BodeiQue Queda de La Herencia Psi

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    Qu queda de la herenciadel psicoanlisis? Remo Bodei

    1.Ninguno de cuantos han respirado el ambiente intelectual delsigloXX ha podido sustraerse a la obligacin (o a la fascina-cin) de entendrselas con el psicoanlisis. Tal saber se ha difundi-do invadiendo terrenos situados ms all de los lmites especficosde la disciplina, convirtindose en una koin o lingua francaque seutiliza para interpretar mltiples fenmenos, sea en el mbito de lasciencias humanas, sea en la frontera entre stas y las ciencias na-

    turales (la medicina, y en especial la psiquiatra, la biologa o la teo-loga).Ocurre con frecuencia que las teoras se distancian del sentido

    comn para luego mezclarse nuevamente con l, tal vez para que-dar all atrapados. Hoy est de moda hablar mal del psicoanlisis,sobre todo en Estados Unidos, donde se produce un proceso denegacin de los fundamentos de la teora freudiana (con el ataque politically correcta la hiptesis de que los abusos sexuales en la in-fancia sean generalmente considerados resultado de fantasas in-

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    fantiles y no datos incontestables de hechos reales registrados por

    la memoria). Las razones del reciente descrdito del psicoanlisisson sin embargo mltiples: la mala prctica de algunos de susadeptos; las temerarias derivas tericas a las que ha estado ex- puesto, cuando ha sido utilizado como passepartout; su no infre-cuente transformacin en un (caro) taller de reparacin del alma.Pero el psicoanlisis est pagando tambin, paradjicamente, porsu propio xito: venciendo anteriores resistencias, se ha converti-do en parte integrante de nuestra cultura, que lo ha interiorizado ymetabolizado, proporcionndonos beneficios enormes que tende-mos a olvidar.

    No s cundo volvern los das gloriosos de la teora y la tera- pia psicoanalticas, aunque ya hemos absorbido e incorporado loms valioso del psicoanlisis. Freud y con l, en diversa medidaJung, Klein, Bion, Winnicot, Lacan o Matte Blanco se ha con- vertido a pesar de todo en un clsico. En su produccin cientfica,que en parte ha agotado la capacidad subversiva de los inicios, hoydescubrimos necesariamente partes que han quedado caducas. Pe-ro tambin, a un siglo o muchos decenios de distancia, contina produciendo, por gemacin, nuevas ideas. Justamente, los clsicosse parecen a viejos rboles que, una vez podados, vuelven a flore-cer en todas las estaciones. Pero el mrito, tambin y sobre todo,corresponde a quien desarroll y renov el psicoanlisis y a quien

    todava, con esfuerzo y resultados a veces excelentes, contina re-novndolo.Desde luego, para ser un buen psicoanalista habra que com-

    portarse como un pequeo Scrates. Tener, por ejemplo, la modes- tia de Cesare Musatti, a quien le gustaba recordar que en su largacarrera haba curado, como mucho, a cuatro o cinco personas, con- tentndose de un modo muy freudiano con una terapia que haca pasar a los individuos de una infelicidad patolgica a una infelicidad normal. Tambin habra que imitar la honestidad intelec-

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    tual de Freud, que reconoci a menudo sus propios errores y fallos

    de adaptacin, si bien conservando cierta rigidez y tratando demantener a sus discpulos en el cauce de la ortodoxia. Es verdadsin embargo que esa independencia muchos de ellos no supieronconquistrsela. Y as pudo ocurrir que el puchero de la doctrinafuese por decirlo as posteriormente removido sin que a menudocambiasen sus ingredientes.

    2. Por ejemplo, rara vez se han sacado las debidas conclusionesde la aparicin de nuevas fuentes de conflicto. As, mientras hoy parecen desaparecer los casos de histeria, la multiplicacin de loscasos de depresin, las patologas alimentarias (anorexia y buli-mia) o los problemas relacionados con el consumo de estupefa-cientes esperan todava a quien pueda darnos explicaciones plausi-bles de estos fenmenos dentro de un marco terico riguroso. El problema del precario estado de salud del psicoanlisis slo en par- te deriva de la mala prensa de que actualmente goza o de la condi-cin de reto que lo empuja frecuentemente a la inmovilidad o a lahuida hacia delante, amenazado como est por la competencia delas terapias farmacolgicas o por el prestigio de las neurociencias ode las ciencias cognitivas. Algunos psicoanalistas parecen sentirseinducidos a enrocarse, a considerar el psicoanlisis como un cuer- po doctrinal fundamentalmente acabado, una especie de summa teo-

    logicasometida al principio de autoridad delipse dixit, que garanti-za la pertenencia a alguna secta (freudiana, jungiana, lacaniana,bioniana, etc.). Por ello, en vez de fundamentar de manera sufi-ciente las opiniones propias, prefieren esconderse tras la pantallade la autoridad del Maestro de turno.

    Slo a travs de una actitud audazmente crtica se consigue sen-satamente responder a la salida de Woody Allen: Llevo quinceaos de anlisis, le concedo otros dos a mi analista y luego me voya Lourdes. El psicoanlisis no hace milagros, pero es desde luego

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    en tiempos de decadencia del sentimiento y las prcticas religio

    sas uno de los modos ms eficaces de conocerse a uno mismo, dexaminar la propia vida no exclusivamente en soledad, sino en undilogo entre analista y analizado capaz de producir cambios. Con-siderado desde el punto de vista de la larga duracin, ha supuestouna de las mayores aportaciones a la orientacin del individuo en emundo, comparable slo a las grandes revoluciones filosficas y religiosas por las que la humanidad ha atravesado en el mundo mo-derno.

    El psicoanlisis, en efecto, ha conseguido destapar la olla debrujas a la que se haban arrojado desordenadamente los conteni-dos y las formas de nuestros conflictos, de nuestras aspiraciones ynuestros deseos; revelar la maraa de afectos ambiguos que se agi- tan en la supuesta inocencia del nio o en el seno de la institucinfamiliar; reivindicar el papel subversivo de la sexualidad; mostrarlas vertiginosas profundidades de la psique; liberarnos, al menos parcialmente, de las angustias sin nombre que fermentan en la in- terseccin (en la interfaz) entre conciencia e inconsciente. El psi-coanlisis nos ha enseado a mirar dentro de nosotros, a ver el al-ma dividida, no compacta, frgil a veces en sus delicados equili-brios. Nos ha hecho descubrir el inconsciente en un sentido din-mico; ha explicado los sueos, el chiste, las neurosis. Ha mostradocmo, cuando educamos a nuestros hijos, el que habla o impone re-

    glas y prohibiciones no es nuestro Yo, sino nuestro Superyo, esa figura psquica, en parte inconsciente, que es la heredera de todoslos mandamientos y la suma de todas las figuras que alguna vez tu- vieron influencia y autoridad sobre nosotros. Lo que significa queeducamos a nuestros hijos repitiendo normas ms antiguas queaquellas de las que tenemos conciencia, normas que hemos interio-rizado y pertenecen a la cadena de las generaciones pasadas. Porotra parte, el psicoanlisis nos ha enseado a ver en la familia y enel individuo un fenmeno que no deja de manifestarse: la presen-

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    cia de enormes conflictos que ni la familia ni el debilitado individuo

    estn capacitados para contener y controlar. Nos ha permitido porello ver cmo la hipertrofia del Yo se relaciona tanto con la prdi-da de la autoridad de la tradicin y las instituciones, sedimentadasen el Superyo, como con la presin ya no suficientemente conteni-da de los deseos. De este modo el Yo se ha expandido y debe con- tinuar expandindose para conquistar porciones de un Ello sanea-do, pero se ha vuelto ms dbil, ms indefenso, ms expuesto a losataques combinados y complementarios de las mayores exigenciasde satisfaccin pulsional y de la desorientacin de las instancias delSuperyo. Es como si, cadas las barreras del individuo liberalresponsable, se hubiese dado va libre a la satisfaccin de deseosque el principio de realidad lograba antes controlar, puesto quehan desaparecido los frenos e inhibiciones de carcter institucional y familiar. Despus del psicoanlisis, en fin, nadie puede sentirsede entrada normal: la normalidad es un punto de equilibrio quese alcanza tras una serie de luchas internas y externas, un estadoque nunca est garantizado. Estos legados del psicoanlisis, inte-grados en el campo ms vasto de la cultura, son ya imposibles deeliminar.

    Pero el ambiente actual no parece favorable a las exigencias del psicoanlisis. ste, en efecto, ensea a curar las desgarraduras delalma a travs de un recorrido interior inicialmente doloroso, un

    autntico descenso a los propios infiernos. Hoy, sin embargo, nos parece mucho ms cmodo sortear los problemas en vez de hacer-les frente (quizs porque el sufrimiento que provocan transcurresobre todo en la vertiente ms silenciosa e inarticulada de la de- presin?). Existe especialmente en nuestros pases occidentales,que viven en un rgimen econmico de escasez moderada undifuso ocultamiento intelectual y afectivo, un escaso cultivo tantode la interioridad como de la exterioridad: nos interrogamos pocosobre nosotros mismos como portadores de posibilidades y, a pesar

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    de la ingente masa de informacin con que contamos, se tiende a

    tener una percepcin fragmentaria y esquemtica del mundo. Vivi-mos sustancialmente con el piloto automtico conectado y recibi-mos los estmulos del mundo exterior como una fantasmagora ac- tualizable minuto a minuto. Domina, adems, en muchos estratossociales, la tendencia a una especie de consumismo de la vida. Vi vimos para comprar vida y gastarla inmediatamente a golpes, deforma que los objetivos a largo plazo se aceptan con ntima reti-cencia. Sera necesario entender ms a fondo las razones de la ac- tual condicin humana prestando atencin a este aspecto.

    3. La fecundidad del psicoanlisis deriva tambin de lo que s- te contiene en forma implcita y no desarrollada, algo de lo que quisiera poner un ejemplo referido a la gnesis (no al valor) de lasobras de arte, tomando como punto de partida algunas indicacio-nes dispersas de Freud que nos ayudan de forma indirecta a en- tender de dnde procede la emocin que experimentamos ante la tragedia griega, elCristo muertode Mantegna, la Piedadde Miguel ngel o el Don Carlode Verdi.

    Siguiendo una perspectiva freudiana me gustara pues conside-rar el arte como de-formacin de ncleos de verdad que nos per-suaden y conmueven ms all de cualquier principio de realidad,como una puesta entre parntesis, socialmente consentida, de los

    criterios lgicos y perceptivos normales. Se trata de ncleos de verdad traumticos o al menos dotados de una alta densidad de sig-nificado (con fsiles anacrnicos de un pasado no reabsorbido y no traducido en el horizonte de significado del presente), que necesi- tan de una elaboracin infinita.

    La hiptesis parte de la reconsideracin de una experiencia que para Freud estuvo, en un sentido distinto, cargada de consecuen-cias, la de las neurosis traumticas de guerra. Algunos discpulosde Freud (E. Simmel, S. Ferenczi, K. Abraham, E. Jones), como

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    el mismo Freud, haban observado, en el transcurso de la Primera

    Guerra Mundial, que los combatientes vctimas de un trauma bli-co tendan, al menos en sueos, a revivir constantemente la escena traumtica en la que se haban encontrado (el estallido de una gra-nada, quedar sepultados bajo escombros, la cada de un aeroplano y hechos similares). El inters por este fenmeno, considerado des-de un punto de vista catrtico, lo despert en Freud sobre todoun libro de E. Simmel, Kriegneurosen und psychischen Trauma(Mu-nich, 1918)1. Comn a casi todas las intervenciones era el intentode mostrar cmo la neurosis traumtica no guarda proporcin conla importancia del shockfsico experimentado o la gravedad de lasheridas documentadas. Es el yo el que se defiende del peligro quelo amenaza y sobrecarga una situacin traumtica que por s mis-ma no habra tenido el peso que se le atribuye. Slo que en las neu-rosis traumticas se condensa la incomodidad y la huida ante unascondiciones que uno se siente incapaz de vivir. Ernst Simmel ex- presa bien el contexto en que aparecen: Un hombre arrancado delos suyos por un tiempo imposible de prever, mientras se producenimportantes acontecimientos familiares, irremediablemente ex- puesto al exterminio provocado por un tanque o una nube de gas txico que avanza inexorable, un hombre cado que, sepultado ba- jo los escombros o herido por la explosin de una granada, yace,durante horas o das muchas veces, entre cadveres de compae-

    ros ensangrentados o desgarrados, un hombre cuyo amor propio (y

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    1 Al mismo tiempo sala en Francia el libro de G. Dumas y H. Aim Nvroses et psychoses de guerre chez les austro- allemands, Pars, 1918. En septiembre de 1918, se con- voc en Budapest, por iniciativa de Ferenczi, Abraham y Simmel, una conferenciasobre el mismo tema. Al ao siguiente, las comunicaciones, con una introduccin deFreud y el aadido de un ensayo de Ernest Jones sobre el mismo tema, aparecieroncomo primer volumen del Interlationaler Psychoanalystischer Verlag: S. Freud - S. Fe-renczi - K. Abraham - E. Simmel - E. Jones, Zur Psychoanalyse der Kriegneurosen, Leip-zig - Zurich - Viena, 1919, trad. it. Psicoanalisi delle nevrosi di guerra, Roma, 1976 (paraotro tipo de implicaciones, cfr. S. Finzi, Nevrosi di guerra in tempo di pace, Bari, 1989).

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    sta no es la menor de las pruebas) sufre graves heridas infligidas

    por unos superiores injustos, crueles, llenos a su vez de complejos y que sin embargo debe portarse bien, que debe dejarse aplastar ensilencio por la constatacin de que como individuo no vale nada, deque no es ms que un elemento insignificante de la masa2. Desdeeste punto de vista se advierte que el trauma es nicamente el mo-mento crtico, de precipitacin y cristalizacin, de conflictos msgenerales.

    La repeticin del trauma pareca, a primera vista, contradecir el principio del placer, el impulso primario que tiende a evitar cuan- to provoca dolor. Sin embargo, Freud se dio cuenta rpidamentede que revivir las experiencias traumticas no implicaba contrariar,sino ir ms all del principio del placer (de aqu surgen las consi-deraciones de carcter ms general desarrolladas en Ms all del principio del placer)3. El enfermo paga a plazos, por decirlo as, el im- porte total del trauma, de modo que el sufrimiento que supone re- vivir la escena traumtica se orienta hacia el principio del placer,hacia la reabsorcin del trauma mismo, ms relacionado con elmiedo que con el dao fsico. El dolor conduce al placer: elabora ypurifica el trauma.

    4. Avanzo adems la hiptesis de que el arte desarrolla social-mente, en algunos casos, una operacin catrtica especfica. Pone

    en contacto a los hombres con ncleos de verdad traumticos o ex-cesivos, que no han sido capaces de asumir o descifrar, y los inclu- ye en un contexto de sentido estable. La especificidad de su infini- ta elaboracin permite una alternativa al delirio, una relacin dis- tinta entre lo reprimido y su reconocimiento. El arte se sita, al

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    2 E. Simmel, in Psychoanalyse der Kriegneurosen, trad. It. Cit., pp. 68-69.3 S. Freud, Jenseits des Lustprinzips, inGesamelle Werke, Frankfurt a. M, 1969, 3.a

    ed., Bd. XIII. Trad. esp., Ms all del principio del placer, Obras Completas,Tomo III, Bi-blioteca Nueva, Madrid 1981, 4.a ed., pp. 2.510-2.523.

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    mismo tiempo, o ms all del principio del placer, o ms all del

    principio de realidad. En su funcin social, ayuda a pagar los pla-zos del coste traumtico, a pasar a travs del exceso de sentido quearrastran consigo toda vida y toda cultura. La relacin directa quese crea con lo perturbador y lo excesivo no supone en absoluto quela funcin del arte consista simplemente en preparar un antdotofrente a lo perturbador, en inmunizarnos o vacunarnos para hacer-nos insensibles a ello. El arte es sobre todo una forma de elaborar-lo sin suprimirlo, permitiendo que nos aproximemos a lo perturba-dor manteniendo toda su gravedad portadora de peligros (el artegrande aparece con no poca frecuencia como un ataque a los prin-cipios vigentes, un intento de ponerlos al desnudo). Paradjica-mente, se siente atrado por lo que turba, activo todava en cadauno de nosotros, porque se quiere conocerlo y asumirlo, sin hacerque desaparezca del todo en favor de convenciones racionalesrecientes.

    La emocin esttica aparece por eso ntimamente conectadacon la reelaboracin atenuada de un trauma o, en cualquier caso,de un exceso de sentido que no puede ser inmediatamente absor-bido y que, por tanto, en cuanto tal, oprime y turba la conciencia,empujndola a imaginar unos futuros inciertos. De alguna forma eldisfrute de la obra de arte parece relacionada con la famosa expe-riencia infantil del lanzamiento del carrete que Freud relata justo

    al principio de Ms all del principio del placer, donde tal gesto acos- tumbra al nio al dolor producido por el alejamiento y la ausenciade la madre en el momento de arrojar el objeto ( Fort), para recom- pensarlo luego en el momento de su reconocimiento ( Da). Este ac- to rene el recuerdo del objeto ausente con la relacionada inquie- tante dilacin temporal que supone la espera teida de ansiedad eincertidumbre y su reconocimiento final, que celebra la victoriasobre el vaco y la prdida, la reintegracin en lo conocido. Seme- jante reencuentro con uno mismo vence, sobre todo en el nio, el

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    miedo a la propia desaparicin en los momentos en que no est a la

    vista de la persona amada, en general de la madre. Del mismo mo-do en la obra de arte la separacin de la realidad lgica y percepti- va provoca desconcierto, pero su desarrollo y conclusin (pense-mos, en trminos banales, en la resolucin de la trama en la nove-la policaca) produce satisfaccin.

    El arte sera as una familia de mtodos que permiten una rein-mersin sin riesgos en lo perturbador, un despliegue reglado aun-que aparentemente libre de cogniciones y emociones en un mbitodonde ya no son vlidas las normas racionales de verosimilitudLas reglas de la expresin artstica, sus cdigos, tal vez podran in- terpretarse tambin como una bsqueda de formas eficaces para laelaboracin vigilante y culturalmente controlada de los ncleos perturbadores de verdad, y adems como la conquista de una zonaespecfica de perturbaciones del pensamiento dentro de un espaciolegtimamente recortado entre el doble dominio del principio de placer y del principio de realidad.No se trata por tanto de aclimatar lo que perturba o desestabi-liza, en el sentido que sea, para servir al equilibrio de la concienciacomn, sino de apoderarnos de ello, de quedar deslumbrados, o,como dira Vico, perturbados y conmovidos. sta es probable-mente la razn de que la poesa deba mantenerse constantementeen un equilibrio inestable entre la superficialidad desensibilizado-

    ra de las obras que no alcanzan los niveles profundos de los con-flictos y el exceso libre de normas de la implicacin psquica que nsabe mantener las distancias y que lleva a hundirse en un abismoinforme. Y tal vez por el mismo motivo la poesa mantiene la ra-cionalidad en tensin, evita el agostamiento de una lgica pura noagitada por desequilibrios, por prepotentes ncleos de verdad que tratan de abrirse camino. Tambin la emocin esttica podra asser leda como un exceso de sentido, que espera ser nuevamentedistribuido. No, por tanto, como un factor irracional, sino como

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    una verdad desbordante, sectaria, un laboratorio o una cantera

    siempre abierta en cuyo interior se trabajan bloques emotivosque contienen implcitamente ncleos de verdad an no totalmen- te reconocidos y aceptados, pero cargados de tensin: grumos deangustia o expectativas de felicidad que no se arriesgan a desha-cerse y que se regeneran en el arte, que toma sus distancias al res- pecto.

    5. Si es as, podr entenderse mejor la continuidad temtica yla fruicin duradera de las grandes obras de arte, la razn de quesea posible gozar de ellas tras milenios de cataclismos culturales yde revoluciones del gusto. La esttica historicista ha insistido tal vez con buenas razones en el carcter histricamente determina-do de las obras de arte, pero tampoco hay que perder de vista el re- torno obsesivo, aunque sea en una infinidad de variantes, de temas perturbadores y excesivos. La comn naturaleza humana, en laque buscamos la explicacin de este fenmeno, parecera marcada por la elaboracin continua de esta experiencia incompleta. Laobra de arte no refleja por tanto como se ha dicho el propio mun-do histrico ni constituye un simple testimonio de ste. Es ms bienella la que lo abre, lo funda y lo construye.

    Bajo este perfil, la poesa no se presenta slo, banalmente, co-mo terapia de larga duracin, con la funcin de poner a los indivi-

    duos y los grupos sociales en contacto con lo perturbador, sino,ms especficamente, como una estrategia (cognitiva y emotiva almismo tiempo) que no se somete a los controles lgicos normalesni al veredicto de la prueba de realidad, pero que no por ello est privada de una verdad propia especfica que implica o trastornala experiencia comn normalizada. El arte no tiene, dicho sea enotros trminos, un puro valor lgico o perceptivo (orientado al principio de realidad), pero tampoco un puro valor hedonstico(tendente al principio del placer). No es ni realidad ni ilusin. Ex-

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    presa y transmite, precisamente, ncleos de verdad que intentan

    abrirse paso de forma demasiado inmediata, extrovertida, cargadade implicaciones emotivas, no repartidas a lo largo de un razona-miento.

    Esta verdad del arte no dejar de inquietarnos, al presentar evi-dencias que no se querran aceptar, que revelan el temor y la des-confianza de la mente a la hora de reconocer el poder de otras l-gicas antagnicas. Si desea responder positivamente a este desafoel pensamiento, en vez de negar y exorcizar sus perturbaciones, de-ber articularlas de modo que pueda reconocer y acoger, en unaforma superior de ilustracin, tambin aquellos poderes injusta-mente reprimidos que del modo que sea constantemente lo resque-brajan. Deber expandirse ms all de sus fronteras habituales yenfrentarse a lo desconocido.

    He aqu una parte de la herencia del psicoanlisis de la que, en- tre otras muchas, valdra la pena aprovecharse.

    R. B.

    Traduccin: R. V.

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