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Semana Nacional de Formadoras y Formadores. Lectura de Apoyo. Día 2 LA SOMBRA: EL YO RECHAZADO Robert Bly Cuando contábamos con uno o dos años de edad teníamos lo que podemos visualizar como una personalidad de 360 grados. Irradiábamos energía desde todas las zonas de nuestro cuerpo y de nuestra psique. Un niño corriendo es un globo viviente de energía. Teníamos una bola de energía, perfecto; pero un día vimos que a nuestros padres no les gustaban ciertas partes de esa bola. Decían cosas como: «¿No puedes estarte quieto?» o «No está bien atormentar a tu hermano». Detrás nuestro tenemos un saco invisible, y en él ponemos la parte de nosotros que no gusta a nuestros padres, a fin de conservar su amor. Cuando vamos al colegio nuestro saco ya es bastante grande. Entonces los profesores dicen la suya: «Los niños buenos no se enfadan por estas pequeñeces». Así que cogemos nuestro enfado y lo ponemos en el saco. Cuando mi hermano y yo teníamos doce años en Madison (Minnesota) nos llamaban «los amables niños Bly». Nuestros sacos ya medían un kilómetro. Luego hacemos un buen relleno del saco en el instituto. Esta vez ya no son los malvados mayores quienes nos presionan, sino gente de nuestra edad. Así que la paranoia estudiantil contra los mayores podría estar fuera de lugar. Durante todos los años de instituto mentí automáticamente para intentar parecerme más a los jugadores de baloncesto. Cualquier parte de mí que fuera un poco lenta se iba al saco. Mis hijos están atravesando ese proceso ahora; contemplé cómo lo hacían mis hijas, que son más mayores. Vi con consternación cuánto llegan a poner en el saco, pero no hubo nada que su madre ni yo pudiéramos hacer al respecto. A menudo mis hijas parecían decidirse en aras de la moda y de las ideas colectivas de belleza, y sufrían tanto a causa de otras chicas como de los hombres. 1

Bly - La Sombra El Yo Rechazado

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Semana Nacional de Formadoras y Formadores. Lectura de Apoyo. Día 2

LA SOMBRA: EL YO RECHAZADORobert Bly

Cuando contábamos con uno o dos años de edad teníamos lo que podemos visualizar como una personalidad de 360 grados. Irradiábamos energía desde todas las zonas de nuestro cuerpo y de nuestra psique. Un niño corriendo es un globo viviente de energía. Teníamos una bola de energía, perfecto; pero un día vimos que a nuestros padres no les gustaban ciertas partes de esa bola. Decían cosas como: «¿No puedes estarte quieto?» o «No está bien atormentar a tu hermano». Detrás nuestro tenemos un saco invisible, y en él ponemos la parte de nosotros que no gusta a nuestros padres, a fin de conservar su amor. Cuando vamos al colegio nuestro saco ya es bastante grande. Entonces los profesores dicen la suya: «Los niños buenos no se enfadan por estas pequeñeces». Así que cogemos nuestro enfado y lo ponemos en el saco. Cuando mi hermano y yo teníamos doce años en Madison (Minnesota) nos llamaban «los amables niños Bly». Nuestros sacos ya medían un kilómetro.

Luego hacemos un buen relleno del saco en el instituto. Esta vez ya no son los malvados mayores quienes nos presionan, sino gente de nuestra edad. Así que la paranoia estudiantil contra los mayores podría estar fuera de lugar. Durante todos los años de instituto mentí automáticamente para intentar parecerme más a los jugadores de baloncesto. Cualquier parte de mí que fuera un poco lenta se iba al saco. Mis hijos están atravesando ese proceso ahora; contemplécómo lo hacían mis hijas, que son más mayores. Vi con consternación cuánto llegan a poner en el saco, pero no hubo nada que su madre ni yo pudiéramos hacer al respecto. A menudo mis hijas parecían decidirse en aras de la moda y de las ideas colectivas de belleza, y sufrían tanto a causa de otras chicas como de los hombres.

Así que mantengo que de todo un globo redondo de energía a los veinte años sólo nos queda una rebanada. Imaginemos un hombre al que sólo le queda una fina rebanada -el resto está en el saco- e imaginemos que encuentra una mujer; digamos que ambos tienen veinticuatro años. A ella le queda una fina y elegante rebanada. Ambos se unen en una ceremonia, y esta unión de dos rebanadas se llama matrimonio. Ni siquiera los dos juntos constituyen una persona! Por eso mismo, cuando el saco es grande el matrimonio implica soledad durante la luna de miel. Por supuesto todos mentimos al respecto. «¿Qué tal tu luna de miel?» «Fantástica, ¿qué tal la tuya?»

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Las diversas culturas llenan el saco con diferentes contenidos. En la cultura cristiana la sexualidad suele ir a parar al saco. Con ella se va gran parte de la espontaneidad. Marie Louise von Franz nos previene, por otra parte, acerca de idealizar culturas primitivas con la suposición de que no tienen ningún tipo de saco. Puede que pongan la individualidad en el saco, o la inventiva. Lo que los antropólogos llaman participation mistique o «una misteriosa mente comunitaria» suena fantástico, pero puede significar que todos los miembros de la tribu saben exactamente lo mismo y ninguno sabe nada más. Es posible que los sacos de los seres humanos sean todos de un tamaño parecido.

Antes de los veinte años nos pasamos la vida decidiendo qué partes de nosotros ponemos en el saco, y pasamos el resto de nuestras vidas intentando sacarlas de nuevo. En ocasiones parece imposible recuperarlas, como si el saco estuviera sellado. Supongamos que el saco queda sellado, ¿qué ocurre entonces? Un gran relato del siglo diecinueve sabe algo de eso. Una noche Robert Louis Stevenson se despertó ycontó a su mujer un fragmento del sueño que acababa de tener. Ella le urgió a escribirlo; lo hizo, y se convirtió en El Doctor Jekyll y mister Hyde. El lado bonito de nuestra personalidad se vuelve, en nuestra cultura idealista, más y más bonito. El hombre occidental puede ser, por ejemplo, un generoso doctor que siempre piensa en el bien de los demás. Moral y éticamente es maravilloso. Pero la sustancia del sacoforma una personalidad por su cuenta, que no puede ignorarse. El relato nos dice que la sustancia encerrada en el saco aparece un día en algún otro lugar de la ciudad. La sustancia del saco está enfadada, y cuando la ves tiene forma de simio y se mueve como un simio.

Luego el relato dice que las partes de nosotros que ponemos en el saco regresan. Involucionan hacia la barbarie. Supongamos que un joven sella un saco a los veinte y luego espera quince o veinte años a abrirlo de nuevo. ¿Qué encontrará? Por desgracia, la sexualidad, la vitalidad salvaje, la impulsividad, la ira y la libertad que puso dentro han regresado, y no sólo se han vuelto primitivas sino hostiles a la persona que abre el saco. Sin duda, el hombre que abre su saco a los cuarenta y cinco o la mujer que abre el suyo pasarán miedo. Ella levanta la mirada y ve pasar la sombra de un simio en la pared del callejón; cualquiera que lo viese se asustaría.

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