a la llegada a Francia de su esposa, su

hija María, su yerno, Herminio Ahumada

y su nieta recién nacida, además del he-

4 José Vasconcelos. Pesimismo alegre, M. Agui­

lar, Madrid 1931.

cho de que su hijo se encontraba en Ma­

drid estudiando ingeniería, hicieron que

Vasconcelos decidiera trasladarse a Es­

paña con el fin de tratar directamente sus

asuntos y reunir allí a toda la familia.

Debemos recordar que ese mismo

año, 1931, se había proclamado la n

República Española. Vasconcelos, que

contaba con amigos republicanos como

Eugenio d'Ors o Indalecio Prieto, a los

que había conocido cuando se encontra­

ban exiliados en París, recibe con saludos

a la nueva república y a sus dirigentes a

través de las páginas de La Antorcha. A

pesar de este inicial apoyo, cabe consta­

tar que el régimen republicano español

siempre fue muy criticado por Vascon­

celos en sus escritos posteriores.

En esas circunstancias, toda la familia

se reencuentra en Madrid a principios de

1932. Primeramente se instalan en un

hostal en el centro y, durante unas sema­

nas, se dedican a visitar museos y disfru­

tar de la vida madrileña que Vasconcelos

ponderaba. Herminio Ahumada se en­

cargaba de elaborar la parte literaria de

La Antorcha y Vasconcelos escribía los

artículos de carácter político e ideológi­

co. Fue en esa época, tras la conclusión y

corrección de su Ética, cuando decide

materializar la idea de escribir una nove­

la. El propio Vasconcelos lo expresa

diciendo:

Y para darme un descanso, y también para

ver el asunto entero con mejor perspecti­

va, decidí no comenzar desde luego la

Estética. Entre ella y la Etica lanzaría un

libro que hacía tiempo deseaba componer:

una novela, y ¿cuál mejor que la de las

propias andanzas y pasiones?... Comencé

a borronear el Ulises criollo}

En Madrid, Vasconcelos era apoyado por

Martín Luis Guzmán, mexicano que

estaba muy bien relacionado con el

nuevo régimen español, que era conseje­

ro de Azaña y administrador del periódi­

co El Sol. Martín Luis y su hijo también

ayudaban en la publicación de La

Antorcha, pero Vasconcelos comenzaba

a no cuajar con los políticos republica­

nos, sus acidas críticas a Azaña, a Giner

de los Ríos y a Américo Castro se pueden

5 José Vasconcelos. El Proconsulado. Editorial Trillas, México 1998, p. 491.

leer en los capítulos de su libro El

Proconsulado que rememoran aquellos

meses.

ASTURIAS

En la primavera de 1932 José Vas­

concelos trasladó su residencia a

Asturias. Durante este periodo pudo

conocer el paisaje, la vida en la aldea, la

gastronomía regional y el momento

social y político que se vivía en Asturias

aquellos años. Realizó cierta actividad en

la vida cultural de la región, dando algu­

nas conferencias y participando en actos

sociales. También aprovechó la tranquili­

dad de su retiro para finalizar algunos

escritos y meditar sobre su situación per­

sonal. Las circunstancias que lo llevaron

a Asturias y sus actividades posteriores

se describen a continuación.

En el mes de junio, su amigo y com­

padre José Rodríguez, mexicano de

ascendencia asturiana que Vasconcelos

había conocido en el estado de Durango,

convenció a Vasconcelos de pasar el

verano en Asturias. Ante la perspectiva

de los rigores del estío madrileño, se

abría la posibilidad del contacto con el

mar en un lugar tranquilo. Vasconcelos

se decidió a trasladar su residencia a

Luanco, un pueblo de pescadores de la

costa central de Asturias, y alquiló una

casa para toda la familia en la entrada de

la bahía. Pronto se fueron aclimatando a

su nuevo espacio y disfrutaron de un

verano placentero con ingredientes varia­

dos: baños de mar, paisajes esplendo­

rosos y una cultura nueva por descubrir.

Así describe Vasconcelos el lugar y sus

habitantes:

Su población es de pescadores, pero no

carece dB mansiones y de veraneantes bur­

gueses procedentes de Oviedo y de todo el

interior de Asturias. El panorama montuo­

so, el cielo azul, el mar imponente, todo

predispone al disfrute sano. A las dos de la

mañana suele tocar por las calles la cam­

pana que convoca a los marinos. Parten

las lanchas a la pesca bien remunerada del

bonito. Y no hay familia que no tenga

algún deudo sacrificado al Cantábrico,

uno de los más bravos mares del planeta. 6

6 Ibídem. p. 503.

José Vasconcelos y su familia se integra­

ron en la dinámica del verano asturiano.

La proximidad del mar permitía, a toda la

familia, disfrutar de paseos por la costa y

de la pesca en la playa. El paisaje que

descubrían en sus excursiones revelaba

imágenes que el escritor consigue refle­

jar en un texto entusiasta:

Recorrer en auto las playas, empinándose

sobre los acantilados, deja en la mente

estampas de lo que hay más sublime en

materia de conflictos de agua y rocas. Por

el lado de tierra, las montañas ondulantes

se cubren de grama; en los valles y en los

prados, florece la manzanilla, tierras

fecundas en frutos y en ingenio. Atrave­

sábamos el monte cubierto de laureles, sal­

picado de quintas con pomares, y después

de subir bajábamos a playas salvajes y

cazábamos con gancho los pulpos, en los

hoyos de las peñas que descubre la marea. 7

V I D A EN LA ALDEA

Concluido el verano, en lugar de regresar

a Madrid decidieron permanecer en As­

turias, cambian su residencia y rentan una

casa solariega en Somió, aldea cercana a

la ciudad de Gijón. Se trataba de una pro­

piedad con varios establos, un amplio

terreno, huerta y árboles frutales. Vascon­

celos y su familia se dedicaron a sembrar

hortalizas y criar animales para ayudar a

la economía doméstica. Recientemente,

el diario La Prensa de Buenos Aires había

suspendido la colaboración que Vascon­

celos entregaba al periódico mensual-

mente y que le reportaba una renta men­

sual con la que ayudaba a sufragar los

gastos básicos de la familia. Las condi­

ciones ideales de la finca sorprendían al

escritor en funciones de granjero:

Empezaban a madurar las manzanas y nos

tocó sembrar espinacas, pimientos, ajos y

lechugas. N o hay idea de la fertilidad de la

tierra asturiana. Es negro el humus, llueve

mucho en la comarca y los caños de riego

están siempre desbordando. El que servía

de lindero a nuestra finca, nos daba a pes­

car anguilas gruesas y largas."

Este entusiasmo con el medio los decidió

a comprar animales domésticos: gallinas,

cerdos y un par de vacas ocuparon los

establos vacíos. El educador, metido a

ganadero y hortelano, apreciaba la vida

rural en un entorno favorable y descubría

nuevas maneras de emplear el tiempo

ordeñando las vacas o trabajando en la

huerta. Vasconcelos pondera el ejercicio

físico y manual que se realiza durante las

labores del campo, frente al deporte con­

vencional:

Trabajando con el azadón una o dos horas

diarias se da uno cuenta de la superioridad

de tal ejercicio útil sobre cualquier depor­

te. La azada y el lagar, en vez de la estupi­

dez implícita en la tarea del deportista, de­

dicado a poner una pelotita o pelotota den­

tro de ciertos cuadros convencionales."

Después de seis meses la familia cambia

de casa. Se trasladan a una villa más eco­

nómica y más comunicada pues estaba

cerca de la ciudad. La casa tenía un am­

plio patio y huerta y "un hórreo legítimo

de piedras gastadas y tablones antiguos".

También contaba con una pomarada, de

más de cincuenta manzanos y algunos

perales, el terreno estaba limitado por

rosales, laureles y añosos castaños gigan­

tescos. En la nueva residencia la huerta se

enriquece con cultivos de la zona, el

Vasconcelos hortelano nos describe sus

cosechas, "lechuga, espinaca, pimientos,

frijol de varias clases, fabes asturianas

suaves y delicadas, y cebollas españolas

que no tienen pareja en el mundo"." 1

Se da la circunstancia de que un

nuevo miembro de la familia se encon­

traba en Asturias, su hermana Mela,

monja del convento de Tacubaya. se

encuentra en Gijón en una congregación

religiosa que la acoge durante unos

meses. Vasconcelos comenta que iban a

visitarla y llevaban a las religiosas del

convento cestas con manzanas y otros

productos de su propia cosecha.

En sus memorias son numerosas las

referencias a una gastronomía plagada de

deliciosas especialidades, pero además

de reflejar sus impresiones sobre el pai­

saje, la cultura rural y la gastronomía, el

escritor mexicano reflexiona sobre las

personas que habitaban aquellas tierras:

" Ibídem. p. 515.

"' ídem.

"La gente aldeana de Asturias es como

sus manzanas, penetrada de ancestrales

virtudes, valiosa, noble. Abundan las

mujeres hermosas y el tipo masculino es

vigoroso". Vasconcelos tiene fama de ser

un gran admirador de la belleza femeni­

na, por eso es interesante su descripción

de las mujeres, le llamó la atención lo

que él denomina, "el tipo gallardo de las

mujeres de Asturias", y añade, "Hay en

ellas vigor de raza y refinamiento, casta

que les angosta las coyunturas y les deja

cimbreante el talle"."

VIDA CULTURAL Y SOCIAL

José Vasconcelos aprovechó la tranquili­

dad que le proporcionaba esta agradable

vida rural para trabajar en alguna de sus

obras más representativas. Se puede

decir que fue un año prolífico, en el

otoño de 1932 se publicó su libro Etica;'2

finalizó la preparación del Ulises

Criollo," una de sus obras más ambicio­

sas; profundizó en el estudio de varios te­

mas de su Estética; y juntó el material

para el volumen titulado La Sonata

Mágica," que se publicó en 1933 durante

su estancia en Asturias.

Esta intensa actividad física e intelec­

tual, y su delicada situación económica,

le hacían rechazar las numerosas invita­

ciones que recibía para visitar otras

regiones de España. Pero de algunas acti­

vidades públicas que se producían en

Asturias no pudo desligarse del todo.

Aceptó ejercer como mantenedor en la

inauguración del monumento a Jo-

vellanos en la localidad costera de Puerto

de Vega, acto que se efectuó el 4 de sep­

tiembre de 1932.

Este acontecimiento tuvo una amplia

repercusión en la región y los periódicos

desplazaron a sus corresponsales para

cubrir el evento. 1 5 Todos los diarios astu­

rianos dieron cuenta minuciosa del

11 Ibídem. p. 502 y 511.

'- José Vasconcelos. Etica. M. Aguilar, Madrid

1932.

" José Vasconcelos. Ulises Criollo, Ediciones

Botas. México 1936. M José Vasconcelos. La sonara mágica. Juan

Pueyo, Madrid 1933.

" "El homenaje a Jovellanos en Puerto de Vega".

El Noroeste. Gijón, 1 -09-1932; "Jovellanos y

Vasconcelos", El Comercio. Gijón, 4-09-1932:

"Se inaugura con gran solemnidad un sencillo y

artístico monumento a Jovellanos", El Comercio.

Gijón. 6-09-1932: El Noroeste. Gijón. 6-09-1932:

El Carbayim. Oviedo. 6-09-1932.

Vasconcelos, en el centro, con los responsables de la Biblioteca Popular Circulante de Castropol. A su derecha, Vicente Loríente, fun­dador y presidente de esta biblioteca.

homenaje, cuya organización corrió a

cargo del Grupo Excursionista Gijonés,

siendo uno de sus principales promotores

el escritor asturianista Emilio Robles

Muñiz. Pachín de Malas. En Luarca se

formó una comitiva de más de cincuenta

vehículos que se dirigieron a Puerto de

Vega. Allí todos los vecinos y muchos

visitantes llenaban las calles de un pueblo

engalanado para la ocasión. Los actos se

celebraron con gran solemnidad y

Vasconcelos pronunció un discurso que

fue reproducido íntegramente en la ma­

yoría de los periódicos. En su disertación

exponía la necesidad de formar una

comunidad internacional de habla hispa­

na, que hiciera frente, en América, al po­

derío del mundo anglosajón que avanza­

ba desde el norte.1" El lenguaje sencillo y

la claridad de las ¡deas expuestas hicieron

que sus palabras tuvieran gran acogida

entre los asistentes. Vasconcelos escribió

posteriormente estas palabras sobre su

discurso, en las que se reflejan las discre­

pancias de visión política que mantenía

con la república española:

En mi discurso hablé de algo que los hom­

bres de aquella república masonificada y

sajonizada. no podían tomar en cuenta, ni

como un sueño: La necesidad de construir

la Unión de los Estados de habla española

en el mundo, el Spanish Speaking World

'" En el artículo titulado. "Un discurso de Vas­

concelos", que se publica en este mismo número

de Biblioteca de México, se transcribe íntegra­

mente el citado discurso.

al lado del English Speaking World to­

dopoderoso en América. Pero la masa

anónima, sí entendía aquellas ideas y las

aclamaba estrepitosamente."

Concluido el acto Vasconcelos se quedó

en Puerto de Vega, allí pernoctó en la ca­

sa de Pedro Penzol, intelectual asturiano

que ejercía de profesor en la Universidad

de Leeds (Inglaterra). Al día siguiente

ambos se desplazaron a Castropol. donde

José Vasconcelos se había comprometido

a dar una conferencia en un acto cultural

organizado por la Biblioteca Popular

Circulante de la localidad (BPCC).

En Castropol fue recibido por los

miembros de la Junta de la Biblioteca y

Vicente Loríente, su presidente, hizo de

anfitrión hospedándolo en su casa. El es­

critor mexicano, con una prosa fluida que

le sirve para reflejar sus dotes de gran ob­

servador, nos relata su estancia en Cas­

tropol y la impresión que le produjo el

encuentro con el grupo que dirigía la

biblioteca:

Concertamos una visita a Castropol, donde

existía un simpático grupo intelectual

dedicado al trabajo de difusión de bibliote­

cas y de intercambio con la América espa­

ñola. Presidía dicho grupo don Vicente Lo­

ríente, joven historiador. Aun siendo cada

uno de procedencia un tanto diversa, ad­

vertíase en todo el círculo de Castropol una

liga como de parentesco espiritual muy

firme. Algo como la cadena de los mes-

meristas, pero en plano infinitamente supe­

rior, nos contagió también a nosotros al in­

corporarnos al círculo amigo. Se disfruta­

ba dentro de él cierto bienestar y confianza

fundados en la estimación recíproca."

El viaje de Vasconcelos al occidente

astur fue anunciado por la primera pági­

na del periódico comarcal El Aldeano,

fechado el 30 de agosto de 1932. Bajo el

titular "Huésped ilustre. José Vascon­

celos en Castropol". se comunicaba la

inminente llegada de, "una de las figuras

de más relieve mundial entre la intelec­

tualidad de nuestra raza". Se informaba

del acto al que iba a asistir en Puerto de

Vega y de la conferencia que, días des­

pués, daría en la biblioteca de la locali-

" El Proconsulado, p. 509. IK Ibídcm. p. 510.

b Aldeano

egiontl

LA VISITA DE D. JOSÉ VASCONCEüOS

Portada del periódico El Aldeano anunciando la conferencia que Vasconcelos

pronunció en la Biblioteca Popular Circulante de Castropol.

dad. El artículo hace una reseña de la

vida y obra de Vasconcelos, también de

su trayectoria política, comentando espe­

cialmente su labor al frente de la Secre­

taría de Educación Pública, de la que

destaca la fundación de numerosas bi­

bliotecas y la edición de colecciones de

libros para su divulgación. El artículo

finaliza con una trascripción de un texto

de Vasconcelos sobre los pueblos iberoa­

mericanos. 1 ' '

La conferencia de Vasconcelos fue

pronunciada el miércoles 7 de septiem­

bre en el salón del Casino-Teatro de

Castropol que, según Vasconcelos, "esta­

ba lleno de un público interesado en

libros y en ideas". El orador fue introdu­

cido por Pedro Penzol que hizo una sem­

blanza del pensador mexicano y, a conti­

nuación, Vasconcelos hizo una síntesis

de la historia de las bibliotecas en su país,

desde los siglos X V I I y X V I I I , señaló a

Justo Sierra como el primero que se

ocupó de la modernización de éstas tras

el oscuro periodo que habían atravesado

durante el siglo X I X . Acorde con su línea

de pensamiento. Vasconcelos defendió la

preservación de la cultura hispánica fren­

te a la amenaza de colonización por parte

de la cultura sajona. A continuación rela­

tó episodios de su viaje por países andi­

nos, destacando que se encontró en pue­

blos apartados con numerosas bibliotecas

de fundación particular que, a pesar de

sus modestos recursos, realizaban una

labor cultural importante.

El acto tuvo una amplia difusión en

periódicos locales y regionales. El 15 de

septiembre de 1932, El Aldeano publicó,

bajo el título "La visita de D. José Vas¬

" El Aldeano. Año IV. número 70. Castropol 30

de agosto 1932.

concelos", una crónica detallada de su

llegada a Castropol, de la conferencia, y

de la visita posterior que el educador

mexicano hizo a la sede de la biblioteca.2"

Al día siguiente José Vasconcelos visitó

la biblioteca central de Castropol acom­

pañado de varios miembros de la misma,

firmó una dedicatoria de su libro Pesi­

mismo alegre (1931). La dedicatoria

dice: "Recuerdo de una visita muy grata-

Castropol septiembre 8M932". También

donó y dedicó un ejemplar de su libro

Prometeo vencedor (1916), para la Bi­

blioteca de Figueras, filial de la BPCC.

Como consecuencia de esta visita, la

Junta de la Biblioteca de Castropol tomó

dos importantes iniciativas. La primera

fue la determinación de enviar una colec­

ción de libros de autores españoles

modernos a las bibliotecas rurales de la

JOSÉ VASCONCELOS

ESIMISMO A L E G R E

Portadilla del libro que Vasconcelos dedicó a la Biblioteca de Castropol durante su

visita en el verano de 1932.

zona andina que Vasconcelos había citado

en su conferencia. Esta iniciativa, llevada

a efecto pocos meses después, establece­

rá el comienzo de una serie de estreclus

relaciones de la BPPC con bibliotecas

americanas durante los años sucesivos.

La otra iniciativa tomada fue nombrar a

José Vasconcelos presidente de honor de

la biblioteca. Las razones para hacer este

nombramiento se explican claramente al

final de la crónica de El Aldeano:

En conmemoración de su visita, por grati­

tud a las atenciones que tuvo con la

Biblioteca, y sobre todo por su entusiasta

2,1 El Aldeano, Año IV número 71. Castropol 15 de septiembre 1932.

y eficaz campaña en pro de la cultura his­

pánica; reconociéndonos discípulos de su

elevado magisterio, que se extiende a

todas las naciones de nuestra raza y tantas

veces nos guió al poner en marcha a la Bi­

blioteca, se acordó rogar al Sr. Vascon­

celos se digne aceptar la presidencia de

honor de la Biblioteca y colocando en

lugar preferente de ésta su retrato y sus

obras. : l

La relación entre José Vasconcelos y la

Biblioteca de Castropol se mantuvo viva

después de esta visita. El Aldeano publi­

có un trabajo de Pedro Penzol titulado,

"Dejemos hablar a D. José Vasconcelos",

en el que se realiza un análisis del libro

Etica del pensador mexicano." El ensa­

yo, tras hacer un resumen de la obra

encadenando sus notas personales con

los pensamientos del autor, concluye pre­

guntándose cuál es el "perfil espiritual"

de Vasconcelos, entonces Pedro Penzol

lo compara con Unamuno ("De Una-

muno tiene: en efecto la pasión mística,

la sed de justicia"), con Azorín ("en su

equilibrio clásico"), y con Ángel Ganivet

(relaciona su drama místico El escultor

de su alma, con el Prometeo vencedor de

Vasconcelos).

Posteriormente el propio José Vascon­

celos escribió a Pedro Penzol una carta,

fechada en Somió el 10 de agosto de

1933, en la que le agradece las reflexio­

nes sobre su obra "porque mucho me

interesa su opinión y contribuye a orien­

tarme". También opina sobre la compara­

ción que, en materia mística, se le hace

con Unamuno. afirmando que él se siente

fiel seguidor del místico español Miguel

de Molinos en su concepto de lo espiri­

tual. La carta fue reproducida en el bole­

tín La Biblioteca, publicación de la BPCC,

"por el gran interés que encierra para el

conocimiento de su pensamiento". : 1

Las relaciones entre Vasconcelos y es­

ta biblioteca asturiana se mantuvieron

durante años. Vasconcelos y Vicente Lo-

riente comenzaron una relación epistolar

Aie la que se conservan ocho cartas, la

última de ellas llegó a Castropol con

! l ídem.

" Este trabajo fue publicado en una serie de tres

artículos en los números de El Aldeano: 89. 91 y

92. durante los meses de junio y julio de 1933.

-" La Biblioteca, número I. Castropol, enero-fe­

brero 1934, p. 10.

fecha de 11 de junio de

1935 remitida desde

San Antonio, Texas.

Años más tarde, el es­

critor mexicano utiliza­

ría una monografía

sobre el descubrimien­

to de América, escrita

por Vicente Loríente

Cancio, : 4 fundador de

esta biblioteca, como

documento para un ca­

pítulo de su libro Breve

Historia de México.1''

Este hecho lo constata

el autor en su obra El

Proconsulado.16

José Vasconcelos

también participó acti­

vamente en la vida so­

cial y cultural de Gijón.

Durante el invierno de

1932-33, acudía asidua­

mente a los conciertos

de la Sociedad Filar­

mónica, también era visitante habitual del

Ateneo Obrero de Gijón y, durante aque­

lla temporada, pronunció dos conferen­

cias en el ciclo organizado por esta insti­

tución. El escritor mexicano elogió la ac­

tividad cultural que se desarrollaba en la

región y, a través de este interesante

comentario, nos da una idea sobre cómo

se vivía la cultura en Asturias durante

aquellos años en que España estrenaba el

régimen republicano:

Por vía de descanso acudimos a los con­

ciertos sinfónicos que una sociedad filar­

mónica local ofrece cada año contratando

notabilidades del violín y del piano y sin­

fónicas de primera, como la de Madrid.

[ . . . ] . La ciudad sostiene dos diarios,

varios colegios, un Ateneo, con magnífica

biblioteca y no cuenta más de cuarenta mil

habitantes. En el ciclo de conferencias de

ese año hablé dos veces en el Ateneo. A

' 4 J. Dantín Cereceda y V. Loríente Cancio, Atlas

histórico de la América hispano-portuguesa.

Sección Hispano-Americana del Centro de

Estudios Históricos. Sucesores de Rivadeneyra.

Madrid 1936. B José Vasconcelos. Breve historia de México.

Ediciones Botas. México 1936.

* Escribe Vasconcelos: "Años después, una mo­

nografía erudita y comprensiva de Vicente

Loriente me sirvió de documento para el capítulo

de mi Breve Historia de México, sobre los Des­

cubrimientos". El Proconsulado, p. 510.

estas ocasiones concurren personas de

todas las clases sociales. Los intelectuales

de of ic io viven en Madrid, pero la provin­

cia lee y se entera, invita constantemente a

los directores del pensamiento y el arte, y

los escucha. [...] A dos horas de camino

por auto, en Oviedo, hay Universidad de

ilustre historial y enseñanzas modernas,

periódicos, teatros, academias, museos.

Constantemente la provincia manda a Ma­

drid renuevos de arte y literatura, colabo­

ra con la Metrópoli en el renacimiento que

España está experimentando en todos los

órdenes..."

VIDA POLÍTICA

A pesar de la distancia con México, Vas­

concelos se mantenía informado de todos

los movimientos políticos qtie se estaban

produciendo en su país. Para él era una

mala época, su autoexilio facilitó la cons­

piración de sus compañeros de partido; en

abril de 1932 se reunieron, en sus oficinas

de la calle Madero, varios miembros del

Partido Nacional Antineeleccionista que,

encabezados por Vito Alessio Robles,

pretendían reorganizarse y contender en

las elecciones para senadores y diputados

Ibídem. p 512.

Vasconcelos, en el centro, rodeado de miembros del Ateneo Obrero de Gijón. Delante de él, sentado en el suelo el poeta asturiano Pachin de Melás.

que se iban a celebrar de manera inmi­

nente. José Vasconcelos, al sentirse ex­

cluido del debate, escribió en La Antor­

cha un texto en el que tildaba a sus com­

pañeros de tránsfugas y les recordaba que

muchos antirreeleccionistas habían caído

bajo la represión ejercida por Plutarco

Elias Calles, y concluía afirmando que el

hecho de acudir a las elecciones era cola­

borar con los planes de éste.

El verano de 1932 dejó de publicarse

La Antorcha, "por falta de fondo total" co­

mo reconoce Vasconcelos en una carta en­

viada a Alfonso Taracena en agosto de

1932. El propio Vasconcelos justifica en

El Proconsulado la desaparición de La

Antorcha aludiendo a otro tipo de moti­

vos:

Cuando me di cuenta de que el de­

rrocamiento de Ortiz Rubio, que debió sel­

la señal para levantamientos armados con­

tra la pandilla que así se burlaba de sus

propias obras, originó, al contrario, el

alborozo público por la nueva presidencia

incalificable, decidí suspender la publica­

ción de La Antorcha. Era prostituir la

palabra, usarla frente a situación que ya no

era menester condenar, puesto que era pa­

tente su infamia. 2*

A mediados de 1933, Vito Alessio Robles

convocó una asamblea del partido en la

que Vasconcelos fue tachado de desertor

y de loco, y se decidió su expulsión.

-'" Ibidem. p. 504.

Entre las razones argumentadas por

Robles, basándose en lo relatado por

unos amigos suyos que lo habían visita­

do en Asturias, era que Vasconcelos

había perdido el juicio y vivía en Gijón.

"dejándose crecer la melena y andando

con los pies descalzos y enlodados". En

las conclusiones de la asamblea se reco­

gía lo siguiente: "El Partido declara so­

lemnemente que está convencido del

triunfo del licenciado Vasconcelos en las

elecciones del 29. y le reconocerá su

carácter de Presidente cuando ejerza las

funciones de su cargo en el Palacio Na­

cional y no en Gijón".

En México todo se volvía contra el

ausente, sus enemigos políticos lanzaron

en los medios de comunicación una cam­

paña de desprestigio en su contra que

tuvo amplia repercusión. Tan sólo unos

pocos amigos fieles salieron en defensa

de Vasconcelos, entre ellos Alejandro

Gómez Arias quien escribió un artículo

en El Universal en el cual calificaba la

expulsión de Vasconcelos como una,

"ironía senil". Octavio Medellín Ostos

también defendió al político ausente y

renunció a un puesto que le había otorga­

do la directiva del partido, argumentando

que no compartía "la infortunada idea de

lanzar un manifiesto contra el licenciado

José Vasconcelos".

Vasconcelos recibió noticia de todos

estos hechos en Asturias y su irritación lo

llevó a escribir una larga carta a sus anti­

guos compañeros de partido en la que se

rememora todo lo sucedido a raíz del

fraude electoral. Vasconcelos denunciaba

la posterior deserción de sus ex com­

pañeros, hecho que los había llevado a

negociar con el poder usurpador su rein­

corporación a la política nacional. La

carta, firmada por "J. Vasconcelos. Gi­

jón, España, a los 5 días del mes de agos­

to de 1933", fue publicada en una peque­

ña revista. La Verdad, que otro de sus

incondicionales, Alfonso Taracena, había

sacado a la luz en México a partir de la

desaparición de La Antorcha.

A José Vasconcelos tampoco le es

ajena la situación española y vive esa

realidad política y social a través de los

periódicos y de sus relaciones persona­

les. La circunstancia asturiana la conoce

de manera directa, la percibe en su vida

cotidiana y tiene una percepción de ella

que le hace presagiar el estallido de los

acontecimientos políticos que se desarro­

llarían en octubre de 1934:

Y sin embargo, por debajo de la evidente

acción progresista corrían odios de clases y

ambiciones de supremacía que a los más

confiados preocupaban. A todos conven­

cían de que era inevitable el choque san­

griento. El obrero estaba empobrecido por

el paro de las minas de hulla: trabajado por

la propaganda revolucionaria, a menudo

desesperado, dispuesto a provocar el de­

sastre.2"

'" El Proconsulado, p. 512.

RECRESO A AMÉRICA

En septiembre de 1933. José Vascon­

celos recibe una oferta del doctor José

Peco, decano de la facultad de Ciencias

Sociales de la Universidad de la Plata en

Argentina, para dar una serie de cursos y

conferencias. Después de pensarlo unos

días, tomó la decisión de aceptar esta

invitación y. por consiguiente, abandonar

Europa.

La despedida no era fácil, el contacto

con Asturias había sido fructífero y, tanto

él como su familia, se habían sentido

parte del pueblo durante más de un año.

Vasconcelos escribe, "costaba trabajo

dejar Asturias en aquel otoño, pródigo en

rosas. Daba pena dejar los árboles carga­

dos de fruta madura".

Al conocer la noticia, los amigos

comenzaron a desfilar por su casa para

despedirlo, entre ellos el reconocido poe­

ta y dramaturgo asturiano Emilio Robles

Muñiz, Pachín de Melás. que había enta­

blado gran amistad con el escritor mexi­

cano. Así comenta Vasconcelos estas

despedidas:

Pasamos la última semana en Gijón,

enfiestados a diario, con las despedi­

das. Todo el Club de Excursionistas

Gijoneses. capitaneados por el poeta

popular Pachín de Melás. nos visitó

un domingo por la tarde, nos cantó

coros asturianos, compartió con noso­

tros la sidra y las empanadas."

Durante aquel año de 1933. Pachín de

Melás había sido objeto de un homenaje

por parte de sus amigos y admiradores en

el cual participó activamente José Vas­

concelos. Posteriormente, este mismo es­

critor asturiano recibió un homenaje en

México, años después de su muerte en

las cárceles franquistas. La iniciativa fue

de Antonio Medio y José Vasconcelos

también se sumó al evento en recuerdo

de la amistad que les había unido duran­

te su estancia en Asturias.

A Vasconcelos le costaba abandonar

Asturias, allí había vivido una época de

descanso muy provechosa en la que se

había reencontrado con la naturaleza y

consigo mismo, "los ojos se humedecían

"' Ibídem. p. 521.

de pensarlo. Poco más

de un año dichoso

quedaba atrás". Vas­

concelos partía rumbo

a Argentina con una

carta de recomenda­

ción del Centro Astu­

riano local para el

Centro Asturiano de

Buenos Aires: ante él

se abría una nueva

etapa como profesor

en la Universidad de

La Plata. En Oviedo

se deshace el grupo

familiar que había

convivido en Asturias

durante más de un

año: su mujer y su

hijo salieron rumbo a

Francia y Vasconce­

los, su hija María, su

yerno Herminio Ahu­

mada y su nieta, par­

ten para América.

Viajan en autobús ha­

cia Galicia y en Cas­

tropol hacen una pa­

rada para reencon­

trarse con los respon­

sables de la Biblioteca Popular Circulan­

te. Meses después, en el boletín La

Biblioteca, se hacía referencia a este últi­

mo encuentro con Vasconcelos en Cas­

tropol:

Después de una estancia de un año en

el apacible retiro de Somió, en Sep­

tiembre partió para la Argentina, lla­

mado por la Universidad de La Plata,

el ilustre maestro de la juventud his­

panoamericana. Faltaría algo en esta

crónica del año si no recordásemos en

ella con cuánto pesar les despedimos

a su paso para La Coruña. a él y a sus

familiares, el 24 de dicho mes. En

Castropol no se borrará fácilmente el

recuerdo de su palabra encendida y

leal y en la Biblioteca -que tantas

atenciones le debe- , deja unos amigos

que seguirán con fervor sus luchas por

la raza, dondequiera que éstas les lle­

ven."

" La Biblioteca, número I. Castropol. enero-le­

brero: 1934.

El reconocido poeta y dramaturgo asturiano Emilio Robles Muñiz, Pachín de Melás. con quien Vasconcelos entabló una estrecha amistad durante su estancia en Gijón.

Es el adiós definitivo. Asturias, al cruzar

la ría del Eo. quedaba atrás para siempre.

Una tierra que José Vasconcelos había

sentido como suya, "y al otro lado del

río, en Galicia, comenzamos a sentimos

en tierra extranjera. Era como arrancarse

de una patria". 3 2 Vasconcelos embarcó

para Argentina el 26 de septiembre de

1932 en donde permanecerá dando cia­

ses en la Universidad de La Plata duran­

te casi dos años.

Atrás quedaban los años de exilio

europeo de Vasconcelos y. producto de

ellos, toda una serie de recuerdos trági­

cos y entrañables, muchos amigos y mul­

titud de experiencias. Todo ello pasó a

formar parte del bagaje existencial de

este atractivo y complejo personaje, cuya

labor tuvo una influencia que marca de

manera incuestionable el panorama pe­

dagógico y cultural de la historia del si-

alo XX en México.

• El Proconsulado, p. 521.

XABIER F. CORONADO

UN DISCURSO DE VASCONCELOS

J o s é Vasconce los fue un orador reconoc ido y sol i ­

c i tado, se r ía difícil es tab lecer un n ú m e r o ap rox ima­

do de los d iscursos y conferenc ias que dictó a lo

largo de su v ida, sin d u d a hab la r íamos de cen tena ­

res. Hubo épocas en que , ob l igado por las c i rcuns­

tanc ias que a t ravesaba , acep tó la mayo r í a de las

invi tac iones que inst i tuciones académicas , soc ia les

o cul turales, le hac ían para contar con su presenc ia ,

que s iempre iba a c o m p a ñ a d a de una orator ia que

rara vez carec ía de luc idez y apas ionamien to .

A lguna de es tas é p o c a s co inc ide con los f re­

cuen tes per iodos de exi l io o autoexi l io, que se suce­

d ieron durante la pr imera mi tad de su ex is tenc ia , y

que lo l levaron a pronunc iar con ferenc ias en m u ­

chos pa íses , sobre todo dent ro del cont inente a m e ­

r icano. Fueron numerosas sus plát icas en Es tados

Un idos, al ser el lugar de refugio habi tual en sus

necesar ias sal idas de Méx ico , pero tamb ién sus

d iser tac iones se escucharon en todos los pa íses

cen t roamer i canos y en la mayo r í a de las nac iones

sudamer i canas .

Su exil io m á s pro longado, toda una d é c a d a se ­

parado de su patr ia, se produ jo d e s p u é s de las elec­

c iones pres idenc ia les de 1929. Duran te dos años y

med io de ese largo exi l io, José Vasconce los p e r m a ­

neció en Europa y fijó su res idenc ia pr imero en

Francia, donde pe rmanec ió casi todo 1 9 3 1 , y pos te­

r iormente en España has ta 1933. El per iodo euro ­

peo de esa d é c a d a de ausenc ia no fue m u y prol í f i -

co en conferenc ias y d iscursos. S e sabe que en

Par ís pro tagon izó un acto de homena je a S imón

Bo l ívar y que en España no intervino en m u c h a s ac­

t iv idades cul tura les. Las con tadas ocas iones en que

part ic ipó en este t ipo de eventos , es tuv ieron local i­

zadas casi exc lus ivamente en Astur ias d o n d e Vas­

conce los vivió con su fami l ia duran te m á s de qu ince

meses , de jun io de 1932 a sep t iembre de 1933.

Se t iene cons tanc ia de dos conferenc ias que

Vasconce los dictó en el A teneo Obre ro de Gi jón y

de otra que presentó en la Bibl ioteca Popu lar Cir­

cu lante de Cast ropo l . As í m ismo , ex is ten re feren­

cias sobre el d iscurso que pronunc ió duran te un

acto de homena je a Gaspa r Me lchor de Jove l lanos.

Poco baga je públ ico para un persona je c o m o

Vasconce los , acos tumbrado a una v ida social y cu l ­

tural m u y act iva. Este hecho se puede expl icar por

d iversos factores pero, pr inc ipa lmente, por la cir­

cuns tanc ia , reconoc ida por el propio Vasconce los ,

de que esos m e s e s de es tanc ia en Astur ias los

hab ía t o m a d o c o m o un per iodo de ref lexión con el

fin de pro fund izar en el desarro l lo de sus escr i tos

f i losóf icos y l i terarios.

Ent re esos escasos even tos cul tura les que pro ta ­

gon izó Vasconce los duran te su e tapa eu ropea ,

v a m o s a relatar lo acontec ido en el homena je a

Jove l lanos que se ce lebró en la local idad de Puer to

de Vega , y a rescatar el d iscurso que pronunc ió

duran te esa ce remon ia . El ac to es taba p rog ramado

para el d o m i n g o 4 de sep t iembre de 1932 y, d e s d e

var ios d ías an tes , los per iód icos de Ov iedo y Gi jón,

las c iudades m á s impor tantes de Astur ias , hac ían

referencia al m i smo . El Noroeste de Gi jón publ icó, el

j ueves 1 de sep t iembre , un ar t ícu lo t i tu lado: "El

h o m e n a j e a J o v e l l a n o s e n P u e r t o de V e g a .

U l t imando los deta l les de la organ izac ión" , d o n d e se

in fo rmaba de los preparat ivos rea l izados por la

comis ión del G r u p o Excurs ion is ta Gi jonés, e n c a r g a ­

d a de organ izar el homena je , y des tacaba que :

Hace visita oficial al alcalde gijonés señor Barcia, el ex

ministro de Instrucción pública de México don José

Vasconcelos, que actuará de mantenedor en la fiesta

que se celebrará con motivo de la inauguración al

monumento a Jovellanos en Puerto de Vega. En el

despacho del alcalde coincidió con la visita de don

Gaspar Cienfuegos Jovellanos, que asistirá en repre­

sentación de tan respetable familia. Una vez puestos

de acuerdo para realizar el viaje y de una visita a las

oficinas del patronato del Turismo, el señor Cien-

fuegos Jovellanos invitó al señor Vasconcelos a visitar

la casa solariega donde fue obsequiado deliciosamen­

te por la familia y le mostraron varios autógrafos del

sabio gijonés. El señor Vasconcelos se mostró agra­

decidísimo por las atenciones recibidas.'

As í m ismo , el ar t ícu lo menc iona la sal ida del poeta

astur iano Pachin de Melás para Puer to de Vega ,

con el fin de organ izar todo los ac tos del homena je ,

y ruega a los par t ic ipantes y soc ios del g rupo excur­

s ionista que es tén en Luarca a de te rm inada hora

del dom ingo para preparar la ca ravana que , con

una vanguard ia de c ien cicl istas, "hará su en t rada

1 El Noroeste, Gijón, 1-09-1932.

Público asistente al acto de inauguración del monumento a Gaspar Melchor de Jovellanos en Puerto de Vega, Asturias, el 6 de septiembre de 1933. Se ve a Vasconcelos sentado detrás de la corona de flores.

en Puer to de V e g a con toda bri l lantez". 2

El d o m i n g o , el per iód ico El Comercio pub l i caba a

toda pág ina el s igu iente titular: "Ante el homena je

de hoy en Puer to de Vega . Jove l lanos y Vascon ­

ce los" . 3 S e t rata de un ar t ícu lo que g losa la f igura de

Vasconce los , su t rayector ia pol í t ica y a c a d é m i c a ,

resa l tando las s imi l i tudes que ex is t ían entre el p e n ­

sador mex i cano y Jove l lanos .

El mar tes , los pr inc ipales per iód icos de Astur ias

hac ían un recuento deta l lado del ac to de inaugura­

ción del m o n u m e n t o a Jove l lanos. La crón ica m á s

comp le ta fue la rea l izada por el diar io El Comercio,

que e n c a b e z a b a su crón ica en los s igu ientes té rmi ­

nos:

Asistieron muchas representaciones oficiales y de

centros culturales de la Provincia, pronunciándose

elocuentes discursos. El Mantenedor, señor Vascon­

celos, leyó unas interesantísimas cuartillas, basándo­

se en la hipótesis de que Jovellanos hubiese sido un

encargado por las Cortes de Cádiz de formar la Fe­

deración de los Pueblos Hispánicos, idea por la cual

debemos todos suspirar.'

A con t inuac ión , se re la taba todo lo acon tec ido con

g ran detal le: la sal ida de la comi t iva a las 6 de la

m a ñ a n a de Gi jón ; el v iaje de m á s de 100 k i lómetros

a lo largo de la cos ta as tu r iana ; el lugar del acto; la

vis i ta a la casa mor tuor ia de Jove l lanos ; el desar ro ­

llo del even to ; los d iscursos de los o radores ; el des ­

fi le; y el banque te f inal .

D e toda es ta c rón ica nos in teresa, sobre todo , la

parte que hace re ferenc ia al d iscurso, que fue publ i -

2 ídem. ' El Comercio, Gijón, 4-09-1932. " El Comercio, Gijón, 6-09-1932.

cada bajo el t í tu lo " In teresante y p ro fundo d iscurso

de don José Vasconce los" . La reseña incluye la

t ranscr ipc ión de las pa labras que Vasconce los pro­

nunc ió aquel la tarde de d o m i n g o en un pequeño

pueb lo de pescado res de Astur ias , un mensa je de

carácter h ispanis ta e ¡ntegrador que tuvo una en tu ­

s iasta acog ida por par te de los as is tentes al acto. A

con t inuac ión , se rep roduce ín teg ramente el d iscur­

so de Vasconce los :

"P iensan a lgunos que es oc ioso fan tasear sobre lo

que pudo haber s ido la histor ia; sin e m b a r g o , ni los

m á s f ieles serv idores del fet iche mater ia l is ta, "el he­

cho consumado" , osa rán negar la venta ja de los

ejercic ios de la fan tas ía , cuando hay todav ía por de ­

lante una comp le ja tarea que enderezar . D ivague­

m o s en tonces , l ib remente, así sea sólo por depor te ,

sobre lo que pudo haber sido y h a g a m o s que , de

paso, el miraje nos ayude a conceb i r lo que deb ió

ser y puede aún ser o será en un m a ñ a n a m e n o s

ruin que el p resente . Imag inemos a Jove l lanos pro­

c l amado en Cádiz , para regir los dest inos de la Pe­

nínsu la y de Ul t ramar, Pres idente e jecut ivo de la Fe­

derac ión de los Pueb los Ibéricos. En las Cor tes, y

só lo en el las, res ide la sobe ran ía , acaba de deci r

M u ñ o z Torrero, y sa l ía por lo m i s m o sobrando ,

aquel la otra sobe ran ía de la barbar ie.

" R e p r e s e n t é m o n o s a Jove l lanos en func ión eje­

cut iva, m a n d a n d o p romu lga r su Re fo rma Agrar ia y

en segu ida invi r t iendo el p resupues to del Es tado en

la c reac ión de escue las en la m e s e t a caste l lana y

en la p a m p a argent ina ; en las mon tañas de Astur ias

y en la Sierra M a d r e mex i cana ; en Gal ic ia y en el

Perú . N o es necesar io deci r que la guer ra de Inde­

pendenc ia no se hab r ía p roduc ido . Y que hoy ten ­

d r í a m o s , en vez d e nac iones de sobe ran ía mal t re-

cha , oh Peñón de Gibraltar, Islas Fa lk land, Bel ice,

Tr in idad, N icaragua , P a n a m á , Bah ía Magda lena ,

etc., etc., una sola g rande soberan ía poderosa y

respetada.

"Af i rmo que Jove l lanos m ismo o b ien un hombre

de su t ipo, habr ía logrado iniciar la est ructurac ión de

pueb los federados , af ines, Es tados Un idos de Es­

paña , bien a sab iendas de que a n d a por allí, t oda ­

v ía sin enterrar, la tesis de que los g randes es tados

son obra de la m a n o de hierro del d ic tador o de la

perdurac ión y habi l idad de las d inast ías . Todo lo

contrar io nos e n s e ñ a el desarro l lo de las razas que

encauzan y con fo rman el presente . Los estad is tas

que han hecho el Imper io Br i tánico, o los Es tados

un idos o la Franc ia c o n t e m p o r á n e a per tenecen pre­

c i samen te al t ipo de es te Jove l l anos nues t ro .

Patr iotas senci l los y cul tos que en aquel la época

sombr ía ingresaban en presidio pero que hoy, bajo

la Repúb l ica , se to rnan e n s e ñ a n z a y mode lo .

"Jovel lanos era un moderado . S iempre lo son en

la obra los const ructores, aunque en la hora de la

lucha sue lan ser apas ionados . Los ex t remismos

concre tos son en las revoluc iones el triste menes te r

de neófi tos y advened izos . Por el los c reen borrar la

memor ia de su anter ior mediocr idad o de sus c o m ­

placencias y compl ic idades con lo ant iguo. El jus to ni

se somete a la fuerza ni se apresura en la v e n g a n ­

za , ni se desperd ic ia en la improv isac ión. Tolerancia

es cultura y en polít ica el tr iunfo es de quien concil ia

intereses opues tos y coord ina vo luntades contrar ias.

Lo que no pudo hacer Napo león , construir un impe­

rio, lo han ido hac iendo estadistas a lo Jovel lanos,

conci l iadores, rectos, ben ignos, c readores de la Ter­

cera Repúbl ica Francesa. ¿Y para qué acudir a citas

ex t rañas si t e n e m o s el caso do loroso de nuestro

México, desgar rado por genera les napo leono ides y

ases inos, d is f razados de Pres identes y enfrente los

Estados Unidos, obra de los A d a m s , los Hami l ton,

los L incoln, los W o o d r o w Wi lson ; es decir, otros tan­

tos Jovel lanos, sólo que Jovel lanos con mando , en

vez de Jovel lanos proscr i to?

"Urge en tonces aclarar los concep tos , l impiar la

histor ia, ya que no h e m o s pod ido purif icar la con ­

duc ta públ ica. De aqu í la p ro funda signi f icación del

instante que nos cong rega a pensar, d e s d e es ta

r isueña cos ta de Astur ias , en los p rob lemas de toda

la raza que se d ispersó después de las cor tes de

Cád iz y que hoy neces i ta reconstru i r su ideo logía

c o m o p reámbu lo de cua lqu ier es fuerzo c o m ú n

fecundo . Es g rande el quebran to y por doqu ie ra los

ojos con temp lan ruinas; pero n ingún acop io de s im­

ples hechos , por terr ibles que el los sean , d e b e e n ­

turb iarnos el ju ic io c laro, ni de tener la vo luntad re­

suel ta .

"El punto pr imero del p rog rama de Jove l lanos, el

p rog rama de Cád iz , a c a b a de recibir conf i rmac ión

p lena en la E s p a ñ a de es tos d ías q u e v iv imos. La

sobe ran ía res ide indiscut ida en las Cor tes y las que

las sucedan segu i rán legis lando, segu i rán rectif i­

cando o amp l i ando , cons t ruyendo la E s p a ñ a Pen in ­

sular, la federac ión de Nac iones Hispán icas , será

obra de una cooperac ión , con junc ión de Sobe ran ía .

"Después del cas t igo que en la actua l idad pade­

c e m o s , las d e m á s nac iones h ispán icas red imidas

del can iba l i smo pol í t ico, re tornarán acaso en pie de

igualdad cul tural , igua ldad de ét ica pol í t ica, para

reanudar la g ran ta rea .

"De todas mane ras , nosot ros , en tanto la lenti tud

de la historia c o n s u m a propós i tos d ignos , despe ja ­

remos el camino , t raba ja remos los án imos a efecto

de que a lgún d ía l legue a cumpl i rse lo que en Cád iz

q u e d ó g lo r iosamente esbozado . No es n ingún sue­

ño lo que dec imos y sí una p remiosa ex igenc ia . Los

m i s m o s c iegos del patr io t ismo, sin neces idad de

recobrar la v ista, sin abrir s iquiera los o jos, pueden

en terarnos de que estos d ías se ha ce lebrado en

O t tawa una espec ie de A s a m b l e a de Cád iz de los

pueb los de habla ing lesa. Q u e la real idad v iva,

agres iva de un m u n d o de habla inglesa nos devue l ­

va la memor ia de un m u n d o de habla caste l lana que

es tuvo a punto de cua jar en Cádiz . Ya v imos c ó m o

una a m e n a z a de su h e g e m o n í a bastó para jun tar la

democ rac ia no r teamer i cana con sus af ines ingleses

de las islas y de Aust ra l ia y C a n a d á en la Gran

Guer ra . No es en n o m b r e de teor ías s ino por impe­

rativo de los sucesos , por el que h e m o s de segui r

p red icando el adven im ien to de un pacto c o m o el de

O t tawa , sólo que ce leb rado en T u c u m á n o en M o n ­

tev ideo; en Cast i l la o en Méx ico , para atar lo suel to

y concer tar in tenc iones en la de fensa , en el respeto

de la sobe ran ía de nuest ro t ipo de v ida. ¿ E n tal

es tado nos ha l lamos que nos parece qu imér ico lo

que es cot id iano y natural en los o t ros?

"Por nuest ra par te, e v o q u e m o s en es ta r isueña

m a ñ a n a del con f ín as tur iano aque l d e s e m b a r c o de

Jove l lanos cuyo a m o r desesperó que jas , pero no

c laudicó. D e s p e j e m o s el án imo y g o c e m o s un es­

tante la v is ión de los que vend rán otra vez de todos

los rumbos de la h ispan idad , para dec i r con júbi lo

que resuene en los cont inentes : las Cor tes m a n d a n

en España y en A m é r i c a y es ta es la seña l para re­

comenzar , y cada A s a m b l e a nac iona l , a u t ó n o m a en

jur isd icc ión, ex ige q u e se reconst i tuya dent ro de la

l ibertad la patr ia g rande que se d isg regó por la t i ra­

n ía . Repercut i rá en tonces nuest ro gri to de hoy: Ar r i ­

ba Jove l lanos y bendi to el pensamien to de Cádiz .

Puerto de Vega, Asturias, 4 de septiembre de 1932

XAVIER VILLAURRUTIA

JOSÉ VASCONCELOS*

Por una de esas inflexibles cos tum­

bres que son entre nosotros c o m o

hermanas carnales de nuestros vi¬

* Xavier Villaurrutia. Obras. Fondo de Cultura

Económica, México. 1953. 1096 pp.

c ios , se hace en torno de nuestros

valores un vacío y un s i lencio , ya de

admiración o de asombro, ya, tam­

bién, de ingratitud o de envidia.

Apenas si al instante en que es tos

valores amenazan dejarnos — o nos

dejan— un impulso, a menudo un

remordimiento, nos hacen expresar

nuestra gratitud y nuestro ju ic io ,

cuantas v e c e s en forma de homena­

je postumo.

Confesemos que con José Vascon­

ce los algo de esto había peligro de

que sucediera. ¿Por qué esperar su

partida, su alejamiento, aunque éste

sea solamente físico, para romper

nuestra admiración si lenciosa? Por

mi parte, muchas veces he sentido el

imperioso movimiento de decir a to­

dos los rumbos, de repetir al princi­

pio de cada estación del año. con la

constancia del calendario, cuánto de

admirable y ejemplar reside en Vas­

concelos . La intención no basta. Por

e s o me impongo ahora la penitencia

de escribir algo de lo que de él pien­

so , y lo que en él más admiro.

D igamos de una vez que pertene­

ce al pequeño grupo de hombres

cuya aparición no es frecuente en

nuestra historia, y cuyo solo nombre

basta para ayudar a fijar el contomo

de la época que los siente, afortuna­

da, vivir. Pocos espíritus c o m o el su­

y o se han afirmado para nuestro

mundo ideológico en los últimos

quince años. Para contarlos basta una

sola mano. En esa mano Vasconcelos

merecería ser el dedo de en medio , el

dedo mayor, si olvidáramos que ese

dedo es torpe entre los otros ágiles.

Mejor, pues, asignarle el índice que,

c o m o la flecha incansable de la brú­

jula, vigila y orienta.

Vigía de avanzadas es el pensa­

miento del mexicano fi lósofo que

quisiera armonizar el mundo con

preceptos, más que morales, estéti­

cos . Sus teorías tienen, c o m o la dan­

za que estudia y pretiere, el ritmo

ondulante y diverso que es la esencia

mejor del hombre.

Sus libros de ahora, muchos de

los cuales son ya de los mejores , se­

rán, con los de mañana, insustitui­

bles .

Hombre de América, su ideal so ­

bre la solidaridad de los pueblos

hispánicos está l leno de realidades.

¡Qué distinta su voz de la del falso

profeta hispanoamericanista caído

en una cisterna sin resonancia! "Es­

píritu continental, Romain Rol land

de América, emancipado de la estre­

chez de los nac ional i smos , hombre

de dilatada vis ión histórica de Welt-

burg", lo ha l lamado un pensador de

España.

Llena de ideas de unidad, la pa­

sión romántica de sus teorías se ajus­

ta en líneas clásicas: que no van más

allá de las proporciones asequibles al

poder de la inteligencia y de la ac­

ción humanas.

Oriente de impulsos co lec t ivos

fue, entre nosotros , Vasconce los .

Señalado, e s c o g i d o el sitio, hombre

de acción, d iose a dar forma arqui­

tectónica a su idea, a su cierta idea

de la educación. Las masas y las

minorías cupieron en el edif ic io su¬

/ o , m o d e l o de e l los .

Su tarea de educación había de

señalar rumbos y trazar caminos , le­

jos , cerca. Su tarea de educación ha­

ría de levantar admiraciones en los

espíritus atentos al pulso del mundo

de Occidente. Eugenio d'Ors, que

observa y define los síntomas del

gran organismo social, desde su Glo­

sario anotaba con caluroso interés el

suceso que se desarrolló a nuestra

vista tantas veces indiferente: "La

obra de plasmación del alma popular

por la educación que realiza Vas­

conce los me apasiona c o m o la de

Lunatcharsky." Todos los que cono­

c e m o s la obra del pensador catalán

sabemos que no es pródiga en e lo­

g ios —más bien ceñuda que alboro­

zada— y que su pasión, serena s iem­

pre, es pasión meditabunda. En la

historia de nuestra cultura popular,

Vasconcelos , será c o m o el ruso co ­

misario de educación, un índice.

Hijo del culto c lás ico , prefirió —

y prefiere— las cosas que persisten

sin e x c e s i v o brillo, no tampoco sin

él , a las que c iegan de luz, pero que,

al fin se escapan.

Su campaña es , naturalmente, la

de la cultura — c o m o deberá ser la

nuestra, en la que tendremos que

agotarnos.

Una generación revolucionaria,

Xavier Villaurrutia

la suya, no tenía que ser una genera­

ción espontánea. El hombre es fruto

de cultura; en ella ha de persistir.

Sabe el maes tro V a s c o n c e l o s

mantener y legar la continuidad e s ­

piritual, que es c o m o el apel l ido de

la gran familia de los hombres que

piensan.

Su obra ha resonado en todo el

mundo de Occidente . D e lejos su fi­

gura cobra d imens iones justas y luz

propia. En la cercanía, la blandura

de su amistad oculta la firmeza de

su esqueleto .

Ahora, a medida que se aleja, fí­

s icamente, lo aquilatamos con más

integridad y pureza.

O B R A S

Xavier Villaurrutia

1

JAIR CORTÉS

JOSÉ VASCONCELOS NOTAS A PARTIR DE

DIVAGACIONES LITERARIAS

Y tal ha sido mi vida consciente: una sucesión de relámpagos fugaces, en una ruta de sombras. ¿Pues qué otra cosa son las ideas? Breve aun­que glorioso fulgor de relámpagos.

José Vasconcelos

J o s é V a s c o n c e l o s r e p r e s e n t a la f i gu ra de l h o m ­

bre en el cua l las ideas e n c u e n t r a n su c a u c e a t ra ­

vés de la a c c i ó n . Par t i c ipar a c t i v a m e n t e en los

p r o c e s o s revo luc i ona r i os y p o s r e v o l u c i c ^ a r i o s lo

conv ie r t en e n un pi lar insus t i tu ib le p a r a c o m p r e n ­

der la h is tor ia de M é x i c o o, m e j o r d i cho , pa ra

c o m p r e n d e r n o s c o m o m e x i c a n o s a t r avés d e su

l egado , c o m p u e s t o po r un con jun to de l ibros q u e

a b o r d a n t e m a s f i l osó f i cos , po l í t i cos y l i terar ios,

p l e n o s de un h u m a n i s m o r e n o v a d o r q u e has ta

n u e s t r o s d í a s resu l ta u rgen te . V a s c o n c e l o s f o r m ó

par te , j u n t o c o n R e y e s , H e n r í q u e z U r e ñ a , Torr i ,

G u z m á n , C a s o , F a b e l a y R i ve ra , del A t e n e o de la

J u v e n t u d , g r u p o q u e , en p a l a b r a s de Fe l ipe

Ga r r i do , f ue f u n d a d o r "de la cu l tu ra y el p e n s a ­

m i e n t o ac tua l es de nues t ra A m é r i c a " . 1

Al rev isar la b iog ra f ía de V a s c o n c e l o s b ien

p o d e m o s e v o c a r a q u e l l a f r a s e de l a p ó s t o l

S a n t i a g o en su ca r ta a los j u d í o s : " M u é s t r a m e tu

fe y te m o s t r a r é mi fe po r m is ob ras " . N o es e x a ­

g e r a d a es ta c o n e x i ó n y a q u e J o s é V a s c o n c e l o s ,

d e s p u é s de rees t ruc tu ra r la U n i v e r s i d a d Nac iona l

en su c a r g o c o m o rec to r y al se r n o m b r a d o s e c r e ­

tar io de Ins t rucc ión Púb l i ca , in ic ió un a f a n o s o p ro ­

yec to de d i fus ión cu l tu ra l en M é x i c o q u e c o m ­

p r e n d í a la pub l i cac ión de l ib ros, p r o g r a m a s de

ins t rucc ión p o p u l a r y p r o m o c i ó n de l a r te y la cu l ­

t u ra . Es te c o m p l e j o m o d e l o e d u c a t i v o c o m p r e n d í a

t a m b i é n la t r a n s f o r m a c i ó n d e los p r o f e s o r e s ru ra ­

les en " a p ó s t o l e s de la e d u c a c i ó n " , c u y o des t i no

e ra t o d o s los r i n cones de l p a í s . A lo an te r io r se

1 Vasconcelos, José. Divagaciones literarias. Prólogo de Felipe Ga­

rrido, México, SEP-CONACULTA, 2002.

s u m ó un inus i tado a p o y o a los ar t i s tas m e x i c a ­

nos , en t re los q u e se c o n t a b a n Dav id A l fa ro

S ique i ros , J o s é C l e m e n t e O r o z c o y D i e g o R i ve ra ,

as í c o m o ar t is tas , po l í t i cos y f i lóso fos ex t ran je ros

c o m o J e a n Char lo t , Gab r i e l a Mis t ra l y V í c t o r Raú l

H a y a de la Torre . S u pos tu ra i deo lóg i ca , s i e m p r e

en con t ra de los e x c e s o s de l poder , lo l levó a una

lucha po l í t i ca (que inc luyó su c a n d i d a t u r a a la p re ­

s idenc ia ) y q u e le r e p r e s e n t a r í a des t i e r ros en

E s t a d o s U n i d o s y S u d a m é r i c a en d i ve r sas o c a ­

s i ones .

S u s o b r a s m á s c o n o c i d a s son Ulises Criollo y

La raza cósmica, el p r imero , un l ibro au tob iog rá f i ­

co e n el q u e d a tes t imon io , po r m e d i o de v e h e ­

m e n t e s re f l ex iones , d e su in te rvenc ión e n el

M é x i c o revo luc iona r io ; el s e g u n d o , un e x t e n s o

e n s a y o en el q u e se p o n e a e x a m e n la v is ión de

E u r o p a sob re el con t i nen te a m e r i c a n o , las ca rac ­

te r í s t i cas de nues t r a r aza , los p r o c e s o s de l m e s t i ­

za je en el c r e c i m i e n t o y desa r ro l l o de las cu l tu ras ,

y en d o n d e p r o p o n e c o m o ob je t i vo f inal de la h is­

tor ia de los p u e b l o s i b e r o a m e r i c a n o s la apa r i c i ón

d e u n a s ín tes i s d e las cua t ro r azas ex i s ten tes : la

n e g r a , ro ja , amar i l l a y b l a n c a , de la q u e bro ta la

qu in ta r aza , la raza c ó s m i c a , q u e r e p r e s e n t a al

n u e v o h o m b r e , c u y a cu l tu ra h a b r á de ser e m i n e n ­

t e m e n t e esp i r i tua l .

La s u n t u o s i d a d t e m á t i c a de Ulises criollo y La

raza cósmica s u e l e n ec l i psa r o t ras de sus o b r a s

q u e , a u n q u e d i sc re tas , p o s e e n d e s d e d i f e ren tes

pe r spec t i vas , las m i s m a s p r e o c u p a c i o n e s . En t re

es tas o b r a s se e n c u e n t r a Divagaciones literarias,

pub l i cado po r vez p r i m e r a en 1919 y q u e , c o m o lo

i José Vasconcelos en su despacho en la Secretaría de Educación Pública, frente a él la estatua de Minerva

adv ie r te el t í tu lo , es un l ibro m i s c e l á n e o en d o n d e

el v igor l i terar io de V a s c o n c e l o s e c h a m a n o del

re la to, la na r rac ión , el c u e n t o , el a f o r i sm o y el

p o e m a en p rosa , pa ra da r not ic ia de a l g u n a s de

sus m á s recu r ren tes i nqu ie tudes : el p e n s a m i e n t o

y la esc r i tu ra , la conc ienc ia de raza , la mujer , y las

v i r tudes de la na tu ra leza en opos i c i ón a la c iv i l i ­

zac ión y sus v ic ios .

El a r d u o c o m p r o m i s o soc ia l de V a s c o n c e l o s

nos reve la q u e la escr i tu ra fue s i e m p r e una he r ra ­

m i e n t a p a r a c o m u n i c a r s u s ideas y su e x p e r i e n ­

c ia ; e n c o n t r ó en el p e n s a m i e n t o la cua l i dad m á s

al ta del h o m b r e y en el l ibro un i ns t rumen to q u e

p o t e n c i a b a el desar ro l l o ind iv idua l y, c o m o c o n s e ­

c u e n c i a , el p e r f e c c i o n a m i e n t o esp i r i tua l de u n a

cu l tu ra .

Si b ien es c ier to q u e pa ra V a s c o n c e l o s escr ib i r

r e p r e s e n t a b a u n a impos ib i l i dad de t ras lada r el

p e n s a m i e n t o to ta l , la esc r i tu ra t a m b i é n e ra u n a

ten ta t i va n e c e s a r i a d e c o m u n i c a c i ó n , un d o b l e f i lo

q u e r e s p l a n d e c e en el s igu ien te f r a g m e n t o :

Por lo demás, escribir libros es un triste consuelo de

la no adaptación a la vida. Pensar es la más intensa

y fecunda función de la vida; pero bajar del pensa­

miento a la tarea dudosa de escribirlo mengua el

orgullo y denota insuficiencia espiritual, denota des­

confianza de que la idea no viva si no se le apunta;

vanidad de autor y un poco de fraternal solicitud de

caminante que, para beneficio de futuros viajeros,

marca £ n el árido camino los puntos donde se ha

encontrado el agua ideal, indispensable para prose­

guir la ruta. Un libro, como un viaje, se comienza con

inquietud y se termina con melancolía. 2

Hab la r de V a s c o n c e l o s es hablar , i n e v i t a b l e m e n ­

te , de l ibros; a él le d e b e m o s la pub l i cac ión de

m i les d e e j e m p l a r e s de la co lecc ión de C lás i cos

Un i ve rsa les en t re c u y o s au to res se e n c o n t r a b a n

H o m e r o , Esqu i lo , Eu r í p i des , P la tón y G o e t h e . E n

Divagaciones literarias e n c o n t r a m o s u n a ín t ima

con f i denc ia de lec tor al seña la r d o s c lases de

l ibros

...Libros que leo sentado y libros que leo de pie. Los

primeros pueden ser amenos, instructivos, bellos,

ilustres, o simplemente necios y aburridos; pero en

todo caso, incapaces de arrancarnos de la actitud

normal. En cambio los hay que, apenas comenza­

dos, nos hacen levantar, como si de la tierra saca­

sen una fuerza que nos empuja los talones y nos

obliga a esforzarnos como para subir. En éstos no

leemos: declamamos, alzamos el ademán y la f igu­

ra, sufrimos una verdadera transfiguración. 3

Resu l ta cur ioso q u e ent re los au to res de l ibros q u e

cons ide raba para " leer de pie" (P la tón, Dante ,

Schopenhauer , en t re o t ros) s i tuara a la mús i ca de

' Ibid. p. 28 1 Ibid. p. 27

Be thoven . En " R e c u e r d o s de l ima. Noc tu rno" pare­

ce expl icar lo as í :

Una noche nos desvelaron los vecinos con bailes,

canciones y músicas. Un aire se me quedó para

siempre, un cantar serrano del género que llaman

yaraví. Lo repetían sin descanso. Lamento no poder

transcribirlo. La literatura universal es todavía pobre

e incompleta como medio de expresión, porque

desde el principio descuidó cultivar y asimilar dentro

de sí el arte de escribir sonidos. 4

Otro e l e m e n t o impo r tan te en el p e n s a m i e n t o de

V a s c o n c e l o s es el sen t i do de p e r t e n e n c i a p rovo ­

c a d o , q u i z á , por la imp res ión q u e c a u s a el ser

ex t ran je ro : V a s c o n c e l o s rea l izó sus es tud i os de

e d u c a c i ó n p r imar ia en e s c u e l a s u b i c a d a s en la

f ron te ra en t re los E s t a d o s U n i d o s y M é x i c o , e s p e ­

c i a lmen te en t re Eag le P a s s en Texas y P ied ras

N e g r a s , C o a h u i l a ; a lo q u e hay q u e a g r e g a r los y a

m e n c i o n a d o s des t i e r ros por mo t i vos po l í t i cos . "Mi

M é x i c o ing ra to d o n d e no m e de jan v iv i r " , 5 esc r ib i ­

r ía nos tá lg i co en el b reve tex to "El a lba " .

En Divagaciones literarias, V a s c o n c e l o s logra

tex tos v e r d a d e r a m e n t e e m o t i v o s , y a s e a por la

a g u d e z a de sus re f l ex iones o po r las de ta l l adas y

a r m o n i o s a s d e s c r i p c i o n e s de pa i sa jes , p e r s o n a ­

j e s y c o s t u m b r e s . En "V is iones Ca l i f o rn i anas " r ea ­

l iza un re t ra to , po r m e d i o de pos ta les l i terar ias, de

la f r on te ra nor te de M é x i c o , e x a l t a n d o la v ida

s o s e g a d a de l uga res c o m o T i j uana y E n s e n a d a

(por s u p u e s t o , a in ic ios de l s ig lo xx), c o n t r a p o ­

n iéndo lo con la a g i t a d a ac t i v idad de c i u d a d e s nor­

t e a m e r i c a n a s c o m o S a n D i e g o y Los Á n g e l e s .

S e r á S a n F ranc i sco la c i u d a d q u e le resu l te a t rac ­

t iva po r se r la "an tesa la de l O r i en te " en d o n d e " los

s o p l o s de l Pac í f i co t r aen a lgo de l con t i nen te

m a t e r n o , c u n a de las razas y f uen te de las i deas " . 6

Las d i v e r s a s f i gu ras f e m e n i n a s q u e a p a r e c e n

e n Divagaciones literarias son v a r i a c i o n e s de una

m i s m a i dea : la mujer , s í m b o l o de la Be l l eza y u n a

f u e r z a c r e a d o r a ; ah í el e r o t i s m o es e n e r g í a , fuer ­

z a de a t racc ión a la q u e no es pos ib le res is t i rse :

Su persona es una apoteosis de las energías terres­

tres; cuando camina, sus formas blandas y torneadas

palpitan, como la más suave de las ondas del mar, sin

embargo, es toda firmeza y gallardía; hombros deli­

cados de estatua, boca roja, ojos encendidos y frente

corta que tapan los rizos; al andar se eleva sobre el

' Ibid. p. 43 ' Ibid. p. 47 ' Ibid. p. 137 7 Ibid. p. 112

arco de un lindo empeine y entonces parece que la

naturaleza entera se llena de apetito oscuro.. . 7

Un e ro t i smo q u e t a m b i é n habrá de conver t i rse en

mot ivo de nosta lg ia p roduc ida por la separac ión

inevi table en la que el des t ino r e a c o m o d a sus p ie­

zas . Ros i ta , M a r í a , D o ñ a So f í a , C a r m e n y Teresa,

son los n o m b r e s de una m i s m a mujer, una q u e

c a m b i a de e d a d , rost ro, co lor de cabe l lo , pero que

p e r m a n e c e en la m e m o r i a y en el ideal del escri tor.

V a s c o n c e l o s no se a p a r t a en n ingún ins tan te

del e l e m e n t o d idác t i co : s i e m p r e hay una ins t ruc­

c ión mora l , y a s e a en la re f lex ión f i losóf ica o la

na r rac ión pos t m o r t e m de un s o l d a d o fus i l ado en

d o n d e la c o n c i e n c i a t r asc iende a la ma te r i a . La

b r e v e d a d , lo i n g e n i o s o y e m o c i o n a n t e de las

a n é c d o t a s imp ide q u e es tas e n s e ñ a n z a s s e a n un

last re, por el con t ra r io , q u e d a n i m p r e s a s c o n

m a y o r f u e r z a en la m e m o r i a del lector.

L e y e n d o Divagaciones Literarias p o d e m o s

co leg i r m u c h a s d e las o b s e s i o n e s t e m á t i c a s y

es té t i cas de J o s é V a s c o n c e l o s , y as i s t imos a un

p r o f u n d o d e s e o de p e n s a r la v ida y v iv i r el pensar ,

u n a t r a n s p a r e n t e c o n f e s i ó n en to rno a la e s p e r a n ­

z a de q u e la n a t u r a l e z a de l h o m b r e es la b o n d a d

y el e n t e n d i m i e n t o .

MAURICIO MAGDALENO"

VASCONCELOS EN SU CENTENARIO

Al honrar la Universidad Nacional Autónoma de México

la memoria de aquel que le dio activa y moderna filo­

sofía, misión insigne, sacramento patrio y vuelo ecu­

ménico, honra a la vez, por modo legítimo, sus más

nobles títulos. Por demás agregar que una y otro, la

Universidad y Vasconcelos, son inseparables en el fluir

de la historia. Pese a todo, a cien años de su aparición

terrena, son frecuentes el regateo y el menoscabo, si

no la más o menos solapada animosidad cuando de él

se trata. En horas nublosas se buscó apagarlo, minimi­

zarlo al menos; hoy mismo, es astro al que sobreviven,

al mismo t iempo que el resplandor de su genio, vulga­

res miserias facciosas. Habrá sazón de evocar despa­

cio su poderosa obra. No importa que voceros de esta

época bárbara parloteen cuando no tienen más reme-

Matute, Alvaro y Martha Donis, compiladores, José Vasconcelos,

de su vida y su obra. Jornadas Vasconcelianas de 1982. UNAM.

México, 1984, 252 pp.

dio, y pretendan rebajar su alcurnia. Vasconcelos, el

gran apresurado de un instante capital de México, ya

no tiene prisa. Entre los grandes de nuestra América - y

no excluyo a ningún otro por su talante y su gar ra - ,

sólo Bolívar y Martí vivieron vidas tan oceánicas.

Genaro Fernández Mac Gregor lo calificó - y no fue el

suyo juicio sospechoso, de ningún modo, de improvi­

sación, como suele hacerse en los discursos ocasiona­

l e s - "e¡ mexicano más ilustre de nuestra Indepen­

dencia hasta nuestros días". Y agrega Mac Gregor: "Ha

producido proceres esta malhadada patria nuestra, en

casi todas la ciencias y las artes, pero no en la filoso­

f ía, que es cierre de bóveda del saber humano."

Cuando José Vasconcelos llegó a la Rectoría de la

Universidad, ésta era nada más un harapo de la que

puso en pie Justo Sierra diez años antes. "Yo soy en

estos instantes -dec laró en aquella hora auroral - , más

que un nuevo rector que sucede a los anteriores, un

delegado de la Revolución que no viene a buscar refu­

gio para meditar en el ambiente tranquilo de las aulas,

sino a invitaros a que salgáis con él a la lucha, a com­

partir con nosotros las responsabilidades y los esfuer­

zos." De la Universidad sacó el aliento de una Secretaría

de Educación Pública que puso en marcha una idea

inmemorial, la que por sí misma, con la gran reclama­

ción agraria, funda el México de hoy. Su extraordinaria

contribución cultural a la vida profunda del país le da

lugar aparte en nuestra historia. "Seamos -agregar ía al

trazar los rasgos de su programa- los iniciadores de una

cruzada de educación pública, los inspiradores de un

entusiasmo cultural semejante al fervor que ayer ponía

nuestra raza en las empresas de la religión y la

Conquista. Y no hablo solamente de la educación esco­

lar. Al decir educación me refiero a una enseñanza direc­

ta de parte de los que saben algo, a favor de los que

nada saben; me refiero a una enseñanza que sirva para

aumentar la capacidad productora de cada mano que

trabaja y la potencia de cada cerebro que piensa."

Aquel hombre exorbitante, apenas en la flor de la j u ­

ventud, dio voz a su rebeldía contra el precario positi­

vismo que regía la época; postuló las más generosas

reclamaciones de una Revolución que aspiraba al pro­

blemático imperio de la democracia y se sumó a Ma­

dero y a su hueste; formó en la controversia de Villa y

Carranza en la Convención de Aguascal ientes y figuró

sin mayor significación, dada la temperatura del instan­

te, en efímero gabinete del general Eulalio Gutiérrez.

Expatriado, sufrió rigores que lo templaron y estudió en

los Estados Unidos, donde escribió sus primeros libros;

secretario de Educación Pública en el gobierno del

general Alvaro Obregón, inspiró el acento más impor­

tante de la vida profunda de México, acento que le da

lugar aparte en nuestra historia; acaudilló, de espaldas

a la fortuna, a una generación que demandaba la legi­

t imidad de la Revolución y sintió en él sus más vivas

voces y su más alta doctr ina. Derrotado en condiciones

ominosas -om inosas para quienes, desde el poder,

pisotearon la punto menos que unánime voluntad

nac ional - , otra vez el destierro y la pobreza que fue su

permanente madrina, y con el destierro y la pobreza el

grueso de su obra escrita. Cuando volvió a México, por

f in, sangraban su voz y sus tintas, sangraban con

amargura no exenta, aun en sus horas más en­

crespadas, de majestad profética.

Afirma Hermann Keyserl ing, en libro que leímos ávi­

damente - s e quiere aludir con este " leíamos" a buena

parte de mi generac ión - que "José Vasconcelos es el

ideólogo más original que hasta hoy ha habido en

América del Sur". A varias décadas del dicho del fi lóso­

fo lituano, no parece excesivo el juicio. Vasconcelos,

pensador plotiniano y agustiniano, atrajo a su idea un

desti lado de doctrinas que le eran propias desde su

juven tud , las doct r inas que inspi rar ían -esc r i b ió

Fernández Mac Gregor - "su tendencia a lo absoluto, al

monismo". Un monismo que por su misma índole no

era ajeno, ni mucho menos, a su fundamental cristia­

nismo, y que lo llevó a afirmar que "Jesús es el Buda

Maitreya, el Buda misericordioso". Sus detractores

enfatizan sus grandes contradicciones, así en los más

elevados niveles del pensamiento como en su activo

concurso ciudadano. Por descontado que todo indivi­

duo que abomina de la peripecia de días deleznables

si no culpables, y registra en sí la fatal irrigación de la

existencia, y aspira a la comunión con lo eterno, es

contradictorio. Él lo era y no cabe discusión al respec­

to, lo era empezando por la dramática contradicción de

negar la razón a la pura circunstancia de la vida como

fin superior y sin embargo luchar - y f ie ramente- por

corregirla. Sus contradicciones l legaron, en efecto, al

final de sus días, a posturas difíciles de entender en

hombre de tanta inspiración. Todo ello informa el in­

menso conflicto en que luchó al final de sus días. Des­

pués de todo, ¿quién que tenga algo más que una briz­

na de inconformidad en los dramáticos silos del alma

no es frecuentemente contradictorio?

Desmedido, desgarrado de acento hasta la pugnaci­

dad, fibras al aire y comprometido hasta las entrañas

con los fines superiores de nuestro destino, sus ideas

de una raza que por su síntesis universal trasciende a

esfera cósmica el concepto de raza, le dan rango apar­

te en el sentimiento y el pensamiento del nuevo mun­

do, hasta décadas recientes, informe y provinciano. En

La raza cósmica el fi lósofo de la supremacía estética,

el émulo de Pitágoras y de Plotino, aventura la suerte

última del destino de estos pueblos tempranos, hijos de

todas las sangres, al presente presas de bárbaras

furias y con retraso considerable respecto al patrón de

la civilización pragmática y utilitaria, la civilización an­

glosajona. "Para no tener que renegar alguna vez de la

patria misma -pa labras de Vasconcelos- es menester

que vivamos conforme al alto interés de la raza, aun

cuando ésta no sea todavía el más alto interés de la

humanidad. La quinta raza, la raza que abolirá todas

las razas y las desdichadas necedades racistas, aban­

derará la tonalidad última del hombre y su superior

destino." Vasconcelos fija el escenario de tamaña su­

ma del mestizaje universal en nuestra América, patria

que funde, a golpes de infortunio, su inferioridad eco­

nómica y técnica en la idea que trasciende economía y

técnica, la de la Raza Cósmica. Ese es, después de

todo y entendido en su más alta significación, el racis­

mo de Vasconcelos.

La Universidad Nacional Autónoma de México cele­

bra la memoria de aquel varón de tantas eminencias en

el que alcanzó nuestra patria cénit memorable. Él y

esta ilustre institución son inseparables en el fluir de la

historia. Nadie con más legítimos títulos que ustedes

pueden blasonar de tan gloriosa inspiración.

JOSÉ ANTONIO MONTERO

VASCONCELOS,

GENIO PERMANENTE Todo conformismo es vil

JOSÉ VASCONCELOS

Poseído por un espíritu ático José Vasconcelos lo

pensó todo, lo emprendió todo, lo hizo todo y lo fue

todo -excepto lo que el atroz y sinuoso camino hacia

las urnas no le permitió-: abogado, filósofo, escritor,

historiador, académico, conferencista, político, diplo­

mático -enviado en misiones confidenciales riesgo­

sas en plena etapa revolucionaria ante gobiernos

extranjeros-, orador, bibliotecario - e n el creador sen­

tido de la palabra-, editor-recuérdense nada más los

clásicos, las lecturas infantiles y las lecturas para

mujeres en decenas de miles de tiraje-, periodista,

educador, promotor cultural - e n una época en que

nadie se imaginaba la trascendencia social de esta

noble actividad -hoy confusa y a veces torpemente

realizada-. Todas esas tareas y muchas otras más

fueron desarrolladas por el ciclópeo - e n el sentido de

gigantesco- maestro con gran tenacidad, vigor y ta­

lento, durante más de 50 años de la primera mitad

del siglo xx., pero su genio cruza la historia y se ins­

tala en el xxi como una de las escasas grandes figu­

ras del país: los misioneros del xv i , Juárez y los libe­

rales del xix, Madero y Cárdenas en el xx.

Si al final cedió su fortaleza intelectual y sus ideas

democráticas se debilitaron no es porque se abatie­

ra, sino más bien porque terminó desencantado de

ideologías, partidos y militantes. Víctima antes de

indecisiones, deslealtades y traiciones de sus parti­

darios, si bien flaqueó mantuvo sus convicciones,

incluso en lo que se refiere a aquellas que siempre

parecieron equivocaciones originales: su hiperbólico

hispanismo y su sorprendente antianglicismo, expli­

cable sólo si se le supone prevenido ante la feroci­

dad del expansionismo que implicaba la doctrina

Monroe en un largo tramo de la historia política del

continente. Asimismo, mantuvo una precavida dis­

tancia hacia las ideas novedosas o de moda y una

gran reticencia en cuanto a la importancia del pen­

samiento económico en la formación de las estruc­

turas sociales.

Vasconcelos no alcanzó puestos de representación

popular pero no los necesitó para trabajar en provecho

del pueblo, pues honró todos los cargos públicos que

le asignaron con trabajo honesto, constante y respon­

sable. Lo inconcebible y excepcional es que haya lle­

gado a elevados despachos de la administración públi­

ca -ministro de Instrucción Pública, rector de la Uni­

versidad Nacional, secretario de Educación Pública-

provisto sólo de su inteligencia -ningún compadrazgo,

ninguna amistad, ninguna canonjía-. Se requiere de

una gran imaginación para valorar los esfuerzos que

debió realizar en esa época ardua y compleja para dia­

logar con argumentos civiles y obtener acuerdos con

militares que detentaban el poder surgido de una revo­

lución armada, con hombres de autoridad forjados en

una y mil batallas y en miles de kilómetros en campa­

ña. Habló con ellos, los convenció y logró anuencias

para fundar dependencias donde obtuvo grandes mé­

ritos y logros.

A la inconmensurable hazaña de convencer a los

antihumanistas militares revolucionarios de la genero­

sidad de sus proyectos educativos, culturales y edito­

riales, Vasconcelos debió sumar otra que deslumhra

por su habilidad y tacto, conseguir la colaboración, con­

cillando los intereses históricamente antagónicos, de

los intelectuales reunidos en tomo a una idea naciona­

lista en la creación del arte, lo mismo que la de aque­

llos con una visión opuesta, la de quienes seguían una

corriente universalista, de manera específica la de

quienes se agrupaban en la revista Contemporáneos,

así como la de amigos y simpatizantes de esta publi­

cación en México y en el extranjero.

Esta capacidad para conjuntar aspiraciones en pro­

vecho de la nación no era circunstancial o aleatoria,

sino propia de un funcionario como él, con una enorme

visión y vocación de hombre de Estado, que desea

cambiar las condiciones del desarrollo de su país y

para ello debe sentar las bases educativas ineludibles.

Es breve su trayectoria como servidor público, pero de

una eficacia paradigmática: en sólo un año construyó el

magno edificio que alberga a la Secretaría de Educa­

ción Pública y en menos de cuatro años transformó la

enseñanza en todos los niveles.

Un genio de esa naturaleza, fanático de la acción,

enemigo de la simulación y de la impostura no podía

tener acceso al medio político nacional, acostumbra­

do a conciliábulos, y acuerdos obtusos o sombríos,

según las conveniencias del poder. Para un hombre

probo, amante de la verdad, ese camino estaba ve­

dado y lo comprueba en su campaña para goberna­

dor de Oaxaca y más tarde en las elecciones presi­

denciales. En ambas ocasiones es derrotado y la po­

lítica lo pierde para siempre, pero lo ganan las tarea

del pensamiento, a las que va a dedicar el resto de

su vida.

A ese mexicano grande y perdurable por su ele­

vada condición de educador neto, al patrono emi­

nente de la Biblioteca de México rinde merecido

homenaje la revista de esta institución con una breve

muestra de su amplia y diversa creación: en ella po­

drá apreciarse el vigor y la franqueza de su oratoria,

la claridad clásica de su estilo, lo mismo en la ficción

que en la profundidad de sus ideas filosóficas, así

como la sensibilidad para abordar temas que pare­

cerían demasiado sutiles e insospechados para su

carácter. Es de suponerse que los homenajes en su

memoria proliferarán merecidamente.

JOSÉ VASCONCELOS*

ULISES CRIOLLO (Fragmentos)

ADVERTENCIA

La presente obra no ha menester de prólogo; se requie­

re, a lo sumo, la advertencia de que no está escrita - n o

lo está ningún libro de su género- para caer en manos

inocentes. Contiene la experiencia de un hombre y no as­

pira a la ejemplaridad, sino al conocimiento. El misterio de

cada vida no se aplica nunca, y apenas si nosotros mis­

mos podemos rescatar del olvido, unas cuantas escenas

del panorama intenso en que se desarrolló nuestro mo­

mento. Las del presente volumen componen la primera

etapa de un curriculum vitae prolongado. Se cierra esta

primera parte con la muerte del presidente Madero. El se­

gundo volumen de la obra, si llega a escribirse, será el de

la pasión desorbitada y la revolución; caos por dentro y

por fuera, en un alma atormentada por todas las angus­

tias. Contendrá juicios acerca de la sucia rebelión carran-

cista y terminará con la muerte de Carranza. El tercer

volumen, si alguna vez se compone, será el de la vida

conquistada para la edificación, en lo subjetivo, y en lo

externo.

El nombre que se ha dado a la obra entera, se explica

por su contenido. Un destino cometa, que de pronto reful­

ge, luego se apaga en largos trechos de sombra, y el

ambiente turbio del México actual, justifican la analogía

con la clásica Odisea, Por su parte, el calificativo Criollo,

lo elegí como símbolo del ideal vencido en nuestra patria

desde los días de Poinsett cuando traicionamos a Ala-

mán. Mi caso es el de un segundo Alamán hecho a un

lado para complacer a un Morrow. El criollismo, o sea la

cultura de tipo hispánico, en el fervor de su pelea desi­

gual contra un indigenismo falsificado y un sajonismo que

se disfraza con el colorete de la civilización más deficien­

te que conoce la historia; tales son los elementos que

han librado combate en el alma de este Ulises criollo, lo

mismo que en la de cada uno de su compatriotas.

EL COMIENZO

Mis primeros recuerdos emergen de una sensación aca­

riciante y melodiosa. Era yo un retozo en el regazo mater­

no. Sentíame prolongación física, porción apenas seccio­

nada de una presencia tibia y protectora, casi divina. La

voz entrañable de mi madre orientaba mis pensamientos,

determinaba mis impulsos. Se diría que un cordón umbi­

lical invisible y de carácter volitivo me ataba a ella y per­

duraba muchos años después de la ruptura del lazo fisio­

lógico. Sin voluntad segura, invariablemente volvía al

refugio de la zona amparada por sus brazos. Rememoro

con efusiva complacencia, aquel mundo provisional del

complejo madre-hijo. Una misma sensibilidad con cinco

sentidos expertos y cinco sentidos nuevos y ávidos,

penetrando juntos en el misterio renovado cada día.

José Vasconcelos, Ulises Criollo, prólogo de Felipe García Beraza, Promexa editores, México, 1979, 374 pp.

En seguida, imágenes precursoras de las ideas inician

un desfile confuso. Visión de llanuras elementales, casas

blancas, humildes; las estampas de un libro; y así se van

integrando las piezas de la estructura en que lentamente

plasmamos. Brota el relato de los labios maternos, y ape­

nas nos interesa y más bien nos atemoriza descubrir algo

más que la dichosa convivencia hogareña. Por circuns­

tancias especiales, el relato solía tomar aspectos teme­

rosos. La vida no era estarse tranquilos al lado de la

madre benéfica. Podía ocurrir que los niños se perdiesen

pasando a manos de gentes crueles. Una de las estam­

pas de la Historia Sagrada representaba al pequeño

Moisés abandonado en su cesta de mimbre entre las

cañas de la vega del Nilo. Asomaba una esclava atraída

por el lloro para entregarle a la hija del Faraón. Insistía mi

madre en la aventura del niño extraviado, porque vivía­

mos en el Sásabe, menos que una aldea, un puerto en el

desierto de Sonora, en los límites con Arizona. Estába­

mos en el año 85, quizás 86, del pasado siglo. El gobier­

no mexicano mandaba sus empleados, sus agencias, al

encuentro de las avanzadas, los "outposts" del "yankee".

Pero, en torno, la región vastísima de arenas y serranías

seguía dominada por los apaches, enemigo común de

las dos castas blancas dominadoras: la hispánica y la

Portada de Rafael López Castro

* Mural de Diego Rivera (fragmento)

anglosajona. Al consumar sus asaltos, los salvajes mata­

ban a los hombres, vejaban a las mujeres; a los niños

pequeños los estrellaban contra el suelo y a los mayorci-

tos los reservaban para la guerra; los adiestraban y utili­

zaban como combatientes: "Si llegan a venir -alecciona­

ba mi madre-, no te preocupes; a nosotros nos matarán,

pero a ti te vestirán de gamuza y plumas, te darán tu ca­

ballo, te enseñarán a pelear y un día podrás liberarte."

En vano trato de representarme cómo era el pueblo

del Sásabe primitivo. La memoria objetiva nunca me ha

sido fiel. En cambio, la memoria emocional me revive

fácilmente. La emoción del desierto me envolvía. Por

donde mirásemos se extendía polvorienta la llanura sem­

brada de chaparros y de cactus. Mirándola en perspecti­

va, se combaba casi como rival del cielo. Anegados de

inmensidad nos acogíamos al punto firme de unas cuan­

tas casas blanqueadas. En los interiores desmantelados

habitaban familias de pequeños funcionarios. La aduana,

más grande que las otras casas, tenía un torreón. Una

senda sobre el arenal hacía veces de calle y de camino.

Algunos mezquites indicaban el rumbo de la única noria

de la comarca. Perdido todo, inmergido en la luz de los

días y en la sombra rutilante de los cielos nocturnos. De

noche, de día, el silencio y la soledad en equilibrio sobre-

cogedor y grandioso.

Una noche se me quedó grabada para siempre. En

torno al umbral de la puerta familiar disfrutábamos la

dulce compañía de los que se aman. Discurría la luna en

un cielo tranquilo: se apagaban en el vasto silencio las

voces. A poca distancia de los vecinos, sentados también

frente a sus puertas, conversaban, callaban. Por el extre­

mo de la derecha los mezquites se confundían con sus

sombras. Acariciada por la luz, se planteaba la lejanía y,

de pronto, clamó una voz: "-Vi la lumbre de un cigarro y

unas sombras por la noria..." Se alzaron todos de sus

asientos, cundió la alarma y de boca en boca el grito ate­

rido: "Los indios... allí vienen los indios..."

Rápidamente nos encerramos dentro de la casa. Unos

"celadores", después de ayudar al refuerzo de la puerta

con trancas, subieron con mi padre a la azotea, llevando

cada uno rifle y canana. Cundió el estrépito de otras puer­

tas que cerraban en el villorrio entero y empezaron a tro­

nar los disparos; primero intermitentes; después, encona­

dos, como de quien ha cogido el blanco. Mientras arriba

silbaban las balas, en nuestra alcoba se encendieron ve­

las frente a una imagen de la Virgen. Aparte ardía un cirio

de la "Perpetua", reliquia de mi abuela. De hinojos, niños

y mujeres, rezábamos. Después del Padre Nuestro las

Aves Marías. En seguida, y dada la gravedad del instan­

te, la plegaria del peligro: "La Magnífica", como decían en

casa. El "Magníficat" latino que, castellanizado, clamaba:

"Glorifica mi alma al Señor, y se regocija mi espíritu en

Dios mi Salvador..." "Cuyo nombre es Santo... y su mise­

ricordia, por los siglos de los siglos, protege a quien lo te­

me.. ."

No fue largo el tiroteo; pronto bajó mi padre con sus

hombres. "Son contrabandistas -a f i rmaron- , y van ya de

huida; ensillaremos para ir a perseguirlos." Se dirigieron

a la Aduana para pertrecharse, y a poco pasó frente a la

casa el tropel, a la cabeza mi padre en su oficio de Co­

mandante del Resguardo. Regresó de madrugada, triun­

fante. En su fuga, los contrabandistas habían soltado va­

rios bultos de mercancías.

Igual que una película, interrumpida porque se han

velado largo trechos, mi panorama del Sásabe se corta a

menudo; bórranse días sin relieve y aparece una tarde

de domingo. Almuerzo en el campo, varias personas

aparte de la familia. Sobre el suelo reseco, papeles arru­

gados, latas vacías, botellas, restos de comida. Los co­

mensales, dispersos o en grupos, contemplan el tiro al

blanco. Mi padre alza la barba negra, robusta; lanza al

aire una botella vacía; dispara el Winchester y vuelan los

trozos de vidrio, una, dos, tres veces. Otros aciertan tam­

bién, algunos fallan. Por la extensión amarillenta y desier­

ta, se pierden las detonaciones y las risas.

Gira el rollo deteriorado de las células de mi memoria;

pasan zonas ya invisibles, y, de pronto, una visión imbo­

rrable. Mi madre retiene sobre las rodillas el tomo de

Historia Sagrada. Comenta la lectura y cómo el Señor

hizo al mundo de la nada, creando primero la luz, en se­

guida la tierra con los peces, las aves, y el hombre. Un so­

lo Dios único y la primera pareja en el Paraíso. Después,

la caída, el largo destierro y la salvación por obra de Je­

sucristo; reconocer al Cristo, alabarlo; he allí el propósito

del hombre sobre la tierra. Dar a conocer su doctrina entre

los gentiles, los salvajes; tal es la suprema mis ión- "Si

vienen los apaches y te llevan consigo, tú nada temas,

vive con ellos y sírvelos, aprende su lengua y habíales de

Nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros y por

ellos, por todos los hombres. Lo importante es que no olvi­

des: hay un Dios Todopoderoso y Jesucristo su único hijo.

Lo demás se irá arreglando solo. Cuando crezcas un poco

más y aprendas a reconocer los caminos, toma hacia el

Sur, llega hasta México, pregunta allí por tu abuelo, se

llama Esteban... Sí: Esteban Calderón, de Oaxaca; en

México le conocen; te presentan, le dará gusto verte; le

cuentas cómo escapaste cuando nos mataron a noso­

tros. .. Ahora bien: si no puedes escapar o pasan los años

y prefieres quedarte con los indios, puedes hacerlo; úni­

camente no olvides que hay un solo Dios Padre y Jesu­

cristo, su único hijo; eso mismo dirás entre los indios..."

Las lágrimas cortaron el discurso de mi madre; luego se

repuso; tornó a ponerse alegre y afirmó: - "Con el favor de

Dios, nada de eso ha de ocurrir... ya van siendo pocos los

insumisos..."

Me llevan estos recuerdos al de una misa al aire libre,

en altar improvisado, entre los mezquites, el día que pasó

por allí un cura consumando bautizos.

No sé cuánto tiempo estuvimos en aquel paraje; úni­

camente recuerdo el motivo de nuestra salida de allí.

Fue un extraño amanecer. Desde nuestras casas, a

través de la ventana abierta, vimos sobre una ondulación

del terreno próximo, un grupo extranjero de uniforme azul

claro. Sobre la tienda que levantaron, flotaba la bandera

de las barras y las estrellas. De sus pliegues fluía un pro­

pósito hostil. Vagamente supe que los recién llegados

pertenecían a la comisión norteamericana de límites.

Habían decidido que nuestro campamento con su noria,

caía bajo la jurisdicción "yankee", y nos echaban- : "Te­

nemos que irnos" -exc lamaban los nuestros. "Y lo peor

- a ñ a d í a n - es que no hay en las cercanías una sola

noria; será menester internarse hasta encontrar agua."

Perdíamos las casas, los cercados. Era forzoso buscar

dónde establecernos, fundar un pueblo nuevo...

Los hombres de uniforme azul no se acercaron a ha­

blarnos; reservados y distantes esperaban nuestra parti­

da para apoderarse de lo que les conviniese. El telégra­

fo funcionó; pero de México ordenaron nuestra retirada;

éramos los débiles y resultaba inútil resistir. Los invaso­

res no se apresuraban; en su pequeño campamento fu­

maban, esperaban con la serenidad del poderoso.

Ignoro lo que hicimos en el nuevo Sásabe, que es el

de hoy, ni sé cómo lo dejamos. La más próxima visión

que me descubro es una tarde, en Ciudad Juárez, o sea

el Paso del Norte; frondas temblorosas de álamos, paseo

a la orilla de canales, llenos de agua corriente, fangosa,

casas de blanco y azul, aroma de tierra mojada. Mi ma­

dre camina, adelantándose con paso nervioso; en su voz

hay temor y congoja. No llegan noticias de mi padre, que

fue con negocio a México; en vano acudimos al correo.

Nos quedamos mirando los canales; hallaron en ellos un

chino ahogado por esos días y yo pensaba con insisten­

cia molesta: agua de chino ahogado.

Nada más descubro de este período infantil. El hilo

tenue de la personalidad se va rompiendo sin que logre

reanudarlo la memoria; sin embargo, algo aflora del río

subterráneo de repente y nos descubre otro remoto pai­

saje. De nuestra estancia en El Paso quedó en el hogar

un documento valioso: la fotografía de etiqueta nortea­

mericana que nos retrató de día de fiesta. Mi padre, de

levita negra, pechera blanca y puños flamantes. En el

vientre, una leontina de oro; en el pecho, barbas rizosas.

Mi madre luce sombrero de plumas, aire melancólico.

Falda de seda esponjada, mitones de punto y encajes

negros al cuello. La abuela, sentada, sonríe entre sus

arrugas y sus velos de estilo mantilla andaluza. Siguen

tres niñas gorditas, risueñas, vestidas de corto y lazos de

listón en el cabello y, por fin, mi persona, frente bombea­

da, pero aspecto insignificante, metido en el cuello almi­

donado, redondo y ridículo, a pesar de la corbata de

poeta. Los hermanos éramos entonces cinco. El primo­

génito murió en Oaxaca, antes de que la familia emigra­

ra. Yo, como segundo, heredé el "mayorazgo", y seguían

Concha, Lola, Carmen e Ignacio, Nos cayó este último no

sé exactamente en cuál estación de la ruta, y nos dejó a

poco en otra muriéndose pequeño. Cuando le pregunta­

ban a mi madre por su preferido, respondía: - "Son como

los dedos de la mano; se les quiere a todos por igual."

Se me pierde mi yo y vuelvo a hallarlo en las gradas de

una escalera espaciosa. Baja un señor de perilla blanca;

se ve pálido y alto, viste de negro, me toma de los brazos,

me alza y me besa; oigo decir: - "E l abuelo, tu abuelo..."

A poco nos despedimos, nos metemos en nuestra casa.

Nuestra vivienda disfrutaba la mitad de un patio con corre­

dores y macetas. Y un día llegaron en cantidad ramos y

coronas de flores. Se nos prohibió la entrada a una de las

' Mural de Diego Rivera (fragmento)

habitaciones. Advertimos rumor de llantos. Aprovechando

un descuido materno, me asomé al cuarto del misterio.

Sobre una mesa enflorada vi un cuerpecito envuelto en

encajes blancos. Un dedito asomaba y lo palpé muy tieso.

Nunca supe más de este hermano. Mi padre salió lloran­

do con la cajita blanca al brazo. Lo acompañaban algunos

amigos y se alejaron todos en coches. En la familia se

solía recordar a Nachito... "Cuando murió Nachito".

Parece que durante los meses de aquella estancia

nuestra en la capital estuve en el departamento de pár­

vulos en la Escuela Normal, por la Encarnación. Re­

cuerdo un patio que es, probablemente, el mismo en que

después fundé la editorial de la Universidad.

LA PRIMERA ORFANDAD

Sospecho que la suerte nos fue benigna en los primeros

años de estancia en la frontera. El niño aprecia estas cir­

cunstancias aunque no las comprenda. Mi madre se ves­

tía de claro, andaba alegre y parecía más joven. Se puso

un día de luto, pero no indagué la causa. Pasó el tiempo

y una tarde, a la hora de la lectura, me hizo repetir un

pasaje del libro de José Rosas, titulado: "Un hombre hon­

rado". Se celebra en él la ejemplaridad del que sirve a su

patria en los días adversos; se retira a la vida privada en

la época normal y en ella conquista la estimación de los

buenos y muere venerado y tranquilo.

Los sollozos de mi madre interrumpieron mi lectura. En

seguida, rehaciéndose, preguntó: ¿A quién se puede apli­

car todo este elogio?... Vacilé y respondí: A Juárez. Era

entonces rutina patriótica citar para todo a Juárez. - S í ; y

también a tu abuelo -af i rmó el la- . No volvió a mencionar

su pena. No era dada a estar rumiando una congoja. La

sufría violenta, la rezumaba, para en seguida entregarse

a la obligación de una actividad provechosa y alegre.

LA HERENCIA

Mi padre llegó un día a la casa con varias talegas de a mil

pesos, en plata. Venía de Oaxaca, por Express, y proce­

dían de la venta de un rancho de las cercanías de Tla-

xiaco.

No eran de allí mis antepasados; pero se refugiaron

en dicho pueblo durante la revolución de la Reforma,

mientras mi abuelo, perseguido por Santa-Anna, tuvo

que abandonar, no sólo a Oaxaca, sino el país. Mi abue­

lo empezó de médico pobre, casado con una señorita

Conde, de familia acomodada, pero ya en decadencia

económica. Tan ricos habían sido los Conde, que saca- tas de Porfirio Díaz persiguiéndolo como desleal por el

ban "la plata a asolear". Negociaban, según creo, la istmo; retirado a la vida privada cuando Tuxtepec, conser-

"cochinilla", y quebraron por el invento alemán de las ani- vaba, sin embargo, influencia. Entiendo que él fue mi

linas. En su destierro, mi abuelo estuvo con Juárez en padrino de bautismo y también quien le dio a mi padre

Nueva Orleans; después, durante la guerra contra los cartas de recomendación para un puesto en Aduanas,

franceses, se estableció en Tlaxiaco, dende tuvo oculto a

Porfirio Díaz y le curó una herida. Al triunfo del oaxaque- PROSPERIDAD ñismo se retiró de la política para seguir fiel al lerdismo

vencido; pero años después don Porfirio volvió a hacerlo Ahora, en Piedras Negras, nuestra fortuna corría pareja

senador. Al morir, no dejó patrimonio. Si no me equivoco, con la del pueblo que acrecentaba sus recursos, y según

el rancho de Tlaxiaco lo administraba para los hijos de su se repetía si cesar, con orgullo, progresábamos,

primera esposa. Al enviudar contrajo en Tlaxiaco según- Los ingresos de mi padre eran fijos y suficientes en

das nupcias con una Adelita que le dio una docena de cuanto al sueldo; variables y a veces espléndidos, con el

hijos, mis medios tíos, los Calderón. aditamento de los porcentajes sobre las multas por con-

Los dineros del rancho no los quiso tocar mi padre. Los trabandos. Con frecuencia pasaban de mil pesos sus

llevó a casa y los puso en el ropero de mi madre. Lo indi- ingresos mensuales en una época en que el peso valía

cado hubiera sido emplearlos en la compra de algún solar ligeramente más que el dólar. Pero en economía, mis pa-

que a los pocos años le hubiera duplicado la inversión; dres se apegaban a la escritura en lo que concierne al ere-

pero ninguno de los dos tenía cabeza para los negocios, ced y multiplicaos, y al Evangelio por lo que hace al vestí-

Mi padre, por orgullo, ni adelantó opinión, y la dueña, inco- do y al sustento, recordando siempre las aves y los lirios,

rregiblemente despilfarrada, empezó a recorrer las tien- "más bellos que Salomón en toda su pompa;"... ¿acaso el

das y almacenes de los pueblos rivales. De cada excur- "Padre Nuestro", que rezábamos a diario, no se conforma

sión volvía con el coche cargado de cajas y envoltorios. A con pedir el pan de cada día? Del ahorro decía mi padre

mis hermanas, vestidos; a mi padre, un anillo; a mí, ropas que era propio de avaros; una hipoteca era usura y peca-

y libros; a la viejita, un corte de vestido negro, de seda. do y un negocio casi una deshonestidad. Comentarios

Y a medida que el dinero se iba alada y gloriosamente, parecidos circulaban de sobremesa a propósito de opéra­

los recuerdos de Tlaxiaco animaban las veladas, ciones ventajosas realizadas por algunos colegas de mi

Exhumaba mi madre de lo profundo del baúl un vestido padre, con el producto de sus ahorros, sin deshonestidad,

negro de "gro" -seda gruesa- adornado con lentejuelas; En aquella región se desconocía la miseria. Los co-

su primer lujo mundano, lucido en los bailes de la peque- cheros, los aguadores entraban en la misma cantina que

ña y orgullosa ciudad criolla. Sus días más alegres los el funcionario y el propietario. Gracias a la zona libre in­

pasó allí. Con todo, al final se le amargó la estancia por el ternacional, las mercancías extranjeras, exentas de dere-

segundo matrimonio y la madrastra. Más tarde regresaron chos, se obtenían a precio reducido. Las dos poblaciones

todos a Oaxaca y después de algunos años de acudir a la rivales, la mexicana y la norteamericana, separadas úni-

misa y estar a la ventana, mi madre se enamoró frenéti- camente por el río, ligadas con dos grandes puentes,

camente de mi padre, un pobre empleado de botica... ofrecían las ventajas de dos modos de vida. Y cada quien

Protestó el abuelo y negó su consentimiento al enlace; ponía su orgullo en divertirse y gastar dinero,

pero se efectuó éste en un amanecer y en presencia de

algunos parientes. Eugenésicamente, la pareja estaba ¿QUIÉN SOY? bien concertada. Rubia y pálida, delicada mi madre; y su

marido, sanguíneo, robusto. Criollos puros los dos. Con Cierto día, comprando confites en Eagle Pass, me vi el

los años, el cutis blanco de mi madre tomó el color de la rostro reflejado en una de esas vidrieras convexas que

cera de los cirios. A mi padre lo pusieron rojo tostado los defienden los dulces del polvo. Antes, me había visto en

soles, los años y la cerveza. Sólo en derredor del cuello espejos distraídamente; pero en aquella ocasión el verme

se le veía el círculo lechoso. sin buscarlo, me ocasionó sorpresa, perplejidad. La ima-

- M a m á , ¿y cuándo se casaron a dónde se fueron a gen semiapagada de mi propia figura, planteaba pregun-

vivir tú y mi papá? tas inquietantes: - ¿ S o y eso? ¿Qué es eso? ¿Qué es un

Respondiendo a las preguntas de la indiscreción infan- ser humano? ¿Qué soy? Y ¿qué es mi madre? ¿Por qué

til, se nos daban detalles que por cierto no retengo con mi cara ya no es la de mi madre? ¿Por qué es preciso

mucha exactitud. ¿Y por qué se enojaba mi abuelo? ¿Por que ella tenga un rostro y yo otro? ¿La división así acre-

qué era pobre mi papá?... Lo cierto es que mi madre pres- centada en dos y en millares de personas obedece e j n

cindió de los suyos para siempre, y se atuvo a la suerte propósito? ¿Qué objeto puede tener semejante multipli-

humilde de su esposo. Vivieron uno o dos años*del suel- cación? ¿No hubiera bastado con quedarme metido den-

do escaso de la botica; pero era la época en que Oaxaca tro del ser de mi madre viendo por sus ojos? ¿Para qué

se despoblaba. A nadie le faltaba entonces un pariente mis ojos, repetición inútil en su azoro? ¿Añoraba la uni-

ministro o general, capaz de conseguir un empleo, así dad perdida o me dolía de mi futuro andar suelto entre las

fuese en el quinto infierno. El deseo de sacudir el com- cosas, los seres? Si una mariposa reflexionase, ¿anhela-

piejo social de quien viene a menos, y el gusto de la aven- ría regresar al capullo? En suma, no quería ser yo. Y al

tura y el cambio, deben haber decidido a mis padres. Y el retornar cerca de mi madre abrazábame a ella y la opri-

tío protector se presentó en la persona, distinguida, por mía con desesperanza. ¿Es que hay un útero moral del

cierto, del general Mariscal. Pariente, según creo, bastan- que se sale forzosamente, así como del otro?

te próximo de la familia de mi madre, bajo la administra- Los inviernos eran crudos. A pesar de las estufas de

ción lerdista o con Juárez, ocupó el puesto de gobernador carbón, encendidas al rojo, calaba el viento helado. El

de Yucatán; después había contribuido a una de las derro- frasco de la leche de almendras de droguería, pasaba de

mano en mano, aliviando partiduras de rostro y manos.

Vientos del norte, ululantes, soplaban veinticuatro horas,

sin parar. Tras del huracán venía la helada. Congelábase

el agua de las vasijas a la intemperie, reventaban las

cañerías. Si el tiempo era lluvioso, formábanse en los

ramajes sin hojas, canjilones y estalactitas de nieve que

llamábamos "candelilla". Raras veces nevaba y cuando

ocurría, se congregaban los muchachos para perseguir­

se con bolas blancas inofensivas.

Las mañanas me resultaban particularmente duras, por

tener que atravesar el puente. Era casi un kilómetro de

marcha sobre el largo columpio de aceros temblantes,

azotados por el vendaval. Por momentos parecía que todo

iba a quebrarse. La racha conmovía el acero y amenaza­

ba lanzarme al vacío. Encogido, me cobijaba un instante

contra las varas de hierro; luego adelantaba corriendo.

Una mañana, para probar mi resistencia, dejé la mano

derecha fuera del paleto; cortaba el viento helado, pero la

mantuve expuesta hasta que se puso insensible. Al entrar

en clase advertí que no podía moverla. Violo la maestra y

mandó que me dieran frotaciones con nieve, sin las que

pude perder el miembro. En aquel ambiente de "wild w e s f

y de cowboys anteriores a la farsa del cine, hacerse duros

era la consigna, y provocaba emulación. Una vez gané la

apuesta del que bebiera más agua. Otros apostaban a

recibir puñetazos en las mandíbulas.

Los recreos degeneraban a menudo en batallas cam­

pales. Nos dispersábamos por los barrancos arcillosos de

la margen del río. Se comenzaba a marchar entre los

matorrales, subiendo y bajando según las anfractuosida­

des del terreno. Uno hacía de jefe y era menester seguir­

lo; "follow the leader" llamaban al juego que encabezaba

el muchacho más diestro y más audaz... Al principio no se

trataba sino de proezas deportivas: trepar un talud ayu­

dándonos de las raíces de los mezquites, o saltar sobre

zanjas, pero el encuentro de grupos rivales provocaba

pelas a pedradas. Se convenía en tirar sólo a los pies,

pero nunca faltaba algún descalabrado. La lucha enconá­

base si por azar predominaba en alguno de los bandos el

elemento de una sola raza, ya mexicanos o bien yankees.

El más inocente de los juegos y también el cultivado

era el "base ball". Nunca me sedujo. Me apartaba de los

jugadores o me concretaba a mirarlos. Sólo por excep­

ción, si no había otro me comprometía como "fielder" pa­

ra recoger las pelotas lanzadas fuera del campo. Por lo

común, mientras se pasaba, me echaba en la arena, la

colaba entre los dedos, mientras reflexionaba largamen­

te. Escarbando así bajo el sol, me encontré el pellejo de

una víbora de cascabel. Otras veces perseguíamos éstas

con vara hasta dejarlas inertes después de aplastarles la

cabeza. Me apasionaba también el juego de canicas a

pares o nones sobre el hoyo en la tierra. Las jugaba por

interés diputando las más hermosas de vidrio o de ágata.

LA LECTURA

Mi pasión de entonces era la lectura, y me poseía con avi­

dez. Devoraba lo que en la escuela nos daban y cada año

nos ampliaban el círculo de clásicos ingleses y norteame­

ricanos. Leía por mi cuenta en la casa todos los libros

hallados a mano. Acogido al umbral de mi puerta, frente a

la calle arenosa, todavía sin pavimento, pero ya de bom­

billa eléctrica en lo alto de un poste, recapacitaba una

noche sobre mi saber y al consumar el recuento de los

libros leídos pensaba: ningún niño en los dos pueblos ha

leído tantos como yo. Tal vez entre los niños de la capital

habría alguno que hubiese leído igual, pero de todas

maneras era evidente que estaba yo llamado a manejar

ideas. Sería uno a quien se consulta y a quien se sigue.

Antes que la lujuria conocí la soberbia. A los diez años

ya me sentía sólo y único y llamado a guiar.

Mi salud no correspondía a mis ambiciones; me halla­

ba condenado a las cucharadas del hígado de bacalao.

Ciertas recaídas febriles nos recordaban que el paludismo

infantil no se había extinguido. Con frecuencia padecía

jaquecas. Era ésta una afección familiar; la padecía mi

madre, la padecían mis hermanas. Las atribuíamos a

debilidad; para curarlas nos daban ración doble y el dolor

nos volvía locos. Nunca hacía cama ni faltaba a la escue­

la, pero rara vez me sentía con vigor pleno. Sin embargo,

la enfermedad no nos preocupaba; "domínala", "olvídala",

aconsejaba mi madre.

Mi pasión de viajero por el mundo del conocimiento no

conocía preferencias. Imaginaba misterios mágicos en la

tabla de Pitágoras. Las lecciones orales de geografía con

mapas de ríos, de montañas y relatos etnográficos equi­

valían a la más amena literatura. Libertad de imaginación

y disciplina para estimar sus resultados, precisión y aseo

en la faena; todo esto exigía la humilde escuela texana de

los remotos años del noventa al noventa y cuatro.

El afán de protegerme contra una absorción por parte

de la cultura extraña, acentuó en mis padres el propósito

de familiarizarme con las cosas de mi nación; obras ex­

tensas como el México a Través de los Siglos y la Geo­

grafía y los Atlas de García Cubas, estuvieron en mis ma­

nos desde pequeño. Ninguno de los aspectos de lo mexi­

cano falta en esta segunda obra admirable. Ninguna edi­

torial española produjo nada comparable al García Cu­

bas, hoy agotado. El Atlas histórico es además una joya

de litografía a colores. La carta etnográfica detalla las

razas anteriores a la conquista con los sitios de su ubica­

ción, sus trabajos y sus fiestas. El mapa arquitectónico

reproduce las principales catedrales y monumentos de la

colonia, desde el Santo Domingo de Oaxaca, hasta las

catedrales de Durango y Chihuahua.

Enseña también el García Cubas, gráficamente, el de­

sastre de nuestra historia independiente. Describe las ex­

pediciones de Cortés hasta La Paz en la Baja California;

las de Alburquerque por Nuevo México y la cadena de

Misiones que llegaron hasta encontrarse con las avan­

zadas rusas, más allá de San Francisco. Señala en segui­

da las pérdidas sucesivas. Un patriotismo ardoroso y cie­

go proclamaba como victoria inaudita nuestra emancipa­

ción de España, pero era evidente que se consumó por

desintegración, no por creación. Las cartas geográficas

abrían los ojos, revelaban no sólo nuestra debilidad sino

también la de España, expulsada de la Florida. Media

nación sacrificada y millones de mexicanos suplantados

por el extranjero en su propio territorio, tal era el resultado

del gobierno militarista de los Bustamante y de los Santa-

Anna y los Porfirios Díaz. Con todo, llegaba el 15 de sep­

tiembre, y a gritar junto con los yankees, mueras al pasa­

do y vivas a la America de Benito Juárez, agente al fin y

al cabo de la penetración sajona. La evidencia más irri­

tante la da el mapa de la cesión del Gila, consumada por

diez millones de pesos, que Santa-Anna se jugó a los ga­

llos o gastó en uniformes para los verdugos que desfilan

en las ceremonias patrias. En vez de una frontera natural,

Vasconcelos con

una línea en el desierto por sí sola nos

obliga a concesiones futuras, pues

compromete la cuenca del Colorado.

Por encima de los mentirosos com­

pendios de historia patria, los mapas

de García Cubas demostraban los

estragos del caudillaje militarista.

El episodio de su alteza serenísima

Santa-Anna rindiéndose a un sargento

yankee nos era restregado en la clase

de Historia texana, y un dolor mezcla­

do de vergüenza enturbiaba el placer

de ojear nuestro Atlas querido. Mien­

tras nosotros, ufanos de la "Indepen

dencia y de la Reforma", olvidábamos el

pasado glorioso, los yankees, viendo claras las cosas,

decían en nuestra escuela de Eagle Pass: "When México

was the largest nation of the continenf... frente al mapa

antiguo, y después sin comentarios: "present México."

Mi padre no aceptaba ni siquiera que ahora fuésemos

inferiores al yankee. "Es que los fronterizos no conocen el

interior, ni la capital". "Se van a gastar su dinero a San

Antonio"... "ven allí casas muy altas... yo las prefiero

bajas para no subir tantas escaleras"... "no niego que nos

han traído ferrocarriles, pero eso no quita que son unos

bárbaros"..."Nos han ganado porque son muchos"... Yo,

interiormente, pensaba... "Es que a mí me han pegado y

fue uno solo... No, cobardes no eran"... Bárbaros quizás;

en esto mi madre también estaba de acuerdo. Sus ideas

sobre la cultura del Norte, casi no habían cambiado desde

que tomó unos apuntes en su escuela particular de

Tlaxiaco. Escritos en papel amarillento, los revisé poco

después de su muerte. "Al Sur de México, decían, está

Guatemala, nación que en cierto momento estuvo unida a

la nuestra y al Norte habitan unos hombres rudos y peli­

rrojos que suben los pies a la mesa cuando se sientan a

conversar y profesan todos la herejía protestante."

El prejuicio patriótico cegaba a mi padre. Mi madre

tenía motivos más hondos para desconfiar del progreso

del Norte; eran protestantes y el verme obligado a tratar­

los extremaba su afán de arraigar en mí la fe católica. Su

pequeña biblioteca ambulante contenía los dramas de

Calderón en cantos dorados, un Balmes, un San Agustín,

y un volumen de Tertuliano. De este último me leía trozos

polémicos. Alguna vez me hizo leerle "La Vida es Sueño",

pero el libro preferido de nuestras veladas de Piedras

Negras, era la Historia de Jesucristo de Louis Veillont,

con láminas a colores. El pasaje que entonces ponía

reflexiva a mi madre era el extravío del niño Jesús y su

hallazgo en el templo en el coro de los doctores. Ya no le

preocupaba la posibilidad de mi pérdida física, como en

los tiempos angustiosos del Sásabe; pero ahora estaba

atenta al peligro del alma, lanzada ocho horas al día en­

tre herejes de escuela extrajera. Interpretando el pasaje

de la disputa con los doctores, mi madre afirmaba que un

niño cualquiera si poseía el tesoro de la doctrina verda­

dera, podría poner en confusión a los sabios.

Nuestra escuela de Eagle Pass era sinceramente de­

mocrática y trataba la religión con simpatía respetuosa.

Discípulos y maestros acudían el domingo, cada quien a

su Iglesia. Pero mi madre temía esa especie de satura­

ción de ambiente que crea cada doctrina y me acoraza­

ba contra el peligro de lo protestante.

Reforzaba no sólo la teoría, también la práctica. Apar­

te de la misa en domingo y fiestas de

^^^H| guardar, además de la confesión y

comunión por cuaresma y otras so­

lemnidades y añadido a las oraciones

de la mañana y de la noche, cada

tarde al oscurecer nos reunía, sin ex­

cepción de los criados, para el rezo

del Rosario. Primero el Padrenuestro

en coro. . . "Padre Nuestro"... "dilo

bien, pronuncia claro". "Padre nues­

tro". .. Luego, las Aves Marías prolon­

gadas en los cinco misterios. "Por tu

hijo suplicárnoste, señora, que nos su nieta Carmen d e g u n ^razón | j m p j 0 y puro." "Dios te

Salve María"... "que se alumbren la ti­

nieblas de nuestras almas"... Según el rezo avanzaba,

crecía el fervor; las Aves Marías alcanzaban acentos de

triunfo: "Abrid, Señor, mis labios, y mi lengua cantará

vuestras alabanzas."

Y como si el soplo celeste, plasmase por fin en su for­

ma adecuada, llegando a la letanía, se entonaban las ala­

banzas latinas. Máter dolorosa, meter miserícordis, refu-

gium pecatorum, turris ebúrnea, estrella del alba.. . Cada

vez respondíamos: "ora pronobis." Por el aburrimiento y

el olvido, por las rodillas que dolían de estar hincadas...

"ora pronobis." También sabíamos que el ardiente amor

nos envolvía en su llama, y solía lanzar el castigo de un

cuartazo o de un pellizco, si por fatiga inoportuna alguien

se permitía un retozo o cabeceaba de sueño. Cierta dure­

za acompañaba siempre a la pasión y mi madre se de­

sesperaba si advertía frialdad, indiferencia en los suyos,

para asuntos que estimaba supremos. En mis reflexiones

más íntimas yo compartía sus preferencias. El patriotismo

y la historia, bien vistos, eran vicisitudes secundarias de

los pueblos. Las playas que cuentan, pensaba, no son las

del golfo de México ni las del mar de Cortés, sino aque­

llas del Norte del África, en que el angelito se apareció a

San Agustín para disuadirlo del empeño de explicar los

misterios de la fe. Cogía en su cántaro agua del mar y la

echaba en un pequeño agujero. - ¿ Q u é haces? - pregun­

tó el Santo. - L o mismo que t ú - replicó el ángel; -estoy

echando el mar en este agujero-. Mamá ¿Qué es un filó­

sofo?, - indagaba yo; y ella, lacónica como el catecismo

respondía: -"Filósofo es el que se atiene a las luces de la

razón para indagar la verdad- . Sofista es el que defiende

lo falso, por interés o por simple soberbia y ufanía."

La palabra filósofo me sonaba cargada de compla­

cencia y misterio. Yo quería ser filósofo. ¿Cuándo llega­

ría a ser un filósofo?

E N LA CAPITAL

Vagos son los recuerdos de esta mi primera estancia

consciente en la metrópoli mexicana. Buscando en las

aguas profundas y oscurecidas de mi pasado, extraigo:

un doble corredor de columnas esbeltas, en tomo a un

patio con palmeras pequeñas, sillones de mimbre y un

comedor extenso con mesas blancas y cristalería. ¿Fue el

hotel "Bazar"? Luego, como si el tapete maravilloso nos

hubiese transportado allí, veo una vivienda de la calle del

Indio Triste. Farol de vidrio sobre una escalera angosta de

piedra con barandal de hierro. Llega de afuera el olor de

alquitrán sobre el asfalto nuevo. Mil circunstancias se pier­

den igual que si meses enteros y aun años de nuestro

vivir muriesen antes que nosotros, sin que logremos resu­

citarlas. Y me pregunto: ¿Qué hay de común entre el

jovenzuelo que se quedaba absorto ante las fachadas de

los palacios citadinos y éste que soy ahora incapaz de

reconstruirme en lo que fui? Los mismos efectos que

parecen determinar modalidades perennes, se descargan

de su vehemencia y fluyen con lo que pasó.

Me es más fácil rememorar lo que era mi madre enton­

ces, que lo que fui yo mismo. ¿Acaso porque era persona

ella y yo todavía un conato? Sin embargo, en vano imagi­

no lo que haya sido como persona social y sólo la concibo

como una especie de divinidad que cumplía conmigo una

tarea misteriosa. ¿Qué queda, pues, de cada uno?, ¿qué

queda del todo? La única respuesta que da mi experien­

cia es que la pregunta conmueve, preocupa nada más en

la juventud. Más tarde, se alcanza la indiferencia dulce

que nos acerca casi con agrado a la muerte común. Cama

bien tendida del hospedaje que nos abriga tras la jornada

penosa. Buena cama la muerte si en ella despertamos a

mejor ventura que estas otras pequeneces que se nos

deshacen en la atención, aunque nos duela perderlas.

Vivía y por el hecho de vivir me estaba muriendo a dia­

rio, pero no me acongojaba, ni siquiera lo advertía. Muy

distante aun, la muerte física no me preocupaba. ímpetus

tensos aguzaban mis sentidos y los saciaban de belleza

urbana. Con sólo asomarse al balcón, en la acera de

enfrente nos embobaba un palacio de piedra blanca, per­

sianas verdes, zaguán en arco, entresuelo proporcionado

y principal con balcones regios. De la noble mansión salía

todas las tardes un carruaje flamante tirado por caballos

magníficos. Asombrados lo mirábamos torcer por la calle

de la Moneda. En ésta. El Museo Arqueológico al costado

de Palacio, la Escuela de Bellas Artes y la cúpula de

Santa Inés al fondo y la saliente de Catedral en el otro

extremo componen la más hermosa y singular perspecti­

va del México castizo. A menudo atravesábamos la Mo­

neda con rumbo a Jesús María, de estilo neoclásico y

columnas de acantos revestidas de oro. Todas las tardes

rezábamos allí el Rosario y cada mañana la misa en el al­

tar del perdón, de la Catedral. La mejor Catedral de Amé­

rica -recalcaba mi padre, mirándola-. Y con doble placer

de artista y de patriota nos paseaba delante de la cortina

oriental del Sagrario churrigueresco. Tallas y encajes de

piedra caliza entre dos tableros de rojo tezontle volcánico.

Encima, una cornisa de curvas que recuerdan la gracia de

un manto. Al lado, la Catedral majestuosa con su par de

torres robustas que encuadran la

fachada neoclásica de Tolsá, sobria y

proporcionada. Nunca hubo construc­

ción más severa y grandiosa.

Entrando por el Sagrario, las naves

se reparten espaciosas en torno a una

cúpula circular. El ábside vertical le­

vanta el empuje de las bóvedas. A la

izquierda una magnífica nave liga las

curvas arredondadas de este primer

recinto con las perspectivas majestuo­

sas de las naves y columnas de la

Catedral. En los costados de ésta hay

capillas con enrejado de maderas olo­

rosas; lujosa talla de bronce circunda

en barandal el coro adornado de esta­

tuas, candelabros y tubos de órgano.

Al centro el altar mayor bajo un cimbo­

rrio atrevido. Detrás, en el ábside, uno de los mejores reta­

blos del barroco del mundo; el altar de los Reyes, todo de

oro, imágenes damasquinadas, columnas salomónicas.

Marcos suntuosos y óleos oscurecidos por el incienso. El

corazón saltaba primero, se sobrecogía después y se

sumaba al coro de las celestes alabanzas.

El atrio enverjado del costado poniente dejaba ver un

jardín lateral con el mercado de flores, anexo sobre la

calle de las Escalerillas. Ramos de claveles, manojos de

rosas recién abiertas, refrescadas con finas gotas de

agua que semejan el rocío; gardenias de carne blanca y

aroma intenso, violetas fragantes, amapolas como lla­

mas, lirios de rojo y gualda o de azul violáceo, begonias

en macetas, tulipanes vistosos, pensamientos aterciope­

lados, dalias cárdenas, crisantemos y azucenas: flora de

todos los climas gracias a la meseta sin estaciones y a la

inexhausta fecundidad de la costa inmediata.

Apartándose de los puestos de los vendedores, se pro­

longa el jardín. Andadores irregulares de cemento en cua­

dros afirman el borde metálico de camellones de césped y

plantas. Al centro de una fuente circular y asentada en

planta de piedra, una mujer de mármol vierte una jarra de

agua cristalina que en su caer incesante le ha desgastado

un pie de blancura lustrosa. Serena la cabeza griega, finos

los hombros, firmes las maternales pomas bajo la tela

simulada de mármol y el talle opulento, la divinidad anóni­

ma se inclina alargando los muslos castos bajo los plie­

gues de la piedra y sonríe a los niños que juegan en tomo.

Encima, el ramaje siempre verde difunde fragancias, sere­

na la alegría del cambio en la inmutable perennidad.

Me había matriculado en la Facultad de Leyes, por elimi­

nación. Sin aptitud alguna para el cálculo, la carrera de

ingeniero me estaba vedada por mi naturaleza. Una larga

convivencia con estudiantes de Medicina, me había reve­

lado la exigencia a que se les sometía de aprender de

memoria los nombres de todos los huesos con sus face­

tas y articulaciones. Perdido, así, en el detalle, y encami­

nados desde el comienzo hacia la especialización, lo que

menos se preguntaban era lo único que me hubiera inte­

resado; el secreto de los procesos del pensamiento; la

teoría de la voluntad o la psicología del amor. Todo ello

estaba más bien en los filósofos, y para estudiarlo no ne­

cesitaba volverme impermeable al yodoformo. Hubiera

querido ser oficialmente, formalmente,

un filósofo, pero dentro del nuevo régi­

men comtiano, la Filosofía estaba ex­

cluida: en su lugar figuraba, en el curri­

culum, la Sociología. Ni siquiera una

cátedra de Historia de la Filosofía se

había querido conservar. Se libraba

guerra a muerte contra la Metafísica.

Se toleraba apenas la Lógica y eso

conforme a Locke, casi como un capí­

tulo de la Fisiología. Por propia inicia­

tiva y al margen de la cátedra había­

mos constituido un grupo decidido a

estudiar a los filósofos. Antonio Caso,

dueño de una gran biblioteca propia,

leía por su cuenta y preparaba sus ar­

mas para su obra posterior, de demo­

lición del positivismo. Yo formaba cua-

Vasconcelos niño

dros de las distintas épocas del pensamiento, de Tales a

Spencer, apoyándome en las Historias de Fouillé, de

Weber y de Windelbandt.

La disciplina legal me era antipática, pero ofrecía la

ventaja de asegurar una profesión lucrativa y fácil. En ri­

gor, era mi pobreza lo que me echaba a la abogacía. Si

hubiese nacido rico, me quedo de ayudante del laborato­

rio de Física y repito el curso entero de ciencias. Al entrar

a las cátedras de Jurisprudencia advertí como un descen­

so en la categoría de la enseñanza. No era aquello cien­

cia, sino a lo sumo lógica aplicada y casuística. La refor­

ma científica no había llegado al derecho; faltábale un

genio filosófico que incorporara el fenómeno jurídico al

complejo de los fenómenos naturales. Spencer, en su vo­

lumen de la Justicia, obra de consulta en nuestro curso,

ya iniciaba tarea semejante, pero, entre tanto, el aprendi­

zaje se desarrollaba dentro de las disciplinas caducas. Y

mientras el célebre maestro Pallares disertaba en su

clase de Civil, yo me ponía a leer el periódico en un rincón

de la última banca.

Con no hacerme caso me fue ganando el viejo. Enjuto

de tez, ojillos penetrantes, frente muy blanca, sienes deli­

cadas y cabellos negros, levemente rizosos, sus fieles lo

comparaban con Sócrates. Por la fealdad y por unos sar­

casmos que yo hallaba crueles.

Hablaba apoyando el mentón en el puño de oro de su

bastón y con gala de impertinencia, exclamaba: "Esto no

se los explico porque ustedes no me entenderían... este

país de catorce millones de imbéciles"... Me irritaba oír

todo aquello en labios de un simple abogado. "Sabrá su

Derecho Mercantil, - ref lexionaba-, pero ¿qué sabe de

Filosofía?" Ignoraba yo las virtudes del hombre; nada sa­

bía de su vida austera, ni de su constante, firme protesta

contra el despotismo porfiriano. Generalmente reconoci­

do como el primer abogado de la República. Vivía, sin

embargo, postergado, y se había hecho inmodesto a

fuerza de ser injustamente tratado. A diferencia de tantos

otros, debía su cátedra a una oposición y no a nombra­

miento de la dictadura. Titulado en Michoacán y fervien­

te católico, jamás había transigido ni con su creencia ni

con la farsa y abuso de los hombres de la administración.

A fuerza de tenacidad inteligente, sostenía un bufete de

buenos ingresos, pero en los grandes negocios figuraba,

si acaso, como consultor y los honorarios gordos iban a

las manos de medianías complacientes con el régimen,

protegidos del déspota. Por experiencia sabía que sus

mejores alegatos podría echarlos por tierra una suges­

tión, una consigna del Caudillo. Todo esto lo fui averi­

guando paulatinamente. Su talento y su ciencia, su ínti­

ma bondad bajo la agria apariencia, se manifestaban tar­

díamente y como a pesar suyo. Al principio era yo del

bando que lo contrariaba.

Pues, en efecto, había dos bandos. Contra Pallares

estábamos los preparatorianos de la Metrópoli, antijuaris-

tas y cientifizantes que nos sentíamos rebajados de estu­

diar el Derecho Romano, después de haber cursado el

plan de Comte en la Preparatoria. En el bando de Pallares

se filiaban los que habiendo hecho su Secundaria en los

Estados, conservaban el criterio indeciso entre la ciencia

y la ideología jacobina. Y aunque Pallares no era jacobi­

no, procedía de la provincia y no era afiliado a Comte.

Además, era el rival de Justo Sierra y los metropolitanos

éramos sierristas. Justo Sierra era el poeta, el literato vul-

garizador de la teoría positivista en el arte y en la vida. Su

obra de Ministro de Educación todavía no comenzaba,

pero ya era conocido como el maestro más culto, más elo­

cuente de la época.

Tan elocuente que en su clase de Historia, cada año,

arrancaba aplausos disertando con entusiasmo sobre la

libertad de Atenas. En cambio jamás abrió los labios para

comentar el derrumbe de las libertades mexicanas. Des­

pués de sus discursos helenizantes, el pobre se iba a la

Corte, a firmar sentencias como Magistrado del porfiris-

mo.

Unos de los motivos del desprecio de Pallares por sus

alumnos era nuestra ignorancia del latín. Yo había estu­

diado y olvidado dos años de latín campechano, pero mis

compañeros, en su mayoría, sólo habían pasado por el

curso de "raíces griegas" que nos daba el maestro Ribas,

un judío sefardita muy capaz, pero que, desilusionado de

lo poco que podía hacerse en un solo curso, se limitaba

a bromear con sus alumnos. Pallares, con razón, se pre­

guntaba: - "¿Qué puedo hacer con estudiantes incapa­

ces de entender una cita?" - Y no sólo lo decía en clase;

lo había dicho en los consejos de las Facultades y lo

había sostenido en el Congreso.

De allí procedía su choque formal con Justo Sierra. Al

discutirse en el Congreso la reforma de la enseñanza, el

asunto del latín se había convertido en cuestión de parti­

do. Los liberales estaban contra el pasado porque era

pasado y contra el latín porque es el idioma que se usa

en las misas. Los positivistas se apoyaban en la autori­

dad de Spencer que elimina las lenguas muertas a favor

de las vivas, sin duda para que poco a poco vaya que­

dando sólo el inglés. Así como los liberales eran yanqui-

zantes, los positivistas se creían muy británicos siguien­

do a Spencer. Ni unos ni otros se tomaban el trabajo de

informarse de que al latín dedican y dedicaban hasta

cuatro años todos los colegios de segunda enseñanza de

Inglaterra y los Estados unidos. Se daba, pues, el caso

de que un país latino suprimía de sus programas de

enseñanza, el latín, en tanto que el vecino país sajón,

multiplicaba universidades y colegios en que el latín es

obligatorio. Contra este absurdo propósito que recuerda

esas estampas de zulúes descalzos y con sombrero de

seda europeo, se levantó Pallares y habló convincente y

firme. Pero los diputados... los diputados de entonces,

menos ignorantes que los de ahora, mantenían sin em­

bargo, igual tradición de servilismo. Pallares era inde­

pendiente; por lo mismo, un sospechoso. Atender sus ra­

zones equivalía casi a traicionar el régimen. Don Justo

representaba la opinión oficial; era Subsecretario; el

gobierno siempre tiene razón para sus lacayos. Le bastó

a Don Justo con una broma para destruir a su contrincan­

te. Al contestarle, lo designó cambiándole de intento, el

nombre... "el señor Pajares"... Irritado éste por las dis­

cusiones, no advirtió el peal, y quiso rectificar: -"Pallares,

señor"... - "Pajares, "insiste don Justo volviéndose a su

público. Las risas estallan, la votación se apresura y triun­

fó la consigna abolicionista de las lenguas muertas. La

intelectualidad del régimen proclamó la nueva victoria

obtenida contra "las tinieblas." De su derrota injusta guar­

daba Pallares un rencor mudo que hacía extensivo a to­

dos los que llegábamos de la Preparatoria.

- "Según veis - concluía desde su cátedra el sardóni­

co maestro, tras de explicar algún precepto jurídico des­

conocido por una práctica de abusos, esto no está al

alcance de los catorce millones de imbéciles que compo-

ien la República"... - "Zafo, maestro," - m e ocurrió a mí

ritar un día desde mi banco-"¿Qué dices, muchacho?"

"Que le ruego haga en mi favor una excepción entre los

atorce millones"... - "Pues sin duda eres tú el más pre-

untuoso de todos.. . repuso-Aver , ¿cómo te llamas?..."

Días después, desde su pupitre, para interrogarme,

improvisó, entre burlón y afectuoso:

"En la pálida silueta de los cielos

se destaca tu figura, Vasconcelos."

El hombre áspero ganó fácilmente mi afecto. Pero pasa­

ron muchos años antes de que pudiese apreciar todo el

alcance de su lucha ingrata contra el medio que nos incu­

baba.

U N ATENEO DE LA JUVENTUD

Nuestra agrupación la inició Caso con las conferencias y

discusiones de temas filosóficos, en el salón del Ge-

neralito de la Preparatoria, y tomó cuerpo de Ateneo con

la llegada de Henríquez Ureña, espíritu formalista y aca­

démico. Lo de Ateneo pasaba, pero llamarle de la ju ­

ventud cuando ya andábamos en los veintitrés, no com­

placía a quien como yo se sintió siempre mas allá de sus

años. Era como ampararse en la minoría al comienzo de

una batalla comenzada antes del arribo de Pedro Henrí­

quez. La batalla filosófica contra el positivismo. El aban­

derado fue siempre Caso y nuestro apoyo Boutroux. El

libro de éste sobre la contingencia de las leyes naturales,

hábilmente comentado, aprovechado por Caso, destruyó

en un ciclo de conferencias, toda la labor positivista de

los anteriores treinta años. No puedo decir que a mí tam­

bién me impresionara el libro de Boutroux. Negativo en

sus conclusiones, No me importaba gran cosa el proble­

ma de si las leyes de la ciencia eran simplemente sumas

de experiencias o coincidían con la necesidad lógica; lo

que yo anhelaba era una experiencia capaz de justificar

la validez de lo espiritual, dentro del campo mismo de lo

empírico. Y es esto lo que creí deducir de Maine de Biran

y su teoría del "sentimiento del esfuerzo"... De aquí la

doble dirección del movimiento ideológico del Ateneo.

Racionalista, idealista con Caso, antiintelectualista, vo-

luntarista y espiritualizante en mi ánimo.

Por su parte los literatos Pedro Henríquez, Alfonso

Reyes, Alfonso Cravioto, imprimieron al movimiento una

dirección cultista mal comprendida al principio, pero útil

en un medio acostumbrado a otorgar palmas de genio al

azar de la improvisación, y fama perdurable, sin más

prueba que alguna poesía bonita, un buen artículo, una

ingeniosa ocurrencia.

Por otra parte, mi acción en aquel Ateneo, igual que

en círculos semejantes fue siempre mediocre. Lo que yo

creía tener dentro no era para ser leído en cenáculos,

casi ni para ser escrito. Cada intento de escribir me pro­

ducía decepción y enojo. Se me embrollaba todo por

falta de estilo, decía yo; en realidad, por falta de claridad

en mi propia concepción. Además, no tenía prisa de

escribir; antes de hacerlo me faltaba mucho que leer,

mucho que pensar, mucho que vivir. Algunos de mis

colegas lo comprendían y afirmaban su esperanza en lo

que al cabo harían. No faltó, sin embargo, literatuelo pre­

coz y más tarde fallido, que me dijese como negándome

el derecho de ateneísta.. . - "Bueno y tú ¿qué escribes,

qué haces?..." Le respondí, deliberadamente enigmático

y pedante: "yo pienso"...

Con todo, se acercaba la fecha del examen profesio­

nal y era menester presentar una tesis. Ningún tema jurí­

dico me interesaba. La economía política la había estu­

diado como el que más, rebatiendo al catedrático el

supuesto carácter de ley que daba a la oferta y la

demanda, oponiendo al Leroy Beaulieau del texto, los

argumentos socialistas a lo Lasalle y Henry George.

Pero, aquello era la despensa del edificio científico, tema

para las amas de llaves de la inteligencia. Eliminando

aquí y allá, llegué, por fin, a la única pregunta que me

había interesado en relación con la disciplina jurídica:

¡Qué puesto ocupa ésta, en el concierto de las causas!

¡Cuál es la índole íntima del fenómeno jurídico! ¡Qué

relación hay entre el acto jurídico y la ley más general de

la ciencia, la ley de conservación de la energía! En otros

términos deseaba ensamblar en la doctrina de la prepa­

ratoria la práctica de Papiniano. Para ello urgía otorgar

al derecho un valor conexo del principio general del

saber de la época. Así como para el romano, la lógica

aplicada a las relaciones sociales dio la norma jurídica,

ahora había que buscar un entronque causal y dinámico

para explicar las funciones sociales y más especialmen­

te, los conflictos de apetencia que determinan la necesi­

dad del derecho. Una solución dinámica; con sólo enun­

ciarlo ya tenía marcado el camino, pero el momento era

tímido. Los libros del propio Caso dan fe de esta ten­

dencia erudita. Los literatos de mi grupo no se decidían

a escribir, por ejemplo, una novela; se gastaban en

comentarios y juicios de la obra ajena a lo Henríquez

Ureña, que les hacía de maestro. Atenido, pues, a mi

propia audacia, busque analogías del acto jurídico, con

el acto voluntario de los psicólogos, con el acto biológi­

co, con el proceso químico, y, finalmente, con el mecá­

nico. Tal y como se solucionan los conflictos de fuerza,

así deberían solucionarse en una sociedad perfecta los

conflictos jurídicos. En teoría, quien más haya menester

de una cosa, quien más ponga en ella apetencia y volun­

tad, ese debe ser su dueño, en tomo de estas apeten­

cias sinceras, la sociedad debe obrar como en la com­

posición de fuerzas, colaborando con los deseos nobles,

vigorosos pero libres de mezquindad. Me hacía falta

entonces discutir, hablar las ideas antes de escribirlas.

Con Caso me puse a hablarlas, me ayudó con su instin­

to de sabio y su visión lúcida. Él no estaba conforme con

mi ocurrencia; el derecho era un fenómeno social; no

aparecía donde no había coacción; no era legítimo con­

cebir el derecho como un impulso natural, menos como

una fuerza. En torno al Tratado Ético Político de

Espinoza, discutimos largamente. Fundándome en el

libro de Fouillé, sobre las ideas fuerzas, objetaba yo que,

aun la ideación, fenómeno más imponderable que volun­

tad manifestada en el derecho, era asimilable y debía

serlo al concepto de fuerza, noción física y de toda la

filosofía, noción moderna.

Escribí sobre el Derecho como fuerza y dinamismo

interno de las relaciones sociales. Partiendo del concep­

to primordial de impulso, procuré determinar de qué

manera, dentro del juego múltiple de la dinámica, emer­

ge la oposición jurídica tal fatalmente como choca y se

combina la fuerza de los remos y las fuerza de la corrien­

te en el bote que sube el r ío. . . Cuando llegué a definir:

"Concepto Dinámico del Derecho", sentí pasar por la

frente un relámpago. Antes que a nadie, leí mis cuartillas

a Caso.. .-"Es cur ioso- observó-; ha escrito usted bas­

tante páginas sin hacer citas y sin perder de vista su

tema.. . es raro que nosotros no podamos escribir así. . .

en fin es original su trabajo y lo felicito."

Y su enhorabuena fue sincera porque consciente

Caso de su propio valer, no conocía la envidia y era por

naturaleza generoso.

Las dudas se adormecían con las discusiones seudofilo-

sóficas de nuestro cenáculo literario. Caso seguía siendo

el eje de nuestro grupo, pero su carácter apático y a ratos

insociable no hubiera mantenido alianzas sin la colabo­

ración de Henríquez Ureña. Educado en colegios de tipo

antiguo, desconocía por completo la teoría científica y el

proceso del pensamiento filosófico. En preparación lite­

raria, en cambio, nos aventajaba. Por su iniciativa entró a

nuestro círculo demasiado abstracto, la moda de Walter

Pater. Su libro dedicado al platonismo durante mucho

tiempo nos condujo a través de los diálogos. Leíamos

éstos en edición inglesa de Jewett. En la biblioteca de

Caso o en la casa de Alfonso Reyes, circundados de

libros y estampas célebres, disparatábamos sobre todos

los temas del mundo. Preocupados, sin embargo, de

poner en orden a nuestro divagar y buscando bases dis­

tintas de las comtianas, emprendimos la lectura comen­

tada de Kant. No logramos pasar de la Critica de la Ra­

zón, pero leíamos ésta párrafo a párrafo deteniéndonos

a veces en un renglón. Luego, como descanso y recreo

de la tarea formal, leíamos colectivamente el Banquete o

el Fedro. Llevé por primera vez a estas sesiones un doble

volumen de diálogos de Yajnavalki y sermones de Buda

en la edición inglesa de Max Muller por entonces recien­

te. El poderoso misticismo oriental nos abría senderos

más altos que la ruin especulación científica. El espíritu

se ensanchaba en aquella tradición ajena a la nuestra y

más vasta que todo el contenido griego. El Discurso del

Método cartesiano, las obras de Zeller sobre filosofía

griega, y Windelband, Weber, Fouillé en la moderna, con

mucho Schopenhauer y Nietzsche por mi parte y bastan­

te Hegel por la de Caso, tales eran los asuntos de nues­

tro bisemanal departir. De Hegel leí la Estética, sabore­

ando la contradicción que me inspiraba cada página. Por

ejemplo, desde antes de conocer el gótico ya tenía for­

mulado el propósito de escribir una estética fundada en

la cúpula iránica. Prefería el arte profuso totalizante de la

India al arte esquemático que el europeo adopta de

modelo a causa de cierto primitivismo estético o bien por

exceso de abstracción idealista. Hurgando en el pensa­

miento exótico caí, por fin, en mi predilección más per­

manente: la Escuela de Alejandría. La conocí a través del

libro admirable de Vacherot. Había de él un solo ejemplar

en la Biblioteca Nacional. Durante muchos años traté de

adquirir esta obra que tantos anhelos despertaba en mi

conciencia. En mis destierros por los Estados Unidos

volví a encontrarla en la biblioteca de Washington y de

Nueva York, pero siempre como ejemplar raro. Y una vez

en París me la señalaron en un catálogo de ediciones

agotadas; pedían quinientos francos por el volumen. Ya

había sido hasta ministro pero no pude afrontar el gasto.

Al principio, los discursos de Juliano, que Vacherot da en

resumen, me causaban emoción profunda, me hacían

llorar. Imaginaba al gran equivocado perdonado por Je­

sús, reconciliado en lo Divino. Otra edición que en vano

procuré poseer es el Bouillet con las Eneadas de Plotino,

que leía en la Biblioteca Nacional.

Mis compañeros eran goethianos y se complacían

descubriendo reflejos olímpicos en el busto que guarda­

ba Caso en su estudio. La discusión acerca de los carac­

teres del hombre grande nos consumía largos ratos. Yo

no le perdonaba a Goethe su servilismo con los podero­

sos, y proclamaba a Dante y a Platón como prototipos de

la grandeza humana. En cuanto a Spencer, sólo lamen­

tábamos que su evolución no le hubiese logrado en dos

mil años de ensayo un talento comparable al de Gorgias.

Mis colegas se dejaban llevar de la afición erudita. Y

menos malo que la erudición de entonces estuvo domi­

nada por la figura grande de Menéndez y Pelayo. Todos

releíamos su Historia de la Ideas Estéticas y los Hetero­

doxos. Aun no llegaba por América el contagio de los

estudios detallistas y formales, gongorismos y prosa de

filósofos que tropiezan con las sintaxis. Manejábamos

ideas preocupándonos de la esencia del pensamiento,

más que de la moda de su atavío. Nos preocupaba el ser,

no la "Cultura". No nacía aún o no nos llegaba esta nueva

relación del saber por el saber, más necia que la misma

religión de la ciencia que en aquel instante superábamos.

Por mi parte, nunca estimé el saber por el saber. Al con­

trario: saber como medio para mayor poderío y en definiti­

va para salvarse; conocer como medio de alcanzar la su­

prema esencia; moralidad como escala para la gloria, sin

vacío estoicismo, tales mis normas, encaminadas fran­

camente a la conquista de la dicha. Ningún género de cul­

to a lo que sólo es medio o intermedio y sí toda vehemen­

cia dispuesta para la conquista de lo esencial y absoluto.

Mis colegas, leían, citaban, cotejaban por el sólo amor

del saber; yo egoístamente atisbaba en cada conoci­

miento, en cada información, el material útil para organi­

zar un concepto del ser en su totalidad. Usando de una

expresión botánica muy en boga en nuestro medio, to­

maba de la cultura únicamente lo que podía contribuir a

la eclosión de mi personalidad. Yo mismo era brote inmer­

gido en los elementos y ansioso de florecer. Usaría las

raíces, el tallo, las hojas, cuanto pudiese contribuir a la

eclosión personal. Contrastando temas como el de Richet

el Psicólogo y Main de Biran, el vitalista, seguía desde

sus comienzos, en la irritabilidad, hasta sus deliberacio­

nes en el análisis de Stuart Mili, los procesos de la volun­

tad, buscando en su desarrollo, el momento en que la ley

moral se hace independiente si no es que se opone a la

ley fisicobiológica. Desechando como vanos los esfuer­

zos de Spencer en la Justicia, cuando concluye que el

acto ético es simple extensión y sobrante del egoísmo

biológico, yo enfrentaba el acto ético al mecánico y a par­

tir de tal antítesis desarrollaba toda una teoría sobre la

actividad, desinteresada, en el sentido de ajena al rigor de

causa y efecto. Para indicar la nueva actividad, usaba de

una palabra que inventamos en nuestras deliberaciones:

atelesis, sin causa, energía espontánea y espiritual. Así,

a base de dinamismo contemporáneo y de sugerencias

de Tales de Mileto, tomadas de Zeller, empecé a construir

una tesis que, por sus derivaciones estéticas, ligué al

nombre de Pitágoras. Por relámpagos mentales que me

causaban una dicha infinita, captaba conceptos que en

seguida traducía en apuntes. De tal manera se fue orga­

nizando el material de mi primer ensayo sobre Pitágoras.

Un dinamismo que se inicia en las cosas, pero transfor­

mándose por intermedio del hombre, se dirige a lo divino.

Mi vida tenía ya un objeto, pues había dado con el tema

necesario para componer una infinidad de variaciones, si

no es que la completa sinfonía de un sistema.

Mis apuntes de entonces, incompletos, desordena­

dos, inútiles para la publicación inmediata, contenían,

sin embargo, la esencia de lo que más tarde he desa­

rrollado. Suscitada por El origen de la Tragedia de

Nietzsche, apunté mi teoría de una tercera etapa místi­

ca, superadora de lo dionisíaco. A fin de desenvolverla

estudié el baile según el triple concepto. Encarnaba el

período apolíneo en el baile clásico, según las estampas

y las teorías de Isadora Duncan. Representaba lo dioni­

síaco el género f lamenco andaluz, según la versión vo­

luptuosa de una Pastora Imperio, y, por último, imagina­

ba lo místico según la danza religiosa de las bayaderas

que convierten la voluptuosidad en ofrenda paralela del

incienso que aroma el altar.

Por contagio del ambiente literatesco me metí a la ta­

rea ingrata de escribir descripciones de cada una de

estas danzas. Leía estos trozos en el Ateneo y resultaban

pobres, defectuosos de estilo. No revelaban lo que había

querido poner dentro de la trama verbal. Ni me hubiera

bastado ninguna literatura para una composición en la

que yo vertía las resonancias del Cosmos. Hubo uno, no

sé si Chucho Acevedo, quien dijo: Tu asunto requeriría el

estilo de Mallarmé. Imposible convencerlos de que un

Pater, un Mallarmé, intérpretes de decadencias, no pue­

den con el peso de una visión nueva, vigorosa y cabal

del mundo. No era estilo lo que me faltaba sino precisión,

claridad del concepto. Pues mi concepto resultaba de tal

magnitud que al desenvolverse crearía un estilo, cons­

truiría su propia arquitectura. En desquite pensaba:

"Estos colegas míos literatos, van a salirme un día con

que los fragmentos de Pítágoras necesitan el retoque de

algún Flaubert."

Muchos de ellos fueron avanzada de los que hoy des­

deñan a Balzac por sus descuidos de forma y, en cam­

bio, soportan necedades de Gide o de Proust, como que

eternamente los profesionales del estilo ignoran el ritmo

de relámpago de los mensajes que contienen espíritu...

D E INTÉRPRETE

Con motivo de cierto negocio tuve ocasión de ver por pri­

mera vez, de cerca, al viejo Caudillo. Me llevó Warner a

una conferencia en calidad de intérprete. Se trataba de

solicitar garantías para unos mineros yanquis del Estado

de Oaxaca. Nuestro cliente exhibía presentaciones del

Presidente americano Taft, que le abrían todas las puer­

tas del mundo oficial. Nos recibió el viejo en el Salón

Verde del Palacio. Se sentó con sencillez para escuchar

nuestro caso con atención que ya hubieran querido los

clientes mexicanos. Antes de abordar el asunto me inte­

rrogó: - " ¿ D e dónde es usted?"... - D e Oaxaca.. . - " ¿ S e

llama?" "¿Hijo de quién?"... "Ah, nieto de Calderón. Y

dígame, ¿cómo está Carmita?" - Murió, etc. Se había

acordado de la niña que cuarenta años antes, preparaba

las vendas con que se curaba la herida el patriota. Algo

familiar advertí en su voz, su ademán; sin embargo, no

caí en sentimentalismo. Estaba yo frente al amo de los

mexicanos y no lo encontré ni simpático ni extraordinario.

DE POLÍTICO

Por más que no desempeñaba cargo alguno oficial, no

fue posible alejarme del todo de las actividades políticas.

A efecto de preparar nuestra intervención en las próxi­

mas elecciones y para defender los intereses de la revo­

lución, que con pocas excepciones habían quedado

fuera del gobierno, designó Madero un Comité al que to­

có organizar el Partido Constitucional Progresista. Nom­

brado entre los de la Comisión, más tarde resulté Vice­

presidente del nuevo Partido. A él empezaron a afiliarse

algunos patriotas y otros que sonreían a la nueva situa­

ción a efecto de ganar un puesto. También comenzamos

a ser el blanco de los irreconciliables, los caídos de la

pasada administración que por reconocerse taras irre­

mediables, no veían esperanza de medrar, donde gober­

násemos nosotros.

ADRIANA

Con motivo de estas innobles embestidas de la oposi­

ción, me referiré a la que ejerció tanta influencia en cier­

ta época de mi vida. La llamaremos Adriana. Se presen­

tó a mi despacho con tarjeta del propio Madero. Necesi­

taba abogado, pero no ante los tribunales, sino ante la

opinión. Hacía tiempo que la molestaban bajamente, sólo

porque se había atrevido a inaugurar un servicio de

enfermeras neutrales, cuando la Cruz Roja porfirista de­

claró que no curaría a los rebeldes. El país entero acla­

mó entonces como heroína a quien supo reclutar muje­

res y médicos, para acudir al campo rebelde desatendi­

do del servicio oficial. Pero ahora se volvían contra ella,

a veces hasta los mismos que la habían aplaudido. Su

fidelidad al gobierno la arrastraba en la misma ola de fan­

go que a nosotros nos batía. Sin titubeo escribí una serie

de artículos apasionados en defensa de la correligionaria

y en homenaje de la mujer cuya belleza notoria, desde el

primer momento me fascinó. Para caracterizar su atracti­

vo desenterré la frase de Eurípides: "hermosura punzan­

te como la de una rosa.. ."

Era una Venus elástica, de tipo criollo provocativo y

risa voluptuosa. Pronto comprobé que era una de las

raras mujeres que no desilusionan en la prueba, sino que

avivan el deseo, acrecientan la complacencia más allá de

lo que promete la coquetería y lo que exige la ambición.

Para platicar de sus asuntos me visitaba en el bufete

cuando concluía la jornada. Algunas veces esperaba

mientras atendía algún cliente de última hora o daba las

órdenes para el trabajo del día siguiente. Luego salíamos

tomados del brazo, caminando por las calles más concu­

rridas, olvidados de la gente y de sus asechanzas. Aca­

baba de ascender Madero a la Presidencia. Celebraba

la ciudad las Posadas tradicionales; mi esposa las feste­

jaba con sus amistades de Oaxaca. Los familiares de

Adriana también se divertían en su círculo. Ella y yo, los

dos solitarios, más bien, acompañados del mundo, com­

prábamos de paso, la langosta en el Colón, y champaña,

y tomábamos el camino de Tizapán. Vivía allí, en una

pequeña quinta que le cediera provisionalmente su

padre, modesta de habitaciones pero con jardín magnífi­

co y árboles seculares.

Las palabras de Adriana fluían como las notas de la

flauta que hipnotiza a las bestias. Desde hacía años la

serpiente de mi sensualidad reclamaba una encantado-

ra. A su lado brotaba de mi corazón la ternura y de mis

sentidos el goce. La boca de Adriana, fina y pequeña,

perturbaba por un leve bozo incitante. Unos dientes blan­

cos, bien recortados, intactos sobre las encías limpias,

iluminaban su sonrisa. La nariz corta y altiva temblaba en

las ventanillas voluptuosas; un hoyuelo en cada mejilla le

daba gracia a los ojos negros, sombreados, abismales,

contrastaban con la serenidad de una frente casi estre­

cha y blanca, bajo la negra cabellera abundosa. Decía de

ella la fama que no se le podría encontrar un solo defec­

to físico. Su andar de piernas largas, caderas anchas,

cintura angosta y hombros estrechos, hacía volver la

gente a mirarla. Largo el cuello, corto el busto, aguzados

los senos, ágilmente musical el talle, suelto el ademán,

estremecía dulcemente el aire desalojado por su paso.

Bajo la falda, una pantorrilla gruesa remataba en tobillo

airoso, redondo y empeine arqueado de danzarina. El

vientre de Adriana era digno de la esmeralda de Salomé.

Deprimido el esófago, adelantado en el pubis. Cuando

vestía seda entallada color de vino, su cutis delicado era

nácar y oro. Y bastaba tocarle la mano para sentir la

voluptuosidad de los serrallos.

Tan rara perfección del demonio andaba ya por los

treinta y no había llegado ni a bailarina famosa ni a reina.

De broma solía decirle que era lo mejor del botín revolu­

cionario, por lo que yo me la adjudicaba. La vida anterior

de Adriana era un tanto turbia, casada y divorciada, una

vez, viuda otra, conocía el idioma inglés con esa perfec­

ción que no se adquiere en los libros. Por el sur de Es­

tados Unidos vivió una temporada y allí aprendió enfer­

mería. Entre sus ascendientes había un ministro de

Juárez y emigrantes vascos establecidos desde antiguo

por Veracruz. Era perseguida de pretendientes y de mur­

muradores. Para dormir a su lado era preciso guardar un

ojo en asecho. Especialmente en aquella casa quinta de

árboles frondosos y tapias altas, donde caían, ya tarde,

dos o tres hermanos celosos.

Uno de los más recientes caprichos de Adriana había

sido presentarse a una asamblea de estudiantes de

Medicina, donde se hacía censura de su gestión como

enfermera en campaña. Al principio, su belleza se impu­

so, pero se mostró gobiernista en su discurso, y ciertos

galanteadores desechados hicieron correr la voz de que

era la amante de Madero; la heroica asamblea se puso a

sisearla. Ocurrió todo esto días antes de que yo la diri­

giera. Lo primero que le aconsejé fue la abstención com­

pleta de toda presencia en público y el silencio. Que me

dejara a mí liquidar esas cuentas: ya llegaría la ocasión.

Se presentó ésta justamente, con motivo de las mani­

festaciones antimaderistas que siguieron a la visita de

Manuel Ugarte. Los estudiantes, equivocados, se hacían

instrumento de los enemigos del nuevo régimen o del

sentir de sus familiares heridos en algún interés personal,

o simplemente resultaban un reflejo de la pasión acumu­

lada en el ambiente del momento. Lo cierto es que lleva­

ban días de celebrar juntas y pronunciar discursos por

plazas y calles. Nos acusaban de falta de patriotismo. El

gobierno despilfarraba, si no es que robaba, los dineros

de la reserva acumulada por Porfirio Díaz. La nación

estaba en peligro. La juventud debía actuar. Crecidos en

sus exigencias, los alumnos de Jurisprudencia echaban

de la Dirección a Luis Cabrera. Otro grupo se había ido a

buscar profesores del porfirismo para fundar la Escuela

Libre de Derecho. Para campeones de la ley buscaban a

los antiguos servidores de la tiranía. Sin embargo, todo el

mundo observaba y callaba. La prensa toda tomó el par­

tido de "la juventud". Se erguía el fetiche del estudiante.

Tanta confusión de valores me irritaba aun sin estar yo

mezclado en ella, pero ahora la amistad con Adriana me

encendió. Llamé a un reportero del diario más leído; le

entregué unas declaraciones. Recordaba en ellas el

envilecimiento de la clase estudiantil durante el porfiris­

mo. Hacía memoria de las mascaradas de adhesión al

caudillo encabezadas con los estandartes de las escue­

las que tantas veces así deshonramos. Que no anduvie­

ran ahora hablando de la libre Escuela de Jurispruden­

cia, porque no había sabido serlo durante la tiranía y

ahora abusaba de la libertad. "Qué no se ufanaran nada

más de ser jóvenes, porque se podría ser joven y servil,

como lo fue la mayoría que no se conmovió con nuestra

prédica revolucionaría, que no contribuyó al peligro ni

oyó la voz del deber..." El efecto fue inmediato; se jun­

taron todas las escuelas y decidieron celebrar una mani­

festación de protesta contra mí persona. Por momentos

recibía de los amigos noticias de la marcha de los deba­

tes y de los términos del plan aprobado. Los diarios de la

tarde publicaron los discursos adversos y el programa de

la manifestación hostil. Una palpitación de odio conmo­

vió a la ciudad. A eso de las seis de la tarde desembo­

caba la columna por Plateros. Varios miles de colegiales

venían de sus escuelas del rumbo de San Ildefonso y se

dirigían a mi despacho en la calle de San Francisco.

Avanzaban por la avenida gritando "mueras" y detenién­

dose en las esquinas para pronunciar discursos. El públi­

co de paseantes que a esa hora llena la avenida, escu­

chaba con maledicencia y curiosidad. Por la lengua inge­

nua de la juventud hablaba el rencor anónimo. Algunos

oradores no me conocían, pero se exaltaban adjetiván­

dome. Cuando llegaron casi a la esquina de la "High

Life", cerré mi balcón y bajé a la calle para curiosear. Me

situé enfrente por el callejón de los Azulejos. Allí, con la

salida franca, escuché la algarabía. No pasó de algún

vidrio roto en los bajos. Los manifestantes llegaron ya

fatigados y como mi balcón era alto y lo vieron a oscuras,

duraron poco en su labor ofensiva. Se dispersaban ya

cuando un grupo me vio, al borde de la acera. La sor­

presa de encontrarme a pie, revuelto entre ellos, me dio

tiempo a cambiar de calle y perderme de nuevo entre la

gente. A la vuelta tomé un taxi. No había querido que

uno solo de mis amigos me acompañara en el trance,

porque secretamente y en sitio previamente convenido,

me esperaba Adriana. La encontré excitada, nerviosa,

casi dichosa. Ella también había buscado la manifesta­

ción y desde un auto la siguió a distancia.

¿Ahora qué haría yo? Qué bien les había dolido el

castigo. ¿Y qué más iba yo a decirles? Por lo pronto

resolvimos cenar juntos. Después, ¡sí los muchachos

hubieran podido imaginar mi gratitud! Pocas veces un

vencedor fue tan ampliamente recompensado.

MADERO, GOBERNANTE

Nunca prometió Madero imposibles, por más que sus

enemigos lo tacharon de demagogo. Desde sus primeros

discursos a los obreros de Orizaba, recordó que el secre­

to de la prosperidad está en el trabajo y no en la engañi­

fa de sistemas que adulan a tal o cual clase de la pobla­

ción. Sin incitar al indio contra el blanco, inició la tarea de

despertar a la raza vencida; sin proclamarse de derecha

o de izquierda estuvo siempre atento al mayor bien de los

humildes, sin preocuparse de la enconada hostilidad de

los explotadores. Más allá de lo económico también vio

su atención de estadista. Durante su gobierno la educa­

ción pública recibió el primer gran impulso de difusión. En

los mejores tiempos de la administración porfirista, el pre­

supuesto de educación pública no alcanzó más de ocho

millones de pesos. Madero elevó el presupuesto de

Educación a doce millones y con el aumento estableció

las primeras escuelas rurales sostenidas por la

Federación. La Universidad le fue antipática por su posi­

tivismo que él quería sustituir con un espiritualismo libre.

Su empeño de difundir la enseñanza respondía al deseo

de cimentar la democracia. Desde el principio nuestra

sociedad padece la periódica invasión de la barbarie del

campo sobre los centros de cultura que se forman en la

ciudad. Cada revolución ha sido desencadenamiento sal­

vaje que arrasa el trasplante europeo penosamente cul­

tivado por mestizos y criollos. Así, nuestras ciudades son

islotes de un mar de incultura.

Desde la época de las Misiones, la dificultad de pene­

tración en la masa indígena explica el constante peligro

de la idea cristiana, diseminada en un ambiente que si­

gue siendo azteca en su capa profunda. Transformar es­

te aztequismo subyacente, es una condición indispensa­

ble para que México ocupe sitio entre las naciones civili­

zadas. Mientras no sean educadas las masas, subsistirá

el sistema de sacrificios humanos, así se llame Victoriano

Huerta o Plutarco Elias Calles el Moctezuma en turno.

Todo esto sentía latir Madero bajo la costra de la demo­

cracia que implantaba. El viejo instinto que pide sangre

no estaba vencido. Para aplastarlo confiaba en su ejem­

plo y confiaba en la escuela. Con diez años de escuela

maderista, no hubiera sido ya posible el carrancismo; no

habrían vuelto a aparecer en nuestra historia los Orozco

y Panchos Villa. Madero liquidaba el facundismo, la su­

premacía del bruto armado, sobre el civilizado construc­

tor. Es decir, cambiaba el sentido de la historia nacional.

Y nunca desperdició ocasión de hacer prevalecer los

valores de la mente sobre los impulsos del instinto. Entre

los hombres del porfirismo salvó a Justo Sierra, lo hizo

Ministro de México en España. Y al ocurrir su muerte

honró al educador por encima del guerrero.

En el Paraninfo de la Universidad se celebró una

mañana la ceremonia mortuoria. Presidió Madero desde

el sitial de la Rectoría. Llenaron el hemiciclo centenares

de estudiantes, poetas, artistas, jóvenes, viejos, mujeres,

todo lo que en México representaba algo en materia de

pensamiento. En la plataforma central, el féretro recién

desembarcado de ultramar, cubierto de paños negros,

era escoltado por guardia de honor, alumbrado con pebe­

teros de llama azulosa.

Dijo el discurso oficial Urueta. Recordando su protec­

ción comparábalo a la de aquel elefante de la India que

vigila a los niños cuando juegan y los recoge con la trom­

pa en el instante en que trasponiendo los linderos del jar­

dín podrían ser presa de las fieras que vagan en torno.

Urueta lloraba al terminar su discurso; el auditorio se con­

movió profundamente y Madero secó en público sus lá­

grimas. Nada le debía a Don Justo, pero rubricaba el es­

fuerzo del patriota que persistió en su tarea no obstante el

medio impuro que hubo de tolerar. La gente se sorprendía

de ver al Presidente llorando y no pocos siervos murmura­

ron: Aquello era contrario a la dignidad del cargo. Echaban

de menos las salvajes caras protervas de nuestra galería

criminalógica presidencial. Otros recordaban al tirano de

ayer que lloraba cuando le comunicaban el cumplimiento

de sus propias órdenes de fusilamiento. Un buen número

de personas, sin embargo, comprendió la trascendental

diferencia de las dos maneras de llanto, y en patriótico

voto asoció los nombres de Justo Sierra y Madero.

Desde una cámara lateral, la orquesta del Conser­

vatorio ejecutó los temas lentos, lacerantes de la Marcha

fúnebre Chopiniana. Hubo otro discurso, y, al final, acom­

pañando el cortejo, escuchóse la marcha del Crepúsculo

de los Dioses: dolor esencial inconsolable de cada desti­

no; la ilusión del heroísmo cortada por la brutalidad ine­

xorable de la muerte. Duda de la inmortalidad. Sin em­

bargo, valía la pena una vida de dolor a fin de merecer

los lamentos heroicos de la creación Wagneriana.

Afuera, bajo una mañana de gloria, se descubría el

pueblo alineado en las avenidas, por todo el trayecto al

Cementerio de Dolores. En el ánimo de los que formá­

bamos la comitiva persistía la sensación del río Wag-

neriano que se derrumba en abismos, arrastra las imáge­

nes y avanza disolviendo, liquidando la tarea del mundo.

Y como éramos por entonces Nietzschianos, experimen­

tábamos la hueca conformidad del orgullo que se con­

templa a sí mismo y se engríe, así sea de su propia feal­

dad. . .

Oficialmente acababa nuestro héroe como había vivi­

do: atento únicamente al proceso que se palpa y se des­

hace en la mano del experimentador. Su entierro no pudo

tener pompa religiosa. Se quedó en el Góttadámerung

sin llegar al Parsifal. En lo privado, sabíamos todos que

en cierta visita de Lourdes, la visión sobrenatural había

tocado el corazón del poeta y esto contribuyó a que todo

México: el catolicismo, la ciencia y el anhelo de libertad,

conjugaran su impulso aquel día de duelo con esplendo­

res de patriótica esperanza.

José Vasconcelos

JOSÉ VASCONCELOS

DISCURSOS*

TOMA DE POSESIÓN COMO RECTOR DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE MÉXICO

( 1 9 2 0 )

Llego con tristeza a este montón de ruinas de lo que antes

fuera un Ministerio que comenzaba a encauzar la educación

pública por los senderos de la cultura moderna. La más estu­

penda de las ignorancias ha pasado por aquí asolando y des­

truyendo, corrompiendo y deformando, hasta que por fin ya sólo

queda al frente de la educación nacional esta mezquina jefatu­

ra de Departamento que ahora vengo a desempeñar, por obra

de las circunstancias; un cargo que seria decorativo si por lo

vano de sus funciones no fuese ridículo; que sería criminal si la

ley que lo creó no fuese simplemente estúpida. Doloroso tiene

que resultar para toda alma activa venir a vigilar la marcha pau­

sada y rutinaria de tres o cuatro escuelas profesionales y quitar

la telaraña de los monumentos del pasado, funciones a que ha

sido reducida nuestra institución por una ley que debe calificar­

se de verdadera calamidad pública.

Pero esta tristeza que me invade al contemplar lo que mira­

mos, sería mucho más honda, sería irreparable si yo creyese

que al llegar aquí, iba a entregarme a la rutina, si yo creyese

que iba a meter mi alma dentro de estos moldes; si yo creyese

que de verdad iba a ser rector, sumiso a la ley de este instituto.

No, bien sé, y lo saben todos, que el deber nos llama por otros

caminos, y así como no toleraríamos que los hechos consuma­

dos nos cerrasen el paso, tampoco permitiré que en estos ins­

tantes el fetiche de la ley selle mis labios; por encima de todas

las leyes humanas está la voz del deber como lo proclama la

conciencia, y ese deber me obliga a declarar que no es posible

obtener ningún resultado provechoso en la obra de educación

del pueblo, si no transformamos radicalmente la ley que hoy

rige la educación pública, si no constituimos un Ministerio

Federal de Educación Pública. Ese mismo deber me obliga a

declarar que yo no he de conformarme con estar aquí bien

pagado y halagado en mi vanidad, pero con la conciencia vacía

porque nada logro. La tarea de conceder borlas doctorales a los

extranjeros ilustres que nos visiten y de presidir venerables con­

sejos que no bastan para una centésima de las necesidades

sociales, no puede llenar mi ambición. Antes iré al más sonado

de los fracasos que consentir en convertirme en un cómplice de

la mentira social. Por eso no diré que nuestra Universidad es

muy buena y que debemos estar orgullosos de ella. Lo que yo

debo decir es que nuestras instituciones de cultura se encuen­

tran todavía en el periodo simiesco de sola imitación sin objeto,

puesto que sin consultar nuestras necesidades, los malos

gobiernos las organizan como piezas de un muestrario para

José Vasconcelos, textos, SEP/ UNAM, Antología general, prólo­go y selección de José Joaquín Blanco, México, 1982, pp. 284.

que el extranjero se engañe mirándolas y no para que sirvan.

He revisado, por ejemplo, los programas de esta nuestra

Universidad, y he visto que aquí se enseña Literatura Francesa,

con Tragedia Raciniana inclusive, y me hubiese envanecido de

ello, si no fuese porque en el corazón traigo impreso el es­

pectáculo de los niños abandonados en los barrios de todas

nuestras ciudades, de todas nuestras aldeas, niños que el

Estado debiera alimentar y educar, reconociendo al hacerlo el

deber más elemental de una verdadera civilización. Por más

que debo reconocer y reconozco la sabiduría de muchos de los

señores profesores, no puedo dejar de creer que un Estado,

cualquiera que él sea, que permite que subsista el contraste del

absoluto desamparo con la sabiduría intensa o la riqueza extre­

ma, es un Estado injusto, cruel y rematadamente bárbaro.

No por esto que os digo vayáis a creer que pasa por mi

mente el cobarde pensamiento de ofenderos insinuando que

sois vosotros los culpables. Bien sé que muchos de vosotros

habéis dedicado todas vuestras energías con desinterés y con

amor a la enseñanza. Sin embargo, no habéis podido evitar

nuestros fracasos sociales; no habéis servido todo lo que debí­

ais servir; acaso porque siempre se os ha mantenido con las

manos atadas y a causa de esto bien podéis afirmar que no

sois vosotros los responsables, puesto que no habéis sido los

dueños del mando.

No vengo, por lo mismo, a formular acusación contra deter­

minadas personas; simplemente traigo a la vista los hechos, y

cumpliendo con el deber de juzgarlos declaro que el

Departamento Universitario, tal como está organizado, no

puede servir eficazmente a la causa de la educación nacional.

Afirmo que esto es un desastre, pero no por eso juzgo a la

Universidad con rencor. Todo lo contrario, casi la amo, como se

ama el destello de una esperanza insegura. La amo, pero no

vengo a encerrarme en ella, sino a procurar que todos sus teso­

ros se derramen. Quiero el derroche de las ideas, porque la

idea sólo en el derroche prospera.

Os he dicho que yo no sirvo para conceder borlas de doctor,

ni para cuidar monumentos, ni para visar títulos académicos, y

sin embargo, yo quise venir a ocupar este puesto de rector que

tan mal se aviene conmigo; lo he querido porque he sentido que

este nuevo gobierno en que la revolución cristaliza como en su

última esperanza, tiene delante de sí una obra vasta y patriótica

en la que es deber ineludible colaborar. La pobreza y la igno­

rancia son nuestros peores enemigos, y a nosotros nos toca

resolver el problema de la ignorancia. Yo soy en estos instantes,

más que un nuevo rector que sucede a los anteriores, un dele­

gado de la revolución que no viene a buscar refugio para medi­

tar en el ambiente tranquilo de las aulas, sino a invitaros a que

salgáis con él a la lucha, a que compartáis con nosotros las res­

ponsabilidades y los esfuerzos. En estos momentos yo no

vengo a trabajar por la Universidad, sino a pedir a la Universidad

? rae *?¿3£>

« r a f c g s a i i t t g . ua asa .

Mural de Juan O'Gorman en la Biblioteca de la UNAM

que trabaje por el pueblo. El pueblo ha estado sosteniendo a la

Universidad y ahora ha menester de ella, y por mi conducto

llega a pedirle consejo. Desde hace varios años, muchos mexi­

canos hemos venido clamando porque se establezca en México

un Ministerio de Educación Federal. Creo que el país entero

desea ver establecido este Ministerio, y al ser yo designado por

la revolución para que aconsejase en materia de educación

pública, me encontré con que tenía delante de mí dos maneras

de responder: la manera personal y directa que hubiese consis­

tido en redactar un proyecto de ley del Ministerio de Instrucción

Pública Federal, proyecto que quizás habría podido llegar a las

Cámaras; y la otra manera, la indirecta, que consiste en venir

aquí a trabajar entre vosotros durante el periodo de varios

meses, con el objeto de elaborar en el seno de la Universidad

un sólido proyecto de ley federal de Educación Pública.

Me resolví a obrar de esta segunda manera que juzgo

mucho más eficaz; y habiendo tenido la fortuna de merecer la

confianza del señor Presidente de la República, vengo a deci­

ros: El país ansia educarse; decidnos vosotros cuál es la mejor

manera de educarlo. No permanezcáis apartados de nosotros,

venid a fundiros en los anhelos populares, difundid vuestra

ciencia en el alma de la nación.

Suspenderemos las labores universitarias si ello fuera nece­

sario, a fin de dedicar todas nuestras fuerzas al estudio de un

programa regenerador de la educación pública. De esta

Universidad debe salir la ley que dé forma al Ministerio de

Educación Pública Federal que todo el país espera con ansia.

Para realizar esta obra urgentísima no nos atendremos a nues­

tras solas luces, sino que solicitaremos la colaboración de todos

los especialistas, la colaboración de la prensa, la colaboración

del pueblo entero, pero queremos reservar a la Universidad la

honra de redactar la síntesis de todo esto.

Lo hacemos saber a todo el mundo: la Universidad de

México va a estudiar un proyecto de ley para la educación

intensa, rápida, efectiva de todos los hijos de México. Que todo

aquel que tenga una idea nos la participe; que todo el que tenga

su grano de arena lo aporte. Nuestras aulas están abiertas

como nuestros espíritus, y queremos que el proyecto de ley que

de aquí salga, sea una representación genuina y completa del

sentir nacional; un verdadero resumen de los métodos y planes

que es necesario poner en obra para levantar la estructura de

una nación poderosa y moderna.

Para deciros esto os he convocado esta noche. El cargo que

ocupo me pone en el deber de hacerme intérprete de las aspi­

raciones populares; y, en nombre de ese pueblo que me envía,

os pido a vosotros, y junto con vosotros a todos lo intelectuales

de México, que salgáis de vuestras torres de marfil para sellar

pacto de alianza con la revolución. Alianza para la obra de redi­

mirnos mediante el trabajo, la virtud y el saber. El país ha de

menester de vosotros. La revolución ya no quiere, como en sus

días de extravío, cerrar las escuelas y perseguir a los sabios. La

revolución anda ahora en busca de los sabios. Mas tengamos

también presente que el pueblo sólo estima a los sabios de ver­

dad, no a los egoístas que usan la inteligencia para alcanzar

predominio injusto, sino a los que saben sacrificar algo en bene­

ficio de sus semejantes. Las revoluciones contemporáneas

quieren a los sabios y quieren a los artistas, pero a condición de

que el saber y el arte sirvan para mejorar la condición de los

hombres. El sabio que usa de su ciencia para justificar la opre­

sión y el artista que prostituye su genio para divertir al amo

injusto, no son dignos del respeto de sus semejantes, no mere­

cen la gloria. La clase de arte que el pueblo venera es el arte

libre y magnífico de los grandes altivos que no han conocido

señor ni bajeza. Recuerdo a Dante proscrito y valiente, y a Bee-

í Relieve del mito de Quetzalcoatl

thoven al tanero y profundo. Los otros, los cor tesanos, no nos in­

teresan a nosotros, los hijos del pueblo.

Los hombres libres que no queremos ver sobre la faz de la

tierra ni amos ni esc lavos, ni vencedores ni vencidos, debemos

juntarnos para trabajar y prosperar. S e a m o s los iniciadores de

una cruzada de educac ión públ ica, los inspiradores de un entu­

s iasmo cultural semejante al fervor que ayer ponía nuestra raza

en las empresas de la religión y la conquis ta. No hablo so la­

mente de la educac ión escolar. Al decir educac ión me refiero a

una enseñanza directa de parte de los que saben algo, a favor

de los que nada saben; me refiero a una enseñanza que sirva

para aumentar la capac idad productora de cada m a n o que tra­

baja y la potencia de cada cerebro que piensa. No soy amigo

de los estudios profesionales, porque el profesionista t iene la

tendencia a convert i rse en parásito social, parásito que a u m e n ­

ta la carga de los de abajo y convierte a la escuela en cómpl ice

de las injusticias sociales. Neces i tamos producir, obrar recta­

mente y pensar. Trabajo útil, t rabajo product ivo, acción noble y

pensamiento alto, he allí nuestro propósi to. Pero todo esto es

una cumbre ; debe c imentarse en muy humi ldes bases, y sólo

puede fundarse en la d icha de los de abajo. Por eso hay que

comenzar por el campes ino y por el trabajador. Tomemos al

campes ino bajo nuestra guarda y enseñémos le a centupl icar el

monto de su producción mediante el emp leo de mejores útiles

y mejores métodos. Esto es más importante que adiestrar lo en

la conjugación de los verbos, pues la cultura es un fruto natural

del desarrol lo económico . Los educadores de nuestra raza de­

ben tener en cuenta que el fin capital de la educac ión es formar

hombres capaces de bastarse a sí m ismos y de emplear su

energ ía sobrante en el bien de los demás . Esto que teór ica­

mente parece muy sencil lo es, sin embargo , una de las m á s

difíci les empresas , una empresa que requiere verdadero fervor

apostól ico. Para resolver de verdad el p rob lema de nuestra

educac ión nacional , va a ser necesar io mover el espír i tu públ i ­

co y animar lo de un ardor evangél ico, semejante , como ya he

dicho, al que l levara a los mis ioneros por todas las regiones del

' Relieve de Buda

m u n d o a propagar la fe . Al cambiar la mis ión que el nuevo ideal

nos impone, es menes te r que camb ien también los procedi ­

mientos del hero ísmo. Me refiero a esto: todav ía hasta nuestros

t iempos lo mejor de la soc iedad femen ina de nuestra raza, las

a lmas más nobles, m á s ref inadas, más puras, se van a buscar

refugio al convento, d isgus tadas de una vida que sólo of rece

ru indades. Huyen de la soc iedad porque no ven en ella n ingu­

na misión ve rdaderamente e levada que cumplir. D e m o s , pues,

a esas a lmas la noble mis ión que les ha estado fa l tando: facil i­

témos les los medios de que se pongan en contacto con el indio,

de que se pongan en contacto con el humi lde y lo eduquen , y

ve remos c ó m o todos acuden con entus iasmo a la obra de rege­

neración de los opr imidos; ve remos cómo se despier ta en todos

el celo de la car idad, el en tus iasmo humani tar io. Organ icemos

entonces el ejército de los educadores que sust i tuya al ejército

de los destructores. Y no descansemos hasta haber logrado

que las jóvenes abnegadas , que los hombres cultos, que los

héroes todos de nuest ra raza se ded iquen a servir los intereses

de los desval idos y se pongan a vivir entre el los para enseñar­

les hábitos de trabajo, hábi tos de aseo, venerac ión por la vir tud,

gusto por la bel leza y esperanza en sus propias a lmas. Ojalá

que esta Univers idad pueda a lcanzar la gloria de ser la inicia­

dora de esta eno rme obra de redención nacional .

EL NUEVO ESCUDO DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL

En la sesión celebrada por el Consejo de Educación el

27 de abril del corriente año, fue presentada por el rector

la siguiente propuesta, relativa al cambio de escudo de la

Universidad, habiendo sido aprobada por unanimidad.

Considerando que a la Universidad Nacional corres­

ponde definir los caracteres de la cultura mexicana, y

teniendo en cuenta que en los tiempos presentes se

3 Relieve de Grecia • Relieve de la cultura hispánica

opera un proceso que tiende a modificar el sistema de

organización de los pueblos, sustituyendo las antiguas

nacionalidades, que son hijas de la guerra y la política,

con las federaciones constituidas a base de sangre e

idioma comunes, lo cual va de acuerdo con las necesi­

dades del espíritu, cuyo predominio es cada día mayor

en la vida humana, y a fin de que los mexicanos tengan

presente la necesidad de fundir su propia patria con la

gran patria hispanoamericana que representará una

nueva expresión de los destinos humanos; se resuelve

que el escudo de la Universidad Nacional consistirá en

un mapa de la América Latina con la leyenda; " P O R M I

R A Z A H A B L A R Á E L E S P Í R I T U " ; se significa en este lema la

convicción de que la raza nuestra elaborará un cultura de

tendencias nuevas, de esencia espiritual y libérrima.

Sostendrán el escudo un águila y un cóndor apoyado

todo en una alegoría de los volcanes y el nopal azteca.

México, D. F., a 27 de abril de 1921.

El Rector, licenciado José Vasconcelos

INAUGURACIÓN DEL NUEVO EDIFICIO DE LA

SECRETARÍA DE EDUCACIÓN PÚBLICA

Los habitantes de la ciudad de México recordarán la

montaña de escombros que llenaba el lote formado por

al antigua calle del Reloj, hoy 4 a de la República Ar­

gentina, la 9 a de la Perpetua, hoy de la República de

Venezuela y parte de la calle de San Ildefonso. Se había

derruido el antiguo edificio de la Escuela Normal de

Mujeres, y no se había logrado reemplazarlo en los últi­

mos diez años. En el fondo de un gran patio inconcluso

se alojaba la Escuela de Maestros, sin salida decorosa

para la calle, oculta entre el hacinamiento de los muros

derruidos y de la obra sin comenzar. La extensión del

sitio era tentadora; todo el que miraba aquello debía pen­

sar: ¿Por qué no se hará aquí una gran casa, como las

que hacían nuestros mayores en la época de Tolsá, en la

época en que se sabía construir? Y se reflexionaba en

seguida en la ruindad de las construcciones llamadas

modernas, en la arquitectura porfirista que angostó las

puertas señoriales, que redujo el vasto corredor español

a un pasillo con tubos de hierro, en vez de columnas y

lámina acanalada, en lugar de arquería; todo ruin como

la época; y contrastando con todo esto veíamos los

corredores de la antigua Escuela de Jurisprudencia, y

pensábamos; "poder construir ahora una obra así, con

altos arcos y anchas galerías, para que por ellas discu­

rran hombres"; "construir con amplitud, construir con soli­

dez", y estos pensamientos de erigir una obra en piedra

coincidían con los otros de construir una organización

moral, vasta y compleja: La Secretaría Federal de

Educación Pública; y unos y otros pensamientos se fue­

ron combinando, y a medida que el proyecto de creación

del Ministerio de Educación Pública cristalizaba en leyes

y reformas constitucionales, el proyecto de este edificio

* Mural de Diego Rivera (fragmento)

también tomaba cuerpo rápidamente. En efecto, era

necesario alojar la nueva Secretaría de Estado en algu­

na parte, y aunque los ricos de los barrios elegantes de

la ciudad, incitados por el afán de lucro, se apresuraron

a ofrecer en venta sus casas, yo las hallé tan inútiles que

para deshacerme de importunos, dije una vez a un pro­

pietario introduciéndolo al aula mayor de la Universidad

Nacional: "Mire usted, su casa cabe en este salón; no nos

sirve." Así era en verdad, puesto que nosotros necesitá­

bamos salas muy amplias para discurrir libremente, y

techos muy altos para que las ideas puedan expandirse

sin estorbo. ¡Sólo las razas que no piensan ponen el

techo a la altura de la cabeza! Pero después de

tamañas jactancias nos decíamos aterrados: ¿Y

cómo vamos a poder construir un palacio, si esta­

mos padeciendo la miseria de diez años de guerra;

si el porfirismo con todas sus riquezas no pudo dar

a la Secretaría de Educación más que un entresue­

lo de una casa señorial, y todavía después, el señor

Carranza arrojó de ahí a los educadores, porque ni

de un entresuelo los juzgó dignos? Y el peso de esta

tradición funesta nos hacía sentirnos tímidos, y vaci­

lábamos hasta que el otro polo del entusiasmo, la

fuerza del odio nos hizo exclamar: pues bien, preci­

samente porque ellos no pudieron, nosotros, que no

somos como ellos, sí vamos a poder. Y entonces, sin

más estímulo que mi confianza en la revolución, fui

a ver al Jefe del Ejecutivo y le hablé de edificar un

palacio y recibí la sorpresa de que le parecía muy

sencillo y viable el proyecto. En seguida el

Secretario de Hacienda, con igual optimismo, puso a

mis órdenes veinticinco mil pesos semanarios para

materiales y rayas. Hay que advertir que en aquella

época la pobre Universidad Nacional casi no tenía

presupuesto propio, y hubo necesidad de violar la

ley carrancista, que manda que todas las obras

federales las haga la Secretaría de Co­

municaciones, y directamente emprendimos la obra,

cargando los gastos a una partida de la citada

Secretaría de Estado; y gracias a la fe de los revolu­

cionarios, y al espíritu de progreso que late en la

conciencia nacional, por los mismos días en que la

constitución se reformaba, comenzamos a escarbar

cimientos y el edificio fue creciendo sin detenerse ni

un solo día y sin que careciésemos una sola vez del

importe anticipado de las rayas y la misma

Contraloría (ese otro estorbo, importado de la Unión

Americana por extranjeros ignorantes al servicio del

carrancismo), nos ha mostrado en este caso una dili­

gencia y eficacia que honra a sus actuales jefes.

Además de los arreglos administrativos, fue necesa­

rio resolver acerca de la dirección técnica de la obra,

y al efecto hablé con ingenieros de reputación, que

vieron los escombros, hicieron gestos de desaliento

y prometieron estudiar proyectos; pero como no se

trataba de estudiar, sino de hacer, busqué un hom­

bre de acción y lo encontré en la persona del señor

ingeniero don Federico Méndez Rivas, autor de este

edificio desde sus cimientos, y de cuyos méritos da

fe la obra misma; no pudiendo menos de agregar que,

alguna vez, mirándolo trabajar con ímpetu ordenado y

certero al frente de seiscientos hombres, que a diario

cumplían con puntualidad y eficacia su labor, me acordé

del general Joffre, que cuando contemplaba el acierto

tenaz de algún oficial competente, se llenaba de júbilo y

le enviaba un beso de entusiasmo.

Al practicarse el examen del terreno se vio que la parte

libre comprendía todo lo que hoy ocupa este patio del

frente, la fachada principal y el cuerpo de la derecha, que

son nuevos desde los cimientos y existía ya el patio gran­

de del fondo, inconcluso y las dos alas también incomple-

4 6 H.M.v l r . .i d " I W . i c o

tas de la Escuela Normal de Varones. Examinados

los planos antiguos, se vio que en aquel tiempo se

había pensado dividir las dos construcciones, la de

la antigua Escuela de Jurisprudencia y la proyec­

tada, con un salón de actos intermedio que hubie­

ra dejado al nuevo edificio casi sin patio. Se ha

corregido este error ligando los dos patios, con la

hermosa galería descubierta que hoy miramos y,

creando uno nuevo y hermoso. En el estilo gene­

ral de la obra no se pudo proceder con libertad,

porque fue necesario adaptar la nueva construc­

ción a las líneas generales de su anexo más anti­

guo. No se pudo, por lo mismo, hacer un proyecto

totalmente nuevo, pero sí se corrigió en buena

parte el antiguo edificio sustituyendo la pesada

cornisa por la que hoy le adorna y levantando

todas las ventanas de la planta baja. Como la línea

de la fachada había sido diseñada en forma irre­

gular porque anteriormente la manzana estaba

ocupada por dos edificios, el de la Escuela Normal

de Señoritas y una casa particular, y se había deja­

do un saliente en la parte sudoeste, tuvimos que

abrir nuevas cepas para colocar todo el frente so­

bre una sola recta. El corredor nordeste del patio

de Jurisprudencia tuvo que ser destruido para

reconstruirlo en forma más sólida, ligándolo con el

nuevo edificio, y así por el estilo, no sólo se cons­

truyó una casa nueva, sino que se reparó y mejo­

ró la antigua adyacente. Comenzaron los trabajos

formales el 15 de junio de 1921, y se han conclui­

do al año casi de comenzados, lo cual establece

un verdadero ejemplo de rapidez, en un país tan

amante del ocio, que no conforme con las innu­

merables fiestas religiosas y civiles tradicionales,

todavía exige que cada partido que llegue al poder

invente fiestas y lutos que son pretextos para con­

tinuar la holganza. Sin embargo, justo es decir que

no hubo aquí pereza, y justo es también hacer

constar que los planos, los materiales, la ejecu­

ción, todo lo que aquí se ve es obra exclusiva de

ingenieros, artistas y operarios mexicanos. No se

aceptaron los servicios de un solo extranjero, por­

que quisimos que esta casa fuese, a semejanza

de la obra espiritual que ella debe abrigar, una

empresa genuinamente nacional en el sentido

más amplio del término -¡nacional no porque pre­

tende encerrarse obcecadamente dentro de nues­

tras fronteras geográficas, sino porque se propone crear

los caracteres de una cultura autóctona hispanoamerica­

na! Algo de esto quise expresar en las figuras que deco­

ran los tableros del patio nuevo, en ellas: Grecia, madre

¡lustre de la civilización europea de la que somos vasta­

gos, está representada por una joven que danza y por el

nombre de Platón que encierra toda su alba. España apa­

rece en la carabela que unió este continente con el resto

del mundo, la cruz de su misión cristiana y el nombre de

Las Casas, el civilizador. La figura azteca recuerda el arte

refinado de los indígenas y el mito de Quetzalcóatl, el pri­

mer educador de esta zona del mundo. Finalmente en el

i Mural de Diego Rivera (fragmento)

cuarto tablero aparece el Buda envuelto en su flor de loto,

como una sugestión de que en esta tierra y en esta estir­

pe indoibérica se han de juntar el Oriente y el Occidente,

el Norte y el sur, no para chocar y destruirse, sino para

combinarse y confundirse en una nueva cultura amorosa

y sintética. Una verdadera cultura que sea el florecimien­

to de lo nativo dentro de un ambiente universal, la unión

de nuestra alma con todas las vibraciones del universo en

ritmo de júbilo semejante al de la música y con fusión tan

alegre como la que vamos a experimentar dentro de bre­

ves instantes, cuando se liguen en nuestra conciencia los

sones ingenuos del canto popular entonado por los milla-

res de voces de los coros infantiles, y las profundas melo­

días de la música clásica revividas al conjunto de nuestra

Orquesta Sinfónica. Lo popular y lo clásico unidos sin

pasar por el puente de lo mediocre.

La ejecución de los tableros esculpidos se debe al cin­

cel de don Manuel Centurión, que hoy trabaja en concluir

una magnífica fuente de cantería que ha de ornamentar

el patio antiguo.

Para decorar el remate de la fachada se ideó un grupo

-ejecutado por Ignacio Asúnsolc—, de la inteligencia, que

es Apolo, la pasión, que es Dionisos, y la suprema armo­

nía de la Minerva divina que es la patraña y la antorcha

de esta clara dependencia del Poder Ejecutivo de la

República.

Para la decoración de los lienzos del corredor, nuestro

gran artista Diego Rivera tiene ya dibujadas figuras de

mujeres con trajes típicos de cada estado de la

República, y para la escalera ha ideado un friso ascen­

dente que parte del nivel del mar con su vegetación tro­

pical, se transforma después en el paisaje de la altiplani­

cie y termina en los volcanes. Remata el conjunto un

vitral de Roberto Montenegro, en que la flecha del indio

se lanza a las estrellas. Los salones del interior serán

decorados con dibujos fantásticos de Adolfo Best, y así

sucesivamente cada uno de nuestros artistas contribui­

rán con algo para hermosear este palacio del saber y el

arte. Y al hablar de los artistas que han contribuido a

levantar esta obra, sería injusto no mencionar a los can­

teros que han labrado las columnas y las cornisas, las

estatuas y las arcadas, puliendo cada piedra con esmero

que da al conjunto una especie de unción como de tem­

plo. Y es porque todos los que aquí laboraron han pues­

to en la obra su corazón, como si presintiesen que en

esta estructura moderna no se va a fomentar el saber

egoísta que es privilegio de una casta, sino la acción

esclarecida que beneficia a todos los hombres por igual,

es decir, con preferencia para los humildes y necesita­

dos, puesto que sólo con esta preferencia se puede con­

seguir una relativa igualdad. Menciono a los canteros que

durante un año han repetido aquí la música discorde y

creadora de sus cinceles, música a cuyo son complejo se

levantaron las catedrales y los palacios que dieron a este

país, lo que no tiene ningún otro del continente, una

arquitectura poderosa y noble y autóctona. Recuerdo

también a los albañiles y a los peones y a los carpinteras

y a los útiles plomeros, a todos los seiscientos y tantos

hombres que durante un año han puesto aquí sus manos

impregnadas de ansia creadora y me parece que sus

almas se elevan a la región del espíritu y nos ofrendan

esta obra que ellos ya concluyeron y presentan su ejem­

plo de tenacidad y abnegación para que se les imite en

esa otra obra de los que van a trabajar en esta casa, obra

también generosa y ardua y que nunca se podrá decir

que está concluida.

Heredamos unas ruinas y un mal proyecto, y no quisi­

mos hacer ceremonia alguna cuando se colocó la prime­

ra piedra, porque sólo la última piedra es orgullo de los

fuertes y sólo sobre ella levantaremos cantos. Hemos tra­

bajado procurando responder en cada detalle a la trans­

formación moral que se ha operado en la República apar­

tándonos del pasado inmediato y pensando en el destino

propicio para poder levantar un edificio símbolo, como

este que veis ahora de proporciones nobles; sólido y

claro como la conciencia de la revolución madura.

La casa material está concluida, pero el edificio moral

se perfila apenas y sus lineamientos están ya conteni­

dos en los rasgos de la estructura de esta casa, cuya

distribución corresponde al plan educativo que ha

comenzado a regirnos. Cada uno de los tres departa­

mentos esenciales en que se subdivide este Ministerio

ocupa su sitio adecuado. En el ala derecha está el

Departamento Escolar, desde donde van a dirigirse casi

todas las escuelas del país. El Departamento de Biblio­

tecas cuenta con sus oficinas y su almacén, y en los

bajos dispone de local para una biblioteca moderna de

más de diez mil volúmenes, todos realmente útiles, y de

sistema eficaz, no como el de nuestras antiguas institu­

ciones donde sólo la polilla tiene acceso a la letra impre­

sa. Una sala anexa se dedicará especialmente a biblio­

teca infantil de tipo norteamericano, con colecciones de

estampas, fotografías y mapas para la instrucción y el

recreo de los niños. Estarán estos salones abiertos de

tarde y noche para todos los que sufren sed del espíritu

y contendrán, además, colecciones de duplicados para

hacer préstamos a los que gusten de tener por compa­

ñero el libro en la soledad, y todo este servicio será el

modelo para las bibliotecas semejantes que ya se han

ido fundando en todo nuestro territorio. Por su parte el

Departamento de Bellas Artes dispondrá de las oficinas

necesarias y de una sala de música y un gimnasio con

baños, para el servicio de los empleados del Ministerio,

tanto para hombres como para mujeres, pues es menes­

ter que todas las personas que trabajen en esta

Secretaría de Estado se sientan educadores y eduquen

con el ejemplo ajustando sus cuerpos a ejercicios y aseo

y forjando sus almas con noble conducta y alto pensar.

Al hablar de conducta he dicho noble y no precisamente

austera, sino generosa y libre, porque no son las disci­

plinas severas la norma de los tiempos nuevos, sino la

acción dichosa y audaz.

Gloria en la tierra, mientras se acerca el tránsito. Ya es

tiempo, mexicanos. En cuatro siglos de encogimiento y

de mutismo, la raza se ha hecho triste de tanto refrenar­

se y de tanto cavilar, y ahora se suelta a las empresas

locas de la acción que es dolor o contento, victoria o

yerro, pero siempre gloria. Hay un ritmo de danza en el

tiempo, como si la era del baile se estuviese anunciando,

la humanidad pugna por ser libre, tan libre y feliz como lo

es el alma, sin las trabas que la vida social impone, por­

que no sabe acomodarse a la ley jubilosa del corazón. En

estos instantes solemnes en que la nación mexicana, en

medio de su pobreza dedica un palacio a las labores de

la educación del pueblo, hagamos votos por la prosperi­

dad de un Ministerio que ya está consagrado por el

esfuerzo creador y que tiene el deber de convertirse en

fuente que emana, en polo que irradia. Y finalmente que

la luz de estos claros muras sea como la aurora de un

México nuevo, de un México espléndido.

JOSÉ VASCONCELOS*

ENSAYOS

P O E S Í A

La vieja querella de las ideas formulatrices que se supone pre­

ceden a las cosas y a las ideas formadas por la cosa que de ella

misma deriva, ha sido transada genialmente por Bergson, al pre­

sentamos la inteligencia como el aparato que ordena las cosas,

con miras a la acción práctica. El propósito de nuestra propia

tesis estética es hacer ver que así como la inteligencia construye

ideologías acomodadas a la acción, el juicio estético de Kant. el

apriori de nuestra teoría, ordena las cosas para la contemplación

de la belleza que en ellas reside, y esa belleza es una forma sui

géneris cuyas modalidades se manifiestan en las funciones del

órgano estético, ritmo, melodía, simetría. La impulsión de la

dinámica implícita en la belleza, la da el amor que unifica, a

diferencia de la inteligencia forma] o práctica que

está movida por las apetencias de la volun

tad, aun en el caso negativo del llamado

desinterés de la contemplación.

Dentro de la tesis precisa que

hemos venido formulando,

problema del Verbo se des­

dobla también según que

sirve a la práctica y define

su acción, nombrando las

cosas para el ejercicio

discursivo, y el Verbo

creador artístico o sea la

expresión lingüística de

la dinámica estética que

ordena las cosas por regla

creadora de conjuntos. El

Verbo estético tiende a pro­

ducir o a manifestar relacio

nes de amor entre las cosas.

Las condiciones formales del

desarrollo de dicho amor, es lo que

llamamos belleza poética o literaria, en

los casos en que la literatura se purifica y

alcanza el sentido revelatriz de la poesía. Idea según

amor es idea de arte. En el principio era el Verbo, pero al Verbo

lo movió el amor. La fuerza de este amor es el móvil de la esté­

tica y el Verbo es su manera. Pero no es idea, ni verbo, el origen

paradigmático del arte. La esencia misma de lo absoluto es el

objetivo y el móvil de todo verdadero artista. Y su papel con­

siste, como ya hemos anunciado, en colocar el alma en su ejer­

cicio propio que es operar, ya sea por medio del verbo, en la

poesía, ya por medio de la plástica, en el arte, la trasmutación

de la sustancia física en sustancia de espíritu. Y no de espíritu

entendido a lo idealista, como actividad lógica, sino espíritu

místico, según actividad de amor que unifica los heterogéneos

y los traslada a la realidad Absoluta.

José Vasconcelos, Obras Completas, Tomos I. III. IV. Libreros Mexicanos Unidos, S. A.. México,

ir»

Siendo nuestra tesis un dinamismo esencial en el que tienen

únicamente valor instrumental, formas y ficciones como la

teoría de las ideas, no puede nuestra crítica transigir con nin­

guna forma de arte puro, entendido como abstracción de la rea­

lidad o esquema de la acción.

En el Cosmos, las cosas y los sucesos están en espera de la

conciencia humana para reconstruirse en ella, según las deter­

minaciones del espíritu. Tal es la función del relato en literatu­

ra, levantar el suceso a la categoría de la fábula, la epopeya, el

drama, la tragedia. En hacerlo así se manifiesta el ejercicio de la

función que nuestra tesis asigna al alma como trasmutadora de

las energías cósmicas. Punto en que la materia reforma sus

determinaciones y se organiza conforme al espíritu. Llega así el

artista a percibir las cosas y a representarlas, no según su reali­

dad, ni tampoco de acuerdo con libertad teórica algu­

na, sino para servicio de las leyes sobrenatu­

rales divinas. La poesía es aquella parte

del arte que por medio de las pa­

labras y el ritmo ensaya trasmutar

lo real en lo divino. La palabra

es la plástica del poeta y la

poesía es la música del

amor, así como el amor es

el modo de la existencia

divina. Para conseguir su

fin trasmutativo, el arte

impone a la materia un

significado que descien­

de de lo alto.

Incorporar los objetos

y las pasiones a un ritmo

de sentido espiritual, por

medio del verbo, eso es en

sentido lato, poesía. Y se logra

por iluminaciones misteriosas y

súbitas. Combinadas intuiciones

sonoras. Someter la realidad a esque­

mas poéticos es propio de versificadores y

estilistas, hegelianos de la poesía pura, pero no de

poetas. El estudio de los esquemas es el recurso del observador

del fenómeno artístico, que se coloca desde afuera y mira los

caminos del proceso artístico ya consumado, no los del que está

por producirse, singular en la intención y la forma. Viene la

forma con el concepto poético y la esencia de éste es la signifi­

cación, la inspiración que reduce las partes a un todo de espíri­

tu, regulado por modos de agrado y de amor.

La poesía es apolínea cuando narra acción o describe obje­

tos. Homero se mantiene apolíneo en los relatos de la ¡liada,

pese a su dramatismo, porque toda la narración está envuelta

en el prestigio lejano de la leyenda. El Homero de la Odisea es

un poeta dionisiaco. poique asigna a las pasiones mayor

importancia que al relato. Para hallar poesía mística auténtica,

hay que salirse del verso y entrar al versículo, como en los sal­

mos. No se clasifica a Isaías entre los poetas. Su categoría está

entre los hombres de revelación, o sea la última y más elevada

manifestación del Verbo. El filósofo es un pobre ser interme­

dio, colocado entre la poesía y la revelación, comprometido

con la tarea, superior a sus fuerzas, de establecer unidad y sis­

tema entre todos los órdenes.

Los poetas tienen su zona especial de lucimiento en el

orden dionisiaco y patético; el género lírico no es otra cosa.

La epopeya tiene más de plástica y los grandes poemas como

la Divina Comedia son más bien teología que canto. La téc­

nica del verso es una manera del apriori peculiar de la estéti­

ca. El versificador aplica al idioma las formas del ritmo; el

poeta piensa según ritmo. Si acomoda su texto a las reglas del

ritmo hará prosa poética; si el ritmo de su escritura es un

resultado de la emoción, que la dicta, entonces hará poesía,

pudiendo tomar ésta la forma de la prosa o del verso.

La forma es entonces, un resultado obtenido a posteriori,

consecuencia del mensaje poético, igual que la naturaleza

cuando lanza a la vida animales y hombres, no hace primero

los huesos y después los llena de carne para hacer un hom­

bre; los huesos resultan del proceso biológico y como por­

ción inseparable del mismo. El error de la poesía pura, es

atender a la osamenta del hecho poético más bien que al

ritmo general de su cuerpo. El ritmo poético es parte del

ritmo, como forma estética y apriori del espíritu, en su acción

dirigida hacia lo eterno.

El ritmo nos da la dirección del movimiento poético. Lo

que en él se mueve es la sustancia del alma, pero ya no va for­

mando ideas como cuando razona; ahora organiza imágenes.

Un pensamiento poético se distingue de un pensamiento lógi­

co en que es una sucesión de imágenes reguladas por formas

del apriori estético, melodía, armonía y contrapunto, leyes del

desenvolvimiento, del alma en su camino hacia lo absoluto.

La imagen del poeta no es el signo del matemático, el tér­

mino del lógico, sino una espiritualización del objeto mismo,

mejorado en su sustancia, enriquecido en el contenido. Un

concreto material que se eleva a la categoría de concreto de

espíritu. El poeta añade contenido a la forma, la preña. En el

instante vano y fugaz, el poeta vierte sustancia infinita. La

poesía vivifica, a condición de que lo sea conforme al espíri­

tu. El penúltimo neokantiano, Croce, no se equivoca cuando

dice que la primer obra de arte es la poesía del idioma hecho

canto. Pero es también obra de arte primeriza, el trazo que

plasma belleza, sin significación jeroglífica, lingüística. Y lo

que no advierte Croce es que el lenguaje es un instrumento

que puede ser o no ser artístico, lo mismo que cualquier otra

forma de expresión; del mismo modo que la talla en madera

es técnica en la carpintería y arte en la escultura en madera.

El lenguaje no está todavía acabado, no lo estará quizás

nunca, pues siempre habrá una infinidad de cosas y matices sin

nombre. En tomo nuestro el mundo de lo innominado es toda­

vía más grande que la multitud de las palabras que designan

objetos. En el mismo lenguaje ya creado, la subsistencia y

abundancia de los adjetivos está indicando la insuficiencia del

sustantivo. Si supiéramos nombrar como el mito del Verbo,

que, según se enuncia, engendra las cosas, no harían falta adje­

tivos. La más sencilla expresión, cielo azul, demuestra pobreza

de léxico. Para designar un hecho de la naturaleza, necesitamos

dos palabras; al decir cielo azul, reemplazo el cielo único que

estoy mirando o estoy imaginando, con dos términos abstractos

de uso gastado. El cielo que miro o el cielo que imagino, es una

realidad que nadie vio antes, ni yo volveré a mirar. Y tengo que

incluirla en la convencionalidad verbal en que tantos otros

momentos preciosos de la imaginación se han vaciado y perdi­

do, y como desde el principio el artista se da cuenta de la inep­

cia fundamental del lenguaje, en seguida creó los recursos auxi­

liares de la expresión: el dibujo, la música. En consecuencia,

afirmar que la estética es una lingüística, es tan arbitrario como

afirmar que la estética sea una pictórica o únicamente una

música. El lenguaje por su origen utilitario y por sus determi­

naciones hacia lo abstracto es más bien una forma poco artísti­

ca, peligrosa porque falsifica la esencia y sigue la pendiente for­

mal; acaba representando ideas, en vez de sustancias. Y se con­

vierte así en traición de la realidad, no en su expresión.

En cierto modo, poesía es la entrega del lenguaje a los

modos de la música. En vez de la ordenación discursiva de

los conceptos, una ordenación rítmica. Un mismo contenido

anímico es tratado primero como objetividad subordinada a

las leyes físico mecánicas de la dialéctica, y, en seguida,

transportado a la vida del espíritu, recibe en ella la confor­

mación músico emotiva. Tal es el tránsito de la prosa a la

poesía; tránsito idéntico al que se opera en el físico, cuando

se pasa por mediación del artista, de la materia en bruto de un

bloque de mármol a la creación de una estatua.

En el caso de la escultura, el material sobre el que se tra­

baja es extenso por excelencia; en el caso de la música el

material es más bien temporal, aunque las vibraciones que

constituyen las notas no carecen de física extensión en tanto

que es sonoridad vibrátil, voz humana, y participa del tiem­

po medido que es la música, pero además, y a diferencia de

la simple extensión, y el tiempo simple, lleva el lenguaje por

dentro un tesoro de ideas y de imágenes, parodia de la reali­

dad misma de nuestro vivir.

Cuando el lenguaje maneja ideas e imágenes según la ley

psicológica sensitiva y racional que les es propia, se produce

el estilo en prosa. Lengua objetiva dedicada a establecer rela­

ciones útiles entre el sujeto y su mundo extenso; lengua cien­

tífica del sabio o lenguaje formal del filósofo idealista. Pero

si el lenguaje con su contenido de ideas e imágenes adopta la

dinámica del músico y en ella se desenvuelve según cadencia

y ritmo, entonces se produce creación poética.

Hay un cambio de disposición de los factores que sólo el

lenguaje poético traduce, bien entendido que un lenguaje

poético puede también estar escrito en prosa. El cambio que

la poesía opera, consiste en colocar sujetos y predicados,

hechos y pensamientos, cosas y acciones, en una relación

emotiva musical; relación de amor, a diferencia de la relación

lógico-científica del lenguaje no artístico.

Si, por ejemplo, en una frase trivial, examinamos el cam­

bio, diremos: reloj de oro, y con ello formulamos un pensa­

miento en prosa que significa relaciones de calidad de sus­

tancias, metal del reloj. Si digo reloj mío, inicio, al contrario,

un orden de relaciones de índole afectiva que tienen su ley en

la voluntad. Si digo, hermoso reloj, me coloco en el sistema

de la estética. Intencionalmente escojo frase tan incolora,

para mejor demostrar que lo que cambia es la esencia de la

intención y sus relaciones. Se ve asimismo que la relación

estética no es libre. La libertad no tiene sentido en estética.

Lo que busca el artista es someter sus elementos a las condi­

ciones reclamadas por la dinámica sui géneris del arte.

Así como todas las artes padecen de la limitación que les

impone el material que usan, la poesía también sufre las con­

secuencias de la imperfección, la ineptitud del lenguaje hu­

mano. Pero también puede decirse de ella lo que dijimos de

la escultura y la pintura: que hay tanto más poesía formal en

una composición, cuanto mayor es el influjo de la música en

su desarrollo. Y habrá tanto más poesía esencial, no formal,

según el modo de amor espiritual que constituya la intención

y significación de las ideas, los sucesos, las pasiones que el

poeta maneja. Entre todas las formas, sin embargo, la musi­

cal es la más pura. En ella transita el alma vestida de su pro­

pio esplendor. Las modulaciones que el músico inventa, no

son ya la ley de la cosa, ni la ley racional, sino el ritmo y el

módulo del espíritu en su marcha a lo absoluto.

Penetrar las cosas y el ánimo del ritmo que tiende a transfi­

gurarlas para que tomen ciudadanía en la existencia como espí­

ritu, esa es la misión esencial del lenguaje en la poesía, la

misma que todo arte está obligado a cumplir.

Fundamentalmente el lenguaje poético es el que expresa las

relaciones de lo particular en su ascensión, incorporación al mo­

do infinito de la existencia. La relación de cantidad desaparece

y ya no opera el juicio, de menor a mayor o viceversa, sino el

disfrute de participación de la fama, el honor, la gloria o la

misma presencia absoluta. La unificación se logra por ascenso

de calidad y el ascenso se produce no por modo abstracto lógi­

co, sino por composición dinámico estética.

El género de unidad que logra la poesía no es la unidad de

la idea; no es la poesía arquitectura de conceptos, sino ordena­

ción particular, ritmización de heterogéneos que trascienden

hacia el existir del espíritu.

El apriori estético es el mismo en la plástica, la música y la

poesía. Aparece, sin embargo, en la poesía un elemento que le

otorga ventajas singulares; la imagen que en poder del poeta

equivale al barro del escultor, al sonido del músico. Es la ima­

gen del más elemental y también el más perfecto de los valores

estéticos. Imitación de imagen son los trazos del dibujante, los

tonos del colorista, aun las melodías del músico, pero en el len­

guaje, la imagen obtiene un sistema de representación casi ili­

mitado. Y la poesía es el arte de aprovechar estas imágenes por

el empleo de sus propias determinaciones, poéticas, no lógicas,

es decir, por el uso de la fantasía. Para actuar sobre la fantasía,

ya hemos visto que la ley estética adopta esquemas y sistemas

según los modelos rítmicos, armónicos de la música. Pero la

imagen poética es para los arreglos poéticos, un material que

por su elasticidad, riqueza, pureza, no tiene equivalente.

La imagen poética, no sólo crea entes superiores a la idea,

sino que estos entes interactúan. se organizan y fluyen con

más ductilidad que la idea y más íntimamente ligados a la

manera espiritual de la sustancia.

No es posible oponer un trozo poético elevado, a un trozo de

música noble; las artes todas, sólo alcanzan el sentido de su

jerarquía dentro de la liturgia, que según nuestra tesis, constitu­

ye su cumbre y su síntesis, pero sí se puede afirmar que las dos

artes que en liturgia se siguen de cerca, completándose y unién­

dose, son la música y la poesía. Si en un momento triunfa el

verso es porque contiene algo más que el simple son, la palabra

que directamente manifiesta el ser. El sonido da su pauta que

complementa el Verbo. Pero el ser trasciende al Verbo. La reali­

dad absoluta, a la que tiende todo arte y toda vida, no es imagen,

ni es palabra, ni es sonido; por eso no se puede decir que la pala­

bra sea superior a la imagen o ésta al sonido; rigurosamente nin­

guna de las formas estéticas se identifica con el ser, aunque con­

tribuyan todas a expresarlo. Pero en un análisis de jerarquías

estéticas es posible advertir que: imagen, palabra y sonido se

juntan para sugerir el ser y desaparecen juntas, en el umbral de

la inefable. Como en el verso maravilloso citado por Maritain:

Ilustre quídam cernimus

quod nesciat finem pati.

(Himno de la Transfiguración).

En el desarrollo general del arte, es evidente, sin embargo, que

la esfera abarcada por las imágenes susceptibles de represen­

tación verbal, es más extensa que la del sonido y la plástica. El

poeta trabaja con material de espíritu: sin embargo, al expre­

sarse por medio del lenguaje, pierde en precisión y eficacia lo

mismo que cada artista con su plástica específica. Fatalmente

el poeta tiende a crear fórmula, allí donde debiera perpetuarse

la vida. La imagen misma se vuelve fórmula por causa del uso,

pero esta fatalidad la debe al lenguaje. Originalmente, quizás

coinciden la imagen y la palabra que la expresa, pero el uso

impone al lenguaje la utilización práctica y lógica y muy pron­

to la palabra ya no aloja imágenes poéticas, sino ideas forma­

les y la función artística del lenguaje ha concluido. La dialécti­

ca es antiquísima empresaria de producción mental en serie

que mecaniza el lenguaje, lo hace útil pero le resta significa­

ción estética. Si no hubiesen subsistido las otras bellas artes, el

lenguaje, abandonado a sí mismo, habría acabado por rendirse

a la precisión y lógica y sería como otra manera de las mate­

máticas. Felizmente el artista plástico, el colorista y el músico

han estado allí para recordar al poeta que su misión es libertar

el lenguaje de las cárceles formales. El poeta rescata la imagen,

perdida entre la gramática y la arquitectura lógica de una len­

gua que se ha hecho culta. Y devuelve la sustancia poética al

dinamismo psíquico, en su exigencia absoluta.

Para aclarar esta necesidad de liberación de la imagen

fuera del círculo formal del estilo idealista, examinemos dos

versos tomados al azar de dos poetas modernos: el in-

telectualista Mallarmé, dice:

Le transparent glacier des vols qui n'ontpas fui.

Hay aquí una sucesión de imágenes sutiles y desmaterializa­

das que sorprenden con cierto agrado, mientras no se analiza

el ingenio, bastante ingenuo. El cristal transparente es la

superficie de un lago, que al estar hecho cristal, se deduce

que se compone de agua congelada, pero no es así, sino que

por un capricho ingenuo, aparte de insípido, se trata de un

hielo hecho de vuelos que no han podido escapar. La imagen

del vuelo retenido es imagen de contenido poético en no

importa qué circunstancias, pero aquí está mecanizada y

hecha física. Ninguna Némesis retiene ese vuelo que una baja

del termómetro ha suspendido y que media hora de buen sol

echaría otra vez al espacio. Poesía de esta suerte cae en inge­

niosidad y se vuelve acertijo, adopta el ritmo discursivo, se

hace técnica, pierde el sentido de avatar y de misterio inse­

parable del arte. Por ejemplo, en el siguiente verso de Poe, la

imagen alcanza no sólo integración de sustancia, también

incorporación a un fluir que lejos de mecanizarla, le otorga la

dicha de lo redimido y celeste.

¡Ah, broken is the golden bowl. The spirit flown forever!

(A Leonora).

Así en general la superioridad del pensamiento poético está

en que permite explorar aquellas zonas de la existencia

donde la dialéctica pierde todo sentido y donde no alcanzan

la plástica ni la música solas. Se identifica entonces la poesía

con el amor que ata y desata el alma con las cosas y los seres

del Universo.

La imagen no se divide en propia e impropia como si

fuera una idea, sino en lógica, ética y estética, según que

transporta la cosa representada a la zona de la voluntad o a la

región de la dicha del alma.

"Sólo hay poesía cuando el pensamiento se ve en la impo­

sibilidad de expresarse de otra manera que por el ritmo; sólo

cuando el ritmo ha llegado a ser su exclusivo y único modo

de expresión, hay en el alma poesía." Tal ha dicho Hólderlin,

uno de los más auténticos poetas que han existido. Y se refie­

re al ritmo de la sustancia en su existir, subespecie divina.

A causa del íntimo sentido musical de la poesía, todo

acontecer que penetra en sus moldes, lo mismo la epopeya

que narra los comienzos de una civilización, como la trage­

dia que cierra su ciclo, ha de adoptar esa disposición profun­

da que nos sobrecoge en las obras maestras y cuyo secreto no

está en la forma literaria exterior, sino en la significación y

composición de las circunstancias. De allí que, por ejemplo,

la llíada conserve la majestad de sus narraciones a través de

la sensibilidad diversa de razas y lenguas. Igual cosa ocurre

con la Divina Comedia para la cual no encuentra Hegel sitio

adecuado en sus clasificaciones. Como que tampoco sospe­

chó la categoría superior del arte que es la Liturgia, respecto

de la cual, la Divina Comedia es interpretación poética. No

importa el idioma en que se lea la Divina Comedia; su ritmo

esencial está en el acuerdo de panoramas y episodios con el

hálito de redención o de condenación que en espiras inversas

circula por toda la obra.

Los primeros documentos de la poesía son una mezcla de

impresión naturalista, apolínea, y de misticismo ingenuo.

Los himnos de los Vedas tienen este carácter de síntesis emo­

cional del mundo. En el desarrollo de la literatura griega pre­

domina pronto el elemento apolíneo, y así se pasa casi sin

transición de Hesíodo a Homero. El elemento religioso que

es predominante en Hesíodo se vuelve francamente huma­

nístico y racional, es decir, apolíneo en la llíada. En la lite­

ratura indostánica, al contrario, el desarrollo épico todavía

importante en el Ramayana, desaparece casi en la literatura

posterior que se vuelve filosófica y religiosa en los

Upanishads y en Bagahavad Gita. En la literatura hebrea

como la vemos en la Biblia, el período épico, el de las gue­

rras y conquistas y tribulaciones, ocupa lugar secundario, en

relación con la poesía religiosa predominante desde el

Génesis, pero es preciso advertir que el proceso contrario:

religión metafísica y realismo naturalista o humanismo, sólo

se da en los pueblos incompletos como el romano; en los

decaídos, como la Grecia de Alejandro; en los pueblos de ter­

cera, como los mayas y quechuas, y demás primitivos que del

tabú pasan a la divinización del cacique, un Moctezuma cual­

quiera, con sacos de piojos en el tesoro. Pero los pueblos en

que se cumple la curva entera del desarrollo, el proceso es

fijo: apolíneo primero; adoración de la naturaleza equivoca­

damente divinizada; dionisiaco, o sea veneración del apetito

y la fuerza, y religioso, o sea reconocimiento de los poderes

sobrenaturales del espíritu.

La expresión espiritual más elevada, la poesía pro-fecun­

da y dichosa está en los cantos rituales de la Iglesia elabora­

dos en Bizancio, conservados por el rito ortodoxo griego y el

ritual romano. Cantos conocidos y nunca exhaustos de signi­

ficación: el Te Deum Laudamus, cuyo origen remonta al

canto de Mamerto:

Punge lingua gloriosi

Lauream Certaminis,

et super crucis tropheo.

Canta, ¡Oh, lengua mía!, el triunfo del combate glorioso, la

sublime victoria de la cruz e t c . . También el Dies ¡rae del

franciscano Tomás de Celano del siglo trece:

Dies ¡rae, dies illa

Solvet seculum in favilla

teste David cuín Sybyla...

Día de la cólera que reducirá el mundo a cenizas según testi­

monio de David y la Sibila. . .

También el himno de la transfiguración que ya citamos en

otro sitio y los Laude de San Francisco. Son estos cantos la

más alta poesía de los siglos.

En la literatura indostánica, hay libros de noble y poética

meditación como los Salmos de las Hermanitas, pero allí el

arrebato poético está entrabado por la reflexión intelectualis-

ta. En un sistema de llegar a Dios por la inteligencia, desa­

parece el elemento artístico que es sentimental. Donde no

hay fervor del alma amante, no hay tampoco estética ni se

produce revelación. La revelación consiste en hacer aprehen-

sible por amor y gracia, lo que la inteligencia jamás podría

descubrir por simple inducción.

Como tipo de poesía apolínea tenemos, pues, la épica de

Homero a Píndaro. De Horacio y Virgilio baste decir que son

romanos: poseen la ciencia verbal, el artificio, la regla; son

los antecesores de la Raison con la i de los franceses. De mí

sé decir que las églogas me duermen y la Eneida me indigna.

Por demás está añadir que los romanos no hicieron poesía

dionisiaca ni mística. En el género apolíneo imitaron a los

griegos, y no llegan a la tragedia, se quedan en la literatura,

el Séneca prudente.

La poesía lírica puede ser apolínea, dionisiaca o mística;

su índole subjetiva la acerca sin embargo, más a la expresión

dionisiaca y mística: dionisiaco es Anacreonte, en el orden

menor, así como Eurípides lo es en el grande. Esquilo, más

que místico, es visionario. Hay por supuesto en la lírica una

multitud de obras inclasificables, pero no por culpa de mi

clasificación, sino por su índole híbrida, inexpresiva o con­

fusa. Por otra parte, la división del verso en odas, sonetos,

poemas, drama y tragedia, así como las clasificaciones métri­

cas, obedecen a las condiciones de la forma: son modalidades

del instrumental. El sitio para examinarlas es la Preceptiva. Y

una estética no puede ni debe confundirse con el manual de

Retórica y Poética.

L A J A R D I N E R Í A

La idea de transformar el campo de cultivo en prado de orna­

to es tan antigua como la arquitectura. Y aun podría citarse el

Génesis y su Jardín del Paraíso en apoyo de una prioridad del

jardín sobre el palacio y el templo. También la creación poé­

tica filosófica de los hindúes se desarrolla en jardines exube­

rantes. A la sombra de higuera clásica meditó el Buda. De los

lirios de los campos hablan las Escrituras, y los Diálogos

Platónicos se desenvuelven según el ritmo de los sicómoros

de las márgenes del Ilisos. El jardín es la morada del hombre

dichoso, más aún que el palacio. Y la misma literatura

romántica recurre a jardines de Italia como Shakespeare, o se

deleita con fantasías sobre la selva del trópico americano a lo

Saint Hilaire. El hombre bajo techo, así se trate del artesona-

do más suntuoso, es un prisionero de su alma, impedido de

su cuerpo. El clima oblígalo a resguardarse y los deberes

sociales le imponen artificialidad. La decadencia del arte,

desde el Renacimiento, depende, en parte, de que la actividad

internacional pasa desde entonces a pueblos que habitan cli­

mas destemplados. El ceremonial vistoso y la canción nece­

sitan espacio en donde ensancharse, claridad para el luci­

miento de los colores y perspectiva de sol o de noche con

estrellas. Por eso todas las artes decorativas se han creado en

Oriente. Y también todas las ceremonias cultas, danzas y pro-

cesiones, carnavales y

representaciones alegóri­

cas. El ambiente de jardín

es inseparable de la vida

poética. Los trágicos grie­

gos colocaban sus esce­

nas a campo abierto,

como el Prometeo, y a la

puerta de los templos y en

las terrazas. El jardín fue

siempre el marco obliga­

do de toda acción de arte.

Es un error suponer que

en las zonas cálidas la

selva por su frondosidad

cierra las perspect ivas ,

anula las proporciones.

Toda vegetación está

subordinada a las corrien­

tes de agua; en las márge­

nes de todos los grandes

ríos, la periodicidad del

aluvión crea las vegas que

deben haber sido las pri­

meras zonas cultivadas. Y

encima, sobre la tierra

firme del barranco, deben

haber aparecido los primeros

jardines en Babilonia y en el Ganges. De esta suerte, jardín y

palacio guardan la misma relación de siembra y morada.

Donde hay arquitectura aparece como obligado complemen­

to la jardinería.

Al crear el hombre el jardín, de hecho separa lo bello de lo

útil. En el tránsito del grano a la rosa hay el mismo salto que

de la marcha a la danza y de la representación imaginada al

dibujo que la plasma. Desde que empieza a vivir, el alma trans­

forma su derredor, según las determinaciones de la fantasía.

Todo lo que pudiera decirse de los jardines de la antigüe­

dad resultaría erudito o fantástico, procedería de un rastreo

en la literatura o la historia y sería interesante, pero no preci­

sa para nuestro caso. La preparación del material es obra del

especialista. Nos conformaremos por lo mismo, con exami­

nar el arte de la jardinería en los tiempos próximos a nosotros

y con los casos más conocidos.

El jardín árabe

El tipo más famoso de jardín es el que nos llega con el nom­

bre de árabe: su origen es quizás persa - l as rosaledas figuran

en los relatos de Las Mil y Una Noches. Por su parte, la Bi­

blia ha inmortalizado las rosas del Jericó. A los árabes espa­

ñoles debemos los más hermosos jardines en existencia; el de

la Alhambra y el de Aranjuez. Son ambos arquitectura y no

simple trazo. Se les mira desde terrazas o sirven para dar

marco a terrazas, explanadas y miradores. El uso de mayóli­

cas en fuentes y bancas; los estanques de nenúfares, la ufanía

de los pavos reales; la dulzura de un ambiente embalsamado,

la serenidad del cielo y el aroma de yerbas y flores, he allí

elementos irreemplazables de esa sinfonía de color y fragan­

cias que es un verdadero jardín. Para consumarla hace falta

un clima benigno y caluroso. Lo bastante para que el riego

del atardecer cause efecto de incitación, así como al dulzura

de la noche provoca ensoñaciones venturosas.

Tardes de rosedal, ma­

ñanas de azucenas y no­

ches de nardo y de aza­

har. Para gozar la noctur­

na complacencia hace

falta olvidarse de que el

goce es pecado, tal como

lo hacen los árabes. En

nuestras ciudades ameri­

canas de abolengo anda­

luz, ¿quién no conoce el

misterio de las flores que

en la sombra derraman

fragancias como una ter­

nura que llega al alma?

Hay el jardín en que se

ama y el jardín en que se

llora. La fronda en que

esconde sus fracasos Pie-

rrot, la sombra en que ri­

ñen los celos, y el banco

inolvidable de las confi­

dencias, el sendero de la

promesa.

El jardín italiano

La mención de Pierrot nos

saca de estos jardines dionisiacos, que son los árabes, y nos

lleva al jardín de tipo italiano. La configuración más bien mon­

tañosa produce en estos jardines una edificación en terrazas,

rotondas y arboledas. El mármol pone en ellos su nota de paga­

na religiosidad y la cercanía de la playa recuerda el dolor de las

separaciones. Cuando de noche se iluminan, evocan los jardi­

nes de Italia las figuras del Carnaval cuya parodia se paseó tan­

tas veces por la América española. Consolémonos; también el

Carnaval de Venecia es imitación de Bahg Kor, y éste lo es de

la Indochina. Pero no es despreciable ni mucho menos la músi­

ca con que el Occidente ha contribuido a la fiesta: Minueto de

Verdi en el baile de Máscaras, fantasías de Schumann, ricas de

sugestiones y ritmos. Todo Carnaval supone prados para la

danza y follajes discretos para las parejas bien avenidas.

Añadid, si queréis, la nota alegre de los faroles chinos y el

rodar del cielo estrellado parecerá dichoso. Pues lo propio de

un jardín es devolvemos al disfrute paradisiaco, pero no antes

de la falta, sino después, y según la tolerante versión de

Mahoma. No es cristiano el jardín, ni religioso, salvo cuando

vuelve a ser naturaleza, en la pintura de los místicos. El jardín

propiamente tal, es dionisiaco, y así nos lo parece aun en la

pobre imitación del jardín pagano del Aprés Midi del fauno

debusista.

El jardín francés

Su temperamento cartesiano lleva al francés a introducir geo­

metría, inclusive en el arte de los jardines. Todo el mundo

conoce el género Jardín Lenotre. Su más alta expresión es

Versalles, y lo mejor que tiene Versalles está en las fuentes y

los espejos de agua, los grupos escultóricos, elementos italia­

nos del arquitecto de jardines. Lo que tiene de propio

Versalles es el trazo rectangular, alternado con círculos y

elipses. La geometría entrometida donde menos tiene que

hacer, en el desarrollo de las plantas, que ya superaron la ley

de los cristales, propia del orden mineral y se desenvuelven

según las espiras del tronco y sus follajes. La insensibilidad

de la mayoría para estas situaciones de la dinámica del uni­

verso, hace que pasen inadvertidos atropellos semejantes y

aun que exista quien los imite y elogie. Los bellos jardines de

Francia están en el mediodía, donde la moda provenzal retie­

ne los secretos italianos. Tan copiosa es la producción de las

flores en la comarca de Niza, que allí se han establecido

industrias del perfume. Y no en vano elige el ruiseñor las flo­

restas provenzales, catalanas, andaluzas, para su juego meló­

dico, el más dulce de los reclamos genésicos. Pero los jardi­

nes que imita el mundo, son los jardines geométricos, estilo

Saint Cloud, o estilo Versalles, ordenados según la poca idea

del malhechor de la estética que fue Lenotre. En los alrede­

dores de Madrid se observa la mala influencia extranjera

comparando la magnificencia de Aranjuez con la imitación

versallesca de la Granja. Simple bosque con rotondas, calza­

das y juegos de agua en la Granja, en tanto que toda la poe­

sía de la creación, se refugia en Aranjuez.

El estilo de la arquitectura también contrasta. Arquitectura

española en Aranjuez, con todo el encanto de la grandeza

venida a menos, pero que todavía retiene tesoros como las

Cámaras de porcelana. La naturaleza también se ha esmera­

do en aquel oasis, atravesado por el río Tajo y su capricho del

Jardín de la Isla. Hierro oxidado de los viejos balcones, iri­

sación de una fingida catarata y sillares enlamados; ¿dónde

hay en Francia jardín comparable?

En todo caso, el mejor jardín de Francia es el de la músi­

ca de Debussy: Les jardins sous la pluie, trozo vivamente

poético.

El jardín inglés

Walpole en su Essay on Modern Gardening (1770), es uno de

los más distinguidos teóricos del arte de la jardinería, enten­

dido como equilibrio de bosques y montañas, estanques,

lagos y ríos. La pintura del paisaje de Ruisdael y Hobema,

puesta a la moda por Salvador Rosa, y la influencia del arte

chino popularizado por libros y viajes, he allí los anteceden­

tes del jardín inglés. El ornamental gardening es en Ingla­

terra profesión reconocida. Se menciona un Brown, como

fundador del estilo inglés, que imita la naturalidad campestre

introduciendo ríos y lagos artificiales. William Chambers,

introductor de la influencia china, "exige que los jardineros

sean, no labradores, sino hombres de genio de fértil imagina­

ción y conocedores de las pasiones". Lo cierto es que se ha

creado en el mundo anglosajón una rama artística en torno a

los problemas del terrado, los niveles, las perspectivas, las

enramadas, las flores y aun las siembras, todo dentro de la

regla de irregularidad propia de quien tiene por modelo la

naturaleza. A veces el diseño abarca no sólo el jardín y sus

edificios, también el panorama de poblaciones enteras; y

todo se comprende bajo el nombre de country landscape

architecture. Otras veces el jardín inglés se encierra en la ciu­

dad y sobre las mismas terrazas de los edificios construye

modelos de la jardinería de todas las naciones, como en el

Rockefeller Center de Nueva York.

El jardín tropical

A finales del dieciocho, la época en que México fue nación en

grande. Borda el rico minero que construyó a Taxco, -una de

tantas Villes D'Art de nuestro territorio-, se edificó morada y

jardines en la ciudad de Cuemavaca. El recinto amurallado se

interrumpe a trechos, con miradores que descubren un panora­

ma de palmeras y caseríos, huertos de mangos y mameyes,

torres barrocas y cúpulas, cañaverales y arroyos, terreno que­

brado y en la distancia la serranía. Por su interior el jardín ofre­

ce veredas de ensueño, rotondas con bancos de mampostería y

estatuas de piedra, fuentes y estanques. En el follaje hay todos

los tonos del verde, subido en el árbol del mango, claro en los

platanares. Framboyanes encendidos y tamarindos en flor,

recuerdan el clima del trópico. Mangos maduros y mameyes,

naranjas, toronjas, limones, zapotes, hacen del Borda un jardín

de los frutos, no sólo de plantas y flores. Cisnes en un estan­

que y pavos reales por los prados completan la sugestión para­

disiaca. Una vieja casa señorial, convertida en hotel de viaje­

ros ofrenda el reposo de sus anchos corredores con soportal.

Toda la tierra caliente mexicana de Veracruz a Campeche,

construyó quintas de esta índole en la época pródiga del colo­

niaje. Hoy las antiguas mansiones, regenteadas por los "gene­

rales", repintan sus muros arruinados, para el celestinaje del

turismo de Norteamérica.

Por la feracidad y el misterio, por la belleza esplendorosa

y aun los riesgos escondidos de flores venenosas y cobras

traicioneras, los jardines tropicales desasosiegan al visitante,

lo fascinan luego, y ponen en tumulto las apetencias de la

sensación.

El jardín japonés

Una variedad de jardín que ha dejado de ser exótica para con­

vertirse en curiosa es la llamada del jardín enano. Una ver­

dadera industria de pinos diminutos y de araucarias enanas

se sostiene en Teziutlán de México y en cada parque de

California hay la sección "sumergida" o japonesa, que imita

colinas, arroyos y puentes y exhibe asombrosas reducciones

de coniferas, todo un mundo vegetal como para turistas del

Liliput. Pero no es esto propiamente el jardín japonés, aun­

que la idea de producir flores enanas sea china o japonesa. Lo

que distingue el jardín japonés es la armonía de las flores con

el ambiente. En vez de las macetas que en ciertos jardines a

la Rusiñol, reemplazan casi el terreno, el japonés adapta el

sembrado a las sinuosidades naturales, lo enmarca en los

sitios favorables, huyendo del seto y de toda disposición geo­

métrica; siguiendo más bien la línea propia del panorama que

no es otra cosa que la de las aguas y los vientos que lo han

conformado en el tiempo. De allí esa armonía del paisaje

japonés en donde todo se inserta según ritmo natural. Fluye

entonces la emoción, incorporándose a un tono de finura en

que la naturaleza se desenvuelve identificada con la belleza.

En las pinturas y tapices del Asia y en los relatos de los via­

jeros, podemos advertir una suerte de contacto musical del

alma con las flores que llegan a ser la melodía del panorama.

En vez del plan del arquitecto, la topografía del terreno indi­

ca en este arte la ordenación de árboles y arbustos.

El bosque como parque

Lo que el arte de la jardinería debe a Francia es la adaptación

del bosque a los fines del paseo y la belleza. Los parques de

ciudades modernas proceden más o menos directamente de

los Bois de Boulogne, Saint Cloud, Meudon. Inmensas arbo­

ledas cortadas por calzadas, terminadas en "clariéres" donde

la luz atenuada, crea esos tonos dulces que son el encanto de

las telas de Corot. El nombre de este artista se identifica con

la vaguedad seductora de las ramazones de castaños y hayas;

la luz de un abra que decora alguna mala estatua versallesca,

pero que en aquel sitio adquiere cierto encanto de época.

como los muebles de algún discreto bazar. El empeño del

hombre y su éxito al embellecer el pobre panorama de aque­

llas tierras sin colinas, conmueve casi y nos llena de simpa­

tía por un arte laborioso y astuto ya que no logrado, en las

exigencias de una auténtica belleza.

Fuera de Francia el estilo bois se ha reproducido en todas

las capitales modernas. El Chapultepec de México sobresale

por sus cedros milenarios y el panorama circundante.

En realidad, la multiplicación de estos principados del

áibol se ha hecho posible por la rapidez con que hoy se reco­

rre el espacio. La mayor parte de los grandes parques yan­

quis, desde el Central Park neoyorquino al National Park y el

Yosemite, están hechos para ser recorridos en automóvil. Las

bellezas naturales en grande, la montaña, el geyser, la catara­

ta, sustituyen en estas creaciones magníficas a los arreglos

artificiales del corte inglés o del prado francés. El arquitecto

interviene en estos parques para poblarlos de hoteles, pabe­

llones de administración o fines científicos. Las edificacio­

nes de suntuosa rusticidad del Gran Cañón del Colorado; los

jardines y hoteles nuevos de la Bahía de Carmel en Califor­

nia, los hoteles palacios de Yosemite y de Tacoma combinan

la arquitectura con el panorama, por manera afortunada. Y

todo el mundo sabe de la gracia y hermosura imponente de

los hoteles y casinos de Suiza, Alemania, Italia. El landsca-

pe architect, arquitecto de paisajes, localiza la construcción

en la falda del monte o en la cima, protegida por boscajes o

aislada. También aprovecha los espacios en torno a construc­

ciones ya levantadas, determinando la clase de plantas, el

tipo de jardín que en cada caso conviene. Las mansiones de

los alrededores de Los Angeles y las de Berkeley, Santa

Bárbara y San Francisco, los barrios lujosos de las grandes

ciudades modernas deben su encanto al landscape garde-

ning; se distingue en este arte, por encima del palacio priva­

do, la mansión, el hotel de viajeros, palacio de la democracia,

donde cada quien habita por días o semanas. El Hotel de

Carmel Bay en noche de verano, parece un cuento de hadas,

según arreglo de Barrie. Y no es que haya por allí mucha ino­

cencia; al contrario, todas la facilidades de la ocasión y el

lujo tientan al visitante. A un alma gastada o exigente podrá

parecerle el lujo de relumbrón, pero arriba las estrellas se

miran tan auténticas como en las noches de Persia o de París.

Y en los jardines, a orillas del mar, bajo las frondas benignas,

el amor es sano y nuevo en los cuerpos bruñidos por el agua

del mar, el sol y el deporte.

Arquitectos de playas o de balnearios, la era del deporte

los ha creado, pero en realidad, Italia, que en todo está de

vuelta, puso hace siglos el modelo de sus villas romanas,

napolitanas, y los palacios, las arcadas, los miradores de

Amalfi y de Capri.

Los parques del trópico

La creación de parques ocurre en una época en que la cultura

española, decaída, ya no construye y apenas logra conservar su

herencia. Esto explica que no sean Cuba ni México, el sitio de

un gran parque o jardín botánico de la flora cálida. La maravi­

lla de este género de jardín la han creado los ingleses en

Jamaica. Aparte del jardín jamaiquino hay otro botánico en la

India. El que yo he visto en los alrededores de Kingston es la

mayor obra de hermosura que jamás se haya realizado con los

elementos de la flora del planeta. El parque común es la estili­

zación del bosque. El jardín de Jamaica es la estilización de la

selva. Se le suprimen ciénagas, fieras, murciélagos, insectos y

se da sitio de honor a palmeras, heléchos, bambúes, bejucos y

frutales. En las estampas de la India se ven panoramas seme­

jantes, pero no creo que exista nada más bello que esas fron­

das gigantescas y civilizadas, pobladas de pájaros y orquídeas.

El goce de la naturaleza y los jardines es tan antiguo como la

civilización. Pero a diferencia del bosque del norte con músi­

ca del Sigfrido y los Murmullos de la Selva de Wagner, la selva

tropical tiene un ritmo cósmico, en el cual participan lianas y

troncos, pájaros y bestias. En el bosque germánico, los sende­

ros son como de zorro, serpean entre troncos y buscan el abri­

go de los ramajes, para protegerse de la lluvia y el frío; la nave

en ojiva nace quizás de estos caminos bajo los brazos de las

coniferas. En la llanura, el sendero tiende a la línea recta; de

allí el tipo geométrico de los jardines del centro de Francia.

Los senderos de la selva siguen el ritmo de las corrientes,

modificado por las exigencias del paso del hombre. Armonía

del pie desnudo y la vereda, que Tagore ha precisado en algu­

no de sus ensayos prodigiosos.

Instintos de poesía aletargados en la conciencia se despere­

zan al contacto de la naturaleza tropical, y vagamente se sueña

en futuros poemas, como Ramayanas del establecimiento de la

civilización técnica en la exuberancia de las regiones tórridas.

La vista se complace y el oído se afina. Un vago terror, como

el del mar, conmueve el ánimo, mientras la imaginación se

satisface reconociendo más de lo que ella sola, en el mejor de

sus sueños, podría inventar. La regla de aquel mundo no es la

pequeña que traza sobre el papel diseños fáciles. Un acuerdo

como de sinfonía, enlaza la pluralidad, y la conciencia ambi­

ciona ser el alma de aquel conjunto.

L O S S I G N O S

El pesimismo alegre. Mis pasos han sido guiados por dos

tiranos crueles: el Azar y la Necesidad. La necesidad que

embrutece. El azar que desorienta. Y en el fondo de cada ins­

tante hallé el dolor, el dolor que atormenta.

Más terrible aún que todo lo que yo he pasado, más espan­

toso, es todo lo que yo he visto: inquietud, odio, hambre,

enfermedad, dolor, impotencia y muerte; he aquí los ritmos

de esta pesadilla monstruosa que el Azar y la Necesidad man­

tienen.

Sin embargo, la vida no sólo perdura, sino que es capaz de

parecer hermosa, y a veces como que se torna en goce y

rapto. ¡Cuántas veces la conciencia, después de la angustia,

se abre a la dicha y la esperanza, como celo que se va lle­

nando de luz! Y a medida que vivimos más, parece que va­

mos venciendo el dolor.

Tendrá quizá razón el sentido ordinario -nuest ro enemigo

el sentido ordinario- , y al fin y al cabo, ¿será el mundo per­

fectible, y la vida buena . . . ? Y yo, exaltado rebelde, ¿voy a

servir de prueba y de ejemplo a todo el rebaño de los opti­

mistas, tan sólo porque mi fortuna ha logrado arrebatar a la

suerte una que otra ventura intensa, o porque ya no me

importa la pérdida de las cosas que se pueden perder? ¡Como

si no hubiera tantos otros, tantos millares y millares de seres

para quienes todo ha sido ruindad, miseria, injusticia, impo­

tencia y terror! ¡No, jamás afirmaré que esto es bueno!

¡Antes el tormento que la beatitud cobarde! ¡Antes el dolor

que la mentira! ¡Sigamos atormentados, pero con la ambición

puesta en lo infinito!

Todo conformismo es vil. Amarga es toda contemplación

del mundo; amargo todo examen sincero del corazón. Nuestro

pesimismo es radical y definitivo. A pesar de eso, frecuente­

mente la alegría mana de nuestros pechos, incontenible, rebo-

sante. A pesar de que el juicio condena siempre, el corazón a

menudo se suelta a danzar de júbilo. ¿Qué extraña locura es

esta? ¿Qué clase de pesimismo es este pesimismo alegre...?

¡Pesimismo alegre!, tal es la fórmula. Pesimismo respec­

to de la vida terrestre en todas sus formas. Horror de la vida

social en todos sus arreglos malditos. Horror del cuerpo

humano que es modelo de ruindad y de imperfección y

absurdo. Horror de la vida de las especies: monstruo que vive

de sí mismo, devorándose a sí mismo! ¡Horror de nacer: acci­

dente terrible que las antiguas religiones califican de pecado!

¡Horror de engendrar! Horror y asco de todo amor de sexos.

Desdén y piedad de toda dicha meramente humana.

Inconformidad, aun con el más logrado > brillante de todos

los destinos. ¡Horror del planeta! ¡Pesimismo de nosotros

mismos, porque nuestra conciencia es una y minúscula y el

mundo es múltiple, infinito! Disgusto y horror totales, sí,

pero de todo esto, nace alegría.

Alegría porque ya todo lo perdimos, porque ya nada nos

detiene; porque si todo se va. también todo es vano. Alegría

porque en el fondo inescrutable hemos advertido un proceso

de tránsito. Alegría porque en lo más revuelto del plexo

hemos percibido un curso que se sobrepone a los fenómenos:

un ir que complace al corazón y se iguala con la fantasía.

Una corriente libertadora. ¡Devenir estético y divino, nuevo

y triunfante! Por todo el Universo resuena, de todas las cosas

se levanta, en todas las almas vibra. Pasa por el mundo como

un gran himno de victoria.

Los ecos de este himno han penetrado en mi conciencia, y

desde entonces marcho contento. Y paso por las cosas y me de­

tengo delante de los seres y en todo busco el signo: el signo

revelador de lo que comienza a revertir su impulso, de lo que

ya acude al nuevo existir, a la potencia y al amor de lo infinito.

Así se dijo, a sí mismo, en una larga meditación, el hom­

bre que bajaba de la montaña.

El relámpago y la bestia. El cielo se había nublado. Por la

serranía, allá lejos, del fondo espeso de las nubes, salió un

relámpago, tan lejos que no se oyó el trueno; pero el fulgor

iluminó el ambiente y un perro pasó huyendo. Y el hombre

pensó; el Relámpago, la Bestia. ¡He aquí extraños signos!

Parece que al ahondar en las profundidades de mi con­

ciencia, veo allí las sombras oprimiéndose y rozando, como

en el seno de la nube que produjo el relámpago. Y tal ha sido

mi vida consciente: una sucesión de relámpagos fugaces, en

una ruta de sombras. ¿Pues qué otra cosa son las ideas?

¡Breve aunque glorioso fulgor de relámpagos!

La bestia pasó, asustada y huyendo, para ponerse en salvo.

Una chispa de luz del relámpago encamó en el perro, y allí

brega hecha instinto; un poco menos brillante, pero más per­

manente y fija. Al encarnar hase aliado estrechamente con la

sombra; se ha penetrado del misterio de la sombra, se ha

hecho una con los huesos y los músculos y explora el uni­

verso por todos los nervios del perro. A través de sus ojos

atisba, atisba con menos fulgor que cuando era relámpago;

mas en cambio, por el lado del cuerpo, ahora penetra el

mundo de una manera más honda. Ha aumentado la intensi­

dad de su ser. Pasó, del dinamismo pobre y uniforme de la

potencia elemental, al dinamismo específico de las especies

vivientes; fuerza que ya no es mera repetición de procesos,

sino un ensayo de rumbos nuevos. Así lo dicen los ojos del

perro, los ojos de todas las bestias: ojos llenos de anhelo con­

fuso y lánguido.

Así como por la nube, también por allí, por la lánguida

espera de la bestia, pasamos nosotros. ¡Feliz, dichoso el ins­

tante en que hemos dado un paso adelante! ¡Dichoso el trán­

sito que nos libertó de la nube, que nos libertó de la bestia!

¡Bendito, inefable el instante que nos arranque del hom­

bre . . . . esa otra bestia que aspira a ser alma!

Y el hombre siguió bajando de la montaña.

El Sol. El cielo se había despejado. La sierra quedó atrás.

Verdes colinas onduladas descienden hacia el mar. A interva­

los se alzan grupos de árboles de follajes lozanos. El Sol bri­

lla intensamente. En la playa, la arena reverbera y contiene

las olas que se estrellan en grandes rompientes. El agua a dis­

tancia parece el lomo de un gran monstruo en reposo. La luz

baña todas las cosas. Los co lo res , la b r isa , el mar. las peñas,

los campos, el cielo, todo parece unirse y conciliarse en rit­

mos de júbilo y danza. La claridad idealiza los cuerpos, como

si a través de ellos se transparentase un alma. El hombre per­

manece en la melodía ambiente, complácese y goza.

A medida que declina la tarde, el Sol se aparta del armo­

nioso concierto, se agranda y se hace más presente, como

reclamando más atención. Ahora está rojo y arde, llenando el

cielo de resplandores soberbios. El hombre, arrancándose al

arrobamiento en que lo había puesto el paisaje, contempla la

majestad del Sol y piensa, piensa o rememora.

Henos aquí de nuevo, oh Sol, frente a frente. Aún eres her­

moso y ofuscante. Y todavía al mirarte, parece que revive en

mí el viejo instinto que te veneraba; el estupor que me arran­

cara cánticos y me hiciera levantar templos, cuando era yo

salvaje o más tarde sacerdote incaico. ¡Pues de todo esto hay

en mi alma la huella confusa!

¡Cuánto te amamos; sin embargo nos engañaste! No eras

Dios, no eres Dios. Lo mismo que nosotros, eres esclavo: un

esclavo que marcha en el vacío con una gran antorcha en el

pecho. Tus pasos están reglados, y constantemente recorres

los mismos ciclos. También tú como yo, labras un Karma. Tu

Karma es arder y girar. Das vida, ya lo sé; todo lo que en el

planta se arrastra, tu calor lo fermenta y le da cuerpo, y en

seguida tu luz lo despeja y le da anhelo. Pero no lo libertas,

como no puedes libertarte tú mismo.

No eres libre, pero posees un vasto anhelo. Todos los días,

en el Ocaso, tu luz ahonda el azul, dora las cosas, enciende

las nubes, deslíe los tenues matices, pone ensueño en las pro­

fundidades de lo alto. Además de fuerza que trabaja eres

fuerza que derrocha: eres artista.

Ya tu disco se sumerge en el confín distante y en este

momento parece que la naturaleza entera se halla atenta a tu

tránsito. Te retiras orgulloso de tu obra; satisfecho del festín

con que has llenado el espacio. Pero mira, no estamos solos

- tú en tu vasto resplandecer, yo peregrino de ignotos mun­

dos, que también con mis ideas pueblo de esplendores el

vacío- ; no estamos solos, no somos ni la única aspiración ni

el único alarde. . . Mira, allá vienen las estrellas.. . Son her­

mosas y son inmensas y su número no tiene fin. También

como nosotros tienen ansia y saben resplandecer: resplande­

cer es un verbo destinado a las criaturas. Muchos somos los

empeñados en arder y ninguno abarca la extensión inmensa,

ninguno de nosotros es Dios.

Y entonces el hombre le dijo a su conciencia: "Mañana,

cuando pases por otros soles y otros mundos y encuentres

extraños prodigios, por mucho que te asombren no les rindas

culto: aprovecha la lección del Sol. No basta resplandecer. El

ser a quien buscas, el Ser de los seres, ha de ser capaz de des­

lumhrar."

E L P O D E R D E L A P A L A B R A

Cada palabra es un vaso de esencia; mera forma si se usa

como signo del objeto o nombre de la idea; potencia miste­

riosa si se confunde con lo pensado. Las palabras sueltas,

huecas, deshilvanadas, son como utensilios sin empleo,

como pedrería sin enjoyar. Las palabras llenas de sentido,

más valiosas que un tesoro, son capaces de destruir, de con­

mover, de libertar, de edificar. Y si se juntan, se organizan y

animan para formar credo, belleza, doctrina, entonces no hay

poder que las detenga ni fuerza que las destruya.

La palabra más humilde cumple la misión de consolidar la

personalidad, de la cosa a la bestia. Un banco, un mulo, pene­

tran a la región de las ideas sólo desde el instante en que se

les nombra.

La palabra más alta es el Verbo. Según las más diversas

teogonias, de ella proceden todas las cosas; suponiendo que

no proceda la creación material de un Fiat, de un Logos, es

evidente que el mundo del hombre, el mundo de la represen­

tación, como decía Schopenhauer, sí cobra existencia sólo

desde el instante en que encarna en la palabra. Se afirma

entonces por lo menos una realidad psicológica cuando se

dice que: el Verbo hizo la luz, hizo las estrellas y animó a la

primera pareja. Dentro del Verbo está todo. La voluntad, la

inteligencia, la fantasía, la cosa y el ser; todo procede del

Verbo y todo retoma a él. Nada hay más alto entre todos los

conceptos. Sobre el Verbo sólo está lo Inefable.

Lo que se multiplica y se dispersa, todo cuanto es nume­

rable, ha pasado o tiene que pasar por los moldes infinitos y

luminosos del Verbo. Esos moldes son las palabras; moldes

vacíos si no sabemos despertar su contenido; moléculas

poderosas de una fuerza ilimitada si sobre ellas sopla un

viento de espíritu.

Nada hay más fascinante, más poderoso, más peligroso

que el manejo de las palabras. El que supiera aprovechar sus

secretos se convertiría en un mago. La más alta magia no es

ya otra cosa que una ciencia de palabras. Con el poder de las

palabras se ha revolucionado el mundo. Las palabras hacen

la guerra, restauran la paz, forjan la historia. Después de que

ellas se pronuncian en la boca de los inspirados, los sucesos

se ponen a seguirlas y las voluntades a obedecer.

En ocasiones las palabras quedan sueltas por años y por

siglos, dispersas en el ambiente; las conciencias oscuras las per­

ciben con vaguedad y las obedecen sin

darse cuenta de su influjo. Las mentes

iluminadas logran orientarse, adivinan

las corrientes que manan del concepto

y de acuerdo con ellas organizan la ac­

ción. Pero todos vivimos y nos mo­

vemos dentro del poder irresistible de

las palabras.

Confusión y claridad, poder para el I

mal y poder para el bien: todo eso está I

en las palabras. Hay magia negra de

las palabras cuando un malvado o un J

hipócrita hablan de maldad y de justi­

cia. ¡Las palabras se vuelven mido

confuso, torpe runruneo cuando

hablan los necios!

Hay otras dos maneras de usar las

palabras. Una es cuando escribimos

o cuando hablamos con perfecto

dominio de la forma, sobre un asun­

to baladí y, escogiendo cada término

para que exprese los matices de un estado de ánimo, los ins­

tantes de un paisaje o de un suceso. La palabra desempeña

entonces un oficio subordinado y se pierde en un conjunto

como de impresión descriptiva o pictórica. Si la releemos se

verá que hace las veces de jeroglíficos perfeccionados, pero

está desprovista de energía propia. Se ha usado la palabra en

su más limitada función de signo, sin remover, sin sondear,

sin poner en movimiento su contenido. Con este sistema se

puede hacer conversación amena, se puede hacer literatura y

cierta especie de jerga convencional que para muchos mere­

ce ya el nombre de arte: naturalmente, en tales ejemplos ni

siquiera se da a sospechar el poder arrasador, el poder crea­

dor de las palabras.

La verdadera manera de escribir, la emocionante, la pode­

rosa manera de escribir, es aquella en que un taumaturgo

logra dar a cada palabra el toque peculiar que despierta y

pone en acción sus virtudes mágicas. Hacer resaltar la poten­

cia que encierra dentro de sí cada término: tal es el secreto

supremo del estilo. Cada vocablo se convierte entonces en

una caja de Pandora, de donde irrumpe el prodigio. En segui­

da la potencia de cada voz suscita y hace estallar las poten­

cias afines de las otras palabras, y así se inicia un torbellino,

se suelta una corriente de voces afortunadas, de frases hirien­

tes, de apostrofes destructores, de imprecaciones y de ala­

banzas que conmueven y transforman el mundo de los con­

ceptos, hasta que, tarde o temprano, la realidad social, los

hechos mismos se acomodan a las nuevas y superiores nor­

mas. El mundo físico, también sumiso al plan humano, res­

ponde al llamamiento sublime, brindándose como piedra,

mármol o bronce para la construcción de los monumentos

que son fruto de las grandes ideas. Toda construcción es un

esfuerzo que sujeto por el impulso de la palabra no se con­

forma con entregarle su voluntad: se empeña en someter tam­

bién el objeto al imperio de lo ideal. De esta suerte, cada obra

humana es efecto de la potencia que originariamente se des­

prendió de un vocablo, de un conjunto de vocablos organiza­

dos, inspirados y poderosos.

El que ha sabido suscitar el magnífico desorden de una súbi­

ta aparición de un conjunto de vocablos potentes tiene que

hacer uso de una especie de cautela; necesita destreza consu­

mada si ha de posesionarse de las sueltas potencias y aprove­

charlas en un propósito definido. Se sentirá lo mismo que un

mago en cuyas manos se revelasen de pronto las fuerzas pro­

fundas del Universo y se pusiera a tem­

blar porque las sentía dóciles a su

arbitrio, pero sin saber el instante en

que, saliéndose de quicio, irían a des­

truir y arrasar cosas y seres y aún su

propia existencia.

La mayor parte de las páginas que

a diario se escriben no están llenas

más que de signos, no de palabras:

por eso vivimos tranquilos o, más

bien dicho, embotados. Miramos los

vocablos y los pronunciamos como el

que juega con pólvora sin tener lum­

bre; como podría rodar entre filisteos

la vara milagrosa de Moisés, sin que

nadie sospechara sus virtudes. Sólo la

mano del profeta puede hacerla vibrar

para conmover pueblos y sacar linfas

de la roca. Así son las palabras, sólo

un alma conmovida y sincera les

puede desentrañar el poder que se

impone a los tiempos. Los profetas hebreos hablaron, removie­

ron, pusieron en acción las palabras, y han pasado y se han

hecho polvo faraones y emperadores; pero el verbo de Israel

sigue conmoviendo a los pueblos. ¡La verdad se expresa dentro

de un torbellino! ¡El que se atreva a despertar las potencias

ocultas, sagradas, de un vocablo, resuélvase primero a perecer!

Sucumbirá, pero después de haber creado algo eterno. Quien

sepa hablar en este tono será más grande que el héroe y gozará

de un poder que se confunde con el poder absoluto.

El que usa las palabras para murmurar o para mentir, aunque

las haga muy perversas, muy insidiosas, muy dañinas, perecerá

también, pero sin gloria; se perderá en los fondos oscuros de la

magia negra. Si la intención del que escribe es noble, no impor­

ta que sus palabras desencadenen la catástrofe; de ella saldrá

más clara la conciencia, y, tarde o temprano, el brazo consu­

mará una acción ilustre. ¡Pues no hay poder sobre el poder de

la palabra! La bala, la piedra, el cañón, todas son potencias

subalternas del concepto. Claro que a veces nos muestran una

sumisión muy tardía o nos destruyen bárbaramente antes de

que el poder del verbo se manifieste: pero no hay poderío esta­

ble, poderío válido, si antes la palabra no le ha dado normas,

contextura, definición. Y el mismo estruendo del caos sólo se

aquieta después de que la palabra ha impuesto silencio.

Se puede escribir con palabras que son meros signos para

la representación del suceso frío y de las variedades de la

inerte opinión diaria; no seremos entonces sino esclavos de

las letras.

Se puede escribir para dar desahogo a pequeñas pasiones,

para el orgullo y la envidia, para la adulación y el éxito fácil;

entonces las palabras acabarán por formar una maraña en la

cual perderemos la ventura y la conciencia.

Se puede escribir con emoción para el bien y la verdad;

sólo entonces gozaremos la embriaguez de las fuerzas que se

desatan; sentiremos temblar las multitudes y el mundo ente­

ro llegará a conmoverse.

¡Palabras! ¡Palabras fuertes, palabras mágicas, envolved-

nos en la trama vuestra; prestadnos el rayo que fulmina, la

piedad que rejuvenece, la claridad que ilustra las frentes!

JOSÉ VASCONCELOS'

LA RAZA CÓSMICA

(Fragmentos)

Después de examinar las potencialidades

remotas y próximas de la raza mixta que

habita el continente iberoamericano y el

destino que la lleva a convertirse en la

primera raza síntesis del globo, se hace

necesario investigar si el medio físico en

que se desarrolla dicha estirpe correspon­

de a los fines que le marca su biótica. La

extensión de que ya dispone es enorme;

no hay, desde luego, problema de super­

ficie. La circunstancia que sus costas no

tienen muchos puertos de primera clase,

casi no tiene importancia, dados los ade­

lantos crecientes de la ingeniería. En

cambio, lo que es fundamental abunda en

cantidad superior, sin duda, a cualquiera

otra región de la tierra: recursos natura­

les, superficie de cultivable y fértil, agua

y clima. Sobre este último factor se ade­

lantará, desde luego, una objeción: el

clima, se dirá, es adverso a la nueva raza,

porque la mayor parte de las tierras dis­

ponibles está situada en la región más

cálida del globo. Sin embargo, tal es, pre­

cisamente, la ventaja y el secreto de su

futuro. Las grandes civilizaciones se ini­

ciaron entre trópicos y la civilización

final volverá al trópico. La nueva raza

comenzará a cumplir su destino a medi­

da que se inventen los nuevos medios de

combatir el calor en lo que tiene de hos­

til para el hombre, pero dejándole todo su

poderío benéfico para la producción de la

vida. El triunfo del blanco se inició con la

conquista de la nieve y del frío. La base

de la civilización blanca es el combusti­

ble. Sirvió primeramente de protección

en los largos inviernos, después se advir­

tió que tenía una fuerza capaz de ser uti­

lizada no sólo en el abrigo sino también

en el trabajo; entonces nació el motor, y

de esta suerte, del fogón y de la estufa

procede todo el maquinismo que está

transformando al mundo. Una invención

semejante hubiera sido imposible en el

cálido Egipto y, en efecto, no ocurrió allá

a pesar de que aquella raza superaba infi­

nitamente en capacidad intelectual a la

raza inglesa. Para comprobar esta última

afirmación basta comparar la metafísica

sublime del "Libro de los muertos" de

los sacerdotes egipcios con las chabaca-

Vasconcelos. José, La raza cósmica. Austral. México 1999. 208 pp.

nerías del darwinismo spenceriano. El

abismo que separa a Spencer de Hermes

Trimegisto no lo franquea el dolicocéfa-

lo rubio ni en otros mil años de adiestra­

miento y selección.

En cambio, el barco inglés, esa má­

quina maravillosa que procede de los tiri-

teos del Norte, no la soñaron siquiera los

egipcios. La lucha ruda contra el medio

obligó al blanco a dedicar sus aptitudes a

la conquista de la naturaleza temporal, y

esto precisamente constituye el aporte

del blanco a la civilización del futuro. El

blanco enseñó el dominio de lo material.

La ciencia de los blancos invertirá algu­

na vez los métodos que empleó para

alcanzar el dominio del fuego y aprove­

chará nieves condensadas o corrientes de

electroquimia, o fases casi de magia sutil,

para destruir moscas y alimañas, para di­

sipar el bochorno y la fiebre. Entonces la

Humanidad entera se derramará sobre el

trópico, y en la inmensidad solemne de

sus paisajes, las almas conquistarán la

plenitud.

Los blancos intentarán, al principio,

aprovechar sus inventos en beneficio

propio, pero como la ciencia ya no es

esotérica, no será fácil que lo logren; los

absorberá la avalancha de todos los de­

más pueblos y. finalmente, deponiendo

su orgullo, entrarán con los demás a

componer la nueva raza síntesis, la quin­

ta raza futura.

La conquista del trópico transformará

todos los aspectos de la vida; la arquitec­

tura abandonará la ojiva, la bóveda, y en

general, la techumbre que responde a la

necesidad de buscar abrigo: se desarro­

llará otra vez la pirámide; se levantarán

columnatas en inútiles alardes de belleza,

y quizá construcciones en caracol, por­

que la nueva estética tratará de amoldar­

se a la curva sin fin de la espiral que

representa el anhelo libre; el triunfo del

ser en la conquista del infinito. El paisa­

je pleno de colores y ritmos comunicará

su riqueza a la emoción, la realidad será

como la fantasía. La estética de los nu­

blados y de los grises se verá como un

arte enfermizo del pasado. Una civiliza­

ción refinada e intensa responderá a los

esplendores de una Naturaleza henchida

de potencias, generosa de hálitos, lucien­

te de claridades. El panorama del Río de

•' Murales de Diego Rivera (fragmentos)

J O S É V A S C O N C E L O S

B D D D O O B D D D n r j r J D D D r j r j r j D r j ®

I L A R A Z A C Ó S M I C A i

MISIÓN DE LA RAZA IBEROAMERICANA

N O T A S DE VIAJES D A LA A M É R I C A DEL S U R

• • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • E S

.\ C E N C Í A M U N D I A L n f i.»h RE K I A

Janeiro actual o de Santos, con la ciudad

y su bahía, nos pueden dar una idea de lo

que será ese emporio futuro de la raza

cabal, que está por venir.

Supuesta, pues, la conquista del trópi­

co por medio de los recursos científicos,

resulta que vendrá un período en el cual

la Humanidad entera se establecerá en

las regiones cálidas del planeta. La tierra

de promisión estará entonces en la zona

que hoy comprende el Brasil entero, más

Colombia; Venezuela. Ecuador, parte de

Perú, parte de Bolivia y la región supe­

rior de la Argentina.

Existe el peligro de que la ciencia se

adelante al proceso étnico, de suerte que

la invasión del trópico ocurra antes que

la quinta raza acabe de formarse. Si así

sucede, por la posesión del Amazonas

se librarán batallas que decidirán el des­

tino del mundo y la suerte de la raza

definitiva. Si el amazonas lo dominan

los ingleses de las islas o del continente,

que son ambos campeones del blanco

puro, la aparición de la quinta raza que­

dará vencida. Pero tal desenlace re­

sultaría absurdo, la Historia no tuerce

sus caminos; los mismos ingleses en el

nuevo clima se tornarían maleables, se

volvería mestizos, pero con ellos el pro­

ceso de integración y de superación

sería más lento. Conviene, pues, que el

Amazonas sea brasilero, sea ibérico,

junto con el Orinoco y el Magdalena.

Con los recursos de semejante zona, la

más rica del globo en tesoros de todo

género, la raza síntesis podrá consolidar

su cultura. El mundo futuro será de

quien conquiste Universópolis y de allí

saldrán las predicaciones, las escuadras

y los aviones de propaganda de buenas

nuevas. Si el Amazonas se hiciese in­

glés, la metrópolis del mundo ya no se

llamaría Universópolis, sino Anglo-

town, y las armas guerreras saldrán de

allí para imponer en los otros continen­

tes la ley severa del predominio del

blanco de cabellos rubios y el extermi­

nio de sus rivales obscuros. En cambio,

si la quinta se adueña del eje del mundo

futuro, entonces aviones y ejércitos irán

por todo el planeta, educando a las gen­

tes para su ingreso a la sabiduría. La

vida fundada en el amor llegará a expre­

sarse en formas de belleza.

Naturalmente, la quinta raza no pre­

tenderá excluir a los blancos, como no se

propone excluir a ninguno de los demás

pueblos; precisamente, la norma de su

formación es el aprovechamiento de

todas las capacidades para mayor inte­

gración del poder. No es la guerra contra

el blanco nuestra mira, pero sí una guerra

contra toda clase de predominio violento,

lo mismo el del blanco que en su caso el

del amarillo, si el Japón llegare a conver­

tirse en amenaza continental. Por lo que

hace al blanco y a su cultura; la quinta

raza cuenta ya con ellos y todavía espera

beneficios de su genio. La América La­

tina debe lo que es al europeo blanco y

no va a renegar de él; al mismo nortea­

mericano le debe gran parte de sus ferro¬

carriles, puentes y empresas, y de igual

suerte necesita de todas las otras razas.

Sin embargo, aceptamos los ideales su­

periores del blanco, pero no su arrogan­

cia; queremos brindarle, lo mismo que a

todas la gentes, una patria libre, en la que

encuentre hogar y refugio, pero no una

prolongación de sus conquistas. Los mis­

mos blancos, descontentos del materia­

lismo y de la injusticia social en que ha

caído su raza, la cuarta raza, vendrán a

nosotros para ayudar a conquistar la li­

bertad.

Quizá entre todos los caracteres de

la quinta raza es predominante los ca­

racteres del blanco, pero tal supremacía

debe ser fruto de elección libre del

gusto y no resultado de la violencia o de

la presión económica. Los caracteres

superiores de la cultura y de la natura­

leza tendrán que triunfar, pero ese triun­

fo sólo será firme si se funda en la acep­

tación voluntaria de la conciencia y en

la elección libre de la fantasía. Hasta la

fecha, la vida ha recibido su carácter de

las potencias bajas del hombre; la quin­

ta raza será el fruto de las potencias su­

periores. La quinta raza no excluye,

acapara vida; por eso la exclusión del

yanqui, como la exclusión de cualquier

otro tipo humano, equivaldría a una

mutilación anticipada, más funesta aún

que un corte posterior. Si no queremos

excluir ni a las razas que pudieran ser

consideradas como inferiores; mucho

menos cuerdo sería apartar de nuestra

empresa a una raza llena de empuje y

de firmes virtudes sociales.

Expuesta ya la teoría de la formación

de la raza futura iberoamericana y la ma­

nera como podrá aprovechar el medio en

que vive, resta sólo considerar el tercer

factor de la transformación que se verifi­

ca en el nuevo continente; el factor espi­

ritual que ha de dirigir y consumar la ex­

traordinaria empresa. Se pensará, tal vez,

que la fusión de las distintas razas con­

temporáneas en una nueva que complete

y supere a todas, va a ser un proceso re­

pugnante de anárquico hibridismo. de­

lante del cual la práctica inglesa de cele­

brar matrimonios sólo dentro de la propia

estirpe, se verá como un ideal de refina­

miento y de pureza- Los arios primitivos

del Indostán ensayaron precisamente este

sistema inglés, para defenderse de la

mezcla con las razas de color, pero como

esas razas obscuras poseían una sabidu­

ría necesaria para completar la de los

invasores rubios, la verdadera cultura in­

dostánica no se produjo sino después de

que los siglos consumaron la mezcla, a

pesar de todas las prohibiciones escritas.

Y la mezcla fatal fue útil, no sólo por

razones de cultura, sino porque el mismo

individuo físico necesita renovarse en

sus semejantes. Los norteamericanos se

sostienen muy firmes en su resolución de

mantener pura estiipe. pero eso depende

de que tienen delante al negro, que es

como el otro polo, como el contrario de

los elementos que pueden mezclarse. En

el mundo iberoamericano el problema no

se presenta con caracteres tan crudos:

tenemos poquísimos negros y la mayor

parte de ellos se han transformado ya en

poblaciones mulatas. El indio es buen

puente de mestizaje. Además, el clima

cálido es propicio al trato y reunión de

todas las gentes. Por otra parte, y esto es

fundamental, el cruce de las distintas

razas no va a obedecer a razones de sim­

ple proximidad, como sucedía al princi­

pio, cuando el colono blanco tomaba

mujer indígena o negra porque no había

otra a mano. En lo sucesivo, a medida

que las condiciones sociales mejoren, el

cruce de sangre será cada vez más espon­

tánea, a tal punto que no estará ya sujeto

a la necesidad, sino al gusto; en último

caso, a la curiosidad. El motivo espiritual

se irá sobreponiendo de esta suerte a las

contingencias de lo físico. Por motivo es­

piritual ha de entenderse, más bien que la

reflexión, el gusto que dirige el misterio

de la elección de una persona entre una

multitud.

( ^ PORFIRIO DÍAZ

En Díaz no hay conflictos de sangre ni de ideas. En su organis­

mo la vena mixteca se ha fundido con la vena española, crean­

do un equilibrio firme. Y sus ideas son demasiado escasas para

que puedan librar batalla.

La sangre española lo defiende de las claudicaciones tota­

les en que cayó un Juárez, un indio puro que no pudiendo

sentir en el ánimo las ventajas de la conquista ibérica, se

entregó por completo a la nueva influencia nórdica. Por mes­

tizo Porfirio Díaz es mexicano, en tanto que Juárez sólo fue

un indio. La falta de ilustración, su poca capacidad impidie­

ron que Díaz abarcase el problema del pueblo. Pero el hecho

de haber abrazado con sinceridad la política de la concilia­

ción religiosa, es ya una prueba de que rechazaba, repugnaba

el plan Poinsett que Juárez, adoptó sin escrúpulos.

Más mexicano que Juárez, también tiene Porfirio Díaz ven­

tajas sobre Santa Atina, el bajo criollo desleal. Santa Anna era

todo un rufián. Porfirio Díaz sentía la repugnancia del robo. A

menudo porque era dictador - y una dictadura no puede mora­

lizar-. Díaz dejó que sus amigos robaran, pero la codicia no

fue en él pasión dominante. . .

Como jefe del clan. Porfirio Díaz es el más capaz de los go­

bernantes de la República. Como estadista nunca tuvo tamaños.

JOSÉ VASCONCELOS

FIGURAS DE LA HISTORIA MEXICANA*

CLAROSCUROS

FRANCISCO I. MADERO

Era de pura raza española: de estatura corta, de rostro barbado,

de ojos grandes y luminosos, frente noble, gesto bondadoso y

enérgico. Lo distinguía un trato sencillo y afable. Su pensa­

miento claro, profundo, se expresaba en frases precisas, nervio­

sas, rápidas. Viéndolo moverse en la pantalla del cinematógrafo

recordamos el tipo de políticos franceses, encumbrados a fuer­

za de talento y honestidad. ¿Era un extraño en el medio nuestro

en que el político de éxito ha de ser mudo y tortuoso como

Porfirio Díaz, insensible y torvo como Plutarco Elias Calles?

Lo cierto es que Madero rompió una tradición, pero no

logró crear una nueva. Con él nace y se extingue la esperanza

de que aparezca un México dirigido por el espíritu, gobernado

por la inteligencia al servicio del patriotismo. Los anteceden­

tes de Madero también son distintos, de los de todos los presi­

dentes anteriores. Ni general ni licenciado, pero más valiente

que los generales y más despejadamente inteligente que todos

los licenciados de su tiempo, su educación es la del hombre de

empresa, creador de bienes en la industria, productor de los

Vasconcelos. José. Obras Completas, t. IV Libreros Mexicanos Unidos S.A., Laurel. México 1961. 1706 pp.

desiertos nórdicos. Su abuelo, Evaristo Madero, ganó tierras a

los indios bárbaros, creó poblaciones, inició cultivos, sembró

vides, improvisó talleres. El padre, los tíos, los hermanos, fue­

ron hombres que crearon riqueza. No ricos a la manera colo­

nial, mediante de la explotación del trabajo ajeno en el latifun­

dio, sino en la forma moderna del pioneer y el constructor, que

enriquecen a otros al enriquecerse y aumentan los recursos de

la zona en que viven. El mismo Francisco Madero, después de

cursar la segunda enseñanza en Saltillo, en el colegio de los

jesuítas, en Francia en un Liceo, en California en una Univer­

sidad, regresó a México y sembró algodón; tuvo éxito: reunió

una pequeña fortuna. No le ocurrió lo que a la mayoría de los

políticos y los generales, que del fracaso en la vida privada y

de la más absoluta impreparación, saltan a los altos puestos del

ejército y de allí al gobierno. Y aprenden a leer cuando llegan

a ministros, como se vio durante la administración callista.

Tampoco había en Madero una sola fibra del dueño de la enco­

mienda colonial, del terrateniente de la era porfirista, implaca­

ble con la peonada, codicioso en la merma del jornal, esplén­

dido, despilfarrado en la juerga y los vicios. Se casó joven y no

parece que las pasiones eróticas hayan perturbado su vida de

modo anormal. En su rancho, no sólo mantenía satisfecho al

labrador con el buen trato y el buen jornal, sino que llevado de

cierto franciscanismo que dominó su vida, él, como propieta­

rio, comía legumbres, dormía en modesto lecho, pero sostenía

en la finca una especie de hotel de pobres donde se daba cama

y comida a todos los jornaleros que pasaban por la región,

necesitados.

VICTORIANO HUERTA

El Judas Huerta sonrió, abrazó públicamente a Madero y

tomó el mando del Palacio, el mando de la plaza; en seguida.

con el pretexto de que necesitaba fuerzas suficientes para

atacar a los sublevados, empezó a ordenar movimientos de

tropas en todo el país; todo bajo la tolerancia inepta de un

ministro de Guerra que no supo cumplir con su deber. Y así

comenzó la llamada Decena Trágica. Días de angustia nacio­

nal y de incertidumbre y confusión. Mientras tanto. Huerta

metió a Palacio tropas adictas, dejando a Madero, convertido

en prisionero de hecho. Madero sería obligado a renunciar.

Victoriano Huerta quedaría de presidente interino, y Félix

Díaz se presentaría candidato a las elecciones que deberían

verificarse pocos meses después. Victoriano Huerta el incali­

ficable beodo de la más negra página de nuestra historia la­

mentable.

VENUSTIANO CARRANZA

Nunca la administración se había identificado con la persona

del jefe de gobierno en forma tan rigurosa, y no porque fuese

Carranza hombre de extraordinaria capacidad, sino porque el

ansia de mando, la envidia de subordinados más capaces, lo

llevaban a intervenir en la nimiedad de los detalles con per­

juicio del despacho. Desde el principio la ineptitud de

Carranza motivó que la Revolución no tuviese programa fijo.

Cada quien la interpretaba a su modo.

ADOLFO DE LA HUERTA

Don Adolfo De la Huerta, hombre honorable y que había

pasado por las aulas, creó un gobierno de conciliación nacio­

nal. Abrió las puertas del país a todos los desterrados;

devolvió su libertad a la prensa y a los tribunales, disipó la

atmósfera de terror en que se había vivido bajo el carrancis-

mo. En acuerdo tácito con Obregón, que era el caudillo triun­

fante y el consabido presidente de las elecciones que estaban

próximas, organizó De la Huerta un gabinete de hombres

capaces y honorables. Al tomar posesión Obregón, casi no se

modificó el personal de secretarios de Estado. Lo mejor de la

Revolución y del país colaboró con Obregón en las primeras

etapas del gobierno.

ALVARO OBREGÓN

Era Obregón alto, blanco, de ojos claros y apariencia robusta,

frente despejada, tipo de criollo de ascendencia española. Su

talento natural era extraordinario, pero jamás había salido de la

aldea, y su cultura superior era casi nula. Dedicado a los nego­

cios del campo y a la política local en la cual sirvió de alcalde

de su pueblo bajo Porfirio Díaz, tenía Obregón la preparación

de la clase media pueblerina que lee el diario de la capital y

media docena de libros, principalmente de historia. Las ideas

revolucionarias que en algunos otros "generales" producían un

caos mental, a Obregón lo dejaban sereno; pues era un conven­

cido de los métodos moderados y su aspiración más profunda

era imitar los sistemas oportunistas de Porfirio Díaz. Por eso

nunca aplicó las leyes bárbaras de la Constitución contra el

clero. Tampoco se puso a hacer experimentos descabellados en

materia agraria, y aunque ayudó a los obreros, no tuvo que

ponerse a cortejarlos en ansia de popularidad, como más tarde

haría Calles. Obregón era un militar nato, un capitán compara­

ble a Cortés y, sin duda, el mejor soldado de México después

de don Hernando. Y como todos los verdaderos capitanes, era

militar estricto en campaña, pero amigo de las formas civiles en

la vida ordinaria y en el gobierno. Aunque ya había mostrado

crueldad en las represalias que deshonran la victoria, el trato de

Obregón era afable y le ganaba amigos. Poseía el talento supe­

rior que permite rodearse de consejeros capaces, y aunque su

comprensión era rápida, sus resoluciones eran reflexivas. Los

primeros años de su gobierno determinaron progreso notorio de

todas las actividades del país.

PLUTARCO ELIAS CALLES

I i.

Inició su régimen de asesinatos y prevaricaciones el general

Calles, el 1" de diciembre de 1924. Bajo un ambiente de terror

se consumó el cambio de mando, pero el país sintió algún ali­

vio al comprobar que Calles era un prisionero. Todo el gabine­

te había sido nombrado por Obregón y a Calles no le quedaría

sino la sombra del mando. Son, sin embargo, peligrosas estas

situaciones, aun para el mismo que cree usufructuarlas. Se con­

formó Calles, al principio, con ser un testaferro, pero con astu­

cia aprovechó la debilidad de Obregón por el dinero y lo dejó

hacer grandes negocios. También, aunque pudo irle a la mano,

dejó que Calles se ensañara en su política de persecución reli­

giosa, a fin de obligar a los católicos a ponerse de su lado cuan­

do después de violentar una reforma constitucional, volvió a

presentarse candidato a la presidencia.

ESTUDIOS INDOSTANICOS P O R

JOSÉ VASCONCELOS V O L U M E N Q U E A C A B A D E A P A R E C E R

EN LA

BIBLIOTECA DE AUTORES MEXICANOS MODERNOS O B R A DE G R A N INTERÉS

ARTÍSTICO Y CIENTÍFICO.

EDICIONES MÉXICO MODERNO $3.50 Ejemplar de 380 páginas.

R E V I S T A D E L I B R O S

SECCIÓN A CARGO D B

G E N A R O E S T R A D A

" E S T U D I O S I N D O S T A N I C O S " , por

José Vasconcelos. Ediciones México

Moderno. 1021. 373 pp.—Es éste el libro

de unidad plena, síntesis y fundamento

de los anteriores, en la obra humana,

humanísima de José Vasconcelos. E s

la luz cenital de una Vida. Sobre es­

tas paginas no se estremece el en­

tusiasmo pasajero, ni la Teosofía, ni

el misticismo literario de Maeterlinck,

ni la chachara de los aficionados a

escribir sobre tópicos del Oriente mis­

terioso y monstruoso. Este libro na­

da tiene que ver con la moda. D e

erudición cabal, de honrada filosofía,

de intención pura, de explicación sin

alarde fatuo: tal dirán los lectores

de alma desnuda que se arrojen al agua

corriente de estas paginas, en cuyo

álveo crece el bosque antiquísimo del

enigma.... C o m o en el verso del mís­

tico, entrad aquí los que comprendéis

y amáis.

Tres ideas fundamentales se destacan

en el libro: (1) Las grandes civiliza­

ciones no son producto de los hombres

que luchan para adaptarse a un clima

hostil, sino que surgen cuando ee ha

resuelto el problema inmediato de la

adaptación al medio, asi que se deja

de luchar a brazo partido para soñar

creando. (2) La conversión de la

energía sexual en mentalidad, es decir,

el triunfo de la Doctrina Yogui, gra­

d a s a la intervención primaria del

alimento vegetal con su acervo de sus­

tancias químicas. (3) Las religiones

no pueden desunirse, considerarse ais­

ladamente sin penetrar a su Intima

correlación: el Cristianismo es el úl­

timo plano en el desarrollo sucesivo

de ellas, siendo el brahamanlsmo y el

budismo los peldaQos iniciales.

N o hay en castellano, y quizá en

inglés, una síntesis de los sistemas

centrales, de las doctrinas de la Filoso­

fía del oriente, m á s clara, m á s sobria,

de honradez espiritual mejor depurada

que la ofrecida en este libro: hay que

leerlo para nuestro bien, para confor­

tarnos con el lenitivo de BU enseñanza y la pasión discreta de su entusiasmo. Si

el capítulo "Demonología" es atra-

yente, conturbador, la "Conclusión" es,

sin quizá, una de las páginas m á s bri­

llantes y sólidas de Vasconcelos. Será

"Prometeo Vencedor" la joya de su

estilística, pero "Estudios Indost&ni-

eos" (que no por ser trabajo de Infor­

mación, de coordinación, de fe y de

esperanza es simple enunciamlento de

datos, sino lo acendrado de una Vida)

viene a afirmarnos en la opinión de

que como pensador y maestro, como

educador y hombre bueno, Vasconcelos

se halla, en nuestra América, a la van­

guardia del pensamiento filosófico.

Los que lo conocemos a través de su

obra y de su trato, los que somos testi­

gos de su fé, de su inmensa fe, en los

destinos del Continente de habla espa­

ñola, encarecemos la lectura de su libro

último, avivando nuestro elogio del

varón fuerte que es ejemplo cotidiano

y dádiva desinteresada. Sus páginas

darán seguro gozo a las almas selectas.

R. H . V.*

JO S É V A S C O N C E L O S . Estudios

Indostánicos. Editorial Calleja,

Madrid, 1923. **

D e España nos llega también esta

obra que la Editorial México Moderno

publicó hace algún tiempo; y nos llega

en un tomo severo y cuidado.

¿Habremos de insistir elogiando

una vez m á s el vigoroso aliento de este

libro? Todos sabemos que Vasconce­

los alza entre nosotros la voz de los

problemas metafísicos esenciales dis­

ciplinados, con la fuerza de las concep­

ciones atrevidas y las intuiciones

grandes. Todos sabemos que es n u e s ­

tro escritor menos limitado de e x p r e ­

sión, y de m á s ímpetu creador. Sus

"Estudios Indostánicos" nos dicen m u ­

cho de sus inclinaciones teosóficas, de

su puro orientalismo, pero sobre todo,

revelan al hombre de pensamiento ilu­

minado.

* R.H.V. corresponde a Rafael Heliodoro " Sin firma. La Falange sin número. ¿O Valle. Revista México Moderno. Año 1. No. tubre de 1925? 10, mayo de 1921

"La biblioteca complementa a

la escuela, en muchos casos la

sustituye y en todos los casos

la supera"

p r o m o t o r , c o n s t r u c t o r y d i r e c t o r d e b i b l i o t e c a s

H o m e n a j e e n lo s c i n c u e n t a a ñ o s d e s u f a l l e c i m i e n t o

SALA DE EXPOSICIONES 1 • DEL 2 2 DE JULIO AL 1 3 DE SEPTIEMBRE DE 2 0 0 9

PLAZA DE LA CIUDADELA 4 • CENTRO HISTÓRICO • 41 5 5 0 8 3 0 EXT. 3 8 5 9

c a b o d e l e e r e l i n t r i g a n t e v o l u m e n e n q u e V a s c o n c e l o s p l a n e a s u

e c u a c i ó n v i t a l . V a s c o n c e l o s e s u n o d e l o s h o m b r e s q u e h e r e s p e t a d o

e n m a y o r a m p l i t u d . L o r e s p e t o c o n t a l s e r i e d a d , q u e , s i e n d o l a v i o l e n c i a

a l g o m a l s a n o p a r a m í , l e r e c o n o z c o e l d e r e c h o d e e m p l e a r g i r o s v i o l e n t o s p o r q u e e s t á c a p a ­

c i t a d o p a r a c o n s e g u i r q u e n o p e q u e n f o r m a l m e n t e c o n t r a e l b u e n g u s t o . Q u i z á h a s t a l e d i s ­

c u l p o s u a r r o j o c o n t r a e l p a d r e d e J e r ó n i m o C o i g n a r d .

Y o t a m b i é n b u s q u é m i e c u a c i ó n , c u a n d o e l c o n o c i m i e n t o n o m e i n s p i r a b a l a s o s p e c h a

d e u n a d e s c o m p o s i c i ó n c e r e b r a l . P o r e s t a s f e c h a s , m i c e r e b r o m e i n c u l c a d e s m e d i d a t e r n u ­

r a , m a s a l a v e z e l d e s c r é d i t o d e c u a l q u i e r f i a m b r e . E l s e s u d o c a t a l e j o c o n q u e s e f i l o s o f a

p a r é c e m e m á s i n f o r t u n a d o q u e l a c a b e z a d e l c a r n e r o , e n g u l l i d a p o r u n a e s p e c i e s u p e r i o r ,

m i e n t r a s q u e n u e s t r o s s e s o s e n c i c l o p é d i c o s s e s i r v e n e n e l m e n ú d e l s u b s u e l o . F u l m i n a d o

p o r e l s o e z d i s p a r a t e d e l a e c l í p t i c a , p r e s c i n d í d e l c á l c u l o d i f e r e n c i a l y d e l i n t e g r a l , r e s i g ­

n á n d o m e a a p r o v e c h a r , c o n m o d e s t i a , l a m a g i a d e d e n t r o y d e f u e r a . A l a s p e r s o n a s d e c o n ­

v i c c i ó n m a c i z a q u e m e f a v o r e c e n c o n s u s i n t e r r o g a c i o n e s , s ó l o r e s p o n d o q u e a u n q u e p e r t e ­

n e z c o a l a c l a s e i n g e n u a q u e c u l t i v a l a p o e s í a , n o m e h e c o n f i a d o a l o s p u n t o s d e p a r t i d a q u e

e s p r e c i s o a c e p t a r g r a t u i t a m e n t e p a r a c o m e n z a r a s a b e r . S o y u n p o c o m á s f u e r t e q u e m i c r e ­

e n c i a y m i i n c r e d u l i d a d , y p o r t e n e r a m b a s e l s e m b l a n t e d e l c e r o , p u e d o a s í d e c l a r a r l o c o n ­

s e r v á n d o m e h u m i l d e . . . F i e l a m i e s t r u c t u r a , c o n t i n ú o e n d i o s a d o e n l a m e n o s e n g a ñ o s a i l u ­

s i ó n , c o l g á n d o m e d e l a i n m a n e n t e p a l a b r a m í s t i c a q u e r e s u m e l o s o r b e s y q u e n o s a n i ñ a o

n o s e n t r o n i z a d e n t r o d e l a s r e g a l í a s d e s u d i a p a s ó n .

M i t e m p e r a m e n t o , h u m i l d e c o m o u n p e l e l e , r e c a l c i t r a n t e c o m o u n s e m i d i ó s , r e c h a z a a l

M a l a n t e s d e v i s l u m b r a r l o .

e i n t e r e s ó s i e m p r e L ó p e z V e l a r d e , p o r s u a f á n d e c o s a s r e c ó n d i t a s ; •' X I

e n s u c o n v e r s a c i ó n s e n o t a b a q u e t e n i a m u y v i v o e l s e n t i m i e n t o d e l

m i s t e r i o ; a v e c e s n o a c a b a b a d e e x p r e s a r d e l t o d o s u s i d e a s p o r q u e e l s e n ­

t i d o s e l e i b a . E s t o o c u r r e a m e n u d o a l q u e e s t á o b s e í d o d e a l g o p r o f u n d o e i n e f a b l e . E r a w

p r o f e t a p r o f u n d o q u e n o l l e g ó a d e s a r r o l l a r s u m e n s a j e ; t r a í a c o s a s n u e v a s y s e l l e v ó s u m i t

t e r i o c o n s i g o , p o r q u e n i p a r a s í m i s m o l l e g ó a d e f i n i r l o .

$38.00 I S" "•••«" I

•José Luis Martínez anota que se refiere a El monismo estético. Colección Cultura, t. IX, núm. 1, 1918.

Allí dice José Vasconcelos (p.8): "France, con su gracia afeminada y trivial." López Velarde, Ramón.

I I IPIII MIIÜII II! jj ¡IríH Obras Completas, "El minutero", compilador José Luis Martínez, Fondo de Cultura Económica,

• 9 770188 4 76 102 11|| ||||||||| ||

• I BIBLIOTECA ».„.«., rnr^ ™k »y3mm% « D E MÉXICO w ™ c a . g o b . m x t | g | |

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